Вы находитесь на странице: 1из 2

“DUELE MUCHO VENIR A VER ESTO”

La lágrima de Mª Ángeles amenaza tras la pregunta del periodista. “Quiero


decirte muchas cosas, pero no puedo”. Su mirada se pierde en el azul de la sala
mientras Antonio, su marido, la acaricia, consolándola. Y es que este no es un
lugar cualquiera, es Atocha, donde la apertura del monumento por el 11-M ha
reabierto muchas heridas. “Ojala sirva de ejemplo”.

Tras más de media hora de espera, el grupo de visitantes más madrugador


atraviesa la primera puerta. Detrás, una cola que ronda las cien personas aguarda. La
cristalera que conecta la sala con el vestíbulo de la estación permite advertir lo extraño
del lugar, pero todo el mundo espera encontrar dentro la respuesta.

La primera sala, separada herméticamente de las demás, contiene un panel


gigante con los normes de todos los fallecidos. Los visitantes escudriñan las letras
azules, de una en una, como si quisieran conocer a quien se esconde detrás de cada
nombre, verle la cara, saber su historia... El silencio es absoluto y al pasar a la estancia
principal, son muchos los reacios a dejar de mirar los nombres.

Al atravesar la segunda puerta las miradas se pierden buscando el sentido del


mausoleo. Una inmensa sala azul despejada por completo, a excepción de un solitario
banco a un lado, conforman el paisaje. Los visitantes, extrañados, miran hacia todas las
direcciones buscando el centro de interés. El enorme hueco en el techo es la respuesta.

El espacio que queda debajo del cilindro que sobresale en la calle, está cubierto
con un plástico que a su vez contiene cientos de frases en todas las lenguas. Son algunas
de las que dejaron los que peregrinaron hasta Atocha tras el atentado. “La que más me
ha gustado es una que hablaba de educación, porque ahí empieza todo esto”, afirma
Antonio encubriendo el llanto de su mujer.

Tras leer algunas frases, la mayoría se gira para mirar el conjunto. Los
cuchicheos aumentan tras el shock azul inicial. “No se lo que han querido decir con
esto”, comenta una estudiante mientras su compañera hace una foto al plástico. Como
ella, muchos otros sacan sus cámaras sin saber muy bien qué fotografiar. Pero a pesar de
todo nadie se separa del círculo blanco. La luz parece imantar sus miradas, quizás
porque a dos metros bajo tierra el cielo se ve de forma diferente.

“Me parece todo muy frío, y seguro que tiene su significado, pero para mí esto
no representa lo que sucedió el 11 de marzo”. La que habla es Ana, una joven de 32
años que, antes del trabajo, ha decidido venir “porque me sentía en la obligación, y
porque no quiero olvidar”. Como ella, muchos son los que se quejan de lo poco que
transmite la sala. “Es frío por el color, porque no hay nada, porque no se oye nada…”.
Tras esta frase Alicia vuelve a mirar a su alrededor para seguir buscado.

“A mí sí me ha gustado, porque me parece una metáfora: todos en esta vida


caminamos en círculo y en cualquier momento la luz te puede absorber, atrapar para
siempre”. A pesar de esta interpretación, Laura no quiere hablar de lo que pasó hace
cuatro años. “Ya se ha dicho todo y necesitábamos esto para que no haya que decir nada
más. Ahora toca mirar, reflexionar y, como yo, llorar”. “Para eso me he traído las gafas
de sol” dice con media sonrisa.
Dani y Javier se han saltado dos clases en la universidad para venir esta mañana.
“Esto tenía que ser frío, para que se pareciera a lo que todos sentimos ese día”, afirma
Javier. Con una libreta en la mano, se dedica a apuntar las frases que más le llaman la
atención. “La que más me ha impresionado es la de “Hace falta mucha fantasía para
aguantar la realidad”, o algo así”. Para Dani, este es un monumento a la ciudad de
Madrid, a la unidad y contra el olvido. “Lo que ocurrió tras el 11-M fue increíble, y
demostró que cuando quiere, este país puede estar unido”.

A pesar de la unidad que reclama el universitario, la polémica sobre la autoría de


los atentados planea es el ambiente. “Es una lástima que hayamos luchado tanto para
que luego vengan estos cabrones y nos maten. Y ahora nuestro Gobierno no quiere
saber nada. Es una vergüenza”. Quien así habla es Francisco, un jubilado andaluz
afincado en Madrid, que llegó a la capital de España “porque esta es la ciudad de todos,
y así lo pagan algunos”.

Cuando el visitante baja por fin la cabeza descubre que la visita se ha acabado.
Aparte del enorme círculo de luz no hay nada más que llame la atención. El azul vuelve
a inundarlo todo y al encaminarse hacia la salida hay quien espera una última sorpresa
en la doble puerta del fondo. Sin embargo, la explicación del porqué la sala está
despresurizada es todo. Mantener el plástico en su sitio, la razón.

Al salir de nuevo al vestíbulo, el ruido habitual de Atocha entra por los oídos
como si de una bala se tratase. Salir de la habitación azul es como acabar con un sueño
y volver a la realidad. Las sensaciones son confusas porque, por unos minutos, quien
allí entra vuelve a revivir imagen a imagen lo que recuerda de aquel fatídico día.
“Quizás ahí está su valía, en su mera existencia, porque la forma es lo que menos
importa”, afirma María después de salir. “A mi me da igual como sea, lo importante es
que hace pensar”.

El bullicio de Atocha ahoga cualquier reflexión serena a la salida. De forma


instintiva quien sale vuelve a mirar hacia dentro a través de la cristalera. Miradas hacia
el cielo y caras extrañadas conforman un paisaje conocido. Con su mujer ya calmada y
con orgullo en la mirada, Antonio sentencia: “venir a ver esto duele mucho, pero
venimos porque es nuestro derecho, porque es nuestra obligación”.

Вам также может понравиться