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El fuego símbolo de muerte, destrucción desde el punto de vista puramente natural

y pesimista.

En sentido bíblico, el fuego es un símbolo de vida, transformación, purificación e


iluminación. El Espíritu Santo se manifiesta a la primitiva comunidad cristiana en
la figura de lenguas de fuego.

Evidentemente quien opta por el estilo de vida de Jesús con integridad no


permitirá que su consciencia se venda a mal, a las aberraciones del corazón torcido
de la humanidad, a las complicidades de los amigos del bienestar y la tranquilidad
que proporciona la opulencia, a las ambiciones que pregona el poder, al prestigio
de una sociedad de la falsedad y el fingimiento.

Jeremías explica con claridad el texto de San Lucas: "Pues desde el más chico al
más grande, todos andan buscando su propio provecho, y desde el sacerdote hasta el
profeta, desde el profesional hasta el político, son todos unos embusteros. Calman
sólo a medias la aflicción de mi pueblo, diciendo: “Paz, paz”, siendo que no hay paz.
Deberían avergonzarse de sus abominables acciones, pero han perdido la vergüenza y
ni siquiera se ponen colorados. Por eso, caerán junto con los demás y se irán al suelo
cuando los visite, declara Yavé".

La indignación del pueblo, de la gente sencilla y pobre tiene un límite. El que ha


optado por Jesús estará dispuesto cargar con la cruz de la aflicción y el sufrimiento
que causan el rechazo de una sociedad estrafalaria, una sociedad de la apariencia,
una sociedad paparrucha, una sociedad cuyo dios es su propio YO, una sociedad
que fabrica una memoria individual en desmedro de la conciencia y memoria
colectivas, una sociedad de las mil y un máscaras. Esa es la espada de Jesús la que
corta, la que muestra con claridad el resquicio, la brecha que existe entre el
oprimido y el opresor; una espada que separa de manera irreversible al rico y al
pobre, al pequeño y al grande, al político y al pueblo.

No queremos vivir nuestra realidad eminentemente humana simple, sencilla y


humilde en servicio y entrega de la propia humanidad. Ese es el fuego que quema y
destruye. Jesús destruye el poder, el prestigio y la opulencia a fuerza de BIEN Y
MISERICORDIA. En su lugar coloca a la criatura, al Hijo de Dios, a TÍ. TÚ y YO
somos los importantes, somos la ovejita a quien Dios no la relega a la vera del
camino, sino que la busca, la encuentra, la coloca sobre sus hombros, la lleva a su
casa y hace una gran fiesta.

El político acudió a la corrupción para platicar sobre su situación afectiva, un tanto


trastornada. ¡Pidió consejo! Ella, evidenciando un limitado cerebro y un vacío corazón
aconsejó conquistar corazones con la espada de la demagogia. ¡Así lo hizo! FUE FELIZ...

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