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BIBLIOGRAFÍA 22
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Tema 1: PROFUNDIZAR EN EL MISTERIO DEL ESPÍRITU SANTO
“Dios nos reveló todo eso por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo
penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios.
¿Quién puede conocer lo más íntimo del hombre, sino el Espíritu del
mismo hombre?
De la misma manera, nadie conoce los secretos de Dios, sino el Espíritu
de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que viene de Dios, para que reconozcamos los dones gratuitos
que Dios nos ha dado.”
(1 Cor. 2, 10-12)
Para adentrarnos al misterio del Espíritu, en primer lugar no podemos concebirlo fuera de la
Trinidad misma de Dios. Creemos en ese Dios que es “el primero y el último (Is. 44,6), que es
principio y fin de todo. “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del
camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo se
revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado y se une con ellos”. (CIC, N°
234)
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“Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo.
Este, que actuó ya en la Creación y “por los profetas”, estará ahora junto a los discípulos y en
ellos, para enseñarles y conducirlos “hasta la verdad completa” (Jn. 16,13). El Espíritu Santo es
revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.” (CIC, N° 243) y en el
número siguiente expresa: “...el Espíritu Santo es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto
por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al
Padre. El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el
misterio de la Santísima Trinidad.”
Nuestro Catecismo expresa en su número 246 nuestra profesión de fe: “Creo en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo”. El Espíritu Santo tiene su
esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del
Otro como de un solo Principio y por una sola espiración… El Espíritu Santo, que es la tercera
persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma substancia y
también de la misma naturaleza. Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la
vez el Espíritu del Padre y del Hijo”. El Credo del Concilio de Constantinopla también confiesa:
“y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”.
San Josemaría Escrivá de Balaguer refiriéndose en una de sus homilías nos enseña que “es
el Espíritu Santo es quien continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo, para que sea –siempre y
en todo– signo levantado ante las naciones, que anuncia a la humanidad la benevolencia y el
amor de Dios. Por grandes que sean nuestras limitaciones, los hombres podemos mirar con
confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de nuestros
pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la
anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y de esa paz que Dios nos depara.”
Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad; dejar que Dios tome
posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida. Una
vida cristiana madura, honda y firme; es algo que no se improvisa, porque es el fruto del
crecimiento en nosotros de la gracia de Dios. En los Hechos de los Apóstoles, se describe la
situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase breve, pero llena de sentido:
perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción del
pan y en la oración.
También nosotros, como aquellos primeros que se acercaron a San Pedro en el día de
Pentecostés, hemos sido bautizados. En el bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión
de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo. El
Señor, nos dice la Sagrada Escritura, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo,
renovándonos por el Espíritu Santo, que Él derramó copiosamente sobre nosotros por
Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de
la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos. (Tit 3, 5–7.)
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El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa
Pontificia, reflexionó sobre lo que quiere decir “Creo en el
Espíritu Santo”, explicando que la mayor novedad del post
Concilio, en la teología y en la vida de la Iglesia, tuvo un
nombre precioso: el Espíritu Santo.
De este modo nos podemos preguntar primero: ¿Qué vida da el Espíritu Santo? Da la vida
divina, la vida de Cristo. Una vida sobrenatural, no una super-vida natural. Segundo: ¿Dónde
nos da tal vida? en el bautismo, que es presentado de hecho como un renacer del Espíritu, en
los sacramentos, en la palabra de Dios, en la oración, en la fe, en el sufrimiento aceptado en
unión con Cristo. Tercero: ¿cómo nos da la vida, el Espíritu? haciendo morir las obras de la
carne…”
El Espíritu Santo –ha explicado– quedará siempre el Dios escondido, también si logramos
conocer los efectos. Él es como el viento: no se sabe de dónde viene y adonde va, pero se ven
los efectos cuando pasa. Es como la luz que ilumina todo lo que está delante, quedando esa
escondida. Es la persona menos conocida y amada de los Tres, a pesar de que sea el Amor en
persona. “Nos resulta más fácil pensar en el Padre y en el Hijo como “personas”, pero es más
difícil para el Espíritu”, ha advertido. Por esta razón, ha asegurado que “comprenderemos
plenamente quién es el Espíritu Santo solamente en el paraíso”.
Haciendo una reflexión de las palabras del padre Raniero, a través de nuestra experiencia
como orantes, descubrimos que alabamos y glorificamos al Padre y al Hijo, en relación a
nuestro encuentro personal con ellos.
Pero en este caminar en la Renovación, vivenciamos que el Espíritu Santo no es un
desconocido, lo cual nos invita a alabarlo junto con el Padre y el Hijo, con la misma intensidad.
Así entonces, glorificar a la Santísima Trinidad.
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TEMA 2: EL BAUTISMO O EFUSIÓN EN EL ESPÍRITU
La efusión del Espíritu es una experiencia espiritual por la cual la persona es transformada por
la acción del Espíritu Santo. Esta es la definición esencial.
La efusión del Espíritu es, ante todo, una experiencia profunda del amor de Dios, que es lo
único que puede sanar, cambiar y transformar al hombre. El cardenal Suenens en el primer
Documento de Malinas la define así: Según el testimonio de los que han vivido esta
experiencia, cuando el Espíritu, recibido en la iniciación bautismal, se manifiesta a la conciencia
del creyente, este experimenta a menudo un sentimiento de presencia concreta. Este
sentimiento de presencia corresponde a la percepción viva y personal de Jesús como Señor.
En la mayor parte de los casos, este sentimiento de presencia está acompañado de la
experiencia de un poder espontáneamente identificado como la fuerza del Espíritu Santo (Hech
1,8; 10,38; Rom 15,13; 1 Cor 2,4; 1 Tes 1,5).
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Esta fuerza se siente en relación directa con la misión y se manifiesta como una fe animosa,
vivificada por una caridad que capacita para emprender y realizar grandes cosas por el Reino
de Dios.
La efusión es la vivencia consciente de la presencia del Espíritu que penetra por completo a la
persona derramando su amor. Es una vivencia envolvente y totalizante, que invade todo el ser,
de modo que se puede experimentar la experiencia paulina: “no vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí” (Gál. 2, 20). Así, la persona reconoce que no se pertenece a sí misma, sino
que es toda de Dios: su cuerpo y su alma, sus pensamientos, sentimientos, instintos, acciones,
todo su ser quedan tomados por el Señor y se rinde completamente a Dios, entregándose
totalmente a Él.
El que actúa es el Espíritu Santo, en unidad trinitaria con el Padre y el Hijo. La persona no tiene
que hacer nada, sino sólo dejarse hacer por el Espíritu, en actitud de abandono para que Dios
actúe sin oponer ninguna resistencia a su obra.
El Espíritu penetra en el corazón tomando por completo a toda la persona, la posee de tal
manera que queda envuelta en la presencia divina, la invade de tal modo que, sin dejar su
identidad, pasa a tener una identidad nueva.
La efusión del Espíritu puede darse en cualquier momento, en multitud de modos, lugares y
expresiones, pues el Espíritu no se ata a ninguna forma o estructura.
Sin embargo, hay momentos específicos en los que se pide al Espíritu que se derrame y esto
es lo que llamamos la “oración de efusión”.
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La efusión es la actualización existencial de las gracias ya recibidas en los sacramentos de la
iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) o una preparación para los mismos si
no se han recibido. A través de los sacramentos recibimos la gracia del Espíritu de un modo
objetivo, pues los sacramentos son “constitutivos de la vida cristiana” (Carta de la
Congregación para la Doctrina de la fe Iuvenes Cit Ecclesia n.13). Pero esta gracia recibida en
los sacramentos tiene que ser cuidada, cultivada y desarrollada.
En este sentido, podemos equiparar la oración de efusión del Espíritu con un sacramental,
que es una acción eclesial que prepara para los sacramentos o los actualiza de modo vivencial.
Con el fin de prepararse a esta oración de efusión se dan Seminarios de Vida en el Espíritu,
cuya finalidad es realizar un proceso de conversión para reconocer a Jesús como el único
Señor de la propia vida. Se trata de la enseñanza kerigmática básica en la que abrimos el
corazón al amor de Dios, reconocemos nuestro pecado y declaramos a Jesús como nuestro
único Señor y Salvador, que nos sana, perdona y nos entrega su Espíritu para vivir en
comunidad. La oración de efusión se hace en comunidad, la asamblea reunida invoca al
Espíritu Santo para que descienda sobre los que van a recibir la efusión, mientras algunas
personas discernidas se acercan a cada hermano para orar individualmente por él, pidiendo al
Espíritu que se derrame abundantemente y de un modo nuevo y lo pueda acoger en su vida
concreta. Este gesto de imposición de manos no es consacratorio (como en el sacramento del
Orden), ni de intercesión o sanación, sino que es “invocatorio” (R. CANTALAMESSA, La sobria
embriaguez del Espíritu, 47-48), se trata de un signo de fraternidad cristiana como expresión
visible de “la solidaridad de la comunidad en la oración para que el Espíritu, ya presente, se
vuelva más activo en su vida” (J.-M. LE GUILLOU, Los testigos están entre nosotros, 188).
Aunque podemos recibir la efusión del Espíritu por el poder divino sin ninguna acción de
nuestra parte, Dios respeta nuestra libertad y no se impone contra nuestra voluntad.
Por eso, para recibir la efusión del Espíritu es conveniente la apertura de corazón, la
disponibilidad, la humildad, el abandono, pedir con fe incesante, pues Jesús nos ha
prometido que si pedimos el Espíritu Santo se nos concederá (Lc 11,9-13).
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(primer Documento de Malinas), honrando al Padre con la alabanza, reconociendo a Jesús
como el único Señor de la vida (Hech 2,36) y viviendo con la fuerza del Espíritu.
Los efectos de la efusión se dan en los frutos del Espíritu Santo: “amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (cf. Gál. 5, 22-23) (cf. CIC N°
1832). Estos se concretan en un gran deseo de Dios, un aumento del anhelo de estar con
Él, el gusto por la Sagrada Escritura y lecturas espirituales, la búsqueda de tiempos de
oración, el deseo de recibir la Eucaristía…
Podemos resumir los frutos del “bautismo en el Espíritu” en algunas características que Pablo
VI observó en la Renovación cuando estaba en sus inicios: El gusto por una oración profunda,
personal y comunitaria; un retorno a la contemplación y un énfasis puesto en la alabanza de
Dios; el deseo de entregarse totalmente a Cristo; una gran disponibilidad a las inspiraciones del
Espíritu Santo; una frecuentación más asidua de la Escritura; una amplia abnegación fraterna;
la voluntad de prestar una colaboración a los servicios de la Iglesia. En todo esto podemos
conocer la obra misteriosa y discreta del Espíritu que es el alma de la Iglesia (PABLO VI,
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Discurso a los dirigentes de la Renovación Carismática Católica con ocasión de la Primera
Conferencia Internacional de Dirigentes,10 de octubre de 1973).
También puede haber expresiones sensibles, por las que en un momento concreto la persona
se siente invadida por el Espíritu Santo y experimenta una conmoción interior. En este
momento se pueden dar las lágrimas, que son como el agua del Espíritu que inunda el corazón
y se desborda por los ojos. Hay personas que sienten una especie de escalofrío que recorre
todo el cuerpo, algunos experimentan calor en el pecho o en otras zonas como las manos, se
pueden dar movimientos involuntarios del cuerpo, como si uno hubiera perdido el control del
mismo, puede uno entrar en una relajación profunda en la que sigue siendo consciente, pero
queda como sin fuerzas invadido por el poder de la presencia del Espíritu que le llena de paz
profunda (a esto se le llama “descanso en el Espíritu”). En fin, puede haber diversas
manifestaciones sensibles, pero su importancia es relativa, ya que lo esencial no es lo
exterior, sino lo interior. (Lc 11, 39-40; Mc 7, 21ss).
En cualquier caso, la eficacia de la efusión del Espíritu no se valora por las sensaciones
inmediatas, sino por los frutos que se manifiestan en la vida cotidiana, al desear vivir más en
Dios, buscándole, amándole, uniéndonos cada vez más a Él, con sed de su Palabra, de los
sacramentos y de vivir todas las situaciones en su amor.
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Tema 3: BAUTISMO EN EL ESPÍRITU, LA VOZ DE LA IGLESIA
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Por lo tanto, podemos decir que el Paráclito es enviado a nosotros cuando comenzamos a
tener una nueva relación con él, como persona, que ya estaba íntimamente presente en
nosotros por el amor que ÉL ha derramado en nuestros corazones. Esto incluye también un
nuevo modo de conocerlo, y Santo Tomás recalca que no puede ser “un nuevo conocimiento
especulativo sino experiencial”. Uno puede, decir que recibe el Espíritu tantas veces cuantas se
produzca un nuevo avance de la gracia. Por ejemplo “cuando uno avanza a la gracia de obrar
milagros o de profetizar o al ardiente amor de Dios para ofrecer su vida como mártir o renunciar
a todas sus posesiones o sobrellevar algún otro acto heroico semejante”.
🕮 En el libro de los Hechos (1,5), Cristo anticipó Pentecostés como una experiencia de
"bautismo en el Espíritu". Este acontecimiento fue definitivamente una experiencia
religiosa: estaban en oración, recibieron la Efusión del Espíritu Santo con
manifestaciones externas y gran gozo, hablaron en lenguas y una poderosa unción
para la predicación que traspasaba los corazones. (Hech. 2, 1-4; 5-13)
🕮 Este don del Espíritu Santo puede recibirse después de recibir el sacramento del
bautismo. Esto es lo que ocurrió a los discípulos de Samaria. (Hech. 8, 14-17)
🕮 El Espíritu Santo nos otorga la gracia de comprender a Jesucristo: pensar como Él, amar
como Él (1 Cor 2, 11-16) y sentir (Flp 2,1-5). Por lo tanto, imitar las obras que Él hizo
(Jn 14,12-14).
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Efusión: o su verbo “efundir” puede traducirse como “brotar, aparecer en la superficie, aflorar, derramarse, licuarse,
ablandarse, etc”
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También San Pablo nos enseña que Cristo ofrece al hombre una nueva vida en el poder
del Espíritu Santo.
En todo el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos con claridad la actividad del
Espíritu Santo en la Iglesia naciente. Se lo ha considerado muchas
veces, el evangelio del Espíritu Santo.
acciones.
🕮 Él es quien alienta, dicta las palabras e inspira las audacias apostólicas (El Espíritu
🕮 Es la fuerza de los mártires (Esteban lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y
🕮 Conduce (el encuentro entre Pedro y Cornelio, guiado por el Espíritu Santo).
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TEMA 1: ANTES DE LA EXPERIENCIA DEL BAUTISMO DEL ESPÍRITU
“Saber esperar, saber invocar...” era el consejo del Papa Pablo VI en Pentecostés de 1975. Por
eso aprovecharemos para presentar el Bautismo en Espíritu con las mismas palabras de Pablo
VI, a diez mil congresistas de la RCC en aquella ocasión:
La preparación no es algo superficial, aún cuando el gran don del Espíritu Santo es gratuito y
puede infundirse en nosotros con el ímpetu de su viento, con el ardor de su fuego, como
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ocurrió en aquel día grandioso e histórico del primer Pentecostés de nuestra Iglesia.
El don de Dios se derrama a veces sin previo aviso, porque el viento sopla donde quiere: es
una gracia (Jn. 3, 8). De todos modos es necesaria nuestra disposición para recibirlo.
En primer lugar necesitamos la disposición, la apertura de corazón, el deseo de “querer”
recibirlo. Es importante disponernos a recibir el don del Espíritu, aunque debe quedar claro que
esto no consiste en una técnica o método, ya que Dios obra como
quiere, en quien quiere, cuando quiere.
Dios siempre cumple lo que promete. Él nos ha prometido su Espíritu Santo para renovar
nuestro corazón y ha llegado la hora en que el cumpla su promesa. Él es fiel y no puede
fallarnos. Es más fácil que se acabe el cielo y la tierra a que Él deje de cumplir su promesa.
Esta oración conviene hacerla de manera espontánea, pero es necesario que contenga ciertos
elementos, según nos sugiere José Prado Flores:
“Jesús, Señor de los cielos y tierra, creemos que moriste en la cruz por nuestros pecados. Pero
que Dios te resucitó y estás vivo para nunca más morir. Que el Padre te ha dado todo poder en
el cielo y en la tierra. Estamos seguros que todo lo que pides al Padre, Él te lo concede.
Permítenos tomar tu Nombre Santo que está sobre todo nombre y en tu Nombre y con tus
méritos, pedirle al Padre que derrame abundantemente su Espíritu sobre nuestros corazones.
Padre Santo, en el Nombre de Jesús, el Mesías, el Hijo de tus complacencias a quien no le
niegas nada, danos tu Espíritu Santo. Él lo prometió. Danos, Padre, una nueva efusión de tu
Espíritu que transforme todo nuestro ser y nos haga creaturas nuevas en Cristo Jesús para tu
gloria.
Jesús, sabemos que Tú estás lleno de Espíritu Santo. Abre tu corazón y llena el nuestro con tu
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Santo Espíritu que nos santifique y nos transforme.
Espíritu Santo, ven a cada uno de los que aquí estamos. Llénanos de Ti. Inúndanos, báñanos,
purifícanos, santifícanos y transfórmanos. Ven y haz de nuestro corazón un Templo vivo donde
habites por siempre. “
Luego, cada uno de los orantes hace su oración personal, manteniéndose en alabanza. Esto
facilita el recibir el don de lenguas, cuando Dios lo quiere conceder.
“La imposición de las manos es un gesto tradicional. Es un signo de bendición que no lleva,
necesariamente, ninguna connotación de autoridad oficial o sacramental de parte de los
interesados.” (Ritual romano de los de los Sacramentos, CEA, p. 703).
Desde el punto de vista sacramental, quien tiene el poder de imponer las manos sólo es el
ministro ordenado que tiene la potestad de Cristo. De manera pues que la imposición de las
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manos es un gesto que la Iglesia usa en los sacramentos.
Pero también fuera de los sacramentos, se puede bendecir, pedir la intercesión de Dios, pedir
la sanación de un enfermo o un avivamiento del Espíritu Santo en una persona.
Un laico puede imponer las manos como señal de deseo de bendición de Dios para otra
persona, pero no cuando se está administrando un sacramento.
Por ejemplo: no toda agua es agua bendita, ni todo pan es Eucaristía; tampoco debemos
considerar como sacramento, todo gesto de imposición de manos.
A esta efusión del Espíritu generalmente se le llama "Bautismo en el Espíritu Santo". En otros
lugares "Renovación del Espíritu" o “Release of the Spirit".
También se le llama "Renovación del Bautismo en el Espíritu Santo" (aquí el término Bautismo
en el Espíritu Santo se entiende como la iniciación cristiana a través de los Sacramentos de
iniciación). También se le denomina "La efusión del Espíritu" o simplemente, para no
absolutizar: "Efusión del Espíritu".
Ningún término es completo para expresar la realidad que dicha experiencia encierra. Hemos
usado sobre todo "Efusión del Espíritu" porque es el más abierto y acorde con la terminología
tradicional de la Teología en la Iglesia Católica.
Ciertamente, ya han aparecido muchos frutos de esta semilla que tiene por sí misma la
capacidad de darla abundantemente. Quienes han recibido esta Renovación de su iniciación
cristiana comienzan a tener una nueva visión de las cosas de Dios y de su Iglesia, una fuerza
poderosa para testificar a Jesús en todas las circunstancias de su vida, un profundo sentido
comunitario y de responsabilidad por cada uno de los miembros de la misma, en fin, una
apertura a toda la gama de los dones y frutos del Espíritu Santo.
Por eso, pues, la experiencia que esta Renovación Carismática está ofreciendo a toda la
Iglesia es incalculable, pues proviene de la misma fecundidad del Padre, de la fidelidad del Hijo
y del poder y amor del Espíritu Santo a través de los instrumentos humanos que Él quiere usar.
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La cizaña que pueda haber sido plantada por un enemigo nos puede hacer caer en la tentación
de querer segar antes del tiempo, ya que se pueden cortar también las espigas. Que crezca y
se desarrolle; por los frutos cada vez más abundantes, se verá que es la misma obra de Dios
que está ofreciendo una nueva etapa de evangelización al mundo de hoy, como era
proclamado proféticamente la mañana del lunes de Pentecostés de 1975 por Ralph Martin en
la misma Basílica de San Pedro.
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BIBLIOGRAFÍA
https://es.aleteia.org/2015/06/24/que-sentido-tiene-imponer-las-manos-como-se-hace/
https://www.ewtn.com/legacy/v/experts/showmessage.asp?Pgnu=1&Pg=Forum24&recnu=7&nu
mber=660580
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