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Patricia Rice

MÁGICA, 01

LA MAGIA DEL
AMOR
ÍNDICE
Prólogo.....................................................................3
Capítulo 1.................................................................4
Capítulo 2...............................................................15
Capítulo 3...............................................................23
Capítulo 4...............................................................29
Capítulo 5...............................................................35
Capítulo 6...............................................................41
Capítulo 7...............................................................49
Capítulo 8...............................................................55
Capítulo 9...............................................................62
Capítulo 10.............................................................69
Capítulo 11.............................................................76
Capítulo 12.............................................................83
Capítulo 13.............................................................90
Capítulo 14.............................................................98
Capítulo 15...........................................................104
Capítulo 16...........................................................111
Capítulo 17...........................................................120
Capítulo 18...........................................................127
Capítulo 19...........................................................135
Capítulo 20...........................................................141
Capítulo 21...........................................................148
Capítulo 22...........................................................155
Capítulo 23...........................................................161
Capítulo 24...........................................................169
Capítulo 25...........................................................176
Capítulo 26...........................................................182
Capítulo 27...........................................................190
Capítulo 28...........................................................197
Capítulo 29...........................................................204
Capítulo 30...........................................................210
Capítulo 31...........................................................216
Capítulo 32...........................................................222
Capítulo 33...........................................................228
Capítulo 34...........................................................234
Capítulo 35...........................................................240
Capítulo 36...........................................................247
Capítulo 37...........................................................253
Capítulo 38...........................................................259
Capítulo 39...........................................................266
Epílogo.................................................................273
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA...........................................278

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Prólogo

—Mi madre ha muerto.


—Porque no me escuchó, cariño.
La anciana, que olía a hojas y rosas, estrechó a su nieta, de diez años,
en sus brazos rollizos.
—Mi padre no me quiere. —Ninian intentaba no lloriquear mientras se
acurrucaba en el primer abrazo acogedor que recordaba recibir.
—Porque eres una Malcolm, y los hombres le temen a lo que no
entienden. Lo comprenderás cuando seas mayor.
—Mi padre dice que soy una bruja, abuela. No soy una bruja, ¿no es
verdad?
—Eres una Malcolm, querida, que es casi lo mismo. Las brujas pueden
hacer mucho bien si oyen a sus mayores y hacen lo que se les dice. —La
anciana la apartó y enderezó los hombros de Ninian—. Quédate aquí a mi
lado; te leeré una historia. —Le dio una palmadita al libro con tapa de
cuero que estaba sobre su regazo.
—Mi madre no quería que fuera una bruja —susurró Ninian, de
repente asustada mientras subía a la silla y percibía la determinación de
su abuela.
—Tu madre negaba lo que era, cariño, y murió por ello. Nunca
niegues lo que eres, y vivirás una vida larga y feliz.
—¿Qué soy? —preguntó, mientras se acurrucaba en el abrazo
polvoriento de su abuela, momentáneamente tranquila por sus promesas.
—Una Malcolm, querida mía —repitió la anciana—. Siéntete orgullosa
y agradecida por tu herencia. Podemos tener cualquier cosa que
deseemos, si lo deseamos con la fuerza suficiente. Lo único que nunca
debemos hacer es negar quienes somos, como nos dice la historia. Una
vez un Ives intentó obligar a su señora Malcolm a negar su herencia, y eso
casi destruye el pueblo.
A Ninian le encantaban las historias. Gustosa, se acomodó para oír.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 1

Northumberland, 1750.

Sola, al borde del claro, Ninian Malcolm Siddons estaba sentada sobre
una piedra dada la vuelta que pertenecía al círculo que una vez había
dominado esa colina, y contemplaba la hoguera y las parejas que bailaban
y reían abajo. Ser una Malcolm era algo muy solitario. Esa noche, hubiese
preferido bailar, cantar y gritar de alegría a la luz de la lumbre, como
todos los demás.
Deseaba gritar y chillar: «¡Estoy aquí! ¡Aquí! ¡Soy yo!». Pero era
peligroso atraer ese tipo de atención. No podía satisfacer su naturaleza
volátil y tener una rabieta ante la injusticia de la vida; solo acrecentaría el
temor que el pueblo sentía por ella. Según le había enseñado su abuela,
debía recordar quién era, qué era, y sentirse orgullosa de ello. Tenía un
don y un talento como los que nunca se le habían concedido a nadie, y
debía utilizarlos con sabiduría. Hacer que los aldeanos le temieran no era
acertado.
Suspiró y puso los ojos en blanco por la exasperación. Los «dones» y
los «talentos» no eran tan valiosos ni apasionantes como la magia en los
cuentos de hadas. Si tan solo poseyera magia verdadera, podría evocar a
un enamorado para que bailase con ella. Sonrió cuando la fantasía se
representó en su mente. ¿Qué clase de enamorado evocaría? ¿Moreno y
apasionado? ¿Rubio y cariñoso? ¿Uno que le diera bebés regordetes y
alegres?
Uno que bailara con ella.
Nunca había ni siquiera pensado en compartir su vida con alguien
hasta que su abuela murió el invierno anterior. Dadas las circunstancias,
no valía la pena pensarlo ahora. Debía dedicar su vida a la gente de
Wystan, al igual que lo había hecho su abuela... o negar su herencia y
perder todo, como lo había hecho su madre.
La fogata brincó más alto en la noche estrellada de mayo cuando
alguien agregó broza nueva a las llamas. Con la ayuda de la luna, el claro
destellaba con el brillo plateado de mil velas y colmaba la noche de
encanto.
Beltane era una noche para celebrar la fertilidad de la tierra, para
librarse de la oscuridad del frío invierno. Debería regocijarse con la
promesa de la primavera, no preocuparse por lo que nunca podría tener.
Era hora de superar el dolor por la muerte de su abuela y seguir viviendo.
Ojalá supiera exactamente de qué se trataba. Ocuparse de sus
hierbas, curar a los enfermos y asistir partos no era exactamente la
promesa que había esperado, ahora que se enfrentaba sola a esas tareas.
Con impaciencia, se incorporó cuando un exceso de hilaridad y
alegría la sacudió con la proximidad de los bailarines.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¿Has oído? ¡Lord Ives está arreglando el castillo! —cacareó Tom, el


hijo del ruedero, mientras él y varios más se reunían para recobrar el
aliento.
—Todos seremos ricos —Alice, la hija de un granjero, expresó su
entusiasmo con regocijo.
—El año que viene, para esta época, tendremos cerdos gordos en
nuestros corrales y gansos en nuestras mesas. —El hijo de un ganadero de
ovejas, Nate, le pasó la jarra de cerveza a la persona siguiente.
El regreso de un Ives a Wystan después de todos esos años
preocupaba a Ninian. Había creído que la leyenda del libro de cuentos de
su abuela era un poco más que un cuento de hadas y nunca le había
temido... hasta ahora, con el reciente regreso del misterioso aristócrata.
Según la historia, hace mucho, mucho tiempo, los Ives y los Malcolm
habían sido la nobleza de aquella zona, habían construido castillos y
protegido a su gente. Pero según la leyenda, la catástrofe destruyó su
tierra feliz debido al matrimonio de un Ives y una Malcolm. La prosperidad
había desaparecido, los señores Ives se alejaron y solo permanecieron los
Malcolm, que cuidaron del pueblo lo mejor que pudieron. Cuando los
demás se marcharon a otros sitios en busca de riquezas, el pueblo se
redujo y ya no fue necesario más que un Malcolm allí, por lo que hasta los
Malcolm se marcharon. Las tías de Ninian siguieron a sus esposos
aristócratas y continuaron en tusca de mejores horizontes. El don
particular de Ninian funcionaba mejor en la soledad del pueblo, por lo que
había decidido quedarse atrás.
¿Por qué una leyenda salía de su libro de cuentos apenas hubo
muerto su abuela? Y si ese lord Ives podía hacer rico al pueblo,
¿necesitarían a Ninian para algo? ¿O traería la tragedia que predecía el
libro de cuentos?
Poniendo freno a un repelús de miedo y borrando de su mente esa
superstición estúpida, Ninian observaba con curiosidad a los solteros sin
compañía mientras los músicos comenzaban a tocar una nueva pieza.
Nate asió la mano de su compañera, Gertrude rio y se largó con él
para unirse a los danzantes. Mientras los demás jóvenes elegían a sus
compañeras y las parejas risueñas se lanzaban a la juerga, dejando atrás a
Ninian —una vez más—, sus hoyuelos desaparecieron y sus hombros
cayeron con el peso de la soledad.
No debería importarle que no la invitaran a bailar. Eran simples
muchachos incultos de pueblo, y ella era una Malcolm. Las Malcolm no
solo eran brujas, sino que también pertenecían a la nobleza, tenían una
educación que iba mucho más allá de los recursos de los simples
granjeros. Lo comprendía. En verdad lo hacía. Pero la música era muy
alegre y la luna, más que hermosa.
Una anciana rio cuando Gertrude abofeteó el rostro de Nate y se
marchó haciendo aspavientos.
—Aquel no tiene nada más que una cosa en mente —le dijo la anciana
a su compañero.
Todas las muchachas del pueblo sabían de las manos calientes y las
dulces palabras de Nate. Sin embargo, incluso ebrio de cerveza, bailaba
con buen paso y a Ninian no le hubiera venido mal dar una vuelta

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

alrededor del fuego. Solo una.


No era que esperara amor.

Un rito de fertilidad pagano, qué apropiado.


De pie en las más profundas sombras del lindero del bosque, Drogo
Ives, conde de Ives y Wystan, observaba, con los brazos cruzados, arder la
fogata en el claro hacia el cielo. Las notas hipnóticas de la flauta y del
violín se movían en el viento junto con los sonidos de las risas.
Había llegado a esa región desierta del norte de Inglaterra con la
esperanza de estudiar las estrellas, no el comportamiento humano. Solo
Dios sabía que en Londres tenía suficientes especímenes que estudiar si
hubiera deseado escoger la ciencia de las personas; no obstante, prefería
la distancia y la precisión matemática de las estrellas. Al menos las
estrellas eran predecibles.
La hoguera había despertado su curiosidad cuando la vio desde sus
ventanales. Había pasado un día largo y agotador con las cuentas de las
tierras, la correspondencia y las decisiones con respecto a las últimas
aventuras de sus hermanos y, de manera inexplicable, se sintió atraído
por la vista de las llamas que brincaban.
Una silueta solitaria, escondida en la penumbra entre él y las alegres
parejas en el claro, atrajo su curiosidad. Podría no ser de esa zona, pero
tenía el suficiente conocimiento del folclore como para reconocer la
celebración de Beltane del pueblo. Cuando terminaban los rituales de
fertilidad de primavera, se tornaba bastante insulsa. Incluso reconocía el
deseo primitivo de procrear dentro de sí mismo. La calidez de una nueva
víspera de mayo, el zumbido de las criaturas nocturnas de la naturaleza
buscando pareja, las aves expectantes y las plantas florecientes de la
primavera, incitaban hasta lo más estoico del género humano al deseo de
crear réplicas de sí mismos en el interior del útero de una mujer.
Drogo cerró con un estruendo una puerta de acero a aquel
pensamiento mientras observaba la solitaria silueta en el claro.
Su cabello rubio brillaba con la luz de la luna, se rizaba en bucles
salvajes sobre sus hombros y hasta la mitad de su espalda, no estaba
cubierto ni con un sombrero ni con un velo. Había vislumbrado su rostro
con anterioridad mientras ella intercambiaba palabras con algunas de las
parejas. Tenía un rostro redondo de una pureza de color marfil, con
misteriosos ojos claros que apenas podía distinguir bajo la franja plateada
de la luz de la luna.
Y tenía una figura por la que los hombres matarían. Contemplaba su
prominente busto y su esbelta cintura con una mirada desilusionada. Una
belleza silvestre, hecha para la reproducción. Vaya, entonces, ¿no era
parte de una de las parejas apasionadas que danzaban alrededor del
fuego? Debería saberse al dedillo la concurrencia de los hombres que
bailaban.
No tenía ninguna intención de involucrarse mucho en los asuntos del
pueblo sobre los que podría preguntar. Ansiaba una soledad que no podía
conseguir en Londres, y no necesitaba otra mujer que le fastidiara la vida
ni la mente. Sería mejor que regresara a sus estudios en la torre o a la

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

tediosa cantidad de mensajes frenéticos desde Londres.


La diosa plateada se volvió justo lo suficiente como para que él
pudiera ver la añoranza en su expresión, una añoranza que se asemejaba
mucho a la propia, y la soledad de ella casi lo deja paralizado.
Se negaba a sentirse de ese modo. No tenía derecho. Tenía en su
mesa mucho más de lo que le fuera posible consumir.
Pedir un manjar que no era suyo era de un egoísmo detestable.
Como percibiendo su conflicto emocional, la doncella de la luna se
volvió y miró hacia el bosque, donde él se encontraba. Su excitación
intensa y repentina al ver sus rasgos iluminados por las estrellas decidió la
cuestión. No se convertiría en su padre, bailando despreocupado hacia la
llamada de la tentación, siguiendo a su polla como una cola.
Dejó que encontrara a otro compañero para esa noche de amorío. No
tenía nada que ofrecerle.

Ninian se estremeció cuando creyó ver una sombra que se introducía


sigilosamente en la oscuridad. Quizás Satanás salía de paseo en una
noche como esa, como le había advertido su abuela, pues solo un demonio
sin alma podía escapar a su percepción. Su don de percibir los
sentimientos humanos podía hacer que no comprendiera lo que sentía,
pero le daba la habilidad de advertir la presencia de alguien.
Su abuela le había enseñado a tratar con los demonios externos,
como los hombres peligrosos. Ninian deseaba que le hubiera enseñado a
tratar con los demonios internos, como la duda y la soledad. Su abuela le
había enseñado todo lo que se sanaba fácilmente con hierbas y amuletos
aunque, según Ninian, los amuletos no podían curar cualquier cosa. No
obstante, respetaba la memoria de su abuela y mantenía la mente abierta.
La mujer sabía mucho más de lo que Ninian esperaba aprender alguna
vez.
La música cambió y las parejas risueñas se distanciaron del fuego. En
lugar de marcharse, como debería haber hecho, permaneció allí.
Esperaba, sin perder la tonta esperanza de que al menos uno de los
hombres se animara a invitarla a bailar, ahora que habían bebido más
cerveza. Hacía todo lo posible por sonreír con ingenuidad, como lo hacían
las otras doncellas.
—Dicen que el conde tiene tres esposas —comentó Nate, riendo,
cuando se acercó. Una vez más su brazo envolvía con firmeza los hombros
de Gertrude.
—Dicen que todos los Ives son demonios que solo recorren la noche.
—Tom sonreía, mientras Alice chillaba de horror y se acurrucaba más en
sus brazos.
Quizás Ninian no era la única que había notado una presencia al
borde del bosque. Miró por encima del hombro una vez más, pero la
sombra había desaparecido.
—¿Sabéis lo que dicen que sucedió la última vez que un Ives caminó
por esta tierra? —susurró Nate con el tono amenazador de un hombre que
relataba una historia de fantasmas—. Se juntó con una bruja y todo el
valle se inundó.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Todas las cabezas giraron en dirección a Ninian.


A Ninian se le agrió el estómago ante la atención. No importaba
cuánto se esforzara por ser una de ellos: la maldición de su herencia
siempre levantaba barreras. No sabía por qué se les había unido esa
noche, excepto que a veces, en la cabaña, resonaba la soledad.
Harry, el zapatero, volvió a atraer la atención hacia sí mismo.
—Ya que este Ives tiene tres esposas, es probable que no necesite
más, ¿no es verdad?
Los chavales se mofaban a carcajadas. Las mujeres reían con
nerviosismo.
Agradecida por el foco de distracción de Harry, Ninian se aferró a su
sonrisa con hoyuelos y observó el baile, mientras la conversación
continuaba sin ella.
Incluso Harry, quien la había defendido verbalmente desde que le
había soldado su dedo roto, nunca hacía más que saludarla con la cabeza.
Se necesitaba un hombre valiente de veras para cortejar a una bruja
Malcolm. A esas alturas, debería estar acostumbrada al rechazo.
Las supersticiones de los aldeanos sobre sus orígenes no hacían que
se preocupara en exceso. Inglaterra no había quemado una bruja en...
eh... cien años o más. Ni habían colgado a una en veinte o treinta años.
Tenían métodos más civilizados de destruir a las brujas en ese momento.
Una palabra o una mirada incorrecta, y no vería más que sus frías
espaldas. Y tras las cosechas escasas de esos últimos años y después del
mal invierno, no podía culparlos. A diferencia de su abuela, no podía
convencer a las personas de hacer lo que era bueno para ellos con
amuletos y promesas. Solo podía sanar a los enfermos con sus
conocimientos sobre las hierbas. Su don para la empatía era
excepcionalmente inútil, y más un fastidio que una ayuda.
Deseaba que las cosas pudieran ser diferentes. Solo por una vez
quisiera que alguien la aceptara como era, que la abrazara fuerte y bailara
con ella a la luz de la lumbre, como las personas normales.
«Y en realidad soy normal», se decía a sí misma con firmeza. Solo
sabía un poco más sobre hierbas que la mayoría, tenía una habilidad
impredecible para percibir lo que sentían los demás, y la inteligencia para
aplicar ambas. No era una bruja. Era una Malcolm.
Sin embargo, en la mente de muchos, no había diferencia.
Con un suspiro lleno de ilusión, Ninian se alejó del claro y se adentró
en el bosque, lejos de las celebraciones, lejos de la vista de los demás que
iban con disimulo, pareja a pareja, hacia las sombras de la hierba y los
árboles, allí, para crear la cosecha excepcional de bebés a cuyos partos
asistiría llegado el invierno. Bebés que nunca tendría. La mejor manera de
eliminar el dolor que le causaba ese pensamiento era con el trabajo.
Ninian se paseó entre los árboles, dejó bien atrás la hoguera y la
multitud apasionada, y buscó el arroyo rumoroso en el que habitaba la
hierba que necesitaba. Bajo la plena luz de la luna, la agrimonia debería
contener todo el poder que necesitaba para el trabajo del día siguiente.
Deseaba que el arroyo corriera a través de la propiedad de su abuela para
no tener que desviarse tanto para conseguirla. Sin embargo, nadie se
había quejado jamás de su intromisión en la tierra de los Ives. Desde

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luego, hasta hacía poco, no había habido nadie para quejarse.


Lord Ives sin duda había despertado una controversia al regresar
después de generaciones de abandono, pero Ninian no disfrutaba del
cotilleo. Claro que ningún hombre podía tener legalmente tres esposas.
Conocía lo suficiente del temperamento humano como para dudar hasta
de su habilidad para tener a tres señoras bajo un solo techo, aunque
pensar en la naturaleza de semejante hombre despertaba fantasías
peligrosas.
Regresó de manera deliberada a los pensamientos de las hierbas y a
la mejor manera de convencer al pequeño hijo de Mary para que bebiera
una infusión de ellas y así aliviar su dolor de garganta, y no advirtió la
presencia que la seguía hasta que fue demasiado tarde para esconderse.
Supo de inmediato quién era y por qué. Nate. Justo cuando captó la
fuerza de su arrogancia, junto con un enfado confuso y un olorcillo a
miedo, él apareció tambaleante desde una curva del camino.
La atrapó en campo abierto sin ningún lugar adonde correr y ella
ejerció su mejor defensa, la que utilizaba para hacer reír a los niños.
Parpadeó con inocencia y se enroscó un rizo en el dedo. Sus rasgos con
hoyuelos, los bucles rubios y los ojos azules podían lograr que un hombre
dudara de las leyendas. ¿No eran todas las brujas misteriosas y
peligrosas?
—Vaya, Nate, ¿qué haces aquí? Gertrude se sentirá muy
decepcionada sin tu compañía.
—Gertrude se ha marchado con ese patán, Harry. Tú eres mucho más
bonita que ella. No debiste haberte marchado tan pronto. —Se acercó con
sigilo, mientras le miraba el busto.
Podía advertir que olía a cerveza y sintió su peligrosa determinación.
A pesar de su baja estatura, Ninian sabía que era fuerte, pero Nate no solo
era más alto, sino que también pesaba varios kilos más.
—Vaya, Nate, qué amable de tu parte acompañarme a casa —
respondió a la ligera—, pero de verdad, no es necesario. Regresa a
divertirte.
—La tierra de Ives está muy lejos de tu cabaña —dijo Nate con
desconfianza.
—¡Ah, pero necesito el berro del arroyo! —Ninian se escabulló cuando
él alargó la mano para cogerla. Si no era lo suficientemente buena para
bailar delante de todos, desde luego que no tenía intención de coquetear
con él en privado. Podía estar sola, pero no era tonta—. Estaré bien. Vete.
—Sabes que no hay otro hombre en el pueblo para ti excepto yo. —
Probó un tono de voz engatusador mientras se acercaba a ella—. Mi padre
posee muchas ovejas y mucha tierra. Soy fuerte. Puedo hacer el trabajo
de tres hombres.
Ninian sabía la clase de «trabajo» que tenía en mente y reprimió una
risa irónica ante su vanidad.
—¡Vaya, Nate! Me halagas. —No podía correr con la rapidez suficiente
como para escapar de él, pero tenía cinco veces más ingenio del que él
poseía, en especial cuando estaba confundido por el alcohol.
—Te mostraré lo bueno que puedo ser. —Al parecer, alentado por la
falta de coquetería de ella y una buena cantidad de grog, Nate hizo a un

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lado sus temores y la cogió.


Preparada, Ninian dio un paso a un lado y extendió un pie para que
tropezara. Inmerso en el aturdimiento inducido por el alcohol, resbaló en
el lodo, alzó los brazos para estabilizarse y cayó de lleno en el arroyo
helado. Eso debió ahogar su fogosidad excesivamente caliente.
Ninian supuso que con un comportamiento como ese, merecía los
epítetos que él le profería mientras se incorporaba, jadeante.
—¡Pagarás por esto, bruja! —gritaba, agitando el puño hacia ella
mientras por su frente corrían regueros de agua.
¡Vaya! No vale de nada evitar el rencor. También podía arrojar
ramitas y piedras si continuaba comportándose de esa forma.
—¡Si en verdad fuera una bruja, haría que se te pudrieran los cojones,
imbécil! —le respondió gritando. Su abuela no se hubiera sentido feliz.
Después de todos esos años de tomar el camino seguro y estrecho, lo
tiraba todo en un ataque de rencor. Se creía más lista.
Maldiciendo, Nate se incorporó sobre las piedras resbaladizas,
salpicado hasta los pies y atacado por la ribera y por Ninian. Vaya, quizás
no había perdido por completo su apariencia inofensiva. No le temía lo
suficiente como para correr.
Cuando la cogió, una fría voz se entrometió desde la oscuridad de los
árboles.
—¿Hay algún problema?
Sorprendido por oír una voz que no provenía de ningún sitio, Nate
volvió a resbalar en la orilla y se cayó en el agua una vez más. En medio
de la retirada, Ninian quedó helada.
No había sentido ninguna presencia. ¿Cómo era posible? Nunca nadie
se había acercado a ella de esa manera sin que su sentido superior le
alertara. Con los ojos bien abiertos, se volvió de manera brusca en la
dirección desde la cual surgía la voz.
Nate se quitó el agua de los ojos de una sacudida y volvió a ponerse
de pie de un brinco, pero de manera inestable.
—¿Quién está ahí? —exigió saber.
Ninian sospechaba que temblaba de algo más que de frío. A pesar de
sus alardes, Nate tenía las mismas supersticiones ignorantes que la
mayoría de los vecinos. En ese mismo instante, ante el sonido de la voz
espeluznante e incorpórea, Ninian comprendió su temor ante lo
desconocido.
—Discutíamos sobre mi capacidad de regresar sola a casa —
respondió ella con osadía, deseando que el extraño se dejara ver. La
ausencia de cualquier emoción humana desde donde provenía la voz la
asustaba tanto como la ausencia de una presencia física.
Para su alivio, una sombra sólida se separó de los árboles. Era un
hombre, más alto que Nate, con anchos hombros y un físico tan elegante
que resultaba inquietante; el intruso misterioso ocultaba sus rasgos al
permanecer aún alejado de la luz de la luna.
—Estáis invadiendo una propiedad ajena —afirmó con la misma falta
de inflexión que la primera vez que había hablado.
—¡Lord Ives! —Nate salió rápidamente del arroyo, subiendo con
dificultad la orilla del lado opuesto. Le lanzó a Ninian una mirada aterrada

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—. ¡Él es el demonio y tú estás aliada con él!


Ninian suspiró ante la inevitable conclusión y alzó los brazos, agitó los
volantes fruncidos de sus largas mangas y lanzó un espeluznante «¡bu!»
en dirección a Nate. Rio cuando Nate huyó por el bosque dando alaridos.
—Me alegra que eso le divierta —dijo lord Ives desde atrás, con lo que
pudo haber sido un toque de mordacidad—. ¿Le importaría explicarme qué
significaba eso?
Desde luego, que el señor era nuevo en la zona. No conocía el folclore
local sobre las brujas Malcolm y los demonios Ives. Ella se volvió para
juzgar su reacción y debió alzar la mirada mucho más de lo que le
agradaba. A través de los rayos de luz de la luna, su silueta se veía
asombrosamente imponente y demasiado cercana.
Su abuela le había enseñado sobre las tentaciones de las fuerzas
oscuras hada las cuales las brujas se sentían atraídas. Debería ser
cautelosa.
—Bienvenido a Wystan, milord. —Hizo una reverencia como le habían
enseñado hacía mucho tiempo. Al enderezarse, agregó con picardía—: Soy
Ninian Malcolm Siddons, bruja residente. —Su abuela también había
jurado que en su interior residía un diablillo en lugar de brujería.
En vez de reír o alejarse por temor, como haría cualquier hombre
normal, lord Ives inclinó la cabeza con interés.
—¿Ninian? ¿El nombre de una santa?
No solo era audaz sino que también poseía conocimientos sobre
historia antigua. Interesante. Su abuela decía que a los hombres no les
daba por aprender.
—Mi madre tenía un extraño sentido del humor —admitió. Era muy
extraño que inquiriera acerca de su nombre, y no sobre su reputación.
—Ya veo. —El toque de mordacidad desapareció en los tonos fríos
otra vez—. No creo que este bosque sea seguro para que una joven ande
de noche. La acompañaré hasta su casa.
—Por favor, disculpe la intromisión, milord —dijo ella con retraso—,
pero hay hierbas que necesito en este arroyo. ¿Le molesta?
—¿Le importaría si digo «sí»?
También era observador. Negó con la cabeza.
—Lamentaría mucho ir contra sus deseos, pero no dejaría al joven
Matthew con un dolor de garganta.
—¡De acuerdo! —pareció retraerse, o tal vez la luna se había
desplazado detrás de una nube—. Entonces, continuemos con eso.
Entiendo que es una herborista y no una bruja.
—Veo que es un filósofo innato —comentó ella de forma evasiva
mientras echaba una mirada a la orilla del arroyo donde crecía la
agrimonia. No le importaba lo que creyera, y se negó a sucumbir ante la
tentación de una fantasía de Beltane.
Muchos hombres eran altos y de físico elegante, con voces que
podían atraer la atención con solo un susurro. La abuela le había dicho que
el demonio poseía tales encantos, mientras prometía mucho y hacía el
mal. Si simulaba que el conde era Satanás, podía ignorar con tranquilidad
el repiqueteo inusual de su corazón ante su proximidad. Solo por el hecho
de haber deseado un amante no significaba que caería ante los encantos

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de cualquier hombre que apareciera... y desde luego, no ante un Ives.


Frunció el entrecejo y se agachó para observar mejor el lecho del
arroyo. Quizás la oscuridad ocultaba lo que sabía que había allí.
Él debió haber oído el insulto que murmuró por la frustración. Se
acercó. Sus largas piernas enfundadas en botas se detuvieron cerca de su
mano.
—¿Qué sucede?
—Ya no está. Solía crecer tupida... —Avanzó al otro lado de la maleza,
buscaba más cerca del agua—. El berro ya no está tampoco, pero eso
podría ser... —Pinchó la tierra húmeda de la orilla con una rama—. Nada
mata las violetas —murmuró confundida—. ¡Los encantadores juncos
están secos! —exclamó un momento más tarde—. ¡No es posible!
Se agachó a su lado y clavó su bastón en el dique.
—No veo mucho más excepto piedras. ¿Está segura de que es el lugar
correcto?
Los finos vellos de la parte posterior del cuello se elevaron cuando la
mano de él casi roza la suya, pero frente a un desastre de esas
proporciones, no tuvo paciencia con su extraña reacción. El arroyo le
proporcionaba una buena parte de los remedios. Si no podía curar, ya no
había lugar para ella allí. Un frío estremecimiento le heló la sangre. Sin
duda la leyenda de que las Malcolm y los Ives atraían el desastre no podía
ya estar haciéndose realidad. Quizás eran solo los hombres Ives los que la
provocaban.
Se negaba a que el pánico la invadiera y pinchó más lejos,
contracorriente.
—Sé que es el lugar correcto —murmuró, principalmente para sí
misma. No estaba acostumbrada a que alguien la acompañara, y la oscura
silueta que era su compañía se mostraba de manera muy extraña, le
permitía ignorarlo a gusto—. Aquí está el sendero que marqué. Aquí es
donde coloqué las cenizas y el estiércol para enriquecer la tierra. Sé... —
Se detuvo y rompió una rama de sauce que colgaba del dique—. Seco —
susurró cuando la rama se quebró.
—Los árboles se mueren —acotó él desde atrás—. Con esta fría
humedad, es un milagro que vivan.
—No. No, no está bien... —Caminaba con cuidado en la oscuridad,
rompía una rama por aquí, se agachaba para observar la raíz de un árbol
por allá—. Tendré que regresar de día, seguir el arroyo... —Pero el miedo
le recorría las venas. Sin sus remedios, era poco menos que nada. Debía
descubrir...
—No hará tal cosa —le informó él—. En verdad, es hora de que la
acompañe a su casa.
Murmuró para sí misma, metió las hojas secas y las ramas que había
recogido en el bolsillo de su delantal y regresó a zancadas hacia el
sendero. Según su abuela, en el orden establecido, los hombres solo
tenían un propósito: los mismos servicios que el demonio le ofreció a Eva.
No obstante el conde era el dueño de esa propiedad, y ella al menos debía
fingir que lo escuchaba.
Dando zancadas por el camino, analizaba todas las razones por las
que las plantas podrían haberse secado; se negaba a creer que todo

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

estuviera perdido. Ninian pegó un brinco cuando unos fuertes dedos la


tomaron del codo.
—Se romperá una pierna si camina de manera tan descuidada.
Un hormigueo le recorrió la piel cuando sus dedos la presionaron a
través de la manga del vestido. La sensación la asustó. ¿Sus deseos
ociosos por tener un enamorado habían evocado a ese hombre? Debió
haber prestado atención cuando su abuela le advirtió sobre desear lo que
no podía tener, en especial en una noche tan poderosa como la de
Beltane.
—Las brujas ven en la oscuridad —comentó con alegría, y le dio un
tirón que no fue muy delicado.
Los largos dedos solo se aferraron con más fuerza.
—A diferencia de aquel gamberro, yo no creo en las supersticiones, y
no significo un perjuicio para usted. La acompañaré a su casa para que
llegue sana y salva.
Con sabiduría, Ninian renunció a la pelea, para que no la cogiese aún
con más fuerza. El roce de él la inquietaba tanto como su falta de espíritu
afectivo. Nunca había concentrado su atención solo en lo físico. Y nunca
había sentido lo físico con tanta intensidad como con ese hombre. No
podía sentir si le mentía o se reía de ella, pero sin ninguna lógica, creía lo
que le decía. Un aristócrata rico no tendría interés en una joven del
pueblo, y si lo hiciera, ya le habría ofrecido dinero a esas alturas.
—¿Ha estudiado filosofía natural, milord? —Le sacaría el mejor partido
a ese desvío forzado interrogándole. Quizás tenía una sugerencia para
ahuyentar su miedo acerca de la falta de vegetación junto al arroyo.
Vaciló antes de responder.
—En cierto modo —convino de mala gana.
—¿Sabe algo acerca de las características del agua?
—Que es húmeda.
Esta vez estaba segura de haber oído la mordacidad en su tono de
voz. Creía que era una estúpida. Que así fuera. Habló en voz alta para
ocultar la incómoda percepción que los rodeaba.
—Sé más de plantas que de agua —admitió ella—. Me pregunto si es
posible que el agua se vuelva perjudicial para las plantas, como lo hace la
tierra cuando se vuelve estéril.
Silencio. Ninian echaba humo ante esa falta de respuesta. En verdad,
necesitaba a alguien que pudiera discutir esas cosas con ella. Sin su
abuela, no tenía a nadie que tuviera su nivel de conocimiento.
—Nunca he visto ningún arroyo sin vida vegetal en esta época del
año —dijo él, de manera reflexiva.
Suspiró con alivio.
—¿Ni siquiera después de un duro invierno inusual?
Otra vez, el largo silencio reflexivo antes de que su voz grave
quebrara la noche.
—No estoy demasiado familiarizado con este clima, pero incluso en
las Tierras Altas de Escocia he visto vida vegetal a la orilla de los arroyos
en mayo.
—Es lo que pensé. —Satisfecha por confirmar parte de su teoría,
meditaba sobre la siguiente hipótesis.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¿Su casa está muy lejos de aquí? —inquirió él, rompiendo el


prolongado silencio.
Sobresaltada una vez más porque de alguna manera la despertó de
su ensueño, Ninian parpadeó y echó una mirada alrededor. Sumergida en
sus pensamientos, habían dejado el bosque y ahora cruzaban el camino
del pueblo.
—No, no está lejos.
Oía la noche a su alrededor, el suave ululato de un búho en un campo
cercano, los gritos alegres que traía el viento de aquellos que estaban
alrededor de la fogata, y se estremeció al sentir la ira de un ebrio que le
resultaba muy conocido, en las cercanías.
—Nate está escondido en los arbustos de mi puerta —dijo ella con
tranquilidad e hizo un gesto con la cabeza hacia la cerca cubierta de un
matorral de rosales descuidados—. Para cuando llegue la mañana estará
convencido de haberlo visto con cuernos y cola, surcando el cielo sobre el
palo de mi escoba. Quizás desee hablar con él.
Le lanzó una mirada penetrante y miró hacia los arbustos que
susurraban del lado de afuera de la cerca.
—Rara vez hablar surte efecto con los torpes —respondió.
Le soltó el codo, caminó a zancadas con determinación hacia la
puerta y sacó a Nate de su escondite de un tirón brusco.
Fascinada, Ninian observaba cómo lord Ives se alejaba, arrastrando
sin mayor esfuerzo a un Nate que forcejeaba y protestaba, sin más ni más.
Se le ocurrió que tenía todo el derecho a temerle a un hombre como
ese.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 2

—¿Qué demonios haces aquí? —exigió saber Drogo, de regreso de un


día aburrido con su administrador y de irritarse al descubrir que uno de
sus hermanos le había seguido la pista hasta la desolada torre de ese
castillo.
Lo suficientemente apuesto como para ya haber demostrado su
capacidad de procrear, propia de los Ives, Ewen estaba agachado en el
camino cubierto de vegetación y acoplaba un engranaje a lo que parecía
ser un montón de chatarra.
Drogo se limpiaba el lodo de las botas, frotándolas, mientras su
hermano alargaba la mano para coger una llave inglesa. Su administrador
había insistido en que inspeccionara las desoladas colinas que pertenecían
a esa finca árida, pero a menos que tuvieran carbón debajo, a Drogo en
verdad no le interesaban. Necesitaba estar de regreso en Londres y dejar
que los pastores de la zona se metieran en el lodo.
Y también permitir que se quedaran con sus lunáticas brujitas. Ella se
le había aparecido en sueños la noche anterior. ¿Cómo demonios había
sabido que aquel bribón estaba escondido del lado de afuera de la puerta?
¿Y por qué veía sus ojos risueños en cada rincón oscuro de esa maldita
mazmorra? A ese paso, le haría creer en las brujas. ¿Podían las brujas
ayudarlo con sus catastróficos hermanos?
Le serviría para concentrarse en el aquí y ahora, en lugar de lo
inalcanzable. Observaba la maraña de cable y metal que su hermano
ensamblaba.
—Podría preguntarte lo mismo a ti —respondió Ewen mientras
ensartaba un caño a través de una rueda, ajustaba el engranaje y
mandaba todo el ensamblaje a bambolearse por el camino—. Tuve que
amenazar con subir a Joseph a mi próximo globo para que no revelara tu
paradero. No te consideraba del estilo rural. Creí que ese era el papel de
Dunstan.
Era una lástima que Ewen no poseyera la predilección de su hermano
Dunstan por la agricultura; Drogo podría cederle la olvidada finca de
Wystan al menor de sus hermanos legítimos. No obstante, Ewen vendería
el castillo por cables y hojalata.
Al observar con detenimiento el alarmante artilugio que no era
posible que hubiera creado en las pocas horas de su ausencia, Drogo
adoptó su expresión más adusta.
—Exploto una mina de carbón y un canal de transporte, e incremento
nuestras ganancias en el proceso. La pregunta es: ¿qué haces tú, además
de construir juguetes para niños? ¿Pides limosna? —Desde Londres hasta
Wystan había una distancia larguísima e incómoda para que Ewen viajara
por una visita amistosa.
Por debajo de un mechón de cabello negro azabache sin cortar, Ewen

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

no perdía su sonrisa alegre.


—Estoy desarrollando un método mejor para hacer acero más
maleable que requiera el calor que genera el carbón de tu mina. ¿No crees
que sería útil?
Lo sería, si Ewen tuviera alguna posibilidad de llevar a cabo con éxito
uno de sus inciertos caprichos. Drogo no creía que eso fuera posible,
puesto que Ewen inevitablemente perdía el interés en las aplicaciones
prácticas una vez que solucionaba el problema teórico.
—Y supongo que tus acreedores están amenazando a Newgate.
—En realidad, acabo de vender mi condensador de capacidad y los
planos para un circuito eléctrico a un colono. —Ewen se encogió de
hombros—. No me imagino cómo hará funcionar la electricidad ni qué hará
con ella si lo logra, pero es su problema. Sin embargo, el acero maleable...
es algo que podemos utilizar.
—Para espadas menos costosas. —Drogo comprendía el valor. Solo
sabía que la mente antojadiza de Ewen pasaría a otra actividad antes de
que pudiera obtener una ganancia. Drogo renunció a sus botas
embarradas y subió los escalones que se desmoronaban del frente del
castillo—. Entonces, ¿qué es lo que deseas? ¿Mi dinero o mi carbón?
—Ambos. Deseo montar una fundición. —Ewen dejó el artilugio en el
patio y continuó con ansia—. Nadie me dejaría entrar. ¿Qué escondes allí
adentro?
—Las almas errantes de Sarah —dijo Drogo con brusquedad, sin
explicar más—. Entonces ven. Tengo miles de cosas que hacer hoy, y tú
no estabas entre ellas.
—Necesitas una mujer, hermano mayor —comentó Ewen, divertido—.
¿Alguna vez te tomas el tiempo para mirar a una muchacha bonita o
abrazar el viento?
—Seguiros el ritmo a todos vosotros es casi tan inútil como abrazar el
viento —respondió Drogo.
Ni se molestó en contarle a su atolondrado hermano que pasaba las
noches mirando las estrellas y admirando a las doncellas de la luna.
Alguien en la familia debía tener una cabeza sana sobre los hombros y los
pies sobre la tierra para ser ejemplo de cómo vivía la gente cuerda y
normal. Su padre, que Dios guardara su alma perturbada, nunca lo había
hecho. Dado que era el mayor, Drogo había sido designado como la
persona a cargo de la responsabilidad.
Observar las estrellas no encajaba con la imagen que deseaba que
emularan sus hermanos.
Ewen silbaba mientras cruzaban la inmensa sala.
—Este lugar se ve muchísimo mejor que tu casa de Londres. ¿Es el
toque de nuestra hermanastra?
—Es probable. —Drogo se encogió de hombros, indiferente a la cera
que habían pasado los sirvientes desde su llegada.
Al sonido de las voces, Sarah apareció al pie de las escaleras, con el
cabello empolvado e inmaculadamente rizado y un vestido de brocado que
crujía mientras bajaba.
—¡Ewen! Nos has encontrado. Había perdido las esperanzas de volver
a ver civilización.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ewen sonrió y le hizo una exagerada reverencia.


—¿Drogo te ha secuestrado y enterrado aquí en vida?
Sarah hizo pucheros con elegancia.
—Mi madre amenazó con despojarme si envenenaba a un
pretendiente más, por lo que huí. Solo que Drogo no confía en que me
maneje sola.
Con impaciencia, Drogo comenzó a subir las escaleras que su
hermanastra acababa de bajar.
—Te has invitado sola, según recuerdo. Fue algo acerca de que los
planetas estaban en la casa equivocada. A cambio, me ofrecí a enviarte a
Brighton para que encontraras esposo.
—No deseo un esposo —aclaró después de él—, además, ya todos
estamos volviéndonos lo suficientemente mayores como para que nos
digas qué hacer, Drogo Ives. ¿Qué harás cuando ya no nos tengas para
consentirnos?
—Imagino que cuidaré de todos los Ives bastardos que mis hermanos
engendréis —Drogo ignoró la burla no muy sutil de Sarah y condujo a
Ewen escaleras arriba, hasta su estudio en la torre. Alargó la mano para
coger la pluma que estaba sobre su escritorio y miró con enfado a su
hermano—. ¿Cuánto?
Junto con un surtido de cuerdas, monedas, engranajes y otros objetos
misteriosos, Ewen sacó una lista garabateada del bolsillo de su abrigo y se
la entregó mientras proseguía de manera obstinada el tema más personal.
—Hasta mis bastardos tienen madres que los consientan. No todos
somos tan irresponsables como nuestro padre. Podemos cuidar de
cualquier mocoso que tengamos.
—Muy bien. Entonces, la próxima vez que tengas uno, no aumentaré
tu paga. —Sentado en su escritorio, Drogo examinó la lista de provisiones,
suspiró y hundió la pluma en el tintero. Era muy bueno que supiera
manejar el dinero mejor de lo que lo había hecho su padre; de lo contrario,
a esas alturas, su familia, que crecía continuamente, estaría muriendo de
hambre en las calles. Pese a las quejas insistentes de Ewen, Drogo ya
mantenía a dos de los bastardos de su apuesto hermano.
Era una vergüenza que ninguno de la media docena de hermanos
menores hubiera aprendido el truco de las altas finanzas ni a mantener
sus calzones abotonados.

Ninian arrugó el entrecejo, cerró el libro de cuentos de su abuela y lo


dejó en la mesa de la sala del frente. No debió haberlo abierto. Debería
olvidar el encuentro de la noche anterior con lord Ives y no mirar un
cuento de la infancia adornado por generaciones de mujeres Malcolm. Las
Malcolm tenían talentos extraños, pero ni siquiera su abuela podía
provocar desastres naturales. Desde luego, fue cierto que una vez la tía
Hermione agrió toda la leche.
Ridículo. Fue una coincidencia. Gran parte del poder de su abuela
había sido una simple manipulación, como decirle a Gertrude que el
hechizo de amor de lavanda ganaría el corazón de Harry, cuando todo lo
que hizo fue inspirar confianza en una muchacha entorpecida por su

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

timidez.
Solo porque en algún lugar en la noche de los tiempos una Malcolm y
un Ives formaron una pareja desdichada no significaba que ella tuviera
que creer que todos los Ives provocaban desastres. Ni siquiera tenía
derecho a pensar en un hombre con tres esposas.
Era una época de naturalismo. Lord Ives no creería en leyendas, ni en
brujas.
Con un suspiro, Ninian salió de la cabaña hacia la exuberancia de
plantas que se extendían en su jardín. Dado que había plantado semillas
de manera anticipada, tenía hojas de laurel lo suficientemente grandes
como para recolectar, menta tupida alrededor de los tobillos, aguileñas y
dedaleras que florecían en magnífica abundancia en cada uno de los
rincones y grietas. Sabía tratar a las plantas; en cuanto a los hombres, era
mejor que no pensara en ellos.

Ninian vertió una cucharada de agua de corteza de sauce con miel en


la garganta del joven Matthew. No era tan efectiva como la agrimonia,
pero aún no estaba preparada para admitir que la fuente de la mitad de
sus hierbas se había estropeado misteriosamente. En cuanto se marchara,
debía examinar el arroyo a la luz del día.
—El conde cogió el chaleco de Nate y lo llevó a rastras. No tengo ni
idea de lo que le dijo. —Ninian le relataba los acontecimientos de la noche
anterior a la madre de Matthew, Mary, mientras suministraba más
medicina a la garganta del niño.
—¡Dios mío! —exclamó Mary—. El conde debe ser un hombre fuerte
para arrastrar a Nate.
—Es más alto, pero no más fuerte, creo. Nate estaba ebrio. —Ninian
le hizo muecas a Matthew hasta que rio, le limpió la boca y lo envolvió
mejor en las mantas. Gozaba de la gratitud y del amor que irradiaba.
Parecía cruel que ella nunca pudiera tener una familia propia cuando
tenía tanto para ofrecer. Le dolía el corazón, pero se decía a sí misma que
Dios debía tener sus razones.
—No te interesa el hombre, ¿no? —le preguntó Mary con desconfianza
—. Sabes lo que dice la leyenda: que las Malcolm y los Ives destruyen la
tierra.
Ninian se encogió de hombros y cogió el tarro de medicina.
—Si tiene tres esposas, sin duda no estará interesado en mí. Muy
pronto estará de regreso a su vida en la ciudad.
—Dicen que una vez, el castillo perteneció a las Malcolm —agregó
Mary con astucia.
—¿Y qué? La cabaña en la que vivo es demasiado grande para mí tal
cual es. ¿Qué haría con un castillo entero?
—Organizar bailes y tener sirvientes. —Mary soñaba en voz alta. Al
parecer, hacía a un lado su desconfianza por un momento—. Bailar toda la
noche y beber chocolate todo el día.
—Y si hiciera eso, ¿quién prepararía la corteza de sauce para la
garganta de Matthew? —preguntó Ninian de manera pragmática, y
terminó de guardar los tarros de ungüento y medicina en la canasta.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Pues bien, es verdad. —Mary estaba de acuerdo—. No obstante, tu


madre debe haber tenido magníficos trajes y bonitos encajes, y habrá
bailado todas las noches. Podrías tener lo mismo.
—Sí, y mi madre murió joven. —Ninian cubrió la canasta, se puso de
pie y cepilló su vieja falda de lana con las manos. No tenía más adornos
que dos centímetros de encaje o un poco de bordado. Lo prefería de esa
manera.
Solo tenía diez años cuando su madre murió tras el último de una
serie de abortos naturales. Su abuela le había advertido que las Malcolm
solo podían dar a luz a sus hijos en Wystan, y todas las tías de Ninian lo
habían hecho de esa manera con obediencia. La madre de Ninian no.
Había dado a luz a la niña allí; luego, se había sumergido sin más en las
frivolidades de Londres, renegando de su herencia, y nunca regresó a su
lugar natal.
Era una historia que Ninian había oído a menudo, aunque creía que la
«tradición» que se transmitía sobre regresar a Wystan para dar a luz era
una manera astuta que tenía su abuela de controlar a las hijas ricas y
poderosas que se habían desviado demasiado hacia la vida alocada de la
sociedad londinense.
Las recomendaciones de su abuela no habían sido necesarias para
Ninian. Por más curiosidad que pudiera sentir por el papel de las esposas y
las madres, por más que amara a los niños y deseara tener uno propio,
sabía desde hacía años que su lugar estaba en Wystan, donde la
necesitaban, donde se sentía cómoda. Por más interesante que le
pareciera lord Ives, aún era un Ives, y no era una tentación precisamente.
De hecho, no era una tentación en absoluto.
—Sí, pero eso no significa que no puedas vestirte tan bonita como las
damas de lord Ives —agregó Mary mientras acompañaba a Ninian hasta la
puerta—. Dos de ellas fueron a la tienda de Hattie la semana pasada y
nunca he visto a nadie tan elegante.
—Si se rebajan a comprar los sombreros de Hattie, no se verán
elegantes durante mucho tiempo —observó Ninian—. Casi no ve las
puntadas últimamente. Además, llovió toda la semana pasada. Sin duda,
no arrastraron sus mejores sedas y encajes por el lodo.
Ninian guardaba recuerdos entrañables de las sedas y los encajes de
su madre, pero había pasado más de una década desde que le había
entrado el último de ellos. Eran inutiliza-bles en ese clima frío y húmedo, y
nunca había pensado en comprar más, aunque pudiera tener toda la seda
que quisiera, si lo deseaba. Lo cual no sucedía.
—Supongo que tienes razón, pero ¿nunca has soñado con otros
lugares, Ninian?
De pequeña, Ninian había visto otros lugares, y había elegido Wystan.
Sin embargo, no intentaba explicárselo a Mary. Su abuela llamaba a Ninian
veleta emocional, a la que zarandeaba cualquier viento de pasión que se
avecinara. Las emociones explosivas del inmenso pueblo de Londres a
menudo la desorientaban y la hacían girar como un molinete. Prefería la
soledad de Wystan, un mundo tranquilo al que conocía y comprendía.
Ninian se despidió y salió majestuosamente de la cabaña con toda la
intención de investigar el misterio del arroyo estéril. Si lord Ives solamente

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

caminaba por la noche, no se daría cuenta si ella entraba sin autorización


durante el día.
En la plaza del pueblo había dos mujeres con guardainfantes
cubiertos de seda que se agitaban en la brisa, se aferraban a sus
sombreros de paja ridículamente anchos y discutían con Harry, el
zapatero. Ninian parpadeó asombrada ante las apariciones con peluca. No
podían haber estado más fuera de lugar en ese sencillo pueblo, salvo que
hubieran entrado montadas en elefantes.
Echó un vistazo a su alrededor. No estaba segura de si se sentía
aliviada o desilusionada de que no hubiera signos de lord Ives. Tal vez,
realmente solo aparecía por las noches.
Ninian imaginó la dificultad que tendrían las damas para explicarle lo
que deseaban al poco imaginativo de Harry, y sonrió ampliamente. No
podía entender por qué el taciturno lord Ives querría a dos urracas por
esposas, mucho menos tres, y sin duda, no cargaría con ese pensamiento
al igual que lo hacían los demás. Los acuerdos de cama de él no eran de
su incumbencia. Recordó el calor que sintió ante la proximidad del señor,
y tampoco prosiguió por ese camino.
Dado que continuó por el sendero para adentrarse en el bosque, no
se preocupó por ensuciarse sus prácticos zapatos de cuero. Le atraía la
moda campestre. El gran bolsillo del delantal guardaba todas las hierbas y
plantas que le agradaban sin necesidad de sujetar bolsillos en el interior
de su sencilla falda, y su enagua no la llevaba en el viento como si fuera
una cometa gigante, como sin duda lo hacían los guardainfantes y toda
esa seda que se arrastraba.
Mientras reflexionaba sobre los alambres, las sedas y las cometas,
llegó al arroyo antes de lo que esperaba, y se detuvo de golpe al ver a
lord Ives a unos pocos metros clavando el bastón en la rocalla muerta.
En medio de las sombras grises de las hojas nuevas y las nubes,
parecía casi tan imponente como la noche anterior. Alto, vestido de un
color negro pasado de moda, y serio. Frunció el ceño cuando Ninian se
acercó.
—El suelo está cubierto de un cieno maloliente —le dijo.
Conmocionada pero sin inmutarse, Ninian descendió para observar el
suelo más de cerca. Frotó los dedos en este y los olió.
—¿Azufre?
—Es muy posible.
No sentía su sorpresa ante el descubrimiento tanto como la veía en
sus cejas oscuras apenas elevadas.
Lord Ives tenía ojos penetrantes y oscuros de un modo muy
desconcertante, con gruesas cejas que se curvaban hacia arriba en los
extremos. No podía decir que fuera un hombre apuesto, pero sí seductor.
Se le retorcía el estómago de manera vacilante ante la inteligencia que le
devolvía su mirada, inteligencia que anhelaba en un compañero.
Deprisa, volvió a realizar otra prueba del suelo.
—Azufre y algo más. —Se limpió los dedos en el delantal de manera
pensativa y miró consternada las hojas marrones y el follaje desmenuzado
que una vez había sido un bonito jardín de matices verde esmeralda—. Es
como si el demonio lo hubiera marchitado —murmuró.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Más bien un tipo de ácido, a menos que prefiera revisarme para ver
si tengo cuernos y cola.
El tono de su voz era tan seco como las hojas quebradizas sobre las
que caminaban, y Ninian se animó en aprecio a su humor. Alzó la vista y
su sonrisa flaqueó bajo el impacto de su mirada intensa. No deseaba
apartar la mirada.
Respiró hondo y rompió el hechizo.
—Ya les he explicado a los aldeanos que los cuernos y la cola no
caben bien bajo las sedas y las pelucas. —Con osadía, levantó una ceja
hacia el cabello negro sin adornos de él—. Aunque sin duda pueden ver
por sí mismos que no esconde nada en ese lugar.
Él se encogió de hombros y volvió a clavar las rocas al costado de la
orilla.
—No creo que el azufre sea una sustancia química del agua que se
produzca de manera natural.
Ninian recordó su lugar y se ajustó con más firmeza la capa.
—Si es así, debo explorar y ver dónde comienza esta plaga.
—¿Entonces puede echarle un hechizo?
—O agitar mi varita mágica —respondió ella a la ligera, mientras
comenzaba a caminar río arriba.
—Creo que no. —La cogió del codo y la hizo regresar.
El aire de primavera se calentaba a su alrededor y el calor le recorría
las venas. No sabía si responder con interés o pánico, pero siguiendo las
advertencias más prácticas de su abuela acerca de los hombres, se soltó.
Incapaz de leer los pensamientos o las emociones del conde, observó
sus duros rasgos para obtener respuestas. Tenía la nariz como una hoja
afilada, una mandíbula firme y dura, vestigios de arrugas de risa alrededor
de los ojos, y una curva sensual hacia el labio superior que la cautivaba de
manera particular. Un interés masculino se encendió en los ojos de él ante
su análisis.
Conmocionada, volvió a la discusión.
—No puede montar guardia en todo el arroyo, día y noche.
—Enviaré a alguien mejor preparado para que camine estos bosques
solo. —Miró de manera intencionada su diminuta figura—. Es mi
propiedad. Cuando encuentre la fuente de la plaga, lidiaré con ella como
lo considere conveniente.
Ella ocultó una ira que bullía detrás de sus cautivadores hoyuelos.
—¿No con los encantamientos de una bruja? Qué poco animado de su
parte.
Sus cejas oscuras formaron una «V».
—La magia no existe.
—Desde luego que no —dijo con tono tranquilizador—. Estoy segura
de que hay una razón natural para que el arroyo fenezca y una solución
también completamente natural. Solamente revisaré algunos árboles, ¿sí?
Sus faldas se mecían de manera burlona mientras se alejaba. Un rayo
de sol inesperado atravesó la cortina de nubes y hojas para coger sus rizos
dorados, recordándole al conde con un sobresalto el talento de ella por
reconocer a un intruso oculto en los arbustos.
Quizás solo tenía una vista extraordinaria.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Su reto despertaba una curiosidad impía en él que no era del todo


intelectual, pero enardecía su sangre mucho más de lo que era bueno
para cualquiera de los dos.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 3

Mirando fijamente el cielo nocturno, Drogo reguló el telescopio de su


escritorio. Intentó apuntar una nota, y maldiciendo la pluma seca, la
hundió en el tintero. Debería contratar un secretario.
No deseaba un secretario. Esos escasos momentos que atesoraba
para sí mismo eran el único placer que poseía en una vida de exigencias
constantes. Las personas siempre le exigían demasiado, y los secretarios
eran personas. Además, era demasiado tarde para contratar a alguien. Su
negocio con la mina de carbón estaba casi terminado y dudaba que
debiera permanecer en la zona otra semana más.
Reguló el telescopio por última vez, gruñó de satisfacción y,
acercando la vela parpadeante, vio la ubicación y la fecha del objeto
celestial que había observado. Estaba casi seguro de haber encontrado un
planeta hasta ahora desconocido. Necesitaba un equipo mejor, y más
tiempo para sus estudios.
Podía comprar el equipo; el tiempo era más difícil de conseguir.
Luego de pulir sus notas y colocarlas en su portafolio de cuero, alzó la
mirada y vislumbró otro proyecto que había comenzado por curiosidad y
había sido inspirado por una ninfa del bosque. En general, no perdía el
tiempo escuchando a las mujeres, fueran ninfas o no, pero esa
comprometió su intelecto con el misterio del arroyo apestado.
Drogo deambuló hacia las ventanas de la torre que había hecho
instalar a su llegada. Tan lejos del humo y la niebla del norte de Londres,
el panorama del firmamento iluminado por las estrellas se extendía
delante de él tan lejano como el cielo mismo... tan distante como la paz
que anhelaba.
Por un instante, se preguntó cómo sería no tener las
responsabilidades de su título, ir y venir como quisiera, actuar por impulso
sin pensar en las consecuencias. También podría imaginar la vida sin la
media docena de hermanos menores. No tenía imaginación para eso.
Hacía lo que era necesario y, cuando aparecían esos escasos momentos
de tranquilidad, disfrutaba de ellos.
La luna menguaba, pero su luz plateada se derramaba sobre los
antiguos bosques que había debajo. Volvió a poner sus pensamientos en la
doncella de la luna. Más que haberlo encantado, le fascinaba —suponía
que se debía a la noche y a la luna, y a su propia curiosidad—.
En su mayoría, las mujeres eran otro mundo misterioso para él, uno
de dulces fragancias, sedas que susurraban y risitas tontas
incomprensibles. Disfrutaba de los placeres sensuales cuando visitaba su
mundo, pero no era probable que permaneciera mucho tiempo entre ellas.
No eran lógicas y no proporcionaban el suficiente estímulo intelectual. La
desconcertante doncella de la luna no había mostrado ni sedas ni risitas,
pero había despertado su interés. Era extraño.

- 23 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Echó una mirada hacia el experimento que había inspirado el


encuentro. Había dispuesto unas macetas con hierba que había extraído
del jardín. Regó la mitad de las macetas con agua del arroyo en vías de
extinción y la otra mitad, con agua del pozo del castillo. Toda la hierba se
veía gravemente deplorable.
La bruja, sin duda, le diría que su propio malestar había apestado a
las plantas.
Drogo sonrió ante el pensamiento ilógico y volvió a regar las plantas.
«Brujas». Hoy en día. ¡Qué imbécil supersticioso!
Elevó una comisura de su boca al recordarla batiendo las mangas y
aterrorizando al paleto de Nate para que huyera. A menudo, deseaba
tener esa habilidad. Quizás podría contratarla para que permaneciera en
las escaleras de la torre y aterrorizara a los habitantes del castillo para
que lo dejaran solo.
Aunque ya era entrada la noche, oyó el golpeteo de unos pies
femeninos sobre la piedra en el mismo momento en el que lo pensó.
Juraba que supieron el instante en el que se levantó del escritorio. Tal vez,
todas las mujeres eran brujas. Su experiencia, limitada sin duda, le
indicaba algo decididamente horroroso sobre ellas de vez en cuando.
—¡Drogo! —La puerta se abrió de golpe con el habitual tono jadeante
de Sarah—. ¡Ven rápido! Juro que el fantasma camina. ¡Apresúrate!
No lo hizo. Inclinó la cabeza, oyó el sonido del viento que se
levantaba y miró a su hermanastra con desaprobación.
—Las ramas están rozando las ventanas otra vez. No seas tan
inocente, Sarah.
—¡No seas tan terco, Drogo! —Varios años menor que él, pero ahora
viuda y con mucho más mundo del que debería tener, Sarah sacudió su
cabeza de rizos empolvados—. Hay gemidos y pasos, y juro que algo
retumbó. Claudia tiene un ataque de histeria, y Lydie podría ponerse de
parto de un momento a otro a causa del miedo absoluto.
La idea de que lady Lydie se pusiera de parto asustaba a Drogo más
que cualquier amenaza de fantasmas. ¿Por qué demonios había permitido
que lo siguieran hasta allí?
Porque la madre de Sarah pensaba que su hija estaría más a salvo
lejos de las lenguas afiladas de la sociedad después de casi envenenar a
su último pretendiente con uno de sus brebajes de bruja. En ese
momento, no había previsto que su hermanastra traería consigo a una
madre soltera y a una acompañante desdichada. Las posibilidades de que
hubiera un problema eran enormes. Esa era una de las razones por las
que había echado a Ewen. Desde luego que el invento de «cazador de
fantasmas» de su hermano, que se había estrellado en el techo en medio
de la noche, había acelerado la partida.
Drogo estaba acostumbrado a lidiar con sus hermanos, pero no
estaba acostumbrado a lidiar con mujeres y bebés. Sin lugar a dudas, no
con bebés. Esperaba haberse marchado mucho antes de que Lydie diera a
luz.
Drogo apretó los dientes y renunció ante la idea de tener una noche
tranquila leyendo los folletos de astronomía que había recibido con la
correspondencia del día.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Los fantasmas no existen —le recordaba a Sarah mientras la seguía


escaleras abajo—. Debe de haber ardillas en el ático o ratones en las
paredes, pero no hay fantasmas.
—Pues bien, solo baja de tu torre todopoderosa y dile a Lydie que hay
ratones en las paredes —respondió Sarah con aspereza, y levantó sus
amplias faldas de una brazada para bajar las angostas escaleras—. Pero te
sugiero que lo hagas después de haber llamado a la comadrona.
Una comadrona. Por todos los santos del cielo, no había pensado en
las comadronas. ¿El pueblo tendría una siquiera?
—¿No es un poco pronto para eso? —inquirió con cautela. Su
experiencia con Sarah de niña le decía que era caprichosa, irresponsable y
capaz de causarle problemas solo por diversión. Ahora se suponía que era
adulta, pero él aún no le daba crédito a todo lo que dijera.
—Es muy probable que lo sea, por lo que deseo con fervor que
puedas atrapar a tus despreciables ratones. O fantasmas.
Los gritos dobles que provenían de las habitaciones de abajo y hacían
eco por las escaleras advertían que el teatro de la noche apenas había
comenzado.
Sarah se pegó contra la pared cuando Drogo pasó por delante con un
empujón y corrió hacia abajo. En la oscuridad iluminada por las velas, no
vio la sonrisa de satisfacción de ella.

—Todo está en el diario —dijo Sarah en tono defensivo, apretando un


libro de cuero descamado contra su pecho frente a las expresiones de
duda de sus amigas—. Lo dice aquí. —Abrió las delicadas hojas agrietadas
y señaló una fotografía—. Todas las mujeres Malcolm son brujas, por lo
que debe haber sido una Malcolm la que le echó una maldición a los Ives.
—No creerás de verdad que Drogo tiene una maldición, ¿verdad? —
preguntó Lydie, frunciendo la nariz con desconcierto.
—¡Todos los Ives tienen una maldición! —declaró Sarah con
solemnidad y cerró el libro de golpe—. Solo obsérvenlos. Todos tienen
matrimonios tristemente infelices y no tienen más que bastardos. Niños
bastardos —agregó con énfasis, como si eso fuera suficiente maldición—.
Tengo tres de ellos por hermanastros, por lo que sé.
—No quedarían más condes si eso fuera cierto —señaló Claudia, lady
Twane—. Y, si mal no recuerdo, Drogo tiene dos hermanos menores y
ninguno de ellos es un bastardo.
Sin dejarse desanimar por el hueco en su teoría, Sarah sonrió.
—Es una cuestión de opinión. El punto es: ¿qué haremos sobre eso?
—¿Sobre eso? —chilló Lydie, con los ojos como platos al darse cuenta
de que Sarah comenzaba a tramar otro de sus planes.
—Si una Malcolm le echa una maldición a un Ives, entonces también
podría quitarle una maldición, ¿no es verdad?
—Pero, Sarah... —dos voces protestaron como una sola.
—No importa. Los planetas dicen que es el momento propicio para
que Drogo contraiga matrimonio y tenga un hijo, y haremos lo que
podamos para verlo consumado.
Mientras Sarah devolvía de modo triunfal el libro de cuero destrozado

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

al estante de la biblioteca, sus compañeras intercambiaban miradas


cómplices.
—Si Drogo tiene una esposa y un heredero, estará tan ocupado que
no tendrá tiempo de ver lo que está tramando Sarah —tradujo lady Twane.
Lydie puso los ojos en blanco.

Drogo encontró a la doncella de la luna como en sueños. Recogía


capullos de rosa de la zarza exuberante a lo largo de la cerca. Los
arbustos del castillo no estaban floreciendo. ¿No era pronto para las rosas?
Si los estaba recogiendo, era evidente que no. Sarah era la que creía
en los fantasmas, las brujas y las proezas imposibles de la magia. Que
hubiera rosas exuberantes a principios de mayo no era magia.
Se sentía un estúpido por buscar a la joven herborista con semejante
pretexto, pero Sarah había insistido, y él no tuvo otro remedio —no si
deseaba tener algo de paz—.
Ninian alzó la mirada hacia él como si se hubiera materializado desde
otro mundo, pero no dijo nada mientras él le explicaba el estado de Lydie
y la insensatez de las quejas de las mujeres.
—Pagaré lo que sea necesario —aseguró con apatía cuando ella, al
parecer muda por su aparición, no respondió a la absurda petición de las
damas de acudir a librar el castillo de los fantasmas.
Atrapado por el encanto de sus ojos de color azul aciano, se
preguntaba cómo alguien en su sano juicio podía considerar a esa
inocente de cabello dorado una bruja, siempre y cuando alguien en su
sano juicio creyera en las brujas.
Su mirada recayó sobre la curva de su gran busto escondido debajo
de los pliegues de la pañoleta de muselina. Los hombres podrían llamarla
hechicera, pero por sus encantos físicos, no por los mágicos.
Drogo volvió a alzar la mirada para descubrir un pícaro hoyuelo que
se asomaba desde su escondite. Sus labios rosados con gesto mohíno se
separaron en una sonrisa provocativa, como si supiera exactamente lo
que pensaba.
Lo cual, desde luego, sabía, puesto que todos los hombres debían de
mirarla de ese modo.
—Las mujeres están histéricas —repitió con tranquilidad, a pesar de
su repentina oleada de lujuria. Se preguntaba por qué no le permitía
traspasar la puerta, invitarlo a pasar a su casa. Según su experiencia, las
mujeres caían todas a sus pies al recibir al conde de Ives, una de las
muchas razones por las que había huido a la soledad de Wystan. Esa
dama sonreía de manera atractiva, pero jugaba con una rosa entre los
dedos como una inocentona. Quizás había malinterpretado su inteligencia.
A cualquiera que se llamara bruja a sí misma era probable que le faltaran
uno o dos engranajes en el mecanismo de su cerebro.
Volvió a intentarlo con paciencia.
—Lady Twane está en un estado de nervios, y lady Lydie espera su
primer hijo en breve. Entiendo que es una comadrona, debe saber de la
fragilidad...
Negó con la cabeza.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Llámeme cuando se ponga de parto. En eso puedo ayudar. Los


fantasmas no entran en el terreno de mis conocimientos.
Así que podía hablar cuando lo deseara, con fluidez y con el acento
educado de Londres. No era común. Los rizos dorados escondían un
cerebro, aunque estuviera un poco loco.
Desconcertado por su sonrisa benigna, se preguntaba qué era capaz
de estar haciendo ruido en su cabecita. Drogo se negaba a aceptar la
derrota. Simplemente cambió la táctica. Asintió con la cabeza con
expresión de satisfacción.
—Desde luego, lo comprendo perfectamente. Los fantasmas son un
producto de la imaginación y no puede prometer lo que no es posible.
Respeto su honestidad. No obstante...
Una vez más, lo interrumpió con una sacudida de sus bonitos rizos.
—Los fantasmas son bien reales. Pero creo que se los debe dejar
solos. Vosotros sois los intrusos. Esos fantasmas pueden haber estado allí
durante cientos de años. ¿Por qué deberían dejar su hogar debido a que
los intrusos están enfadados con su presencia?
Exasperado ante la falta de lógica, Drogo asió las estacas de la puerta
que lo separaba de ella. No estaba de mal genio, se decía a sí mismo.
Dado que los miembros de su familia eran temperamentales pero en su
mayoría científicos, con la lógica apacible siempre le había ido mejor. Las
mujeres estúpidas que creían en fantasmas no eran racionales. Bien, por
lo tanto, sería irracional.
—Entonces no moleste a los fantasmas. Estoy preocupado por lady
Lydie. Échele un vistazo, si es tan amable. Aunque estaría mucho más
tranquilo si pudiera convencer a estas mujeres infernales de que ha
intentado todo lo que está en su mano, para que me dejen en paz. Si
creen en fantasmas, también creerán en el poder de las brujas. Por mí,
solo rocíe el lugar con cosas malolientes, murmure algunas palabras
mágicas y grite «bu». Haré que los hombres suban al techo para buscar
tejas sueltas por la mañana.
Ella deslizó la punta blanca de su pequeño dedo entre sus labios
sonrosados y se le quedó mirando desde sus ojos de color azul claro, como
si fueran el insuperable muro divisorio entre su mundo y el de él.
Parpadeó una vez, arrugando el ceño de manera burlona mientras
inclinaba la cabeza y lo observaba; luego su mente aturdida al parecer
tomó una decisión, y asintió con la cabeza.
Como si eso hubiera sido una señal de regreso de un trance,
enderezó los hombros, se arregló el delantal y sonrió de manera beatífica.
—¿Voy mañana?
Algo perplejo pero satisfecho con el resultado de su tarea, Drogo se
relajó lo suficiente como para notar la abundancia exuberante de
cabezuelas de color púrpura, rosado y blanco que brincaban en gruesos
tallos justo por encima del hombro de ella. El jardín de la cocina del
castillo apenas había dejado ver un débil brote o dos la última vez que
había echado un vistazo. Quizás necesitaba un jardinero nuevo.
Dejó de lado las flores por irrelevantes, le hizo un gesto con la cabeza
a modo de aceptación y se marchó. Por capricho, cometió el error de mirar
hacia atrás. La ninfa lo saludó con la mano desde su cenador de varas de

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

rosas prolíficas como si en verdad fuera el hada madrina de un reino de


flores. ¡Qué pensamiento tan ridículo! Enderezó los hombros y regresó a la
realidad del camino que tenía por delante.
Mientras él se marchaba a zancadas, Ninian admiraba la línea
aristocrática del abrigo hecho a medida del conde, el paso decidido de su
andar y la manera en la que el sol desprendía destellos en su cabello
negro. Sabía que el marrón apagado de su abrigo de cola larga era menos
elegante que los de los caballeros de Londres, pero era mucho mejor que
los chalecos burdos de la gente del pueblo; y no solo combinaba a la
perfección con su sombrero con escarapela, sino que también dejaba ver
la empuñadura plateada de una espada —un arma que no se veía con
frecuencia en ese lugar—. El lujoso cuero de sus botas de montar y la
punta ornamentada de su bastón hablaban de la riqueza de la cual su
abrigo no lo hacía.
No podía entender por qué un señor del reino, un hombre con una
riqueza más allá de lo imaginable, necesitaría de sus malos servicios,
como bruja, comadrona o lo que fuera. Y debido a que no lo comprendía,
se sentía obligada a intentarlo, a pesar de las leyendas. Rara vez se
encontraba con alguien a quien no podía interpretar, en particular un
hombre. Las mujeres a menudo confundían tanto sus emociones que no
podía clasificar una de otra, pero los hombres... los hombres por lo general
eran simples.
Su abuela se hubiera sentido orgullosa de su autodominio. La leyenda
decía que el último de los hombres Ives que cruzó el umbral de una
Malcolm se había llevado a la dama contra su voluntad.
Pues bien, ella no se lo había permitido.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 4

Negándose a creer que un aristócrata con un abrigo moderno y botas


de caña alta pudiera cautivarla, Ninian cerró con firmeza la maleta de
viaje mientras se preparaba para partir hacia el castillo la mañana
siguiente. La imagen de lord Ives de pie en la puerta de su jardín, con el
sombrero en la mano y su cabello negro azabache brillando bajo el sol, la
había hostigado toda la noche. No obstante, eran sus ojos los que la tenían
hechizada. De mirada fija, ensombrecidos por pestañas de color negro
oscuro, enmarcados por esas gruesas cejas rizadas, sus ojos abrían
nuevos mundos fascinantes.
Sin embargo, creía que era principalmente la curiosidad lo que la
llevaba a aceptar esa visita. Deseaba saber más acerca del arroyo
apestado y los fantasmas del castillo y... lord Ives.
Suponía que en verdad debería buscar en la biblioteca de su abuela
alguna fuente sobre la historia de los Malcolm y los Ives antes de que ella
cruzara su umbral, pero con imprudencia. Decidió averiguar la verdad por
sí misma. Era hora de explorar un mundo más amplio.
No admitiría la agitación que Beltane había despertado en ella. Solo
necesitaba algo nuevo y emocionante en su vida.
¿Podría ahuyentar fantasmas? No parecía probable; en especial
porque no le agradaba siquiera intentarlo. No obstante, su abuela le había
asegurado que las Malcolm podían hacer casi cualquier cosa en la que
aplicaran su mente. Ninian no tenía prueba de ello. No podía hacer
funcionar los amuletos. Había empacado el antiguo libro de conjuros de su
abuela, aunque bien podría ser el manual de un químico por lo bueno que
era. Tal vez alguna de sus tías o primas podía hacer funcionar los
hechizos, pero ella solo había tenido éxito con los remedios curativos.
Había descubierto y probado ella misma muchísimas hierbas efectivas,
pero nunca había enterrado un fantasma, ni hecho un filtro amoroso, ni
embrujado a una vaca. Ni a un hombre.
Rio ante la idea y partió hacia el castillo de Wystan.
Con la maleta de viaje en la mano y la capa con capucha ajustada con
firmeza al cuerpo para protegerse del rocío, cruzó la puerta del jardín y
casi choca directamente con una carreta de dos ruedas.
—Buenos días, señorita. —El cochero tocó su sombrero de fieltro
estropeado—. Mi señor me ha enviado a esperarla.
—¡Qué considerado! —Sorprendida y contenta, arrojó el bolso en la
parte trasera de la carreta y trepó con la ayuda del cochero. Nunca nadie
había sido lo suficientemente considerado de ofrecerle transporte. Tal vez,
el camino era más largo de lo que había imaginado. Nunca había
atravesado el bosque más allá del castillo de Wystan, pues en aquella
dirección no vivía ningún vecino, y el bosque era demasiado espeso para
perder el tiempo explorándolo sin razón. Los castillos no le resultaban de

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

tanto interés como las plantas—. ¿Es muy lejos?


—No tan lejos como viaja un pájaro, pero las personas no pueden
volar.
Ninian asimiló la verdad detrás de la obviedad un rato más tarde,
cuando la carreta por fin dejó sin prisa el camino principal picado y lleno
de huellas de ruedas e ingresó en la entrada estrecha que llevaba al
castillo. Después de años en desuso, el sendero casi había vuelto a su
estado natural. El bosque y la maleza de abajo del camino se veían
impenetrables.
—¿El señor limpiará los terrenos? —preguntó ella de manera
despreocupada, mientras miraba un maravilloso grupo de abedules casi
perdidos en las zarzas.
—El señor no tiene otro interés aparte de los libros —protestó el
cochero—. No es normal. —La miró por debajo del ala arrugada del
sombrero—. Están los que dicen...
—¡Vaya, mire las madreselvas! —exclamó Ninian ante la cascada de
zarcillos verdes que tenía por delante, interrumpiendo cualquier tendencia
al cotilleo. No deseaba saber lo que se decía sobre lord Ives más de lo que
quería oír que se dijera de ella.
El cochero guardó silencio y Ninian saboreó el trinar de los pájaros y
los frescos olores de los árboles. A la mayoría de los bosques de Inglaterra
les habían talado o diseñado en patios poco naturales de setos cortados
con esmero, senderos rectos y arriates de flores bien presentados. Prefería
el método de lord Ives de dejar en libertad la tierra.
Desde luego que preferiría cultivar los árboles y las plantas más
beneficiosas antes que dejar ese monte impenetrable, pero quizás, en un
momento determinado...
El caballo aminoró el galope y Ninian echó una mirada hacia adelante.
Los imponentes muros de piedra del castillo de Wystan se alzaban al otro
lado del camino. Lo habían fortificado cuando las guerras fronterizas
hicieron estragos en el campo, pero nunca lo habían modernizado del
todo. El bloque principal de la casa aparecía, a través de los árboles, con
altos muros de piedra y ventanas angostas que permitían un escaso paso
de luz al interior. En una ocasión quitaron los arbustos y los árboles del
suelo rocoso sobre el que había sido construido, pero tras años de
abandono, el bosque había crecido casi hasta sus puertas.
Las nubes se abrieron sobre sus cabezas y un rayo de luz iluminó el
vidrio de la parte más alta de la torre. «¡Qué extraño!», pensó Ninian al
bajar con dificultad de la carreta. Lord Ives había instalado ventanas en la
fría torre de vigilancia.
Un ama de llaves la hizo pasar, y Ninian siguió su figura corpulenta y
vestida de negro por la gran sala y las escaleras hasta la planta privada.
Habían hecho muy poco por mejorar la antigua decoración. Al
parecer, habían limpiado y remendado los tapices en mal estado, pero
nada podía devolverles la grandiosidad medieval. Habían retirado las
sábanas sobre los muebles, habían quitado el polvo y lustrado la madera.
Los dominantes nogales y robles tallados de antaño se veían extraños e
inadecuados.
Una cama de estilo antiguo, excesivamente cubierta en ropa blanca

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

con bordado crewel y forro de seda azul descolorido, ocupaba el centro de


la habitación a la que la había conducido el ama de llaves. Al principio,
Ninian supuso que la había llevado a la alcoba de lady Ives, pero la criada
abrió el bolso de Ninian y comenzó a meter sus insulsas prendas tejidas
dentro de una cómoda decorada con un tallado más elaborado que el
bordado.
—Yo lo haré —dijo ella deprisa, y cogió su mejor delantal de las
manos de la mujer. No le agradaba que nadie tocara las hierbas ni el libro
que llevaba en el fondo del bolso.
La mujer asintió con la cabeza.
—La señora pasará por usted —le aclaró antes de retirarse con
tranquilidad.
Con un suspiro, Ninian examinó la enorme habitación. Había vivido
con sencillez desde que tenía diez años, con humildes muebles de campo
y paredes de listones y adobe de barro. No veía techos con revestimiento
y ornamentados desde que había estado en Londres, y nunca antes había
visto tapices como esos. La habitación habría estallado en colores si no
fuera porque los años habían opacado los hilos.
Comenzó a examinar un paño tejido plagado de árboles y figuras
blancas, pero el hueco grabado para poner el pie junto al blando espesor
de la cama la distrajo. Una cama tan alta que era necesario un escalón
para subir hasta ella evitaba las heladas corrientes de aire del suelo. La
habitación no tenía chimenea. La finalidad de las colgaduras pesadas y la
alfombra gruesa era evidente.
La imagen de lord Ives aparecía grabada en el realismo de la cama
ornamentada. Podía verlo como algún lord medieval en mangas de camisa
esperando que su mujer se quitara las prendas y se uniera a él. Nunca
antes había tenido pensamientos de esa clase hasta que miró los
inolvidables ojos del conde.
Su mirada cayó hasta la cama mullida, y el aire a su alrededor se
entibió. El perfume de las rosas provocaba sus sentidos. Regresó a la
mirada oscura del conde. Sus pechos se estremecieron como si la hubiera
tocado.
Nunca antes había tenido una conciencia sensual ante la
masculinidad de un hombre hasta que conoció a lord Ives.
Intelectualmente, sabía cómo los hombres veían a las mujeres y lo que les
hacían cuando podían. Emocional y físicamente, nunca había comprendido
bien por qué una mujer provocaría lo que a ella le parecían más bien
indignidades embarazosas. Ahora, la comprensión se extendía debajo de
su piel.
No había ido allí solo por curiosidad acerca de los fantasmas o el
arroyo apestado. Había ido a probar sus poderes como mujer y como
bruja.
Incómoda con ese autodescubrimiento debido a que lord Ives había
ido más allá de sus límites y ella, en verdad, no creía poder cazar
fantasmas, Ninian escapó del perfume de las rosas y pasó a la sala. Las
troneras iluminaban el otro extremo del pasillo y dejaban ver solo una
hilera de puertas y una alfombra gastada acompañada de variadas mesas
a lo largo de la pared. Se preguntaba si las demás puertas pertenecían a

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

las mujeres de la casa. Quizás el conde en verdad mantenía un serrallo.


Bajó las escaleras hacia las habitaciones comunes. Era evidente que a
la gran sala original le habían añadido un diseño precipitado que no
lograba distinguir. Echó una mirada furtiva a la biblioteca, al escritorio de
un caballero en el que había una mesa de billar, a una sala de damas y a
una habitación pequeña de desayuno. Sin embargo, los olores más
simples de las plantas y la tierra la atraían hacia adelante.
Se detuvo de golpe ante el sonido de voces que provenían de atrás,
desde una puerta parcialmente abierta. Tal vez, el deseo de una compañía
femenina la había traído allí, al igual que por algo más. El conde, debía
recordar, deseaba sus habilidades como bruja, no como mujer.
Con el ánimo decaído, hubiera pasado deprisa, pero una voz
femenina alegremente irreverente sonaba con claridad.
—Pues bien, es una pena que esté en una «condición interesante», de
otra manera me ofrecería. Drogo sin duda es un amante más atento que
Charles, aunque hay que reconocer que no es muy comprensivo contigo,
Sarah.
Otra mujer habló con nerviosismo:
—Cuando me mira por debajo de esas cejas oscuras que tiene, siento
que me desmayo. Pero temo ser estéril —terminó diciendo con tristeza.
—Y también es una suerte, eres una mujer casada y solo podrías
darle bastardos —declaró con firmeza la primera voz, más joven.
—Bien, muchachas, esta discusión ya ha ido demasiado lejos. Todas
le debemos a Drogo más de lo que podemos devolverle del modo habitual.
—Si desapareciéramos mañana, Sarah, él no lo notaría —respondió la
voz triste.
—Pues bien, sabemos a qué se debe es eso, ¿no es verdad? —
continuó Sarah—. Sin embargo, los planetas dicen que tenemos una
oportunidad para corregirlo. He traído las hierbas de Londres, y si estamos
de acuerdo en que depende de nosotras corregir...
Ninian se alejó deprisa cuando la voz se acercó y la puerta de la sala
se cerró con firmeza. Con el corazón palpitando, casi cae al otro lado de
una puerta al final del pasillo.
No sonaba como si alguna de las mujeres estuviera casada con lord
Ives, pero sin duda, sonaba como si lo conocieran como amante.
No podía imaginar la gravedad de algo así. Había leído cuentos sobre
harenes orientales, pero lord Ives era inglés. Y una de las damas era
casada. ¿La otra llevaría un hijo suyo? Tres amantes, más que esposas. No
podía comprenderlo.
La inquietud le rozaba la piel, pero la ignoró al descubrir la habitación
a la cual se había sentido atraída.
Al otro lado del umbral había enormes marcos de ventanas a lo largo
de toda la longitud del ala trasera del castillo. Los pisos de baldosa aún
conservaban restos de cristales rotos. Pequeños robles jóvenes luchaban
por sobrevivir en medio de los escombros de muchos otoños, protegidos
por la cálida piedra del muro exterior.
Un invernadero. Alguna vez el castillo tuvo un invernadero. ¡Qué
extraño!
Ninian revolvió con el pie años de hojas secas. Exploraba la fronda

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

desplegada de un helecho y los indagadores tallos de la valeriana.


¡Valeriana! Ninian se detuvo para quitar de en medio tiestos y hojas y
observar con detenimiento la raíz. Nadie sembraba de manera voluntaria
una planta que oliera tan mal, a menos que tuviera la intención de
utilizarla para trastornos del sueño o rituales mágicos.
Al explorar un poco más, descubrió evidencias de viejas macetas de
arcilla y maceteros de madera destrozados. Unas pocas hierbas dispersas,
algunas resistentes a la región, aún sobrevivían a la exposición a los
factores. Cualquier otra cosa que hubiera crecido allí, tiempo atrás, había
muerto.
Mary había dicho que el castillo perteneció una vez a un Malcolm.
Todas las mujeres Malcolm pretendían ser brujas.
Ninian hizo a un lado el vidrio para dejar al descubierto los diseños de
la baldosa. Reconoció los símbolos del sol, la luna y las estrellas. Entonces
ese había sido el corazón del castillo Malcolm: un maravilloso invernadero
de plantas sanadoras y un tributo a la tierra que las producía.
La entristecía ver el alma de la casa destrozada y abandonada de esa
manera. Quizás eso —y no lord Ives— era la razón por la cual se había
sentido atraída a ir allí.
Justo cuando se atrevía a pensarlo, el objeto de sus pensamientos se
entrometió en su ensueño.
—Debí haber sabido que la encontraría aquí.
Ninian dejó caer una ramita de menta y se volvió para encontrar al
amo de la casa.
Llevaba puesta una capa de viaje negra. Parecía como si acabara de
regresar de un paseo. Como de costumbre, no usaba peluca, y su cabello
sombrío estaba peinado hacia atrás recogido en una coleta con una cinta.
Una barba incipiente le oscurecía la mandíbula, y unas cejas marcadas le
ensombrecían los ojos al mirarla. Ninian se estremeció. Lo recordaba como
una presencia imponente, pero en su propio territorio no le había temido.
Ahora estaba en el territorio de él, sin ningún lugar al cual correr en caso
de necesitarlo. Y era todo lo masculino que siempre había soñado. Los
olores terrosos del suelo y las plantas que los rodeaban de alguna manera
parecían apropiados, y embriagadores.
—Es una lástima que esta habitación esté abandonada. —Hizo un
gesto hacia los marcos carcomidos. Buscaba tierra firme mientras sus
sentidos se tambaleaban ante el impacto de su proximidad. ¿Ese era el
olor a almizcle masculino mezclado con su propio aceite de rosas?
El conde le echó una mirada con falta de interés a la estructura y se
encogió de hombros.
—Hice que quitaran el árbol caído, pero hay poco que valga la pena
salvar aquí. No hay muebles, excepto algunas mesas rotas.
En sus botas de caña alta y su capa ondeante, con esa mirada
penetrante debajo de sus cejas rizadas, podría haber sido el mismo
Satanás declarando que la tierra no tenía remedio. Con valor, Ninian se
agachó para recuperar la menta y la estrujó para colmar el aire de
frescura.
—Este ha sido el corazón de su casa —comentó ella en voz baja.
Sus cejas oscuras se elevaron.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—No para mí. Prefiero la torre.


Hombres y mujeres, tierra y sol; la distancia entre ambos era tan
grande que sería un milagro que las plantas crecieran o los niños nacieran.
Levantó la mirada desde su posición agachada hasta la longitud de las
pantorrillas embotadas del conde y los brillantes botones plateados en sus
muslos vestidos en bombachos; pestañeó y volvió a apartar la mirada
cuando sus ojos viajaron demasiado lejos.
La capa se le había desprendido a la altura de las caderas para dejar
ver el corte ajustado de sus bombachos. Lord Ives era un hombre muy
grande. Ni el fresco olor a menta podía distraerla de la clara conciencia de
su masculinidad.
—¿Puedo visitar la torre alguna vez? —Visitar su guarida de repente
pareció ser importante para comprender a ese hombre.
Él arqueó una ceja al bajar la mirada hacia sus rizos descubiertos. Ella
se había olvidado el sombrero. Deprisa, se cepilló la ropa con las manos y
se puso de pie. La mirada de él no se elevó con ella, ya que ahora
descansaba en su corsé.
—Solo si me necesita —respondió de manera enigmática.
Con un vuelo de la capa, salió majestuosamente y dejó a Ninian
sintiéndose como si acabara de desnudarla, observarla, y no hubiera sido
suficiente.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 5

—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó la encantadora mujer en la


puerta, mientras espiaba desde el umbral del invernadero, pero sin poner
un pie vestido en seda más allá.
Ninian dejó de barrer. Había encontrado la suficiente hierba seca en
los jardines como para construir una escoba buena y había descubierto
una gran parte de las baldosas del invernadero diezmado.
—No estoy acostumbrada a quedarme quieta —respondió con
suavidad.
—Desde luego. —La mujer echó una mirada al pequeño jardín de
plantas que Ninian había vuelto a poner en una vieja cubeta—. Soy la
hermanastra de Drogo, Sarah. Déjame ayudarte... —No completó la
oración sino que se volvió para marcharse haciéndole un gesto a Ninian
para que la siguiera.
¡Hermanastra! No esposa. ¡Qué curioso! Ninian se preguntaba si una
hermanastra podía ser una amante.
—Necesito asearme. —Debido a que nunca había sido una criada, no
obedecía bien las órdenes. Ninian dejó a un lado la escoba y traspasó el
umbral hacia el interior de la casa. Se sentía bastante incómoda con la
presencia elegante de la dama; no tenía necesidad de sentirse sucia
también.
Sarah dominó su evidente impaciencia e hizo una señal con la cabeza
hacia otra puerta.
—La cocina es por allá. Ellos tienen... —Agitó la mano de manera
distraída.
Pues bien, estaba acostumbrada a lavarse en cocinas. Su abuela y
ella prácticamente habían vivido en el cuarto de servicio durante el
invierno para evitar encender más de una lumbre. No era que no pudieran
solventar el gasto de encender más lumbres, pero su abuela siempre
había sido tacaña, y Ninian tenía cosas más importantes que atender que
las lumbres.
Se cepilló la ropa con las manos, se lavó lo mejor posible y regresó al
pasillo para encontrar a Sarah, que aún esperaba.
La dama armoniosamente delgada la miró de arriba abajo, suspiró
con debilidad y luego, enderezando los hombros, caminó hacia el pasillo y
las escaleras.
Pues bien, siempre supo que no estaba hecha para ser un cisne
distinguido de la sociedad, pensó Ninian con pesar mientras seguía a
Sarah escaleras arriba. Tenía la contextura robusta de una campesina, la
cual no podía cambiar con ningún truco de magia. Además, no tenía la
necesidad de cambiar, se recordaba a sí misma. No se veía fuera de lugar
en su hogar.
Sarah la condujo hasta una alcoba en un ala diferente de la que

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ninian estaba instalada. El ala se veía un poco más nueva y con reformas
más recientes. Tuvo tiempo de vislumbrar caoba reluciente y una
alfombra con magníficos diseños antes de que su escolta abriera de un
empujón una puerta y la introdujera en una habitación iluminada
plenamente por la luz del sol y en la que había mujeres vestidas de
manera exótica.
Para ser precisa, eran tres mujeres vestidas de manera exótica, Sarah
incluida. Con rapidez, Ninian redujo el bombardeo sensorial para contar a
su escolta en seda azul y peinado empolvado, a una dama con un
embarazo en estado avanzado en capas sueltas de esmeralda y un
sombrero con volantes de delicado linón, y una mujer delgada y tímida
oculta en las sombras.
—Señoras, ella es Ninian Siddons. Señorita Siddons, lady Twane y
lady Lydie son buenas amigas mías. Y de Drogo, por supuesto.
La muchacha embarazada soltó una risita tonta. Ninian notó el
destello de unos vivaces ojos oscuros y supuso que lady Lydie tenía el
cabello tan oscuro como el del conde debajo de su sombrero. Era más
joven que las demás, apenas lo suficientemente mayor como para llevar
un niño en el vientre. Ante la observación de Ninian, sonrió.
—Creí que las comadronas eran criaturas ancianas y con manos
nudosas —aseguró con falsedad.
—Se refiere a mi abuela —Ninian sonrió para aliviar el efecto de su
franqueza—. Tenía las manos artríticas, por lo que yo actuaba como sus
manos. He aprendido todo lo que ella sabía, que es más de lo que saben la
mayoría de los médicos de Londres. —El sarcasmo fue instintivo. Había
sido en manos de médicos de Londres como su madre había perdido cinco
niños.
—Hemos preguntado y has sido muy recomendada —respondió Sarah
en tono tranquilizador—. No tenemos duda de que eres la mejor persona
para el parto de Lydie. Pero es el... —Agitó las manos sin poder contenerse
y miró a las demás—. Me siento tan estúpida al decir esto...
—El fantasma —aseguró con firmeza lady Twane, aún mirando
fijamente a Ninian—. Queremos que espantes a los fantasmas. Es muy
agobiante que unas rabietas invisibles nos despierten en medio de la
noche.
Ninian no creía que hubiera nada que pudiera hacer con respecto a
los espíritus que rondaban el castillo de Wystan, pero esas mujeres jamás
lo creerían hasta no verlo por sí mismas. Habían nacido en la riqueza y el
privilegio y creían que todo lo que deseaban se podía llevar a cabo con
una orden. No comprenderían que algunas cosas no eran de esta tierra y
no se les podía ordenar.
—Como le dije a lord Ives, soy herborista, no cazadora de fantasmas.
Para eso necesitarán a un sacerdote. Pero si lo queréis, intentaré hablar
con los espíritus. No prometo nada.
—Los sacerdotes usan túnicas elegantes y chalinas de seda y llevan
incienso y velas —dijo lady Lydie con aire meditabundo, mientras miraba
con interés el atuendo sencillo de Ninian—. Tal vez los fantasmas se
impresionen más con tu poder si te vistes con algo más...
—Moderno —terminó lady Twane con mordacidad.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¡Lujoso e impactante! —exclamó Sarah—. ¡Exactamente eso! Te


daremos el poder de la Iglesia adornándote con... —Agitó la mano de una
manera que Ninian comenzaba a reconocer—. Lydie, tu estatura es más
parecida a la de la señorita Siddons. Seguro que tienes algo...
Aunque lady Sarah no conseguía terminar las frases, no aparentaba
ser del tipo de las que le temen a los fantasmas. Esas mujeres se
escondían bien detrás de capas de polvo, seda y plumas, pero ese plan en
particular hablaba de subterfugios. Ninian lo sentía en el aire.
—No creo que sea necesario en absoluto.
—¡Pero lo es! —se entrometió Lydie—. Estamos todas muy aburridas
sentadas aquí, en el escondite de Drogo, sin nada más con lo que
entretenernos. Vestirte como un maniquí de moda sería muy divertido, y
sin duda, impresionaremos a cualquier fantasma que se encuentre en las
paredes. Di que lo harás, por favor. Luego podremos ir a cazar fantasmas
después de la cena.
Ninian pensó que debería decirles que no era pobre y podía comprar
sus propias sedas, si deseara usarlas. Pero el fondo de fideicomiso que su
abuela había dejado a su cuidado no era asunto de nadie más que de su
familia.
Sarah ya estaba revolviendo los baúles de Lydie en busca del vestido
perfecto. Lady Twane toqueteaba los descartes con un dedo despectivo,
pero hasta ella parecía estar interesada en el plan. «Irradia dolor»,
pensaba Ninian. Todo ese enfado, pena y dolor sumergidos serían
suficientes para despertar a cualquier fantasma que estuviera escondido.
Sospechaba que echar a lady Twane del lugar tranquilizaría a los
fantasmas con más rapidez que cualquier cosa que pudiera hacer ella.
—¡El azul! —ordenó Lydie desde su posición reclinada en el sofá cama
tapizado—. Nunca me ha cabido, pero será perfecto para ese cabello rubio
y esos ojos claros.
Ninian pensó que debería recordarles que era varios centímetros más
baja que cualquiera de ellas, pero luego recordó la abundancia de ropa
interior que sujetaba la tela de moda y, con nerviosismo, negó con la
cabeza.
—No, por favor, no puedo...
—Nunca digas que no puedes —gritó Sarah desde las profundidades
del baúl—. Mirad, ¿no se verá bonito este sombrero si le adornamos el
pelo?
La mano de Ninian voló hasta su cabello.
—¡No! No me pondré harina ni pomada.
—Desde luego que no. —Lydie apartó la queja con un gesto de su
mano—. Tu cabello es mucho más fascinante como está, y sin duda, los
fantasmas vienen de una época en la que no se adornaba el cabello. El
sombrero con las cintas azules, Sarah. Solo tiene un poquito de encaje.
Sarah sacudía capas de lujoso brocado.
—Perfecto. Sin guardainfantes. Necesitamos una enagua pesada,
Lydie. Vi una blanca con hilos de oro...
Aturdida y desconcertada por ese aluvión repentino de colores y
sedas hermosas, Ninian les permitió cambiar su lino vulgar por un vestido
de delicado linón adornado con capas de encaje en las mangas y el

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

escote. Jadeó cuando le ajustaron el corsé armado con ballenas hasta que
apenas pudo respirar, pero sus quejas fueron desoídas hasta que declaró
que el fantasma nunca le oiría si se desmayaba por la falta de aire.
El hermoso brocado azul celeste se deslizó por sus hombros y su ropa
interior como una cascada, y ella, con disimulo, alisó la sensual tela
mientras se la pellizcaban y se la remetían en su lugar. Como era previsto,
caía hasta pasarle la punta de los dedos de los pies, pero le improvisaron
una faja de seda color azul más oscuro, tiraron del excedente de tela
alrededor de la cintura y lo sujetaron en su lugar. Se sentía como un cerdo
embalsamado, pero las damas exclamaban con placer y sorpresa y
elogiaban tanto su propio trabajo que no podía ser tan grosera de decirlo.
Además, la seda se sentía hermosa, y decadente.
—Supongo que no tienes conocimientos de astrología —inquirió lady
Lydie mientras las demás arreglaban el vestido de Ninian—. Las estrellas
nos cuentan cosas completamente maravillosas. Sarah ha encontrado este
astrólogo...
Sarah la interrumpió deprisa.
—La señorita Siddons sabe sobre hierbas, no planetas. Necesitamos
que nos enseñe a librar este lugar de los fantasmas.
Lydie se cubrió la boca con una risita tonta y no volvió a decir ni una
palabra. Ninian podía sentir la confusión de emociones que la rodeaba,
pero era imposible determinar qué venía de quién y por qué. Sabía que
escondían algún secreto conspirador, y no costaba mucho darse cuenta de
que tenía que ver con ella.
Luego, atacaron el cabello de Ninian, cortaron un flequillo de rizos
alrededor de su rostro y cepillaron los gruesos bucles hasta que ondearon
sobre sus hombros y cayeron por su espalda. Lo sujetaron con un trozo de
encaje y luego, retrocedieron para admirar su obra.
—El toque de modestia no es muy modesto —advirtió Claudia, lady
Twane, justo cuando un gong tañía desde las entrañas del castillo.
Sobresaltada, Ninian brincó ante los estruendos. Las damas se veían
indiferentes ante el clamor.
—Pues bien, está un poco mejor dotada que Lydie —aceptó Sarah—.
Pero no tenemos tiempo. Drogo desaparecerá en el escondite si...
—¡Esperad! No puedo ir así. —Ninian miró el trozo de tela
transparente que apenas cubría el valle entre la curva que subía por el
corsé, pero Sarah la cogió del brazo y la arrastró hacia la puerta. Ninian
había visto a su madre con menos, pero nunca se había visto a sí misma
como su madre.
—Claro que puedes, querida. Solo estamos nosotras, y te ves
maravillosa. Lydie, querida, ¿deseas que te suban la comida o puedes
bajar las escaleras?
De manera instantánea, eso desvió los pensamientos de Ninian sobre
sí misma.
—No, ¡no debería bajar esas escaleras en esta etapa! Iré a buscar una
bandeja y se la subiré.
Sarah rio.
—Tenemos criados, señorita Siddons. —Miró por encima del hombro a
lady Lydie, quien no parecía estar interesada en moverse de su posición

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

reclinada—. Te contaremos todo más tarde, Lydie.


—¡Deseo estar allí para la cacería de fantasmas!
—Nadie vendrá conmigo —protestó Ninian, pero nadie la oyó.
Riendo, Sarah y lady Twane la llevaron con crueldad hacia las
escaleras que daban a las habitaciones comunes, donde el conde
esperaba la cena. Ninian sentía que llevaba puestas más prendas de las
que poseía, pero aún se estremecía por la exposición, y se dejó vencer en
la lucha inútil. Montaría el espectáculo de librar al lugar de los fantasmas y
se marcharía por la mañana. Si mientras tanto deseaban hacer de ella un
juguete, ¿qué daño provocaría?
En el instante en que vio la mirada oscura de lord Ives clavada en
ella, Ninian supo el daño que provocaría. Sus pechos se elevaban bajo la
mirada de él, y sus pezones se fruncieron. De haber visto esa mirada en
Beltane bajo la luz de la luna, ya sería una mujer perdida, como todas las
demás muchachas estúpidas que entregaban su castidad en un momento
de magia de la luna.
Después de lo que parecieron mil eternidades, el conde por fin
levantó la mirada hacia Sarah y su compañera.
—Veo que han encontrado algo con qué divertirse el día de hoy —dijo
con suavidad, antes de ofrecerle el brazo a Ninian—. Las brujas siempre
deberían vestirse de azul. —Con esa frase ambigua, la llevó al comedor y
dejó atrás a las otras mujeres para que les siguieran.
Tan nerviosa que no creía poder comer, Ninian apretaba y soltaba las
manos en su regazo mientras lord Ives sentaba a las demás damas.
Luego, regresó a su silla en la cabecera de la mesa, junto a ella. Se sentía
incómoda con ese nuevo descubrimiento de su cuerpo. Le había resultado
bueno como lugar para colgar ropa. Sus brazos eran para barrer pisos, no
para lucir desnudos y seductores debajo de la caída de un encaje costoso.
Nunca había pensado en tener hijos, por lo que consideraba que los senos
eran un fastidio, hasta que lord Ives observó la manera en la que
presionaban contra el corsé y su mirada ardió al descender hasta el lugar
entre sus muslos.
—¿Y esta es vuestra idea sobre la vestimenta para la caza de
fantasmas? —preguntó a la mesa en general mientras un lacayo pasaba
de uno a otro la sopera.
—Por supuesto, Drogo, lo último... —Sarah hizo un gesto y rio.
—No, milord —admitió Ninian al mismo tiempo—. Pero las damas
insistieron.
—Las damas están aburridas y se divierten a expensas de usted. No
permita que le hagan hacer nada que no desee. —Lord Ives regresó la
atención a su sopa.
—Él nunca nos presta atención —susurró lady Twane en su oído—. Le
hace bien saber que existen otras personas.
—No susurres, Claudia —le advirtió Sarah desde el otro lado de la
mesa—. Nos ignorará sin importar lo que digamos. Ya está calculando
arcos y ángulos en su mente, o libras y peniques, y no oye ni una palabra.
Cree que estamos tan lejos de los problemas aquí que olvida nuestra
existencia.
El señor en verdad parecía particularmente concentrado en la sopa, a

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

la cual revolvía sin ver si la cuchara estaba llena o no. Ninian lo observó
hasta que él por fin notó que la escudilla estaba vacía, pareció sorprendido
y parpadeó a su alrededor.
La mirada de sus ojos era irresistible. Tenía unos ojos muy cálidos y
oscuros, ojos que podían incitar a una travesura de diablillo.
—La sopa de pescado ha estado deliciosa, milord —comentó ella con
coqueta timidez.
—Sí, sí, es verdad. —Se lo vio algo perplejo. Luego, hizo una señal
para que trajeran el plato siguiente y pareció perderse en el pescado en
cuanto llegó.
¡Vaya por Dios! Un conde poderoso y perfecto podría no interesarle,
pero ese... Ese de alguna manera estaba desorientado dentro de su
cabeza. La sopa había sido un caldo, no una sopa de pescado. Ninian
levantó una ceja inquisidora hacia Sarah.
—Es completamente a propósito, estoy convencida —respondió con
un encogimiento de hombros—. Nos ignora a todos por contar estrellas o
lo que sea que hace en su cabeza mientras parloteamos. Ni siquiera ha
notado que Lydie no está aquí.
Ninian no pensaba que el conde estuviera tan inconsciente como les
agradaba creer a las damas, pero no expresó su opinión en voz alta. Toda
una vida de guardar sus pensamientos para sí misma le resultaba útil en
ese momento. No creía que hubiera imaginado su reacción ante ella. El
conde no estaba solo ignorando el parloteo. Por alguna razón, negaba la
existencia de la compañía femenina. No le agradaba que le negaran la
atención masculina que había anhelado durante tanto tiempo. A modo
experimental, le rozó con la mano la manga de su abrigo.
El conde dio una sacudida ante la conciencia inmediata. Sus ojos
brillaron con algo oscuro y poderoso cuando se volvió hacia ella, quien
sintió el calor de esa mirada en lo profundo de su ser, en un lugar que
nunca había despertado con anterioridad.
Un grito agudo penetró el aire y retumbó desde los elevados muros
de piedra.
En el silencio que siguió, se pudo oír a Lydie gritar.
—¡No he sido yo! ¡Debe ser el fantasma!

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 6

Drogo se puso de pie en un brinco.


—¡Quedaos aquí! —ordenó, y caminó al acecho hacia las escaleras.
Ya había tenido suficiente de esas bromas pesadas y acabaría con
ellas en ese mismo momento. La reciente obsesión de Sarah con la
astrología, las brujas y lo sobrenatural había traspasado los límites del
reino de la investigación científica hacia lo ridículo. Por poco había
envenenado a su último pretendiente con algún mejunje que había
asegurado que lo volvería más amoroso. Era evidente que había inventado
la estupidez del fantasma solo para atraer a la bonita herborista al castillo
por diversión. Pues bien, a él no le divertía.
Para su enfado, pero no para su sorpresa, la señorita Siddons ignoró
su orden y corrió tras él. Conociendo el humor perverso de Sarah y sus
amigas, suponía que ella era un blanco de esa broma tanto como él, no
una de sus autoras. Eso no aliviaba su irritación. Prefería que las personas
obedecieran sus órdenes.
—Se caerá por las escaleras y se romperá el estúpido cuello con ese
vestido —dijo con voz áspera mientras ella lo alcanzaba.
—No gracias a sus damas. —Sin mostrarse ofendida por el insulto, se
levantó las faldas hasta que dejó ver sus tobillos con medias y corrió con
paso ligero delante de él.
«Es probable que haya enredado esos tobillos con casi la mitad de los
pastores del pueblo», protestó para sí mismo mientras apresuraba el paso
para alcanzarla. No se había perdido los gruñidos y quejidos en los
arbustos durante la hoguera la otra noche. Los rituales paganos que
celebraban la fertilidad de la tierra resultaban, de manera inevitable, en
una cosecha de niños llorones al término de nueve meses. Quizás debió
haberse dado el gusto aquella noche. Si los dioses de la fertilidad la
complacieran, ahora no estaría mirando de manera lasciva los talones de
la bruja del lugar.
Los gritos espeluznantes se habían interrumpido en el instante en que
se levantaron de la mesa. No obstante, su huésped se dirigió de manera
infalible hacia la habitación de la cual antes habían emanado las
alteraciones. Tal vez ella fuera parte del complot de Sarah, después de
todo.
La puerta frente a la cual se detuvo conducía a la sala de estar de
unas habitaciones. Debido al tamaño y a la ubicación, Drogo imaginaba
que una vez había sido la habitación del amo, pero él prefería la
privacidad de su torre a esa ubicación central. En ese momento, nadie
ocupaba la habitación, pero los cuartos de las damas estaban cerca de allí.
—Quédese aquí —ordenó la joven bruja, mientras giraba el picaporte
y miraba en la oscuridad al otro lado.
Muy enfadado por ser receptor de su propia orden, Drogo cogió una

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

vela y una piedra del hueco que estaba junto a la puerta y encendió el
pabilo. Tras encender una llama, empujó contra el sólido panel, sin notar
que la dama entraba sigilosamente a su lado.
En la habitación revestida con paneles, hacía un frío terrible y había
muchas sombras debido a la vela parpadeante. Sin embargo, nada brincó
hacia ellos ni les gritó.
—No puedo sentir nada con usted aquí —se quejó su compañera de
pechos grandes—. Permanezca afuera y déjeme escuchar.
Drogo ignoró esa estupidez, levantó la vela y comenzó una búsqueda
meticulosa en las cortinas llenas de telarañas y los muebles antiguos. Era
probable que Lydie hubiera pronunciado el chillido inhumano. Haría
cualquier cosa que le pidiera Sarah.
La señorita Siddons estaba de pie en el centro de la alfombra, en
apariencia conectada con los espíritus. Al recordar la enorme cama en la
habitación contigua, Drogo se preguntaba si podría seducirla para
quedarse por la noche, a la espera de otra emanación. Toda esa suave
voluptuosidad rubia podía tentarlo con facilidad a resignar algunas horas
de su observación de estrellas.
Probó el cerrojo de la habitación. Cerrado. Tendría que hacer algo al
respecto.
Sin que él se diera cuenta, la señorita Siddons había abandonado su
puesto auditivo. Su pequeña mano asió el cerrojo que él acababa de soltar
y abrió.
Drogo elevó las cejas y la siguió al interior de la alcoba. Ella parecía
no ser consciente del todo de su presencia, ni de la proximidad de la
inmensa cama. Las damas que conocía reirían con timidez al estar a solas
con él en una habitación. O, más probablemente, se arrojarían a sus
brazos simulando miedo, o en abierta seducción. Juraría que la joven bruja
sabía que estaba allí, y solo creyó que no valía la pena fijarse en él.
Había utilizado su empresa de explotación de minas en
Northumberland como escape a una avalancha de exigencias familiares,
así como también de los ardides de las mujeres dispuestas a contraer
matrimonio. No tenía razón para sentirse irritado porque esa mujer no
exigiera su atención como todas los demás, pero así se sentía.
Enfadado, porque en realidad lo estaba, Drogo continuó la búsqueda
mientras la bella insensata caminaba hacia el hogar y escuchaba el viento
en la chimenea. Según su opinión, de vez en cuando el viento trababa
alguna piedra suelta o la rama de un árbol y producía chillidos que partían
los oídos. Contrataría un deshollinador y un podador de árboles por la
mañana.
—No hay nadie aquí más que nosotros —le informó ella mientras
dejaba caer su larga falda y se dirigía arrastrándola hacia la salida—.
Regresaré en algún momento cuando usted deje de inquietar a los
espíritus. ¿Esta es la única habitación en la que moran?
—Aquí no hay nada más que muebles podridos, ratas y corrientes de
aire lo suficientemente frías como para helarnos el cu... los pies —se
corrigió él. A pesar de que parecía lo contrario, supuso que era una dama
y, por consiguiente, protegió sus oídos.
—Y su gato. —Ella se inclinó para levantar un bulto de piel en sus

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

brazos.
Bajo la luz parpadeante, el gato gris pareció lanzarle una mirada
malévola desde el refugio del pecho de la dama.
—No tengo ningún gato —dijo con frialdad.
En respuesta, sus hoyuelos aparecieron en una sonrisa
desconcertante e indescifrable mientras acariciaba el gato hasta que
ronroneó.
—Si usted lo dice, milord... Debe ser un gato fantasma.
Confundido por la sonrisa encantadora e irritado por su respuesta
ilógica, Drogo luchaba por responder de manera racional. Recurrió a la
superioridad de su posición, asintió con la cabeza de manera
condescendiente y la condujo desde la suite al pasillo.
—Es un gato vagabundo que quedó atrapado aquí mientras perseguía
ratones. Deben haber sido sus maullidos los que oímos.
—Desde luego, milord —respondió de manera sumisa. Sin embargo,
no había nada de sumiso en sus hoyuelos danzarines.
Hubiera deseado besar la picardía que mostraban sus labios
sonrosados. No debería mirarle los labios. Con rigidez, Drogo cerró la
puerta de un golpe.
Dejó que las damas se divirtieran. Tenía cosas más importantes que
hacer. Por experiencia, sabía que acabaría en su cama tarde o temprano.
Siempre lo hacían. No creía que se debiera a que las mujeres lo
encontraran abrumadoramente atractivo, sino a que su riqueza y su título
superaban cualquier objeción a su carácter o su físico. Y debido a que
Sarah había hecho correr el rumor acerca de que él deseaba tener un
niño. Debió haberle retorcido el pescuezo hacía tiempo.
Drogo hizo un gesto con la cabeza de manera brusca y le soltó el
codo.
—Comunique mis disculpas, pero tengo trabajo que hacer. La veré
más tarde.
Se marchó a zancadas hacia los escondrijos solitarios de su torre.
Ninian negó con la cabeza mientras lo observaba marcharse. La
habitación que acababan de dejar olía a angustia y enfado, pero no
esperaba que un seguidor del naturalismo lo advirtiera.
Mientras se preguntaba qué hacía lord Ives en su torre solitaria,
Ninian descendió las escaleras dándole palmaditas al precioso gato. Su
abuela nunca le había permitido tener mascotas. No había necesidad de
inspirar más de lo necesario las supersticiones de los aldeanos. Sin
embargo, a ella le encantaban los animales.
El ronroneo sonoro del gato casi compensaba la descortesía del
señor.

Con fuertes trazos de tinta, Drogo completó su cálculo, apuntó sus


observaciones y alargó la mano para coger su telescopio más pequeño.
Antes de que pudiera levantar la vista, oyó el inconfundible ruido de
pasos femeninos. Por fin, la joven bruja había decidido explorar su alcoba.
Sin duda, no tenía ni un pelo de timidez en el cuerpo. Realmente intrigado
a pesar de sí mismo, soltó el telescopio de antemano. ¿Tendría ella alguna

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

historia triste sobre algún pariente muerto o un amor perdido hace


tiempo? ¿O solo se presentaría con osadía para que le diera su
aprobación? Para ese momento, era probable que Sarah le hubiera
contado a medio imperio británico lo de su confesión de que contraería
matrimonio con cualquier mujer que le diera un hijo. Debió haber arrojado
a Sarah por los pretiles hacía tiempo. La posibilidad de acostarse y
contraer matrimonio con un conde había significado una tentación
irresistible para cada mujer sin pareja del maldito reino, cuando todo lo
que había querido decir era que se negaba a mantener un tropel de
bastardos como lo había hecho tradicionalmente su familia.
Era bueno que de vez en cuando no le importara intercambiar
manipulaciones femeninas por los placeres eróticos de sonrisas
seductoras y pieles de satén. Su hogar, que solía ser masculino, estaba
gravemente necesitado de placeres femeninos, pero no veía necesidad de
sufrir grilletes de pierna cuando las mujeres llegaban a él dispuestas, sin
que tuviera que levantar un dedo. Y podía deshacerse de ellas con la
misma facilidad.
Ocultó su decepción cuando Sarah se asomó por el ángulo de la
puerta.
—¿Los demonios ya están acechando tus sueños esta noche? —se
mofó, mientras regresaba a su telescopio y lo levantaba hacia la ventana
que daba al norte.
—Estoy sola. —Hizo pucheros.
—Te lo advertí —respondió él sin compunción.
—No tuve elección. Mi madre amenazó con repudiarme. Además,
Lydie necesitaba un escondite.
Haciendo aspavientos con la falda, se sentó en la silla junto a la
ventana debajo del telescopio. Se inclinó hacia adelante para dejar ver las
elevaciones tentadoras de sus pechos.
—No somos familiares de sangre, Drogo —le susurró—. Podría ser la
esposa que deseas.
Drogo cerró los ojos y maldijo en voz baja. Sarah había hecho todo lo
posible por ser prudente desde su llegada. Parecía que la actuación
finalmente resultaba ser un fracaso.
—Conozco a la perfección nuestra relación —dijo él sin rencor. Ya
había andado por ese camino demasiadas veces como para tomar
cualquier cosa de manera personal—. Has nacido mucho antes de que mi
padre llevara a tu madre a su casa. Pero aun así, creciste como mi
hermana menor. Puedo recordar tirarte del pelo e insultarte cuando me
pateabas. No hagas que me arrepienta de ofrecerte asilo.
Ella se reclinó contra las almohadas con el entrecejo fruncido. Una
vez más, era la hermana entrometida, y no la seductora.
—Podría funcionar, Drogo. ¿Por qué no intentarlo? Eso es mejor a que
ambos vivamos nuestras vidas en soledad.
—No estoy solo y tú no deberías estarlo. Puedes tener a cualquier
hombre que escojas.
—No deseo a otro hombre que administre el dinero. —Apoyó la
cabeza contra la pared y miró fijamente el cielo nocturno al otro lado de la
ventana—. Sin embargo, deseo tener hijos. No serían una molestia, Drogo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Podrías...
—No —declaró con firmeza—. No necesito niños cuando os tengo a
todos vosotros para luchar. ¿No has aprendido nada de los matrimonios de
nuestros padres?
Encogió sus hombros casi desnudos.
—¿Qué alternativas tenemos? Vivimos existencias costosas y no
podemos mantenernos sin tierra ni dinero. Tu madre es afortunada de que
los tribunales hayan obligado a tu padre a pagar su casa y los gastos. Y tú
eres afortunado de que haya caído muerto y te dejara su riqueza antes de
que envejecieras. La vida es una jugada, solo podemos elegir en qué juego
de azar apostar nuestro dinero.
—Muy filosófico, querida, pero este juego de azar está cerrado.
Encuentra otro.
Hacer una mueca hubiera arrugado su polvo, por lo que se decidió
por un gesto reflexivo de llevarse un dedo hacia los labios. Drogo valoraba
la representación, pero su paciencia se acababa. Había esperado un
puñado más natural de rizos rubios y labios rosados esa noche.
Drogo esperaba que la joven bruja no fuera tan interesada como
Sarah. La señorita Siddons parecía tener una mente adiestrable. Eso podía
resultar tan interesante como sus abundantes encantos.
—La familia no te dejará solo —le advirtió Sarah mientras se
levantaba del asiento con un crujido de las enaguas—. Puedes esconderte
tanto como desees pero, te guste o no, eres la cabeza oficial.
—Y los brazos y las manos —murmuró Drogo, y regresó a su
telescopio.
—Hombre cruel. —Le dio un beso en la mejilla y se retiró deslizándose
de la habitación.
Su perfume perduró en la torre hasta mucho después de su partida.
Drogo blasfemó por la distracción y miró fijo el cielo nocturno. Se
preguntaba por millonésima vez si había tomado la decisión correcta
cuando decidió no contraer matrimonio.
Parecía ser la única decisión racional que podía tomar. Recordaba
muy bien la conmoción y la angustia del día en que su padre había echado
del hogar a su madre, llorosa e histérica. Sus hermanos más pequeños
habían llorado día y noche después de su partida. Su padre se volvió un
alcohólico perdido. No le deseaba esa devastación emocional ni a su peor
enemigo.
Durante los años posteriores, tras observar a otras personas, a otros
matrimonios, había llegado a la conclusión de que la única manera en la
que un hombre y una mujer podían vivir juntos en algún tipo de armonía
era si tenían intereses e intelecto en común, evitaban escenas
emocionales y respetaban reglas definidas con claridad. En el mundo que
él habitaba, eso parecía casi imposible.
Por el bien de un heredero, había estado dispuesto a intentar lo
imposible, hasta que poco a poco se dio cuenta de dos cosas. Cuando sus
hermanos crecieran y se volvieran más maduros, se percataba de que
podrían aceptar su parte de responsabilidad, y comenzó a comprender
que, en verdad, no necesitaba un hijo como heredero. Sus hermanos
cumplirían bien con ese objetivo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Y puesto que aún tenía que tener algún bastardo por los que su
familia era famosa, se había vuelto evidente que nunca podría engendrar
un hijo. La única buena razón para contraer matrimonio era fecundar un
heredero legítimo.
Ergo, no necesitaba contraer matrimonio.
No podría evitarlo si la lógica no borraba el anhelo por el niño que no
podía tener, el niño que nunca había sido, el niño al que nunca abrazaría.
En todos los años que había mantenido a sus hermanos, no podía
recordar ni siquiera una vez haber tenido alguno en sus brazos.
—¿Qué hace? —exigió saber Drogo cuando entró a su alcoba en la
torre y la luz del día dejó ver con facilidad una silueta femenina
reconocible cerca de las ventanas. La había deseado la noche anterior, no
ahora.
La joven bruja se volvió. Esa mañana, de vuelta con su habitual
vestimenta de color apagado y su delantal, parecía estar acariciando un
gatito. Un gatito. Al mirar por segunda vez, localizó al gato gris de la
noche anterior sentado en su silla mientras lo observaba con una mirada
calculadora.
—Su gato inexistente al parecer ha tenido gatitos inexistentes. Estoy
acariciando a uno —le explicó con amable sinceridad, como si fuera un
idiota que no podía ver lo que estaba justo debajo de su nariz prominente.
No sabía si estaba más enfadado con ella por tratarlo como un idiota
en lugar de conde, o consigo mismo por desilusionarse debido a que no lo
había buscado la noche anterior.
—¿Ha venido aquí con algún propósito? —Con rapidez, se dirigió a
zancadas hacia el escritorio para buscar unos papeles para su
administrador.
—Sarah me envió para buscar un chal que dice haber olvidado aquí
anoche —Ninian creyó haber evitado bastante bien que la acusación
saliera de su voz, pero la mirada de complicidad del conde descartaba esa
teoría. Ella le dio la espalda y observó las plantas en la ventana. Sin duda,
no se veían saludables—. ¿Qué son?
—Hierba. —La brusca respuesta llegó justo por detrás de su hombro.
Intentó no dar un brinco por su proximidad, pero hizo una mueca ante
su respuesta típica.
—¿Ha estado experimentando cómo inundarla?
—No.
Creyó que acabaría allí, pero para su sorpresa, él levantó una
regadera.
—He traído esta agua desde el arroyo y la estoy utilizando en estas
macetas de aquí. —Señaló la hierba moribunda de un lado de la ventana
—. A las demás macetas las riego con agua del pozo.
El entusiasmo encendió pequeñas chispas en la piel de Ninian cuando
reconoció la importancia de su experimento.
—¿Entonces puede ver si en verdad es el agua del arroyo la que
causó la peste? —Solo tenía las enseñanzas de su abuela para guiarse,
pero ese hombre tenía mucha más erudición y conocimientos que ella, y
anhelaba adquirirlos.
—Sí, pero parecen estar igual de apestadas. —La indiferencia regresó

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

a su voz.
—No, solo las ha regado por demás. No tienen aire ni sol aquí, por lo
que no pueden absorber tanto líquido. Les iría mejor en un invernadero,
con más luz solar y ventanas que se abran. —Introdujo un dedo en la
hierba regada con el agua apestada—. La tierra de estas macetas huele
peor.
—Quizás debería llevar las macetas afuera.
Esta vez creyó oír un naciente interés en su voz. Era difícil interpretar
los signos que daban las personas en palabras y gestos cuando solo
estaba acostumbrada a sentir lo que sentían, pero con ese hombre estaba
aprendiendo.
—Eso, o regarlas menos —convino ella.
—¿Desea ver lo que hice con su arroyo? —preguntó de manera
abrupta, mientras le extendía la mano.
Ella le miró la mano como si fuera la pata enguantada del mismo
demonio, pero con cautela, la aceptó.
—¿Ha encontrado la fuente del problema?
Su pulso latía debajo de los dedos de él, y Drogo se negó a dejarla
cuando ella lo soltó. Las mujeres rara vez le despertaban curiosidad. Esa lo
hacía. La mantendría cautiva hasta que hubiera analizado de manera
minuciosa la razón.
—No, pero creí que si filtraba el agua, podríamos detener cualquier
daño que estuviera causando el ácido. —Sus dedos fríos se calentaron en
los de él. De manera ociosa, mientras la llevaba hacia abajo, Drogo se
preguntaba cuánta intromisión le causaría alojar a la joven bruja en el
castillo y tomarla como amante mientras estuviera allí. No se le había
ofrecido aún, pero tal vez desconfiaba de su posición social.
—Habrá una tormenta esta noche.
El comentario irrelevante volvió a atraer la atención de Drogo hacia el
presente. Habían atravesado la sala y estaban de pie en la puerta con la
vista hacia los jardines lamentablemente mustios. Su compañera
observaba las densas nubes de arriba como si fuera lo único que
importaba a su alrededor. Quizás ella necesitaba que volviera a asegurarle
su interés. Él aún tenía que conocer una mujer libre que no se tentara con
la promesa de un título y riquezas.
—¿Le teme a las tormentas? —le preguntó con lo que esperaba que
fuera comprensible. Guardó la mano de ella en el doblez de su codo y la
condujo hacia el sendero que había hecho despejar hasta el arroyo. Con
los árboles cubiertos de hojas, nadie podía ver su marcha.
—Las tormentas tienen un propósito —aclaró ella de manera
enigmática, mientras pateaba las hojas del año anterior—. Aunque la
atracción apasionada del cielo hacia la tierra puede ser algo inquietante.
Drogo rio para sí mismo. La mente de ella podía tener un enfoque
retorcido, pero sabía que la seducía.
Una vez que estuvieron bajo la protección de los árboles, deslizó el
brazo alrededor de la espalda de ella y la acercó hacia él. Le resultó suave
y dócil en todos los lugares apropiados cuando él le rozó con delicadeza
los labios con los suyos, poniendo a prueba su aceptación. Se encendían
chispas en cada lugar que se tocaban.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Suspiró de placer y se fundió en él. Le acariciaba la mandíbula con


dedos exploradores, pero antes de que él pudiera involucrarla más, ella
presionó una mano contra su pecho y se apartó.
—La tierra y la luna combaten su atracción con violencia, milord.
Prefiero que no hagamos lo mismo.
Ella se alejó y desapareció con tanta rapidez en el bosque que fue
como si se hubiera fusionado con los árboles.
Drogo maldijo en voz baja y luchó por recuperar el control. No dejaría
que la lujuria dominara su cabeza. Solo necesitaba encontrar un patrón de
comportamiento que atrajera a la maldita hechicera hasta su cama.
Solo era cuestión de resolver el problema, como una ecuación
matemática.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 7

Mientras corría por el sendero, Ninian se cubría la boca para


conservar la textura de los labios del conde impresos en los suyos. Eran
algo rugosos, finos pero con una carnosidad sensual cuando se
ablandaban, sabían ligeramente a café y azúcar. El calor de su aliento y el
roce de su bigote incipiente aún ardían en sus mejillas.
Nunca nadie la había tocado de manera tan íntima.
Si lo intentaba con esfuerzo, podría recordar a su padre alzándola en
brazos y dándole besitos en la mejilla cuando era muy pequeña. Su madre
nunca le había propinado esas caricias, como si le hubiera temido a la niña
que había dado a luz. Su abuela la recibía con abrazos cuando era niña,
pero nada le hubiera enseñado a esperar lo que acababa de experimentar
en los brazos de lord Ives.
No podía creer lo mágico que podía ser algo tan simple como el beso
de un ser humano.
Lo oía haciendo crujir las hojas detrás de ella. ¿Por qué la había
besado? Tenía a tres damas elegantes a su entera disposición. ¿Era como
Nate, que necesitaba conquistar a cada mujer que se cruzaba en su
camino?
No le agradaba pensar de ese modo. Deseaba creer que sentía la
atracción de la luna y la tierra al igual que ella.
Debía abandonar ese lugar. Las leyendas eran ciertas. Los hombres
Ives eran peligrosos.
Sus largas zancadas la alcanzaron sin prisa. Sentía con intensidad su
presencia física. No la tocó y, sin embargo, un escalofrío le erizó la piel
cuando llegó a su lado e igualó su paso al de ella.
—¿Cómo funciona un filtro? —le preguntó al ver que él no decía nada.
—Imagino que atrapa las partículas perjudiciales para que solo fluya
por el arroyo el agua limpia.
La voz de él no reflejaba nada más que un interés intelectual en el
experimento. Uno creería que el beso nunca había existido, que en un
punto en el tiempo, sus corazones no habían latido como si hubieran sido
uno.
—¿Qué podría atrapar algo tan diminuto como una partícula? —Ella
podía jugar el mismo juego. No tenía que preguntarse en qué se hubiera
convertido el beso si le hubiera permitido continuar.
¿Era solo su propio deseo el que vibraba entre ellos ahora? ¿O había
verdadero interés en la oscura mirada de él? Era muy frustrante no saber
esas cosas.
—Estoy experimentando con muchos materiales. Las rocas y la arena
son los más fáciles —Hablaba como desde un atril—. Se sabe que las
plantas funcionan de vez en cuando, pero no he encontrado ninguna que
sobreviviera a las sustancias que hay en el arroyo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¿Ha investigado sobre filtros?


—No de manera meticulosa, no. No es un problema con el que me
haya enfrentado antes. Mi biblioteca no es adecuada. Pero hay ciertas
conclusiones básicas a las que uno puede llegar de acuerdo a la evidencia
disponible.
Ninian se detuvo de golpe al sentir que en las cercanías había un
caballo con su jinete. El arroyo murmuraba justo al otro lado de la
siguiente arboleda.
Lord Ives bajó la mirada hacia ella con curiosidad.
—¿Hay algún problema?
—Hay alguien que está observando su filtro. —Continuó caminando
sin prisa. No sentía ningún peligro por el recién llegado.
—¡Payton! —gritó lord Ives cuando atravesaron la arboleda y vieron al
jinete—. ¿Qué noticias tienes?
Ninian holgazaneaba en el límite del bosque mientras lord Ives
continuaba caminando para conversar con el jinete. El extraño era un
hombre algo fornido y no mayor que el conde. Su abrigo era de gran
calidad, pero no era costosamente elegante. Su tranquila yegua arrancaba
la hierba del arroyo con el hocico y Ninian se dio cuenta de que el jinete
no le permitía beber el agua. Concluyó que era un hombre con sentido
común, que hacía lo que le decían y lo hacía bien, pero sin ideas propias.
La saludó con un gesto de su cabeza cuando ella se acercó, y lord
Ives le presentó a su administrador.
Payton se tocó la gorra de manera educada.
—Señorita Siddons. He oído que la gente del pueblo habla de usted.
Ella mostró su hoyuelo e hizo una reverencia.
—¿Y no teme que lo hechice? —En verdad no debería decir esas
cosas. Tentaba a la suerte. Sin embargo, había resultado ser muy, muy
buena en resistir la tentación; debía hacer algo atrevido para mantener el
equilibrio.
A Payton se lo vio un poco sorprendido, pero sonrió.
—Estoy seguro de que todos lo hombres pueden quedar atrapados
con sus encantos, señorita.
Lord Ives resopló.
—Hablas de la brujería de todas las mujeres. La señorita Siddons se
especializa en la sanación, no en la seducción. Cuéntame qué has
encontrado aguas arriba.
No había pensado que el conde se hubiera preocupado o interesado
por sus preferencias. Los nobles solían tener cosas más importantes en
sus mentes que las supersticiones del lugar. Tal vez debería sentirse
halagada, pero estaba más interesada en lo que el señor Payton tenía
para decir. Se agachó para observar el extraño dique de piedras que
cruzaba el arroyo mientras el recién llegado hablaba.
—La vida vegetal está deteriorada a lo largo de millas aguas arriba,
pero se recupera poco a poco cuando me alejo río abajo. Vuestro filtro es
demasiado nuevo como para que ya tengamos prueba de su éxito.
—¿Aún no has encontrado la causa? —preguntó el conde con
brusquedad.
—No, aún no.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ninian sintió un halo de intranquilidad en él cuando su yegua dio un


paso al costado con nerviosismo. Comenzó a hablar, pero lord Ives se le
adelantó.
—¿El arroyo se divide?
—Y tiene numerosos afluentes. Este tramo parece correr con mayor
lentitud que los otros, lo cual puede ser parte del problema.
—¿Hay evidencia del daño en uno de los tramos? —instó Ninian.
Ambos hombres la miraban fijamente mientras se levantaba de la
orilla del arroyo. Tal vez no estaban acostumbrados a que las mujeres
hablaran. Le agradaba la luz de interés en los ojos del conde.
Payton formuló su respuesta de manera cuidadosa.
—Los afluentes son más pequeños, y fluyen con más rapidez. He
notado... una carencia de abundancia... en uno de ellos, a muchas millas
de aquí. No tuve tiempo de explorar su longitud.
—¿Pero tiene alguna idea de su recorrido? —insistió Ninian. El hombre
no contaba la historia completa. Payton se encogió de hombros.
—Fluye desde las colinas al otro lado de esta propiedad. No puedo
decir más.
Ella frunció el ceño, pensó en hacerle más preguntas y decidió lo
contrario. Los hombres solían empecinarse cuando se los presionaba.
Deseaba tener un caballo propio para poder recorrer más, pero no era
muy buena para cabalgar. Volvió a examinar los entresijos del filtro que
había construido el conde. Había utilizado trozos de carbón entre las rocas
y capas de gravilla. En su mayoría, había recogido hojas secas y ramas.
Tendría un gran estanque cuando cayera la lluvia.
Sintió la partida del administrador e intentó distinguir la presencia
emocional del conde de la física mientras se acercaba. No pudo. Vibraba
con una masculinidad a la que ella respondía como si fuera la sangre de
vida que latía a través de sus venas.
—No dice toda la verdad, milord. —Ella se frotó las manos para
limpiarlas y volvió a ponerse de pie. Estaba cansada de que él amenazara
sobre ella.
Sus ojos oscuros le observaban por detrás de su mascará impasible.
—¿Cómo es eso?
—Sospecha del origen del afluente que arrastra el veneno, pero no
quiere confirmarlo.
—¿Y puede saber todo eso porque...?
Se volvió y comenzó a caminar de regreso hacia el sendero.
—Me lo contó un pajarito. —No malgastó el aliento en darle
explicaciones. Le había dicho lo que sabía. Él podía actuar sobre eso o no.
Era su elección.
Él no hizo ningún comentario sobre su evasiva. En cambio, volvió a su
propósito original.
—¿Qué piensa del filtro?
—Muy ingenioso, milord. Sería interesante descubrir si las rocas
pueden detener el veneno. Sería aún más interesante ver cómo le afecta
la tormenta de esta noche.
—He pensado en eso, pero sin más experimentación, no puedo
decirlo. Si se trata de un veneno, como lo llama usted, algunos se diluyen

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

y se vuelven ineficaces con grandes cantidades de líquido. Quizás un buen


chaparrón limpie el veneno.
Asintió con la cabeza con admiración ante su valoración.
—Un punto de vista excelente, milord. Espero que tenga razón. El
arroyo proporciona recursos valiosos que no puedo reemplazar. —No creía
que fuera saludable para su vida en el pueblo que ya no pudiera preparar
remedios, pero él no comprendería la precariedad de la vida al fino borde
de la superstición.
—Al menos, el daño se limita a mis tierras. Esperemos que todo salga
bien.
Ninian aceptó la mano del conde como ayuda mientras trepaba un
tronco caído. Su mano era cálida y firme y mucho más fuerte que la suya
al apretar sus dedos y sostenerla. Casi podía reunir confianza con ese
apretón, y no quería soltarse de la fuerza de su presión una vez que
llegara al otro lado del tronco. Él tampoco la soltó de manera voluntaria.
Fue como si se hubieran comunicado por medio del contacto. Ella
luchó por liberarse de la sensación y se concentró en la respuesta.
—Debo advertirles a los aldeanos que no utilicen el agua de su arroyo
—contestó con lentitud mientras intentaba adaptarse a la nueva corriente
de sensaciones que fluía a través de su mano y subía por su brazo. ¿Era
así como los hombres Ives hechizaban a las mujeres? ¿El conde poseía
algún poder más fuerte que los suyos?
—Será mejor que le eche una mirada al agua de la cocina —dijo lord
Ives con aire pensativo mientras miraba fijo hacia el frente, como si solo
tuviera el problema del arroyo en mente.
Ella ya no podía mantener el misterioso vínculo físico. Liberó la mano
de un tirón, se levantó las faldas un poco y huyó hacia el sendero para
estar segura.
Regresaron a una casa alborotada.
Lady Twane estaba de pie en la gran sala; apretaba y soltaba las
manos, y gemía con terror mientras elevaba la mirada hacia las escaleras
de piedra.
Desde la habitación embrujada de arriba emanaban gritos y
estruendos de cosas que se estrellaban.
Lady Lydie estaba apoyada en la baranda de arriba y miraba
fijamente hacia el pasillo que llevaba a la habitación, cubriendo de manera
protectora su barriga prominente con la mano mientras dudaba en bajar
las escaleras. Le gritaba una obscenidad a Sarah, que estaba de pie junto
a Claudia, e instaba de manera alternativa a Lydie para que se apresurara
a bajar y a Claudia para que se callara.
—¿Dónde están los malditos criados? —gritó Sarah cuando un cristal
se estrelló en lo alto.
El gato gris se sentó en el poste de la escalera, movía la cola con
nerviosismo y observaba sus payasadas.
Lord Ives murmuró una blasfemia peor que la de Lydie y corrió hacia
las escaleras.
Cuando cogió a Lydie y la ayudó a bajar, Ninian supuso que el niño de
la dama era suyo, puesto que jugaba muy bien el papel de protector
solícito. Reconocía un poco de celos, pero los quejidos del triste habitante

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

de la habitación de arriba le exigían una atención más inmediata.


Ninian ignoró la orden del conde y pasó corriendo delante de él por
las escaleras. Había colgado varas de abedul y ramas de serba allí más
temprano, y había desparramado eneldo en la chimenea. Tal vez debió
haber recitado el hechizo protector de su abuela también. Deseaba tener
una piedra para encender el incienso.
No debería necesitar incienso de adivinación si la presencia del
fantasma era lo suficientemente fuerte como para derribar una habitación.
Entró de sopetón en la suite oscura. Esperaba una oleada de
corrientes heladas o que una silla le volara sobre la cabeza.
Todo estaba en calma en su interior.
Se detuvo para recuperar el aliento y calmar su corazón palpitante.
Las colgaduras gastadas envolvían la habitación y lo oscuridad creciente
de la tormenta que se avecinaba impedían que entrara siquiera un rayo de
luz. Deseaba que estuviera lord Ives con la vela. No obstante, entró
despacio y con cautela, buscando la fuente de la violenta angustia que
vibraba en el aire.
—Al fin, una Malcolm —susurró un suspiro en su oído.
Sobresaltada, Ninian se quedó helada. Su don por lo general no le
permitía leer mentes ni oír fantasmas.
—Donde no hay corazón, morimos —susurró la voz con tristeza.
—¿Qué es lo que deseas, fantasma? —susurró Ninian.
Sabía que lord Ives había entrado tras ella, y estaba oyendo. Creía
que tenía una vela y un arma en la mano, pero no hizo más que montar
guardia detrás.
Ella pudo sentir consternación y frustración cuando las cortinas de la
ventana volaron hacia afuera y las sillas hicieron ruido. Pero no recibió
respuesta.
Sin poder encontrarle ni pies ni cabeza a eso, Ninian deseaba poseer
la sabiduría de su abuela. Se adentró aún más en la habitación de manera
sigilosa. Buscaba con sus sentidos. Dolor, tormento desconsolado. Podía
sentir esas cosas, pero no el pensamiento que los representaba.
—¿Qué debo hacer? —le preguntó al aire a su alrededor.
Lord Ives se acercó con cautela a la chimenea, la inspeccionó con un
atizador, no golpeaba nada más que piedra sólida.
—¿Cómo puedo ayudar? ¿Qué hará que descanses en paz?
«¿Eres malo o bueno?», deseaba preguntar, pero le temía a la
respuesta. Dada su atracción por un Ives, la llegada de un fantasma en
conjunción parecía de mal presagio, en el mejor de los casos.
—Una Malcolm debe volver a vivir en el castillo Malcolm. Sin
corazones, perdemos todo.
Las frenéticas emociones se debilitaban y Ninian buscaba con más
detenimiento la fuente. Lord Ives pinchó las cortinas, al parecer sin
percatarse de las sensaciones.
—No se vaya —gritó ella, pero ya sentía que la presencia había
partido.
Perdida, esperaba, deseaba que el espíritu regresara, que la golpeara
una percepción cegadora ante el dilema que le habían encargado. Todo lo
que sentía era a lord Ives que perdía el interés en las cortinas y se

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

acercaba para apoyar una mano en su hombro.


—¿Se encuentra bien?
El calor de su mano la tranquilizó de una manera que no podía
explicar. Tal vez comunicarse con un mundo más allá del mortal tenía
consecuencias que requerían del contacto humano. Fuera lo que fuera, se
sacudió como si la hubiera despertado.
—Estoy bien. Nunca antes había estado en comunión con un
fantasma.
—¿Le respondió el fantasma? —preguntó él con asomo de ironía,
mientras la guiaba hacia la puerta.
—¿Sabe algo de la historia de su familia? —Quizás la respuesta
estaba allí. El fantasma sin duda deseaba decirle algo.
—Muy poco. —Abrió la puerta para descubrir a las tres mujeres, que
esperaban con ansiedad del lado de afuera—. Hagan que los criados
suban lámparas y limpien los cristales —ordenó él—. Creo que los muros
exteriores deben estar cediendo. Haré que un mampostero los revise.
No solo no la creía, sino que tampoco la escuchaba. Ahora enfadada,
y afectada por la experiencia sobrenatural, Ninian se detuvo donde estaba
de pie y se negó a que le guiara su mano tranquilizadora.
—¡Ella sufre! —gritó—. Intenta advertirnos. Debemos oírla e intentar
comprenderla.
Lord Ives elevó sus cejas arqueadas.
Ella lo miró con furia.
—¿Este lugar perteneció alguna vez a los Malcolm?
Lord Ives se encogió de hombros. Ella pudo ver la arruga de
preocupación que fruncía sus cejas, pero a él no le interesaba la historia
antigua.
—Las escrituras originales de las tierras lo llamaban el castillo
Malcolm —respondió Sarah. Levantó las manos sin poder contenerse
cuando todos se volvieron para mirarla—. No tengo nada mejor que hacer
con mi tiempo que hurgar en viejos papeles.
—Entonces investigaré los medios por los cuales los Malcolm fueron
despojados y los Ives adquirieron sus tierras —dijo Ninian con frialdad—. El
fantasma de la mujer está muy enfadado y triste. No puedo
responsabilizarme si vosotros no vais a escuchar.
Ninian pensó en volver con paso airado a su habitación, juntar sus
pertenencias y marcharse de sus vidas aristocráticas, pero un trueno y un
chaparrón cacofónico sobre las tejas del techo la detuvieron.
En el silencio que siguió al trueno, lord Ives habló:
—Si piensa recuperar lo que perdieron sus ancestros, está tratando
con el hombre equivocado.
El viento rugió, o quizás fuera el fantasma de la mujer que se
lamentaba.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 8

—No, no puedes marcharte esta noche. No lo permitiremos. —Lady


Sarah cogió el bolso de Ninian de la cama, la asió del brazo y la llevó hacia
abajo, a la sala del ala de las damas de la casa—. Todas estamos
inconscientes del miedo. Debes decirnos qué hacer.
Ninian estaba un poco cansada de que la llevaran y la guiaran a
donde esas personas querían, pero no deseaba salir bajo la tormenta más
de lo que las damas deseaban que se marchara. Deseaba poder
considerarles como las amigas que anhelaba, pero temía que la tomaban
más bien como un juguete con el que podían jugar.
—No hay nada que pueda deciros —protestó con debilidad.
—¡Dinos qué ha dicho el fantasma de la mujer! —ordenaron todas las
damas mientras cerraban la puerta de la habitación de Lydie y se volvían
hacia Ninian.
—Los fantasmas no hablan mucho —dijo Ninian con un suspiro,
mientras Claudia levantaba un reluciente vestido verde azulado hasta sus
hombros. En verdad necesitaba una siesta más que otra sesión como
maniquí de moda. Tratar con fantasmas era agotador.
Sarah comenzó a desabrochar el vestido de Ninian y dijo:
—Es evidente que hay alguna historia trágica en este castillo que
debemos corregir.
Sorprendida de que la veleidosa Sarah hubiera metido mano en su
problema, y sospechando que solo lo hacía por afición a la ficción
sentimental, Ninian no discutió cuando le quitaron el vestido y le rodearon
de aros de guardainfante.
—Tal vez, si tiene papeles en su poder, milady, pueda investigar
sobre la historia del castillo. —Llevaba a las mujeres hacia la dirección
correcta, aunque no esperaba mucho como resultado.
Cuando le pasaron el vestido por la cabeza, Ninian acarició el delicado
damasco e ignoró la charla excitada. Al parecer, había heredado el mismo
amor de su madre por los finos géneros. El guardainfante sostenía las
capas de seda para que no tocaran el suelo. Aún se sentía como un
maniquí, pero la corriente de aire frío que soplaba por sus piernas debajo
de los alambres le decían que era de carne y hueso. No le agradaba la
manera en la que el cosquilleo del viento le recordaba que era joven e
inquieta y había un hombre preparado para satisfacerla en cualquier
momento que se lo hiciera saber.
¿De dónde había venido ese pensamiento? No podía interpretar las
emociones del conde. No podía conocer sus intenciones. Quizás los
aristócratas ofrecían besos sin pensarlo. Sin duda, el beso no parecía
haberle inquietado como a ella.
No obstante, de alguna manera, sabía que lord Ives era tan
consciente de ella como ella lo era de él.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Hay diarios, libros mayores y un montón de otros libros y papeles


polvorientos en la biblioteca. —Sarah enganchaba los broches del corsé
del vestido con precisión mientras Claudia ajustaba los lazos de la espalda
para que se ajustara a la cintura más delgada de Ninian y a su pecho más
pulposo.
—Tal vez, cuando hayáis descubierto la historia —sugirió Ninian de
manera tentativa, jadeando mientras le ajustaban los lazos y la estructura
de ballenas se le clavaba—, podéis volver a llamarme. Quizás entonces
pueda comprender...
—Majaderías. —Sarah retrocedió un paso y, quitándose el polvo de las
manos, observaba su trabajo con aprobación—. Debes quedarte y
aconsejarnos sobre dónde mirar... —Agitó la mano—. Es probable que
Drogo se marche en cualquier momento, por lo que debemos resolver este
misterio. —De manera abrupta, se volvió hacia Lydie con una pequeña
arruga en el entrecejo—. ¿Dejamos los bucles sueltos, o intentamos un
estilo más sofisticado?
Ninian no sabía por dónde comenzar a protestar. Alzó la mano de
manera protectora hacia su cabello y retrocedió.
—No puedo...
—Necesita joyas —decidió Lydie—. Sus claros encantos atraen la
atención sin ellas, pero un poco de adorno de más nunca viene mal.
La mirada de Ninian cayó sobre la exagerada carnosidad de sus
pechos que sobresalían del corte cuadrado y muy angosto de su corsé.
—Algo modesto será suficiente...
La risa de Lydie la interrumpió.
—No con ese vestido. Es francés. ¿No es deslumbrante? Date vuelta y
déjame ver cómo cae la cola.
Ninian estaba sumergida en tanta seda que era suficiente para vestir
a un pueblo. Sin embargo, se sentía medio desnuda. «Deslumbrante» no
era ni la mitad. «Obsceno» podría acercarse más. Negó con la cabeza e
intentó encontrar la docena de broches diminutos que la moldeaban en
esa monstruosidad.
Sarah le cogió las manos.
—No seas tonta. Es perfecto, como si lo hubieran diseñado para ti.
Lydie, ¿tienes un poco de bisutería...?
—Es todo lo que tengo —respondió la joven con amargura—. En el
cajón de arriba, Claudia. —Señaló su cofre macizo—. Creí que al menos
tenía joyas para vender.
—Pues bien, la tuya no sería la primera familia en vender la pedrería
familiar. —Sarah hablaba arrastrando las palabras—. Quizás, si te hubieran
contado sobre su precaria situación financiera, no hubieras sido tan
estúpida de quedarte embarazada de un hombre sin riquezas.
—¿Hubiera sido mejor contraer matrimonio con un hombre de riqueza
y que un bruto hubiera tomado su virginidad? —preguntó Claudia con
sarcasmo—. Al menos así ha sentido placer.
La cabeza de Ninian giraba de tal manera con la lluvia de información
que olvidó sus quejas mientras Sarah abrochaba una maraña llamativa de
cristales brillantes alrededor de su cuello. No conocía la diferencia entre
diamantes y cristales, pero el collar resaltaba los colores del vestido y lo

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

destacaba en un centelleo tornasolado que cortaba la respiración.


Algo más importante, intentaba desentrañar los indicios de la
conversación. ¿El hijo de Lydie era de un hombre pobre? ¿No del conde?
—Debí haber acudido a ti por las hierbas que me dijiste... —Lydie se
puso deprisa la mano sobre la boca con un «¡ay!» antes de que Sarah
tuviera tiempo de interrumpirla.
Esas mujeres tramaban algo. Tal vez debería marcharse. La campana
de la cena sonó fuerte, retumbando en los altos pasillos de piedra. Esta
vez, Ninian no tembló sorprendida. Aturdida por la sobreabundancia de
información, con sus pensamientos dando vueltas, salió de la habitación
en compañía de Sarah y Claudia.
Lord Ives las esperaba al pie de las escaleras. El bordado discreto de
su abrigo negro, el chaleco dorado y la calidad costosa de los puños de
encaje hablaban de generaciones de riqueza y aristocracia. Su cabello
negro como el carbón sujeto con una cinta brillaba bajo la luz de la
lámpara, y aunque estaba recién afeitado, la sombra de su barba
acentuaba los duros planos masculinos de su mandíbula. Sus ojos oscuros
brillaban al observar el arco iris enjoyado que descendía por las escaleras.
—Juega bien el juego, señorita Siddons. —Hizo una reverencia con
ironía y tomó la mano de ella para apoyarla sobre su brazo cuando Sarah
la empujó con delicadeza hacia él.
—No, no lo hago —murmuró en voz baja.
Él elevó una ceja, pero no hizo más preguntas mientras se dirigían
hacia la mesa, engalanada en lino. La luz de las velas centelleaba contra
la plata, proyectando luz en la oscuridad de la tormenta.
—Hemos decidido investigar tu castillo, Drogo —declaró Sarah con
alegría—. La señorita Siddons hará de intérprete por nosotras.
—No tengo... —Ninian se llamó a silencio cuando un lacayo se hizo
presente para servir el vino. ¿Para qué discutir? Simplemente se
marcharía antes de que las damas pidieran su chocolate por la mañana. El
impacto de la lluvia contra las ventanas le advertía de la insensatez que
sería marcharse esa noche.
—Estoy seguro de que es un plan interesante. —Lord Ives levantó la
copa, bebió un sorbo y asintió con la cabeza en señal de aprobación hacia
el criado—. Y si no encuentran nada importante, ¿están preparadas para
discutir con un fantasma?
Se mofaba de ellas, Ninian lo sabía. Un hombre de ciencia, con una
inclinación altanera e intelectual, no escucharía cosas del espíritu, cosas
que debían tomarse con fe, sin pruebas materiales de su existencia. No
importaba. No veía respuesta al enigma que había presentado el
fantasma. Era probable que la dama hubiera existido hacía siglos. Podría
existir algunos más, hasta que alguien más sabio interpretara su súplica
tácita.
Mientras Ninian bebía a sorbos el sabroso vino, notó que la mirada del
conde se veía atraída por la exposición indecorosa de su busto. Un rubor
acalorado le subió por la piel, y olla le dio un gran trago al vino. Tosió
cuando el fuego bajó por su garganta.
—Con cuidado, señorita Siddons —la reprendió—. El vino debe
beberse a sorbos, no tragarlo. ¿Ha sacado alguna otra conclusión sobre

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nuestro fantasma?
Practicaba beber a sorbos, solo para demostrar que sabía hacerlo.
Notaba que el vino en verdad hacía efecto en su temperatura corporal. Ya
no sentía el frío de la habitación. O tal vez fuera el calor de la mirada de él
en su escote mientras pasaba el dedo por el borde de la copa.
—Dado que no cree en la existencia del fantasma de la mujer —
respondió ella de modo cortante—, no creo que le interese mi opinión.
—Vale ya, no juzgues a Drogo con tanta dureza. —Sarah se inclinó y
le dio una palmadita en la mano que estaba apoyada sobre el mantel—.
Debe ver para creer, lo reconozco, pero no creo que sea un caso perdido.
Solo necesita a alguien que le haga ver con una mirada diferente.
Ninian retiró la mano y asió el pie de cristal de su copa.
—Le deseo buena suerte con esa tarea, milady.
Drogo rio.
—Os ha pillado, Sarah. Creo que habéis subestimado la perspicacia de
la señorita Siddons.
Los lacayos volvieron a llenar su copa mientras una criada retiraba el
plato de la sopa y un tercer sirviente servía el plato de verduras. Ninian
notó que el señor estaba más interesado por la calidad del vino que por la
comida que tenía en el plato. Había que reconocer que las patatas a la
crema tenían un poco de exceso de condimento, pero ella prefirió comer a
sumergirse en el vino.
Parecía extraño que no la callara como lo había hecho la noche
anterior. ¿Por qué la miraba de esa manera? Y, ¿eran gotas de sudor lo
que se formaba en su frente en ese aire húmedo? Su manera de asir la
copa parecía extrañamente tensa.
—Las joyas parecen ser algo que usaría Lydie —observó lord Ives
mientras Claudia y Sarah conversaban—. Son tentadoras, pero la verdad
es que no le sientan bien.
El tono ronco de su voz y la extraña intensidad de su mirada se
filtraban a través de su cuerpo hasta latir con rapidez por su sangre.
Sentía su propia piel tirante y febril.
Dado que ella no creía que las joyas, ni el vestido, ni esa compañía le
sentaran bien, Ninian se abstuvo de responder. No podía hacerlo. Su
cabeza giraba con demasiada indecisión. Cada vez era más consciente de
la atención de él, de la luz de la vela parpadeante, de la constante caída
de lluvia contra el tejado y las ventanas. Un relámpago restalló,
iluminando con ilusiones fantasmales la mesa adornada con candelabros,
y debió pestañear para no ver a otras personas y tiempos pasados en esa
sala.
Siempre había estado sensibilizada con el mundo y su esencia a su
alrededor, más que la mayoría de la gente. Por lo general, estaba del lado
de afuera, observando con melancolía como si ella fuera el público y todos
los demás, actores en escena.
Esa noche, se sentía como si en verdad fuera parte de la función.
Coincidía plenamente con las corrientes de aire, y las velas parpadeantes,
y los fantasmas que reían y bebían al otro lado de la longitud de la mesa
más allá de la luz de las velas.
Intentaba no incluir al hombre que estaba a su lado en el mundo que

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sentía, pero él lo colmaba con cada respiración, cada movimiento, como si


en algún momento o lugar, hubieran sido hechos el uno para el otro. Una
premura extraña de probar esa teoría se acrecentaba en su interior, pero
no sabía cómo comportarse con respecto a eso.
Sin mirar, supo el momento en el que la toma de conciencia lo
golpeó: el momento en el que reconoció el flujo de energía entre ellos. De
alguna manera, supo que él sentía las mismas exigencias ardientes que
corrían por su sangre cuando apoyó la copa de vino vacía, y maldijo en
voz baja. No tuvo que volverse para ver la razón de sus insultos porque
corría por sus propias venas: era el deseo que despertaba como
consecuencia. No sabía si era ella quien enviaba esas vibraciones o lo
hacía él, pero eran tan reales como si la hubiera tocado y hubiera hablado
en voz alta.
—Sarah, haré que pagues por esto —advirtió de manera
amenazadora mientras alejaba la silla de la mesa arrastrándola.
Ninian miraba fijamente la manera en que sus largos dedos
apretaban el lino, y los sedosos vellos oscuros casi escondidos bajo el
almidonado encaje blanco que caía sobre su mano. Tenía dedos fuertes y
sensuales que apreciarían la textura de la piel de una mujer, dedos que de
manera instintiva buscarían los lugares eróticos.
Ella parpadeó con sorpresa ante el paso de sus pensamientos. Nunca
en toda su vida había...
—Venga, señorita Siddons. Escapemos antes de que nos intoxiquen
más. —Sus fuertes dedos morenos se cerraron sobre los suyos, blancos e
indefensos.
Ajena a la compañía, ella observaba las manos unidas de ambos. Una
vez más, el calor de él calaba hasta su piel y ella miraba con fascinación,
esperando ver el milagro, como si los cuerpos de ambos pudieran volverse
transparentes.
La diversión teñía la voz de él.
—Es evidente que no es una buena bruja, señorita Siddons. ¿No
conoce hechizos protectores contra otras brujas?
¿Otras brujas? A sabiendas de que se veía como una idiota al
parpadear otra vez, Ninian siguió el tirón de su mano y se levantó de la
silla, se concentró en su rostro a la espera de una explicación, ignorando
las sonrisas satisfechas de su compañía. La curva sardónica del labio del
conde debió haberle indicado algo, pero nunca podía descifrar a ese
hombre como lo hacía con los demás.
—Sarah tiene una amiga que se dedica a las pociones mágicas. ¿No
es eso lo que hacen las brujas?
Ella negaba con la cabeza, pero no tenía las palabras para explicarlo.
Él parecía no necesitar una respuesta: su mirada acalorada decía todo
mientras tenía su mano seguía atrapada en la suya.
—Creo que me agrada así, señorita Siddons —observó mientras ella lo
seguía con sumisión por la altísima sala—. Por lo general, se la ve muy
absorta en sus hierbas, sus fantasmas y la sanación. Ser objeto de su
intensa observación es un cambio placentero.
Debería avergonzarse porque él había notado su fascinación, pero no
lo hizo. Ni siquiera se inmutó cuando su fuerte brazo rodeó su cintura para

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

sostenerla mientras subían las escaleras. Tenía la extraña sensación de


que ansiaba la cercanía tanto como ella.
—¿Estoy ebria? —inquirió con seriedad.
Volvió a reír. Fue una risa profunda, perversamente agradable, que
retumbó desde su interior hasta el de ella.
—Sospecho que ha sido víctima de su propia brujería. ¿O no prepara
afrodisíacos?
—Los afrodisíacos solo funcionan con los ilusos... —comenzó a decir
ella con desdén, luego volvió a parpadear. Él creería que tenía espasmos
oculares, pero continuaba viendo las cosas desde ángulos extraños—. No
soy una ilusa —aclaró con firmeza, para tranquilizarse a sí misma, aunque
había sufrido engaños desde el momento en que había conocido a ese
hombre.
—Es probable que no —asintió él, mientras la llevaba por el pasillo
oscuro hasta su habitación—. Que solo sienta la vieja atracción de la luna
y la marea como el resto de nosotros, los mortales.
Un trueno retumbó sobre sus cabezas, pero Ninian no le prestó
atención, pues reflexionaba sobre sus palabras.
—¿Quiere decir que Sarah puso algo...? —Pronunció esta pregunta
justo cuando él abría de un empujón la puerta de la habitación, rozándolo
innecesariamente mientras él hacía lo mismo. Ella bajó la mirada para ver
sus pechos blancos que presionaban de manera peligrosa cerca de la tela
oscura del abrigo del conde, lo suficientemente cerca como para que el
encaje de su chorrera le hiciera cosquillas.
—Eso, o que el alcohol y la estimulación en exceso han soltado
nuestras inhibiciones, liberándonos para actuar según nuestra atracción
algo básica del uno hacia el otro.
Atracción. Se sentía atraído por ella. La idea le recorrió con un
escalofrío la espalda, pero su mente estaba muy confundida para definir el
verdadero significado. No pensaba que fuera el alcohol ni los afrodisíacos
los que ardían a través de ellos, pero no sabía lo suficiente como para
explicar el extraño vínculo, ni la aparente necesidad natural de estar con
él.
De sentirse por una vez cerca de un hombre, de ese hombre.
La mano en su cintura se deslizó hacia arriba, y la acercó más. Se dio
cuenta de que los ojos oscuros penetraban la privacidad de su corazón, lo
inmovilizaban mientras latía con fuerza, pero no podía ver más allá del
encaje en su garganta para confirmar su idea.
—Comprendo —murmuró sin pensar.
—Venga, señorita Siddons, no es más que la excitación vibrante de
una noche bajo la luna llena en los brazos de un amante. Podemos elegir
satisfacerla o no, como deseemos. Es muy placentero hacer a un lado las
inhibiciones, ¿no es cierto?
De alguna manera, la tenía junto a la alta cama, con la puerta cerrada
detrás. Ninian se abstuvo de volver a parpadear al darse cuenta de que
alguien había encendido velas en toda la habitación y abierto las cortinas
de la ventana, que daba a los destellos eléctricos de los relámpagos de
afuera. Los doseles de la cama también estaban abiertas, dejando ver un
lecho convertido en una invitación manifiesta. No estaba demasiado

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intoxicada ni aturdida como para ver el precipicio por el que ahora


caminaba. Podía sentir que el borde se desmoronaba con tanta claridad
como podía sentir la alfombra debajo de sus pies.
La habían seducido para venir a ese castillo con un propósito.
Esa breve revelación se esfumó en el instante en que Ninian alzó la
mirada hacia lord Ives. Los pensativos focos oscuros que veía revelaban su
futuro con más claridad que una bola de cristal, si creía lo que le devolvía
la mirada: hambre salvaje, emocionante pasión y la incertidumbre de la
soledad.
Ella necesitaba que las brisas de la emoción humana funcionaran. Él
no tenía nada que ofrecer, salvo lujuria.
—No tenemos que hacer esto, ¿sabe? —le recordó, incluso mientras
inclinaba su oscura cabeza y sus labios susurraban sobre su mejilla—.
Podemos frustrar la broma de las damas, decir buenas noches y podrá
marcharse por la mañana.
Podía, pero ya sabía que no lo haría. La lógica había abandonado su
buen juicio, pero el instinto brotaba por la punta de sus dedos. Acariciaba
el fino satén de su chaleco, sentía el rigor tenso de sus músculos debajo
mientras él permanecía inmóvil. Ella había anhelado ese tipo de cercanía
toda su vida. La había anhelado, imaginado, y había cuestionado su
existencia. No podía negar su necesidad de saber, de dar un paso al otro
lado del estrecho mundo que conocía.
—No soy bonita —murmuró sin sentido.
—Eso es como decir que la luna no tiene su encanto —se mofó él,
mientras entrelazaba los dedos en su cabello.
Ninian se estremeció, envolvió con sus brazos los anchos hombros del
conde y disfrutó del calor y el poder de la necesidad de él mientras la
acercaba a su cuerpo. Nunca había conocido el dominio de un hombre,
nunca había caminado en el mundo de un hombre. ¿Qué podía suceder de
malo si lo intentara solo una vez?
Las advertencias de su abuela huyeron junto con su buen juicio.
Cuando lord Ives la estrechó en su abrazo, el abrigo de lana envolvió su
piel fría con su calor.
El movimiento de la lengua de él contra sus labios inocentes derribó
todas las barreras que quedaban, lanzándola a las profundidades del
paraíso.

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Capítulo 9

Con el cerebro confundido entre la maldita bebida alcohólica de Sarah


y el perfume a rosas de la doncella de la luna, Drogo descendió con
rapidez desde la lógica hasta las pasiones de su cuerpo. Hacer el amor se
había vuelto algo muy frío esos últimos años. El gozo y la vitalidad de la
juventud se habían esfumado con el cinismo de la experiencia. El beso
inocente de Ninian volvía a darle la bienvenida a la excitación de su
primera vez.
Ninian. Una santa, no una bruja. Él sonrió ante el extraño paso de sus
confusos pensamientos, hundió los dedos en su cabello y bebió el gozo y
el asombro de la ternura de sus labios. Sentía la excitación de ella tanto
como la suya, sus sentidos despertaban por partida doble, su deseo se
intensificaba con una velocidad sin precedentes.
Con urgencia, exigió más, hasta que la boca de ella se abrió debajo
de la suya, y recibió su lengua como si fuera una hostia en lugar de la
demanda posesiva que era. Quizás ella consideraba que hacer el amor era
una experiencia religiosa. En ese caso, podía tener razón. La dulzura de su
aliento insuflaba vida en su alma. Deseaba inhalarla. Apretó más la mano
en su cintura, y presionó sus pechos contra su abrigo hasta que su
respiración se unió a la de ella, sus corazones latieron juntos y la
vestimenta entre ellos resultó antinatural.
Por un breve instante, Drogo deseó que las harpías no hubieran
apresado a la ninfa en esa tienda de ballenas y alambres. Con su simple
atuendo, hubiera subido sus faldas y se hubiera unido a ella sin la demora
de los broches, los encajes y la gran cantidad de seda. En cambio, bajó las
manos hasta los broches del corsé.
El jadeo colmado de temor de Ninian cuando le soltó el corsé y sus
nudillos rozaron la parte inferior de sus senos alejó cualquier necesidad de
apresurarse. A pesar de la premura ardiente de su cuerpo, su mente
funcionaba con la suficiente claridad como para desear que sucediera con
lentitud, de manera seductora y durante el resto de la noche. Necesitaba
colmar sus manos con su cuerpo, probar su piel, deleitarse con su
suavidad.
En el parpadeo de luz y el olor de una docena de velas, junto con la
caída abundante de lluvia desde el cielo, casi podía convencerse a sí
mismo de que esa era la mujer que podía engendrar a su hijo.
Su mente danzaba con ese pensamiento como las sombras danzaban
en la cama con doseles. La deseaba, y ella lo deseaba a él. Por primera
vez en mucho tiempo, eso era suficiente.
—Le doy esta última oportunidad para decir que no —le advirtió él,
liberando su boca para llevar de manera inquisidora su dedo hasta un
pezón fruncido de color rosa. Se encogió aún más, y él sonrió. Su cuerpo
respondía con más claridad que sus palabras, advirtió él con alivio, puesto

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

que no creía poder detenerse. Según recordaba, era la primera vez que
actuaba solo por instinto, por instinto de supervivencia. Si no la poseía, sin
duda no sobreviviría. Ahuecó la mano en la pulpa de su seno y volvió a
acariciarlo, sentía una tensión en la entrepierna igual a la que ella debía
sentir en su útero.
—No es correcto... —protestó ella con debilidad. Sus pechos se
enrojecían ante su atención, y sus dedos se clavaron con más firmeza en
los hombros de él, desmintiendo su negativa.
Él encontró las cintas de la falda y las soltó. Sabía que había cosas
que debía decir, pero aún no podía formar las oraciones con lógica. Los
aros de alambre en sus caderas golpearon el suelo, llevando con ellos las
extensiones de seda.
Quedó helada cuando le quitó el suave linón de su vestido camisero y
ella quedó de pie y desnuda delante de él. La luz jugaba en su piel más
delicada que la crema, inmaculada, salvo por una bella marca donde el
muslo se juntaba con la cadera. Allí no había huecos, ni planos, ni ángulos
marcados, observaba con el gusto de un experto; solo curvas redondeadas
y una suavidad dúctil en la que un hombre podía extraviarse. Deslizó el
pulgar desde la curva de su pecho hasta la cintura, bajó hasta su cadera y
lo apoyó justo por encima de su monte. Con la mente confundida, se
concentró en la entrada acogedora entre sus piernas.
Ella intentaba cubrirse con las manos, pero él las asió y las separó
para observarla mejor.
—Exquisita —murmuró—. Ha nacido para algo mejor que los pastores.
—Mi abuela me mataría —susurró Ninian en una última protesta,
aunque sintió la fuerza de él que la atraía, y supo que las palabras eran
inútiles. Miles de quejas se amontonaban en su mente, pero no podía
pronunciar ninguna de ellas. Solo podía actuar como una criatura que se
guiaba por el instinto.
—Su abuela no lo sabrá a menos que dé fruto, y entonces sería la
abuela más feliz del reino. —Le soltó las muñecas para quitarse el abrigo
—. Todos saben que los hombres Ives solo engendran varones, por lo que
me vería moralmente obligado a contraer matrimonio con usted.
El chaleco cayó para unirse al abrigo, y Ninian miró a lord Ives con
asombro cuando se aflojó la chorrera. En mangas de camisa, el conde era
alto y de hombros anchos, sus músculos se tensaban debajo del delgado
lino. Cada centímetro arrogante de él gritaba nobleza y privilegio. Solo un
hombre acostumbrado a montar los caballos más veloces, que honraba los
salones más elegantes, que disfrutaba de juegos de ocio de tiro con arco y
pelea a puñetazos, podía desarrollar la gracia y la fuerza que él poseía.
Aquí no estaba el científico estudioso, sino el semental en la flor de la
vida, dispuesto y capaz de servir a cualquier yegua que acorralara.
Por otra parte, los comentarios burlescos con respecto a los hijos y el
matrimonio le resultaron más serios. Si debido a su unión engendraban un
niño, contraería matrimonio con ella, y una Malcolm volvería a ocupar el
castillo Malcolm. La aparición del fantasma parecía ser extrañamente
profética. ¿El fantasma de la mujer estaba advirtiéndole que no se uniera
a un Ives? Su abuela le había dicho que fuera fiel a sí misma y que evitara
a todos los Ives. Pero en ese mismo momento, ser fiel a sí misma

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significaba olvidarse de todo y de todos, menos de ese Ives.


—¿Está preparada para probar su suerte de convertirse en condesa?
—se mofó, mientras dejaba caer la camisa al suelo.
Ninian miraba boquiabierta y con asombro su pecho.
—No, no es eso lo que deseo —susurró. Sin poder resistirse, acarició
sus suaves rizos oscuros con los dedos, y cuando él respiró hondo, el
placer se incrementó con brusquedad en su interior.
—Bien, porque no es probable. —Sin advertencias, le cogió de la
cintura y la acostó sobre la ropa de cama abierta. Ella se hundió en las
plumas y no tuvo tiempo de levantarse antes de que él cayera a su lado,
inmovilizándola con una pierna aún cubierta por sus bombachos.
—¿Su piel sabe tan sustanciosa como se ve? —preguntó mientras le
hacía cosquillas en el lóbulo de la oreja con la lengua. Su cuerpo firme y
moreno se inclinó sobre ella, le atrapó hasta que sus pechos se tensaron y
su piel se estremeció por la cercanía. Sin embargo, en lugar de tocarle
como ella deseaba, no, como necesitaba, continuó sus besos exploradores
desde la garganta hasta la nuca.
Justo cuando pensaba gritar una queja por la provocación, el conde
reclamó su boca otra vez, y su lengua hizo otra incursión embriagadora
que la dejó sin aliento.
—Si no fuera por la tormenta, continuaría con esto en mi torre, bajo
las estrellas —murmuró mientras liberaba sus labios y presionaba un
sendero de besos a lo largo de su garganta. Su lengua lamió con
delicadeza un pezón tan dolorosamente duro por la necesidad
desatendida que Ninian casi cae de la cama en una sorpresa placentera—.
Por otro lado, tal vez una tormenta sea apropiada para esta noche.
Su boca se cerró del todo sobre su pecho, y Ninian soltó un grito
primario de gozo y deseo profundo y poderoso. La humedad se reunía en
su útero, y su cuerpo se preparaba para ese acto que nunca había creído
experimentar.
Como si comprendiera la fuerza del tirón entre el pecho y el útero,
Drogo deslizó la mano entre sus muslos y los separó hasta que ella gritó y
se estremeció debajo de él.
—Desea esto tanto como yo —dijo con satisfacción, mientras frotaba
con suavidad con la palma de la mano—. Es bueno saber que no es solo la
promesa de la riqueza y el título lo que desea. —El brillo febril en sus ojos
se contradecían con sus palabras, era como si luchara por separar mente
y cuerpo... y su cuerpo era el que ganaba.
—Nunca... he... deseado eso —le confesó con voz entrecortada,
mientras ruedas catalinas de luz giraban detrás de sus párpados y se daba
cuenta de que no tenía control sobre las propias extremidades. Sus
muslos se separaban aún más ante la urgencia de él y solo reconocían las
exigencias de los dedos inquisidores del conde.
—Ah, pero puede tenerlo, todo por el precio de un bebé en su vientre.
¿Lo imagina? Algo simple, algo que puede hacer cualquier mujer.
En algún lugar en lo más oculto de su mente, Ninian sabía de la
falacia detrás sus comentarios aparentemente casuales. Sin embargo, no
tenía ningún interés en sus tentaciones mundanas. Solo deseaba la unión
que sellaría su destino y la pondría para siempre bajo su supremacía.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

También sabía de la falacia sobre eso, pero ya no le importaba.


Mientras el dedo pulgar de él aumentaba la presión y acariciaba más
arriba, su espalda se arqueó y sus caderas se elevaron y se torcieron en
busca de lo que solo él podía darle, hasta que gritó una queja por la
demora y se hincó contra su mano. Solo entonces él bajó la cabeza para
succionarle un pecho y brindarle las caricias que aliviaran la tensión que
vibraba en su entrepierna, en su útero y en cada nervio de su cuerpo.
Ella gritó cuando su mundo estalló. En medio de sollozos, Ninian oyó
la risa de satisfacción de él. No podía reaccionar. Flotaba en algún lugar
fuera de sí misma, imposibilitada de distinguir lo correcto de lo incorrecto,
realidad de ilusión. Solo sabía que no era suficiente.
Murmuró una objeción cuando retiró la mano, y él rozó su mejilla con
un beso en respuesta.
—Un momento, codiciosa hija de la luna.
La cama se movió, pero el letargo la mantenía sujeta con firmeza
como para ver adonde había ido él. Se sentía vacía, necesitada de alguna
manera, pero demasiado contenta como para cuestionar. Esa no era la
forma en la que su abuela le había advertido que los demonios
reclamaban sus derechos.
—Es mi turno —anunció desde algún lugar por encima de ella.
Con dificultad, Ninian abrió los ojos y miró directamente hacia arriba,
hacia los rasgos oscuros de un lord Ives completamente desnudo. A través
de las colgaduras abiertas de la cama, los relámpagos aún destellaban en
la ventana, enmarcándolo. Los truenos rugían y la lluvia caía. La llama de
la vela brillaba y ondeaba en las corrientes frías que provenían de los
muros. Las sombras jugaban en un cuerpo más oscuro que el de ella, un
cuerpo cubierto en una suave vellosidad negra, un cuerpo musculoso que
se tensó con tirantez cuando se arrodilló entre sus piernas abiertas. Se
veía enorme, sus cejas rizadas se fruncieron con concentración mientras la
observaba y ella lo observaba a él.
Tragó saliva, luchó contra un temblor de pánico ante la demanda
irrevocable que él haría luego, bajó la mirada hacia un mechón de cabello
en su pecho cuando él se inclinó, atrapándola entre sus brazos venosos.
Bajo la luz tenue, pudo ver la reluciente parte de su masculinidad que
sobresalía, y aún cuando surgió el terror, ella abrió más las piernas y elevó
las caderas para recibirlo, comprendiendo la razón del dolor por el vacío
allí.
—Vaya, conoce bien su lugar, hija de la luna. —Le besó los labios y
jugueteó con su pecho hasta que estuvo preparada. Se ubicó en su
posición—. ¿Desea pronunciar algún hechizo de buena fortuna?
No le dio tiempo para responder. Con un fuerte impacto, penetró su
pasaje húmedo, rompió la barrera y se hincó profundo debajo de su
vientre.
Un grito mezclado de éxtasis y dolor salió de la garganta de Ninian.
Drogo vaciló.
Luego, con un insulto, se retiró y volvió a empujar llevado por la
necesidad dominante entre ellos.
Ella era demasiado estrecha y él demasiado grande. Solo un demonio
la partiría en pedazos de esa manera. Ninian clavó los dedos en los fuertes

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

brazos que la atrapaban, pero no pudo apartarse más de lo que él pudo


detenerse. En cambio, se abrió aún más y acompañó el empujón.
Llevado por la necesidad de la locura en la que se habían sumergido,
empujaba más profundo, colmándola más, reclamándola a los ojos de Dios
y de los hombres.
Ella deseaba gritar, pero no podía. Deseaba llorar, pero solo emergió
un quejido cuando él saqueó su cuerpo con una seguridad de la que nunca
creyó que podría escapar.
El viento de afuera se acrecentó, apagando las velas una a una. La
presión y la determinación en los rasgos tensos de su amante no
vacilaban al hincarse sobre ella con más fuerza, obligándola a volver a la
gloriosa cumbre mediante una fuerza de voluntad absoluta.
Sus caderas se elevaron, y él gruñó de aprobación en lo profundo de
su garganta mientras empujaba tan alto que la llevaba con él. Una vez
que había comenzado, ella no pudo detenerse. Se unió a él golpe a golpe,
recibiéndolo más profundo, aceptando su dominio, entregando parte de su
alma a cambio de las modificaciones que él prometía.
—¡Sí! —suspiró entre dientes—. ¡Ahora! —ordenó, mientras la
acariciaba con urgencia con el dedo pulgar, utilizando el truco que ya le
había enseñado.
Ninian lo había aprendido bien, y estalló una vez más, por dentro, por
fuera, en cada partícula veloz de sangre, mientras él penetraba el hueco
debajo de su vientre y derramaba su fuerza de vida en el interior. Se
estremeció y gruñó con la energía de su propia liberación, y los músculos
de Ninian se contrajeron para acogerlo con más firmeza.
Por un breve instante, sus almas se tocaron, y el gozo brotó de ella
con ese fugaz indicio de percepción. Vio en su interior, lo sintió, como un
atisbo de calidez y entonces, se esfumó, dejándola despojada.
La humedad goteaba por su muslo mientras se alejaba de la plena
consciencia. Era consciente del hombre que se inclinaba y le succionaba
un pecho —era el demonio, si se podía creer en las leyendas—. Había
sucumbido a la tentación, y ahora él solo tenía que hacerle una seña y ella
debería obedecer. Sus dientes le rozaron el pezón y la conexión regresó, el
tirón entre su pecho y el útero, punzante recordatorio sobre la razón por la
que había sido creado el cuerpo de una mujer. No tenía dudas de que él lo
había hecho. Se dio cuenta medio dormida cuando su boca la liberó, no así
su hechizo. La luna estaba en su fase propicio. Su cuerpo había estado
preparado y listo, y las mujeres Malcolm siempre eran fértiles.
«Demasiado fértiles», le había dicho su abuela. Y siempre engendraban
brujas.
¿Qué había hecho?
Lord Ives —Drogo— se colocó a su lado, mientras su mano jugaba
sensualmente con sus pechos.
Ella no sabía qué decir. No podía aparentar que le preocupara lo que
había hecho, lo que volvería a hacer si hubiera una oportunidad. Tal vez él
tenía razón y Sarah en verdad había encontrado una hierba que actuara
como afrodisíaco. Aunque no lo creía. Esa conexión era más que solo
corporal. Ardía en su alma, como si en verdad estuviera poseída.
—Le pido disculpas.

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Sobresaltada, Ninian encontró la fuerza para volver su cabeza. No se


veía arrepentido. Se veía notablemente satisfecho consigo mismo
mientras pasaba la mano por su vientre y examinaba la marca de
nacimiento en su cadera.
—¿Por qué? —preguntó ella, a falta de una respuesta mejor.
—Por no creer que fuera virgen. —Cayó de vuelta sobre la cama, y
colocó las manos a modo de almohada mientras observaba el dosel—. He
sido un imbécil.
—Un imbécil intoxicado —sugirió ella.
Él se encogió de hombros, y ella admiró los músculos de su ancho
cuerpo.
—A menos que me hayan intoxicado durante días, por lo general,
evito las vírgenes, supongo que me convencí a mí mismo de que usted no
lo era.
Ella sonrió. El profesor estudioso regresaba.
—Ya he pasado hace tiempo la edad habitual de perder la virginidad
—admitió—. Y no me inclino por la virginal sonrisa afectada.
—Eso es. Es evidente que me ha engañado para que haga el ridículo.
Apoyó el codo sobre ella. No se veía enfadado ni amenazante, por lo
que decidió que bromeaba. Era difícil de distinguir con un hombre que
utilizaba su rostro como una máscara.
No obstante, el juego de sus manos sobre su piel transmitía un
mensaje que no podía confundir, ni negar. Ella se arqueaba de manera
atractiva debajo de su tacto.
—Siempre me he preguntado cómo era. —Le acarició la mejilla
áspera, probando esa textura masculina a la que nunca se enfrentaba en
su mundo completamente femenino. La mandíbula de él se movió con
nerviosismo, pero no se apartó. Ella alisó la cinta que colgaba suelta de su
largo cabello oscuro y que caía sobre su hombro—. Era algo difícil
aconsejar a las jovencitas cuando no sabía nada.
Él asintió con la cabeza.
—Me alegra ser de utilidad. En cualquier momento que lo desee,
estoy a sus órdenes.
Tenía que estar bromeando. Ella acarició la humedad de su labio
inferior.
—¿Y ahora?
Se puso tenso. Era evidente que otra vez libraba una batalla entre su
mente y su cuerpo. Esta vez, sin embargo, su fuerza de voluntad ganó.
—Está dolorida, y aun bajo los efectos de la travesura de Sarah. No
tomaré ventaja de usted otra vez. —De mala gana, subió las mantas y la
cubrió—. Apagaré las velas.
Cuando él puso las piernas al costado de la cama, pudo ver que otra
vez estaba completamente excitado. Bostezó y admiró el orgullo de lord
Ives hasta que las velas echaron humo. Era un hombre muy grande, en
más de un aspecto.
Con la lluvia que aún caía sobre el tejado, se acurrucó en las
almohadas y se durmió.
Drogo llevó la última de las velas hasta la cama, y observó de manera
desapasionada sus rizos dorados. Había renunciado a la idea de tener una

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esposa y niños hacía muchos años. El cinismo había llegado con los
acontecimientos del año anterior. Las mujeres harían cualquier cosa por
un título. Esa no le parecía que fuera mañosa, ni que estuviera
desesperada, pero tampoco lo había parecido la última.
Era más simple y productivo meterse de lleno en las matemáticas y la
astronomía que amaba que dejarse llevar por las dolorosas relaciones
humanas.
Pero solo por una noche, había vuelto a conocer la verdadera pasión.
Le daría las gracias por ello.
Y con el transcurso de las cosas, cuando se marchara de allí, como
sabía que debía, se aseguraría de que estuviera cuidada, como cuidaba de
todas las personas en su vida.

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Capítulo 10

Ninian despertó en una cama oscura y fría. Las pesadas colgaduras a


su alrededor estaban cerradas para evitar las corrientes, por lo que no
podía ver nada, pero sabía que aún era de noche y que estaba sola.
Arrugó el entrecejo ante el constante golpeteo de la lluvia y el creciente
rugido del viento. Se preocupaba por la seguridad de su hogar y del
pueblo con una tormenta tan feroz como esa. En todos los años que había
vivido allí, nunca había sabido de algo igual. Si fuera supersticiosa creería
en las leyendas de su abuela, que decían que las Malcolm y los Ives
habían destruido Wystan. Aun así, había poco que pudiera hacer para
detener el viento y la lluvia, y tampoco podía viajar de noche. Tendría que
esperar hasta la mañana siguiente.
Permanecía inmóvil, contemplaba su nuevo estado de mujer perdida.
Se había acostado con un conde. Nunca había soñado algo así, pero no se
sentía mal. Si en verdad era el demonio, como las leyendas llamaban a los
Ives, ¿no debería sentirse deshonrada o violada? ¿Sus promesas no
deberían convertirse en cenizas en boca de ella?
No la habían criado para considerar a la unión humana más que para
la extensión natural de la fecundidad de la tierra. Que se araba y
sembraba en primavera para dar frutos en otoño. Suponía que la sociedad
ponía impedimentos a ese ciclo natural por una buena razón. Los niños
necesitaban años de cuidado y protección antes de poder salir solos, por
lo que la sociedad necesitaba un hombre que protegiera a la mujer y al
fruto que habían producido.
No obstante, las mujeres Malcolm no necesitaban la protección de un
hombre. Las mujeres Malcolm tenían los medios como para cuidarse solas.
Eso se había vuelto una tradición familiar que databa de la primera mujer
Malcolm que había perdido todo con un Ives.
Comenzó a sentir desazón. No lamentaba la pérdida de su virginidad.
Nunca había esperado contraer matrimonio, y había disfrutado la lección
que él le había enseñado. Pero la idea de engendrar el hijo de un Ives...
En verdad, no necesitaba discutir con un conde sobre herederos,
títulos y todas esas cuestiones mundanas que había rechazado cuando
había escogido quedarse allí con su abuela y aceptar la responsabilidad de
ser la sanadora Malcolm.
Decidió que no podía preocuparse por cosas que no podía deshacer.
Se incorporó y arrastró una pesada manta con ella mientras buscaba su
vestido camisero.
Debía partir por la mañana. No le agradaba desperdiciar lo que
quedaba de su tiempo con el conde. Quizás ahora era el momento de
probar su poder como mujer.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Drogo no la escuchó entrar. Levantó la vista desde su escritorio para


verla de pie allí, bajo la luz de la luna. Sus rizos dorados se enredaban
alrededor de su rostro, solo su fino vestido camisero protegía sus hombros
desnudos arriba de la manta en la que se había envuelto. Encajaba bien
en el papel de hechicera que afirmaba ser.
Se veía algo sobresaltada ante su sonrisa. Era muy inocente. Él
deseaba poder creer que esa inocencia perduraría, pero en verdad, no era
necesario. Le había dado lo que ninguna otra mujer había podido, y se
sentía verdaderamente agradecido.
—Se va a helar —la reprendió, y se levantó para arrojar más carbón
en el brasero. La sangre aumentaba con brusquedad en su entrepierna
con solo verla, y sabía que la excelente y absurda poción de Sarah había
desaparecido hacía horas.
—No quise interrumpir sus estudios —dijo ella con recato, sin
inmutarse cuando él se detuvo de golpe delante de ella. Sabía que su
tamaño y posiblemente su posición social le intimidaban, pero parecía no
tener sentido de la vulnerabilidad, aun después del dolor que le había
infligido. Ella respiró hondo y de manera arriesgada, enfrentó su mirada—.
¿Por qué se ha marchado de mi cama?
Ya comenzaban las exigencias, pero suponía que le debía una
explicación.
—Porque ya no tenía la excusa de haber bebido demasiado vino si la
hubiera vuelto a violar.
Ella tenía una expresión tan brillante y abierta que lo cegaba. No
podía descifrar qué sucedía en los divertidos caminos de su mente.
Enfrentó su mirada con firmeza.
—¿Deseaba violarme otra vez?
—Reiteradamente —afirmó con seriedad.
Él debería haber creído que la poción de Sarah era la responsable de
la extraordinaria experiencia que habían compartido. Acababa de pasar
horas en una torre fría sin más que ecuaciones matemáticas dando
vueltas por su cabeza, y en el instante en que Ninian entró a la habitación,
la volvió a desear. Como lo había hecho desde Beltane.
Nunca había necesitado a una mujer como ansiaba a esa, y no le
agradaba darse cuenta.
Caminó hasta su escritorio y jugó con la pluma. La protegía de su
lujuria mientras luchaba con lo ilógico de la situación. Debería haber
probado con vírgenes antes. No había freído ser tan grosero como para
excitarse con el poder de la posesión absoluta. Justo cuando estaba
pensando eso, se volvió para observar las expresiones vivas que había en
su rostro, y la deseó más.
No tuvo la gracia de verse tranquila ante su confesión, sino que
continuó desafiándolo con cautela.
—¿Teme que le haga un hechizo?
Sorprendido, Drogo se atragantó con una risa. Se volvió más para
admirarla, clavó la mirada en el lugar donde se deslizaba la manta y un
relámpago iluminaba la perla de sus pechos.
—No soy un hombre supersticioso —le recordó—. Solo temía hacerle
daño.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—No me lo ha hecho.
Para su asombro y profundo placer perdurable, ella dejó caer la
manta y de un paso se apartó de sus pliegues, bendiciéndolo con el
paisaje de sus firmes curvas cubiertas solo por la gasa.
—Aunque le advierto que no tendrá herederos de mi parte. Las
mujeres Malcolm solo engendramos niñas.
—Alguna vez debe haber habido un hombre Malcolm que le diera su
nombre. —El debate espurio sobre los hijos que aún no existían no tenía
importancia para él. Había asumido eso hacía mucho tiempo. No había
tenido tiempo de asumir los encantos de la bruja. Drogo alargó la mano
para cogerla, la apartó del suelo frío para que se pusieran de acuerdo,
mientras disfrutaba de su sensibilidad—. No grite que la violé cuando
llegue la mañana —le advirtió.
Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello y presionó los labios
con un beso que él le había enseñado; luego, agregó una picara lamida
propia.
—Siempre que usted no lo haga —afirmó ella.
Drogo rio por primera vez en meses y la llevó hasta abajo, a su
alcoba, donde pudiera plantarse entre suaves muslos, despreocupado por
las consecuencias.
Como una alumna entusiasta, respondía con presteza a sus lecciones.
Le enseñó tan bien, que en verdad se olvidó de las estrellas y se durmió.

Ninian despertó con el sol que ardía en la ventana oeste de una


alcoba extraña. Aturdida por algo más que el fuerte vino de la noche
anterior, hizo una mueca y se cubrió los ojos. Otros dolores reemplazaban
el de la cabeza. Sus mejillas y sus pechos ardían con una erupción
abrasadora. Le dolían los pezones. Nunca había notado sus pezones. Miró
a hurtadillas por debajo del brazo para observarlos, asombrada de cómo
se fruncían con el aire frío, preparados para que tiraran de ellos.
El dolor entre sus muslos la llevaba a tomar conciencia más
completamente. Lo había hecho. Había tenido intimidad con lord Ives. No
había sido un sueño claro después de todo.
Recordaba el luminoso fuego de pasión en los ojos del conde, las
sombras de una mandíbula áspera, la manera en la que su cabello negro
caía hacia adelante mientras empujaba en su interior... y no podía
arrepentirse de lo que había hecho. Si la había poseído un demonio, era
más amable que la mayoría. La cubrió por completo con sus gruesas
mantas y encendió una lumbre que ardía en la chimenea.
Desde luego, los demonios eran expertos con el fuego, rio al darse
cuenta de la ridiculez de su superstición. Era tan mala como los aldeanos.
Lord Ives no había arruinado nada más que su virginidad, y esa no era una
pérdida.
Prestó atención y ya no escuchó el ruido de la lluvia. Debía regresar al
pueblo y ver el daño que había causado la tormenta. Podrían necesitarla
allí.
Su cabeza dio vueltas cuando se sentó, y se sostuvo contra el
colchón. Supuso que era el resultado de haber bebido demasiado vino, y el

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

estúpido afrodisíaco que Sarah había introducido tanto en el vino como en


la comida. ¿Qué demonios tuvo la estúpida mujer para obligarla a ir a la
cama con el señor?
Pues bien, ahora no importaba. No era el fin del mundo si estaba
embarazada de él. El fondo de fideicomiso de los Malcolm aseguraba que
ninguna dama Malcolm jamás pasara hambre. Podía criar sin problemas
una hija, de la misma manera que la habían criado a ella.
Una hija. Sonrió con la idea. Nunca antes había pensado en un bebé
propio. Era mejor que comenzara a pensarlo ahora.
Ninian deseaba un buen té de corteza de abedul para aliviar los
dolores y bajó penosamente las escaleras de la torre para recoger sus
cosas. Deseaba poder entretenerse, pero sabía que la unión de los Ives y
las Malcolm tendría un alto precio.
Pensaba despedirse del conde, pero decidió que era mejor no volver a
molestarlo en sus estudios. Las mujeres se lo contarían pronto.
Bajó las escaleras con su bolso, esperando por lo menos una
discusión si alguien la veía en la sala. Pero el día era bueno y ella tenía
piernas fuertes. Podía caminar la distancia que había hasta su hogar. No
necesitaba la ayuda de nadie.
No había supuesto que las tres mujeres estuvieran sentadas
alrededor de la chimenea, esperándola. Tal vez ya era pasado el mediodía,
pero no se consideraba tan importante como para que esperaran su
compañía. Todas levantaron la vista y la observaron con interés cuando
cruzó las losas.
—No estarás pensando en marcharte, ¿verdad? —inquirió Lydie con
alegría cuando Ninian se acercó—. Acabamos de comenzar la búsqueda en
la biblioteca.
—No debería subir escaleras —le recordó Ninian con seriedad.
Rio y llevó una mano hasta su vientre abultado.
—Espero tenerlo algún día, y si subir escaleras lo trae más pronto, no
me quejaré.
—Puede no estar en la posición adecuada si lo tiene antes. Por el bien
del niño así como del suyo, permanezca arriba. —Ninian saludó con la
cabeza a Sarah y a lady Twane—. Deben asegurarse de que obedezca. No
siempre estoy disponible cuando un niño decide llegar.
—Vaya, pero desde luego que lo estará —dijo Claudia con
consternación—. Estará aquí mismo. Todavía no puede marcharse a
ninguna parte.
Con paciencia, Ninian intentó disipar esa sandez.
—Hay una madre a punto de parir en el pueblo. Cuando llegue el
momento de Lydie, si envían la carreta, estaré aquí a tiempo.
—Ah, no te preocupes por eso —respondió Sarah sin darle
importancia—. Se lo hemos notificado al pueblo, por lo que saben dónde
encontrarte.
Un pequeño temblor de miedo recorrió la espalda de Ninian. ¿Toda la
nobleza de Londres era tan egoísta? Si era así, ¿cómo los había tolerado
su madre? Recordaba las maldiciones de su abuela sobre su padre y sus
amigos, y se preguntaba si debió haberla escuchado con más atención.
—No es tan simple como eso —explicó con cautela—. Debo atender

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

mi jardín, secar hierbas... hay cosas que no puedo hacer aquí.


Claudia se alegraba.
—Le pediremos a Drogo que reconstruya aquel viejo invernadero en
el que has estado trabajando. Podrás sembrar toda clase de plantas
maravillosas allí. Será hermoso tener nuestra propia boticaria residente.
La idea de ese invernadero era tentadora. Podría sembrar plantas
delicadas de las cuales solo había oído, plantas que podrían ser muy
útiles. Ninian negó con la cabeza al reconocer la tentación cuando se dio
cuenta.
—No, muchas gracias, pero debo marcharme.
Sarah se puso de pie y la abrazó.
—Lamento oír eso, querida, pero en verdad no puedes marcharte, lo
sabes. Después de que aquella mocosa se embarazó de otro hombre y
declaró que era hijo de Drogo, simplemente no podemos exponerlo a eso
otra vez. Si estás embarazada de él, como lo indican las estrellas,
debemos demostrarle que este es suyo, ante cualquier posible duda. No
podemos hacerlo si te marchas al pueblo.
Aturdida, Ninian creyó no haberla oído bien. Se estrujaba el cerebro
para encontrar la respuesta correcta a algo que podía no haber
escuchado.
—Él ya ha ido al pueblo a revisar los daños de la tormenta —comentó
Claudia con alegría—. Estoy segura de que traerá noticias.
Ninian no sabía cuál era la relación que tenía el señor con estas tres
mujeres, pero no tenía intención de que la incluyeran en su círculo. Sonrió
con falsedad y asintió con la cabeza.
—Entonces le esperaré.
Aceptó un bollo y un té, comió sin prisa; luego, regresó arriba con su
bolso y dejó a las damas conversando acerca de investigar la biblioteca.
En lugar de dejar el bulto en su habitación, entró a la sala, encontró la
escalera de los criados y bajó hasta la cocina, y desanduvo el camino hada
el invernadero. En cuestión de minutos, estaba en el bosque y de camino
a su hogar.
La evidencia de los estragos de la tormenta le rodeaba mientras
escogía el camino entre los árboles caídos y caminaba con dificultad en
medio del barro y los charcos grandes como estanques. Tal vez, la fuerte
lluvia habría limpiado el arroyo, y la vegetación podría regresar. No quería
creer en la superstición y pensar que lo que había hecho la noche anterior
había desencadenado un destino inevitable.
Apresurada por investigar el daño en el pueblo, Ninian se apartó del
sendero habitual y se adentró en el bosque invadido por la maleza.
Conocía bien el camino, y no le temía a las hadas como lo hacían los
aldeanos. Si las hadas en verdad eran espíritus que esperaban renacer,
como decían los cuentos de su abuela, no podrían hacerle daño a un ser
vivo.
En ese mismo momento agradecería que la orientaran. Acababa de
entregarse a un hombre con el que nunca podría contraer matrimonio, un
hombre cuya extraña compañía de mujeres pensaba tenerla prisionera por
su bien, o por el bien de su heredero puramente imaginario. ¡Vaya! Sarah
había leído demasiadas novelas medievales en esa biblioteca. No estaba

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

segura de cuál de ellas se había vuelto loca: las damas por idear ese
enredo, o ella misma por caer en él.
Se preguntaba qué historias había encontrado Sarah sobre las
mujeres Malcolm y si eran la razón por la que había buscado a Ninian. Sin
duda, cualquier leyenda relataba el desastre de la unión de los Ives con
las Malcolm. Sarah no podía ser tan miserable como para...
Ninian se detuvo de golpe bajo un serbal al borde de un claro que
nunca antes había cruzado. La luz del sol danzaba en un anillo de hadas
en la hierba cargada de rocío, y al sentir una presencia que no podía ver,
vaciló y sus dedos se clavaron en la corteza del serbal.
En el instante en que su mano tocó la corteza, algo se movió en su
interior, igual que lo había hecho lord Ives la noche anterior.
Con un grito entrecortado, soltó la corteza y con rapidez cubrió con la
mano el espacio entre sus caderas. Recordaba cómo lord Ives se había
arrodillado sobre ella la noche anterior, reclamándola como si fuera suya,
y murmuró con rapidez un conjuro de protección contra el mal. Sin duda,
no habían podido engendrar un hijo en una noche. Pero si lo habían
hecho... Su abuela había tenido razón sobre las hadas. Un espíritu
acababa de renacer dentro de ella.
Bajó la mirada hasta el lugar que protegía su mano. ¿Un bebé? Madre
de todos los santos...
«Una Malcolm», susurró el viento. «Mientras haya una Malcolm en
Wystan, habrá brujas Malcolm».
Lord Ives diría que eso era una locura supersticiosa. Era probable que
tuviera razón. Eran tiempos modernos; las hadas no existían. Sin embargo,
sintió lo que había sentido, y muy consciente de ello, bordeó el claro
fingiendo que el golpeteo en su vientre no era más que las secuelas de la
pasión de la noche anterior.
En verdad, había comido del fruto de la locura.
Su abuela le había dicho que negar sus instintos era negar su poder.
Pero la diferencia ente el instinto y el deseo era muy difícil de distinguir.
Quizás solo deseaba tanto tener un hijo que imaginó el toque del
hada. No obstante, el instinto también le indicaba que el desastre se
avecinaba. ¿Qué auguraba?
Preocupada, Ninian se apresuró a recorrer lo que quedaba. Los
desvíos alrededor de los restos desparramados por la tormenta le llevaron
más tiempo de lo que había previsto, incluso al tomar por el atajo. Era
entrada la tarde cuando llegó a la amada cerca de su jardín. Frunció el
entrecejo al ver las varas de los rosales rotas y el lugar en el que el viejo
roble había perdido una rama y esta había destruido un poste de la cerca.
A salvo en el interior de los muros sólidos, no se había notado la severidad
de la tormenta. Un roble roto era un mal presagio.
Asustada por un aullido frenético del viento, Ninian traspasó con prisa
la puerta y entró a la cabaña. Todo parecía tranquilo.
Su mirada cayó en el libro de cuentos que estaba sobre la mesa de la
sala. Sus páginas se abrieron con lentitud con una corriente misteriosa.
Cuando las miró, se abrieron y quedaron quietas. Pudo haber jurado que
había dejado el libro cerrado. Con inquietud, leyó la página:

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—El bebé es una niña, milord.


Un relámpago lanzó destellos a través de la ventana con parteluces e
iluminó el pálido rostro del señor al oír la noticia.
—Tonterías —dijo en voz baja—. Los Ives solo engendran varones.
Está equivocada.
Su esposa extendió con cariño un bulto de mantas que lloriqueaba.
—Una hija, milord. Una hermosa pequeñita.
—Entonces no es mía.
—¡No! —El viento rugió cuando él se volvió y se marchó a zancadas,
para no ser visto nunca más.
Y su esposa derramó lágrimas por tanto tiempo y con tanta tristeza
que las aguas crecieron, el valle se inundó y las tierras quedaron en
barbecho por muchos años venideros.

Sin negar más su instinto, Ninian de repente sintió miedo y corrió


hacia el pueblo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 11

¿Qué había hecho?


Las leyendas advertían sobre los peligros de las Malcolm y los Ives.
Habían hecho estragos juntos. «Como la tormenta», pensaba mientras
corría hacia el pueblo. Ninian temblaba ante el alcance del daño de la
tempestad. El sol del atardecer que se abría paso a través de las nubes no
calentaba el frío que corría por su espalda. Las ramas caídas de los
árboles enganchaban sus vestiduras mientras corría. El camino
descolorido presentaba obstáculos a su paso, por lo que tropezaba y caía
n toda prisa. Se estremeció al ver una vaca muerta en el campo y al oír el
veloz torrente de agua del arroyo que habitualmente borboteaba. Una
tormenta nunca había causado semejante destrucción.
Una Malcolm y un Ives pudieron haber causado estragos con sus
peleas domésticas alguna vez, pero sin duda una noche de amor no podía
provocar una tormenta. No había llegado quién era ni lo que era, como le
había advertido su iibiiela. Lord Ives no se lo había pedido. Todo era una
estúpida superstición.
Pero, ¿y si su abuela tenía razón? ¿Era esa la recompensa del
demonio por rendirse ante la tentación? Esa vez, el instinto le decía que
temiera. El miedo subió hasta su garganta cuando se acercó al pueblo
destrozado.
Ninian llegó a la aldea dando traspiés, salpicada de barro y
entumecida, y no se sorprendió cuando Gertrude cogió a sus hermanas y
las llevó a rastras hacia el interior al verla.
Se decía a sí misma que debía verse horrorosa con el cabello
ondeando por todas partes y la vestimenta destrozada, pero luego el
padre de Nate hizo la señal contra el mal de ojo y cerró la puerta de un
golpe delante de sus narices. Había sabido que solo un simple desliz, un
error imprudente sería suficiente para que se volvieran contra ella. Se
abría un hueco en su corazón. Lo había intentado con tanto esfuerzo y
durante tanto tiempo...
Una Malcolm se había unido a un Ives y había sobrevenido el
desastre. ¿Qué otra prueba necesitaban? Ante el sonido del agua que
corría deprisa, Ninian se apartó de la plaza del pueblo. Como en respuesta
a su pregunta, un afluente del arroyo que alguna vez había sido tranquilo
rugía por el solar donde solía estar la tienda del sombrerero.
Ahora, temerosa tanto por los aldeanos como por ella misma, Ninian
echó una mirada hada la pequeña tienda donde vivía el zapatero y su
familia. Harry siempre fue su baluarte de seguridad contra las lenguas
inquietas. El arroyo agitado inundaba su patio y se filtraba por los
umbrales de las puertas. ¿Estaría a salvo su familia?
La puerta se abrió y Harry caminó en medio del agua y ayudó a su
madre coja a llegar a tierra seca. Al ver a Ninian, la miró con tristeza y le

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

dio la espalda. No la llamó ni le pidió ayuda con la lastimadura de su


madre. No deseaban su ayuda.
¿Cómo podían saber dónde había estado, lo que había hecho? ¿Cómo
podían creerse una estúpida leyenda en lugar de a ella, que nunca le
había hecho daño a nadie?
No importaba. El pueblo entero creció con las historias de la riqueza
que había acabado por la unión de las Malcolm y los Ives. Siempre le
temían a las Malcolm. Y aún más desde el regreso de un Ives. Ahora tenían
una prueba palpable de sus peores temores. Habían confiado en ella, y
ante sus ojos, los había traicionado.
Mary. Mary no le daría la espalda. A Mary y a sus hijos les había
enseñado las letras. Ninian había asistido el parto de sus bebés, cuidó de
ellos cuando estuvieron enfermos, jugó con ellos cuando gozaban de
salud. Sin duda, Mary no podría creer que ella haría algo adrede para
lastimarla.
Con cautela, Ninian se dirigió disimuladamente hacia la parte trasera.
La vaca de Mary mordisqueaba una parcela de hierba embarrada en
medio de la rocalla que había dejado el arroyo crecido. Un seto alto la
escondía de los ojos fisgones. Sin duda, si nadie les veía...
Cuando Ninian llamó, Mary se asomó con cautela a la puerta. Casi la
cierra de un golpe antes de que Ninian tuviera el instinto de poner su
pesado zapato en la rendija.
—¡Mary, por el amor de Dios! Dime qué sucede —suplicó Ninian.
Vacilante, Mary permaneció de pie en la rendija, obstruyéndoles el
acceso a sus niños.
—Has estado con lord Ives, ¿no? —exigió saber—. ¡Nos has traído este
desastre!
—¿Cómo puedes creer eso? ¡He ido a atender a una mujer a punto de
parir! —Pero en lo profundo de su corazón, ya lo sabía.
Durante años, había jugado el papel de una simple sanadora,
evitando tener cualquier comportamiento por el que pudieran tildarla de
«bruja», pero las personas del pueblo no eran estúpidas. Mientras todo iba
bien y ella ayudaba a los necesitados, la aceptaban. Podía ver con sus
propios ojos que ya no estaba todo bien y que la temible noticia había
corrido con el viento de la noche anterior.
—El arroyo se ha convertido en un río y arrasó con nuestro ganado y
nuestros hogares, y ha derribado todo lo que hemos construido —susurró
Mary con dureza—. ¡No me digas que las leyendas no son ciertas!
—Mary, lo siento, lo siento mucho. —Ninian se frotaba los ojos,
contenía lágrimas de terror—. ¡Pero no lo he hecho yo! ¿No te das cuenta?
—Nada de lo que le decía podía alejar el dolor punzante de ese rechazo.
De alguna manera, debía hacer que tuvieran una visión diferente, pero,
¿cómo? No podía creer que lo que había hecho estuviera mal, o que el
conde y su familia tuvieran algún conocimiento de brujería. No era posible.
Ella no poseía magia—. No sé qué hacer —susurró aterrada, suplicando la
ayuda de Mary. ¿Adonde iría, qué haría si los aldeanos ya no confiaban en
ella? ¿A quién sanaría? ¿Cuál sería su razón de vivir? Las lágrimas corrían
con desenfreno por sus mejillas—. El conde no tiene nada que ver con
todo esto —gritó—. Debes creerlo. Tiene que ser el arroyo. Te advertí...

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Mary se veía temerosa, pero no se marchaba.


—Hemos utilizado esa agua durante generaciones. Nunca antes se
había vuelto contra nosotros.
—No sé por qué. Necesito tiempo... Por favor, Mary, ¿qué puedo
hacer?
—Regresa con los de tu clase —dijo Mary, con menos aspereza que
antes. Luego, cuando un gato gris salió de los arbustos y se enredó en los
tobillos de Ninian, cerró la puerta de un golpe con horror.
La soledad de cuando tenía diez años ahora golpeaba a Ninian, solo
que esta vez no tenía a su abuela para acudir a ella. Con las lágrimas que
le escocían, levantó al gato, que al parecer la había seguido desde el
castillo. Siempre supo que era una intrusa. Había llegado a Wystan cuando
tenía diez años, pero creía que los aldeanos la habían aceptado con el
correr de los años puesto que las Malcolm habían vivido allí desde los
albores del tiempo. La naturaleza endeble de su aceptación ahora era
evidente. No pertenecía a ninguna parte.
Evitando un sollozo, y abrazando al gato como consuelo, Ninian
caminó con dificultad de regreso al camino. Las puertas y las ventanas se
cerraban de golpe cuando ella pasaba. Nadie la quería cerca. Le llevaría
semanas ir a buscar a sus tías al lejano sur de Inglaterra. Los caminos
estarían intransitables después de la tormenta. Y en verdad, sus tías
tampoco la querían. Tenían a sus propias hijas conflictivas.
Podía ir al castillo y ver si las damas convencían a alguno de sus
criados para que fuesen a ayudar al pueblo, pero eso sería al día
siguiente, cuando pudiera caminar hasta allí y regresar. Y tenían que ser
esos mismos criados quienes les habían informado los acontecimientos del
castillo a los aldeanos. Todos sabían lo que había hecho.
La culpa y la vergüenza la inundaban como nunca antes lo habían
hecho. Todo había parecido estar muy bien con lord Ives abrazándola. De
alguna manera, no le había permitido ver la realidad. Cedió ante la
tentación del demonio a pesar de toda su cautela y fortaleza, y él había
destruido todo lo que ella conocía y amaba.
Justo cuando estaba pensando en él, cayó directamente en sus
brazos.
El conde la cogió y la sostuvo en las últimas sombras de la luz del día.
Incluso ahora, con su vida deshaciéndose en pedazos, los brazos de él le
brindaban un refugio seguro.
—No deberías estar aquí.
—Vivo aquí —susurró, mientras el gato huía de sus brazos y su
cabeza giraba con incertidumbre. Solía vivir allí, El mundo entero estaba
del revés, y ella no sabía si caía o subía. El fuerte asimiento del conde le
ofrecía seguridad, solo por ese momento, solo hasta que encontrara la
tierra debajo do sus pies.
—Te llevaré a casa.
Ni siquiera sabía a qué casa se refería, la de él o la de ella. Ninian
negó con la cabeza. Debía alejarse del conde, del pueblo, regresar al único
hogar verdadero que había conocido: la cabaña de su abuela. No sabía
qué haría una vez que llegara allí. Las lágrimas volvían a derramarse por
sus mejillas.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—El pueblo —se ahogó—, soy responsable. Debo ayudar. —La palabra
se quebró en un sollozo.
No la abrazó, era probable que no supiera dar abrazos de compasión.
Solo bajó la mirada hada su rostro manchado de lágrimas y la adentró aún
más en las sombras, hacia la cabaña.
—Yo me encargaré de ellos —dijo con total certeza, como si ella
debiera haberlo sabido.
Y para su asombro, Ninian finalmente miró a través de su velo de
tristeza para ver que era eso lo que estaba haciendo. Desde las sombras,
aparecieron unos hombres cargando palas, azadas y horcas. En el prado
del pueblo, el administrador del conde dirigía a los trabajadores hacia los
animales muertos y las zanjas de desagüe crecidas. Otros, que llevaban
escaleras y paja, se doblegaban cuando el conde pasaba, intercambiaban
breves comentarios acerca de cuáles eran las siguientes casas que
necesitaban reparación.
No la necesitaban a ella. Tal vez nunca la habían necesitado. Su
mente giraba en blanco ante el golpe. El conde podía darles lo que ella no
podía.
Drogo se detuvo para corregir la manera en la que desviaban la
zanja; miraba con aire pensativo hacia dónde verter el agua desde el
bosque y hacia el pueblo por un nuevo cauce del arroyo. Luego cogió a
Ninian del brazo y la condujo hacia adelante. Demasiado aturdida como
para aceptar por completo su descenso de categoría a inútil, no se negó a
que la guiara. Era un Ives. Y los aldeanos seguían al extraño, no a la
Malcolm que había vivido tanto tiempo con ellos. No podía pensar más allá
de ese increíble obstáculo.
Para la extenuada sorpresa de Ninian, Sarah los esperaba en la
cocina.
—He recogido sus cosas —le dijo a él—. Con la misma seguridad que
creo que este lugar es pintoresco y encantador, no deseo permanecer
aquí. El fantasma lloraba cuando me marché. Claudia está desesperada y
Lydie jura que el bebé llegará en cualquier momento.
—Vendrás con nosotros —le ordenó el conde a Ninian, dejando claro
que esperaba no discutir mientras la llevaba hacia la puerta.
Ninian sabía que debería resistirse. Su abuela hubiera deseado que
permaneciera allí, que atendiera el jardín y encontrara algún medio para
ayudar al pueblo. Según sabía, ese era su lugar en el mundo.
No obstante, su abuela la había dejado allí sola, y el pueblo no la
quería.
Por el momento, no podía reunir el valor ni el espíritu para pelear.
Siempre había creído que la amistad funcionaba de ambas partes, pero al
parecer, nadie la quería excepto cuando les resultaba útil. Ahora no era
útil. No para el pueblo. Tal vez, nunca lo había sido. Quizás sus talentos
solo eran producto de la imaginación de su abuela y de su propio orgullo.
En silencio, Ninian siguió al conde y a Sarah al salir de la cabaña. En
el castillo la necesitaban. Tal vez en algunas semanas, las cosas volvieran
a la normalidad y pudiera regresar de nuevo a su hogar y a su jardín. Tal
vez entonces vería las cosas con más claridad.
Sin mirar las varas rotas de los rosales de su jardín, cerró la puerta de

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

la cabaña, cruzó la puerta de la cerca y se dirigió hacia el carruaje que


esperaba para llevarla al castillo de sus ancestros y al futuro destino que
tenía algo preparado para ella.

Drogo se frotaba los ojos mientras la vela parpadeaba en un charco


de cera. Había creído que para ese momento, Ninian habría venido a él. La
había dejado al cuidado de Sarah, pero no esperaba que esta le ofreciera
mucha conmiseración. Había visto antes esa mirada vacía de dolor y sabía
que la joven bruja necesitaba más que compasión.
Según su experiencia, lo primero que una mujer necesitaba cuando se
enfrentaba a la catástrofe era acudir a un hombre. Lo segundo era que
echara un vistazo y viera si él era el mejor hombre para emplumar su
nido. Dado que era el único hombre en el horizonte, suponía que Ninian
estaría allí arriba tarde o temprano en busca de la promesa de un título.
En verdad, no podía culparla. Una mujer debía tener un fuerte instinto de
supervivencia en este mundo.
Con gusto, le ofrecería la comodidad de su cama. Por desgracia, no
estaba preparado para ofrecer más, a menos que satisficiera su
necesidad.
El sonido de unos pasos femeninos en las escaleras del lado de afuera
del observatorio despertó su cerebro cansado, y sonrió. Las mujeres eran
muy predecibles.
Su sonrisa se desvaneció cuando Sarah entró, vistiendo solo una fina
bata de noche.
—Creí que estarías entreteniendo a nuestra invitada. —Ella apoyó la
vela en el borde del escritorio.
—Tu entrometimiento le ha hecho esto —dijo Drogo con frialdad.
Sarah levantó uno de los papeles y lo agitó.
—¿Mi intromisión ha provocado la inundación? —preguntó—. ¡Caray!
Soy mucho más poderosa de lo que creía.
—Sabes a lo que me refiero. De haber estado en su hogar, adonde
pertenecía, esos idiotas supersticiosos ahora no le darían la espalda. Poner
ese maldito brebaje en nuestras bebidas anoche tuvo que haber sido idea
tuya. Si no dejas esas pociones infernales...
—No seas ridículo, Drogo. —Sarah agitaba su abanico improvisado
adelante y atrás, mientras lo observaba por la parte superior, con una
débil sonrisa—. Eres la última persona en el mundo que necesita ayuda en
ese aspecto. Solo has actuado según tu propia fantasía.
En general, se daba cuenta de cuando Sarah mentía, y no veía prueba
de ello ahora. Sin embargo, si le creía a la maldita mujer, entonces no
tenía a quién culpar excepto a sí mismo por lo que había sucedido la
noche anterior. Había tomado la inocencia de una simple doncella, la
despojó de su hogar, la arruinó a los ojos de sus vecinos... por pura lujuria.
Si no había sido Sarah con sus pociones, entonces la bruja de la luna
lo había hechizado con el poder que ninguna otra mujer había tenido.
Siempre era cuidadoso. Nunca perdía el control hasta el punto de actuar
ciegamente.
Tan ciegamente, que incluso ahora se negaba a investigar más la

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

cuestión. No deseaba saber qué lo había motivado. Sabía que la respuesta


no le agradaría.
No podía permitir que Sarah supiera lo bajo que había caído. Si lo
hiciera, nunca más lo dejaría en paz. Drogo revolvió un cajón y sacó una
vela nueva; la encendió con la llama agonizante de la primera.
—Tengo trabajo que terminar. Debo regresar a Londres por la
mañana. ¿Deseabas algo?
Ella ladeó la boca, pero lo observaba con más curiosidad que
desilusión.
—Tu huésped aún está despierta. La oí llorar al pasar.
—Sabe dónde encontrarme si me necesita —respondió con
brusquedad, y regresó la atención a la hoja con números que estaba sobre
el escritorio.
—¿Y si no te necesita? —inquirió Sarah en voz baja—. No me parece
que sea de las que son dependientes, como el resto de nosotras.
Se marchó, pero sus palabras lo fastidiaban en su ausencia. Drogo
miraba con furia los números de la hoja, pero yo no podía encontrarles
sentido. Todos necesitaban de él por una cosa u otra. La joven bruja no
era una excepción, solo era más testaruda que la mayoría.
Y más tentadora.
Corrió la silla arrastrándola y, cogiendo la vela, deambuló desde la
torre hasta el ala en la que Sarah había ubicado convenientemente a
Ninian. Las mujeres siempre acudían a él, no al revés. Nunca había
perseguido a una mujer en su vida. No iba a perseguir a esa. No obstante,
estaba en deuda con ella por sus acciones en estado de ebriedad. Tuvo
que haber sido el vino.
Solo deseaba ver si se encontraba bien. En verdad, no tenía tiempo
para una amante. Sin embargo, parecía no poder evitar detenerse delante
de su puerta.
Allí, de pie, podía oír sus sollozos. No tenía experiencia en tratar con
los ataques de nervios femeninos, pero no podía soportar escucharle
llorar. Había estado tan llena de luz y picardía el día anterior que ahora
odiaba oír su dolor.
La noche anterior, ella lo había invitado. No veía una razón por la que
debería guardar decoro esa noche. Probó el picaporte y abrió la puerta.
Ella jadeó, como casi siempre lo hacía cuando él aparecía. Se
preguntaba si en verdad aparentaba ser tan aterrador, y solo Ninian con
su inocencia era lo suficientemente franca como para demostrarlo.
Aunque no parecía aterrada. Asió la sábana y se cubrió al sentarse; se
veía lo bastante furiosa como para escupir clavos. Bajo la luz parpadeante
de la vela, él podía ver las vetas de humedad en sus mejillas, pero estaba
más interesado en la maraña de rizos dorados que caían sobre sus pechos
redondos.
—¿Qué desea, milord?
—Te he oído llorar —admitió con simpleza, sin más palabras que
ofrecer. No era un hombre particularmente amable ni compasivo.
Comprendía ligeramente su desilusión, pero no conocía otra solución más
que el tiempo. Sin embargo, sabía cómo brindar consuelo físico y lo
ofrecería con gusto, si lo aceptaba.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Lloro cuando estoy triste. ¿Tú no?


Creyó que estaba siendo sarcástica, pero de todas maneras, pensó en
la pregunta. Por lo general, la lógica funcionaba mejor en situaciones
emotivas.
—No —respondió por fin. En cualquier caso, no desde la niñez, pero
no necesitaba explicar eso—. Esperaba que vinieras a mí.
Bajo esa luz, no podía ver si sus ojos se abrían con sorpresa o enfado.
Al menos le había dado algo en que pensar y dejó de llorar.
—Me niego a ser una más de tu aquelarre —anunció con firmeza—.
Puedes matarme si lo deseas.
No era una hija de la luna, sino una típica mujer que utilizaba la
irracionalidad en lugar de la lógica. Drogo observó su expresión
vehemente, suspiró con desconcierto y apoyó la vela en la mesa. Era
bueno que se marchara por la mañana.
—No fingiré comprender qué significa esto. Te dejaré. Buenas noches.
—¿No fingirás comprender qué es lo que ha traído muerte y
destrucción a Wystan? —exigió saber ella.
La miró por encima del hombro. Se veía muy hermosa con el rostro
iluminado por la luz de la vela, y su mentón desafiante inclinado con
orgullo. Era una lástima que la belleza escondiera una mente perturbada.
—La tormenta ha traído la destrucción —respondió con cautela.
—El arroyo no se había desbordado jamás de esa manera. Nunca
antes había fenecido. Pregúntale a tu administrador qué te oculta. Mi
abuela siempre tenía razón. Un Ives nos ha vuelto a arruinar.
Si viviera hasta los cien años, nunca olvidaría el encanto y la belleza
de una bruja de cabello dorado bañada por la luz de la vela, aunque fuera
una lunática.
Completamente aturdido por su propia reacción como por la de ella,
Drogo asintió con la cabeza con cortesía y se marchó.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 12

Ninian despertó con la luz del día que entraba a raudales por las
ventanas. Durante un breve instante, abrigó la idea de que había soñado
aquellos últimos días, o quizá solo su extraño encuentro con lord Ives la
noche anterior. Al tiempo que se forzaba por salir de la cama en búsqueda
de comida, a sabiendas de que ya no era en su propio lecho donde
dormía, aceptó a regañadientes que todo había sido muy real, y ahora
debía decidir qué hacer con el resto de su vida.
Podía regresar a su cabaña, criar gatos y plantar hierbas que nadie
emplearía nunca, y así convertirse en la anciana bruja que los aldeanos
esperaban que se volviera. Sola.
Incapaz de aceptar aquel futuro de abandono todavía, buscó a
aquellas mujeres en el mismo lugar que el día anterior, o al menos dos de
ellas esperarían allí. Sarah tenía un inmenso mamotreto atestado de polvo
sobre la mesa frente a ella, en tanto que Claudia se hallaba bordando el
dobladillo de un camisón perteneciente a un niño.
Sarah alzó la vista de la lectura e hizo un gesto en dirección a la silla
que se hallaba vacía.
—Drogo acaba de salir. Ha ido a rescatar a mi hermano Joseph de
Newgate. Sírvete un pastelillo. La mermelada es una delicia.
Sin estar segura de si sentir alivio o no por la noticia de la partida del
conde, Ninian tomó asiento en la silla que se le había indicado y aceptó
una taza de té.
—¿Joseph? ¿Es un Ives? —Según la leyenda, debía tenerse cuidado
con ellos. ¿Cuántos eran?
Sarah sonrió.
—Un Ives bastardo, pero todos crecimos juntos.
Ninian no tenía la certeza de hallarse preparada para tanta
información relativa a la inmoralidad de los estratos sociales más
elevados. Untó un pastelillo con mantequilla para evitar discurrir nada con
demasiada profundidad. El dolor se hallaba solo a un pensamiento de
distancia.
—¿Puedo preguntar cuántos son? —Quizá pudiera hacerse de datos
suficientes como para mantenerse informada. En verdad, si supiera más
acerca de aquella gente, tal vez no les temería tanto. Ante el recuerdo de
su diatriba contra el conde la noche anterior, volvió a pensar. Quizá sí
debería sentir miedo. No tenía la certeza de que sacaran a la luz lo mejor
de ella.
Sarah arrugó el entrecejo, pensativa.
—Bueno, Drogo es el mayor de los hijos legítimos, por supuesto, dado
que ha heredado los títulos de su padre. Dunstan es quien le sigue. Él se
encarga de administrar la finca Ives. Ewen es el tercero. Creo que debió
ser en ese momento cuando la pobre lady Ives decidió que no podía dar

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

un cuarto niño a luz y le negó al difunto conde el acceso a su lecho. No


estoy del todo segura de la causa ni de sus efectos, comprenderás, ya que
Drogo y yo no tenemos el mismo padre y yo era apenas una niña cuando
el difunto conde y mi madre se conocieron.
Sarah empujó el plato de pastelillos hacia Ninian.
—Sírvete otro, querida. Debes mantenerte fuerte si has de convertirte
en condesa de Ives y dar a luz al próximo heredero.
Sarah ni siquiera tomó aire tras aquel extraño anuncio y continuó el
camino de sus propios pensamientos.
—Los hombres Ives gozan de mala reputación por ser prolíficos. No
hay ni dos años de diferencia entre Drogo y cada uno de sus hermanos, y
mi madre le dio al conde otros tres niños después de que pusieran la casa.
Mis hermanos son todos bastardos, por supuesto, pero Drogo los
mantiene. No podría hacer menos considerando que crecieron en el mismo
hogar.
Aparentemente, Sarah sabía cómo terminar una oración cuando esta
se refería a la familia. Sacudida por el torrente de palabras de Sarah y por
la tensión provocada al reprimir sus histéricos pensamientos, Ninian bebió
a sorbos su té y observó a su anfitriona con cautela.
—Ya veo. Por supuesto, habrá caído en la cuenta de que mi apellido
es Malcolm. —Aquello tuvo para Ninian tanto sentido como, al parecer, el
parloteo de Sarah había tenido para sí misma.
—Oh, sí, Drogo lo mencionó. Tengo la certeza de que el fantasma
Malcolm se sentirá gratificado al saber que un miembro de su familia
morará el Castillo Malcolm nuevamente. Aunque... —Sarah arrugó
levemente el entrecejo—. Drogo nunca será capaz de permanecer aquí
durante mucho tiempo. Estoy segura de que deseará presentarte a la
familia, y se toma su lugar en el Parlamento con mucha seriedad.
Ninian sonrió y mordisqueó su pastelillo, al tiempo que se preguntaba
si Claudia se uniría a aquella idiotez.
—Usted no parece comprender —contestó Ninian con recato,
deseando enviar a las dos al infierno—. Los Malcolm solo dan a luz a
brujas. Mujeres —aclaró, puesto que no quería que existiera duda alguna
de que nunca traería al mundo a un heredero Ives, lo quisieran o no.
Lady Twane emitió un suave chirrido ante aquel anuncio. Sarah solo
se encogió de hombros.
—Bueno, eso debería contribuir a procurarnos algo de instructivo
entretenimiento de aquí a nueve meses, aunque no interesa. Drogo
contraerá matrimonio contigo una vez que determine que estás
embarazada. Cree que no puede tener niños.
¿Y Sarah había pensado en proveerle uno? Qué considerado de su
parte.
Entonces se oyó un grito de dolor desde las habitaciones superiores y
en ese mismo instante se hizo presente un sirviente para anunciar que
lady Lydie parecía hallarse de parto.
Tan pronto como se levantó de la mesa, Ninian aceptó que ahora que
el conde había partido, no tenía que irse aún. Necesitaban de su don allí,
aun si quienes habitaban aquel castillo estuvieran todos bastante locos.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Drogo bajó el telescopio con indignación. La niebla a la altura del


Támesis y el humo de mil chimeneas nublaban toda visión del cielo
nocturno, sin que importara cómo de alto se dirigiera en aquel renqueante
edificio al que llamaba hogar.
Casi extrañaba el castillo medio en ruinas en el norte. Al menos allí
había podido completar sus cálculos y verificar sus resultados cuando las
noches eran claras. En Londres, no existían las noches claras.
En Londres, no existían las brujas lunáticas.
Maldiciendo su incapacidad para borrar a Ninian de su mente, Drogo
comenzó a bajar las escaleras del ático. La vieja residencia urbana parecía
vacía aquellos días con Dunstan casado y viviendo en el campo, con Ewen
en el norte fundiendo hierro y sus hermanastros todos en el instituto,
estudiando.
En teoría. Drogo arrugó el entrecejo al notar a Joseph rezagado entre
las sombras del corredor inferior.
—Pensé que te había enviado de regreso a Oxford.
Con sus veinte años, su desproporcionada altura y una tendencia
mayor a la del resto de sus hermanos a vivir en el interior de su cabeza,
Joseph nunca encajó del todo en ninguna parte. Tenía todavía la
apariencia de un joven desgarbado dotado de manos y pies demasiado
grandes para el resto de su humanidad, pero Drogo sabía que no debía
subestimar su inteligencia.
—No quiero convertirme en sacerdote —declaró con hosquedad—. No
me importa que me hayas dejado abiertas las puertas de Ives. No me
gusta la gente.
Con un gruñido interior, Drogo entró en su salón privado y lanzó más
carbón al fuego que estaba extinguiéndose. Para ser mayo, todavía había
humedad.
—De acuerdo. No te conviertas en sacerdote. Padece hambre si es lo
que quieres. O búscate una esposa acaudalada.
—No consigo comprender por qué no puedo ganarme la vida como
arquitecto. Como si fuera a heredar el título —dijo Joseph con
resentimiento, dejándose caer en un sillón de orejas.
Drogo puso los ojos en blanco ante el mayor de sus hermanos
bastardos. En ese momento, Joseph había elegido imitarlo al rehusar
utilizar polvo para el cabello y pelucas y andar en levitas sin ornamentos.
Aquello era al menos conveniente para el presupuesto familiar, aunque
Drogo sospechaba que su informal atavío era resultado en realidad de que
su hermano hubiera empeñado sus prendas de vestir más costosas para
financiar el experimento de recuento de cartas que lo había llevado a
Newgate.
—No podrás efectuar retiros —respondió Drogo de manera concisa, al
tiempo que tomaba asiento en su escritorio, en el que los libros de la finca
habían acumulado polvo en su ausencia—. Tendrás graves dificultades
intentando ganarte el sustento sobre la base de ideas que no puedes
exponer.
—Puedo aprender —dijo Joseph entre dientes—. Simplemente no he
tenido al maestro adecuado.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

A fin de cultivar su paciencia, Drogo dibujó en su monte la imagen de


su torre en el castillo, completada por cielos de terciopelo, estrellas
titilantes y Ninian brillando en dorada desnudez debajo de ellos. Aun si no
podía visitar el paraíso de verdad, sus pensamientos servían a aquel
propósito mejor que la realidad, puesto que en su cabeza la mente de
Ninian podía contar con el mismo brillo que su cuerpo.
Aquel pensamiento le permitió relajarse lo suficiente como para no
sucumbir a su primer impulso de estrangular a su hermanastro.
—Pues entonces ve al instituto mientras buscas al maestro adecuado.
Renunciando a los cálculos que se hallaban sobre el escritorio frente a
él, apoyó sus botas sobre el abollado guardafuego del hogar, abrió el cajón
para extraer de él un puñado de dulces y no le dio a Joseph ninguno.
Drogo tragó uno y se entretuvo con la imagen de Ninian durante un
tiempo más. ¿Era realmente tan supersticiosa como para creerlo el
demonio? Si regresara a Wystan, ¿estaría aún enfadada con él y se
negaría a yacer en su lecho? ¿O acaso su impredecible humor habría
cambiado como para preferir intentar convertirse en condesa?
Joseph se hundió más profundo en su silla.
—Nuestro padre debería haberse detenido cuando todavía llevaba
ventaja. Somos demasiados y no hay suficiente dinero para vivir. No sé
por qué permites que Dunstan se quede con la finca.
—Porque le encanta trabajar la tierra y porque es mi heredero. Algún
día tendrá hijos que heredarán esas tierras. Tiene sentido para mí.
—¿Cómo sabes que yo no sería bueno trabajando la tierra? —
murmuró Joseph con rebeldía.
—Porque has sido criado en la ciudad y no sabes distinguir una oveja
de otra. ¿Cómo sabes que no disfrutarías el sacerdocio?
—¿Por qué Ewen y Dunstan se quedaron en el campo con tu madre y
tú no lo has hecho? —replicó.
Drogo suspiró. Joseph no tenía más de cinco años cuando su padre
falleció. Sin ser demasiado inquisitivo, había aceptado sus erráticos lazos
familiares. Drogo supuso que era tiempo de que su hermano comenzara a
cuestionarlos. Le arrojó una nuez del surtido, que Joseph no alcanzó.
—Ese fue el acuerdo de separación que autorizaron los tribunales. Mi
padre se quedaba con su heredero y mi madre podía criar a Dunstan y a
Ewen. Le permitieron residir en una de las granjas más pequeñas siempre
que no viniera a Londres ni interfiriera con mi padre y tu madre. Sucede
todo el tiempo. Recuérdalo cuando llegue el momento en el que debas
pensar en el matrimonio. —Drogó relató los hechos con calma, sin traer a
la memoria el desgarrador dolor del recuerdo.
—¡Nunca! —respondió Joseph con vehemencia—. No permitiré que
ninguna arpía me clave las garras. Puede que no sea como tú, pero no
estoy tan desorientado como para cargar con mujeres que gimotean,
mocosos pegajosos y tribunales que demanden cada centavo que gano.
—No has ganado ninguno —observó Drogo con ironía—. ¿Te has
decidido por el ejército o por el sacerdocio?
Joseph arrugó el entrecejo.
—¿Son esas mis únicas alternativas?
—Bueno, podríamos colocarte de aprendiz con un abogado. Solo

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piensa en todo el dinero que podrías quitarnos dedicándote a redactar


acuerdos matrimoniales.
—Y acuerdos de separación. —Joseph buscó con tristeza la nuez que
no había podido coger entre los pliegos de su abrigo. Suspiró al
encontrarla y se la llevó a la boca—. Podría intentar ser abogado entonces.
Prefiero volverme rico en el aburrimiento a que me disparen en el campo
de batalla.
—He ahí una elección inteligente. Haré los arreglos necesarios. —
Aliviado porque esa última crisis no había desatado las usuales rabietas,
Drogo regresó a sus libros.
—Qué bueno que nunca te hayas casado, Ives —dijo Joseph alargando
las palabras y poniéndose de pie—. Una mujer nos arrojaría a todos a la
calle o correría a casa con su madre.
—Que Dios no lo permita —coincidió Drogo con fervor—. Tengo
suficiente a mi cargo. ¿Puedes imaginar cómo sería todo en la próxima
generación si tuviera mi propia prole más los bastardos que el resto de
vosotros pudiera engendrar?
Al ser reconocido de ese modo como lo suficientemente adulto como
para criar bastardos, Joseph se animó.
—¿Puedes imaginar lo que sucedería si un Ives diera a luz a una niña?
—Está Sarah —señaló Drogo, aunque en realidad no podía
considerársela pariente consanguíneo. Sin embargo, Sarah había crecido
entre los Ives y se las habían arreglado muy bien. Drogo se estremeció
ante el recuerdo de la última travesura de ésta e hizo a un lado aquel
pensamiento.
Quizá Dios no le había dado niños porque ya contaba con una familia
llena de ellos.

Malhumorada, Ninian hundió sus dedos en el fango muerto a un lado


del arroyo. Ninguna medida de abono o cenizas había logrado devolverle
vida vegetal a la sección que fluía en las cercanías del Castillo Wystan. Las
orillas se hallaban tan áridas y cubiertas de barro como con posterioridad
a la inundación.
La tormenta había destruido el filtro del conde. Habían transcurrido
casi dos meses y no regresaba a reconstruirlo. ¿Qué esperaba? ¿Que el
demonio reparara su crueldad?
¿O que estuviera deseando verla nuevamente tanto como ella
imploraba su presencia?
Sabiendo que no le convenía albergar aquellos pensamientos, Ninian
se dirigió corriente arriba en búsqueda del liquen que había descubierto
junto a una sección de agua que fluía mucho más rápido.
—Casi con seguridad, el castillo era la dote de una mujer Malcolm —
argumentó Sarah pisando con cautela a un lado de Ninian—. No sé leer
bien el lenguaje legal antiguo, pero es lo que dicen los libros de cuentas,
en mi opinión.
—Eso no quiere decir que el fantasma sea Malcolm, o que proteste
por algún imaginario mal que se haya perpetrado.
Sin mostrarse comprensiva, Ninian se inclinó para extraer una raíz

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

que necesitaba para su derruido jardín. No le había dicho nada a Sarah


acerca del libro de cuentos de su abuela. A pesar de los estragos que la
tormenta había causado, se negaba a creer que hubiese sido ella en
persona quien había suscitado la leyenda de acuerdo con la cual los Ives y
las Malcolm habían destruido un lugar que obviamente habían amado, y
aparentemente perdido. Sin duda, la verdadera historia se había
extraviado en la noche de los tiempos.
—Los aldeanos así lo creen —expresó Sarah triunfal—. Creen que tú
eres una bruja y que has seguido el camino del Malcolm que expulsó a los
Ives de Wystan.
—Ojalá fuera usted una Ives, y así pudiera hacer lo mismo —murmuró
Ninian.
—No lo dices en serio. Soy quien les devolverá la paz y la felicidad a
ambas familias —declaró Sarah alegremente—. Sabía que las estrellas y
los planetas tenían algún propósito al dirigirme hacia aquí y lo he
encontrado. Tu le darás a Drogo el niño que desea y ambos le devolveréis
la prosperidad a Wystan.
—¿Y Drogo le brindará libertad económica a cambio? —preguntó
Ninian con cinismo, que ya conocía cuál era su queja más frecuente.
—O tú lo harás —respondió con seguridad—. ¿Qué puede ofrecerte
este lugar? Nada. Pero como condesa de Ives... —Entonces se encogió de
hombros de un modo característico.
—Una Malcolm no puede contraer matrimonio con un Ives —expresó
Ninian de modo terminante—. Y yo pertenezco a este lugar. Soy una
sanadora, no una condesa. —Ninian percibió la desesperación oculta
detrás de las animadas palabras de Sarah, pero sus dones no se prestaban
a sanar heridas de carácter emocional.
Posiblemente su don no curara tales heridas, pero había salvado a la
bebé de Lydie, tanto del parto como de los planes de Sarah de ofrecerla
en adopción. A cambio del alivio temporal de su soledad que le ofrecían
los habitantes de aquel castillo, Ninian dejó a Sarah tejer sus vanas
fantasías acerca de las Malcolm y de los Ives. Valiéndose de la niñita de
Lydie como excusa para permanecer donde sentía que la necesitaban, no
tenía que enfrentarse al desprecio de los aldeanos aún.
Se dirigió camino al jardín del castillo que había estado cultivando.
Las secciones que había regado la lluvia estaban floreciendo. Las plantas
que habían recibido agua del arroyo habían muerto en su totalidad.
—A Lydie no le estás haciendo ningún favor —expresó Sarah a modo
de regañina al tiempo que Ninian se detenía a admirar un helecho.
—Y usted es una bruja más entrometida y manipuladora de lo que mi
abuela haya sido nunca. —Ninian aflojó con delicadeza la raíz del helecho
del suelo y la colocó en su canasta.
—Solo estoy intentando ayudar —protestó Sarah—. Lydie no se ha
desposado y solo tiene dieciséis años. Su familia no puede presentarla en
sociedad con un niño en brazos. Están diciéndole a todos que se
encuentra en Escocia visitando amigos. En unas semanas, podrá regresar
a su hogar y hallar un buen marido.
—Un marido acaudalado, querrá decir. —Ninian levantó a un gatito
del hueco que acababa de cavar y frotó su peludo rostro contra el suyo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Los gatos la seguían tanto como Sarah. Ninian adoraba la facilidad con la
que demostraban aceptación. Eran criaturas egoístas que solo
necesitaban que las alimentaran—. Esa debería ser decisión de Lydie, no
suya.
—Lydie es joven y demasiado estúpida como para saber qué le
conviene. Ningún hombre la aceptará con un bastardo. Puede quedarse
con la niña y padecer hambre en las calles, o puede brindarle un buen
hogar y comenzar una nueva vida para ella, una vida segura, con un
hombre que pueda llegar a amarla.
Ninian se sentó sobre sus talones y se limpió la suciedad de las
manos.
—Los hombres no son la solución para todo. ¿Acaso lord Ives
amenaza con echarla del castillo?
Sarah se encogió de hombros.
—Drogo nunca amenaza a nadie. Pero sus padres pueden ocasionar
un escándalo si descubren que está protegiéndola.
Ninian levantó la cabeza para mirarla.
—¿Y usted hará lo que sea para proteger a Drogo?
Sarah pareció enfadada.
—Ves demasiado. Ahora date prisa. Puede que Claudia ya haya
encontrado ese volumen de la historia familiar.
Ninian nunca señaló que, si poseía algún don para ver, no le había
ayudado con el pueblo. Lord Ives había enviado el dinero y las
herramientas para la reconstrucción, pero los aldeanos continuaban
dándole la espalda, el arroyo continuaba haciendo daño y no se hallaba
cerca de solucionar ninguno de sus problemas. Era ciertamente un fracaso
como bruja.
Sin embargo, en los últimos tiempos había tenido motivos para
sospechar que tenía mucho más éxito con algunas cosas que con otras.
Habían transcurrido dos meses desde su noche con lord Ives.
Su abuela había dicho siempre que las mujeres Malcolm eran fértiles.

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Capítulo 13

Agosto, 1750

Mareada, Ninian se aferró a la repisa de macetas y apartó de su


mente las palabras de Lydie mientras se concentraba en mantenerse
erguida. Le temblaban las rodillas. No podía mover las piernas.
Lydie le colocó un taburete debajo del cuerpo.
—Así me golpeé también. Tuve miedo de ponerme de pie durante una
semana.
Con el corazón palpitándole, Ninian se desplomó en el taburete sin
registrar nada de lo que Lydie le decía. Habían transcurrido tres meses y
el conde no había regresado. Ya no podía esperar más. Tendría que
resolver sus problemas por su cuenta. Tendría que ignorar la histeria de
Sarah ante la idea de abandonar el castillo. Aquellas mujeres le habían
brindado consuelo cuando necesitó amigos, pero Ninian sabía cual era su
función. Era tiempo de regresar al pueblo, la quisieran allí o no.
—Llamaré a Sarah —dijo Lydie sin aliento—. Quería saberlo tan pronto
sintieras al niño en el vientre. Hay muchas mujeres que pierden a su bebé
durante los primeros meses.
En cuanto Lydie se marchó, Ninian descansó la cabeza sobre las
rodillas, tal como su abuela le había enseñado. La sensación de mareo se
desvaneció, para ser reemplazada por aquello que había tratado de negar.
Lord Ives la había poseído y le había quitado todo lo que ella poseía a
cambio. La dejó con algo mucho más peligroso: su hijo.
Ninian llevaba en su interior al hijo de un Ives, de un conde, de un
hombre que apenas conocía. Al engendrar aquel bebé, Ninian había
perdido el respeto del pueblo y la única vida que había querido. ¿Acaso la
concepción de aquella alma inocente en su matriz había causado la ruina
de Wystan?
¿Cómo criaría a un hijo que todos a su alrededor despreciarían?
—Ninian, ¿te encuentras bien?
La pregunta de Sarah pareció provenir de la distancia, pero Ninian se
las arregló para asentir con la cabeza. Quizá crearía su propio pueblo de
mujeres solteras y se llevaría a Lydie y a su bebé a casa para que no
estuviera sola.
Pero no había posibilidades. Sarah tenía planes para todos. Ninian
tendría que escapar antes de que se tensara la red. No renunciaría a su
hijo.
Aferrándose al brazo de Lydie, Ninian se puso de pie. La cabeza
todavía le daba vueltas, pero no mucho. Aquel malestar matutino le había
quitado gran parte de su fuerza, pero no duraría mucho tiempo más. Se
sentiría lo suficientemente bien como para regresar a su cabaña cualquier
día. A su casa vacía.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Antes de retornar, se aseguraría de que Lydie estuviera a salvo.


—¿No ha sabido nada del padre de su bebé? —preguntó a Lydie.
—Su padre es un lacayo —respondió Sarah con desprecio—. El niño
pertenece a los campesinos, a pesar del estúpido sentimentalismo de
Lydie.
—Quiero quedarme con él —protestó Lydie—. Es todo lo que tengo
que realmente me pertenece.
Sarah se encogió de hombros.
—Pues entonces te deseo suerte cuando debas hallar un empleo para
mantenerle. —Sarah entrecerró los ojos al volverse hacia Ninian—. Estás
pálida. Ven adentro donde esté fresco. No permitiré que pierdas al hijo de
Drogo.
Ante aquel descarado anuncio de todo lo que temía, Ninian contempló
consternada las insulsas facciones de Sarah hasta que su imagen se
estrechó y casi desapareció por completo. Tambaleándose, aceptó que
Lydie le guiara hacia la frescura de la cocina. ¿Hacía cuánto que lo sabían?
—Le he escrito a Drogo —expresó Sarah plácidamente.
Ninian se tambaleó ante aquel nuevo golpe. ¿Se lo había dicho al
conde? Aferrándose a la mesa, se sentó.
Como si con ello no estuviera haciendo explotar otra bala de cañón,
Sarah continuó:
—Se supone que regresará a buscarte en uno o dos días.
¿A buscarla? ¿El conde? ¡Que la Virgen le amparara!
El jadeo de Ninian finalmente atrajo la ensimismada atención de
Sarah.
—¿Pensaste que no lo habíamos notado? —preguntó—. No has tenido
la regla desde que llegaste y tu esfuerzo por vomitar es difícil de
enmascarar. Además, las estrellas decían que tú tendrías su hijo. —Con
satisfacción, Sarah le dio a Ninian una taza de té—. Puedo ayudarte a
lograr algo de refinamiento urbano y así, Drogo ya no podrá llamarme
buena para nada. Tendrá que pagarme si soy tu dama de compañía, y
entonces no tendré que vivir con mi madre ni contraer matrimonio con
alguien con quien no deseo hacerlo.
El resto de las palabras de Sarah se transformaron en un zumbido
distante en sus oídos. El conde lo sabía. Cualquier día de esos regresaría.
Pero no podía llevársela. Ninian no podía dejar Wystan. Especialmente
ahora.
Creyó sentir al fantasma aullar con aquel pensamiento.

¿Estaba leyendo bien? ¿Podía ser verdad?


Drogo volvió a leer con dificultad la carta ilegible y llena de
tachaduras de Sarah. La arrojó sobre el escritorio y se dirigió irritado hacia
la ventana para contemplar la niebla nocturna de Londres. Se llevó las
manos a los bolsillos de la chaqueta y cerró los puños. Apretó entonces los
dientes y batalló con el desenfreno que aporreaba las paredes cubiertas
de cicatrices de su corazón.
Tenía que haberla malinterpretado. Sarah haría cualquier cosa para
irse de casa de su madre. O había ideado una nueva intriga para ajustar

- 91 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

cuentas con él por haber desatado la cólera de su progenitora. Sarah y él


habían buscado vengarse el uno del otro durante largo tiempo.
Pero Drogo sabía que detrás de su grandilocuencia, Sarah solo
buscaba su aprobación.
El terror se introdujo deslizándose a través de una grieta en sus
defensas que hasta ese entonces desconocía. Debió de haber
malinterpretado la ilegible caligrafía de Sarah. Necesitaba releerla, evitar
que defraudaran sus esperanzas una vez más. Apenas había podido
sobrevivir a lo ocurrido el año anterior cuando la ramera mentirosa que
había llevado a la cama alegó estar encinta de su hijo.
Joseph hizo su entrada despreocupado, seguido por su hermano
menor, David —el segundo integrante de su bíblico trío de hermanastros
—. Drogo deseaba que su madrastra controlara a sus hijos de manera más
estricta, pero esta ni siquiera había insistido en que David concluyera sus
estudios tras expulsarlo por haber desenterrado un baño romano debajo
de la casa del rector. Drogo debió comprarle al hombre una nueva
después de que la anterior inundara el interior del sótano.
—Hay una nueva orquesta en Vauxhall —sugirió David esperanzado.
Drogo no pudo emerger de su confusión para responder. La carta
escrita por Sarah parecía volverse más grande y exigente cuanto más
tiempo era el que la dejaba allí.
—¿Puedo quedarme con el estandarte de caballería que Joseph no
quiere?
David nunca había sido tan despreocupado como Joseph. Siempre
había peleado por atraer la atención en la apoteósica agitación del hogar
Ives, y había aprendido a hacerlo bien. Con sus dieciocho años, era más
alto y ancho que Joseph, y llegaba a las manos con mayor rapidez.
Drogo tendría que dejar solos a sus hermanos si regresaba a Wystan.
Pero el terror que emergía en su alma no estaba en absoluto ligado a
sus hermanos. Se volvió y cogió la carta de Sarah.
—Puedes unirte a la caballería una vez que hayas completado tu
educación —contestó distraídamente, con la mirada fija en el papel que
tenía entre las manos. ¿Era eso una «m» o una mancha de tinta delante
de «adre»? ¿«Ninian, madre»? ¿Acaso estaba diciéndole que Ninian había
adoptado al niño de Lydie?
—¿No es esa la carta de Sarah? ¿No regresa a casa aún? —Joseph se
paseaba alrededor de Drogo intentando mirar por encima de su hombro—.
Nunca aprendió a escribir correctamente.
Tal vez era eso. Quizá había escrito mal otra palabra y el resultado
había sido «niño». ¿Qué había querido decir allí? ¿«Piño»?
—No tiene ningún sentido que vaya a Oxford si me uno a la caballería
—protestó David mientras andaba de un lado para otro del estudio—. Solo
necesito saber cómo ensillar un caballo y apuntar un mosquete.
—Y lucir bien con el uniforme —agregó Joseph con sarcasmo, quien se
dio por vencido con la carta y ahora se hallaba sirviéndose dulces del
escritorio de Drogo.
—Pues serás ascendido rápidamente si puedes al menos escribir una
carta mejor que tu hermana —pronunció Drogo entre dientes al tiempo
que se desplomaba en la silla y se las arreglaba con otra oración. ¿Que

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habían hecho qué cosa? ¿Mantenían a Ninian capturada? Eso no tenía


sentido. Drogó se estremeció al pensar en ello. ¿Qué sonaba como
«capturada»? O se parecía. ¿«Ca»? ¿«Capi»? «Tara». «Tana». Capitana.
¿Era Ninian la capitana?
—Las mujeres no necesitan escribir —declaró David con desdén—.
Nunca ha recibido ninguna educación. Yo sabía escribir mejor cuando
usaba andadores.
—Nunca has usado andadores —Joseph se desplomó en una silla tal
como lo había hecho Drogo—. Hacías lo que querías todo el tiempo.
—No más que Paul —objetó David—. A él había que castigarlo con la
palmeta.
—Callaos los dos. —Drogo apoyó la carta con violencia y se puso de
pie—. Traeré a Sarah de regreso de Wystan. Posiblemente tengamos
invitados. Decidle a Jarvis que prepare habitaciones. Y decidle a vuestra
condenada madre que pagaré su viaje a Escocia si parte antes de pasado
mañana. —Entonces se dirigió hacia la puerta.
Debajo de sus rizos oscuros y casi idénticos, Joseph y David se
miraron sorprendidos. Hasta donde sabían, Drogo nunca antes había
ofrecido enviar a su entrometida madre fuera de la ciudad. Sarah siempre
se quedaba con ella.
Una gran convulsión iba a tener lugar en el seno de la familia Ives.

Maldiciendo su estupidez, maldiciendo a Sarah, maldiciendo a los


holgazanes caballos que había alquilado en la última casa de postas e
instándolos a acelerar el paso, Drogo marchó con su carruaje a toda
velocidad a través de la noche.
Su aterrado cochero hacía tiempo que se había retirado al interior con
una petaca de ginebra. El vaivén y las sacudidas del pesado carruaje
habían estado a punto de arrojar a aquel hombre de su asiento más de
una vez.
Drogo no extrañaba su compañía. Sus intrincados pensamientos le
proveían de suficiente entretenimiento.
Se había dado por vencido con la carta de Sarah. La única manera en
la que podía establecer cuál era la verdad para sentirse satisfecho era
estar frente a aquellas mujeres personalmente. Drogo sabía que Sarah
podía mirarlo a los ojos y relatarle alegremente libros enteros repletos de
mentiras. Esperaba que aquella pequeña lunática fuera menos sofisticada.
Aguardaba mucho más que eso.
Al tiempo que transcurría la noche y el cansancio comenzaba a
aparecer, Drogo no podía creer que no solo tenía la capacidad para acallar
sus esperanzas sino que además, de hecho, mostraría interés.
Había hablado en serio cuando se dirigió a Joseph. El matrimonio no
era para él. Había pensado en ello bastante antes de que Dunstan
decidiera casarse. Para entonces, se volvió morbosamente claro que no
había engendrado ni un solo bastardo con ninguna de las mujeres que
habían pasado por su lecho. Contraer matrimonio por cualquier motivo
que no fuera el de engendrar herederos carecía de todo propósito. Su
familia era prueba suficiente de que los Ives no servían para la

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monogamia, de que el amor no existía y de que los hijos se hallaban por


demás sobrestimados, o eso se había dicho a sí mismo.
No necesitaba una esposa. No necesitaba un heredero.
¿Pero qué sucedería si finalmente, después de todos aquellos años,
había engendrado uno?

—¡Eso es imposible! —estalló Drogo mientras las tres arpías hablaban


excitadas al mismo tiempo.
—¡Eso es imposible! —declaró tiempo más tarde mientras
arrinconaba a Ninian en la privacidad de su habitación y contemplaba su
cintura todavía delgada. Una proliferación de frondas en la ventana detrás
de ella desdibujaba las líneas de su silueta. ¿Frondas?
En lugar de estallar de ira tal como era su derecho —es más, Sarah la
había encerrado para evitar que escapara—, la bruja de cabellos dorados
se golpeó suavemente los labios con uno de sus dedos y contempló a
Drogo como si se tratara de un niño de escuela especialmente
recalcitrante.
—Pues bien, como naturalista que eres, debes saber que no es
imposible. Los bebés son resultado de lo que hicimos.
Drogo alzó sus brazos exasperado y se movió como un huracán a
través de las sombras de la habitación. Ninian había descorrido las
cortinas para permitir el ingreso del exiguo sol a través de ventanas
divididas con parteluz, pero no existía luz suficiente en el mundo para
iluminar aquel desastre.
—¡Lo que hicimos no es nada que no haya hecho diez mil veces antes
y no he concebido bebé alguno!
Curiosamente, Ninian ni siquiera se perturbó ante su beligerancia.
—Si dices que es imposible luego de una sola noche... ¿Diez mil? —lo
inquirió, divertida ante aquella declaración—. Pues bien, puede que tengas
razón en que es inusual luego de una sola noche, si la luna no se hallaba
en la fase correcta, pero lamentablemente, lo estaba. No es que espere
que lo creas —agregó afable.
Drogo giró sobre sus talones.
—Qué conveniente. —Podía jurar que el helecho envolvía sus
hombros con una fronda para protegerla.
Ninian ignoró aquel ácido comentario y continuó con su lista.
—Supongo que podría haberme dirigido al pueblo y seducido allí a
cualquier hombre después de que te marcharas, lo que haría poco
probable que el niño fuera tu hijo, pero, aun así, no diría que un niño
es imposible.
—No puedo tener hijos —dijo Drogo de manera terminante.
Ninian no mostró compasión alguna.
—En fin, como no he estado con ningún hombre que no seas tú y
definitivamente estoy experimentando todos los síntomas de embarazo
que conoce una mujer, o has sido mal informado, o engañado, o no te
esforzaste lo suficiente. ¿Diez mil veces? —repitió maravillada. Al tiempo
que sacudía su cabeza, continuó—: ¿O preferirías creer que soy la víctima
de la segunda Inmaculada Concepción?

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Drogo sentía deseos de estrangularla. Había pasado por aquello


antes, había permitido que sus esperanzas se incrementaran. Se había
columpiado en alegres arco iris a gran altura y con desenfreno, para que
luego emergieran las nubes por debajo de él. Esta vez no podía
imaginarse cómo otro podría haberla dejado embarazada. Ninian actuó
con inocencia cuando él la había hecho suya, de ello no tenía dudas. Y por
lo que sabía de ella, no se habría acostado con ningún otro hombre. Debía
haber algún otro truco.
—He conocido mujeres que alegan hallarse embarazadas y que luego
pierden al niño de manera misteriosa justo después de haber obtenido lo
que querían.
Ofendida, Ninian se puso rígida y le dirigió una mirada de odio.
—Yo no quiero nada. No soy quien te escribió. Pero si es de mi
palabra de la que dudas, con gusto vomitaré el contenido de mi estómago
sobre ti tantas mañanas como se requieran para convencerte.
Sacudido por sus opuestos razonamientos, Drogo se quedó perplejo
ante su seguridad. Le había creído a una inocentona, una muchacha de
agradable ingenuidad con estados de ánimo que no podían predecirse.
Ninian no parecía tan simple ahora, aunque actuaba de un modo
definitivamente extraño.
Contempló su estómago, algo turbado. Notó con ironía que no se
había vestido para la ocasión. Llevaba su usual delantal lleno de Dios sabe
qué plantas y hojas secas y un rústico y abultado vestido que nada
revelaba. ¿Quizá su cintura estuviera algo más ancha? ¿Sus pechos habían
tensado siempre las costuras del canesú?
—Haré que te examine un médico cuando lleguemos a Londres —
decidió con frialdad. No veía otra alternativa. Tendría que continuar con la
farsa de Sarah hasta que se agotara. No podía prever que ello fuera a
causarle un daño real a nada, excepto por su ya hastiado cinismo.
Ninian elevó sus delicadas y arqueadas cejas.
—¿Londres? No lo creo. Mi hijo nacerá aquí. Los Malcolms no podemos
dar a luz de manera segura en ningún otro lugar que no sea Wystan.
—Esos son un montón de disparates supersticiosos —expresó con
desprecio, sintiéndose finalmente en terreno más seguro—. Si el niño es
mío, tal como alegas, contraeremos matrimonio en una iglesia, en
Londres, con amigos y familiares como testigos. El niño será un Ives, no un
Malcolm.
—El nombre del padre no tiene nada que ver con este asunto. —
Ahora que se había salido con la suya, juntaba sus manos para luego
soltarlas. Luego, se volvió hacia la ventana adornada de plantas—. Le
prometí a mi abuela que no dejaría Wystan, y en modo alguno contraeré
matrimonio con un Ives.
Una vez más, Drogo cuestionó su salud mental. Acababa de
proponerle matrimonio y estaba bastante seguro de que había rechazado
su oferta. Quizá era su manera de negociar.
Había vigilado a un montón de hermanos revoltosos sin perder la
paciencia. La lógica y la razón siempre prevalecieron sobre las emociones.
Respiró hondo y contó estrellas en su cabeza.
Mientras se calmaba, percibió delicadas flores de color púrpura en las

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

plantas que Ninian tocaba. ¿Cómo lograba que las plantas florecieran con
aquella luz?
Sacudiendo la cabeza, Drogo regresó al foco de su atención. Si existía
alguna posibilidad de que Ninian llevara en su vientre a su heredero, debía
hacer que lo verificara un médico reputado inmediatamente. Haría todo lo
que fuera necesario para lograrlo.
—No puedes dar a luz a un hijo sola —dijo en búsqueda de una
apertura en sus defensas—. ¿Tienes otros familiares a quienes acudir?
Drogo supuso que, si aquello terminaba en matrimonio, debía saber a
quién invitar. La idea de contraer matrimonio con una lunática, de hallarse
posiblemente emparentado con una familia de trastornados, lo hada
vacilar. Pero se había prometido no hacer lo que había hecho su padre.
Cualquier hijo que tuviera llevaría su nombre, sin importar quién fuera su
madre.
—Mis tías —respondió Ninian de manera despreocupada—. Pero no
las necesito. Estaré bien aquí. Cuento con un fondo de fideicomiso.
—Si contraemos matrimonio, tendrás más que un fondo de
fideicomiso —la embaucó sin piedad—. Puedes tener todo el Castillo
Wystan y más. Pero debes venir a Londres primero.
—No —respondió Ninian suavemente—. No puedo.
Drogo llevaba días sin dormir, había desgastado los extremos
desgarrados de la esperanza y la desesperación hasta consumirlos, y su
paciencia poco a poco daba lugar a su terquedad.
—No podemos contraer matrimonio aquí. No hay iglesia.
—Yo no necesito un esposo —expresó con indiferencia—. Supongo
que debías saber que concebimos una criatura. —Ninian dudó y luego
continuó con gran reticencia—. Y supongo que no podré discutir si insistes
en darle un nombre, porque sería en su propio beneficio. Pero no podría
ser un matrimonio de verdad. Si continuaras insistiendo con esta idea
absurda, podemos hacerlo cruzando la frontera en Escocia, está a solo
unas cuantas millas de distancia y no se requiere iglesia.
—No permitiré a los abogados roer las fincas cuando muera mientras
mis hermanos discuten la legitimidad de mi hijo a causa de una boda
pagana —exclamó con frustración—. Será en Londres y en una iglesia,
frente a todos los testigos de la familia, como corresponde a un conde.
Ninian encorvó los hombros.
—No será varón. Estás condenado a la decepción si ese es tu deseo.
—He estado condenado a la decepción toda mi vida. —Refunfuñando,
volvió a pasearse por la habitación, al tiempo que batallaba contra un
pánico punzante—. Si partimos ahora, podemos llegar a Londres antes del
fin de semana.
Ninian se volvió, y la desolación presente en sus ojos casi agrietó el
duro corazón de Drogo en dos. De repente, ya no parecía una criatura
indefensa, sino una mujer que sabía demasiado de los oscuros secretos de
la vida.
—Soy una bruja y al parecer, no muy buena. ¿Por qué me tomarías
por esposa?
Drogo pensó que aquello podría ser una prueba de algún tipo. No
podía ver ninguna otra razón lógica para una pregunta tan ilógica. De

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

verdad no podía creer que la mente detrás de aquella belleza se hallara


resquebrajada.
—Eres una hermosa mujer y la madre de mi hijo —explicó.
—Soy mucho menos hermosa que las damas de Sarah, y cualquier
mujer puede ser madre. Envíame a tus mujeres y yo les daré consejo
acerca de las fases lunares adecuadas. O duerme con ellas cada noche sin
falta y serás padre con tanta frecuencia como quieras.
Al tiempo que se preguntaba si aquel áspid diminuto sabía cosas que
él desconocía, si posiblemente su ocupada vida con sus constantes
interrupciones que le impedían dormir con una amante en forma regular
no podría ser la posible causa de que nunca hubiera concebido un hijo,
Drogo batallaba entre la pervertida lógica de Ninian y su propia
determinación. Su determinación ganó.
—No necesito ni una esposa ni un hijo —le aseguró, aunque estaba
mintiendo respecto de esto último. Quería aquel hijo con desesperación o
nunca se habría desnucado por llegar allí. Lo concerniente a la esposa le
preocupaba bastante y haría todo lo que fuera necesario para que
funcionara—. Pero el niño necesita un padre y yo lo mantendré. Por su
bien, ven conmigo a Londres y deja que los médicos verifiquen lo que
llevas. Después puedes regresar aquí.
La promesa de mantenerlo sin la amenaza de matrimonio pareció
apaciguar su resistencia. Ninian buscó su rostro.
—Me gustaría ir a Londres y ver a mi familia nuevamente, pero no
puedo quedarme, y no contraeré matrimonio contigo —le advirtió—. Si
deseas lo que sea mejor para el niño, tráeme de regreso antes de que
nieve.
Ya era agosto. Bien avanzado setiembre, tanto ella como el niño
correrían riesgo con las exigencias del viaje.
Pero no importaba. Si ella estaba embarazada, él no tenía ninguna
intención de enviarla de regreso a menos que pudiera volver con ella, lo
que no ocurriría hasta que pudiera hallar tiempo entre sus obligaciones. Y
eso ocurría muy poco, si ocurría.
Pero Drogo había ganado esa batalla. A cambio, ofreció los halagos
que toda mujer disfrutaba.
—Ese será tiempo suficiente para conocer mejor todos tus estados de
ánimo. Creo que la mujer seductora es la que me gusta más. —Drogo
acarició su blanca mejilla con los dedos, al tiempo que disfrutaba del
contacto con la suave calidez de su piel. Podría tenerla nuevamente en su
lecho.
Ante su descaro, Ninian tomó su mano con violencia.
—Pues entonces, contrae matrimonio con una actriz —dijo con
dulzura—, no con una bruja.
Definitivamente, no podía con su lógica.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 14

—Realmente debemos vaciar y ordenar la habitación para los niños,


que huele a humedad, Drogo —dijo Sarah al tiempo que el carruaje se
balanceaba a través de otro surco.
Batallando con la revolución en su estómago, Ninian le echó un
vistazo al hombre que había engendrado a la criatura dentro de ella. Lord
Ives estaba tumbado con aparente indiferencia en el asiento forrado en
cuero ubicado frente a ella. Se hallaba inclinado contra la ventana con un
brazo detrás de la cabeza y uno de sus pies enfundados en botas sobre un
almohadón sobrante que se hallaba junto a él. Sarah los acompañaba, en
tanto que Lydie y Claudia habían optado por permanecer en la seguridad
de Wystan.
El conde no parecía un hombre preocupado por su virilidad o que se
hallara considerando el matrimonio con una bruja. Ni siquiera se mostraba
muy interesado en la conversación de su hermanastra. Pero Ninian había
percibido su tensión ante la mención de la "habitación para los niños" y
pensó que posiblemente desconocía algún trasfondo. La habilidad de lord
Ives para ocultarle sus emociones constituía un severo impedimento para
que algún día pudieran entenderse. Distraídamente, Ninian acarició al
gatito gris que se había escondido en la canasta de comida y consideró el
problema.
Si no tenía hijos, ¿por qué contaría con una habitación para niños? Sin
la percepción de sus dones, tenía que entender el trasfondo. ¿Había
amueblado aquella habitación en la espera y había sido decepcionado?
Era lo que para ella se desprendía de aquella conversación previa.
Ningún hombre preparaba una habitación para niños sin motivo alguno.
Ninian sentiría compasión por él, si pudiera. Pero en aquel momento, todo
lo que podía sentir era un terror que le revolvía el estómago.
Tenía que hacerlo: aventurarse al mundo exterior para buscar ayuda
y el consejo de su familia, para aprender más acerca de quién y qué era,
de manera que pudiera regresar con el conocimiento que le permitiera
vivir entre los habitantes de Wystan nuevamente. Esperaba que el hecho
de que su hija fuera mantenida por el conde de Ives constituyera a cambio
un beneficio adicional. Pero a pesar de sus razonamientos, la conciencia
de lo que había hecho, y de lo que estaba haciendo, le provocaba terror.
El conde controlaba con facilidad cada aspecto de su viaje. Conocía
cada camino, cada pueblo, cada posada, y cuándo y adonde llegarían, con
lo que quedaba descartada la posibilidad de algún accidente. Con
preocupación, le había ordenado al cochero parar cada vez que Ninian
sintiera náuseas. Se había detenido temprano en las mejores posadas
para que pudiera descansar y no le había hecho exigencia alguna —ni
siquiera que compartiera con él el lecho—. Rara vez la había contemplado
de ese modo, aunque Ninian lo sorprendió observándola más de una vez.

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No creía que hubiera evidencia alguna de su condición todavía, pero él


parecía decidido a detectar los signos... o la ausencia de ellos.
Las ocasionales miradas de soslayo de Drogo despertaban nostálgicos
anhelos que era mejor mantener enterrados. A Ninian verdaderamente le
habría gustado contar con una amiga, alguien con quien compartir su
desesperación y sus esperanzas. Las intrigas de Sarah hacían que Ninian
no se fiara de su amistad. No podía esperar que un hombre ocupado como
lord Ives comprendiera, o se interesara siquiera en otra cosa que no fuera
la criatura que llevaba adentro.
—¿Hemos llegado ya? —murmuró Ninian en un silencio en la
conversación. El sol había descendido en el cielo del oeste, proyectando
largas sombras sobre el camino.
Con indolente gracia, Ives se incorporó y observó a través de las
cortinas.
—Oscurecerá antes de que lleguemos a la casa, pero creo que
estamos a salvo a esta hora. ¿O te sientes cansada? Conozco una posada.
Ninian sacudió la cabeza.
—Yo trataría de llegar, si no te importa. Cuanto antes lleguemos, más
pronto podré irme.
El brusco modo en el que Sarah inspiró la hizo advertir que no había
sido informada de esa cláusula en el acuerdo. Ninian elevó una ceja de
manera burlona.
Drogo sacudió la cabeza levemente dirigiéndose a ella a modo de
advertencia.
—Londres no es tan malo —respondió alegremente—. La alta
sociedad se hallará de regreso de sus casas de campo y habrá una ronda
de bailes. No nos metas prisa hasta que hayas visto lo que tenemos para
ofrecer.
La cómplice intimidad de su mirada hizo que temblara su interior,
pero arrugó el entrecejo y volvió a contemplar la ventana. No sabía por
qué protegía a Sarah de aquel acuerdo, pero ciertamente visitar Londres
durante unas semanas sería lo suficientemente seguro. Suponía que
realmente debía ver a su familia, y a su padre.
Frunciendo la nariz ante la imagen de aquella confrontación, se
sumergió en el silencio.

Drogo se paseaba de un extremo al otro del corredor que se hallaba


fuera de la habitación que le había asignado a Ninian, la cual era
adyacente a la suya. Con el parloteo de Sarah, no tenía ningún secreto.
Los hermanos que ya habían posado por la casa en la mañana lo habían
reprendido, mirado con odio y vuelto el blanco de más bromas de las que
le importaba acusar recibo. Joseph y David habían estado en el instituto
cuando había sufrido sus fiascos anteriores. Nunca lo dejarían librarse de
ese.
Drogo podía sentir el suave murmullo del médico a través de la
puerta si lo intentaba, pero estaba demasiado nervioso como para hacerlo.
Ninian se había vuelto glacial cuando se le informó que debería sujetarse a
la indignidad que significaba que un hombre la examinara. Drogo pensó

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que tendría que sujetarla a la cama, pero le había prometido un paseo por
los jardines de recreo y una visita a la costurera a fin de ordenar el ajuar
para el bebé. Por su parte, Sarah le había dicho garantías al oído hasta
que finalmente capituló. Era verdaderamente bueno que no prefiriera oro
ni joyas, puesto que estaría en bancarrota en pocas semanas. Drogo
odiaba hallarse a merced de esta o de cualquier otra hembra
impredecible.
Entonces, percibió lo que casi con seguridad era la risita de Ninian
desde detrás de la puerta. Nunca la había oído reírse así. Demonios, de
hecho nunca la había oído reír, pero ya sabía que tenía más estados de
ánimo que todos sus hermanos juntos. Justo lo que no necesitaba como
esposa: un arsenal emocional.
Como esposa. Si todo salía bien. Sin deseos de enfrentar aquel
obstáculo todavía, Drogo volvió a desgastar la alfombra. ¿Era acaso una
buena señal que estuviera riéndose y no arrojándole cosas al médico a la
cabeza? Supuso que en realidad no importaba. Podía manejar cualquier
idiosincrasia femenina tanto como las maquinaciones de sus hermanos.
Las personas eran personas, se tranquilizó. Encontraría aquello que la
hiciera feliz, ella se ocuparía de sus quehaceres y él podría retornar a los
suyos. Se trataría de un trastorno menor considerando otros que había
tenido que afrontar en su vida.
En el caso de que estuviera embarazada.
Maldiciéndose por esperanzarse, sin comprender por qué tenía
esperanzas, Drogó se colocó frente a la puerta tan pronto como oyó los
sonidos de una salida inminente. Inclinado con un hombro contra la pared
y con los brazos cruzados, buscó adoptar una postura despreocupada
cuando el médico salió, cerrando la puerta detrás de él.
Este último sonrió satisfecho.
—Felicidades, milord. Está a punto de ser padre.
Los pulmones de Drogo se quedaron sin aire. Su corazón se detuvo.
Sus rodillas se desplomaron. La pared era todo lo que lo mantenía erguido.
Se quedó con la mirada fija en la mano extendida del médico durante un
eterno instante antes de recuperarse y estrechársela con fervor, al tiempo
que aceptaba la por demás conocida palmada en el brazo de aquel
hombre mayor que él.
Mientras contemplaba con ansiedad la puerta cerrada, Drogo dejó
que el médico encontrara la salida por sí mismo. El corazón le latía con
tanta fuerza que pensó que se le desprendería del pecho. Se ajustó el
pañuelo que llevaba al cuello, se remangó los puños de la chaqueta y
abrió la puerta con cuidado.
Al verlo, Ninian estalló en un vendaval de risas.
Sarah se le unió en su carácter de obvia partícipe de la conspiración.
Contrariado, Drogo les dirigió una mirada de odio a ambas. Ninian
llevaba puesto un ligero camisón que Sarah le había prestado para la
ocasión. Sus rizos dorados caían como una cascada sobre la ropa de
cama, pero no había nada aniñado en la muchacha que se reclinaba
contra las almohadas. Representaba a cada mujer seductora que hubiera
sido retratada en una obra literaria o de arte. Era dueña de una mirada
cómplice con la que podía ver directamente en el alma de un hombre y de

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una provocativa sonrisa enmarcada por gruesos labios que le decía que
era capaz de hacer realidad todos sus secretos deseos. Asimismo, poseía
unos ojos tan azules e inocentes que podía jurar que nunca lo había
llevado a su cama o desplegado sus piernas para él.
Tuvo una visión momentánea de aquellas piernas torneadas
desplegadas sobre su lecho y casi se desvanece a causa del torrente de
sangre en su ingle.
—Parece que has logrado lo que otras no pudieron —dijo con
sequedad mientras se aproximaba a la cama con recelo.
Aquello produjo otro vendaval de carcajadas.
Drogo permaneció junto al borde del lecho, contemplando a la
misteriosa mujer que se transformaría en su esposa a pesar de todas sus
protestas, y se preguntó qué demonios había hecho.
—¿Puedo escuchar cuál es la broma?
Todavía riéndose, Ninian se mordió los labios y sacudió la cabeza en
señal de que todavía no podía hablar. Dominando su paciencia, Drogo se
sentó en el borde de la inmensa cama. Tendría que cruzar las mantas para
estrangularla, conjeturó. Era más sencillo esperar.
Sarah le ofreció a Ninian un sorbo de agua y esta lo aceptó
agradecida. Hipó una sola vez, y luego, recuperó la calma. Drogo pensó
que casi cualquier otra mujer en el mundo estaría observándolo dubitativa
en aquel momento, sopesando las ventajas de sus riquezas y título y su
apariencia. Sabía que el suyo no era un semblante bonito, de esos por los
que las damas se desvanecían, a menos que fuera a causa del miedo. Sus
espantosas cejas y su oscura tez resultaban suficientes para ubicarlo más
cerca de un gitano que de un conde. El marcado perfil de su nariz y los
cuadrados ángulos de su mandíbula, sin mencionar su condenada altura,
le otorgaban una apariencia temible, que había empleado de manera
bastante exitosa para asustar a sus hermanos y así, lograr que se
comportaran.
Su futura esposa —que no estaba asustada en lo más mínimo— le
confirió una enorme sonrisa.
—Eso ha sido bastante edificante.
Drogo le dirigió a Sarah una mirada feroz. Esta se puso de pie
rápidamente y se pasó las manos por el vestido para quitarle las arrugas.
—Les dejo solos ahora para... que discutan la boda. —Sarah salió de
la habitación enseguida, cerrando la puerta con firmeza.
Drogo volvió sus ojos hacia Ninian, intentando que estos preguntaran
lo que él no preguntaría.
Ninian suspiró.
—¿Alguna vez sonríes?
—Todavía no has conocido a mis hermanos —respondió gravemente
—. Una sonrisa no es la reacción general ante lo que sucede en esta casa.
—Entonces esperó.
Ninian hizo una mueca.
—De verdad no querrás oír el motivo de nuestras risas —le advirtió—.
No te hará feliz en lo más mínimo.
—¿Por qué no me sorprende? —Relajándose, se inclinó hacia atrás
sobre una mano—. Sin embargo, prefiero saber a ignorar. Déjame oírlo.

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Ninian casi pareció avergonzada. Volvió a acomodar el cobertor de


encaje cerca de sus pechos y bajó la mirada.
—Pues tu médico de Londres solo me hizo preguntas.
Drogo sopesó aquello durante un momento, pero no le encontró la
gracia.
—¿Y?
—Eso es todo. Me has traído hasta Londres para que tu médico me
hiciera preguntas acerca de lo que ya sabes por ti mismo. —Ante su
mirada impaciente, Ninian se encogió de hombros—. Preguntó si habíamos
mantenido relaciones sexuales y hace cuánto. Preguntó por la fecha de mi
última —y entonces se esforzó por hallar una palabra adecuada— regla.
Cosas así. Luego, alegremente me declaró encinta y ofreció sus
felicitaciones.
El temperamento de Drogo pasó de cero a explosivo en cuestión de
segundos. Trató de utilizar un tono cortés. No quería aterrarla.
—¿No te examinó?
—No me tocó —respondió con alegría—. Parece que no es lo que se
"hace" en los círculos refinados.
—Sarah lo sabía —replicó Drogo entre dientes—. Es su médico.
Ninian sonrió abiertamente otra vez.
—Ese es el motivo por el que accedí a tu absurda sugerencia. —Su
sonrisa se desvaneció—. Lo siento. Sarah nunca debería haberte escrito.
La única manera de que puedas probar que estoy encinta será esperar un
mes, hasta que puedas verlo por ti mismo. Y eso no prueba que el bebé
sea tuyo. ¿Qué preferirías que hiciera?
Su única preocupación parecía ser por él, lo que le resultó en extremo
extraño, pero el misterio presentado necesitaba mucha más de su
atención. No podía creer que Ninian fuera lo suficientemente libertina
como para tener relaciones con otro hombre, y Sarah alegaba haber
procurado que no ocurriera de todas formas. Drogo aceptó que era el
único demonio en su lecho. Pero definitivamente quería corroborar el
embarazo antes de obligarse —y obligarla— a una institución en la que
nunca le había ido bien a su familia. Quizá Ninian no estaba tratando de
engañarlo, pero podía estar equivocada. Tal vez tenía alguna enfermedad
pasajera.
—Entonces debemos esperar un mes —decidió de manera razonable.
Cualquier otra mujer se sentiría indignada. Ella se tomó aquel tiempo
con indiferencia.
—Lo único que me interesa es hacer lo que sea mejor para mi bebé.
Creo que será bueno para ella tener un padre que la reconozca y que se
haga cargo de ella si algo llegara a sucederme. Aparte de eso,
simplemente pido que me lleves de regreso a Wystan tan pronto como sea
posible.
Parecía que Ninian tenía un concepto de lo que era ser padres tan
extraño como el de sus propios progenitores. Drogo no intentó informarle
que él se quedaba con lo que le pertenecía, y eso la incluía a ella y al
bebé. Si había dejado encinta a una muchacha o a una bruja, que así
fuera. Aceptaría la responsabilidad y la carga.
Tal vez, en un mes, Ninian llegaría a disfrutar lo que la ciudad tenía

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

para ofrecerle y perdería todo interés en regresar al frío e inhóspito norte.


A él le correspondía trabajar para alcanzar aquel objetivo.
Observó con interés las henchidas curvas por encima de su canesú.
—¿Te importaría intentar la concepción más veces como precaución
ante la posibilidad de la decepción?
Drogo contempló cómo sus pezones se ponían tiesos y hacían presión
contra la delgada tela, hasta que Ninian se llevó a toda prisa el cobertor
hasta la barbilla.
—No hay ninguna posibilidad. Si no puedes confiar en mi palabra,
pasaré el resto de mi vida encerrada en esta habitación.
Ajustando la repentina presión de sus pantalones, Drogo admitió que
aquello era verdad. No solo había visto demasiados casos de infidelidad
entre esposos, sino que había sido víctima de la traición de una mujer
demasiadas veces. Prefería la certeza de las estrellas en los cielos a los
caprichos de la naturaleza humana.
Drogo asintió bruscamente y se levantó de la cama.
—Haré que Sarah te lleve a ver a las costureras. Te entretendrás
durante unos meses al menos. Gasta lo que desees.
Entonces, salió de la habitación.
Ninian se quedó con la mirada fija detrás de su ancha espalda mucho
tiempo después de su partida. ¿Meses? ¿Había dicho «meses»?
Seguramente estaba equivocada. Debió haberse confundido. El conde
tenía demasiadas cosas en la cabeza y no había prestado atención a lo
que había dicho.
Ninian alisó la suave tela ajustada en torno de su vientre apenas
redondo. Era imposible decir qué era ella y qué la criatura. Sencillamente
no dudaba de su existencia en lo más mínimo, a diferencia del confundido
padre de la pobre criatura.
Si el demonio la había dejado encinta, era al menos un demonio
fascinante.
Ninian tenía que dejar de pensar como una aldeana ignorante y
supersticiosa. Ahora se hallaba en Londres. Debía aprender de quienes
sabían más e incrementar su cultura.
Entonces, suspiró y se desplomó contra la montaña de almohadas de
encaje. Quizá no debería haber rechazado la oferta de Drogo de volver a
hacer el amor.
Pero el condenado pensaba que mentía. Tendría que enseñarle más
que eso.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 15

Con las entrañas retorcidas por la frustración de marcharse de la


habitación de Ninian, Drogo esquivó a los hermanos y cerró la puerta del
escritorio con el pasador.
Que el doctor le concediera todas las esperanzas en un minuto y que
luego Ninian se las hiciese trizas al minuto siguiente era demasiado para
sus destrozados nervios. Diez de la mañana, y ya necesitaba un brandy.
No se lo sirvió. No podía enseñarles a los hermanos a no beber como
borrachos si él mismo lo hacía. El manto de responsabilidad era una
maldita molestia. Por una vez le agradaría emborracharse, tener un
berrinche o comportarse de algún modo monstruoso, como lo hacía el
resto de la familia.
Pero claro, ¿quién le rescataría cuando le encerraran en la prisión de
Old Bailey? A pesar de recibir generosas mensualidades, ninguno de ellos
tendría un céntimo ahorrado para pagar la fianza.
Ignorando la montaña de libros de contabilidad de varias propiedades
y empresas, libros donde había dado sus primeros pasos en las
matemáticas, Drogo tomó una hoja de cálculos que había comenzado en
Wystan. Si estaba en lo cierto, bien podría haber descubierto un nuevo
planeta. Ese logro era sin duda mucho mayor que engendrar un hijo.
Cualquier persona podía engendrar uno.
Suspirando con exasperación porque los pensamientos regresaron
instantáneamente a la mujer en la planta superior, Drogo recortó el
plumín. Sin importar cuánto lo negara, una parte muy humana en él
deseaba tener un hijo, incluso aunque no lo necesitara.
Entonces, esa era su debilidad. Todo el mundo tenía derecho a tener
al menos una. Deseaba que Ninian estuviese embarazada. Deseaba poder
ver crecer a su hijo, hacerle saltar sobre las rodillas, enseñarle a montar y
a buscar estrellas en los cielos nocturnos. Quería mostrarle a todo Londres
que podía procrear un heredero y un sucesor, como lo había hecho su
padre.
—La soberbia precede la caída —murmuró, concentrando la atención
en los cálculos.
Un discreto golpe en la puerta le desconcentró.
Drogo pensó por un momento en ignorarlo, solo que sabía que
ninguno de los hermanos golpearía tan discretamente. Aporrearían y
gritarían. Tenía que ser Jarvis, quien nunca le molestaba por nada menor a
una crisis que involucrara yugulares sangrantes.
Quizás uno de los estúpidos había experimentado volar y había
aterrizado en un carro de verduras. Sería más fácil si simplemente se
embriagaran y apostaran como la gente normal. A los hombres Ives nunca
se les había conocido por su normalidad.
Drogo dejó caer la pluma en el soporte y corrió el pestillo de la

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

puerta. Un caballero florido y pulcro sacó a Jarvis del medio con un


empujón, gritando algo incomprensible acerca de «hijas» y
«responsabilidad». Jarvis, imperturbable, hizo una pequeña reverencia y
cerró la puerta, dejando a Drogo atrapado con el demente lunático. Los
lunáticos parecían estar de moda esos días. Se preguntó si no sería una
epidemia.
Como no tenía hijas y no podía recordar haber tenido citas
irresponsables últimamente, Drogo tan solo tomó asiento y esperó a que
el viejo acabara de despotricar. Vestido a la moda de una década atrás,
las prendas del visitante estaban un poco estropeadas. Notaba ahora que
le observaba con más atención. A pesar de estar impecablemente
planchada y limpia, los botones dorados de la levita se le habían
desprendido en el extremo superior, y el pañuelo de lino al cuello era lo
suficientemente fino como para poder ver a través de él. La anticuada
peluca había perdido un rizo de un lado, provocándole un decidido aspecto
irregular. Un caballero, pero uno con dificultades económicas.
—¡Si usted no se comporta como es debido con ella, le retaré a duelo,
señor! —gritó el caballero—. Ella es mi única hija, ¡y no permitiré que un
inmoral sin principios le lleve ala ruina!
«¿Un inmoral sin principios?», Drogo sopesó esa imagen inesperada y
gallarda de sí mismo. Quizás el hombre se refería a uno de sus hermanos
más apuestos. Debía admitirlo, él no era un monje, aunque esos últimos
días había limitado sus atenciones a cortesanas y viudas y otras supuestas
condesas. No estaba muy interesado en vírgenes... Ninian.
Con un desagradable gusto en la boca para agregar a las ya
retorcidas entrañas, Drogo se levantó de la silla.
—¿Podría tener el placer de saber su nombre, señor? —le preguntó
con frialdad, esperando a un loco, pero preparándose para lo peor.
El robusto caballero se irguió por completo, una cabeza más bajo que
Drogo.
—Vizconde Siddons, señor, padre de la niña de la que ha abusado y a
quien ha escondido en su casa de los horrores. Exijo compensación, señor.
¡Lo exijo, he dicho!
Estupefacto tanto por la acusación como por saber que la comadrona
tenía un padre de la alta sociedad, Drogo buscó una respuesta
conciliatoria. Después de todo, había hecho exactamente lo que el
vizconde decía, aunque llamar a su vieja morada «casa de los horrores»
era ir demasiado lejos.
Antes de que le viniera a la mente una respuesta adecuada, la puerta
del escritorio se abrió en silencio. Asombrado, Drogo observó cómo Ninian
se escabullía adentro, como si él le hubiese mandado llamar, o como si la
ira del padre le atrajera hasta la planta superior de algún modo.
—Hola, padre. —Con timidez, tiró de la falda abultada con la que
aparentemente Sarah le había vestido.
«El amarillo pálido no le queda bien», decidió Drogo, pero la amplitud
del guardainfante era muy efectiva para mantenerle alejada de cualquiera
de los dos ocupantes de la habitación. Cuando Drogo se volvió a poner de
pie al entrar ella, Ninian apenas reparó en él. No parecía tener intenciones
de querer abrazar a su padre tampoco.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

El vizconde se veía estupefacto ante la visión de la belleza


dirigiéndose hacia él. Avergonzado, balbuceó un poco antes de recordar el
propósito de la visita. Giró para enfrentarse a Drogo.
—¡Esto es una atrocidad! Contraerá matrimonio con ella, de
inmediato, he dicho.
Drogo detectó un tono de diversión en la voz de Ninian cuando
interrumpió la diatriba.
—¿Cómo estás, padre? Tienes buen aspecto. En caso de que te lo
preguntes, yo estoy bastante bien.
—Ya veo —dijo el viejo de forma exasperante, regresando la mirada a
ella—. Quítate toda esa gala con la que te adornas y que él te ha
comprado. Pues ninguna hija mía...
—La abuela falleció el invierno pasado —interrumpió Ninian otra vez,
obviamente persiguiendo intereses propios—. Te escribí y te conté al
respecto y nunca me respondiste.
—La vieja bruja te dejó suficiente dinero como para vivir, y tienes
gente más adinerada que yo a quien acudir, si ella no lo hacía. —El
vizconde resopló, fulminándola con la mirada—. Tú tampoco has
expresado ningún interés en vivir con tu pobre y viejo padre.
Drogo vio la tristeza detrás de la sonrisa de Ninian, incluso cuando su
padre no lo hiciera. Quizás él no sabía mucho de la misteriosa joven bruja,
pero había aprendido un poco más. Tenía corazón, y se rompía con tanta
facilidad como el de cualquiera. Él entendía la necesidad de la aprobación
de los padres, y la desesperación que causaba el rechazo por parte de
ellos. El vizconde había dejado a Ninian sola y a tierna merced del mundo
en favor de las comodidades de Londres. Los instintos defensivos de
Drogo crecieron sin vacilar.
Ella tenía que ser su esposa. Se merecía su protección, la quisiese o
no. Con gentileza, apoyó las manos sobre los hombros de la mujer y,
mirando por encima de la cabeza de Ninian, obligó al padre a enfrentarle
completamente.
—No tenía interés de vivir en Londres —corrigió ella—. Y ningún
interés en pedirle a la abuela que me mantuviera sin darle nada a cambio.
Tú, por otro lado, solo deseabas ser libre para gastar el dinero de mi
madre sin reconocer de dónde provenía. Viene de las mujeres Malcolm,
padre. ¿No crees que pueda estar contaminado?
—¡Son todo mentiras que la vieja te ha metido en la cabeza! Tú eres
mi hija, y eso es el fin del asunto.
—Soy la hija de mi madre, y puedes negarlo como lo habría hecho
ella. Mi madre era una bruja Malcolm, como yo.
El vizconde carraspeó y se ruborizó un poco, luego dirigió la mirada
de nuevo a Drogo.
—Nada de esto importa. Usted la ha arruinado, y pagará el precio.
Como la llama de una vela, Ninian iluminaba la oscuridad que el
padre manaba. Un dejo de diversión volvió a teñir la voz de ella. Drogo no
era apresurado para hablar, por lo que le dejó tener su momento.
—No, no pagará, padre. El fideicomiso de la abuela es mío como para
que disponga de él como me venga en gana. Incluso si contraemos
matrimonio, lord Ives no puede dártelo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Esa era la primera vez que Drogo escuchaba algo de eso. No estaba
seguro de si estaba de acuerdo en que una mujer poseyera sus propios
fondos, en especial una con la mente tan confundida como ella. Sin
embargo, no necesitaba sus centavos, y en parte, disfrutaba de la manera
en que ostentaba de su dinero frente al rostro del padre. Solo que no
deseaba que la escena se convirtiese en histeria.
—Creo que, quizás, querida mía —interrumpió con cautela—, tu padre
simplemente desea asegurarse de que el matrimonio fuera lo que tenía en
mente cuando te traje aquí.
Por encima del hombro, ella le echó una mirada de irritación que no
mostraba ninguna confusión.
—Mi padre siempre está escaso de fondos, aunque supongo que
puedo darle crédito por no intentar venderme, de hecho.
—¡Ninian! —gritó el vizconde, escandalizado otra vez.
—La boda entre miembros de la aristocracia es una manera de
intercambio monetario —le aclaró Drogo a ella, calmando el humor del
viejo hombre. Ninian se veía más divertida que irritada ante su generosa
interpretación—. Quizás, querida, si nos disculpas, pueda asegurarle a tu
padre que soy un hombre honorable.
—Sería interesante saber cuánto valgo, milord. Pero recuerda,
mientras regateas, que únicamente puedo engendrar hijas, que soy una
bruja, aunque él lo niegue, y que no tengo intenciones de contraer
matrimonio —diciendo esto último con bastante énfasis, antes de
escabullirse de sus manos y salir por la puerta, llevándose la luz del sol
tras ella.
Drogo volvió a hundirse en la silla. El vizconde se secó la frente con
un amplio pañuelo. El débil aroma a rosas y pino aún flotaba entre ellos,
junto con la imagen de dorados rizos y burla femenina. Drogo creyó tener
una nueva definición para «bruja» ahora. La maldita mujer podía leer la
mente.
—Le deseo lo mejor junto a ella, milord —dijo el vizconde, con
pesadez, hundiéndose en la silla de cuero sin ser invitado—. Su madre era
una delicia, una pura delicia. La mujer más hermosa, con la naturaleza
más dulce, que haya conocido jamás. Pero esas viejas chillonas que ella
llama familia... —Se estremeció ante el recuerdo.
—Ninian es una muchacha excepcional. —Drogo creyó que era
adecuado defender a la potencial madre de su hijo, incluso cuando
estuviera tan loca como el padre. También creyó oportuno averiguar más
—. ¿Ella mencionó unas tías...? —Descubrir a un vizconde en el árbol
genealógico ya había sido sorpresa suficiente. Había tardado mucho en
comenzar a investigar a la novia en potencia. Corregiría eso
inmediatamente.
Mascullando, el vizconde se guardó con violencia el pañuelo otra vez
en el bolsillo y echó una maldición cuando el extremo de la costura se
rompió.
—Persephone, mi esposa, era la más joven, por lo que no les
importaba si ella contraía matrimonio con un simple vizconde —explicó,
menospreciándose—. Sin embargo, Stella y Hermione... —Puso los ojos en
blanco—. Stella es la duquesa de Mainwaring. Hermione es la marquesa de

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Hampton. Y, en caso de que se lo esté preguntando, ambas astutamente


contrajeron matrimonio con viudos que ya tenían sus propios herederos.
Tienen media docena de hijas o más entre las dos, la última vez que
conté. Todos los embarazos que mi esposa perdió eran niñas también. —
Se veía disgustado—. No podía ser menos que honesto con usted al
respecto.
¡Una marquesa y una duquesa! Drogo se desplomó contra el respaldo
de la silla y gruñó mentalmente, todos las elucubraciones de mantener a
Ninian como amante explotando como el temperamento de David. Se
había acostado con una simplona vestida de campesina y había adquirido
una familia más poderosa que la suya propia. Los pequeños asuntos de la
familia compuesta solo de mujeres, o de la demencia, o incluso de la
brujería, no se comparaban en lo más mínimo con la importancia de una
duquesa y una marquesa. Él podía cuidar de sí mismo, pero la reputación
de su familia era precaria, en el mejor de los casos. No destruiría ninguna
posibilidad que tuvieran los hermanos para hacerse de un lugar propio en
el mundo al crearse poderosos enemigos.
—¿Qué demonios hacía ella viviendo como una campesina en
Wystan? —exigió saber, ante la ausencia de algo más racional que decir
mientras luchaba contra un mundo patas arriba.
El vizconde se encogió de hombros.
—Ella es una mujer Maícolm y heredera de la vieja hombruna.
Pregúnteles a ellas.
Drogo se rindió ante la lucha. Había perdido toda posibilidad aunque
en un mes desposara a Ninian o no. Había arruinado una flor de la
aristocracia y sabía cuál era la pena, incluso si sus intenciones fueran
contraer matrimonio con ella o no. Se ocuparía de cómo decírselo luego,
cuando la mente dejara de gritarle. Mordió con fuerza un dulce de la
gaveta del escritorio.
—Solicitaré la licencia en la mañana. —Drogo se obligó a hablar con
calma—. La desposaré en cuatro semanas, para que Ninian tenga tiempo
de preparar el ajuar de novia. Me agradará poder discutir las condiciones
del acuerdo.
El vizconde Siddons se iluminó.
También podría hacer las paces con el posible suegro. El vizconde
podría ser el único aliado que encontraría en un matrimonio con una novia
mal dispuesta que provenía de un matriarcado que contenía una duquesa
y una marquesa.
«Con razón Siddons nunca había tenido dinero», concluyó Drogo
cuando caminaba por los oscuros pasillos hacia su habitación más tarde
esa noche. El hombre no reconocía algo valuable cuando lo veía, y no
podía llevar adelante un regateo para salvarse la vida. El único interés del
vizconde había sido obtener la cantidad de dinero que él creía que su
suegra le había negado al mantenerla en un fondo de fideicomiso en lugar
de dársela a él al morir su esposa.
Ya que Drogo no tenía idea de con qué fondos contaba Ninian, le
había dicho al viejo que tendrían que esperar a localizar al abogado. Había
visto cómo vivía Ninian. No podía tener mucho. Lo bueno era que el
vizconde no parecía darse cuenta de que Drogo pagaría de muy buena

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

gana la mitad de su fortuna por una esposa que llevara su hijo en el


vientre. Los hermanos le estrangularían si supieran cuan profunda era su
obsesión. Afortunadamente, parecía que le había salido económica.
Dadas las circunstancias, sin embargo, no tenía más opción que
tomar a Ninian como esposa, incluso si no llevaba ningún bebé. Podía
sentir la última oportunidad de progenie escurriéndosele de las manos. Su
única esperanza pendía del delgado hilo de la honestidad de Ninian.
Quizás podía encontrar consuelo en el hecho de saber que, con Ninian
como esposa, nunca tendría una cama vacía. Podría fácilmente adaptarse
a una vida de noches como la que habían compartido. Si la realidad era
incluso la mitad de buena de lo que recordaba de esa noche, sería más
que suficiente para mantenerle saciado y feliz.
No pensaba hablarle a Ninian de su inminente matrimonio enseguida.
No tenía sentido empezar con el pie izquierdo. Que fueran las formidables
tías las portadoras de malas mareas.
En un impulso, se detuvo ante la puerta de la habitación de Ninian.
Sarah la había llevado de compras; lo sabía. Seguramente, le habrían
vaciado las cuentas en cada tienda de la ciudad, y la mayoría de las
compras habrían sido para Sarah. Era un juego que le agradaba jugar:
ayudarle con sus hermanos y a la vez que se ayudaba a sí misma. Ella
sabía que él lo sabía. Sabía que él se cobraría los gastos de otras maneras.
Drogo no había decidido aún cómo le haría pagar por un desastre de tales
proporciones.
Drogo llamó a la puerta, y recibió un débil acuse de recibo que,
supuso, sería una bienvenida.
Nunca había tenido a una mujer en esa casa, no con los hermanos
apareciéndose de improviso en los momentos más inoportunos. Estaba
intentando hacerse a la idea de tener a una mujer a su completa
disposición.
Abrió la puerta sin más vacilación.
Con la cabeza descubierta y el cabello rizándose en salvajes
extensiones sobre la camisola de lino, Ninian estaba de pie sobre los
cojines de la silla de la ventana, mirando fijamente los tejados de Londres.
Ni siquiera giró para ver quién había entrado.
—La neblina es como un fantasma enfermo posándose sigilosamente
sobre las chimeneas —observó ella—. Me pregunto cómo la gente
sobrevive con este aire. ¿Estás listo para enviarme a casa?
Ella se había oído muy valiente al enfrentarse al padre, pero ahora su
tristeza era completamente audible. Drogo dudó si tendría la habilidad de
aliviarla, puesto que no tenía intenciones de ocupar el lugar de padre. Aun
así, podía ofrecerle el consuelo que tenía, aunque fuera poco. Tomó una
vela apagada.
—Si te bajas de ahí y corres las cortinas, encenderé esto, y no tendrás
neblina aquí adentro.
Ella se cruzó de brazos y no se movió.
—No necesito luz para saber qué hay aquí. ¿Mi padre te ha
convencido ya de que soy una mujer arruinada y debes contraer
matrimonio conmigo y entregarle a él todos mis fondos?
—Tu padre no puede convencer a un gato de beber leche —observó,

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

con sarcasmo, al tiempo que un gatito se bajó de una silla de un salto para
enroscarse alrededor de sus tobillos—. Hemos enviado a alguien en busca
del abogado de tu abuela para determinar la legalidad del fideicomiso. No
tienes por qué preocuparte. El dinero seguirá siendo tuyo, sin importar lo
que decidamos. No lo necesito.
Con la mirada fija en las curvas voluptuosas dibujadas contra la
ventana, Drogo la deseó con una urgencia tan potente que estuvo a punto
de atravesar la habitación y arrastrarla de donde estaba. Si tenía que
contraer matrimonio con ella de todos modos, ¿qué diferencia había si
llevaba su hijo o no?
Porque ella sabía tan bien como él mismo que nunca confiaría en
Ninian fuera del alcance de su vista hasta que supiese con seguridad que
llevaba su semilla, y eso podía significar mantenerle prisionera por
siempre allí si se acostaba con ella ahora. Ya le había perjudicado lo
suficiente.
Ninian bajó de la silla por voluntad propia. Apenas podía discernir la
figura de la mujer contra la debilitada luz de la luna, pero estaba redonda
en todas las partes que deseaba, curvada en todos los lugares que quería
sujetar. Como una diosa pagana de la fertilidad, exudaba sensualidad, y él
se sentía atraído por ella como un hombre condenado por la libertad.
—¿Debo confiar en tu palabra como tú confías en la mía? —preguntó
ella, con dulzura.
Ella le tenía allí. No encendió la vela, pero admiraba el brillo trémulo
de un rizo dorado.
—Aprenderemos. Soy un hombre paciente.
Ella rio suavemente; una brisa de hada más que un sonido humano.
—Eres un hombre testarudo. Quizás no pueda leerte como leo a otros,
pero eso lo tengo claro.
Sería su esposa. No sabía qué debía esperar de una. Ciertamente no
sabía qué esperar de una tan tocada como esa. En un instante, brillaba
con la seducción bañada en luz de luna; al segundo siguiente, le
molestaba como una niña. Había visto sus lágrimas y había oído su risa.
Con cautela, permaneció donde estaba.
—He notado que cumplo mejor mis objetivos cuando no cedo ni un
centímetro —admitió él.
—Parece que has continuado con testarudez con los intentos hasta
que encontraste a la mujer adecuada —admitió ella. Estaba de pie, al
alcance de su mano, tentándole—. Sí, serás padre el año próximo, lo
prometo. Pero eso no cambia nada. Sigo siendo bruja, y mi lugar está en
Wystan. Debo regresar.
—Una cosa después de otra, hija de la luna —contestó con tono
grave, manteniendo la distancia y prometiéndole nada.

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Capítulo 16

Al encontrarse libre de Drogo mientras él estaba reunido con los


hombres de negocios, Ninian pasó la mañana siguiente explorando el
mundo de aquel hombre. Aparentemente, la familia Ives no creía
conveniente vender una propiedad por el simple hecho de encontrarse en
un vecindario que ya no estaba a la moda.
La deteriorada casa antigua cerca de Charing Cross daba a una calle
poblada de carros de vendedores de verduras y pescado, así como
también carruajes señoriales que trasladaban a la aristocracia desde el
centro de la ciudad a los suburbios más nuevos de St. James y Hanover
Square. El área, que solía ser tranquila, rebosaba ahora de tantas vidas y
emociones que aturdía con una clase de rugido sordo a su sexto sentido.
Ninian extrañaba la quietud de Wystan, pero la cacofonía de las
sensaciones no le afectaba con la misma intensidad que lo hacía cuando
era una niña. Quizás había aprendido a vivir un poco mejor con su don
desde la última breve visita a la ciudad.
La casa de Drogo se ramificaba en pequeñas habitaciones con
angostas ventanas, muy al estilo del viejo castillo. Sin embargo, al
parecer, Sarah no había tenido permitido interferir allí. Sin el toque de una
mujer, albergaba chimeneas por donde se colaba la ventisca, tapetes
cubiertos de hollín y un mobiliario deteriorado. La biblioteca no solo
contenía libros, sino también bridas, sillas de montar y un triste par de
botas gastadas.
Ninian había inspeccionado la habitación con la esperanza de
encontrar un libro acerca de agua o pestes, pero tras una hora de
búsqueda sin resultados, se dio por vencida.
Volvió a colocar un libro sobre el estante y vio el destello de una débil
luz sobre unas raídas cortinas en una habitación contigua, iluminando
villas enteras de pequeños edificios de madera desparramados sobre el
descolorido tapete. Inclinada a investigar, descubrió que cada uno
representaba una obra de arte de la arquitectura. Algunas eran iglesias
que ella reconocía; otros, edificios que suponía eran parlamentos. Los que
más le agradaban eran los que contaban con adorables hogares con
ventanales elegantemente arqueados y frontispicios y pórticos delicados.
—Ese es el hogar que quiero construir.
Sobresaltada, Ninian casi dejó caer la maqueta que sostenía en la
mano cuando giró para quedar frente a un hombre considerablemente
más joven que Drogo, y lejos de ser tan formidable como él. Aun así, la
mata de cabello negro como la medianoche, la mandíbula plana y los
anchos hombros le identificaban como un Ives. El hombre se encogió de
hombros con timidez al ingresar a la habitación a paso lento, pero ella
reconoció la curiosidad en él cuando este le miró de la cabeza a los pies.
Supuso que sería más joven que ella, pero aun así, era un animal macho

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

muy vigoroso.
Extendió la mano con la maqueta a escala de una mansión
palladiana.
—Es tan adorable...
Él tomó la maqueta y la llevó bajo la débil luz que entraba por la
ventana.
—Son muy fáciles de hacer. La mayoría son copias. Quiero diseñar
edificios propios. —Como si se hubiera dado cuenta de su propia
descortesía, bajó la mano que sostenía el modelo—. Soy Joseph, el mayor
de los hermanos bastardos.
Ninian parpadeó de sorpresa ante tan rotunda presentación.
Comenzaba a creer que el peligro de los hombres Ives era su poder para
transformar a las mujeres Malcolm en títeres atónitos. Asintió con
indecisión en expresión de saludo.
—Soy Ninian Siddons. —No se atrevió a presentarse como una bruja,
aunque el valor de la sorpresa parecía relevante.
—Lo sé. Sarah nos lo ha dicho. —Colocó el modelo sobre una mesa—.
Las mujeres no duran mucho en esta familia. Mi madre se niega a vivir
aquí. La madre de Drogo se marchó hace mucho tiempo.
El expresivo gesto de Ninian asimiló la lúgubre habitación y una
planta moribunda en una maceta.
—No puedo imaginarme por qué. Creí que el arpa con las teclas de
clavicordio era muy ingenioso, y estoy segura de que el artilugio en la sala
tiene un uso excelente.
Joseph luchó contra una incipiente sonrisa al recorrer el lugar con la
mirada y ver el caos de modelos de juguete que transformaba a los sofás
y a las sillas en algo inútil.
—Ewen quería aumentar el sonido del arpa y William creyó que podía
acelerar el proceso de servir las comidas con el artefacto. Prefiero
construir objetos que destruirlos.
Ella asintió con un movimiento de cabeza, como si le comprendiera
por completo.
—Una excelente filosofía, estoy segura, dado el estado de los objetos
por aquí. —No recordaba que Sarah hubiera mencionado a ningún William,
pero si todos los hermanos eran así de imaginativos, quizás uno de ellos
podría echar un poco de luz al dilema del arroyo sucio—. ¿William? —
preguntó.
Avergonzado, Joseph se encogió de hombros.
—Hum, nuestro hermanastro por el lado de la lechera.
Ninian pensó que esa información era más de lo que necesitaba saber
y cambió de tema.
—¿Hay sirvientes o alguien los está construyendo también?
—Drogo amenazó con repudiar al próximo de nosotros que intentara
hacer un sirviente mejor. En general, se mantienen alejados de nosotros.
¿Juegas a las cartas?

—¡Ninian! Ninian, ¿dónde estás, querida?


Levantó la vista de las cartas. Estaba intentando aprender a jugar al

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piquet bajo las instrucciones de Joseph, quien tenía un método insólito


para contar las cartas que ella no creía muy justo. Ladeó la cabeza y
escuchó la tormenta emocional que bramaba su tía por el pasillo. Podría
aprender a vivir con el rugir de las masas de Londres en las calles, pero
las tempestuosas individualidades como su tía aún lograban destrozarle la
serenidad.
—En fin, ¿siempre se oye como un hacha de batalla chorreando
cariño, o se reserva esa voz para sobrinas errantes? —preguntó Joseph,
recogiendo las ganancias. Estaban jugando con los dulces de Drogo, ya
que ninguno de ellos tenía monedas.
—¿Cómo sabes quién es ella? —exigió saber Ninian. La perspicacia
del hermanastro de Drogo le hizo preguntarse si no sería él también un
poco brujo o hechicero.
Joseph rio burlonamente.
—Espío. —Le guiñó un ojo, y un grueso y negro rizo le cayó sobre la
frente.
Ella le dio una patada en el tobillo por debajo de la mesa cuando la
duquesa de Mainwaring entró presurosa por las puertas abiertas del salón.
En esos últimos tres días, había conocido a tres de los hermanastros de
Drogo, y comprendía bien la necesidad que él tenía de permanecer en
Londres para mantener a todos ellos bajo siete llaves.
—¡Ahí estás, Ninian, querida!
Ninian se levantó de la mesa y se dejó engullir por la dulce seda
empolvada que hacía frufrú cuando la duquesa la abrazó y le besó en
ambas mejillas.
—Qué agradable es verte, tía Stella. —Tosió cuando varios kilos de
polvo salieron disparados al aire entre las dos. Aparentemente, la tía había
decidido tomar por asalto los baluartes con todo el equipamiento de
guerra completo: peluca empolvada, mejillas empolvadas, y seda
empolvada, todo apestaba a los caros perfumes Malcolm—. ¿Cómo sabías
que me encontrarías aquí?
—Me lo dijo un pajarito, por supuesto. —La tía trinó con una risotada
falsa, echó una mirada asesina a Joseph, quien estaba sentado
observándolo todo con una enorme sonrisa. Luego, dio un tironcito al codo
de Ninian—. Ven conmigo, tengamos una pequeña charla de mujeres.
¿Dónde está tu habitación?
Como si Ninian siempre hubiera tenido habitaciones propias. Suspiró
y se encogió de hombros en dirección a Joseph y salió llevando la
delantera por el pasillo hacia la habitación. Sarah estaba afuera, de
visitas, y Drogo estaba donde el abogado con el padre de ella, otra vez.
Supuso que la tía Stella había utilizado sus "dones" para planificar esa
visita para un momento en que la sobrina no tuviera quien la defendiera.
Stella no leía mentes precisamente, sino que sabía qué estaba haciendo
todo el mundo y cuándo. Era una característica que eludía a Ninian.
Con la rigurosidad de un general en un campo de batalla, la tía
recorrió toda la habitación que le habían asignado a su sobrina. Asintió
con un movimiento de cabeza, aprobando el pequeño fuego que ardía en
la chimenea, enarcó una ceja al ver los tapices de satén dorados de la
enorme cama, y revisó la puerta contigua que daba al vestidor de Ninian,

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y la que llevaba a la siguiente alcoba.


—¿Por qué no hay un fuego allí? —exigió saber, regresando a la
habitación desde la sala amueblada con lujo—. Y, ¿es esa la habitación de
él al otro lado?
—No necesito dos fuegos —contestó Ninian, sin perturbarse—, y
supongo que ese es el vestidor del señor del otro lado, del mismo modo
que el mío se conecta aquí.
—¿Supones? ¿Quiere decir que no lo sabes con seguridad? Estás
viviendo aquí, en las habitaciones asignadas para la señora de la casa, ¿y
nunca has estado en las alcobas de él?
Ninian abrió la boca, pero nada pertinente salió de allí. ¿Cómo
explicaría la presente situación a su formidable tía? Había hecho lo
imperdonable, había copulado con un hombre de la familia Ives, y claro
que se veía demasiado sospechoso que ella ahora residiera en la casa de
él, incluso con Sarah como compañía.
Había asumido que esa sería la única habitación vacía, dadas las idas
y venidas de los hermanos de Drogo, pero debía verse mucho peor si esa
era la habitación de la señora de la casa.
Aun así, volvería a compartir la cama con Drogo de buena gana una
vez que él le creyera lo del bebé, por lo que la tía debería tener que
acostumbrarse. Gradualmente, quizás.
—La hermana del señor me ha invitado a Londres —dijo ella—. Creí
que estarías en el campo a estas alturas del año, tía.
—¿No vienes a la ciudad cuando te invitamos, pero vienes por gente
como esa casquivana? ¡Engreída! —Caminó de aquí para allá en la
habitación examinando todos los adornos sobre los estantes.
—Tía Stella, ¿estás aquí por alguna razón? Sé lo ocupada que estás,
por lo que estoy segura de que querrás regresar a las demandas de tu
familia tan pronto como te sea posible. ¿En qué puedo ayudarte?
—Suenas igual que mi madre, que Dios la tenga en su gloria. —Stella
resopló y se arrojó con enfado con la seda y el guardainfante de su vestido
en una de las sillas junto al fuego. La peluca elegantemente rizada se le
cayó un poco hacia un costado. La colocó de nuevo en su sitio con un
movimiento indecoroso y fulminó a Ninian con la mirada, como si hubiera
sido culpa de ella—. Siéntate, niña. Dime por qué demonios estás aquí.
—¿Porque creí que sería agradable ver a mi familia de nuevo? —
preguntó solapadamente, mostrando su mejor sonrisa con hoyuelos—.
¿Porque me sentía sola?
—Tonterías. —Stella se reclinó hacia atrás con tanta fuerza que
provocó otra nube de polvo. —Estás encinta. Hasta yo puedo notarlo. No
he visto ningún anuncio en el periódico. ¿Dónde demonios está tu padre?
Ives puede creer que es mejor que todos nosotros, pero ¡Dios mío! El...
—Y buenos días para vos, Su Majestad.
Ninian dio un grito ahogado y giró para encontrarse con Drogo de pie
en el umbral de la puerta, el amplio hombro apoyado contra la jamba, las
arqueadas cejas elevadas con diablura. Sentía deseos de abofetearle por
habérsele acercado sigilosamente de esa manera. Nunca nadie podía
hacerlo con tanta facilidad, ni siquiera los hermanos. Pero se veía tan
imponente con el chaquetón negro con mucho vuelo y la muy adornada

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chorrera, que no podía evitar admirar el panorama. Él le guiñó el ojo.


Definitivamente quería abofetearle.
—¡Ahí está, granuja! ¿Qué es lo que pretende hacer con mi sobrina?
—Convertirla en mi esposa, por supuesto. —Cruzó la habitación con
pasos relajados y posó la mano sobre el respaldo de la silla de Ninian,
indicando posesión. La puntilla del puño le rozó el hombro de ella, y un
delicioso temblor le recorrió la piel—. ¿Qué otra cosa se puede hacer con
la mujer más hermosa y más talentosa de todo el mundo?
Quizás le mataría. Abofetearle no parecía ser suficiente. Una buena y
sonora maldición para empezar; luego, alfileres a través de las
extremidades.
—No engendrará sus hijos, Ives —dijo Stella sin rodeos—. Y su familia
tiene mala reputación en el negocio del matrimonio. Ninian es especial,
como obviamente habrá descubierto, si el bebé que espera es suyo.
Ninian interrumpió la mutua prepotencia.
—No tengo interés en el matrimonio. Las mujeres Malcolm no pueden
contraer matrimonio con los hombres Ives, y yo no puedo vivir en Londres,
por lo que el asunto está bastante definido.
Escondidos bajo la cabellera de ella, los dedos de Drogo le arañaron
con gentileza la nuca. Ninian odiaba que un roce de él le pusiera la carne
de gallina de un extremo al otro de los brazos. Habían pasado más de tres
meses ya desde que le había enseñado los placeres del cuerpo, y con un
simple contacto de la mano le recordaba todo lo que habían hecho juntos,
lo que podían volver a hacer, si la tía se dignase a acabar con esa tonta
discusión.
—Tonterías —dijo Drogo con calma.
—¡Engreído! —gritó Stella. Luego, al caer en la cuenta de lo que
Drogo había dicho, le fulminó con la mirada—. ¿Entiendo que el asunto no
está completamente decidido? —exigió saber ella.
—He encontrado a la mujer más hermosa y con más talento del
mundo, pero también es la criatura viviente más impredecible y
totalmente imposible de comprender. Tendrá que darme tiempo para
convencerla de nuestra manera de pensar. —Drogo se oía casi como si
pidiera disculpas.
Ninian podía apostar que no se veía como si se estuviese disculpando
en lo más mínimo. Comenzó a pronunciar una respuesta mordaz, pero los
dedos de él le apretaron el cuello en señal de advertencia.
—Pues bien. —Stella arrojó las manos sobre el regazo, y el
guardainfante salió disparado hacia arriba. Haciendo caso omiso, dirigió la
atención a Ninian—. Mi madre te ha llenado la cabeza con tonterías, sin
duda, pero soy la cabeza de la familia ahora, y será mejor que me
escuches, jovencita. Es una pena que no puedas entregarle a Ives un
heredero, pero tiene suficientes hermanos que se encargarán de la tarea a
su debido tiempo. Tu obligación es para con esa niña que cargas. Si algo
te llegara a suceder, necesitará todo el apoyo de la familia que pueda
conseguir. Estaría perdida con nosotras, como lo has estado tú, pero
siendo una Ives, será tratada como una reina. No obtienen niñas a
menudo.
La duquesa levantó la mirada hacia Drogo.

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—Supongo que ha hablado con el despreciable padre de ella.


—Llegamos a un acuerdo —dijo solemne—. Tengo el permiso. Sois
todos bienvenidos a la ceremonia y al banquete, una vez que haya
convencido a su sobrina de atenerse a los cánones sociales.
Stella fulminó a Ninian con la mirada.
—¡Basta de tonterías! Ives es un consorte perfectamente aceptable.
Ya es hora de que pongamos freno a la tonta superstición de tu abuela.
Puedes tener tus niños en Wystan, pero no permitas que las nefastas
predicciones de mi madre se interpongan en tu camino. Él contraerá
matrimonio contigo, y luego, podréis venir a vivir con nosotros. De lo
contrario, demonios les volverán locos.
Ninian entrelazó los dedos.
—Me dedico a curar, tía. Mi obligación está en Wystan —murmuró, sin
esperanzas de que le comprendieran o incluso le oyeran. Tanto Drogo
como la tía parecían creer que los deseos de ella eran mucho menos
importantes que esa unión legendaria de las familias Malcolm e Ives.
—Por supuesto que eso es lo que haces, querida. —Stella se indinó
hacia adelante y le dio unos golpecitos en la mano—. Sin embargo, tienes
un esposo y una criatura que te necesitan más. La familia va primero.
Stella irradiaba sinceridad. Realmente creía lo que decía. Ya que los
aldeanos le habían dado la espalda a Ninian, quizás su tía tuviera razón,
pero entonces ¿de qué le servían los dones? La gente de Londres solo se
reiría de ella, como lo había hecho su propio padre.
—Pero no tengo propósito aquí —protestó.
—Todas las ciencias requieren estudio —dijo Drogo reflexivamente
desde detrás de ella, como si le estuviera leyendo la mente—. Quizás
puedas dedicar el tiempo aquí a aprender más sobre hierbas y medicinas.
Puedo presentarte a unos botánicos.
—Ninian no necesita hombres idiotas —Stella se puso de pie con prisa
y enfocó las poderosas fuerzas hacia Drogo—. Tiene talento natural. Usted
contraerá matrimonio con ella, le dará un nombre al bebé y le dejará
hacer lo que le plazca. Eso le enseñará a mantener los pantalones
puestos. Podría enseñarle lo mismo a los granujas de sus hermanos.
Ninian ignoró la discusión y sopesó la propuesta de Drogo. Si se
quedaba allí, podría aprender más acerca de por qué las plantas del
arroyo habían muerto y quizás evitar que volviera a suceder. Ya había
investigado en la limitada biblioteca de la abuela y no había encontrado
nada. Tal vez era hora de que se aventurara un poco más. Pero, ¿contraer
matrimonio?
Ladeó la cabeza para poder ver los angulosos rasgos de Drogo. Sabía
que no era un hombre particularmente violento; fueron las obligaciones
las que le habían dado un aspecto severo. Le agradaba lo suficiente, por lo
poco que sabía de él. Sin embargo, sí sabía dos cosas: él deseaba con
desesperación el bebé que ella llevaba y Ninian no le temía al lecho
matrimonial. ¿Era eso cimiento suficiente como para basar un matrimonio?
Ambos, Drogo y su tía, parecían creerlo.
—Soy una sanadora, no una condesa —dijo ella por encima de la
presente discusión, deteniendo a Drogo y a la tía a mitad de la palabra.
Drogo le vio esa expresión condescendiente que ella sabía que

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tendría que quitarle del rostro tarde o temprano.


—El título es solo una palabra —le tranquilizó—. Lo más importante es
que serás mi esposa y la madre de mi bebé.
Ninian giró hacia la tía.
—Si contraigo matrimonio con él, será mi esposo y será un Ives.
Tendrás que aceptarle a él y a su familia como son, a pesar de la leyenda.
¿Crees que la familia podrá hacerlo?
Stella apretó los labios.
—No durará. Ningún matrimonio Ives dura. Y ninguna Malcolm podría
tolerar a un Ives durante mucho tiempo. Es solo mérito de tu considerable
talento que vosotros dos os hayáis juntado sin matarse el uno al otro. Pero
el bebé debe tener un nombre.
La mano de Drogo se tensó sobre el hombro de ella. Ninian no podía
leer las emociones de él como lo hacía con otros, pero podía darse cuenta
por la manera en que la tocaba que estaba agitado por las palabras de la
tía. Suponía que tenía derecho a estarlo. Buscó en la impasible expresión
del hombre.
—¿Estás seguro de que esto es lo que quieres hacer?
Por un momento advirtió que la mirada de Drogo se suavizó cuando la
miró.
—Creo que nos llevaremos bien. Somos dos personas inteligentes,
capaces de discutir los problemas en lugar de que nos alteren.
Esas no eran las palabras más tranquilizadoras que había escuchado.
Se había pasado más de la mitad de la vida conteniendo su naturaleza
volátil para no asustar a los aldeanos. Creía que podría seguir haciéndolo,
por el bien del bebé. Solo que no estaba segura de que lo quisiera hacer
por el bien de Drogo.
—Pues bien, está decidido —anunció Stella, como si esa admisión
sellara el asunto—. Recomiendo St. John. Han tenido experiencia con las
ceremonias Malcolm. Yo me encargaré de eso. Si planeáis tomar aquí el
ágape, será mejor que contrate más sirvientes. El vestidor de entrada es
un escándalo y la sala no está mucho mejor. Ninian ha sido criada para
encargarse de asuntos más importantes que tratar con la servidumbre.
Ninian comenzaba a reconocer el humor seco en la vocecita crispada
de Drogo al aceptar las órdenes de Stella.
—Veré que así sea, Su Majestad.
Ninian no se molestó en acompañar a su tía hasta la puerta. Con los
dedos aún entrelazados con fuerza, miró fijamente el fuego, esperando
que Drogo se fuera de la habitación. No lo hizo.
Después de cerrar la puerta tras la tía, se sentó en la silla que Stella
había abandonado. Estiró sus largas piernas cruzando el espacio entre
ellos, moviendo la frondosa falda a un lado al inclinarse él hacia adelante e
intentar forzarla a que le mirase. Ella no lo hizo.
—Ese bebé merece un nombre. —Le tomó de las manos y le obligó a
abrirlas.
—¿Tú crees que hay uno, entonces? —Le miró a la cara, vio el
meditabundo ceño arrugado y supo que él no lo creía.
—No importa mucho, ¿verdad? Si hay uno, se le mantendrá. No tenía
intenciones de contraer matrimonio, no pasa nada.

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Ninian frunció el ceño y alejó las manos de él.


—¿Y qué pasa si yo tenía intenciones de boda? ¿Mi opinión no cuenta?
Ahora que había captado su atención, Drogo se reclinó en la silla y
tendió el brazo por encima del respaldo.
—¿Con quién te desposarías? ¿Con Nate, el Desagradable? Le envié a
las minas de carbón a trabajar. Necesitaba algo mejor que hacer con su
tiempo que hacerles cosquillas a las muchachas. ¿Es el matrimonio tan
horroroso para mí?
—No puedo saberlo, ¿o sí?
Drogo permaneció sentado completamente inmóvil hasta que la
obligó a mirarle directo a los ojos, y ella no pudo desviar la vista.
—Tienes los medios para dejarme si alguna vez te levanto la mano.
Sé que no me temes. ¿Qué más puedo hacer para convencerte de que
esto es lo mejor para el bebé?
La mano de Ninian descansaba sobre el lugar donde dormía el bebé.
Su propio padre le había rechazado por ser quien era. No podía soportar
que su hija sufriera el mismo destino. Drogo tenía el poder de inflingir
mucho dolor en sus manos, y la leyenda decía que los hombres Ives lo
blandían bien. Era un filósofo natural que nunca creería en las brujas.
Era un hombre que se moría por tener un hijo. Un hombre que le
había amado bien y lo haría de nuevo, si ella se lo permitía.
—Tu hija será una bruja, como yo —le recordó con suavidad—.
¿Puedes aceptarnos?
—Lo aceptaré si eso es lo que tú crees —le dijo con cautela—. Si tú
puedes aceptar que no puedo creer en lo sobrenatural. Creo que eres
hermosa y que serás una madre maravillosa, y que podemos ser felices
juntos, si lo intentamos. ¿Eso no es suficiente?
Sintió las palabras de él muy profundo en su interior, en los lugares
vacíos que él había explorado y hecho suyos. Una parte de ella ya le
pertenecía. No podía apartar la mirada mientras estudiaba las palabras.
¿Podía confiar en él? Estaba acostumbrada a saber lo suficiente de las
personas como para confiar implícitamente o ser cuidadosa. Con Drogo,
estaba perdida.
Los ojos del hombre prometían sinceridad, pero incluso si eliminaba la
superstición y el instinto, no tenía la suficiente experiencia con los
hombres como para saber si creer o no en las promesas de sus ojos.
Agitada y confundida, no sabía qué hacer. Enterró los dedos en las
palmas de las manos y clavó la vista en el fuego.
Todo lo que tenía que hacer era ir en contra de todo lo que sabía,
como ya lo había hecho, con tales desastrosos resultados.
Quizás era para mejor. La gente en Wystan ya no la quería ni la
necesitaba. Tenía una obligación con el bebé que llevaba en el vientre, y
no podía castigar al hombre ante ella por lo que había sucedido en el
pasado. Tal vez, lo peor ya había quedado atrás, y era hora de mirar hacia
adelante, de explorar el mundo más allá de lo que su abuela había
conocido. Sin mirarle, agachó la cabeza en señal de rendición.
—No parezco tener mucha opción, milord. Intentaré ser como dices.
Él le cogió de la mano y se la besó, y Ninian conoció la emoción de la
excitación física. Contraerían matrimonio, y ella volvería a compartir la

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cama con él.


De algún modo, tendría que aprender a ser honesta con ella misma
en un mundo que no reconocía sus talentos.

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Capítulo 17

—No estoy segura de que sea lo mejor, querida.


La tía de Ninian, la marquesa de Hampton, daba tironcitos ansiosos
con los dedos a una de las mangas de seda mientras caminaba de aquí
para allá en la sala de Ninian. Sin la habitual peluca y la gomina, los cortos
y agotados rizos rebotaron y salieron disparados alrededor del rostro
cuando giró sobre los talones.
—Sé que Stella cree que es lo mejor, pero él es un Ives, querida. Son
apenas civilizados. Y sé lo que cuenta la historia. No creo que hayan
cambiado mucho con el correr de los años. Ellos no creen en nosotras,
Ninian. Simplemente no podemos sobrevivir así.
La tía Hermione era la más joven y la más amable de todas las tías.
Tenía el don de crear perfumes que sacaban lo mejor de cada uno, y su
sutil aroma a lirio de los valles flotaba en la habitación al tiempo que
caminaba de un extremo al otro de la sala. Literalmente, emanaba
amabilidad y tranquilidad de manera que a Ninian no le quedó otra opción
que sonreír, incluso cuando ella no estuviera de acuerdo.
—La historia nos dice que no podemos sobrevivir si nosotras negamos
lo que somos —dijo Ninian—, no si otros nos niegan. No tengo intención de
hacer la cuenta que no soy bruja, y Drogo acepta eso. Hay que reconocer
que no lo entiende, pero está dispuesto a aceptarme como soy. —Sin
embargo, incluso al tiempo que lo decía, la duda le inquietaba. ¿Podía vivir
con mera tolerancia? Era la prima segunda del rechazo, y ella había
experimentado suficiente de eso en toda su vida.
¿Cómo podía hacer lo que tenía que hacer y, al mismo tiempo, ser
una condesa Ives? Drogo le exigiría que se comportase como una esposa,
y ella se inclinaba a complacerle. Si no la comprendía, entonces ella no
podría ayudar al pueblo. Ya a esas alturas, se sentía partida en dos.
¿Era ese el peligro de un Ives, entonces? ¿Tenían su propio poder de
embrujo por la fuerza y la confianza con las que convencían a una mujer
para que se muriera por obtener su protección?
Le había resultado demasiado fácil esconderse tras Drogo cuando los
aldeanos le dieron la espalda. Se había vuelto una cobarde y se había
olvidado de su obligación. Drogo podría reparar el daño provocado por la
tormenta con martillos y azadas, pero la gente no se curaba con tanta
facilidad. La necesitaban, lo supieran o no.
Quizás la amenaza de la leyenda que advertía sobre el desastre que
resultaría de unir a un Ives con una Malcolm tenía más de un significado.
Una bruja Malcolm desviada de su verdadera misión podría morir por tal
negligencia, de la misma manera que seguramente se estaba muriendo el
arroyo por su propia ignorancia.
Tenía que regresar a Wystan. Si así él lo deseaba, Drogo podría ir a
visitarle cuando tuviese el tiempo y las ganas. Seguramente, Drogo en

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pequeñas dosis sería mucho menos abrumador que acechando cada uno
de sus movimientos. Solamente debía ser firme, como no lo había sido en
el pasado.
Hermione echó una mirada por la ventana, y el pálido, delicado
entrecejo se le arrugó por lo que vio debajo.
—Ese debe ser un Ives llegando ahora. No se ve feliz, querida. Has
estado aislada demasiado tiempo y simplemente no tienes idea de en qué
clase de familia te estás metiendo.
Ninian podía sentir cómo se gestaban los nubarrones de ira cuando el
mayordomo contestó a los golpes de la puerta principal. No había
conocido a ese Ives en particular. La tía Hermie tenía razón.
Definitivamente, no estaba nada feliz.
—No presiento ningún peligro, tía Hermione. Sé que los hermanos de
Drogo son un poco ásperos, pero son jóvenes bastante interesantes.
¿Podría en verdad tener algo de malo conocerles un poco mejor?
Hermione le observó con curiosidad.
—Stella lleva las riendas porque es la mayor, pero nuestra madre te
eligió a ti para seguirle los pasos. Tú eres la única con las mismas
habilidades. ¿Es esto lo que habría elegido para ti? ¿Qué hay de Wystan?
¿No te necesitan allí?
Ninian escondió la incomodidad que sentía al espiar por la ventana.
Aparentemente, el visitante había ingresado pero no había preguntado por
ella. No tenía necesidad de bajar y saludarle. En cambio, tenía que
regresar a la sala y acicalarse en preparación para el banquete de bodas.
—Creo que, durante un tiempo, debo aprender acerca de otra gente y
otros lugares, tía Hermie —dijo ella lentamente, buscándole la salida a ese
laberinto de lógica sin mucha habilidad—. El pueblo de Wystan ha acudido
a Drogo, no a mí. Debe haber una razón. Y quizás, si me marcho por un
tiempo, se habrán olvidado de los prejuicios para cuando regrese.
Hermione suspiró, se enroscó el pañuelo de seda rosado alrededor del
cuello y dio unos golpecitos sobre el hombro de Ninian.
—Pues bien, siempre pensé que eras demasiado inteligente para
acabar enterrada viva en Wystan. Quizás tengas razón, querida. Solo
quería que supieras que tú y ese bebé siempre tendréis un hogar con
nosotras, sea lo que fuera que decidas. Si algo aprendimos de esa vieja
historia al menos, es que las mujeres Malcolm deben cuidarse unas a
otras.
—Debo hacer un nuevo perfume para ti —concluyó Hermione con voz
más firme—. Ya has crecido demasiado para seguir con el viejo.
Se marchó deprisa, dejando a Ninian observando la calle esperando la
llegada de Drogo.

Después de una sesión particularmente argumentativa en el


Parlamento, Drogo irrumpió en la casa, arrojó el sombrero hacia la mesa
del salón y observó con la mirada vacía cuando este cayó al suelo. Estaba
bastante seguro de que había habido una mesa allí esa mañana.
Se encogió de hombros, dejó el sombrero donde había caído y caminó
con grandes pasos hacia el escritorio, donde guardaba un decantador de

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brandy. A un hombre se le permitía una copa al caer la noche.


Prácticamente, era un requisito social. Solo que no se sentía muy sociable
en ese momento.
Cuando entró en el escritorio, se detuvo sorprendido al ver a Dunstan
mirando fijamente una planta en una maceta que milagrosamente había
comenzado a echar hojas nuevas en las pasadas semanas. Drogo no
estaba seguro siquiera de por qué la planta estaba frente a su ventana ni
quién la había colocado allí en primer lugar. Había sido un depósito de
cenizas de cigarro y sobras de brandy en un rincón oscuro de la habitación
desde que tenía uso de razón.
—Está creciendo —dijo Dunstan como saludo, sin girar para observar
quién había ingresado a la habitación. La evidencia de que ese hermano
no pasaba el tiempo detrás de un escritorio se veía en los ondulantes y
gruesos músculos de la amplia espalda y de los hombros que estiraban las
costuras de una chaqueta pasada de moda unas tres temporadas.
Drogo sacó el decantador del escondite, notó que el nivel estaba
cinco centímetros más bajo de lo que debería y se encogió de hombros.
—Acostúmbrate —le contestó con tono cortante—. Las cosas cambian
cuando llega una mujer. Tú estás casado. Dame alguna pista.
Dunstan resopló con descortesía al girar y servirse otra copa.
Enmarañados y sin estilo, los negros mechones lacios confirmaban la
conexión con el lado legítimo de la familia. Todos sus hermanastros
menores poseían los rizos de su madre Ann.
—He vivido con nuestra madre toda mi vida. Y estoy mucho más
acostumbrado de lo que tú estarás jamás. Sin embargo, ni siquiera
nuestra madre podía hacer crecer las plantas en una mazmorra como
esta.
Drogo se desplomó sobre la silla del escritorio y dio un sorbo
apreciativo del licor, mirando a su hermano al hacerlo. Dunstan nunca iba
a Londres... si podía evitarlo. El hermano había crecido con las costumbres
del campo y detestaba la falsa cortesía de la sociedad. Vivía para la
propiedad, las ovejas, las vacas y otras molestias animales.
—Pues bien, ¿has venido entonces a ver si has sido desheredado?
El amplio entrecejo de Dunstan se arrugó al pensar.
—Podría pelear por eso en la corte, supongo. Solo tienes la palabra de
Sarah de que ese bebé es tuyo, y todo el mundo sabe que Sarah está non
compos mentis.
—Bueno, al menos uno de nosotros sacó algo de provecho de la
educación. —Drogo dio un trago más profundo y observó la próspera
planta con sospecha—. Sarah no es una lunática total. Se libró de las
pesadas manos de la madre al acoger a Ninian.
—Si quieres tomarle la palabra. —Dunstan se dejó caer sobre una
pesada silla de cuero y echó la cabeza hacia atrás al tragar el brandy—.
Aun así, lucharé.
Sin verse perturbado, Drogo tomó un abrecartas y dio unos golpecitos
sobre el escritorio con él.
—Te cortaré, si lo haces. —Había aprendido a temprana edad cómo
controlar a los indisciplinados hermanos. La visión que él tenía para las
finanzas les había servido muy bien en más de una manera—. Si hay un

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bebé, y ese asunto aún es discutible, podría bien ser una mujer. No
quedes como un estúpido hasta que sea necesario.
—Habrá un bebé. Tarde o temprano, siempre hay un bebé. Las
mujeres se encargan de esas cosas. —Dunstan bebió el resto del licor y
extendió el brazo para alcanzar el decantador.
Drogo se lo quitó de su alcance.
—¿Problemas en casa?
Dunstan le fulminó con la mirada.
—No te interesa. Has sufrido la confabulación femenina en carne
propia antes y has salido ileso. Esta debe ser taimada.
Drogo pensó en aquello, haciendo rebotar el abrecartas contra la
madera al hacerlo.
—No. Tendrás que conocerla. Debo reconocer que no es la mujer
simplona que se empeña por representar, pero no es taimada. Si alguien
es el cerebro aquí, esa persona es Sarah. Ninian... —Echó una mirada
sobre el hombro en dirección a la planta—. Bueno, Ninian hace crecer
cosas.
Dunstan rio con un hipo medio ebrio.
—¿En el vientre, verdad?
Con calma, Drogo arrojó la afilada hoja de acero del abrecartas hacia
el estante detrás de la cabeza de Duncan. El mango tronó con la fuerza
del impacto.
Dunstan se despejó inmediatamente y levantó una mano en señal de
rendición.
—Lo lamento. Sin embargo, no me estás haciendo la vida más fácil.
Drogo tamborileó los dedos contra el escritorio y dio un nuevo sorbo
al brandy.
—El título no significa nada para ti, ¿verdad?
Dunstan encogió sus escarpados hombros.
—Quizás no para mí, pero sí para mi esposa, y para los hijos que
tengamos.
—¿Celia está encinta?
Dunstan se vio incómodo.
—No. —Fulminó con la mirada las cejas enarcadas de Drogo—. Es
Celia, no yo. Lo sabes.
Lo sabía. Drogo se reclinó hacia atrás en la silla y apoyó los pies sobre
el escritorio. Dunstan había estado perdidamente enamorado de una de
las sirvientas en su juventud. Había estado soportando los resultados
durante años. Los hombres Ives no tenían inconvenientes en engendrar
hijos. La mayoría de sus problemas radicaban en engendrar hijos
legítimos.
—Puedo encargarme de que obtengas la propiedad del campo de por
vida —concedió Drogo—. Puedes utilizar tu porción de las ganancias para
invertir en tierras para tus hijos.
—Celia preferiría invertir en una casa urbana en Londres —respondió
Dunstan con tristeza—. No tienes idea de cómo las esposas pueden
convertir tu paz en un infierno. La tuya probablemente quiera la propiedad
del campo, una casa nueva en la ciudad y un guardarropa adecuado para
una reina. No quedará nada para el resto de nosotros.

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Los labios de Drogo se retorcieron de mala gana ante tal observación.


—Ninian querrá que reconstruya Wystan, reencauce un río y vista a la
mitad de la campiña, pero no me pedirá nada para ella misma. —No había
pensado mucho en eso hasta ese momento, pero reconoció la verdad a
medida que la iba diciendo. A diferencia del resto de su demandante
familia, Ninian no pedía nada frívolo. No estaba completamente seguro de
cómo lidiar con eso.
—Te estás engañando a ti mismo si crees que las cosas seguirán
siempre así —le advirtió Dunstan—. Son toda dulzura y luz antes de
atraparte con sus garras. Una vez que has picado el anzuelo, se convierten
en viejas brujas.
Teniendo en cuenta lo que sabía acerca de los vigorosos poderes de
las tías de Ninian, Drogo podía anticipar que eso sucedería, pero no podía
acabar de creerlo. Se moría por ir a la planta superior, a la habitación de
Ninian, en ese mismo instante, escuchar la inocente descripción de las
actividades diarias, y relajarse en el placer de su voz tranquilizadora.
Podía sanar con esa voz. No necesitaba hierbas y ni pociones mágicas. En
cierto modo, le agradaba esa singularidad de que no veía nada malo en
que él ingresara a su habitación cada vez que así lo desease. Y las
observaciones acerca de la vida en la ciudad no solo eran astutas, sino
que representaban una perspectiva completamente nueva para él.
—No creo que «vieja bruja» sea una descripción precisa de ella.
—Entonces probablemente sea una descerebrada como Sarah. Entre
ambas, te volverán loco.
Sin sorprenderse, Drogo notó que la puerta se abría y supo quién era
incluso antes de que entrara. Ninian tenía la extraña costumbre de
aparecerse cada vez que pensaba en ella. Pero, claro, se pasaba mucho
tiempo pensando en ella últimamente.
Llevaba puesto un bonito vestido de lana color lavanda que era
diferente a todos los vestidos que había visto en las señoras, pero
considerablemente más seductor que el traje de campesina que había
adoptado en Wystan. Podría él cuestionar su salud mental y la de ella por
continuar con esa relación, pero no podía poner en duda su atracción por
Ninian, en absoluto. Parecía un ángel que acababa de caer del cielo, pero
un ángel con un toque de lujuria que le hacía la boca agua al pensar en la
noche de bodas.
—Hola, querida. Ven a conocer a mi heredero, Dunstan. Cree que
ambos estamos locos.
—Todos los hombres Ives estáis locos —acordó ella solemnemente,
adentrándose en la habitación.
Drogo se mordió para no reírse de esa réplica, y un calor exquisito le
recorrió el cuerpo cuando ella le tocó el hombro, derritiéndole la sonrisa.
¿Cómo demonios hizo eso?
Aparentemente ajena al efecto que provocaba, extendió la mano
hacia Dunstan. Drogo enarcó las cejas cuando su hermano de hecho se
puso de pie y se inclinó hacia ella. Dunstan podía ser grosero, ordinario y
burdo cuando quería, pero al parecer, no estaba lo suficientemente ebrio
como para insultar a la próxima condesa de Ives.
—Tú no eres como Drogo —dijo ella, asombrada—. Irradias dolor e ira

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

y... —Arrugó la nariz y pensó—. ¿Amor no correspondido? ¿Es posible?


Esta ciudad vibra con tantas emociones que es difícil desenmarañarlo
todo.
Dunstan enarcó una inquisitiva ceja hacia Drogo.
El hermano se encogió de hombros.
—Está intentando convencerme de que está trastornada para que le
envíe de regreso a su casa.
—Soy bruja, no lunática —contestó Ninian con tono gentil, dándole un
golpecito en el hombro sin dejar de mirar a Dunstan—. Drogo no cree nada
de lo que le digo, por lo que no creas que revelaré tus secretos. Me
agradaría conocer a tu esposa en algún momento. Tengo la sensación de
que las pocas mujeres de esta familia en verdad deben conocerse mejor
entre ellas.
Dunstan permaneció de pie ya que Ninian no tomó asiento.
—Ama cualquier excusa para venir a la ciudad. La traeré para la boda.
—Bien. —En apariencia satisfecha, concentró la mirada en Drogo—.
Ofrécele a tu hermano una habitación para pasar la noche. Haré que le
preparen un baño caliente y comida.
Drogo se reclinó hacia atrás y le sostuvo la mirada. Le encantaba la
manera en que podía atraer toda su atención.
—¿Qué le ha pasado a la mesa del salón?
—La tía Stella dijo que debíamos poner este lugar presentable, así
que Sarah ha ordenado que se llevaran todas las piezas viejas. Pensé que
sería más fácil limpiar antes de que trajeran las nuevas. Joseph tiene buen
ojo para el diseño, por lo que ha elegido algunas cosas.
—La vieja mesa no tenía nada de malo —dijo él, con suavidad, más
curioso que perturbado por esa reorganización de su vivienda—. Y lo más
probable es que Joseph escoja algo con más arcos y frontispicios y
estatuas que el palacio de Westminster.
—De hecho, recomendó un ama de llaves. —Ninian dio unos
golpecitos más en el hombro de Drogo, hizo una reverencia hacia Dunstan
y se deslizó fuera de la habitación.
Volviendo a derrumbarse sobre la silla, Dunstan se veía como si
hubiera sido golpeado por un ladrillo en la cabeza.
—¿Una bruja? —dijo entre dientes—. Dios mío, se ve como Venus.
Una pena que tenga gusanos en la azotea. —Se detuvo y pensó en ello un
minuto—. Supongo que es la única forma de que una mujer pueda
sobrevivir en esta familia.
Drogo juntó las yemas de los dedos y observó a su hermano con
frialdad.
—Creo que será mejor que vayas a la habitación que ella te ha
ofrecido. Yo te habría echado a la calle.
Dunstan dejó que el comentario le resbalara.
—No, no lo habrías hecho. Me dejarías aquí a embriagarme debajo del
escritorio. La comida suena más tentadora ahora que he conocido a tu
adorable prometida. —Sonrió con la centellante sonrisa blanca de antaño
—. Este matrimonio será un placer para la vista. Tengo la sensación de
que el objeto inmóvil ha chocado contra una fuerza irresistible.
Drogo vació su copa lentamente cuando su hermano se hubo

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

marchado. Nunca había dudado de la inteligencia de ninguno de sus


hermanos. Dunstan podría muy bien estar en lo cierto. Nunca antes se
había considerado a sí mismo como un objeto inmóvil, pero Ninian era
definitivamente una fuerza irresistible. La deseaba con desesperación. Y
ella no le necesitaba en lo más mínimo.
¿Dolor? ¿Ira? ¿Amor no correspondido? ¿De qué demonios había
estado hablando ella?
Al darse cuenta de que la llegada de Ninian le había distraído de su
interrogatorio a Dunstan acerca de su matrimonio, clavó la mirada en las
saludables y erectas hojas de la planta. Ya podía sentir las riendas
resbalándosele de las manos.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 18

Septiembre.

Ociosamente, Drogo acariciaba el inútil telescopio y miraba al exterior


por la ventana de la habitación. La luna estaba allí. Ni siquiera el denso
humo ni la neblina de Londres podían ocultarla. Pero las estrellas estaban
fuera de su alcance esa noche. Pensó cuan claramente destellaban en
Wystan y anheló la paz de la torre. Con Ninian allí, había sido el escape
perfecto.
Un pensamiento le llevó a otro y acabó desviando la mirada hacia la
puerta cerrada que daba a la habitación que llevaba a la de Ninian. Al día
siguiente contraerían matrimonio. Se preguntó si la renuente condesa
había decidido huir ya. Después de semanas de soportar las peleas
constantes de su familia de mal genio, quizás preferiría la frialdad de los
aldeanos de Wystan. En verdad, no podía culparle.
Quizás se sentía sola y asustada. Una muchacha debía estar con su
familia en la víspera de su boda. Él había pensado que tendría que discutir
con las mujeres Malcolm para mantenerle donde él y su familia pudieran
vigilarle. Ninian les debía haber dicho algo a las tías porque no había
escuchado ni una palabra de objeción. Familia extraña. Parecían creer que
Ninian no necesitaba la ayuda de nadie. Él suponía que era mucho más
independiente que todas las mujeres que conocía, pero eso no significaba
que no pudiera sentirse sola, como cualquier otra persona.
No estaba del todo seguro de cuándo había decidido visitarle, o si lo
había hecho en primer lugar. Con el regalo de bodas en la mano, golpeó
suavemente a la puerta de su habitación, sin molestarse en esperar una
respuesta. Ella nunca le había dicho que no, tampoco le había invitado
jamás. Simplemente parecía existir allí, como una posesión con el único
propósito de ser utilizada por él. Tendría que aprender a lidiar con ello. No
solo nunca se había imaginado tener una esposa, sino que tampoco había
creído que tuviera una que no le quisiera como esposo. Volvía las cosas
bastante incómodas.
Al entrar, no vio velas ni fuego que le iluminaran el camino; sin
embargo, una luz dorada resplandecía en la habitación y revelaba la cama
intacta. Drogo silenció el pánico repentino. Dejó el obsequio sobre la mesa
de noche, fue más allá de la cama con cortinajes y miró por la ventana
alta.
Ella estaba de pie con los brazos extendidos, dibujada sobre un
cuadrado de luz de luna sobre la alfombra, con el cabello dorado cayendo
en cascada hasta la cintura, al tiempo que extendía los brazos para tocar
las estrellas, balanceándose al ritmo de una música que solo ella podía oír.
Sin notar la presencia de Drogo, giraba, bailaba y reflejaba el brillo de la
luna y el vestido de hebras de telaraña volaba y se ceñía y revelaba

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

mucho más de lo que ocultaba.


Con un hambre ferviente, Drogo buscó las altas curvas de los pechos,
los duros puntos presionando contra la delicada tela del vestido, luego
llevó la mirada hacia abajo, hacia la definitiva prominencia del abdomen.
Con la fecundidad de las estatuas de diosas terrenales druidas que él
había visto en museos, ella florecía con vida nueva, evidencia positiva
confirmando la teoría.
Cinco meses más, y estaría sosteniendo un hijo propio en los brazos.
No podía separar la emoción y el terror que le provocaba ese
pensamiento de la emoción de pura lujuria que sentía por la mujer que
bailaba bajo la luz de la luna. El instinto primitivo luchaba contra la
protección civilizada. Una mujer en su estado debía ser mimada y no
violada.
Una bruja de cabellera dorada exigía violación.
Dio un paso dentro del círculo de luz de luna y Ninian bailó hasta sus
brazos, como si ella fuera la parte de sí mismo que le faltaba, como
regresando a casa.
—El bebé es mío —dijo él, con brusquedad, sin saber si estaba
preguntando o impartiendo una orden cuando los labios de ella se
abrieron bajo la boca de él. Cuando al final obtuvo la libertad de acceso
que le había sido negada, la aceptó con hambruna, devorando la dulzura
del aliento de Ninian, y el deseo manó entre ellos, elevando la
temperatura con rapidez.
Drogo acarició con posesión la protuberante curva del vientre de
Ninian y algo muy parecido a la alegría se abrió camino entre los
marchitos despojos de su corazón. Había plantado la semilla y ella la había
nutrido. Se sentía humilde y aterrado a la vez, y no sabía cómo
comportarse.
La lengua de ella acarició la de él, distrayéndole de los pensamientos
decididamente retorcidos. Los suaves dedos de Ninian le abrieron la bata
y se apoyaron sobre el pecho, pellizcándole puntos sensitivos hasta que
gimió entre los labios y se olvidó del bebé.
—Tuyo y mío, y de Dios —estuvo ella de acuerdo, frotándose contra él
como una gatita.
Él podía jurar que le había escuchado ronronear cuando le tomó los
pechos con las palmas e hizo el beso más profundo. La maldita gata debía
estar allí adentro. No importaba. La necesitaba demasiado como para
vacilar ahora que le había dado vía libre. Desató los lazos y tiró del canesú
hacia abajo hasta que su piel desnuda le rozó la suya. Aplastó los
excitados pezones contra el pecho y le mordió los labios hasta que ella los
volvió a abrir. Había estado deseando eso durante cuatro largos meses.
En ese momento, poseer a esa hembra escurridiza parecía mucho
más importante que cualquier otra cosa sobre la tierra.
Inhaló el aliento y, degustando la lengua de Ninian, la levantó del
suelo.
—No me rechazarás ahora. —Lo expuso como una verdad absoluta,
una línea extraída del libro del conocimiento. Ella era salvaje y libre, y no
pertenecía del todo a este mundo, pero él sabía en cada poro de su cuerpo
que era suya por completo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Llevaba a su bebé en su vientre. La euforia le hinchó el cuerpo, como


si hubiera conquistado las estrellas.
—No puedo rechazarte —le contestó, simplemente—. Los lazos son
muy fuertes.
Ella le confirmó lo que le había dicho el instinto, a pesar de que no
comprendía ni las palabras ni el sentimiento. En ese momento, solo sabía
que tenía los brazos llenos de una mujer deliciosa, con dulce aroma, suave
y deseable, y a la que había estado esperando durante cuatro meses. Tiró
del vestido hacia abajo y le levantó en brazos al tiempo que las prendas
formaron un charco en el suelo, luego la llevó hasta la cama.
—Ni esta noche, ni ninguna otra —juró él, a ella, a él mismo, a los
poderes existentes. No perdería a esa mujer como su padre había perdido
la suya.
—Ninguna noche hasta que regrese a Wystan —le prometió con
cautela.
Ignoró la corrección. A pesar de sus deseos anteriores, no tenía
razones para regresar al páramo infértil de Wystan en un futuro cercano, y
no le permitiría ir sin él. Le colocó en la mitad de la alta cama y le separó
las piernas de manera que pudo erguirse entre ellas.
Ninian levantó la vista y le miró como si él fuera todos los dioses del
mundo. Excitado hasta sentirse a punto de explotar por el poder que ella
le otorgaba, Drogo le ofreció placer antes de buscar el propio, lamiéndole
los pechos hasta que se retorció por la necesidad, masajeándole cuando
se arqueó contra la mano, penetrándole con los dedos hasta más allá de la
primera cima, hasta que convulsionó por la presión. Solo entonces se abrió
la bata y reclamó el exquisito placer de penetrarle.
Ninian gritó por la repentina presión. Los músculos se le estrecharon
alrededor de la invasión, luego se derritieron debajo el fuego líquido de la
penetración. El cuerpo ya no era suyo sino de él, contrayéndose ante sus
órdenes, abriéndose con las zambullidas, levantándose con espasmos a su
ritmo hasta que ya no fue ella misma, sino una parte de él. Durante un
momento, esta pérdida de sí misma la asustó. Pero luego, notó que no
solo sentía la parte masculina de él que la poseía, sino todo él —la esencia
que le escondía, el corazón que le latía en la sangre, la pasión que le
impulsaba—; entonces, el alma le cantó de felicidad. Sin reparos, le siguió
hasta la cima más alta y más allá.
La sensación de caída libre al flotar de regreso fue aterradora, pero
Drogo la sostuvo cerca de sí, enroscándole las piernas alrededor de su
cadera y luchando por permanecer junto a ella hasta que hubo aterrizado,
como si comprendiera que ella necesitaba esa base. Solo que, al regresar
los dos a la tierra, perdió la conexión que momentáneamente les había
unido. Ninian extrañó la ardiente pasión que él escondía con fría reserva.
Físicamente, permaneció colocado en su interior, conmocionado una
vez más incluso al inclinarse hacia adelante para plantarle besos suaves
en la mejilla y juguetear con los pechos, lleno de deseo.
—Creo que te mantendré cerca, hija de la luna —le susurró con tanta
suavidad que ella casi ni le escuchó—. Te querré a cada hora del día.
La propuesta se oía extremadamente agradable. Sintiendo demasiada
languidez como para discutírsela, Ninian deslizó los brazos alrededor del

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

cuello del hombre.


—Qué bien que solo podamos hacer un bebé a la vez —murmuró al
tiempo que las manos mágicas de Drogo creaban ondas de sensación que
iban desde los pechos hasta el vientre.
—Entonces supongo que debemos hacer el amor, en cambio.
Y así lo hizo, con una rapidez que la dejó jadeando.
Más tarde, estaba ella recostada entre sus brazos y se preguntaba
una vez más qué había hecho. Un tiempo atrás, había sido una mujer libre,
sin conocer lo que era sentirse dominada por otra persona. Luego, había
experimentado con la tentación y caído en los lazos de ese hombre, por
muy sedosos que fuesen. Ahora llevaba su hijo en el vientre y había
acordado llevar su apellido; y de una manera que no podía precisar, él le
reclamaba. Era el orden natural de las cosas, suponía Ninian, pero no
comprendía el dominio que él ejercía. ¿Cómo era posible que con solo
tocarle, ella ya se rindiera ante sus deseos? Parecía más algo mágico que
natural. No había bromeado antes: no podía rechazarle. No eran buenas
noticias para su escape en caso de que él le prohibiese hacer lo que ella
creyese mejor.
¿Cómo podía ser honesta consigo misma sí formaba parte de él? No
quería ser controlada como Drogo lo hacía con el resto de su indisciplinada
familia.
—Te he comprado un regalo de bodas —le susurró al oído,
despertándole del ensueño al acariciar con la mano dulcemente sobre el
lugar donde crecía el bebé.
—Ya veo —contestó ella con suavidad, acercándose a la creciente
excitación de Drogo. Él rio, un extraño sonido que no escuchaba muy a
menudo. Le agradaba la manera en que le retumbaba en el pecho y en la
garganta.
—No me refería a eso, aunque eres bienvenida. —Se irguió sobre un
codo y estiró la mano hasta la mesilla de noche—. No es lo mismo que
unas joyas, pero pensé que te agradaría más.
Sorprendida, aceptó un gran libro forrado en cuero que olía a
humedad. Estornudó y se preguntó, al tiempo que ondulaba los bordes de
las páginas en la oscuridad, si su marido no sería tan raro como el resto de
la familia.
—Es el diario íntimo de una señora Malcolm —explicó él—. Lo
encontré en los estantes de la biblioteca el otro día. Está escrito en latín y
la letra es difícil de entender, por lo que dudo que haya sido leído jamás.
Con respeto, acarició la cubierta ahora que sabía lo que era. El
obsequio era aún más dulce porque él había reconocido cuánto significaría
para ella.
—Las mujeres Malcolm no se desprenden de sus libros con tanta
facilidad. ¿Cómo acabó este aquí? He leído los pocos que tenemos.
Siempre están en latín.
Drogo permaneció en silencio durante un momento y luego, le volvió
a sorprender.
—Eres mucho más inteligente de lo que le permites saber a la gente.
¿Por qué te empeñas en creer en tonterías supersticiosas?
—¿Quién puede distinguir entre la superstición y la verdad? —Abrazó

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

el libro contra el pecho y luchó por encontrar las palabras para lograr que
él pudiera entenderlo. De repente, fue importante que ese hombre que
tomaría como esposo comprendiera quién y qué era ella—. Engendramos
un bebé en una noche. ¿No es eso una clase de magia?
Drogo se sentó apoyado sobre los cojines y le acunó contra el
hombro, acariciándole el cabello. Nunca contestaba sin pensar
cuidadosamente la respuesta, pero ella deseaba poder seguirle el hilo del
pensamiento en ese momento.
—Como has dicho, lo que hicimos engendra bebés —dijo lentamente
—, pero supongo que, si quieres llamar magia al éxito de las
manipulaciones de Sarah, entonces fue mágico que nos descubriéramos el
uno al otro.
Ninian debería haberse sentido satisfecha con aquello, pero no fue
así. Sabía que él no aceptaba por completo lo que significaba para ella ser
una Malcolm.
—¿Es tan difícil de creer que tengo poderes que otros no tienen?
Le besó la frente y le acarició el lugar donde estaba tendido su bebé.
—Serás mi esposa, condesa de Ives, madre de mi hijo. ¿No es
suficiente?
—No. Decir eso y decir que soy tu mesa o tu silla es lo mismo. Ser
una posesión no tiene sentido. Debo ser quien soy, y soy la sanadora
Malcolm, lo primero de todo. Si no puedes aceptar esto, entonces será
mejor que reconsideres nuestro matrimonio antes de que sea demasiado
tarde.
—Ya es demasiado tarde. —Le quitó el libro y lo dejó a un lado—.
Puedes ponerte el nombre que quieras, pero la gente te llamará condesa.
No es un puesto fácil de cubrir. —La mano acarició más arriba, llenándola
con la suave carne. —Haré lo que pueda para ayudar, pero como he dicho,
no estaba preparado para tener una esposa. Aprenderemos juntos.
Cuando él la besó y la llevó a la rendición una vez más, Ninian
recordó por qué había caído en la esclavitud de ese hombre. No solo
poseía las tentaciones del diablo, sino que tenía una mente abierta que no
la excluía como lo habían hecho tantos otros. Ella podía aceptar eso, por
ahora, como su cuerpo le aceptaba a él.

En el asiento del carruaje opuesto a Ninian, el futuro esposo miró con


el ceño fruncido a la incipiente muchedumbre que se acumulaba frente a
la escalinata de la iglesia. Drogo no era un hombre apuesto, ni siquiera era
lo que uno podría decir elegante. Ella pensaba en esas palabras
demasiado cercanas a «bonito» para describir al conde de Ives. Drogo era
mucho más llamativo y sin duda más aristocrático que bonito, y el ceño
era lo suficientemente feroz como para espantar a los cuervos de la Torre
de Londres. Sin embargo, ya no tenía el poder de arrojarle a ningún estado
de terror.
—Están todos aquí —se quejó—. Nunca creí que les vería a todos ellos
juntos bajo el mismo techo.
—No están bajo ningún techo todavía, para ser más precisos. —Ninian
se inclinó hacia adelante para mirar por la ventanilla. La calle parecía

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

estar alineada con carruajes. Las bodas no estaban precisamente de


moda. Eran simples procedimientos legales para unir los enredos de
familias y fortunas. Ellos habían enviado anuncios de boda, pero no habían
anticipado esa clase de concurrencia. Varios de los carruajes tenían
penachos pintados en las puertas. Sus tías—. ¿Te importaría posponer
esto para otro día? —le preguntó, nerviosa. Si las tías estaban allí
también...
Le dedicó la infame arruga del entrecejo.
—Ni aunque me amenazaran con la pena de muerte. Acabaremos con
esto de una vez, y luego, nos dejarán en paz.
Ninian tenía serias dudas al respecto mientras el lacayo abría la
puerta y Drogo bajaba para ayudarle a salir. La neblina de la mañana
apenas se había levantado sobre el sol de setiembre, y una fresca brisa le
tironeó de la capa. Seguramente, las tías y las primas habían buscado
refugio dentro de la iglesia.
—Quizás deba advertirte —comenzó a decir ella, antes de que una
oleada de emociones le cayera encima con tanta fuerza que casi se
tropieza. Estaba aprendiendo a manejar los efectos de su don en la
ciudad, pero el tumulto que ahora sufría era más potente que los
esparcidos sentimientos de los transeúntes. Eso estaba dirigido a ella
como a cualquier otra persona.
Se aferró al brazo de Drogo y levantó la vista para encontrarse con
los ojos oscuros de un hombre más alto y más viejo que Drogo. No le
había visto nunca. Él le hizo una reverencia con un movimiento de cabeza
cuando ella le miró. Desde el fondo de la muchedumbre, simplemente
entró en la iglesia y desapareció una vez que la hubo visto. Como todos
los hermanos estaban gritándole a la vez para captar su atención, Drogo
no parecía haberse dado cuenta de nada.
Ninian recorrió con la mirada la multitud de hombres Ives de ansiosos
ojos y cabello oscuros, preguntándose cómo lograría encajar en esa
tumultuosa prole alguna vez. Dunstan reclinó los hombros de labrador
contra el muro de piedra de lacatedral al inhalar una última calada del
cigarro y observarla con cautela. Joseph introdujo las manos en los
bolsillos y le ofreció un tímido encogimiento de hombros. Varios primos y
críos diversos clamaban por la atención de Drogo, o simplemente daban
vueltas sin cesar.
—¡Al demonio con vosotros! —gritó Drogo, sacudiéndose manos de la
manga aplastada de la chaqueta—. ¿Tenéis miedo de enfrentaros a las
mujeres, por eso permanecéis aquí afuera? Para adentro, donde deben
estar.
—¿Has visto a esas mujeres? —clamó uno de ellos—. Son todas rubias
como tu novia, con las narices elevadas medio camino al techo.
Ninian rio tontamente. Pensó que el que hablaba era el hermanastro
más joven de Drogo, Paul. No podía tener mucho más de dieciséis años y
estar recién salido del instituto. La cabeza comenzaba a girarle como una
peonza al ver a las mujeres. Las primas la habrían tenido girando en
círculos.
—¿Has visto lo que le han hecho a la iglesia? —gritó Joseph por
encima del resto, con los ojos danzando de curiosidad y alegría—. ¡Tienen

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

árboles!
Ninian se estremeció cuando todos los ojos oscuros giraron
inquisidores hacia ella. Se aclaró la garganta.
—Las Malcolm usualmente contraemos matrimonio en el bosque. Mis
tías se han adaptado a los tiempos que corren.
—¿Hay algo más que deba saber antes de que entremos? —preguntó
Drogo con ese tono desapasionado que tan bien conocía ella.
Probablemente le debería haber advertido antes, pero rara vez
pasaban mucho tiempo conversando. Se sentía un poco culpable por no
haberle explicado nada acerca de su familia con un poco más de
profundidad.
—¿Hay algo que pudiera hacerte cambiar de opinión respecto a llevar
esto adelante? —le preguntó con más cinismo que ansiedad.
Drogo no lo pensó mucho tiempo. Sin dejar de controlar a los
hermanos mientras ingresaban a empujones a la iglesia, volvió a mirar el
lugar donde el sencillo vestido blanco aún disimulaba el creciente vientre.
—No, no se me ocurre nada.
—Entonces, no tiene sentido atrasar el procedimiento. —Con
determinación, dio el primer paso.
—¿Por qué eres la única persona aquí que no está nerviosa? —
masculló aferrándose al brazo de ella con más fuerza al proceder
escaleras arriba.
—Tus hermanos no están nerviosos —contestó mientras observaba a
la nueva familia correr al interior para obtener los mejores lugares—.
Están enfadados y vacilantes, un poco celosos, y todos desconfían,
probablemente de mis primas. Supongo que han escuchado la leyenda,
también. ¿Quién era el hombre que estaba de pie al fondo?
Vio la mirada de Drogo completamente vacía. «Por una vez, pensó, él
no se está escondiendo de ella». Realmente no tenía idea.
—Era un Ives —insistió ella—. Se parece más a ti que cualquiera de
los otros.
—Pobre cabrón —dijo Drogo entre dientes—. Espero que tenga mucha
pasta para compensar.
—Hay algo que no le hace feliz —volvió a insistir.
Drogo le miró con curiosidad.
—¿Y tú cómo puedes darte cuenta de eso?
Le dio unos golpecitos en el brazo. Ahora no era momento para darle
esa explicación.
—Porque soy una Malcolm. ¿Te ayudaría a creer si blandiera una
varita mágica o montara una escoba?
Le fulminó con la mirada y le tomó del brazo con más firmeza al
guiarla subiendo las escaleras.
—No somos una familia de narradores. Si tu estúpida leyenda está
causando sospechas, es tu familia la que está contando el cuento.
—Todo esto es idea tuya —le recordó al tiempo que llegaban a la
puerta—. Te lo advertí. Mi abuela decía que los Ives y las Malcolm nunca
se juntan. No tenemos ni idea de qué clase de desastre podríamos estar
creando.
—Tengo una idea bastante clara de qué clase de desastre se crea si

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

un bebé no tiene el soporte adecuado —refutó él—. Lograremos que esto


funcione.
Abrumada por el caos de emociones que bulló por la iglesia cuando
entraron, Ninian no atinó a discutir. De su lado de la iglesia, abundaba un
jardín de flores de sedas coloridas y cabezas rubias y empolvadas cofias.
Del lado de Drogo, un mar de rostros oscuros, chaquetones sombríos y
cómplices ojos negros se giraron para mirar. Tenía la horrible sensación de
que estaban a punto de aventurarse donde los ángeles temían poner un
pie.
—Pues bien —dijo ella al examinar la multitud—, al menos mis tíos y
sus críos no están aquí. Parece que consideran que este es un evento
puramente Malcolm, que no es digno de su exaltada atención. —Arrugó la
nariz—. Pero creo que ese es mi padre hablando con la señora en el
extremo del banco.
—Mi madre —Drogo clavó las garras con más fuerza en la mano al
tiempo que un cúmulo de mujeres que llevaban capas blancas se acercaba
a ellos—. Tu padre y mi madre. Ni siquiera quiero pensar en ello.
Acabemos con esto antes que todo se vaya al infierno.
Considerando las emociones desenfrenadas que le bombardeaban al
esperar a los encargados, Ninian pudo ver a qué se refería. Intentó
concentrarse en sensaciones felices, como le había enseñado su abuela,
pero la familia Malcolm consideraba que una multitud de hombres Ives era
una amenaza seria, y la familia de Drogo...
Para decirlo de manera educada, rodeados de un mar de rubia
feminidad, todos esos oscuros hombres Ives estaban ahogándose de
deseo.
Ninian hizo una nota mental de nunca invitar a ambas familias a
Beltane.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 19

Imperturbable, Drogo observó a las primas de Ninian —supuso que


eran las primas por el color rubio de las cabelleras— cubrirle con una capa
de satén blanco y colocarle sobre el cabello sin empolvar una corona de lo
que parecían ser ramitas, las cuales estaban rodeadas de flores púrpuras
y blancas, aunque no podría haberlas nombrado si lo hubiera intentado,
cosa que no hizo. Tenía poca paciencia con cualquier tipo de ceremonia.
Quería que todo aquello acabase antes de que sus hermanos descubrieran
cómo balancearse de la enorme araña medieval que se erguía sobre sus
cabezas.
Arrugó el entrecejo cuando una de las mujeres mayores se le acercó
cargando una capa igual a la de Ninian, en todo menos en el color. Al
levantar la vista de las muchachas que le ajustaban una cadena dorada a
la prenda, Ninian le vio la mirada en los ojos.
—Son símbolos —susurró—. Todos son solo símbolos. No te
preocupes. —A pesar de sus propias palabras, arrugó el entrecejo al ver la
banda dorada que le rodeaba el cuello.
Por encima del hombro, Drogo observó el mar de oscuras cabezas
girándose para mirar y susurrar. Nunca se olvidarían de esa ridiculez.
Intentó encontrar al hombre que Ninian había mencionado, pero la araña
no estaba encendida y la luz neblinosa de la mañana no atravesaba la
penumbra de la iglesia.
Los susurros hacían fuerte eco en la acústica gótica de la catedral,
pero no se distinguían palabras concretas. Estaba mucho mejor sin tener
que escuchar las opiniones de la familia. Estoicamente, Drogo aceptó la
capa, ignorando a la mujer que le sujetaba la banda dorada. Todos los
miembros femeninos de la familia de Ninian parecían tener el cabello rubio
y ser hermosas. Con razón los hermanos estaban todos conmocionados.
—Agradece que no nos hagan saltar sobre una escoba —susurró ella
cuando dos muchachitas emergieron de las sombras llevando sendas
canastas con pétalos de flores.
¿Escoba? ¿A qué clase de ceremonias paganas asistían esas mujeres,
demonios? Ya que las muchachas con las flores parecían indicar que
habían comenzado los procedimientos, Drogo no preguntó. Arrugó el
entrecejo con perplejidad cuando les indicaron el camino por el lado
derecho de la iglesia en lugar del pasillo central, pero Ninian le tomó del
brazo y les siguió como si fuera perfectamente natural acercarse al altar
trazando un círculo en lugar de una línea recta.
Ninian. Drogo se permitió un sentimiento de bienestar cuando
recordó la amplia bienvenida que había encontrado en la cama la noche
anterior. Bajó la vista hasta la dorada cabellera con la corona de flores y
se relajó aún más. Él la había tomado con tanto placer como ella le había
recibido.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Había tomado su semilla y la había nutrido de la misma manera que


había nutrido las plantas a su alrededor. Sería una buena madre, y una
excitante compañera de cama. ¿Qué más podía pedir un hombre?
A medida que se acercaban al altar por el lateral, las gráciles primas
con las largas y sueltas capas formaron un semicírculo en el centro del
pasillo, y Drogo pudo ver los árboles que los hermanos habían
mencionado. Habían importado un roble en una maceta y lo que parecía
ser un serbal. Al clérigo no parecía importarle. Vestido con las togas
tradicionales de un buen obispo de la Iglesia de Londres, esperó con calma
hasta que terminase la procesión.
Si eso era todo lo que la ceremonia implicaba, Drogo podía manejarlo.
La banda dorada alrededor del cuello era una molestia, la toga, una
afectación ridícula, pero también lo era toda esa ceremonia eclesial. El
matrimonio podía reducirse a unas pocas líneas en una hoja de papel y él
estaría satisfecho. Sin embargo, las mujeres, sea por la razón que fuere,
necesitaban la pompa apropiada.
Contando las cabezas, preguntándose si se había procurado de tener
suficiente champán para el banquete, y deseando poder llevar a Ninian de
regreso a la habitación inmediatamente después de los brindis, Drogo no
prestó mucha atención a los rezos. Se arrodilló cuando Ninian así lo hizo,
se puso de pie cuando se lo solicitaron, y admiró la translucidez inocente
de la tez de su novia cuando la luz de la roseta cayó sobre ella.
«No es una belleza clásica», admitió, pero había una pureza y una
inocencia —y una divinidad— en las mejillas redondeadas, la barbilla y los
chispeantes ojos que le atraía. Quizás debería haberse buscado antes una
esposa entre las menos sofisticadas. Esa no habría conspirado a sus
espaldas, no le habría engañado con palabras bonitas ni les habría hecho
ojitos a otros hombres. Tenía la plena segundad de ello, incluso sin tener
una completa confianza en la extraña forma en que le funcionaba la
cabeza.
Felicitándose a sí mismo por ser lo suficientemente lógico como para
aceptar que la mente de una mujer no funcionaba como la de él, Drogo no
prestaba atención a las entonaciones del obispo hasta que oyó los
susurros que aumentaban detrás de él. La mano de Ninian le apretujó la
suya y él regresó al presente.
Ahora que tenía la atención de Drogo, el obispo repitió la pregunta:
—¿Juráis amar, honrar y tomar a esta mujer en igualdad, hasta que la
muerte os separe?
¿Igualdad? «Amar y honrar» eran conocidas frases sin sentido que
había escuchado toda la vida, pero ¿igualdad? La palabra parecía susurrar
aún más fuerte en la iglesia, yendo hacia adelante y hacia atrás por el eco
y elevándose hasta las altísimas vigas.
¿De qué demonios se trataba eso de la igualdad?
Una silenciada expectación cayó sobre el lado de Ninian en la iglesia.
Un creciente estruendo de protesta creció en el lado de él.
Una explosión de pólvora destrozó el silencio. Atacado por un extraño
pedrisco, pero sin sentir dolor, Drogo instintivamente atrapó a Ninian y,
rodando hacia el suelo, le protegió con el cuerpo cuando se desató el
infierno.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¡Idiotas! ¡Mirad lo que habéis hecho! —gritó Dunstan con el tono


enfadado que reservaba para castigar a los hermanos menores.
—¡Agachaos! —bramó Joseph a través de los gritos de alegría de los
hombres.
Un frenesí de plumas batían sobre las cabezas, creando un crescendo
de gritos femeninos desconcertados.
¿Plumas? Cuando una de ellas descendió para hacerle cosquillas a
Drogo en la nariz, se atrevió a levantar la vista, mientras mantenía a
Ninian a salvo acurrucada bajo él, a pesar de que los temblores de ella
eran sospechosamente parecidos a los que provoca la risa.
—Que me lleve el diablo, ¿de dónde salieron esos malditos pájaros?
Tenía que ser William. Con precaución, Drogo espió por encima del
hombro, y esquivó un ala batiendo.
—Mis tías no deben haber podido encontrar palomas blancas —
susurró Ninian.
Cuando lo comprendió, y con un bramido de furia, Drogo se puso de
pie y caminó a grandes pasos en busca de los culpables que corrían hacia
la puerta.
Entre la resultante confusión al tiempo que los hermanos de Drogo se
aporreaban unos a otros, gritando y vociferando, Ninian se sentó y
observó con asombro el magnífico caos que hacía erupción en la catedral,
otrora tan pacífica. El obispo se dejó caer sobre las rodillas y rezó detrás
de la protección del pulpito. Esparcidos pedacitos de granos aún volaban
por el polvoriento aire y cubrieron el pasillo y la mitad de los bancos.
Reconoció el ingenio de los fugitivos hermanos de Drogo por el disparo de
cañón de granos de perdigón. Era evidente que deseaban bañar la
procesión de boda con granos de una manera muy poco tradicional, pero
las aves que siempre eran parte de las ceremonias Malcolm habían sido
demasiado tentadoras. Los pájaros, ajenos al caos que habían provocado,
descendieron para picotear la barcia en el piso de mármol. Los humanos
no estaban haciendo nada pacífico. Las tías de Ninian habían ordenado a
la prole en un círculo protector al sonido del disparo. Ahora lanzaban
miradas asesinas a los hombres y niños que quedaban gritando, riendo y
desbaratando las sagradas ceremonias. Aquel momento no auguraba nada
bueno para la primera unión de Malcolm e Ives en incontables siglos, pero
si eso era todo el desastre que traería el matrimonio, ella podría
sobrellevarlo.
La risita de Ninian se apagó tan pronto como notó que el novio había
desaparecido por las puertas de la iglesia en una acalorada carrera detrás
de sus hermanos menores. Una vez que lo hubiera comprendido, ese
juramento de igualdad le impulsaría a seguir adelante sin mirar atrás.
Intentando no reconocer el dolor y el miedo de esa posibilidad, se puso de
pie y husmeó entre los bancos hasta que encontró los trabucos que habían
utilizado los muchachos para disparar los granos.
—No creo que algo tan bonito como tú deba estar jugando con las
armas de los hombres —le amonestó una profunda voz al tiempo que le
tomó de la cintura y le confiscó la escopeta.
Ninian había presentido la animosidad en el acercamiento, pero la
había ignorado, considerándola una parte del caos a su alrededor. A

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

veces, el don no le resultaba del todo útil. Permitió que sobrepasase al


miedo y enfrentó con insolencia la expresión nefasta del intruso que Drogo
no había podido identificar, el hombre que más que seguro tenía que ser
un Ives.
—El maldito conde en verdad no sabe qué tiene aquí, ¿verdad? —
preguntó el extraño, con un tono casi pensativo, sin soltarla.
Ninian escuchó más allá de sus palabras y notó la furia contenida en
el alma de ese hombre. No gritaría. Las mujeres Malcolm no gritaban.
Generalmente, tampoco luchaban. Pero ella siempre había sido una
rebelde, como la abuela le solía decir repetidas veces, y ese hombre
exudaba peligro.
Quizás no poseía magia, pero Ninian tenía un fuerte instinto de
protección de ella misma y del bebé. Tomó la chorrera de encaje, le tiró de
la cabeza hacia abajo e hincó los dientes en la extremadamente
prominente nariz.
El hombre aulló de dolor y sorpresa. Le tomó de la cabellera e intentó
desprenderse de ella.
Ninian mordió con más fuerza y le pateó las espinillas con toda la
fuerza que pudo reunir. Las puntiagudas chinelas de niña no eran tan
útiles como los pesados zuecos de campo, pero cumplieron su función. El
atacante comenzó a dar brincos para evitar los golpes.
—Bájela y ella le soltará —una voz habló con voz firme detrás de ella.
Drogo. Ninian suspiró aliviada no solo porque la pesada mano le soltó
la cintura, sino por el regreso de su prometido. No se había dado cuenta
de cuánto miedo tuvo de que la dejara plantada en el altar. Con
generosidad, soltó los dientes de la nariz a la vez que Drogo la sujetaba y
la atraía hacia sí.
Sosteniéndose la lastimada nariz, el extraño enfocó la atención en un
punto sobre la cabellera de ella.
—Será mejor que investigue un poco más acerca de los orígenes de la
familia con la cual se está uniendo en matrimonio —dijo el hombre
rotundamente—. ¡Igualdad! —se mofó—. Supongo que tiene lo que
merece.
Sin más rodeos, bajó con enfado los escalones del altar y pasó junto a
los hombres que a regañadientes estaban regresando a los asientos.
Eludió a las mujeres —varias de las cuales dejaron de susurrar para
admirar sus formas masculinas— y confiscó otro mosquete de un hermano
Ives, quien lo estaba cargando con granos que llevaba en los bolsillos. Con
casi ningún obstáculo en su procesión, se marchó por la puerta principal.
—¿Qué ha sido eso? —murmuró Ninian en el confort y la seguridad de
los brazos de Drogo. No creía que las rodillas pudieran sostenerla si la
soltaba. Otra vez, había buscado la seguridad del refugio que él le ofrecía
con tanta prontitud.
—Demonios, no lo sé —contestó Drogo, aunque la voz tenía un tono
pensativo—. Me atrevería a decir que no volverá a meter las narices en
nuestros asuntos otra vez.
Ninian creyó casi con seguridad que le había oído reír; aunque no
sabía si era por su propia genialidad o la obra de ella. Con la congregación
reorganizándose y los pájaros bajo control, la tía Stella caminó hacia el

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

altar al tiempo que el obispo emergía de su escondite, casi sacudiéndose


las alborotadas plumas.
Mientras la tía y el clérigo entablaban una acalorada conversación,
Dunstan llevó a los últimos hermanos a rastras hasta un banco, antes de
echarle una cautelosa mirada a Ninian.
—Recuérdame que nunca meta mis narices en tus inmediaciones.
Tan atrapada como estaba en el remolino de emociones que giraban
a su alrededor, Ninian no tuvo ni siquiera la gracia de sonrojarse al tiempo
que se reclinaba en el abrazo del novio.
—Simplemente no las metas en mis asuntos. —Repitió las palabras de
Drogo con descaro, aunque la incertidumbre se aferraba a ella. ¿Drogo
cancelaría ahora la boda? ¿O lo haría el obispo?
—¿Quién demonios era ese a quien tu novia casi mutila? —exigió
saber Dunstan, girando hacia Drogo, aparentemente satisfecho de que la
inclinación al canibalismo de Ninian no le involucrara a él.
—Maldición, no lo sé, pero lo voy a averiguar. —Drogo levantó la
barbilla de Ninian y la forzó a volver a prestar atención a la conversación
—. ¿Qué te ha dicho?
Bajo la mirada oscura de él, ella parpadeó. Ahora, le haría eso para
siempre. Nunca antes había conocido a alguien que enfocara la mirada
con tanta intensidad y necesitaba tiempo para acostumbrarse.
—Nada que ambos no sepamos ya —le contestó sin pensar.
Drogo enarcó las cejas y aguardó.
Ninian hizo una mueca y se alejó del abrazo, extendiendo el brazo
para colocarse la corona en su lugar.
—Si lo cito literalmente, dijo: «El maldito conde en verdad no sabe
qué tiene aquí, ¿verdad?». Sin embargo, qué tiene eso que ver con qué,
está más allá de mi entendimiento. Aún no he conocido a un Ives que
tenga sentido para mí.
—¿Ives? —ambos Dunstan y Drogo preguntaron a la vez.
Ella les fulminó con la mirada, impaciente.
—Por supuesto. ¿No le habéis visto? Es un Ives de la cabeza a los
pies. —Echó una mirada a Dunstan—. Y está aún más enfadado que tú.
La tía Stella eligió ese momento para descender con ellos.
—Llevaremos el resto de la ceremonia a la escalinata de la iglesia. El
tontuelo no arriesgará más su preciosa iglesia con todos vosotros. Ives, si
no controláis mejor a esos pequeñuelos molestos...
Mientras ella les reprendía, Ninian encontró la mirada de Drogo.
¿Tenía él intenciones de seguir adelante con la ceremonia, o había tenido
el tiempo suficiente como para darse cuenta de que estaban desposando
al caos con la calamidad?
Contuvo la respiración y observó al tiempo que la mirada del novio
descendió hasta el lugar donde descansaba el bebé. Luego, levantó la
vista para estudiarle el rostro. Negando con un movimiento de cabeza con
esa expresión de desconcierto que veía muy a menudo cuando él la
miraba, Drogo la cogió de la mano y la acunó firmemente en el hueco del
brazo. La pelea con los hermanos le había arrancando a medias la capa
negra del hombro, pero la banda dorada aún permanecía alrededor del
cuello. Ella pensó que se veía más peligroso que un caballero medieval

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

regresando de las Cruzadas.


—Contraer matrimonio en la escalinata de la iglesia me agrada
mucho más —declaró él, arrastrándole junto a sí por el pasillo y pasando
junto a la expectante audiencia—. ¿Igualdad? —le susurró al oído cuando
se apresuraban hacia adelante—. ¿Qué demonios significa eso?

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 20

Con las palomas ya dispersas y el grano arrojado, el resto de la


ceremonia de bodas fue decepcionante. Cuando Drogo repitió los votos
con tono grave —incluido el de la igualdad— y Ninian aceptó el anillo que
le unía a él, este casi suspiró de alivio.
Inclinándose hacia adelante para sellar los votos al besar a la novia,
Drogo intentó ignorar los suspiros que provenían de la audiencia
femenina, y las procaces risotadas y los gritos que manaban de entre los
hombres. Se sentía como uno de los asediados personajes de las tiras
cómicas sobre política expuestas en el escaparate del puesto de
periódicos, por lo que Drogo limitó el beso a un mordisco altamente
insatisfactorio. La noche anterior no había sido suficiente para saciar la
necesidad urgente de llevar a su novia a la cama y permanecer allí
durante una semana, sin interrupciones.
—Escocia habría sido mejor —masculló contra los labios de ella.
—O no, en absoluto —contestó Ninian con dulzura.
Tenía derecho a eso, claro que sí. Mirando con cautela a la multitud
en busca de cualquier indicio del hombre misterioso que tenía la
condenada suerte de seguir teniendo nariz, Drogo guió a Ninian a través
de la muchedumbre que les vitoreaba y les daba los parabienes.
—No creerás que nos seguirán todos hasta la casa, ¿verdad? —
preguntó abatido mientras le ayudaba a subir al carruaje que les
aguardaba. Había dejado a un lacayo y a un cochero montando guardia
mientras ellos estaban adentro, pero ordenó una rápida inspección final
mientras Ninian se colocaba en el asiento. Los hermanos eran capaces de
desenganchar las ruedas del carruaje o colocar fuegos artificiales chinos
debajo de los asientos.
—Supongo que no solo nos seguirán —contestó Ninian cuando él se
subió a su lado—, sino que también creo que mis tíos y los hijos estarán
esperando en la casa para darte la bienvenida a sus filas. Claro que les
agrada una comida gratuita.
—No son Malcolm, ¿verdad?
«No parece que pueda llevar a la cama a mi nueva esposa pronto»,
Drogo concluyó con descontento.
—Por supuesto que no, pero estoy segura de que estarán felices de
consolarte con todas las tribulaciones y problemas que traemos. Si no
fuera por la falta de hombres disponibles, las mujeres Malcolm nunca
habrían dejado el bosque.
Él había tenido suficientes advertencias. Realmente necesitaba
comenzar a prestar más atención a los detalles molestos ahora que tenía
lo que deseaba. Cuando el carruaje se detuvo en el enrevesado tráfico en
una intersección angosta, Drogo estudió los suaves e inocentes rasgos de
su esposa campesina.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¿Quieres decirme que todas las mujeres Malcolm son... brujas? —


Tenía dificultad hasta en decir la ridícula palabra. Ninian tironeó de la
banda dorada de su capa.
—En cierta medida. Por supuesto. —La banda se abrió con un
chasquido, y ella suspiró aliviada antes de mirarle con curiosidad—.
¿Tenías alguna duda? —Continuó sin esperar la respuesta—. De hecho,
tras estudiar los libros que tenemos en la cabaña, estoy desarrollando la
teoría de que somos descendientes de los druidas. Las túnicas blancas y
otras tradiciones nuestras son una parte inherente de esa cultura.
Drogo estaba acostumbrado a enfrentarse al mundo y sus caprichos
con impavidez, pero ahora estaba experimentando dificultades para
digerir un trozo demasiado grande.
—¿Druidas? ¿Adoradores de árboles?
Ella se encogió de hombros.
—Los árboles tienen poderes, como las hierbas. —Se tocó la aureola
de ramitas sobre la cabellera—. La tía Stella habrá echado un
encantamiento sobre este serbal, ofreciéndome protección. Sin embargo,
de hecho, las semillas del serbal son venenosas y pueden usarse para
inutilizar enemigos. Tienes que estar de acuerdo con que tiene lógica.
—¿Deberíamos haber obligado a mis hermanos a tragar bayas de
serbal a la fuerza? —Le resultaba fácil dejarle pasar las tonterías
supersticiosas cuando miraba los exquisitos labios de Ninian presionados
juntos en una curva tentadora. Si tan solo tuvieran tiempo, deslizaría la
lengua entre esa dulzura y le levantaría la falda pocos segundos después.
Controló el embrollo de caballos y carruajes por la ventana. Si se
demoraban mucho más... El coche comenzó a moverse con una sacudida.
Maldición.
—Tus hermanos están preocupados porque piensan que no les
prestarás atención ahora que has contraído matrimonio.
Las palabras de Ninian le trajeron de regreso al presente de un tirón.
Había utilizado el truco de describir los sentimientos de las personas
demasiadas veces en poco tiempo y no resultaba nada cómodo. Drogo
observó con cautela su compostura de muchachita inocente.
—De la misma manera que presientes que Dunstan sufre de amor no
correspondido, supongo que también notaste que el hombre de la nariz
lastimada está enfadado. Claro que, cualquier hombre estaría enfadado si
le mordiesen. —Mentalmente, acarició su propio pico prominente.
—Por supuesto. —Satisfecha consigo misma, miró por la ventana
hacia la fila de casas antiguas que pasaban.
Otras mujeres nunca dejaban de hablar. Él había desposado a una
que no sabía cuándo comenzar. Controlando la impaciencia, Drogo volvió
a intentarlo.
—Creía que las brujas hacían hechizos, no que leían las mentes.
Ella se encogió de hombros, pero él notó que se sujetó las manos con
más fuerza.
—No leo las mentes. Tengo el don de la empatía. La gente nos llama
brujas porque no encuentran una palabra mejor para describirnos. No
lanzamos hechizos a las personas. Simplemente tenemos... talentos
especiales.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Se veía tan perfectamente cuerda y hermosa cuando decías cosas


así... Los rizos dorados eran una imagen de pureza angelical; los ojos
azules reflejaban la inmensidad del cielo; y entonces, le golpeaba con
rayos de locura que aparecían de la nada.
Drogo suspiró y se reclinó en el asiento, intentando saciar una
caliente oleada de pasión. Si había alguna brujería funcionando allí, era la
manera en que ella le hechizaba con lujuria. Ya llevaba a su hijo. Debería
estar satisfecho con eso.
—Talentos —repitió él de plano, buscando con desesperación un hilo
de racionalidad—. ¿No el talento para la pintura o la música?
—Bueno, Lucinda tiene talento para pintar maravillosos retratos. —No
parecía creer que el tópico fuera irrelevante—. Lamentablemente, las
pinturas tienden a reflejar la personalidad del sujeto con demasiada
claridad. Si tienes alguna perversión oscura y profunda, no poses para
ella.
Drogo se masajeó la sien y se preguntó si debería hacer posar a
Ninian para su prima artista, pero decidió que no quería conocer los
secretos de su alma, ni el talento de la prima, demasiado a fondo.
—Y tu talento, ¿es sanar?
Asintió con un movimiento tímido de cabeza, abriendo y cerrando los
dedos.
—Solo que parece que he provocado un poco de embrollo con ello.
«Sanar» tenía sentido. Al vivir en una zona rural sin atención médica
adecuada, muchas mujeres aprendían el arte de sanar. No podía
imaginarse que ninguna de ellas fuera muy buena en eso, al no poseer
métodos científicos; sin embargo, incluso doctores entrenados a menudo
contaban con la eficacia de la medicina natural.
—Sarah dijo que tú habías asistido el parto de Lydie
satisfactoriamente, y le has ayudado a que el niño creciera.
—Cualquier matrona decente puede hacer eso —se burló—. Debería
haber comprendido que la infelicidad de Lydie afectaba al bebé y tratarle
en consecuencia. Pero no lo hice. Estaba demasiado preocupada por mí
misma.
Eso se desviaba demasiado del camino de la racionalidad. Drogo
inspiró profundamente y construyó un puente seguro por encima de la
falta de lógica de su nueva esposa.
—Sarah dice que te desempeñaste mejor que cualquier doctor en
Londres. No minimices tus talentos.
La mirada que le propinó debía de haberle escaldado.
—Los doctores de Londres son unos charlatanes.
La intención de él era darle un cumplido. Momentáneamente perplejo,
se aferró a un tópico más estable, uno que satisfaría las preguntas
burlonas que la familia haría.
—¿Qué significa exactamente el voto de igualdad que tomamos? —
preguntó sin rodeos—. ¿Dónde quedó el típico «amar, honrar y obedecer»?
Obviamente aún contrariada por haber sido comparada con un
doctor, hizo un gurruño con el blanco satén de la capa.
—La ceremonia Malcolm solía obligar al novio a prometer obediencia,
pero el duque rehusó continuar con eso. La abuela contó que él y la tía

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Stella lucharon durante seis meses antes de llegar a un acuerdo. No es un


concepto tan difícil de comprender, ¿no es verdad?
—Las mujeres no son iguales a los hombres. —Ya maltratado por la
idea de los druidas y los talentos no naturales, Drogo se negó a permitir
que continuase con esa locura. El carruaje se detuvo frente a la casa, pero
él ignoró la disciplinada fila de sirvientes que les esperaban en la
escalinata. Quería aclarar ese punto antes de que la condesa desarrollara
más delirios—. Las mujeres no pueden navegar barcos, construir casas,
estudiar derecho ni gobernar ciudades. Me sorprendería encontrar una
que pudiera explicarme cómo sus fondos generaron ingresos.
Los ojos de color azul celeste se entrecerraron en ranuras hostiles
sobre mejillas redondeadas como manzanas.
—¿Ha logrado mi padre acceder a mi fondo de fideicomiso?
—Por supuesto que no. Está más seguro que las joyas de la corona.
—Una mujer Malcolm estableció ese fondo —dijo en tono de
advertencia—. Las mujeres Malcolm lo controlan y las mujeres Malcolm lo
financian para el uso de las mujeres Malcolm. Y sé perfectamente cómo
gana interés y dónde invertirlo. La tía Stella será la jefa de nuestra familia,
pero la abuela me señaló a mí como tesorera. —Arrojó la gran cantidad de
satén hacia el asiento opuesto, recobró la compostura, y le ofreció una de
sus inocentes sonrisas de hoyuelos—. ¿Entramos?
No solo apabullado, sino también sorprendido, Drogo cerró los ojos y
negó con un movimiento de cabeza. Ella sabía exactamente cuánto valía.
El abogado se había negado a revelar el alcance del fondo de
fideicomiso, pero le dejó entrever que había dinero suficiente como para
mantener a un ejército entero de mujeres Malcolm.
Ninian no solo era más adinerada que él, sino que sabía que lo era, y
aun así, había contraído matrimonio. No le necesitaba de ninguna manera
que le resultara sensato. ¡Con razón no había querido desposarse! Con esa
riqueza, era a él a quien le estaba haciendo un favor.
No tenía control sobre ella en absoluto.

—El conde no parece ser un novio feliz —comentó Stella mientras


mordisqueaba un canapé de la mesa del fastuoso bufé y observaba a un
Drogo taciturno que bebía champán a pequeños sorbos, mientras el grupo
de hombres apiñados a su alrededor reían y se golpeaban las espaldas.
Ninguno de ellos se atrevió a palmear a Drogo.
—Mi marido es un hombre serio —respondió Ninian con reserva,
rechazando el manjar para optar por una galleta seca que le asentara el
estómago un poco revuelto.
—No te hagas la estúpida sin cerebro conmigo, jovencita —espetó
Stella—. ¿Te ha culpado él del desastre en la ceremonia?
—Por supuesto que no. —Ninian bebió un sorbito de té—. Drogo es un
hombre muy racional y muy paciente. Es un honrado pilar de la sociedad,
un hombre de genio, un hombre que dedica su vida a la familia, y a los
amigos, y a los amigos de la familia, y...
—Tu sarcasmo está intacto. —La tía suspiró como si cargara los
problemas del mundo a la espalda—. Estoy segura de que eres lo

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

suficientemente mayor como para no tener ideas de romance. Lucinda


llora a diario porque su padre insiste en que contraiga matrimonio con un
hombre de talla en lugar del pretendiente bueno para nada que le recita
poemas. En mi época, sabíamos del deber hacia la familia.
Ninian apuntó con la galleta en dirección a su joven prima.
—Si un hombre de talla es lo que el duque desea para ella, será mejor
que le aleje del joven Joseph. Hace trampas en las cartas y me ha ganado
todos mis dulces.
—Entonces juega con avellanas. Esas nunca te han agradado. —Stella
arrugó el entrecejo al observar al risueño par—. Es hora de que nos
marchemos. Drogo podrá ser un buen candidato, pero esa gran cantidad
de ilegítimos sinvergüenzas que él llama hermanos no son otra cosa que
problemas. —Le dio unas palmaditas a Ninian en la mejilla—. Estarás bien
una vez que aprendas a no tener expectativas de fantasías románticas.
Podrá ser un poco rígido e inflexible pero es un buen hombre. Cuidará de ti
y del bebé. Llámame si necesitas algo.
—¿Regresarás a la campiña? —En verdad, Ninian no necesitaba
preguntar. Las mujeres Malcolm necesitaban al bosque como las rosas
necesitan la lluvia. Solo quería la presencia tranquilizadora de la familia un
poco más de tiempo mientras intentaba acomodarse en su nuevo rol.
—Sabes dónde encontrarme. —Stella le dio unas palmaditas más,
luego se apresuró a rescatar a su hija de los encantos de un pícaro Ives.
—Nosotras nos marcharemos también, querida. —Hermione apareció
de la nada. Calmada y sencilla en contraste con Stella, que era atrevida y
ruidosa, la tía más joven de Ninian no dejaba de ser una fuerza que debía
tratarse con cuidado—. Estos hombres Ives son demasiado... ¿cómo
decirlo con delicadeza?... viriles como para tolerarlos fácilmente. —Una
bonita sonrisa se dibujó en el rostro de mediana edad aún sin arrugas—.
Estoy segura de que estarás bien, querida. No es mi intención insultar a tu
muchacho, pero... —suspiró, echando una mirada en dirección a Drogo,
quien ahora estaba de pie, solo—, es un poco amenazador, ¿no es verdad?
Quizás si yo...
—No, tía Hermie —interrumpió apresurada Ninian—. Ya le cuesta un
poco aceptarnos. Estará bien.
Hermione se veía vacilante.
—Si tú lo dices, querida... Lo que sí espero es que le estés leyendo
correctamente. Sí que se ve un poco demoníaco, ¿verdad? Pero tú eres la
experta. Me inclino ante tu gran conocimiento. —Le lanzó un beso a Ninian
por el aire, y arrastrando trocitos de encaje y lazos, se llevó a sus polluelas
como mamá gallina hacia la puerta.
«Por supuesto, ese es el problema», admitió Ninian. No entendía nada
de Drogo. Podría estar planeando su muerte en ese preciso instante, y ella
ni siquiera notaría que estuviera enfadado.
Aun así, no podría someter a Drogo, a Hermione y sus hechizos
erráticos. La tía podía ser un genio con los perfumes, pero simplemente no
podía aceptar que no poseyera ningún poder místico, oculto ni psíquico. La
última vez que había intentado hacer uno de los hechizos más sencillos de
su libro, el calor había cortado toda la leche de la lechería durante una
semana.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ninian sonrió al recordar a las dos tías discutiendo por ese incidente.
Hermione era tan gentil como Stella arrogante; sin embargo, las mujeres
habían discutido sin herirse una a la otra ni una vez. Quizás las Malcolm
resultaban extrañas ante los ojos de los demás, pero ella creía que
podrían enseñarle al resto de la población una lección o dos.
Al notar la tensión en la mandíbula de Drogo cuando las tías y las
primas revolotearon a su alrededor para despedirse, Ninian se tragó las
dudas y cruzó la habitación para liberarle de la pesada tarea. Si Drogo se
parecía en algo a los hermanos, el bombardeo femenino de aromas, voces
y roces le llevarían al extremo, de la misma manera que los viriles
hombres Ives estaban distrayendo a las primas. Pensó que las dos familias
juntas podrían parecerse a múltiples Adanes y Evas después de la orgía de
la degustación de la manzana, pero la casa de Drogo no era el jardín del
edén.
Él giró y extendió el brazo hacia ella antes de que pudiera anunciar su
presencia. Aunque a menudo tenía el aspecto de estar sumido en sus
propios pensamientos, siempre parecía notar cuando ella estaba allí. Era
extraño, ya que ella nunca podía sentirle a él.
—Ahora, si solo pudieras ahuyentar a mis hermanos —le susurró al
oído mientras estrechaba la mano del duque y observaba a la última de
las damas Malcolm marcharse con revuelo por la puerta.
—Abracadabra —murmuró ella como respuesta, sintiendo su propio
revuelo femenino ante el calor del aliento junto al oído.
No rio por la broma, sino que le observó con sospecha. Ninian suspiró.
Le agradaba mucho más como el filósofo natural que creía que ella era
una estúpida, y no el macho arrogante que protegía a todos bajo su techo.
Ya podía observar la desventaja de ser esposa.
El miedo le estremeció la piel al pensar en eso. Estaba casada. Su
bebé tenía apellido. ¿Su marido le permitiría regresar a Wystan, o sería
prisionera de su propia decisión?
La mano de Drogo se despegó del hombro de ella para juguetear en
el punto sensitivo justo debajo de la oreja.
—Si dejo a mis hermanos con el champán, ¿crees que podríamos
esfumarnos a la planta superior?
Deseaba girar y encaminarse hacia las escaleras en ese preciso
instante. La mera provocación ronca de su voz despertó un hormigueo que
danzó por la piel de Ninian. El recuerdo y la anticipación de hacer el amor
con él le había acechado en la mente durante todo el caótico día. El lazo
entre ellos era ahora más profundo que el físico, bendecido por la iglesia y
la familia. No había razón en absoluto para negar lo que ambos deseaban.
Excepto el instinto de supervivencia de las mujeres Malcolm.
—Quisiera partir hacia Wystan en la mañana —dijo ella con inocencia,
testando los límites.
—Las sesiones en el Parlamento no han terminado, hija de la luna —
murmuró tales palabras de cariño con seducción, como si no importaran
otros términos más que esos.
—Puedo viajar sola —sugirió ella, pero el revoltijo que sentía en el
estómago dio un vuelco por la expectativa de una respuesta que no quería
oír.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Cuando viajamos, viajamos juntos —contestó él con firmeza.


—Entonces reza para que viajemos pronto, antes de que el calor nos
consuma. —Desplegando su mejor sonrisa con hoyuelos, Ninian hizo una
pequeña reverencia y se marchó para entablar una larga conversación con
la esposa de Dunstan.
Ya no veía al esposo como el diablo fantástico de una leyenda, sino
como un hombre. Los diablos causaban estragos y ruina; luego, tenían la
cortesía de desaparecer. Los hombres permanecían allí para causar
problemas por mucho más tiempo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 21

—¡Drogo! ¿Qué estás haciendo aquí en tu noche de bodas? —Sarah


entró majestuosamente en la biblioteca a la vez que Drogo se llevaba el
vaso de brandy a los labios.
Todos los invitados se habían marchado, y Ninian parecía haber
desaparecido con ellos. Él no creyó que la pequeña discusión un rato
antes tuviera ninguna importancia. Aparentemente, ella no opinaba lo
mismo, porque no podía encontrarla.
Por supuesto que no opinaba lo mismo. Ese era la mitad del
problema. Ambas mentes no funcionaban igual.
Drogo le dio un sorbo al brandy e intentó hacer cuenta que Sarah se
había marchado con los otros invitados, pero no lo logró.
—La pregunta es, ¿qué estás haciendo tú aquí aún? Ninian ya no
necesita una carabina. Puedes regresar a la casa de tu madre, donde
perteneces.
—¿Y dejarte que estropees las cosas como lo hizo tu padre? ¡Ni
hablar! Ahora que tienes esposa, será mejor que encuentres el tiempo
para estar con ella, o regresará a Wystan.
Drogo intentó no estremecerse. Lo que había ido mal con sus padres
había sucedido hacía mucho tiempo, pero las repercusiones aún
resonaban en el presente. Debería tomar la advertencia de Sarah muy a
pecho. Podría estar de moda que esposos tuvieran amantes una vez
proveído el requerido heredero y el sustituto, pero no era sensato. Y, por
encima de todas las cosas, Drogo tenía intención de encarar su
matrimonio con sensatez.
—Haré lo mejor que pueda. —Vaciló y suspiró. Había sido un día
largo, y mientras que había esperado poder estar más cerca de su nueva
esposa para cuando hubiera concluido, parecían estar más distantes que
nunca. Tenía poca instrucción en lo que respectaba a cómo manejar a una
mujer como para explicarse qué había hecho mal. Sarah era lo más
cercano que obtendría—. Pero tengo poca práctica —admitió.
—Piensa en ella como una de esas estrellas que tanto aprecias —dijo
con frialdad, sujetándose la falda—. Estúdiala como estudias el cielo
nocturno.
Temía lo que podría descubrir si lo hacía. Ninian ya le fascinaba más
de la cuenta, y no podía mantenerla tan lejos como a las estrellas. Con
una mueca de dolor en el rostro, acabó el brandy mientras Sarah salía por
la puerta.
El sol de setiembre había desaparecido en los bancos de neblina
sobre el río para cuando salió en busca de Ninian. No había visto ninguna
estrella nocturna tintineando a través de la oscuridad. Los hermanos ya
habían partido hacia sus actividades propias, ya que esperaban que él
celebrara la noche de bodas con su esposa.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

No sabía dónde demonios estaba ella.


Drogo subió las escaleras para ver si podía localizarla en la
habitación. No parecía creer necesario tener que decirle dónde iba o qué
estaba haciendo, incluso en el día de su boda. Había vivido como una
criatura del bosque la mayor parte de su vida y era más independiente
que la mayoría de las mujeres que conocía. Drogo suponía que podría
adaptarse. Solo que no lograba dejar de preocuparse por ella.
Ninguna vela iluminaba la habitación de Ninian. Ningún fuego
calentaba la chimenea. Ninguna silueta grácil danzaba en la luz neblinosa
que entraba por las ventanas.
Más desilusionado de lo que estaba dispuesto a admitir, Drogo se
encaminó hacia su propia habitación, pero tenía pocas esperanzas de
encontrarla allí. Una sola vez ella había ido hacia él, y había sucedido en
Wystan, en su propio terreno natal.
Al encontrar su propia alcoba vacía, como esperaba, ordenó encender
el fuego en ambas chimeneas y partió en busca de su esposa perdida. Esa
era la noche de bodas de ambos. Había acumulado grandes expectativas
para ese día; pero como le había dicho anteriormente, estaba
acostumbrado a las desilusiones. Aun así, no se rendiría. Tenían toda la
noche por delante. No había comprendido la poca alegría que tenía en su
vida hasta que cayó en la cuenta de cuánto ansiaba las noches en la cama
de Ninian.
Toda la vida había sido el responsable, el que guiaba al padre ebrio
de vuelta a la casa, el que devolvía a los traviesos hermanos a los tutores,
el que manejaba los libros de contabilidad, a los abogados y los asuntos
del patrimonio. Había dedicado los momentos robados a observar las
estrellas y a hacer los cálculos astronómicos que tanto le fascinaban. No
tenía una mente imaginativa, pero le agradaba pensar que debía haber
vida en otros planetas, o quizás los dioses griegos residían allí, y que
algún día él encontraría evidencia de eso. Era la única fantasía que se
permitía tener, fuera del deseo profundo de tener un hijo propio.
Ni siquiera sabía por qué quería al niño. Nunca había sostenido a los
hermanos cuando eran bebés ni les había hecho saltar sobre sus rodillas.
Siempre les consideró como una fuente constante de interrupciones y
demás. Quizás era la arrogancia de tener lo que creía que no podía. Tenía
poca experiencia con las mujeres: pocas veces las tomaba en serio, las
evitaba en todos los aspectos menos en la cama; pero ellas poseían esa
habilidad única que él no podía duplicar: la habilidad de procrear. Por ello,
estaba dispuesto a permitirle a Ninian entrar en su vida.
Después de revisar todos los cuartos de baño e interrogar a los
sirvientes, Drogo seguía sin encontrarla. La casa no era tan
extravagantemente grande como el castillo. Había sido de su padre y del
abuelo; sin embargo, la madre de Sarah, Ann, la había detestado. El padre
había construido una más moderna para ella en los suburbios de Hyde
Park Corner. Una vez que cumplió la mayoría de edad, Drogo había
insistido en mudarse allí para tener un poco de privacidad del variopinto
grupo de hermanos. Había durado lo suficiente hasta que el primero de
ellos fue expulsado del instituto. Poco a poco, la casa se fue convirtiendo
en un hogar para los hermanos, pero no era lo bastante grande como para

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

perderse allí.
A menos que Ninian hubiera huido —y pensó que ella tenía el
suficiente coraje como para hacerlo—, quedaba un solo lugar para
encontrarla.
Tomando la puerta trasera hacia las cocinas, Drogo levantó la
lámpara y buscó en el oscurecido jardín. El corazón se le atascó en la
garganta cuando vio la figura solitaria sentada en el suelo húmedo, con la
neblina revolviéndose alrededor de la cascada de su cabellera. Nunca
llevaba los rizos en alto como lo hacían otras mujeres, y él estaba
agradecido por ello. Le encantaba ese salvaje abandono.
Se acercó con pasos suaves, sin querer asustarla, pero ella debió
haber visto la luz de la lámpara. Giró y miró hacia arriba a través de la
húmeda neblina. Se veía casi embrujada, tenía las mejillas muy pálidas, y
el corazón de Drogo latió con un fuerte golpe de pánico.
—¿Te encuentras bien?
Le observó sin emitir sonido; luego, regresó la mirada al deteriorado
jardín.
—El alma se ha ido de esta tierra.
Había partido en otro de sus viajes mentales. Algunos días, le daba
razones para temer que había desposado a una mujer loca; pero sea lo
que fuere, era un alma gentil, y hasta la fecha, le tocaba unas
desconocidas fibras del corazón.
—Vas a pillar un resfriado.
—En general, no me sucede. —Sentada con las piernas cruzadas
sobre el suelo desnudo, y ataviada con uno de los viejos vestidos,
tamizaba tierra entre los dedos—. Hay ruedas de carruajes sobre las rosas,
y una caldera quemada en el tomillo. Creo que incluso los indios salvajes
cuidan mejor la tierra que esto.
Drogo tomó asiento en el banco del jardín cercano a ella. A ella quizás
no le importaba la tierra húmeda, pero a él, sí.
—Los indios salvajes tienen que comer de la tierra. Nosotros, no. Mis
hermanos han utilizado este patio como lugar de juego durante años. No
vi la importancia de cuidarlo.
Ella giró la cabeza para observarle.
—Ahí es donde diferimos, milord. Yo soy de esta tierra. Debo cuidarla.
A veces me pregunto si tú no eres del cielo, y si alguna vez nos
encontraremos. Creo en los asuntos del espíritu, pero tú solo ves con la
mente.
Quizás no es que estuviera loca, sino que habitaba otro lugar
diferente a él.
—No pretenderé que te comprendo —admitió—. Pero hemos hecho un
bebé juntos y debemos aprender a vivir con lo que hemos hecho. ¿Qué
sugieres?
Creyó verla sonreír. En la penumbra, era difícil distinguirlo. Quería
tomarla entre los brazos y acogerla, pero sospechaba que se desvanecería
entre sus dedos como la neblina si lo intentaba.
—Me agrada la manera en que funciona tu mente. —Se inclinó hacia
adelante, arrancó un trébol de la aporreada hierba y se lo entregó a él—.
Tiene cuatro hojas —le informó—. Eres un hombre muy afortunado. Hay

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

una zona llena de ellos por aquí.


Drogo se mordió un suspiro de exasperación. Quería un consejo
lógico. Ella le dio un amuleto supersticioso de buena suerte.
—Deberíamos entrar.
—Tú puedes entrar, si quieres. Necesito pensar, y lo hago mejor
afuera.
Drogo se quitó el chaquetón y se inclinó hacia adelante para
colocárselo sobre los hombros.
—Bien, entonces, ¿puedo ayudarte a pensar para que vuelvas a la
casa más rápido?
Abrazó el chaquetón.
—Gracias. No puedo leerte como lo hago con otros, pero creo que
eres un hombre muy agradable, solo un poco más elevado
intelectualmente que el resto de nosotros, quizás. Yo existo, lo sabes.
Miró fijamente la cabeza dorada y deseó saber qué sucedía allí
adentro.
—Por supuesto que existes. Nunca lo creí de otro modo.
—No, crees que soy una conveniencia, como el banco donde te
sientas. No es lo mismo. Hay un yo en mi interior. Una persona. Nunca me
has conocido, y no pareces muy interesado en conocerme, por lo que he
intentado no interponerme en tu camino. Pero eso no va a funcionar si
vivimos juntos, ¿no es cierto?
Un hueco se abrió en su interior, una enorme depresión con eco que
reconoció de noches un largo tiempo atrás cuando era un niño en una
cama extraña, en una casa extraña, sin la familiaridad de la madre o de
los hermanos a su alrededor. Intentó no permitir que ese vacío se le
notara. Con cuidado, con lógica, se concentró en lo que fuera que ella
intentaba decir.
—No estoy acostumbrado a tener una mujer en la casa, si es eso lo
que quieres decir.
—No, eso no es lo que quiero decir. Tú tenías a Sarah, a Claudia y a
Lydie en tu castillo, pero no sabías que existían tampoco. No les permitiste
entrar. Sarah está aquí ahora, y tú casi nunca hablas con ella excepto de
pasada, como hablarías con tu sirviente cuando quieres que te lustren las
botas. Soy diferente, y eso te molesta, pero aún intentas reducirme a la
posición de limpiabotas, o lo que sea. —Acarició la hierba con la punta de
los dedos—. Creo... —vacilaba al formular las frases—. Creo que me has
consignado al rol de esposa. Una esposa duerme contigo cuando quieres.
Compra cosas y las facturas acaban sobre tu escritorio. Ocasionalmente
habla, y tú intentas con todas tus fuerzas escucharla, pero en realidad, no
le oyes. Tu mente está en otro lado.
Esperó a que ella continuara, y como no lo hizo, imaginó que debía
decir algo. No tenía ni idea de qué. Podía plantarse frente a los lores y
hablar durante horas, pero no podía hablar con su esposa. Los hombres
conversaban de cosas que él podía entender. Las mujeres hablaban de
cosas más allá de su comprensión.
—Lo lamento. En verdad, no comprendo. Tú eres mi esposa ahora.
Las esposas y los esposos comparten la cama. Es el propósito del
matrimonio. ¿Qué quieres que diga?

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Que me permitirás hacer lo que me venga en gana porque sabes


que soy tan capaz e inteligente como tú.
La sensación de pánico regresó, y Drogo se apresuró a aplacarla. Ella
quería regresar a Wystan y dejarle. Ninguna mujer permanecía nunca
junto a un Ives durante mucho tiempo. Pero no podía dejarla partir. Tenía
que explicarle. Odiaba dar explicaciones, pero Sarah había dicho que
debía trabajar en ello, y así lo haría.
—Ven aquí —le ordenó. Si iba a hacerlo, lo haría en sus términos.
Ella volvió a mirarle, y luego, sin cuestionamientos, se puso de pie y
se colocó junto a Drogo, enroscando los suaves dedos con los de él. El
perfume a rosas que manaba de ella había evolucionado hacia un
trasfondo más sensual que la mezcla de hojas perennes que había llevado
anteriormente. El mero aroma a ella le excitaba, pero tenía que ser lógico
en ese momento. Colocó la mano sobre el apenas abultado vientre y le
acarició. Ella estaba redondeada y firme y él podía casi sentir la vida
floreciendo ahí. Inspiró profundamente.
—¿Sabes que mis padres vivían separados?
Asintió con un movimiento de cabeza.
—Sarah me lo explicó.
—Ella no sabe nada. —Sonó cortante, incluso a sus propios oídos.
Volvió a intentarlo—. Mi madre proviene de una familia modesta. El
hermano es párroco. El padre tiene una pequeña propiedad cerca de los
terrenos Ives. Mi padre era un hombre arrogante, criado para ser conde, el
mayor y más malcriado de varios hijos varones. Siempre hacía lo que
quería.
Ella se movió apenas junto a él y Drogo se dio cuenta de que el banco
era duro. No era momento para tales revelaciones, pero él lo haría. Retiró
la mano y tiró de ella hasta su regazo, donde se ubicó con agrado. El
aliento de Ninian le susurraba contra la mejilla, y él respiró con mayor
facilidad cuando le rodeó la abultada cintura con los brazos. Podía hacerlo.
—Le agradaba seducir a mi madre. No le agradó cuando el padre de
ella se acercó al de él y le exigió que hiciera lo honorable; tampoco le
agradó cuando mi abuelo estuvo de acuerdo. Pero como le amenazó con
desheredarle, hizo lo que era correcto y nos tuvo a los tres en los primeros
años de su matrimonio.
—Tú, Ewen y Dunstan —recitó ella, aparentemente confirmando su
memoria.
—Sí. Sin embargo, mi abuelo estaba aún vivo en ese momento y se
negó a ceder las riendas del patrimonio. Mi padre estaba aburrido y buscó
entretenimiento en otro lado, en desafíos que le trajeron a Londres,
dejando a mi madre sola con nosotros. Permaneció lejos durante un año o
más. Mi madre tomó represalias y se buscó un hombre que la amara como
él no lo hacía. Mi padre se vengó y se acostó con toda mujer que estuviera
de acuerdo. La historia se vuelve peor y peor. ¿Te agradaría mejor ir
adentro?
Ella se acurrucó contra él y se recostó sobre el hombro. Tenso por el
dolor del relato, Drogo inspiró el fresco aroma de ella, descansó la mejilla
sobre la sedosa calidez de los cabellos y la abrazó a ella y al bebé con más
fuerza.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Sé de, al menos, un bastardo que nació de su coqueteo por la


campiña. Tengo un hermanastro, William, con la lechera del pueblo. Mi
padre le planteó una pequeña competencia. Al mismo tiempo, emitió una
petición de separación en la corte y exigió que mi madre fuera retirada del
hogar.
—¿Cuántos años tenías? —El aliento de Ninian calentó el frío que
sentía en el pecho.
—Seis. —Apretó los dientes y continuó—. Debes saber el resto. Con la
evidencia del adulterio de mi madre, la corte aceptó la petición, y también
dispuso que Ewen y Dunstan se quedasen con mi madre. Mi padre conoció
a la viuda madre de Sarah, Ann, y la convirtió en su amante. Después de
dar a luz a Joseph, la mudó a la casa en el lugar de mi madre ya que el
acuerdo de separación no le permitía volver a contraer matrimonio. No sé
de qué manera Ann le atrapó, pero después de eso, mi padre estuvo
satisfecho de asentarse. Quizás la muerte de mi abuelo le dio el desafío
que necesitaba, pero vi poco de eso. Tenía catorce años cuando falleció, y
la responsabilidad del título de conde recayó en mí.
—Y, ¿por qué me cuentas esto? —preguntó ella suavemente.
Drogo refrenó la impaciencia.
—Para explicarte por qué nunca dejaré a mi esposa como lo hizo mi
padre. Una mujer y su marido deben vivir juntos, trabajar juntos, jugar
juntos, convertirse en uno solo como lo hicieron mi padre y Ann. Él nunca
se descarrió después de llevarla a vivir a su hogar, y quiero pensar que
eran felices juntos. Eso es lo que quiero.
Se mordió la lengua a pesar de que ella no respondió de inmediato. Al
parecer, ninguno de los dos era un conversador nato. Él podría vivir con
eso. Pero no podría hacerlo si no la tenía a su lado. La necesitaba en su
cama cada noche, para recordarle por qué estaban juntos. Necesitaba a su
hijo donde pudiera verle, observarle crecer, ser parte de su vida; algo que
su padre les había negado a Dunstan y a Ewen.
—Tu padre y Ann deben haberse amado como para poder llevar
adelante una vida juntos, incluso bajo tan terribles circunstancias. Tenían
un lazo en común, mientras que tu padre y tu madre, no.
—Tenían tres hijos juntos —dijo él con tono de gravedad.
—Los hombres Ives son muy... —rio entre dientes y agregó— viriles. Y
con la crianza que tuvo tu madre, ella tuvo que haber intentado
complacerle. Los niños son fáciles de hacer.
Él gruñó y Ninian levantó la mirada y le dio unas palmaditas en la
mejilla. Drogo imaginó que la barba crecida le quemaría la suave palma,
pero se deleitó con la caricia. Había llegado muy profundo hasta un lugar
en la historia que no le agradaba relatar. No quería tener que volver a
pasar por ello nunca más. Quería tenerla en la cama ahora mismo, y si no
iban pronto, la tomaría allí sobre la hierba. Necesitaba estar
profundamente en ella, fuera de sí mismo.
—Los niños son, en verdad, fáciles de hacer, si las circunstancias son
correctas —le aseguró ella—. De otro modo, no habría tantos en el mundo.
Criarles es otro cantar. Y hacer una relación entre dos adultos es más
difícil aún, supongo. En verdad, hemos hecho las cosas al revés.
—Es culpa de Sarah.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—No, es nuestra. Jugamos con fuego y nos hemos quemado. No me


arrepiento. Deseo este bebé, pero si quieres decir lo que estás diciendo, si
quieres mantenerme a tu lado y ver crecer a este niño, entonces tenemos
un camino difícil que recorrer por delante.
—No veo cómo —dijo malhumorado. Si ella simplemente iba a su
cama, el camino se facilitaría considerablemente—. Tengo la suficiente
riqueza como para mantenerte con comodidad. No te haré daño. Estoy
haciendo el gran esfuerzo de escucharte porque sé que no soy bueno para
esas cosas. Incluso te he contado lo que nadie salvo mi madre sabe para
que podamos comprendernos mejor. ¿Qué más puedo hacer?
—Puedes creer que soy una sanadora Malcolm y que mi lugar está en
Wystan —le contestó con firmeza, zafándose del abrazo y poniéndose de
pie—. Hasta que comprendas quién soy y reconozcas que Wystan es tan
importante para mí como el Parlamento lo es para ti, nunca podremos ser
felices. Intentaré con todas mis fuerzas mostrarte quién soy, pero hemos
dejado esto para último momento. La niña nacerá en cinco meses, y debe
nacer en Wystan.
—No hay nada en Wystan —refutó él—. La sesión no acabará en
meses, y luego las fiestas navideñas se nos echarán encima y mis
hermanos están aquí. Te aseguro que mi administrador está cuidando del
pueblo. No hay ninguna razón para regresar antes de la primavera.
—Y hasta que me comprendas y creas en mí, tenemos los propósitos
cruzados. Buenas noches, milord. Te veré en la mañana.
Se marchó. Drogo la miró sin poder creerlo. Había desnudado los
secretos de su alma y ella se había marchado. En la noche de bodas.
Se puso de pie de un salto para ir tras ella pero se tropezó con una
regadera oxidada. En un arranque de inusual mal humor, la arrojó lo más
lejos que pudo. Aterrizó en el surtido de ruedas de carruaje contra la reja,
y el repiqueteo y el estrépito no hicieron otra cosa que provocar que los
vecinos abrieran las ventanas y gritaran, y que los perros aullaran en toda
la ciudad.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 22

¡Al diablo! No iba a permitir que se saliera con la suya. Esa era su
noche de bodas. Un esposo tenía derechos.
Con los perros aún aullando en la distancia, Drogo subió las escaleras
estruendosamente. Se retrasó un poco porque tuvo que hacer una parada
para tranquilizar a los sirvientes de que no serían asesinados mientras
dormían por una pandilla salvaje de ladrones arrojadores de regaderas.
Había aprendido a ser firme con los hermanos. No veía la razón por la cual
una esposa debería ser diferente.
Preparado para aporrear la puerta cerrada con llave, casi se cae
cuando esta se abrió de par en par. Se enderezó y clavó la mirada en la
cama, iluminada por la luz de las velas.
Ninian se había quitado el viejo vestido y estaba sentada con un
simple camisón contra los cojines, leyendo el libro que él le había
regalado. Cuando Drogo entró, ella levantó la vista con curiosidad, pero
sin miedo.
Se sintió como un ogro. Él no perdía los estribos, maldición. Nunca
perdía los estribos.
Suspiró y volvió a respirar profundamente antes de enterrar la mano
en el cabello. A diferencia del de sus hermanastros, el cabello de Drogo
era grueso y lacio, en lugar de rizado, y el lazo cayó con facilidad. Debía
verse como un hombre salvaje.
—Es nuestra noche de bodas —le recordó.
—Ya hemos tenido nuestra noche de bodas —le corrigió ella—. Ese es
el problema. Lo hemos hecho al revés.
Ninian observó a su esposo allí de pie, con toda su masculina
confusión, y casi se echa para atrás. La luz del fuego parpadeaba sobre las
tensas planicies de las oscuras facciones, y ella recordó la noche que se
conocieron, cuando creyó que era el diablo. Aún lo pensaba algunas
veces, pero para bien o para mal, era su diablo. Admiraba la manera en
que controlaba el temperamento antes de hablar. También le agradaba la
manera en que un grueso mechón de cabello se liberó para quedar
colgando junto a la oreja, un obvio signo de que le había perturbado la
usual vida ordenada.
Ella se moría por su atención y afecto, y el calor en los ojos de Drogo
casi le atraviesa abrasivamente la resolución. Quería arrojar el libro y abrir
los brazos hacia él.
No podía hacerlo. No se abriría al rechazo de nadie nunca más. Debía
aprender a valerse por sí misma y hacer el trabajo para el cual le dieron
los dones.
—¿Al revés? —repitió él, obviamente desconcertado.
—Tuvimos nuestra noche de bodas primero, y ahora debemos
atravesar el período de noviazgo, donde una pareja aprende a conocerse

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

el uno al otro.
Parecía atónito. El marido lógico y sensato tenía dificultades para
entender la versión intuitiva de ella del problema.
Con su mera presencia, él agitaba espontáneamente respuestas que
hacían que Ninian se arrepintiera de su decisión. Nunca había visto a
Drogo a la luz del día sin la camisa. Quería ver todo de él, a la luz de la
mañana, en la cama, antes y después de hacer el amor. Quería ver su risa.
Acarició a la gata gris sobre la cama junto a ella y observó a Drogo
con frialdad —esperaba que fuera con frialdad—.
—¿Quieres el cortejo? —preguntó él con asombro.
—Hemos tenido la noche de bodas, luego la boda. Parece lógico. —
Sonrió al aprobar su propio razonamiento.
—El cortejo. —Se tambaleó hasta una de las sillas de la chimenea y se
derrumbó allí, clavando su mirada en ella con incredulidad—. Estoy
sentado aquí, en la habitación de mi esposa, mientras ella no lleva puesto
más que un camisón, el cual, dicho sea de paso, deja ver tus hermosos
pechos y la redondez de nuestro hijo con mucha exquisitez, ¿y tú quieres
el cortejo?
Un calor burbujeó en ella al escuchar tales palabras. Ahora que lo
mencionaba, podía sentir los tensos puntos de los pezones rozando contra
el delgado lino, y deseaba ansiosamente que se los tocara como se los
había tocado la noche anterior. Pero el futuro de su hija dependía de que
ella se resistiese a un momento de placer.
—Puedes llamarlo como quieras, pero debes verme como soy antes
de que podamos avanzar. —Levantó la mirada y preguntó con alegría—.
¿Quieres que lea para ti?
Le echó una mirada feroz. Ella apostaba a que él no era un hombre
que tomara a las mujeres contra su propia voluntad. Era una apuesta muy
grande y peligrosa. Podía dominarle sin siquiera intentarlo, porque ella se
había derrumbado con el primer beso.
—Creo, esposa mía, que estás tan loca como creí que estabas la
primera vez que te vi. ¿Deseas enviarme a los brazos de otras mujeres?
Ella le observó con interés.
—¿Has tomado a otras mujeres desde nuestra noche de bodas?
Él arrugó el entrecejo.
—No fue una noche de bodas. Fue un momento de locura —dijo él
rotundamente—. Tomé lo que deseaba, y te deseaba a ti. —Como ella
continuaba mirándole con interés, él se encogió de hombros con
incomodidad—. Eres la única mujer que he deseado desde entonces.
Aunque sospechaba que se trataba de una adulación amable, la
noticia de que no había tomado a ninguna mujer excepto a ella desde que
se conocieron, la excitaba. Irradiaba confianza ahora.
—Pues bien, en pos de la igualdad, si tomaras a otra mujer, yo sería
libre de mirar a otros hombres.
—¿Qué? —Casi sale disparado de la silla cuando rugió esa pregunta,
pero ahorcó los apoyabrazos como si fueran la garganta de ella y volvió a
sentarse—. Entonces, ¿de eso se trataba el voto de igualdad?
—Bueno, no estoy completamente segura, dado que nunca he estado
casada antes, pero suena pertinente.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Le miró con sagacidad, finalmente captándole.


—Estás inventando todo esto a medida que avanzas. Estás enfadada
porque no te llevo de regreso a Wystan y quieres vengarte.
—No, quiero enseñarte una lección —dijo ella con honestidad.
—Si voy ahora allí y te beso, no entablarás una lucha, ¿no es así? —
Con oscuros ojos, le estudió con curiosidad intelectual mientras se le
enfriaba el carácter.
Ella sabía no que era una gran maestra, pero él era un alumno
excelente. Entendió con rapidez. Aun así, no podía ser menos que
honesta.
—No lo sé. Me agradaría pensar que lo intentaría. El futuro de nuestra
hija reside en eso.
Las curvadas cejas de él casi se enderezan cuando las levantó.
—¿El futuro de nuestro bebé reside en que no hagamos el amor?
—En que no tengamos... congreso sexual. —Ella utilizó las palabras
del doctor—. Hacer el amor es algo completamente diferente. No hemos
hecho eso aún.
Ella creyó que las cejas le volarían fuera de la cabeza.
—Supongo que esto es algo de la ridiculez femenina del amor y el
romance. Albergas demasiadas esperanzas si esperas que eso suceda.
Estoy dispuesto a ser paciente y darte tiempo para que te adecues a mi
vida, pero no esperes canciones de amor ni sonetos por mi parte.
La decepción le recorrió el cuerpo, pero sabía que así tenía que ser.
Todo lo que podía esperar ganarse de él era su respeto.
—No, solo quiero que sepas que existo —insistió ella.
—Ah, claro que sé que existes. —Levantó el gran cuerpo de la silla y
se acercó a la cama—. Pero podemos tomarnos un tiempo para
conocernos mejor el uno al otro. Simplemente, no te demores mucho —le
advirtió cuando se detuvo junto a la cama.
No tenía mucho tiempo. Debía aprender lo que pudiese para ayudar a
Wystan y regresar a casa. Pero si quería que ese matrimonio funcionara,
tendría que durar el mayor tiempo posible.
—No soy buena para compartir —admitió cuando él se colocó
suspendido sobre ella. Era tan grande e intimidante y... viril. No rio
tontamente ante la palabra de la tía en ese momento. Solo necesitaba una
mirada rápida hacia el costado, así, para ver que él estaba completamente
excitado y hambriento por ella. Con prontitud, regresó la vista al libro—.
Pero haré lo que pueda para acelerar el proceso.
—No tengo experiencia en cortejos. Preferiría mucho más estar
dentro de ti ahora.
Las llamas lamieron la piel de Ninian ante la rudeza acalorada de la
voz de él.
—Pero estás en tu derecho de pedir lo que se te ha negado —
concedió él con una nefasta curva en los labios—. Dame un informe cada
noche del libro que estás leyendo —sugirió él—, pero no ahora —agregó
rápidamente mientras ella pensaba qué responder—. No creo que sea
capaz de mantener las manos lejos de ti si me quedo aquí esta noche.
Luego, sin advertencia, se inclinó hacia adelante y le besó la frente,
se enderezó y se marchó.

- 157 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

La gatita maulló en protesta por haber sido perturbada. Ninian le


rascó la cabeza con comprensión. No habría manera de que pudiese
dormir ahora. Los pechos le dolían por la atención que él les habría
prestado.

El día siguiente a la boda, Ninian observaba con tristeza, larga y


fijamente, la carta crudamente escrita que había llegado con el correo
matutino. Mary debía haber profanado uno de sus pocos preciados libros
para escribirla; era obvio que estaba escrita en una guarda arrancada.
Para ella, simplemente el hecho de escribir a Londres significaba que el
problema era serio. Los aldeanos pensaban que Londres era otro planeta.
Y ellos creían que Ninian era una bruja. En apariencia, debían creer
que solo una bruja podría resolver sus problemas ahora.
Releyó la carta. Las ovejas habían muerto. La hermana de Mary había
tenido un aborto. El arroyo del castillo se había desbordado en el agua del
pueblo, y la hierba y los árboles a lo largo de la orilla se habían vuelto
marrones. La carta de Mary no lo decía, pero el veneno se debía de haber
desparramado con la comida.
Le agradara o no, el pueblo la quería de regreso en casa. Pero, ¿cómo
podría ella ayudarles? Aún no sabía qué había causado la muerte del
arroyo.
Debía encontrar libros y naturalistas que estuvieran dispuestos a
ayudarla. Necesitaba a Drogo.
Él solo diría que el administrador se estaba encargando del asunto.
Quizás Lydie y Claudia podrían ser sus ojos y sus oídos, ya que ellas
ya estaban allí. Mientras tanto, debía aplicarse a aprender todo lo que
pudiera y a convencer a Drogo de la importancia de su regreso una vez
que supiera qué hacer.

—Tu abogado parece preocupado acerca de los grandes gastos que


has ordenado. ¿Libros, químicos y bombas? —Drogo se arrojó sobre el
sillón de orejas tapizado de un cuerpo junto a la cama de Ninian; luego,
miró hacia abajo para descubrir dónde demonios se había sentado. No
recordaba tener un asiento de su tamaño en el delicado tocador que le
había asignado a Ninian. Esos continuos cambios de mobiliario en su
entorno le mantenían permanentemente fuera de equilibrio, pero ese
sillón en particular le agradaba.
—Cómo gasto mi dinero no es ni de la incumbencia de mi abogado, ni
tuya. Si continúa dirigiéndose a ti, sin duda me buscaré a otro hombre de
negocios.
Otra mujer podría haberse oído enfadada. Ninian simplemente
enunció los hechos. La idea de una mujer controlando su propio dinero le
inquietaba, pero si, sea lo que fuera lo que Ninian estaba haciendo, había
pasado el escrutinio de la duquesa de Mainwaring, él no podía
cuestionarlo.
—Puedo recomendarte otro abogado, si lo prefieres, o tus tías podrían
querer apuntar uno ellas mismas. Este simplemente intenta

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

impresionarme con su diligencia. ¿Cómo vas con la traducción del diario?


No había ido allí para discutir sobre dinero. Tampoco quería admitir
que había entrado en la habitación de Ninian para cortejarla, pero no
podía darle más vueltas al asunto. Había pasado cuatro malditos meses
sin una mujer, luego se permitió una de las experiencias más sensuales de
su vida, y no le agradaba volver a dormir en una cama fría otra vez,
maldición. Simplemente, se tomaría unas pocas noches para estudiar la
situación.
Sabiendo que, en lugar de ser repelido por su menos que
extraordinaria apariencia, la esposa disfrutaba de la misma atracción
pasional por él como él por ella, le daba paciencia.
—La letra en mi diario es más difícil de traducir que el latín en el que
está escrito —se quejó Ninian—. Mis ancestros tenían una inclinación por
los rulos, las curvas y los extraños círculos, y no siempre utilizaban los
mejores plumines.
—Un poco como Sarah.
Ella le arrojó una mirada inquisidora. Luego, pareció reconocer la
broma y sonrió tentativamente. Daba la sensación de que ella tenía tanta
dificultad en entenderle a él como él a ella. Eso le tranquilizó. Estiró las
piernas hacia el fuego e intentó no mirarle muy fijamente a los tentadores
pechos, que empujaban contra el camisón. Se cruzó de brazos sobre el
pecho y se preparó para ser entretenido.
—No conozco mi historia muy bien, pero busqué la fecha en que
comenzaron a escribir el diario y empieza durante el reinado de Cromwell.
—Con gentileza, giró una quebradiza página—. La firma en la página de
inicio es de Ceridwen Malcolm Ives.
—¿Ceridwen? Es gales, ¿no es así?
—Sí, pero hasta hace poco, mi familia siempre había tenido
inclinación por los nombres celtas. Si estuviese más instruida,
posiblemente podría entender las conexiones en nuestros viejos libros y
rastrearlos hacia atrás en la historia, pero solo puedo hacer suposiciones
basadas en la lectura general.
—Debo pensar que a tu familia le agradaría que sus hijas fueran
instruidas formalmente. —Por cierto, no parecía que ningún hombre se los
hubiese prohibido nunca, reflexionó Drogo cínico.
—En Wystan no hay maestros. La casa tiene una biblioteca limitada y
tiene en su mayoría garabatos de hierbas y misceláneas. Somos una
familia que aprende mejor con el ensayo y error. Nadie puede enseñarnos
a lidiar con nuestros talentos.
Ahí comenzaba de nuevo. Drogo apretujó los dedos para refrenarse
de burlarse de su idea de «talento».
—Debes tener muchos libros de jardinería entonces. Tienes buena
mano para las plantas.
Ella entrecerró los ojos e ignoró la observación.
—Al parecer, Ceridwen también tenía talento para las plantas. En
estas primeras páginas, parece muy joven, pero está hablando de colocar
las hierbas de cocina en una maceta durante el invierno.
Drogo arrugó la nariz con desagrado.
—Si eso es todo lo que ella tiene que escribir, no aprenderás mucho

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de ahí. Creí que te había entregado algo más interesante.


—Ella se llama Malcolm Ives, y el Ives fue agregado con una tinta
diferente, como si lo hubiera escrito en una fecha posterior. Creo que será
interesante saber cómo una Malcolm y un Ives llegaron a contraer
matrimonio.
Drogo tenía la incómoda sensación de que sería mucho mejor si ella
no se enteraba de cómo les había ido, pero era demasiado tarde como
para pensar en aquello ahora. No conocía un solo matrimonio feliz en todo
el árbol genealógico, incluido el de Dunstan, por lo que se veía. La miró
con cautela.
—No intentarás comparar de lo que te enteres ahí con nosotros,
¿verdad? Puedo asegurarte que no me parezco en nada a mis ancestros.
Ella cerró el libro y cruzó los brazos prolijamente sobre la manta.
Luego, le quitó la respiración a Drogo al mirarle directo a los ojos. ¿Cómo
había él creído que era una simplona? Ahondó directo en su alma con esa
mirada. Y agitó porciones más bajas que el alma.
—Tus ancestros abandonaron Wystan. ¿En qué sentido eres
diferente? —preguntó ella.
Podría bien haberle golpeado con un trozo de ladrillo antes de
acusarle de abandono de servicio. Cada vez que comenzaba a relajarse en
su compañía, ella le golpeaba en una dirección diferente. Arrugando el
entrecejo, se levantó de la silla.
—Estoy haciendo lo que puedo con ellos. Enviarte allí no ayudará a
nadie.
Mascullando, Drogo salió de la alegre habitación dando un portazo en
dirección a su alcoba, fría y húmeda. ¿Por qué demonios las mujeres
nunca podían dejarle en paz?
¿Y por qué los hombres Ives siempre elegían a las mujeres
imposibles?

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 23

—¿Joseph? ¿Qué estás haciendo aquí? Creí que habías tomado una
habitación en el bar. —Ninian dejó la palita de jardinería a un lado cuando
Joseph se desplomó junto a Sarah en el banco del jardín.
—Sí, lo hice. Tengo la habitación. —Hizo una mueca de dolor—. No fui
hecho para ser abogado.
Con mucho cuidado, Sarah ató semillas de aster en el pañuelo antes
de esparcir los pétalos secos en el suelo.
—Bien, ahí tienes una buena observación —dijo alegremente.
Paul, el hermano más joven de Joseph, salió de un salto del cobertizo
pegado a los establos.
—Podríamos coger esas viejas ruedas de carreta, pasar un poste por
entre los agujeros del eje y hacer una torre que puedas utilizar como
soporte para los rosales.
Se suponía que los hermanos menores de Drogo estarían en el
instituto, pero habían sido expulsados, otra vez. En esa ocasión, fue por
soltar un globo de hidrógeno del campanario e incendiar el techo del
decano en el consecuente aterrizaje. La madre de los muchachos estaba
aún en Escocia, por lo que acabaron con Drogo, como era habitual.
Preocupada por Joseph, Ninian asintió con un movimiento de cabeza
distraído ante la sugerencia de Paul.
—Si tú crees que funcionará... pero debes acabarlo y no dejar cosas
tiradas por ahí —le advirtió. Mientras Paul daba un grito de alegría y
arrastraba una rueda abandonada hacia el cobertizo, ella volvió a dirigirse
a Joseph—. ¿Qué sucedió?
Joseph se encogió de hombros e intentó mostrarse despreocupado.
—Supongo que soy un poco mejor para dibujar rostros que edificios.
—¿Has sido tú? —preguntó Sarah con un grito agudo—. ¿Tú has
echado al buzón de la imprenta esa caricatura del esposo de Claudia?
Ninian podía sentir la confusión rebotando de ida y vuelta entre el
hermano y la hermana, pero no entendía la causa de ello. Esperó una
explicación mientras los hermanos menores trabajaban en sus proyectos
detrás de ella.
—En fin, era un buen dibujo cómico y no quería que se desperdiciara.
Creí que nadie sabría quién lo hizo. No lo firmé ni nada. El bastardo de
Twane creyó que podría demandar a Drogo con nada —dijo con
indignación.
—¿Realmente tenía intenciones de alegar adulterio? —gritó Sarah.
Joseph se rastrilló el cabello con los dedos.
—Drogo tiene dinero y, aparentemente, Twane ha descubierto dónde
se esconde Claudia. Quizás espera que Drogo llegue a un acuerdo solo
para evitar un escándalo.
Eso fue suficiente. Ninian arrojó los guantes al suelo. Si alguien tenía

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intenciones de demandar a Drogo, ella debía saber de qué se trataba.


—¿Qué significa adulterio? —exigió saber.
Los hermanos giraron para observarla, como si acabaran de salir de
un agujero en la tierra. Joseph contestó primero:
—Una demanda por adulterio. Jerga legal amable para decir cornudo.
—Pero Drogo apenas sabe que Claudia existe —interrumpió Sarah
apresuradamente—. El esposo de Claudia la pega, y ella vino a mí...
—Pero cuando Twane descubrió que Drogo le estaba ayudando, vio la
oportunidad de demandar a alguien adinerado. Él no sabía que yo había
sido aprendiz de Drogo para ser su abogado. No debió de verme, y lo
escuché todo. Enderecé la espalda y mi pluma simplemente voló mientras
ellos conversaban. Nunca antes en mi vida dibujé algo tan bueno.
Sarah rio entre dientes.
—He oído que el dibujo era exactamente igual a Twane. Muchacho
travieso.
Ninian tenía poca paciencia para la intrincada red de la sociedad
londinense. Simplemente sabía que Joseph estaba perturbado y aún tenía
que descubrir por qué.
—¿El señor Twane quiere demandar a Drogo por adulterio? ¿Y Joseph
dibujó una caricatura de él? Sigo sin comprenderlo.
Sarah se puso seria.
—Mostraba a Twane dándole azotes a Claudia. Es lo que él hacía,
¿sabes? —Hizo una mueca de dolor y giró hada su hermanastro—. He oído
que has dibujado un globo sobre la cabeza de él que decía: «Y demandaré
a lord I. para sacarle todo lo que tiene por los problemas que me causó».
Drogo estará...
—Más que furioso —Joseph acabó la frase con abatimiento—. Ni
siquiera tendrá que enterarse del dibujo. Twane vio la caricatura, sabía
que solo se lo había contado a una persona, corrió de regreso a donde el
abogado, y me echaron. Ahí acabó mi carrera de aprendiz.
¡Ah! Ahora lo comprendía. Más o menos. De pie, Ninian le dio unos
golpecitos a Joseph en el hombro.
—Debes tener mucho talento para que todos reconozcan la
caricatura. Deberías estar tomando lecciones de dibujo. Hablaré con
Drogo.
—No servirá de nada —contestó Joseph, apesadumbrado—.
Simplemente me ofrecerá la milicia o la vicaría.
—Ya lo veremos. ¿Crees que puedas subirte allí y ayudar a Paul con
esa escalera? Tengo miedo de que se caiga y se rompa la cabeza.
—No has tenido mucha experiencia con los hombres, ¿verdad? —
Sarah se sacudió la falda y se puso de pie—. Hacen lo que quieren y nunca
escuchan lo que decimos.
—¡Qué injusta, Sarah! —gritó David al girar la esquina del cobertizo
cargando un brazado de escombros—. Al menos, estamos trabajando
cuando vosotras no hacéis nada más que sentaros y veros elegantes.
Ninian sonrió ante esa riña familiar. Nunca había tenido un hermano o
hermana con quien pelearse, ¡y pensar que se había preocupado por la
constante escaramuza de esa gente cuando llegó por primera vez! Ahora
que había tenido tiempo de explorar y analizar algunos de los

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

sentimientos detrás de las palabras, reconocía el amor, la protección y la


preocupación combinados con la irritación de la familiaridad. Disfrutaba un
poco de la agradable acogida y quería ser parte de eso. No requería de su
talento para sanar, pero quizás, al ayudar a Joseph, se sentiría útil.
Intentó descartar la queja de Sarah de que los hombres hacían lo que
querían y nunca escuchaban, pero le tocó muy de cerca en el corazón de
su problema. Drogo no la necesitaba. Hacía lo que quería, sin preocuparse
por ella. Quizás ella debería hacer lo mismo.
El bebé en el vientre se agitó, y se sentó apresurada, lo que provocó
que todos en el patio giraran la cabeza hacia ella para mirarla con
preocupación. Maldiciendo por ser tan débil, se escondió en una vaga
sonrisa y apuntó a las margaritas silvestres que luchaban por sobrevivir en
un oscuro rincón.
—Si tuviera una pala, podría desenterrarlas y plantarlas en un lugar
más soleado.
—¡A tu juego te llamaron, David! —gritó Paul, que estaba sentado en
el techo del cobertizo.
—Tengo pensado excavar ruinas romanas, no flores —gruñó David.
Pero echando una mirada a Ninian, el hermanastro militante de Drogo
partió obedientemente en busca de la pala.
—Será mejor que vuelvas adentro —le dijo Sarah a Ninian,
preocupada—. Todo este trabajo no puede ser bueno para ti.
Tampoco lo era el constante encierro entre cuatro paredes, pero
Ninian no lo mencionó. Toda la familia de Drogo la cuidaba con especial
atención y ansiedad, pero lo hacían por el bien de él, ella lo sabía. Sin
importar cuánto protestaran por el comportamiento protector de Drogo,
todos adoraban al hermano mayor y, por el bien del bebé que ella llevaba,
se arrojarían al suelo para que ella caminara sobre sus espaldas si así lo
solicitaba.
Sin embargo, no era porque le quisieran o le amaran, o ni siquiera le
necesitaran. Todo era por Drogo. Se negó a rendirse a la autocompasión,
lo reprimió y mostró su mejor sonrisa.
—Solo me quedaré aquí sentada durante un rato y le diré a todo el
mundo qué hacer.
—¿No se supone que debías asistir a esa conferencia con Ewen? —
preguntó Sarah—. Los muchachos no necesitan que les supervises.
Tendrán el jardín limpio cuando regreses a casa.
Superflua. Era superflua.
Ignorando la punzada de dolor por tal rechazo a sus habilidades,
Ninian optó por ver el lado bueno de la situación. Nunca antes había sido
receptora de tanta preocupación en la vida. Que la consideraran frágil e
indefensa era un poco molesto, pero ser el centro de atención tenía
méritos ocasionales. Su familia siempre había dado por sentada su
independencia. Los aldeanos consideraban que las Malcolm estaban tan
por encima de ellos que no veían razón para preocuparse por ella. Sin
embargo, la familia de Drogo la trataba como una porcelana extraña y
preciosa que se podría romper en mil pedazos si daban un paso con
mucha fuerza. Ver a todos esos hombres grandes caminar a su alrededor
de puntillas era, al menos, entretenido.

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Se puso de pie del banco frío de piedra para mostrarle a David dónde
quería las margaritas.
—Haz un hueco profundo en la tierra para ablandarla. Le pediré al
cocinero cáscaras de huevo y sobras para plantar. En verdad, necesitamos
un buen cubo o hueco para arrojar las sobras de la cocina en el jardín.
Para cuando llegue la primavera, será un suelo adorable.
David le miró como si ella estuviera demente; en cambio, Paul, el
menor, de hecho asintió con un movimiento de cabeza mientras se
deslizaba hacia el suelo en busca de otra rueda.
—He leído que la tierra puede mejorarse con más que abono.
Capability Brown1 dice...
—Capability Brown es un viejo granjero bobo —declaró Joseph—. Vi lo
que ha diseñado para Wakefield Lodge. Quiere arrancar árboles en
perfecto estado solo para plantarlos en otro sitio. Es estúpido, si me lo
preguntas.
—Nadie te lo ha preguntado.
Ninian les dejó discutiendo. De acuerdo con lo mencionado en el
diario de Ceridwen, todos los hombres Ives eran propensos a ser
luchadores, ingeniosos y escandalosamente arrogantes. Nada había
cambiado en los últimos cien años.
Se sujetó la falda en alto y se apresuró a volver a la casa. Drogo había
pasado las tres últimas semanas cortejándola con cautela, no con bailes ni
veladas, sino con clases y viajes a museos, cuando los otros asuntos
apremiantes le dejaban tiempo libre. A ella le agradaban mucho los libros,
e intentaba con mucho ahínco aprender acerca de los métodos naturistas
para poder estudiar el arroyo, pero prefería mucho más estar escarbando
la tierra. Aun así, había sido la que sugirió esa lección en particular.
Deseaba que Drogo la llevase para poder hablar con él acerca de Joseph,
pero había dicho que tenía otros compromisos.
Ninian deslizó la mano a lo largo de la madera recién lustrada del
pasamanos y admiró el nuevo tapete de la escalera cuando se apresuró
hacia la habitación. Bajo la supervisión de Sarah, el desordenado hogar
masculino de Drogo estaba obteniendo un renovado aspecto. Al haber
vivido durante la mayor parte de su vida en una casa de campo
deprimente y con corrientes de aire, Ninian solo sabía cómo mantener la
cocina limpia y las camas hechas. Podía notar la desorganización en la
casa de Drogo, pero nunca habría sabido qué hacer al respecto sin la
ayuda de Sarah.
Rápidamente, Ninian se lavó las manos y se cambió el vestido de lana
por uno más a la moda, de seda. Dejó que la recientemente asignada
sirvienta le recogiera el cabello y lo sujetara debajo del sombrero.
Corrió escaleras abajo, y casi se tropieza y cae al ver a Drogo de pie
con Ewen en el salón del frente. Solo bastaba que mencionase un capricho
para que uno de los hermanos de Drogo se pusiera a su disposición.
Quizás, tal vez, debería haberle mencionado a Drogo que Ewen se había
ofrecido voluntariamente en esa ocasión. Ewen acababa de regresar del

1
Capability Brown (1715-1783), paisajista británico que glosó y popularizó las
pautas del jardín inglés. Él sostenía que los lugares tienen poderes (capabilities en inglés)
que pueden manifestarse, y por ello adquirió tal apodo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

norte, y ella estaba ansiosa de preguntarle por la situación allí.


Con sentimiento de culpa, miró a uno y otro hermano. Drogo se veía
más impasible que nunca. El apuesto Ewen sonrió e hizo una reverencia
cuando ella se personó. El legítimo hermano menor de Drogo contaba con
toda la alegría de la que carecía su marido.
Pero era el respeto de Drogo lo que ella deseaba. Se obligó a volver a
mirarle y con cuidado, descendió los escalones finales.
—Tengo solo dos entradas para la conferencia de hoy, milady —dijo
Ewen con alegría, sacudiendo los pases entre ellos—. Y aunque mucho me
agradaría escuchar al profesor de naturismo en el Estudio de Nuestras
Aguas, creo que el Viejo Rostro de Acero tiene derecho a reclamar tu
compañía primero.
Ninian deseaba saber cómo reaccionar ante tanta atención
masculina. Estaba acostumbrada a esconderse detrás de una risa tonta y
seguir su camino. Aquí, no tenía necesidad de disimular. Los hombres Ives
no le temían, como lo hacían los aldeanos. No tenían ni una pizca de
superstición en el cuerpo. Al contrario, en verdad, la creían indefensa e
incapaz de causar el mínimo daño.
Al no recibir reacción de Drogo, mostró los hoyuelos con una sonrisa e
hizo una reverencia en beneficio de Ewen.
—Dios no permita que me interponga en el camino del desarrollo de
dos eminentes naturalistas como vosotros. —Se mofó de la excesiva
consideración que los hombres tenían para con ella, aunque no estaba del
todo segura de que le hubieran entendido la broma.
Drogo le arrebató al hermano los pases de la mano.
—Ewen no sabe el significado de la honestidad. Preferiría mirar la
hierba crecer en lugar de asistir a una conferencia. Ven conmigo. El
carruaje nos espera.
Ninian le lanzó a Ewen una mirada acusatoria.
—Has arrastrado a Drogo aquí a propósito.
Levantó las manos con un gesto de impotencia y sonrió de manera
deslumbrante. De todos los hermanos, Ewen era el que mejor utilizaba sus
encantos.
—De otro modo, Drogo no habría dejado los libros y los gráficos. Uno
no puede decir que utiliza el título solo para ganarse la aceptación de la
sociedad.
—Eso es porque no necesito a la sociedad. —Con un gesto brusco,
Drogo colocó la mano de Ninian en el hueco del brazo y la llevó a la puerta
casi a rastras.
—Puede que tú no —protestó Ninian—, ¿pero quizás tu familia sí?
Ewen se vio sorprendido de que ella hubiera comprendido la verdad
detrás de la chanza. Drogo apenas mostró un tic nefasto en la comisura de
los labios.
—Si la sociedad es tan tonta como para culparnos por los pecados de
nuestros padres, entonces, no me sirve de nada.
En un instante, vio una docena de cosas con claridad, y Ninian dio un
grito ahogado al intentar comprender todas al mismo tiempo. Drogo no se
lo dio. Abrió la puerta de súbito y por poco la carga dentro del carruaje.
Siendo inocente en cuanto a los manejos de la sociedad, no se había

- 165 -
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dado cuenta de cuánto debían haber destruido para siempre la reputación


de la familia entera las malas yuntas del anterior conde. Incluso los
hermanos legítimos de Drogo debían sentir el daño. Con razón el pobre de
Joseph estaba agobiado. Como conde, Drogo podía darse el lujo de ignorar
el rechazo de sus pares. Como los hijos menores sin un centavo, los
hermanos no podían hacer tal cosa. Ella comprendía el rechazo demasiado
bien.
—No me agrada Londres —declaró Ninian cuando Drogo subió junto a
ella.
—Ya me lo habías dicho. —Tomó asiento frente a ella, le dio un golpe
al cochero para que echara a andar, se cruzó de brazos y procedió a
ignorarla de la misma manera que ignoraba a la sociedad. Un hombre
contra el mundo.
—La sociedad no me sirve en lo más mínimo —repitió el comentario.
—Estoy de acuerdo.
Tenía deseos de darle de patadas en la canilla, pero se magullaría el
dedo del pie. En realidad necesitaba tener los zuecos de campo de
regreso.
—Quiero decir que nunca he aprendido los manejos de la sociedad.
Mis tías me ofrecieron darme acogida aquí, pero elegí deliberadamente
vivir en Wystan.
Creyó que con eso captaría su atención, pero no hizo más que
enarcar una absurda y rizada ceja. Inspiró profundo para calmar la ira,
pero se estremeció cuando el bebé le dio una patada.
Instantáneamente, él se sentó junto a ella y la rodeó con un brazo
protector sobre los hombros. Quería enterrarse en la fuerza y el confort
del abrazo con las mismas ganas que tenía de darle un codazo y decirle
que le dejara en paz. El gran tonto no tenía ni una pizca de comprensión
en el cuerpo, pero ella estaba comenzando a amar la extraordinaria
combinación de ternura y deseo que le ofrecía.
—Le diré al cochero que dé la vuelta. Deberías estar en la cama,
descansando.
—Debería estar en Wystan, plantando mis hierbas en macetas para el
invierno —dijo ella de manera cortante cuando recuperó el aliento—. Me
encuentro bien. El aire de ciudad no me sienta bien. —Se enderezó y se
movió lo más lejos de él que el angosto asiento le permitía. El deseo que
sentía por sus caricias no había disminuido con el tiempo, y pronto estaría
tirándole de los lazos de la camisa si no se alejaba.
Apoyando los pies sobre el asiento opuesto; Drogo permaneció
plantado donde estaba.
—Iremos a Ives por Navidad, y podrás oler las vacas de Dunstan todo
lo que desees.
Ninian parpadeó para contener las lágrimas y miró por la ventanilla. A
pesar de toda la preocupación que demostraba, él rechazaba sus talentos
y necesidades como lo había hecho su padre. Si no lograba hacerle
entender...
¿Qué haría? Tenía dones destinados a beneficiar a la gente a su
alrededor. Si las personas más cercanas y más queridas no la querían o no
la necesitaban, ¿cuál era su propósito?

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Mis tías pueden encargarse de que tus hermanos sean aceptados.


—Quizás si le ofrecía ayuda a la familia, él aprendería a apreciarla, aunque
eso no requería de los dones.
—No soy un hombre pobre. Soy perfectamente capaz de mantener a
mis hermanos hasta que puedan hacerlo por ellos mismos. No necesitan el
ocio de la sociedad, bebiendo y apostando.
—¿Ni contraer matrimonio con la mujer correcta? —preguntó bajito.
—Están mejor si se mantienen por sus propios medios que si
dependen de las mujeres.
Ninian se mordió la lengua. Supuso que, si Drogo pudiera haber
engendrado un hijo solo, entonces ella no necesitaría existir en absoluto.
Ella deseaba el bebé. Simplemente no se había dado cuenta de que él le
reducía al nivel de las máquinas que tan entretenidos mantenían a sus
hermanos.
—¿Entonces Joseph debe convertirse en abogado cuando él prefiere
aprender arquitectura? ¿Y Davy convertirse en soldado cuando prefiere
excavar las ruinas romanas? —preguntó ella, de plano.
Él apoyó los amplios hombros sobre el rincón y clavó la mirada en
ella.
—Son lujos para los ricos haraganes. Ellos necesitan mantenerse. Ya
es bastante malo que Ewen crea que puede hacer una fortuna al
aprovechar la energía del vapor sin que los otros le sigan los pasos. ¿O
preferirías tenerle a tu alrededor como tu mascota personal? Ya vive de su
aspecto ahora. Estoy seguro de que tu riqueza le mantendría entretenido
bastante tiempo.
Ninian nunca había tenido un momento de violencia en toda la vida
hasta que hubo conocido a ese hombre. En ese momento sentía deseos de
golpearle con fuerza. En cambio, mostró la única defensa de protección
que conocía. Sonrió como una estúpida oveja y batió las pestañas.
—Qué agradable de tu parte que pienses que soy tan lastimosa que
debo comprar admiración, que Ewen puede ser comprado y que tú serías
un buen cornudo. Tus opiniones son muy tranquilizadoras.
Ella no podía leer las auras como la prima Christina. Ni siquiera podía
sentir las emociones enroscándose en el hueco vacío del alma del marido.
Pero creyó ver que él se había vuelto de color púrpura al escuchar esas
palabras.
—No sería la primera vez que me hicieron cornudo —declaró
finalmente, sin una pizca de entonación.
—¿La dama con la que ibas a contraer matrimonio el año pasado? —
preguntó ella, intentando comprender. Cuando entrecerró los ojos, ella se
apresuró a agregar—: Sarah me contó que decoraste el cuarto del bebé
para ella.
La expresión del rostro de Drogo permaneció fría e indescifrable.
—Nunca he practicado el celibato —agachó la cabeza con intención
en dirección a ella—, hasta ahora.
Ninian no le permitiría depositar esa culpa en ella. Debía estar
sufriendo. Ningún hombre podía permanecer estoico al proponerle
matrimonio a una mujer solo para descubrir que estaba embarazada del
bebé de otro hombre.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¿Por qué te diría que el bebé era tuyo cuando no lo era? ¿Por qué
no acudió al verdadero padre de la criatura?
Se cruzó de brazos y clavó la mirada sobre la cabeza de ella.
—Porque tengo un título y soy adinerado, y el padre del bebé no lo
era. No tiene importancia.
No necesitó su don para leer el dolor de Drogo. Había querido a esa
criatura. En cambio, le habían traicionado. Con un suspiro, toda la ira
manó fuera de ella.
—Soy sanadora con el don para la empatía, milord —dijo tan
rotundamente como él—. Algunos me llaman bruja. Pero nunca se me ha
acusado de leer las mentes. Si me acusas de ser similar a una criatura tan
malvada, entonces por favor, dilo con palabras de manera que pueda
contestarte del mismo modo.
—No estoy acusando a nadie de nada.
—Puedo leer las emociones de todos, menos las de mi esposo —
masculló, disgustada.
—¿Por qué no las mías? —preguntó con curiosidad.
Al parecer, toda la ira en él se había esfumado en cuanto la hubo
expresado. Asombrada, negó con un movimiento de cabeza.
—¿Porque no tienes ninguna? —sugirió ella.
—Entonces, la lujuria no debe de ser una emoción.
Antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar ante la acalorada
mirada en los ojos de Drogo, el carruaje se detuvo frente a la sala de
conferencias.
Ninian suspiró, aliviada. Estar atrapada en un carruaje con Drogo era
lo mismo que estar atrapada en una caldera sin escape. No creía que
pudiera rechazarle por mucho tiempo más. Igualaba su calor y se moría
por sus caricias, una innoble admisión para una bruja independiente, la
cual debería dejarle si él no comprendía.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 24

Sin saber que esa sala de conferencias en particular estaba ubicada


en el concurrido Covent Garden, Ninian fue sorprendida por la explosión
de alegrías e iras humanas que la aplastaron tan pronto como Drogo dejó
el carruaje. De algún modo, la impavidez de su marido había anulado la
fuerza de tales sentimientos hasta ese instante.
Se concentró en lo bueno y no en lo malo, como le había enseñado su
abuela, y tomó la mano de Drogo para bajar. El contacto con él tenía un
curioso efecto tranquilizador, y ella se aferró a eso mientras observaba
con interés la calle repleta de gente.
Caballeros con largas y coloridas chaquetas, sombreros con adornos y
llevando vainas impresionantes coronadas con espadas de plata,
congregados en la puerta del teatro, susurraban conversaciones. Varios de
ellos levantaron la vista con interés al verles llegar.
Más a lo lejos en la calle, unos hombres con chaquetones de color
apagado y cargando pesados libros hablaban pasionalmente frente a la
sala de conferencias. Ninian reconoció a varios de ellos de haberles visto
en conferencias anteriores. Al ser hombres letrados y estudiosos de la
naturaleza, discutían acerca de cualquier tópico, desde filosofía hasta
política, e incluso a menudo, escribían y publicaban sus opiniones o
diatribas contra las opiniones que no estaban de acuerdo con las propias.
Entre esos grupos, damas elegantes con altísimas pelucas y
sombreros se apresuraban por la calle de adoquines, seguidas por
sirvientas y lacayos cargados con montones de compras. Balanceando las
canastas, las muchachas que vendían naranjas se apresuraban para elegir
la mejor fila en el teatro, las floristas pregonaban los ramilletes, y la
miríada callejera de golfillos, mendigos y ladrones empujaban y
avanzaban a codazos entre ellos. Ninian se concentró en formar una bola
con todas las bullentes emociones en una sólida maraña que pudiera
esconder en un rincón de la mente y así, ignorarla. Había mejorado la
técnica a lo largo de los años y podía maniobrarla bastante bien; a menos
que algo amenazador saltara sobre ella. Tal y como sucedió en ese
momento.
Gritando por el impacto, Ninian enterró los dedos en el chaquetón de
Drogo y giró sobre sus talones para localizar la malevolencia dirigida hacia
ellos. Esperando a medias encontrarse con el misterioso Ives de la boda,
se replegó contra la forma incondicional de Drogo al ver a un hombre de
facciones duras que detenía un elegante faetón importado entre el fluir
del tránsito. Los demás cocheros lanzaron maldiciones, los caballos
relincharon y los peatones corrieron en busca de refugio mientras el
hombre sacudía el látigo y bajaba de un salto, gritando, del asiento.
El caballo, ya turbado por el dolor, hacía peligrosas cabriolas ahora
que las riendas caían laxas. Encerrado por un carromato de caña por

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

delante y una sarta de palanquines por detrás, el caballo no podía hacer


nada más que encabritarse y anunciar su miedo con bombos y platillos. El
dueño ignoró el escándalo al sacudir el látigo y apresurarse por entre la
muchedumbre hacia Drogo y Ninian.
—¡Twane! —Soltando una maldición, Drogo empujó a Ninian hacia el
carruaje—. Adentro, rápido.
Ella no podía hacerlo. Si le dejaba ir, se desmayaría por la fuerza del
odio y la furia que bullían a su alrededor. Él era su único refugio. Como ella
era el suyo.
Drogo podía protegerla de las armas emocionales que arrojaba
Twane, y ella podía proteger a Drogo físicamente. Ni siquiera un loco
golpearía a una mujer obviamente embarazada frente a la calle llena de
testigos.
Desplegando su mejor sonrisita estúpida, aún aferrada al chaquetón
de Drogo, dio un paso delante del esposo y sonrió al hombre iracundo que
enroscaba el arma.
Drogo bramó, la cogió de la cintura y prácticamente la arrojó hacia el
carruaje. La acción de Ninian le arruinó la coordinación, Twane dudó con el
látigo en alto y azotó con él un segundo demasiado tarde.
El latigazo golpeó lateralmente sobre el hombro de Drogo, rasgándole
el chaquetón; luego, de contragolpe, le dio a un curioso que se había
aventurado a acercarse demasiado. Aflojado por el azote y atrapado en el
viento, el adornado sombrero del hombre salió volando hacia la calle,
asustando al ya ansioso caballo de Twane.
El animal retrocedió, encabritado. Sin poder ver más allá del carruaje,
Ninian solo sintió el terror del niño, pero comprendió enseguida.
—¡El pequeñuelo! —Se liberó del agarre de Drogo y actuó por pura
fuerza de voluntad, empujando a la multitud que se acercaba al tiempo
que el caballo batía sus poderosas patas.
Con la mano extendida, Ninian llegó a través del gentío y tomó el
chaquetón del niño asustado. Le atrajo a rastras hacia sí a la vez que las
flagelantes pezuñas del caballo se zafaron de la parte trasera de la carreta
y los barriles rodaron y se estrellaron contra la calle, donde el niño había
estado de pie.
La muchedumbre se agolpó alrededor de ella al tiempo que una
mujer gritó y los hombres bramaron. El caballo relinchó de miedo a pocos
centímetros de sus narices y Ninian tomó al niño en un abrazo protector.
Con calma, Drogo apareció a través de la masa humana para asir las
riendas del animal.
Ninian suspiró, aliviada, y abrazó al muchachito mientras la multitud
se movía en oleadas, todos hablando y gesticulando a la vez.
La intensidad de la ira de Twane flaqueó, pero ella había perdido la
concentración y una descarga de otras pasiones saltaron sobre Ninian. El
sentimiento de gratitud de la madre sollozante del niño la inundó. La
curiosidad y la furia manaban de los transeúntes que habían visto todo o
parte de la escena. Ninian sentía que la cabeza le daba vueltas y tenía
deseos de llorar junto al niño. Bamboleándose, dejó al muchachito libre
para que fuera a los brazos abiertos de su madre.
Drogo la atrapó antes de caer.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¡No he acabado con usted todavía, Ives! —gritó Twane cuando


Drogo la levantó en brazos y la llevó a través del camino creado por los
transeúntes—. ¡Me las pagará!
Debilitada y vulnerable por el ataque emocional, por primera vez
desde que tenía uso de razón, Ninian salió de sí misma en lugar de
enroscarse dentro del cuerpo para protegerse. Con un instinto que no
sabía que poseía, tomó la ira de Twane y se envolvió con ella para que le
diera fuerzas. Empujando el hombro de Drogo, le obligó a detenerse.
—Bájame, Drogo. Bájame ahora mismo.
Él la miró como si estuviera loca. Luego, retomó el camino hacia el
carruaje.
—Si no me bajas, gritaré en verdad muy fuerte —le advirtió.
—Bien, si eso es lo que quieres —dijo entre dientes—. Provoca otro
disturbio, ¿por qué no? La multitud no tendrá que pagar por
entretenimiento teatral.
—Bájela, Ives —una grata voz familiar se inmiscuyó con tono de
amonestación—. Ninian no comenzó esta guerra. Usted lo hizo. Ella debe
reaccionar como mejor le parezca ante las circunstancias.
—¡Tía Stella! —gritó Ninian con alivio al tiempo que Drogo fulminó
con la mirada a la enorme mujer que les observaba desde arriba como un
barco con las velas desplegadas en altamar.
—Ella es mi esposa y haré lo que crea mejor para ella —contestó
fríamente, desafiando a la condesa como no lo había hecho otro hombre
antes que él, exceptuando, quizás, al conde.
Stella se enderezó indignada; la papada le temblaba de furia.
—Ninian es una Malcolm, señor. Sabe lo que es mejor para ella mucho
más de lo que cualquier Ives podría saberlo.
—Debo bajarme. Ese hombre está completamente loco... —Ninian se
contorneó en los brazos del marido. La furia aún manaba a sus espaldas, y
tenía que proteger a Drogo, protegerse a sí misma, y aventar la ira de
regreso a donde pertenecía. Tenía que hacerlo. No lo había hecho nunca
antes, pero debía hacerlo. La abuela le había dicho que podía hacer
cualquier cosa.
La mujer que cargaba al pequeñuelo se separó de la multitud.
—¡Milady, milady! Debo agradeceros. No sabéis...
Con exasperación, Drogo colocó a Ninian en el suelo pero dejó el
brazo firme alrededor de los hombros, protegiéndola más de lo que sabía
o entendía.
—¡Le salvó la vida a Tommy! No sé cómo lo habéis hecho. Siempre se
me escapa y no sé cómo supisteis dónde estaba él, pero le habéis salvado
la vida. ¡Dios os bendiga!
—Un maldito milagro, sí señor —murmuró alguien—. Nunca vi nada
igual.
—No podría haberle visto, siendo él tan pequeño y todo.
—Pasó empujando junto a mí, así lo hizo ella, y yo estaba justo allí y
no lo vi.
—Claro, fue un milagro.
Stella no dignificó los comentarios de la muchedumbre prestándoles
atención; en cambio, rodeó a Ninian en un abrazo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Has hecho bien, niña, pero debes enseñarle a este zoquete a no...
—O brujería —bramó una voz cruel desde el fondo de la multitud—.
¿No os habéis enterado? ¡Ives ha contraído matrimonio con una bruja!
Eso fue la gota que colmó el vaso. No volverían a llamarla «bruja» de
esa manera peyorativa. Se soltó del abrazo de la tía y del brazo de Drogo
que no le permitía moverse y le arrebató el estoque de la vaina. Lo blandió
frente a ella y avanzó por la multitud. Preparados para ver el espectáculo,
los espectadores se movieron para dejarle paso.
Esquivó a Drogo cuando intentó atraparla y, amablemente, la
multitud se cerró tras ella cortándole el paso al marido, mientras miraban
para ver lo que sucedería a continuación.
Colocándose frente a frente con el hombre de rostro largo y angosto
que había blandido el látigo con tanta crueldad, Ninian sonrió,
sorprendiéndole.
—Por lo que le hizo a su esposa, lord Twane, le condeno al infierno —
dijo ella con calma—. Por lo que podría haberle hecho al pequeñuelo por
su falta de atención, simplemente solicito los botones de su chaquetón.
Perplejo por la mirada de furia escondida bajo la maléfica sonrisa,
Twane no reaccionó suficientemente rápido. Atrayendo la ira que él
proyectaba y utilizándola para blandir la espada con una habilidad que no
sabía que poseía, Ninian despojó el chaquetón con trenzas doradas de
Twane de los costosos botones con un corte limpio, descubriendo un largo
chaleco decorado con una doble hilera de más dorado. Mostrando una
sonrisa verdaderamente malvada, volvió a cortar, esparciendo los botones
por el empedrado y directamente a las manos de los mugrientos golfillos
que luchaban, reñían y perseguían los discos brillantes entre el polvo de la
calle.
—Las brujas lanzan maldiciones, milord —dijo ella como si estuviera
conversando cuando Drogo finalmente llegó a ella y le cogió de la muñeca
para quitarle el estoque—. Pero usted ya es desventurado. Preveo una
muerte miserable y solitaria para gente como usted.
El creciente miedo de Twane cortó la energía de furia que ella estaba
utilizando para alimentarse.
Drogo llegó en el preciso instante en que a Ninian se le ponían los
ojos en blanco. La tomó de la cintura y la cogió antes de que cayera. Una
mujer gritó y los hombres murmuraron a su alrededor, pero él focalizó
toda su atención en el problema que estaba, literalmente, cayéndole en
los brazos. Abrazando a su estúpida y embarazada esposa contra el pecho
y sosteniendo el estoque como protección frente a ella, fulminó a Twane
con la mirada.
—Te sugiero una larga estancia en París, Twane. Tengo entendido que
ya has entrado en conflicto con uno de mis hermanos. El resto de ellos te
atormentará con agrado cada segundo de tu vida, sin importar cuánto les
recomiende no hacerlo.
Creyó que lo había dicho con tanta calma como lo había hecho Ninian,
pero Twane palideció aún más. La amenaza de desatar el nido de avispas
de los hermanos de Drogo debía aterrorizar a los hombres más valerosos;
sin embargo, Drogo no creía que Twane tuviese la imaginación como para
comprender el peligro en el que se encontraba. Quizás era algo en su

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

propio rostro lo que le provocó a Twane echarse hacia atrás, buscando una
vía de escape. Drogo se sentía ciertamente capaz de asesinar.
Stella llegó junto a él a grandes pasos, dinámica, y sacudió el quitasol
debajo de la nariz de Twane.
—Si te atreves a mostrar tu rostro en esta ciudad otra vez, ¡te lo haré
quitar personalmente!
Si Twane entendió precisamente quién era Stella o no, no importaba.
Atacado por demonios enloquecidos, tomó el único camino sensato y
corrió a su faetón en busca de seguridad.
Los golfillos le siguieron detrás haciendo burlas mientras intentaba
virar el carruaje y quitarlo del enredo de tráfico. Sin importarle lo que le
sucedía al bastardo, Drogo regresó torpemente el estoque a su lugar
mientras sostenía a la aún inconsciente esposa.
—La pasión la venció otra vez —comentó Stella, prosaica, sin
mostrarse preocupada en lo más mínimo—. Solía hacerlo de niña. Llévela
de regreso a Wystan, Ives. Quizás sea capaz de lidiar con Londres cuando
esté más fuerte, pero el bebé la deja vacía.
Sin explicar más a fondo esa loca afirmación, Stella se marchó por la
calle como si nada hubiera sucedido. Un lacayo y una sirvienta corrieron
tras ella, y la impresionada multitud le permitió pasar, hasta que Stella
desapareció entre la muchedumbre como si nunca hubiera estado allí en
absoluto.
Sin saber si correr detrás de la tía de Ninian con más preguntas o
apartar a su esposa de la entrometida muchedumbre, Drogo dio por
descartada una opción e intentó la otra. Solo deseaba ver a Ninian a salvo
y asegurarse de que ella y el bebé no hubieran sufrido daños por el
desmedido comportamiento de la madre. El corazón le latía de manera
irregular al no obtener respuesta de ella.
—¡Fuera del camino de la señora! —gritaron un par de golfillos con
botones dorados en las manos y abriendo un camino hacia el carruaje—.
¡Haced lugar para la señora!
—Quizás podríamos utilizar unas brujas más para limpiar las calles de
desdichados como Twane —murmuró alguien por detrás de Drogo.
—¿Cómo lo hizo para ver a ese niño? —preguntó otro—. Ni siquiera
estaba cerca.
—Esa es la señora Ives —Drogo escuchó a uno de sus colegas
eruditos informarle a otro—. Una muchachita dulce. Igualmente rara, sin
embargo. Me preguntó una vez si sabía qué es lo que vuelve ácida al
agua.
Suspirando, Drogo ubicó a Ninian en el asiento del carruaje a la vez
que ella comenzaba a agitarse. A él podría no agradarle llamar la
atención, pero lo quisiera o no cualquiera de ellos dos, él bien lo había
hecho al contraer matrimonio con Ninian. Tendría que aprender a vivir con
las consecuencias.
Podía vivir con las consecuencias. Simplemente no estaba seguro de
si podría repetir la pesadilla de Ninian sufriendo un colapso frente a sus
ojos. No creía que el corazón volviera a latirle como correspondía otra vez.
La puso sobre su regazo mientras ella batía las pestañas, e ignorando
todas las ofertas de ayuda, ordenó que cerraran las puertas. No creía que

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ninian apreciara tener audiencia.


—Verás a un doctor —Drogo le informó cuando ella volvió en sí—. No
debe ser bueno para ti sufrir un colapso de ese modo. —O comportarse de
esa manera, pero él no creía que lo mencionara. Las mujeres no atacaban
a los hombres con espadas. Si ella hubiera estado enfadada, lo podría
haber comprendido, pero parecía estar en perfecta calma.
—Claro que no. No tengo nada malo. —Ninian se veía frágil y pálida y
enderezó los hombros con rebeldía. Los esfuerzos de la criada por
controlar los dorados tirabuzones se habían desperdiciado en la refriega y
ahora se curvaban tumultuosamente sobre los hombros.
Ella se contorneó y se zafó del agarre, pero Drogo se las ingenió para
enredar un rizo alrededor del dedo.
—No te has visto a ti misma al desmayarte. Fue una imagen de lo
más desalentadora, y no tengo deseos de repetirla.
Ninian se encogió de hombros y miró por la ventana mientras el
carruaje avanzaba a empujones en la concurrida calle.
—Solía hacerlo bastante a menudo, antes de ir a Wystan. He
aprendido a manejarlo mejor desde entonces, pero me alteré de más. No
fue nada. En Londres vive demasiada gente.
Él podía atribuirle esas palabras a la histeria de la mujer y olvidarse
del asunto. Las embarazadas eran propensas a los desmayos. Todo el
mundo lo sabía. Y ella se había alterado, definitivamente. No tenía ni idea
de que poseyera tal temperamento, si eso era lo que había sido. Ahora
que se había recuperado del susto, se sentía en cierta medida orgulloso de
la habilidad de Ninian para blandir un estoque. Debería preguntarle sobre
ello, en vez de sobre el hecho de que demasiada gente viviese en Londres.
Pero la duquesa había dicho algo muy parecido, y lentamente iba cayendo
en la cuenta de que Ninian a menudo decía cosas sin explicar su
importancia. Quizás, para ella, no eran importantes. Eran lo mismo que
decir que la hierba es verde y el cielo azul.
Sin embargo, en su fascinación por su apabullante esposa, todo lo
que ella decía de repente adquiría sentido. La alternativa era desestimarla
por estar confundida, y él había notado en muchas ocasiones que Ninian
sabía exactamente lo que estaba haciendo.
—¿Estás diciendo que tu desmayo fue causado por la gran cantidad
de gente, y no por el bebé?
Ella giró la cabeza de repente y enarcó sus adorables cejas hacia él.
—Por supuesto.
—Comprendo que algunas personas se angustian por olores fuertes,
que no pueden tolerar la abundancia de perfumes y hedores de la calle y
cosas por el estilo. ¿Podría esa ser la causa?
Ella puso los ojos en blanco y volvió a mirar por la ventana. —El hedor
no es el problema. La gente lo es.
—Hay gente en Wystan. —Perplejo, Drogo buscaba encontrarle la
lógica.
Ella suspiró y apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento.
—No tengo explicación. Estoy acostumbrada a la gente de Wystan. No
son extraños, y allí hay muchos menos que aquí en Londres; por lo que
supongo que puedo protegerme contra ellos con mayor facilidad. Aquí,

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estoy apaleada por demasiados desconocidos a la vez. Estoy


acostumbrándome a protegerme, creo, y por alguna razón, tú actúas
como escudo también, pero no siempre puedo detener la fuerza de las
emociones fuertes. No comprendo más que tú lo que acaba de suceder.
Solo sé que volví la ira de Twane contra él mismo, pero me vació.
Bien, todo eso estaba cruzando un poco el límite entre la filosofía
natural y lo sobrenatural. Drogo hizo una mueca con la boca y archivó la
información para consultas futuras. Necesitaría más evidencias antes de
llegar a alguna conclusión.
—¿Y el niño? —inquirió, deseando aprender a callarse y no preguntar.
Una sonrisa tonta se dibujó en la comisura de los labios de Ninian.
—Esta es la primera vez que puedo pensar que he encontrado, en
efecto, un uso para mi don. Sentí el miedo de él y supe exactamente
dónde encontrarle. ¿No es sorprendente?
Sorprendente no era ni la mitad de ello.
Ella estaba sentada allí, intentando convencerle de que no era una
lunática para que la enviara a casa, y todo lo que él quería hacer era
sostenerla entre sus brazos una vez más y besarla hasta que le rogara por
más.
La pregunta de cuál de los dos estaba cuerdo seguía sin ser
respondida.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 25

Octubre.

«Cortejarla», reflexionó Drogo, sentado en el escritorio vacío,


deseando estar en cualquier lugar menos en ese. Ninian quería que él la
cortejara. Había intentado todo lo que sabía, pero no estaba más cerca de
su cama que antes.
¿Qué más podía hacer? No se movía mucho en la sociedad. La clase
de familias que aceptarían a la duquesa de Mainwaring y a su sobrina no
admitirían la existencia de una destartalada familia como la de él. Su
padre y su abuelo —e innombrables ancestros Ives que databan de los
anales del tiempo— habían sellado las palabras canalla, libertino y
sinvergüenza en el escudo de armas de la familia. Nunca le había
molestado demasiado a Drogo. Era capaz de abrirse su propio camino en
el mundo sin la ayuda de una aburrida y soporífera sociedad de
petimetres.
Pero una esposa... Una esposa esperaba más.
Echó una mirada a la carta que Ninian le había dejado sobre el
escritorio. El apenas alfabetizado texto indicaba que el remitente era uno
de los amigos de Wystan. Necesitaban una sanadora otra vez. Después de
rechazarla y prácticamente echarla del pueblo, rogaban por su ayuda
ahora. Típico.
El año estaba muy avanzado ya para siquiera considerarlo. Si los
aldeanos no pensaban en el bienestar de Ninian, él debía hacerlo, Ewen
dijo que el invierno había llegado temprano allí, que una tormenta de hielo
había cubierto el camino cuando él se marchó. Drogo se negaba a
arriesgar a Ninian y al bebé a esa clase de peligro. El pueblo tendría que
sobrevivir el invierno sin ella.
Su esposa estaría furiosa. Tendría que recompensarla de algún modo.
Deseaba con desesperación que el matrimonio funcionase para demostrar
que la tradición Ives de hogares rotos y escándalos había muerto con su
padre.
Deseaba a Ninian con desesperación.
Peinándose el cabello con los dedos, Drogo sopesó el problema. La
mirada cayó sobre la próspera palmera frente a la ventana del escritorio.
Había crecido treinta centímetros o más en los dos últimos meses, desde
que Ninian había llegado allí.
Por simple curiosidad, caminó hacia la ventana que daba a su
antiguamente andrajoso patio de la cocina. Rosas blancas y rojas estaban
en plena flor sobre un extravagante enrejado que ocultaba el cobertizo.
¿Las rosas florecían en octubre?
Un lío de margaritas silvestres rebotaban sobre tallos robustos en un
rincón soleado. Las hojas verdes grisáceas de unas hierbas desconocidas

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

decoraban los canteros de tierra fértil recién removida. En lugar de polvo,


era la hierba la que rodeaba el viejo banco de piedra que los hermanos
solían utilizar para rodar y jugar. El año siguiente, él tendría un crío propio
retozando en el acogedor césped.
Algo cálido y casi feliz se removió en él ante la imagen de un robusto
niño haciendo pinitos en la hierba sobre los pies de su madre. Ninian sería
una cálida y comprensiva madre que amaría a su niño de una manera en
la que ni él ni sus hermanos habían sido amados jamás.
Las lágrimas le lastimaron los ojos y giró para regresar al escritorio.
Le demostraría a Ninian cuánto significaba para él. Como regalo de bodas,
había ordenado reconstruir el invernadero de Wystan. Sabía poco de
plantas y tuvo intenciones de dejarle a Ninian la tarea de abastecerlo
cuando regresaran en la primavera. Pero podía hacer algo mejor que eso.
Tomó una hoja de papel vitela y comenzó a garabatear más
instrucciones para su encargado y administrador de Wystan. No podía
llevar a su esposa a la casa aún, pero podía encargarse de que el castillo
fuera el hogar que ella necesitaba cuando llegaran.
Y luego, descubriría cómo meterla de nuevo en su cama. Se negaba a
pasar el largo y frío invierno solo, simplemente por un estúpido capricho.

—Los informes que he recibido de Wystan son alarmantes —la


reprendió la tía Stella—. Me atrevo a decir que es algo que ha hecho el
insensato de tu esposo Ives lo que causó este desastre. Es nuestro deber
corregirlo.
—Pero, tía Stella, no puedo simplemente alejarme de Drogo —
protestó Ninian—. No tienes ni idea de cuánto daño le haría.
—Has dejado pasar demasiado tiempo, Ninian. —Ignorando por
completo las protestas de su sobrina, Stella caminaba de un lado al otro
sobre la recién instalada alfombra color verde mar y marfil en la sala de
Ninian—. El invierno ha llegado y tú arriesgas mucho. Te daré mi carruaje
y un ejército de escoltas para que te acompañen.
El estómago de Ninian se retorció al pensar en dejar a Drogo.
—Es un hombre bueno —rogó—. Seguramente, habrá algo que
podamos hacer para hacerle entender.
—Es un hombre. —Stella rechazó la moción con un ademán de la
mano llena de anillos—. Sobrevivirá. Siempre lo hacen. —Atravesó a la
sobrina con una mirada aguda—. Tú, en cambio, quizás no. Y el pueblo
tampoco. Los niños están enfermos, y ya hubo dos abortos. Son varias las
muchachas más jóvenes primerizas y no es momento de dejarlas sin tus
talentos. Tú has estado angustiándote con tus inútiles excursiones a la
ciudad. Perderás a tu propio bebé si no tienes cuidado.
—Pero la familia de Drogo me necesita —susurró Ninian, buscando
con desesperación una solución diferente a la sugerida por la tía. Sabía
que heriría a Drogo si se marchaba. No era el hombre frío e insensible que
pretendía ser. Simplemente estaba muy... ciego.
Y también la tía, pero no había forma educada de decir eso.
—He hecho lo que me pediste —contestó Stella, con indignación—.
Dispuse clases de dibujo para el ilegítimo...

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Joseph. Se llama Joseph. —Ninian entrelazó los dedos y fijó la


mirada en el chispeante fuego—. Y no puedes simplemente darle las
lecciones. Debe ganárselas. Es tímido, pero orgulloso. Necesita estar fuera
de la prensa del pulgar de Drogo para poder pararse sobre sus propios
pies.
—Puff. —Stella se deslizó sobre la alfombra y se desplomó sobre la
silla frente a Ninian. El guardainfante voló hacia arriba sin perturbar la
taza de té—. Puede diseñar la locura que el duque desea para el jardín de
rosas. Si es mínimamente bueno, la mitad de la sociedad rogará por sus
talentos el año que viene por estas fechas.
Ninian sonrió con gratitud.
—Gracias. Tiene talento. Solo necesita estímulo. Sin embargo, aún
queda el asunto de Ewen. Drogo se ha negado a darle más fondos para la
fundición. Quiere que Ewen haga negocios con un comerciante marítimo
amigo suyo, pero Ewen se marea en el mar y no entiende nada de dinero.
Es extremadamente inventivo, y puede hacer maravillas con objetos
mecánicos. Sé que puede encontrar una manera de producir acero en
forma económica si solo contara con respaldo financiero.
—¿Ewen es el legítimo? —preguntó Stella bruscamente—. ¿El que
experimentó con electricidad y casi quema...?
—Pero funcionó —le recordó Ninian—. Demostró que quizás algún día
podamos utilizar el poder de los rayos.
—Entonces quizás pueda quemar edificios más grandes y mejores. —
Stella olfateó, bebió un traguito de té y pensó en el asunto—. No le hará
daño a nadie tenerle en el otro extremo del país, lejos de Londres y la
civilización. No le quiero cerca de Wystan —advirtió ella, mirando a Ninian
con los ojos entrecerrados—. No quiero tener a otro Ives contaminando
Wystan.
—Drogo está explotando una mina al norte del pueblo. Allí es donde
Ewen comenzó la fundición. Era una buena idea, tener una fuente
constante de carbón para los hornos.
—Sí, pues bien... —Stella bajó la taza—. Convence a Drogo de que
aporte la mitad del respaldo, luego proveerás del resto. Y tú puedes
manejar los fondos para que el sinvergüenza no comience a invertirlos en
globos de hidrógeno, o encendedores eléctricos, o lo que sea.
Satisfecha, se puso de pie.
—Con eso estaríamos encargándonos de lo peor de ellos. No deberías
tener excusa para no regresar a donde perteneces ahora.
—Excepto Drogo —murmuró Ninian, cabizbaja con la miraba clavada
en las manos para evitar que su tía viera las lágrimas en los ojos. Resolver
los problemas de todos los demás era fácil. Resolver los propios, nunca lo
había sido. La voz de Stella se suavizó.
—Es un Ives, querida. Tienen la costumbre de hacer las cosas a su
manera y que el resto del mundo se vaya al demonio. Estoy segura de que
no es un mal hombre. Simplemente nunca sabrá que existes excepto
como un cuerpo cálido para aclimatarle la cama. Aprende a aceptarle de
esa manera, y podrás continuar como lo has hecho antes, y todo estará
perfectamente bien otra vez.
Llamando a la sirvienta y juntando el fajo de medicinas que Ninian

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siempre preparaba para la familia en esa época del año, Stella se marchó
y dejó a su sobrina contemplando la lujosa habitación con desesperación.
Nada había estado perfectamente bien jamás, y ahora que tenía la
mínima noción de lo que era ser parte de una familia, quizás nunca estaría
bien de nuevo, porque esa familia necesitaba a Drogo más que a ella. Y
Drogo no sabía que ella existía. La soledad se filtró por todas las grietas
abiertas del alma de Ninian.
Había intentado agasajar a su marido con historias del diario de su
antepasado, con la esperanza de que comprendiera a la familia de la cual
provenía. Cuando llegaron a la parte en que Ceridwen contrajo matrimonio
con uno de los ancestros de Drogo, Ninian indicó los errores que habían
cometido, y Drogo estuvo de acuerdo con ella en que Ceridwen había sido
demasiado impulsiva y el ancestro, demasiado insensible. Sin embargo, su
esposo no pudo ver la aplicación más allá de eso.
Había dejado de leerle extractos cuando Ceridwen estaba
embarazada de una niña y el esposo Ives le repudió, alegando que ningún
Ives había engendrado jamás a una niña. Envió a Ceridwen a la casa que
Ninian supuso era la que la abuela llamaba hogar, y él se había quedado
con el castillo que había sido dote de su esposa. Ella no podía soportar
seguir leyendo.
¿Qué podría aprender de un libro que solo le develaba su propio
destino?
La gente de Londres no necesitaba sus talentos sanadores. Contaban
con los supuestos médicos que velaban por ellos. No creerían que una
mujer sería mejor. La familia de Drogo le necesitaba a él allí, en Londres. Y
Drogo amaba sus tareas tanto como ella amaba las suyas.
Deseaba el reconocimiento de su marido con desesperación, pero
para conseguirlo, debía dejar de ser quien era. Se convertiría en su madre,
y moriría.
No podía permitirle que le hiciese tal cosa. Si no podía ver que era
una persona por derecho propio, con habilidades y necesidades propias, y
no una calientacamas, entonces no tenía más opción que regresar a
Wystan, sola.
Los aldeanos la necesitaban mucho más que él.

—¡Un baile! Organizaremos un baile. Esa es la solución.


Ninian arrugó el entrecejo ante la respuesta de Sarah a su pregunta.
—No creo que esa sea la solución —dijo lentamente, sin querer
empañar el entusiasmo de Sarah—. A Drogo no le agradan mucho las
ocasiones sociales. ¿Y cómo le caerá eso de que tengo que regresar a
casa?
—Bueno, si tú nos presentas a todos nosotros con el círculo íntimo de
tus tías, estaremos demasiado ocupados como para molestar a Drogo, y él
no tendrá nada que hacer. Entonces, podrá ir contigo. —Con satisfacción,
Sarah giró sobre sus talones en el salón del piso inferior—. Tendremos que
redecorar todo el lugar. Está demasiado fuera de moda. —Dejó de dar
vueltas para mirar a Ninian con especulación—. ¿A menos que una de tus
tías ofrezca su casa...?

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ninian negó con un vehemente movimiento de cabeza.


—Definitivamente no vamos a involucrar a mis tías. —En lugar de
explicar, dio excusas—. Están demasiado ocupadas para estas cosas.
Además, pasan la mayor parte de su tiempo en Hertfordshire. Sarah, de
verdad, no creo...
—Drogo estará inmensamente agradecido de librarse de nosotros.
Además, todos en la ciudad están hablando de ti después del incidente
con Twane. En verdad, debes ser presentada en sociedad como
corresponde. Todo el mundo vendrá. Quizás pueda convencer a Claudia y
a Lydie...
Ella deambulaba por el lugar, con el dedo sobre los labios,
contemplando el empapelado avejentado y los pesados cortinajes de la
recepción.
Consternada, Ninian permanecía detrás. No creía que una ocasión
social fuera para nada la solución, pero no conocía otra. Drogo había
estado inusitadamente atento los últimos tiempos, trayéndole flores de
invernadero e incluso un brazalete de diamantes. No podía herirle
diciéndole que no encontraba la utilidad a las flores cortadas y a las
piedras. Necesitaba sentirse necesitada, pero no solamente de la manera
que Drogo tenía en mente.
Como si le hubiera conjurado con el pensamiento, el arrogante
esposo atravesó la puerta principal a grandes pasos. Comenzó a arrojar el
sombrero y la capa sobre la mesa que ya no estaba allí, luego esperó con
impaciencia a que la nueva ama de llaves se diera prisa y se los llevara. Al
ver a Ninian, entregó las prendas y, con una sonrisa, se acercó a ella.
—¿Por qué estás tan seria? —preguntó, acariciándole la mejilla como
solía hacer muy a menudo.
Ninian amaba esos roces. Estudiando la calidez de los ojos oscuros,
sintió la sacudida de necesidad que siempre estaba allí entre ellos, el lazo
que les unía más que ningún otro. Moría por sus caricias como un jugador
moría por los naipes y los dados, sin importar si venían buenos o malos.
—Sarah quiere dar un baile.
—Ella tiene molinos de viento en lugar de cerebro. Nadie asistirá. —
Descartó la sugerencia sin dedicarle un pensamiento más—. ¿Cómo está
mi hijo el día de hoy? —Alisó las capas de tela sobre el creciente vientre,
testando y explorando ese, su nuevo objeto de fascinación.
El dolor en su interior creció al estudiar la atención embelesada del
marido. Drogo estaría fascinado por el crecimiento de cualquier niño, ella
lo sabía, pero como ese era de él, se sentía más cómodo al expresar su
interés. No era ella a quien él veía, solo la observación científica de un
milagro en funcionamiento.
—Sarah cree que todo el mundo asistirá —dijo, tentativamente. ¿Y si
Sarah tenía razón? ¿Y si Drogo renunciara a sus obligaciones en Londres y
le acompañara a Wystan si su familia estaba bien establecida? ¿Podía
darse el lujo de ni siquiera intentarlo?
Tanta insistencia le desvió la atención y Drogo buscó en el rostro de
su esposa.
—¿Eso te haría feliz? Si un baile es lo que deseas, haré todo lo que
esté en mi poder para que suceda.

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Un baile era lo último que ella quería. ¿Cómo era posible que no lo
viera? Si la comprendiera lo más mínimo, si hubiera escuchado una sola
cosa de lo que había dicho, entonces lo sabría.
La manera en que la observaba ahora, la intensidad en la mirada
mientras esperaba la respuesta, le dio una pequeña esperanza de que
quizás, con el tiempo, la escucharía.
—Lo que deseo es regresar a Wystan —comenzó con cuidado—. Si tu
administrador no puede encontrar la fuente de la peste, quizás podrías
ayudarme...
No le dio tiempo a decir más. Le rozó la mejilla con un beso.
—Podrás visitar a tus amigos en la primavera, después de que nazca
el bebé. Payton estará haciendo todo lo que pueda hasta entonces. Quizás
Sarah tenga razón. Necesitas nuevos amigos aquí. Planea una pequeña
cena y un baile y te ayudaré con la lista de invitados.
Acomodó un rizo detrás de la oreja de su esposa y le dedicó una
mirada expectante.
—Hazlo rápido y la llamaremos nuestra fiesta de bodas y
comenzaremos de nuevo —dijo él, sugestivamente.
Aprobando, en apariencia, su propia generosidad, le besó los dedos y
subió los escalones de dos en dos hacia el escritorio, silbando
alegremente.
Debajo, Ninian le observó consternada con el corazón roto.
Simplemente no entendía la importancia de Wystan ni la necesidad que
sentía de ayudar. No entendía que ayudar era su responsabilidad.
Como un jugador, apostaría todo en una mano. Le obligaría a verla y
luego, él tendría que decir, de una vez por todas, si quería a la persona
que ella era.
El potencial desastre era enorme, aunque, claro, la leyenda ya se lo
había advertido todo el tiempo. Había sido una estúpida por no creerlo.

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Capítulo 26

Noviembre.

El primer indicio que experimentó Drogo de que la sugerencia de una


pequeña cena podría haber crecido desproporcionadamente fue al
descubrir a unos obreros arrancando no solo los paneles de nogal que
tanto adoraba el abuelo, sino los muros que los contenían.
El enorme espacio bañado de luz que quedó se colmó
inmediatamente de colocadores de baldosas disponiendo enormes
cuadrados negros y blancos, de comerciantes de telas probando franjas de
terciopelo rojo, y hasta la tía de Ninian, Hermione, de pie sobre el respaldo
de un sofá, colgando un recipiente de hierbas aromáticas.
—Para alejar a los viejos espíritus y darles la bienvenida a los nuevos,
querido —dijo ella, distraídamente, aunque él no se lo había preguntado.
Luego, ingresó por la puerta de atrás y se concentró en que todo eso
le llevaría a la cama de Ninian, tarde o temprano.
Tenía una noción extremadamente pequeña acerca del tiempo
necesario para redecorar, restaurar y reacomodar una casa entera, pero le
daba la sensación de que su hogar se había transformado en un período
de tiempo milagrosamente corto.
Las tías de Ninian debían haber cooperado con una parte
considerable de su poder para agilizar el proceso. No se quejaba. Ninian le
sonreía más a menudo ahora, e incluso se atrevió besarle la mejilla motu
proprio. Estaba funcionando. Era feliz. Había finalmente descartado la
estupidez de desear regresar a Wystan.
Aliviado, Drogo firmaba las facturas por las continuas mejoras al
sistema de agua del pueblo, leía los informes del administrador acerca del
progreso del invernadero, pagaba las cuentas para los arreglos en la casa
de la ciudad y esperaba ansiosamente su «noche de bodas».
La velada designada para la cena, él llegó tarde a casa. Una disputa
en la Cámara de los Lores se había transformado en un serio debate en los
pasillos y él no había podido despegarse. Se apresuró a subir por las
escaleras traseras, se arrancó la chorrera y rezó para que su nuevo
sirviente le hubiese dejado las prendas listas. Nunca le había visto sentido
a tener un ayudante de cámara antes, pero si su esposa deseaba
organizar tantos eventos especiales, un sirviente podría serle útil.
Se quedó helado al poner el primer pie en la habitación ante la vista
de Ninian esperándole. Ella nunca iba a su alcoba.
Se veía más que adorable contra el telón de fondo del oscuro
cortinaje de la cama. Llevaba el cabello dorado recogido y enmarañado
con perlas, al igual que lo hadan las mujeres elegantes, excepto que los
rizos eran reales y no los falsos de la sociedad. La luz de las velas titilaba
sobre los blancos hombros de la mujer, que se elevaban sobre un canesú

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de color azul plateado suave y adornado con un brillo de malla plateada.


El guardainfante y las pulposas faldas ocultaban el floreciente vientre y
Drogo pensó que la cintura espesada era la imagen más hermosa que
había visto jamás. Se vería mucho mejor sin prendas y sobre su cama esa
noche.
—Estás más hermosa que cualquier novia —susurró él, sorprendido
por la aspereza de su propia voz cuando se acercó a ella.
—Y tú llegas tarde, milord —le reprendió, pero un brillo en sus ojos y
el hoyuelo en las mejillas le decían que no debía preocuparse por el resto.
Ninian nunca reprendía. Le encendía la vida con flores, sonrisas y alegría,
aunque lo hacía con un confuso despliegue. Él tendría que brindarle su
aprecio, de algún modo.
—Lo lamento. ¿Dónde está mi sirviente? Estaré allí enseguida.
—Ya está todo bajo control. Solo necesitas presentarte cuando estés
listo. He encadenado a Sarah al muro para que no pueda despotricar
contra ti.
—Si prometes mantenerla allí y darle de comer tres veces al día, me
arrastraré a tus pies eternamente —le prometió.
Ninian rio, una sonrisa plateada y brillante que le cubrió de felicidad.
Ella tuvo razón. Habían necesitado ese tiempo para conocerse el uno al
otro. Lo que tenían ahora era mucho mejor que el caos tenso y frenético
del día de la boda. Esa noche, se unirían con alegría, y nunca más se
separarían. Con cuidado, se abrió a sí mismo ante la esperanza aireada
que le elevaba el espíritu.
—No valoras los talentos de Sarah como deberías —le reprendió con
gentileza—. Tiene demasiado tiempo entre manos y no es suficiente para
mantener ocupada su considerable energía. Quizás deberías confiarle a
ella la crianza de tus hermanos pequeños.
Puso los ojos en blanco mientras se quitaba la chaqueta y el chaleco.
—Les enviaría a navegar por el río Tick. No, gracias. —¿Fue
frustración lo que vio titilar en sus ojos ante esa respuesta? Seguro que
no.
—Mis tías llegarán temprano. Debo ocuparme de ellas. Haré subir un
vaso de vino y una pequeña bandeja con pan y queso para que comas
mientras esperas.
Las suaves sandalias golpetearon hacia la salida y Drogo quedó
desamparado. Necesitaba una semana a solas con su esposa en la torre.
Eso curaría las hambrientas ansias. Hasta entonces, tendría que aceptar
las pocas migajas que ella le ofrecía. Ninian llevaba la pesada carga del
bebé. Por eso, él pagaría cualquier precio que ella exigiese.
El sirviente estaba aún protestando cuando Drogo escuchó la llegada
de los primeros carruajes. Convenciéndose a sí mismo de que no tenía que
estar allí para recibir a las excéntricas tías, se mordió la lengua y no
maldijo cuando el despreciable sirviente se tomó años para ajustar las
pequeñas hebillas plateadas en las rodillas de los pantalones de
terciopelo. Sin embargo, cuando el hombre comenzó a aturdirle como una
gallina desaprobando la falta de alfileres adecuados para ajustar el lazo de
la chorrera, Drogo le fulminó con la más diabólica mirada, se acomodó el
chaquetón de etiqueta color azul medianoche y se marchó indignado. El

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hombre iría hacia él con el polvo para el cabello la próxima vez.


No podía acostumbrarse al espacio abierto al pie de las escaleras.
Casi se podía ver reflejado en las pulidas baldosas. Enormes ramilletes —
volvió a mirar— enormes plantas explotaban en cascadas color marfil
contra la elegante seda dorada de los muros que quedaban. A la luz de las
velas, el área estaba tan brillante como de día. Drogo admiró una rama
elevada de flores con forma de trompeta que exudaban un perfume
poderoso, y encogiéndose de hombros, fue en busca de su esposa.
Entonces, Ninian prefería las plantas en macetas en lugar de flores
cortadas. Recordaría eso.
Enarcó las cejas al ver el bosque de árboles en tiestos dentro de lo
que una vez había sido la sala común, pero ya había descubierto la
afinidad Malcolm por los árboles. El follaje se veía dignificado y elegante
bajo las llamas de las velas en la araña de cristal.
La araña de cristal. Pensativo, la mirada se desvió hacia arriba.
Suponía que siempre había estado ahí, pero nunca se le había ocurrido a
nadie limpiarla ni encenderla desde que tenía uso de razón.
Frunció el ceño al notar que todo el nuevo mobiliario había sido
empujado contra los muros. Seguramente, ¿un pequeño baile o dos no
requerirían que se vaciara la habitación completa? ¿Dónde encontraría un
rincón tranquilo donde exprimir los cerebros de los invitados en busca de
la información que necesitaba para decidir sobre el próximo proyecto de
ley?
Al escuchar una risa femenina, Drogo se encaminó hacia el salón
comedor principal. Los sirvientes habían estado desempacando y puliendo
durante semanas platería sin usar. La familia había optado por comer en
las habitaciones en lugar de molestar la febril actividad allí.
Cuando atravesó la puerta, la mirada cayó inmediatamente sobre
Ninian. Todo lo demás se desdibujó en el perímetro de su visión. Ella
brillaba con más esplendor que el candelabro. Animada, agitaba las manos
mientras reía y hablaba, y el brazalete que le había obsequiado brillaba
con rayos de luz de los colores del arco iris. Deseaba que todo Londres
pudiese verla como él la veía. Solo entonces sabrían que poseía un
extraño e invaluable tesoro que nunca nadie podría tener ni tendría jamás.
¡Y pensar que prácticamente la había encontrado debajo de una piedra!
Sonrió por tal presunción y amplió el campo de visión para observar a
las tías de Ninian, con el colorido despliegue de sedas, y a sus primas, que
revoloteaban por la habitación como ninfas blondas del bosque. Drogo
arrugó el entrecejo al ver a los hermanos, lobos oscuros siguiéndoles la
pista.
Pues bien, no podía dejar de invitar a las primas de Ninian ni a su
familia. Quizás fueran los únicos invitados que se presentarían.
—Ahí está, Ives —dijo Stella, estruendosa—. Debemos formar una fila
de recepción. Lleve a Ninian al salón y encárguese de que se coloque una
silla robusta detrás de ella. No puedes andar cargando con ella cada vez
que se desmaye.
¿Cada vez que se desmaye? Drogo giró hacia Ninian, pero ella no
parecía encontrar extraño tal comentario. Simplemente dio unos
golpecitos en el brazo de la tía y se dirigió hacia él con una sonrisa

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

danzante en los ojos.


—¿No hizo Sarah un trabajo fabuloso?
Podría también haberle preguntado cómo había ido todo en la visita a
la luna. Él solo tenía ojos para ella. Sus oídos no escuchaban palabra
alguna. Oían brisas de primavera que le llamaban y gentiles campanadas.
Ante la gesticulación de ella, miró a su alrededor sin ver.
La enorme mesa del comedor que alguna vez llenara la habitación
había desaparecido. ¿Cómo comerían?
—Hace demasiado frío para poner los faroles en el patio. De otro
modo, hubiésemos abierto el fondo para que los invitados pudieran
escapar del amontonamiento. Realmente espero que no haya demasiada
gente. —Le tomó de la mano y con gentileza, le guió de regreso al salón—.
Tuvimos muy poco tiempo para reacomodar adecuadamente la biblioteca,
pero quizás a tus invitados masculinos les agrade retirarse allí para beber
el brandy. Eso despejará un poco la aglomeración.
¿Faroles? ¿Amontonamiento? ¿Dónde estaba la mesa del comedor?
Seguramente, Sarah no había expuesto a Ninian a tal desilusión.
—¡Allí no, Ives! —gritó Stella—. Yo me pondré junto a la puerta y
cuidaré de ella lo mejor que pueda. Usted debe colocarse detrás de la silla.
Los inocentes ojos azules de Ninian le sonrieron desde un rostro de
compostura de marfil, como siempre. Drogo no lograba desenredar el
significado de las cosas.
—Stella está inquieta, pero yo he estado practicando. Y Sarah me
aseguró que lord Twane partió hacia costas extranjeras, por lo que no
debo preocuparme. No volverá a molestarnos.
Drogo respiró aliviado ante tal destello de cordura. Temían que se
desmayara como lo había hecho cuando Twane la había atacado. O ella
había atacado a Twane. Él se aseguró de que no volviera a suceder. Los
abogados habían adquirido todos los documentos pendientes de pago de
Twane y le habían escoltado personalmente hasta un barco con destino a
Francia. La prisión de Newgate le estaría esperando si decidía regresar.
—Podrías simular que te desmayas y te cargaré sin demoras hacia la
planta superior —sugirió él.
La sonrisa de Ninian se apagó un poco, pero le dio unos golpecitos en
el brazo, como lo había hecho con la tía.
—Abre los ojos, Drogo —le dijo con suavidad—. Mis desmayos no son
en verdad producto de la debilidad física causada por el bebé. Esta noche,
escucha y aprende. Sé que eres muy bueno en eso.
¿Aprender qué? Las palabras se oyeron inquietantemente como una
advertencia.
Antes de que Drogo pudiera cuestionarle nada, su esposa giró al
escuchar el sonido de un carruaje que llegaba. Mientras el cochero y el
lacayo se gritaban mutuamente, Stella se dirigió a ocupar el lugar de
honor junto a la puerta. Hermione aleteó hasta ubicarse junto a ella,
chasqueando la lengua y jugueteando nerviosa con los pañuelos. Al
parecer, el duque y el marqués tenían mejores cosas que hacer, pero por
el bien de Ninian, Drogo estaba agradecido por el apoyo de las tías.
Echó una mirada con reservas hacia el brillante y casi vacío salón.
Obviamente no había comprendido la grandeza de la ocasión.

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Sarah apareció junto a él, con una sonrisa triunfante brillando sobre el
maquillado rostro. Arrugó el ceño al ver el fulgor de los diamantes en el
cuello.
—Llevaste esto un pelín demasiado lejos, ¿no? —dijo entre dientes
mientras Ninian conversaba con las tías—. ¿Y si nadie se presenta?
—Lo harán. —Agitó un abanico frente a ella y un regocijo profano le
iluminó la mirada—. Me aseguré de eso. Y las estrellas prometen un gran
éxito para esta velada.
Drogo puso los ojos en blanco y se esforzó por llevar una sonrisa a los
labios mientras los primeros invitados se quitaban los abrigos en el salón
de entrada sin ser vistos. Quería que Ninian estuviera feliz. Eso significaba
que sería mejor que no se enfadara y ahuyentara a los invitados con gritos
ensordecedores por la puerta.
—Esos son los Throckwaite —predijo la duquesa en un suspiro que
podría haber pasado por una sirena de niebla—. Los Burnham están justo
detrás.
—Acabo de estar con lord Burnham —le murmuró Drogo a Ninian—.
No mencionó nada acerca de asistir esta noche.
—La tía Stella sabe de estas cosas —dijo, distraída, sin quitar la vista
de Ewen, quien había acorralado a una de las primas. La muchacha no
parecía darse cuenta de las intenciones del hombre—. Hemos invitado a
Dunstan y a su esposa, también.
—Esa no es una idea inteligente —se quejó Drogo—. Dunstan odia
Londres, y la esposa está tan fascinada con la sociedad que esto no será
nada cómodo para ninguno de los dos.
Hizo una mueca cuando la prima Malcolm abofeteó la mandíbula
cuadrada de Ewen y se marchó indignada. En fin, el maldito estúpido se lo
merecía por merodear alrededor de la hija de un adinerado marqués. Echó
una mirada a las tías de Ninian para ver cómo reaccionaban ante el
contratiempo. Hermione se inquietó con preocupación pero sonrió un poco
ante la acción de su hija. Stella saludó a los Throckwaite
estruendosamente. Drogo descubrió que tenía un indudable tic nervioso
en el borde del ojo.
—Qué agradable es finalmente conocerla, milady —trinó el primer
invitado al llegar hasta Ninian—. Hemos oído hablar mucho de usted.
—Sarah ha hecho un trabajo particularmente espléndido
transformando esta habitación, ¿no es verdad? —contestó Ninian, al
parecer, irrelevante—. Estoy segura de que estará feliz de contarle dónde
encontró las mejores gangas.
Sorprendida, la señora Throckwaite parpadeó y abrió la boca para
decir algo. Al parecer, notó la severa expresión de Drogo y, asintiendo con
un movimiento de cabeza, se apresuró a preguntarle a Sarah acerca de los
cortinajes.
—Envidiosa —Ninian susurró mientras los siguientes invitados
saludaban a Stella—. Simplemente rebosa de envidia.
Antes de que Drogo pudiese digerir el completo significado del
comentario, el señor y la señora Burnham se presentaron, como se le
había anticipado.
—Música y buena comida son siempre la mejor manera de aliviar las

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

molestias de una pequeña discusión —dijo Ninian alegremente mientras


lord Burnham hacía una reverencia con la cabeza—. Recomiendo el faisán
en particular. Drogo siempre está muerto de hambre después de una
sesión acalorada.
Drogo nunca había dudado de la inteligencia de su esposa, pero en
momentos como ese, tenía que cuestionarse su sentido común. Ignorando
la expresión de sorpresa de Burnham, estrechó la mano del hombre con
gravedad.
—Debe poder leer la mente, querida —estuvo de acuerdo la señora
Burnham con alegría—. Están muy hambrientos después de una sesión de
disputa. Casi no logro convencerle de asistir esta noche.
A Drogo le parecía que si la gente pudiera representar cifras, algunos
de los números estarían ausentes en esa ecuación. Mientras intentaba
descifrar cómo Ninian, las tías y los invitados rebotaban de dos en dos y
llegaban a cinco, su esposa giró hacia él, expectante.
—En verdad, no puedo leer la mente, ¿sabes? —susurró—. Pero
estaban bastante enfadados el uno con el otro y adiviné el resto. Espero
que no te moleste el chismorreo, pero si voy a vivir aquí, de verdad, debo
ser yo misma.
Ella le estaba diciendo algo importante, pero Drogo no podía alcanzar
a comprender las consecuencias. No quería hacerlo. No encajaban en los
confines del mundo como él lo conocía. Antes de que pudiera encontrar
una respuesta adecuada, una oleada de invitados inundó el lugar.
Ninian saludó a muchos de ellos con los mismos comentarios, al
parecer igualmente irrelevantes, que producían respuestas sorprendentes.
La señora Driscoll la declaró una bruja por saber que esperaba a su primer
hijo. Drogo se quedó tieso, esperando por una maléfica mirada o risotada,
pero la mujer bulló de felicidad y Ninian rio.
Por el contrario, cuando lord Bolingbroke la llamó bruja por saber que
había perdido grandes sumas de dinero en las apuestas, Ninian quedó
helada, asintió con un rígido movimiento de cabeza y rodeó el brazo de
Drogo con la mano, como buscando protección. Excepto que él no veía
nada de qué protegerle. Todo el mundo sabía que Bolingbroke estaba
demasiado ebrio como para tomar sus comentarios como insultos, pero
parecía que la idea de Sarah de llenar la sala de baile implicaba decirle a
todo Londres que Ninian era una bruja. El tic nervioso en el rabillo del ojo
de Drogo aceleró el ritmo, lo que lo obligó a hacer una mueca.
Drogo se sentía como si estuviera nadando en aguas cada vez más
turbias y notó, con alivio, la confrontación entre Joseph y otra dama
Malcolm. Joseph no tenía mucha inclinación de pelear con nadie, mucho
menos con las mujeres, pero al menos la distracción rayaba con lo normal.
—¿Crees que hemos recibido a invitados suficientes, querida? No me
parece que las diferentes ramas de nuestra familia estén destinadas a
tolerarse unas a otras con calma. —Indicó con un movimiento de cabeza
en dirección a Joseph.
—Quizás tengas razón —susurró Ninian—. Stella y Dunstan
intercambiaron unas notas acres hace un rato. Y si no me equivoco,
Christina se ofendió por algo en el aura de William. Puede ser muy
vengativa cuando la enfadan. Tal vez deberíamos hacerles una señal a los

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músicos.
Haciendo la cuenta que no había oído la palabra «aura», Drogo indicó
que comenzara el primer baile, se inclinó sobre la mano de Ninian y la
condujo hasta el centro de la pista. Habría preferido mucho más una cena
tranquila y unas partidas de cartas, pero si las mujeres creían que la
pompa era necesaria, él la aceptaría, especialmente si acababa con Ninian
en su cama.
—Nunca antes he bailado, Drogo —susurró Ninian—. Solo sé los pasos
en teoría.
—Entonces fingiremos que es la última variación y nuestros invitados
nos imitarán.
La cansada mueca de tristeza desapareció de los labios de Ninian y
fue reemplazada por una cegadora sonrisa de expectativa. Los latidos del
corazón de Drogo se aceleraron ante la promesa en sus ojos mientras la
guiaba en los majestuosos pasos del minué. Era la mujer más hermosa del
lugar, y le pertenecía total e inequívocamente. Esa noche, entonces. Tuvo
que luchar para reprimir una feroz oleada de excitación. La certeza en el
resultado de esa velada borró parte de la confusión anterior.
Ninian bailaba con la misma gracia con la que hacía todo, sonriendo
con cada movimiento, girando con deleite al ritmo de la música. Drogo
pensó que ver su felicidad era casi tan conmovedor como llevarla a la
cama. Casi.
No se quejó cuando el baile llegó a su fin y Sarah se llevó a Ninian
para presentarle al cuadro de solteronas y viudas. No objetó cuando tuvo
que evitar que Joseph construyera una torre de alcachofas, croquetas y
canapés para divertir a las primas. Arrugaba el entrecejo al escuchar a las
mujeres murmurar la palabra «bruja» detrás de los abanicos cuando él
pasaba por ahí, pero incluso esa tonta ilógica no podía oscurecer la euforia
que sentía. Esa noche, finalmente tendría una esposa en la cama.
Lanzó una mirada fulminante cuando descubrió a Ninian y a Ewen
inclinados, inmersos en una intensa conversación cerca de los árboles en
macetas, pero se detuvo con amabilidad cuando lord Burnham le tomó del
brazo.
—Bueno, Ives, ¿qué se siente al estar casado con una bruja?—
preguntó Burnham con jovialidad.
—Le preguntaría a Mainwaring y a Hampton, si fuera tú. —Irritado por
la continua repetición del chismorreo de la noche, Drogo se lo quitó del
medio. Era obvio que Burnham había probado demasiado oporto si se
rebajaba ante tal absurdo. Si había alguna bruja allí, serían Stella y
Hermione, pero no Ninian. La esposa podría ser un poco dispersa y
extravagante, pero la madre de su criatura era perfectamente normal en
todos los aspectos. El asunto de leer las emociones era producto de una
imaginación hiperactiva. Las brujas pertenecían a los cuentos de hadas.
No permitiría ni loco que Ewen llevara a Ninian a la mesa, e ignorando
los susurros furtivos que dejaba a su paso, Drogo caminó indignado a
través del atiborrado salón. Los chismorreos tenían tanta importancia para
él como los fuertes perfumes que se olían en la sobrecalentada habitación.
La sociedad chismorreaba. Esa era su única función, por lo que él podía
entender. Podían inventar cuentos de hadas si les entretenía.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Es hora de comenzar con la cena —dijo, concluyente, al capturar el


brazo de Ninian. Nunca antes había conocido lo que eran los celos, y le
disgustaba admitir que tenía una reacción juvenil en ese momento. Solo
que parecía necesario demostrarle al mundo que Ninian era suya de una
manera perfectamente normal y sensata.
—¿Podrías decirle a la boba de tu esposa que una mujer no puede
financiar una fundición? —se quejó Ewen—. No puedo acudir a ella cada
vez que...
—¿Cuál es la diferencia entre eso y acudir a Drogo? —preguntó Ninian
—. ¿Deseas pasar el resto de tu vida esperando por dádivas?
—Si desea la maldita fundición, puede trabajar para obtenerla —dijo
Drogo, con menosprecio—. El puesto que le conseguí puede llegar a
resultarle muy lucrativo. Ahora, vamos...
—No soy un esclavo para sentarme detrás de un escritorio.
Obedeceré órdenes de tu esposa, la bruja, antes de sentarme tras un
escritorio.
—¡Ninian no es una bruja! —gritó Drogo, todo lo parecido a la
paciencia evaporándose con esa locura de boca del hermano lógico y
científico.
—¿Tienes alguna otra explicación para el caos que ha creado desde
vuestra boda? —exigió saber Ewen—. Convirtió la casa en un bosque, e
incluso te convenció de salir de tu torre de marfil. Si eso no es brujería,
¿qué es?
—Las brujas solo existen en los libros de cuentos —bramó Drogo, con
exasperación.
Alejándose de él, Ninian se encolerizó visiblemente y la voz se le
volvió aguda.
—No hay necesidad de que pierda los estribos, milord. Todo el mundo
sabe que las mujeres Malcolm son brujas.
Drogo se aferró al borde de la mesa del sofá y se inclinó hacia
adelante para asegurarse de que le oyeran.
—¡Nunca pierdo los estribos y no existe ninguna maldita cosa
llamada bruja! —El bramido de Drogo hizo eco a través de una pausa en la
música.
—Lamento oírte decir eso —dijo Ninian con calma, ignorando a la
ahora atenta audiencia—. Obviamente, si algo hemos probado, es que
poseemos el poder de hacerte perder los estribos. —Se cogió la falda y se
marchó de la habitación, dejando un silencio expectante tras ella.

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Capítulo 27

No, no. Ella no iba a volver a utilizar ese truco. Él la había cortejado y
hecho el papel de estúpido durante demasiado tiempo ya. Quería que esa
fuera su noche de bodas y, maldición, dejarían esas tonterías de lado y lo
harían de una vez.
Drogo salió a la carga detrás de la errante esposa, esquivó a Stella en
completa presentación de batalla, eludió a una ansiosa Hermione, solo
para chocarse de frente con Dunstan y su esposa, quienes habían elegido
ese momento para entrar en el salón de baile, viéndose como si hubieran
discutido todo el camino desde la casa.
—Estamos aquí, a tu disposición —clamó Dunstan, rígido, bloqueando
la puerta.
—Yo no dispuse tal cosa, pero sois bienvenidos. Ahora, quitaos de mi
camino.
El puchero de la señora Dunstan desapareció bajo la embelesada
expresión al observar el populoso salón.
—¡Ay, has convertido este sombrío y viejo salón en una habitación
adorable! ¡Y mira la multitud! Es tan perfecto... —Ladeó la cabeza en
dirección al marido—. Podríamos tener esto también, si no fueras tan
tacaño. Solo piensa en la diversión que podríamos tener.
—No es divertido; es un arduo trabajo —corrigió Drogo—, y ahora, si
vosotros dos me dejarais avanzar...
—William está ebrio y se está acoplando a los músicos —anunció
Joseph, apareciendo junto a Drogo—. Está aburrido de los minués y quiere
un violín.
—Debo encontrar a Ninian. —Frenético, Drogo intentó sobrepasar la
creciente multitud de familiares.
—Sarah ha ido tras ella. —Ewen llegó, viéndose hostigado—. Pero si
no llamas a esas primas de ella, tendremos un caos entre manos. Y las tías
están en pie de guerra. No creo que hayas estado atinado al comportarte
con tanta vehemencia acerca de tu opinión sobre lo sobrenatural.
Drogo cerró las manos en puños y les miró con furia.
—Ninian no es una bruja —declaró con frialdad y energía—. Es una
Malcolm. Pueden ser excéntricas, pero no son brujas.
—Pues bien, otra de las no brujas dibujó una imagen de nuestro
estimado representante de Tetbury, y se ve convincentemente igual a él y
a un cerdo adulto a la vez —remarcó Ewen, echando miradas nerviosas
sobre el hombro—. No está en absoluto contento con todo el asunto.
—Aquí viene la tía Stella —susurró Joseph—. Creo que buscaré la
ponchera.
Al tiempo que Ewen y Joseph se escapaban antes de que la duquesa
llegara hasta ellos, Dunstan sonreía con lúgubre diversión.
—Creo que tu vida matrimonial quedará grabada en los anales de la

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historia de los Ives, hermano mayor. —Con un saludo con la mano, escoltó
a su esposa al pasar junto a Drogo, y entraron en el salón de baile.
Un violín irrumpió en medio de una contradanza, arrastrando al
completo círculo de alegres bailarines a la desorganización.
—Ahí tienes, Ives. ¡Espero que tenga una explicación para semejante
comportamiento!
Drogo gruñó y giró sobre los talones al tiempo que la duquesa se
plantó con firmeza frente a él, bloqueándole cualquier esperanza de
alcanzar a Ninian pronto. Quizás Sarah le haría entrar en razón.
Quizás Sarah había planeado ese desastre en primer lugar.

Girando como una veleta emocional, tal como su abuela tuvo por
costumbre llamarle, Ninian oscilaba de la pena a la furia mientras arrojaba
prendas de bebé recién adquiridas, panfletos sobre estudios del agua y
paquetes de hierbas prolijamente etiquetados dentro de un baúl. ¡Él no
creía en brujas! ¿Cómo se atrevía a decir semejante cosa después de todo
lo que ella le había mostrado? ¿No creía una sola palabra de lo que le
decía? ¿Simplemente creía que estaba loca cuando atacaba a hombres
como Twane, o cuando le decía cómo se sentían sus hermanos, u
organizaba ese baile de etiqueta para mostrarle los talentos de las tías y
las primas? ¿Exactamente cómo creía ese estúpido hombre que la tía
Stella sabía quién llegaría y cuándo? Y suponía que creía que las hierbas
aromáticas de la tía Hermione no eran otra cosa que un adorno y no una
fragancia de tranquilidad para evitar que las combatientes ramas de la
familia crearan el caos mientras calmaba las sospechas de la sociedad en
cuanto a lo extraño y lo anormal.
Anormal. Él creía que las brujas eran anormales. Su esposo creía que
ella era anormal. Que pertenecía a los cuentos de hadas.
Si le hubiera arrancado el corazón del pecho, no podría dolerle más.
Ella había tenido la esperanza...
Ya no importaba lo estúpidamente que había estado esperanzada.
Hizo lo que fue a hacer. No podía hacer nada más. Era hora de regresar a
Wystan, adonde pertenecía.
Algún día, cuando las brujas verdaderamente volaran sobre escobas,
podría recuperarse del vacío dolor que le había abierto su centro en dos.
Una lágrima cayó sobre el diario escrito a mano que Drogo le había
dado como regalo de bodas mientras lo empacaba cuidadosamente con
sus otros tesoros. Quizás debería haber estudiado las advertencias de
Ceridwen con más atención.

Para cuando Drogo llegó a la habitación de Ninian, ella ya se había


marchado.
Buscó detrás de los cortinajes, esperando encontrarla en la silla junto
a la ventana mirando la luna, pero no estaba allí. Ningún fuego ardía en la
chimenea. Ninguna lámpara iluminaba la intacta cama. Tenía el fuerte
recuerdo de haber hecho eso alguna vez con anterioridad, y un frío
espasmo le recorrió las entrañas.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Bajó las escaleras traseras hacia el patio de la cocina. El frío de


noviembre le heló la sangre y le escarchó la respiración, pero ninguna
figura danzante transformaba el jardín. Miró hacia arriba. Solo la niebla y
el humo de carbón nublaban el cielo, como era habitual. Estaba
peligrosamente de pie sobre el borde de un precipicio, pero no sabía
dónde estaba ni cuándo se derrumbaría. Solo sabía que, sin Ninian, se
deslizaría a un abismo y nunca volvería a ser visto. El oscuro frío de la
noche predecía el olvido de un futuro con ella.
Temblando, se apresuró a regresar a la casa. Quizás habría vuelto al
salón de baile.
Las tías y primas de Ninian ya se habían retirado, enfadadas. Un
número de otros invitados aún circulaban por ahí, disfrutando del
chismorreo y liquidando la comida y la bebida de las mesas de bufé
dispuestas a lo largo del salón. Los músicos, con poco entusiasmo,
intentaban seguir a William en una ronda enérgica que era más adecuada
para una taberna. Distraídamente, Drogo pensó que el ilegítimo hermano
por parte de la lechera tenía talento, pero los violinistas podían obtenerse
por medio penique. Había albergado la esperanza de que un poco de
educación ayudara a William a encontrar su camino en el mundo, pero
quizás se había equivocado en eso también.
Ninian no estaba por ningún lado. Ewen le estaba enseñando a Jarvis
una forma mejor de arrancar la araña para reemplazar las velas casi
acabadas y Drogo elevó una plegaria para que no prendiera fuego el salón
recientemente redecorado. Joseph había desplegado los dibujos
arquitectónicos sobre el suelo de la biblioteca y estaba intentando
convencer a varios señores embriagados que los arcos arbotantes le
darían prestigio a sus casas de campo. Ninian no estaba allí tampoco.
Quizás no lograra transformar a Ewen en un comerciante, a Joseph en
un abogado o a William en un académico, o a Dunstan en un hombre
felizmente casado, pero no perdería a su esposa.
—¿Dónde está? —exigió saber cuando descubrió a Sarah y las viejas
charlatanas riendo en una sala trasera.
Pensativa, Sarah levantó la vista hacia él.
—Nunca deberías haber dicho eso, Drogo.
—¿No debería exponer lo obvio? —preguntó, con desdén—. ¿Debo
decirle al mundo que creo en cuentos de hadas?
—En un poquito de magia —asintió ella, girando hacia él—. Hay cosas
en este mundo que no comprendemos. Tú observas las estrellas, pero no
conoces su poder.
—Es más probable que sean gases en combustión que profetas. —
Rechazó la sandez—. Ninian hace que las plantas crezcan porque ha
estudiado y experimentado, no porque tenga una mano mágica para la
jardinería.
Decepcionada, Sarah negó con un movimiento de cabeza.
—Ninian tiene mucha más comprensión en la mano que tú en tu
completo, enorme y pesado cuerpo. Estoy segura que quedan un duque o
dos con quienes puedes conversar de política. Vuelve con ellos.
Disfrutarán de tu compañía.
El escalofrío volvió a estremecerle la espalda y no tenía nada que ver

- 192 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

con el frío aire del exterior.


—¿Dónde está, Sarah?
Ella se encogió de hombros.
—Empacó sus cosas y se marchó.
Perplejo, Drogo se quedó inmóvil. La charla sin sentido a su alrededor
producía un eco vacío. Ella se había ido. Le había dejado, como
inevitablemente todas las mujeres dejaban a sus esposos Ives. Ni siquiera
le había dado una oportunidad.
Sí, lo hizo. Esa misma noche. Le pidió que confiara en ella y él no la
había escuchado. No podía creer en aquello que no existía.
Quizás no creía en brujería, pero podía leerle la mente y supo dónde
había ido. Había volado de regreso al único nido que había conocido
jamás, ¡qué maldita estúpida!
Estaba embarazada de más de seis meses. Los caminos eran
demasiado peligrosos para alguien de buena salud. Se perjudicaría a sí
misma y al bebé al regresar al norte con ese clima. La estrangularía
cuando le encontrase.
La desesperación que ahora le hacía añicos las entrañas era peor que
todo lo que había conocido jamás. No podía soportar perderle a ella o al
bebé; fallar, igual que su padre había fallado. Tenía que haber una
solución, una forma de mantener a Ninian a su lado, donde pertenecía.

Una lluvia helada azotaba las ventanillas del carruaje mientras Ninian
se acurrucaba más profundamente dentro de las cálidas pieles que le
habían dado las tías. Odiaba dejar al cochero a la intemperie con ese
clima, pero si no se alejaban la mayor distancia posible antes de que
cayera la noche, la lluvia probablemente se convertiría en nieve. El
cochero había estado de acuerdo.
Hicieron un gran avance alejándose de Londres al atardecer. El clima
había estado agradable y el día, despejado, lo que le daba más confianza
de la que se merecía. En verdad, no tenía alternativa. Incluso las tías
estuvieron de acuerdo en que debía regresar a Wystan. Era evidente que
nunca convencería a Drogo de creer que los aldeanos necesitaran su
ayuda o su responsabilidad por socorrerles.
Sabía que Drogo, con su mente práctica y lógica, nunca podría
entender un instinto que no podía ver ni analizar. Se burlaba de las
leyendas, del don, del poder de la familia. Si no podía creer en todo
aquello, no podría creer en ella ni en sus instintos.
Deseaba que las cosas fueran diferentes. Hizo todo lo posible para
hacerle creer. Había permanecido allí más tiempo de lo que debía con la
esperanza de convencerle a escuchar. Sin embargo, él no lo había hecho.
Le extrañaría horrores. Él nunca la perdonaría por haberle abandonado.
Nunca. El dolor le carcomía el corazón, pero no podía rendirse ante eso.
El carruaje dio un bandazo en un surco de lodo y ella pudo sentir la
rueda trasera girando. Contuvo el aliento, y la rueda se trabó en una
piedra, saliendo de la huella con una sacudida por el tirón de los caballos.
El duque tenía animales buenos y poderosos. Ellos lo lograrían. Cada
sacudida y tirón la alejaban más y más de Drogo y del sueño que nunca

- 193 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

sería el propio. Ser leal consigo misma era increíblemente difícil. Con
razón su madre había fracasado.
La helada lluvia se convirtió en aguanieve que golpeaba las
ventanillas. Si las grietas lodosas se helaban, ¿era más peligroso o menos?
No había viajado lo suficiente como para saberlo.
Las maldiciones del cochero le habrían vuelto las orejas azules si el
frío no lo hubiese hecho ya. Se cubrió mejor la helada nariz con la capucha
pelliza y se acarició las incómodas sacudidas que le daba el vientre con la
mano. A su hija no le agradaba el agitado viaje mucho más que a ella.
Los frenéticos gritos del cochero y los chirridos aterrados de un
caballo coincidieron con el peligroso bamboleo del carruaje. Ninian se
sujetó de la correa e intentó espiar por la ventanilla cubierta por una capa
de hielo. Solo podía ver el fantasmagórico gris del hielo, la lluvia, la niebla
y las oscuras formas de los árboles junto al camino.
Tendrían que detenerse. No podrían avanzar más con ese clima. No
sabía siquiera cómo el cochero podía ver el camino.
Se quitó las pieles que le envolvían para alcanzar el hueco de
comunicación cuando el carruaje dio otra sacudida y ella casi se golpea la
cabeza contra la pared opuesta. Debía estar loca, como Drogo había
pensado de ella una vez. ¿Cómo era posible que viajara a Wystan de esa
manera?
No quería perder al bebé por su propia estupidez.
Frenética, gritó al tiempo que el carruaje tembló y se detuvo en seco.
Estaban en el medio de la nada. Se helarían hasta morir allí afuera. ¿Qué
estaba sucediendo? Seguramente, salteadores no...
Alguien dio un golpazo contra la puerta del carruaje. Ninian se lanzó
hacia el rincón opuesto del asiento y clavó la mirada mientras la puerta
helada temblaba y se sacudía. No escuchaba al cochero protestar. ¿Quién
estaría allí afuera con esa tormenta? Unas maldiciones en voz baja
manaban desde el otro lado de la puerta al tiempo que alguien intentaba
abrirla a través de una capa de hielo.
Otro golpe dio contra el costado del vehículo, destrozando la capa
helada de las ventanas.
Ninian dio un grito al tiempo que la puerta se abrió de pronto y una
figura empapada y cubierta por una capa se metió adentro,
desparramando aguanieve y nieve sobre el interior acolchado con
terciopelo. Tragó el grito tan pronto como el intruso arrojó el sombrero al
suelo, descubriendo unas oscuras cejas que le resultaron familiares, una
trenza sin empolvar, y un entrecejo que debería haberla petrificado.
En cambio, una sacudida de furia le agitó hasta el centro de su ser. La
furia de Drogo. Verdaderamente debía hacerle vibrar hasta los cimientos
si ella podía sentir las emociones de él. Eso le aterraba más que el ceño
fruncido.
La puerta se cerró de golpe y el carruaje comenzó a avanzar de un
tirón, lanzándoles a ambos a asientos diferentes. La furia se deslizó,
disimulada, bajo el tenso control de Drogo, una vez más.
Rápidamente, Ninian se quitó una de las batas de alrededor del
cuerpo y la arrojó sobre la capa empapada de él.
—No voy a regresar. —Mientras él utilizaba el pelaje para secarse el

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

rostro, el corazón de Ninian dio un vuelco de tonta alegría y terror. Se veía


muy hermoso y feroz. Había ido tras ella.
—Nos helaremos hasta morir en un banco de nieve por tus caprichos
—le informó, con frialdad.
—Deseaba ir a casa desde hace semanas —aclaró ella, aún
temblorosa por la fuerza de la emoción anterior de él—. No creí que me
siguieras. No fue mi intención pedirte que dejaras tu trabajo. —Aún
aturdida, Ninian buscó una explicación en las facciones de su marido, pero
él volvía a esconder todo una vez más.
Arrojándole la piel de vuelta hacia ella, se quitó la empapada capa,
luego se dio vuelta para sentarse a su lado. Ninian le ofreció más espacio
en el asiento para compartir la bata con la que se cubría el regazo. El
corazón le latía frenéticamente. ¿Obligaría al cochero a dar la vuelta? Le
destruiría si hacía tal cosa. ¿Cómo podía hacerle creer eso?
Sin ni siquiera pedirle permiso, Drogo la colocó en su regazo y
envolvió ambos cuerpos hasta las narices con las pieles.
—¿Por qué? —exigió saber—. ¿Por qué debes ir al fin del mundo en
lugar de quedarte con la familia?
—Porque soy una sanadora Malcolm y Wystan me necesita. Porque mi
bebé debe nacer en Wystan, adonde pertenece —le dijo, con tono de
súplica—. Porque tengo dones que Dios quiere que utilice, y Wystan me
necesita más que tú.
Él se inclinó hacia atrás contra el costado del carruaje, apoyó las
largas piernas sobre el asiento y la acomodó sobre él de manera que
compartiera su calor de la cabeza a los pies.
—Podría contratar a los mejores doctores —insistió él.
—Yo soy el mejor doctor. Tienes que creerme esto, Drogo. Sé que no
tiene sentido para ti, pero únicamente en eso, por el bien de nuestro bebé,
cree en mí.
Se quedó sentado en silencio, abrazándola cerca de sí hasta que
ambos dejaron de temblar. Luego, a regañadientes, concedió:
—Me estás volviendo loco, esposa mía. Me pides lo imposible, y para
ti, estoy casi listo para aceptar. Incluso si llegáramos a Wystan a salvo, lo
que dudo realmente, quedaremos atrapados allí hasta la primavera. Debo
dejar a mi familia que se arregle sola, que mi negocio se maneje sin mí,
perder el resto de la sesión en el Parlamento, por tus extraños caprichos.
Ninian enterró la cabeza contra el hombro de él.
—Lo sé. Es por eso que me marché sola. Lamento que las cosas
hayan sucedido así, Drogo. Tenía la esperanza de que entendieras por qué
debo regresar, pero no crees en mi don. No necesitas acompañarme.
Despojada del mojado guante, la mano de él se enterró
profundamente en la cabellera de Ninian y él le sostuvo la cabeza contra
el hombro mientras observaba fijamente un punto en el espacio más allá
de ellos, luchando contra el problema. Ninian podía sentir el poder del
corazón latiendo junto al de ella, y deseó que así fuera para siempre.
—No te perderé —dijo él finalmente, con un suspiro.
Ella pudo escuchar el aire saliendo de los pulmones y la tensión
escapando el abrazo cuando lo admitió para sí mismo tanto como para
ella. Ella era la que contenía el aliento. El aire de resignación en él le

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

preocupaba. Si siempre esperaba que se marchara, ¿qué esperanza tenía


de que él alguna vez confiara en ella?
—Si hacer bebés es tan fácil como dices, entonces el niño no me
preocupa tanto como tú. Si es tan importante arriesgarlo todo para
regresar a Wystan, debo creer en ti en esto.
Ninian se acurrucó contra él mientras los fuertes brazos la sostenían.
No sabía qué entender de esa concesión de su parte, pero le conmovió, y
ella se aferraría a eso en las horas oscuras que inevitablemente vendrían
a continuación.
—Gracias, milord. No te arrepentirás, lo prometo.
—Ya me arrepiento ahora —dijo, con tono grave—. Y si no temiera por
la salud del bebé, te haría pagar cabalgando todo el camino desde aquí
hasta Wystan. Creo que ha llegado la maldita hora de que llamemos a
esto matrimonio y sigamos adelante.
Divertida por tan brusca rendición, Ninian espió hacia arriba, hacia la
mandíbula cuadrada y sin afeitar de su marido y se meneó tentativamente
sobre el regazo, confirmando lo que había entendido que él tenía en
mente cuando dijo «cabalgar».
—¿Es eso posible? —le preguntó, con cautela.
Él le miró con ojos entrecerrados.
—Tú eres la bruja. Dímelo tú.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 28

La violenta sacudida que dio el carruaje en un surco lleno de agua


convenció a Drogo de que, ya fuera bruja, doctora o lunática, su esposa
estaría más segura en una posada. Incluso mientras ella sopesaba la
demente propuesta, le alejó de él. Todo su cuerpo gritó de queja cuando el
frío inundó los lugares donde ella había estado acurrucada, y estuvo a
punto de decir al demonio y volver a atraparla, pero se había pasado más
de la mitad de la vida protegiendo a los otros. No podía matar la
costumbre ahora.
—Hay una posada no muy lejos de aquí —le dijo con delicadeza al
tiempo que ella le miró, sorprendida. ¿Había realmente notado los ojos de
Ninian antes? Había creído que eran azul claro, pero ahora reflejaban la
misteriosa luz plateada de la luna. Algo en su interior se elevó inestable y
se volvió a acomodar en un lugar diferente al imaginar la esperanza detrás
de esa luz—. Enviaré por delante al cochero con mi caballo para que nos
consiga una habitación. El pobre hombre está medio helado. Puedo
conducir el coche los últimos kilómetros que faltan.
—No permitiré que enfermes tú en mi lugar —dijo ella, con gravedad.
Drogo le besó la nariz y se calentó las manos en las mejillas de ella.
—Concéntrate en curarte a ti misma, doctora. Necesito una esposa
que me caliente la cama.
Golpeó con fuerza la puerta de comunicación, detuvo al cochero, y
salió rápidamente hacia el frío otra vez.
«En rigor de verdad, no le había dejado», pensó él, con alegría.
Quizás no comprendía lo que la había impulsado a hacerlo, pero logró
mantenerles juntos, cuando muchos Ives antes que él habían fallado.
Quizás sería el que aprendiera lo que se necesitaba para satisfacer a una
mujer.
La atracción física que sentían le daba un comienzo firme. Eso era
más de lo que la mayoría de las parejas tenían, y era suficiente de por sí.
Se negó a permitir que la voz burlona en el fondo de su mente, la cual le
decía «No para Ninian», le arruinara el momento. Por ahora, estaba
dispuesta y ansiosa.
De repente, se sintió más libre que el halcón que sobrevolaba sobre
ellos, y el corazón sí que hizo acrobacias al pensar en la noche venidera. El
maldito hielo se derretiría de él por cómo se sentía en ese momento. Esa
noche, su adorable y mágica esposa le calentaría la cama, y él le
enseñaría la pasión que les uniría por siempre.
Ni siquiera la helada capa de aguanieve podía enfriar su ardor.

Ninian sonrió al ver los adornos de plumas helados brillando


plateados contra la oscuridad de la habitación ahora. Esa noche sería la

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

noche de bodas que nunca tuvo.


Echó una mirada sarcástica al pesado vientre difícil de manejar
debajo de la cálida franela del camisón. A diferencia de las más esbeltas
primas, ella llevaba a la criatura baja y plena. No había dudas de su
condición.
Levantó la vista cuando Drogo regresó de la taberna con dos
calientes y humeantes toddies2.
—¿Deseas embriagarme antes de que nos retiremos a dormir? —
preguntó, divertida.
—Cálida y dispuesta —acordó él, enarcando una lasciva ceja rizada al
tiempo que apoyaba las tazas.
El corazón le latió un poco más errático. Nunca antes había visto ese
lado de su marido. Parecía casi alegre, a pesar del clima, a pesar de dejar
todas las responsabilidades atrás. Nunca había esperado que la siguiese.
Una pequeña luz de esperanza le aguijó el corazón al estudiarle el rostro,
temerosa de que la alegría fuera forzada, de que estuviera escondiendo el
resentimiento como lo había hecho con la furia, pero no vio nada más que
un hombre ansioso de sexo.
Ninian presionó el camisón tenso contra el abultado vientre.
—Cálida y dispuesta, quizás, pero un poco desgarbada. Ni siquiera
mis tías estaban tan grandes en esta etapa.
—Eso es porque es un niño —le susurró malicioso al oído, mientras la
tomaba en sus brazos y acariciaba su redondez—. Te digo, los hombres
Ives solo producen varones.
—Justo lo que tu familia necesita, milord —le provocó con burla,
envolviendo los brazos alrededor de los de él donde descansaban en su
cintura—, más hombres viriles para endilgarle a un mundo desprevenido.
—Es más de lo que tu familia necesita, milady. —La cogió de las
rodillas y la alzó hasta la cama—. Un macho pendenciero que perturbe
todas las tradiciones familiares.
—Ay, Dios, no quiero ni pensarlo. —Un hombre Malcolm. La idea le
provocó un mareo.
Con gratitud, bebió un sorbito de la taza que él le tendió una vez que
se acomodó contra los cojines, y observó con interés mientras Drogo se
quitaba las prendas y las doblaba sobre una silla. Tenían una sola vela, y
ella deseó tener más cuando la camisa acabó junto a la chaqueta y el
chaleco, y pudo admirar la completa extensión de los hombros y la
espalda musculosa.
—Oh, Dios —repitió por una razón completamente diferente al tiempo
que esos músculos se ondularon y se hincharon.
Drogo giró y enarcó una inquisitiva ceja en dirección a ella,
otorgándole plena visión de la flecha de oscuros rizos esculpiendo el
esternón y el tenso abdomen. Ella tragó en seco y no pudo desviar la
mirada. En verdad, nunca le había visto sin la camisa.
Finalmente, calculando la dirección de los pensamientos de ella,
Drogo extendió el brazo sugestivamente hacia los botones de los
pantalones.

2
Toddy (plural: toddies): Bebido hecha con whisky, brandy u otro licor mezclado
con agua caliente, azúcar y otros condimentos.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Si hemos tenido nuestra noche de bodas y el cortejo ha terminado,


¿cómo debemos llamar a esto, señora? —provocó con burla, soltando
lentamente el primer botón.
Las sombras de luz de la vela jugaban contra la dura cresta que le
empujaba la solapa de los pantalones hacia afuera. Ninian se relamió los
labios, repentinamente secos.
—Grande —contestó sin pensar. Recordó otro momento y otro lugar
en el que había pensado lo mismo. Su marido no era definitivamente un
hombre pequeño.
Ni tímido. Sonrió cuando entendió lo que ella había querido decir, y la
belleza de las facciones cinceladas casi distrae a Ninian de los pantalones.
Casi. Cuando empujó la tela sobre las delgadas caderas, ella se olvidó del
blanco destello de los labios contra su sensual voluptuosidad, o cualquier
otra cosa que no fuese la evidencia de la masculinidad Ives. La tía tenía
razón, definitivamente. Los hombres Ives eran muy... viriles.
Le quitó la taza de los dedos laxos antes de que ella pudiera volcar el
contenido.
—Es bueno saber que aún quedan cosas que puedo enseñarle a mi
omnisciente esposa. —Apagó la vela.
—Solo sé de hierbas —murmuró mientras el calor y el peso de su
marido se deslizaron debajo de las sábanas junto a ella, y los ásperos
vellos de la pierna le capturaron el muslo.
—Entonces, déjame enseñarte acerca de los hombres, querida.
Una mano muy masculina le cubrió un pecho y una cálida boca con
sabor a whisky le separó los labios. Creyó que, sin duda, había muerto e
ido al cielo cuando la lengua le acarició y los dedos le otorgaron placer.
Así que estaba pero bien casada. Con un Ives. Hasta ahora, lo único
que se había destruido era su autocontrol.
Suspiró con satisfacción cuando él le guió la mano hacia abajo y le
enseñó a tocarle. Solo necesitaba el poder femenino para eso y él tenía la
llave de acceso.
Drogo gruñó y enterró la mandíbula con barba crecida contra la
cabellera de ella mientras le acariciaba.
—No duraré mucho más —murmuró él, acariciándole el pecho
nuevamente y provocando una enorme confusión con el único control que
ella había creído poseer—. ¿Es eso seguro para el bebé?
—Durante unas semanas más. —gimió Ninian, al tiempo que Drogo le
recompensó al correr a un lado el canesú y afanar la lengua sobre un
doliente pezón. Salvajemente, pensó que los hombres no necesitaban
perseguir los rayos si lo que deseaban era electricidad. Drogo podía
crearla simplemente con las manos y la boca, y ella no podía resistirse a la
atracción más que el mar podía escapar de la luna.
El calor de las palmas de las manos le moldeó los pechos y se los
transformó en dos pesados montes mientras dibujaba un camino de besos
hacia arriba.
—Quizás sí eres una bruja —dijo cuando ella se arqueó hacia él,
ofreciéndose.
Antes de que ella pudiese entender la confesión, él mordisqueó la
plenitud que las manos habían creado, luego calmó el pellizco con la

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

lengua. Ninian enroscó los dedos en el cabello, sosteniéndole la cabeza


mientras él le dejaba marcas, más allá de interpretar algo tan simple
como las palabras.
—Solamente una bruja podría impulsarme a la distracción como lo
haces tú.
En cualquier otro momento, esas palabras la habrían destruido, pero
por ahora, no les prestó atención.
—Tienes magia en la punta de los dedos —indicó ella mientras él le
saciaba la necesidad al acariciar ambos pezones a la vez.
Drogo rio y jugueteó con los labios de su esposa con besos y
mordiscos.
—No solo en la punta de los dedos. —Rodó y, atrayéndola hacia él, le
quitó el camisón por encima de la cabeza.
Ninian contuvo el aliento cuando él descubrió el pesado cuerpo, pero
las manos simplemente acariciaron y admiraron los cambios que el bebé
había provocado. Floreciendo bajo el calor de la mirada de Drogo, ella
finalmente le siguió la intención y él ajustó las posiciones. Reclinando la
espalda sobre la pila de cojines, le colocó a horcajadas, hasta que la parte
masculina rozó tentadoramente cerca de donde ella le necesitaba.
La tocó entre las piernas, recordándole la primera noche juntos,
provocándole el doloroso vacío, mientras atrapaba su mirada con los ojos
y la sostenía allí. Ninian tembló ante la ardiente intensidad que la tenía
cautiva, incapaz de negarse a nada.
—Embrújame —le exigió, con voz ronca.
Sin más instrucciones, ella elevó las caderas y lentamente bajó sobre
él hasta que Drogo gruñó, la cogió por la cintura, y se elevó, colmándole
hasta el punto de explotar.
Ya sin ser ella misma, sino una parte de él, Ninian rindió su voluntad a
la de su esposo, moldeó el cuerpo ante sus órdenes, y gritó de alegría
mientras le utilizaba como un placer en vuelo que ella no había conocido
antes. Le acarició y succionó los pechos hasta que estuvo débil por la
necesidad, luego la penetró una vez más hasta que galoparon al unísono.
Cuando planearon juntos por el acantilado del olvido, él la tomó y la
sostuvo mientras la inconsciencia les rebasaba y cayeron en picado,
saciados e ilesos.
Juntos, hacían magia.

—No hay necesidad de que te veas tan engreída, esposa mía —se
quejó Drogo en broma cuando, al día siguiente, emergieron de la hostería
hacia la clara luz de sol—, solo porque ayer por la noche generamos
suficiente calor como para evaporar las nubes durante el resto del
invierno.
Tímidamente, Ninian escondió la sonrisa en el manguito mientras él la
guiaba de la mano hasta el carruaje.
La sola sonrisa tenía el poder de empujarle el cerebro hacia una
estrepitosa inconsciencia. Eso le asustaba tanto como la sonrisa le llenaba
de orgullo. Él sabía que no debía confiar en las mujeres, en el matrimonio
o en partes del cuerpo que se sacudieran. Sabía que lo mejor que podía

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

esperar era una cama cálida y una incómoda tregua hasta la próxima
diferencia de opinión. Pero incluso a la clara luz del día, podía recordar con
nitidez la alegría y la esperanza que su enloquecedora esposa le había
arrancado de adentro la noche anterior. Definitivamente, era una bruja de
algún tipo.
Le vendría bien recordar que ella le había retorcido a voluntad con
ese disparatado viaje hacia la nada. Había dejado todo lo que tenía entre
manos para verle sana y salva. No podía recordar a nadie nunca
desviándole del camino que había elegido, no desde que tenía catorce
años y su padre murió, dejándole una montaña de deudas. Incluso los
abogados del Estado se habían inclinado ante su autoridad. Ninian, no.
Afortunadamente para él, ella ni siquiera sabía lo que había hecho.
Solo sonrió y se acurrucó cerca al tiempo que él se unió, como si
estuvieran en una mera excursión vacacional. Nunca antes se había
tomado una, y esa no sería una de ellas ahora. Regresarían a una
apestada tierra, a una nada helada, sin amigos ni familia para recibirles, y
ella le sonreía como si él le hubiera prometido el paraíso.
Él podría sobrevivir un invierno en Wystan a cambio del niño que ella
le daría. Pero no apreciaba en absoluto el chantaje que le había llevado
hasta allí. Durante los meses siguientes, tendría que enseñarle quién
estaba a cargo.
—¿Has recibido noticias del administrador? ¿Se ha recuperado el
arroyo? —preguntó ella.
Pensándolo bien, Drogo le arropó firmemente bajo el brazo.
—El arroyo estará helado. Concéntrate en empollar al jovenzuelo y no
en lo que no se puede cambiar.
No le agradó la manera en que ella entrecerró los ojos y se cruzó de
brazos de esa manera testaruda que él ya comenzaba a reconocer.
—¿Quién dice que no se puede cambiar? —exigió saber ella.
No dijo nada más, y Drogo se permitió creer que ese era el fin del
asunto. Las madres embarazadas no caminaban por el campo helado
explorando arroyos muertos.

Las madres embarazadas ayudaban a otras madres embarazadas a


parir a sus bebés. Drogo lo descubrió unos días después, muy a su pesar.
—¡Gracias a Dios estás aquí! —exclamó Lydie al apresurarse al gran
salón antes de que el cochero pudiera descargar el equipaje—. ¡La hija de
la cocinera ha estado de parto desde ayer y yo no puedo hacer nada!
Casi se había olvidado de lady Lydie. Más bien había supuesto que
Sarah se había deshecho de ella en algún lugar, de algún modo. La mente
instantáneamente buscó las ramificaciones legales de la presencia de la
mujer. Seguramente, el padre no podría demandarle. Pues bien, al menos
Claudia había regresado a casa ahora que Twane había partido para
Francia.
—¿Dónde está? —Ninian arrojó el manguito de piel sobre la mesa sin
mirar dos veces hacia su marido, que la seguía detrás.
—Le trajimos aquí la semana pasada ya que los caminos están
terribles. Apresúrate. Se está debilitando. —Lydie corrió hacia el pasillo

- 201 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

que llevaba hacia el ala de los sirvientes.


—¡Ninian! —Drogo la detuvo antes de que ella pudiera continuar.
Cuando giró para verle, intrigada, él pudo ver que la mente de su esposa
ya había llegado hasta Lydie por el pasillo—. Has tenido un largo viaje —
dijo bruscamente—. Necesitas descansar.
Ella le dedicó esa desconcertante sonrisa que no pudo comprender.
—Te amo, Drogo —murmuró ella, poniéndose de puntillas para
besarle la mejilla—. Pero puedo cuidarme sola.
Ella ya se había marchado antes de que él pudiera digerir ese «te
amo» o reacomodar los pensamientos para absorberlos.
«Indudablemente, se trata de algún lugar común de esposa con la
intención de disiparle los temores», decidió con severidad mientras dirigía
a los sirvientes para que llevaran las cosas de Ninian a la habitación.
Sin embargo, estaba aún a cargo allí. Esa era su casa y ella
aprendería a vivir bajo sus reglas. Después de las sesiones de amor que
habían compartido las últimas noches, ella ciertamente no podía objetar
dormir en su cama de manera regular. Sin embargo, no le sorprendería si
se mudaba a la habitación principal embrujada.
Como si fuera una respuesta a sus pensamientos, una puerta se cerró
de golpe justo sobre él, y una risotada le envolvió.
Los fantasmas no se reían, se dijo a sí mismo mientras subía las
escaleras de dos en dos. Y él no escuchaba a los fantasmas. Esa era la
jurisdicción de Ninian. Que fuera ella quien les escuchara.

—No me digas que has traído ese horroroso libro contigo, ¿o sí? —
exclamó Drogo cuando fue a la cama esa noche para descubrir a su
esposa sentada contra los cojines, leyendo.
Ella pasó una quebradiza página e inclinó el libro para obtener mejor
luz de la lámpara.
—Sigo albergando la esperanza de que resuelvan las diferencias y
que todo salga bien. El castillo era de ella —dijo Ninian, con indignación,
sin levantar la mirada.
—Era de ella —le corrigió—. El padre se lo dio al esposo como dote.
—Él no tenía ningún derecho. El castillo le pertenecía a la madre de
ella. Simplemente no es justo. Eran muy felices al principio. El incluso
mejoró el cuarto del bebé. La criatura nació allí. Pero no creer que era de
él solo porque era una niña...
Drogo suspiró y se quitó la chaqueta y el chaleco. Era obvio que no
tendría la completa atención de su esposa esa noche.
—Ella contrajo matrimonio con un Ives, querida. No somos famosos
por confiar en las mujeres, ni por nuestra sabiduría en el matrimonio.
Supongo que él ya había engendrado un bastardo o dos a esas alturas.
—Dos —dijo ella, enfadada, con la vista clavada en las páginas—.
Hombre estúpido. Ambos niños, dando así su masculinidad, supongo,
mientras la esposa sufre la soledad y deja que el amor se marchite. En
este punto, él ha regresado a Londres en un coche, y el pueblo está
sufriendo inundaciones, y nadie está haciendo nada al respecto. —
Finalmente, levantó la vista hacia él—. No había notado que la estupidez

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

fuese una característica Ives. ¿Por qué haría él tal cosa?


Drogo se deslizó hacia el colchón y le quitó el libro de las manos.
—Era un razonamiento lógico —explicó, con paciencia—. Todo el
mundo sabe que nosotros siempre engendramos hijos varones.
Probablemente partió por negocios y regresó a la casa para encontrar a su
esposa embarazada. Eso habría provocado la sospecha en casi cualquier
hombre. La niña era toda la prueba que él necesitaba.
—Los hombres Ives no permanecen junto a sus mujeres el tiempo
suficiente como para saber si procrean hijas. —Mulló el cojín a golpes y se
deslizó bajo las sábanas—. Y solo se necesita una noche para crear un hijo
de cualquier sexo. Sabes perfectamente bien que podría haberle llevado a
la cama la noche antes partir en ese extenso viaje.
Drogo se quitó las botas y las arrojó contra el muro.
—Si ella se parecía a ti en algo, amor, entonces él estaba loco de no
haberla llevado con él.
—¿Qué se supone que quieres decir? —exigió saber mientras él
apagaba la luz.
Se deslizó dentro de las sábanas y la arropó segura bajo los brazos
antes de contestar.
—Significa que el único momento en que un hombre puede estar
seguro de una mujer es cuando la tiene debajo de él.
Drogo atrapó el grito de ira de su mujer con la boca e hizo su mejor
esfuerzo para enseñarle que estar debajo de un hombre Ives no era nada
malo.
Y quizás, tener una mujer Malcolm debajo de él, no era malo
tampoco.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 29

—¿Cómo se siente su hija esta mañana, señora White? —preguntó


Ninian a la robusta mujer que retiraba las tortas de avena del horno.
La cocinera arrastró con cuidado la cacerola caliente sobre una rejilla
para que se enfriara, luego giró con una amplia sonrisa.
—Ella y el niño están muy bien, muchas gracias, milady. Les estamos
agradecidos a vos y al buen Señor en el cielo de que hayáis llegado a
tiempo.
—Dicen que Él obra de maneras misteriosas. —Ninian tocó las
humeantes tartas con el dedo y decidió esperar antes de quemarse la
boca con una—. ¿Dónde está todo el mundo? Creí que la señora Lydie dijo
que había enviado a buscarles. Quiero comenzar a limpiar la habitación
principal.
La cocinera palideció.
—No querríais hacer eso, milady. Es un lugar lúgubre y viejo, sí que lo
es. La chimenea aulla algo feroz, y los paneles traquetean, y la humedad
se ha instalado allí. Airearé una de las habitaciones más nuevas, ¿eh?
Ninian introdujo el dedo en un recipiente con masa de torta, luego se
lamió el dedo y lo dejó limpio. Esa era la casa de Drogo. Sarah había sido
la señora allí y en Londres.
Ninian nunca antes había lidiado con sirvientes ni había servido de
mucho al gritar órdenes a la gente. Sin embargo, pudo sentir el temor de
la simple mujer y buscó reconfortarla.
—Alimentar a lord Ives es una tarea de tiempo completo —le aseguró
Ninian—. No hay necesidad de airear nada. ¿Esto significa que los otros
sirvientes no regresarán?
La señora White apretujó el delantal con manos regordetas y suaves
como la masa.
—Tienen miedo de sus propias sombras, si no os incomoda que lo
mencione, milady. Vendrán cuando tengan hambre y no antes.
Ninian suspiró. No esperaba nada mejor. Después de todo, incluso
ella misma había creído en las supersticiones de los demonios Ives y había
temido las leyendas acerca de cuando la aldea se inundara. Vivir con
Drogo ciertamente le había abierto la mente a buscar nuevas
explicaciones.
Comenzaba a comprender por qué la abuela se había pasado mucho
tiempo diciéndole a la gente lo que quería oír y dándole tontos amuletos
para conquistar sus temores. Ser una bruja no era nada fácil.
—Pues bien, señora White. Usted simplemente encárguese de su hija
y del bebé recién nacido y mire que coman. La señora Lydie y yo nos
encargaremos de las tareas de la casa.
Ninian eligió una de las tortas más frías y se marchó de la cocina, con
la mente trabajándole furiosamente a toda velocidad a pesar del paso

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

lento del cuerpo.


La abuela le había dicho que ella era una sanadora Malcolm. Para ser
una sanadora, debía ser aceptada por aquellos que debía sanar. De otro
modo, no era nada más que una máquina de engendrar los hijos de un
conde. Algunas mujeres podrían aspirar a eso, pero ella era diferente.
Tenía que ser leal consigo misma, aunque a Drogo no le agradara.

—Hola, Mary. ¿Soy bienvenida aquí? —preguntó Ninian cuando la


puerta de la casa se abrió.
Los ojos de Mary se abrieron de par en par.
—¡Ninian! —Luego, recordándose a sí misma, ejecutó una torpe
reverencia—. Quiero decir, señora Ives. Yo...
—Aún soy Ninian, pero lord Ives en verdad solo tiene una esposa, y
esa soy yo. —No pudo resistir la chanza, pero reprimió la ridícula urgencia
por sonreír. No sabía dónde estaba parada en su propia casa, y rezó con
frenesí cuando la amiga de la infancia se mostró vacilante.
Mary echó una mirada nerviosa a la falda lisa de lana de Ninian y a la
protuberancia apenas escondida debajo.
—Sí, y no ha perdido el tiempo con sus obligaciones, tampoco. ¿En
qué estaba pensando para permitirte andar por ahí en este estado?
Abrió la puerta, y con un enorme suspiro de alivio, Ninian la siguió al
interior.
—Oh, pues bien. Apuesto a que escucharemos sus gritos enseguida,
pero no podía esperar a que él sacara tiempo para traerme aquí. Caminar
me hace bien.
—Caminar en este clima húmedo y frío no —le reprendió Mary—.
Siéntate y déjame prepararte un poco de té.
Los niños se amontonaron con timidez en un rincón cuando Ninian se
sentó a una mesa de caballetes junto al fuego. Sonriendo, introdujo la
mano en el bolsillo y retiró una pequeña bolsita de dulces. Necesitaba
volver a llevar los delantales que había abandonado en Londres. Nunca
tenía bolsillos suficientes.
Cuando la madre asintió con un movimiento de cabeza aprobatorio, el
mayor arrastró todo su cuerpo para inspeccionar la ofrenda.
—Has crecido, Matt. Apuesto que eres lo suficientemente fuerte como
para cargar agua del pozo.
Ninian no necesitaba de la tímida sonrisa del niño para saber del
orgullo que sintió ante el reconocimiento, pero aun así, le agradó verla. Al
aprender a leer a Drogo mediante las expresiones y las acciones le había
enseñado a leer la manera en que otros expresaban los sentimientos
físicamente, de manera que podía interpretar mejor las vagas vibraciones
de empatía que recibía. Ese conocimiento podría resultar una herramienta
útil cuando los pacientes estaban dolientes y demasiado confusos como
para que ella pudiera comprenderles.
Los niños rieron alegremente por el obsequio, y no mucho después, la
más pequeña había trepado sobre el regazo de Ninian. Ella se sentía bien
allí, y Ninian le acariciaba con gozo los sedosos rizos.
—He extrañado a los pequeños.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Mary aún la observaba con cautela mientras preparaba el té.


—Les has dejado de buena gana para irte a los salones de baile de
Londres. Me sorprende que hayas regresado.
—No les dejé por voluntad propia —protestó Ninian—. Vosotros no me
queríais por aquí. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Envejecer aquí y tener
gatos como única compañía?
—Nunca has tenido gatos hasta que él llegó. —Apoyó la taza sobre la
mesa con un fuerte ruido—. El arroyo nunca se había inundado hasta que
un Ives y una Malcolm se unieron, como cuenta la leyenda.
—El arroyo sí se ha inundado antes —le corrigió Ninian, sin mencionar
la conexión Malcolm-Ives—. Y nunca he tenido gatos porque la abuela no
me lo permitía. Le temía a lord Ives tanto como tú, pero es solo un
hombre, como cualquier otro.
Mary sonrió con malicia.
—Y ha demostrado su hombría. No tendrás tiempo para gente como
nosotros cuando el bebé llegue.
—No seas tonta. Por supuesto que sí. —Ninian se relajó cuando
comenzaron con las bromas de la infancia—. ¿Qué otra cosa hacen las
condesas? Dime cómo están todos. ¿Harry contrajo matrimonio con
Gertrude?
—Después de que se volvió gorda por el embarazo, sí. Beltane
produjo una buena cosecha este año. —La preocupación se filtró en su
rostro, pero no mencionó la razón por la cual había escrito—. Parece que
tendrás el propio para parir, y será mejor que nos ocupemos de nuestros
asuntos.
Ese era un problema que Ninian ya había considerado.
—Le estoy enseñando a la señora Lydie lo que sé. Fue bastante
habilidosa al ayudar a la hija de la señora White. Quizás pueda hacer de
mis manos como lo hice por mi abuela.
—¿Una señora elegante de Londres ayudando en un parto? El día que
el sol no se eleve.
—Pues bien, no nos preocupemos por eso ahora. Tenemos más de
dos meses. —Dos meses en los que esperaba enseñarle a Lydie las cosas
que ella estaba ansiosa por aprender. Lydie fue increíblemente
subestimada por todos, pero había sobrevivido allí sola, criando a su hija
sin quejarse, incondicionalmente resistiéndose a los planes de su familia a
casarla por interés. Ninian había aprendido algunas cosas en Londres, y
entendía cuánto coraje le había demandado el hacer eso.
Con Mary llevándole la delantera y las noticias de que había salvado a
la hija de la cocinera de morir en el parto para alisar el terreno, Ninian
visitó a Gertrude para asegurarle que le ayudaría a dar a luz. Se mantuvo
en los temas de conversación seguros como el chismorreo local y el parto
y no mencionó el arroyo. Eso era lo próximo en la lista, pero recobrar la
confianza de la aldea era lo primordial.
Preocupada por su madre enferma, Gertrude dejó a un lado la cautela
y llevó a Ninian hasta la casa de los padres. Varias de las mujeres mayores
estaban allí, y la llegada de ella estimuló una discusión sobre dolencias y
remedios que tomó mucho más tiempo de lo que ella había anticipado.
Para cuando salió de la modesta casa, el sol había viajado muy entrado el

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

mediodía, y el cansancio se había instalado en ella; pero triunfal, supo que


tenía su punto de apoyo en la aldea otra vez.
—¿Vas hacia algún lado? —le preguntó una grata voz con tono seco
cuando llegó a la plaza.
—¡Drogo! —Ella giró sobre los talones para encontrarle apoyado
contra el muro de piedra de la taberna, aparentemente esperándola. El
marido se veía gloriosamente escarpado con las botas de campo y sin las
fruslerías de las puntillas londinenses. También parecía estar al borde de
la furia—. Tú nunca pierdes los estribos —le recordó sin alterar la voz.
—Un hombre debe comenzar en algún momento. —Se despegó del
muro de la taberna y se colocó frente a ella, sobresaliente—. ¿Estás loca,
milady?
—En absoluto. —Se cerró la capa más confortablemente y le sostuvo
la mirada sin temor—. Sin embargo, estoy lista para volver a casa.
—¿A la casa de quién? —exigió saber—. Quizás prefieras regresar a tu
antigua casa y hacer la cuenta que solo fui un capricho pasajero.
Ninian ladeó la cabeza e intentó interpretar qué sucedía más allá de
la inescrutable expresión del marido, pero solo pudo ver la ira. En el caso
de Drogo, la opción más segura parecía ser comportarse como ella misma
y observar qué ocurría.
Colocó la mano alrededor del brazo de él y comenzó a caminar por la
calle.
—La gente no parece temerme. La inundación y la superstición les
asusta, y quizás aún estén cautelosos, pero al menos están escuchando.
¿Cómo llegaste hasta aquí? Con seguridad no fue caminando.
Silencio. Se sentía cómoda con eso. Le llevó a Drogo un tiempo
sopesar los significados ocultos, interpretar y decidir una respuesta. Era
un hombre muy prudente, y ella le sonrió para demostrarle que no le
importaba.
Pareció totalmente desconcertado por la sonrisa. Ella amplió el gesto
y él arrugó el entrecejo. El corazón de Ninian cayó en picado. Quizás él no
comprendía por qué estaba sonriendo, pero de hecho, estaba viéndola y
preguntándose qué pensaba en lugar de ignorar los pensamientos en
favor de los suyos propios. Eso quizás no era algo tan bueno como ella
había esperado, pero era un lugar más sólido que antes, cuando ella no
era más que otra cifra en su libro de responsabilidades.
—No puedo ponerte sobre mis rodillas, ni cortarte la mensualidad, ni
enviarte de regreso al instituto, ni ninguna de esas cosas que hago con
mis hermanos. ¿Cómo demonios se supone que exija tu obediencia?
—No puedes, de la misma manera que yo no puedo exigirte la tuya —
le contestó con alegría—. Igualdad, ¿recuerdas? ¿Es tan difícil de
entender?
—Igualdad —repitió con abatimiento—. Tú llevas una carga imposible
y apenas puedes mantenerte en pie por el cansancio, ¿y esperas que te
trate como a un hombre?
Se detuvo ante un palafrén gris con una pequeña silla de montar casi
plana. Sin más discusión, la sentó de costado sobre la silla, luego montó
detrás de ella. Las piernas tocaron el suelo cuando sujetó las riendas con
una mano y la sostuvo a ella con la otra.

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—No como a un hombre. —Ninian observó, escéptica, la distancia al


suelo y reconoció la sabiduría del marido en elegir monturas—. Admitiré
libremente que no puedo montar caballos como tú; sin embargo, no me
molestaría aprender sobre una montura de este tamaño. No es una
distancia de caída demasiado alta.
—Y esta camina como una cama colgante. —Drogo pateó a la yegua y
esta comenzó a caminar lentamente—. Lo que es mejor para ti que la
carreta de granja, al menos.
Ella observó el suelo hasta que estuvo segura de que no se resbalaría
inmediatamente. Luego, se relajó lo suficiente como para apreciar la
fuerza de los brazos del marido a su alrededor. Él la llevó más cerca
cuando ella se reclinó sobre él.
—¿Me enseñarás a montar? Podría ser algo muy útil de saber.
—¡Estás embarazada de siete meses! —exclamó con exasperación—.
La gente se cae de los caballos cuando está aprendiendo. Acéptalo,
Ninian. No puedes hacer nada más que nutrir a ese bebé ahora. La aldea
está muy lejos.
—No soy un melón maduro a punto de estallar. —Se concentró en
balancearse con el caballo—. Caminar me hace bien. Recuerda, yo soy la
comadrona, no tú.
—¿Y me dirás que el frío y la humedad son buenos para ti también?
¿Y que acabar tan cansada que casi no te puedes mantener en pie es
saludable? Tengo seis hermanos menores que han intentado todas las
excusas conocidas por el hombre conmigo, Ninian. Sé cuándo me están
engañando.
—Soy una sanadora, Drogo. No puedo curar si no puedo visitar a los
enfermos. Estas personas son mi responsabilidad, como tus hermanos lo
son para ti. ¿No puedes aceptar eso?
Silencio. Ninian pensó que le arrancaría la camisa y le clavaría las
uñas en la gruesa piel para comprobar que fuera humano, pero sabía que
era tan humano como ella, y ese era el problema.
—He aceptado que lleves mi hijo, que eres una Malcolm, y que sabes
algo de hierbas. Acepto que eres mi responsabilidad ahora, y que debo
protegerte tanto a ti como al bebé de todo peligro. ¿Por qué no puedes
aceptar esa protección?
Le dio unos golpecitos en el pecho en lugar de hacerlo jirones. En
verdad, no lo entendía.
—No soy tu responsabilidad, Drogo. No necesito tu protección. Puedo
muy bien ocuparme de mí misma. Acepta eso, y habremos encontrado un
punto de partida.
—Si no me necesitas en absoluto, entonces ¿para qué demonios me
quieres? —gritó él, finalmente perdiendo los estribos—. ¿Soy tu semental
de cría y nada más?
Ninian rio con una alegría despreocupada que rebotó en los
carámbanos que cubrían los árboles.
—Ahora sí nos estamos entendiendo, milord —dijo ella, con
aprobación, acurrucándose en su calidez—. Puesto que, ante tus ojos, no
soy más que una yegua de cría. Solo porque tenga las cañerías adecuadas
para esa tarea no significa que sea qué o quién.

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—Eres un equipaje extremadamente molesto con demasiada


inteligencia y libertad —gruñó él—. Las mujeres de tu familia estaban
locas al dejarte crecer salvaje.
—Mi familia aceptó desde que nací que crecería como crecí. La única
opción que tenían era enseñarme a utilizar mis habilidades o
abandonarme para que aprendiera sola. Mi madre prefirió el abandono. Me
sentía miserable sin saber quién o qué era, solo sabía que era diferente.
Mi abuela me mostró cómo sacarle el mayor provecho a mis diferencias.
Él acarició con la mano, pensativo, sobre el lugar donde crecía el
bebé.
—Y como yo no puedo enseñarte nada, ¿no tengo propósito? ¿Qué es
lo que quieres de mí?
—Aceptación, milord. —Cerró los ojos y se recostó contra él,
escuchando el latido del corazón—. Deseo que la gente acepte lo que soy
sin dejarme de lado por mis diferencias. Eso es lo único que siempre pedí.
Quizás, algún día, pueda aprender a ayudarte con tus responsabilidades, y
entonces podremos trabajar juntos.
—Correcto. Te daré los libros del negocio minero cuando lleguemos a
casa, y tú encontrarás dónde necesitamos reducir costes.
Aún no lo comprendía, pero la estaba escuchando y no la rechazaba.
Era todo lo que podía pedir, por ahora.
—Preséntame con tu administrador, y te diré si te está engañando —
le contestó soñando, medio dormida por el bamboleo del caballo y la
calidez de los brazos de su marido—. Pariré a tus hijos y te enseñaré a
reír.
—¿Y si no quiero hacerlo?
—Entonces te curaré de eso también.
Ninian se quedó dormida en sus brazos, volviendo a despertar en
Drogo la terrorífica sensación de que caminaba por un precipicio, más allá
del cual no sabía si había aire, agua o canto rodado.
El matrimonio había sido una mala idea. Debería haberse quedado en
Londres, donde sabía dónde estaba parado y qué se esperaba de él.
Sin embargo, estar sentado allí con su esposa y su hijo en brazos, le
traía una alegría que no había sentido nunca hasta entonces, incluso
cuando la cabeza le daba vueltas por la incertidumbre.
De una forma u otra, resolvería el problema que representaba su
mujer.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 30

Drogo cargó a su durmiente esposa hacia el castillo. Ella despertó lo


suficiente como para abrazarle, pero el dulce aliento pronto le dio calorcito
en el cuello otra vez cuando ella regresó a su sueño.
No tenía ni idea de lo que hacía junto a una mujer así. Hubo un
tiempo en que pensó que contraería matrimonio con una belleza grácil e
inocente que andaría por su vida como una mariposa, atendiendo los
extraños asuntos de mujeres durante el día, ocasionalmente calentándole
la cama por la noche. Si hubiera pensado en el tema aunque solo fuera
por un segundo, se habría imaginado que ella estaría satisfecha con un
poco de halagos, un par de joyas, y toda la atención que él fuera capaz de
concederle. Estaba bastante seguro de que si su padre le hubiera dado a
su mujer todo aquello, sus padres habrían permanecido juntos.
Pero no: tenía que casarse con una demente novia campestre que
pensaba que Londres era un aburrimiento y traer niños al mundo, su tarea
en la vida. En lugar de inspeccionar su patrimonio en Ives, reunir a los
hermanos para las fiestas navideñas y explorar la rentabilidad de una
empresa de navegación, estaba varado en el fin del mundo, bailando al
ritmo de la alegre melodía de su mujer, todo porque ella llevaba el hijo
que él creyó nunca tendría. Así no era como había planeado su vida.
Supuso que podría darle el gusto por unos meses. Podría explorar
expandiendo la empresa minera e investigar acerca del canal que varios
de los otros propietarios querían construir, si solo pudiera estar seguro de
que Ninian se quedara en su lugar, la obstinada moza.
Ese día no había sido una experiencia tranquilizadora, pero pensó que
quizás tendría la respuesta para ello.
Con gentileza, le cargó a través de los ondulantes pasillos hasta el
jardín de invierno en el ala trasera del castillo. No había comprendido la
sugerencia de Sarah de reconstruir el invernadero hasta que Ninian hubo
entrado completamente en su vida. Después de esos últimos meses, de
observar las plantas volver a la vida cada vez que volvía a mirar, tenía una
mejor comprensión del talento de Ninian.
Con satisfacción, colocó la durmiente carga sobre el sofá que había
dispuesto para ella. «Ella nunca lo utiliza», admitió con pesar. Quizás
podría atarla para no tener que perseguirla.
Ella volvió a despertar cuando él se alejó unos pasos. Drogo observó
con secreto placer mientras los dormidos ojos azules se abrían de par en
par con asombro. No creía haber visto jamás algo tan inocentemente
hermoso desde que sus hermanos eran bebés en la cuna.
—¡Milord! —susurró ella, apoyándose sobre los codos y mirándole
fijamente.
Él había ordenado que le llevasen todas las plantas en macetas hasta
allí, y después de consultar con un par de varios notables botanistas de

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Londres, había encargado algunas más. No entendía el propósito ni el


encanto, pero el asombro fascinado de Ninian fue satisfacción suficiente.
—No estaba seguro de si los sirvientes estaban manteniendo la
habitación a la temperatura adecuada —admitió mientras ella continuaba
con su mudo examen desde el sofá.
—Oh, Dios. —Ninian luchó por sentarse, aceptando la mano de Drogo
al tiempo que incorporaba las imágenes y los olores de la tierra húmeda y
las hojas verdes. Se aferró a esa mano fuerte al ponerse de pie y tocar un
helecho. Estaba echando hojas nuevas, en medio del invierno.
Apretó la mano con más fuerza, sin saber a ciencia cierta si estaba
soñando o no, y rozó los dedos contra las fragantes hojas de un arbusto de
laurel. El aroma llenaba el aire.
—Nunca me imaginé... —Ni siquiera pudo encontrar las palabras
cuando la mirada cayó sobre un arbusto de rosales con un único y
perfecto capullo rosado—. ¡Mis rosas!
—Les ordené que trajeran las cosas que tenías en la casa de tu
abuela. No estaba seguro de qué suerte correrían sin ti.
Ninian creyó que lloraría. Todo ese tiempo, había pensado que él no
se había dado cuenta... Si él podía ver su amor por las plantas, sin duda,
sin duda, podría lograr que viera su amor por Wystan. Y luego... No
debería esperar demasiado todo junto.
Parpadeó para evitar las lágrimas y miró hacia arriba a través de una
acuosa cortina al excepcional hombre que era su esposo. Los ojos negros
tenían un tinte de inseguridad, pero por lo demás, mantenía la estoica
compostura habitual. Acarició con dedos asombrados la mandíbula
cuadrada y atisbo una pequeña sonrisa curvándole la comisura de los
labios.
—No creí que tuvieras intenciones de traerme de vuelta a Wystan. —
No comprendía nada en él. Buscó en el rostro del marido algo de
entendimiento—. ¿Por qué harías algo así?
—Pensé que volveríamos aquí en el verano, y estas cosas parecían
importantes para ti.
No sabía qué decir. Nunca nadie le había obsequiado algo tan
maravilloso en su vida. ¡Había reconstruido el invernadero! Observó los
paneles de vidrio sobre sus cabezas. Podía ver el cielo azul y algunas
nubes. Era como estar a la intemperie, pero más cálido. La mirada cayó y
se dirigió al suelo de losa, encontrándose con las baldosas secretas de la
luna, el sol y las estrellas. Esas baldosas eran más antiguas que Ceridwen.
Se remontaban a varias generaciones de mujeres Malcolm. Allí era donde
estaban sus raíces.
—No puedo dejar de darte las gracias —susurró—. Ni siquiera sé
cómo comenzar.
Drogo la atrajo de regreso contra su pecho y apoyó las manos sobre
el bebé que cargaba.
—Tú me has dado un obsequio mayor. Estas plantas son pequeñas en
comparación.
Los lazos que habían forjado juntos se cernieron a su alrededor,
asustándole más que un poquito. Ella le pertenecía tanto como ese castillo
le pertenecía a él. Le había comprado una bonita jaula. ¿Esperaba también

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

que cantara dulcemente y que se mantuviera leal en el lugar donde él la


pusiese? Nunca había pedido eso.
—Quizás pueda cultivar algunas de las plantas que ya no crecen en el
arroyo.
—Dime qué necesitas y lo ordenaré para ti —estuvo de acuerdo él—.
Quizás puedas estar satisfecha de permanecer aquí, y no deambulando
por el bosque sola.
Había dicho las palabras que ella temía. Intentó no imaginarse los
lazos de seda ciñéndose. No podía discutir con él frente a ese generoso
obsequio.
—A mí me agrada deambular por el bosque —dijo gentilmente como
para no alterarle—. Pero me agradará trabajar aquí de la misma manera.
—Bien. Así no necesito preguntarme dónde estás mientras yo visito
las minas. —Él oyó solo lo que quería oír, le besó la mejilla y la liberó—.
Creo que me marcharé mientras el clima se mantenga. Los caminos son
intransitables de noche, pero iré por la campiña.
Ella no quería que se marchase. Los lazos con los cuales él la sujetaba
eran verdaderamente extraños.
Ninian se obligó a sonreír y giró para darle unos golpecitos en la
mejilla.
—No te ausentes mucho tiempo. Me sentiré sola aquí sin ti. —Y eso,
también era verdad. La flecha de Cupido le había verdaderamente
perforado el corazón. No quería estar sin él otra vez. Había estado sola
durante demasiado tiempo, y ese hombre le ofrecía una comprensión
mucho mayor que la mayoría de los otros.
—Será muy extraño no tener a Joseph saltando fuera de armarios y a
los oficiales arrastrando a David de regreso a casa. Me parece que no
sabremos qué hacer con nosotros mismos. —Le volvió a besar y se alejó
tras sus propios asuntos.
Ninian no se atrevió a decirle que tenía cinco mujeres embarazadas,
tres niños con fiebre y una anciana enferma que atender en la aldea.
Seguramente, le encadenaría a los muros del castillo.

La primera sospecha de Drogo de que los planes habían salido mal


fue cuando regresó al castillo después de pasar una semana en las minas.
Hacía poco había aprendido los placeres de una cama matrimonial
compartida y ciertamente nunca tuvo intención de permanecer afuera
mucho tiempo, pero el clima se había vuelto malo otra vez e incluso las
colinas eran traicioneras, por lo que, con sensatez, aprovechó la
oportunidad de aprender más sobre el canal que los otros propietarios
deseaban construir. Quizás debería haberse preocupado más por haber
dejado sola a la nueva esposa, pero Ninian había causado estragos en
todas las teorías acerca del matrimonio. De hecho, confiaba en ella.
Quizás había sido un poco apresurado depositar esa confianza.
Que la nueva sirvienta le tomara el sombrero y los guantes en la
puerta no le molestó. No tenía objeción en que Ninian contratara
empleadas sin su ayuda.
Los tapices colgando sobre el pasamanos de la escalera no le

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molestaron demasiado, tampoco. Comprendió que las mujeres tenían el


síndrome del nido que él no poseía, y hasta casi apreciaba los resultados.
Sin embargo, no comprendía por qué había ajetreo y bullicio en la
deteriorada habitación principal embrujada. Debería haber cerrado la
maldita alcoba bajo llave.
Subió las escaleras de dos en dos y descubrió a Lydie en el primer
rellano, cargando con su hija y un brazado de ropa blanca.
—¿A dónde diablos te diriges? —exigió saber, enfadado—. Y, ¿dónde
está Ninian?
Lydie se veía sorprendida.
—No lo sé. ¿Debería saberlo? Podría estar en el invernadero, supongo.
—¿Qué está ocurriendo aquí arriba? —repitió cuando un fuerte
estruendo hizo eco desde la alcoba.
—Oh. —Lydie parecía vagamente culpable al mirar por encima del
hombro—. Están limpiando. La chimenea era una desgracia. Estoy
llevando esto abajo para el lavado. Tenga, ¿podría sostener a Henrietta?
Enseguida regreso.
Aturdido, Drogo miró fijamente a la niña de ojos amplios que le
tendieron con brusquedad en los brazos. La criatura hizo una burbuja de
saliva y gorgojeó mientras él la sostenía a un brazo de distancia.
Tenía catorce años la última vez que había sostenido a un bebé. En
aquel momento, la madrastra gemía de dolor, Joseph y David habían
asustado a la niñera incitándole a esconderse y Paul bebé berreaba como
si se le estuviera rompiendo el corazón. Intentó mecerle, darle golpecitos
en la espalda como había visto hacer a las sirvientas, pero nada funcionó.
La experiencia le había aterrado. Le había desagradado sentirse impotente
de ese momento en adelante.
Pues, al menos ese bebé no estaba dando alaridos. Mientras sostenía
recto al inquieto bulto con ambas manos, Drogo subió las escaleras
enfadado para ver qué demonios estaba sucediendo en la habitación
embrujada. Ciertamente no había autorizado ninguna reparación allí.
Lo primero que notó cuando ingresó fue la calidez de la habitación.
Enarcó las cejas sorprendido al ver el crepitante fuego en la chimenea,
luego observó los paneles de madera desnudos de los tapices con olor a
humedad. Alguien había reemplazado los agrietados paneles en la
ventana y la luz del sol se filtraba por la extensión sin cortinas. Se veía
casi alegre. La niña se retorció con más energía y, temiendo dejarla caer,
Drogo la subió sobre el hombro al tiempo que ingresaba a la siguiente
habitación, donde había estado la cama. Los hombres que estaban
trabajando en los muros hicieron un saludo con la mano en señal de
respeto y retomaron los golpes. Aparentemente, Ninian había hecho algo
de magia y los sirvientes estaban regresando uno a uno. Las mujeres sí
tenían extraños trucos para lidiar con asuntos de ese tipo.
Si a Ninian no le molestaba esa abominable habitación, él suponía
que podía soportarlo. Eran las mujeres las que se habían quejado con
anterioridad. Había creído que las reparaciones constantes eran una
molestia, y sospechaba que los paneles debían ser arrancados y no
simplemente pintados.
Creyendo que encontraría a Ninian en el invernadero, comenzó a

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

bajar las escaleras, y se encontró con Lydie, que se apresuraba hacia


arriba.
—¡Oh, aquí está! —exclamó sin aliento, sin coger la criatura que él le
tendía en su dirección—. El alguacil está en el escritorio y no puedo
encontrar a la niñera. Prometí llevar al pueblo algunas de las medicinas de
Ninian para la artritis. ¿Le molestaría cuidar de Henrietta hasta que la
nana regrese? Y hay una carta de Ewen en el salón. ¿Vendrá aquí para las
fiestas navideñas?
Sin esperar una respuesta, se levantó la falda y voló escaleras abajo.
Drogo notó que ya no llevaba guardainfantes ni polvo. Ninian
probablemente la tenía demasiado ocupada para tanta frialdad. Al darse
cuenta de que aún cargaba con la chiquilla, se la puso debajo del brazo y
caminó enfadado hacia el invernadero. ¡Al demonio con el alguacil! Quería
a su esposa.
—¡Oh, milord, habéis regresado, sí! —exclamó la cocinera al salir
presurosa de la cocina—. No tengo a nadie para revolver el budín y la
pava hierve. Venid conmigo, o se echará a perder.
Ya sin sorprenderse por el caos que la esposa aparentemente había
creado en su ausencia, Drogo precedió el gesto de la cocinera incitándole
a ingresar a la cocina. No creía que hubiera estado nunca antes en una
cocina. Recorrió el lugar con una mirada curiosa pero no pudo discernir el
propósito de los utensilios metálicos y de madera que colgaban de los
muros.
La cocinera le tendió una cuchara de madera, él colocó al bebé en el
otro hombro y tomó el mango. Revolvió el contenido de un recipiente con
cuidado. Olía a budín, sí señor.
¿Por qué estaban preparando budín? Había suficiente allí como para
alimentar a un pueblo entero.
La criada de la cocina regresó cargando leña, que dejó caer al suelo
cuando vio al maléfico conde en la cocina, revolviendo el budín y
bamboleando un bebé sobre el hombro.
Cuando Drogo vio que la muchacha parecía estar a punto del
desmayo, decidió que había tenido suficiente. Tendió con brusquedad el
fajo de brazos y piernas que se sacudían en las manos de la muchacha
ahora vacías, agregando la cuchara como si fuera poco, hizo una
reverencia con la cabeza y se marchó a la carrera.
No sabía cómo las mujeres lidiaban con todo, y no quería averiguarlo.
¿Dónde demonios estaba Ninian?
En el invernadero, no. Vio evidencias de su presencia en el delantal
colgando del sofá y las semillas en parte diseminadas sobre la mesa de
jardinería. Y una fila de hierbas prolijamente etiquetadas sobre los
estantes que habían dado brotes. Había estado verdaderamente ocupada.
Sintiéndose algo aliviado por eso, se dirigió a la torre. Quizás estaba
efectivamente echándose una siesta en medio de todo ese barullo. Se
suponía que las mujeres embarazadas dormían mucho, ¿no era así?
El alguacil le interceptó en el gran salón antes de que tuviera la
oportunidad de alcanzar las escaleras.
—Milord, desearía una palabra con vos, si es posible.
¿Qué estaba haciendo? ¿Cazando a su esposa en medio del día

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

cuando tenía trabajo que hacer? El aire fresco debía de estarle afectando
el cerebro.
—Por supuesto, Huntly. ¿Qué sucede? —Abandonando la persecución,
Drogo cruzó la amplia extensión del prominente salón.
—Es el arroyo, milord. El señor Payton dice que debía contároslo tan
pronto como regresarais. La señora insistió en que le llevase a la fuente de
la plaga. Se han marchado hacia las colinas y no han regresado desde
temprano esta mañana.
El corazón de Drogo se le deslizó hasta la garganta. Creyó que le
mataría, si no se mataba sola antes de que él llegara allí.

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Capítulo 31

—Este es el final de la propiedad del conde, milady. Podéis ver que no


hay signos de la fuente del problema. —El señor Payton estaba de pie,
rígido, junto a su plácida yegua mientras Ninian observaba fijamente el
infértil páramo que daba a colinas distantes.
—El arroyo debe venir desde algún lado —insistió ella—. Ha tenido
todo el verano para explorar. Es imposible averiguar mucho en esta época
del año.
—Podría venir de la tierra de Crown, por lo que sé. O de Escocia. No
hay hada que podamos hacer más allá de esta propiedad.
—Podríamos encontrar la fuente de la peste y detenerla —dijo ella
enfadada, pateando una rama seca sobre las hojas marrones a sus pies.
Sabía que no podía caminar más ese día, y la vista de las colinas distantes
le desalentaba. Necesitaría un caballo; solo que pasarían meses antes de
que naciera el bebé y ella pudiera aprender a cabalgar.
El señor Payton tenía un caballo. Y el señor Payton estaba mintiendo.
Retorció la marchita punta de una planta de hoja perenne y las agujas le
cayeron en la mano.
—Puedo regresar sola. Quiero observar un poco más los alrededores.
Puede regresar a lo que sea que se dedique. —Furiosa, se dio cuenta de
que no le costó ningún esfuerzo convocar los tonos imperiosos de la
abuela. Le llegó tan naturalmente como respirar, con mucha más
naturalidad que el agradable rostro que había llevado durante tantos años.
Quizás la abuela se había equivocado al insistir en que Ninian fuese
siempre amable y no asustara al pueblo con los dones. Si tenía que ser
ella misma, entonces bien podría comenzar a practicar con ese insecto
molesto.
—No puedo dejaros sola aquí, milady —contestó el alguacil, tenso.
—Por supuesto que puede. He caminado por estos bosques sola toda
mi vida. Soy una bruja, ¿recuerda? Váyase y déjeme en paz. —
Mascullando por lo bajo, comenzó a caminar a lo largo de la orilla del
arroyo, tomándose más tiempo para examinar lo que se había perdido por
el apuro de llegar a la fuente de la peste.
Ese estúpido debería haberle dicho que no traspasara los límites de
Drogo. Quizás ella podía convencer a su esposo de inventar otros filtros.
Pasarían meses antes de que el bebé naciera y ella pudiese aprender a
montar. Podrían experimentar pasando el agua a través de diferentes
tipos y determinar cuál era el más eficiente. Drogo sabría cómo llevar
adelante la idea.
Sin duda, le encadenaría al muro por haberse atrevido a salir.
Oyó a Payton alejarse a caballo mientras bajaba con dificultad la
ladera de la colina que él no le había permitido atravesar antes.
¡Hombres! Deberían pensar que era un frágil adorno de porcelana. ¿Cómo

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creían que había sobrevivido la raza humana todos esos años?


Ciertamente, no gracias a mujeres que levantaban los pies y no hacían
nada durante nueve meses al año.
En la base del muro de contención, se agachó en silencio, escuchando
el borboteo del arroyo y al viento soplar a través de las infértiles ramas de
los árboles. A veces, podía oír cosas en el viento, abriéndose sus sentidos
a sus alrededores.
El crujido de hojas muertas, el deslizamiento de un tronco oculto y
una estruendosa maldición no eran exactamente los sonidos que tenía en
mente escuchar. El resultante estrépito la obligó a ponerse de pie.
—¿Quién anda ahí? —gritó. Ya sabía que quien estuviera allí se había
herido y no estaba muy contento al respecto.
—El hombre del saco —contestó una profunda e irritada voz
masculina—. ¿Se encuentra bien?
—Por supuesto que sí. —Sacudiéndose hojas secas de la falda de
lana, se sujetó de un árbol joven cercano, probó la fuerza y se empujó
hacia arriba. El bebé en su interior dio una alegre patada. A su hija le
agradaba la aventura.
—Por supuesto que sí —se burló la áspera voz masculina—. Es una
mujer Malcolm. ¿Por qué habría de creer lo contrario?
—Las Malcolm pueden resultar heridas, como cualquier otra persona.
—Resoplando un poco por el esfuerzo de trepar el empinado terraplén en
dirección de la voz, Ninian se sujetó a un roble para no caer y miró a su
alrededor—. ¡Usted!
El hombre que asistió a la boda sin invitación yacía tendido sobre
hojas marchitas y escombros en un descolorido barranco debajo de raíces
de serbal. Con macizos brazos cruzados sobre el amplio pecho, se las
ingenió para tomar una pose magnífica y despreocupada con una bota
torcida en un ángulo incómodo, con los pantalones rajados por las piedras
desnudas, mientras le observaba desde debajo de unas cejas más
imponentes que las de Drogo.
—Mi nariz se recuperó —dijo él, con tono seco—. Mi orgullo está aún
herido.
—Parece ser que está magullado algo más que su orgullo. —Encontró
un lugar elevado sobre las rocas donde arrodillarse junto a él y tironeó de
la bota.
—Déjele en paz —gruñó—. Solo consígame una rama fuerte y
regresaré a mi caballo.
—Los hombres Ives son testarudos en ocasiones, pero en general, no
son estúpidos. —Ninian tiró de la bota tan gentilmente como pudo pero
aun así, él hizo una mueca de dolor. Notó que no negó la conexión familiar
—. El pie se hinchará y usted tendrá que cortar una bota en perfectas
condiciones si se la deja puesta demasiado tiempo.
—Robaré otra. —Retiró la pierna de la mano de ella y con un gesto de
dolor, arrastró el rígido cuero fuera del pie—. Ahí tiene, ¿satisfecha ahora?
Consígame una rama, y regrese a donde le corresponde.
—Ya que esta es la tierra de mi marido, estoy donde me corresponde
—contestó Ninian plácidamente, tanteando los huesos del robusto tobillo
—. No están rotos, pero los tendones están dañados. Lo vendaré por

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

ahora. Podrá poner el pie en remojo cuando lleguemos al castillo.


—No iré al castillo. —Con sequedad, quitó de un tirón la pierna del
agarre de Ninian—. Simplemente quería asegurarme de que no estuviera
herida. Ahora, continúe con sus asuntos, que yo continuaré con los míos.
Ninian ignoró las órdenes del hombre y trabajó con el dobladillo de las
enaguas y una roca hasta que logró hacer un tajo allí. Sin ningún sentido
particular de la delicadeza, levantó la pesada falda y ensanchó el agujero
hasta que obtuvo una tira de tela del largo adecuado. El hombre no podía
siquiera ponerse de pie sin ayuda, por lo que ella no le vio mucho sentido
a continuar discutiendo con él.
—Sé de esto —le recordó cuando posó las manos sobre el inflamado
tobillo y se concentró. Él irradiaba dolor y ella se afanó para calmarlo—.
Puedo darle corteza de sauce cuando estemos en casa, y se sentirá mejor.
No hay mucho que pueda hacer aquí afuera.
—No iré al castillo —repitió él, apoyándose sobre los codos mientras
ella le masajeaba para quitarle el dolor—. En verdad, es bastante buena.
Una Malcolm con un talento útil es inusual.
Ninian comprendió que hablaba del dolor de la herida.
—La gente no suele apreciar nuestra perspicacia. Los hombres Ives
en particular parecen tener dificultad en entender las cosas que no
pueden ver. ¿Tiene usted un nombre?
—Simplemente llámeme Adonis y vende el maldito tobillo.
—¿Adonis? —Le sonrió y él arrugó el entrecejo como respuesta. El
parecido a Drogo era bastante impresionante. Ninian calculó que ese
hombre sería varios años mayor y un poco más pesado, puro músculo y
probablemente todo entre las orejas. No presintió ninguna malicia en él—.
Los dioses griegos son una extraña raza en estos bosques. ¿Por qué me
está siguiendo?
—Por no tener otra cosa mejor para hacer. —gruñó mientras ella le
ajustaba la tela.
—¿Vive por aquí?
—No vivo en ningún lugar. ¡Acabe y desista, señora! —bramó cuando
ella tiró de la tela con todas sus fuerzas.
—Se sentirá mejor cuando haya acabado con esto. Si usted no vive en
ningún lugar, entonces no hay razón por la cual no pueda regresar al
castillo. Tiene que poner el tobillo en remojo.
—Hay miles de razones en el mundo por las que no puedo ir a su
maldito castillo. Ahora, búsqueme una rama, señora, y lárguese. Si yo
estuviera en su lugar, no le mencionaría este encuentro a su esposo. Por si
no lo ha notado, los Ives tienden a ser hombres celosos.
—Ahora, eso sí que sería realmente estúpido. —Hizo un nudo en la
venda, se puso de pie y miró a su alrededor—. Las mujeres Malcolm no
podemos tolerar a los hombres estúpidos. Con razón las leyendas nos
advierten sobre vosotros.
—Si sabe eso, ¿por qué diablos contrajo matrimonio con el conde? —
Maldijo cuando se esforzó por incorporarse a una posición sentada sobre
unas rocas e indicó con el dedo el árbol marchito a la derecha—. Una de
estas ramas me soportará. ¿Podría tirarla más cerca?
—Drogo no es un hombre estúpido. —Ella revisó la rama y no se

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rompió. Rebuscó en las hojas buscando una mejor—. Es en extremo


considerado, pero también es un hombre muy ocupado que simplemente
tiene diferentes objetivos de los míos. Eso no significa que ninguno de los
dos esté en lo cierto o que esté equivocado.
—Estúpido. Usted está enamorada de él. No tiene opción. ¿Qué
demonios está haciendo aquí a la intemperie arriesgando el precioso
heredero, de todos modos?
Ninian encontró una rama robusta sobre un afloramiento y se arrastró
hasta allí, ignorando las abruptas maldiciones del hombre detrás de ella.
—Buscando la fuente de la peste del arroyo. Por casualidad, ¿no sabrá
dónde comienza, verdad?
Se deslizó de regreso, con la rama en la mano, y se la tendió al
hombre enfadado, quien se había puesto de pie en su aparente apuro por
rescatarle de las rocas. Ninian le ofreció una sonrisa con hoyuelos, pero él
simplemente arrugó el entrecejo con la expresión más oscura.
—No me vea con ese rostro inocente, milady. No soy tan ciego ante
los encantos Malcolm como el majadero de mi... —No terminó la oración
pero tomó el palo y probó el peso de su cuerpo contra él. Satisfecho de
que le soportaría, la miró más calmado—. La peste comienza en las minas
al norte de aquí. La familia de su esposo no les enseña a sus hijos sobre
las malignidades que perpetran en la faz de la tierra en nombre del
progreso. Quizás las mujeres Malcolm puedan indicárselos antes de que
sea demasiado tarde y nos destruyan a todos.
Él se encaminó colina arriba por pura fuerza bruta, utilizando la rama
para apuntalarse. Fascinada más allá de sí misma, Ninian le siguió en el
camino hacia arriba, llevándole la bota. La camisa del hombre tenía el
aspecto de haber visto tiempos mejores, y no llevaba puesto chaleco. El
largo abrigo parecía haber sido confeccionado para un hombre más joven
y más pequeño.
—¿Las minas de Drogo? —preguntó cuando llegaron a nivel del suelo
—. ¿Él lo sabe?
—Probablemente no. —El hombre— ¿Adonis?— silbó ruidosamente y
esperó—. A él solo le interesan la productividad, la rentabilidad y las cosas
que podía ver y medir. El administrador sospecha, sin embargo, y no dice
nada. Le costaría el empleo de muchas personas si las minas cerraran.
Ninian oyó el sonido de un caballo galopando hacia ellos. En pocos
segundos, él se marcharía y ella nunca se enteraría de nada más. La
curiosidad no le permitió rendirse.
—Por favor, debe venir conmigo. Drogo está afuera por negocios, si
eso es lo que teme. Aunque creo que a él le agradaría conocerle.
—No, no le agradaría. —El caballo apareció por el costado de un
grupo de árboles y él volvió a silbar. El animal aminoró la velocidad y
obedientemente trotó en dirección a ellos—. Le seguiré parte del camino
para asegurarme de que esté a salvo, pero me mantendré fuera del
alcance de la vista. Si sabe lo que está bien, no le mencionará nada de
esto al noble señor. Las espadas no son lo mío. —Tomó las bridas de la
montura y se balanceó hacia arriba.
Ninian le tendió la bota.
—Drogo no es un hombre violento —le regañó—. Y no veo razón para

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la violencia. Estoy bastante segura de que él escucharía su teoría acerca


de las minas.
—Y estoy bastante seguro de que clavaría una estaca en mi corazón
si nos presentaran. Es tarde. Tendrá que apresurarse si quiere regresar al
castillo antes del anochecer.
Ella quería decirle que llegaría mucho más rápido si cabalgara, pero el
caballo del hombre era un semental grande e inquieto sobre el cual no
tenía deseos de sentarse. Antes de poder formular otro argumento, trotó
adentrándose en el bosque, dejándola sola en el camino vacío.
—¡Maldito hombre! —masculló ella, buscando el lugar por donde
había desaparecido, pero sin ver ni una pizca de él.
¿Quién era y por qué la estaba siguiendo? ¿Era coincidencia que
nadie hubiera sabido de su existencia hasta la boda?
Muy extraño. Considerando la advertencia acerca de las minas,
abandonó la revisión del arroyo y siguió un camino más directo de regreso
a la casa. Ocasionalmente, sentía la presencia del hombre, pero no
representaba peligro, y podía dejarle afuera con mucha facilidad. Debería
haberle amarrado y amordazado mientras aún estaba indefenso y haber
ido en busca de ayuda.
Pateando terrones helados de tierra y bullendo con resentimiento y
curiosidad, Ninian no notó los golpeteos de cascos en la distancia hasta
que sintió la alarma del extraño. Poniéndose alerta, buscó alguna señal
para identificar al jinete que se acercaba. Cuando no encontró nada,
sonrió. Drogo. Bueno, esa era la única manera de identificarle.
Moisés podría haber esculpido los mandamientos en el monumento
de granito del rostro del marido cuando le vio y lentamente bajó de la
montura. «No ha traído el palafrén esta vez», notó ella. Aparentemente no
había creído que la encontraría.
—Si cabalgas de regreso al bosque, encontrarás al perdido Ives de
nuestra boda —le informó ella—. Sin embargo, probablemente escape
antes de que puedas alcanzarle.
Al parecer, creía que el comentario era tan estúpido como todo lo
demás que ella hacía y se bajó del caballo.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo, mujer?
Se oyó tan parecido al hosco extraño que Ninian no pudo evitar
sonreír. Siempre se veía muy desconcertado cuando ella lo hacía.
—Suenas como Adonis. Vosotros dos debisteis de ser separados al
nacer. —Levantó la vista con el ceño fruncido hacia el macizo caballo
castrado—. No montaré ese monstruo. Estoy mucho más segura aquí
abajo.
Sin extender el brazo hacia ella, Drogo tiró y obligó al caballo a girar y
caminó hacia ella. No dijo nada, y Ninian calculó que estaba forcejeando
con los estribos que no tenía. Su marido era muy bueno para esconder
cualquier cosa que se pareciera a una emoción. Pensó que lo había hecho
durante tanto tiempo que se había olvidado de cómo expresar los
sentimientos.
—Puedo hacerte perder los estribos, ¿sabes? —dijo ella, pateando
terrones de barro otra vez—. Pero tengo un poco de miedo de que el
resultado sea tan explosivo después de todo este tiempo que quizás nos

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hagas estallar a ambos.


—Lo que dices no tiene sentido, mujer —dijo él, rígido—. Yo no pierdo
los estribos. Sin embargo, me preocupo cuando no puedo encontrar a mi
esposa embarazada de siete meses.
Esas palabras fueron forzadas a través de unos dientes apretados.
Ninian le echó una mirada de soslayo, divertida.
—No puedes tenerme atada con una correa. Quizás estarías más
cómodo de regreso en Londres donde no sepas qué estoy haciendo.
—No creo que vuelva a sentirme cómodo nunca más. —La voz sonó
vacía y vagamente perpleja.
—Lo lamento —dijo ella, con honestidad—. Realmente, no quería
molestarte. No estabas en casa, se presentó la oportunidad y simplemente
la aproveché. El administrador no fue de mucha utilidad, pero Adonis... así
es como se hizo llamar; sin embargo, estoy segura que ese no es su
nombre... Adonis dice que la peste comienza mucho más allá de las
colinas entrando en las minas, por lo que no hay nada que pueda hacer al
respecto.
Con una expresión resignada, Drogo finalmente la miró.
—En verdad no estás inventando todo esto, ¿no es así? —Se oía como
si necesitara que le tranquilizara—. ¿Esa persona Adonis realmente existe?
¿No es un hada o algo así?
Ella rio ante su expresión desconcertada. La lógica era un camino
muy estrecho de la mente para transitar.
—Le mordí la nariz, ¿recuerdas? Es bastante real.
—¿Por qué será que eres la única que ha hablado con él jamás?
—Creo que me estaba siguiendo hoy, pero se cayó y se torció el
tobillo. Me dijo que no te lo contara, y se negó a regresar conmigo al
castillo. ¿Crees que podrá ser otro de los hijos ilegítimos de tu padre?
Drogo pensó en eso. Ninian esperó expectante.
—Sé muy poco acerca de la vida de mi padre antes de que desposase
a mi madre. Sin embargo, no me agrada la idea de que te siga.
¿Permanecerás en el castillo de ahora en adelante?
No se oía muy esperanzado de recibir la respuesta que quería.
Ninian le cogió del brazo y le dio unos golpecitos de consuelo.
—No iré más allá del pueblo hasta que nazca el bebé, ¿está bien?
La expresión del marido se veía sombría cuando giró hacia ella.
—Tú, señora, ciertamente me volverás loco.
Ninian, sin más, sonrió.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 32

—Algo va mal, Drogo.


A regañadientes, quitando la vista del estudio de las estrellas, Drogo
dejó a un lado el telescopio y la observó con preocupación, al tiempo que
su muy embarazada esposa ingresaba al escritorio de la torre
balanceándose.
Casi ya en el octavo mes de embarazo y con la llegada del riguroso
clima, Ninian había finalmente desistido de las incursiones al pueblo, para
gran alivio de él. Eso no había detenido el constante flujo de aldeanos que
llegaban hasta la puerta trasera en busca de las medicinas curativas de
Ninian. Ella creía que no sabía lo de la pequeña enfermería que había
montado en las habitaciones de servicio, pero él no ponía objeciones
siempre y cuando ella cuidara de sí misma y del bebé.
Subir a la torre no significaba cuidar de sí misma.
—¿No podrías haber enviado a alguien hasta aquí arriba a buscarme?
Se supone que no deberías subir escaleras.
Ella se desplomó sobre una silla acolchada junto a la ventana y
recobró el aliento, sosteniéndose el vientre en señal de protección. El
inmenso tamaño de ella le preocupaba. Deseaba poder llevar el peso de la
carga por ella. Nunca debía haberla forzado a engendrar a su hijo. En
verdad, no necesitaba un hijo. Necesitaba a Ninian. La vida sin Ninian no
tenía color. La vida con Ninian significaba flores en rincones inesperados,
hermanos que ocasionalmente se comportaban con súbito buen tino, y
noches llenas de éxtasis.
La vida con Ninian significaba un constante manar de terror cuando
se escapaba de los nidos protectores de él. Debía seguir su consejo y
regresar a Londres, de manera que no se enterara de las aventuras de su
esposa.
No deseaba necesitarla, como tampoco quería necesitar a ese hijo. La
necesidad le provocaba cosas aterradoras en las entrañas que le
despertaban en medio de la noche empapado en sudor.
Pero entonces Ninian se acurrucaba con su calidez contra él, y se
volvía a quedar dormido.
Cielo e infierno, todo envuelto junto en un hermoso fajo de rizos
dorados.
El fajo de rizos le arrugó el entrecejo.
—Se supone que tienes que preguntarme qué va mal, no
reprenderme. Tenía prisa y no quería tener que buscar a alguien.
Había perdido la esperanza de encontrar una mínima lógica en ella
meses atrás. Tenía cerebro. Simplemente no lo utilizaba de la manera que
lo hacía él. Drogo se dirigió hacia el asiento de la ventana, la rodeó con los
brazos y la sintió relajarse contra él. Era la única manera en que podía
compartir la carga con ella.

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—¿Qué va mal? —le preguntó, con la esperanza de tranquilizarla.


—No lo sé.
Drogo sonrió por encima de la cabeza de ella. Casi como si hubiera
esperado eso.
—Si algo fuera mal con el bebé, tú lo sabrías, ¿verdad?
—Sí, por supuesto. No es eso. El fantasma de la mujer está intentando
decirme algo, pero no puedo escucharle. Solo puedo sentir su presencia
ahora, y está ansiosa. Está caminando de una punta a la otra de la
habitación.
Drogo suspiró.
—Te dije que no restauraras esa maldita habitación. Lo único que
logra es alterarte. Utilizaremos mi antigua habitación esta noche.
Ella enterró los dedos en los brazos del marido.
—No, sus intenciones son buenas. Quedó bastante contenta una vez
que me quedé embarazada. Nadie se ha quejado de los gritos ni de los
ruidos últimamente, ¿no es verdad?
—Eso es porque hice reparar el techo y la chimenea. Si escuchas
silbidos de nuevo, simplemente es el viento norte en los viejos paneles.
Deberíamos haberlos arrancado.
—No, no es eso. —Giró la cabeza con vehemencia, golpeándole con
los suaves rizos—. Por alguna razón, tengo la sensación de que es
Dunstan. ¿Te ha escrito recientemente?
—No, pero tengo noticias de Ewen con regularidad. Me lo habría dicho
si algo hubiera ido mal en la propiedad.
—Dunstan nunca debería haber contraído matrimonio con esa
estúpida imbécil. No tienen nada en común. —Irritada, Ninian se puso de
pie de la acolchada silla y caminó de aquí para allá en la habitación—.
Había albergado la esperanza de que estuviera satisfecha con unas
vacaciones de visita con mis tías.
Con paciencia, Drogo intentó seguir el camino de los pensamientos de
la esposa.
—Yo alenté a que la desposara. Como hijo menor, Dunstan necesitaba
la porción que ella traía. Ella es joven y un poco frívola. Ya se acomodarán.
—Con razón los hombres Ives no logran buenos matrimonios —se
burló ella—. Piensan con la cabeza y no con el corazón. Celia no se
acomodará. Volverá loco a Dunstan con sus demandas. Le costará mucho
más que su dote. Debes aprender a permitirles a tus hermanos que vivan
sus propias vidas. —Con nerviosismo, retorció el telescopio, luego
jugueteó con las notas en el escritorio—. ¿Cómo puedo establecer lazos de
empatía con alguien que ni siquiera está aquí?
Drogo sonrió.
—No puedes. Te estás preocupando por nada, como siempre. Ahora,
iremos al piso inferior y te meteré en la cama. Necesitas dormir. —Había
renunciado a cuestionarle su «empatía», decidiendo que ella notaba a las
personas más que la mayoría de la gente.
—Dunstan debe de estar cerca —afirmó con determinación mientras
él la llevaba hasta la puerta.
Eso le preocupaba más de lo que quería admitir. No creía en la
empatía, pero Dunstan usualmente le enviaba noticias todos los meses.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

No había tenido noticias de él desde que le había visto en Londres.


—No hay nada que podamos hacer. —Intentaba tranquilizarla, igual
que a sí mismo.
—Está sufriendo, lo sé —insistió ella—. Envía a uno de los mozos de
cuadra hasta la hostería más cercana. No hay otra explicación. Debe de
estar cerca.
—Los caminos son trampas de hielo. Ningún hombre en su sano juicio
viajaría por ellos. —La levantó en brazos y la cargó escaleras abajo—.
Dunstan está altamente cuerdo, probablemente más que el resto de
nosotros.
—No esta noche —susurró ella—. Envía un mozo, Drogo, por favor.
Y porque era casi Navidad, y ella estaba muy avanzada en el
embarazo, así lo hizo.

—Están aquí. —Somnolienta, Ninian codeó con suavidad a su marido


que roncaba. Drogo no roncaba fuerte, sino que respiraba profundamente.
La mayoría de las mañanas, le encantaba quedarse acostada allí,
escuchándole, deleitándose en el calor de su musculoso cuerpo masculino.
Aunque ella le había dicho que era lo mejor limitar las relaciones hasta
que el bebé hubiera nacido, él insistió en continuar compartiendo la cama.
Ella no le puso, finalmente, objeciones.
Sin embargo, esa mañana, no tenía tiempo de holgazanear.
—Rápido, Drogo. Están aquí y están enfadados, y derribarán los
muros si no hacemos algo.
Con torpeza, bajó las piernas por el borde de la elevada cama. Estaría
bastante feliz cuando tuviera al bebé en los brazos y no en el vientre.
Hubiera pensado que se trataba de un contrario hombrecito Ives sentado
sobre su vejiga, pero estaba segura de que no era así. No sabía si podría
soportar otro mes más de esa incomodidad.
El frío de su partida aparentemente despertó a Drogo de su letargo.
Había encendido una vela y se había calzado los pantalones para cuando
ella emergió desde detrás del biombo.
—¿Qué demonios estamos haciendo levantados a esta hora? —exigió
saber al tiempo que cogía una camisa.
Ella realmente amaba poder admirar los contornos masculinos del
pecho y los hombros mientras se vestía, pero tendría que renunciar a ese
placer ahora. Rápidamente, se vistió con la camisola que había tenido
puesta la noche anterior.
—No me preguntes por qué viajarían de noche en un clima como este.
Son tus hermanos, después de todo. Supongo que podemos asumir que
deseaban llegar antes que la nieve.
—¿Qué demonios tienen que ver mis hermanos con esto?
Unos repentinos golpes y gritos en los portales de entrada
contestaron esa tonta pregunta. Ninian luchó para meterse en un vestido
suelto de lana y comenzó a engancharse el canesú sobre los pesados
pechos. Tenía el bebé bajo ahora, pero el canesú aún era un problema.
Drogo tiró del primer gancho y lo puso en su lugar por ella.
—No creo que te hayas visto antes más radiante que ahora —

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murmuró él, tomándose su tiempo en el proceso.


—Y tú debes de estar bastante ciego, milord. —Pero se sonrojó ante el
cumplido, de todos modos. Estaba aprendiendo a lidiar con el hecho de
que era un conde y un Ives y no revelaba sus emociones. Aún tenía
dificultad para absorber la intimidad física de él como hombre. Se sentía
tímida y torpe cuando estaba junto a su gracia masculina.
—Me atrevo a decir que el ruido es simplemente uno de tus aldeanos
con su esposa a punto de dar a luz. Tendremos que ordenar que las
festividades Beltane estén desperdigadas a lo largo de todo el año en
lugar de una sola noche.
Ella le abofeteó la mano cuando le invadió sobre un hinchado pecho.
—Los aldeanos van a la cocina, donde saben que pueden despertar a
alguien. Tiene que ser uno de tus hermanos.
Se encaminó hacia la puerta tan pronto como él la soltó, pero Drogo
la tomó del brazo y la frenó.
—Las escaleras no, ¿recuerdas? O te cargo en brazos, o esperas aquí.
Odiaba eso. Odiaba sentirse inútil, mimada, y dejada de lado. Estaba
acostumbrada a su independencia. Hizo un mohín mientras él se colocaba
los calcetines y los zapatos. No tenía que estar tan tranquilo, maldición,
cuando alguien estaba entrando por la puerta a la fuerza. Si los visitantes
hubieran tenido un hacha, ella estaba casi segura que la habrían utilizado
a esas alturas; tan fuerte era su furia.
—Espera aquí —le ordenó mientras tomaba la chaqueta y salía.
Entonces, quizás, estaba más ansioso de lo que demostraba, o se
habría tomado el tiempo de cargarla. Estaba aprendiendo a leerle... si no
se perdía por una tangente emocional propia, por ejemplo, querer clavarle
un cuchillo entre los hombros por dejarla atrás.
Con los pies descalzos, caminó hasta el pasillo y permaneció de pie
en lo alto de las escaleras escuchando a Drogo mientras quitaba la barra
de las puertas.
Ninian escuchó una discusión en cuanto la puerta se abrió de un
golpe. Dunstan. También Ewen. Quizás estaba mejor allí, fuera de la vista,
hasta que Drogo les hubiera calmado. No creía que el bebé necesitara esa
clase de alteraciones. Quizás acercarse demasiado a las personas era
perjudicial para la salud de la niña. Tal vez, las subidas y bajadas que se
sentían por amar a una familia numerosa eran la razón por la cual su
abuela le había aconsejado permanecer en Wystan y llevar una vida
solitaria. Ninian nunca antes había experimentado algo tan bruscamente
como esa furia Ives.
Las iracundas voces masculinas escalaban, acompañadas por los
tonos más calmos del mozo que Drogo había enviado a la taberna, y
finalmente se unió un murmullo somnoliento del ama de llaves. Ninian
suspiró con exasperación y ubicó su gran volumen sobre el primer
escalón.
—Si todos vosotros no os comportáis como gente civilizada y venís
aquí a saludarme, ¡rodaré escaleras abajo para unirme a vosotros!
No creyó que la escucharan, pero las enfadadas exclamaciones
cesaron abruptamente, como si Drogo les hubiera pescado del cuello y
cortado la garganta.

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Sospechaba que Drogo amaba a su familia tan ferozmente que no se


atrevía a expresarlo por miedo a quedar demasiado vulnerable como para
lidiar con ellos.
Como lo había anticipado, Drogo apareció en el rellano, con Dunstan
y con Ewen firmemente sujetos del cuello mientras les empujaba escaleras
arriba.
—Están ebrios y han dejado a Sarah en la hostería —anunció con
disgusto desde abajo—. Vete a la cama. La señora White y yo les
llevaremos hasta sus habitaciones. Enviaré a alguien con un carruaje para
recógela en la mañana.
Ninian ladeó la cabeza y se concentró. Generalmente, no buscaba el
dolor ajeno a menos que la invocaran para sanarles, pero Dunstan nunca
pediría ayuda. Bajo la borrachera beligerante, que cualquier mentecato
podía ver, él registraba un dolor emocional tan profundo que le provocaba
dolor físico. Ella cerró los ojos ante la angustia del malestar.
—No lo creo —dijo ella con calma, intentando acomodar los
pensamientos esparcidos mientras la angustia de Dunstan le rebotaba por
las paredes del cerebro—. Envía a la señora White con un poco de café. La
cocinera preparará tortas de avena en poco tiempo. —Se atrevió a abrir
los ojos para mirar a Ewen entrecerrándolos—. Gracias por traer a Dunstan
a salvo, pero será mejor que sigas a la señora White a la cocina.
Los tres hombres le miraron fijo como si estuviera loca. Ninguna
novedad. Pero ella estaba aprendiendo que los musculosos hombres Ives
se doblegaban fácilmente ante las brisas femeninas. Con un suspiro, hizo
un exagerado intento de ponerse de pie sujetándose de una columna.
Drogo instantáneamente soltó a los hermanos y subió los escalones
de dos en dos. Dunstan se trastabilló al haber sido dejado sin sujeción.
Ewen se aferró a la barandilla de la escalera y le clavó la mirada con una
sonrisa que despertaba lenta.
—Por supuesto, condesa —estuvo de acuerdo arrastrando apenas las
palabras y bamboleándose un poco al intentar una reverencia—. Café y
fuego vivo para mí. —Bajó la escalera haciendo pinos.
Drogo la ayudó a ponerse de pie.
—Me encargaré de Dunstan. Vuelve a la cama.
A veces, incluso el hombre más brillante de todos puede ser el más
obtuso. Ella se puso de puntillas y le besó la rasposa mejilla.
—Ayuda a Dunstan a ir a la sala. Yo revolveré el carbón.
Dunstan ya estaba dirigiéndose hacia abajo detrás de Ewen. Partido
en dos, Drogo miraba a uno y al otro, y rindiéndose, fue tras Dunstan.
La yesca que Ninian agregó a los carbones estaba ardiendo
alegremente para cuando Drogo guió al hermano hasta una silla y le arrojó
allí. Dunstan se desplomó como una muñeca rota y enterró el rostro entre
las manos.
—Está ebrio —dijo Drogo, innecesariamente—. Nunca solía beber.
Detrás de Duncan, ella dio unos golpecitos en el brazo del marido.
—Dile a la señora White que se dé prisa con el café. Se está helando.
—Drogo entendería los peligros físicos mucho mejor que si le dijera que el
hermano se estaba muriendo de vergüenza.
Drogo negó con un movimiento de cabeza a regañadientes,

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admitiendo que había poco que él pudiera hacer, y salió en busca del
brebaje caliente.
Tan pronto como se marchó, Ninian arrastró una silla junto a la de
Dunstan. Él no levantó la vista ni respondió a su presencia. Rara vez
lidiaba con dolientes hombres adultos. Venían a verle por cortes y
raspaduras, pero no con heridas tan profundas que no eran visibles. No
estaba totalmente segura de cómo proceder, excepto que sabía que debía
hacerlo. Era el heredero de Drogo.
—Dunstan. —En silencio, le tomó de las manos, deslizando las propias
entre las callosas palmas y el rostro. El potencial por la violencia que
sentía en él era casi insoportable, pero eso era algo que sabía controlar.
Lo canalizó hacia una parte de su mente que podía lidiar con ello mientras
se concentraba en el paciente.
—Dunstan. Soy yo. Dime qué es lo que va mal.
Los puños del hombre le apretaron las manos tan fuerte que le
dolieron. La amplia estructura se estremeció por la fuerza de su tormento.
La ira le quemaba tan profundo como el dolor; sin embargo, la ira ganó la
partida.
Quitó las manos de allí, se enderezó en la silla y le clavó la mirada.
Toda la poderosa ira Ives estaba escrita en el duro entrecejo y la
mandíbula barbuda.
—Voy a asesinar a mi esposa.

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Capítulo 33

—Y feliz Navidad para ti —dijo Ewen cansinamente, mientras


saboreaba el café negro a sorbitos y estiraba las piernas junto al rugiente
fuego de la cocina—. No digas que nunca te regalo nada. Dunstan es un
maldito regalo difícil de entregar.
—No creo que vayas a ser capaz de decirme por qué le entregaste. —
Drogo sirvió una copa de una infusión amarga mientras estaba atento a
cualquier ruido inesperado en la planta superior.
Ewen le fulminó con una mirada legañosa en dirección ni hermano y
bebió otro sorbito de café.
—No es un cuento bonito para estas horas. Regresa a tu omnisciente
esposa y pregúntale a ella.
Con terquedad, Drogo enterró los talones, aunque el comentario
socarrón acerca su «omnisciente esposa» le hizo sonar algunas alarmas.
¿Cómo había sabido Ninian que Dunstan estaba cerca? ¿Y en problemas?
Ella nunca había declarado ser capaz de leer la mente. ¿Y la empatía?
Negó con un movimiento de cabeza. Quizás Sarah había escrito, y Ninian
no había querido decírselo.
—Ninian estará fisgoneando la versión de Dunstan del relato. Será
mejor que expongas tu versión aquí.
Ewen gruñó algo incomprensible y se las ingenió para tragar otro
sorbo de café. Al vaciar la taza, la volcó de más.
—Cree que me acosté con su mujer.
Drogo le sirvió más, se hundió en un banco y miró fijamente a su
beodo hermano. El generalmente pulcro Ewen se veía como su hubiera
sido arrastrado sobre cada charco de barro desde Londres hasta allí. Tenía
una magulladura marcada a un lado de la mandíbula, peligrosamente
cerca del ojo. A Ewen no le agradaba estropear su bonito rostro con
puñetazos, ni tenía un temperamento tan fuerte ni tan vivo como Dunstan.
—¿Por qué? —Fue la única frase que salió de la desconcertada mente
de Drogo. ¿Por qué Dunstan, su heredero, el hermano en quien más
confiaba? ¿Por qué el cielo era azul? Nada tenía sentido.
Ewen se quitó el húmedo abrigo.
—Porque Celia le dejó para dormir con todos en el pueblo y yo le dije
que le quitaría la ropa y la arrastraría desnuda por las calles de Londres si
continuaba. —Taciturno, tomó la taza de la mesa y bebió otra vez—. Ella
debe haberle contado a Dunstan una versión levemente diferente de
nuestra charla. —Miró el café con desagrado—. ¿Podríamos agregarle
whisky a esto?
Excelente idea. Drogo tomó el brandy para cocinar y agregó una
buena dosis en cada taza. Él podía lidiar con las peleas, y los carruajes
explotando, y las travesuras juveniles que los hermanos dejaban en su
puerta, pero no con la confusión emocional. Todos los fantasmas del

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fallido matrimonio de su padre se elevaron frente a él. Y Ninian creía que


ella tenía fantasmas.
—¿Qué tiene que ver Sarah en todo esto?
—Ella golpeó a Dunstan en la cabeza con un florero antes de que él
pudiera asesinarme, luego exigió acompañarnos como recompensa.
Aparentemente, su madre ha regresado de Escocia, así que quería correr
en dirección contraria. Me las he visto difíciles intentando evitar que
Dunstan nos asesine a ambos de camino aquí.
Drogo se masajeó la frente y se preguntó cuan pronto podría acudir a
Ninian con ese relato. Luego, se preguntó por qué debería molestarla con
eso. El era responsable de sus hermanos, no ella. ¿Desde cuándo se había
convertido en una parte tan indispensable de él?
—¿Dónde está Celia? —exigió saber, deseando poder poner las manos
alrededor del cuello de la estúpida imbécil en ese mismo momento.
—Con el actual amante —contestó Ewen con gravedad.
Oh, maldición. Oh, maldición triple para los Ives. Debería haber
previsto los peligros de unirse con cualquier mujer.
Entonces, ¿por qué diablos él se creía diferente?
—¿Quién? —preguntó Drogo con mortal calma.
Viendo al asesino en los ojos del hermano, Ewen negó con un
movimiento de cabeza.
—No importa. Dejó a Dunstan y eso lo está matando. A su manera, él
amaba a la maldita perra.
Con mucho cuidado, Drogo dejó la taza. Manteniendo los hombros
atrás e intentando no respirar muy profundamente, se obligó a ponerse de
pie. Había creído que podía confiar en que los dos hermanos mayores
cuidasen de sí mismos, pero parecía que sus obligaciones eran de nunca
acabar. Le llevaría todo el poder de su posición en la Cámara de los Lores
para obtener el divorcio que Dunstan necesitaría.
—El ama de llaves tendrá una habitación lista para ti. Descansa.
Cada fibra del cuerpo de Drogo protestaba al tiempo que salía a
grandes pasos rígidos de la cocina. Confiaba en la estabilidad y la
sensatez de Dunstan. El hermano debería haber echado a la puta
mentirosa de la casa, como su padre había hecho con su madre. Gruñó al
ver cómo el círculo se cerraba sin fallas.
¿Cómo podía Dunstan amar a Celia? ¿Cómo podía un hombre tan
sensato como su hermano amar a una estúpida mujer como esa? O a
cualquier mujer, en realidad. Las mujeres servían para calentar las camas
y llevar hijos en el vientre. Los hombres simplemente no les podían
permitir que gobernaran la casa. Eran pura emoción y nada de lógica.
Como Ninian.
Oh, Dios, nada de todo aquello tenía sentido. Necesitaba distancia.
Eso funcionaba mejor. Se encargaría del problema de Dunstan, luego
regresaría a trabajar como debería haber hecho, en lugar de ceder ante el
capricho de su esposa. Que ella cuidara de las plantas y se ocupara de ella
misma, igual que lo haría él. Tenía negocios y una familia de quienes
ocuparse. Con la distancia apropiada, su vida no sufriría más
interrupciones irracionales.
Con la separación adecuada, podría lidiar lógicamente con Ninian y

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sus debilidades, como Dunstan había fallado en lidiar con Celia. La


relación emocional era similar a la brujería: pervertía los procesos del
pensamiento, cegaba a los hombres sanos de los caminos correctos, les
incitaba a hacer cosas que nunca antes habrían considerado hacer si
hubiesen estado bien de la cabeza. Si Dunstan no se hubiese enamorado,
nunca habría consentido a su esposa llevarle a Londres y guiarle a la
tentación.
Si Drogo no hubiera sucumbido a la desesperada necesidad de tener
un hijo, nunca habría llevado a Ninian a la cama, nunca habría
abandonado a su familia, y Dunstan no estaría ahora en ese problema. No
podía permitir que sus deseos y necesidades le cegasen sus
responsabilidades otra vez.

Ninian levantó la vista cuando el marido ingresó a paso firme como


un autómata de hierro que Ewen podría haber inventado. Drogo solo
inclinó la cabeza en dirección a ella, tomó el codo de Dunstan y le arrastró
fuera de la silla.
Cuando ella intentó detenerle, el marido se sacudió para quitarle de
allí. Dunstan se veía como si estuviese de pie debajo de la soga del
ahorcado, enderezó los hombros y, con un frío saludo inclinando la cabeza
hacia ella, salió de la habitación por sus propios medios. Sin decir palabra,
Drogo le siguió, cerrando la puerta con firmeza tras ellos.
Ninian no necesitaba leerle las emociones para analizar esa acción. El
marido acababa de dejarla fuera de su vida y de su familia. Otra vez.
Con la mirada fija en los sombríos paneles que los obreros tenían que
quitar aún, le rezó a los espíritus que habitaban en el lugar para que la
guiasen.

Después de averiguar que Drogo se había encerrado en la torre,


Ninian subió con rebeldía las angostas escaleras para arrinconarle en su
guarida. No podía recordar haber exigido nunca nada a nadie, pero había
reunido fuerzas y se negaba a permitirle a Drogo que regresase a ser un
monstruo distante sin presentar batalla.
—Haré instalar una puerta y un cerrojo en la base de esas escaleras si
no dejas de subir —le dijo con frialdad cuando ella ingresó, sin levantar la
vista de los cálculos matemáticos sobre el escritorio.
—Dunstan se está muriendo por dentro —le rugió a él, a ella misma, a
la estupidez de la familia Ives al completo—. No puedo ayudar con esa
clase de dolor. Te necesita, Drogo. —¿Cómo podía demostrarle que sabía
cómo se sentía Dunstan, que sabía que estaba sufriendo, a pesar de que
nunca se lo admitiría al frío y pragmático hermano?
—No hay nada que un procedimiento de divorcio no pueda solucionar.
Tú, esposa, regresa a tus plantas y pacientes y déjame a mí lidiar con los
problemas de mi familia.
—¡Divorcio! ¿Esa es la solución de tu familia para todo? —Indignada
por la negación del marido al dolor de Dunstan, sintió deseos de arrojarle
algo, despertarle, arrancarle el corazón del pecho y mostrarle que tenía

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uno.
Pero no tenía ese poder. La había reducido al rol de esposa otra vez.
La había escuchado y traído hasta allí, y se habían unido más que nunca
en los pasados meses. Y ahora, estaba negando que esa intimidad hubiese
existido jamás.
—Milord, te estás comportando como un estúpido detestable otra vez,
¡y no lo consentiré! —Con un amplio movimiento de la manga adornada
con encaje, Ninian mandó a volar por los aires todos los papeles del
escritorio. El frío desprecio en la expresión de Drogo al girar hacia ella fue
peor que la furia—. ¡No soy una imbécil indefensa para ser frecuentada y
tratada cual yegua de cría! Dunstan es ahora mi hermano tanto como el
tuyo, y si tú no lo ayudas, ¡lo haré yo!
Drogo se puso de pie, y sujetándole los agitados brazos, la alzó del
suelo y la llevó hacia la puerta y escaleras abajo.
—Milady, me traes más problemas que todos mis hermanos juntos. Si
no te mantienes alejada de estas escaleras, te encerraré en tu habitación.
Los débiles intentos de patear y balancearse no produjeron ningún
efecto, salvo una mueca de dolor cuando le cogió de la trenza y tiró con
todas sus fuerzas. Aprovechando esa única ventaja, enroscó los gruesos
rizos alrededor de la palma de la mano y se sujetó de allí al tiempo que él
la depositaba en la habitación del amo. No le permitiría marcharse
fácilmente.
Sin decir palabra, la tomó de la muñeca y la giró hasta que los dedos
de Ninian se aflojaron; luego, salió a paso firme de la habitación, con el
rostro de granito tan inamovible e inflexible como su mente.
¡Maldición! Si ella fuese una verdadera hechicera, le conjuraría un
embrujo, le convertiría a él en sapo y a la maldita torre en un nenúfar
donde pudiese croarse a sí mismo todo lo que quisiese. Estúpidos,
estúpidos, estúpidos y ciegos hombres Ives.
Arrojó el diario íntimo de Ceridwen contra la puerta y se echó a llorar.

—Es víspera de Navidad. —Ewen entró sigilosamente al escritorio y se


arrojó sobre el asiento junto a la ventana. Atrapados por la nieve y el
hielo, Dunstan y él se habían evitado el uno al otro durante la pasada
semana—. ¿No deberías estar en la planta baja celebrándolo con los
demás?
Drogo ajustó la lente del telescopio y aguzó la mirada más
profundamente en el cielo nocturno.
—No os veo a ti y a Dunstan allí abajo.
—Ninian ha colocado acebos vivos para decorar el salón, y todo el
pueblo está cabeceando en busca de las manzanas. Prometió un budín
flambeado y sidra con especias. Sarah está tocando el piano y habrá baile.
¿Has bailado alguna vez con tu esposa? —Ewen jugueteó con un compás
entre los dedos.
Drogo no giró. En ese momento, no estaba siquiera durmiendo con
Ninian. La había dejado en la habitación del amo y los fantasmas y él
habían regresado a su antigua alcoba. Era mucho más sensato de esa
manera: ella con sus actividades, él con las suyas. Necesitaba quitar unas

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manías de su teoría de unión en matrimonio. Era imposible estar cerca de


Ninian y no desearla. Era imposible no desearla y no querer más. «Más»
parecía implicar una participación emocional que no podía darse el lujo de
sentir, por lo que la unión no parecía ser una alternativa.
—No creo que bailar fuese una posibilidad para ella a estas alturas —
dijo sin inflexión.
—Con Ninian, creo que cualquier cosa es posible. Su familia es...
extraña.
Gruñendo evasivamente, Drogo dejó el telescopio a un ludo para
regresar al escritorio y apuntar unas anotaciones. De acuerdo con sus
cálculos, debería poder ver su planeta otra voz en unas pocas semanas.
—Toda la familia Malcolm son unas cabezas de chorlito. Las
peculiaridades se desarrollan en las familias que se crían muy unidas, y
las Malcolm estuvieron aisladas aquí durante eones. La familia real
debería investigar ese negocio de las familias criándose juntas. —Tildó
otro ítem de su lista.
—Sarah obligó a Ninian a que le entregara a Dunstan un amuleto.
Drogo dejó caer la pluma y clavó la mirada en el hermano.
—¿Un amuleto?
Ewen se encogió de hombros.
—Una pequeña bolsita de hierbas para llevar alrededor del cuello.
Ninian le dijo que el amuleto le ayudaría a juntar la pena y la ira de
manera que pudiese depositarlas en la bolsita, que no podrá ser un
hombre racional hasta que no se despojase de los malos humores.
Drogo puso los ojos en blanco y tomó la pluma nuevamente.
—Mujeres cabeza de gusano. Hazte un favor y mantente alejado de
ellas. ¿Qué hizo Dunstan con esa paparruchada?
—La tiene al cuello. Está ayudando a Ninian a llevar rocas rodando
hasta el arroyo. Ella dijo que tú no tenías tiempo para ayudar, pero que le
habías dicho cómo hacerlo. ¿Una especie de sistema de filtro?
Drogo se masajeó la frente. Sentía como si estuviese a punto de
estallar fuera de la piel con todas las constantes demandas aporreando a
su puerta. Simplemente quería paz y tiempo para pensar, para alejarse,
para darle a su mundo la forma sensata y lógica que alguna vez había
tenido, antes de Ninian.
—Haré que Payton contrate a alguien para mover las rocas. Dunstan
estará bien una vez que se dé cuenta de que está desperdiciando su pena
con una mujerzuela como Celia.
—Drogo, no creo que estés entendiendo —dijo Ewen con un poco más
de firmeza al tiempo que el hermano regresaba a su trabajo.
Impaciente, Drogo volvió a levantar la mirada.
—Dunstan cree que Ninian es bruja —dijo Ewen, dejando el compás
con gentileza sobre el escritorio—, y que Ninian le está ayudando. No ha
bebido en días.
Las gruesas cejas de Drogo formaron una tormentosa nube.
Ewen se apresuró a continuar.
—Ella le dijo que es nuestro deber proveer un heredero. Por lo que
Dunstan se está manteniendo sobrio y amablemente se frena de
asesinarme mientras esperamos a ver si tú tienes un niño, que por

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supuesto, todos sabemos que así será. Supongo que él cree que eso le
dará la libertad de matarme a mí, o a Celia.
Drogo se preguntaba si la sidra con especias que su esposa estaba
sirviendo contendría una fuerte dosis de brandy. No podía creer que su
sensato y cuerdo hermano creyera en esas mentiras.
Él sí podía creer que Ninian estuviera completamente convencida de
que el bebé era una niña y que estaba salvando a ambos, a Dunstan y a
Ewen, de sus estupideces.
De pie, cogió el descartado abrigo mientras Ewen le observaba.
Drogo se lo colocó y ajustó el pañuelo alrededor del cuello.
—La mujer es una bruja, pero no de la manera que tú crees. Ven
conmigo, hagamos que Dunstan se humille un poco más. Escúchame lo
que te digo: los condes en esta familia necesitan aprender humildad.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 34

Ninian observó más con ira que con temor al tiempo que su marido
descendía las escaleras con las oscuras cejas enarcadas en forma de
nubes de tormenta. Había pensado que la temprana partida de Ewen de
las fiestas navideñas no presagiaba nada bueno, y el rostro de piedra de
Drogo verificó su instinto.
Ella habría estado feliz de discutir el asunto con él si Drogo no la
hubiera ignorado durante toda la semana. Podría haber regresado a la
casa de su abuela y criar gatos, por todo lo bueno que traía aparejado
estar casada con un hombre como él.
Sí, debería haberse mudado a la casa de la abuela. Al menos allí no
tendría lacayos apostados en todas las escaleras, impidiéndole que las
utilizara.
Pero, en rebeldía, decidió que no quería vivir sola. Aunque debía
reconocer que la última semana viviendo con Drogo la había dejado más
solitaria de lo que se había sentido jamás en toda la vida. Extrañaba el
humor mordaz, la conversación atenta, la presencia física en la cama. Vivir
sin el Drogo que ella había llegado a conocer la mataría, sin duda, si no
encontraba una alternativa. Quizás, si él no podía darle el amor y la
aceptación que tanto ansiaba, podría obtener algo de satisfacción en su
familia, que era definitivamente más abierta.
Al observar a Drogo descender con la expresión de granito, se dio
cuenta de que ella nunca había exigido lo que deseaba hasta ese
momento. Siempre había aceptado lo que la abuela le decía, lo que los
aldeanos pensaban de ella, lo que la familia quería. Pues bien, era hora de
que todo eso cambiase. Ciertamente no podía continuar viviendo de esa
manera por siempre.
Haciéndole cosquillas a la gata en la barriga, observó a Drogo
inspeccionar la silla que Ewen había enganchado al pasamanos con
poleas. Si Drogo quería desperdiciar sirvientes cuidando las escaleras, al
menos ahora eran útiles al subirle y bajarle en el artilugio de Ewen.
La risa explotó alrededor del muérdago cuando el panadero atrapó a
Lydie con las manos llenas de masa y le plantó un beso en la mejilla.
Tartas y pastelitos salieron volando por doquier y a continuación, se
produjo un barullo caótico cuando los niños del pueblo corrieron tras ellos.
El pueblo estaba de lo más inhóspito en esa época del año, con la
munificencia del verano muy lejos detrás de ellos y los peores meses del
invierno aún por venir. Ninian no le permitiría a Drogo arruinar la diversión
de la fiesta. En lugar de mirarla, echó una mirada a Sarah conversando
con Mary. Al menos, Sarah no era una verdadera Ives. No podía causar
demasiados problemas. Aunque darles silbatos a todos los niños
ciertamente causaría algunos dolores de cabeza.
—¿Estoy invitado a esta reunión?

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

La presencia de Drogo golpeó a Ninian con tal fuerza que ella pudo
sentirle dentro de sí, donde yacía su corazón. Ya no necesitaba buscar las
emociones del marido para saber dónde se encontraba. Podía sentirle de
maneras que no podía sentir a nadie más. No se molestó siquiera en girar
para mirarle. Continuó acariciando al gato.
—Es tu casa —dijo ella—. Apenas si puedo prohibirte tu presencia
aquí.
—Inmensamente práctico. —Arrastró una silla junto a ella y observó a
dos niños corretear y esconderse detrás de las faldas de su madre—. ¿Los
niños me ven como un ogro?
—No te han visto antes y cualquier cosa nueva puede ser aterradora,
incluso para los adultos. —Acomodó la falda para que la gata pudiera
partir, ahora que ya había obtenido la requerida porción de atención.
—¿Dónde está Dunstan?
—En la cocina, girando el espetón.
—¿Está en la cocina? ¿Por qué demonios no está aquí afuera en lugar
de estar haciendo el trabajo de los sirvientes?
—Dudo que me entendieras o me creyeras si te lo dijese, por lo que
no debes preocuparte. Se está manteniendo ocupado, y escondí todo el
alcohol.
—Soy capaz de entender su dolor —contestó, con rigidez.
—Tal vez, pero no tiendes a compartirlo. El resto de nosotros, pobres
mortales, simplemente tendremos que revolcarnos en nuestra debilidad
emocional mientras tú persigues intereses más pretenciosos e
intelectuales.
—Hago lo mejor que puedo para mantener a mi familia. Es todo lo
que cualquiera podría pedir.
—Ciertamente. —Acordó, inclinando la cabeza con un amable
movimiento; luego, hizo una seña a un pequeño niño que sujetaba con
fuerza un silbato nuevo para que se acercara—. Ven aquí, Matthew,
muéstrame lo que has ganado.
Bordeando a Drogo con cautela, Matthew se subió al regazo de Ninian
y con orgullo le mostró su última adquisición. Rila sintió a Drogo ponerse
rígido a su lado, e instintivamente, sin pensarlo un segundo, depositó el
niño sobre las piernas del marido.
—Muéstrale a lord Ives cómo juegas, Matthew.
Para el asombro de Ninian, Drogo se quedó helado. No mostró
evidencia de saber cómo sostener al niño, cómo manifestar interés en el
niño, cómo hablar siquiera con él. Con los ojos abiertos de par en par, niño
y hombre se miraron con incertidumbre.
Drogo había pasado la mitad de su vida manteniendo a los hermanos,
pero nunca había aprendido cómo demostrarles su amor. Para calmar el
nerviosismo del marido, Ninian se reclinó sobre el brazo de Drogo y colocó
el silbato en los labios de Matthew. Él lo sopló brevemente, luego se
escabulló del regazo de Drogo y corrió en busca de su madre.
—¡Tienes seis hermanos! —exclamó ella, con impaciencia—. ¿No les
has cogido ni jugado con ellos ni una vez?
—Tienen madres y niñeras para que les cojan —contestó sin mirarle
—. Ni que yo fuera el padre. No era más que un niño.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

La imagen era demasiado clara y dolorosa. Privado de la madre a una


temprana edad, privado de la compañía de los hermanos más cercanos a
él, luego privado de la compañía de los hermanos más jóvenes por la
desconsolada madre y un batallón de sirvientes durante los primeros años
de ellos, a Drogo nunca le habían enseñado el afecto y la comprensión de
una familia unida y cariñosa. Nunca había sido aupado en manos cálidas y
mugrientas, o acurrucado de pequeñito en sus brazos. Que manera más
horrible, horrible, de crecer. Al menos ella tuvo a los niños del pueblo para
abrazar, y a sus primas menores, cuando iban de visita.
Las lágrimas le bordearon los ojos cuando se alejó de él y le sintió
relajarse. Ella misma le ponía nervioso. Él no sabía cómo lidiar con una
mujer emocional que gemía, regañaba y pretendía comprensión. Podía
acostarse con ella y protegerla, pero no sabía cómo amarla. Ella estaba
empezando a dudar si alguna vez lo lograría.
—Lo lamento —susurró ella.
Él la miró con curiosidad.
—¿Por qué?
—Por pedirte mucho más de lo que puedes dar. —Con tristeza, le
plantó un beso en la mejilla y se puso de pie para retirar a la hija de Lydie
de debajo de la mesa del banquete.
Apenas importaba ya que él no le pidiera bailar cuando los violinistas
comenzaron a tocar la siguiente melodía.

Enero, 1751

—Será mejor que te apresures y tengas ese bebé de una vez para
que puedas subirte entre las sábanas de tu esposo otra vez —dijo Lydie—.
Está a punto de arrancarles la cabeza a los sirvientes. Incluso Ewen se
enojó con él y se marchó a la mina en lugar de quedarse aquí un minuto
más.
Lydie colocó con eficiencia y prontitud una sábana limpia en la cuna
vacía de la enfermería. Ninian acababa de regresar de despedir a su
último paciente.
—Le pedí a Ewen que revisara el agua de las minas para ver si podía
localizar la fuente del daño —dijo ella—. Me temo que muchos de estos
bebés están naciendo demasiado temprano por el agua. Nunca antes ha
sucedido así.
Cansada, Ninian se sentó en una silla y dejó que Lydie hiciese todo el
trabajo físico. Realmente necesitaban contratar más ayuda. Sarah no tenía
mucha inclinación por la partería.
—Ewen despidió a todas las criadas con un beso, pero ni siquiera
intentó besarme a mí —se quejó Lydie—. Debo haber perdido todos mis
encantos. Me he vuelto vieja y decrépita.
Ninian sonrió ante la vanidad.
—Tienes apenas diecisiete. Tienes un par de años más antes de que
la decrepitud se instale. Y le advertí a Ewen que haría que le dispararan si
jugaba con tus sentimientos. Ten un poco de respeto por ti misma y los
hombres te respetarán.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¿De qué me sirve que me respete a mí misma? —rezongó Lydie,


mientras colocaba la sábana—. Hacen una educada reverencia con la
cabeza, mantienen la distancia y se marchan a juguetear con sus filos y
contraen matrimonio con las mozas que les eligen sus madres. Y las
madres nunca eligen a las mujeres como yo.
Ninian acabó de apuntar las notas del tratamiento que había utilizado
para la tos del último infante que había atendido y volvió a ponerse
trabajosamente de pie.
—Si estás cansada de vivir aquí, pensaremos otra cosa que puedas
hacer una vez que se abran los caminos. Pero te necesito aquí durante un
tiempo más, si no te molesta.
Lydie soltó la sábana y corrió a abrazarla.
—¡No quise sonar tan rencorosa! Amo este lugar. Amo a los bebés, y
quiero ayudarte con el tuyo. Simplemente estoy enfadada con Ewen y
cansada de que Drogo me atraviese con la mirada.
Ninian le correspondió el abrazo.
—Debes golpear a un Ives en la cabeza con una larga vara para
ganarte su atención. En cambio, encuentra a alguien que te ame, te adore
y te venere a tus pies. Las varas largas son una pesada carga.
—Y los hombres Ives son terribles para elegir a las mujeres a quienes
cortejar.
Un sarcasmo dicho arrastrando las palabras les interrumpió desde el
umbral de la puerta.
Cubierto de mugre por trabajar duro en el arroyo, Dunstan estaba
reclinado contra el marco de la puerta, viéndose tan hosco y despeinado
como un oso alterado. Ninian se dio cuenta de que él estaba allí, pero esos
últimos días había estado tan inánime que había albergado la esperanza
de animarle un poco. Realmente no podía estar esperando el momento de
asesinar a Ewen o a Celia. Era un hombre demasiado sensato para ello.
Sin embargo, el orgullo Ives debía ser saciado de algún modo. Quizás
podría convencerle de que ella tenía un amuleto para borrar los pecados.
—¿Hay algo que podamos hacer por ti? —le preguntó, en tono
agradable.
—¿Además de estrangular a tu marido? Probablemente no. Pero hay
alguien en el bosque que requiere tu presencia.
—¿Quién? —exigió saber—. No puedo ir al bosque, o Drogo me
pondrá los grilletes.
—Y con toda la razón, me atrevo a decir. Creo que debo insistir en
acompañarte. —La sospecha se veía escrita con facilidad en toda su
expresión.
Ninian llevó las manos al aire.
—¡Todos vosotros estáis locos! Todos y cada uno de vosotros. ¿Por
qué este visitante no viene hasta aquí como cualquier ser decente... —
Abrió los ojos de par en par cuando se dio cuenta de lo que acababa de
decir—. ¿Adonis?
—¿Es así como se hace llamar? —Dunstan se irguió y frunció el
entrecejo aún con más oscuridad—. Bastardo es más adecuado. Si la
desesperación con la que el hombre se dirigió a mí es medida de algo,
será mejor que veas qué desea.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ninian detuvo la protesta de Lydie con una palmada en el brazo.


—Estoy bien. No estará lejos. Los hombres Ives pueden tener todos
cabezas de piedra, pero cuidan de los suyos.
—Yo no lo hice —masculló Dunstan cuando la tomó del brazo y la
ayudó al salir por la puerta.
—Incluso los hombres Ives tienen límites —Ninian contestó, de
manera cruel—. La próxima vez, elige a una mujer que te ame.
—No habrá próxima vez.
—Siempre hay una próxima vez; si no es en esta vida, será en la que
sigue. Dios puede perdonarte los errores, pero espera que aprendas de
ellos. —Se inclinó pesadamente sobre el brazo del hombre, forzándole a
adaptarse a los pasos de ella. Ninian entendía su dolor y amargura, pero
ella no tenía que sufrir por los errores de Celia. Dunstan necesitaba una
mujer que pudiera blandir una vara robusta para derribar los muros de ira
en él.
—Entonces Dios debe haberte enviado para hacerle pagar a Drogo
por sus defectos —refunfuñó Dunstan—. ¿Cómo demonios has escondido a
ese Adonis de él?
—No lo hice. Como cualquier Ives, hace lo que se le viene en gana.
¿Le convierto en rana?
—Diría que es hongo usurpador si aclama ser un Ives.
Ninian le miró, incrédula.
—¿Cómo puedes dudarlo?
Cerró los labios con gravedad y no dijo más.
Ella tuvo que sonreír cuando llegaron a un claro no lejos del grupo de
abedules que ella había estado mirando con nostálgicos planes de un
jardín. Adonis tenía su extenso y masculino armazón desparramado sobre
unas rocas con moho, muy parecido a un rey de las hadas supervisando el
reino mientras esperaba que se presentaran sus encargados.
—Veo que su bota no muestra signos de deterioro —dijo divertida
cuando ese extraño Ives se puso de pie con indiferencia, no para faltarle el
respeto a ella, supuso, sino para intimidar a Dunstan, quien le clavaba la
mirada con ferocidad. Por mucho que estos hombres la hacían sentirse
frustrada, no podía entender cómo había vivido sin el entretenimiento
constante que proveían.
—Expreso mi gratitud para con usted, milady. —Adonis hizo una
perfecta reverencia mientras mantenía un ojo cauteloso clavado en el
acompañante.
—Si tuviese el adecuado respeto por la condesa, no le forzaría a salir
con este clima, sino que iría a su puerta como cualquier persona civilizada
—le amonestó Dunstan.
Ella echó una mirada de advertencia en dirección a Adonis mientras
sostenía el brazo de Dunstan con más fuerza.
—Os convertiré a ambos en sapos si no os comportáis. Bien, ¿qué es
lo que desea decirme?
—¿Además del hecho de que contrajo matrimonio con uno de una
familia de dementes autodestructivos? —Con las piernas abiertas, los
brazos cruzados sobre el macizo pecho, Adonis estudió el comportamiento
desconfiado de Dunstan con diversión.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—¿Supongo que el insulto se aplica a usted también? —replicó


Dunstan.
—Claro que sí, de otro modo, no estaría aquí.
—¡Basta! ¡Los dos! Estoy agotada de esta postura. Podéis insultar
vuestro linaje una vez que me haya marchado. Por ahora, dígame qué es
lo que necesita saber, y así podré regresar a mi fuego.
Al ser recordados de la delicada condición de la mujer, en un
santiamén se replegaron de las posiciones de batalla, aunque ninguno de
los dos se veía particularmente avergonzado por el descuido.
—Lo lamento, pero creí que le agradaría saber que la mina de su
marido es directamente responsable de la contaminación del arroyo. Para
localizar nuevas vetas, están bombeando agua llena de sedimentos de
carbón del suelo y arrojándola por la colina que drena directamente al
arroyo. Los Ives nunca han pensado en la tierra que mutilan, ni en los
efectos de tal mutilación.
—Eso es una maldita sarta de menti... —Dunstan levantó puños
cerrados, pero se detuvo de inmediato cuando Ninian le cogió del brazo y
gimió. Un ceño fruncido por el dolor le arrugaba la frente mientras
intentaba mantenerse erguida.
—¿Ninian? —Lleno de terror, la cogió de la cintura para sujetarla.
Con el ceño arrugado por la preocupación, Adonis dio un paso
adelante, pero Ninian le alejó con un gesto. Jadeando, dejó que el dolor
pasara y se irguió.
—Le agradezco su advertencia. Le he pedido a Ewen y a Drogo que
investigaran el asunto. Apreciaría su pudiese guiarles, ya que no me
toman en serio. —Al ver a Adonis tensarse y echarse atrás ante la
petición, ella desestimó con un ademán—. Lo entenderé si no puede. Yo
estaré un poco... indispuesta... durante un tiempo, pero haré lo que
pueda.
—Mis disculpas, milady, no debí haberla molestado. —Echándole una
mirada a Dunstan con profunda preocupación, preguntó—: ¿Le ayudo a
llevar a la condesa a la casa?
Vacilante, estudiando al extraño, Dunstan negó con un movimiento
de cabeza.
—Drogo está en el pueblo. Envíe a alguien por él. Creo que el bebé se
ha adelantado.
Ninian habría sonreído ya que el moreno extraño se veía petrificado;
luego, se recuperó lo suficiente como para asentir y marcharse a la
carrera, pero la siguiente contracción fue rápida y feroz, y ella casi no
pudo contener un grito de dolor.
El bebé no solo venía adelantado, sino que también tenía prisa.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 35

—Será mejor que ordenes preparar unas habitaciones de huéspedes


—dijo Ninian distraída al tiempo que Drogo entraba corriendo en la
habitación del amo, casi rompiéndose el cuello por el gato que se le
enroscó en los talones. Lo levantó del suelo y lo depositó sobre una silla,
donde el animal se acurrucó contento.
—Dunstan me dijo... —comenzó a decir, pero la esposa, ocupada en
otros asuntos, descartó la interrupción con un ademán de la mano.
—Mi familia tiene la tendencia de presentarse sin avisar. Lo lamento,
debería haberte informado de ello.
¿Qué demonios tenía que ver su familia con esto? ¿Por qué demonios
no estaba ella en la cama? Maldita mujer...
Quizás se había equivocado al pensar que podría superar la maldición
Ives, pero eso no significaba que no pudiera proteger a su hijo. Si la
turbada esposa no se acostaba en ese momento, el niño caería de cabeza
al suelo. La acechó con cautela, con la esperanza de capturarla sin pelear.
Ella caminaba de un lado al otro frente a un crujiente fuego en la
habitación del amo, vestida con nada más que una desgarbada camisola.
Esperando que el hijo se cayera en cualquier momento, Drogo no podía
evitar clavar la mirada en el vientre de la esposa.
—Necesitas estar en cama —dijo con firmeza, sin saber de dónde era
seguro sujetarla.
Ella le arrojó un anotador en las manos.
—Será mejor que hagas una lista. No quiero olvidarme de nada.
Adonis dice que la mina está causando problemas...
—¿Adonis? —rugió Drogo. O creyó haber rugido. Nunca había rugido
antes. Arrojando el anotador a un lado, sujetó a su obviamente histérica
esposa por encima de la inexistente cintura, e intentó llevarla a la cama,
donde debía estar.
Ella se escabulló de las manos de su esposo, se sujetó al respaldo de
una silla y comenzó a respirar profundamente y a cantar por debajo del
aliento.
El terror casi le vuela la tapa de los sesos cuando Drogo reconoció el
dolor que de repente tensó las pálidas mejillas de Ninian. Las maldiciones
que arrojó colmaron la alcoba, pero no se atrevió a tocarla hasta que soltó
la silla.
Finalmente, comenzó a respirar con facilidad y se irguió.
—Cada cinco minutos. Tenemos tiempo. Toma nota, Drogo. No puedo
hacer todo.
¿Ella no podía hacer todo?
—Maldición, ¡no puedes hacer nada! —explotó—. ¡Se supone que
estás pariendo un hijo!
—Ahí está el temperamento que no tienes —le recordó, tomando un

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

libro muy viejo con cubierta de cuero de los estantes que había llenado
con ejemplares de la biblioteca de la abuela—. Nunca he hecho esto para
mí misma. Lamento que suceda tan pronto. Contaba con que mis tías
llegaran a tiempo.
Abrió el libro en una página marcada.
—Tendrás que recitar la ceremonia de bienvenida. Quizás pueda
decirla contigo, si hablas lo suficientemente lento.
—¿Ceremonia de bienvenida? —gritó. En lugar de sujetar a la
maníaca esposa, Drogo se hundió ambas manos en la cabellera y tiró para
asegurarse de que no estaba soñando. O teniendo alucinaciones. ¿Estaba
a punto de parir al bebé sí o no?
Si así era, ¿por qué demonios no estaba acostada en la cama,
rodeada de mujeres?
—Siempre le damos la bienvenida a las nuevas Malcolm —le contestó,
encogiendo los hombros con indiferencia—. Parece que facilita el trabajo
de parto. Me parece que no estoy lidiando muy bien con el dolor. No tenía
ni idea... —Dio un grito ahogado y se dobló por la mitad.
Esta vez, el rugido de él atrajo al resto de la casa corriendo.
Para cuando ellos llegaron, Drogo tenía a Ninian en la maldita cama.
Estaba aferrada al libro mientras jadeaba, cantaba y se retorcía en agonía.
Él creía que el dolor de su esposa le arrancaría el corazón y los pulmones
del pecho si no cesaba pronto. El sudor le humedecía los rizos dorados
para cuando se enderezó y le volvió a tender el libro.
—He marcado el lugar. Puedes comenzar cuando quieras. Tu hija
tiene prisa.
—Mi hijo, señora, no necesita ninguna estúpida superstición cantada
sobre su cabeza. —Drogo giró y clavó la mirada en Lydie, quien estaba de
pie en el umbral de la puerta trayendo un recipiente con agua humeante
—. ¡Ayúdale! —exigió.
—No hay nada que pueda hacer todavía —dijo Lydie simplemente,
dejando el recipiente.
El rostro de Ninian se veía pequeño y extremadamente frágil contra
los cojines. El enorme bulto del vientre pareció colmar la cama cuando
Lydie le cubrió con una sábana. Drogo tragó en seco. Ninian era
demasiado pequeña. Incluso él podía notarlo. Había creído que era una
campesina saludable pero no, era más como un espectro transparente que
se luiría añicos al más mínimo sonido. El mero viento aullando en la
nefasta habitación podría romperla.
—Ninian —susurró cuando ella cerró los párpados de venitas azules
sobre las adorables lagunas de sus ojos. La piel parecio como el más fino
vidrio cuando él la rozó con los dedos, e igual de frío.
Abrió los ojos de repente y le regaló una vaga sonrisa.
—Me temo que no seré muy útil durante un tiempo. Dunstan debe
encargarse del filtro, si eres tan amable de asegurarte que se haga
adecuadamente. Quizás, si envías a buscar a Ewen... —Se mordió el labio
y respiró profundamente, con la mano cubriendo el bajo vientre a fuerza
de instinto.
—¡A la mierda con el arroyo, y con Dunstan y todo lo demás! Solo
diles a estas desorientadas mujeres qué hacer para que ayuden a traer

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

este hijo al mundo a salvo. —Drogo podía percibir a varias de las mujeres
del pueblo en las sombras a sus espaldas. Dunstan estaba en algún lugar
del fondo, también. No podía concentrarse en ninguno de ellos.
Ella sonrió débilmente.
—No pueden hacer otra cosa que esperar, milord, como tú. Te iría
mucho mejor si me escucharas al menos esta vez.
—Pues bien, escucho. —Con firmeza, empujó una silla y gesticuló a
alguien para que le alcanzara el abandonado anotador. Eso era algo físico
que él podía manejar.
Con obediencia, tomó cuidadosas notas mientras Ninian divagaba. No
tenía idea de lo que estaba escribiendo o de lo que ella estaba diciendo,
pero el mero ejercicio de aplicar la pluma al papel era suficiente para
calmarles a ambos, hasta que ella gimió y, arqueándose, se aferró a la
ropa de cama. Entonces, pluma, anotador y tinta volaron por el aire
cuando la sujetó.
Mientras una criada se apresuraba a limpiar el desorden, Drogo se
transportó a la cama y sostuvo a su esposa con torpeza, sin saber cómo
consolarla pero dándole lo que podía, mientras Ninian se mordía para no
gritar y se aferraba a las mangas de la chaqueta de él. La agonía de ella le
quemaba, y no podía imaginar cuánto peor sería para ella. El hijo la estaba
partiendo en dos. Él estaba matándola.
Seguramente, moriría si ella moría. Eso dejaría a Dunstan como
heredero.
Aferrándose a ese pensamiento con frenesí, Drogo buscó al hermano
al tiempo que la contracción mermaba y Sarah se apresuraba a secar la
frente de Ninian. No era nada bueno en ese asunto de dar consuelo.
Necesitaba algo sólido donde hincar los dientes. ¿Dónde estaba Dunstan?
Sin pronunciar palabra, Drogo se puso de pie de la cama y avanzó a
codazos entre la multitud de mujeres hasta que localizó a Dunstan
caminando de un lado al otro frente al fuego, en la sala.
—Si el niño muere, y Ninian muere con él, no tendré otro —le anunció
cuando Dunstan giró para mirarle. Contraer matrimonio con Ninian fue la
primera cosa egoísta que hizo en su vida y había creado un desastre.
Debería haberlo sabido.
Con la mirada vacía, Dunstan no dijo nada.
Drogo tenía deseos de sacudirle.
—Alguien debe ocuparse de nuestras madres, de las propiedades, de
los más jóvenes. Cuento contigo. ¡No me decepciones! —le ordenó.
—Vivirás y seréis cientos —contestó Dunstan con amargura—. No me
mires a mí.
—¡Estoy seguro de que la estoy matando, más de lo que alguna vez
has soñado con matar a Celia! —No gritó. Estaba seguro de que no había
gritado. Caminó de un lado al otro, sin atreverse a enfrentar al hermano
con su temor, sin atreverse a ver el mismo dolor en los ojos de Dunstan.
Toda la vida se las había ingeniado para mantener el miedo y el dolor a
raya concentrándose en lo que podía hacerse con lógica. No sabía cómo
lidiar con el miedo ni con el dolor cuando no había parámetros lógicos
para aferrarse. Si hubiera podido tirar del niño él mismo en ese momento,
lo habría hecho.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

El viento sopló por la chimenea, lanzando brasas por el hogar. Drogo


tomó el atizador y empujó los carbones más hacia el fondo. Allí había algo
que podía hacer.
—Maldición, creí que había ordenado arreglar esto.
—Las mujeres tienen hijos todo el tiempo. Ninian vivirá —dijo
Dunstan, con crueldad—. Tendrás tu heredero. No me necesitarás.
Drogo le ignoró, perdido en su propio descubrimiento.
—No nos importa un comino lo que le hacemos a las mujeres, siempre
y cuando plantemos nuestra semilla. Esa es la maldición Ives. Aramos,
plantamos y nos marchamos, satisfechos de haber cumplido con la tarea,
cuando ellas son las que trabajan duro y se esfuerzan, y producen
obedientemente nuestra prole hasta que el suelo se vuelve infértil y
agotado por el esfuerzo. Nosotros las matamos —anunció con vehemencia
—, de una forma u otra.
—¿Deberíamos rotar el cultivo? —preguntó Dunstan—. ¿O los
campos? Eso era lo que hacía nuestro padre.
Un grito hizo eco a través de las habitaciones oscurecidas, rebotando
en los muros. Con creciente terror, Drogo giró sobre los talones y regresó
a la habitación principal.
Ninian estaba acostada serenamente, con los ojos cerrados.
Salvaje, Drogo miró a su alrededor. El grito le había hecho añicos el
cerebro. ¿De dónde había provenido? Quizás el viento silbó por las grietas
de la piedra detrás de los paneles. La forma quieta sobre la cama atrajo la
frenética mirada del marido; aún respiraba.
Se relajó con cautela cuando Ninian abrió los ojos. Para su horror, ella
dio un repentino grito ahogado, levantó las piernas y se aferró al vientre
en agonía. El grito se unió al anterior, que aún resonaba en su mente.
O en los muros. La escena frente a él se alejó en la distancia. Observó
a las mujeres rodear la cama, vio la cascada dorada de rizos atravesando
la pila de cojines, supo que era su esposa dominada por la agonía de dar a
luz a su hijo; sin embargo, él ya no estaba con ellas. Estaba de pie,
apartado, observando desde lejos, separado, como había estado la noche
que la había conocido, como siempre estuvo.
El viento aullaba, las cortinas se englobaban hacia adentro por la
corriente de aire y el fuego en la chimenea producía chispazos. Ninian se
retorcía de dolor, y él solo podía estar de pie allí, a una distancia
impotente.
La ira ante su inutilidad le obligó a actuar. ¿Por qué nada de esa
habitación era confortable? Drogo caminó a grandes pasos junto a la cama
y corrió las pesadas cortinas por la varilla para buscar la fuente de los
aullidos del viento. No vio nada más que el negro vidrio de la noche y el
reflejo de la llama de la vela.
La chimenea. Con determinación, cogió un atizador. Un golpe sólido a
la piedra soltó siglos de argamasa seca. Volvió a arremeter, esperando
destrabar la obstrucción que causaba el lamento del viento. Golpeó las
piedras hasta que el atizador se dobló y se rompió y el viento aulló a
través de todas las partículas de su cuerpo, de la misma manera que los
gemidos de Ninian llenaban la habitación.
Una nube de hollín colapso sobre el fuego, volando hacia afuera,

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

cubriendo todo con una película de negrura. Las mujeres gritaron y le


reprendieron y conversaron entre ellas como urracas. El fantasma seguía
aullando. Podía oírlo. Giró sobre sus talones, pero Ninian había vuelto a
sufrir un colapso sobre las sábanas. Sarah le miró como si él estuviese
loco y continuó aplicando paños fríos a la frente de Ninian.
—Léele el libro, Drogo. —Indicó al volumen sobre la silla con un
movimiento de cabeza.
Los libros, los rezos y las estúpidas ceremonias no detendrían los
aullidos.
Tomó el hacha de la chimenea y caminó por la habitación, buscando
el origen de los gritos fantasmales. Sarah debía haber plantado silbatos en
los muros con el único propósito de volverle loco. Probablemente ahora
mismo se estaría riendo a escondidas.
Dunstan le cogió del brazo e intentó llevarle hacia afuera, pero Drogo
se sacudió y se liberó.
Localizó un nudo en el panel podrido y dio un hachazo, astillando la
madera. ¿Por qué no había reparado esos muros a esas alturas? No
permitiría que Ninian sufriese la incomodidad del viento. Él era el amo allí.
Mandaría a revocar las paredes.
—Se ha vuelto loco —susurró una de las sirvientes al tiempo que
Drogo daba hachazos en los paneles hasta que se salieron y se
despegaron del muro.
—Es la mujer fantasma —susurró otra—. Aún acecha este lugar. Dice
que vuelve locos a los hombres Ives.
—Nunca le he visto perder la compostura —Sarah le murmuró a
Dunstan con horror y deleite—. ¿Qué diantres le sucede?
La comisura de los labios de Dunstan se curvó con gravedad.
—Una mujer. El hermano mayor finalmente ha encontrado una que se
le ha metido bajo la piel y no sabe cómo manejarlo. —Observó, mientras el
sumamente lógico y sensato hermano rompía el grupo de habitaciones a
pedazos, persiguiendo algo que nadie podía ver ni escuchar, salvo él.
—¿No deberías hacer algo? Llévale a la planta baja —ordenó Sarah.
Dunstan se cruzó de brazos y negó con un movimiento de cabeza.
—No, señora. Estoy disfrutando de todo esto.
La frágil figura en la cama parecía ajena a la destrucción. Superando
otra contracción, extendió el brazo para tomar el libro que el marido había
abandonado.
Incluso Dunstan oía el aullido del viento en la chimenea.
—Drogo —dijo Ninian suavemente—. Apresúrate, por favor. Necesito
las palabras.
Palabras. Drogo parpadeó. Con la mirada en blanco, observó el hacha
en las manos, luego levantó la vista hacia el lío tremendo que había
causado en la alcoba. Absorbió la expresión de Sarah de horror y
confusión. Perplejo, dejó el hacha a un lado y giró en dirección a la voz
que le llamaba.
—Las palabras, por favor —susurró entre jadeos, tendiéndole el libro
cuando él retornaba junto a la cama.
Las palabras no tenían poder. Eran simples... palabras. Drogo observó
inexpresivo la antigua página. De memoria, Ninian comenzó a recitar la

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primera línea.
Viendo que la agonía le arrugaba la frente una vez más, Drogo se
apresuró a ofrecer el siguiente verso, leyendo lentamente, de manera que
ella pudiese seguirle entre respiración y respiración.
—Viento y lluvia, pena y calamidad, huid de este nacimiento. Traed la
felicidad.
Ninian sonrió y pareció relajarse, incluso mientras se retorcía con la
presión que le contraía y le oprimía las entrañas. El aullido del viento
desapareció, al tiempo que Drogo se concentraba en Ninian.
Juntos, leyeron todo el tonto ritual de flores y árboles, nacimiento y
vida. Drogo ignoró cuando ella tomó una bols-ta de hierbas aromáticas del
sostén y las espolvoreó sobre las mantas. Él decía las palabras siempre y
cuando le calmasen.
Sentado en la cama frente a su esposa, dándole la espalda a las
mujeres, Drogo leía bajo la titilante luz de la lámpara, bloqueando el
lamento del viento y los aullidos de la chimenea. Ninian extendió la mano
y apretó los suaves dedos, él leyó más fuerte.
—Gracias —murmuró, los ojos azules se abrieron y enfocaron directo
al rostro del marido, justo antes de ella levantar las rodillas y gruñir tan
profundamente, que él hubiese jurado que el sonido provenía de las
entrañas de la tierra.
—Aquí viene —gritó Lydie con excitación—. Empuja con más fuerza,
Ninian.
Con el cabello enredado y húmedo de sudor, luchando contra el dolor,
Ninian no quitó la vista de los ojos de Drogo.
Con el corazón en la boca, él se aferró de la mano de su esposa con
ambas manos y deseó poder darle su fuerza, vertiendo todo su poder en
los delgados dedos. Podía jurar que ella sonreía más ampliamente debajo
de las lágrimas.
—Te amo, Drogo.
Las palabras le susurraron a través del cuerpo incluso cuando el
rostro de Ninian se estrujó de dolor y el grito partió el aire.

Ella lo había dicho una vez antes, pero él no le había escuchado. No lo


había creído. No podía creer que lo dijera de nuevo, no después de todo lo
que él había hecho para alejarla.
Se suponía que debía guardar la distancia. Él debía estar en la planta
baja, emborrachándose, esperando que las mujeres le trajesen el anuncio
del nacimiento del bebé. ¿Qué demonios estaba haciendo allí, escuchando
palabras que nunca había deseado? Se aferró a la mano de ella cuando el
grito murió, pero los ecos acecharon el aire.
El llanto débil de un infante llenó el silencio que siguió al desplomarse
Ninian.
Yacía prácticamente inmóvil. Con preocupación, Drogo buscó el
parpadeo de una pestaña, la inquieta elevación del pecho.
«Ninian, por favor», rogó dentro de su cabeza, donde nadie más que
él mismo podía oírle. No podía demostrar su temor, pero estaba allí,
creciendo más grande y más profundo y arañándole en el pecho con terror

- 245 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

mientras la mano de ella yacía floja en la de él. «Ninian, no me dejes


solo».
Los párpados se movieron, y amplios sollozos le estremecieron el
cuerpo entero a Drogo.
Bajó la cabeza y la apoyó sobre el pecho de su esposa y lloró como el
bebé que ella acababa de parir mientras la mano de ella le apretaba la de
él.
—Alana —le dijo ella al oído en un suspiro de satisfacción.
La luz se vertió sobre él. Drogo ya no escuchaba los aullidos. La
serenidad le colmó con una fuerza que no había conocido nunca. No era
una fuerza física, sino algo muy diferente, cuando levantó la vista y miró
los brillantes ojos azules de Ninian.
—Alan —declaró con firmeza, sujetando la conexión invisible entre
ellos y aferrándose a ella con todas sus fuerzas—. Ninguna niña tan
pequeñita podría aullar de esa manera.
Ella le estudió durante un momento; luego, desvió la mirada con
asombro hada el bebé que Lydie le tendía. Los rugidos que manaban del
bulto ciertamente tenían un tono masculino.
—Tu hijo, milady —anunció Lydie con orgullo, colocando el berreante
e inquieto infante en los brazos de Ninian.
Obviamente sorprendida, Ninian retiró en envoltorio del infante para
verificar lo que no podía ser. Parpadeando estupefacta al ver la evidente
masculinidad del hijo, sonrió con orgullo de madre, le arropó con la ahora
húmeda toalla alrededor de él, y elevó el bebé de cabellos oscuros para
admiración de Drogo.
Cuando él se atrevió a retirar la punta de una sábana para observar
mejor a su aullante cría, ella murmuró con burla.
—Tampoco tiene mal humor, milord.
La sonrisa de Drogo casi le parte el rostro en dos.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 36

—Tienes tu heredero, Drogo —pronunció Dunstan con abatimiento, al


inspeccionar al bebé en brazos de Ninian al día siguiente—. Con ese
cabello, no cabe duda de que es un Ives.
—Si hubiese sido una niña, no habría habido dudas —contestó Drogo,
resuelto, acariciando un rizo oscuro en la cabeza del bebé tentativamente.
—Deberías alegrarte de que no sea una Malcolm, puesto que todas
las Malcolm son... —Ninian parpadeó, se mordió los labios para no decir
«brujas» y miró al hijo con curiosidad—, son rubias —corrigió.
¿Era seguro? Ella no tenía forma de saberlo. Que se pudiese recordar
en la historia, ninguna Malcolm había tenido jamás un hijo varón. Por
supuesto, ninguna Malcolm había contraído matrimonio con un Ives en
años. ¿Era esa la verdadera fundamentación de la leyenda? Si una
Malcolm engendraba un Ives, ¿había algún peligro de que el niño tuviese
los dones Malcolm? ¿Un brujo Ives? ¿O se les llamaba hechiceros?
Oh, Dios. Ninian estudió los labios como un capullo de rosa que
succionaban ávidamente del regordete puño. ¿Podría él leer emociones
como lo hacía ella? ¿Era sensible a las auras, como la prima Christina?
¿Cómo se daría cuenta ella, especialmente si resultaba ser tan reservado
como su padre?
Había sentido la gratitud y el alivio colmando la habitación la noche
del nacimiento de Alan, pero ¿qué le decía eso a ella? Recorrió con la vista
los muros que Drogo había descubierto. A la luz del día, un maravilloso
mural había emergido representando árboles y druidas. Quizás eso era lo
que el fantasma de la mujer había querido mostrarles, pero no eran los
sentimientos del fantasma lo que ella necesitaba.
Dirigió la atención a su enigmático marido. Había llorado la noche
anterior. Había perdido completamente su serenidad arrogante y se había
hecho añicos. Excepto que había sido un solo momento entre todos los
demás que les precedían. No podía dar a luz a un bebé cada vez que
quisiese saber cómo se sentía.
¿Y qué había de ese bebé? ¿Ignoraría Drogo a su hijo como ignoraba
al bebé de Lydie? ¿Ignoraría las verdaderas necesidades del niño del
mismo modo que ignoraba las de los hermanos? ¿Le enseñaría a Alan a
ser tan frío y distante como él? Si no podía amarla a ella, ¿podría amar a
su hijo?
Levantó la vista hacia Drogo, quien no había dejado de sonreír desde
el nacimiento del niño. Él no tenía dudas, eso era seguro. Tenía lo que él
creía que deseaba. Que él lidiase con eso.
Ella le tendió el bebé para que lo aupara.
—Estoy cansada —le dijo con su mejor sonrisa de hoyuelos—. Cógele
tú.
Vio el pánico en los ojos del marido, la renuencia al bajar la vista al

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

indefenso infante retorciéndose en las sábanas. Otras mujeres podrían


suponer que los hombres tenían un solo rol que jugar en la creación y
crianza de un hijo, pero ella no tenía esa idea equivocada. Él quería un
hijo, por tanto cuidaría de él tanto como ella. Y aprendería a amarlo en el
proceso.
—Simplemente extiende los brazos —ordenó ella—. Coloca una mano
bajo la cabeza.
Con Dunstan como divertido espectador, Drogo no tenía opción.
Torpemente, intentó rodear al bulto con las manos y lidiar con la floja
cabeza a la vez. Sorprendido por el cambio de posición, Alan gimió en
protesta.
Frenético, Drogo intentó devolver el niño a los brazos de Ninian.
—Quiere estar contigo.
—No sabe lo que quiere. —Con impaciencia, ajustó las mantas, pero
se negó a cogerle de regreso—. Debemos enseñarle a quererte a ti
también. Es un Ives, ¿recuerdas?
El niño pateó la sábana descubriéndose los pies y Drogo intentó
ajustaría, presuroso. En cambio, unos pequeñitos pies rosados emergieron
de un largo camisón de lino, agitando las piernas en libertad.
—No puedo hacer esto —dijo Drogo entre dientes, haciendo equilibrio
con una cabeza de oscuros rizos y tirando del camisón y la sábana
mientras hacía malabares con el incómodo bulto sin dejarle caer—. Tengo
que ocuparme de...
—Tu hijo —interrumpió Dunstan, mirando por encima del hombro del
hermano con un deje de diversión—. Es grande. Estará trepando las
murallas del castillo en lo que canta un gallo. No puedes pedirle a Ninian
que le siga. —Dunstan giró hacia ella—. Has hecho un muy buen trabajo,
condesa. Mis felicitaciones. Ahora, debo partir.
—¡No! —dijo ella con brusquedad, cogiéndole por sorpresa—. No
hasta que el agua del pueblo esté a salvo. Una vez que la nieve comience
a derretirse y lleguen las lluvias de primavera, el arroyo volverá a crecer, y
Drogo no puede hacerlo todo. Es hora de que todos vosotros aceptéis
vuestras responsabilidades y dejéis de actuar como niños. Se lo debéis a
Drogo.
Sorprendidos, ambos hermanos se quedaron mirándola fijamente. Ella
les sostuvo la mirada. Podía tener la mitad de su tamaño y no ser de
ninguna manera tan formidable como ellos, pero por el amor de Dios, se
saldría con la suya en eso.
Drogo logró equilibrar la cabeza del hijo en el hueco del codo
mientras tiraba de la sábana para cubrirle los pequeños pies. Enarcó unas
inquisidoras cejas en dirección al hermano y a la esposa, pero optó por
dejarles la discusión a ellos. Él ya tenía las manos ocupadas.
—Y una vez que salvemos el agua, siempre que tal cosa sea posible,
supongo que habrá otra tarea que deba cumplir para pagar esta deuda de
nunca acabar. ¿No es verdad? —preguntó Dunstan con sequedad.
—Drogo se ha ocupado de esta familia toda la vida —contestó Ninian
—. Os ha provisto de todos vuestros bienes materiales. ¿Qué hicisteis a
cambio? Vuestra deuda es tan enorme que no podéis ni pensar en pagarla
en un futuro cercano. Un hombre honorable intentaría pagar sus deudas.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

La furia ardió en los oscuros ojos de Dunstan. Podía sentir la


vergüenza aún inundándole, pero la simple furia oscura Ives colmó el aire.
—Creí que tu intención era ayudarme, milady —gritó él, arrancando la
bolsita del amuleto del cuello y arrojándosela a ella—. Es la última vez que
confío en una mujer. —Salió tormentoso, cerrando la puerta de un golpe.
Drogo presuroso intentó devolverle a Alan para poder salir tras él.
Con testarudez, ella cruzó los brazos sobre los pechos.
—Dunstan es un hombre adulto y hará lo que le venga en gana, sin
importar cuánto interfieras. No puedes ayudarle. Sin embargo, tu hijo te
necesita. Es tu elección.
Mudo de asombro, Drogo quitó la vista de ella en dirección a la puerta
y de regreso al infante gimoteando en sus brazos. La derrota le colmó la
mirada al abrazar al hijo y acercarle contra su pecho.
—Quizás ambos nos arrepintamos de esto —le advirtió él.
—Dudo que ninguno de nosotros viva su vida sin arrepentimientos. —
Cansinamente, Ninian apoyó la cabeza sobre el cojín y rezó por estar
haciendo lo correcto al alejar a la familia de Drogo. En lugar de
simplemente tolerarla, Drogo podría acabar odiándola.

Drogo se sentó frente al fuego, meciendo al hijo mientras observaba


a la esposa dormir. Su hijo. Su esposa.
Deseaba encontrar esa distancia otra vez, el tranquilo planeador
desde donde podría mirar hacia abajo a las posesiones y las
responsabilidades y manipularlas como los hombres en un tablero de
ajedrez. El niño en los brazos se lo impedía.
Estudió las facciones dormidas de Alan. El bebé ya había encontrado
el pulgar y lo succionaba en sueños. Las redondeadas mejillas de infante
no evidenciaban las cuadradas mandíbulas de hombre que algún día
poseería, pero la beligerante mandíbula daba la pista de una fuerte
influencia del temperamento Ives. De algún modo, tenía que guiar a ese
niño a la adultez, enseñarle la responsabilidad y los deberes, alejarle de
los peligros y las dificultadas de la vida, como había fracasado al hacerlo
por sus hermanos.
Ninian se movió contra los cojines, atrayendo su mirada hacia ella y
alejándolo de sus taciturnos pensamientos. Con las cortinas corridas, la luz
de la luna se volcaba sobre la cama, atrapándole los dorados rizos e
iluminándole las translúcidas facciones. Ya no sabía qué pensar de ella, en
realidad nunca lo había sabido.
Intentó analizarla como había intentado analizar el problema con el
arroyo, con los mismos funestos resultados. Trató de pensar en ella como
en un cálculo matemático donde dos más dos daba siempre cuatro, pero
eso tampoco había funcionado. Los humores de Ninian le guiaban el
comportamiento tan erráticamente como el viento.
¿Cómo podía permanecer distante de un hijo que necesitaba su
constante orientación y de una esposa que demandaba atención con su
mera presencia? No podía.
Ninian le había acusado de controlar a su familia, y tenía razón. Se
sentía mucho menos indefenso cuando podía controlarles el

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

comportamiento con el garabato de una pluma en una nota bancaria.


No podía manipular a Ninian o a su hijo de esa manera. Harían lo que
les viniera en gana, sin pensar en él. Ella podía dejarle en el instante que
quisiese hacerlo. Por la cautela con la que le miraba, él debería
preguntarse si no lo estaba considerando ya. El pensamiento le aterró
hasta la médula. Si el hijo que tenían juntos no la ataba a él, ¿cómo podría
conservarla y aun así mantener esa distancia que necesitaba para
sobrevivir?
Como si hubiese escuchado el pánico en sus pensamientos, Ninian
abrió los ojos y le sonrió soñolienta, dándole un golpe certero al corazón
del que nunca se recuperaría.
Nunca podría dejarla, pero ella podía marcharse en cualquier
momento. Estaba condenado. Las esposas Ives siempre se marchaban.
Con frenesí, buscó alguna manera de atarla a él. Bajando la vista
hacia el durmiente hijo, pensó que la respuesta yacía ahí, de algún modo.
Ninian no desearía ser separada de su hijo.

—Parece que te hubieras tragado un limón, milord —bromeó Ninian


cuando Drogo se presentó junto a la cama, cargando al gimiente hijo.
—El mocoso ha colmado el pañal y ninguna de las niñeras apareció
para encargarse del asunto —gruñó, tendiéndole el empapado bulto.
—Podría enseñarte —se ofreció ella.
Él le alcanzó un paño seco y volcó agua tibia en un recipiente, pero
dio un paso atrás disgustado ante la oferta.
—De ninguna manera, señora. Traeré a alguien aquí arrastrándole de
los cabellos primero.
No sabía qué había sucedido con él, pero había sido el hombre más
amable y considerado del mundo en el pasado mes. Aun así, se negaba
categóricamente a cambiar pañales sucios.
Le perdonaría esa única debilidad. Alan pateaba, chillaba y sofocaba a
todo el mundo a su alrededor cuando estaba a disgusto, y el hambre y los
pañales sucios le disgustaban. Con habilidad, ella le tomó de las agitadas
piernas y le acomodó las prendas a su agrado.
—El amo Alan necesita aprender a tener paciencia —observó ella una
vez que el niño estuvo limpio y seco y chupaba con gula de su pecho. Aún
le costaba creer que hubiera engendrado un hijo, pero la fuerza y el
hambre del bebé evidenciaban que era hijo de su padre, sin duda.
—Lord Alan —corrigió Drogo. Ante su mirada inquisidora, explicó—: El
hijo mayor de un conde lleva el título de cortesía de «lord». Si mi título
incluyera un vizcondado, entonces sería lord Wystan, pero tengo dos
títulos de conde, en cambio.
Ninian desdeñó el comentario.
—Tiene tantas posibilidades de ser un lord como tus hermanos.
Granujas descerebrados, todos vosotros. —Echó una mirada ansiosa por la
ventana—. ¿Aún sigue nevando?
Arrancando la vista del desnudo pecho, Drogo caminó inquieto hacia
la ventana.
—No, ha parado, pero nadie entrará ni saldrá durante un tiempo,

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apostaría.
Ella reconoció la inquietud masculina. Se las había ingeniado para
sumergirla en el trabajo, pero ella le había atrapado mirándole con ansias
más de una vez durante las pasadas semanas. Estaba agradecida de que
no se hubiese llevado a otra mujer a la cama, como muchos hombres
hacían, pero aún tenían problemas que resolver antes de que ella se
rindiera ante esa mirada otra vez. No acabaría como la madre de Drogo,
cargada con hijos perpetuamente y ningún marido presente.
—¿Y Dunstan? —preguntó ella con suavidad.
—No puede marcharse, del mismo modo que tu familia no puede
llegar. Está durmiendo con los caballos ahora mismo para quitarse la
borrachera. Parece que encontró un compañero de bebida en algún lugar.
—Se encogió de hombros y regresó a revolotear sobre ella mientras
alimentaba a Alan.
La mirada imperturbable de Drogo le calentó la piel, y Ninian
sospechó que él lo sabía. Una sonrisa en ciernes le curvó la boca cuando
ella intentó acomodarse el sostén de una manera más modesta.
—No puedes ocultar lo que te dio la naturaleza —notó él con
satisfacción mientras se despatarraba sobre una silla junto a la cama.
—No necesitaba darme tanto —dijo Ninian entre dientes.
Él llevaba una camisa sin mangas y un chaleco, con la camisa
desabrochada para revelar la fuerte columna de la garganta. Ninian
permitió que su mirada vagase hasta la bragueta de los pantalones, y
tragó en seco al ver el bulto allí. La mirada de él siguió la de ella cuando
Ninian se apresuró a volverla al rostro del marido.
—¿Debería decir lo mismo? —le preguntó, con el rostro impertérrito—.
Apenas puedo esconder el hecho de que extraño compartir tu cama.
—Tú eres el que se ha marchado —dijo ella, de manera cortante,
cambiando a Alan al otro pecho a pesar de la soñolienta protesta—.
Quizás, es mejor que dejemos las cosas como están. No te cargaría con
más responsabilidades.
La luz de chanza huyó de los ojos de Drogo.
—Y yo no te usaría para mi conveniencia ni te mataría con las agonías
del parto. Puedo mantener las braguetas cerradas.
Oh, Dios. Cuando decía esa clase de cosas, le recordaba cuánto le
amaba, sin importar cuan exasperante, calculador, o una simple cabeza
de muía vieja pudiera ser. Amaba al hombre detrás del frío porte, al
hombre vulnerable que debía aprender a sostener al niño que adoraba.
Pero ese hombre era tan inaccesible como el Himalaya.
Si no lograba enseñarle a amar, ¿qué clase de futuro podrían tener?
—Ciérralas por al menos un mes más —acordó ella. Quizás no podía
amarle en la misma manera que ella le amaba, con cuerpo y alma, pero
ella creía que le tenía afecto a su manera. Tal vez era un don Malcolm
amar tan profunda y completamente, y no debía esperar que los otros lo
correspondiesen. No pensaba que él alguna vez le creyera, todo
evidenciaba lo contrario, que ella tuviese habilidades más allá de lo
natural, y si él no podía aceptarla como era, tampoco podía esperar que la
aceptara como algo más que alguien que le mantenía la cama caliente.
Drogo respiró profundo y quitó la vista de ella para estudiar el fuego

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

con atención.
—Un mes. Para entonces, ¿estarás lo suficientemente recuperada
para viajar?
Debería haber sabido que hablarían de eso.
—Será marzo. Los caminos estarán pantanosos. —Ella estaba más
preocupada por el arroyo y las inundaciones, pero sabía que no debía
mencionar un tema difícil a continuación del otro.
Él enarcó una rizada ceja en dirección a ella.
—Si pudimos viajar a Wystan bajo el aguanieve, podemos hacer el
camino de regreso en el barro.
La abuela le había dicho que ella pertenecía a Wystan, que la gente la
necesitaba allí. Ella necesitaba ser necesitada. Sentirse necesitada. Por
supuesto, si Drogo la necesitaba...
Las lágrimas del marido durante el nacimiento de Alan le habían
generado esperanzas, pero Drogo era un Ives inmensamente
autosuficiente, hombres que se enorgullecían de conquistar y lograr. Ella
solo tenía amor que ofrecer. ¿Podría él aceptar eso?
Parecería que no. Nunca respondía a sus palabras de afecto.
Cuando quitó a Alan del pecho y se abotonó el sostén, miró los
amplios hombros del marido casualmente encorvados contra el respaldo
de la silla, las largas y musculosas extremidades estiradas sobre la
alfombra, y dudó de la posibilidad de que Drogo alguna vez necesitara
algo. El noble señor ya lo tenía todo, incluida a ella.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 37

—El agua ha rebosado las orillas —declaró Dunstan legañoso, en la


sala del desayuno donde Drogo y Ninian cenaban.
—Oh, querido. Temía que eso sucediera. —Ninian dejó caer la cuchara
y se puso de pie—. Y está lloviendo. Con toda la nieve derretida, pronto
estaremos sentados sobre una enorme ciénaga. Dunstan, ¿crees que
puedes enganchar el carromato? Debemos evacuar el pueblo.
Drogo se había puesto de pie de un salto a la par de ella.
—Tú no harás tal cosa.
Dunstan negó con un movimiento de cabeza.
—No puedo. Hay enfermedades. El bebé se contagiará.
—¿Enfermedades? ¿Cuáles son los síntomas? —Con ansiedad, Ninian
hizo una bola con la servilleta entre los dedos.
—¿De qué otro modo la gente sabe que está enferma? Hace grandes
líos por todos lados y miente y gime —contestó Dunstan, sin la debida
atención.
—¿Fiebre? ¿Tiene fiebre? —Ninian exigió saber, ansiosa.
—No importa —interrumpió Drogo—. No puedes ponerte en peligro, ni
a ti ni a Alan, al ir al pueblo.
—Si no hay fiebre, entonces puedo ayudar. —Ninian arrojó la
servilleta y se dirigió hacia la puerta.
Drogo la cogió de la cintura y la llevó a rastras de regreso.
—Si todo el mundo lo tiene, debe ser contagioso. Tú eres la única
fuente de alimento de Alan. No podemos arriesgarnos.
Ella vaciló, alternativamente miró a un hombre imponente y al otro.
Proteger al pueblo era su trabajo. No podía abandonar a sus amigos,
aunque tampoco podía dañar a Alan.
La elección que había hecho cuando dejó Wystan por primera vez se
elevaba ante ella ahora. Había elegido un mundo más grande, y ese
mundo contenía un hijo y un marido. Ya no podía hacerlo todo, pero si el
esposo la veía como una igual, como una compañera, entonces no tendría
que hacerlo todo. ¿Podía confiar en él?
—Si yo no puedo ir, debes ir tú —susurró ella. ¿Qué sucedería si no
iban? ¿Qué sucedería si esos Ives se reían de sus miedos, o ignoraban al
pueblo como lo habían hecho generaciones de Ives antes que ellos?
—Me encargaré del asunto —dijo Drogo, observándola como si no
creyera que ella le haría ningún caso—. Tú te quedarás aquí.
—Serás mis ojos y mis oídos —acordó ella, con vacilación—. Debes
decirme los síntomas, observarles cuidadosamente, escuchar.
Dunstan arrugó el entrecejo.
—¿Qué puedo hacer yo?
—Carga a los enfermos a la casa de mi abuela. Está en territorio
elevado.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

El brazo de Drogo se tensó alrededor de la cintura de la esposa.


—Te das cuenta de que si es contagioso, no podremos regresar —dijo
él.
Ella asintió con un movimiento de cabeza, mordiéndose el labio,
sabiendo lo que le estaba pidiendo hacer, temiendo por ello. Pero no era
más que lo que se pediría a sí misma.
—Alguien debe decirme qué habéis averiguado vosotros para que
sepa qué remedios utilizar.
—Tomaré nota de todo lo que encuentre y te lo pasaré a través de
una ventana.
—Pero si el agua continúa subiendo, el pueblo no estará a salvo —les
recordó, intentando no pensar en nada más que en el peligro inmediato. Si
consideraba lo que podría suceder, no sería útil para nadie.
—Una cosa por vez, hija de la luna. Junta todas tus ropas blancas y de
cama y los sirvientes en quienes confíes para cumplir órdenes. Haremos lo
que podamos.
Destrozada, les observó marcharse con una plegaria en el corazón.

Lo que pudieron, no fue suficiente. Dunstan informó que la casa de la


abuela estaba desbordada de convalecientes. Las pociones, las escayolas
y las plegarias de Ninian no estaban funcionando.
Cuando Drogo se presentó para decirle que todos los hijos de Mary
estaban enfermos, Ninian resoluta tomó la bolsa de hierbas y comenzó a
seleccionar los tarros y a escoger los contenidos.
Desde el otro lado de las ventanas del invernadero, Drogo entrecerró
los ojos.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Creí que las hierbas sanaban —le respondió en un grito. No tenía
tiempo para la exquisitez de la puma y el papel—. Pero quizás no son las
hierbas. Tal vez realmente me necesiten a mí.
—Eso es ridículo. —Abrió de un tirón la puerta y le bloqueó el camino
—. Ni todos los médicos de Londres podrían curar esto.
—Todos los médicos de Londres son unos charlatanes. —Cogió una
maceta de un estante alto. Deseaba tener la agrimonia del arroyo. Drogo
no había informado de fiebre, pero él no era médico.
—He ordenado preparar el carruaje para llevaros a ti y a Alan de
regreso a Londres. Allí estaréis a salvo. —Como una montaña, él no se
movería.
—Lydie aún está amamantando. Puede alimentar a Alan. O podemos
destetarle y alimentarle con leche de vaca. —Giró y le clavó la mirada—.
¿Dejarías a tus hermanos si estuviesen enfermos?
—Ellos no son tus hermanos, ¡maldita sea! —gruñó Drogo—. ¡Eres mi
esposa, la madre de mi hijo, y no permitiré que arriesgues tu vida por
gente que te ha dado la espalda!
Eso es lo que había hecho. La habían empujado afuera, nunca la
habían aceptado y le habían dado la espalda cuando les necesitó. Pero ya
no importaba si la gente no la aceptaba. Todo lo que necesitaba era
aceptarse a sí misma y utilizar los dones y talentos al máximo. Drogo le

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

había dado la confianza para hacerlo. Odiaba ponerle a prueba de esa


manera, pero debía hacerlo.
Se puso de puntillas y le plantó un beso a su marido en la mejilla con
barba de tres días. Era un hombre muy apuesto, incluso cuando la miraba
ferozmente con el ceño fruncido. Quería volver a hacer el amor con él.
Estaba curada. Sin embargo, no se atrevía a decírselo en ese momento.
—Ellos no tenían el poder de ayudarme como lo tengo yo para
ayudarles a ellos. No puedes detenerme, Drogo. Esta es quien soy. Si no
puedes aceptar eso, entonces no eres mejor que ellos.
Podría morir allí. Él no podía dejarla ir. Alan la necesitaba. Ninian no
tenía ni idea de lo que le provocaba a un bebé no tener a su madre. No
podía dejarla ir. Él la necesitaba.
Atrapando el miedo bajo una barra de hierro, Drogo hizo la única cosa
que sabía hacer. Tenía la certeza de que le haría daño, pero prefería eso
antes de una muerte inevitable. La cargó sobre el hombro.
Ninian gritó. Le dio patadas, le tiró del cabello y le espetó maldiciones
sobre la cabeza que se volvieron más y más malevolentes a medida que la
dirección de Drogo se volvía evidente.
—¡Drogo, no puedes! —Cuando se dio cuenta de que él no cambiaría
el rumbo, las maldiciones se calmaron a una súplica más coherente—. ¡No
puedo defraudarles, Drogo! ¡Por favor! Puedo ayudar.
—Yo también, pero tú eres la que no está escuchando ahora. —Las
maldiciones y amenazas le destruían, lastimando vulnerabilidades
recientemente expuestas, pero no le disuadiría. Ella y Alan podían
sobrevivir sin él, pero Alan no podía sobrevivir sin ella. Y había una clara
posibilidad de que él no pudiese sobrevivir sin su demente esposa.
—¡Drogo! —chilló cuando la arrojó en la habitación de la torre y cogió
la llave—. ¡Si no hay fiebre, no hay contagio! ¡Es el agua! Por favor, no...
Cerró la puerta y le echó la llave sobre los furiosos gritos de la
esposa.
Ignoró las sorprendidas miradas de Sarah y Lydie cuando regresó por
las escaleras. Ninian quizás no le perdonase nunca, pero por el momento,
estaba a salvo.
—No os atreváis a dejarla salir —ordenó—. No hay nada que hacer
con la enfermedad y ella no puede detener la lluvia. Buscaré alguna
manera de desviar el agua.
—Con razón los hombres Ives no pueden permanecer casados —dijo
Sarah sorprendida, negando con un movimiento de cabeza—. Todos
vosotros tenéis acero en donde deberíais tener un corazón y mecanismos
de relojería en lugar de cerebro.
—Prefiero tenerle viva y odiándome que muerta y sin cuidado.
El verdadero terror ante lo que Ninian le haría cuando él regresase le
arrojaba flechas que atravesaban el supuesto corazón de acero, pero no
podía ceder a la histeria femenina.

—Este es el único lugar lo suficientemente angosto como para


construir una represa. —Dunstan hizo un ademán en dirección a un
saliente rocoso por debajo de la cual fluía el arroyo.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—El agua se amontonará detrás de cualquier roca que hagamos rodar


por allí —observó Ewen. Empapado por el salvaje regreso de las minas a
caballo después de recibir el mensaje de Drogo, no había tenido tiempo
que cambiarse las prendas o de llegar siquiera al castillo antes de que
Drogo le interceptara.
—¿No la verterá por la colina alejándola del pueblo? —Drogo estudió
la distancia desde la colina hasta el riachuelo. Si se concentraba en ese
problema, y no en la mujer que estaba sin duda intentando descolgarse
por el muro de la torre, quizás pudiera aferrarse a su salud mental.
Solo que el talento particular que poseía era por la matemática y las
finanzas, no las operaciones mecánicas. Podría perder algunas horas en el
poco práctico estudio de las estrellas, pero no sabía nada de construir
represas ni desviar corrientes de agua. Necesitaba a sus hermanos para
ello.
Desde ese lado de la colina podía ver la torre de piedra elevándose
sobre los árboles, y seguir el camino del inundado arroyo al derramarse
sobre el pueblo distante. El único humo que se veía era el de las
chimeneas de la casa de Ninian en la elevación más alta. Ni siquiera allí
estarían a salvo si el aire cálido derretía la nieve que restaba y la lluvia
continuaba. Miró hada atrás, hacia las colinas infértiles donde las minas
vertían agua por galones desde lo más profundo de la tierra. ¿Podría
Ninian tener razón? ¿Podría él haber causado esa inundación?
Una oscura figura caminando a grandes zancadas junto al distante
riacho podía verse desde donde Drogo estaba de pie. Observó el confiado
modo de andar con creciente sospecha. Abruptamente, dejó a sus
hermanos discutiendo sobre la mecánica del problema y se lanzó colina
abajo.
El otro hombre tenía que haberle visto aproximarse, pero se mantuvo
en su camino previsto. Con una lluvia fría y gris oscureciendo el panorama
y la neblina elevándose del agua inundada, Drogo continuó por el camino
que interceptaría al del extraño.
El recién llegado no manifestó sorpresa alguna cuando Drogo se
apareció frente a él. Metió las duras y desnudas manos en los bolsillos de
la chaqueta y ladeó el sombrero de tres picos para que el agua se
mantuviese alejada del rostro.
—Adonis, ¿supongo? —preguntó Drogo, con sequedad, cuando el
extraño se mantuvo en silencio.
El otro hombre inclinó la cabeza en lo que podría haber sido una señal
de afirmación.
—¿El supuesto conde de Ives y Wystan? —contestó.
—El mismo. Mi esposa aclama que usted puede decirnos el origen del
problema del arroyo.
—Maquinaciones Ives —contestó sin vacilar—. Su mina está
contaminando el agua. Está vertiendo ácido del fondo de la mina, y está
inundando el río.
Preguntándose si habría alguna posibilidad de certeza en ello, Drogo
se guardó las preguntas por el momento.
—¿Vamos a algún lugar más seco para discutirlo? —Quería saber más
acerca de ese hombre que se parecía a él, pero más que nada, necesitaba

- 256 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

saber más acerca del arroyo de manera que pudiese evita la inundación,
quizás incluso la enfermedad, y regresar al hogar junto a Ninian.
El hombre más grande le miró con cautela.
—No tiene mucho tiempo para discutir. —Indicó las crecientes aguas
con un movimiento de cabeza—. La inundación alcanzará los muros del
castillo pronto.
El castillo. ¿Había dejado a Ninian y a Alan en un peligro peor que si
hubiesen ido al pueblo? El pánico le lamió las venas.
—¿Quién es usted? —exigió saber—. O debería preguntar, ¿qué es
usted?
Pareció que el otro hombre se negaría a contestar, pero se encogió de
hombros.
—Medio Malcolm, medio Ives, y el más demente de los dos por
permanecer aquí. ¿Está en esto conmigo o no?
¿Un hijo de una Malcolm y un Ives? ¿Por qué las mujeres Malcolm no
sabían de esa anormalidad? ¿Por qué no lo sabía él? Los Ives habían
desparramado bastardos a lo largo y ancho de las tierras durante
generaciones, pero ninguno se veía como él.
Drogo estudió la expresión cauta del extraño, luego asintió,
aceptando que no tenía tiempo de investigar a fondo. Necesitaba ayuda, y
ese hombre se la estaba ofreciendo.
—Venga a conocer a mis hermanos. Estamos en esto juntos.
Y así era. Por primera vez desde que tenía uso de razón, no era el
único a cargo.

—¿Dónde está Ninian? —gritó una voz joven desde la entrada


principal del castillo.
—¿Dónde está Alan? —otra voz, mayor, bramó sin menor ansiedad
cuando su dueña ingresó en el gran salón seguida de un surtido de faldas
y pañuelos.
Un séquito de blondas y parlanchinas Malcolm pasaron por la puerta,
seguidas de una colección de sirvientes cargando baúles, bolsos de viaje y
varios artículos sueltos.
—¿Dónde están Drogo y esos hermanos fascinantes que tiene? —otra
voz femenina ronroneó cuando una encantadora y hermosa Malcolm, con
una peluca completamente empolvada, llegó a la habitación para admirar
un tapiz.
—Habéis llegado en mal momento. Hay una enfermedad... —
tartamudeó Sarah mientras corría hacia el extremo de la escalera para
sortear la invasión.
La pequeña señora de cabellos grises que arrastraba pañuelos se
apresuró a adelantarse.
—Sí, sí, lo sabemos. Hemos venido justo a tiempo. Pero primero,
muéstranos, querida, al adorado Alan. ¡Un Malcolm-Ives! Nunca hemos
tenido un niño. ¿Crees que podría ser un brujo? Si eres tan amable...
Por encima de ellas, los aullidos de ira de Ninian se escucharon con
más eficacia que cualquier berrinche que el fantasma residente pudiese
haber emitido.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Mirándose unas a otras con asombro, las mujeres pasaron junto a


Sarah en un mar de espumosas enaguas y sedas.

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Capítulo 38

Ninian no tenía tiempo de agasajar a la familia con historias de la


perfidia de Drogo. Él había hecho lo que había creído correcto. Ahora, ella
debía hacer lo que era su deber. Corriendo escaleras abajo una vez que le
quitaron la llave a la habitación, arrojó órdenes por encima del hombro
mientras se dirigía hacia el carruaje de su tía. Las sorprendentes primas
eran inútiles en la habitación de un enfermo, pero cuidarían de Alan y de
la casa por ella.
Para cuando llegó a la entrada del jardín de rosas de la abuela, uno
de los arrendatarios estaba bajando barriles de cerveza de una carreta de
granja. Dos vacas lecheras mugieron ruidosamente desde las ataduras en
la parte de atrás de la carreta. Para su sorpresa, Drogo había pensado en
comprobar si era el agua la causante de la enfermedad proveyendo de
otras formas de líquidos. Ahora, si solo pudiera detener la inundación...
Estaba furiosa con él. Deseaba gritarle, reprenderle, golpearle con los
puños, pero él solo la miraría aturdido si lo hacía. Ahora conocía bien a su
esposo y comprendía que había tomado la única salida que pudo ver para
proteger a su familia. No la había rechazado en realidad, ni a su don.
Había cuidado de ella, a su propia obtusa y testaruda manera, aunque
tendría algunas dificultades en persuadir a su escandalizada familia de
ello.
—Estarán todos ebrios —susurró Mary perpleja cuando Ninian entró al
improvisado hospital detrás de la cerveza.
—Mejor ebrios que muertos —contestó Ninian, deteniéndose en el
primer colchón relleno de heno al que llegó—. Nadie beberá del agua
hasta que Drogo haya encontrado una solución. —Se inclinó para
examinar al debilitado niño a sus pies. Los vómitos podían ser causados
por muchas cosas. Revisó el abdomen del pequeño y él gimió.
—Pero ha pasado un año y nadie ha encontrado una solución —
protestó Mary cuando Ninian se puso de pie—. Ni siquiera hemos
descubierto el problema aún.
—Pero para eso los Ives son excelentes. —Aún furiosa con la
testarudez de Drogo pero alegre por esa evidencia de que comprendía que
tenía una responsabilidad con el mundo a su alrededor así como con su
familia, Ninian se apresuró a la habitación de servicio para preparar el
elixir que mejor servía para calmar los vómitos—. Los hombres Ives no son
monstruos. Son genios. Uno no puede esperar que los genios piensen
como los demás.
—No, supongo que no —dijo Mary, sin convicción—. Pero, ¿por qué
estos genios no han hecho nada antes?
—Porque son idiotas. —Ante la expresión perpleja de Mary, ella
explicó—: Los hombres no pueden ser inteligentes en todo. Los Ives son
idiotas cuando tratan con gente y genios cuando tratan con cosas. Adonis

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

te lo explicará. Avísame en cuanto llegue.


Ella se marchó rauda, sin escuchar la débil pregunta de Mary:
—¿Adonis?

Atrapado en una atestada casa, preocupándose frenéticamente por la


esposa y el hijo, Drogo apenas podía contener la impaciencia con los
hombres que estaban urdiendo lo imposible.
—¿Qué queréis decir con que podemos detener la inundación con
pólvora?
—Bueno, él tiene razón. —Ewen garabateó un rápido cálculo y dibujó
sobre la maltratada hoja que había arrancado de un libro que guardaba en
el bolsillo de la chaqueta—. Un barril o dos, en el ángulo correcto, y
podremos derribar una buena parte de esa ladera, creando así una
represa que desviará el agua de la mina y la inundación. Esa parte la
podemos hacer de inmediato. Necesitaré tiempo para estudiar los
compuestos que debes de estar vertiendo de la mina. Si es un ácido el que
causa la enfermedad...
—¿Un barril o dos? ¿Dónde diablos conseguiremos un barril de
pólvora, suponiendo que estemos lo suficientemente locos como para
intentarlo? —Desde la pequeña puerta de la casa, Drogo observó la
neblinosa lluvia gris que cubría el campo mientras la preocupación le roía
las entrañas.
—Puedo conseguirla —declaró Adonis sin inflexión.
—Es escocés —comentó Dunstan, una acotación aparentemente
irrelevante.
Ewen y Drogo giraron para mirar al taciturno hermano. El extraño
simplemente inclinó la silla hacia atrás y esperó.
Siempre curioso, Ewen hizo la pregunta menos obvia.
—¿Cómo lo sabes?
Dunstan se encogió de hombros y tomó un trago de cerveza.
—El acento. Al parecer tuvo un tutor inglés, pero es definitivamente
un escocés debajo de las apariencias. Uno de mis arrendatarios tiene una
esposa escocesa.
—¿Qué demonios tiene eso que ver con la manera en que gira el
mundo? —preguntó Drogo, con tono ácido. Ni siquiera sabía el maldito
nombre real del extraño. Su nacionalidad era una preocupación menor.
—Si quieres confiar en un escocés con pólvora, estás más demente
que tu esposa. ¿Qué sabemos de él, después de todo? —preguntó
Dunstan, con impaciencia.
El extraño cruzó los brazos sobre el pecho y enarcó una inquisidora
ceja, como si él también estuviera interesado en la respuesta.
—Ninian confía en él. Dijo que él tenía las respuestas. —Incluso
mientras lo decía, Drogo notó lo insano que había sonado el argumento.
Dunstan fue rápido al indicar la falla en el pensamiento.
—¿Cuándo fue la última vez que un Ives pudo confiar en su mujer?
La pregunta quedó flotando en el aire con toda su cruda y fría lógica,
formulada por la última víctima de una lista entera de matrimonios fallidos
Ives que databan de generaciones.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Con una historia así en la que basarse, ¿por qué un Ives cuerdo habría
de confiar en una esposa?
Drogo arrugó el entrecejo al ver la mirada expectante de Adonis. Una
pregunta más que resolver: ¿quién demonios era ese maldito Adonis? Por
lo que sabía, su padre era el único hijo del conde que había sobrevivido la
adolescencia. Suponía que podría haber tíos y primos por algún otro lugar.
Los Ives no eran precisamente una familia muy unida, dada la tendencia a
perder esposas e hijos como cosa de todos los días. Y los condes se habían
marchado de esos lares cincuenta años atrás, año arriba, año abajo. Las
características podrían haberse transmitido por varias generaciones.
La mente se le había desviado del quid de la cuestión. ¿Por qué un
Ives confiaría en su esposa?
El aplastante peso de esa pregunta casi le derriba. ¿Podía creer en la
mirada con hoyuelos de abstracción inocente? ¿O debería creer que la
noche que había llegado a la torre había sido una treta en una
maquinación Malcolm para forzarle a sufrir el tormento de los condenados
en una oscura venganza que no podía discernir? Ella le había dicho
demasiadas veces que las Malcolm y los Ives no se mezclaban, y tenía el
diario íntimo para probarlo.
Sin embargo, Ninian le había dado un hijo.
Pensó en Ninian alzando de manera informal a un niño del pueblo y
besándole en la mejilla, en Ninian reprendiendo a los hermanos más
jóvenes de él para que regresaran al instituto, en la expresión sorprendida
y contenta cuando le llevó un mohoso libro viejo como regalo de bodas.
Si había sido engañado con esas actuaciones, entonces se merecía
jugar el papel de estúpido ahora. Confiar en Ninian y los instintos, la
empatía, significaba arriesgar el pueblo, los hermanos y todos a su
alrededor, pero él no tenía opción. No confiar en ella, significaría la muerte
de todo en lo que había llegado a creer desde que la había conocido.
Significaba perder las esperanzas.
Clavó la mirada en el extraño en quien Ninian confiaba, el extraño
que se veía como una versión apenas más vieja de él mismo. Adonis le
devolvió la mirada de forma directa, desafiante. ¿Podía confiar en ese
hombre con dinamita? Ninian confiaría. Él confiaría en su esposa, pero
mantendría al hombre vigilado. No tenía mucha opción. Ninian nunca
dejaría Wystan mientras que existiera la amenaza de la inundación, y
salvarle a ella y a la familia era su prioridad.
—Ewen, ordena a los hombres que comiencen a cavar pozos para
plantar la carga. Adonis, búsquese un nombre nuevo y llévese a Dunstan
con usted para buscar la pólvora.
Adonis bajó la silla al suelo y asintió con un movimiento de cabeza.
Ewen y Dunstan observaron a Drogo como si hubiera perdido la cabeza.
Drogo ignoró la preocupación de los hermanos. Había llegado la
maldita hora de que cargasen con algunas responsabilidades.
—Si la carga explota mal, podría mandar a volar a toda la ladera y
enviar al río por el valle. Tengo que avisar a Ninian.
Adonis tragó la cerveza mientras Drogo salía a la lluvia.
—Bien, bien —murmuró cuando nadie más dijo palabra—. Llamadme
Hades, entonces.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

—Hemos conducido a las ovejas a los refugios más elevados que


pudimos encontrar, pero se está levantando el viento. Y odian el viento. Y
si empiezan los truenos...
El padre de Nate no necesitó terminar la oración. Era una comunidad
de granjeros. Todos sabían del errático temperamento de las ovejas. Se
arrojarían por el acantilado más cercano si se asustaban lo suficiente.
Ninian espió por la ventana. El agua corría por el camino frente a la
entrada de rosas. El viento zarandeaba y giraba las ramas desnudas de los
árboles. Eso era peor que la noche en que ella y Drogo habían hecho el
amor por primera vez. Pues bien, no podía culparse a sí misma o a la
leyenda esta vez. No habían hecho el amor en meses.
—Veo que tu familia ha llegado, milady —comentó un empapado
Adonis cuando emergió de la cocina para cruzar la atiborrada sala de estar
llena de colchones ocupados. Por estar ubicada en el terreno más elevado,
la casa se llenó gradualmente de pueblerinos, estuvieran enfermos o no.
Todas las cabezas en la habitación giraron. Adonis ignoró la atención
mientras se quitaba el sombrero que goteaba. De repente, reinó el
silencio, y Ninian supo que todas las miradas se dirigían hacia ella.
El viento aullaba, la lluvia empeoraba, las aguas de la inundación se
elevaban y su familia había llegado. Los pueblerinos no necesitaron más
que eso para creer que había brujería en funcionamiento.
Sin importarle ya lo que ellos pensaran, Ninian descartó las
sospechas, y en cambio, se concentró en la cautela y la curiosidad que
manaba del hombre que le observaba como un halcón.
—¿Ha venido para encerrarme en la torre usted también?
Adonis gruñó cuando se acercó al lugar donde ella estaba de pie.
—Esa es probablemente la primera cosa inteligente que su marido ha
hecho jamás. He venido a advertirle al pueblo que acabo de entregarles
pólvora a su marido y los hermanos y están a punto de volar el arroyo.
Quizás quiera estar con sus buenas primas cuando lo hagan. El agua tiene
tantas posibilidades de fluir hacia el castillo como hacia el pueblo.
—¿Drogo sabe eso? —preguntó ella, horrorizada.
—Como todos los hombres Ives, él y los hermanos tienen absoluta
confianza de que saben lo que hacen. No toman en cuenta todas las cosas
que pueden ir mal.
Tenía razón. Era realmente terrible, pero tenía razón. Drogo y sus
hermanos pensaban que eran invencibles. Experimentarían primero y
luego, considerarían los resultados.
Frenética, Ninian tomó la capa.
—Mary, sabes qué hacer aquí. Lo único que podemos hacer por ahora
es detener los vómitos. Debo regresar con mi familia. —Giró hacia Adonis,
quien la observaba, inexpresivo, como Drogo—. ¿Cómo ha llegado hasta
aquí?
—A caballo, ¿de qué modo si no?
—¿Puede atravesar la inundación?
Él se encogió de hombros.
—La llevaré hasta allí.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Podía presentir que tenía sentimientos encontrados, pero ella no


vaciló. El agua había estado demasiado alta para el carruaje cuando había
llegado. Nunca lograría avanzar en el lodo ahora. Se cubrió la cabeza con
la capucha y se encaminó a la puerta, mientras Adonis la seguía por
detrás y se colocaba raudo el sombrero. Nunca convencería a su familia de
soportar las incomodidades de la inundación y la tormenta. Quizás si les
condujera hasta la torre, estarían a salvo.
La lluvia se había convertido en una fría neblina cuando ella salió al
arruinado jardín de la casa. En el sendero bajo sus pies, el agua se
agitaba, llevándose jaulas de gallinas y derruidas carretas de granja. Si el
agua llevaba la enfermedad, estaría en todos los pozos y riachos en
kilómetros a la redonda. Rogó que Drogo pudiese desviar el envenenado
tributario. Rogó por la seguridad de su marido.
Levantó la vista bruscamente cuando Adonis acercó el caballo.
—¿Drogo está a salvo?
—Depende de si se queda donde está o si intenta llegar al pueblo. —
La cogió de la cintura y la alzó al lomo desnudo del animal.

Drogo apenas había logrado escapar entero del castillo y de la furia


de las tías y primas de Ninian. Como un nido de avispones, le habían
encerrado en un círculo y le habían zumbado y picado, y él no pudo hacer
nada más que gritarles por ser tan estúpidas de liberar a Ninian de la
torre. Habían ignorado las admoniciones acerca de la enfermedad, el
temor de dejarla en un pueblo desprotegido, la necesidad desesperada de
verla a salvo. Habían desdeñado los miedos y le habían castigado por la
audacia, y él finalmente había escapado, frenético de alcanzar a Ninian
antes de que la pólvora explotara.
¿Cómo demonios podía ella ponerse en tal peligro, desobedecer
deliberadamente sus órdenes?
A medida que se acercaba a la casa, vio la figura de su esposa sobre
un macizo caballo con el extraño y el corazón dejó de latirle. Sin importar
qué miedos le habían colmado la mente, ni en mil años había esperado
encontrarla en brazos de otro hombre, como las esposas de todos los
hombres Ives a lo largo de los años.
No Ninian. Ella no le haría algo así. Era de él, en todas las formas
posibles. Le había dado todo.
En cambio, se había rehusado a permitirle ir a Wystan, la había
negado en la cama y el afecto que ella deseaba, luego la había encerrado
en la torre. ¿Qué demonios esperaba él?
Lo imposible, obviamente. Una penetrante flecha de dolor le atravesó
el corazón y supo que no estaba hecho de hierro, como Sarah decía.
Tardíamente, Drogo reconoció que Ninian vivía bajo su piel. Ella era el
alma que él no poseía. Sin ella, no podía existir. Comprender aquello le
aterró, e hizo que le invadiera el pánico; era irracional, insensato, ilógico.
Para cuando Drogo azotó al caballo para que galopase hacia la cima
de la colina, el otro hombre se había bajado del semental al suelo. Sin
preámbulos, Drogo desmontó y, empujando a Adonis y tirándole en el lodo
para alcanzar a su errante esposa, la tomó de la cintura y la rescató de la

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

precaria posición sobre el caballo, que daba cabriolas.


Ella le golpeó sonoramente en la cabeza y los hombros mientras la
bajaba, aporreándole con suaves puños, insultándole de más maneras de
las que él le creía capaz. Insensible a los puñetazos, Drogo la dejó en el
suelo.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo, mujer?
—¡Haciéndote razonar esa maldita cabeza a golpes, idiota! ¡Lunático!
Podrías hacer explotar la campiña entera y todas las personas que amo.
¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Volvió a pegarle con los puños, a patearle con los zuecos llenos de
lodo. Incapaz de comprender por completo las palabras de la mujer a
través de la furia, Drogo simplemente la cogió de las muñecas y la sostuvo
a una distancia segura.
—Fui a advertirte —le informó—, pero no estabas donde te había
dejado. Tuve que luchar para escaparme de tus primas antes de poder
llegar aquí. Es demasiado tarde para partir ahora. Regresa adentro. Tengo
que volver con Ewen y Dunstan.
—¡Yo tengo que volver con Alan! —gritó ella—. ¿Qué sucederá si se
inunda el castillo? ¿No te importa lo que pueda pasarle a mi familia?
Luchando contra el cansancio, la confusión y la ira, Drogo observó por
encima del hombro mientras Adonis se ponía de pie del lodo y
ociosamente se sacudía, sin ofrecer más interferencia. No era
particularmente la manera de actuar de un amante. Drogo volvió la
mirada a Ninian, cuyo rostro estaba aún cubierto de ira. Ni siquiera
observaba al hombre con quien supuestamente estaba a punto de
marcharse a caballo.
—Una inundación no dañará al castillo. Le dije a tu familia que
permanecieran en las plantas superiores. Alan está bien. —El corazón de
Drogo aún le latía en la garganta cuando tomó a Ninian de los brazos y
deseó tener el poder de tirar de ella y besarla hasta dejarla inconsciente.
¿Le presentaría lucha en eso también?—. ¿Quién es él? —exigió saber, sin
atreverse a pedir más mientras el potencial amante estaba de pie
esperando—. ¿Por qué me dejarías por él?
Ella dejó de luchar y le clavó los ojos con la mirada vacía.
—¿Quién?
—Piensa que estamos escapándonos juntos. —Detrás de ella, Adonis
se veía disgustado por la implicancia de Drogo—. Tiene gusanos en lugar
de cerebro si cree que una mujer Malcolm me atraería. Son la prole de
lunáticas más maliciosas, problemáticas e inútiles que todo hombre
debería evitar.
Ninian le dedicó una de sus engañosas sonrisas dulces por encima del
hombro.
—Y los Ives son criaturas muy adorables, agradables y útiles también.
Esas no eran las palabras de un amante. Esas eran las palabras de la
desconcertante mujer que comenzaba a conocer muy bien. Drogo no sabía
si sacudirle o abrazarla.
—Ninian...
Como un reflejo de su confusión, una explosión sorda sacudió las
colinas distantes.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Un grito salió desde dentro de la casa.


—¡Matthew! ¿Dónde está Matthew?

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Capítulo 39

Un rayo cayó sobre el roble en el rincón del jardín, partiendo en dos el


tronco robusto, y estrellándolo contra la puerta del jardín, rompiendo a
jirones las cañas de los rosales. Los truenos volvieron a sonar, y a
continuación se oyeron los gritos de miedo de los niños junto con los de
Mary.
—Suéltame, Drogo —ordenó Ninian, rauda—. No puedo encontrar a
Matthew si me estás sujetando. Bloqueas el miedo.
Impaciente por revisar los resultados de la explosión de pólvora,
Drogo casi ni la escuchó, pero un tono de advertencia en la voz de ella le
detuvo, recomendándole que si no prestaba atención esta vez, nunca
habría otra ocasión para hacerlo.
A regañadientes, la soltó y observó poco convencido mientras ella se
llevaba las manos a las sienes. Los vientos de la tormenta se elevaron, y
los lamentos de terror escalaron cuando otra explosión hizo eco en las
colinas. El sonido de agua corriendo cambió.
—Oh, por el amor de la diosa, ¡está junto al arroyo! —Antes de que
Drogo pudiese reaccionar, Ninian se cogió las faldas y corrió a través de la
única abertura en el embrollo demolido de rosas y cercas directamente
hacia el ahora río iracundo.
Drogo corrió tras ella, la levantó del suelo y la arrojó de espaldas
contra la sólida figura de Adonis.
—Llévela de regreso adentro. No sabemos en qué dirección fluirá el
agua una vez que el valle esté represado.
—¡No puedes encontrarle sin mí! —gritó ella cuando Drogo corrió en
busca del caballo.
—¡Hay solo un camino que no está cubierto por el agua! —gritó él en
respuesta, clavándole las espuelas al animal para que saltase sobre la
cerca y volara colina abajo más rápido de lo que ella podría haber corrido.
Él estaba en una misión de locura, pero no dudó de la veracidad de la
esposa ni una vez. No tenía forma de comprender cómo Ninian sabía
dónde estaba el niño, pero confiaba en ella lo suficiente como para actuar
por sus creencias. Ella no le enviaría a esas aguas sin razón.
El terror se ciñó alrededor del corazón de Ninian cuando Drogo
desapareció en la colina. La había escuchado. Había aceptado que ella
sabía lo que otros no. Perpleja, ni siquiera notó que no estaba tocando el
suelo hasta que su captor la bajó al lodo.
—¿Se va a quedar en su lugar? —preguntó Adonis, con recelo.
—Vaya tras él —susurró ella—. No sabe lo que significa el miedo.
—Yo lo sé, y me está asustando hasta la médula. —La liberó y se
marchó a zancadas en dirección a su montura.
Aplacando el temor, Ninian regresó a la casa para consolar a Mary.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Murmurándole palabras tranquilizadoras mientras varios de los hombres


se ponían impermeables para seguir a Drogo y ayudar en lo que pudiesen,
Ninian recorrió el lugar con la mirada al tiempo que las madres intentaban
calmar a los más pequeños por encima del sonido de la creciente
tormenta. Ya fuera por las hierbas, las caricias o la cerveza y la leche que
Drogo había traído, los síntomas parecían disminuir. No había casos
nuevos. Quizás no era contagioso, sino el agua, tal como ella había
sospechado.
Otra explosión sacudió el suelo, y ella se arrojó sobre las rodillas y
rezó con una histeria cada vez mayor.

Drogo había rescatado a sus hermanos de suficientes problemas, por


lo que conocía los caminos de la mente infantil. Siguiendo un sendero
atestado de ramitas hacia lo que una vez fue un lecho esparcido con
grandes rocas, reconoció la tentación de un pedrusco en el extremo,
excepto que el pedrusco no era el extremo de nada, sino que estaba
rodeado de agua que subía más y más. Un niño pequeño aterrado estaba
encogido sobre la cima, aferrado a un improvisado bote, un niño que se
había escabullido de él durante la fiesta de Navidad. No tenía idea de
cómo ni por qué Ninian sabía dónde encontrar al niño, pero había estado
en lo cierto.
Quitar al niño de allí y ponerle a salvo antes de que otra explosión
desviara la inundación era su única prioridad. Si tenía suerte, no habría
otra detonación.
Si no tenía suerte... No tenía tiempo de dar cabida a esa posibilidad.
Cabalgando hacia las aguas que se elevaban con rapidez alrededor
de las piernas del caballo, Drogo se inclinó hacia adelante y extendió los
brazos hacia el niño sollozante. Podía recordarse a sí mismo gritándoles a
sus hermanos, sacándoles a rastras de los problemas, enviándoles a los
brazos de tutores y niñeras. No podía recordarse ni una vez
extendiéndoles los brazos como lo hacía con ese niño. Con terror, rogó
que el pequeño le aceptara.
Lloriqueando, Matthew se limpió la nariz con la manga, miró a Drogo
con cautela y luego, sin pronunciar palabra, aceptó la ayuda del
rescatador.
La explosión sacudió el valle en el instante que Drogo se inclinó para
alcanzarle el niño a los hombres que le siguieron hasta el borde del agua.
Ya asustado por la crecida, el caballo retrocedió. Al tener las manos en el
niño en lugar de las riendas, perdió el equilibrio cuando se inclinó en el
asiento y Drogo no pudo controlar la montura y permanecer en la silla.
En el instante en que aterrizó en el agitado río, otra ola de agua
aplastó el valle. Para el horror de los testigos, el caballo se abrió paso
fuera del lecho del río sin el conde.

—¡Drogo! —gritó Ninian cuando la puerta principal se abrió de pronto,


dejando entrar una ráfaga de lluvia. Dos hombres cargaban la inerte figura
del esposo mientras Adonis traía al sollozante Matthew.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Creyó que el corazón se le saldría de la garganta cuando un camino


silencioso se abrió en la habitación y ella corrió hacia su marido. Estaba
muy pálido...
Detrás de ella, Mary extendió los brazos para acurrucar al aterrado
pequeño, pero Ninian no podía pensar en nadie más que en el hombre que
recostaban junto a la chimenea, donde el calor del fuego le podía secar.
Excepto que se veía como si no existiera fuego que pudiese
devolverle el calor al cuerpo.
—Lo lamentamos, milady —susurró Harry, quitándose el sombrero, al
tiempo que Ninian se arrodillaba junto a la forma inmóvil de Drogo—.
Salvó al niño, pero se cayó y el agua le cubrió y le arrastró, sí. Le sacamos
junto al camino.
—Drogo —susurró Ninian, revisando el latido del corazón, la
respiración, algo...
Estaba casi azul del frío, y ella no podía encontrar ningún signo de
vida. Comenzaba a sentir el pánico, pero se negó a rendirse. La presencia
física que fluía entre ellos le latía en la sangre donde los dedos le tocaban
la helada garganta y las sienes. Bloqueando la pena y la consternación de
la gente a su alrededor, bloqueando todo menos al hombre que tenía su
corazón en el de él, presionó las manos juntas contra el pecho y buscó
profundamente en su interior donde habitaba su instinto y dejó que el
poder de sanación la guiase.
El puño golpeó sobre el pecho. El sólido hueso y los músculos le
lastimaron la mano, pero ella golpeó una y otra vez, obligando a su
corazón a que notara su presencia. Si podía encontrar a Drogo en algún
lugar, era a través del corazón. Lo escondía a los demás, pero ella sabía
que era uno grande, que él amaba y amaba profundamente, solo que no
sabía cómo expresarlo. Le despertaría el corazón aunque le fuera la vida
en ello.
Con debilidad, los latidos bombearon bajo los dedos de ella y Ninian
instantáneamente cayó sobre los labios del marido. Le soplaría vida en los
pulmones ahora, inspiraría el aire que el corazón necesitaba expandir.
Alguien intentó alejarla de él, pensando que se había vuelto loca de
pena, pero ella se los quitó de encima. Era fuerte. No podían llevarla
donde no quería ir.
Una mujer comenzó a rezar, y Ninian respiró aliviada, vertiendo el
aire que inspiraba en los labios del hombre en los brazos, presionándole el
pecho, obligándole al corazón a bombear y a los pulmones a tomar lo que
ella les ofrecía. Las lágrimas le caían por las mejillas mientras respiraba y
bombeaba y los brazos le temblaban. Podía hacerlo. Dios le había dado
más dones de los que ella había aceptado jamás. Podía sentir el corazón
de Drogo, los pulmones, el alma. Él estaba allí con ella. Ninian lo sabía.
Solo necesitaba alcanzarle.
Una oleada de calidez y amor le fluyó por los dedos, filtrándose por la
piel que tocaba, inundándole con un vertiginoso éxtasis mientras notaba
que el calor y la emoción manaban del hombre bajo ella. Podía sentirle.
Él tomó una bocanada de aire y se ahogó con la respiración, y los
vítores resonaron ante ese signo de vida. Las mujeres continuaron
rezando, uniéndose a la energía de Ninian, dándole calor, devolviéndole la

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

fuerza, sosteniéndola en ese momento para que no desapareciera por


completo en ese lugar dentro de ella misma donde había encontrado la
sabiduría y la sanación que necesitaba. Ella sollozó, y se desplomó sobre
el pecho de Drogo al tiempo que este subía y bajaba.
Drogo tosió y Ninian se debatió entre si debía empujar el pecho un
poco más o no. Cuando intentó escabullirse del abrazo, él la rodeó con los
brazos, apretujándola contra sí con sorprendente fortaleza.
—No te muevas —carraspeó—. No te atrevas a moverte.
Riendo, llorando, enterró el rostro contra el pecho del marido y le
permitió que enterrara los dedos en el cabello. Estaba vivo y era el mismo
odioso demandante que siempre había sido, y ella le amaba con el
corazón. Y él la amaba a ella. Podía sentirlo, al fin. Creyó que se ahogaría
en la inundación de amor que manaba de él con tanta fuerza como el agua
que corría en el arroyo.
—Estás empapado, milord. Morirás si no te secamos. —Ella estaba
empapada también, por haberse acostado sobre el marido, pero el calor
que inundaba el cuerpo de él era tan agradable que no le importaba la
humedad.
—Tengo la inconfundible sensación de que he muerto y tú me has
traído de regreso. —Los ojos se abrieron de par en par y le levantó la
mandíbula para estudiarle el rostro—. Sí que eres una bruja.
Ella le observó en silencio, para ver cómo él aceptaba ese
conocimiento. Solo ahora comenzaba a entender la enormidad del asunto
ella misma. Había invocado una profunda y subyacente sabiduría en un
momento de necesidad. Un don.
Drogo clavó la mirada en el inocente azul que reflejaba su propia
sorpresa, y supo que en el muro alrededor de su corazón se había abierto
una grieta tan amplia como el valle que acababan de represar, y el amor
fluía libre como el agua del arroyo. Ella era la parte de él que le faltaba, el
alma que nunca había tenido, el amor que nunca había expresado. El
aliento de Ninian respiraba en él ahora.
—Considérame embrujado —murmuró él—. Te amaré hasta que las
estrellas dejen de brillar y más. Ahora dile a todas esas mujeres que es
simplemente magia y que se marchen para que puedas quitarme estas
malditas prendas.
Ninian rio y se tragó las lágrimas que había estado refrenando. Él
podía ver los caminos que habían dejado en las brillantes mejillas. La
joven bruja estaba allí con él por completo, no en algún mundo de su
propia invención. Le estremeció saber cuánto se preocupaba ella por él.
—Quizás deberíamos ir a casa y quitarte esas prendas, milord —le
sugirió con una maliciosa sonrisa.
Esa era la mejor idea que había escuchado en un largo tiempo.
Lamentablemente, para asegurar el bienestar del castillo y del
pueblo, había otras cosas que debían hacer primero. Su magia tendría que
esperar.

La lluvia se detuvo no mucho tiempo después. Payton llevó las


noticias de que el arroyo estaba retrocediendo lentamente, ya que las

- 269 -
PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

aguas se habían desviado a un nuevo lago. Adonis se marchó a caballo en


busca de Ewen y Dunstan, y vestido ahora con prendas secas prestadas,
Drogo llevó a Ninian hasta el caballo y continuaron lentamente hasta la
última luz hacia la casa.
Las noticias del rescate les habían precedido, y las primas de Ninian
corrieron a dar la bienvenida a su regreso.
—Christina intentó decirnos que su aura era benigna, pero no le
creímos —se disculpó Hermione, dándole unos golpecitos al brazo de
Drogo—. Siempre le agrada ver lo mejor de todas las personas.
Dadas las sorprendentes habilidades de Ninian, en verdad necesitaba
aprender más acerca de ese asunto del aura, pero esa noche no. Drogo
observó con alegría y dolor cuando Ninian acurrucó en brazos a su hijo
que hacía gorgoritos. Ella era un milagro viviente. ¿Cómo podía merecer
una mujer que respirara vida?
—Nos enteramos tan pronto como estuvo a salvo —dijo una de las
primas con timidez.
Drogo creyó, de hecho, leer admiración en la mirada de la mujer.
Necesitaba aprender a diferenciar una rubia de la otra. Mientras Hermione
revoloteaba para abrazar a Ninian, Drogo desvió la vista de la esposa y la
focalizó en una prima de ojos marrones.
—¿Cómo? —preguntó con inocencia, antes de caer en la cuenta de
que probablemente no querría escuchar la respuesta.
—Alan lloró toda la noche hasta que usted estuvo a salvo. Ha estado
haciendo gorgoritos desde entonces.
Él había tenido razón. En verdad, no quería escucharlo. Giró para
observar a Ninian llevarse al niño escaleras arriba y Drogo, eliminando
todas las terribles posibilidades que le saltaron a la mente, se concentró
en Ninian cuando levantó la cabeza y le sonrió haciéndole una señal en su
dirección. Quizás podría aprender a no cuestionar nada a cambio de la paz
de los brazos de su esposa. Como si fuera poco, ella le había ensañado
que todo era posible.

De pie, desnudos en la privacidad de la alcoba, Drogo y Ninian se


calentaban frente al fuego, aferrados uno en los brazos del otro, piel con
piel.
—No he cambiado —le advirtió Drogo—. Soy aún el hombre que
regañaste y acusaste de terco y corto entendimiento.
—Amo a ese hombre —le murmuró satisfecha desde el abrazo—. Y
continuaré gritándote por tu estupidez. Y pellizcaré tu arrogancia hasta
que te veas obligado a ver el mundo a tu alrededor. Solo dime que me
amas otra vez, y aceptaré tu testarudez.
Él sonrió contra la cabellera y llevó la mano sobre el bien redondeado
trasero, trayéndole más cerca, donde le necesitaba.
—Te lo diré cada mañana cuando nos despertemos, y cada noche
antes de irnos a dormir. Pero nunca admitiré una majadería tal en público.
Ella rio entre dientes, y él pudo sentir las vibraciones profundamente
en el pecho.
—Lo haré. Lo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones y te

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avergonzaré a diario. Cada vez que hagas algo estúpido, te gritaré mi


amor.
—Eso debería curarme —admitió con tono seco—. Mis hermanos se
reirán de mí y moriré joven.
—Tus hermanos —susurró Ninian, deslizándose hacia arriba de
manera que ambos cuerpos se rozaron el uno con el otro mientras ella le
besaba la mandíbula— necesitan quedarse en el instituto, donde deben
estar. Así no necesitarán visitar Londres tan a menudo.
Meditabundo, tocó una devastadora melodía sobre el pecho de su
mujer.
—Quizás tu sugerencia de que Sarah tenga la casa de Londres tenga
mérito. Así ellos podrán correr a ella. Tú y yo visitaremos las propiedades
de la campiña de la familia cuando debamos viajar. ¿Es eso lo
suficientemente lejos de la ciudad para ti?
—Tú me proteges de la ciudad —murmuró ella, explorando el pecho
del marido como él exploraba el de ella—. Si puedes aceptar que tengo
responsabilidades aquí, puedo entrenar a Lydie...
Él le cubrió la boca con los labios y ella casi vuelve a ahogarse en el
calor y amor que él le ofreció. Por ello, ella haría cualquier cosa.
Drogo le liberó la boca y sus miradas se encontraron. Ella se tropezó y
cayó dentro del profundo pozo que él abrió en el alma.
—Nuestras responsabilidades son una y la misma, igual. Lo
solucionaremos, hija de la luna.
Y ella le creyó.
Él le besó la frente, luego le encendió un camino por el cuello,
acercándose al tentador mohín de los carnosos pezones.
—Dime que el momento es el adecuado, que la luna está en la fase
correcta y que tú quieres lo mismo que yo.
Ninian le cogió de la coleta y tiró hasta que él levantó la cabeza y le
observó.
Cuando ella devolvió la mirada y le golpeó con su completa
adoración, Drogo casi se bambolea bajo la enormidad del sentimiento. La
mujer respiraba amor, le inundaba con él, y le aliviaba las molestas dudas
que siempre hervían debajo de su superficie. Si solo se permitiese sentir
en lugar de preguntarse sobre la lógica del asunto, nunca volvería a
cuestionar el matrimonio. El veneno en las parejas Ives era demasiado
lógico y no la confianza suficiente.
—Para ti, la luna está siempre en la fase correcta. Quiero tus hijos,
Drogo. Te quiero a ti. Llévame a tus estrellas.
No necesitó que le animara más la confianza. Le llevó a la suave
calidez de la cama, le cubrió con su cuerpo y cubrió el de ambos con las
mantas rellenas de plumas.
—Ha dejado de llover —susurró ella cuando él le mordisqueó la oreja
e intentó absorber todos los matices de las provocativas curvas debajo de
él.
Con un gemido de placer, le tomó los pechos con las manos y sintió la
rápida inspiración de ella al acariciarle los pezones. El mero roce del
aliento de su esposa le excitaba al punto de una estimulante necesidad.
Pero quería saborear el momento. Su esposa, su amor, su alma gemela.

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Nunca había creído posible una cosa así.


—Han salido las estrellas —acordó él, masajeándole más abajo,
atrayendo las caderas de ella contra las de él—. Estamos a salvo y quiero
perderme en ti y no discutir el clima.
Ninian tembló cuando él le tocó allí donde estaba húmeda.
—En ese caso —murmuró ella con un gruñido al arquearse contra él
—, no causemos la inundación esta vez.
Con esa afirmación totalmente inexplicable e ilógica, ella le acarició, e
incapaz de nada más, Drogo se zambulló profundo dentro de ella, donde
ellos se entendían el uno al otro, a niveles que estaban más allá de la
comprensión humana.

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Epílogo

Unas chispas llameantes saltaron alto en el cielo nocturno cuando el


fuego de Beltane rugió hacia el firmamento y el violín comenzó a tocar
una danza. Las figuras sonrientes se apresuraron a arrojar las ramas a las
llamas, luego bailaron unos con otros.
En los alrededores del círculo, en la penumbra entre el fuego y el
bosque, Ninian estaba sentada sobre una piedra alta y sonreía al ver la
diversión.
—Me he enterado de que Nate se casó con la hija del minero. —
Gertrude levantó al mañoso bebé sobre el hombro y observó cómo una
nueva prole de doncellas y solteros tejían un conjuro de seducción a la luz
del fuego—. Parece que los mineros no ven bien a los hombres que no
aceptan las responsabilidades, y fueron un poco severos con él.
—Tiene gemelos. —Ninian intentó silenciar la risa por el destino de
Nate—. Imagínate cuántos mocosos tendrá a sus pies en unos pocos años.
Gertrude echó una mirada al bebé en dentición sobre el hombro.
—Uno es suficiente durante un tiempo.
Dando golpecitos con el pie al compás de la música, Ninian se
encogió apenas de hombros; luego sonrió lentamente cuando una figura
alta y oscura emergió del límite del bosque. Incluso después de todos esos
meses, el corazón le galopaba rápido cuando él se acercaba.
Había estado inspeccionando la nueva bomba en las minas,
asegurándose de que los peligrosos residuos líquidos nunca perjudicaran
el arroyo de nuevo. Le había echado de menos.
Él no preguntó, no dijo palabra mientras le tendía la mano y la llevaba
hacia la música y el baile. Simplemente observó su rostro con la expresión
estudiosa que ella amaba tanto, y al encontrar lo que buscaba, sonrió y la
guió en la danza.
Ellos giraban y reían, permitiendo que los ritmos de la noche les
inundaran el cuerpo, sabiendo con la confianza de los amantes cómo
terminaría la noche, sin necesidad de apresurar la emoción de la
excitación que les recorría.
Normalmente, un conde era un personaje demasiado noble como
para que los arrendatarios y los aldeanos se le acercaran, pero en una
noche como esa, con un barril de buena cerveza que compartir y la
música para unirles, ni siquiera un conde era un extraño. Ninian rio
cuando se alejó para bailar con Harry, dejando a Drogo para que discutiera
sobre la crianza de ovejas con el padre de Nate. La larga coleta de cabello
oscuro del color de la medianoche del marido le cayó sobre el hombro
cuando ladeó la cabeza en concentración. Drogo no sabía nada acerca de
crianza de ovejas, pero aprendería, ella no tenía dudas.
Cuando la luna se resbaló hacia abajo en el extremo más lejano del
cielo, él regresó a reclamarle, llevándola con un movimiento amplio hacia

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las sombras fuera de la luz del fuego. Los murmullos de otras parejas se
mezclaron con los gritos de los pájaros de la noche y los susurros de otras
criaturas nocturnas, mientras la latente excitación de la sangre de ellos
copiaba el ritmo del rasgueo de la tierra.
—Ahora —ordenó Drogo, lanzando la capa sobre un lecho de agujas
de pino detrás de una pared de arbustos y acercándola en un abrazo—. No
esperaré otro minuto.
—Es Beltane —le provocó ella, quitando los botones del chaleco de los
ojales y buscando el corazón de su pecho—. Una noche de poder. ¿No
puedes sentirlo? —La vibración le latía en la punta de los dedos al tiempo
que las frotaba contra él—. Un hijo concebido esta noche...
—No me digas —gruñó él, intentando quitarle los dedos de las
prendas—. La luna está en la fase adecuada, y a menos que quiera pasar
el próximo invierno en Wystan, será mejor que deje mis pantalones
abrochados.
—Bueno, acordé pasar los inviernos en el sur contigo —murmuró ella,
con decoro, evitándole las manos con destreza y alcanzando los botones
de los pantalones que él acababa de difamar—. Y la luna está
definitivamente en la fase adecuada. Haremos un hermoso bebé esta
noche.
—No. —Con firmeza, le asió las deambulantes manos y las retuvo—.
Si insistes en tener a nuestros bebés aquí, ínsito en que vengan en el
verano para que pueda mandar a llamar a doctores y parteras y a toda tu
condenada familia. Tú y Alan sois más importantes para mí que un
momento de placer.
—Te adoro, Drogo. —Se puso de puntillas y le besó la mandíbula,
luego se movió para cubrirle la boca con los labios mientras quitaba las
muñecas de su agarre y volvía a arremeter contra los botones.
—Ninian —gimió él en protesta contra los labios de ella, intentando
sostenerle y cogerla de las manos sin soltarle los labios, luchando contra
la impetuosa irresponsabilidad que ella incitaba.
—Está bien —murmuró ella, finalmente abriendo las ataduras de la
camisa y el pañuelo del cuello y rozando la mota de rizos en el pecho con
las manos—. Esta es una campiña de ovejas. Tengo un obsequio para ti.
Incluso le tejí un moño alrededor. Si eres muy, muy bueno, no tendremos
que preocuparnos por las fases de la luna esta noche.
—Eres una bruja —dijo entre dientes cuando le abrió el corsé y deslizó
las manos por debajo—. Y será mejor que estés hablando de lo que creo
que estás hablando.
—Les he enseñado a todas las mujeres cómo hacerlos —contestó
antes de inhalar en busca de aliento después del beso. Ninian parpadeó
sorprendida por el cielo nocturno sobre ellos. ¿Cómo es que había acabado
acostada ya?
—Excelente. Haré que Ewen instale una fábrica con el único propósito
de abastecer a todos mis hermanos —contestó Drogo con un tono adusto
cuando se arrodilló entre las piernas de ella y la mano se deslizó por un
muslo—. ¿Por qué no pensaste en esto antes? Joseph acaba de escribirme
para solicitar un incremento en su mensualidad para pagar por su nuevo
amorcito.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ella suspiró cuando él le tocó donde ella necesitaba ser tocada.


—Me encargué de que todos tuviesen muestras. —Gritó cuando, de
repente, se retiró de ella y le clavó la mirada. Ella sonrió—. Dunstan los
entregó. Seguramente no pensarás que yo...
Él le atrapó la boca con los labios y ahogó cualquier posible protesta.
Cuando finalmente se enterró en ella, moños y condón y todo, Ninian
ya estaba a mitad de camino a la luna y lista para volar hasta las estrellas.
La llevó hasta allí y la trajo de regreso, le mostró los cielos desde su
perspectiva, luego la sostuvo gentilmente cuando se desplomaron sobre la
tierra otra vez, donde ella reinaba. Mágica, de hecho.
—¿La sociedad ha verificado tu hallazgo del nuevo planeta ya? —
susurró ella, aún girando rodeada de estrellas a pesar de que el pesado
cuerpo de Drogo la mantenía presionada sobre la tierra.
—Nuestro equipamiento telescópico necesita refinación. Le
preguntaría a Ewen, pero atender la fundición es una tarea de tiempo
completo. Podemos esperar. —Con cuidado, Drogo rodó sobre la espalda,
llevándola con él. Ahora él podía ver las estrellas mientras sostenía el cielo
con las manos—. Tiene una cierta noción de que los químicos en los
residuos líquidos de la mina podrían ser útiles, y he tenido que
convencerle de que debe pasar los días en algo que le provea de un
sustento y utilice las horas libres en las ideas menos lucrativas.
—Aprenderá. Les has enseñado bien a tus hermanos. Casi todos ya se
manejan solos. ¿Has tenido noticias de Dunstan?
A regañadientes, Drogo ajustó la falta de lana para cubrirla y darle
más calor.
—La ausencia de todo ese perifollo en las prendas femeninas es una
verdadera ventaja en este lugar —murmuró él.
Ninian apoyó los codos en el pecho de él e intentó enarcar las cejas
como lo hacía el marido.
Él sonrió ante el resultado.
—Podría mantenerte con nada más que camisolas en Londres. Es más
cálido allí.
—No tanto. Ahora, ¿qué novedades tienes de Dunstan? —exigió
saber, severa.
Drogo suspiró y posó la mirada en la belleza revelada por el abierto
sostén.
—Está trabajando como administrador en la propiedad de uno de tus
tíos para ganar dinero y pagar los gastos del divorcio. No tenías que
obligarle a marcharse de mi propiedad —gruñó él.
—No asesinará a Celia, confía en mí —murmuró Ninian, reafirmando
lo que creía el marido—. Y no le envié a ningún lado. Él eligió no estar más
en deuda contigo. Nunca entenderé cómo funciona la mente masculina. —
Provocadora, se inclinó hacia adelante de manera que los pechos rozaran
contra el pecho de él.
—Comprendes esta parte demasiado bien, demonios. —La levantó
para poder saborear la fruta madura que le ofrecía y estuvo a punto de
olvidarse de dónde estaban hasta que oyó los ecos de los gritos en otro
lugar. Decidió que ese no era un acto respetable para que un conde lo
hiciera dos veces, y a desgana, la echó hacia atrás.

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

Ella le castigó al rodar hacia el costado y abotonarse el sostén.


—Esta parte no tiene nada que ver con las mentes —dijo ella, con
firmeza, aunque Drogo notó con interés que las manos le temblaban y los
pezones definitivamente parecían listos para la cosecha.
Él detuvo la acción al deslizar la mano por debajo de la tela y
acariciarle.
—Es todo parte de la misma pieza. Esto —plantó un beso donde la
mano acariciaba— calma la mente para que pueda funcionar como
corresponde. Necesitaremos probar esa teoría.
Ella se rio y le abofeteó la mano para quitársela.
—Si tu mente funcionara mejor de lo que funciona ahora, nunca
haríamos nada. Encontré agrimonia cerca del arroyo hoy.
—¿Sí? —En algún otro momento, quizás le habría importado, pero ella
se estaba escapando de él ahora y, adecuado o no, él no había acabado.
Raudo, se abrochó unos pocos botones para poder ponerse de pie tras
ella.
Dándole la espalda, ella se sacudió la falda.
—La vida está regresando a lo largo de toda la orilla. Adonis tenía
razón. El residuo de las minas estaba envenenando el arroyo. Pero por las
dudas, recogeré semillas a medida que aparezcan e intentaré plantarlas
en el invernadero.
—Vamos a Londres, ¿recuerdas? —Tiró de ella hacia atrás, hacia él, y
apoyó la mandíbula en la cabellera de ella—. ¿Has visto a Adonis y has
conseguido algunas respuestas de él?
—Nos dirá su procedencia a su tiempo. Creo que se marchó con
Dunstan. Me parece que está solo y busca una familia.
Para Drogo, Adonis parecía capaz de cuidarse solo. No necesitaba que
le guiasen. No podía evitar preocuparse por Dunstan, pero Ninian le había
enseñado a relajarse. Él estaba aprendiendo. Además, tenía a Ninian y a
Alan ocupándole los pensamientos ahora. El pulgar encontró sin error la
punta erecta del pecho debajo de la lana del sostén.
—Le estoy enseñando a Lydie sobre hierbas —dijo ella con algo
extraño en la voz por la caricia—. Aprende rápido, y le está enseñando a la
hermana de Mary. No veo por qué solo las mujeres Malcolm deben
aprender estas cosas. Todas las mujeres pueden recibir educación.
Oh, oh, estaban deslizándose rápido hacia una de las más recientes
nociones insanas. Sabiendo que lo mejor era no discutir, Drogo le tomó y
amasó un pecho.
—Sarah está aún buscando en la biblioteca con la esperanza de
encontrar un tesoro perdido.
Ninian rio, una campanilla clara que sonó en la noche cuando se
acurrucó en los brazos del marido.
—Nosotros hemos encontrado el tesoro —le informó cuando Drogo le
rodeó la cintura con los brazos y ella apoyó la cabeza sobre el hombro de
él para sonreírle—. Solo que no son el oro y las joyas que Sarah espera. No
lo hallará leyendo las estrellas, como tampoco tú lo encontrarás con tus
cálculos.
Él enarcó las cejas y esperó.
Los labios de ella mostraron la enigmática sonrisa que él tanto amaba

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al tiempo que ella contestaba:


—La única maldición sobre las mujeres Malcolm y los hombres Ives es
nuestra incapacidad de unir nuestras fortalezas y aprender de nuestras
diferencias.
—Estoy aprendiendo —declaró él, clavando la mirada en la expresión
inocente de la esposa con asombro—. ¿Qué tiene eso que ver con tesoros?
—Todo. —La risa de Ninian encendió los cielos cuando giró y rodeó el
cuello de Drogo con los brazos, y eliminó todo pensamiento con un beso.

***

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PATRICIA RICE LA MAGIA DEL AMOR

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
PATRICIA RICE.
Una firme creyente del "y vivieron felices para siempre", Patricia
Rice está casada con su amor de instituto y tiene dos niños. Natural de
Kentucky y Nueva York, vivió en Carolina del Norte y actualmente reside
en San Louis, Missouri. Ella es miembro de Romance Writers of America,
the Authors Guild, and Novelists, Inc.

Tanto sus novelas contemporáneas como las históricas han ganado numerosos premios,
incluyendo el Romantic Times y el Career Achievement Awards (Premio a la carrera) por sus
series, también ha sido nominada a dos Romantic Times Book Reviews en el 2008.

LA MAGIA DEL AMOR.


Ninian Malcolm Siddons vive a las afueras de Wystan y posee un don especial para la
magia. Drogo Ives, astrólogo y hombre de mente lógica, es un aristócrata que vive en un
castillo cerca de Wystan. Ambas personalidades, tan diametralmente opuestas, se encuentran
en un bosque a la luz de la luna y se sienten irremediablemente atraídas. El vínculo que
establecen esa misteriosa noche cambiará para siempre sus vidas y las de los miembros de sus
extrañas y maravillosas familias.

SERIE MÁGICA.
1. Merely Magic (2000) – La magia del amor (2009)
2. Must Be Magic (2002)
3. The Trouble with Magic (2003)
4. This Magic Moment (2004)
5. Much Ado About Magic (2005) – Un poco de magia (2008)
6. Magic Man (2006)

***
© Título original: Merely Magic.
© 2000 Patricia Rice.

© 2009 ViaMagna 2004 S.L.


© 2009 por la traducción Silvina Merlos.

Primera edición: Noviembre 2009


Impreso en España / Printed in Spain.
Impresión: Brosmac S.L.

ISBN: 978-84-92688-83-8
Depósito Legal: M-38921-2009

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