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Primera edición Fundación Editorial El perro y la rana, 2006.

Primera edición por la Universidad Bolivariana de Venezuela, 2013.

Un hielo en mi boca
©Universidad Bolivariana de Venezuela.
©Tibisay Rodríguez Torres

Hecho Depósito de Ley


Depósito Legal: lf8612012800529
ISBN 978-980-404-014-6

Edición al cuidado de César Russian


Corrección: César Russian
Diseño de cubierta: Taína Rodríguez
Diagramación y montaje: Ariadnny Alvarado
Fotografía de portada: María Mercedes Suárez

Ediciones de la Universidad Bolivariana de Venezuela


Av. Leonardo Da Vinci con calle Edison, Los Chaguaramos
Edif. Universidad Bolivariana de Venezuela
Telf. (0212) 606.36.16/ 36.14
E-mail: imprentauniversitariaUBV@gmail.com
http: //www.ubv.edu.ve//

Impreso en la República Bolivariana de Venezuela


Esta publicación fue aprobada según resolución CU-11-18
Ediciones de la Universidad Bolivariana de Venezuela
RAJATABLA

Rajatabla, de Luis Britto García, se ha convertido en un clásico de


la narrativa contemporánea venezolana, por su carácter singular, ha
trascendido hacia nuevos planteamientos estéticos que siguen mar-
cando notable influencia en autores emergentes, precisamente por la
irreverencia de su forma, mezcla de asombro y conmoción.

La Universidad Bolivariana de Venezuela ha querido homenajear


esta irrupción de vanguardia, por ello inicia una colección dedicada
a aquellas historias que, como Rajatabla, han roto las barreras nece-
sarias para construir una voz propia y otros lenguajes.
A mi padre
Las acciones que menos se entienden son, seguramente, las que
van en pos de un fin, porque siempre han sido tenidas por las más
comprensibles y son para nuestra conciencia lo más cotidiano.
Los grandes problemas están en la calle.

F. Nietzsche
EL ANTICIPO DE OTRA MUERTE
EN UN HIELO EN MI BOCA1

En Un hielo en mi boca el uno, que encarna los distintos persona-


jes, se relata anegado de realidad, necesita hacer creíble la narra-
ción, por ello la temporaliza, la trae al presente frágil y huidizo
de la llamada posmodernidad, donde el tiempo es símbolo de la
intrínseca condición de abandono del ser humano: intento des-
ahuciado que nos recuerda que somos el fruto de un imposible,
revelado a través de imágenes simples, puras, casi cinematográfi-
cas: nos muestran la palidez artificial de la existencia, en tiempos
de hiperrealidad.

1 Publicado en la página literaria del diario El Impulso, Barquisimeto, 1 de enero de 2012.


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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Así, una voz narradora nos transmite sus estados anímicos, a


través de un lenguaje directo y sin retóricas, que resten fuerza
a su esencia narrativa. Los temas se escenifican con la cotidiani-
dad que se dice, lógica de lo leve y simple que logra que su prosa
imponga por seducción y persuada por identificación. Utiliza,
como en un cortometraje: planos cromáticos, visiones panorámi-
cas, tomas, encuadres, ángulos, en los cuales los personajes sirven
de metáfora a la ciudad con su asfixiante y monótona realidad.
Se trata de un espejo que proyecta el vacío continuo al cual debe
someterse, debemos someternos…

La realidad, por una parte, indica persistir en su extinción y


ser anticipo de otra muerte, por otro lado, incluirse en el dina-
mismo de la imagen presurosa y el lenguaje de la contemporanei-
dad para, franqueando las distancias con el lector, engendrar una
narrativa sobradamente comunicativa, es decir, diseñada para ser
y estar en un mundo de simultaneidad y enigmas prescindibles,
en el cual no se admite el truco fácil ni la recurrencia a los artifi-
cios, pues lo cotidiano marca el valor de lo distinto.

Un hielo en mi boca implica una  imagen urgente, que según


se enfoque, varía un mismo mensaje. Hace del texto un tejido de
episodios dinámicos donde la relación se establece por la iden-
tificación entre los discursos activados produciendo, gracias a la
limpidez y la simpleza de las historias, la atmósfera pertinente en
la cual fluyen las vivencias del que escribe y el que lee, comuni-

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Un hielo en mi boca

cación total, de almas cansadas, juego de los imaginarios, en un


solo latido, completa y valida la narración.

El automatismo de los personajes, el no revelarse ni reaccio-


nar, el estar suspendidos, individuales, finitos, también forma
parte de ese ritual que implica morir en vida. Por ello, la narra-
ción en el presente no es coincidencia, todo ocurre en tiempo
simultáneo, el pasado y el presente son quimeras, no importa
el paradero, ni el frívolo contacto con los amigos o el probable
e irreal encuentro con lo desconocido, porque todo conduce a
ningún lugar.

Tibisay Rodríguez Torres, en Un hielo en mi boca, expresa que


el hombre y la mujer de este tiempo parecen no ser capaces de de-
cidir, de asumir posturas definitivas y absolutas frente al mundo y
todo cuanto forma parte de él.

El juego de imágenes  se eleva más allá de lo pandémico y


celeste. Este estallido impresionista adquiere otra significación:
es el triunfo de la estética de lo visual, cuando el ser humano
pasa a formar parte de ese territorio expresivo que se convierte
en manifestación pura de lo posible, mezclándose con el objeto
percibido. Un cúmulo de sensaciones, donde no se palpa el de-
seo, esa forma quemante y obsesiva del instinto, la aspiración de
la posesión del otro, de perderse en el otro.

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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Encontramos en estas historias que autor, texto y lector son


cómplices en la desacralización del lenguaje, dejando a la intem-
perie el relato, abierto a la interpretación del universo visual que
desdibuja el mito de la racionalidad.

Wafi Salih2

2 Escritora venezolana nacida en Trujillo, 1965. Profesora en Lengua y Literatura por la Uni-
versidad Pedagógica Libertador, Magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad de
Los Andes y profesora invitada en la cátedra de poesía venezolana de esa institución. Se ha des-
empeñado como docente en la Universidad Pedagógica de Barquisimeto y ha sido coordinadora
de la Casa de la Poesía Hugo Fernández Oviol y de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello,
Capítulo Lara. Ha publicado los libros: Los cantos de la noche (1990), Las horas del aire (1991),
Pájaro de raíces (2002), El dios de las dunas (2005), Huésped del alba (2006), Caligrafía del aire
(2006), Cielos descalzos (2009), Vigilia de huesos (2007), Las imágenes de la ausente (2012) y
Con el índice de una lágrima (2013).

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“MUERTA UNA MUJER EN LO QUE PARECE
HABER SIDO UNA FIESTA RAVE”

D espués de haberme metido todo estaba tirada al fondo mi-


rando el pogo, escuchando música, con ganas de irme, aspi-
rando la nada. Andando así, lo fantástico y lo real son una misma
cosa, más aún si la ciudad alberga raras montañas y una frontera
que lindera el tráfico de los ácidos más potentes que existen.
Mientras la mayoría entablaba relación –mezcla de temor y
asombro– con los duendes, yo veía otras cosas.
Al gheto no fue fácil entrar. En principio pensé que no me
aceptaban por mis años –soy la más joven de Antropología–, más
tarde descubrí que mi forma de hablar era muy académica y neu-
tral, pienso que también influyó mi tendencia a creer que toda
persona que lee a Kafka seguramente es buena.

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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Hoy probé algo nuevo: oxi-contin, algo así como heroína le-
gal. Se usa para el cáncer, la adicción es instantánea. Si la consu-
mes estando ebrio, te apagas, dejando solo el rastro de un idiota
ahogado en su propio vómito.
Pasé dos semestres sin hablar con nadie, solo iniciaba relación
con los libros y algunos profesores. Buscando encajar en cual-
quier grupo, encontré amores mediocres.
La oxi-contin viene en pastillas y la obtienes con récipe mora-
do. Fácil. Basta hacerlas polvo con la mano y aspirarlas. Es una
droga social, hablas con todos y de todo; no solo eso, te hace
subir de jerarquía.
No sé por qué, pero entre más fuerte sea lo que te metes más
te aceptan: cuando alguien bebe, quiere que tú te emborraches;
cuando alguien fuma, quiere que tú aspires; cuando alguien as-
pira, quiere que tú te inyectes; cuando hay alguien pinchándose,
quiere que seas tú el llevado por las brujas. Es así, los adictos
buscan afines para sentirse menos culpables.
¿Desaparecer? No es cierto que tenga problemas. Al contrario,
nada me acontece. La ciudad es bastante fría, a veces nieva y yo
no lo siento. Cuando estoy limpia las flores son opacas, la gente
deambula sin estar, la música se dispersa en el ruido y el concreto
de la Facultad parece derrumbarse sobre mí. Solo en la droga
tengo sentidos.
Hice diez años de ballet clásico. Un día, sin darme cuenta es-
taba bailando en raves. Sí, performances, con desnudos “artísticos”
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Un hielo en mi boca

incluidos. La experiencia fue buena, me pagaban, además, siem-


pre fui invitada de aquellas fiestas. En consecuencia, tuve amigos.
La música me mantenía en un estado autista, sin embargo,
pude ver cómo se follaban a la chica de la agencia de modelos:
anoréxica, pálida, pulcra y perfecta. Yo sabía que ella se pinchaba
bajo las uñas para no evidenciar marcas, aún así, no era del tipo
de las que se dejan filmar.
Miro a la izquierda: los punkies siguen en su aquelarre. A la
derecha, la luz de la calle me ciega. No puedo con la escena porno
que me ofrecen gratis y en primer plano. Cierro los ojos, pienso
en la música.
Jamás noté que hace rato que alguien mantiene una suerte
de ensayo psicoanalizable con mi sombra, la cual permanece di-
fuminada en el sillón. Me pregunta si alguna vez he pensado en
morir… “Solo cuando estoy despierta”, le dije.

B
Cultura de la indiferencia

El snuff puede ser considerado un género cinematográfico, no


debe confundirse con el hardcore, el bondage o las escenas del
crimen; una película snuff implica asesinar a alguien y grabar su
ejecución con el único fin de comercializarlo.

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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Hay quien dice que el snuff no existe y que cada escena supone un
montaje hábilmente realizado por expertos, aún así, son muchos
los que pagan por ver estas grabaciones.
Dicen que el mejor lugar para rodar un snuff es en Sudamé-
rica, tierra de nadie. Las actrices: prostitutas, adictas y actrices
porno, las más aptas para ser seleccionadas; estas últimas firman
un contrato –casi voluntariamente– cuando pasan a ser cero po-
sitivas. Los hombres son descartados por la mayoría de los direc-
tores, puesto que no representan espectáculo alguno en compa-
ración con los gritos, expresiones de horror y placer sexual que
pueden generar las mujeres.
Más paranoia que realidad, el snuff es un tema para hacer pe-
lículas como Tesis y 8 mm.

Epílogo

Hace tres horas que corría por el bosque sudando lo último que
pudo lamer del lavamanos, atormentada por los duendes, huyen-
do de las brujas. El frío le quemaba los pies, mientras un rastro
rojo iba esparciéndose entre la nieve a medida que avanzaba. La
salida: atravesar el páramo o amanecer.
Mientras partía pensaba en dos cosas: una, en seguir corrien-
do; dos, en la imagen de la mujer violada como lo más significa-
tivo que me había acontecido.

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ALCANTARILLA

A Gabriel Peraza

A driana respiraba profundamente para animarse y darse


fuerza. Odiaba saludar, por ello, cuando sentía venir un co-
nocido miraba el piso o fingía buscar algo en su bolso.
Del otro lado de la acera viene Gabriel, seguramente pasará
la calle y será inevitable cruzar miradas. El truco del bolso él ya
lo conocía, así que decidió seguir mirando el piso y caminar más
rápido en busca de un refugio: alguna panadería, árbol, agencia
de loterías, cualquier cosa que le permitiera cambiar la dirección
para evitar el encuentro.
Lo que halló fue la hermosa e inevitable imagen de un millón
de cucarachas saliendo de una alcantarilla. Quiso gritar. No lo hizo.
Quiso desviar su curso. No lo hizo. Quiso mirar hacia otro lado pero
en lugar de esto contempló, horrorizada y aletargada, la repugnante
orgía de un montón de bichos ávidos y dispuestos a devorarla.
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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Desde el fétido hueco que Adriana escoge para aislarse de los


hábitos sociales puede notar la escueta sombra de Gabriel e, in-
cluso, sus deseos de acercarse y ayudar.
Ya ella, cual estatua perenne, ofrece su cuerpo a las criaturas
que comienzan a trepar por sus pies, pues supone más asqueroso
sentir la presencia de otro ser igual de miserable que ella pero que
aspira transmitir una ajena felicidad.
Así, mientras Gabriel avanza, ella cierra los ojos, piensa en
su cama y se queda inmóvil sintiendo a los insectos adentrarse
en su boca. Recuerdos, simples recuerdos de ciertos contactos
físicos la hacen reaccionar. Abre los ojos, encuentra a Gabriel,
quien le tiende una de sus manos.
Los animales, reproducidos por mil y uno, salen de todas par-
tes de su ser. Aquella grotesca fotografía produce el vómito de
Gabriel, quien, asqueado, se va.

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UN HIELO EN MI BOCA

A Gonzalo Valderrama

E staba lleno. Las almas circundantes no entraban ni por un


embudo, sin embargo seguían incorporándose pasajeros. Da-
nilo miraba por la ventanilla el ruido de la ciudad. Afuera, la gente
compraba contingencias para las inevitables fiestas navideñas.
Aburrido por lo que veía, decide rodarse al puesto derecho
que da hacia el pasillo antes de que éste sea ocupado. Error. Su
rostro quedó a la altura de un vientre menstruando. Trata de su-
mergirse en sus pensamientos pero no puede. Cierra los ojos.
Intenta dormir.
Cuando ya el viaje se hacía interminable, la música y los olores in-
sufribles, lo que pensaba Danilo, inenarrable, se sienta a su lado una
mujer blanca de piernas largas, vestida con una combinación rara, carga
un bolso espantoso de plástico, de esos que dejan ver todo lo que hay
dentro. Ese minúsculo detalle entretuvo, por fin, al impaciente pasajero.
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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Danilo observa con los labios entreabiertos. Hasta ahora


nada interesante en el bolso. Mucho maquillaje para su gusto,
el monedero negro con una figura manga, una libreta, teléfono,
dos bolígrafos tinta azul. Papeles inciertos. Ninguna pista que le
permitiese descubrir un rasgo particular de la personalidad de la
chica. Lo examinado correspondía exactamente con la fisonomía
de ella, nada fuera de lo común.
Una mariposa azul choca contra el vidrio, dos amplificadores
llenan de música colombiana los oídos de la vieja gorda situada
en la parte de atrás. El olor de los cigarrillos y el sudor se mezclan
con el vapor de la gasolina. Los pasajeros bien podrían “arrimarse
un poco más” como sugiere desesperadamente el conductor, pero
el decorado era así.
Las esperanzas de Danilo concentradas en lo que no estaba a
disposición de sus ojos dentro de ese ridículo bolso… “¡Mierda!”,
pensó, toda la puta vida igual.
Por fin cambian la emisora. Pese a lo alegre de la nueva melo-
día, la obstinación de Danilo impregna de sequedad su alrededor,
la gente lo sentía y hacía comentarios sobre el oscuro chico.
No lo querían dentro, sentían hacia él un sentimiento seme-
jante al odio. Todos le detestaban a excepción de su niña miste-
riosa que seguía sin prestarle el mayor reparo: ni siquiera notó la
inquisidora mirada del hombre en su bolso, pues ella, al parecer,
estaba acondicionada a otro tipo de contemplaciones.

24
Un hielo en mi boca

Ofuscado por lo absurdo de la situación, Danilo decide disi-


mular y concentrarse en otras cosas mientras piensa en una nueva
estrategia de espionaje. Rápidamente saca el libro del maletín.

Qué difícil es encontrar una pelirroja natural –juzgó–, no sé qué


haría de tener en mis brazos un cuerpo carmesí. Pensar que hay
quien se desvive por las rubias. Besar un dorado pubis es como meter
la cabeza en un pozo de agua, no hay olores, ni colores, ni menos aún
sabor… es nada, solo agua estática. Esas otras chicas en cambio –se
dijo–, no he visto un esplendor semejante ni nada más sublime que
una melena roja iluminando los antros de las calles.

Elisa tenía el cabello rojo, sí, pero a leguas se notaba artificial. El


rojo le servía tan solo para manchar el mar. Era un cuadro bastante
grotesco que a ella misma apenaba, por eso lo recogía en un moño
cuando tenía que dar algún concierto. Aún así: Danilo y Elisa.
Danilo en el bolso. Elisa en el bolso. Las manos en el bolso.
Los ojos en el bolso, el plástico oscuro. Adentro ella daba vueltas,
como si revolviese un caldo.
Él leía: “las investigaciones en masa producen objetos con-
tradictorios; ahora se prefieren los trabajos individuales y casi
improvisados…”. Realmente esta idea la hizo suya hasta su pre-
matura muerte. Entendía que la mayoría siempre se equivocaba y
quien mejor que él entonces para obviar a las masas.

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TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Danilo se sabía hombre ordinario, es cierto, pero en la ciu-


dad imaginaria del libro podría dejar de serlo en la medida que
“actuara” –en el sentido teatral– como genio. He aquí el pasaje
exacto: “Todos los hombres en el vertiginoso instante del coito,
son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea
de Shakespeare, son William Shakespeare…” .
No había pensado nunca en la copulación, pero recordó,
de pronto, la muerte de Romeo interpretada por la orquesta de
Berlín en la famosa obra compuesta por Tchaikovski, además, lo
mucho que le dolió el pecho al oírla.
Elisa por primera vez le observó, extrañada por la expresión
tan poco común del joven, él miraba a los demás como con rabia,
pero daba la sensación de que lo hacía sin mirarlos.
Pensaba profundamente en otra cosa, sus ideas al compás de
la percusión (espadas de la lucha entre Romeo y Teobaldo). Perte-
nezco al vulgo, triste realidad, pero aún disfruto el arte y eso me hace
distinto, es decir, no voy a la ópera para que me vean, voy porque me
gusta y me siento bien, aunque suene irónico pensar, por ejemplo,
que mis peores tragedias las he vivido en escenarios, pero es un dolor
divino. No como el sofoco inmundo que siento ahora con esta gente.
¿Y es que acaso la gente común no puede inspirar a un artista? Pro-
bablemente, todo puede causar la motivación del arte pero no todos
pueden hacerlo…
Este argumento fue intenso para Danilo pero se suavizó te-
nuemente, como la pieza del músico ruso, hasta volverse ínfimo.
26
Un hielo en mi boca

Ahora, en una casi absoluta calma: el viento y los violines de


Julieta. Cerró los ojos. Elisa dejó caer el bolso.
Danilo se concentró tanto en sus nuevos pensamientos que
no cayó en cuenta de que Elisa intentaba llamar su atención, se
mostraba abierta a cualquier tipo de plática y estaba totalmente
convencida de poder mantenerla. Esto era cierto, solo la aterro-
rizaba dar el primer paso. Las lecturas habían disparado la mente
de Danilo en mil. Recordaba sus momentos al lado de figuras
femeninas, lo bien que lo había pasado, pero no era suficiente.
La muchedumbre le miraba esta vez con mucho odio, parecía
resuelta a hacer algo; podía comprender a una persona irritable
o antipática y ya se había hecho a esta idea, pero logró ver detrás
del iris de Danilo algo distinto, brillante, hermoso. Un sentido
hecho con la ternura que causaban las vertiginosas miradas lanza-
das a su compañera de puesto.
Tales miradas fueron indicio y prueba contundente de que Da-
nilo les despreciaba profundamente y esto no era cosa a perdonar.
Mientras tanto, el hombre daba vueltas en torno a sus fan-
tasías, no buscaba la mujer ideal, ni su mitad, mucho menos su
sombra, tampoco creía en eso de la relación complementaria y
personas totalmente opuestas. Pese a su egocentrismo no per-
seguía exactamente a su igual, era más bien un ser igual, pero
transfigurado, artístico. Él proyectado en muchas formas, o sería
mejor decir, en muchas almas; algo así como Danilo en un sopor
surrealista. Para él era perfecto.
27
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

***

Pudo ser:

Estimada Señorita:

No puedo describir la sensación que me produjo esa pieza musical.


¡Gracias por invitarme! Hubiese preferido verla cantando a usted,
pero igual estuvo magnífica en su posición.
Le confieso que siempre he amado esa maravillosa pieza, tuve la
oportunidad de verla en Londres, con ballet y todo. Señorita, pese al
temor que se nos ha querido imponer con esta interpretación, yo he
sentido mucho placer.
Por cierto, la percusión es impactante y destructiva. Pero nada de
esto observé, fui desgraciado, le confieso que muy a mi pesar. En las
dos horas no pude salirme del espacio derecho del escenario, sabrá a
qué me refiero.
Solo le vi a usted, y en especial sus piernas luchando con el feroz
instrumento. No fue sensual para nada, como se suele pensar; fue
agresivo: una inusitada agresividad en la que usted casi desmaya por
mantener el control. Lucía espantosa, en contraste con el porte y la
lucidez con los cuales tocaban el resto de los intérpretes. Ni qué decir
del coro, con túnicas blancas gesticulando sobriamente. Religiosos.
Perfectos. Fue usted la maldita pagana, la única. La posición era
suya, no tema. No crea más en la castidad, entréguese a su pasión.
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Un hielo en mi boca

¡Diez años tocando el cello! No, señorita, usted ya no es virgen.


Siga en su paranoia como siempre quiso, sea la mujer más bella.
Yo lo creeré.

Carta para Usted

Yo le mando una invitación y usted me envía una rarísima foto suya


firmada de la siguiente manera: “Para que no se olvide de mi ver-
dadera cara”. ¿Qué pretende, señor? ¿Teme que lo idealice? Déjeme
decirle que nunca exagero mis sentimientos.
Lo que he visto en usted es hermoso, ¿cree que no le conozco? No
sé a qué se le puede llamar conocer. Desconozco, por ejemplo, su fa-
milia, su edad, su vida doméstica, desconozco sus emociones, no así,
creo saber algo de su sensibilidad.
Su verdadera cara no tiene que ver con las mecánicas respuestas,
tiene que ver con la pose artística: la irritabilidad, el desdén, la neu-
rosis, la ironía, la verdad quemante. Le observé, sí, vi cómo miraba
la silueta, la mía. Usted no me aflige.
Ciertamente, no me ha hecho reír nunca, aunque sí unas dos
sonrisas, sin embargo, para otras personas, ése, el bufón, es el ver-
dadero usted. Su escena me ubica en un mundo que nos ultraja
constantemente, esto no es nada nuevo, masoquistas por naturaleza,
sus indagadores. ¡No soy su fan! Un fan es un autómata que pide
autógrafos y no se cree capaz. No le agradezco que me permitiera

29
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

hacerle preguntas, más bien, es a la inversa. Pero no le reprocho nada


en absoluto, no lo olvide.
Ahora bien, esto es una simple especulación, no se crea que es un
esclavo de sí mismo, pero tampoco crea que es Usted a secas.
Tengo una teoría semejante a algo que decía Borges: “Todo aquel
que recita un verso de Shakespeare, es William Shakespeare”. Yo digo:
Todo aquel que esté con Usted, es, en ese tiempo, Usted, todo aquel,
pero no todos podemos ser Tú. Es decir, podríamos usurpar una per-
sonalidad distinta, podría sentirme un día Usted, mi interlocutor,
el tipo ese e, incluso, Tú. Pero para ello se necesita pasión y la pasión
se obtiene atormentando. No se puede atormentar a alguien que se
empeña en hacerlo él mismo.
Puedes decirme lo que no conozco de ti y sería infinito e intermi-
nable, mas no puede decirme lo que sí, tampoco exigirme lo que debo
recordar… Eso solo lo sé yo. Este diálogo que tenemos es asfixiante,
frío y tentador y me deja sin habla, con la sensación de un hielo en
mi boca.

30
Un hielo en mi boca

Epílogo

La última vez que Danilo vio a Elisa fue cuando ésta, asustada,
salió casi corriendo del autobús. Recogió su bolso, no se detuvo
ni un momento a pensar en el destino del pobre hombre tirado
en el pasillo, al que todos los pasajeros, incluyendo al conductor,
se habían empeñado en patear.
Elisa se fue pensando en que había hombres, al parecer intere-
santes, que en realidad no lo eran, y también en que andaba increí-
blemente fea, pues se supo incapaz de despertar alguna emoción.
Danilo se apagó pensando que los contactos físicos directos
agobian, son inútiles, que lo mejor que había hecho en su vida
había sido escribir una carta nunca enviada a una cellista pelirroja
que le conmovió en Londres.

31
FE

S
an Jacinto, 10 am. Un niño quiere ser monaguillo.
—¿Dónde está Dios, padre?
—Ven. En el cuarto te lo muestro.

33
LA CASA Y LUCÍA

R ecuerdo la casa que habitábamos en un intento de conviven-


cia. A duras penas: un solo mueble construido con restos de
madera, colchones sin cama, el olor a animal por todas partes,
porque cómo te gustaban las mascotas.
En mis ojos la imagen del piso siempre sucio; un manto gris,
las cenizas del cigarrillo, la ropa secándose de manera absurda en
la mesa del comedor, la vieja nevera que solo guardaba una lata de
champiñones, el elefante de madera arriba del televisor, creo que
era lo único que servía de adorno. El resto, desolación, peor gusto.
Desde luego, infaltables, los afiches del Che y el subcoman-
dante Marcos con su pasamontañas, recuerdos de un pasado ví-
vido, rebelde y ahora intrascendente. En nuestro cuarto, siempre
los invitados que van y vienen, sombras o no, están, siempre es-
tuvieron. Obras de arte los dibujos hechos con tiza, las grietas, las
35
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

filtraciones alrededor, en medio, por dentro, en toda la superficie


de las paredes.
Recuerdo que alguna vez parecía de artista tu no querer lim-
piar, no lavar, no cocinar, no amar, no hablar. El exasperante des-
orden que te empeñabas en mantener porque “no importa, esas
cosas no son primordiales”.
Tener que ver tus pies, darme cuenta que eran lo más horrible
de la vida. Qué absurdo todo, hasta el tiempo que tardaba bus-
cándote para notar que estabas en el balcón fumando, uno, dos,
los mil cigarrillos, era de un absurdo morboso.
Cuando entro a otras casas, la mayor de las veces siento, o
sentía, mucha envidia. No sé qué era más grato, si encontrar por
fin un olor agradable o respirar y no toser. Me parecía hermoso y
simpático poder sentarme en un sofá limpio y siempre tener algo
de comer. Todo ese orden espeluznante da la impresión de que
cualquiera es más infeliz que nosotros.
Creo que todo el problema con la casa, con las paredes, es
este necesitar compañía. ¿Qué tengo? ¿Qué tuve? Además de
nada, a cambio de nada, tener que verte a ti, tú que no eres
compañía para nadie, ni siquiera para mí, quizá lo fuiste al
principio para los gatos. A veces pienso que en realidad eres
una gata: sola y arisca. Tú gata, los demás a la expectativa de un
cariño insólito.

36
Un hielo en mi boca

Pero esos pensamientos pasan, al final uno se acostumbra al


olor, a tu silencio, a tus pies, a todo. Es entonces cuando al odiar-
te busco el balcón, pero solo están las cenizas. Desde luego que
comprendo, alguien por fin te dejó entrar, al fin y al cabo no eras
tan desordenada.

37
COMO LOS MANIQUÍS

S u bata rosa se movía con el viento que se colaba por los pasi-
llos. Esa tarde, antes de subir, se había mirado largo rato en
el exhibidor de la calle de abajo. Como los maniquís tenía ciertos
ángulos buenos, su nariz, su piel, sus piernas. Cuando podía arre-
glar su cabello y maquillarse como hoy, no se veía tan mal.
El balcón del piso 15 la aloja como siempre. Últimos retoques
del maquillaje, última mirada en el espejo, último intento fallido
por entenderse bella.
El final era esperado. Como los maniquís, todos pasaban, la
miraban, seguían.

39
DERIVACIÓN

E l día que quise perder la virginidad busqué flores amarillas,


creé algunas mentiras. Ni por un momento pensé que exis-
tiera la posibilidad del dolor. Jamás.
El día que perdí la virginidad supe que en los niños solo hay
momentos de juegos, tormentos agradables.

41
UNA CAUSA VENAL

E lla concentraba su mirada en un punto absurdo, sus senos tal


vez. Él, como tantas veces, agotaba sus fuerzas en el inútil acto
de besarla. Ella pensaba en cómo salir de la humareda lacrimógena
en la que se veía envuelta. Él daba las instrucciones al grupo para
la estocada final.
Ella subió la mirada. El joven falló esta vez, otra vez.
Ella se pronuncia:
—Algún día será como lo deseas.
—Solo quise nuestra libertad.
—La libertad tiene un precio.
—¿El tuyo cuál es?
—No soy la libertad.
—Ya no me importa. Dime por favor.
—Tampoco tengo precio.
43
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

—¡Mientes!
—Sí.
Él busca la máscara, ya es tarde. La joven da las instrucciones.
Él la toma por la fuerza. Ella no se inmuta. El grupo se dispersa.
No hay sangre pero sí muchos heridos.
—¿Ganaremos?, pude haberte amado.
Sigues soñando que la tienes cuando ella lo único que ha he-
cho es darte golpes… A eso le debemos tu vida, a la terrible sen-
sación de que tienes algo por qué luchar.
Ellos vuelven. Un poco de calma. Limpiamos la sangre. Algo
de rutina habitual.

44
Y SÍ... EL AMOR NO EXISTE

N o se imaginaba ella que al tiempo que Diego le hacía el


amor también planeaba morir en la estación Bellas Artes.
Él de pie, apoyando su espalda al espejo; ella, abajo, de rodi-
llas, inspirada. Diego piensa que lo mejor es aprovechar la pro-
pulsión del tren segundos antes de recoger los pasajeros.
Tenía Dianita quince años cuando lo conoció, llena de lluvia, a
la salida del teatro. Escogió la muerte en el preciso momento en que
Diana recorría con la lengua cada espacio de su extraño cuerpo.
Diego encarnaba cierto ideal: dinero, escritor famoso, actor
exitoso, viajero. Una especie de karma que cobraba a la vida por
haber sido un relegado social. Verlo en el escenario había sido
indicio para Diana de que la soledad y el tormento bien podían
ser recompensados.

45
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Ella moviéndose rítmicamente sobre él se debate entre su


escaso placer y el que, a sus ojos, se merece Diego. Él piensa:
“Mejor estar a las cinco, cosa de irme con los primeros viajeros,
después de todo no es más que eso, un viaje”.
Perderse en sus historias de sobrevivencia estudiantil, en los
antros, las calles, las putas, drogas, frustración sexual y más frus-
tración sexual, además sorbiendo el humor negro más tenaz, son-
reída por no saberse sola. Al fin.
Diana esforzándose hasta lo imposible por lograr llevarlo al
orgasmo. Pese a lo asimétrico de su cuerpo y el acné, era Diego el
hombre más hermoso con el que había estado en su vida. Diego
concentrándose en no sentir nada o poco, da igual.
Más tarde vendrían el abordaje, los acercamientos, las pláticas
comunes. El distanciamiento-retraimiento de ambos.

Tiempo-Espacio-Cuerpos

Así como Diego se hacía rico y famoso contando su decadente


historia personal. Así, el día en que sus pieles se encontraron, seis
años después, Diana se supo reivindicada por la vida. Nada podía
arruinar aquel momento.
Nerviosos y con ánimos de descubrirse mutuamente; él apagó la
luz abismado-enamorado de su inocencia. Ella, al no querer pasar por
inexperta, se portó a la altura de la más puta de los cuentos de Diego.

46
Un hielo en mi boca

¿Por qué? ¿Por qué le había tocado ese cuerpo y esa vida? Solo
por respeto dejó que Diana continuara. Todo estaba decidido.
A la mañana siguiente, mientras el cuerpo de Diego era saca-
do de los rieles del metro, Diana encuentra sobre la cama la paga
por la noche.

47
MIENTRAS EL BAÑO

—¿Por qué? –pregunta el doctor a Cecilia, mientras ésta se recupera del inten-
to suicida–, ni siquiera tienes edad para saber cuán mala la vida puede ser.
—Obviamente, doctor, usted nunca fue una niña de trece años.

Jeffrey Eugenides, Las vírgenes suicidas

M e gustaba observarla al bañarse. La forma en que levanta-


ba las piernas una por una al enjabonarse los tobillos y los
pies, la sonrisa infantil que le dibujaba el rostro cuando le caía el
agua directamente: cerraba los ojos, reía, abría la boca para tragar
el líquido que le bajaba por la cara.
Su cabello era largo, mojado casi le llegaba hasta la cintura. Yo
esperaba ansiosamente que se lo recogiera en un moño para la-
varlo con champú y así poder observar los hoyitos en su espalda.
Era bastante torpe, el jabón siempre se le resbalaba de las manos.
Sentía culpa al verla de rodillas buscando casi a ciegas, pero aún
así, lo disfrutaba mucho. Mucho.
49
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Es increíble la cantidad de cosas que puedes pensar mientras


ella se saca el jabón de las caderas y se queda un minuto total-
mente estática, sin hacer nada, solo mirando el agua que no la
toca. Detenida, como para que pueda observarla mejor.
Mi desesperación llegaba cuando se enjabonaba el pecho, en ese
tiempo no estaba casi desarrollado y sus pezones eran dos lunarci-
tos rosas. Ella los miraba con tristeza, quizá con dolor. Nunca los
enjuagó lo suficiente, lo que hacía consistía en una operación tan
rápida que tengo la certeza de que siempre quedaban vestigios de
su olor original, ese olor extraño que traen las niñas muy inquietas.
Así, recordaba haberla visto meciéndose en los columpios y
enseñando sus pantaletas de girasoles. Vestida era un placer dis-
tinto, cuando la espiaba desnuda la contemplación sucedía de la
misma manera en que se aprecia una pieza única de arte, intoca-
ble, invaluable, perfecta.
En cambio con ropa, maldita sea, solo pensaba en el momen-
to de arrancársela y ponerme encima de ella, lamerla, tener en mi
boca su sabor pueril. Sé que ella también lo quería, estaba en esa
edad en la que ya se ansía ser mujer real. En el día, un día, ese
día. Y el parque.
Yo nunca quise hacerte daño. Ojalá Kathy, un día, de pronto
dejes de creer que todavía tienes esa edad y que alguien te observa
mientras te bañas, porque ya no la tienes, porque ya nadie lo hace.

50
Y USTED… ¿QUÉ HUBIESE DICHO?

C uando Diego Luna, el actor mexicano que fungía de pre-


sentador para los premios MTV Latinoamérica, pregunta
al relleno de gente que tiende a aglomerarse hasta la muerte en
los márgenes de la tarima esperando rozar la mano de un artista
cualquiera:
—Los están viendo 400 millones de personas, ¿alguien tiene
algo importante que decir?
Luego cede la palabra –en un atisbo de genialidad– a quien a
su juicio tiene características de líder. Éste dice:
—“¡Qué viva Bolivia!” –gastando el tiempo televisivo.
Nadie notó que, en la espalda de Luna, otra persona (casi
relleno) también tenía una palabra importante que decir:
—“¡AUXILIO!”.

51
EL MIEDO ERA LO DE MENOS

Las diez: hora menguada, hora salvadora

P ara Gabriela el día se acababa cuando llegaban las diez en


punto. Inevitablemente sentía el hastío ya pasadas las ocho.
Como quien aguarda una llamada salvadora que anuncie buenas
nuevas, ella esperaba impacientemente que se hicieran las diez,
hora menguada.
Más allá de la rutina, sentada en La Dolce Vita, las imágenes
reflejadas en la vidriera, mientras encendía un cigarro, cruzaba las
piernas, agitaba el pie derecho, repetida y nerviosamente, tratan-
do de escuchar el vacío, negándose la posibilidad de seguir con la
vista: transeúntes, ruido, cháchara, carros, la vida.
Los ojos tomados de su punto predilecto: miraba la pared y
fingía escuchar a su compañero asintiendo con la cabeza de vez en
53
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

cuando, el pie seguía moviéndose y todos se daban cuenta –menos


él– de que ella esperaba otra cosa, quizás huir.
Ansiosa esperaba las diez, parecía una quinceañera en tránsito
a su primer vals o una condenada a muerte sentada en la silla eléc-
trica. Progresivamente, al paso de las horas, su ánimo iba quebrán-
dose; sentíase cada vez más triste, más el hambre, más el frío, más
dolor sentía, dolor en la cabeza y en la vagina. Extraña cosa, venía
a acumulársele el tedio en esa parte, es que pensaba tantas cosas la
pobre que en aquel tormento buscaba un punto delirante.
Casi las diez, Gaby y el pie y las diez que no se hacían. Él
que habla y habla, él que se marcha y se queda, él que es y no es,
juntos: un simple y árido instante que desaparece tras cualquier
palabra:
—Ya vengo, voy al baño –dijo de pronto.
—Apúrate ya van a ser las diez.
—Lo sé.
El calor de Gabriela que se va al bajar la palanca.
—¿La has pasado bien, mi amor? Son las diez, el día apenas
comienza.
—Sí, las diez, bien, sí, las diez.
En esa extraña confusión se marchan.
Desde siempre a las 10:15 pm, ya desnuda y a oscuras Ga-
briela se prepara para entrar en el abismo conocido, pregonar
sus alegrías incestuosas, reconciliarse con su hábito mortuorio,
calmar sus partes rosas, al fin… cerrar los ojos… al fin.
54
Un hielo en mi boca

El 021-T

Entrar a esa casa era sentir la desolación. Gabriela irradiaba seguridad


por donde quiera que se le mirara, pero al entrar a su habitación se
sentía la más frágil de las criaturas. Y el miedo era lo de menos.
Cuando en silencio notaba que todas las paredes eran de un
impecable y mortuorio blanco que jamás sintieron grieta. Alguna
vez, Gaby quiso pintar, decorar, comprar ciertas cosas, hasta en
un televisor pensó. Pero ésa no era ella. Su mundo es, no sé, es
mejor decir que no tenía mundo; o por lo menos no habitaba en
aquella casa.
Al despertar, el único pensamiento que venía a su mente era
tan mecánico como la certeza de que a esa hora todos los días
pensaba exactamente lo mismo: abre los ojos, se sienta al borde
del colchón desnudo –no hay almohadas, no hay sábanas–, se
frota los ojos y se lamenta profundamente de despertar otro día
sin alguien a su lado.
Descalza y desnuda recorre los pasillos de su largo apartamen-
to, sintiendo intensamente el frío en sus pies. Así, llegar al baño,
mirarse al espejo y darse cuenta de que otra vez no tiene ningún
moretón probatorio de algún furtivo contacto orgásmico o algo
que se le parezca. No hay nada, no hay nada, no hay nada… solo
el reflejo sombrío de su pálida y lampiña piel que ofrece misera-
bles matices de colores en ciertas partes.

55
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Por lo demás, a Gabriela le gustaba huir lo más rápido posi-


ble, y así la selección de su ropa era realizada totalmente al azar: lo
primero que encontraba y pronta a abrir la puerta. Quien entraba
al 021-T no podía cerrar los párpados hasta después de salir. De
ahí que a Gaby no le gustaba ser besada en la boca, no corría el
riesgo de sentir.

Arte y barro

El barro se moldeaba a las manos de Gabriela lo mismo que la


piel a los huesos de una cuasi anoréxica. Ser escultora desde niña
por jugadora de tierra no reprimida. Destino, genialidad induci-
da, conductismo: el artista se hace.
Aunque nunca pudo crear nada, sus esculturas surgían pro-
ducto de la imitación, era bastante buena, la gente le compraba.
Si bien la desazón había afectado casi todas sus piezas, nadie no-
taba que aquel trabajo estético tan perfecto carecía de cualquier
profundidad. Sin espasmos, sin reflexión, sin crítica.
Un alto en el camino: La Luisa, primera y última de sus muje-
res deformes, aún en construcción, cúmulo de toda la pasión que
pudo, la que le venía del humo de la ciudad.

56
Un hielo en mi boca

Igual de gris

Gabriela es de las que no se adornan, aun así es bella, aun así no le


gusta a nadie. Desesperada y ausente se masturba frente al espejo,
horrorizada de no pensar nada en particular mientras lo hace. Su
pensamiento es tan disperso y simple como las cenizas del ciga-
rrillo esparcidas por su habitación, e igual de gris. Masturbarse
por no poder golpearse y despertar… estúpida Gaby, mientras se
difumina el olor.

Sin luz, con luz, da igual

Aquel día le dejó entrar al 021-T a las 9:45. Sabía sus intencio-
nes, pero lo importante era su opinión sobre La Luisa.
—¿Y bien?
—No sé, muy común, me gustaba más tu trabajo anterior, el
de las muñecas, ése sí era excelente. ¿Ya me puedo ir? La luz de
este lugar me hiere los ojos.
—Apaguemos la luz entonces –dijo ella.
—Es muy tarde, mejor descansa.
Masturbarse por no poder golpearse y despertar… estúpida
Gaby, se dijo mientras cerraba la puerta.

57
MÉNAGE

N o. No nos atrevimos a emitir juicio alguno de aquel día. Lo


único fue decir: Libia no se puede enterar; de ahí más nada,
ni siquiera sé cómo fuiste capaz de besarme en la boca. Sí, todo es
atribuible al jarabe, la excusa más perfecta es el vestido azul y la
facilidad de quitarlo; además era parte del juego, nuestro ménage
â trois; aunque, de los tres, hayas sido el único en tener orgasmos.
Pasé la noche luchando con mi cuerpo para que cada movimien-
to fuese preciso, armónico. Eres tan suave Helios, hueles a mujer.
Héctor: juez y cómplice; espectador y actor ocasional según el
ritmo que solo nosotros supimos, porque lo acordamos un minu-
to antes en la ventana que da hacia la calle.
Tu mano perpetrando un lugar ya conquistado por otra mano;
el inevitable encuentro de ambas es incómodo pero sutil. Ustedes
lo saben, se miran, se repelen, se vuelven a mirar.
59
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Eras algo tan vago los últimos meses, apenas si recuerdo tu


rostro, tus manos, tu pelo azul. Ahora que sé que estás lejos te re-
cuerdo con nitidez; y es que, a diferencia de otros, nuestra barrera
no fue la distancia sino la cercanía.
Poco me importa tu relación con Héctor o nuestras conversa-
ciones sobre arte, eso ya no tiene sentido. De ti solo buscaba que
me aclararas si fui buena amante o no.
Cuando fuimos al Cordon Blue le dije a Héctor: “Tu amigo,
el de la banda, parece una niña”. Más tarde, cuando bajaste de
la tarima me dijiste: “Desde donde estaba podía ver la raíz de tu
cabello, te hace falta un tinte”.
En la mesa hablamos de la posmodernidad porque estabas
escribiendo una ponencia sobre eso. Rebates mis argumentos con
mucha facilidad. Lentamente me callo, miro hacia la pista de
baile y sonrío. Evita sonreír, decías, no te queda bien.
Nos conocimos inmediatamente.

Clóset de Helios

Impecablemente ordenado. Gel para el cabello, talco, colonia


para niños, desodorante, toallitas para la cara y condones consti-
tuyen lo esencial, visible. Ropa interior junto a las medias están
enumeradas en las gavetas de abajo. Arriba, pantalones y cami-
sas –diseños no seriados–. Un espejo grande, posters de películas

60
Un hielo en mi boca

y estrellas que brillan en la oscuridad terminan de decorar ese


rincón del cuarto. Cenizas de cigarrillo esparcidas en la cama,
extraño porque Helios nunca fuma dentro del cuarto.
A través del espejo puede verse claramente que Helios no está solo.

Declaración por desertar (posiblemente)

Nunca he estado solo, mejor dicho, mi cama nunca ha estado


sola. Déjame hablar, me toca, estoy cansado de oír. Ésta puede
ser una declaración de negación, solo quiero desmentir ciertas
cosas. Toda mi vida.
No soy gay. Sucede que no tengo prejuicios. Beso en la boca
a los amigos que amo. Claro está que no tengo muchos amigos y
no los amo a todos. Con las mujeres es distinto, puedo besar los
labios de miles y jamás amarlas.
Nada de lo que puedas decirme tú, y la mayoría de la gente,
me hace sentir mal. Estoy acostumbrado a no molestarme nun-
ca con nadie sino conmigo mismo. No miento, es así. Cuando
malintencionadamente me llaman afeminado no saben que en
realidad me gusta saberme así: neutro, sin tendencia, sin arraigos.

61
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Se prefiere el metrosexual

Hoy día las mujeres prefieren los hombres andróginos, es decir,


con características femeninas: frágiles, delgados, sensibles. Se aca-
bó el estereotipo del semental, macho, fuerte, viril.
Al contrario de los hombres que siguen atraídos por la hem-
bra “fértil”: labios carnosos, senos grandes, caderas anchas… las
chicas de ahora buscan los finos brazos de un hombre compren-
sivo. Lo que equivale a decir que, si se pudieran superar algunos
obstáculos como el sexo oral, una mujer sería totalmente feliz con
otra mujer.

Clóset de Fiona

Desorden. Perfumes baratos llenos de polvo porque nunca los usa.


La base principal del maquillaje son las sombras oscuras, nada de
rubores o labiales. Vestidos extraños sacados de un remate. Libros,
papeles que se mezclan junto con cepillos, desodorantes, todo tipo
de objetos personales. Bocetos de pinturas y un vibrador metálico
que en realidad es una lámpara sirven de adorno. El aire es una
mezcla de humo con otros olores, casi no se puede respirar.
La ropa interior y cualquier cosa están esparcidas en el piso.
Ventanas, puertas de la habitación permanecen eternamente ce-
rradas. No hay nadie.

62
Un hielo en mi boca

Desde el clóset (otra declaración)

Algunas veces esperamos que la rutina nos salve de lo inesperado.


Es mucho mejor sufrir la miseria de la costumbre que ator-
mentarnos los nervios por la esperanza de algo sin nombre. La
mayor de las veces, era algo maligno –es lo que se suele pensar–, y
por tener en mente esta idea estadística, simplemente, es mejor no
correr el riesgo. Así, como si nada, lo dejamos pasar. Qué alivio.
Todo es circunstancial, ayer nos vimos y fue circunstancial;
no creamos nada, no buscamos nada… todo fluye de la manera
más natural… y más cruel. Otra vez, otra vez y otra vez… es re-
petición: no hables, escucha mi voz, no hay suficientes palabras.
Redundante. No importa lo que hagas, estás sumergido en
esa música ensordecedora. Las leyes ya están hechas, intentar
cambiar la partitura es luchar contra la corriente. Mejor déjate
los audífonos puestos.
Quieres sacarme del letargo, te lo agradezco. Pero mírate pri-
mero a ti mismo, en mi vida siempre habrá Héctores y, finalmen-
te, el solitario eres tú.
Si me debato entre gustos ya es algo. Antes evitaba pensar que
existía otro camino. De niña me preguntaba si no daría lo mismo
casarse con un hombre que con una mujer. Ahora sé que una
mujer no da la estabilidad que necesita otra mujer, y sin embargo
es lo que busco. En el fondo, es lo que buscamos todas.

63
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Me atrevería a decir que éste es un mundo lésbico. Nos vesti-


mos para las otras y no para ellos. Incluso nos deleitamos más horas
mirando cuerpos femeninos buscando defectos que en la contem-
plación hacia cualquier hombre. Las características masculinas son
detestables, aunque no cueste admitir que nos gusta que arreglen el
computador, carguen las bolsas o nos acompañen al bar.

Noche de ambiente. La reordenación de las cosas

El Cordon Blue está lleno, llueve a cántaros. Tú andas con Libia,


la modelo mexicana que no sé de dónde sacaste; yo voy con Héc-
tor, tu amigo.
Son las dos de la mañana. Seguimos caminando bajo la lluvia
buscando un lugar donde seguir rumbeando, pero nada, todo es
muy caro o se reservan el derecho de admisión, claro, con este
aspecto que nos dejó el agua nadie nos dejará entrar. Idiotas.
Tres y veinte. Libia se quiere ir y a Héctor le da igual. Noso-
tros, cualquier cosa antes que regresar a la casa con nueve cervezas
encima, además Héctor se tiene que quedar en el apartamento
esta noche.
—Green Cay está abierto, probemos ahí –dice Libia.
—Es un bar de ambiente.
—Eso es muy fácil de arreglar, tú entras con Libia y yo con Héctor.
—Nos descubrirán, no es así de fácil. Mejor nos vamos.

64
Un hielo en mi boca

Todo pudo terminar o comenzar allí, un simple y significativo


intercambio habría restablecido el orden de las cosas. Mi deseo de
contar lo oculto y el pacto de tres se desvanecieron en la mirada
de Fiona, a quien supe cobarde para siempre.
—No hay problema en que te quedes esta noche Héctor, pero
nos toca dormir a los tres en mi cuarto, el de Fiona está inhabitable.
No. No nos atrevimos a emitir juicio alguno de aquel día. Lo
único fue decir: Libia no se puede enterar; de ahí más nada, ni
siquiera sé cómo fuiste capaz de besarme en la boca.
Sí, todo es atribuible al jarabe, la excusa más perfecta es el
vestido azul y la facilidad de quitarlo, además era parte del juego,
nuestro ménage â trois; aunque, de los tres, hayas sido el único
en tener orgasmos. Sí, de los tres, el menos desubicado siempre
fuiste tú.

65
ALTERACIONES

A Gustavo C. Mascareño

T rip Hop. Mi vida es una canción de Portishead: excesivamente


tenue con cortantes y secos repiques de la batería que vienen
a ser las menudencias que me atormentan. Se suele pensar que mi
vida es aburrida, pero es que quien disfruta del trip hop sabe que esta
música no es aburrida sino triste y gris, ello no quita ciertos desgarres
de voz y los golpes abruptos que lo sacan a uno del letargo pero que
rápidamente te devuelven a la linealidad de siempre.
Me di cuenta de esta analogía en la madrugada del sábado
13 de diciembre de 2003 mientras regresaba a mi casa de un
agotador viaje a Mérida. El bus salió a medianoche, tardaría ocho
horas. A mi lado se sentó Gustavo: buena elección porque me
hizo reír mucho y, además, llevaba un walkman –viejo y casi in-
servible– con el que pude distraerme escuchando un casete de
Massive Attack.
67
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

Fotografía Número Uno: antes de partir (primer baquetazo)

—¿Qué sabes de la fiesta de esta noche?


—¿Y ustedes cómo se enteraron?
—Hemos ido otras veces.
—Pana, a ésta no han ido porque no es una fiesta: es un rave,
un rave merideño. Les puedo dar las señas, pero no sé si lo sopor-
ten. Lo que sea que hayan hecho y visto no se compara con estos
tres excesivos días.
—Nada nos sorprende. Venimos de la ciudad.
—Precisamente, no somos ciudad ni pueblo, ustedes nunca
han estado aquí, esto es otra cosa.
¿Y a mí qué me importa si son excesivos o no? Cuando dije
que nada nos sorprende hablé por el grupo, pero realmente es-
taba hablando por mí. Si tiene que ver con la ciudad o no, me
supongo que sí. Vivo en pleno centro en un piso 21 y las alarmas
de los carros, de las tiendas, gritos de la gente, patrullas, am-
bulancias, música de buhoneros, disparos y toda clase de ruidos
violentos se producen con la naturalidad –y la indiferencia– con
la que suena a cada hora mi reloj despertador para recordarme la
agenda del día.

68
Un hielo en mi boca

Segundo repique. Punto de encuentro

La gente se encontraría en “El Hoyo del Queque” donde un trans-


porte partiría hacia el lugar donde se efectuaría el rave. Llegamos
al Hoyo a las 10:20 pm. Mismo trance locuaz con el Gocho.
—¿Qué clase de nombre es “El Hoyo del Queque”? –pregunté.
—Hace unos años esta zona era controlada por un tipo al que
apodaban el Tuqueque, más tarde lo redujimos al Queque, eco-
nomía del lenguaje que llaman. Un día, cuatro pelagatos que bus-
caban con desespero al jíbaro preguntaron: ¿Dónde está “el Que-
que”?, entonces alguien, señalando el lugar, dijo: Allá: en el hoyo
del queque. Tiempo después esos cuatro pelagatos montaron el bar
en la misma esquina donde antes hacían negocios de otros tipos.
—Muy optimista el cuento, parece una historia de Paulo
Coelho: “Fuma y vencerás”.
Nos fuimos a las 11 pm. Gocho y monte incluidos.
El monte era para las chicas. A mí no me interesa andar fu-
mao ni nada de esas vainas. No necesito alicientes, estimulantes
ni depresivos para sentir que vivo intensamente. Casi invaria-
blemente me mantengo en el mismo estado siempre: el punto
medio entre el dolor y el placer; es decir, lo importante es no ser
infeliz, me digo siempre.

69
TIBISAY RODRÍGUEZ TORRES

La fiesta. Dummy. Desgarre de voz en vivo

Un hotel periférico, viejo y semiabandonado. Decenas de perso-


nas que tienen en común el no querer ser comunes, música elec-
trónica, espectáculo visual, luces, pornografía, drogas, desenfado.
Ningún herido.
Las imágenes diluidas en el lugar eran calidoscópicas: la pro-
babilidad de que se repitiera la fusión exacta de hechos y escenas
era una de cada mil. Así, se podían sentir los olores más repulsi-
vos en contraste con el paisaje brutal de los alrededores o notar
cómo las personas pasaban en fracciones de segundos de la risa
incontenible al llanto, del llanto a la risa, en cambios vertiginosos
e incomprensibles para cualquier observador.
Recordé de pronto la danza infantil que hacía alrededor del
cuerpo inerte de mi madre, a ella la mataron para robarle lo que
le había quedado de la liquidación. Yo no entendía, apenas tenía
cinco años. Durante todo ese día pensé que se trataba de un jue-
go, que jugábamos al cementerio, a la bella durmiente o algo así.
Reí y bailé por horas hasta que los policías me hicieron llorar de
dolor por primera vez en mi vida.

70
Un hielo en mi boca

Regreso: “tenue, suave, aburrido”

Las chicas me pidieron regresar lo más pronto posible; lucían


espantosas, como sacadas de una película de Hitchcock. Cami-
namos hasta ver un hálito de luz y ahí esperamos que alguien nos
llevara, mejor dicho, nos sacara de ahí.
En el bus, mientras las muchachas se debatían entre dormir,
dejar de pensar o recrearse en una vida de intensidades y des-
madres, yo escuchaba trip hop, veía por la ventana las flores, la
montaña, el pueblo, la gente sonriente y, a la vez, al compás de
la música, sentía proyectarse como una película aburrida y lenta
las cosas que he visto y vivido, la sensación de hastío, el morbo
por estar, la indiferencia al terror, la rutina, el doble sentido de
todo, la miseria de las noches, la represión de los días, la muerte
como algo natural. Esos golpes secos de batería que no me tocan
el alma.

71
MUERTE POR INYECCIÓN LETAL

Miles de muertos en ataque al centro comercial. La policía


tiene la certeza de que el culpable es un hombre de raza negra.
Los desaparecidos permanecen anónimos.”
Ese mismo día son transmitidas por televisión las últimas pa-
labras de Jamaal Goldberg, a quien se le atribuye la muerte de 51
personas en el Cosmos Center. “Soy inocente”, repite desespe-
radamente antes de recibir en su negra sangre la inyección letal.
Mientras un negro hace de blanco, el asesino, blanco como la
nieve, duerme contando en su mente el número y el nombre de
las víctimas que aún permanecen tácitas porque la policía estaba
entretenida en las investigaciones para cierto show televisivo.

73
ÍNDICE

El anticipo de otra muerte en Un hielo en mi boca


Wafi Salih 13

“Muerta una mujer en lo que


parece haber sido una fiesta rave” 17
Alcantarilla 21
Un hielo en mi boca 23
Fe 33
La casa y Lucía 35
Como los maniquís 39
Derivación 41
Una causa venal 43
Y sí… el amor no existe 45
Mientras el baño 49
Y usted… ¿qué hubiese dicho? 51
El miedo era lo de menos 53
Ménage 59
Alteraciones 67
Muerte por inyección letal 73
DIRECCIÓN GENERAL DE PROMOCIÓN Y DIVULGACIÓN DE SABERES

Director General
JOSÉ GREGORIO LINARES

Coordinadora Editorial
TIBISAY RODRÍGUEZ

Supervisor Producción Creativa


LUIS LIMA HERNÁNDEZ

Supervisor del Taller de Impresos


RAFAEL ACEVEDO

Asistente Administrativa
MERCEDES BITRIAGO

Diseño y Diagramación
ARIADNNY ALVARADO / EDGAR SAYAGO

Técnico en Recursos Informáticos


NUBIA ANDRADE

Asistente de Organización Cultural


KARLY REQUENA

Facilitador en Asuntos Literarios


ALEXIS RAMOS

Fotolito
FREDDY QUIJADA

Impresión
HERNÁN ECHENIQUE / CÉSAR VILLEGAS
IVÁN ZAPATA/ RICHARD ARMAS

Guillotina
ALCIDES GONZÁLEZ

Doblador
ROTGEN ACEVEDO

Encuadernación
ODALIS VILLARROEL / ANA SEGOVIA / CARMEN ARAGORT / REINA AGUILAR

Distribución
YURI LUCKSI

Promoción de Lectura
HENRY OCHOA
Un hielo en mi boca se terminó de imprimir
en los talleres de la Universidad Bolivariana de
Venezuela durante el mes de julio de 2013,
son 2.000 ejemplares,
Caracas, Venezuela.

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