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Tecnológico de Antioquia Institución universitaria

Pregrado de psicología
Neuropsicología
Relatoría # 1

Fecha: 15/mayo/2020
Nombre: Juan Diego Marulanda.
Bibliografía.

-Ardila, A. & Roselli, M. (2007). Patologías neurológicas. En Ardila, A. & Roselli, M.


Neuropsicología clínica. Pp. (11-23). Colombia: El Manual Moderno S. A.

-Balmaseda, R., Barroso y Martín, J.M. & León Carrión, J. (2002). Déficits neuropsicológicos y
conductuales de los trastornos cerebrovasculares. Revista Española de Neuropsicología. 4 (4).
312-330.

La siguiente relatoría tiene como objetivo llevar a cabo la relación entre los textos
anteriormente referenciados que abarcan el tema de la enfermedad cerebrovascular, para
luego brindar un análisis desde la postura como estudiante de psicología de los
conocimientos adquiridos de dichas lecturas. 

     En el libro neuropsicología clínica de los autores Alfredo Ardila y Mónica Rosselli, se
puede observar cómo se mantiene un enfoque clínico aportando las nociones y problemas
principales acerca del conocimiento sobre la neuropsicología y su ejercicio con
personas/pacientes que presenten algún daño cerebral. El capítulo dos del libro, titulado
patologías neurológicas, los autores abarcan las diferentes patologías neurológicas desde
sus posibles causas, cómo éstas se desarrollan y su avance, logrando así afecciones en la
actividad cerebral normal. La información se organiza en la conceptualización de la
patología, clasificación y sintomatología, en el siguiente orden: enfermedad
cerebrovascular, traumatismos craneoencefálicos, tumores, infecciones, enfermedades
nutricionales y metabólicas, enfermedades degenerativas, epilepsias, exámenes clínicos y
paraclínicos. 

     

En la primera parte referida a la enfermedad cerebrovascular se puede observar cómo se


define desde el aspecto neurológico de manera clara y general, “cualquier alteración en el
funcionamiento cerebral originado por alguna condición patológica de los vasos
sanguíneos” (Ardila & Rosselli, 2007, pp.11). Su sintomatología se hace evidente con la
presencia de problemas neurológicos focales, perjudicando funciones como el movimiento
y motricidad de alguna zona o extremidad del cuerpo, reducción del campo visual,
problemas en el habla, parestesia, asfixia y, en casos extremos entrar en un estado de coma.

     Dichas alteraciones cerebrales ocasionan modificaciones negativas en las paredes de los


vasos sanguíneos y dada su naturaleza se dividen en accidentes cerebrovasculares –ACV-
isquémicos y hemorrágicos. Los primeros atienden a la muerte neuronal de una zona de
tejido cerebral -infarto cerebral- como consecuencia de un escaso abastecimiento de sangre
y oxígeno al cerebro debido a la obstrucción de una arteria, bien sea por endurecimiento o
inflamación de las mismas, un coágulo de sangre, burbuja de aire, grasa u otras formas. Los
ACV hemorrágicos se caracterizan por el sangrado de poco o abundante flujo –con altas
posibilidades de muerte de ser abundante- debido al rompimiento de un vaso sanguíneo,
llevando a la pérdida de conciencia. Dentro de las causas más frecuentes de este tipo de
accidentes se encuentra la hipertensión arterial, predominantemente subcorticales que
dirigen sus síntomas al orden neurológico, más no neuropsicológico, ya que en muy pocas
ocasiones se presenta en la corteza cerebral. Cuando sucede por la ruptura de un aneurisma,
es decir, por la dilatación anormal de una arteria, -especialmente las grandes y en los vasos
del polígono de willis- ocasiona delgadez y fragilidad en las paredes de la misma. Como
síntoma directo en el paciente está la cefalea y pese a ser hereditario, la arteriosclerosis, 
infecciones o hipertensión arterial también son causantes directos. Por último, los autores
plantean que los efectos de los ACV poseen variaciones dependiendo del área y extensión
del daño del cerebro comprometida, la velocidad con la cual alcanza a restaurar el flujo
sanguíneo a las partes lesionadas, al igual que la velocidad y eficacia con que las zonas
intactas del cerebro puedan recobrar o subsanar las funciones del sector lesionado. Donde
por ejemplo, las isquemias de las arterias cerebrales anteriores ocasionan cambios
comportamentales que requieren un tratamiento especializado teniendo en cuenta las
especificidades del paciente, pero el éxito del proceso de recuperación está mediado por
todos los aspectos neurológicos y neuropsicológicos comprometidos, por lo tanto, el tiempo
requerido para la recuperación pueden ser para algunos de días, en otros meses o ser
imposible.

     El artículo de revista de los autores Raquel Balmaseda, Juan Manuel Barroso y José
Carrión titulado déficits neuropsicológicos y conductuales de los trastornos
cerebrovasculares, abre con un resumen conciso de su intención, direccionada al análisis de
los déficits que pueden presentarse como consecuencia de un ACV en términos
neuropsicológicos y conductuales, partiendo de una revisión bibliográfica científica. Es
importante señalar aquí que dicho artículo evidencia un enfoque más crítico que el anterior,
ya que promueve el estudio justamente de los conceptos desarrollados en el texto de
Alfredo Ardila y Mónica Rosselli. 

Se problematiza como primer elemento la definición, ya que diversos manuales poseen


criterios específicos teniendo en cuenta la variedad en el origen de los diferentes ACV, y
aplicar el concepto a cualquiera de las denominaciones da por entendido que todas son
correctas o por el contrario, genera confusión en quienes lo usan. Ictus es la forma como los
autores deciden referirse a las enfermedades cerebrovasculares en general puesto que
comprende un panorama diverso de los trastornos. Luego de contrastar las definiciones de
diferentes especialistas en el tema, se llega a establecer una diferencia entre accidente
cerebrovascular -ACV- y trastorno cerebrovascular -TCV-, optando por el uso del segundo
en este artículo argumentando que “tales trastornos no son accidentes, ya que normalmente
pueden ser identificados y tienen causas predecibles” (Balmaseda,Barroso y Martín &
León, 2002, pp. 314) distanciandose de la denominación empleada  por el manual de
neuropsicología clínica (2007) pero a su vez, coincidiendo en lo referente a sus causas,
sintomatología y factores de riesgo. Como estudiante, se infiere en este punto que la
discusión de los criterios de asignación promueve la continuidad en investigaciones sobre la
enfermedad vascular cerebral, por lo que es necesario abordarlo desde sus diferentes aristas
para establecer una posición analítica y argumentada, invitando a su vez, a la revisión
permanente de las fuentes aplicadas, pues es requerida la participación del neuropsicólogo
para llevar a cabo el diagnóstico diferencial, la evaluación cognoscitiva e intervención en
el  paciente.

     Retomando al artículo, prosigue exponiendo que los aspectos de localización y


extensión de la lesión producto del ACV son determinantes para definir qué tipos de
déficits pueda ocasionar. También lo son la edad del paciente, -a mayor edad, mayor
dificultad de recuperación- enfermedades asociadas, el entorno, el status social en el sentido
de que se presenta mayor interés y capacidad económica en la búsqueda tratamientos
especializados, y, si este antes del accidente ejercía la práctica regular de alguna actividad
tal como tocar un instrumento, es muy probable que su pronóstico evidenciara menor grado
de gravedad al diagnosticarse. En otro sentido, se establece la aclaración entre el uso
correcto de los términos déficit y secuela dado que algunos profesionales, sin tener presente
que hay diversidad para establecer el momento en el que los déficits por TCV se convierten
en secuelas definidas en un paciente, tienden a emplearse ambas palabras para referirse de
manera indistinta tanto a la variación de la función cerebral por un deterioro a nivel
cerebral con capacidad de recuperación -déficit- como a los déficits definidos en los que ya
es irreversible el daño ocasionado -secuela-. 

     Habiendo aclarado lo anterior, seguimos con un punto crucial del texto: A pesar de que
los déficits puedan ser expresados de forma general en físicos, es pertinente establecer los
de índole cognitivos, conductuales, emocionales y neuropsicológicos, estos últimos
encontrados dentro de la patología dependiendo de los territorios vasculares afectados. De
tal forma, si en un ACV se compromete por ejemplo, la arteria cerebral anterior ACA, los
déficits podrán ser de índole conductual como cambios de personalidad por alteraciones
bilaterales del córtex prefrontal, sensoriomotor como la pérdida en el control de esfínteres,
emocionales como agresividad y pérdida de las normas del comportamiento social por la
afectación de las vías frontales por el núcleo caudado, cognitiva como la disfunción
ejecutiva, entre otras que comprometen más sectores del cerebro. 

       Con ello, los tratamientos de rehabilitación dirigido para pacientes que presenten
cualquiera de los diferentes TCV son estudiadas constantemente, así como también la
comprensión de las teorías de recuperación funcional y la de localización sistémico
dinámica de las funciones superiores que llevan a la recuperación espontánea, a través de
mecanismos fisiológicos regenerativos y excitatorios. En éste punto es cuestionable si el
uso en la mención de secuelas establecidas es vigente o si por el contrario, aun cuando se ha
dictaminado una irreversibilidad, dichas secuelas pueden trasladarse a la recuperación.  

     Como último aspecto, es relevante mencionar que el orden de la lectura y desarrollo de


la relatoría de los textos estuvo guiada bajo la observación del carácter de su contenido, y
se puede decir que el artículo aparte de ser instructivo, permitió profundizar en los
conceptos desarrollados en el segundo capítulo del manual, -limitándose a ser un
conglomerado de definiciones neurológicas- sobre todo porque ofrece una visión
direccionada a los aspectos neuropsicológicos y conductuales en conjunción constante,
siendo más completo su análisis en cuanto a la relación causas-síntomas-tratamiento que
permite el accionar del neuropsicólogo clínico en pacientes con daño cerebral de diferente
etiología.    

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