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Universidad de Caldas

Maestría en Ciencias Sociales


Seminario 1: Métodos de la historia cultural
Guía de lectura sobre el documento:
Jaume Aurell. La escritura de la memoria. De los positivismos a los postmodernismos.
Valencia: Universitat de Valencia, 2005. Pp.177-213
Por: Juan Carlos Mora

La historia cultural: un desafío a la noción científica de verdad

Jaime Aurell es un catedrático español, profesor de la Universidad de Navarra,


especializado en historia medieval y contemporánea; e igualmente interesado por el
campo de la historia cultural. Entre sus obras más significativas está La escritura de la
memoria en la cual se adentra en el terreno de la historiografía, entendida como el
análisis de las obras, corrientes y discusiones relacionados con la historia como
disciplina académica. Esta obra puede considerarse un manual muy significativo pues
aborda las corrientes históricas más importantes del siglo XX y las analiza a la luz del
contexto histórico, social e intelectual de cada época. Justamente de eso se trata la
historiografía: de estudiar los textos históricos de acuerdo a la época en la que fueron
concebidos: con las tensiones y discusiones que pudieron influenciar su creación.

En el capítulo IX. El giro cultural de la obra mencionada, Aurell analiza el


posicionamiento de la historia cultural sobre otras tendencias históricas en el panorama
académico de los años ochenta en el mundo anglosajón y europeo. Para ello, nos ubica
en el contexto histórico de la época: la caída de los regímenes socialistas y con ellos la
visión marxista de la realidad; el anuncio del Fin de la historia, y en general, un
descontento frente a los grandes modelos económicos y políticos que habían regido,
sobre todo a Europa. Igualmente, el autor expone el escenario de las discusiones y
corrientes intelectuales de la época en donde resultan fundamentales los aportes del giro
lingüístico y el giro historiográfico, así como el estructuralismo, el posestructuralismo y
el deconstruccionismo (Derrida). En este escenario, la dimensión cultural adquiría una
profunda centralidad desplazando los enfoques económicos y políticos basados en la
idea de clases sociales (Marxismo y materialismo histórico) y en el estudio de grandes
acontecimientos históricos. En términos generales, se podría hablar de un viraje en el
modo de concebir la disciplina de la historia. Se ampliaron los temas y objetos de
estudios e, igualmente, se ampliaron y complejizaron sus métodos. Los elementos más
significativos que aporta la historia cultural son, entre otros, una mirada anti positivista
de la historia, es decir, la crítica a concebir la historia de un modo lineal en el cual las
ideas de progreso y razón guían la vida de los hombres. Por otro lado, una fuerte
cercanía con la antropología cultural de Geertz en la cual el trabajo etnográfico resulta
fundamental pues es lo que permite adentrarse en un tiempo y un espacio particulares
para analizar e interpretar los códigos, representaciones y significados de una cultura.
Finalmente, la consolidación de un estilo narrativo a la hora de escribir sobre el pasado.
En este último punto quisiera profundizar.

La historia cultural guarda una gran preocupación por el lenguaje. En este sentido,
percibe la cultura como un texto; es decir, como una serie de eventos, prácticas,
representaciones que pueden y deben ser leídos por el historiador. Pero su énfasis en el
lenguaje va más allá de la semiótica y también se centra en la forma narrativa que
asume la historia (Hyden White). Aurell propone la microhistoria como una corriente en
la que se concreta y se materializa ese renovado carácter narrativo de la historia. Es así
como la microhistoria, en primer lugar, se va a preocupar por temas, fenómenos y
personas particulares, singulares, locales. Por lo cual se deja a un lado la tradición
histórica de las décadas anteriores que trataba de analizar los grandes hechos de la
humanidad, que buscaba dar cuenta de una historia total en la que los que asumían el
protagonismo principal eran, ante todo, políticos y personas de la elite. La nueva
historia cultural reduce ese espectro de la mirada y agudiza su enfoque en hechos más
pequeños, más cotidianos y a partir de personas anónimas. Aquí también se puede
establecer una conexión con la idea de cultura popular en tanto la historia se empieza a
preocupar por las formas y expresiones de vida populares: las costumbres, fiestas,
refranes y modos de vida cotidianos. Igualmente, se puede apreciar el modo en que la
historia cultural se interesa por el sujeto, por historias de vida particulares, más que por
las colectividades o las grandes historias de las naciones.

En segundo lugar, la microhistoria tiene el estilo narrativo como la base de su escritura.


Dentro de este estilo, la imaginación resulta un elemento importante pues es lo que
permite crear una narración con una coherencia estética y estilística, para lo cual toma
estrategias retóricas de los formatos como las novelas. Así, se crea un vínculo bastante
interesante entre historia y literatura de ficción. En su capítulo sobre la Microhistoria,
Aurell pone como ejemplos dos trabajos paradigmáticos que podrían enmarcarse dentro
de esta corriente: El regreso de Martín Guerre de Natialie Z. Davis y El queso y los
gusanos de Carlo Ginsburg. En estas dos obras hay un énfasis por estudiar el
microcosmos, la vida particular y cotidiana de hombres y mujeres anónimas. A través
de estas historias mínimas se busca, entonces, hablar de las características de una época,
del contexto y así escribir sobre el pasado, la memoria y la historia. Es un
desplazamiento bastante interesante: desde lo local hacia lo macro, desde la vida
particular hacia el contexto histórico. El subtítulo de la obra de Ginsburg apunta en esa
dirección: “El cosmos según un molinero del siglo XVI”.

El estilo narrativo de estas obras adopta muchos elementos y estrategias estilísticas de la


literatura de ficción. Esto, por supuesto, provoca algunos problemas de orden teórico y
epistemológico. De alguna manera pone en crisis la idea de la historia como disciplina
puramente científica pues incluye una dimensión que está en el polo opuesto de la
razón: la imaginación. Y entonces surgen varias preguntas ¿hasta qué punto la puesta en
marcha de la imaginación en un texto histórico puede distorsionar el relato sobre el
pasado? No obstante, justamente uno de los aportes de la historia cultural consiste en
refutar la idea positivista de objetividad, entendida como una mirada que tiene un
carácter verídico sobre los hechos pasados: contar la historia tal como ocurrió. Esta idea
viene de las ciencias naturales en las cuales el método científico tiene como objetivo
realizar una serie de procedimientos que permitan llegar a una conclusión verídica, real,
objetiva, demostrable. Pero las ciencias sociales son mucho más complejas y lo que va a
demostrar la historia cultural es precisamente eso: que en el transcurso de la vida
humana la dimensión cultural hace que todo fenómeno sea más complejo y, por tanto,
aquella idea de lo objetivo no sea más que la pretensión de un tipo de discurso
particular. Es así como el estilo narrativo de la historia cultural pone en cuestión el
carácter científico de la historia. Y esta es otra característica importante de la historia
cultural: es un tipo de historia que incomoda, que pone en crisis, que se pelea con el
modo habitual de concebir el discurso histórico.
Quisiera ir un poco más allá de lo que propone el texto de Aurell en cuanto a la
microhistoria y problematizar las nociones de verdad, objetividad, veracidad y
verosimilitud. En primer lugar, me parece curioso que Aurell al referirse a las obras de
Ginsburg y Davis hable en términos de verosimilitud. Quizá sea un problema de
traducción, pero lo cierto es que este concepto aplica, sobre todo, a la literatura de
ficción. Lo que se le pide a un texto como una novela o un cuento es que sea verosímil;
es decir que resulte creíble, aunque lo que esté contando haya nacido como producto de
la imaginación. La verosimilitud es un efecto de verdad que se logra gracias a la
coherencia narrativa de la trama y los personajes. Entonces, la verosimilitud es un
efecto retórico y un pacto de lectura que está vinculado, ante todo, con los textos de
ficción. La idea de pacto de lectura quiere decir que de, ante mano, conozco como lector
el tipo de texto al que me estoy enfrentando y por ello, sé que esperar de él. Para los
textos históricos, al contrario, el concepto más adecuado sería el de veracidad; es decir,
que los hechos que se narran sí ocurrieron en un determinado momento del devenir; que
si se pueden comprobar a través de material documental como fotografías, entrevistas,
registros. Y aquí empieza la tensión interesante entre verdad y verosimilitud. Uno se
podría preguntar ¿Qué es lo que hace que un tipo de registro sea más legitimo que otro?
E incluso, podría ir más a fondo y preguntar una cuestión que la filosofía no se ha
cansado de tratar ¿es posible el acceso a lo real? ¿Es posible narrar la realidad tal cual
sucedió? En otras palabras, lo que los discursos como el histórico y el literario están
poniendo en juego es el modo de contar y representar una realidad. Hay diversos tipos
de realidades y, en este sentido, habría diversos tipos de verdades. La verdad histórica, o
sea la veracidad, es la que buscan los textos de historia y la verdad literaria, es decir la
verosimilitud, es lo que quieren lograr los textos de ficción.

La cuestión interesante que plantea la historia cultural es que apela a la imaginación


como un modo de interpretar. Llena los vacíos históricos con preguntas: ¿y si fue de
este modo? Brinda pistas, alternativas sobre aquello que no está documentado y a lo que
es imposible acceder sobre el pasado. Por eso quizá se dice que la historia cultural
puede ser altamente incomprendida, porque lo que está poniendo en cuestión es algo
muy delicado y profundo: el estatuto de ciencia del discurso histórico. Entonces surgen
más y más preguntas: ¿no hay lugar en la ciencia para la imaginación? ¿Acaso el
discurso científico esta al margen de la interpretación? ¿Existe interpretación sin
imaginación? Estos son interrogantes que no solo han tocado a la historia. Se trata de
una pregunta compleja que la filosofía ha tratado ampliamente: la pregunta por la
verdad. El giro lingüístico lo que propone es que la verdad no es más que un efecto
retórico, que la verdad es un juego del lenguaje y la historia cultural va a tomar ese
aporte para que en la narración de la historia el discurso histórico hegemónico basado en
una idea de verdad se caiga y se introduzca de manera más fuerte los elementos de la
interpretación y la imaginación.

Finalmente, considero que este aporte de la historia cultural de apelar a la narración con
bastantes elementos estilísticos y literarios para contar el pasado tiene también una
intención política, si se quiere: ampliar el público lector de discursos históricos. Es
decir, sobrepasar los límites del campo académico y llevar los trabajos sobre historia a
otros ámbitos. Quitarle esa densidad académica a la historia y poder ofrecerla a un
lector no necesariamente académico. Lo cual es coherente con el hecho de que se narran
historias de vida singulares, anónimas. Si se habla sobre la gente común en la historia
cultural pues lo ideal también sería que esas narraciones puedan ser leídas por público
no especializado. Y esto me resulta bastante potente porque tiene que ver con aquella
problemática tan discutida en la academia sobre cómo llevar el conocimiento más allá
de las aulas y los escenarios formales. Lo que la historia cultural propone, en ese
sentido, es altamente transgresor: puedo contarte sobre la historia sin dejar de divertirte.
Puedo contarte historia como si narrara un cuento o una novela. En otras palabras,
puedo hermanar la ciencia y el arte. Porque lo que está de fondo es la imposición de
discursos hegemónicos relacionados con la verdad. Se presume que la historia es
académica y científicamente más legitima porque su discurso está afincado en una
verdad histórica. Pero ¿acaso no puedo aprender sobre historia leyendo una novela? ¿El
discurso histórico es más legítimo para hablar del pasado que el discurso literario?
Cuando las obras tocan límites entre la ficción y la verdad ponen en crisis a los campos
establecidos y a los lectores. Pero esa crisis también provoca conocimientos. Siguiendo
a Foucault ¿lo que habría de fondo no serían, entonces, discursos de poder? Si se asume
la historia como más apropiada por sus métodos, sus procedimientos y sus efectos, antes
que la literatura ¿no es un tipo de imposición basada en el poder que presuntamente da
el carácter científico? Justamente otro de los aspectos que nos enseña la historia
cultural es a desconfiar de la hegemonía de los discursos de poder y el hecho de poner
en crisis el discurso científico de la historia a través de la imaginación y el arte, me
resulta algo maravilloso y fascinante.

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