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Docente: Jose ArcilaÁrea: religión Grado: 8

Modo de entrega: Email: j.a.arcila73@gmail.com , SINAC o en el colegio de forma física


en hojas de block.

Fecha de entrega de la actividad 28 de septiembre

Religión y cultura

El respeto a la libertad de credos y hasta razones de simple cortesía suelen ser la


causa de que habitualmente reciba la consideración de rasgo cultural lo que de hecho
no es más que el cumplimiento de un precepto religioso. Por supuesto que todas las
religiones acostumbran a informar los hábitos culturales de sus seguidores, por lo que
no siempre resulta fácil separar una cosa de la otra, pero lo cierto es que cuando se
habla de choque de culturas, los aspectos más conflictivos son indefectiblemente los
que se hallan regidos por un imperativo religioso.
El equívoco no hace sino agravarse cuando del hecho de que todas las creencias
religiosas sean igualmente respetables en la medida en que todas ellas son ajenas a
la razón y, por tanto, indiscutibles, se deduce que todas las culturas son asimismo
igualmente válidas. Válidas no ya en el marco natural que les es propio o del que
surgieron, sino en el marco de las formas de vida de Occidente, un modo de vida que,
con sus ventajas y sus muchos inconvenientes, se ha extendido ya por el mundo
entero. Y eso no es así: los rasgos culturales -respondan o no a un mandato religioso-
son no sólo enjuiciables, esto es, susceptibles de ser evaluados por la razón, sino
también adecuables en grado muy diverso a la evolución general de las costumbres.
De esa mayor o menor compatibilidad se deriva el hecho de que mientras unos
persisten sin problemas en el nuevo marco ambiental, otros se modifican y otros,
finalmente, terminan por perderse.
Hablar de choque cultural suele ser, así pues, un eufemismo, ya que el origen del
conflicto no es sino la aplicación o exteriorización de determinadas creencias
religiosas. Lo equivocado, por otra parte, es considerar que ese choque va
exclusivamente ligado a la inmigración. El choque se produce ya en los países donde
esas creencias son la norma, aunque el conflicto legal sólo surja en los lugares donde
esa norma -como sucede en el Occidente europeo- es contraria a las leyes. En la
mayor parte de los casos, además, las manifestaciones públicas de creencias
religiosas no plantean ningún problema. Se trata de procesiones, fiestas, ceremonias,
que hasta terminan por convertirse en atracción turística. El Año Nuevo chino,
determinadas celebraciones hinduistas, la Luna Llena de Mayo de los budistas, por
ejemplo, pertenecen a este tipo de festividades. Si en cambio no puede decirse lo
mismo de los ritos que configuran la celebración del Ramadán en La Meca es porque
los contados viajeros occidentales que en el pasado lograron presenciarlos lo hicieron
poniendo en riesgo su vida, como la pondría quien aún en el presente pretendiera
imitarles. Y es que, en la práctica, el único choque presuntamente cultural que puede
originarse en China o en la India, en Occidente o en Arabia Saudí, es el que se deriva
del contraste entre las creencias islámicas hoy más extendidas y cualquier otra clase
de creencia. Un hecho que mal comprendido o tal vez mal explicado conduce a una
creciente demonización de todo lo árabe o simplemente musulmán.
El fondo del problema consiste en que gran número de actos o hechos que en la
mayor parte del mundo se consideran sin importancia, en determinados países
islámicos, de acuerdo con unas leyes de inspiración religiosa, son considerados
delictivos. Y en que, a su vez, el castigo prescrito por esas leyes constituye un crimen
en la mayoría de los países con otras creencias. No ya los bastonazos que pueden
suponerle a una mujer mostrar un atisbo de pelo o de pie o una actitud
insuficientemente recatada, correcciones de carácter preventivo propinadas en plena
calle por las diversas policías religiosas, sino, sobre todo, el rigor de la sentencia -pena
capital- que merece, por ejemplo, la práctica de cualquier religión que no sea la
islámica. O probar el alcohol. O las prácticas homosexuales. O el adulterio. O las
relaciones sexuales sin el consentimiento paterno. Decapitaciones, amputaciones,
lapidaciones, azotes y hogueras que en Arabia Saudí son espectáculo no sólo público,
sino también televisivo.
¿Cómo evitar el llamado choque de culturas cuando el creyente, no ya islamista, sino
simplemente islámico, habituado a unas leyes acordes con su fe, se tropieza en
Occidente con conductas tan ajenas a su bagaje cultural y, lo que es peor, con el
hecho de que lo que en su tierra es norma es aquí delito? ¿Qué reacción cabe esperar
del contraste de dos concepciones tan distintas? Sí, ya sé que hay lecturas del Corán
diferentes y que son muchos los musulmanes poco partidarios de aplicar los rigores de
la sharía, pero la corriente religiosa que de unos años a esta parte se extiende de
forma galopante por la casi totalidad de los países islámicos es precisamente ésta, la
más acorde con el espíritu de la yihad. Y eso es algo que singulariza al islam respecto
a las restantes grandes religiones. Si el judaísmo es por definición algo reservado a los
hijos del Pueblo Elegido, hinduismo, budismo, confucianismo y sintoísmo no han sido
ni son religiones expansionistas; lo fundamental en ellas es la práctica religiosa
individual, la personal relación de cada creyente con los dioses o con la nada. La
religión más parecida al islam, o mejor, aquella a la que el islam más se parece, es el
cristianismo, y el cristianismo ha renunciado hace ya tiempo a imponerse por la fuerza
tanto a los no cristianos como a los cristianos descreídos. Los misioneros, hoy día,
tienen más de miembros de una marchosa ONG que de maniáticos maestros de
catecismo.
El error complementario y simétrico de esa tendencia a considerar cultural lo que es
religioso lo tenemos en el empeño de tantos dirigentes espirituales islámicos en
convertir sus problemas con el resto del mundo en un choque de religiones.
Considerar cristianos a los occidentales no sólo no esclarece nada, sino que
contribuye a enmascarar la verdadera identidad del problema. Y confunde al creyente
musulmán que espera encontrar en Occidente una intransigencia religiosa equivalente,
aunque de signo contrario, a la propia, tal y como sucedía en la Edad Media, lo que,
contra lo que pueda parecer a primera vista, probablemente hacía más sencilla la
convivencia. Pues el occidental de hoy, incluso cuando tiene creencias religiosas, se
halla definido sobre todo por la sociedad laica y democrática a la que pertenece,
resultado, sin duda imperfecto, de las aportaciones del Renacimiento, la Ilustración, la
Revolución Francesa, las transformaciones económicas y sociales de los siglos XIX y
XX, así como de la ciencia, el arte y el pensamiento de los últimos siglos.
Transformaciones que las sociedades islámicas todavía no han conocido, pero que,
tarde o temprano, por suerte para todos, también han de conocer. ¿Qué distinguirá
entonces a un laico a secas de un laico de un país musulmán? Muy poca cosa. Sus
gustos personales podrán diferir; su actitud respecto a los otros, respecto al mundo,
respecto a la vida, debiera en cambio ser muy parecida.
Actividad:
1. En que consiste el choque cultural entre religiones
2. cuál es tu opinión sobre las prohibiciones religiosas que se mencionan en el texto
3. cual sería la posible solución a la problemática entre religión y cultura

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