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CAPITULO X.

LA REVOLUCIÓN SOCIAL 1945-1990 (TERCERA PARTE)

La novedad de esta transformación estriba en su extraordinaria rapidez como en su


universalidad. Paso bastante tiempo antes de que la gente se diera cuenta de la
transformación del crecimiento económico cuantitativo en un conjunto de alteraciones
cualitativas de la vida humana. No tenían intención de cambiar de forma de vida para
siempre, aunque eso fue lo que ocurrió.
El cambio más drástico es la muerte del campesinado. Para principios de los 80 ningún
país situado al oeste del telón de acero tuviese una población rural mayor al 10 por 100.
Solo tres regiones del planeta seguían siendo dominadas por sus campos: África
subsahariana, el sureste del este asiático y China.
Hubo fuertes cambios en la agricultura, que se lograron debido a un salto extraordinario
en la productividad con uso intensivo de capital por productor. Los países más
desarrollados tenían gran cantidad de maquinaria que convirtió en realidad los sueños de
abundancia gracias a la mecanización de la agricultura. En estas condiciones ya no se
necesitaba la gran mano de obra que en el pasado. En las regiones pobres la revolución
agrícola no estuvo ausente, aunque fue más incompleta. Sin embargo los países del
tercer mundo y algunos del segundo dejaron de alimentarse a si mismo y no producían
os excedentes alimentarios que serían de esperar de países agrícolas. Como máximo se
les animaba a especializarse en cultivos de exportación para los mercados del mundo
desarrollado, mientras que sus campesinos cuando no compraban alimentos importados
de los piases del norte, seguían cavando y cultivando al viejo estilo, con uso intensivo
del trabajo.
Cuando el campo se vacía se llenan las ciudades. El mundo de la segunda mitad del
siglo XX se urbanizó como nunca. A mediados de los años 80 el 42% de su población
era urbana.
Casi tan drástico como la decadencia y caída del campesinado, y mucho más universal,
fue el auge de las profesiones para las que se necesitan títulos secundarios o
universitarios. Las demandas de las plazas universitarias o de enseñanza secundaria se
multiplicaron a un ritmo extraordinario. No era insólito que el 20% de la población
comprendida entre los 20 y 24 años estuviera recibiendo una enseñanza formal.
No es extraño, se debió a la demanda de los consumidores, a la que los sistemas
socialistas no estaban preparados para responder. La economía moderna exigía muchos
más administradores, maestros y peritos técnicos que antes, y a estos había que
formarlos en alguna parte.
De hecho, allí donde las familias podían escoger corrían a meter a sus hijos en las
universidades, porque era la mejor forma de conseguir ingresos más elevados, pero
sobre todo un nivel social más alto. La mayoría de los estudiantes provenía de familias
más cómodas que el término medio, pero también es verdad que no necesariamente
ricas. Muchos padres hacían sacrificios para que sus hijos fuesen a la enseñanza formal.
La gran expansión económica hizo también que un sinfín de familias humildes pudiesen
permitirse que sus hijos estudiasen a tiempo completo. El estado de bienestar occidental
proporcionaba abundantes ayudas para el estudio

Si hubo algún momento en los años dorados posteriores a 1945 que correspondiese el
estallido mundial simultaneo con el que se había soñado desde 1917, fue en 1968,
cuando los estudiantes se rebelaron en el bloque socialista en gran medida por l
extraordinaria erupción del mayo francés. La pregunta que nos deja es: ¿Por qué fue el
único movimiento el de los estudiantes entre los viejos y los nuevos actores que eligió
por la izquierda radical? Los grupos de jóvenes no entrados aun en edad adulta son el
foco tradicional del entusiasmo, el alboroto y el desorden y las pasiones revolucionarias
son más habituales que a los 35. Sin embargo, esto no termina de explicar aquella
pregunta.
El simple estallido numérico de las cifras indica una posible respuesta. La consecuencia
más inmediata y directa fue una inevitable tensión entre masas de estudiantes
mayoritariamente de primera generación que invadían las universidades y otras
instituciones que no estaban preparadas para tal afluencia.
Además cada vez as ir a la universidad dejo de ser un privilegio y las limitaciones que se
les imponían a los jóvenes crearon resentimiento. Resentimiento que se extendió no solo
a las autoridades de las universidades y eso hizo que se inclinaran por la izquierda. Este
nuevo colectivo estudiantil no tenía un lugar en la sociedad, y su descontento no era
menguado por la conciencia de estar viviendo en tiempos que habían mejorado
increíblemente. Los nuevos tiempos eran los únicos que los jóvenes universitarios
conocían. El peso de que el descontento fuese impulsado por grupos no afectados
económicamente estimulo incluso a los grupos acostumbrados a movilizarse por motivos
económicos a descubrir que podían pedir a la sociedad mucho más de lo que habían
imaginado. Por lo que el movimiento estudiantil fue seguido por una oleada de huelgas
de obreros en reclamo de mejores salarios.

A diferencia de las poblaciones urbanas y estudiantiles, la clase obrera no experimento


cataclismos demográficos hasta los 80. En los países que experimentaban una rápida
industrialización sobre todo en Europa del este, la cifra de obreros se multiplicó. Solo en
los años 80 y 90 se encontraron indicios de una contracción de la clase obrera. El
espejismo del hundimiento se debió a los cambios internos de la misma y del proceso de
producción. Y aunque nuevas industrias sustituyeran las antiguas, no eran las mismas
industrias, no estaban en los mismos lugares y estaban organizadas de una manera
diferente.

Las crisis de los 80 volvió a generar paros masivos, la industria dejo de expandirse y la
tecnología permitió el ahorro de mano de obra. La crisis aparente de la clase obrera no
fue una crisis de clase, sino de conciencia. Aprendieron a verse como una clase única, o
por llegó a esta conclusión un número suficiente como para convertir a los partidos y
movimientos que apelaban a ellos en su calidad de obreros en grandes fuerzas políticas
al cabo de poco tiempo. Aunque los pilares fundamentales del movimiento no fue la
miseria ni la indigencia, lo que esperaban y conseguían de la vida era poco y estaba muy
por debajo de la clase media

También los unía la tremenda segregación social, su estilo de vida propia e incluso su
ropa, así como la falta de oportunidades en la vida que los diferenciaba de los empleados
administrativos y comerciales. Los unía por ultimo el elemento fundamental la
colectividad, el predominio del nosotros por sobre el yo.
Cabe destacar que los obreros ya no eran pobres, el pleno empleo y una sociedad de
consumo dirigida a
un mercado de masas coloco a la mayoría de la clase obrera muy por encima del nivel en
que sus padres o ellos mismo habían vivido, en el que el dinero se gastaba sobre todo
para cubrir las necesidades básicas. La vieja división entre los respetables y los
indeseables resurgió. Los trabajadores calificados se convirtieron en defensores de la
derecha, más aun porque las organizaciones socialistas y obreras tradicionales siguieron
comprometidas en la distribución de la riqueza.
El fin de la segregación provocó la desintegración de la clase obrera. Al mismo tiempo
las inmigraciones en masa provocaron la aparición de un fenómeno nuevo: la
diversificación étnica y racial de la clase obrera. Las migraciones rara vez habían
llevado a grupo étnicos distintos a esta competencia directa capas de dividir a la clase
obrera. Los nuevos inmigrantes ingresaron en mismo mercado laboral que los nativos y
con los mismos derechos.

Otro cambio importante que sufrió la clase obrera fue el papel de una importancia
creciente que comenzaron a desempeñar las mujeres y sobre todo las mujeres casadas. El
trabajo en las oficinas y en las tiendas experimentaron una fuerte feminización y estas
ocupaciones terciarias se expandieron y crecieron a expensas tanto de las primarias
como de las secundarias. El acceso a la enseñanza superior era tan habitual en las chicas
como en los chicos. La entrada masiva de mujeres casadas en el mercado laboral y la
extraordinaria expansión de la enseñanza superior configuraron el telón de fondo del
impresionante renacer de los movimientos feministas a partir de los años sesenta. Las
mujeres como grupo se convirtieron en una destacada fuerza política como nunca antes
lo habían sido.
No es de extrañar que los políticos comenzaran a cortejar esta nueva conciencia
femenina. Sobre todo la izquierda, cuyos partidos debido al declive de la clase obrera se
habían visto debilitados. Los motivos por los cuales las mujeres se lanzaron a buscar
trabajo podrían haberse debido a la pobreza, a la preferencia de los empresarios por la
mano de obra femenina que era más barata o simplemente el número cada vez más
grande de mujeres que encabezaban el papel de cabezas de familia.
En el mundo socialista la situación era paradójica. El comunismo desde el punto de vista
ideológico, era un defensor apasionado de la igualdad y la liberación femeninas. Pero
con excepciones más bien raras las mujeres no destacaban en las filas de sus partidos
políticos si es que lograban destacar en algo y en los nuevos estados de gobiernos
comunistas eran aún menos visibles. El viejo mundo de transformar las relaciones entre
ambos sexos y modificar las instituciones y los hábitos que encarnaban la vieja
dominación masculina se quedó en el humo de pajas, incluso en lugares como la URSS.
En la práctica a pesar de lo que dijese la ley, a la mujer se la trataba como inferior al
hombre

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