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El imperio contraataca

 agosto 3, 2020  Mauricio Escuela

¿Regresan los viejos imperios?, esta es la pregunta que muchos se hacen en un momento de la
historia como el que vivimos, plagado de procesos políticos donde el nacionalismo de las
potencias del pasado está resurgiendo. La Inglaterra del primer Ministro Boris Johnson se fue
de la Unión Europea mediante el Brexit, con el pretexto de realizar una política exterior más
independiente y apegada a los valores tradicionalistas de Londres. En realidad, se habla de dos
proyectos políticos que la Gran Bretaña tendría debajo de la manga para resucitar el viejo imperio
global. La primera es su alianza con los Estados Unidos de Donald Trump, con los cuales firmarían
un tratado de libre comercio que haría del Atlántico una zona exclusivamente de ambas potencias.
La segunda, retomar, mediante la Commonwealth o comunidad de naciones británicas, los lazos
comerciales y culturales imperialistas. ¿Lo lograrán los ingleses?, la aparente locura de Boris
Johnson apuesta en todo caso por un nacionalismo pro monarquía bastante férreo.
El peligro del Brexit, como dicen los analistas, no está solo en que es un antecedente de salida
de un país de la Unión Europea, un mal ejemplo para el resto que quiera imitarlo; sino el hecho
de que un viejo imperio levante la bandera del colonialismo del pasado, lo cual pudiera despertar el
mismo apetito en las demás naciones europeas. Por ejemplo, se le teme mucho a un Frenxit, o salida
de Francia de la Unión, para tomar equivalentes caminos imperialistas y en ese caso Alemania se
quedaría sola junto a un grupo de naciones no competitivas económicamente.
Ya desde la era de Obama algo se movía en torno a Occidente, una nueva reconfiguración de
poderes en tanto el lobby financiero estaba promoviendo el Tratado de Libre Comercio para eliminar
los aranceles atlánticos entre Inglaterra y los Estados Unidos, lo cual hubiere generado una punta de
lanza global a favor de los intereses anglosajones, que tienen mucho más en común que la lengua o
la cultura. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el propio Winston Churchill, a la vez que
alentada la creación de unos Estados Unidos de Europa, abogaba por la unidad de Inglaterra con los
norteamericanos como una única manera de proseguir existiendo como imperio colonial. La
separación de las áreas de influencia, el papel de los ingleses en el Medio Oriente e Israel aún hoy,
apunta hacia el rostro de un mundo que persiste, a pesar de las máscaras con que la legitimidad
diplomática oculta las componendas y las tretas. No se  abandona, no obstante, el proyecto británico
del globalismo y en buena medida se apuesta por afianzar, desde la cultura y las becas de estudio, el
poderío de la élite de Londres allende el mar.

En su libro “Imperio” Michael Hartd y Antonio Negri establecen que el mismo marco de las
Naciones Unidas es la base legal y transitoria del establecimiento de un poder supra, desde la agenda
elitista, en torno al derecho internacional y los pueblos.  Para ambos politólogos, se trata, a fin de
cuentas de una continuación en el proyecto mismo de la estructura estatal, surgido de los tratados de
Westfalia del siglo XVII y que ya solo es funcional si se regionaliza dicho sistema de derecho,
dejando de lado a la identidad cultural como un elemento de cohesión y sustituyendo eso por el
mercado. La agenda globalista rechaza el derecho a la existencia de identidades soberanas
fuertes y carcome, de diversas maneras, la existencia de culturas particulares. Las piezas del
imperio, al parecer, son los imperios del pasado, los que pasarían a ocupar en el nuevo orden el
sitio que les fue conferido por la Conferencia de Yalta. La lógica de este tino necesita la
desintegración de determinado Estado Nación y el resurgir de otros, cuya esencia es el coloniaje y el
capitalismo parasitario, como Inglaterra.
Según Hartd y Negri, el Imperio es ya una realidad, en tanto hablamos del Estado profundo, el orden
corporativo que, a través del lobbysmo y la componenda financista, determina las políticas visibles
de los gobiernos. Se tiene la noción errónea de una entidad como las de antaño, basadas en
nacionalismos y agendas culturales oligárquicas fragmentadas. Nada de eso, el Imperio funciona
únicamente porque es necesario para el flujo del capital en las mismas pocas familias. La agenda
globalista puede echar manos en un país a las luchas de religión como un elemento de división y
conflicto y azuzar entonces la existencia de facciones radicales (como el Estado Islámico) y a la vez
denigrar, por ejemplo, al humanismo cristiano, financiando movimientos que blasfemen y provoquen
en el seno de los países, ello con el objeto de que no haya un diálogo civilizatorio, sino un desorden
que evidencie la debilidad del gobierno de turno y lo “necesario” de que intervenga una agenda
global o nuevo orden.
El Imperio está generando, en algunos países de fuerte identidad nacional de derechas,
movimientos preocupantes, en tanto su propuesta radical, como la Hungría evangélica, que ya
está hablando del cierre de fronteras ante la “ola” del islam en una “nueva cruzada.” La
agenda globalista tiene a primos hermanos peleando por un trozo de terreno, cuando los dientes de la
verdadera fiera, los banqueros financistas y los dueños del poder corporativo, se afilan a la espera del
auténtico asalto. Los viejos imperios parecen ser la única identidad que, a favor y en contra del
Imperio en sí, del proyecto de la agenda globalista, surgirán en este marasmo dejado por la pandemia
del coronavirus.
¿Regresan los viejos imperios? Quizás el mundo esté viviendo una segunda ola colonial cuando el
coronavirus ha generado cambios en las zonas de influencia, conmociones económicas, caída y alza
de grandes fortunas. La España conservadora levanta el estandarte imperial con el partido Vox, la
tercera fuerza política del país, una agrupación que recoge, además de la más reciente historia del
franquismo, la reivindicación del imperialismo hispánico y del catolicismo más rancio. ¿A quién le
conviene un poder hispano influyente en América Latina, que opte quizás por seguir más los
mandatos de los Estados Unidos que de Europa? Por ahí van los tiros de Vox, si alguna vez llegase
al poder. Incluso el realce de Brasil como potencia geopolítica, responde a los fuertes negocios que
existen en el gigante sudamericano con la Familia Real Británica, verdadera dueña de las finanzas
brasileñas desde los tiempos del emperador Pedro I y la defensa del territorio portugués por las
tropas británicas del Duque de Wellington. Más allá de que los pueblos tengan determinados
intereses, la agenda globalista los baraja, los usa, los desecha, al más viejo estilo de la Roma
imperial. Divide et impera.

La cristalización del Imperio se da en una coyuntura en que el mundo va a pedir que “políticas
duras” garanticen un mínimo de orden y unidad. Con lo cual no será muy difícil que se les
condicione a los gobiernos un nuevo pacto transicional en el marco de Naciones Unidas que
conduzca a los pasillos del nuevo Imperio global. El 70 por ciento del dinero de estas agencias
supuestamente pro derechos humanos viene de fortunas privadas. Y, recordemos, el capital no tiene
más patria que la propia ganancia y la ataca o defiende siempre y cuando se respete el orden desigual
del sistema de propiedad.

Hemos encontrado al enemigo y somos


nosotros
 junio 5, 2020  Mauricio Escuela
Finalmente Donald Trump se ha puesto la mascarilla, ello representa una derrota en términos
políticos para su programa de gobierno basado en el regreso del nacionalismo norteamericano y la
solidez de la economía industrial. Para el magnate inmobiliario, la crisis vino como balde de agua
fría y baja los humos de un Partido Republicano que iba confiado a las elecciones generales de
noviembre. Ahora la pelea se da en unos términos tan feroces como polarizados, en un país que le
dice adiós a sus últimos años como eje de la política mundial e imperio económico. Tras el
coronavirus no caerá el capitalismo, pero tendremos uno mucho más líquido, inestable, cuya esencia
entre un estadio y otro de la civilización lo torna volátil, explosivo. Por eso, ver a Trump con
mascarilla conlleva una lectura mucho más allá del simple atuendo y nos sitúa en el plano de las
connotaciones socioculturales de una etapa definitiva.

El amo de la Casa Blanca ha tratado desde el inicio de hablarnos del “virus chino”, haciéndole ver a
su opinión pública y votantes que él estaría enfrentando una conspiración en conjunto de la
oposición y de poderes extranjeros. Pero, más allá de la lucha partidaria, el pueblo de los Estados
Unidos reclama soluciones concretas ante la avalancha de contagios y el golpe sin precedentes. Así
se lo hizo saber el diario The New York Times en la edición del pasado 24 de mayo a Trump, cuando
publicó en portada los nombres de los fallecidos por la actual pandemia. El mensaje contundente nos
hace ver una dura realidad: la vida no es un juego político, sino un asunto sin vuelta atrás y fuera de
toda negociación. Algunos como Trump han ido demasiado lejos, obviando que el norteamericano
también piensa y pudiera esperarse un despertar de la conciencia colectiva, que le traiga a aquel país
una verdadera revolución.
Como sucede en medio de todas las crisis, la élite adopta medidas socialistas o socialdemócratas,
con el fin de paliar los efectos del caos social y que la dejen gobernar. Pero la fórmula se desgasta, el
tiempo perdido no vuelve atrás y una pandemia como el coronavirus pasa factura con una crueldad
implacable y deja sin respuestas a una clase política acostumbrada al juego de abalorios en los
medios de prensa. Los demócratas, como era de esperarse, han sacado rédito político del momento,
pero saben que el cambio luego de noviembre deberá ser radical, mucho más de lo que a ellos
mismos les parece digerible como élite de poder. Quizás la crisis les sirva para ganar las elecciones,
pero ¿y si el boomerang del virus termina golpeándolos también?

Atilio Borón, desde su columna en el medio digital Rebelión, nos da a conocer algunas de las claves
que el capitalismo volátil deberá enfrentar a resultas del virus. Ya no van a valer los abalorios, ni los
manejos de la opinión, se avecina un nuevo pacto y no tiene que ver con un devenir evolutivo desde
el mejor capital hacia el socialismo, al contrario, el cambio se vincula a la toma de conciencia y la
lucha en el terreno simbólico y subjetivo. A ello apuntan las principales fuerzas populares
norteamericanas hoy desarticuladas, pero con una participación cada vez más activa desde las redes
sociales, que se convierten en hervideros de conspiración. Entre tanto, para la élite, habrá la opción
siempre del recorte de libertades, del cierre de derechos fundamentales y la excepción, que permita
un gobierno ya no parlamentario, sino desde el dogma del mercado. Pero tales formulaciones pos
capitalistas no tendrán el éxito que esperan los analistas de la derecha. A no ser que se introduzcan
manejos del pensamiento a nivel colectivo, como micro chips o redes inalámbricas para los cerebros
humanos, es previsible que la gente va a buscar un camino lejano de los actuales vicios de la
privatización salvaje.
The New York Times ha marcado siempre el paso de los cambios elementales en la sociedad
estadounidense, como lo hizo cuando se restablecieron las relaciones con Cuba. Previsible que,
luego de noviembre, algo se cocina en el norte. Lo sabremos en  la medida que el coronavirus se
convierta en la crisis terminal de la potencia anglosajona que rige los destinos del planeta, único
suceso evidente que los historiadores hoy pueden vaticinar. ¿Qué pasará luego? Quedan las ojivas
nucleares de la Casa Blanca apuntando a medio mundo, la arrogancia de la clase política y todo el
peligro que ello conlleva hacia un camino más cercano a lo apocalíptico. Como mismo previó Marx,
el cambio de sistema no será sólo económico, sino que presupone una transformación humana a
nivel espiritual, una que rescate al hombre de las manos del dinero y que elimine de las relaciones a
ese alcahuete, mercancía de mercancías, que define no solo quién vive y quién muere, sino que con
altanería amenaza a todo el colectivo humano.
Sucesos como el Brexit y la amenaza de un Frenxit (salida de Francia de la Unión Europea),
conformarán el nuevo mapa geopolítico del mundo, que no se basará solo en el mercado, sino en la
regionalización de los recursos y el uso de la fuerza armada como elemento disuasorio ante la
hegemonía de cada bloque. Estamos asistiendo, con el fracaso de Donald Trump, al final del
proyecto político de la globalización neoliberal y del capitalismo salvaje posterior a la caída del
Muro de Berlín. Lo que viene luego nadie lo sabe, ni siquiera los mismos integrantes de la élite,
quienes se han construido refugios subterráneos para décadas de confinamiento a prueba de plagas y
bombas atómicas, con todas las comodidades del mundo natural. En la filosofía de los que detentan
el poder, no importa que el planeta sea irremplazable, tan adormecida anda la conciencia de los
grupos y los líderes que han acorralado a la humanidad en este callejón.

De no producirse la toma de conciencia colectiva, la crisis arrastrará a la especie a un panorama


apocalíptico, entonces tendría un enorme sentido aquella famosa tira cómica que firmara el ya
difunto caricaturista Walt Kelley y que rezaba así: “Hemos descubierto al enemigo y somos
nosotros”. El fracaso del capitalismo solo nos ofrece la alternativa de salvarnos y escoger la
civilización, ya que ni siquiera la barbarie se sitúa entre las opciones que nos puede legar una guerra
nuclear a gran escala. El cambio, por ende, no es solo económico, sino y sobre todo espiritual. Lo
intuye Trump con su mascarilla, aunque haga caso omiso a  la voz del pueblo y conspire contra
nosotros.

La nueva guerra mundial y biológica 6.0


quiere “podar el césped”
 mayo 15, 2020  Mauricio Escuela

Para el periodista Daniel Estulin, el actual conflicto con forma de epidemia global no debe leerse
en las claves comunes, esas que se consumen en las secciones internacionales de los diarios,
referentes al binarismo de poderes, herencia de la Guerra Fría. No son ni demócratas ni republicanos,
ni comunistas ni liberales, ni Este contra Oeste. El cambio de paradigma con el nuevo
coronavirus nos muestra un mundo salido de las entrañas de la Conferencia de Yalta y el Acuerdo
Monetario de Bretton Woods y que ha hecho aguas. Tanto el reparto militar y político como el orden
financiero no caben ya dentro de los márgenes del capitalismo, cuya existencia depende del
crecimiento constante en un planeta con recursos limitados.
Dos poderes fundamentales hay dentro del mundo del capital, uno se refiere a los bancos y el
dominio especulativo y otro a la producción industrial. Con la caída del Muro de Berlín se inicia una
colonización mediante el modelo financiero, la cual marcó el imperio del dólar a lo largo del resto
del 40 por ciento del globo, que hasta entonces dominaban los países socialistas de economía
planificada. Esto también resultó en un respiro para la industria, que halló, en esos espacios, nuevos
mercados y fuentes de materia prima. Pero, en la medida en que Occidente deja de ser el centro
productivo y hay un desplazamiento a China, se produce una hegemonía de lo que se conoce
como el capitalismo fundamentalista o financiero de las élites anglosajonas, el cual supone un nuevo
tipo de sociedad, la postindustrial, con una cultura bien propia.
En las lógicas del capital especulativo, que es hoy el 70 por ciento de la economía
norteamericana, la gente sobra. Ni sirve como mano de obra (mercancía) ni hay alimentos ni
recursos suficientes para darles asistencia social. Eso da paso a una clase media cada vez más escasa
o inexistente, a la ruptura de la hegemonía demócrata liberal del Estado burgués de derecho y la
necesidad de gobiernos autoritarios, que defiendan los niveles de vida de la élite apoltronada en el
manejo de los activos financieros. Estulin habla de que, al no haber alternativas políticas concretas,
el traspaso de poderes va hacia un punto ahora impredecible y no a otro sistema social como pudiera
serlo el socialismo.
Es la era postindustrial, esa que, al no requerir de seres humanos, necesita que, al menos 7 mil
millones de los que hoy nos movemos en la faz, desaparezcamos. Los ricos leen a Marx y saben que,
aunque se hayan evaporado la Unión Soviética y la izquierda anticapitalista que tenía una proyección
de contrapeso, el conflicto entre trabajo asalariado y dinero no solo existe, sino que se
profundiza, generando las condiciones inevitables de una revolución. Por ello la economía es
política y viceversa. No como se enseña en las universidades primermundistas, pura teoría del
cálculo.
La deuda del orbe asciende a 4 cuatrillones de dólares, eso supone un monto del todo impagable,
que las actuales condiciones del sistema (que copó todos los mercados y controla absolutamente las
fuentes de materia prima), no puede solventar. Marx habló de este proceso acumulativo del capital
como crisis cíclicas: un exceso de activos financieros que no tiene equivalente en el mercado, o sea
no existe en una economía real. El proceso conduce a la paralización de las naciones, ya que ese
dinero pierde todo su valor. Solo una condición extraordinaria como una guerra mundial, puede
destrabar esa economía, se propicia así, a la vez que un cambio en la relación trabajo-capital
(matando a una parte de la humanidad), un ajuste de los precios, una recuperación de los activos y a
la vez los movimientos necesarios en el consumo para, terminada la contienda, comenzar otro ciclo
expansivo del capital. Sucede que, en las actuales condiciones, un conflicto termonuclear
destruiría a todos. Las variantes, acota Daniel Estulin en una entrevista ante el diario El Mercurio
de Ecuador, serían las condiciones de una guerra mundial sin bombas.
No olvidemos, no obstante, que ya las tensiones entre Irán y Estados Unidos, azuzadas por la
administración Trump, coquetearon con la idea de la conflagración universal. La élite ha
construido búnquers de 100 millones de dólares, con la idea de poder sobrevivir al propio
conflicto que ellos habrían propiciado.
Lo que hoy se está viviendo con el nuevo coronavirus ha demostrado que, en la guerra 6.0, no es
necesario ni invadir ni el uso de la técnica convencional para echar abajo todo un sector, ya
que existen por un lado las operaciones de ingeniería en el marco sicológico y político (división,
pánico, mentiras, vigilancia, control mental y de las emociones, manejo de los poderes mediante
lobbies, etc.) y por otro en lo biológico, a través del dominio de la salud. La operación está dando
sus frutos, carcomidas por el neoliberalismo, las naciones carecen ahora tanto de recursos propios
como de activos para hacer frente a la enfermedad y luego a la crisis económica, lo cual supondrá
que sus mercados se coloquen al servicio de los bancos y los administradores de las riquezas. Ya la
Unión Europea se negó al uso de los coronabonos y declaró el estado de quiebra para España e
Italia, con lo cual se prevé una virtual desaparición de ambos países en términos de una soberanía
que estará a manos de los acreedores. Uno de los polos principales, el de Bruselas, se hundirá tras
esta crisis, siendo un terreno en disputa entre quienes emerjan tras el reparto del globo en esta guerra
mundial 6.0. Ante el final de la que fuera la segunda fuerza económica, hay quien se pregunta si la
salida de Gran Bretaña del bloque europeo no era un preludio de la actual crisis, ¿sabía la élite
británica de antemano que vendrían unas condiciones como las actuales?
En 1974, Henry Kissinger, por entonces miembro del gabinete de Richard Nixon, solicitó a la
Agencia Central de Inteligencia una investigación que arrojó lo que hoy se conoce como el Informe
200. Para los intereses de los dueños del mundo, no era conveniente que los países subdesarrollados
abandonaran su status de dependencia, con lo cual pedirían un nuevo reparto de las influencias
globales. Por otro lado, aunque se mantuvieran en su situación precaria, dichas naciones al crecer
demográficamente, supondrían el peligro de un estallido revolucionario que, a la postre, redundara
en conmociones en el equilibrio de un mundo que favorecía en todo a la Pax Americana. Kissinger le
dio luz verde a un conjunto de medidas plasmadas en el Informe 200, que se transformaron en
política exterior hacia el tercer mundo: reducir la población. El nuevo colonialismo mataba a los
futuros enemigos antes de la concepción o de nacer. A su vez, se exportaba la idea de que un sistema
sanitario a la norteamericana era lo correcto, o sea la salud para los ricos y la clase media alta, con lo
cual el neoliberalismo privatizó los derechos humanos e inició una carnicería silenciosa en las
chabolas y las selvas del mundo, dejadas a su suerte. Casi al unísono, se formaron importantes
epidemias por entonces intratables y cuyo origen aún se desconoce, como el virus del VIH, del cual
se pensó en algún momento que era un arma para el despoblamiento y la recolonización blanca de
África. Como dijo Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina, todos los
años estallan sobre los pueblos varias bombas atómicas como las de Hiroshima.
A la clase dominante global no le conviene ya un Estado de derecho burgués ni un humanismo
cristiano occidental como pilares de la hegemonía, así que basa el traspaso hacia la sociedad
posmoderna en el derrumbe de estas viejas identidades por las que lucharon tanto y murieron
nuestros antepasados. Por eso Estulin habla de la carencia de alternativas, pues no hay un sistema
socialista integrado, como antes, cuyo contrapeso sirva a la gente para organizarse y luchar por sus
derechos.
Una realidad que es, básicamente, lo que se publica en los medios (lo demás no existe), nos dicta
dogmas que introducen la filosofía anti humanista de la era posindustrial.

Peligroso resulta también el bulo que se está imponiendo, más allá de la realidad de un
neoliberalismo que nos dejó en pañales ante la crisis, de que el Estado Nación deberá ceder
ante un nuevo orden global, especie de suprapoder. Esto, que es una línea bajada desde antes de la
epidemia mediante Naciones Unidas, busca unificar las políticas públicas mundiales de manera que
funcionen de acuerdo a la nueva hegemonía postindustrial. En el futuro cercano, habrá un pasaporte
universal electrónico, con determinado número de vacunas necesarias (previo pago) que servirá a la
vez de clasificación entre los humanos con derechos (ricos) y  no humanos condenados a la
desaparición y a vivir fuera del orden civilizatorio. La idea ya es manejada por gobiernos como el de
Chile, como medida emergente ante el virus. No olvidemos que organismos como la Organización
Mundial de la Salud (OMS) y la propia ONU reciben cerca del 70 por ciento de sus fondos mediante
donaciones de organizaciones privadas (Soros, Rothschild, Roquefeller, Gates, etc.) y solo un 25 por
ciento a través de las naciones, la mayor parte de Estados Unidos (otra rama del mismo poder
financiero). Con esto, no hay mucho que hacer ante la arremetida de un nuevo reparto en el cual los
desposeídos no tenemos voz ni voto, salvo despertarnos de la modorra. Un súper Estado global no
será democrático ni solucionaría la crisis, sino que buscará, en la eliminación factual de derechos, la
justificación para matar a aquellos que “sobren”. El nuevo orden, ya se sabe, carecerá del andamiaje
liberal burgués de las reivindicaciones. Tal sería, verdaderamente, el fin de la historia y del último
hombre.
Creer que los mismos que oprimen al mundo y lo han llevado a un endeudamiento impagable,
propiciarán un nuevo orden de justicia; no solo resulta ingenuo, sino suicida. ¿Por qué Bill Gates es
uno de principales impulsores de la vacuna contra el coronavirus y no, por poner un ejemplo, el
gobierno norteamericano, cuando se sabe que tanto Obama como Trump conocían de antemano que
esto sucedería, gracias a reportes minuciosos de la CIA? ¿No se parece ello demasiado a lo
acontecido el 11 de septiembre de 2001, cuya tragedia inminente ya era noticia para Bush Jr. desde
fechas muy anteriores? Según Estulin un proceder de las conspiraciones es que ocurren a plena luz
del día, incluso desclasificando parte de la verdad (como el Informe 200) y produciendo filmes y
significados culturales en torno a ello. El fin es que la gente, siempre que se hable sobre la realidad
de estos planes, diga “bah,  es cosa de películas”.
La guerra mundial 6.0 ya está en marcha y durará hasta que se creen las condiciones que ellos,
quienes controlan, necesitan. La lógica ha sido, mediante el virus, “podar el césped” de la
población, luego vendrá una mayor ingeniería transhumanista con los que queden vivos. Las
personas mayores de sesenta años, los más ancianos, han sido los primeros en caer. Son los menos
productivos, pero a la vez quienes recuerdan otro tipo de mundo y, con esa memoria, pudieran
transformarse en agentes peligrosos de cara a la nueva hegemonía cultural que se establecerá como
canon identitario. Se avecina una batalla cultural, cuyo objetivo es el fin de la humanidad como
concepto, pues, en la lógica que viene, todos no seremos considerados hombres con derechos. La
posmoderna obsesión por deconstruirnos como sujetos nos atomizó como agentes de la resistencia,
no hay un contradiscurso por el momento, ni un contrapeso. Habrá que seguir la lógica de Marx
cuando dijo que bajo las condiciones del capital, un estallido revolucionario se situaba como
horizonte inevitable.

El virus que infectó nuestras libertades


 mayo 7, 2020  Mauricio Escuela

Se llevaron tu libertad, tal es la frase que en diferentes sitios y en las redes sociales cunde con
respecto al coronavirus. Y pudiera parecer exagerado, pero si se analiza el sitio de excepción y toque
de queda en que se sumerge el mundo, de parálisis, de falta de respuestas institucionales efectivas y,
paradójicamente, indiferencia de las potencias ante la consecuencia real de la plaga; veremos que en
efecto, la primera víctima ha sido la libertad de los más humildes y de la clase media. Ni siquiera en
las más delirantes distopías se pudo imaginar que un virus de misterioso proceder nos atacase tan
rápido, socavando las bases del sistema social imperante, hasta dejar al capitalismo sin respuestas y
con la única opción de eliminarles a sus ciudadanos el último atisbo de autonomía, de privacidad, de
decoro en un mundo repleto de injusticias.

La prueba de que a las élites no les importa este estado de cosas la tenemos en que la agenda
injerencista, militar, ha continuado, pues no solo se envían refuerzos allende los mares, sino que se
aprovecha la debilidad de la economía para asestarles los golpes más sensibles y dolorosos a
aquellos que se consideran incómodos, de manera que la crisis funciona como un arma arrojadiza, de
cuyas consecuencias se hace ingeniería social y se prepara el camino del golpe blando que abre lugar
al zarpazo. En tal sentido, la ceguera de la clase elitista llega a tal grado que no se da cuenta de que
pone en peligro la propia existencia de su proyecto hegemónico y ahí está el estado de California,
pidiendo su separación de los Estados Unidos en un probable referendo para el año 2021, proceso
que de ocurrir, no solo daría paso al surgimiento de una nueva potencia anglosajona en Occidente,
sino que sería el principio del fin norteamericano.

Estados Unidos, como nación atípica en el plano político, tiene un precario contrato social, que en
sus inicios se basó en el sustento de las libertades civiles, cierto que la base del proyecto era la
propiedad privada, pero sin dudas para el siglo XVIII se trató de un avanzadísimo país, que surgía en
un mundo de imperios monárquicos. El contrato norteamericano, a su vez, incluye el respeto a la
particularidad de cada instancia estatal dentro de la federación y la crisis ha puesto en duda dicho
pacto. En Nueva York, el otro centro neurálgico del país, el gobernador no para de echar críticas
cada vez más fuertes, toda vez que se hizo evidente la necesidad de un sistema de salud sólido, que
evitase la propagación de desastres y lo que se tiene es la precariedad, la duda, la carencia de planes
contingentes, el bandazo y, en ocasiones, el absurdo.

Este panorama que coloca a californianos y neoyorquinos en la senda contraria al contrato social
norteamericano pudiera generar una fisura sin retroceso, una marca que quede en un país que pronto
se enfrentaría a elecciones presidenciales, donde entre otras cosas se decide qué filosofía política
deberá regir las últimas décadas de hegemonía real que puedan quedarle al país de camino a su
claudicación como economía central del mundo. Si en la población sigue creciendo la percepción,
fuerte desde el 2001, de que el Estado federal se roba sus libertades y oprime su bolsillo,
difícilmente se pueda sostener un proyecto cuya ideología reside precisamente en el liberalismo
clásico y no en el intervencionismo ramplón, la manipulación mediática y la ingeniería social que
plantea la muerte de quienes ya no son orgánicos ni al mercado ni a la hegemonía. El pueblo, entidad
con poder todavía para votar, mal que le pese a las élites, pudiera decidirse por otro tipo de política
central, por otro contrato.

Ese mismo fenómeno lo podemos ver hoy en otras potencias neoliberales que han lastrado la noción
de la unidad y le restan libertades a sus ciudadanos, sin que exista un proyecto común con tintes
claros. En el Reino Unido, tras el Brexit, se espera que de un momento a otro Escocia pida otro
referendo para salirse del control de la corona británica, lo cual supondría el fin de una potencia
imperialista tradicional en el tablero del hegemonismo capitalista. Cataluña cada vez le pide más a
Madrid que, o respeta el contrato social del Estado de Bienestar, o podrían votar por una separación
definitiva. El neoliberalismo ha arrasado con la libertad de todas estas identidades reales, que van
desde la ciudadana, hasta el mosaico cultural de los pueblos. Y es que, a diferencia del dinero, la
gente sí tiene un sistema de valores, uno que sí cuenta con nociones claras, identitarias, al que no se
está dispuesto a renunciar y contra el cual se invierten anualmente millones de dólares en un
desesperado anhelo por el globalismo del mercado.

¿Que el coronavirus pudiera formar parte de esa ingeniería que quiere salvaguardar el sistema
neoliberal?, pululan por el mundo infinidad de teorías de la conspiración de tal tino, sin embargo no
hay que ser un “conspiranoico” (neologismo de estos tiempos) para darnos cuenta de que la plaga a
la vez que daña al sistema, pareciera confirmarnos lo que ya sabíamos, a la élite no solo no les
interesan los pobres, sino que quieren que se mueran. Palpable en multiplicidad de acciones y
pensamientos que han salido a la luz en los días de la crisis y que, solo se han detenido un poco,
luego de que elementos de la cúpula de la oficialidad como el propio Primer Ministro Boris Johnson,
se enfermaran, lo cual demuestra la peligrosidad de este boomerang biológico. Las libertades y los
pobres, dos elementos explosivos para una revolución, fueron las primeras víctimas y el sistema ha
sacado rédito de ello, un beneficio sin dudas que pudiera estirar en algo el agónico fin del
neoliberalismo como hegemón para las próximas décadas.

El virus puede que haya surgido como un acto accidental, sin que mediaran ingenierías conscientes
de los efectos para determinados grupos e intereses, pero al cabo pudiera estar siendo usado. Acabar
con lo último que le quedaba al ser humano de autónomo y no restituirlo, o hacerlo artificialmente,
sería  una meditada ganancia para el sistema que hoy hace aguas. A fin de cuentas, la inmensa
mayoría de los contagiados son pobres, ancianos, personas desahuciadas por una maquinaria que ya
no ofrece empleos suficientes, ni precios asequibles de una vivienda, de servicios vitales y de
alimentos. La respuesta ante las brechas adquisitivas es la eugenesia, que prevalezcan los
supuestamente más duros, mejores o simplemente con la cuenta bancaria más inflada.

Cualquiera que haya leído el libro “El informe Lugano” de Susan George halló un espeluznante
panorama de cómo las élites planifican con frialdad la muerte de millones de pobres, solo porque el
sistema capitalista no puede sostenerse ante la evidencia de su propio producto: la miseria. La
respuesta, lejos de la revolución, no puede ser otra cosa que la matanza de las víctimas. El dueño no
va a renunciar a sus propiedades y lejos de eso buscará una manera, ya sea sutil o extremista, para
sostenerse. El libro se publicó como un rejuego de ficción, sin embargo, los razonamientos, los datos
y el manejo de las conclusiones nos dan a pensar que, en efecto, estamos ante una operación
gigantesca de ingeniería social a nivel del orbe, ante la cual la Humanidad no ha construido
alternativas y anda a ciegas, como un cordero hacia el sacrificio.

El mercado, el cómputo, no tienen que tener, a fin de cuentas humanidad, sino que van al cálculo de
las ganancias y para ello se automatiza la política, se le resta ideología, y ahí tenemos que en los
últimos años han desaparecido la derecha y la izquierda, dando paso a partidos taxis, que son usados
para ingenierías sociales, más allá de un programa de gobierno que se acerque medianamente a
planes de la ciudadanía. En países como Argentina, un neoliberal Mauricio Macri se denomina
“izquierdista” y suelta a los habitantes más endeudados que nunca en la historia. En España,
Podemos, que llegó con las promesas de acabar con la tiranía de los bancos y la abundancia de los
desalojos, no solo olvidó esa agenda, sino que, ante la crisis del coronavirus, persiste en su fracasado
“enfoque de género” (argucia para no tocar el problema de la propiedad, ni el abordaje de la lucha de
clases), ya que luego de absurdas leyes apartheid contra los varones, que vulneran los derechos
humanos, sólo se ha logrado disminuir en -1 persona las muertes de mujeres en una década, en el
marco de las relaciones de parejas heterosexuales.

Con un mundo sin identidades, confinado en sus casas, con las calles patrulladas por policías tanto
de la acción física como del pensamiento, no está lejos la dictadura global. En todo caso, se ha
reducido al humano a una existencia informática y pasiva, en las redes sociales, donde su conciencia
no podrá jamás esconderse ya que deja trazas de cada uno de los pasos ya sea en lo doméstico o ya
en lo más complejo y comprometedor. Estamos más que nunca a punto de desaparecer como
ciudadanos, en tanto nuestros derechos se reducen globalmente a la cuentas de Facebook y de
Twitter. No más como seres que salen a participar de una vida pública tangible, sino como personas
amedrentadas, sin la suficiente información, que habitan lo que Michel Foucault llamó el panóptico,
o sea un espacio donde el poder lo ve todo, pero tú no lo ves a él.

Puede ser que el coronavirus afecte a todos, pero no de la misma manera, porque de hecho, la
asimetría adquisitiva sí tiene un impacto, tanto en el acceso a los servicios como en la visibilidad del
mal. Recordemos que anualmente, enfermedades curables como la diarrea matan muchas más
personas y nadie dice nada, solo ahora saltan las alarmas, se toman medidas y no se dice cuándo
acabará todo, ni se da un compás de tiempo para la normalización. Lejos de ello, los líderes del
mercado apuestan por iniciar ya las operaciones comerciales, aunque sigamos en estas prisiones, con
nuestras libertades perdidas, ¿un intento de que el actual orden quede ya establecido, con una
economía funcional que lo sustente?, todo es posible. Lo que sí no debemos dudar es del
pragmatismo de un sistema para el cual nuestra identidad, nuestra capacidad de elegir y ser
resistentes a la avasallante publicidad, ya son obstáculos. Quizás el verdadero virus, el que nos
enferme definitivamente la subjetividad, ya nos haya infectado a todos y sea solo el comienzo en un
largo camino en el hallazgo de una vacuna que se encarne en otro proyecto sociopolítico, un pacto
que nos incluya como Humanidad.
La prensa como opio de los pueblos
 abril 21, 2020  Mauricio Escuela

Los medios de comunicación son el cáncer de Occidente, reza un dicho canónico de estos días,
que se repite ante las imágenes del desastre provocado por el coronavirus, las cuales nos han
descubierto una precariedad que, si antes estaba ante nuestros ojos, nadie filmaba, ni valía un simple
comentario radial. Solo ahora, cuando los 40 millones de pobres que hay en Estados Unidos, echados
en las calles, constituyen la carne fresca y el terreno para la expansión de un virus que no conoce
límites, las audiencias se horrorizan, los gobernadores claman por la asistencia social, la atención
médica, los insumos para los hospitales y centros asistenciales. Los medios, pendientes de otras
agendas hasta la irrupción del coronavirus, ni hablaban de estas acuciantes crisis invisibles y
mortales, que a diario matan a millones de seres en la pobreza.
Porque esa es la verdadera enfermedad, la que ha infectado a todos, de una forma u otra, a víctimas y
victimarios: una pobreza contra la cual no se hace nada, a la que se le calla la boca y que ni siquiera
se le respeta el derecho a una sepultura digna. Un entierro en cualquier país está costando, en
medio de la crisis, una cifra que la mayoría de los  familiares de los fallecidos no puede
pagar. Las imágenes de los sepulcros artesanales, en todos los sitios, nos avisan de esta otra cara
antes invisible.
Las tertulias en televisión, a las que se invitan a supuestos conocedores, nada dicen, especulan con
teorías de la conspiración, alarman con llamados a tiempos bíblicos finales o se dedican a la reseña
de los hechos, sin darnos el contexto, las explicaciones. La prensa se adaptó a callar. Y es que la
carencia de argumentos no se debe a la ausencia de estos, sino a la cobardía de las terminales
mediáticas para reconocer las fallas del sistema, del puntal que supuestamente les otorga una
ideología y al cual legitiman. El orden informativo oficial, el de las compañías del márketing y los
lobbies de poder, mira su trabajo como un producto comercial más, que debe vender. Allí se ha
diluido toda la deontología profesional que, como el juramento hipocrático para los médicos, debiera
tener su bandera en los públicos y sus derechos humanos.
Lejos de ello, las grandes cadenas, básicamente la FOX y la CNN, que encarnan a las mal llamadas
derecha e izquierda norteamericanas respectivamente, tardaron demasiado en dar la alarma real
ante la evidencia de una pandemia. Y luego han sido tibias en criticar la actitud con la cual se
encaran los sucesos desde una postura gubernamental, que siquiera alienta al uso de las mascarillas
en medio de un caos sanitario cuya espiral va en ascenso, sin que haya hasta ahora alternativas.
Lo mismo ha sucedido en la gran prensa española, como es el caso de El País, donde en medio de
la confusión que reinó desde la misma noche del 8 de marzo ante el aumento imparable de
contagios y muertes, se atinaba a encubrir la irresponsabilidad del presidente y su
gabinete, quienes no sólo restaron importancia a la cuestión sanitaria, sino que alentaron a la
realización de diversas actividades masivas, muchas pertenecientes a la agenda de género que, sin
éxito y contra principios básicos de la igualdad legal y formal entre sexos, llevan adelante. Varios
diarios alternativos españoles de hecho, denunciaban días después que el lavado de imagen de
Sánchez no incluía solamente a la batería de columnistas orgánicos de El País, pagados para ello,
sino que el propio equipo de prensa presidencial estaba borrando de la web los datos con los
llamados gubernamentales a convocarse por el Día de la Mujer. La parodia de prensa ibérica incluye,
además, la invención de un trol con una foto falsa, Miguel Lacambra, que de pronto apareció con
datos que solo pudiera manejar el oficialismo, dándoles la interpretación tendenciosa que más
favorezca a la cúpula, mientras las terminales mediáticas y algunos voceros en las redes alaban y
compartían tales mensajes.
América Latina por su parte siquiera ha mostrado las cifras y las realidades de los niveles de
contagio, toda vez que lo más impactante está llegando mediante imágenes subidas por los usuarios a
la web. Sucede con Ecuador, donde la crisis imposibilita enterrar a los muertos que yacen en
cajas de cartón selladas con grapadoras de papel. Allí, amén de los comunicados que se reportan
internacionalmente, todo lo que se oye y se ve es la anarquía, la desesperación y la falta de
gobernabilidad. Otro tanto ha hecho la prensa brasileña, que es tibia en afrontar las posturas
irresponsables de Bolsonaro, a quien incluso la junta militar ha debido frenar, ya que se hace
evidente que no está al tanto ni cualificado de la magnitud de la pandemia, ni de los peligros para
una sociedad con altos índices de asimetría en el acceso a la salud.
Más allá de la alarma desmedida o el silencio interesado, los medios debieran conformar una
matriz de éticos profesionales al servicio de la claridad de pensamiento y acción, de guardianes
de los buenos procederes gubernamentales y denunciantes de lo contrario. Lejos de esto, la prensa se
conforma con tomar el partidismo que económicamente le sea más conveniente y a cambio ser un
órgano funcional irrestricto.
Son las redes sociales el medio que la ciudadanía usa para expresar su dolor real, un terreno que
en apariencia goza de la democracia y la horizontalidad que faltan en los espacios tradicionales. Sin
embargo, ya existe una policía del pensamiento que persigue determinadas manifestaciones y, en
España por ejemplo, aunque no se convierte en ley, cada día es menos “políticamente correcto”
criticar la gestión de gobierno, so pena de padecer el escarnio o escrache e incluso ser cuestionado en
tu centro de trabajo, en casos sobre todo de sitios ideológicos como universidades y medios de
prensa. Y no podemos olvidar que, plataformas como Youtube no toman medidas contra los videos
donde se esparcen bulos sobre la crisis, desde teorías conspiratorias hasta mentiras de gran peso.
Tampoco Google, a pesar de los tantos anuncios, logra parar la epidemia de intoxicación
mediática que pareciera enterrar para siempre al sano periodismo, al necesario, al que hoy  más que
nunca habría que financiar, defender. Cada día son nuevas las versiones que se echan a rodar, desde
declaraciones falsas de personalidades, hasta noticias acerca de la aparición de la vacuna contra el
coronavirus.
Los poderes políticos y sus terminales mediáticas minimizaron las alertas de China sobre el virus, las
redes hicieron del meme y de la banalidad las delicias de inicios de marzo. Una nube de
despreocupación y de irresponsabilidad cundía en la opinión pública, mientras el peligro iba latente
de país en país, cual bomba de tiempo. No solo hay que cambiar los servicios sanitarios y su sujeción
al mercado, sino que los medios y las redes debieran enterarse de modelos más fieles a los
públicos y menos orgánicos a los poderes. La crisis nos agarró desprevenidos y nos golpeó gracias
a la banalidad del mal, expresada en un conglomerado de líderes globales de la información
neoliberal y de propiedad privada que, convenientemente, subestimaron el impacto de la emergencia
y esperaron a que la muerte diera la alerta definitiva.
Todo mensaje que fue dado, en las redes, con respecto a suspender las marchas, los mítines y
concentraciones en el primer mundo europeo, fue tachado como lenguaje de odio, como se puede ver
hoy en diferentes medios alternativos. Lo “políticamente correcto” se usa, en términos de prensa,
para alejar del centro del debate aquellas cuestiones que colocan en crisis los dogmas paradigmáticos
de una matriz. En esos días vimos a youtubers diciendo que preferían adquirir el coronavirus
que no salir a la calle, a blogueros haciendo memes y post chistosos al respecto, vimos tweeds
paródicos que evidenciaban una total ignorancia de los usuarios sobre el problema.
Hasta que vino la primera ola y luego otras tantas de muchos enfermos. El mundo dio un vuelco en
pocas horas y, en días, estábamos confinados en nuestras casas.

Aún en esta situación, el uso de medios leales a las líneas de mensaje más oficiales, como la batería
de columnistas pro Trump y algunos influencers enrolados en la campaña presidencial, insisten en
la benevolencia de la administración, en el origen chino de la tragedia y desestiman la
magnitud del impacto en la sociedad. Pasa lo mismo con el modelo de prensa neoliberal alrededor
del mundo, se imponen agendas oficialistas desde posiciones de fuerza comunicacional, ahogando
los mensajes de la ciudadanía y generando confusión y falta de conciencia. El repetido “quédate en
casa” ha servido para enviarles vía internet una oleada ideológica y de pánico a las mentes de los
consumidores, de manera que la realidad quedó sustituida por lo que se dice en las plataformas
mediáticas y las redes sociales.
La prensa de mercado muestra su incapacidad de acercarse sincera a los intereses de las
audiencias y actuar como su protectora y no como un acto comercial más. Hasta que la sociedad
no gire en torno a personas y no a cosas, seguirá existiendo el peligro de esta intoxicación mediática,
de este discurso de lo “políticamente correcto” incapaz de marcar la diferencia y decir lo que piensa.
En un universo donde gobiernos con deberes ciudadanos se escudan detrás de troles para imponer
líneas de mensajes, mal andamos, pero si además se nos hace creer que así es la democracia,
entonces nuestra única enfermedad letal no es el coronavirus.
Julian Assange y la condición humana
 abril 6, 2020  Mauricio Escuela

Fue George Orwell quien dijo la frase: “El periodismo es publicar aquello que otros no quieren que
salga a la luz, lo demás entra en las relaciones públicas”, curiosamente, ese mismo autor se conoce
por escribir la más famosa distopía hasta ahora conocida, la novela “1984”. En la obra literaria, un
mundo dividido entre superpotencias ha eliminado la noción de realidad, ya que esta se reescribe
cada día en dependencia de los intereses de la élite. En el año 2010, Julian Assange, director del
portal web WikiLeaks, se vio obligado a asilarse en la Embajada de Ecuador en
Londres. Durante años, su proyecto periodístico había puesto en jaque a los intereses
norteamericanos más rancios, ahora se le imputaba desde Suecia una acusación de acoso sexual, que
el tiempo demostraría como falaz. En relación a su persona comenzó a tejerse la reescritura
orwelliana de la historia, propia del mundo distópico que nos quieren imponer.
Desde el momento cero en que el que se conoce como el encarcelado número 1 de Occidente se asiló
en la embajada, se iniciaba una campaña de descrédito contra Assange, en la cual se le acusó de
violador (sin pruebas), de ser un mentiroso, un traidor a su patria, un espía ruso, incluso se mostraron
reportajes en la prensa sobre su falta de higiene y manchas de excremento en las paredes de la sede
diplomática, se le criticó por su relación con su gato dejándonos caer cierta zoofilia. Hay pruebas
de que, desde el Pentágono, con técnicas muy bien ensayadas y que no son nada nuevas,
propias de la guerra sicológica y la tortura, se orquestó toda esa campaña, con el objetivo de
que la opinión pública apartase la vista de ese hombre al cual, cual chivo expiatorio, las agencias
occidentales de inteligencia quieren incinerar en la pira de los sacrificios. La chica que se prestó para
el montaje de la falsa denuncia de acoso, además de ser una ferviente militante del hembrismo
(variante separatista y radical de las feministas,  financiada multimillonariamente por la ultraderecha
al estilo de Soros, Roquefeller, Ford y Rothschild) tiene vínculos probados con universidades que
son tanques pensantes de las agencias occidentales para el espionaje.
¿En qué consiste el supuesto delito de Assange? Desde 2001 las libertades civiles en el mundo
occidental se han recortado, en virtud de un enfrentamiento global al flagelo del
terrorismo. Instrumentos como la Ley Patriota norteamericana les dieron luz verde a los gobiernos
para socavar los espacios más íntimos de los seres humanos, permitiendo un crecimiento desmedido
del poder del Estado y su uso para intereses privados de los lobbies y las élites siempre al acecho de
los ciudadanos. En ese contexto surge WikiLeaks como un poder mediático alternativo, cuya
finalidad es un nuevo orden de la información desligado de lo políticamente correcto y del control
férreo de los espacios comunicativos que ejercen los conglomerados en manos de la élite. Desde el
inicio, este portal se ha caracterizado por el filtrado de cables, que le permiten a la opinión pública
un empoderamiento en materia de decisión ciudadana acerca de aquellos temas que le son sensibles
en su agenda. Por ejemplo, todo lo referente a los abusos cometidos durante las guerras del Medio
Oriente, así como el destape de los bulos que los gobiernos occidentales hicieron correr como
justificaciones para intervenir en aquellos países (supuestas armas de destrucción masivas en Irak
por ejemplo).  Para la Agencia Central de Inteligencia, Assange es una amenaza, para el
ciudadano común, un aliado que arriesga el pellejo por la libertad de pensamiento. Así de
simple.
En la medida en que el neoliberalismo ha entrado en una crisis de recursos y de agotamiento
financiero, se evidencia su debilidad como hegemonía ideológica, por ende los gobernantes echan
mano a mecanismos interventores en la realidad social, lo cual se conoce como ingenierías. Uno
importantísimo es el control mental, el cual se ejerce mediante el manejo de la opinión pública. Para
lograrlo, obvio, esas democracias tienen que negar la ideología liberal fundante y adscribirse a un
nuevo orden donde domine lo políticamente correcto, o sea la línea de mensaje que dicta el
Pentágono. Assange había roto esa barrera, como lo hizo también Edward Snowden, quien reveló las
operaciones de ingeniería realizadas a través del manejo de los datos de la web. Orwell, al escribir
“1984” prefiguró precisamente esto, ya que él situaba el totalitarismo como un resultado de las
llamadas democracias capitalistas y no como una deformación del socialismo real o un resultado de
cualquier otro experimento político. La concentración de recursos económicos, el monopolio, ha
dado paso a un orden neoliberal que niega a la democracia y que la elimina mediante la imposición
de ingenierías legalmente sancionadas, para hacer de este mundo un feudo.
A Assange no solo lo persiguen las oficinas de inteligencia, sino que los medios de prensa lo han
dejado solo, amedrentados los periodistas por líneas de mensajes cada vez más duras, sin que exista
la posibilidad del más mínimo contraste de fuentes, desmonte de bulos o contrainformación. Por
ello, se ha dado en decir que la causa contra Assange, es contra el periodismo en realidad, para
avasallar ejemplarmente todo conato de lucha en el campo de lo simbólico, e imponer la sola agenda
del poder oficial. La propaganda ha sido implacable, así como la presión sobre Ecuador, para que
entregue a su asilado, en medio de un panorama en que Europa en pleno se plegó a Estados Unidos y
estableció un sitio a la legación en Londres. Nunca, en la historia occidental, se había visto tanta
obsesión de supuestas democracias por encarcelar a un hombre.
El traspaso de poderes hacia el presidente Lenín Moreno, abrió las puertas para el arresto de
Assange, ya que en abril del 2017 no solo lo expulsaron de la embajada sino que se le retiró la
ciudadanía ecuatoriana. De inmediato el disidente fue confinado en la prisión de Belmarchs de alta
seguridad, como si se tratase de un criminal común con altos cargos violatorios contra la dignidad y
la vida humanas, sin posibilidad de preparar su defensa, ni de contacto con alguna persona. En
medio de su total aislamiento comenzó el deterioro de la salud, cosa que incluso reconoció Naciones
Unidas y que podría formar parte de la operación de ingeniería contra Assange: matarlo en la cárcel,
sin juicio.

Nils Melzer, relator de Derechos Humanos de las Naciones Unidas tuvo acceso al prisionero. Dicho
funcionario declaró en su informe que al inicio él no simpatizaba con la causa de WikiLeaks y que,
al igual que el resto de la audiencia, se hallaba contaminado por la campaña difamatoria orquestada
por los medios contra Assange, pero que luego de acercarse al caso pudo observar que  el detenido
“(…) durante un periodo de varios años, ha sido expuesto a graves e incrementadas formas de
trato o castigo, inhumano o degradante, cuyos efectos acumulativos solo pueden ser descritos
como tortura sicológica”. El relator, además de denunciar la persecución colectiva, dio muestras de
desprecio hacia el tratamiento sin garantías que la justicia británica daba a Assange, al cual dicho
funcionario catalogó de preso político o de conciencia. Todo el informe, preparado para Naciones
Unidas, fue entregado a la gran prensa a manera de tribuna, léase los medios Financial Times, The
Guardian, The Telegraph, The New York Times, The Washington Post, al semanario Newsweek y
otros más, pero nadie ha publicado ni una sola línea de lo que concluyó el comisionado. Por su parte,
la prensa española, conocida por su fiebre hembrista y por usar esos argumentos del feminismo
contra Assange en el pasado, ni siquiera mencionó el asunto, a pesar de que el informe del relator
llegó a las influyentes redacciones de El Mundo y La Vanguardia.
Mientras a Assange se le acusa de “espionaje” y se le imputa una condena de 175 años de cárcel, los
responsables de las torturas, los crímenes de guerra y las mentiras políticas que WikiLeaks
denunció siguen impunes en las calles del mundo. El gobierno australiano, sumiso aliado de
Washington, catalogó el informe de Naciones Unidas como de “inflamadas declaraciones”. Ningún
poder, salvo la verdad periodística y la vergüenza ciudadana, respaldan a Assange.
Un grupo de periodistas expusieron en internet un llamado a recabar firmas para realización
del debido proceso y la liberación del director de WikiLeaks, el comunicado dice lo siguiente:
“Si el Gobierno de Estados Unidos puede procesar a Julian Assange por publicar documentos
clasificados, despejará el camino para que los gobiernos enjuicien a periodistas en cualquier parte
del mundo, lo cual sentaría un peligroso precedente para la libertad de prensa a nivel mundial (…)
En una democracia, se deben poder revelar crímenes de guerra y casos de tortura y abuso sin tener
que ir a la cárcel. Ése es, precisamente, el papel de la prensa en una democracia”. Muy pocos
profesionales han firmado efectivamente el llamado, pues como sostiene Le Monde diplomatique, en
un artículo del año 2018, la ingeniería social en torno al caso de Assange ha logrado su objetivo:
alentar el miedo e incluso el morbo oportunista y malsano en el gremio de la comunicación.
Al final de la novela “1984” Winston Smith, un rebelde que se había atrevido a sacar información
prohibida por el régimen totalitario y distópico, es tomado preso y torturado, el objetivo, más allá de
su muerte, era que doblegara su alma y aceptase que, si el poder lo determinaba así, dos más dos no
eran cuatro sino cinco. A esa defunción se aspira contra Assange, a la de todos nosotros,
habitantes de un planeta que retrocede en sus libertades y que, si no tomamos conciencia, puede
situarse de nuevo en una Edad Media de dogmas y vigilancia que pondrán en peligro la condición
humana.
Del Estado televisivo haitiano al plano de la
realidad (I parte)
 marzo 3, 2020  Mauricio Escuela

Haití significa en la lengua originaria tierra de montañas y dicho nombre se conservó de un


tiempo a otro gracias a la cultura de la resistencia que desde el mismo proceso colonizador europeo
caracterizó a los habitantes de la isla de La Española. Se trata de la respuesta cultural ante la
opresión sistémica que sobrepasa en fuerzas a un pequeño país diseñado desde un inicio por los
amos del mundo solo para ser explotado, para exprimir cada palmo de tierra mediante el exceso de
extracción, hasta el punto en que a la altura del siglo XVIII, la porción francesa de la isla mantenía
los lujos de la élite de París y representaba un alto ingreso per cápita a la que entonces se conocía
como la primera potencia europea y mundial. Saint Domingue se transformó en la colonia modelo, el
ejemplo a seguir para el resto del continente de lo que era un pedazo de terreno bien aprovechado,
mediante complicadas técnicas que daban un rendimiento muy por encima del resto de las
estructuras administrativas en el continente.

Las llamadas Fuerzas para la Paz y la Estabilidad de Haiti (MINUSTAH) han seguido el
modelo del resto de las intervenciones que desde 1915 ocurrieran en la isla
El precio a pagar por dicha renta capitalista fue la desaparición primero de los habitantes
originarios de la isla y luego la introducción masiva de negros y la construcción de un sistema
racista de castas que aún define el panorama político de la nación[1]. Junto al nombre del país,
pervivieron no obstante tradiciones  culturales que hoy son casi la única respuesta funcional a la
crisis de las instituciones políticas de corte occidental en el país. Tras un terremoto en 2010 que dejó
el país de rodillas, solo en la cultura nacional y regional ha habido un futuro para la construcción del
aparato de gobierno y de las instancias que reivindiquen la cosa pública haitiana. Lejos de eso, las
fuerzas interventoras, desde antes del terremoto, han tendido a obviar la cultura autóctona como un
valor para la construcción del Estado y constantemente  se evalúa el camino de la democracia
mediante herramientas de origen anglosajón y básicamente estadounidense, con lo cual se le envía
una clara señal al resto del continente: el estado de derecho solo se entiende mediante el prisma
blanco y colonizador, y en  aras de ello Haití cae entonces en una especie de estatuto de protectorado
de la Casa Blanca.
Obviamente, sabemos que la democracia en sus diferentes variantes es una respuesta cultural y que
como tal debe responder a la cultura y las dinámicas sociales que de esta se derivan en cada entorno.
Y es que en el centro del Estado haitiano autóctono hay un elemento que el mundo colonial no está
dispuesto a acoger y sancionar como políticamente correcto: el derecho a la igualdad total de los
hombres. Tal principio, consagrado tempranamente por los sublevados de  Haití, se sitúa como alfa y
omega del orgullo nacional y dio comienzo a un largo proceso de emancipación que aún hoy está en
curso en los rincones del planeta, donde perviven diferentes formas de esclavitud. El interventor, que
conoce la fuerza de la cultura, al punto de basar su política exterior en tesis sobre teoría cultural
(como las esbozadas por Samuel Huntington para justificar la “superioridad” de Occidente y Estados
Unidos) no permitirá que el paradigma haitiano vuelva a florecer en medio del Caribe, zona por
demás estratégica, junto a la siempre rebelde Cuba, el otro ejemplo descolonizador del hemisferio.
Para la Casa Blanca, Canadá y Francia (el Tridente Imperial como se les conoce) Haití debe existir
solo como un seudo Estado, con instituciones y gobernantes manejables, y desde un paradigma de
sujeto colonizado sumiso y atento a los mandatos de la comunidad internacional.

Por ello se ha llamado desde diferentes espacios a aunar esfuerzos primero para el rescate de un
estado de derecho básico y democrático burgués haitiano, que pueda servir de  paso hacia una
participación del sujeto social. Uno de los cónclaves en que el país ha tenido voz y se ha proyectado
en la mencionada dirección es el Foro de Sao Paulo, no obstante  los vínculos financieros y políticos,
y hasta en materia de defensa y seguridad, con el Tridente Imperial, han impedido tanto la unidad de
los partidos del ala izquierda en Haiti como su integración en un plano político regional que le
permita al nuevo gobierno una política exterior soberana y proactiva.

El propio Huntington coloca a Haití en su libro El choque de civilizaciones como una


civilización aparte, nómada, consagrando así la visión alienante que desde Occidente se
proyecta hacia la nación del Caribe: una especie de África desarraigada, que reniega de dicho
pasado y mira hacia Europa y Norteamérica. La exclusión de los haitianos del grupo de países
occidentales, tiende a justificar la colonización de dicha tierra por parte de las potencias blancas, ya
que se estaría cumpliendo un cometido “civilizador”. Ello cuando en los fundamentos de la nación
haitiana están los principios ilustrados y la concepción judeocristiana de la sociedad (si bien
sincretizada con el vudú), dos elementos básicos que Huntington usa para establecer ese conjunto de
países selectos que él sitúa en el club de los occidentales y que estarían “por encima” del resto.
Se trata entonces, el caso haitiano, de un claro escenario de guerra cultural, entre dos
paradigmas: colonización contra emancipación. El Tridente Imperial conoce el núcleo del debate
y se esfuerza, mediante mecanismos internacionales y a través de una supuesta ayuda, para sostener
la tesis de que Haití no es capaz de autogobernarse, porque los negros no son capaces de construir su
propio modelo político sostenible. En el tracto de la ideología hegemónica en el hemisferio, es
importante para los Estados Unidos no permitir que existan naciones que propongan otros caminos
diferentes de la democracia liberal de mercado y plutocrática, que consagra la desigualdad. El Haití
pobre se usa, de hecho, como material de propaganda racista de lo que podría pasarle a los
Estados si permiten que los oprimidos expulsen a sus amos y se adueñen de las instituciones. A
raíz del terremoto del 2010, una masa de predicadores evangélicos norteamericanos eligieron a la
nación caribeña como sitio de peregrinaciones para demostrarle al mundo cómo el vudú y la cultura
autóctona eran los culpables de la reciente desgracia y de todas las tantas de la tierra haitiana. El
propósito era enviarle un fuerte mensaje a la masa de creyentes y no creyentes acerca de la
naturaleza “perniciosa” del elemento que se considera excluido del paradigma cultural anglosajón.
Ello muestra un claro ejemplo de guerra cultural clasista con intereses coloniales, hecha bajo un
manto legal y de buena voluntad, en el que participaron miles de personas honestas y creyentes de
los Estados Unidos, que no estaban conscientes de ser usadas por la élite[2].
Las llamadas Fuerzas para la Paz y la Estabilidad de Haiti (MINUSTAH) han seguido el
modelo del resto de las intervenciones que desde 1915 ocurrieran en la isla. Con la agravante de
que no solo combaten el establecimiento de instituciones reales, mediante la cooptación de
liderazgos soberanos, el manejo de las elecciones y del sistema legal electoral, la marginación de
grupos sociales o la presión política y el golpe de Estado; sino que dicha fuerza internacional se
presenta a sí misma como la única institución saludable y capaz de decidir hacia el interior como de
representar al país en los diferentes cónclaves decisorios. Hoy se puede decir que Haití es solo un
Estado televisivo, cuyas instancias existen apenas nominalmente tras el terremoto, para ser exhibidas
en las cadenas internacionales como un banderín político, detrás del cual no hay poder real alguno y
por tanto tampoco defensa de intereses soberanos y nacionales.
Esta MINUSTAH permitió además, como parte de la imposición de la ideología neoliberal, que la
isla se abriese de aranceles totalmente, convirtiéndose en un foco importador de productos
norteamericanos, así como en un terreno fértil para contratistas privados que hallan en la ausencia de
garantías legales el caldo de cultivo de la explotación extrema. Las llamadas Organizaciones no
Gubernamentales (ONG) en realidad actúan como embajadoras políticas del tridente imperial y
agencias de negocios privadas, que fomentan el divisionismo y la corrupción en el sistema político,
al tratar a los haitianos como ciudadanos de segunda clase en su propio país. Más de un analista ha
llamado a las ONG como el verdadero Estado, ya que nada ocurre sin su consentimiento, al ser ellas
las depositarias de la ayuda internacional, de la cual por cierto se apropian en su mayor medida,
haciendo que dichos capitales no se inviertan en la nación, con lo cual todo el proceso de
reconstrucción se devela fallido.

La MINUSTAH se erige en árbitro del mundo público, aplastando la tradición democrática,


decidiendo los calendarios de las elecciones y los partidos que deben participar y el mecanismo de
chantaje que usan es siempre la ayuda financiera, de cuyos magros efluvios depende que abran
diariamente las oficinas del Estado y que los funcionarios, incluyendo el presidente, cobren sus
sueldos. A la vez, las ONG son la principal fuente de corrupción administrativa, ya que se rigen
por los intereses de los dueños de las empresas y no por las leyes haitianas, imponiendo su derecho
por la fuerza de las finanzas, lo cual ha generado la debacle y el desempoderamiento de la clase
política local, a favor de los intereses externos. Ha llegado el límite de que los haitianos, en su
imaginario, no conciben el país sin la ayuda y la intervención, a la vez que desconfían casi
absolutamente del Estado-nación y ello se expresa en altos niveles de abstencionismo y apatía, que
son los ingredientes del estallido social y el descontento.
Como si lo anterior no fuera poco, la misión internacional no ha cumplido con sus propios
estándares de seguridad y legalidad, y fue la responsable por negligencia de la introducción de la
epidemia del cólera en Haití, considerada la peor catástrofe asociada a dicha en enfermedad en la
Historia. Hoy se piensa que casi la totalidad de la población es portadora del vibrión del cólera,
aunque no padezca sus síntomas, a la vez que las condiciones sanitarias no han mejorado a pesar de
los millones de dólares destinados y el intento de las Naciones Unidas por tapar los errores
cometidos, mediante supuestas inversiones a través de las ONG. El caso de Haití, a la vez que sirve
para desprestigiar el modelo político emancipador, justifica la presencia de fuerzas militares en la
región, que tendrían como base no ya controlar una supuesta crisis humanitaria local, sino servir de
avanzadilla en el Caribe contra Cuba, los países caribeños del ALBA-TCP y Venezuela en
particular, de manera que para el Tridente Imperial resulta crucial que no se resuelva la situación
extrema en que se halla el Estado haitiano.

Tampoco las ONG tienen pensado cómo terminar con las penurias del pueblo, ya que de hecho
Haití se transformó en una fuente jugosa de dividendos mediante el desvío de la ayuda internacional,
que es la mayor que de forma financiera destina la ONU a un país con problemas. La nación se ha
convertido en una industria de la desgracia, para muchos bolsillos poderosos, que no están
dispuestos a empoderar al país y cortar los vínculos de la dependencia política y económica. Haití
está preso no solo de su propia miseria material sino de la ayuda del hemisferio, que se condiciona
políticamente mediante el juego en el tablero de las posiciones regionales.
Uno de los ejemplos claros de que Haití ha estado cautivo, se define a partir de la tibia relación
con Hugo Chávez y el ALBA-TCP, a pesar de los ofrecimientos que los países de la vertiente
socialista le hicieron a la nación y sus líderes. La clase política se empeñó en ser fiel a su
dependencia hacia Estados Unidos, evitando no solo hacer ningún tipo de compromiso con
Venezuela o Cuba, sino incluso no teniendo encuentros abiertos y de alto nivel con los líderes de esa
izquierda. Así, cuando Chávez visitó Haití, como parte de sus intentos de que se integrara a la
alternativa y a PETROCARIBE, se le enviaron constantes mensajes a la embajada norteamericana en
Puerto Príncipe acerca de la toma de distancia que en marco ideológico tiene supuestamente Haití
con respecto a las ideas bolivarianas y de emancipación soberana. El Departamento de Estado de
Estados Unidos, a su vez, dejó bien claro en un memorando que condicionaba su ayuda a Haití si
no se llegaba a ningún trato político especial con Chávez[3]. Un claro ejemplo este último de que lo
que acontece con el caso haitiano es un ejemplo claro de dominación cultural, cuya proyección busca
expandirse en el resto del continente, borrando de la memoria de los pueblos el ejemplo que en fecha
tan temprana como 1804 diera la isla caribeña.
En cuanto a Cuba[4], la presión norteamericana es mucho mayor, sobre todo para que Haiti no tenga
un papel relevante en el Foro de Sao Paulo y cortar así la vía de que cualquier proyecto de rebeldía
prenda en la clase política. Existe una persecución contra los lazos entre las dos naciones caribeñas,
que ha hecho que todo se resuma al plano meramente diplomático y de ayuda humanitaria. Los jefes
de Estado haitianos tienen que demostrar constantemente ante la Organización de Estados
Americanos, que la reconstrucción del país pasa por el abandono de toda contestación al status quo
de las democracias liberales y la economía de mercado, así como por el entierro de las ideas que
hicieron original al Estado caribeño cuando surgió como una república de esclavos libertados, la
primera en la historia y la única hasta el momento. Si el actual aparato ineficiente y vacío del
gobierno quiere existir al menos para las cámaras, deberá ser un voto más en Naciones Unidas
a favor de los intereses del Tridente Imperial.
[1] Para Samuel Huntington, el famoso politólogo de la ultraderecha norteamericana, Haití no
entra en Occidente, y no da ningún detalle científico que justifique esa separación, de ahí que
muchos le critiquen al profesor que su estudio denigra más que profundizar. Esta visión es bastante
común entre el ala neoconservadora del continente americano con respecto a Haití. Ver:
Huntington, Samuel: El choque de civilizaciones. Editorial Planeta. Barcelona, 2018.
[2] No es casual el uso de las iglesias evangélicas en operaciones de guerra cultural, las mismas
han actuado en zonas periféricas bajo la acción neocolonizadora, como por ejemplo en los países
del África Subsahariana. Baste decir que el grueso del evangelismo occidental dispone de un lobby
poderosísimo en el Congreso norteamericano a la vez que financia campañas y prosigue adelante
una agenda expansiva que lleva lo religioso de la mano de los intereses propiamente occidentales.
Mucha gente ingenua y ajena a la élite participa de buena voluntad en este proyecto.
[3] Las presiones de Estados Unidos no solo fueron exitosas en la no incorporación de Haiti al
sistema del ALBA-TCP, sino que situaron luego, oportunamente, a candidatos a la presidencia que
a la vez que blindan el poder político, están comprometidos con escándalos de corrupción con las
contratistas occidentales presentes en el país. Con esto, el país queda moralmente y de facto atado.
Senteinfus, Ricardo: Reconstruir Haiti, entre la esperanza y el tridente imperial. Fundación Juan
Bosch. Santo Domingo, 2016.
[4] Estados Unidos ha hecho lo posible por establecer a partir de Haiti un cordón “sanitario”
alrededor de Cuba, de manera que los demás países giren comercial y políticamente en su órbita,
de ahí las presiones hacia mecanismos efectivos y soberanos como PETROCARIBE y el intento una
y otra vez de chantaje a los pequeños Estados con la amenaza de no entregarles ayuda de las
Naciones Unidas. En el caso de Cuba, la presión norteamericana si no ha logrado romper los lazos
ha sido por la cercanía histórica cubano haitiana, pues se hace lo imposible para segregar ambas
naciones.
Del Estado televisivo haitiano al plano de la
realidad (II parte)
 marzo 24, 2020  Mauricio Escuela

Encerrados en la isla
La estrategia de guerra cultural contra Haití se inició desde el mismo 1804, cuando los franceses
se negaron a reconocer la independencia de la colonia, a la vez que iniciaron junto al resto de las
potencias de la época una campaña sobre la crueldad de la sublevación, que no sólo arrasó la riqueza
material de la isla, sino que segó la vida de la totalidad de la población blanca, incluyendo la
violación de mujeres, siendo este último elemento de mucho peso en la moral racista de aquel
tiempo. El miedo a un nuevo Haití demoró mucho más las ansias de las propias clases
oligárquicas de emanciparse en el continente, pues prefirieron buscar la manera de poder
hacer negocios por sí mismos, pero conservando hacia el interior el mismo sistema de castas
coloniales. A su vez, tanto Francia, como Inglaterra, como España y Estados Unidos, decretaron un
bloqueo hacia Haití, prohibiéndole el uso de buques mercantes y de guerra, con lo cual el comercio y
la vida económica de la república negra quedaban originalmente dependiente a los intereses de los
blancos. El gobierno haitiano, en su afán por integrarse a un mundo donde se sabía rechazado,
realiza este tipo de concesiones, porque además no había otra manera para reconstruir el país que
comerciando con el exterior y manteniendo la paz. Puerto Príncipe sabía que cualquier pretexto le
daría entrada a los blancos para volver a apoderarse del país y por ello se evitaban confrontaciones.
Esa extrema cautela llevó al país a replegarse sobre sí mismo, como ya calcularon las potencias
que pasaría, de Haiti salía poca información y la imagen quedó entonces en manos de los
esclavistas, que crearon la leyenda negra del negro que se rebela. El bloqueo comercial fue
poniendo también a la clase política a merced de los poderosos del momento, y resquebrajó el
espíritu radical y emancipador que dio aliento al proyecto político haitiano original, a la vez que se
empezaron a afianzar hacia el interior de la sociedad las castas y las diferencias sociales que hoy son
abismales. El principio de la crisis perenne comenzó cuando en 1820 Francia le pidió a Haiti el pago
de una deuda monstruosa a cambio de reconocerla como nación independiente, a lo que los
caribeños accedieron, endeudando el país muy por encima de su producto per cápita hasta más de un
siglo después, con lo cual los locales no pudieron invertir en los insumos necesarios para competir
en el mercado internacional, ni hacer moderna y sustentable la agricultura para el
autoabastecimiento. Ya en el siglo XX, la porción francoparlante de la isla era más pobre que la
hispanoparlante y el discurso racista de los vecinos dominicanos llegó al punto de cerrar la frontera y
aislar a los haitianos, llegándose al caso de matanzas a manos de bárbaros como el dictador Leónidas
Trujillo.
A la altura de la segunda mitad del siglo XX asciende al poder, mediante las urnas, Francois
Duvalier, un médico negro que llevó a cabo una propaganda populista y racista contra el elemento
mulato, aprovechándose del odio ancestral que tanta desigualdad ha generado. Ausente de tradición
democrática, el Estado haitiano no conocía aun la alternancia en el poder, por lo que fue muy fácil
para Duvalier apoderarse de la totalidad y declararse “presidente vitalicio” mediante una elección en
la que obtuvo la nada creíble cifra de 100 por ciento de los votos a favor. El aislamiento de la nación
se hace completo, ya que el dictador gobernará mediante el uso de su brazo armado personal, los
tonton macutes, para disolver lo que quedaba del aparato administrativo y colocar todo el país a sus
pies, haciéndole además el juego al anticomunismo férreo que por entonces se predicaba como parte
de la guerra fría. No había programa de gobierno, solo la continuidad, la permanencia de un
hombre que se erigió a sí mismo en la personificación del país, incluso mediante el uso de la
creencia mágica en el vudú.
Para cuando muere de causas naturales Duvalier, lo sucede su hijo Jean Claude, siendo una dictadura
hereditaria[1], con fuertes vínculos con las mafias caribeñas, haciendo del país un narco-Estado,
como trampolín de paso de drogas hacia los Estados Unidos. Ya la muerte de las instituciones se
había concretado a manos de una corrupción que era la esencia ideologica del gobierno. Este periodo
arrasó con lo poco que podía haber avanzado el país en materia de gobernabilidad, sentando el
precedente de un fallido terreno político, caldo de cultivo de la ausencia de libertades y progreso.
Baste decir que los Duvalier estuvieron en el poder gracias al apoyo de Estados Unidos, que
financiaban a los dictadores a cambio de frenar cualquier ola de descontento y pro-comunismo. Solo
cuando ya no necesitaron más de  la dinastía se decidió financiar a la oposición y ello determinó el
regreso del país a una débil democracia en 1987.
El interés de los Estados Unidos por cierto gobierno civil en Haiti se debía al inminente
estallido de una crisis humanitaria con la consecuente emigración masiva de balseros a la Florida,
elemento este último que hasta hoy va a sostener el leitmotiv de la Casa Blanca: que los haitianos se
queden en su isla, pase lo que pase, para eso enviaron tropas, para evitar los escapes sin control
huyendo del hambre y la enfermedad. A partir de 1987 se inicia un periodo en el que a partir de los
preceptos de la embajada norteamericana, los presidentes están o no en el poder, así ha sido con las
dos fichas de alternancia, René Preval y Jean Bertrand Aristide, para evitar que el más estricto
control se fugue hacia las manos del pueblo en realidad. De hecho, los norteamericanos han decidido
desde la década del 90 quien gobierna y han sacado del poder a ambos mandatarios, cuando por
coyunturas no les han convenido.
Todo lo anterior ha traido consigo que el país se ubique entre los de peor ranking mundial en
cuanto a nivel de vida y desarrollo, siendo un país perennemente paralizado, donde las elecciones
lejos de ser un factor de estabilidad, son un motor de luchas y desorganización que solo las fuerzas
de ocupación pueden paralizar de facto. La inmensa pobreza hace que se mire al Estado como la
única forma de vivir y ello gracias al por ciento de ayuda financiera que a dichas estructuras llega.
Esto último aumenta los niveles de corrupción a percepciones imprevistas.
Con una ayuda financiera inmensa, el país es incapaz de moverse de su sitio de postración, así como
de emprender una salida a las prisiones del endeudamiento y la dependencia. La ausencia de una
fuerza armada nacional le entrega a las potencias ocupantes la seguridad del país, con lo que queda
anulada una gran parte de la autonomía territorial y del manejo de los secretos de Estado. Apenas
reconocible por sus fronteras y su bandera e himno, Haiti ni siquiera tuvo dinero para reconstruir el
Palacio Nacional, derrumbado durante el gran terremoto, así como la mayor parte de sus edificios de
gobierno. A la altura de la elección de Jovenel Moise como presidente, el nivel de abstencionismo y
la polarización política de la oposición hacían insostenible todo esfuerzo de orden de parte del
oficialismo, la crisis de gobernabilidad se avizoraba en el horizonte.

La crisis silenciada
La subida a los precios del combustible decretada por Moise disparó las críticas de la oposición y la
movilización de los sectores menos favorecidos y mayoritarios. En el año 2019, mientras la OEA
orquestaba el derrumbe del gobierno venezolano pretextando una crisis humanitaria, Haiti ardía en
las calles, con peticiones de renuncia al presidente y con una pregunta que aún está en el aire:
dónde está el dinero del petróleo de PETROCARIBE, usada como lema por los manifestantes.
Resulta que según una investigación del parlamento y la oposición el presidente estaría vinculado en
el desvío de 2.2 mil millones de dólares provenientes de los fondos de PETROCARIBE, donados
por la Venezuela chavista de buena fe, con muchas facilidades de pago y que incluso una buena
parte de dicha deuda se condonó cuando el terremoto, por lo que quedó como un regalo. Con tan
elevada cifra, se hubiera dado solución a alguno de los dramas que aquejan hoy a Haiti, entre ellos el
del agua potable, ya que las redes hídricas están en la práctica colapsadas. La subida del precio del
combustible, generó además escasez de alimentos y agua, así como de servicios de electricidad (ya
de por sí casi ausentes). Esta situación cuando los sobrevivientes del terremoto aun duermen en la
calle, donde también hacen sus necesidades fisiológicas, a la vista pública.

Con un 80 por ciento de la población por debajo del nivel de la pobreza, luego de haber
perdido 200 mil habitantes durante el terremoto, y sufrir la reducción de la esperanza de vida
a 60 años producto de las consecuencias del desastre, Haiti necesitaba ese dinero solidario,
entregado sin intereses a diferencia del resto de la ayuda que llega al país. Por ello la tonelada de
desprestigio cayó sin demora sobre Moise y su gobierno, aunque Luis Almagro, Secretario de la
OEA, le diera su aprobación al mandatario a cambio de apoyo regional contra el socialismo. Por ese
camino, la élite haitiana pacta el silencio de lo que sucede en el país con las fuerzas externas y estas
lo sancionan ante la comunidad internacional como un gobierno “legitimo”. Sin embargo, algo hace
pensar que tras décadas de ingobernabilidad, algo pudiera estar pasando en un Estado que ha tocado
fondo y que ya solo le queda nadar hacia arriba.
De la televisión a la vida política real
Haiti tiene que dejar de ser un espejismo y construir su propio modelo, al que ha estado
renunciando desde 1820 cuando aceptó la deuda con Francia a cambio de un poco de legitimidad
otorgada por las potencias. Para ello es indudable que hay que fraguar otra vez el Estado nación o
sea partir de la creación de instituciones nuevas que respondan a la dinámica de la democracia
burguesa, pero con una visión amplia y popular, con programas inclusivos de beneficio de la riqueza
y de su creación. Para ello, la cultura dependiente de la actual clase política deviene en el mayor
lastre, por lo que habría que apostar por un líder carismático o una vanguardia intelectual que logre
interpretar el problema nacional y darle una solución práctica apelando a la cultura ancestral y los
valores que le permitieron a Haiti la hazaña de 1804.
No hay que buscar en modelos imitados de Occidente sino en la excepcionalidad haitiana, en
aquel factor que dio consigo una de las revoluciones más totales y radicalizadas de la historia,
pionera de los derechos humanos en su más amplia versión. Esta respuesta cultural deberá hallar en
el ser haitiano el factor ideológico clave a partir del cual construir una contra hegemonía del poder.
El país debe ir primero hacia adentro, para luego ir hacia el mundo, y apoyarse en su entorno más
similar. Más allá de la economía, está claro que aunque entren en el país millones de dólares estos no
van a solucionar nada, como no lo han hecho hasta el presente, pues es el sistema lo que no funciona.
La democracia es un producto cultural, que no hay que verlo como un bien importado, sino
nacido de las entrañas de un proceso real y producto de las propias dinámicas de dicho
entorno. Una mayoría excluida y en la pobreza, no creerá en promesas mientras no tenga qué
llevarse a la boca, y para hacerlo, la clase política deberá dejar de vivir hacia afuera, televisivamente,
sin contacto con esa masa. El Estado haitiano no tiene otra alternativa que existir, si su pueblo quiere
vivir.
En cuanto a otro factor de lucha para el cambio, está claro que un líder distinto necesitaría de apoyo
externo para poder llevar la balanza del poder que ha estado siempre en manos del Tridente Imperial,
para ello deberá acercarse e integrar mecanismos como el ALBA-TCP, por dos cuestiones. La
primera es que Venezuela tiene petróleo y puede resolverle esa crisis a la nación caribeña, la
segunda es que Cuba posee experiencia asesorando y siendo ella misma un proyecto de rebeldía, por
lo que en cuestiones estratégicas se sitúa como un actor clave. Esta integración Haiti no la puede
hacer de inmediato, por lo que antes o durante deberá diversificar sus relaciones con otros países de
contrapeso, como Rusia y China, que deben dejar de ver al país como un coto de caza
norteamericano y comenzar el camino de socio de interés. Haiti posee para ello recursos naturales y
posición geográfica[2] y puede apoyarse en la experiencia de Cuba al respecto. Sin este despliegue
internacional en busca de legitimidad de parte de actores más fuertes, el líder carismático o grupo de
vanguardia que tome el poder estaría expuesto al golpe de Estado.
Por otro lado, el líder y la vanguardia tendrían que asesorarse mediante la cercanía con otros
procesos democráticos del continente, por lo cual la presencia en el Foro de Sao Paulo se torna factor
clave, como elemento para una cultura política del cambio. A la vez, para evitar contraataques del
imperio, convendría mantenerlo todo en el más estricto secreto pues podría ser abortado por agentes
externos. Haiti no debe seguir en su soledad, aislado en la isla, como lo concibe el Tridente, sino en
plena interrelación con el mundo, deberá regresar al concierto de los países para integrarse no ya
como un receptor de ayudas, sino como un poder legítimo y decisorio.

La hegemonía de la emancipación presupondría la cooperación con otros proyectos similares a


un largo plazo en el camino de la educación cívica para la democracia, de manera que quede trunco
el legado de golpes de Estado, dictaduras e intervenciones. Pasar de la televisión al plano real no es
fácil, pero o lo hace o desaparece como país y las consecuencias humanitarias podrían no tener final.

Del Estado televisivo haitiano al plano de la


realidad (I parte)
Bibliografía mínima:
Franco, José L.: Historia de la Revolución de Haití. Academia de Ciencias. La Habana, 1966.
Gilbert, Randolph: Haití, antecedentes económicos y sociales. Fondo de Desarrollo Económico de
la CEPAL. México. 2004.
Huntington, Samuel: El choque de civilizaciones. Editorial Planeta. Barcelona, 2018.     
Philipp Girard: Haití: the tumultuous history from Pearl of the Caribbean to Broken Nation.
Palgrave Macmillan. New York. 2018.
Senteinfus, Ricardo: Reconstruir Haiti, entre la esperanza y el tridente imperial. Fundación Juan
Bosch. Santo Domingo, 2016.
Roody Reserve: Haití, crisis sin fin. Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile. 2010.
Susan Buck-Morss: Hegel, Haití and Universal History. University of Pittsburgh Press. Pittsburg.
2009.
Vázquez, Jorge Ignacio y Ferreiro, José Manuel: Conflicto social en Haití, análisis cronológico en
base a notas de prensa del 2015. Universidad de Chile. Santiago de Chile. 2015.
[1] Duvalier Jr. regresó a la isla luego de gastar su fortuna robada en los fastos de su exilio. Para
generar toda una polémica en torno a la culpabilidad de determinado sector élite del país en torno
al problema de la dictadura, campaña que se usó una vez más de forma electorera para tapar los
desmanes de los gobiernos del presente. El sanguinario tiranuelo murió en medio de tales debates,
sin que se clarificara nada en el plano legal-penal.
[2] Llamemos la atención sobre cómo en Haití no se permite la misma industria del turismo que hay
en el otro lado de la isla, ya que no ha habido una política de gobierno para ello. Además de
levantar la economía, ello restaría poder al aislamiento del país. No obstante, tanto la pobreza
como la soledad de la nación son parte del tracto de poder de las élites y del tridente imperialista.

George Soros y la pesadilla de juguete


 febrero 19, 2020  Mauricio Escuela

Si se realiza una búsqueda en Google sobre el multimillonario George Soros, saltan a la vista dos
cosas: lo que el lector percibe como “más veraz” será aquello que tiende a calificar al personaje
como de filántropo y adelantado, especie de Robin Hood posmoderno; por otro lado, lo “menos
veraz” recae en las constantes referencias a las conspiraciones que van desde la pertenencia del
sujeto en cuestión a una raza de reptilianos, hasta referencias al relato bíblico. Nada en política es
casual y menos aun lo que sucede en internet en la actualidad: está claro que de esta forma se intenta
tapar una gran verdad en torno a una figura de oscura data, cuyos manejos alrededor del globo
siguen una lógica individualista y secreta.
George Soros nació en Hungría y estudió en Londres, donde quedó deslumbrado por las teorías
filosóficas de Karl Popper y su libro “La sociedad abierta y sus enemigos”, una especie de índice
acerca de aquellas literaturas susceptibles de ser enemigas del liberalismo moderno, desde Platón
hasta Marx. En lo adelante, Soros, alumno preferido, llevará hasta sus consecuencias más radicales e
incluso antiliberales las tesis de su profesor y para ello fundará, con dinero proveniente de la élite
británica y con la anuencia de los servicios secretos occidentales, la “Open society”, una supuesta
organización no gubernamental que comenzó rápidamente su ascenso contra el comunismo, al calor
de la guerra fría.

El capital “de juguete”


Los años 80 de siglo pasado estuvieron marcados por dos grandes acontecimientos en el orden de la
ingeniería social: el fin del capitalismo productivo y su sustitución por el monetario, especulativo y
financista y la implantación del neoliberalismo en occidente mediante la ofensiva realizada por los
gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

Informes de la Agencia Central de Inteligencia les habían advertido a los líderes de la derecha
anglosajona que, aunque en la Unión Soviética existían serios problemas de construcción política, la
economía lejos de desacelerarse aumentaba y ello permitía una renta bastante equitativa entre los
ciudadanos. Esto último en un momento en que Estados Unidos había gastado hasta el último dólar
con respaldo en oro en la guerra de Viet Nam y no podía por ende garantizar que, con una caída de la
producción, no sobreviniese un crack de la economía como el de 1929 que casi genera en el mundo
una ola de revoluciones socialistas y definitivas.

La potencia americana tenía dos alternativas, o aumentaba la intervención del Estado y recurría así a
las teorías liberales clásicas de John Maynard Keynes, que salvaron el país bajo el gobierno de
Franklin Delano Roosevelt o “huir hacia delante” con una mayor privatización de los bienes en la
bolsa, lo cual aunque aumentaba la liquidez y confianza momentánea en el dólar, representaba un
peligro de cara a un futuro en el cual Estados Unidos retrocediera en el área productiva a la vez que
se inició así el juego de la especulación de activos.

El capital de juguete pronto se tragó al real, y las ventas en el mercado al por mayor cada vez fueron
más ficticias, meras cifras que eran bien utilizadas individualmente a quienes habían aprendido las
fórmulas del flujo monetario. La estrategia de Reagan le granjeó inmensos apoyos en la ultraderecha
y en las élites, ya que liberó el mercado del último control estatal, siendo así que todo en una
sociedad era susceptible de comprarse y venderse, aunque en la práctica no se produjeran bienes.

En la batalla contra la Unión Soviética, los financistas vieron rápidamente el filón de derribar la
barrera del comunismo estatista, para así, a precios irrisorios, comprar los activos de las empresas
del Este y especular al por mayor. Uno de los que se benefició con estas operaciones fue, de hecho,
el propio Soros, quien sostenía desde su “Open society” que los países debían abrirse, como almejas,
al capital y dejar de lado sus regulaciones. Aparentemente, se trata de una teoría para “liberar”
regiones cerradas del globo, pero en verdad es un arma para comprar mejor, más rápido y más
barato.

Este capital de juguete, que es pura liquidez del dinero, se basa en la confianza y no en oro ni en
bienes, con lo cual todo el poder monetario del mundo y por ende el político ni siquiera quedó en
manos de gobiernos como el de Estados Unidos o Gran Bretaña, sino que pasó abiertamente a
fortunas privadas, financistas de esos gobiernos y de ONG como Open Society. El súper capitalismo,
que siempre se había servido del Estado nación moderno, comenzaba el desmonte del mismo en aras
de un arrasamiento mundial, que hoy se conoce como globalismo y que en 1992 se inició con la
imposición de las terapias de choque neoliberales, al calor de la declaración del fin de la Historia por
Francis Fukuyama.
Carlos Marx en el capítulo referente a la acumulación originaria en su obra “El capital”, establece lo
que se conoce como los ciclos de reproducción del sistema, los cuales en la medida en que hay un
crecimiento en volumen y en expansión, se van haciendo más cortos. Esto se entiende como: las
relaciones de producción deben ser modificadas artificialmente, para que no se modifique ni la
ganancia del dueño ni ocurra un cambio general en el asunto de la propiedad (mediante una
revolución).

Para existir, el capitalismo deberá ser desigual, ya que todo camino hacia la equidad negará su
esencia y por ende la existencia misma de la clase patronal. Estos ciclos se hacen cada vez más
cortos de manera impredecible, por lo que acercan al sistema al caos y no permiten que este se
planifique, así que un arma para introducir cambios traumáticos y que estos no repercutan en lo
social será la ingeniería en materia humana, o sea de control de las expectativas y los niveles de
percepción sicológicos en las masas.

El capital de juguete, por lo agresivo que es hacia las grandes mayorías, necesita arrasar y que la
gente no reaccione. En ello, el globalista Soros tiene hoy la delantera, ya que ha transformado su
“Open society” en la forma más eficaz no solo de lavar su dinero mal habido en las especulaciones
bancarias, sino de poderlo reproducir a largo plazo mediante operaciones de ingeniería social en
aquellos países que serán susceptibles de penetrarse, abrirse y colocar sus activos a precios de
juguete ante las grandes operaciones bursátiles.

“Open society” se ha transformado en una especie de “laboratorio” del futuro de la Humanidad,


como lo declara la web de dicha fundación abiertamente, a la vez que coloca los fondos a supuestas
causas progresistas como el feminismo (mil millones de dólares en 2018 a universidades para que
hicieran proselitismo de la ideología feminista de género, así empoderar a chicas líderes que
terminaron ganando cada una anualmente de dichos fondos cerca de 40 mil dólares).

El capital de juguete de Soros, que es apenas la cabeza visible de un grupo de fortunas bien
nucleadas en torno al Club Bilderberg que ya describiera el periodista Daniel Estulin, busca
sobrevivir para los próximos milenios y enarbola planes sujetos a realizarse a mediano y largo plazo
sobre las poblaciones del tercer mundo, las cuales se sitúan como el mayor peligro de cara a un
mundo más desigual y sin respuestas.

Ingeniería social
Más allá de las conspiraciones sobre si existe o no un plan de las élites para un Nuevo Orden
Mundial (NOM), lo cierto es que la concentración de riquezas es casi la única estrategia que le queda
al capitalismo para sobrevivir, ello en contradicción con una economía cada vez más global e
interdependiente que pide a gritos una redistribución de las riquezas de acuerdo al volumen
productivo potencialmente alto que la nueva era tecnológica pudiera permitir.

Los ciclos son cada vez más cortos y cerrados, en aras de mantener el poder en poquísimas manos,
así como los mecanismos de ingeniería social para someter a las inmensas mayorías del tercer
mundo que, sabiendo que la elite nada en abundancia, no tienen ni para sobrevivir en materia
alimentaria o de sanidad.

Por un lado, se prevé que el dólar, al irse Estados Unidos de su puesto de primera potencia, deje de
ser moneda franca. Por otro, se quiere el fin del dinero tal y como tradicionalmente se lo entiende,
así como del Estado nación a la manera moderna, para evitarle a la élite los contratiempos
elementales y lógicos que vendrán cuando el imperio norteamericano sea sucedido por uno de orden
euroasiático, que coloque las riendas políticas en las antípodas del poder real financiero.

Es necesario que los ciclos se cierren y que el poder siga en las mismas manos, aunque no haya ya
una Casa Blanca que controle el mundo, de allí el globalismo de agentes del mundo occidental como
el propio Soros, quien se ha propuesto desde su filosofía de sociedad abierta el fin de ese Estado
nación tan molesto a un mercado que no tendrá moneda, y será aún menos visible y más exclusivo.

El desorden que un mundo así puede generar, la ingobernabilidad al no haber gobiernos, se palearán
con la ingeniería social, básicamente con una idea que desde muy temprano manejaron los ideólogos
del capitalismo: reducir la población mundial. El control de la natalidad y, por ende, de las vidas
humanas, permitiría una pasividad de ese sujeto histórico que, aun cuando viva la más terminal de
las crisis del capitalismo, no luchará por sus derechos, anestesiado por ideologías divisorias.

La ingeniería social se apoya en conflictos que, al menos a mediano plazo y por razones
biologicistas y culturales, no tienen una respuesta o solución. Allí, la política de las élites profundiza
la diferencia hasta hacerla infranqueable.

Si revisamos la web de la “Open society” veremos que, bajo la apariencia de “causas justas” esta
agencia pantalla de la CIA declara su apoyo a movimientos sociales, grupos, líderes y partidos
supuestamente progresistas y se le destina a ello ingentes sumas. Y es que para dividir con
efectividad, lo primero es cooptar a la nueva izquierda (feminismos, LGBTQ+, ecologistas,
defensores del multiculturalismo, pro-emigración, pro-abortos, pro-legalización de las drogas e
incluso de la pedofilia, aunque en este último caso solo de manera indirecta y no declarada).

La apropiación de conflictos que tienen como base al sistema y la lucha de clases y su


profundización, mediante el manejo de líderes y redes sociales, así como del entrenamiento
(recordemos los campos para feministas radicales en Ucrania, de donde surgió el famoso
movimiento FEMEN); tales son las estrategias de esa ingeniería para dividir y restarle poder al
Estado de derecho moderno, generando un caos que conduciría al ascenso de derechas cada vez más
autoritarias y controladoras.

La cooptación de la nueva izquierda además se hace para desprestigiarla, radicalizando hasta el


ridículo sus agendas y haciéndola inoperante, como está sucediendo en España con los socialistas y
su alianza con el feminismo radical (la guerra de sexos llegó al extremo de que la Ley Orgánica de
Violencia de Género no solo criminaliza al varón per se, sino que eliminó de plano la presunción de
inocencia y 200 disposiciones constitucionales). Esto daría paso, a su vez, a una ofensiva de la
derecha dura que, esta vez sí, tendría armas ideológicas muy fuertes y convincentes: los errores
cometidos por la izquierda como parte de su cooptación en los planes capitalistas de la ingeniería
social y la división de las masas.

Y es que en el mundo de Soros no habrá ni izquierda ni derecha, sino hombres obedientes. Ya de


hecho la falsa denuncia de acoso sexual, un proyecto sostenido por el feminismo radical con dinero
de la “Open society”, se usa para el chantaje de políticos incómodos que amenacen al sistema
capitalista, como sucedió con Julian Assange, a quien el servicio de inteligencia británico y la CIA le
fabricaron una falsa denuncia de acoso en Suecia, para meterlo preso y matarlo.

Debilitar los Estados, hace que la población dependa más del capital internacional financista, con lo
cual se pondrán en juego en el tercer mundo las políticas de reducción de la población. Con ello, no
hará falta una potencia central como Estados Unidos y a eso apuesta la gran élite en su proyecto para
los próximos milenios.

Soros contra Trump, ¿el capítulo final?


A pesar de su financiación al Partido Demócrata y, en particular, a Hillary Clinton, Soros no pudo
impedir el ascenso del magnate inmobiliario Donald Trump al poder con un discurso antiglobalista y
nacional, que prometía retornar los Estados Unidos a la era del capital productivo (“Make America
great again”). Desde el momento cero, el republicano ha tenido en contra a quienes desde la
administración Obama ya llevaban adelante el desmonte, comenzando por Norteamérica, de los
últimos pilares del liberalismo clásico (ya percibido por la élite como un lastre y casi subversivo de
cara a los planes de ingeniería social planetaria).

Trump es un ultra conservador que no obstante encarna al sujeto político que Soros quiere arrasar: el
Estado nación moderno y el nacionalismo. En esa guerra ambos representan diferentes fases del
mismo capital en una disputa propia de las contradicciones de un sistema en crisis. Probablemente,
al final del mandato de Trump, ascienda al poder un líder globalista y se reanude una agenda que,
para nada, tiene que ver ni con el progresismo ni con un mundo alejado de los dolores y las
desigualdades.

Soros es de los selectos ingenieros de ese planeta, al que tantas distopías sobre el totalitarismo se han
referido, donde el valor de la vida y sus derechos naturales (el llamado iusnaturalismo) dejarán de
existir, para dar paso a una especie de pesadilla, cuyo único fin es el sostén de unos pocos.

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