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MENSAJE CUATRO
I. EL SENTIR DE LA VIDA
La vida que recibimos de Dios, mediante la ley del Espíritu de vida, incluye su
propio sentir a través de fuertes impresiones, imágenes, presentimientos e
intuiciones que nos indican lo que el Espíritu nos quiere decir. Si bien la biblia no
habla explícitamente del sentir de la vida, podemos encontrarlo de manera
implícita en el capítulo 8 de Romanos:
Poner nuestra mente y nuestra atención en la carne es muerte, pero el ocuparse del
Espíritu es vida y paz. Tanto la muerte espiritual como la vida espiritual son cosas
que podemos sentir interiormente. Pablo menciona en este pasaje la paz, y esto
denota algo que podemos sentir de manera interna. Cable aclarar que, sentir la paz
no tiene que ver con el ambiente externo, sino con una condición interior.
Todos estos sentimientos, son algunas de las expresiones de una condición interna
de muerte espiritual. Cuando pecamos y hacemos algo que sabemos que no está
bien, nos estamos ocupando de las cosas de la carne, y todos hemos experimentado
alguna vez esa horrible sensación de dolor, de oscuridad, de vacío, de opresión, de
debilidad.
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en
Cristo Jesús Señor nuestro.”
Romanos 6:23
El fruto del pecado es la muerte. Por ende, cuando pecamos sentimos la muerte a
través de diferentes expresiones tales como las mencionadas anteriormente. De la
misma manera, el fruto del Espíritu es vida y paz. Por eso cuando nos ocupamos de
las cosas del Espíritu, sentimos todo lo contrario:
Todo lo que Dios acepta y todo lo que Dios rechaza se evidencia por
medio del sentir de la vida. Si lo que somos y hacemos está en el Espíritu y
concuerda con Dios, la ley del Espíritu de vida nos hará sentir su aprobación, de lo
contrario, nos hará sentir su oposición y rechazo. Todo esto lo realiza de forma
natural y no tiene necesidad de que nadie le indique. Por ejemplo:
“Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles,
que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido,
ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su
corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la
lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza.”
Efesios 4:17-19
Con suma urgencia necesitamos atender y conocer la vida que portamos en nuestro
interior. La ignorancia es uno de los peores enemigos de los hijos de
Dios. No ignorancia en términos de inteligencia, sino en cuanto al peligro de no
conocer lo que Dios nos dio a través de la vida de Cristo.
Una de las peores consecuencias de no conocer la vida de Dios, junto con el
entendimiento entenebrecido y el corazón duro, es perder toda la sensibilidad para
terminar andando en la vanidad de la mente y los deseos pecaminosos de la carne.
Perder la sensibilidad, significa perder el sentir de la vida de Dios.
II. LA OBEDIENCIA
Cuando Dios lo llamó a Abraham, solo le dio el primer sentir: “Vete de tu tierra y
de tu parentela, y de la casa de tu padre”. Después de dejar todo eso, recién ahí
Dios le mostraría la tierra a la cual debía ir. Cuando obedecemos al primer
sentir del Espíritu, quedamos en posición para recibir el siguiente
sentir.
“Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a
José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece
allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para
matarlo.”
Mateo 2:13
Cuando Dios le dijo a José que lleve a Jesús a Egipto y permanezca allí, solo le dio
el primer sentir y le dijo que permanezca allí hasta que le indique el próximo sentir.
Así podemos encontrar miles de ejemplos en las escrituras. Sin embargo, el punto
es el mismo. Dios no nos da muchas instrucciones a la vez, nos dará una por una.
Esto genera una estrecha dependencia hacia Dios.
Cabe aclarar que esta ley de vida no solo aplica para lo que debemos hacer, sino que
también aplica para lo que no debemos hacer. Muchas veces, nos proporciona un
sentir negativo haciéndonos sentir incómodos o inseguros frente a una situación
que se oponga a lo que Dios desea.