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Un hielo en mi boca
©Universidad Bolivariana de Venezuela.
©Tibisay Rodríguez Torres
F. Nietzsche
EL ANTICIPO DE OTRA MUERTE
EN UN HIELO EN MI BOCA1
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Un hielo en mi boca
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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES
Wafi Salih2
2 Escritora venezolana nacida en Trujillo, 1965. Profesora en Lengua y Literatura por la Uni-
versidad Pedagógica Libertador, Magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad de
Los Andes y profesora invitada en la cátedra de poesía venezolana de esa institución. Se ha des-
empeñado como docente en la Universidad Pedagógica de Barquisimeto y ha sido coordinadora
de la Casa de la Poesía Hugo Fernández Oviol y de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello,
Capítulo Lara. Ha publicado los libros: Los cantos de la noche (1990), Las horas del aire (1991),
Pájaro de raíces (2002), El dios de las dunas (2005), Huésped del alba (2006), Caligrafía del aire
(2006), Cielos descalzos (2009), Vigilia de huesos (2007), Las imágenes de la ausente (2012) y
Con el índice de una lágrima (2013).
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“MUERTA UNA MUJER EN LO QUE PARECE
HABER SIDO UNA FIESTA RAVE”
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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES
Hoy probé algo nuevo: oxi-contin, algo así como heroína le-
gal. Se usa para el cáncer, la adicción es instantánea. Si la consu-
mes estando ebrio, te apagas, dejando solo el rastro de un idiota
ahogado en su propio vómito.
Pasé dos semestres sin hablar con nadie, solo iniciaba relación
con los libros y algunos profesores. Buscando encajar en cual-
quier grupo, encontré amores mediocres.
La oxi-contin viene en pastillas y la obtienes con récipe mora-
do. Fácil. Basta hacerlas polvo con la mano y aspirarlas. Es una
droga social, hablas con todos y de todo; no solo eso, te hace
subir de jerarquía.
No sé por qué, pero entre más fuerte sea lo que te metes más
te aceptan: cuando alguien bebe, quiere que tú te emborraches;
cuando alguien fuma, quiere que tú aspires; cuando alguien as-
pira, quiere que tú te inyectes; cuando hay alguien pinchándose,
quiere que seas tú el llevado por las brujas. Es así, los adictos
buscan afines para sentirse menos culpables.
¿Desaparecer? No es cierto que tenga problemas. Al contrario,
nada me acontece. La ciudad es bastante fría, a veces nieva y yo
no lo siento. Cuando estoy limpia las flores son opacas, la gente
deambula sin estar, la música se dispersa en el ruido y el concreto
de la Facultad parece derrumbarse sobre mí. Solo en la droga
tengo sentidos.
Hice diez años de ballet clásico. Un día, sin darme cuenta es-
taba bailando en raves. Sí, performances, con desnudos “artísticos”
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Un hielo en mi boca
B
Cultura de la indiferencia
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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES
Hay quien dice que el snuff no existe y que cada escena supone un
montaje hábilmente realizado por expertos, aún así, son muchos
los que pagan por ver estas grabaciones.
Dicen que el mejor lugar para rodar un snuff es en Sudamé-
rica, tierra de nadie. Las actrices: prostitutas, adictas y actrices
porno, las más aptas para ser seleccionadas; estas últimas firman
un contrato –casi voluntariamente– cuando pasan a ser cero po-
sitivas. Los hombres son descartados por la mayoría de los direc-
tores, puesto que no representan espectáculo alguno en compa-
ración con los gritos, expresiones de horror y placer sexual que
pueden generar las mujeres.
Más paranoia que realidad, el snuff es un tema para hacer pe-
lículas como Tesis y 8 mm.
Epílogo
Hace tres horas que corría por el bosque sudando lo último que
pudo lamer del lavamanos, atormentada por los duendes, huyen-
do de las brujas. El frío le quemaba los pies, mientras un rastro
rojo iba esparciéndose entre la nieve a medida que avanzaba. La
salida: atravesar el páramo o amanecer.
Mientras partía pensaba en dos cosas: una, en seguir corrien-
do; dos, en la imagen de la mujer violada como lo más significa-
tivo que me había acontecido.
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ALCANTARILLA
A Gabriel Peraza
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UN HIELO EN MI BOCA
A Gonzalo Valderrama
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Un hielo en mi boca
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***
Pudo ser:
Estimada Señorita:
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Un hielo en mi boca
Epílogo
La última vez que Danilo vio a Elisa fue cuando ésta, asustada,
salió casi corriendo del autobús. Recogió su bolso, no se detuvo
ni un momento a pensar en el destino del pobre hombre tirado
en el pasillo, al que todos los pasajeros, incluyendo al conductor,
se habían empeñado en patear.
Elisa se fue pensando en que había hombres, al parecer intere-
santes, que en realidad no lo eran, y también en que andaba increí-
blemente fea, pues se supo incapaz de despertar alguna emoción.
Danilo se apagó pensando que los contactos físicos directos
agobian, son inútiles, que lo mejor que había hecho en su vida
había sido escribir una carta nunca enviada a una cellista pelirroja
que le conmovió en Londres.
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FE
S
an Jacinto, 10 am. Un niño quiere ser monaguillo.
—¿Dónde está Dios, padre?
—Ven. En el cuarto te lo muestro.
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LA CASA Y LUCÍA
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COMO LOS MANIQUÍS
S u bata rosa se movía con el viento que se colaba por los pasi-
llos. Esa tarde, antes de subir, se había mirado largo rato en
el exhibidor de la calle de abajo. Como los maniquís tenía ciertos
ángulos buenos, su nariz, su piel, sus piernas. Cuando podía arre-
glar su cabello y maquillarse como hoy, no se veía tan mal.
El balcón del piso 15 la aloja como siempre. Últimos retoques
del maquillaje, última mirada en el espejo, último intento fallido
por entenderse bella.
El final era esperado. Como los maniquís, todos pasaban, la
miraban, seguían.
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DERIVACIÓN
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UNA CAUSA VENAL
—¡Mientes!
—Sí.
Él busca la máscara, ya es tarde. La joven da las instrucciones.
Él la toma por la fuerza. Ella no se inmuta. El grupo se dispersa.
No hay sangre pero sí muchos heridos.
—¿Ganaremos?, pude haberte amado.
Sigues soñando que la tienes cuando ella lo único que ha he-
cho es darte golpes… A eso le debemos tu vida, a la terrible sen-
sación de que tienes algo por qué luchar.
Ellos vuelven. Un poco de calma. Limpiamos la sangre. Algo
de rutina habitual.
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Y SÍ... EL AMOR NO EXISTE
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Tiempo-Espacio-Cuerpos
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Un hielo en mi boca
¿Por qué? ¿Por qué le había tocado ese cuerpo y esa vida? Solo
por respeto dejó que Diana continuara. Todo estaba decidido.
A la mañana siguiente, mientras el cuerpo de Diego era saca-
do de los rieles del metro, Diana encuentra sobre la cama la paga
por la noche.
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MIENTRAS EL BAÑO
—¿Por qué? –pregunta el doctor a Cecilia, mientras ésta se recupera del inten-
to suicida–, ni siquiera tienes edad para saber cuán mala la vida puede ser.
—Obviamente, doctor, usted nunca fue una niña de trece años.
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Y USTED… ¿QUÉ HUBIESE DICHO?
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EL MIEDO ERA LO DE MENOS
El 021-T
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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES
Arte y barro
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Un hielo en mi boca
Igual de gris
Aquel día le dejó entrar al 021-T a las 9:45. Sabía sus intencio-
nes, pero lo importante era su opinión sobre La Luisa.
—¿Y bien?
—No sé, muy común, me gustaba más tu trabajo anterior, el
de las muñecas, ése sí era excelente. ¿Ya me puedo ir? La luz de
este lugar me hiere los ojos.
—Apaguemos la luz entonces –dijo ella.
—Es muy tarde, mejor descansa.
Masturbarse por no poder golpearse y despertar… estúpida
Gaby, se dijo mientras cerraba la puerta.
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MÉNAGE
Clóset de Helios
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Se prefiere el metrosexual
Clóset de Fiona
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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES
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ALTERACIONES
A Gustavo C. Mascareño
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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES
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MUERTE POR INYECCIÓN LETAL
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ÍNDICE
Director General
JOSÉ GREGORIO LINARES
Coordinadora Editorial
TIBISAY RODRÍGUEZ
Asistente Administrativa
MERCEDES BITRIAGO
Diseño y Diagramación
ARIADNNY ALVARADO / EDGAR SAYAGO
Fotolito
FREDDY QUIJADA
Impresión
HERNÁN ECHENIQUE / CÉSAR VILLEGAS
IVÁN ZAPATA/ RICHARD ARMAS
Guillotina
ALCIDES GONZÁLEZ
Doblador
ROTGEN ACEVEDO
Encuadernación
ODALIS VILLARROEL / ANA SEGOVIA / CARMEN ARAGORT / REINA AGUILAR
Distribución
YURI LUCKSI
Promoción de Lectura
HENRY OCHOA
Un hielo en mi boca se terminó de imprimir
en los talleres de la Universidad Bolivariana de
Venezuela durante el mes de julio de 2013,
son 2.000 ejemplares,
Caracas, Venezuela.