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La historia cultural guarda una gran preocupación por el lenguaje. En este sentido,
percibe la cultura como un texto; es decir, como una serie de eventos, prácticas,
representaciones que pueden y deben ser leídos por el historiador. Pero su énfasis en el
lenguaje va más allá de la semiótica y también se centra en la forma narrativa que
asume la historia (Hyden White). Aurell propone la microhistoria como una corriente en
la que se concreta y se materializa ese renovado carácter narrativo de la historia. Es así
como la microhistoria, en primer lugar, se va a preocupar por temas, fenómenos y
personas particulares, singulares, locales. Por lo cual se deja a un lado la tradición
histórica de las décadas anteriores que trataba de analizar los grandes hechos de la
humanidad, que buscaba dar cuenta de una historia total en la que los que asumían el
protagonismo principal eran, ante todo, políticos y personas de la elite. La nueva
historia cultural reduce ese espectro de la mirada y agudiza su enfoque en hechos más
pequeños, más cotidianos y a partir de personas anónimas. Aquí también se puede
establecer una conexión con la idea de cultura popular en tanto la historia se empieza a
preocupar por las formas y expresiones de vida populares: las costumbres, fiestas,
refranes y modos de vida cotidianos. Igualmente, se puede apreciar el modo en que la
historia cultural se interesa por el sujeto, por historias de vida particulares, más que por
las colectividades o las grandes historias de las naciones.
Finalmente, considero que este aporte de la historia cultural de apelar a la narración con
bastantes elementos estilísticos y literarios para contar el pasado tiene también una
intención política, si se quiere: ampliar el público lector de discursos históricos. Es
decir, sobrepasar los límites del campo académico y llevar los trabajos sobre historia a
otros ámbitos. Quitarle esa densidad académica a la historia y poder ofrecerla a un
lector no necesariamente académico. Lo cual es coherente con el hecho de que se narran
historias de vida singulares, anónimas. Si se habla sobre la gente común en la historia
cultural pues lo ideal también sería que esas narraciones puedan ser leídas por público
no especializado. Y esto me resulta bastante potente porque tiene que ver con aquella
problemática tan discutida en la academia sobre cómo llevar el conocimiento más allá
de las aulas y los escenarios formales. Lo que la historia cultural propone, en ese
sentido, es altamente transgresor: puedo contarte sobre la historia sin dejar de divertirte.
Puedo contarte historia como si narrara un cuento o una novela. En otras palabras,
puedo hermanar la ciencia y el arte. Porque lo que está de fondo es la imposición de
discursos hegemónicos relacionados con la verdad. Se presume que la historia es
académica y científicamente más legitima porque su discurso está afincado en una
verdad histórica. Pero ¿acaso no puedo aprender sobre historia leyendo una novela? ¿El
discurso histórico es más legítimo para hablar del pasado que el discurso literario?
Cuando las obras tocan límites entre la ficción y la verdad ponen en crisis a los campos
establecidos y a los lectores. Pero esa crisis también provoca conocimientos. Siguiendo
a Foucault ¿lo que habría de fondo no serían, entonces, discursos de poder? Si se asume
la historia como más apropiada por sus métodos, sus procedimientos y sus efectos, antes
que la literatura ¿no es un tipo de imposición basada en el poder que presuntamente da
el carácter científico? Justamente otro de los aspectos que nos enseña la historia
cultural es a desconfiar de la hegemonía de los discursos de poder y el hecho de poner
en crisis el discurso científico de la historia a través de la imaginación y el arte, me
resulta algo maravilloso y fascinante.