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NOCIONES BÁSICAS SOBRE LA ADOLESCENCIA

Y EL YO ADOLESCENTE.

MANUEL E. LÓPEZ G.
Psicólogo U de A.
Docente EAJ
2001
Documento de trabajo para el diplomado en Juventud de la Escuela de Animación Juvenil

SOBRE LA ADOLESCENCIA

El Latin poseía la palabra adulescéntia como referente a la juventud,


proveniente tal vez del término adolésco,is, évi, ultum, ere, que aparece en
algunos diccionarios como “falta de algo, adolesce”, y en otros como “crecer, ir
en aumento, tomar cuerpo, desenvolverse la razón”. Estas definiciones
permiten establecer las dos vertientes desde las cuales culturalmente se piensa
la adolescencia y la juventud. De esta misma manera, es particular la cercanía
que existe entre las palabras adulter, era, erum: alterado, falsificado,
corrompido y adúltus: adulto; sin embargo esto no significa que provengan de
la misma raiz.

El orígen de la palabra adolescencia dentro de las ciencias sociales y humanas


y en particular de la psicología, data de principios del siglo XX con la aparición
en Norteamerica del libro: “Adolescence, it’s Psychology and it’s relations to
Psychology, Anthropology, Sociology, sex, crime, religion and education” del
psicólogo G. Stanley Hall. Sin embargo, de acuerdo con Kaplan (1986), este
hito histórico no puede olvidar los antecedentes que se remontan a la paideia
Helénica, pasando por J.J. Rousseau en el siglo XVIII hasta la Revolución
Industrial de finales del XIX, donde aparece la juventud como fenómeno social.

La adolescencia más que una etapa imaginaria, de características culturales es


un estado del desarrollo psicoevolutivo en el cual el sujeto ya no solo debe
afrontar las demandas de su entorno familiar primario sino las de la sociedad,
así como la elaboración de conflictos intrapsíquicos relacionados con la
definición de su identidad. Las diferentes disciplinas interesadas en el tema del
desarrollo psíquico y comportamental del ser humano han arrojado
interpretaciones teóricas en torno a este fenomeno, enparticular, la psicologia
dinámica y el psiconanálisis.

De acuerdo con ésta última teoría, todas las reacciones comportamentales del
adolescente son comprensibles desde la perspectiva de sus elaboraciones de
duelo, ya que éstas son defensas para la construcción de un discurso propio
que dé cuenta de su Yo y le permita relacionarse y resolver las vicisitudes del
mundo externo. Todas éstas elaboraciones tendrían raiz en los
acontecimientos de la vida temprana del individuo, en su relación con las
figuras parentales, a partir de las cuales según esta teoría se da la introyección
de la ley con la vivencia del fenómeno del Edipo y de la castración simbólica.

De aucerdo con la psicologia dinámica, la adolescencia es caracterizada por la


aparición de mecanismos de defensa en torno al renacimiento del complejo
Edípico, producto del retorno de las fantasías incestuosas movilizadas por la
presencia de los cambios del organismo que permitirían hacerlas realidad; es
decir, lo que antes se fantaseaba hoy cuenta con un soporte corporal para
llevarlo a cabo, con la subsecuente ansiedad por la confrontación moral . Estos
mecanismos se configuran desde dos grandes vertientes: La primera consiste
en desarrollar la agresividad contra los padres (o su versión social, la
autoridad) como una manera de sofocar los fantasmas de la relación
incestuosa que dan origen a ese renacimiento. De esta manera, el alejamiento,
la confrontación, la rabia, permiten ocultar y refrenar los sentimientos
incestuosos. La segunda es desviar la líbido hacia objetos sustitutivos que la
cultura propone, o sea, buscar la identidad, no en las figuras paternas sino en
grandes ídolos, que son a su vez otras manifestaciones de la ley pero sin su
raiz incestuosa.

Desde otras perspectivas, como la de la psicologia cognitiva y la Piagetiana, la


adolescencia es una etapa, fase o momento del desarrollo vital del ser humano
donde se desarrollan las capacidades para pensar en forma abstracta y que es
prefigurada (impulsada) y se interrelaciona con la aparición de los cambios
fisiológicos que permiten la procreación.

La combinación de estos fenómenos fisiológicos y psicológicos llevan al


adolescente a comportarse y a actuar de diversas maneras, en un intento por
comprender y elaborar lo que está viviendo y sintiendo, suscitando una serie de
interpretaciones por parte del mundo adulto y por ende unas disposiciones
sociales.

Tal vez dos palabras puedan englobar todo el fenómeno de la adolescencia:


pérdida y búsqueda, que en términos psicológicos se corresponderían con
duelo y elaboración, donde los duelos, según Aberastury y knobel (1994), se
deben a las pérdidas del cuerpo infantil, del rol y la identidad infantiles, de los
padres de la infancia y de la bisexualidad latente y las elaboraciones se refieren
a los mecanismos de defensa antes mencionados y que se manifiestan en
comportamientos como la tendencia grupal, intelectualidad y fantaseamiento,
crísis religiosas con oscilaciones entre el ateísmo y el misticísmo, actitud social
reivindicatoria con tendencias antisociales o contestatarias, fluctuaciones en el
humor y el estado de ánimo, desubicación temporal y distanciamiento de los
padres, todo asociado, como se dijo, a la introyección de los referentes
simbólicos del Padre, entendido este como las diferentes formas en que se
configura en un individuo la ley, la autoridad, la moral.

Podría decirse que un sujeto deja de ser adolescente cuando tiene un discurso
sobre su Yo, es decir, que responde desde diferentes ámbitos (sexual, político,
social, laboral, moral, físico) a la pregunta ¿quién soy yo?. Es de notar que no
es fácil responder esta pregunta y que por lo general la respuesta nunca es
definitiva, lo cual refuerza la idea de la adolescencia como un estado del
desarrollo psicoevolutivo, no necesariamente ligado al avance cronológico ni a
los alcances del sujeto en su inserción social.

Si bien los cambios de carácter orgánico cada vez aparecen a edades más
tempranas surge la pregunta de si la madurez psicosocial se hace cada vez
más tardía, lo cual podría atribuirse al fenómeno llamado moratoria social, a la
cantidad de información que deben manejar los y las jóvenes, a las exigencias
de un entorno que a la vez que demanda mayor preparación propugna por una
entrada rápida a las cadenas de producción y consumo, al limbo vital que
genera su condición como lugar de destrucción y construcción de identidad y
finalmente a la juvenilización, ese simulacro social de juventud, vivido tanto por
los jóvenes como por los adultos, producto de la exaltación massmediática de
una estética juvenil, más ligada a la apariencia física, las prácticas y la moda
que a una actitud inherente a un estadio psicoevolutivo.

De esta manera lo juvenil se convierte en un modelo a seguir, en una pauta de


consumo social que es equiparada o sustituye peligrosamente el verdadero
sentido de la juventud y que además genera el debilitamiento del discurso de la
etapa siguiente aumentando el deseo de permanencia y presentismo en las
juventudes. La sociedad genera una paradoja donde se le pide al joven que
crezca, que se apersone de una identidad y asuma unas actitudes maduras
(cuando los adultos desearían estar en su lugar) y más aún, obturando o
dificultando su autonomía en el momento en que hacen caso de estas
peticiones. Esta paradoja es una de las grandes generadoras de ansiedad en
los y las adolescentes. Tal vez ellos y ellas se pregunten entonces ¿para qué
crecer?

Por tanto, pubertad y adolescencia por ser fenómenos inherentes a lo


fisiológico y a lo psicológico, siempre han hecho parte del desarrollo humano.
La juventud, entendida como un fenómeno social, es histórica y aparece
principalmente durante el periódo de industrialización del siglo XX, aunque en
todas las culturas se reconoce un tiempo de transición de la infancia a la
adultez, marcado por rituales de paso que acotan su duración en el tiempo. Lo
que varía es el tiempo y las implicaciones sociales del mismo generando una
interactuación entre adolescencia y juventud; es decir, la relación entre los
conceptos de juventud y adolescencia podría entenderse en términos de que la
primera sería la visibilización en lo social de aquellos conflictos internos propios
de la segunda y sus efectos comportamentales en lo social.

El sujeto va siendo adulto en la medida en que realiza las elaboraciones antes


mencionadas, lo cual se traduce en posibilidades y necesidades, de acuerdo a
la lectura que hace de sus condiciones de vida. E. Erickson (1972), en su teoria
sobre las edades del hombre, describe este proceso como la capacidad Yoica
para integrar el horario del organismo con la estructura de las organizaciones
sociales y propone para la juventud dos etapas que son: identidad frente a
confusión de roles, donde el joven se enfrenta al peligro de confundir su rol al
buscar la identidad en personas cercanas e influyentes e intimidad frente a
aislamiento, propia de los jóvenes adultos, donde el deseo por articularse con
otros lucha contra el miedo generado por experiencias que impliquen pérdidas
para su Ego, como el amor, la camaradería o la pertenencia a instituciones.
Todo esto hace de la adolescencia un ritual de paso que puede durar varios
años, convirtiéndose de esta manera en una serie de subculturas que permiten
y configuran una permanencia prolongada.
EL YO ADOLESCENTE

Para hablar del Yo adolescente es necesario referirse a los téminos de


identidad y rol. Identidad es un termino paradójico para definir el conjunto de
referentes históricos, imaginarios y simbólicos que le permiten al sujeto decir
“yo soy”, puesto que la identidad es una diferencia, buscamos parecernos a
algo para ser diferentes de. Según el psicoanálisis, la separación de madre e
hijo por parte del Padre es un acto agresivo que se hace necesario para
introducir al sujeto en la cultura. También según esta teoría, desde su infancia,
aparece en el ser humano la agresividad como una manera de distanciarse
corporalmente del otro, para luego articularse simbólicamente a él pero
diferenciado. Es decir “soy como tu, pero diferente”. Igual ocurre con los roles,
que son los espacios de expresión del Yo en sus diferentes manifestaciones,
que si bien permiten la construcción y fortalecimiento de la identidad, algunos
son asignados, influenciados o elegidos y poseen diferentes jerarquías. Un rol
es el Yo hablando desde un lugar y callando otras cosas no necesarias para
ocupar ese lugar. La construcción del yo juvenil es la resultante de una
negociación entre los intentos de elaboración de los conflictos infantiles, la
satisfacción de los deseos primarios y el lugar que el entorno pretende asignar
a través del mundo adulto con los roles que aprueban y desaprueban. Sin
embargo, la decisión final es elección del sujeto que vive una negociación
interna inconsciente.

Los y las adolescentes presentan unas prácticas y expresiones que ya no son


producto de una ligazón identitaria con los padres, su referente ya no es la
tradición, produciendo sentidos, significaciones y concepciones simbólicas
novedosas o resignificadas, de donde se desprenden las llamadas culturas
juveniles o prácticas, expresiones y consumos. La construcción de un Yo
individual y positivo es inseparable de un “nosotros” en el joven, dado que el
mecanismo de defensa adecuado para resistir la homogenización y el
señalamiento social es el instinto gregario. Sin embargo, el adolescente aunque
no se percibe miembro de una categoría social, conforma grupos que se
oponen y rivalizan con otros. El joven se percibe diverso, con múltiples fuentes
identitarias mientras el mundo adulto tiende a categorizarlo y a homogenizarlo,
con categorías generalmente negativas.

Los fenómenos de adolescencia y juventud han sido modificados de manera


insospechada por la emergencia de una sociedad cada vez más tecnológica,
individualista y basada en un capitalismo democrático que es algo así como “tu
puedes hacer lo que quieras siempre y cuando sea lo que todos hacen y
quieren que hagas” Este sistema se articula a los ejes de la producción y el
consumo, el último de los cuales ha ubicado al joven en un lugar privilegiado
como aquel que tiene tiempo para consumir (no necesariamente comprar) Esto
le permite al joven ubicarse momentáneamente en una identidad yoica
privilegiada: soy consumidor, el centro del sistema, disminuyendo así la
angustia frente a las demás instancias de su discurso, siempre y cuando pueda
consumir; he ahí otro generador de ansiedad.

Pero resulta que otra regla de oro del sistema consiste en que si se produce se
puede consumir y por derecho ser. La publicidad y el sistema de mercado han
hecho, a través de la juvenilización que el joven sea un espectáculo para sí
mismo, es un Yo narciso que se queda contemplándose en el espejo de los
demás y no le importa; Con su deseo liberado por el inmediatismo del sistema
de mercado seduce y es seducido creando un identidad fragmentaria que se
nutre de diferentes variables y fuentes. Ya no es Edipo que descubre el
misterio de su existencia, que se hace viejo y sabio, es narciso
contemplándose eternamente a sí mismo, viviendo hacia adentro pero
nutriéndose de la imagen que introyecta desde fuera.

La psicología debe hablar de un Yo cada vez más fragmentario, plástico, pero


no dividido a un nivel de estado ezquizofrénico, puesto que existe un hilo
conductor de su discurso y una mediación con el entorno, que se identifica
situacionalmente y se concibe a sí mismo como no único, sino obsolescente,
virtual, inmediatista y camaleónico; El mundo adulto podría ver esta nueva
configuración identitaria como desastrosa, como un trastorno de la identidad,
pero no es así, el “nuevo sujeto” adolescente es egosintónico con su condición
aunque también porta la angustia que esta le genera. El y la adolescente
contemporáneo asume literalmente en su comportamiento, en su forma de ser,
al sistema de mercado. Esto ha hecho que los y las adolescentes prefieran en
lugar de las relaciones dialógicas, las relaciones afectivas proximales con las
instituciones mediadoras de socialización (la familia, la política, los medios, la
religión) con quienes balancean un intercambio de capital afectivo y capital
cognitivo; en particular con los padres de quienes esperan más afecto que
consejo. Es decir, se mueven de lo próximo a lo distal desde su Yo, pasando
por los amigos, la familia, la escuela y finalmente las instituciones.(Younis,
En:https://www.ilo.int/public/spanish/region/ampro/cinterfor) Esto es natural, si se
mira desde la necesidad que tienen de reconocimiento y afianzamiento de un
Yo nuevo y nombrado. Los padres ya no pueden explicar el mundo, las
instituciones han perdido legitimidad, solo queda el afecto como respuesta
positiva al miedo Yoico de no ser, de no poder.

En este sentido, los y las adolescentes han perdido el poder y el control


simbólico de su mundo al someterse a los medios de comunicación, a los que
critican y en los que no encuentran espacio o no se sienten reconocidos pero
que tienen como fuente de construcción identitaria a través del consumo. Los
medios son los proveedores de referentes de gustos, estéticas, estilos de vida
e imaginarios para dotar al Yo de contenidos. Además de esto, los medios y en
particular la televisión han configurado una mercantilización del Yo o un Yo
mercantilizado, al crear toda una serie de significaciones y sentidos de lo
juvenil asociadas al consumo y más aún, en una esfera inabordable para el y la
adolescente, a quien la televisión le ofrece todo lo que considera necesario
para la construcción de su identidad pero que no puede alcanzar.

Algo parecido en el sentido del distanciamiento pero a la vez necesario ocurre


con la política. Esta, tanto en los adultos como en los jóvenes carece de
legitimidad, se considera una estructura jerárquica vertical que no permite la
participación. El joven adolescente en sus pugnas internas por establecer el
carácter de lo legal e ilegal, de lo lícito y lo ilícito, del orden y el desorden y de
la gratificación por la via de los méritos, encuentra en la política un referente
externo negativo que no le permite pensarse políticamente a futuro, sino más
bien presentificarse en este aspecto, lo cual detiene el desarrollo de su Yo o lo
construye en torno a la inmediatez de las acciones políticas o sociales, es un
Yo del momento, de la acción inmedita y sus concepciones de justicia pueden
ser extremadamente flexibles. Tanto la televisión como la política prometen un
mundo y la posibilidad de pertenecer a él, pero que al intentar entrar se
encuentra el desfase entre su ficción y la realidad.

Los medios entran a reemplazar virtualmente desde esta perspectiva, el lugar


imaginario del maestro, que es a su vez sustituto de la pareja parental, y que
debía cumplir la doble función de articulador de la ley y transmisor de las
prácticas culturales históricas, es decir, del saber. Es así como el maestro
sujeto y modelo deja de ser ideal del Yo al advertirse la brecha que lo distancia
de los supravalorados principios que el sistema de consumo impone a la
cultura, donde el concepto de educación no está dentro de las dinámicas de
consumo y esta desligado del concepto de información. Es el saber enfrentado
al tener. Yo soy por que sé, es la propuesta de la educación; Yo soy por que
tengo, la del sistema. El adolescente responderá en gran medida a la que le
permita una estabilidad social y una satisfacción de sus deseos internos de ser
como su Yo lo ha imaginado.

FUENTES DE REFERENCIA

Kaplan, L.J. Adolescencia, el adiós a la infancia. Barcelona: Paidós, 1986.

Aberastury, A. y Knobel, M., La Adolescencia Normal, Buenos Aires, Paidos,


1994

Erikson, E. (1972). Sociedad y adolescencia. Siglo XXI. México.

Younis, José A. Identidad, valores y estilos de vida de la población juvenil en la


actualidad.En:https://www.ilo.int/public/spanish/region/ampro/cinterfor/temas/youth/

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