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Afganistan II.

Desde la intervención soviética hasta la llegada


de los taliban.

(Publicado en La barra virtual el 05/04/2007)

Este artículo ha sido escrito con la sabia colaboración de Piolet. Algunos


párrafos son prácticamente suyos, la responsabilidad de los posibles errores,
sólo mía. Ha quedado un poco largo, pero qué le vamos a hacer.

1. Antecedentes.
1979 fue un mal año para Estados Unidos: no hacía cuatro años que
había terminado la guerra de Vietnam con todas esas imágenes de gente
pegándose por subir a helicópteros que luego eran arrojados al mar desde las
cubiertas de los portaaviones. Al presidente Jimmy Carter, parecían crecerle
los enanos mientras veía caer las dictaduras aliadas en Irán y Nicaragua,
Portugal abandonaba Angola y Mozambique; hasta se acabó (por intervención
directa del Gobierno británico) el régimen de apartheid en Rhodesia, lo que
inclinaba hacia la URSS todo el África Austral salvo la República Sudafricana,
que quedaba bastante a la intemperie.

La pérdida de Irán, el "gendarme del Golfo", cuando Occidente apenas


se había recuperado del choque petrolero de 1973-74 y los sustos posteriores,
condujo a Estados Unidos al contraataque, interviniendo en el bajo vientre del
enemigo. En Pakistán, el general Zia había depuesto (y ejecutado) al
presidente Ali Bhutto e instaurado una dictadura militar. Desde principios de
1979, la CIA, junto con el ISI, los servicios secretos pakistaníes, comenzó a
organizar y financiar la rebelión contra el régimen prosoviético de Afganistán.
Según Zbigniew Brzezinski, a la sazón Consejero para la Seguridad Nacional,
del presidente Carter, las primeras directrices oficiales se dieron el 3 de julio de
1979 (casi 6 meses antes de la intervención soviética); aunque el apoyo a la
rebelión había comenzado antes de 1979.

El partido comunista de Afganistán (Partido Democrático Popular de


Afganistán, PDPA), estaba dividido en dos fracciones, Jalq (Pueblo) y Parcham
(Estandarte) La vuelta a la unidad había sido forzada por Ponomariov en 1977.
Como resultado, abandonadas brevemente las rencillas fratricidas, pudieron
tensar la situación hasta deponer al príncipe Daud. Después, como se sabe,
volvieron a las andadas. A pesar de que en la práctica Jalq y Parcham siempre
-menos en ese corto período- actuaron como dos partidos independientes y
autoexcluyentes, siempre se presentaban como fracciones del PDPA, hasta
que Najibullah lo disolvió en 1988 y lo sustituyó por el Watan (Patria) en el
marco de su "Política de Reconciliación Nacional."
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La existencia de un régimen prosoviético en Afganistán tras la
deposición del príncipe Daud en 1978, fue percibido como un desafío por los
Estados Unidos y una amenaza para su influencia en una zona que se había
visto sacudida por la caída del régimen del Shah en el vecino Irán. Así las
cosas, se decidió apoyar con armamento y financiación a la insurgencia que se
había iniciado contra el Gobierno afgano, provocada por las reformas de corte
comunista (reforma agraria, educación laica que incluía a las mujeres) y
organizada localmente por aquéllos que veían peligrar su posición,
principalmente líderes religiosos tradicionales y jefes tribales que ejercían como
señores feudales. Aunque esto parezca dejar en buen lugar al Gobierno, el
régimen afgano era bastante impresentable, corrupto y su idea de la dialéctica
Gobierno-oposición consistía básicamente en la “desaparición”.

En febrero de 1979, el embajador norteamericano en Kabul fue


asesinado. En marzo, parte de la guarnición de Herat se sublevaba, al mando
de Ismail Jan, (quien, como casi todos los nombres que aparecerán aquí, sigue
en activo) asesinando a los asesores soviéticos. El Gobierno afgano perdía el
control. En septiembre, Hafizullah Amin depuso a Taraki (que posteriormente
fallecería de muerte natural debajo de su almohada) Ante la situación de
inminente colapso, con desintegración de las fuerzas armadas y pérdida de
poder del Gobierno sobre amplias zonas del país, la Unión Soviética intervino
directamente en las navidades de 1979.

El Ejército Soviético desplegó sus unidades en las principales ciudades


del país, tratando de mantener abiertas las vías de comunicación e inició, por
una parte una represión sin contemplaciones de la insurgencia (represión que
no prestaba especial atención a eso que hoy se conoce por “daños
colaterales”) y, por otra, la implantación de reformas que deberían convertir
Afganistán en un país moderno incluido en la fraterna alianza con la Unión
Soviética, comprendiendo la reforma agraria y la construcción de un sistema
educativo, sanitario y de infraestructuras.

En seguida, las escuelas donde estudiaban niñas se convirtieron en


objetivo prioritario de los rebeldes, que adquirieron la fea costumbre de matar a
los maestros y maestras antes de incendiarlas; en ocasiones con los alumnos
dentro. Cuando aquí se habla de matar, nos referimos al acreditado método del
“arte de matar despacio” afgano consistente en despellejar viva a la víctima;
sistema que también conocieron muchos soviéticos que no conocían el poema
de Kipling y no habían tomado la elemental precaución de guardar la última
bala para su uso personal.

En un principio, las acciones militares contra los rebeldes, sobre los que
se descargó todo el peso del Ejército Soviético, lograron, como suele ocurrir en
estos casos, un cierto control del país y una oleada de refugiados hacia los
países vecinos, especialmente Irán y Pakistán, que según cálculos de ACNUR
alcanzaron los tres millones y medio -la mitad en Irán, lo que incitó al régimen
de los ayatolas a intervenir- a los que hubo que sumar los desplazados
internos. A la brutalidad de la actuación soviética se unieron los llamamientos
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de los líderes religiosos a abandonar la tierra islámica ocupada por los infieles,
rápidamente seguida de la llamada a la Yihad contra el invasor.

Ante la intervención soviética, el Gobierno Norteamericano optó por


apoyar a la insurgencia con la finalidad de empantanar a la URSS en una
guerra de desgaste que le supusiera costes políticos y económicos
inaceptables. A medida que fue pasando el tiempo, se fue consiguiendo el
objetivo de recluir a los soviéticos en los principales centros urbanos, mientras
la insurgencia campaba por sus respetos en las zonas rurales y montañosas,
no obstante el acoso aéreo al que se la sometía.

El límite impuesto por los políticos a las fuerzas soviéticas fue de 75.000
hombres en unidades de combate; el resto eran personal de apoyo. La cifra
media fue de 108.800 efectivos, de los cuales 106.000 uniformados y el resto
civiles contratados para tareas de (re)construcción. No está de más observar
cómo cambian los tiempos: Los líderes de la Unión Soviética carecían de vista
para los negocios.

El apoyo norteamericano fue incrementándose paulatinamente, y


coordinándose con el del Gobierno saudí, Emiratos Árabes Unidos y
numerosos donantes particulares, principalmente saudíes, pero también el del
Gobierno islámico de Irán, que abastecía a las guerrillas chiíes.

A principios de 1985, el Gobierno soviético era consciente de que se


había metido en una guerra de desgaste que le había llevado a una situación
de punto muerto, por lo que se realizó una planificación que pretendía obtener
la victoria sobre la insurgencia en el plazo de dos años. En primavera fue
enviado a Afganistán el general Mijail Zaitsev se incrementó el número de
fuerzas especiales –spetsnaz- en Afganistán, desplegando una tercera parte de
las disponibles y diseñando una estrategia que permitiera retomar la iniciativa
militar, basada en la infiltración y en operaciones aerotransportadas con apoyo
de helicópteros que llevara el combate al territorio enemigo. Igualmente, se
desplegaron más fuerzas del KGB en apoyo de las fuerzas especiales y
regulares del Ejército. Igualmente, se les dotó del material más moderno y los
medios de comunicación mas sofisticados disponibles para interceptar las
comunicaciones y coordinar los ataques aéreos.

Ante la presión soviética, el Gobierno estadounidense optó por aumentar


el apoyo a los muyahidin, de acuerdo con Pakistán y Arabia Saudí, pasando de
su objetivo inicial de una guerra de desgaste, a una estrategia que buscaba la
derrota de la Unión Soviética en Afganistán y su retirada (directiva de seguridad
nacional 166 del Gobierno USA)

Buena parte del armamento suministrado a los insurgentes a través de


Pakistán, procedía de China. Se trataba en general de material de diseño
soviético, Kalashnikov, lanzagranadas RPG-7, minas contra carro, granadas de
mano y Detgaryov DShKs, la ametralladora soviética de la que se suministraron
más de 5.000. Igualmente se envió armamento egipcio (morteros)

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La ayuda militar se incrementó exponencialmente, incluso con
intervención directa de comandos pakistaníes entrenados por la CIA en
territorio afgano y el intento de llevar la guerra a territorio soviético, tanto
mediante operaciones de sabotaje como por una táctica de desestabilización
de las repúblicas centroasiáticas, mediante propaganda y sostén a los
embrionarios movimientos islamistas que años después conduciría –entre otras
cosas- a la guerra civil en Tayikistán. El plan había sido aprobado en 1984 en
una reunión entre el director de la CIA, William Casey con el presidente
pakistaní, general Zia en Islamabad. Aunque existía el temor de una reacción a
gran escala de los soviéticos, entre 1984 y 1987, la CIA y el ISI coordinaron
diversos ataques más allá del Amu Daria, frontera con la URSS.
Paralelamente, se imprimió propaganda antisoviética en los idiomas de las
repúblicas musulmanas de Asia Central, describiendo la represión contra los
basmachi durante la Revolución, libros sobre religión islámica, etc.

A partir de 1985, no sólo se facilitó a los muyahidin el armamento más


moderno disponible, incluidos los famosos misiles antiaéreos portátiles FIM-92
Stinger, equipos de transmisiones, vehículos y explosivos modernos; sino
información clave de inteligencia obtenida a través de satélite e intercepción de
comunicaciones acerca de los objetivos soviéticos en Afganistán, despliegues,
etc.

Tanto la URSS como los Estados Unidos dedicaron a la guerra de


Afganistán muchos más recursos de los que habían empleado para la
cooperación al desarrollo hasta entonces. La intervención costó a la Unión
Soviética unos 5.000 millones de dólares anuales de media, frente a los 100
millones de media entregados como ayuda en los 25 años anteriores. Por su
parte, la ayuda estadounidense a la resistencia islámica comenzó con unos 30
millones de dólares en 1980 (frente a unos 20 millones de dólares anuales de
media de cooperación), 50 millones en 1981 y 1982. Las cifras eran tan bajas
principalmente porque aún no había suficientes rebeldes a quién entregársela.

A medida que la resistencia iba siendo organizada, la ayuda militar fue


incrementándose. Según cifras oficiales, con Reagan subió a 80 millones en
1983, 120 millones en 1984 y 250 millones en 1985, 470 millones en 1986 y
630 en 1987, continuando a ese nivel hasta 1989. Entre 1986 y 1989, teniendo
en cuenta que por acuerdo mutuo el Gobierno Saudí se había comprometido a
igualar la aportación norteamericana, la ayuda militar total a los muyahidin
superó con creces los 1.300 millones anuales, sin contar las aportaciones de
donantes particulares y la del Gobierno iraní a otros grupos (el Hoyatoleslam
Zahedi y Alí Zahedi). En todo caso, estas cifras no incluyen los gastos de la
CIA, que fueron cuantiosos.

La ayuda se canalizaba hacia Pakistán, donde se organizaron con apoyo


de la CIA diversos campos de entrenamiento, donde el ISI pakistaní y
miembros de las Fuerzas Especiales instruían a los muyahidin en el uso de
armamento moderno y tácticas de guerrilla y sabotaje, lo que mejoró
paulatinamente la eficacia de los guerrilleros, tanto en el aspecto táctico como
organizativo. Dado que la distribución de la ayuda se dejaba básicamente en
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manos del ISI, éste favoreció principalmente a sus grupos preferidos,
especialmente a la muy integrista Hizb-i-Islami, de Gulbuddin Hekmatyar. Los
donantes saudíes dirigían su ayuda a líderes como Abdul Rasul Sayaf.

Todo ello se vio complementado de manera fundamental con el apoyo


de las autoridades religiosas de Arabia Saudí y Pakistán llamando a la Yihad
contra el invasor soviético. Las emisiones de radio saudíes se podían escuchar
en todo Afganistán. Desde finales de 1984, comenzaron a llegar a Pakistán
voluntarios de distintos países musulmanes para unirse a la guerrilla afgana.
Osama bin Laden, magnate de la industria de la construcción y multimillonario
saudí emergió entonces como una de las figuras claves en la organización de
ese flujo de voluntarios. Al alcanzar Peshawar, los nuevos reclutas eran
puestos al cuidado de la Mektab ul-Jidmat (Oficina de Asistencia), que estaba
dirigida por un estrecho colaborador de Bin Laden: Abdullah Azam.

Durante este periodo, Bin Laden colaboró estrechamente con la CIA y el


ISI (extremo éste que hoy niegan todos los implicados). Se calcula que unos
35.000 voluntarios musulmanes de 40 países se unieron a la guerrilla afgana
durante los años 80. El entrenamiento de los muyahidin en la guerra de
guerrillas corrió a cargo del ISI. Sin embargo muchos de ellos fueron
entrenados directamente por la CIA. Según el general Mohammad Yusuf,
director de la Oficina afgana del ISI, entre 1983 y 1987, al menos 11 equipos
del ISI, entrenados por la CIA operaron en Afganistán para atacar aeropuertos,
carreteras, ferrocarriles, depósitos de combustible, puentes, instalaciones
eléctricas y otros objetivos sensibles.

En mayo de 1985, los servicios pakistaníes agruparon a los receptores


de su ayuda en la Alianza de los Siete, por ser siete los grupos guerrilleros:
Hekmatyar, Massud, Ahmad Gilani, Yunuis Haled, M. Nabi y S. Modjadeddi. El
jefe -coordinador o secretario- formalmente era Abdul Rasul Sayaf. Por su
parte, en diciembre de 1987, los iraníes harían lo propio, creando la Unión de
los Ocho, en la que entraron otros tantos partidos chiís; todos ellos
insignificantes en comparación con las guerrilas de Massud -al menos 30.000
hombres- o Hekmatyar, el doble.

En abril de 1986, las fuerzas soviéticas y el ejército gubernamental


tomaron la mayor base de la guerrilla, cerca de la frontera con Pakistán tras
una durísima batalla en la que se anunció la muerte de 2.000 muyahidin y 200
soldados pakistaníes (sin cifras de bajas propias). El 4 de mayo, tras varias
semanas de tratamiento médico en Moscú, Babrak Karmal dimitió por motivos
de salud, siendo sustituido por el nuevo secretario general del Partido,
Mohammed Najibulah, pashtun y jefe de la policía política (KhAD).

Najibullah proclamó la "Política de Reconciliación nacional". En enero de


1987, anunció un alto el fuego unilateral, dando garantías a los líderes
insurgentes de amnistía y pronta retirada de las tropas soviéticas si negociaban
con el Gobierno. En julio, sustituyó el Consejo Revolucionario por un Consejo
de Estado, ofreciendo 20 puestos en el mismo a la oposición, así como un
posible puesto de Primer Ministro y definir el estatus de afganistán como
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"Estado islámico no alineado"; más tarde, transformó el Consejo de Estado en
una Asamblea Nacional aún más amplia. La "Política de Reconciliación
Nacional" fracasó, al no ser aceptada ni siquiera por los muyahidin menos
extremistas y, entre otras poderosas razones, porque a nadie le interesaba que
los afganos se "reconciliasen" y actuasen por cuenta propia.

En 1988, se firmó en Ginebra un acuerdo afgano-pakistaní, garantizado


por Estados Unidos y la Unión Soviética, en el que se regulaban las relaciones
entre ambos estados, se establecía el principio de no intervención y se
garantizaba el regreso voluntario de los refugiados. Otro acuerdo entre
Afganistán y la Unión Soviética, disponía la retirada de las tropas soviéticas,
que comenzó poco después, completándose en 1989. El acuerdo de Ginebra y
la posterior desaparición de la Unión Soviética, dejó al Gobierno afgano sin
apoyos externos frente a las diversas guerrillas, sostenidas por Arabia Saudí e
Irán, amén de los contribuyentes privados. Por supuesto, la CIA se guardó muy
mucho de respetar el acuerdo.

A lo largo de la guerra (y en la mejor tradición afgana) se sucedieron


intentos de negociar con los distintos grupos insurgentes, entre los que consta
un encuentro personal entre el general soviético Varennikov y un jefe guerrillero
de Herat que acordó neutralizar sus tropas evidentemente a cambio de fondos.
En general, los distintos intentos a alto nivel del OKSV de llegar a acuerdos con
la guerrilla eran torpedeados de oficio por el KGB y su ahijada, la KhAD. Como
suele suceder, los distintos servicios compiten por negociar con el enemigo
presumiblemente victorioso para salvar la piel llegado el caso, mientras impiden
unánimemente que lo hagan quienes se están jugando el pellejo a diario.

La guerra continuó tras la retirada soviética y el Gobierno aguantó mal


que bien durante un tiempo, hasta que en abril de 1992, el presidente
Najibullah fue destituido por sus vicepresidentes, refugiándose en la sede de la
ONU en Kabul. Los cuatro vicepresidentes se repartieron el gobierno y
comenzaron negociaciones con el comandante muyahidin Ahmed Shah
Massud, jefe militar de Yamaat-i-Islami que había adquirido fama legendaria
durante la guerra contra los soviéticos. La intervención del tayiko Massud en la
capital, suscitó la reacción de los grupos muyahidin de mayoría pashtun. Desde
Pakistán, Gulbuddin Hekmatyar, jefe del grupo fundamentalista Hizb-i-Islami,
amenazó con bombardear Kabul si el Gobierno no renunciaba. El presidente
provisional, Abdul Rahim Hatif se comprometió a entregar el Gobierno a una
coalición de los grupos rebeldes. Poco después, las fuerzas de Massud y
Hekmatyar combatían entre sí en las calles de Kabul.

A finales de abril, se formó un Consejo de Gobierno provisional


encabezado por Sigbatullah Modjadidi (a quien años después veríamos
presidiendo la Loya Jirga tras la invasión occidental). La alianza de grupos
musulmanes moderados liderada por Massud - recién nombrado ministro de
defensa del nuevo Gobierno- expulsó de Kabul a los fundamentalistas de
Hekmatyar. El nuevo régimen fue reconocido a renglón seguido por Pakistán,
Irán, Turquía y Rusia.

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El 6 de mayo de 1992, fue disuelto el partido Watan, que había
gobernado el país desde su creación en 1988 para sustituir al PDPA, y se
estableció un Tribunal especial para juzgar a los ex mandos comunistas.
También fueron disueltas la KhAD y la Asamblea Nacional. El nuevo Gobierno
inició cambios para imponer la ley islámica, prohibiendo la venta de alcohol y
obligando a las mujeres a cubrirse la cabeza y usar ropas tradicionales. A fines
de mayo, los principales grupos rebeldes, incluidos Hizb-i-Islami de Hekmatyar
y Yamaat-i-Islami, de Massud, anunciaron un acuerdo de paz,
comprometiéndose a convocar elecciones en un año y a la salida de Kabul de
las milicias tayikas del ministro de Defensa Massud y las uzbekas del general
Abdul Rashid Dostum, antiguo general del régimen comunista que se había
pasado al bando rebelde para seguir en el poder.

Al poco, el presidente Modjadidi escapó ileso de un atentado y la tregua


se rompió. Los combates entre Hizb-i-Islami y Yamaa-i-Islami arrasaron Kabul,
dejando 5.000 muertos en una semana. A finales de junio, Modjadidi cedió la
presidencia a Burhanuddin Rabbani, líder tayiko de Yamaa-i-Islami, que intentó
formar un Gobierno de unidad. Hizb-i-Islami continuó su lucha contra el
gobierno, exigiendo la salida de Kabul de las tropas de Massud y Dostum.

Después de 14 años de guerra, el país estaba arrasado, la economía


paralizada y el sistema productivo destruido. La ONU anunció un programa de
ayuda de ¡10 millones de dólares! para abastecer de alimentos y medicinas a la
población desplazada por la guerra. Según ACNUR, había en ese momento
cuatro millones y medio de refugiados afganos, repartidos entre Pakistán e
Irán, cuyo gobierno estaba deseando deshacerse de ellos.

En junio se llegó a un acuerdo entre Hekmatyar y Rabbani para formar


Gobierno y convocar elecciones en 18 meses. Rabbani seguiría de Presidente,
Hekmatyar sería Primer Ministro. Massud dimitió como ministro de Defensa y
Dostum permaneció al margen del acuerdo.

En enero de 1994, Dostum se alió con el Primer Ministro Hekmatyar y


lanzaron una ofensiva contra la capital, el Estado se desintegraba por
completo. Kabul fue dividida en zonas en manos de grupos rivales, provocando
el éxodo de tres cuartas partes de sus habitantes. La división de Afganistán
estaba propiciada por los intereses encontrados de distintos países de la
región, en especial Irán, Pakistán y Rusia, que apoyaban a los distintos grupos
en lucha.

Hekmatyar comenzó a proclamar que llevaría la Yihad a las repúblicas


centroasiáticas de la ex-URSS, lo que recordaba demasiado al Gran Afganistán
que tan poca gracia le hacía a su padrino, el gobierno de Pakistán. Eso llevó a
que le cerraran el grifo. A estas alturas, lo que interesaba era un
apaciguamiento del conflicto y un escenario estable -el que saliera del reparto-;
no una extensión de la guerra a los países vecinos, de los cuales Tayikistán ya
estaba en guerra civil.

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Con la desaparición de la Unión Soviética El Gran Juego adquiría un
carácter nuevo: la lucha por el control de las inmensas reservas de petróleo y
gas natural de las repúblicas centroasiáticas.

En esas, en 1995, apareció en el sur de Afganistán un nuevo grupo


armado: los taliban, que con el apoyo de Pakistán pretendían crear un
Gobierno islámico unido en torno a su versión wahabí del islam. La fuerza
talibán había ido creciendo con el apoyo del Gobierno de Benazhir Bhutto,
presidenta de Pakistán entre 1994 y 1996 por la sencilla razón de que habían
demostrado ser más fiables que los tradicionales beluchis pasando las
caravanas de contrabando de su marido, Azif Ali Zardari que, junto con la
madre de Benazir, Begum Nusrat estaba obteniendo cuantiosos beneficios
desvalijando el país.

Para cuando la familia presidencial acabó en la cárcel, los talibán ya se


habían convertido en una fuerza importante, que podía dar garantías de
seguridad a Unocal y a cualquier otra multinacional que quisiera instalarse en
Afganistán. Contaban con amplio apoyo en las zonas de mayoría pashtún. En
poco tiempo conquistaron Kandahar y varias provincias vecinas. En febrero,
habían tomado el cuartel general de Hekmatyar en el centro del país, mientras
Dostum se hacía fuerte en el Noroeste de Afganistán, donde se había refugiado
gran parte de la población de Kabul. Los talibán impusieron en las zonas bajo
su control un régimen islámico sumamente rigorista.

A mediados de 1996, los taliban sitiaron y bombardearon Kabul, que fue


tomada en septiembre. El Gobierno se retiró al Norte. Al entrar en la capital, los
taliban sacaron de la sede de la ONU, donde llevaba cuatro años encerrado, al
ex presidente Najibullah, lo apalearon, lo arrastraron por las calles, lo castraron
y lo colgaron en una plaza con la boca llena de billetes de banco.

Dostum rompió su alianza con Rabbani para aliarse con los talibán lo
que facilitó el avance de éstos hacia el Norte, pero a los quince días rompió su
acuerdo obligando a los talibán a retroceder. En el Norte se formó una alianza
antitaliban de los principales grupos muyahidin, liderada por Ahmed Shah
Massud, el antiguo jefe militar de Rabbani.

En 1997, Pakistán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos


reconocieron al régimen talibán, que dominaba dos tercios de Afganistán. En
1998, Estados Unidos lanzó ataques con misiles de crucero contra campos de
entrenamiento terroristas en Afganistán (y una fábrica de medicamentos/armas
químicas en Sudán) como represalia por los ataques con bomba contra las
embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania. En 1999, la ONU impuso
sanciones económicas contra Afganistán, incluyendo un embargo aéreo,
presionando al Gobierno para que entregara a Osama Bin Laden, acogido en
Afganistán tras haber forzado los Estados Unidos su expulsión de Sudán.

Es de señalar que durante estos años, miles de yihadistas de todo el


mundo islámico habían sido entrenados en Afganistán para ser enviados a

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combatir a Bosnia, Kósovo y Chechenia, guerras en las que seguían contando
con el apoyo del tándem Norteamericano-Saudí.

No obstante todo ello (o precisamente por ello) las compañías petroleras


norteamericanas seguían con sus proyectos y mantenían amistosos contactos
con el régimen taliban, intentando llegar a un acuerdo que permitiera el paso de
las conducciones que deberían llevar hasta el mar los hidrocarburos
centroasiáticos sin pasar por territorio ruso, condición necesaria para
rentabilizar económica y políticamente los intentos de control de aquéllos.

A lo largo de 2001, el régimen talibán incrementó sus actuaciones


integristas, en este caso iconoclastas, destruyendo buena parte de los fondos
del museo arqueológico de Kabul y volando las estatuas gigantes de Buda en
Bamiyán, juzgan a trabajadores humanitarios acusados de promover el
cristianismo y, en definitiva, se van convirtiendo en algo cada vez más
impresentable para los medios y el público occidental, que parecen enterarse
en ese momento de la existencia de un ropaje femenino llamado burka o del
hecho de que las mujeres afganas no pueden estudiar ni trabajar fuera de
casa.

El 9 de septiembre de 2001, Ahmed Shah Massud, el líder más


carismático de la oposición al régimen afgano, fue asesinado por los talibán,
presuntamente con apoyo del ISI pakistaní. Algo grave estaba a punto de
pasar.

COMENTARIOS:

piolet dijo...

Algunos datos sobre la intervención soviética en Afganistan:

El Contingente Especial de Tropas Soviéticas (OKSV en sus siglas rusas) estaba


compuesto por el 40 Ejército, además de varias unidades especiales
(“separadas”, según terminología rusa), que en total agrupaba 3 divisiones de
fusileros motorizados, 1 división aerotransportada, 2 brigadas de fus.
motorizados, 1 brigada aerotransportada de asalto, varias brigadas, regimientos y
batallones especiales (spetsnaz, osnaz, artillería reactiva, etc.), así como 3
regimientos de aviación, 3 de helicópteros, 6 escuadrillas especiales de
helicópteros, etc., etc., etc. No todos al mismo tiempo.

El número de efectivos llegó a su apogeo en el año 1985 con 108 800


efectivos (106 000 de ellos militares), siendo 73 600 los directamente
implicados en combates. El resto eran todo tipo de unidades de apoyo, como
hospitales, columnas de transporte, constructores de puentes, carreteras y
oleoductos, intendentes, propaganderos, etc. Hay que decir, que el número de
75.000 efectivos en primera línea de fuego fue un límite (no superado en toda la

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contienda) impuesto por la Comisión Especial del Politburó para Afganistan,
constituida ad hoc en 1973 (año del golpe de estado de M. Daud).

En el momento de la invasión en diciembre de 1979, la Comisión estaba


constituida por: Gromiko (Ministro de Exteriores; coordinador y voto de
calidad), Andropov (jefe del KGB), Ustinov (Ministro de Defensa) y
Ponomariov – Secretario del CC del PCUS para las relaciones con los “partidos
amigos”. Este personaje siniestro no era miembro del Politburó, pero ostentaba
ese cargo importante en el aparato del CC del PCUS, que no consistía en el
compadreo ideológico, como era la versión oficial, sino, básicamente, en la
distribución de ayuda financiera y suministro de hardware (armas) a todo tipo de
guerrillas y regímenes afines, entre ellos algunos tan poco presentables, como el
de Etiopía, Guinea-Conakry, Guinea Ecuatorial, y, entre otros, Afganistan.

Precisamente P. Llevaba a cabo negociaciones directas con los sucesivos


nomarcas de Afganistan, Daud, Taraki, Amin y Karmal en Kabul, que después
se plasmaban en acuerdos concretos a mas alto nivel en visitas de éstos a Moscú.
El papel de los otros miembros de la Comisión era el de la planificación
geoestratégica – G., A. y U., destacando los dos últimos en la fase final de la
preparación y ejecución de la intervención militar por razones obvias: eran jefes
del KGB y del Ministerio de Defensa respectivamente. Los responsables del
Grupo Operativo del Ministerio de Defensa (para Afganistan) eran: general de
ejercito Akhromeiev (1979 - preparación); mariscal de la URSS Sokolov (1979-
1984 – ejecución y primera etapa de la ocupación; lo deja por pasar a ser
Ministro de Defensa); general de ejercito Varénnikov (1985-1989 – coordina la
retirada).

A todo esto, las Fuerzas Armadas de Afganistan a 1 de febrero de 1986


tenía 141 500 efectivos (3 cuerpos de ejercito; 12 divisiones de ejército de tierra;
22 brigadas idem + 6 de comandos; 8 regimientos de aviación,... No obstante, el
dato importante es que la plantilla de las unidades no llegaba al 60% de lo
estipulado y el equipamiento técnico (tanques, aviones, vehículos blindados de
transporte de tropa, etc.) apenas alcanzaba el 50% en cada una de las unidades.
A pesar de ello, entre los años 1983 y 1986 las FF AA afganas llevaron a cabo
unas 250 operaciones de envergadura independientes del ejército soviético,
además de centenares de operaciones conjuntas, en su mayoría a escala
compañía – batallón o menor.

Esto se explica (además de la desconfianza de los soviéticos respecto de


las capacidades de su aliado) por que las carencias de plantilla afectaban sobre
todo a la tropa rasa, que no llegaba al 25-40% de la nominal: el reclutamiento
muchas veces terminaba en enfrentamientos armados con la población, hasta que
la insurgencia adoptó la táctica de adscripción a filas seguida de la deserción con
el equipo. Así, al mes se producían 1500-2000 deserciones, frecuentemente
acompañadas de asesinato de oficiales leales, robo de armamento, transportes y
munición a escala apreciable, es decir, la conscripción se convertía en una
técnica de abastecimiento de los mudjaheddines, hasta que empezó a controlarse
con mas rigor, volviendo los problemas de alistamiento. Las quejas de los
mandos soviéticos sobre la ineficacia, cuando no cobardía e ineptitud de las
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tropas gubernamentales eran constantes, mientras que los dushman – bandidos –
eran pintados como fieros y astutos guerreros; en esto, como en muchos otros
aspectos, la actual ocupación de Afganistan por EE UU y compañía representa
un calco de lo sucedido a los soviéticos. Lo que conviene recordar a los actuales
estrategas, es que una vez que los shuravi – soviéticos – sacaron sus tropas del
país y dejaron a los afganos a solas, el régimen filocomunista con Najibulla al
frente combatió durante 2 años y medio a la insurgencia con cierto éxito, aun
cuando la situación ya era desesperada, pero en realidad, no tan seria, como
predecían a una voz todos los analistas de la época.

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