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FE Y SALUD MENTAL

¿Cuál es la verdadera correlación entre la fe y la salud mental?

Por: Carlos Pinto | Fuente: psicología cristiana 

Hasta hace poco, la mayoría de los psiquiatras, médicos, psicólogos y otros


profesionales de la salud consideraba a la fe cristiana un factor negativo para
la salud mental, señal de inmadurez psicológica y generadora de neurosis y
desajustes emocionales. En contraste, en la década de los noventa muchos la
perciben como un elemento salutógeno mental y espiritual. Este cambio de
actitud está ganando fuerza en la etapa histórica actual, denominada
posmodernidad, cuando resurge el tema de la espiritualidad y se da mucha
importancia a lo trascendental y a la sanidad espiritual.

En este contexto conviene preguntarnos: ¿Cuál es la verdadera correlación


entre la fe y la salud mental? ¿Qué sucesos históricos contribuyeron en el
pasado para que la comunidad de profesionales de la salud percibiera a la fe
cristiana (y a la religión en general) como un agente de enfermedad y no de
salud? Finalmente, ¿qué razón hay para que actualmente tantos profesionales
no cristianos legitimen la fe, y qué consecuencias, tanto terapéuticas como
pastorales, tiene esta nueva faceta de convivencia entre la fe y las ciencias de
la salud mental?

Breve recuento histórico

En un primer momento de la historia de la psiquiatría, considerado como la


etapa de la medicina primitiva, las enfermedades y los procesos de sanidad,
tanto mentales como físicos, estaban muy ligados a lo espiritual. No existían
los especialistas (médicos, psiquiatras-psicólogos o clérigos); una sola persona
ejercía la labor diagnóstica y la curación de la dolencia. En este periodo era
notorio el manejo de un concepto integrado u «holístico» de la enfermedad y la
salud, en el cual primaba lo espiritual, y el alma, la mente y el cuerpo
mantenían una relación de interdependencia (Alexander y Selesmick, 1995).

Un segundo momento de la historia de la salud mental se da a medida que la


humanidad «progresa» en las etapas clásicas, media, renacentista y moderna.
En este periodo surgen y se desarrollan las ciencias naturales, con lo cual se
provoca el abandono del concepto «holístico»
de la enfermedad-salud y se da lugar a perspectivas fragmentadas y
especializadas. Se enfatiza lo natural y se rechaza lo religioso por considerarlo
primitivo-mágico. Las ciencias naturales suponen poseer la verdad absoluta,
objetiva y racional. Se describe al cuerpo humano en términos de leyes físicas
y químicas, y se excluyen los aspectos emocionales y religiosos del mismo. A la
luz de estas explicaciones materialistas, aun a los psiquiatras y a los psicólogos
se los mira con sospecha, puesto que lidian con aspectos subjetivos (no
naturales) del ser humano. En parte por esta razón, los profesionales de la
salud mental, que anteriormente estaban interesados en lo trascendental, se
ven obligados a abandonar esta inquietud e incursionar en las investigaciones
biológicas y cuantificables para no perder espacio en el contexto histórico
dominado por las ciencias naturales. De esta manera la religión y la naturaleza
del alma dejan de ser temas
«apropiados» para los profesionales de la salud.

Finalmente, un tercer momento se da en la época actual, la etapa posmoderna,


caracterizada por el resurgimiento y reconocimiento de la espiritualidad como
un factor que se debe tomar muy en cuenta en los procesos preventivos y
terapéuticos en el área de la salud mental y física. La fe o la espiritualidad se
ha constituido en una variable real, no subjetiva. Es predecible y para algunos,
hasta medible, por lo cual es necesario considerarla en los tratamientos clínicos
médicos o psicológicos. La oración, la lectura de la Biblia y la participación
activa en comunidades eclesiásticas son ahora consideradas factores
terapéuticos o prescripciones dadas por los profesionales de la salud mental a
sus pacientes (Armentrout, 1995; Hill y Butter, 1995). Más aún, en la
actualidad profesionales clínicos no cristianos señalan que los «rituales
religiosos» pueden ser considerados como prescripciones espirituales porque
son promotores de salud emocional y generan fortaleza psicológica como
capacidades de adaptación saludables del ego para enfrentar situaciones de
crisis tales como el divorcio, o enfermedades terminales tales como el cáncer,
el sida, etc.

La religión: ¿realidad o fantasía?

Para entender las razones históricas de la mutua sospecha entre la fe y la


salud mental es necesario reconocer el tiempo y legado que nos dejó la
perspectiva freudiana. Sigmund Freud ha sido justamente reconocido como el
pionero del psicoanálisis por sus investigaciones neurológicas y por sus
estudios sobre la histeria, la identificación del fenómeno del inconsciente, las
represiones y la estructura de la personalidad. Sin embargo, Freud surgió en el
momento histórico antes mencionado, en que se iniciaban las ciencias
naturales con las explicaciones materialistas, cuantificables y biologistas. Bajo
esta influencia y por su propio mundo interno, se presentó como ateo e hizo
afirmaciones radicales sobre la relación entre la religión y la salud mental. En
sus obras El porvenir de una ilusión (1927) y Moisés: su pueblo y la religión
monoteísta (1939), por ejemplo, describió a la religión como una ilusión y
como un elemento neurotizante que atenta contra la salud mental de las
personas. Según él, el creyente es inmaduro y busca a Dios para resolver su
ansiedad y necesidad primitiva de protección (Freud, 1907).

Los discípulos de Freud adoptaron una perspectiva negativa hacia la religión y


catalogaron a las personas religiosas como inmaduras y neurotizadas. Sin
embargo, sería un gran error rechazar la totalidad de las enseñanzas del
famoso pionero del psicoanálisis en vista de su conocido ateísmo, y más aún
sin considerar la influencia que en él ejerció el tiempo en que vivió. Como
señala Vitz (1988), un estudioso de Freud, el rechazo de la religión por parte
de éste no se basó en conclusiones observadas en su trabajo clínico sino más
bien en proyecciones y presupuestos personales.

En términos freudianos, la «salud mental» se da cuando la persona es


consciente de sus necesidades y asume el control de las mismas. Esta
posibilidad desaparece, según Freud, cuando una persona creyente vive bajo
un código religioso, lo cual provoca que se viva bajo una fantasía y no una
realidad. Lo implícito en esta afirmación es el percibir a la fe como algo irreal y
no parte inherente en la persona.

En contraste con la perspectiva freudiana, Carl Gustav Jung señala que la fe es


algo trascendental y verdadero en el ser humano. Para él la «salud emocional»
está relacionada con la capacidad que tiene la persona para lograr la plenitud
psicológica y espiritual. La experiencia religiosa es terapéutica siempre y
cuando no sea muy teórica ni extremadamente emocional. La tarea del
psicólogo es consolar a toda la persona, su psique (su alma) y su
espiritualidad.

Aunque la psicología de Jung acepta la realidad y la importancia de la fe como


un elemento que contribuye a la salud, también es cierto que la fe a la que él
se refiere es mística y sólo reconoce a un «dios arquetipo» que está presente
en el inconsciente colectivo. No es una fe personal que se da en un encuentro
reconciliador con el Dios de la historia y de la redención humana. Sin embargo,
Jung tiene el mérito de reconocer la espiritualidad como una variable real e
inherente a la persona.

Correlación, oportunidad y desafío

Investigaciones realizadas mayormente en la década de los noventa concluyen


que en un ochenta por ciento de los casos la fe está asociada a beneficios que
ésta presta en el área de la salud mental y física. Esta es una posición muy
acorde con la ideología de apertura mística de estos tiempos posmodernos.
Últimamente diversos organismos de salud se han referido en sus revistas
profesionales a la correlación positiva entre la fe y la salud mental. Así, por
ejemplo, se afirma que la fe no es dañina sino favorable en casos como el de la
depresión, el suicidio, la delincuencia, el alcoholismo, el bienestar emocional, el
divorcio, las enfermedades físicas o mentales, etc. Se indica también que las
personas con una fe activa tienden a ser menos depresivas y a no considerar el
suicidio como una solución a sus problemas, y tienen mayor fortaleza
emocional para enfrentar crisis tales como la del abandono de la pareja o de
enfermedades terminales, y en general presentan un estilo de vida saludable.

Otros estudios señalan que la fe es un elemento positivo para la salud mental


porque ofrece proveer un propósito definido para la vida, tener fe en Dios,
poseer una amplia capacidad de amar y perdonar, facilitar la capacidad de
meditar y experimentar paz interior, y el sentirse parte de una comunidad, lo
cual conlleva un sentimiento de aceptación.

La gran oportunidad que nos traen estos tiempos posmodernos es la apertura


al tema de la espiritualidad y a la posibilidad de un diálogo entre la fe y la
salud mental. La fe, que antes era tema negado, es ahora un tema legitimado.
En la actualidad, tanto en la sociedad civil como en la religiosa se buscan
experiencias místicas y de sanidad, y se pone énfasis en el valor terapéutico de
la fe. Este ha sido y es una realidad, pero cuando se lo exagera, la fe se torna
fantasía y un agente patógeno de la salud mental. Hay estudios que indican
que una iglesia condenatoria, rígida o excesivamente «emocional» está
asociada con una vida emocional inestable y hasta neurótica (Angelit Guzmán,
1989; Hill y Butter, 1995).

La persona creyente no puede manipular a su antojo la gracia sanadora de


nuestro Dios Creador. No es el gritar más fuerte, ni el danzar o el gemir lo que
«convencerá» al Todopoderoso para que realice un milagro de sanidad. Este es
un esfuerzo vano y que puede exacerbar desórdenes mentales tales como
depresiones y sentimientos de culpa en la familia congregacional. El buscar
momentos o experiencias de sanidad puede convertirse en procesos de
enfermedad cuando se distorsiona el elemento de la fe y se la magnífica
interactuando con características propias de la posmodernidad.

El gran desafío que estos tiempos posmodernos plantean a los profesionales


cristianos de la salud y a los pastores de iglesias es el de evitar presentar la fe
bajo un sentido utilitario. La posmodernidad produce personas y sociedades
propensas al consumismo, pero los pastores y los profesionales cristianos de la
salud mental están llamados a formar discípulos íntegros, no consumistas de
milagros de sanidad. Dios no está interesado en momentos de sanidad sino en
un proceso continuo de transformación hacia un estilo de vida sana, un
proceso de santificación y restauración de la imagen de Dios en el ser humano.
La fe cristiana, por lo tanto, no debe ser presentada como la panacea para la
prevención o la curación de dolencias. Su significado va mucho más allá de la
curación de una enfermedad temporal.

Por otra parte, la posmodernidad ofrece al investigador cristiano la gran


oportunidad de presentar evidencias de sus estudios con plena libertad. De
esta manera la fe, tanto la del psicólogo cristiano como la del paciente, no
tiene que ser negada sino más bien expuesta y utilizada como un recurso
terapéutico, pero dentro del marco de referencia de un proceso y no como un
evento meramente místico. Cabe anotar, sin embargo, que preocupa que
profesionales de la salud mental prescriban intervenciones espirituales cuando
no son coherentes en su vida personal con esta vivencia de fe.

Conclusión

La historia nos muestra que por mucho tiempo la psicología negó el factor
espiritual y lo percibió como un factor patógeno en el área de la salud mental.
Sin embargo, en tiempos posmodernos se legitima y magnifica el aspecto
positivo de la fe como factor de salud. Estas posiciones exageradas no son
facilitadoras de procesos de sanidad mental. Por lo tanto, se requiere mayor
diálogo y evaluación por parte de quienes se dedican al trabajo clínico o
pastoral. En este contexto, los profesionales cristianos de la salud mental
tienen la gran oportunidad de presentar sus observaciones y experiencias
clínicas en forma seria y científica con miras a definir el uso terapéutico de la
fe dentro de los marcos teológicos y psicológicos correspondientes.

Bibliografía

Alexander, F. Selesmick, La historia de la psiquiatría, Jason Aronson, Inc.,


Nueva York, 1995.

Armentrout, D., «Heart Cry: A Biblical Model of Depresion», Journal of


Psychology and Christianity, 14:2 (1995).

Guzmán, Angelit, Salud mental y vivencia religiosa, Universidad Femenina del


Sagrado Corazón, Lima, 1989.

Hill, P. y E. Butter, «El rol de la religión en la promoción de la salud», Revista


de psicología y cristianismo, 14:2 (1995).

Vitz, P., Sigmund Freud’s Christian Unconscious, Guilford Press, Nueva York,
1988.

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