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ÍNDICE

PRIMERA PARTE (MÓDULO 5)

¿QUÉ ES EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU?

Tema 1: PROFUNDIZAR EN EL MISTERIO DEL ESPÍRITU SANTO 3


Tema 2: EL BAUTISMO O EFUSIÓN EN EL ESPÍRITU 7
Tema 3: BAUTISMO EN EL ESPÍRITU, LA VOZ DE LA IGLESIA 12
Tema 4: BASES BÍBLICAS PARA ENTENDER EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU 13

SEGUNDA PARTE: (MÓDULO 6)

¿CÓMO VIVIR EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU?

Tema 1: ANTES DE LA EXPERIENCIA DEL BAUTISMO DEL ESPÍRITU 15


Tema 2: DURANTE EL MOMENTO DE LA EXPERIENCIA 17
Tema 3: COMENTARIO SOBRE LA EFUSION DEL ESPÍRITU 20

BIBLIOGRAFÍA 22

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Tema 1: PROFUNDIZAR EN EL MISTERIO DEL ESPÍRITU SANTO

“Dios nos reveló todo eso por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo
penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios.
¿Quién puede conocer lo más íntimo del hombre, sino el Espíritu del
mismo hombre?
De la misma manera, nadie conoce los secretos de Dios, sino el Espíritu
de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que viene de Dios, para que reconozcamos los dones gratuitos
que Dios nos ha dado.”
(1 Cor. 2, 10-12)

De la mano del Espíritu profundizamos el misterio. No para


abarcar el misterio, pues sabemos que es imposible, sino más
bien, para dejarnos abarcar por él, para que el misterio nos
abarque… nos llene… nos traspase… nos sobrepase… nos
encienda… nos transforme… En definitiva, para que el Espíritu
renueve en nosotros esa experiencia carismática fundante: el
Bautismo en el Espíritu, que Dios nos ha regalado y a partir del
cual, hemos comenzado a caminar en esta corriente de gracia
que es la Renovación Carismática Católica.

Para adentrarnos al misterio del Espíritu, en primer lugar no podemos concebirlo fuera de la
Trinidad misma de Dios. Creemos en ese Dios que es “el primero y el último (Is. 44,6), que es
principio y fin de todo. “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del
camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo se
revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado y se une con ellos”. (CIC, N°
234)

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“Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo.
Este, que actuó ya en la Creación y “por los profetas”, estará ahora junto a los discípulos y en
ellos, para enseñarles y conducirlos “hasta la verdad completa” (Jn. 16,13). El Espíritu Santo es
revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.” (CIC, N° 243) y en el
número siguiente expresa: “...el Espíritu Santo es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto
por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al
Padre. El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el
misterio de la Santísima Trinidad.”

UNA MIRADA EN EL CREDO

“Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida” (del Credo de Nicea-


Constantinopla)

Nuestro Catecismo expresa en su número 246 nuestra profesión de fe: “Creo en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo”. El Espíritu Santo tiene su
esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del
Otro como de un solo Principio y por una sola espiración… El Espíritu Santo, que es la tercera
persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma substancia y
también de la misma naturaleza. Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la
vez el Espíritu del Padre y del Hijo”. El Credo del Concilio de Constantinopla también confiesa:
“y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”.

Necesitamos tomar conciencia que el Espíritu Santo es una


persona, es un “alguien”…
Esto es importante porque al expresarnos en nuestras
catequesis, en Seminarios de Vida, en diversas enseñanzas,
usamos símbolos muy bonitos, por cierto, diciendo que el
Espíritu Santo es brisa, es fuego, es agua viva, es paloma,
es unción. Y cuando usamos los símbolos para expresar las
acciones del Espíritu para indicar lo que Él hace, podemos
caer en el peligro de que se diluya la primera gran verdad:
que el Espíritu Santo es persona, es la tercera persona de
la Santísima Trinidad, no es un símbolo. Eso es lo que nos
dice el Credo. Él -ha sido enviado a nuestros corazones (Gál. 4,6) a fin de que recibamos la
nueva vida de hijos de Dios- Y, como es una persona, tenemos que estar convencidos que
podemos entablar con “ÉL” un diálogo, una relación de afecto, cariño, intimidad. Y es lo que
experimentamos en esta corriente de gracia y por lo que no nos cansamos de dar gracias a
Dios.
“El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como
conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom. 8, 26). El
Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración.” (CIC N° 741).
El Papa Francisco nos recuerda lo que profesamos en el Credo: “el Espíritu Santo es Dios,
Señor y dador de vida. Él es la fuente inagotable de la vida divina en nosotros. Él es el agua
viva que Jesús prometió a la samaritana para saciar siempre la sed, para colmar los anhelos
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más profundos y más altos del corazón humano.
Porque Jesús ha venido para que tengamos vida y
vida abundante. El Espíritu Santo, que procede del
Padre y del Hijo, Cristo lo ha derramado en el corazón
para hacernos hijos de Dios y para que nuestra vida
sea guiada, animada y alimentada por Él. Esto es
precisamente lo que entendemos al decir que “el
cristiano es un hombre espiritual”: una persona que
piensa y actúa siguiendo la inspiración del Espíritu
Santo. Así la existencia del cristiano (dice San Pablo)
es animada por el Espíritu Santo y rica en sus frutos
que son: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio
de sí.
El don precioso del Espíritu Santo es pues, la vida misma de Dios en cuanto a verdaderos hijos
suyos por su adopción.” (Audiencia general: El Papa explica la fe en el Espíritu Santo -
08/05/13).

San Josemaría Escrivá de Balaguer refiriéndose en una de sus homilías nos enseña que “es
el Espíritu Santo es quien continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo, para que sea –siempre y
en todo– signo levantado ante las naciones, que anuncia a la humanidad la benevolencia y el
amor de Dios. Por grandes que sean nuestras limitaciones, los hombres podemos mirar con
confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de nuestros
pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la
anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y de esa paz que Dios nos depara.”

Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad; dejar que Dios tome
posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida. Una
vida cristiana madura, honda y firme; es algo que no se improvisa, porque es el fruto del
crecimiento en nosotros de la gracia de Dios. En los Hechos de los Apóstoles, se describe la
situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase breve, pero llena de sentido:
perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción del
pan y en la oración.

También nosotros, como aquellos primeros que se acercaron a San Pedro en el día de
Pentecostés, hemos sido bautizados. En el bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión
de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo. El
Señor, nos dice la Sagrada Escritura, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo,
renovándonos por el Espíritu Santo, que Él derramó copiosamente sobre nosotros por
Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de
la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos. (Tit 3, 5–7.)

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El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa
Pontificia, reflexionó sobre lo que quiere decir “Creo en el
Espíritu Santo”, explicando que la mayor novedad del post
Concilio, en la teología y en la vida de la Iglesia, tuvo un
nombre precioso: el Espíritu Santo.

“...El Espíritu Santo, no es un pariente pobre de la


Trinidad. No es un simple -modo de actuar- de Dios, una
energía o un fluido que atraviesa el universo como
pensaban los estoicos; es una relación subsistente, por lo
tanto una persona y la Renovación Carismática es uno de los muchos signos –el más evidente
por la inmensidad del fenómeno– del despertar del Espíritu y de los carismas en la Iglesia.

De este modo nos podemos preguntar primero: ¿Qué vida da el Espíritu Santo? Da la vida
divina, la vida de Cristo. Una vida sobrenatural, no una super-vida natural. Segundo: ¿Dónde
nos da tal vida? en el bautismo, que es presentado de hecho como un renacer del Espíritu, en
los sacramentos, en la palabra de Dios, en la oración, en la fe, en el sufrimiento aceptado en
unión con Cristo. Tercero: ¿cómo nos da la vida, el Espíritu? haciendo morir las obras de la
carne…”

El Espíritu Santo –ha explicado– quedará siempre el Dios escondido, también si logramos
conocer los efectos. Él es como el viento: no se sabe de dónde viene y adonde va, pero se ven
los efectos cuando pasa. Es como la luz que ilumina todo lo que está delante, quedando esa
escondida. Es la persona menos conocida y amada de los Tres, a pesar de que sea el Amor en
persona. “Nos resulta más fácil pensar en el Padre y en el Hijo como “personas”, pero es más
difícil para el Espíritu”, ha advertido. Por esta razón, ha asegurado que “comprenderemos
plenamente quién es el Espíritu Santo solamente en el paraíso”.

Para profundizar: https://es.zenit.org/articles/comprenderemos-plenamente-quien-es-el-espiritu-


santo-solamente-en-el-paraiso/

Haciendo una reflexión de las palabras del padre Raniero, a través de nuestra experiencia
como orantes, descubrimos que alabamos y glorificamos al Padre y al Hijo, en relación a
nuestro encuentro personal con ellos.
Pero en este caminar en la Renovación, vivenciamos que el Espíritu Santo no es un
desconocido, lo cual nos invita a alabarlo junto con el Padre y el Hijo, con la misma intensidad.
Así entonces, glorificar a la Santísima Trinidad.

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TEMA 2: EL BAUTISMO O EFUSIÓN EN EL ESPÍRITU

El Padre Eduardo Toraño López (Sacerdote de la Diócesis de Madrid) nos lo explica de la


siguiente manera:

La “efusión del Espíritu” marca la experiencia original de la Renovación Carismática, aunque no


es exclusivo de ella, ya que desde la primera efusión del Espíritu dada en Pentecostés es una
realidad que se ha dado en la vida de la Iglesia a los que se han abierto al Espíritu. En los
inicios de la Renovación Carismática se la denominó “bautismo en el Espíritu”, pero en general
hoy se prefiere hablar de “efusión del Espíritu” para evitar la confusión de esta experiencia con
el sacramento del Bautismo. En cualquier caso, ambas terminologías son válidas.

¿Qué es la efusión del Espíritu?

La efusión del Espíritu es una experiencia espiritual por la cual la persona es transformada por
la acción del Espíritu Santo. Esta es la definición esencial.

La efusión del Espíritu es, ante todo, una experiencia profunda del amor de Dios, que es lo
único que puede sanar, cambiar y transformar al hombre. El cardenal Suenens en el primer
Documento de Malinas la define así: Según el testimonio de los que han vivido esta
experiencia, cuando el Espíritu, recibido en la iniciación bautismal, se manifiesta a la conciencia
del creyente, este experimenta a menudo un sentimiento de presencia concreta. Este
sentimiento de presencia corresponde a la percepción viva y personal de Jesús como Señor.
En la mayor parte de los casos, este sentimiento de presencia está acompañado de la
experiencia de un poder espontáneamente identificado como la fuerza del Espíritu Santo (Hech
1,8; 10,38; Rom 15,13; 1 Cor 2,4; 1 Tes 1,5).

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Esta fuerza se siente en relación directa con la misión y se manifiesta como una fe animosa,
vivificada por una caridad que capacita para emprender y realizar grandes cosas por el Reino
de Dios.

En resumen, esta experiencia es la de la inmediación personal del amor divino y de la fuerza


del testimonio misionero. Los que no conocen la Renovación sino externamente, confunden a
menudo la expresión de una experiencia profundamente personal con una especie de
sentimentalismo superficial. Pero esta experiencia de la fe concierne a toda la persona: a su
inteligencia, a su voluntad, a su corporeidad, a su afectividad y también incluye su parte
emocional, porque se dirige a “cristianizarla” por entera.

La efusión es la vivencia consciente de la presencia del Espíritu que penetra por completo a la
persona derramando su amor. Es una vivencia envolvente y totalizante, que invade todo el ser,
de modo que se puede experimentar la experiencia paulina: “no vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí” (Gál. 2, 20). Así, la persona reconoce que no se pertenece a sí misma, sino
que es toda de Dios: su cuerpo y su alma, sus pensamientos, sentimientos, instintos, acciones,
todo su ser quedan tomados por el Señor y se rinde completamente a Dios, entregándose
totalmente a Él.

¿Quién actúa en la efusión del Espíritu?

El que actúa es el Espíritu Santo, en unidad trinitaria con el Padre y el Hijo. La persona no tiene
que hacer nada, sino sólo dejarse hacer por el Espíritu, en actitud de abandono para que Dios
actúe sin oponer ninguna resistencia a su obra.

El Espíritu penetra en el corazón tomando por completo a toda la persona, la posee de tal
manera que queda envuelta en la presencia divina, la invade de tal modo que, sin dejar su
identidad, pasa a tener una identidad nueva.

El que recibe la efusión no deja de ser él mismo, pero ya no es lo mismo.

¿Qué es la oración de efusión del Espíritu?

La efusión del Espíritu puede darse en cualquier momento, en multitud de modos, lugares y
expresiones, pues el Espíritu no se ata a ninguna forma o estructura.

Sin embargo, hay momentos específicos en los que se pide al Espíritu que se derrame y esto
es lo que llamamos la “oración de efusión”.

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La efusión es la actualización existencial de las gracias ya recibidas en los sacramentos de la
iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) o una preparación para los mismos si
no se han recibido. A través de los sacramentos recibimos la gracia del Espíritu de un modo
objetivo, pues los sacramentos son “constitutivos de la vida cristiana” (Carta de la
Congregación para la Doctrina de la fe Iuvenes Cit Ecclesia n.13). Pero esta gracia recibida en
los sacramentos tiene que ser cuidada, cultivada y desarrollada.

En este sentido, podemos equiparar la oración de efusión del Espíritu con un sacramental,
que es una acción eclesial que prepara para los sacramentos o los actualiza de modo vivencial.

Con el fin de prepararse a esta oración de efusión se dan Seminarios de Vida en el Espíritu,
cuya finalidad es realizar un proceso de conversión para reconocer a Jesús como el único
Señor de la propia vida. Se trata de la enseñanza kerigmática básica en la que abrimos el
corazón al amor de Dios, reconocemos nuestro pecado y declaramos a Jesús como nuestro
único Señor y Salvador, que nos sana, perdona y nos entrega su Espíritu para vivir en
comunidad. La oración de efusión se hace en comunidad, la asamblea reunida invoca al
Espíritu Santo para que descienda sobre los que van a recibir la efusión, mientras algunas
personas discernidas se acercan a cada hermano para orar individualmente por él, pidiendo al
Espíritu que se derrame abundantemente y de un modo nuevo y lo pueda acoger en su vida
concreta. Este gesto de imposición de manos no es consacratorio (como en el sacramento del
Orden), ni de intercesión o sanación, sino que es “invocatorio” (R. CANTALAMESSA, La sobria
embriaguez del Espíritu, 47-48), se trata de un signo de fraternidad cristiana como expresión
visible de “la solidaridad de la comunidad en la oración para que el Espíritu, ya presente, se
vuelva más activo en su vida” (J.-M. LE GUILLOU, Los testigos están entre nosotros, 188).

¿Qué disposiciones son convenientes para recibir la efusión?

Aunque podemos recibir la efusión del Espíritu por el poder divino sin ninguna acción de
nuestra parte, Dios respeta nuestra libertad y no se impone contra nuestra voluntad.

Por eso, para recibir la efusión del Espíritu es conveniente la apertura de corazón, la
disponibilidad, la humildad, el abandono, pedir con fe incesante, pues Jesús nos ha
prometido que si pedimos el Espíritu Santo se nos concederá (Lc 11,9-13).

¿Qué efectos produce la efusión?

El efecto principal de la efusión es que la persona experimenta un cambio transformante


gracias a la presencia y el poder del Espíritu Santo. Esta transformación le conduce a una vida
nueva, que supone una continua conversión, como fruto de la experiencia del encuentro con
Jesús vivo, y un vivir en “la gloria del Padre, el señorío del Hijo y el poder del Espíritu Santo”

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(primer Documento de Malinas), honrando al Padre con la alabanza, reconociendo a Jesús
como el único Señor de la vida (Hech 2,36) y viviendo con la fuerza del Espíritu.

Esta transformación en el Espíritu permanece, en lo fundamental, para siempre.

A partir de aquí la persona descubre una nueva dimensión en la experiencia de Dios,


experimenta una renovación en su vida, aún cuando siga teniendo sus dificultades y caídas por
la fragilidad de la condición humana. El que ha recibido la efusión reconoce que a partir de esta
experiencia hay un antes y un después, con una mayor confianza en el amor misericordioso de
Dios, una mayor apertura a la gracia y una mayor libertad interior.

Los efectos de la efusión se dan en los frutos del Espíritu Santo: “amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (cf. Gál. 5, 22-23) (cf. CIC N°
1832). Estos se concretan en un gran deseo de Dios, un aumento del anhelo de estar con
Él, el gusto por la Sagrada Escritura y lecturas espirituales, la búsqueda de tiempos de
oración, el deseo de recibir la Eucaristía…

Otro reflejo característico de esta percepción, de poder y presencia, es la intensificación de la


vida de oración, con un atractivo especial por la oración de alabanza, lo cual es para muchos
un acontecimiento nuevo en su vida espiritual.

Esta experiencia de renovación se siente a veces como una especie de resurrección y se


expresa gustosamente en términos de alegría y entusiasmo. Esto no debe hacer olvidar que,
según San Pablo, la experiencia del Espíritu puede también situarse del lado de la debilidad y
de la humillación (1 Cor 1,24-30), en la sobriedad y la fidelidad de los ministerios “normales” (1
Cor 12,28). Lleva también a la experiencia de la cruz (2 Cor 4,10) y debe realizarse en una
conversión (metanoia) continua y en la aceptación del sufrimiento redentor (Primer Documento
de Malinas).

Junto a la alabanza y la adoración, la efusión del Espíritu lleva al servicio a la Iglesia y al


mundo a través del anuncio del kerigma para la nueva evangelización: “Bautismo en el Espíritu
Santo, alabanza, servicio del hombre. Las tres cosas están indisolublemente unidas”
(FRANCISCO, Discurso en la Vigilia de Pentecostés (3 de junio de 2017).

Podemos resumir los frutos del “bautismo en el Espíritu” en algunas características que Pablo
VI observó en la Renovación cuando estaba en sus inicios: El gusto por una oración profunda,
personal y comunitaria; un retorno a la contemplación y un énfasis puesto en la alabanza de
Dios; el deseo de entregarse totalmente a Cristo; una gran disponibilidad a las inspiraciones del
Espíritu Santo; una frecuentación más asidua de la Escritura; una amplia abnegación fraterna;
la voluntad de prestar una colaboración a los servicios de la Iglesia. En todo esto podemos
conocer la obra misteriosa y discreta del Espíritu que es el alma de la Iglesia (PABLO VI,

10
Discurso a los dirigentes de la Renovación Carismática Católica con ocasión de la Primera
Conferencia Internacional de Dirigentes,10 de octubre de 1973).

¿Qué manifestaciones se dan en la efusión?

Los frutos del Espíritu que se dan en el interior


de la persona es lo primordial y perdurable,
pero estos también se traslucen al exterior.
Puede verse reflejado en el rostro y la actitud
de la persona: la paz de Dios, la alegría que
irradia, el amor que comunica, la paciencia, la
bondad, la afabilidad, etc. La persona no deja
de tener su carácter y sus peculiaridades personales, pero en ella se refleja la gloria de Dios de
un modo sencillo y se manifiesta a través de sus obras.

También puede haber expresiones sensibles, por las que en un momento concreto la persona
se siente invadida por el Espíritu Santo y experimenta una conmoción interior. En este
momento se pueden dar las lágrimas, que son como el agua del Espíritu que inunda el corazón
y se desborda por los ojos. Hay personas que sienten una especie de escalofrío que recorre
todo el cuerpo, algunos experimentan calor en el pecho o en otras zonas como las manos, se
pueden dar movimientos involuntarios del cuerpo, como si uno hubiera perdido el control del
mismo, puede uno entrar en una relajación profunda en la que sigue siendo consciente, pero
queda como sin fuerzas invadido por el poder de la presencia del Espíritu que le llena de paz
profunda (a esto se le llama “descanso en el Espíritu”). En fin, puede haber diversas
manifestaciones sensibles, pero su importancia es relativa, ya que lo esencial no es lo
exterior, sino lo interior. (Lc 11, 39-40; Mc 7, 21ss).

En cualquier caso, la eficacia de la efusión del Espíritu no se valora por las sensaciones
inmediatas, sino por los frutos que se manifiestan en la vida cotidiana, al desear vivir más en
Dios, buscándole, amándole, uniéndonos cada vez más a Él, con sed de su Palabra, de los
sacramentos y de vivir todas las situaciones en su amor.

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Tema 3: BAUTISMO EN EL ESPÍRITU, LA VOZ DE LA IGLESIA

San Juan Pablo II:

“Bautizar en Espíritu Santo” significa regenerar la humanidad con


el poder del Espíritu de Dios: es lo que hace el Mesías, sobre el
que, como había predicho (Is 11, 2: 42,1), reposa el espíritu
colmando su humanidad de valor divino a partir de la
encarnación hasta la plenitud de la resurrección tras la muerte
en la cruz. (cf. Jn 7. 39; 14, 26; 16, 7-8; 20, 22; Lc 24, 49).
Adquirida esta plenitud, el Mesías Jesús puede dar el nuevo
bautismo en el Espíritu del que está lleno (cf. Jn 1, 33; Hch 1, 5). De su humanidad
glorificada, como de un manantial de agua viva, el espíritu se difundirá por el mundo (cf.
Jn 7, 37-39; 19, 34; cf. Rm 5, 5). Este es el anuncio que hace el Bautista al dar
testimonio de Cristo con ocasión del bautismo, en el que se funden los símbolos de agua
y del fuego, expresando el misterio de la nueva energía vivificadora que el Mesías y el
Espíritu han derramado en el mundo. (Juan Pablo II, L Obsservatore Romano, 09-10-
89).

El P. Salvador Carrillo Alday expresa:

“El bautismo en el Espíritu es una efusión más, una nueva efusión


del Espíritu Santo que pone en actividad el rico potencial de gracia
que Dios ha dado a cada uno, según la propia vocación y según el
carisma personal del estado propio de la vida. Esta nueva efusión
del Espíritu Santo, con toda la riqueza de su gracia, obra en la
persona una conversión interior radical y una transformación
profunda en su vida; le da una luz poderosa para comprender mejor
el misterio de la Dios; lo impulsa a un nuevo compromiso personal
con cristo y a una entrega sin restricciones a la acción del Espíritu
Santo; le comunica los dones y carismas necesarios para cumplir su misión eclesial y le
confiere una fuerza divina para dar testimonio de Jesús en toda circunstancia, mediante
el ejemplo y la comunicación de la palabra de Dios.”

El Padre Francis Sullivan S.J., ha hecho un gran aporte a la comprensión de


este tema conectándolo con la tradición católica mediante un texto de Santo
Tomás de Aquino (Summa Teológica, Primera Parte, cuestión 43, art. 5, ad 2;
art. 6, ad 2). En esta cita Santo Tomás describe admirablemente la
experiencia del bautismo en el Espíritu como una gracia en la que “Dios viene
a donde ya está”. Es una nueva forma de su presencia, pero esto no por un
cambio real en Dios -que es inmutable- sino por un cambio real en la criatura
que lo recibe. La criatura comienza a tener una nueva relación, un nuevo
modo de estar unida con Dios. Con esta aclaración hay que frases como: “Yo
rogaré al Padre y “ÉL” les enviará otro consolador, para que esté siempre con ustedes.
Ustedes lo conocen porque ÉL permanece con ustedes.” (Jn 14, 16ss)

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Por lo tanto, podemos decir que el Paráclito es enviado a nosotros cuando comenzamos a
tener una nueva relación con él, como persona, que ya estaba íntimamente presente en
nosotros por el amor que ÉL ha derramado en nuestros corazones. Esto incluye también un
nuevo modo de conocerlo, y Santo Tomás recalca que no puede ser “un nuevo conocimiento
especulativo sino experiencial”. Uno puede, decir que recibe el Espíritu tantas veces cuantas se
produzca un nuevo avance de la gracia. Por ejemplo “cuando uno avanza a la gracia de obrar
milagros o de profetizar o al ardiente amor de Dios para ofrecer su vida como mártir o renunciar
a todas sus posesiones o sobrellevar algún otro acto heroico semejante”.

Por eso la experiencia del bautismo en el Espíritu puede


llamarse también Efusión1 del Espíritu pues es un aflorar en la
superficie, gracias a la acción del Espíritu, lo que está presente
pero escondido en el alma del creyente, es un poner en acto lo
que estaba en potencia desde el bautismo sacramental, es,
digámoslo de nuevo, un venir de Dios a donde ya estaba.

Tema 4: BASES BÍBLICAS PARA ENTENDER EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU

🕮 En el libro de los Hechos (1,5), Cristo anticipó Pentecostés como una experiencia de
"bautismo en el Espíritu". Este acontecimiento fue definitivamente una experiencia
religiosa: estaban en oración, recibieron la Efusión del Espíritu Santo con
manifestaciones externas y gran gozo, hablaron en lenguas y una poderosa unción
para la predicación que traspasaba los corazones. (Hech. 2, 1-4; 5-13)

🕮 Este don del Espíritu Santo puede recibirse después de recibir el sacramento del
bautismo. Esto es lo que ocurrió a los discípulos de Samaria. (Hech. 8, 14-17)

🕮 Pedro considera la experiencia religiosa de Cornelio y su familia, en la misma línea al


don del primer Pentecostés. Éstos, escuchando la predicación de Pedro recibieron un
bautismo en el Espíritu y después se les impartió el sacramento. (Hech. 10, 44-48)

🕮 El bautismo en el Espíritu a menudo se describe como un “revivir”, como una


“renovación”, una actualización de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, un
“avivar la llama” del don ya recibido. (2 Tim 1,6-7)

🕮 El Espíritu Santo nos otorga la gracia de comprender a Jesucristo: pensar como Él, amar
como Él (1 Cor 2, 11-16) y sentir (Flp 2,1-5). Por lo tanto, imitar las obras que Él hizo
(Jn 14,12-14).

1
Efusión: o su verbo “efundir” puede traducirse como “brotar, aparecer en la superficie, aflorar, derramarse, licuarse,
ablandarse, etc”
13
También San Pablo nos enseña que Cristo ofrece al hombre una nueva vida en el poder
del Espíritu Santo.

🕮 Es el espíritu de Poder: (1 Cor 2,4 ; Rom 15, 18-19)


🕮 Nos ayuda a orar (Rom 8,26)
🕮 Nos libera de la carne y el pecado (Rom 8,9)
🕮 Nos revela la sabiduría de Dios (1 Cor 2,7-10; Jn. 14,26)

En todo el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos con claridad la actividad del
Espíritu Santo en la Iglesia naciente. Se lo ha considerado muchas
veces, el evangelio del Espíritu Santo.

Desde la primera página, el Espíritu Santo se manifiesta de forma


sorprendente, incluso extraña, pues sus intervenciones no son sólo
numerosas, sino inesperadas, fulgurantes a veces. Visiblemente, Él es
quien pone en juego y anima tanto a los apóstoles como a la comunidad
de fieles. Interviene en los detalles de la vida cotidiana de la Iglesia y de su
expansión por el imperio romano. Dirige a los apóstoles a dónde ir, a quién
predicar, bautizar, en qué pueblo entrar o no ir. Conduce el gran
proyecto apostólico.

🕮 Él es quien santifica, perfecciona a los cristianos. Su gran misión es la de santificar

el alma, haciéndola a imagen de Cristo, con sus mismos sentimientos, palabras,

acciones.

🕮 Él es quien alienta, dicta las palabras e inspira las audacias apostólicas (El Espíritu

Santo dijo a Felipe: acércate y ponte junto a ese carro).

🕮 Es la fuerza de los mártires (Esteban lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y

vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios).

🕮 Conduce (el encuentro entre Pedro y Cornelio, guiado por el Espíritu Santo).

🕮 Elige, escoge, llama (misión de Pablo y Bernabé).

🕮 Es la alegría de los perseguidos y su seguridad (Pablo y Bernabé entre los paganos).

🕮 Es guía en las decisiones (en la Iglesia naciente).

🕮 Orienta en el camino, dirige la acción misionera (traza la ruta de los apóstoles en su

misión; los guía, los mueve y los detiene)

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TEMA 1: ANTES DE LA EXPERIENCIA DEL BAUTISMO DEL ESPÍRITU

“Saber esperar, saber invocar...” era el consejo del Papa Pablo VI en Pentecostés de 1975. Por
eso aprovecharemos para presentar el Bautismo en Espíritu con las mismas palabras de Pablo
VI, a diez mil congresistas de la RCC en aquella ocasión:

“Quisiéramos nosotros hoy, no sólo poseer inmediatamente al Espíritu Santo, sino


también experimentar los efectos sensibles y prodigiosos de esta maravillosa presencia
del Espíritu Santo dentro de nosotros. Porque sabemos que el Espíritu Santo es luz, es
fuerza, carisma, infusión de una vitalidad superior, capacidad de superar los límites de la
actividad natural, es riqueza de dones (los célebres siete dones, que hacen rápida y ágil
la acción del Espíritu Santo coordinada con el completo sistema psicológico humano), es
riqueza de frutos espirituales que adornan bellamente el fértil jardín de la experiencia
cristiana.”

El Bautismo en el Espíritu se trata, entonces, no sólo de poseer por la gracia santificante


(habitual) al Espíritu Santo, sino de experimentar sus efectos sensibles y prodigiosos. El mismo
Papa nos estimula, pues, a desear una experiencia sensible y prodigiosa. En cambio, en
tiempos pasados, se miraba con miedo y desconfianza el concepto de experiencia espiritual.
El mismo Pablo VI nos describe lo que nosotros
quisiéramos hoy:

— Infusión de una vitalidad superior.


— Capacidad de superar los límites de una actividad
natural.
— Luz, fuerza, carisma.
— Frutos y dones.

La preparación no es algo superficial, aún cuando el gran don del Espíritu Santo es gratuito y
puede infundirse en nosotros con el ímpetu de su viento, con el ardor de su fuego, como
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ocurrió en aquel día grandioso e histórico del primer Pentecostés de nuestra Iglesia.
El don de Dios se derrama a veces sin previo aviso, porque el viento sopla donde quiere: es
una gracia (Jn. 3, 8). De todos modos es necesaria nuestra disposición para recibirlo.
En primer lugar necesitamos la disposición, la apertura de corazón, el deseo de “querer”
recibirlo. Es importante disponernos a recibir el don del Espíritu, aunque debe quedar claro que
esto no consiste en una técnica o método, ya que Dios obra como
quiere, en quien quiere, cuando quiere.

Junto a esta disposición de corazón, se une el abandono incondicional


a la acción del Espíritu, la entrega con fe (a imitación de María). Para
ésto, es importante realizar un sincero recogimiento: el silencio interior.
El encuentro con el Espíritu Santo Santificador, aunque deja sus
huellas por todas partes en la escena de las cosas exteriores, para
quien sabe escuchar, tiene lugar en el secreto del corazón donde se
atesora la Palabra del Señor, donde el hombre es él mismo.
Por eso los Apóstoles junto a María, perseveraban unidos en la
oración, esperando el gran día.
Al silencio, pues, se une la oración que, en la expresión tradicional de
la Iglesia, toma la forma de una imploración, de una invocación, de un
deseo:
¡Ven, ven Espíritu Santo!
¡Ven Espíritu Santo!

Junto a la disposición de corazón, a ese abandono al Espíritu Santo, es necesaria la actitud de


FE, tener la certeza de que Dios va a cumplir su promesa, dando su Espíritu a todos los que
con corazón abierto se lo pidan. Jesús lo prometió y no puede fallar y eso está garantizado por
su misma palabra. “Fiel es el que os llama y es él quien lo hará.” (1Tes. 5,24). Es el mismo
Mesías quien va a pedir a su Padre el Espíritu Santo para cada uno de nosotros. La oración es
la oración de Jesús, en su Nombre. Por eso estamos seguros de que vamos a recibir el Don de
Dios.
Ciertamente no tenemos que pensar: “yo no merezco el Don del Espíritu Santo” ya que,
ninguno de nosotros lo merece. Pero Cristo Jesús, Hijo Amado del Padre, lo mereció por cada
uno de nosotros y es por eso que lo entrega. Él, con su muerte y resurrección, lo ganó y lo
ofrece.
Es por eso que nosotros no vamos a pedir, sino agradecer. Nuestra oración será entonces, de
alabanza y acción de gracias, abriendo el corazón y si el Señor quiere, nos dará también el
poder alabarlo con sonidos inefables: oración en lenguas.
La actitud primordial no debe ser la de entregarte o consagrarte a Dios. Al contrario, la actitud
es la de recibir a Dios, la de recibir el Don del Espíritu. No somos nosotros quienes vamos a
Dios. Es Dios que viene a nosotros. Más que una actitud activa, debe ser pasiva: dejar hacer
al Señor lo que Él quiere. Todo corre por su cuenta, por eso nos abandonamos en sus
manos.
Por consiguiente, el corazón debe estar en paz y tranquilo. Sin miedo ni ansiedad. Sin
nerviosismo o temor. Simplemente va a ser un abrazo del Dios amoroso que es Padre. Sólo
tenemos que dejarnos amar y llenar por Él. Lo demás corre por su cuenta. Algunos pueden
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recibir el Don del Espíritu de una manera suave, como una brisa; otros de una manera más
fuerte, como un viento impetuoso. El secreto es dejar que el Señor haga la obra como él
quiera.
Dios nos va a inundar con el Agua Viva de su Espíritu Santo. Nos sumergirá en el océano de
su Amor y su Poder.
Pero también nos puede pasar como a esas botellas que flotan en el mar. El agua las rodea
por todas partes pero no entra porque tienen un tapón que no permite que el agua llegue a lo
más profundo.
Para que esto no suceda, es necesario quitar el tapón que
impide se realice el plan de Dios. Ese tapón es el pecado y
todo rencor y resentimiento que hay en nuestro corazón.
Antes de pedir al Padre en el Nombre de Jesús que nos
envíe su Santo Espíritu, es necesario a quitar del corazón
cualquier obstáculo que impida que el Espíritu se derrame
como un río de Agua Viva.
El obstáculo que tenemos es la falta de perdón, la falta de
amor. Cualquier odio, resentimiento o rencor que exista
para con algún hermano nuestro, es una barrera que está
deteniendo el Espíritu Santo fuera de nosotros.
Perdonemos, pues, las ofensas, como Dios nos ha perdonado a nosotros.
Por eso, en los Seminarios de Vida se realiza la oración de perdón.

TEMA 2: DURANTE EL MOMENTO DE LA EXPERIENCIA

La oración pidiendo el bautismo en el Espíritu Santo

Pedirle a Dios, en el Nombre de Jesús, Mesías, que cumpla la promesa de enviarnos su


Espíritu Santo, y, seguros de que lo enviará, como prometió, alabarlo y bendecirlo.

Dios siempre cumple lo que promete. Él nos ha prometido su Espíritu Santo para renovar
nuestro corazón y ha llegado la hora en que el cumpla su promesa. Él es fiel y no puede
fallarnos. Es más fácil que se acabe el cielo y la tierra a que Él deje de cumplir su promesa.

Esta oración conviene hacerla de manera espontánea, pero es necesario que contenga ciertos
elementos, según nos sugiere José Prado Flores:

“Jesús, Señor de los cielos y tierra, creemos que moriste en la cruz por nuestros pecados. Pero
que Dios te resucitó y estás vivo para nunca más morir. Que el Padre te ha dado todo poder en
el cielo y en la tierra. Estamos seguros que todo lo que pides al Padre, Él te lo concede.
Permítenos tomar tu Nombre Santo que está sobre todo nombre y en tu Nombre y con tus
méritos, pedirle al Padre que derrame abundantemente su Espíritu sobre nuestros corazones.
Padre Santo, en el Nombre de Jesús, el Mesías, el Hijo de tus complacencias a quien no le
niegas nada, danos tu Espíritu Santo. Él lo prometió. Danos, Padre, una nueva efusión de tu
Espíritu que transforme todo nuestro ser y nos haga creaturas nuevas en Cristo Jesús para tu
gloria.
Jesús, sabemos que Tú estás lleno de Espíritu Santo. Abre tu corazón y llena el nuestro con tu
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Santo Espíritu que nos santifique y nos transforme.
Espíritu Santo, ven a cada uno de los que aquí estamos. Llénanos de Ti. Inúndanos, báñanos,
purifícanos, santifícanos y transfórmanos. Ven y haz de nuestro corazón un Templo vivo donde
habites por siempre. “

Luego, cada uno de los orantes hace su oración personal, manteniéndose en alabanza. Esto
facilita el recibir el don de lenguas, cuando Dios lo quiere conceder.

El gesto de la imposición de manos

La palabra imposición viene del griego Epi (colocar, poner)


Thesis (sobre); que significa “poner sobre”; poner algo sobre algo
o alguien con el objetivo de agregar algo: envío, bendición,
sanidad.
La Biblia nos presenta a los patriarcas o profetas imponiendo las
manos para bendecir o curar. Era una acción carismática.
“Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque
Moisés había impuesto sus manos sobre él…” (Deut. 34, 9)
Jesús, en su ministerio público, así lo hizo y enseñó a sus
Discípulos a hacerlo también.
“Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y
él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.” (Lc. 4,10)
Saulo recibió el Espíritu Santo por el ministerio de Ananías. San Lucas nos asegura que éste
era “un discípulo” como los demás que vivían en Damasco , y cuando Pablo alude a él solo lo
llama “un tal Ananías, hombre piadoso según la Ley, bien acreditado por todos los judíos que
allí habitaban.”(Hch 9, 10-19)
Además, Jesús, promete a todos los que crean, el poder de curar con la imposición de manos.
(Mc 16, 18)

Interceder por alguien con el gesto de la imposición de manos es invocar el poder de la


Resurrección de Cristo sobre quien se ora, orar con el signo de solidaridad. La oración se debe
centrar en un solo motivo: que Dios derrame una nueva efusión de su Espíritu.
La oración tiene poder y somos testigos de ello. Jesús dice: “pidan y se les dará” (Mt. 7, 7-12).
En la oración de intercesión le pedimos a Jesús que derrame su Espíritu en nuestros
hermanos.
El imponer las manos, entonces, es un gesto de amor y protección y fuera de los sacramentos
(en los cuales sólo los sacerdotes pueden realizar ese gesto). Es como juntar las manos o
levantarlas, un simple gesto. Es importante tener en claro que este gesto de oración NO
IMPARTE GRACIA.

“La imposición de las manos es un gesto tradicional. Es un signo de bendición que no lleva,
necesariamente, ninguna connotación de autoridad oficial o sacramental de parte de los
interesados.” (Ritual romano de los de los Sacramentos, CEA, p. 703).

Desde el punto de vista sacramental, quien tiene el poder de imponer las manos sólo es el
ministro ordenado que tiene la potestad de Cristo. De manera pues que la imposición de las
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manos es un gesto que la Iglesia usa en los sacramentos.
Pero también fuera de los sacramentos, se puede bendecir, pedir la intercesión de Dios, pedir
la sanación de un enfermo o un avivamiento del Espíritu Santo en una persona.
Un laico puede imponer las manos como señal de deseo de bendición de Dios para otra
persona, pero no cuando se está administrando un sacramento.
Por ejemplo: no toda agua es agua bendita, ni todo pan es Eucaristía; tampoco debemos
considerar como sacramento, todo gesto de imposición de manos.

El laico que hace ese gesto (en el grupo de oración, en los


seminarios de vida o en otras experiencias de oración) debe
hacerlo sin pretensión alguna, con sencillez, sin darle el
carácter de un exorcismo o de una unción. El estilo debería
ser de énfasis en la cercanía, la solidaridad y el deseo de
apoyar y proteger y no suponer un "poder" de la persona
que impone manos. El poder sólo es de Dios, Uno y Trino.

Orar por otra persona, imponer las manos, simboliza de


modo muy fuerte el sentido de comunidad y de amor
recíproco.
Robert De Grandis nos dice que “la manera más hermosa
de vivir nuestra confirmación es orando, intercediendo por
otros, especialmente en la comunidad cristiana y en la familia, mediante la imposición de
manos.

Después del bautismo en el Espíritu

Al Bautismo en el Espíritu siguen días o meses de una gran


facilidad espiritual, de gozo, paz y amor, de sentir una gran
necesidad de oración, que se da sin el menor esfuerzo. Este
estado puede durar según la situación espiritual de cada
uno, pero pueden venir días de desierto, de aridez y
tentación. Es por eso que, este camino espiritual necesita
estar sostenido por los Sacramentos y la oración. De esta
manera, el Espíritu Santo seguirá obrando en nosotros.
Salvador Carrillo Alday expresa al respecto: ”El Espíritu nos
ama a cada uno de nosotros y a la Iglesia toda, según el
modelo de María y de los Apóstoles en el Cenáculo, aceptar
y abrazar el Bautismo en el Espíritu Santo, como !a fuerza
para una transformación personal y comunitaria con todas
las gracias y carismas necesarios para la edificación de la
Iglesia y para nuestra misión en el mundo.”

Estar bautizado en el Espíritu implica una relación nueva, no


sólo con Dios, sino con la comunidad. En este sentido, los carismas tienen una finalidad
comunitaria: son dones para edificar la Iglesia.
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❖ “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis
testigos...” (Hch 1 ,8).

TEMA 3: COMENTARIO SOBRE LA EFUSION DEL ESPIRITU


(José H. Prado Flores)

A esta efusión del Espíritu generalmente se le llama "Bautismo en el Espíritu Santo". En otros
lugares "Renovación del Espíritu" o “Release of the Spirit".
También se le llama "Renovación del Bautismo en el Espíritu Santo" (aquí el término Bautismo
en el Espíritu Santo se entiende como la iniciación cristiana a través de los Sacramentos de
iniciación). También se le denomina "La efusión del Espíritu" o simplemente, para no
absolutizar: "Efusión del Espíritu".

Ningún término es completo para expresar la realidad que dicha experiencia encierra. Hemos
usado sobre todo "Efusión del Espíritu" porque es el más abierto y acorde con la terminología
tradicional de la Teología en la Iglesia Católica.

Con "el Bautismo en el Espíritu Santo“ o "Efusión del Espíritu"


sucede como con todo tipo de fenómeno espiritual o místico.
Primero se vive la experiencia del fenómeno; luego se trata de
explicar con aproximaciones, imágenes o analogías; y por
último, se va precisando en un lenguaje teológico apropiado.
Así, la primera vez que el Papa Pablo VI habló sobre la
experiencia de la Renovación el 10 de octubre de 1973 se limitó
más a describirla por sus frutos que a definirla.
Lo cierto y más importante de esta experiencia es que algo
especial pasa en las personas que piden a Jesús derrame en
sus corazones la Promesa del Padre. Muchos señalan este
momento como definitivo en su conversión al Señor. Otros lo
describen como la puerta que les ha abierto a un mundo nuevo
en su vida espiritual y todos hablan de un encuentro con Jesús vivo. No se pueden cerrar los
ojos ante la realidad de miles de católicos que no han tenido necesidad de salir de su Iglesia
para vivir esta experiencia.

Ciertamente, ya han aparecido muchos frutos de esta semilla que tiene por sí misma la
capacidad de darla abundantemente. Quienes han recibido esta Renovación de su iniciación
cristiana comienzan a tener una nueva visión de las cosas de Dios y de su Iglesia, una fuerza
poderosa para testificar a Jesús en todas las circunstancias de su vida, un profundo sentido
comunitario y de responsabilidad por cada uno de los miembros de la misma, en fin, una
apertura a toda la gama de los dones y frutos del Espíritu Santo.
Por eso, pues, la experiencia que esta Renovación Carismática está ofreciendo a toda la
Iglesia es incalculable, pues proviene de la misma fecundidad del Padre, de la fidelidad del Hijo
y del poder y amor del Espíritu Santo a través de los instrumentos humanos que Él quiere usar.

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La cizaña que pueda haber sido plantada por un enemigo nos puede hacer caer en la tentación
de querer segar antes del tiempo, ya que se pueden cortar también las espigas. Que crezca y

se desarrolle; por los frutos cada vez más abundantes, se verá que es la misma obra de Dios
que está ofreciendo una nueva etapa de evangelización al mundo de hoy, como era
proclamado proféticamente la mañana del lunes de Pentecostés de 1975 por Ralph Martin en
la misma Basílica de San Pedro.

Ciertamente, esta experiencia de la Renovación Carismática, volviendo a las fuentes de la


evangelización primitiva, y basada más que nada en el poder intrínseco de la Palabra y la
fuerza del testimonio, animados ambos por el amor del Espíritu Santo, están renovando la
Iglesia, construyendo el Cuerpo de Cristo para la gloria del Padre.

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BIBLIOGRAFÍA

BIBLIA: El Libro del Pueblo de Dios


CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA.
JUAN PABLO II, “Dominum et Vivificantem”, Ed. Kyrios, Bs.As.2003
DE AQUINO, Tomás, ”Suma Teológica”, 1° parte, cuestión 43,art.5, ad 2; art.6, ad 2
SULLIVAN, Francis, Carismas y Renovación Carismática, Ann Arbor, 1982, p.74
IBAÑEZ PADILLA, Alberto, SJ, “Lenguas III: Par a crecimiento personal”, CcD, Bs.As., 1990
IBANEZ PADILLA, Alberto, SJ, Lenguas II. Para crecimiento personal, Ed CCD, Bs. As., 2007.
COMUNIDAD DE CONVIVENCIAS CON DIOS, “Unión con Dios por la oración”, CcD, Bs.As.,
2009
COMISIÓN DOCTRINAL PARA EL SERVICIO INTERNACIONAL DE LA RENOVACIÓN
CARISMÁTICA CATÓLICA (ICCRS), “Bautismo en el Espíritu Santo”, 2015.
RITUAL ROMANO DE LOS SACRAMENTOS
PABLO VI, Homilía 10 -10—1973, L'Oservatore Romano.
MARTIN, Ralph, Discurso Pentecostés 1975 , Basílica de San Pedro.
MCDOWELL, Killian, MONTAGUE, George, Reinñamando ¡¿ llama , The Liturgical Press,
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PRADO FLORES, José H., Id y evangelizad a los bautizados, Ed. Argentina, 1991.
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PADRE EDUARDO TOROÑO internet

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https://www.ewtn.com/legacy/v/experts/showmessage.asp?Pgnu=1&Pg=Forum24&recnu=7&nu
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