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La esquiva Estrella de Belén

El evangelio de Mateo nos cuenta la historia: en los días de


Herodes, llamado el Grande, usurpador del trono de Judá,
llegaron a Jerusalén unos magos de oriente. Es verosímil
que procedieran de Persia o Media, y que fueran seguidores
de la religión de Zarathustra. Estos magos habían visto en el
oriente la estrella del "rey de los judíos, que ha nacido" y
venían a adorarlo. Quizás fueran astrólogos profesionales,
pues hasta su llegada nadie había advertido en Jerusalén ni
en el resto de Judea la presencia de tal estrella.

Pero ¿qué era exactamente ese fenómeno celeste? Mateo


no nos da prácticamente ninguna pista al respecto. La
moderna astronomía ha intentado salvar esa omisión, dando
lugar a diversas hipótesis que intentan explicar el fenómeno,
por lo general con muy escasa fortuna.

Lo fundamental del problema es encontrar un fenómeno


astronómico lo suficientemente notable, muy cerca de la
fecha en que se supone nació Jesús de Nazaret. Y aquí
aparece la primera dificultad: se desconoce con exactitud
cuando ocurrió ese nacimiento, pues simple y llanamente
nadie se ocupó de registrarlo. Suele datarse entre los años 6
y 4 a.C., ya que debió haber ocurrido en vida de Herodes, de
acuerdo a los textos evangélicos (o más exactamente, de
acuerdo al evangelio de Mateo, pues Lucas parece pensar
otra cosa). Pero nada tendría de extraño que ésta fuera una
suposición errónea.

El primero en teorizar acerca de la identidad de la estrella de Belén fue nada menos que Johannes
Kepler. En 1603, Kepler observó una conjunción de Júpiter y Saturno en Sagitario, seguida al siguiente
año por un agrupamiento triangular de Marte, Júpiter y Saturno. El 26 de septiembre de 1604 Marte entró
en conjunción con Saturno, y el 9 de octubre con Júpiter. El 10 de octubre Kepler descubrió un nuevo
astro entre Júpiter y Saturno, tan brillante como el primero de estos dos. Se trataba de una nova.

Kepler había estimado que aproximadamente cada 800 años la conjunción de Júpiter y Saturno ocurre
en la misma posición respecto al equinoccio vernal; y calculó una triple conjunción para el año 7 a.C.
Pero a partir de aquí comenzó a realizar inferencias erróneas: supuso que la triple conjunción del año 7,
seguida de un agrupamiento de Marte, Júpiter y Saturno en el año 6, había producido, igual que en 1604
un nuevo astro. Esa milagrosa nova sería la estrella de Belén. De más está decir que Kepler estaba
completamente equivocado en sus suposiciones, pues la aparición de una nova no tiene nada que ver
con las posiciones de los planetas.

De cualquier manera, la historia de la triple conjunción del año 7 a.C. (aunque sin nova) también resultó
buena, y ha sido repetida luego una y otra vez. Es quizás la hipótesis que tiene actualmente más
partidarios, básicamente porque es la que se ajusta mejor a una teórica fecha de nacimiento de Jesús en
el año 6.

Sin embargo, la triple conjunción no es el único candidato plausible a "estrella de Belén".


Aproximadamente hacia esa misma época, otros fenómenos astronómicos notables pudieron llamar la
atención de los magos. La siguiente es una enumeración no exhaustiva de los mismos:

El cometa Halley, que completa su ciclo cada 76 años. Se le ha identificado con un cometa que
se observó desde agosto hasta octubre en el año 12 a.C., durante 56 días. Pero quizás resulte
demasiado temprano como para considerarlo seriamente.
En el año 5 a.C. los astrónomos chinos observaron en la constelación de Capricornio un nuevo
astro, que permaneció visible por más de 70 días; pero no está claro si se trataba de una nova o
un cometa. En Occidente nadie parece haberlo observado (y no es el único caso en que esto ha
ocurrido; la espectacular supernova del año 1054 d.C., descubierta asimismo por los chinos,
tampoco fue registrada en Europa).
El 24 de abril del año 4 a.C. fue observado, también por los astrónomos chinos, otro cometa o
nova (tampoco aquí hay mayor certeza), pero esta vez en la constelación del Águila.
En el año 6 a.C. Júpiter, fue ocultado dos veces por la Luna en la constelación de Aries.
En septiembre del año 5 a.C. Júpiter presentó su movimiento retrógrado; para un observador
terrestre, es como si el planeta se detuviera en su curso respecto a las estrellas fijas,
retrocediera y luego volviera a avanzar. Pero esto debe de haber sido observado numerosas
veces antes, y no hay ninguna razón para pensar que justo en esa ocasión se le diera un
significado fuera de lo común.
La hipótesis más elaborada es la que implica a una serie de conjunciones de Júpiter con Venus
en los años 3 y 2 a.C. En agosto del año 3 a.C. ocurrió una conjunción de Júpiter y Venus en el
cielo occidental, en la constelación de Cáncer; posteriormente Júpiter entró en conjunción con
Regulus en el León, y en junio del año 2 a.C. nuevamente con Venus. Posteriormente Júpiter
iniciaría su movimiento retrógrado, dando la impresión para un observador terrestre de que
permanecía estacionario hacia el 25 de diciembre del año 2 a.C. Pero el año 2 parece
demasiado tardío como para fijar el nacimiento de Jesús.

Cada una de estas hipótesis tiene sus fervorosos partidarios (y también sus no menos fervientes
detractores), todos con excelentes argumentos. Nadie negará que aproximadamente dentro del período
de tiempo adecuado ocurrieron fenómenos astronómicos interesantísimos, y que uno de ellos (¿o más
de uno?) pudo ser el que sirvió de guía a esos innominados magos procedentes del oriente. Sin
embargo, a todo esto, considero lícito plantear una interrogante: antes de buscar la explicación a un
fenómeno, ¿no resulta conveniente determinar previamente si tal fenómeno ha ocurrido efectivamente?
En este caso, el fenómeno es un acontecimiento celeste que sirve de guía a unos magos viajeros que
buscan al "rey de los judíos, que ha nacido". ¿Sobre qué base se cree que ocurrió efectivamente tal
fenómeno? ¿Es lo suficientemente verosímil la historia de la estrella y los magos como para que sea
necesario encontrarle una explicación?

Durante mucho tiempo se consideró que la Biblia era un tramado de verdades literales, a pesar de que
en sus páginas afloren una y otra vez contradicciones flagrantes. Dicho punto de vista ya sólo lo
defienden los fundamentalistas, personajes que por definición son completamente impermeables a
cualquier evidencia científica y racional que impugne sus creencias.

La historia de la estrella y de los magos la encontramos en el capítulo 2 del evangelio de Mateo:

1 Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos
magos, 2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en
el oriente, y venimos a adorarle. 3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. 4 Y
convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de
nacer el Cristo. 5 Ellos le dijeron: en Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: 6 Y tú Belén,
de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador,
que apacentará a mi pueblo Israel. 7 Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de
ellos diligentemente el tiempo de aparición de la estrella; 8 y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y
averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando lo halléis, hacédmelo saber, para que yo también
vaya y le adore. 9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el
oriente iba delante de ellos, hasta que llegando se detuvo sobre donde estaba el niño. 10 Y al ver la
estrella, se regocijaron con muy grande gozo.
Con frecuencia suele olvidarse que los evangelios fueron redactados varias décadas después de
acontecidos los sucesos que narran. Y que es muy improbable que hayan llegado a nosotros en su
forma original. Celso, en su Discurso verdadero contra los cristianos (Alézes Lógos) afirma
expresamente que "es de pública notoriedad que muchos de entre vosotros (...) han modificado a su
modo tres o cuatro veces, y aún más, el texto primitivo del evangelio...". Y Celso escribía esto hacia
finales del siglo II.

El primer evangelio, el de Marcos, fue escrito alrededor del año 70 d.C.; algunos años más tarde
aparecería el de Mateo (quizás hacia el 80 d.C.) y luego el de Lucas. El evangelio de Juan data al
parecer de finales del siglo I o de principios del II. Sólo dos de los evangelios nos presentan narraciones
acerca del nacimiento de Jesús de Nazaret: Mateo y Lucas. A ese respecto, ni Marcos ni Juan nos dicen
nada.

Marcos inicia su narración con el bautismo de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista; por supuesto,
para ese momento Jesús es ya adulto. Por lo visto, Marcos no vio nada de especial, o no supo nada de
especial, respecto al nacimiento de Jesús: ni estrellas, ni pastores, ni magos, ni dificultosos viajes a
Belén, ni huidas a Egipto, ni matanzas de inocentes. Por supuesto, aquí cabe alegar que Marcos decidió
centrar su historia en la llamada "vida pública" de Jesús, que para él era la realmente significativa (según
los sinópticos, alrededor de un año, tres años para Juan). Pero a lo largo de su texto, Marcos no se
muestra nada reacio a los milagros ni a otras maravillas. ¿Cómo es que no se sintió impresionado por
una manifestación tan espectacular como una estrella que se detiene sobre Belén, y sobre todo, por ese
grupo de magos que llegan desde el oriente a rendirle homenaje a un niño? Aquí, lo más probable
parece ser que realmente no supiera nada al respecto, y por lo tanto no pudo incluir esa historia en su
narración.

Otro tanto cabe decir de Juan. El evangelio de Juan es singular en muchos aspectos, y contradice
abiertamente a los otros tres en numerosos puntos. Tampoco aquí encontramos magos ni estrellas; de
su elaborada introducción ("En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios")
salta a una especie de presentación por Juan el Bautista (omitiendo el bautismo) y luego a las bodas de
Caná. Naturalmente, después de una declaración tan terminante y majestuosa como "el Verbo era Dios",
la historia convencional de la natividad sonaría muy fuera de lugar, e incluso pueril. Pero cualquiera que
haya sido la razón, tampoco aquí encontramos información al respecto.

Tampoco Pablo, en ninguna de sus cartas, se acuerda de sucesos tan milagrosos. Las cartas auténticas
de Pablo son los testimonios escritos más tempranos del cristianismo, antecediendo al primer evangelio
por más de diez años. Y este silencio es quizás aún más significativo que el de Marcos y Juan: Pablo de
Tarso es el auténtico fundador del cristianismo como religión; él, y nadie más, se encargó de convertir
una pequeña secta judía mesiánica, cuyo líder había sido ejecutado por los romanos, en una religión
ecuménica.

Nos quedan las declaraciones de los dos evangelios que aportan datos acerca de la "natividad": Mateo y
Lucas. La representación mental de este acontecimiento que suelen tener los cristianos es una suerte de
extraña imbricación de estos dos testimonios. Y digo extraña porque simple y llanamente los relatos de
Mateo y Lucas son tan abiertamente contradictorios que parecen referirse a dos personajes diferentes:
Lucas nos habla del famoso censo, del difícil viaje de Galilea a Belén, de los pastores, de la presentación
en el templo y del retorno a Nazaret; Mateo, por su lado, no sabe nada del censo, ni de coros angélicos,
ni del viaje a Belén, pero sí de la estrella y los magos. Lucas nunca oyó hablar del furor homicida de
Herodes ni de la huida a Egipto. Para remate, ambos evangelios nos ofrecen genealogías contradictorias
de José, "de quien se decía" era el padre de Jesús: las genealogías coinciden sólo hasta David, y luego
discrepan espectacularmente.
La historia de la natividad que nos presenta Lucas prescinde exitosamente de cualquier alusión a los
"hombres sabios" llegados del oriente en persecución de una elusiva estrella. ¿Tampoco él oyó ninguna
historia al respecto? Por lo visto, si tal historia existía, debe de haber circulado en un círculo
extremadamente restringido. No se ha dilucidado aún si Lucas conoció o no el texto de Mateo antes de
redactar su propio evangelio. Si lo conocía, es obvio que la historia de la estrella y los magos no le
pareció lo suficientemente verosímil como para incluirla. Quizás Mateo y Lucas partieron de tradiciones
diferentes al asentar la historia de la natividad, y de ahí sus discrepancias; pero en tal caso, es obvio que
la "tradición" seguida por Lucas no hacía mención a ninguna estrella. Se ha propuesto como hipótesis
alternativa que la intención de Lucas al ignorar la referencia a los magos era apartar al naciente
cristianismo de cualquier alusión astrológica. No parece muy probable: en esa época la astrología no era
considerada una superstición, siendo una creencia muy común incluso (o en especial) entre las clases
más cultas del Imperio Romano, y la teología cristiana aún no había progresado lo suficiente como para
presentar un rechazo coherente a la astrología (eso vendría más tarde). Lucas fue casi con seguridad un
converso griego de gran cultura, y no existe ninguna razón para sospechar que viera algo reprensible en
la "ciencia" astrológica. Curiosamente, no se puede decir otro tanto de Mateo. Sin que haya consenso al
respecto, existen estudiosos que piensan que existe evidencia de que el autor de Mateo era un escriba
judío convertido al cristianismo, y el judaísmo (a diferencia de la cultura grecorromana) sí rechazaba las
técnicas de adivinación.

En el caso de Lucas, nos encontramos ante la misma disyuntiva planteada en los de Marcos, Juan, y las
cartas de Pablo. ¿Desconocía la tradición de la estrella y los magos, o la conocía y prefirió callarla?

Volvamos al texto de Mateo. En él podemos diferenciar nítidamente dos episodios muy diferentes. El
primero resulta relativamente verosímil en cuanto a las actitudes y acciones de los protagonistas. Unos
magos de Persia o Media observan un signo en el cielo, que al parecer indica el nacimiento de un
sucesor al trono de Judea; pudo ser un signo perfectamente natural (pongamos por caso, la triple
conjunción mencionada), a la que se le da una interpretación precisa en función de los conocimientos
astrológicos convencionales de la época. Se dirigen a Jerusalén, y allí, al lugar donde resulta más lógico
encontrar al nuevo príncipe: en el palacio del monarca reinante, en este caso, Herodes el Grande.
Nótese que no hay en esta parte ninguna indicación de que para llegar hasta allí hayan tenido que
seguirle los pasos a un astro anómalo: simplemente dicen "hemos visto su estrella en el oriente". Nada
sugiere que algo milagroso o desusado haya ocurrido en el cielo. Herodes, que no sabe nada de ese
presunto heredero, interroga a los sacerdotes, y luego a los magos (¿no habrá sido al revés?). Luego
envía a estos últimos a Belén, lo que ya no parece tan lógico. En el siguiente episodio encontramos a los
magos rumbo a Belén, y aquí es donde el relato comienza a hacerse incongruente: la estrella reaparece
(por lo visto, antes los magos la habían perdido de vista) y comienza a comportarse de un modo
irregular: "iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre donde estaba el niño". Aquí entramos de lleno
en el reino de la fantasía: ningún fenómeno celeste ordinario se comporta de esa manera. Por demás,
los magos hubieran podido llegar muy fácilmente a Belén sin esa ayuda, ya que se encuentra a pocos
kilómetros al sur de Jerusalén; les hubiera bastado con preguntar, o con servirse de un guía (¿cómo es
que a Herodes no se le ocurrió ofrecerles uno...?).

Es difícil imaginar que una conjunción planetaria desaparezca de golpe y luego vuelve a aparecer,
cambiando para remate de dirección y "deteniéndose" sobre un punto preciso de la Tierra. Una nova
permanece exactamente en el mismo lugar del cielo donde se encuentra, no migra de aquí para allá.
Durante su movimiento retrógrado, los planetas parecen "detenerse" en el cielo en un momento dado,
pero esa detención es respecto al fondo de las estrellas fijas, no respecto a un punto cualquiera de la
Tierra. Los cometas pueden desaparecer efectivamente en parte de su trayectoria, pero es inverosímil
que si previamente se desplazaba de este a oeste (por ejemplo) de golpe decidiera moverse de norte a
sur para señalar el camino a Belén desde Jerusalén.

El final de la historia de Mateo resulta bastante verosímil, de acuerdo a lo que sabemos de Herodes:
buscar al presunto rey "que ha nacido" para liquidarlo físicamente. Herodes no tuvo ningún inconveniente
en hacer asesinar a varios miembros de su familia, incluyendo a su propio hijo Antipater, en el momento
en el que los consideró peligrosos para su poder. No se podía esperar entonces que sintiera especial
consideración o cariño por un potencial rival y pretendiente a su trono, aunque se tratara de un niño de
corta edad. Verosímil, sí, pero no histórico. Aparte de Mateo, la supuesta matanza de los inocentes no
fue registrada por nadie más. Igual que los magos y la estrella.

Fuera de los textos canónicos, encontramos la historia de la estrella en algunos de los evangelios
apócrifos. Pero éstos suelen seguir el texto de Mateo casi a la letra, limitándose a cargar las tintas para
hacer que los acontecimientos parezcan aún más maravillosos. Por ejemplo, en el Protoevangelio de
Santiago (redactado en algún momento del siglo II) leemos lo siguiente:

Y los magos contestaron: "Hemos visto una estrella muy brillante y de un resplandor tan grande que
eclipsaba al resto de las estrellas convirtiéndolas en invisibles". (XXI-2).
Aquí cabría preguntar cómo es que ni Herodes, ni sus sacerdotes y escribas, se dieron cuenta de un
fenómeno tan espectacular hasta que llegaron unos magos a señalárselo.

El Evangelio del Pseudo Mateo (siglo III o IV) repite la historia de Mateo casi textualmente, sin añadirle
mayor cosa. En el Evangelio árabe de la infancia, por su parte, encontramos esta sorprendente
precisión:

Y en la misma hora se les apareció un ángel que tenía la misma forma de aquella estrella que les había
servido de guía en el camino. Y siguiendo el rastro de su luz, partieron de allí a su patria. (VII-1).
En resumen, la única fuente del siglo I que nos habla de magos y estrellas es el evangelio de Mateo; los
apócrifos, más tardíos, no hacen otra cosa que glosarlo; Marcos, Juan y Pablo ignoran el fenómeno;
Lucas, en su propia narración, lo desmiente. Los estudiosos de la Biblia de tendencia literalizante nos
han proporcionado diferentes argumentos (unos buenos y otros que no lo son tanto) para explicar por
separado cada una de esas curiosas omisiones y contradicciones; pero existe también una explicación
mucho más simple: no había estrella y no había magos.

Las tradiciones de la natividad nacieron relativamente tarde, y con unos fines muy precisos. Pablo no las
conoció, y Marcos tampoco; ellos no vieron nada de especial en el nacimiento de Jesús simplemente
porque no había tenido nada de especial. Es más, ni siquiera conocieron la leyenda de su concepción
virginal. Pero en la medida en que el naciente cristianismo entró en conflicto con creencias establecidas
(particularmente con el judaísmo, del que había surgido), y empezó a ser duramente atacado, se hizo
necesario dar explicaciones más o menos plausibles a algunos hechos embarazosos, como que Jesús
no tuviera padre conocido, o que un galileo pretendiera ser descendiente de David.

Tanto Lucas como Mateo intentaron, cada uno a su manera, responder a las acusaciones que se le
hacían en la época a los cristianos sobre el origen de Jesús. Un ejemplo muy gráfico (aunque tardío) de
la postura de los opositores al cristianismo lo encontramos en el ya citado Discurso verdadero de Celso:

Comenzaste por fabricar una filiación fabulosa, pretendiendo que debías tu nacimiento a una virgen. En
realidad, eres originario de un lugarejo de Judea, hijo de una pobre campesina que vivía de su trabajo.
Ésta, culpada de adulterio con un soldado llamado Pantero, fue rechazada por su marido, carpintero de
profesión. Expulsada así y errando de acá para allá ignominiosamente, ella dio a luz en secreto. Más
tarde, impelida por la miseria a emigrar, fuese a Egipto, allí alquiló sus brazos por un salario; mientras
tanto tú aprendiste algunos de esos poderes mágicos de los que se ufanan los egipcios; volviste después
a tu país, e, inflado por los efectos que sabías provocar, te proclamaste dios.
Es muy improbable que Jesús haya nacido en Belén de Judea; en el transcurso de su vida pública, todos
lo identifican como galileo. Incluso la autoridad romana piensa de esa forma, ya que Pilatos lo envía ante
Herodes Antipas (tetrarca de Galilea) al saber que era de la jurisdicción de éste. Mateo y Lucas lo hacen
nacer en Belén para darle alguna base a sus pretensiones mesiánicas, pero sin que haya la menor
coherencia entre las dos versiones: para Mateo, la familia de Jesús vivía en Belén o sus alrededores;
según Lucas, debieron viajar desde Galilea con motivo del tan famoso y nunca demostrado censo. Pero
al final de ambas historias encontramos a Jesús nuevamente en Galilea.
Otro tanto cabe decir de la filiación davídica de Jesús. Aquí, los dos evangelistas incurren en el peligroso
juego de las genealogías. Para Mateo, José descendía de David a través de la línea real, cosa con la
que Lucas no se muestra de acuerdo. ¿Cuál de los dos tiene la razón? Lo más probable es que ninguno.
A este respecto, John Shelby Spong (en su libro Jesús, hijo de mujer) anota:

Jesús no era heredero de ningún linaje real, a pesar del intento de Mateo por presentarlo como aspirante
davídico. Jesús creció en medio de la pobreza. Las gentes de Nazaret lo rechazaron. Los líderes
religiosos de su nación lo hicieron ejecutar. No es ése precisamente el retrato de un miembro de la
realeza. A lo largo de la historia, las narraciones sobre el nacimiento de una persona sólo aparecen
cuando, en su vida adulta, esa misma persona adquiere una gran importancia para la gente que las
produce, o para el mundo en su conjunto. [...] Luego, a medida que la narración se desarrolla, se indica
la importancia futura de esa vida mediante las palabras que se pronuncian, o las señales celestiales que
marcaron su nacimiento, o los acontecimientos milagrosos que lo hicieron posible. Estos detalles
interpretativos se han acumulado alrededor del nacimiento de personajes históricamente famosos [...].
Se ha señalado con frecuencia (y se olvida con igual frecuencia) que los evangelios no son textos
históricos. Y que fueron redactados decenios después de los acontecimientos que narran. En el caso de
Mateo, habían transcurrido por lo menos ochenta años desde el nacimiento de Jesús cuando redactó su
narración de la natividad. A lo largo de esos ochenta años, nadie se decide a hacer notar unos
acontecimientos que de haber ocurrido en realidad hubieran dejado una fuerte impresión en la
imaginación de la gente. Luego, de golpe, alguien se acuerda de un extraordinario fenómeno celeste
acompañado de la no menos espectacular llegada de unos magos de Persia o Media. Pero en su texto,
Mateo nos explica que "el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él". ¿Se turbó toda Jerusalén, y
luego pasan nada menos que ocho décadas hasta que alguien se acuerda de esa turbación?
Obviamente, algo anda mal con la narración de Mateo, si se asume literalmente.
Pero Mateo no estaba haciendo historia. Mateo estaba reinterpretando la historia a la luz de los textos
del Antiguo Testamento. Y en esto era sumamente ingenioso, aunque en muchas ocasiones deja la
impresión de que hace trampa, sobre todo al intentar que "las escrituras se cumplieran" de un modo u
otro, haciéndolas decir lo que precisamente no dicen. Quizás el mejor ejemplo de esto lo encontremos en
sus famosos versículos 22 y 23 de su Capítulo I:
22 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el señor por medio del profeta, cuando dijo:
23 He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es
Dios con nosotros.
Mateo extrae esta cita de Isaías 7,14. Pero en el original hebreo no hay ninguna virgen, simplemente
habla de una "mujer joven"; al parecer, el error viene de los traductores de la Septuaginta. Pero ya se
tratara de una "virgen", o de una "mujer joven", el hecho es que la profecía de Isaías no se refiere para
nada al nacimiento de un Mesías, ni cosa parecida, sino de un signo divino para el rey Ajaz de Judea en
un momento muy preciso del siglo VIII a.C. Ajaz estaba asediado en ese momento por Pecaj y Rasón, y
es muy dudoso que le sirviera de consuelo cualquier anuncio de un Mesías que llegaría unos cuantos
siglos más tarde. De hecho, la profecía de Isaías termina con estas palabras:
Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos
reyes te dan miedo.
Por lo visto, la interpretación que hace Mateo de la misma no podía ser más traída de los cabellos. O en
otras palabras, es completamente gratuita e innecesaria.

Obviamente, si esperamos fidelidad a los hechos, Mateo no es alguien en que se pueda confiar. ¿De
donde sacó la historia de la estrella y los magos? Eso no está claro, pero se ha especulado que sus
fuentes pueden venir de diversos pasajes del Antiguo Testamento, entre ellos Isaías (41,2; 49,7; 60,1;
60,3; 60,6), la historia de Balaam y Balaq (Números) y en la visita de la reina de Saba a Salomón (1
Reyes). Otros acontecimientos más o menos contemporáneos, como la visita de los embajadores
extranjeros a Herodes en el año 9 a.C., y la visita a Roma del rey de Armenia Tiradates en el 66 d.C.
también pueden haber influido (John Shelby Spong Op. Cit.).
En resumen:
El nacimiento de Jesús de Nazaret no revistió ninguna característica especial que hiciera pensar en un
evento sobrenatural, fue un nacimiento más entre muchos otros; Marcos y Pablo, lo mismo que Juan, lo
ignoran simplemente porque no había nada particular que decir al respecto. Las historias de Lucas y
Mateo aparecieron como parte de la polémica entre los cristianos y sus adversarios. Sólo Mateo nos
presenta la historia de la estrella y los magos; pero su testimonio es tardío y muy poco confiable.

Si aplicamos la navaja de Occam, la explicación más simple a la supuesta estrella de Belén no son las
conjunciones planetarias, ni las novas, ni los cometas: sencillamente no existió tal estrella. La narración
de Mateo es una invención muy posterior a los hechos, imaginada para, entre otras cosas, magnificar y
darle una repercusión universal al nacimiento de Jesús, a pesar de que en su momento éste pasó, con
toda razón, inadvertido (y no podía ser de otra forma).

Por supuesto, queda la posibilidad, más bien remota, de que alguno de los acontecimientos
astronómicos señalados al principio haya sido recordado durante mucho tiempo, y que en algún
momento posterior haya sido asociado al nacimiento de Jesús basándose en su proximidad cronológica;
incluso, éste podría ser el origen de la leyenda de la estrella de Belén. O quizás alguien buscó,
pacientemente, en los registros astronómicos buscando un signo celeste que coincidiera con el
nacimiento de Jesús. Puede ser. Pero lo cierto es que para esa época nadie recordaba ni siquiera
cuándo había ocurrido ese nacimiento.

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