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Necesidad y sentido de

la dirección espiritual en
la vida cristiana
             Necesidad de la dirección espiritual
 
·          La vida se construye día a día, semana a semana. Es un caminar
constante en el que resulta decisivo saber hacia dónde queremos
dirigirnos, dónde tenemos que luchar y qué obstáculos hay que
vencer; un caminar en el que uno tropieza y necesita levantarse.
Afrontar el trayecto de la vida en solitario no es sencillo. La misma
Biblia habla de la conveniencia de afrontar la vida acompañado por
otro.
 
«Más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su
esfuerzo. Pues si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del
que cae solo!, que no tiene quien lo levante. (...) Si atacan a uno, los dos
harán frente. La cuerda de tres hilos no es fácil de romper» (Qo 4,9-13);
«el hermano ayudado por el hermano es como una ciudad amurallada»
(Prov 18,19).
 
            Para hacer un buen traje, para llegar a una cima importante, para
llegar a buen puerto en un largo viaje, se necesita la ayuda de una
persona que nos señale los posibles riesgos: pasos peligrosos, escollos o
tormentas, que podrían hacer fracasar la empresa emprendida.
 
Pues bien, dado que todos nosotros hemos recibidos la misión de vestir
el traje inmaculado con el que entrar en la fiesta que el rey celebra en
honor de su hijo (cf. Mt 22,1-14); de ascender la cumbre más alta de la
santidad; de adentrarnos en el mar de la gracia hasta alcanzar el puerto
celestial, no podemos afrontarla en solitario, sino en el seno de la
Iglesia, bajo el impulso del Espíritu Santo, y de ordinario con la
ayuda de un maestro espiritual.
 
            Son muchos los santos y los Papas que así lo han advertido:
 
- San Francisco de Sales: «Cuando el joven Tobías oyó que le mandaban
ir a Ragés, replicó diciendo: “Yo no sé el camino”. “Ve, pues —le dice
su padre—; busca algún hombre que te guíe”; y lo mismo te digo yo
Filotea: ¿Quieres tomar con seguridad el camino de la devoción? Pues
busca alguna persona de virtud que te guíe y encamine. Esta es la
advertencia de las advertencias, pues, como dice el piadoso Ávila, por
más que te fatigues no hallarás medio más seguro de hacer la voluntad de
Dios que esta humilde obediencia, tan encomendada y practicada por las
personas devotas de los pasados siglos»[1].
 
- San Josemaría: «Conviene que conozcas esta doctrina segura: el
espíritu propio es mal consejero, mal piloto, para dirigir el alma en las
borrascas y tempestades, entre los escollos de la vida interior. Por eso es
Voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un Maestro, para
que, con su luz y conocimiento, nos conduzca a puerto seguro»[2].
 
- Benedicto XVI: «Para ir hacia el Señor necesitamos siempre una guía,
un diálogo. No podemos hacerlo solamente con nuestras reflexiones. Y
éste es también el sentido de la eclesialidad de nuestra fe, de encontrar
esta guía. En esta época sigue siendo válido para todas las personas,
sacerdotes, consagrados, laicos y especialmente para los jóvenes recurrir
a los consejos de un buen padre espiritual, capaz de acompañar a cada
uno en el conocimiento profundo de si mismo y conducirlo a la unión
íntima con el Señor, para que su existencia esté conforme con el
Evangelio»[3].
 
·          Hay que tener presente que la dirección espiritual no es una
muleta para un tiempo de necesidad y que después molesta. Es más bien
como los zapatos o zapatillas que nos permiten ir más cómodos y llegar
más lejos; es algo que no dejamos de usar. Decía san Juan de la Cruz:
«El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido
que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo»[4].
 
Un párroco de Burgos contaba la siguiente anécdota: En un libro que
había junto a la adoración perpetua un niño llamado Santiago escribía
todos los sábados una petición similar: «Señor, te pido un hombre que
quiera a mi madre y un buen trabajo para ella. Y para mí dame el don de
ciencia para aprobar las matemáticas». Unos sábados pedía el don de
ciencia, otros el de inteligencia, etc. (se ve que alguien le había explicado
los dones del Espíritu Santo).
 
Pero llegó el mes de julio y el niño escribió: «Señor, te pido un hombre
que quiera a mi madre y un buen trabajo para ella. Y por mí no te
preocupes que ya me las apañaré sólo». Era julio; el niño ya no tenía
colegio. Nosotros no podemos dar vacaciones al Espíritu Santo nunca.
 
 
·          La bondad de la dirección espiritual es algo largamente
comprobado, pero el punto de partida de una dirección espiritual
eficaz será el deseo por parte del dirigido de crecer y progresar en su
vida espiritual.
 
El joven santo Domingo Savio nos da un ejemplo maravilloso de este
deseo personal de crecer en santidad. Así contaba san Juan Bosco su
encuentro (el 2 de octubre de 1854) con el que pronto se convertiría en el
mejor de sus jóvenes discípulos: «Después de un buen rato de
conversación, y antes de que yo llamase a su padre, Domingo me dijo: –
Entonces, ¿qué piensa de mí? ¿Me llevará usted a Turín para estudiar? –
Me parece que en ti hay una buena tela. –¿Y para que podrá servir esta
tela? –Para hacer un buen traje y regalárselo al Señor. –Pues si yo soy el
paño, usted será el sastre. Lléveme con usted y hará un buen traje para el
Señor»[5].
 
            Como bien percibió el joven Domingo, todos necesitamos que
alguien experimentado nos sostenga en la pelea, nos de claridad en la
lucha y nos advierta de los peligros que nos vamos a encontrar. ¿Y quién
puede ser esa persona? El autor J. A. Fernández Carvajal señala lo
siguiente al respecto: «Hay un punto clave para saber si hemos acertado
en la elección: si nos ayuda, con comprensión, a encontrar al Señor en
todos los sucesos de nuestra vida, y a identificar nuestra voluntad con la
voluntad divina, aunque nos cueste sacrificio»; es decir, debemos
comprobar que hablar con esa persona nos ayuda a estar más cerca de
Dios.
 
 
                 ¿En qué consiste la dirección espiritual?
 
            «La tarea de dirección espiritual hay que orientarla no
dedicándose a fabricar criaturas que carecen de juicio propio, y que se
limitan a ejecutar materialmente lo que otro les dice; por el contrario, la
dirección espiritual debe tender a formar personas de criterio. Y el
criterio supone madurez, firmeza de convicciones, conocimiento
suficiente de la doctrina, delicadeza de espíritu, educación de la
voluntad»[6].
 
El fin de la dirección espiritual no es un rendir cuentas del cumplimiento
de los preceptos y normas de la vida cristiana, sino orientar al dirigido
para crecer en el amor a Dios y a los demás. La dirección espiritual es
asomarse a la tapia de la interioridad del otro y ayudarle a poner
orden (frente al pecado, que en esencia es un desorden). Podemos
interpretar la dirección espiritual desde la clave del verbo “revelar” en el
sentido de sacar lo que está dentro de la propia persona, educir el
tesoro que habita en él. Formar significa dar forma; se trata de hacerlo
según la imagen de Cristo que está en nosotros por el bautismo. En la
vida uno está para algo más que para satisfacer sus necesidades.
 
            La dirección espiritual debe buscar el sintonizar la voluntad de
Dios con la vida personal del dirigido, ayudarle a vivir mejor la unidad
de vida, haciendo todo por Cristo, con Él y en Él. Por ello esta labor es
siempre triangular: el que ayuda, el ayudado y el Espíritu Santo, que
es el verdadero protagonista o director de almas.
 
El director espiritual es sólo un instrumento del ES, un mediador. El
director deberá pedir constantemente a Dios humildad y docilidad para
llevar al dirigido por el camino que el ES marque, no por el que él desee.
Tanto dirigido como director deben dedicar tiempo a la oración y a las
ascesis, para conocer aquello que Dios pide.
 
 
            Algunas consideraciones importante a ser tenidas en cuenta por
parte del director espiritual:
 
- Debe transmitir el cariño y la esperanza de Dios; debe hacer presente
el amor de Dios que acoge, comprende, restaura y enciende el alma en el
amor a Dios y al prójimo: «Como ama el Padre, así aman los hijos.
Como Él es misericordioso, así estamos llamados a ser misericordiosos
los unos con los otros» (Francisco, Bula Misericordiae vultus, 9).
Debe ayudar al dirigido a crecer, en definitiva, en las tres virtudes
teologales: fe, esperanza y caridad.
 
- Se trata con personas singulares, que tienen una biografía única.
Personas que han encontrado el amor de Dios y quieren vivir conforme a
ese Amor. No se trata de ofrecer fórmulas prefabricadas, ni métodos
o reglamentos rígidos, para acercar las almas a Cristo, sino de
hacerse cargo de las necesidades de esa alma, de conocerla, lo cual
significa llegar a comprender sus condicionamientos (su contexto vital),
sus ilusiones (que no son otra cosa que sus amores, lo que le importa) y
de modo particular su vida de relación con Dios (sus virtudes y defectos,
donde le aprieta el zapato). Una actitud fundamental para dirigir almas es
la escucha y el fomento de la iniciativa de quien acude a la dirección
espiritual, animándole a escuchar a su vez, con más finura, al Espíritu
Santo.
 
- Es necesario querer a la gente: rezar y mortificarse por ellos, para
ayudar y saber dar el consejo oportuno. Parte de la oración de un
sacerdote consiste en hablar de las almas con Dios: «En todas mis
oraciones siempre pido con alegría por todos vosotros [...] porque os
llevo dentro de mi corazón» (Flp 1,4.7), escribe san Pablo. Es
conveniente acudir al Espíritu Santo antes de comenzar una charla de
dirección espiritual.
 
- El director ha de tener buen carácter: no corregir a la gente con
broncas, sino ser siempre optimistas y sobrenaturales; tener un tono
positivo y animante, que ayude al dirigido a abrir su corazón y salir
con ganas de luchar. Solo se abre el corazón ante quien se tiene plena
confianza, y ante quien se sabe que nos quiere y nos
comprende incondicionalmente, a lo que hay que añadir un buen nivel
de empatía (lo que esa persona me cuenta me interesa y me afecta,
porque la quiero. «¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién tropieza
sin que yo me encienda?» (2Co 11,28-29), decía san Pablo) y la certeza
del silencio sobre todo lo que se dice allí.  Es necesario un ambiente de
confianza y la confianza no se impone, sino que se inspira. Si la gente no
abre el alma, el corazón, y vive la sinceridad no habrá dirección
espiritual. Pero esta apertura no puede ser forzada.
 
- El director no entra en el interior de la persona a remover, sino que
debe observar con atención ese interior, hacerse cargo de las cosas y
sugerir. Las decisiones y la lucha son propias de cada uno. No se debe
suplantar al dirigido. No olvidar nunca que cada persona es responsable
de su santidad.
 
- El director espiritual no pactar nunca con la tibieza, sino intentar tirar
de la gente para arriba. Se puede corregir, se puede hacer un
planteamiento exigente, sin necesidad de hacer daño al alma. Sabemos,
por experiencia propia, qué clase de correcciones nos duelen y qué otras
nos ayudan a seguir adelante con más fuerza. Sabemos también que, en
ese sentido, la prisa puede jugarnos malas pasadas.
 
- Debe colocar la filiación divina como base de la vida cristiana.
Cuando una persona llega llena de problemas, tiene que tener la
experiencia de que Dios le ama infinitamente porque es hijo de Dios. Lo
esencial del cristiano es: saberse hijo de Dios, sentirse hijo de Dios,
pensar y actuar como hijo de Dios.
 
 
                Claves para vivir bien la dirección espiritual
 
            En gran parte, la eficacia de la dirección depende de nosotros
mismos. A continuación se ofrecen unas pocas claves que ayudan a
vivirla adecuadamente.
 
- Preparar la charla haciendo un buen examen personal en un rato de
oración delante del Señor en el Sagrario. Cuando no preparamos la
charla, resulta fácil dejar temas importantes sin tratar, concentrarse solo
en lo último que nos ha pasado, caer en generalidades o callar aquello
que más cuesta decir.
 
- Importancia de la sinceridad, de abrir el corazón. Algunas personas
acuden a la dirección espiritual como si fuesen a leerle el futuro a través
de una bola de cristal. No hay que ir para quedar bien, sino con el
corazón en la mano, sin máscaras. Afrontar los problemas y no dar
rodeos que no llevan a ningún sitio.
 
No complicarse la vida al hablar o sucederá lo que cuenta un chiste: A un
tipo se le pincha la rueda del coche y se queda en medio de la nada. Sólo
ve a lo lejos la luz de una casita. Mientras va de camino se pregunta si
habrá alguien en la casa y si tendrá gato. Unos metros más allá se
pregunta si, aún teniendo gato se lo dejara a un desconocido; conforme
avanza va creciendo su desconfianza de tal modo que, cuando llega y
toca a la puerta, le dice al propietario de la casa: Sabe lo que le digo…
que se meta el gato por el culo.
 
Un buen truco es empezar siempre por contar lo que más cuesta. No
olvides que tu director es una persona igual que tú, con pies de barro, con
sus fragilidades propias, y no se va a escandalizar por nada que le
digas. La sinceridad es el mejor modo de empezar a vencer en las
dificultades. El Papa Juan Pablo II, animando a los seminaristas
españoles a acudir a la dirección espiritual, decía: «En la propia vida no
faltan las oscuridades e incluso debilidades. Es el momento de la
dirección espiritual personal. Si se habla confiadamente, si se exponen
con sencillez las propias luchas interiores, se sale siempre adelante, y no
habrá obstáculo ni tentación que logre apartaros de Cristo»[7].
 
San Francisco de Sales recomienda al dirigido respecto del director:
«Trata con él con franqueza de corazón, con toda sinceridad y fidelidad,
manifestándole claramente lo bueno y lo malo, sin fingimiento ni
disimulación alguna;… Ten, pues, en él suma confianza, acompañada de
santa reverencia, de modo que ni la reverencia disminuya la confianza, ni
la confianza estorbe la reverencia»[8].
 
- No se trata de ir sólo con actitud de oír, sino de escuchar, lo cual
implica una disposición de poner en práctica lo que nos vayan
diciendo. Es bueno tomar nota de los consejos recibidos y acudir al
Señor para pedirle ayuda para llevar a cabo los propósitos; ser dóciles
para luchar seriamente en aquello que el director indica con la ayuda de
Dios.
 
No sólo tenemos la tendencia a no ser sinceros, sino también la tendencia
a la soberbia y la pereza. La primera hace que no valoremos
adecuadamente los consejos que nos dan o pensemos que nos
comprenden bien o que nos exigen demasiado (a veces buscamos que el
otro nos ayude a justificar nuestras acciones). «No conozco ninguna
caída que no haya sido causada por la confianza en uno mismo. Algunos
dicen: «El hombre cae en pecado por este o por este otro motivo», pero
yo, repito, no conozco caída que no haya acontecido por otra causa que
aquella. ¿Ves a alguno caer? Sepas que se guiaba solo. Nada es más
grave que guiarse uno mismo, nada es más fatal»[9].
 
Por otro lado, la pereza hace que no luchemos para poner en práctica los
consejos recibidos. Tener siempre presente que la tibieza es el gran
enemigo del alma. De ahí la importancia de hacer un breve examen de
conciencia cada día en el que revisemos cómo estamos viviendo nuestros
puntos de luchas.
 
- Para ir puliendo nuestra alma es necesario acudir con la frecuencia
debida a la dirección espiritual; es decir, ser constantes. Lo mejor es
tener fijada una fecha con una periodicidad concreta.
 
- La vida cristiana, la santidad, no se improvisa y requiere ascesis.
Crecer en la santidad no es un camino sencillo; exige sacrificio y
renuncia. Esta actitud hace crecer en el ser humano las alas de la libertad
que le permiten amar y entregarse a los demás. El que no tiene dominio
de sí mismo no puede darse a los demás.
 
No nos engañemos: esto no es sencillo, por la simple razón de que «toda
naturaleza humana se resiste vigorosamente a la gracia, porque la gracia
nos transforma y el cambio es doloroso»[10]. La dirección espiritual es
un acompañamiento en la vivencia del misterio pascual de la persona
dirigida, la cual tiene que ir aprendiendo a morir a ciertas cosas para
renacer a otras. Uno siempre se puede preguntar: «¿Hacia qué muerte y
resurrección me está conduciendo el Espíritu Santo?», porque lo cierto es
que no hay crecimiento espiritual sin participación en el misterio pascual.
 
El problema del pecado no es tanto el mal que cometemos, sino el bien
del que ese mal nos priva a nosotros y a los que nos rodean; aquello
realmente grande y valioso que, por así decir, nosotros mismos nos
robamos a nosotros y a los demás.
 
 
            Esquema de temas a tratar en la dirección espiritual
 
            Hay tres grandes patas que sostienen la vida cristiana: la relación
con Dios, la relación con los demás y las virtudes personales (trabajo
profesional, diligencia, alegría, etc.). A continuación se expone un breve
guión orientativo, una falsilla de temas que pueden ser buenos tratar en la
dirección espiritual.
 
- Preocupaciones, tristezas y alegrías
 
Habla de aquello que habitualmente ocupa un lugar importante en tu
cabeza y corazón, de lo que te quita la paz, de lo que te desanima o
anima, de tus ilusiones. Habla de tus preocupaciones familiares o de
algún asunto que llevas en la cabeza y por el que te sientes intranquilo.
Piensa si las penas que te afligen son en buena medida fruto de encerrarte
en tus cosas.
 
- Presencia de Dios
 
¿Con qué frecuencia piensas en Dios, en lo que a Él le interesa y
“preocupa”? ¿Entras alguna vez a verlo cuando cruzas una iglesia
abierta? ¿Repites jaculatorias? ¿Le ofreces el estudio o el trabajo?
Pregúntate con sinceridad cuánto cuenta Dios en tu vida, si acudes a Él
para darle gracias y contarle tus alegrías.
 
- Fe
 
¿Has tenido alguna duda de fe en algún aspecto de la doctrina? ¿Cómo se
ha producida esta duda? Examínate de cómo rezas, de si te diriges a Dios
con la seguridad de saber que Él te escucha. ¿Sabes abandonarte en Él en
los malos momentos? ¿Confías en los consejos de la dirección espiritual?
 
- Pureza
 
¿Por qué piensas que se producen las caídas en este ámbito? ¿Guardas la
vista y evitas las ocasiones de pecado? ¿Cómo luchas frente a las
tentaciones? ¿Cómo cuidas tu pudor? ¿Eres vanidoso; te gusta ser
admirado por los demás? No olvides que vivir la pureza no es una lista
inacabable de noes, sino una lucha constante por tener sólo amores
limpios.
 
- Vocación y fidelidad
 
Si no la has descubierto (el matrimonio también es una vocación), ¿estás
dispuesto a seguir la llamada de Dios, sea la que sea? ¿Buscas conocer la
voluntad de Dios?
 
Si ya la has descubierto, ¿cómo cuidas y agradeces tu vocación? ¿Tienes
dudas y cómo luchas contra ellas? ¿Estás descuidando algún aspecto
concreto de tu vocación? ¿Cómo te manifiestas en los diversos ambientes
en los que te mueves? ¿Pueden contigo los respetos humanos?
 
¿Te duelen tus faltas de generosidad? ¿Afrontas cada circunstancia,
favorable o desfavorable, con la confianza de tener a Dios a tu lado?
 
- Prácticas de piedad
 
Es bueno tener concretado unas pequeñas prácticas de piedad repartidas a
lo largo del día o de la semana. Comenta en la dirección espiritual si
estás viviendo bien ese plan de vida, con puntualidad y cariño. No se
trata tanto de hacer una lista de lo que hago o no hago, sino más bien de
si lo estoy viviendo con amor o no: La misa, ¿está siendo un encuentro
personal con Dios? La liturgia de las horas, ¿me está sirviendo? En la
oración, ¿disciernes la voluntad de Dios: qué te pide? ¿Se te ocurre algún
tema que me pueda llevar a la oración?
 
Aprovecha para hablar de alguna lucha especial que hayas fijado en la
sesión anterior; qué empeño has puesto o cómo has luchado para ponerlo
en práctica.
 
- Estudio y trabajo. Lucha por vivir las virtudes
 
¿Has cumplido el horario que tenías previsto? ¿He aprovechado el
tiempo? ¿Ha habido presencia de Dios y le has ofrecido tu trabajo? ¿Te
sientes agobiado por exámenes, fin de un proyecto, trabajo, etc., de tal
modo que lo urgente acaba comiéndose constantemente lo importante?
¿Cómo buscas a Dios en medio de tus ocupaciones?
 
- Espíritu de mortificación
 
No se trata de un sufrir masoquista, sino de saber negarse en las
pequeñas cosas para hacer la vida más agradable a los demás y hacer
realmente lo que tenemos que hacer, con ganas o sin ellas. Pregúntate
qué sacrificios has hecho por los demás (hacer los encargos en casa, no
enfadarse, sonreír con amabilidad, hablar de lo que a los otros les
interesa para hacerles pasar un rato agradable, tener las cosas en orden,
etc.).
 
Hay también mortificaciones que aparecen sin buscarlas. ¿Cómo son tus
reacciones ante un cambio de planes?, ¿cómo aceptas una pequeña
enfermedad o que un compañero te pida ayuda cuando tienes poco
tiempo?, etc.
 
- Fraternidad
 
Cómo luchas en el campo del cariño y la preocupación por los demás: si
procuras no herir en tus comentarios, si no hablas mal de nadie, si tienes
detalles de servicio, si corriges con cariño, si te adaptas a los planes de
los demás, si te has dejado llevar por la envidia, si eres noble con los que
te rodean y dices las cosas a la cara, si rezas por los demás, etc.
 
- Apostolado
 
Jesús dijo a sus discípulos: «Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a todas las gentes». Dios quiere hacer feliz a la gente y esa
felicidad es fruto de estar cerca de Dios.
 
¿Te vencen los respetos humanos a la hora de hablar de Dios? ¿Das buen
ejemplo? ¿Has pensado en alguien en concreto al que creas que puedes
acercar a Dios?
 
            Todo esto debe realizarse siempre teniendo como fuente la
alegría. El día de su onomástica, don Bosco invita a los muchachos a
que escriban en un papel el regalo que desean recibir de él. Domingo
Savio no duda en poner lo siguiente: «El regalo que le pido es que me
haga santo. Yo quiero darme totalmente al Señor y siento la necesidad de
hacerme santo, y si no lo consigo no hago nada. Dios me quiere santo, y
yo debo lograrlo».
 
Don Bosco le responde: «Quiero regalarte la fórmula de la santidad. Hela
aquí: Primero, alegría. Lo que conturba y roba la paz no viene de Dios.
Segundo: tus deberes de clase y de piedad. Todo ello por amor al señor y
no por ambición. Tercero: hacer el bien a los demás. Ayuda siempre a tus
compañeros, aunque te cueste algún sacrificio. En eso está toda la
santidad»[11].
 
Raúl Navarro Barceló
 
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[1] San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, Madrid 1958, p. 18.
[2] San Josemaría, Camino, 59.
[3] Benedicto XVI, Alocución 16-09-2009.
[4] San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, 7; en S. Juan de la Cruz. Obras completas,
Burgos 92011, p. 93.
[5] Cit. en J. Paredes, Santos de pantalón corto, Madrid 2008, p. 48.
[6] San Josemaría, Conversaciones, 93.
[7] Juan Pablo II, Carta a los seminaristas de España, Valencia 08-09-1982.
[8] San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, Madrid 1958, pp. 19s.
[9] Doroteo de Gaza, Insegnamenti V, 66. Cit. en E. Bianchi, Custodisci il tuo cuore. La
lotta contro le tentzioni, Milano 2012, p.58.
[10] Flannery O’Connor, El hábito de ser, Salamanca 2004, p. 244.
[11] Cf. J. Paredes, Santos de pantalón corto, Madrid 2008, pp. 50s.

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