Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
«En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de
Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y hon-
rada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente,
en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble
vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de
Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo;
con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas
celestiales y terrenas. Al mismo tiempo, ella está unida en la estirpe de Adán con
todos los hombres que han de ser salvados... por lo que también es saludada
como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y
modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada
por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre
amantísima»(LG 53).
3. Los diversos ángulos de percepción
Pablo habla de María en Gal 4,4s. como la mujer que dio a luz al Hijo enviado por
Dios. Aquel niño nacido de ella es el Hijo que preexiste ya antes en el Padre (Rom
1,3), de figura y condición divina (Flp 2,6), enviado por el Padre en la imagen de la
carne como «expiación por los pecados» (Rom 8,3). El escaso interés de Pablo
por las noticias históricas sobre la vida terrena de Jesús (2Cor 5,6) reaparece
también a propósito de la biografía de María. Pablo no menciona la concepción
virginal de Jesús en María por obra del Espíritu, ni tampoco la niega, porque, su
punto de partida es la preexistencia del Hijo de Dios, y no se interroga, a partir de
la humanidad de Jesús, cómo esta humanidad está fundamentada, ya en el
momento de su nacimiento, en una acción de Dios que constituye su origen.
Ahora bien, este Jesús no es un ser divino mitológico. Es un hombre real y ver-
dadero. Con un giro inusual (en el que no se menciona al padre), dice de Jesús
que es «hijo de María» (Mc 6,3). De este modo (y al igual que Pablo) en el
evangelio de Marcos se expresa la historicidad del hombre Jesús de Nazaret a
través de la persona histórica de «María, la madre de Jesús» (Mc 3,31).
a) El testimonio bíblico
Ambos evangelistas inician su exposición describiendo la relación filial del hom-
bre Jesús con Dios, su Padre. Quieren así señalar que la esencia de esta filiación
está ya fundamentada en el acto del origen del hombre Jesús derivado
directamente de la voluntad divina, que ha decidido revelarse. Los dos recurren,
por caminos independientes, a las tradiciones aclimatadas en el suelo del
judeocristianismo palestino, que hablaban de una concepción de Jesús en la
virgen María llevada a cabo por el Espíritu, «sin concurso de varón».
Su evidente centro de interés teológico es la afirmación de la causalidad inmediata
del Espíritu divino en el origen del hombre Jesús en María y en su existencia
histórica, su destino y sus acciones poderosas como mediador escatológico del
reino de Dios.
b) La significación teológica
María es la llena de gracia, a quien Dios, como Señor, ha prometido una cercanía
absolutamente excepcional, que ella acepta, a través de su respuesta afirmativa,
en su propia vida y en la biografía con Jesucristo derivada de aquella aceptación.
En el pasaje de la anunciación se describe la situación radical del hombre ante
Dios en cuanto que Dios dirige su palabra al hombre y se invita a María a aceptar
la presencia salvífica de Dios en la fe y a llevarla a cabo en el seguimiento. Es
dichosa porque ha creído que se cumplirá en ella lo que el Señor le ha dicho (Lc
1,45).
1. María es la sierva de la llegada escatológica del Hijo de Dios, como hombre,
entre nosotros.
2. María es para la nueva alianza el prototipo de la relación del hombre con Dios,
que acontece en la correlación de palabra y fe. Y así, pasa a ser el tipo y el ideal
del creyente y de la Iglesia, del pueblo de Dios de la alianza nueva (cf. también la
interpretación de María como tipo de Israel, hija de Sión, templo del Espíritu
Santo y arca de la alianza).
3. María es la madre del Señor (de Dios), quien ha tomado de ella su ser humano
en virtud de la eficacia causal exclusiva del poder del Espíritu divino.
María fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto (de fe).
El sínodo de Letrán del año 649, presidido por el papa Martín I, recalcó los tres
momentos de la virginidad de María cuando enseñó que «la santa, siempre virgen
e inmaculada María... concibió del Espíritu Santo sin semilla, dio a luz sin
detrimento [de su virginidad] y permaneció indisoluble su virginidad después del
parto»
a) La virginidad de María
1. La cristología adopcionista, ya detectable desde los inicios del siglo II, según
la cual Jesús habría sido solamente un hombre sobre el que habría descendido
(por primera vez) en el bautismo en el Jordán el espíritu profético (en contradicción
con la pneumacristología de los Sinópticos). Frente a esta opinión, los Padres de
la Iglesia declaran que la naturaleza humana de Jesús estuvo unida con la
divinidad desde el primer instante de su existencia y que existe en virtud de una
acción directa del Espíritu.
Desde los primeros años del siglo IV aparecen, con diversas variantes, fórmulas
trimembres acerca de la virginidad de María antes, en y después del parto. Su
fundamento se encuentra en la maternidad virginal asumida en virtud de su
disposición a creer. A partir de este enunciado cristológico sobre la virginidad de
María antes del parto se sigue la insistencia en el proceso mismo del par-
to (virginitas in partu), derivada del hecho de que María da a luz realmente al Dios
hombre y Redentor y de que, en la secuencia de su absoluta entrega humana al
acontecimiento de la redención, no tuvo ninguna relación con José ni, por tanto,
otros hijos.
Para salir al paso de la falsa idea del nacimiento mitológico de un dios, el patriarca
de Constantinopla, Nestorio, prefería aplicar a María el título
de Christotokos, evitando el de Theotokos, porque se prestaba a erróneas
interpretaciones. Pero su adversario, Cirilo, recelaba que la palabra «Cristo» sólo
significaba, una unidad moral, no una hipóstasis. Insistió, por tanto, en la
denominación de Theotokos, que entendía en un sentido personal y concreto, no
abstracto o natural. Aquella hipóstasis que María dio a luz es el Logos, que
sustenta y une en sí ambas naturalezas. El sujeto de la historia de la auto-
comunicación divina que acontece en la humanidad de Jesús es Dios mismo. No
puede, decirse que María ha engendrado un hombre que tiene, en su naturaleza
humana, una relación filial con Dios. La relación filial eterna del Logos subsiste en
la relación del hombre Jesús a Dios y la sustenta.
No hay, pues, en Jesucristo dos hijos, sino el Hijo único de Dios en su naturaleza
humana y su naturaleza divina. En la segunda carta de San Cirilo a Nestorio,
aceptada y suscrita por el concilio de Éfeso del 431, se explica del siguiente modo
el sentido del título de Theotokos:
Las declaraciones dogmáticas que dan respuesta a estas dos preguntas, a saber,
«la preservación de María del pecado original desde el primer instante de su
existencia» (María immaculata) y «la plenitud y consumación de María en la gracia
en cuerpo y alma» (María assumpta), no están respaldadas por testimonios
expresos de la Sagrada Escritura. Se deducen de la analogía de la fe (Rom 12,6)
y del sentido de las consecuencias espiritual y teológicamente extraídas por la
conciencia de fe de la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo. No se trata aquí de
aumentos cuantitativos de contenidos concretos de la fe, sino de la comprensión
explícita y refleja de los presupuestos íntimos del hecho de la maternidad divina
virginal, tal como está ampliamente testificada en la Escritura y en la tradición de
la Iglesia.
María sólo pudo dar su respuesta afirmativa en libertad humana bajo el supuesto
de que estaba llena de la gracia que le había sido prometida (Lc l,28.41s.). Su
existencia humana estuvo ya desde el primer momento tan abarcada y rodeada
por la gracia de Jesucristo —que elimina el pecado original— que no tuvo
necesidad de ser liberada de este pecado, sino que fue preservada de él en virtud
de aquella misma gracia. De donde se sigue que estuvo también preservada, por
la gracia, de la concupiscencia del pecado original y de todos los restantes
pecados, tanto mortales como veniales.
1. Dogma
c) El verse libre del pecado original fue para María un don inmerecido que Dios le
concedió, y una ley excepcional (privilegium) que sólo a ella se le
concedió (singulare).
d) La causa eficiente de la concepción inmaculada de María fue la
Omnipotencia de Dios.
1) Dogma
Los grandes teólogos de Oriente defendieron, desde los siglos VII y VIII, la
doctrina de la asunción corporal de María al cielo (Germano de Constantinopla,
Juan Damasceno, Teodoro Estudita). En Occidente se fue asentando cada vez
más, en el curso de la Alta Escolástica, el convencimiento de que el cuerpo de
María, que había concebido al Logos y había sido templo del Espíritu Santo, no
podía caer bajo la corrupción derivada del pecado original (Tomás de Aquino, exp.
sal. ang.).
La mayoría de los teólogos admiten —en contra de algunas pocas opiniones dis-
crepantes— la muerte corporal de María. La muerte no es sólo, en efecto, castigo
por la culpa original, sino también una realidad antropológica fundamentada en la
finitud de la naturaleza, que guía el proceso evolutivo de la libertad finita bajo la
modalidad de su consumación (la visión eterna de Dios).
«Una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa
alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Por su
amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten
entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la
patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los
títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).
1. La mediación de María:
Aunque Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2, 5), pues él
solo, por medio de su muerte en cruz, logró la reconciliación perfecta entre Dios y
ellos, con todo, no se excluye por eso la existencia de otra mediación secundaria
subordinada a la mediación de Cristo.
a) María trajo al mundo al Redentor, fuente de todas las gracias, y por esta
causa es mediadora de todas las gracias (sent. cierta).
María dio al mundo al Salvador con plena conciencia y deliberación. Ilustrada por
el ángel sobre la persona y misión de su Hijo, otorgó libremente su consentimiento
para ser Madre de Dios; Lc 1, 38: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí
según tu palabra». De su consentimiento dependía la encarnación del Hijo de Dios
y la redención de la humanidad por la satisfacción vicaria de Cristo. María, en este
instante de tanta trascendencia para la historia de la salvación, representaba a
toda la humanidad.
Desde que María entró en la gloria del cielo, está cooperando en que sean
aplicadas a los hombres las gracias de la redención. Ella participa en la difusión de
las gracias por medio de su intercesión maternal, que es inferior sin duda en poder
a la intercesión sacerdotal de Cristo, pero que está a su vez muy por encima de la
intercesión de todos los otros santos.
a) Puesto que María nos ha dado la fuente de todas las gracias, es de esperar
que ella también coopere en la distribución de todas ellas.
b) Puesto que María se convirtió en madre espiritual de todos los redimidos, es
conveniente que con su incesante intercesión cuide de la vida sobrenatural de sus
hijos.
c) Puesto que María es «prototipo de la Iglesia» y toda gracia de redención se
comunica por medio de la Iglesia, hay que admitir que María, por su celestial
intercesión, es la medianera universal de todas las gracias.
2. La Veneración de María
La Sagrada Escritura nos ofrece los fundamentos para el culto a María, que
tendría lugar más tarde, con aquellas palabras de la salutación angélica (Lc 1, 28):
«Dios te salve, agraciada, el Señor es contigo», y con las palabras de alabanza
que pronunció Santa Isabel, henchida por el Espíritu Santo (Le 1, 42): «Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre»; y, además, con la frase profética
de la Madre de Dios (Lc 1, 48): «Por eso desde ahora me dirán bienaventurada
todas las generaciones».
En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él,
Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó
con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro.
La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar « los ojos a María,
la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos ».
Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la Palabra de Dios
(cf. Lc 1, 26-38; 1, 45; 11, 27-28; ]n 2, 5); la obediencia generosa (cf. Lc 1, 38); la
humildad sencilla (cf. Lc 1, 48); la caridad solícita (cf. Lc 1, 39-56); que ora en la
comunidad apostólica (cf. Act 1, 12-14); la fortaleza en el destierro (cf. Mí 2, 13-
23), en el dolor (cf. Lc 2, 34-35. 49; Jn 19, 25).