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“Mi gran referente es mi abuela, tejedora wayuu”

George Lavarca, artista zuliano de 26 años, inauguró el pasado 8 de agosto una


exposición en el Museo Alejandro Otero, donde es artista residente. Egresado de
la Facultad Experimental de Artes, de la Universidad del Zulia, su trabajo evidencia
y sintetiza portentosas tradiciones venezolanas.

Milagros Socorro

A finales de abril, George Lavarca salió de su casa en la Concepción, estado


Zulia, a las tres de la tarde, camino al terminal de pasajeros de Maracaibo. Este
trayecto le tomó una hora, el tiempo en carro que dista su pueblo de la capital
zuliana. Se dirigía a Caracas, pero el único autobús disponible viajaba a Valencia,
donde tendría que tomar otro para llegar a su destino. A las tres de la tarde del día
siguiente, tocó a la puerta de la amiga que lo hospedaría. Había estado 24 horas
en la carretera.
Para él, había valido la pena. El motivo de su viaje era participar en la
Residencia de Artistas del Museo Alejandro Otero. De hecho, George Lavarca
Fernández es el quinto creador que recibe este beneficio (que no incluye un
pasaje de avión, ni tampoco reembolsa el monto del periplo por tierra).
Nada de eso era importante para él. Todos sus pensamientos estaban
concentrados en la obra que exhibiría en la sala 6 del MAO, una estructura
alambre dulce, formada por siete piezas ensambladas. Es una especie de dibujo
hecho no con lápiz sino con alambre dúctil, que él transforma con las manos como
quien teje sin agujas. La pieza se llama Wale’kerü, que en lengua wayuunaiki
significa araña). Inauguró el 8 de agosto y estará en el solitario museo hasta
mediados de octubre.
George Lavarca Fernández nació en La Concepción, municipio Jesús Enrique
Lossada, el domingo 29 de noviembre de 1992. Su madre es wayuu y su padre es
mestizo. Son de la casta jayaliyuu, que significa perro. Ese es su tótem. Pero él
habla poco wayuunaiki. Lo entiende, puede expresar los pequeños asuntos de la
casa, pero no lo habla fluido. Quizá porque cuando él un niño pequeño se
instalaron en Maracaibo y la familia perdió las tradiciones.
–Sé más inglés que wayuunaiki -admite-. Es muy difícil, muy complejo.
George es el segundo de tres hermanos. Los otros dos no terminaron el
bachillerato. Parece un milagro que él si lo haya hecho. “Teníamos muchas
necesidades. Mis padres se habían separado y la situación en casa estaba muy
difícil. Cuando salí de primaria, mami me dijo: ‘solo puedo darte una camisa, un
par de zapatos, un cuaderno y un lápiz. Y, además, tienes que ir caminando. No
hay para más’”.
–No importa, mami -le dije-. Nos tocó trabajar a mi hermano y a mí. Yo era
pastor de unas cuatro ovejas y recolector de cebollas.
Los dos primeros años en el liceo fueron muy duros para él. Sufrí mucho
bullyng. “Porque era wayuu y por mi personalidad tímida. Encima, en segundo año
me pusieron en la sección de los malportados. Me empujaban. Me quitaban los
zapatos y los lanzaban a la calle. Me pinchaban con agujas. Opté por buscar un
grupo que me protegiera. Mis nuevos amigos bebían, algunos se drogaban y
ninguno era buen estudiante. Mi mamá es cristiana y yo tengo valores muy
profundos desde pequeño, de manera que no corría el riesgo de imitar la conducta
de esos muchachos. Ellos me cuidaban y yo les hacía las tareas a todos. Y lo
mejor es que mientras les hacía los trabajos, me traían desayuno. Ya en tercer
año la situación fue más fácil. El que más me molestaba se retiró. Se dedicó a
robar. No sé si está vivo, creo que no”.
Al salir de quinto año, la familia se mudó. La vida de George estaba a punto de
cambiar. “Mis padres estaban juntos de nuevo y regresamos a La Concepción. A
las raíces. Yo tenía 16 años. Era bachiller y, por mis calificaciones, tenía un cupo
asegurado en la Universidad del Zulia (LUZ). Entre mis opciones de carrera
estaban: Arquitectura, Idiomas Modernas, Diseño Gráfico y Artes Plásticas. Que
hubiera salido en esta última fue un azar”.
–Los estudios de Arte son costosos por los materiales, -explica George- los
blocks de dibujo, pinturas, acuarelas… Pedí una beca. Me la dieron cuando iba a
empezar el segundo semestre. Mientras tanto, mi familia paterna, los mestizos, me
decían: “cómo vas a estudiar eso, de qué vas a vivir”. La parte materna, los
wayuu: “este es el sobrino que está echando pa’lante, hay que ayudarlo”.
Cada día, para ir a clases, George hacía un trayecto de una hora y 45 minutos.
Muy pronto empezaría a destacarse y a ganar reconocimientos. En 2012 (había
entrado a la universidad dos años antes) ganó una mención en un salón de LUZ
por el Día del Artista Plástico, con una escultura (un ensamblaje).
Al graduarse, en junio de 2015, se hizo una pregunta: “Ahora soy licenciado en
Artes Plásticas, mención Dibujo. Qué voy a hacer, ¿voy a dar clases o voy a ser
artista?”. Empezó dando clases en una escuela, pero no dejaba de participar en
salones y en actividades artísticas.
Para ese momento, George se había mudado a la casa de su abuela paterna,
quien es wayuu y estaba sola en su casa de La Concepción. “Mi abuela”, dice
George, “es tejedora desde que era una jovencita. Teje chinchorros, bolsos,
suéteres, vestidos para niñas, lacitos, cintillos, llaveros… Es una araña, una
auténtica wale’kerü. Ella me decía: ‘nieto, sácame los telares. Desenrédame los
hilos, ármame los conos, pésame los hilos (para un chinchorro se usan tres kilos
de hilo, generalmente un kilo por color). Tórchame los hilos’. Yo hacía estas tareas
en las mañanas muy temprano, en las tardes al llegar de clases, y en los fines de
semana. Y mientras trabajábamos, me echaba cuentos”.
El joven creador tenía, pues, dos programas de formación simultáneos, en la
universidad y en el telar de su abuela. Así, sin planificarlo, empezó a trabajar
con alambre (que encontró un día en el cuarto de los chécheres, espacio de la
casa de la matriarca donde los hijos van almacenando lo que ya no usan), hilos y
textiles. Todo lo que se pueda moldear y tejer con la mano es incorporado a su
obra.
En el 2018 participó en el Salón Jóvenes con FIA, en Valencia, donde obtuvo
una Mención Honorífica; y en la exposición “Arte y Sociedad. Jóvenes Creadores
Venezolanos”, organizada por el Goethe-Institute y el Centro Cultural BOD, en
Caracas, donde ganó Mención especial.
–Muchos ven en su trabajo una tradición desde Gego. ¿Cuáles son los
referentes que reconoce?
–En principio, es el material. Y luego, hacer conexión con el dibujo fuera del
plano bidimensional. En ese sentido, reconozco en Gego un referente muy
importante, claro. De hecho, la primera vez que vine a Caracas, en 2014, fui a la
biblioteca del Museo de Arte Contemporáneo y le saqué copia a un catálogo de la
obra de Gego y la estudié con mucho cuidado. Me di cuenta de que ella hacía
dibujo en el espacio. Otra referencia es el cubano-venezolano Ramsés Larzábal
cuya obra vi en un catálogo en el Museo Lía Bermúdez; tenía también una especie
de tejeduras que configuraban un dibujo. Pero el gran referente es mi abuela. Al
darme instrucciones, ella me estaba formando en el concepto. Además, como era
tan laboriosa y mantenía sus manos en constante movimiento, me contagió esa
pulsión de estar todo el tiempo trabajando, experimentando con el material.
–¿Tiene algún significado ser un artista wayuu?
–Al principio me inquietaba ser wayuu. Porque había sido excluido por los
alijuna, pero también por los propios wayuu, por no hablar la lengua, esencia de la
etnia. Ahora lo digo con orgullo. Para mí es un valor representar lo que soy, mi
origen, el lugar de donde vengo. Una vez me dijeron que yo podía haber hecho
otra cosa, algo que no tuviera nada que ver con mi cultura wayuu. Mi respuesta
fue que mi discurso plástico es una respuesta a mis interrogantes, es la
representación física de mi reflexión. Cuando yo empiezo a investigar el tejido me
encuentro con una serie de símbolos, de dibujos, todos conectados con la
cosmovisión wayuu. El tejido wayuu se argumenta como una escritura, porque
cada figura tiene un significado narrativo. En conclusión, eso es lo que me
interesa.
–La Residencia que le dio el Museo Alejandro Otero, ¿en qué consiste?
–Me dan un taller en el Museo para trabajar y la sala para exponer.
–¿Alojamiento y comida?
–No.
–¿Estipendio, viáticos?
–No
–¿Transporte?
–No.
–¿Cómo se ha mantenido en estos meses?
–He trabajado como obrero de mantenimiento (limpiando pisos), pulidor de
vidrios y madera, jardinero, paseador de perros, ayudante en mudanzas y
fumigador.
–¿Cuál es su próximo proyecto?
–Tengo una obra en la colectiva “Por los caminos verdes”, en conmemoración
de los 250 años de Humboldt, en la Hacienda La Trinidad. Inaugura el 14 de
septiembre.
–¿Y luego?
–Seguiré trabajando en mi obra.

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