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No. 2/2008

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Segunda Redactora: Juliette Isabel Fernández Estrada
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acerca de este volumen y de nuestras ediciones.
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EQUIPO DE REDACCIÓN:

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ARIEL DACAL / JULIO ANTONIO FERNÁNDEZ ESTRADA /
CARMEN LILÍ RODRÍGUEZ VELAZCO / MIRIAM HERRERA / DENISE OCAMPO /
JOEL SUÁREZ RODÉS/ SANDRA VALMAÑA LASTRES

RUTH. CUADERNOS DE PENSAMIENTO CRÍTICO responde a la creciente necesidad de la sociedad


del siglo XXI de información sobre el desarrollo del pensamiento social, económico, político
y filosófico de actualidad. Los conceptos expresados por los autores no reflejan necesaria-
mente los criterios de la Dirección, que se reserva el derecho de expresarlos cuando lo estime
conveniente.
Cada época genera sus urgencias críticas. El siglo XX finalizó con la
frustración rotunda de las esperanzas que había creado la Revolución
de Octubre, y con el encumbramiento del imperialismo bajo el liderazgo
más absoluto de los Estados Unidos. Estos hechos resumen las comple-
jidades, la irracionalidad, los peligros y los desafíos de nuestro tiempo.
Desafíos para el pensamiento crítico y para la praxis.
Bajo el sello Ruth Casa Editorial se funda RUTH. CUADERNOS DE PEN-
SAMIENTO CRÍTICO, que se reconoce precisamente así, de pensamiento
crítico. Internacional por la naturaleza de la problemática que aborda,
por la determinación de las alternativas y por una obligada vocación de
universalidad. Tan universal debe aspirar a ser el proyecto como ha lle-
gado a ser el mundo del capital que luchamos por subvertir. Nada de lo
que ocurre en el tiempo que nos ha tocado vivir puede sernos ajeno.
Nada debe escapar al rasero de la reflexión comprometida.
Por tal motivo nos reconocemos, como publicación, bajo el signo de
la radicalidad revolucionaria, que diferenciamos de la radicalidad doc-
trinal. Rechazamos cualquier exclusión dogmática que margine el inge-
nio y el espíritu de búsqueda en el camino hacia el socialismo. Del mismo
modo que no podemos ceder a propuesta de tipo alguno que nos distan-
cie de la ruta hacia un mundo signado por la seguridad, la justicia, la
libertad y la equidad para todos los pueblos.

RUTH
CUADERNOS DE PENSAMIENTO CRÍTICO
Índice

Trípode
19 / Siglas
21 / ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS: De la planificación por el
Estado a la programación por las grandes empresas
38 / RÉGIS DEBRAY: Las revoluciones del nuevo mundo o cómo
regenerar el viejo
45 / JEAN-FRANÇOIS CABRAL / CHARLES PAZ: La huelga general
de mayo-junio de 1968
66 / JAN MALEWSKY: 1968-2008. Una brecha fue abierta,
a nosotros toca ampliarla
74 / EMIR SADER: ¿Qué 68 fue aquel?
80 / RAFAEL RODRÍGUEZ BELTRÁN: Caliginoso Mayo
86 / RENÉ MOURIAUX: ¿Cómo enterrar a Mayo del 68?
97 / ALBERTO VERÓN: Los espectros de Mayo del 68
105 / MICHAEL LÖWY: El romanticismo revolucionario de Mayo
del 68
Testimonios
113 / Crónicas de las luchas de mayo
123 / Un comienzo
131 / Entrevista a Jacques Sauvageot
142 / JEAN-PAUL SARTRE: El movimiento estudiantil: una crítica
radical de la sociedad (entrevista)
155 / AURELIO ALONSO: Herbert Marcuse: ¿una teoría
para la revolución?
160 / DANIEL COHN-BENDIT: La noche de las barricadas
170 / K. S. KAROL: La rebelión de París
177 / RICHARD DAVY: Che Guevara: símbolo de una juventud
politizada
Palabra propia
185 / YAIMA MORALES CASTELLÓN / CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO:
Optar por la revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a
Joel Suárez Rodés
Practicar las verdades
201 / RAÚL ORNELAS BERNAL: La construcción de las autonomías
entre las comunidades zapatistas de Chiapas
Estilete
211 / CARLO FRABETTI: La amistad desnuda (fragmento)
Inicios de partida
217 / YURI MORENO: La perspectiva relacional marxiana
y el fenómeno jurídico-estatal
La linterna
246 / CORNELIUS CATORIADIS: La fuente húngara
Derroteros
279 / Autogestión social: cartas de navegación sin puerto fijo
El dios de todos los nombres
286 / JON SOBRINO: Espiritualidad del antimperialismo
Documentos
296 / RAFAEL CORREA DELGADO: Los Objetivos del Milenio limitan
aspiraciones de cambio social.

Visiones
302 / FRANÇOIS HOUTART: Socialismo del siglo XXI, construcción
intelectual, eslogan político o expresión de las luchas
antisistémicas
311 / JACQUES NAGELS: La acumulación primitiva del capital
en Vietnam, desde Doi Moi (renovación) de 1986 hasta
el ingreso a la Organización Mundial del Comercio (2006)
Trípode

68 francés,
40 mayos después
En 2008 han cumplido 40 años los sucesos que el mundo recuerda como
la «Revolución de mayo 68», el «Mayo francés», la «revuelta de los estu-
diantes de 1968», simplemente «Mayo 68» y otros títulos análogos, la
mayoría restrictivos, porque ni fue solamente mayo ni exclusivamente
en Francia. También queda para el debate si lo podemos definir, a la
larga, como revolución, frustrada como muchas, o inconclusa como otras,
si existió o no existió en algún lugar la «situación revolucionaria» que la
propiciara. En la experiencia francesa o en alguna de las cuales se desa-
rrollaron en Europa, u otras latitudes.
Las revoluciones son procesos sumamente complejos, imposibles de
esquematizar en episodios tipificados o de enmarcar en etapas y tiem-
pos y de ponderar como culminadas o inconclusas. Valorarlas como
exitosas o fracasadas se convierte en una empresa sumamente polémi-
ca, frente a sus detractores, pero también entre quienes se reconocen en
sus legados.
No hay por qué pretender, ni en lo que se escribió entonces ni en lo
posterior, ni en lo que nos propongamos hoy, evaluaciones definitivas.
Debemos comenzar que reconocer que el 40 aniversario de aquellos
acontecimientos ha merecido mucha atención. Los sellos editoriales fran-
ceses más conocidos pusieron en circulación varios títulos dedicados al
tema y muchas revistas, en todo el mundo, publicaron notas, artículos y
hasta secciones completas. En nuestro dosier el lector encontrará tex-
tos seleccionados de las revistas francesas Inprecor y Contretemps y de la
brasileña Margem Esquerda.
No me siento en condiciones de evaluar si la atención al tema es toda
la que merecía. Pero evaluaciones definitivas tal vez nunca haya. Lo
lamentable es que la mayoría de lo que ha visto la luz aparece impregna-
do por visiones sesgadas, incapaces de colocarse ante la Necesidad, con
mayúscula, como se la planteaba Hegel. La necesidad histórica que
trasunta a la inesperada explosión social que generó aquella revuelta
estudiantil y la magnitud con que trascendió sus propuestas iniciales.
Las que han prevalecido son las visiones ajenas a la crítica de la mo-
dernidad que nos dejó el estallido del 68, visiones cargadas de reconoci-
mientos disminuidos, omisos, reprobatorios. René Mouriaux nos habla
de la tendencia prevaleciente a invisibilizar y a olvidar. El saldo positi-
vo existe, sin embargo: ya sea que se escriba para criticar aventurerismo
y romanticismo, o para explicar y reconocer razones históricas, se ha
sacado a flote de nuevo el tema del 68, francés y mundial, en el momen-
to en que el modelo neoliberal se sumergía en una crisis definitiva de
credibilidad.
Una placa de bronce a la entrada de la iglesia del Sagrado Corazón, en
la colina de Montmatre, en París, nos recuerda, en nombre de la burgue-
sía francesa que la suscribe y que contribuyó a la elevación de aquel
impresionante templo católico, que con ello pedía perdón a Dios por el
pecado de los ciudadanos de París que le habían ofendido al permitir la
Comuna. ¡Perdón por el asalto al cielo de los communards! París tenía que
lavar su pecado. Al menos hasta ahora a nadie se le ha ocurrido que
haya que pedir perdón de manera tan solemne a Dios por Mayo de 1968.
Pero con la mayor frecuencia se sienten voces que suenan a arrepenti-
miento.
La debacle neoliberal se hallaba aún en proceso de incubación, cuan-
do el auge de los movimientos sociales dio sus primeras muestras masi-
vas de inconformidad hasta constituir, en el mismo año 2000, la que se
volvió una verdadera tribuna de debate y lanzamiento: el Foro Social
Mundial. Este catalizó los empeños de muchos movimientos aislados e
inspiró, instruyó y promovió la constitución o el encauzamiento de otros.
Una onda expansiva de rebeldía no violenta llegó a las urnas, dando
lugar a que el siglo XXI se iniciara en la América Latina con la secuencia
de cambios gubernamentales gestores del frente de resistencia antimpe-
rialista que esperaban nuestros pueblos.
Lo que sucedió cuatro décadas atrás en Francia, y en otras geografías
del planeta, no es ajeno a lo que vivimos hoy, ya que la ola de reclamos
de los explotados tiene en el fondo las mismas causas, por distante que
se nos haga su manifestación en el espacio y en el tiempo.
El número 2 de Ruth. Cuadernos de Pensamiento Crítico que llega hoy a
manos del lector, se dedica a rendir homenaje precisamente a las cuatro
décadas que cumple aquel Mayo al que me permito aludir, con toda
intención, con mayúscula. Nuestro plan había sido, inicialmente, una
recopilación de artículos sobre el complejo y vasto entorno de resisten-
cia que se produjo ante los giros de dominación hacia la segunda mitad
de los 60. Digo «resistencia» asumiendo, con John Berger, que «resistir
no solo significa negarse a aceptar la absurda imagen del mundo que se
nos ofrece, sino también denunciarla». A lo que añadiría también que
denunciarla no solo se traduce en un gesto de oralidad –en el grito– sino
que abarca toda acción que se emprenda para hacer efectivo el rechazo.
Enseguida tuvimos la impresión de que esta aspiración se hacía tre-
mendamente difícil de realizar, por ambiciosa, en un solo número de
nuestro cuaderno. El espacio nos hubiera forzado a testimoniar por en-
cima, de manera superficial, episodios muy disímiles, de distinta magni-
tud por su alcance y relevancia, acaecidos en distintas latitudes en el
curso de 1968, antes y después. Algunos vinculados entre sí, y al Mayo
francés, otros aparentemente ajenos, pero todos marcados por los sig-
nos de la resistencia a la explotación, a la opresión política, a la discri-
minación de raza, género, religión, a la represión del paternalismo
generacional, a las distorsiones éticas de la modernidad. Por dondequie-
ra que se extendiera, en suma, este clima de protesta que se respiraba
entonces, como nítido denominador común, un clamor juvenil.
El mundo que, menos de dos décadas atrás había sorteado el fantas-
ma pavoroso del nazismo, cuyo primer signo de renovación parecía
vinculado a los procesos de revolución social y de descolonización en
el Tercer Mundo, vivía ahora la inoculación del germen generacional de
las transformaciones radicales.
No es una apreciación retórica, cifrada en coherencias del juicio, sino
fincada en claras concatenaciones históricas. Los acontecimientos más
significativos que siguieron a la guerra fueron la victoria de la Revolu-
ción China (1949), la derrota de Francia en Vietnam (1954) y las Revo-
luciones en Cuba (1959) y en Argelia (1963), por citar solo algunos de
los que cambiarían el mapa político del mundo. Como en casi todos los
escenarios críticos, la escisión entre las respuestas reformistas y las ra-
dicales se hicieron sentir también en los 60, en un crescendo que iba a
alcanzar su clímax hacia el final de la década.
China Popular, el inmenso país cuyo cambio revolucionario hubiera
podido introducir un giro decisivo en la bipolaridad, se confrontaba en tan-
to con un complejo de incompatibilidades que ligaba sus contradicciones
internas a las pretensiones de competir con la hegemonía soviética. Este
cuadro conflictual se tradujo internamente, en 1966, en el estallido de
la Revolución Cultural, protagonizada por las generaciones más jóve-
nes, y alentada por el propio Mao Tse Tung. La resistencia vietnamita a
la invasión estadounidense haría sentir sus efectos incluso al interior de
Estados Unidos, en especial en el movimiento pacifista, la lucha contra
la discriminación racial y por los derechos civiles. En la América Latina
la victoria de la Revolución Cubana –la cual también viviría en su seno
un periplo de radicalizaciones contradictorias– tuvo un impacto conti-
nental en el desarrollo de movimientos armados a lo largo de los 60,
los cuales comenzaron a diluirse después del asesinato del Che Guevara
en Bolivia, en octubre de 1967. La imagen del Che devino ícono obli-
gado para el Mayo europeo y, desde entonces, para un signo de la rebel-
día revolucionaria que anuncia el futuro mejor al que aspiran los pueblos
oprimidos del mundo.
Desde el año que precedió al Mayo francés, fue el movimiento estu-
diantil alemán el que comenzó los actos de rebeldía que caracterizaron
aquel momento de la historia, y el que contó también, en la figura de
Rudi Dutschke, con un líder más definido. Tal vez fue la existencia del
antecedente alemán –y del italiano, por añadidura– lo que hizo que el
Mayo francés se desencadenara con una fuerza y una coherencia mayor
para la cual, no existía, sin embargo, una verdadera preparación. Ni teó-
rica ni práctica.
Pero lo que nos interesa para el futuro no se queda en las compara-
ciones, prelaciones y nexos entre los sucesos de entonces sino en su
efecto de resonancia para los tiempos que vivimos. No se trata de bus-
car sus valores en la entrada de la utopía en la política, sino el significa-
do, como han dicho Daniel Benasaïd y Alain Krivine, de «la interrupción,
la brecha, el suceso, la puerta estrecha por la que se puede, en cualquier
momento, acceder a lo posible».1 Puertas que son todas distintas, con
estrechamientos y sinuosidades laberínticas que siempre van a aparecer
como obstáculos. Que pueden ser fatales y súbitas como el desvaneci-
miento que siguió a los sucesos de aquel verano, tan insólitos por la
celeridad del dispositivo restaurador, si se recuerda que De Gaulle ob-
tuvo mayoría absoluta en la nueva asamblea electa después de haber
disuelto en junio a la que se hallaba en funciones.
1
Daniel Bensaïd, Alain Krivine: 1968, fins et suites, La Brèche, Paris, 2008.
El imperio no se ha vuelto invulnerable. Ni siquiera después del de-
rrumbe del mundo que todavía se nos antoja identificar como bipolar,
de las determinaciones de la detente. Pero sus lógicas de declive no son
lineales y se cruzan con estrategias recuperativas que le son funciona-
les. La manipulación del aparato gubernamental y las fuerzas armadas
colombianas para involucrar a Ecuador y a Venezuela en escenarios de
lucha contra las guerrillas colombianas, las campañas desde los medios
masivos y las instituciones civiles bajo su influencia y financiamiento
en Venezuela, para desestabilizar el proyecto bolivariano, y el respaldo
y aliento de la oligarquía santacruceña en Bolivia contra la presidencia
de Evo Morales y la nueva Constitución, ejemplifican los estrechamien-
tos que tienen que sortear los movimientos de hoy. La confrontación
con las fuerzas de la derecha en el teatro europeo mismo, el debate y el
desconcierto dentro de la izquierda, y las vacilaciones por titubeo, las
claudicaciones por conformismo, o por falta de visión de lo posible, o
por temor a las represalias. De todo eso se puede aprender en los esce-
narios de la segunda mitad de los 60, comenzando por el francés. Y por
encima de todo, del miedo a no saber qué hacer con el poder cuando se
tiene al alcance de la mano.
El debate sobre la «situación revolucionaria» se había puesto de nue-
vo sobre el tapete en el mapa europeo de 1968. ¿Cuándo y dónde se da
la situación revolucionaria? Definida, según la fórmula marxista clási-
ca, como la que tiene lugar cuando los oprimidos no pueden soportar
más la opresión ni los poderosos pueden retener ya el poder. En reali-
dad los centros capitalistas del Occidente europeo vivían años de recu-
peración y fortalecimiento económico ascendente, como se muestra en
el documentado examen de la situación que realiza Pinilla de las Heras,
con el cual iniciamos nuestra compilación. Esta sacudida se produce en
medio del período de prosperidad económica que algunos autores lla-
maron «los gloriosos 30», ya que cubre de 1945 a 1975 aproximadamen-
te. Desde entonces Jürgen Habermas caracterizó sin vacilar de «no
revolucionaria» a la situación en las metrópolis, y excluyó del futuro
previsible la posibilidad revolucionaria consistente en «hacer pedazos
en la práctica el orden de poder dado».2 En todo caso, se hizo evidente
2
Giorgio Backhaus: «Génesis y características de la izquierda revolucionaria en Alemania»,
Pensamiento Crítico, La Habana, 1968; 21: 17-65.
que la identificación de la «situación revolucionaria» no podía funcio-
nar a partir de criterios economicistas
Parece evidente que el movimiento que más se valió de un soporte
teórico fue el alemán, y lo buscó en el marxismo de la escuela de
Frankfurt. Herbert Marcuse, que había abandonado la socialdemocra-
cia alemana después del asesinato de Karl Liebnecht y Rosa Luxembur-
go, y emigró posteriormente a los Estados Unidos, fue tal vez quien
más aportó a la oposición estudiantil berlinesa, en diálogos muy polé-
micos, aunque con una coincidencia sustancial en problemas de fondo.
Su ensayo crítico de la relación entre lo racional y lo irracional en la
modernidad, El hombre unidimensional (1964), se convertiría rápidamen-
te en uno de los más leídos. Aunque la gran mayoría de la izquierda
política de la época lo recibió con reticencia, y yo diría que incluso su
comprensión se hizo elíptica o evasiva. Pienso que más consistente re-
sultó la influencia de La personalidad autoritaria (1950) de Adorno,
Frenkel-Brunswick, Levinson y Sandford, que distingue como síndromes
de esta condición autoritaria al convencionalismo, la sumisión a la au-
toridad idealizada, la hostilidad hacia quienes chocan con los valores
convencionales y el rechazo de lo subjetivo, de la imaginación y de todo
lo que vulnere las fronteras de la convención. «Este fundamento de la
personalidad fascista no se superó tampoco con la aparente derrota del
fascismo en Alemania; más bien se transformó sustancialmente, sin so-
luciones de continuidad, en anticomunismo».3 El rechazo a la persona-
lidad autoritaria tocaba igualmente a la deformación que la burocracia
estalinista introdujo en el proyecto revolucionario soviético.
Sin embargo, no se hace visible la presencia orgánica de una teoría
revolucionaria tras estos movimientos en el escenario europeo, ni bús-
queda seria de vínculos entre las experiencias y acciones, ni visión par-
tidaria, ni signos de confianza en el sentido de una corporeidad política
institucional. Un arco de diversidad marca a cada una de las experien-
cias de rebeldía de 1968. La «primavera de Praga», reprimida brutal-
mente en agosto por los tanques del Pacto de Varsovia, resulta la más
violenta de las experiencias europeas de ese año, y la matanza de
Tlaltelolco, en México, la más sangrienta que tendría lugar de este lado
del Atlántico.

3
Giorgio Backhaus: Ob. cit. (en n. 2).
Nosotros decidimos, sin embargo dedicar este dosier a Francia por-
que consideramos más efectivo concentrarnos en el escenario en el cual
el movimiento mostró un proceso de ascenso más orgánico, con una
participación más decidida de los trabajadores, que nos permite afir-
mar, con Jean-François Cabral y Charles Paz, que estamos hablando de
un «movimiento clave en la historia de la lucha de clases», y que mues-
tra, además, con claridad, las vacilaciones y pusilanimidad a que habían
arribado los partidos comunistas. Lo que sucedió en Francia nos ofrece
el escenario más acabado. En Francia podemos estudiar, en una pala-
bra, los elementos más relevantes del ascenso y los del fracaso. Por eso
estimamos que, si bien es cierto que estamos obligados a releer, con la
distancia de los años, todas las experiencias de aquellos acontecimien-
tos de 1968, una saludable fórmula para comenzar la relectura resulta
hacerlo desde el Mayo francés. Es exactamente lo que hemos intentado
hacer en esta entrega de Ruth. Cuadernos de Pensamiento Crítico.
Comprender la correlación de las fuerzas de clases en la América La-
tina de hoy también se hace esencial para romper con el anquilosamien-
to de los patrones estancados de las definiciones y proyecciones clasistas
tradicionales; tanto la sintonía espontánea de la movilización proletaria
con el movimiento estudiantil como la incapacidad de la izquierda par-
tidista para dar una comprensión política flexible y una reflexión
novedosa al cambio que tenía lugar ante sus ojos.
El efecto del alzamiento en París del 3 al 10 de mayo desbordaba,
con mucho, las demandas de los estudiantes universitarios, que tenían
que ver originalmente, como es habitual en el movimiento estudiantil,
con cuestiones disciplinarias restrictivas del reglamento y de los cáno-
nes y usos vigentes en la universidad en la época. Por primera vez en la
historia francesa la juventud escolarizada aparecería como una fuerza
social con alcance efectivo en el ámbito político.
Porque aquí radica lo singular del movimiento estudiantil tal como se
desarrolló en Francia. Cuando la policía emprende la evacuación del Barrio
Latino el 13 de mayo, aparecen como respuesta las barricadas. Sobresalen
figuras que detentan un liderazgo en el movimiento, Daniel Cohn-Bendit
y Jacques Sauvageot por ejemplo, y se percibe un marcado componente
anticapitalista. Con frecuencia más intuitivo que razonado. A partir del
14 de mayo estalla una secuencia de huelgas obreras y de ocupación de
fábricas que se produce mayoritariamente a contrapelo de las orientaciones
del movimiento sindical: más de 50 fábricas importantes son ocupadas
por los trabajadores; más de 200 000 trabajadores se levantan en huelga
de manera espontánea. En tanto, la CGT rechaza llamar a la huelga
general y se pronuncia por la conciliación con el gobierno y con la pa-
tronal. La juventud presente en la clase obrera facilitó que aflorara un
clima de solidaridad estudiantil, matizado por el rechazo a la presión
sindical. El 22 de mayo llegaron a contarse entre 6 000 000 y 9 000 000
de huelguistas, dentro de una población laboral de 15 000 000 de asala-
riados en todo el país. Más de 4 000 000 permanecieron tres semanas en
huelga y 2 000 000 llegaron al mes.
El Estado gaullista llegó a verse, como nunca antes, paralizado fren-
te a un movimiento que resultó incapaz, por otra parte, de imponer una
alternativa política, y que carecía por completo de apoyo de las fuerzas
de la izquierda. Como en más de una ocasión en la historia, la victoria
les pasó por delante sin que lograran percatarse de ello. El PCF cargaría
para siempre con la responsabilidad histórica de haberse mostrado más
preocupado por la discusión del liderazgo que por propiciar una fórmu-
la de acción unitaria hacia el poder. En tales condiciones, Charles de
Gaulle, que sí retenía una estrategia de retorno, recuperó la ofensiva.
El problema es que las fuerzas reaccionarias sí tienen una experiencia
de ejercicio de poder y muy claros los esquemas de lo que quieren hacer
con él, por lo que llegan a montar sus estrategias con mucha rapidez.
Sus estrategias son fáciles de armar: barrer con todo lo que se les opon-
ga. Y su reinstalación, después del conteo de los muertos, pocos o mu-
chos, acaba por realizarse. Son las dinámicas que muestran los riesgos
de moverse en política con incertidumbre. O con remilgos.
En los textos que podrán ser leídos a continuación, optamos por co-
menzar con las miradas retrospectivas. Las dos iniciales, la de Pinilla de
las Heras –a la cual ya hice referencia–, escrita en 1970, y la de Régis
Debray, que abre un opúsculo, discutible y ambiguo, dedicado al déci-
mo aniversario (1978), aportan pistas, en confrontación en más de un
aspecto, sobre el contorno social y económico en que se desencadenan
los sucesos de Mayo. Les sigue un acucioso estudio sobre la generaliza-
ción de la huelga en mayo-junio, por Jean-François Cabral y Charles
Paz, que nos muestra en la medida en que se rebasa la rebelión estu-
diantil, muy en sintonía con el análisis más integral de Jan Malewsky,
tomados ambos textos de Inprecor. Completamos la selección con valo-
raciones publicadas por Emir Sader, René Mouriaux, Michael Löwy y
Alberto Verón, entre las que insertamos una presentación de Rafael
Rodríguez Beltrán dedicada a la memoria de Mayo en la novelística
francesa contemporánea.
Una segunda parte de nuestra compilación la centramos en acercar al
lector a la época, con la reproducción de una muestra de las dos revistas
cubanas que dedicaron entonces sendos números a reflejar, para el pú-
blico interesado cubano, el importante episodio que vivía el pueblo fran-
cés: Pensamiento Crítico y RC. Aquí podrán leer testimonios de Cohn-Bendit
y de Sauvegeot, protagonistas del alzamiento juvenil, y de intelectuales
comprometidos como Jean-Paul Sartre, Herbert Marcuse, K. S. Karol y
Richard Davy, así como algunas crónicas, indispensables para refrescar
al menos el contacto con el día a día de los hechos.
No puedo recordar ahora de quién leí por primera vez la frase: «Des-
pués de las barricadas del 68 el mundo no fue el mismo», que siempre
me pareció acertada, aunque su autor no se aventurara a pronunciarse
en qué sería diferente. El mundo es, 40 años después, diferente, pero no
se debe a las barricadas. Aunque también, en la inspiración, las barrica-
das aparecen como un reclamo.

AURELIO ALONSO*
La Habana, 14 de septiembre de 2008

* Ha coordinado, junto a la Redacción de RUTH. CUADERNOS DE PENSAMIENTO CRÍTICO, el dosier


«68 francés, 40 mayos después».
Siglas

CEE Communauté Économique Européenne (Comunidad Eco-


nómica Europea)
CFDT Confédération Française Démocratique du Travail (Confe-
deración Francesa Democrática del Trabajo)
CGE Conférence des Grandes Écoles (Conferencia de Grandes
Escuelas)
CGT Confédération Générale du Travail (Confederación Gene-
ral del Trabajo)
CNPF Conseil National du Patronat Français (Consejo Nacional
de la Patronal Francesa)
CNRS Centre National de la Recherche Scientifique
CRS Compagnies Républicaines de Sécurité (Compañías Repu-
blicanas de Seguridad)
EDF Électricité de France
ENA École Nationale d’Administration (Escuela Nacional de Ad-
ministración)
FEN Fédération de l’Education Nationale (Federación de Edu-
cación Nacional)
FER Ferrovie dell´Emilia Romagna
FO Force Ouvrière (Fuerza Obrera, sindicato obrero)
JCR Jeunesse Communiste Révolutionnaire (Juventud Comunista
Revolucionaria)
KKE Kommounistikó Kómma Elládas (Partido Comunista de
Grecia)
LCR Ligue Communiste Révolutionnaire (Liga Comunista Re-
volucionaria)
MIT Massachussets Institute of Technology (Instituto Tecnoló-
gico de Massachussets)
PCF Parti Communiste Français (Partido Comunista Francés)
PCMLF Parti Communiste Marxiste-Léniniste de France (Partido Co-
Siglas

munista Marxista-Leninista de Francia)

19
PPP Polska Partia Praci (Partido Laborista del Trabajo de Polo-
nia)
PS Parti Socialiste (Partido Socialista)
PSU Parti Socialiste Unifié (Partido Socialista Unido)
RATP Régie Autonome des Transports Parisiens, conocido como
Transports en île de France (Comunidad Estatal Autónoma
del Transporte en París)
SAVIEM Société Anonyme de Véhicules Industriels et d’Equipements
Mécaniques (Sociedad Anónima de Vehículos Industriales
y Equipamientos Mecánicos)
SDS Sozialistischen Deutschen Studentenbund (Federación de
Estudiantes Socialistas Alemanes)
SFIO Sección Francesa de la Internacional Obrera, antecesora del
Partido Socialista
SGEN Syndicat Général de l’Éducation Nationale (Sindicato Ge-
neral de la Educación Nacional)
SNCF Société Générale de Chemins de Fer (Asociación Nacional
de Transporte Ferroviario)
SNE-SUP Syndicat National de l´Enseignement Supérieur
UDR Union des Démocrates pour la République (Unión de De-
mócratas por la Repúblicas)
UJC (ML) Union de Jeunesses Communistes (Marxiste-Léniniste)
(Unión de Jóvenes Comunistas [Marxista-Leninista])
UMP Union pour un Mouvement Populaire (Unión por un Movi-
miento Popular)
UNEF Union Nationale de Étudiants de France (Unión Nacional
de Estudiantes de Francia)

20
RUTH No. 2/2008, pp. 21-37

ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS*

De la planificación por el Estado


a la programación por las grandes empresas**

En mayo de 1968 millares de franceses se rebelaban contra el sistema prima facie tan
generoso, en nombre de principios opuestos a los que basan la autocomplacencia en la riqueza,
en el gadget y/o en el poder y el prestigio en la balanza internacional de poderes. La
oligarquía se encontró en pocas semanas ante un fenómeno de desintegración social absolutamen-
te inédito en la historia de las crisis sociales contemporáneas en cualquier país. Toda la textura
social se viró de cabeza. El Estado que parecía uno de los más sólidos quedó paralizado, no solo
por las acciones de sus antagonistas políticos sino también por la deserción de una parte de su
burocracia.

Ahora estamos aquí. Tres comidas


al día. Hacemos puentes
para los que nos mandan. No entendemos
nada de lo que ocurre. Pero dicen
tenéis que construir, y construimos.
J. AGUSTÍN GOYTISOLO, Tríptico del soldadito

Se ha dicho que en la crisis revolucionaria francesa de 1968 se superpo-


nen dos procesos, uno prematuro, desencadenado por los estudiantes y
los profesores de status bajo, y cuya naturaleza es más bien preventiva
(impedir que se consolidase un plan de reforma universitaria antidemo-
crático), y otro proceso tardío, el del movimiento general de huelgas, que
estallan cuando la coyuntura económica que había estado degradándose

* (España, 1924-1994) Autodidacta de formación, esto le dificultó el acceso como académico


a la universidad española, hasta su incorporación al Laboratorio de Sociología Industrial de la
Ècole des Hautes Etudes de París. De gran importancia –y poca difusión– son sus trabajos
Immigració i mobilitat social a Catalunya (Estudio sobre cambio social y estructura social en Cataluña),
Crisi y anticrisi de la sociologia.
** Capítulo I de la primera parte: «Reacción», de Reacción y revolución en una sociedad industrial, Ediciones
Signos, Biblioteca El Pensamiento Crítico, Col. Economía y Sociedad, Buenos Aires, 1970.

21
en la segunda mitad de 1967, y en enero de 1968 ofrecía ya signos de
repunte. Esta visión simplifica abusivamente las diferencias entre la
coyuntura económica de 1967 y las circunstancias de la estimulación
artificial desde enero de 1968; la cuestión no se explica solo en térmi-
nos de nivel de la producción. Para comprender la acumulación de ten-
siones sociales es preciso [hacer] una referencia al funcionamiento de
conjunto del sistema económico francés, y más en particular a las
reorientaciones introducidas con, y simultáneamente, al V Plan (1966-
1970).
En líneas generales puede decirse que hasta el Plan de Estabilización
(1963), el sistema es estimulado alternativamente por los motores tra-
dicionales de la inversión (pública y privada) y de la demanda interna
sostenida y creciente (incluyendo la expansión del poder adquisitivo de
las economías domésticas). El papel del Estado es importante, por un
lado por su función de banquero, por otro, por la magnitud del sector
público y nacionalizado. Aunque el Plan es de orden indicativo, contie-
ne: a) una política activa del empleo, b) una política de inversiones y de
infraestructuras y c) unas funciones regulativas de los desfases espontá-
neos del desarrollo económico. En cierto modo el Plan significa la
anticoyuntura y la alianza entre la nación y la mística de la segunda
mitad del siglo, el desarrollo. En este aspecto, el Plan implica limitacio-
nes a la libertad coyuntural de los equipos gubernamentales, y asume
una especie de supralegalidad que se impone a la Administración. Los
políticos y los economistas progresistas pedirán más aún: que el Plan
adquiera, pronto, un carácter vinculante para el sector privado, y que
sea discutido democráticamente con los representantes de grupos y cla-
ses sociales hasta constituir la expresión de las opciones sociales racio-
nalmente queridas por la mayoría de la sociedad nacional. Estas
esperanzas se van al agua con el V Plan en vigor desde 1966. El equipo
gubernamental evidentemente no desea ver formarse en torno al Plan
un cuerpo de tecnócratas y economistas progresistas, cuya racionalidad
económica y política entra en contradicción con las normas y usos pre-
dominantemente jurídicos de la Administración y de la burocracia tra-
dicionales. Con el V Plan se abandona la política activa del empleo y se
reduce el papel del Estado en cuanto banquero; en otras palabras, se deja
al empresariado las decisiones sobre la masa salarial y se ponen las ba-
ses para una expansión de la actividad del sector bancario privado, su-

22
perior al ritmo de desarrollo de la economía. El papel del gobierno se
concentra en la libertad de acción coyuntural: el mantenimiento de la
ortodoxia financiera para obtener una estabilidad en los precios; si es
necesario, «reanimación de la economía» mediante inyecciones de in-
versión o de poder de compra. Ahora bien, la reorientación que aparece
como crucial, consiste en la traslación del carácter de primer motor de
la economía, al sector de las exportaciones. Se trata sobre todo de incremen-
tar la parte relativa de Francia, como vendedor, en el mercado mundial. Esta
decisión refleja un acto de autoafirmación de la parte más moderna de
la burguesía nacionalista, aliada al equipo gubernamental que está con-
vencido de que el mejor modo de superar los handicaps estructurales del
capitalismo francés, que frenan la acumulación interna, consiste en dar
un tirón desde arriba a todo el sistema. Se estimula a los sectores indus-

HERAS /De la planificación por el Estado a la programación por las grandes empresas
triales internacionalmente competitivos; estos incrementan la obten-
ción de plusvalías en el exterior, con efectos que se distribuyen en el
interior del país. El sistema bancario francés, menos evolucionado que
el de los grandes países capitalistas, y con tendencias a parasitar la
industria a causa de que la tasa-promedio de autofinanciación de las
empresas convierte a estas en dependientes de la Banca, puede a su vez
diversificarse con un subsector bancario que pasa a actuar firmemente
en el exterior. Podemos hablar, probablemente, de un compromiso polí-
tico entre gran industria, parte de la Banca privada, y equipo guberna-
mental, como compromiso necesario en cuanto han sido largamente
demoradas importantes reformas en otros sectores del sistema indus-
trial (concentración de empresas, eliminación de plantas marginales,
modernización de la gerencia familiar); estos sectores retardatarios son,
empero, buenos clientes de la Banca y su burguesía forma parte del
electorado gaullista. No deben ser, pues, colocados ante el dilema de la
desaparición o la subordinación, sino empujados a la reforma. Este
compromiso conviene a los empresarios a los que se ayuda a aumentar
su productividad al mismo tiempo que se consiente la aparición del
desempleo; conviene a los economistas ortodoxos del sector bancario
DE LAS

privado, que ven reducirse el papel de los tecnócratas del sector públi-
co; permite, en fin, a la alta administración del Estado conservar su
ESTEBAN PINILLA

función específica, arbitral y regulativa entre diferentes fracciones de la


burguesía y del empresariado, y entre estas y las clases no propietarias
de medios de producción.

23
Analíticamente podemos hablar, grosso modo, de tres sectores. Una parte
de la burguesía industrial se orienta hacia la gran lucha económica exte-
rior, actuando en un doble plano: apretar las clavijas a todos los compo-
nentes de los precios-fábrica (productividad, salarios); exportación
creciente de capital francés, en conjunción con control y técnica france-
ses, a filiales en el extranjero, desde las cuales operar sobre el mercado
mundial (incluyendo los mercados locales expansivos de las propias fi-
liales). Otro sector (analíticamente hablando) de la burguesía indus-
trial, vive y prospera gracias a la militarización creciente de ramas cuya
expansión es correlativa a los enormes gastos militares; estas industrias
son en su casi totalidad las de avanzada técnica: electrotecnia, colabo-
radoras de la industria nuclear, aviación, informática; la principal preo-
cupación en ellas no es tanto el precio de producción como la reserva
total del mercado y la independencia política y financiera frente a los
Estados Unidos. Un tercer sector de la burguesía industrial trabaja
preponderantemente para el mercado interno, y donde puede, para los
países del Mercado Común europeo; el Estado subvenciona de hecho a
este sector al mismo tiempo que le presiona para que se reconvierta y
concentre con la máxima rapidez posible, o mejor dicho, con la rapidez
conciliable con los hábitos tradicionales del empresariado francés. Para
este sector, se cerrarán los ojos ante los bajísimos salarios, las infraccio-
nes al código del Trabajo, el empleo de mano de obra extranjera (espa-
ñoles, portugueses, norteafricanos) que permanece prácticamente fuera
de la protección sindical; más importante desde el punto de vista del
capital, a través de la mediación de la fiscalidad, este sector puede mante-
ner precios externos relativamente competitivos. Para este sector, la
entrada en vigor de la unión aduanera de la pequeña Europa (ju-
lio de 1968) supone una amenaza; pero el Estado puede recurrir, en
caso de necesidad, a medidas transitorias proteccionistas.
Entre los objetivos del V Plan se hallaban el crecimiento anual del
PIB1 del 5 %, y el de las exportaciones del 9.2 %. Es obvio que un
crecimiento de esa naturaleza en las exportaciones no dependía solo de
que la industria francesa trabajase a precios competitivos, sino también
de la existencia de una fuerte demanda externa. Aquí la realidad inter-
nacional se había revelado adversa: en 1967 la República Federal Ale-
mana sufre un año de recesión y su PNB2 es incluso negativo (-0.1 %);

1
Producto Interno Bruto [n. de la R.].
2
Producto Nacional Bruto [n. de la R.].

24
en octubre y noviembre de 1967 es el Reino Unido quien se encuentra
con graves dificultades económicas, y debe devaluar la libra esterlina e
imponer otras medidas para cortar la hemorragia de capitales; por últi-
mo, en enero de 1968 son los Estados Unidos quienes anuncian una
serie de acciones para cortar la degradación de su balanza de pagos y
mantener su proteccionismo industrial. Los tres principales países don-
de colocar manufacturas francesas ponen sucesivamente obstáculos al
gigantesco esfuerzo francés: en 1967 las exportaciones francesas alcan-
zan alrededor de la tasa del 4 % de aumento en vez de la de 9.2 %
prevista. A pesar de los excelentes resultados agrarios, 1967 es en Fran-
cia el año de expansión más débil desde 1959.
Sin embargo, los empresarios no podían de ninguna manera detenerse
en los esfuerzos de racionalización, concentración y productividad. En

HERAS /De la planificación por el Estado a la programación por las grandes empresas
situación de contracción del mercado externo e interno, los fondos preci-
sos para las inversiones y la modernización debían proceder de fuentes
ajenas a las empresas en mayor medida que de las empresas mismas;
esto quiere decir, aumento del endeudamiento frente al sistema banca-
rio. Correlativamente, los empresarios tratan en 1967 y en el primer
trimestre de 1968, de pasar a otro sector social la factura de sus episódicas
dificultades. En bruto se hallan dos salidas, y ambas tendrán una gran
importancia para el desencadenamiento del proceso revolucionario: por
una parte, se trata de descargar a las empresas de una fracción de los
gastos de seguridad social, para ser asumidos por el fisco y por los pro-
pios asegurados (reformas de las Ordenanzas de la seguridad social por
decreto, sin consulta con el Parlamento y sin oír las protestas de la cen-
trales sindicales); por otro lado, aparece en Francia un desempleo, con
cifras que nunca han podido ser establecidas con precisión pero que
dan como plausible unas 450 000 a 500 000 personas en busca de em-
pleo en el primer trimestre de 1968. Es fácil ver la explosividad de
ambas medidas en un período en que por doquier se dice que el neoca-
pitalismo significa el aplacamiento de tensiones sociales y la promesa
de la prosperidad para todos, y cuando en la superestructura estatal se
DE LAS

repite con complacencia que el país está entre los primeros del mundo.
En la época del capitalismo clásico se aceptaba como un evento natural
ESTEBAN PINILLA

la sucesión de épocas de expansión y de crisis, la defensa contra estas


por parte de las economías privadas era facilitada por las caídas de los
precios y por la existencia de reservas de ahorro privado. Al llamado
neocapitalismo no se le consienten las crisis (o en otros términos, se

25
le pide que tenga éxito en forma permanente); exigencia que no es
ilógica cuando el conocimiento científico permite controlar la acción
de fuerzas que antes se abandonaban a los procesos autorregulativos;
cuando la intervención del Estado en la economía demuestra ser eficaz
por lo menos al servicio de los empresarios o los banqueros. En cuanto
al ahorro privado, para el nivel de satisfacciones sociales de la sociedad
neocapitalista, las economías domésticas parecen mucho más vulne-
rables: en las crisis no hay caída de precios, el neocapitalismo es con-
temporáneo de una inflación acumulativa, y la sociedad de consumo, en
fin, obliga a las familias a estar permanentemente endeudadas para sa-
tisfacer los plazos de sus gadgets renovados o de su vivienda. Después de
un período de promesas y de expansión, la frustración de las promesas
es más difícil de aceptar que en una situación definible por un conjunto
de carencias tradicionales y falta de horizontes.
Pero esto es una desviación psicológico-social. Volviendo a la fuen-
te: ¿por qué los empresarios y sus aliados en la Administración recurren
a soluciones que son portadoras de riesgos sociales evidentes? En lo
que atañe a la reforma de la seguridad social y la decisión de hacer
soportar una parte mayor de sus gastos a los propios trabajadores, es
precisamente la expansión internacional del capitalismo quien la exige.
En régimen proteccionista y con la gran mayoría de las empresas vi-
viendo al amparo del juego arancelario, la incidencia de la seguridad
social sobre los precios-fábrica es uniforme dentro del cuadro nacional,
y las desigualdades interempresas o interramas no son considerables.
Bajo las condiciones del Mercado Común, necesario para la continui-
dad de la expansión y para evitar la subordinación a otra potencia y el
malthusianismo industrial nacional, la seguridad social deviene factor
perturbador para la competitividad de los precios; su incidencia es muy
desigual, y los empresarios encuentran lógico que sea el fisco quien asu-
ma a su cargo el esponjamiento de estas desigualdades. En Francia un
Estado demasiado sobrecargado ya de obligaciones, halló más fácil pa-
sar a su vez la factura a la clase trabajadora.
Más que la presión monetaria adicional en sí que la reforma implica-
ba, fue el procedimiento seguido el que contenía un revulsivo: las Or-
denanzas fueron dictadas durante las vacaciones de verano de 1967,
haciendo uso de una facultad de legislar por decreto que el gobierno
obtuvo en la primavera a raíz de las elecciones de marzo de 1967 que le
dieron una pequeñísima mayoría parlamentaria. La concesión de pode-

26
res especiales al gobierno había sido acompañada por una fuerte reac-
ción social, incluyendo una huelga general y un voto de censura en el
Parlamento (mayo de 1967), salvado por solo ocho votos. La reforma
de la seguridad social comprendía además reorganizaciones de los órga-
nos gestores, encontrándose los representantes de las centrales sindica-
les ante la opción de «o lo toma o lo deja»; la mayoría de las centrales
sindicales rehus
47.3 horas semanales en promedio (Alemania occidental, 43.9 horas),
con unos ingresos que, medidos en dólares/hora, sitúan a Francia en la
parte inferior de la escala, solo por encima de Italia:3
Ingresos de los trabajadores en dólares/hora, 1966:
Luxemburgo 1.20
Alemania Federal 1.15

HERAS /De la planificación por el Estado a la programación por las grandes empresas
Bélgica 1.01
Países Bajos 0.95
Francia 0.81
Italia 0.69
Ambas cosas, la longitud de la semana laboral, y la debilidad del in-
greso horario promedio, se hallan relacionadas, la realización de horas
extraordinarias es el recurso que permite a un sector de los trabajadores
franceses el mantenimiento de su poder adquisitivo.
La coyuntura depresiva de 1967 revela no solo la acción de una dis-
minución de la demanda exterior sino asimismo una caída notable en el
poder adquisitivo de la mayoría de la población. Este último fenómeno
es exactamente el deseado por el V Plan, que no prevé un aumento real del
poder de compra por las economías domésticas superior al 3.3 % anual. La
situación escapa a las previsiones del Plan a causa de la coyuntura exterior
y de la aparición, en el segundo semestre de 1967, del conocido fenómeno
de recesión con incrementos fuertes en los precios y en el coste de vida.
Después de un período de casi estabilidad de precios (1966 y primer semes-
tre de 1967), el segundo semestre de este año y el primer trimestre de 1968
3
Office Statistique des Communautés Européennes: Gaie et durée du travail, Série Statistiques
DE LAS

Sociales, Paris, 1937: 8. Sobre el crecimiento de la productividad del trabajo en Francia en el


período 1958-1967 y la incidencia de las subidas de salarios monetarios en los costos de
ESTEBAN PINILLA

producción es interesante citar al semanario londinense The Economist, 1ro. de junio 1968,
p. 70: «Aunque las tasas de salarios monetarios crecieron en un 90 % entre 1958 y 1967 (frente
a un 40 % en Gran Bretaña), la productividad mantuvo prácticamente el ritmo de aumento.
En consecuencia, los costos del trabajo por unidad de producto subieron en Francia solamen-
te un 16 % entre 1958 y 1967, frente a 21 % en Gran Bretaña y 27 % en Alemania».

27
ofrecen curvas ascendentes en prácticamente todos los ítems. Dado que los
factores de este proceso no pueden hallarse en los salarios ni en la demanda
interna de bienes de consumo, hay que buscar las tensiones por otra parte.
Por un lado, se constata en 1967 que las inversiones en el sector público y el
sector privado (empresas, es decir, excluidas las economías domésticas)
son superiores a las previstas en el Plan. El país hace un gran esfuerzo de
equipamiento, sobre todo el sector público (inversiones de las empresas
públicas, tasa de incremento, 7.3 %, contra 5.7 % previsto en el Plan); hay
también inversiones de la Administración, cuyo carácter no es inmediata-
mente productivo, y que suben alrededor del 10 %, contra 8.2 %, previsto
en el Plan. Pero la incidencia sobre el costo de vida es probablemente debi-
da a especulaciones en los sectores de distribución (uno de los cánceres de
la economía francesa) y a movimientos preventivos de las empresas mer-
cantiles ante el anuncio de la reforma fiscal que comenzará el 19 de enero
de 1968. Por último, 1967, y en particular 1968, son testimonio de un cam-
bio en los principios financieros: se abandona la ortodoxia de la V Repúbli-
ca (que era en concreto la ortodoxia Pinay y Giscard d’Estaing) y se vuelve
a los déficits presupuestarios mediante los correctivos introducidos a lo
largo del año por el gobierno con el fin de reanimar la economía. El tipo de
gestión financiera utilizado en Francia permite libremente este juego. Con-
cebido el presupuesto de 1967 sin déficit (sin impasse), se introducirán sobre
la marcha dos colectivos (collectifs = presupuestos adicionales), de modo que el
impasse final es de algo más de 7 000 millones de francos (5 francos france-
ses = 1 dólar estadounidense). Una serie de factores concurrentes tienden
al alza de precios, y es esto precisamente lo que el sistema debe evitar si se
quiere mantener o acrecentar la parte relativa de Francia en el comercio
mundial. Hay, pues, una nueva amenaza a los asalariados. Un desempleo
del 2.8 % de la población activa no es crítico desde el punto de vista de los
empresarios, y puede ser funcional para la estabilización de la masa salarial.
Para los trabajadores es algo muy diferente; y más grave si el desempleo se
concentra en las jóvenes generaciones, nutridas por el incremento demo-
gráfico estimulado por la política natalista del Estado, las cuales se encuen-
tran sin instituciones pedagógicas idóneas para su formación, y sin empleo.
El año 1967 es uno de los años récord en cuanto a conflictos sociales
y horas de trabajo perdidas (cerca de 4 000 000). Solo una pequeña
fracción de estas huelgas se producen en las ramas industriales de avan-
ce y se justifican por el retraso de la remuneración del trabajo en rela-

28
ción a la productividad (aviación, electrotecnia). La gran mayoría de los
conflictos demuestra la combatividad y solidaridad de la clase obrera, y
se originan a causa de despidos, reducciones de horario, etcétera, tanto
en los sectores deprimidos (textiles, fibras artificiales, minería), como
en los sectores en proceso de concentración (siderurgia, metalurgia).
Rasgo común a algunos de los conflictos más significativos por la con-
dición clave de la empresa, es el de que la base obrera desborda a la
burocracia sindical. Pero los trabajadores luchan fundamentalmente por
la preservación del empleo y contra el alza de precios.
El primer trimestre de 1968 es rico en conflictos sociales: son quizás
más espaciados que en 1967, pero también más violentos. La imagen de
Francia-oasis en medio de un mundo perturbado se mantiene gracias a
que no se hacen eco en la prensa y en la TV los conflictos locales,

HERAS /De la planificación por el Estado a la programación por las grandes empresas
muchos de ellos aconteciendo en fábricas aisladas del casco urbano de
las grandes ciudades. Hay que repasar cuidadosamente la colección de
Le Monde o las publicaciones de los sindicatos y las hojas de los grupúscu-
los trotskistas y marxista-leninistas para percibir la subida de tensiones,
la cólera de los trabajadores en algunas ciudades de provincia, y que
prácticamente no pasa semana sin que se organicen manifestaciones
reuniendo obreros de distintas tendencias, a veces con choques con la
policía. La región parisina permanece al margen de este movimiento de
cólera, y cabe preguntarse si este hecho no facilita la desaparición pura
y simple de las noticias. «Noticia mala, no hay noticia» [sic]. El 18 de
abril de 1968 el Journal des Finances decía:
Lejos de nosotros la idea de pensar que la desgracia de unos pueda
hacer la felicidad de otros, pero séale permitido a un francés, de
regreso de vacaciones de Pascua, sentir la impresión de que nues-
tro país goza, en un mundo agitado [...] de una situación relativa-
mente privilegiada. [...] En Francia, el clima social se revela más
apacible de lo que se esperaba hace unos meses: pocos conflictos
han estallado durante el primer trimestre, por contraste con la
DE LAS

multiplicación de huelgas en el año anterior.


ESTEBAN PINILLA

Punto de vista de la burguesía de París y revelación de que se puede


vivir en el centro del sistema y estar fuera de las realidades. Algunos de
los conflictos de enero a abril de 1968 son sumamente violentos y ocu-

29
rren en regiones de nueva industrialización, donde se ha incorporado a
fábricas modernísimas una masa asalariada muy joven procedente di-
rectamente de los excedentes de población rural. Estos jóvenes redes-
cubren por sí mismos la acción revolucionaria y se enfrentan a los cuerpos
militarizados de la policía (CRS) con una violencia que deja atónitas a
las burguesías locales. Es la lucha no solo contra cadencias de trabajo
que encuentra moralmente intolerables el hombre procedente de la so-
ciedad rural (donde probablemente no era asalariado), sino también
contra las amenazas de despido y de reducción de personal en fábricas
de cuya modernidad técnica no puede dudarse. Una violencia ciega y
humanamente desgarradora en cuanto gira en una espiral de salidas ce-
rradas: el joven obrero sabe que no puede volver a la agricultura, donde
no hay trabajo para él, sabe que ha sido atrapado en el cepo de un siste-
ma de trabajo que le convierte en un objeto, y al que estaría dispuesto a
someterse a cambio de la acumulación monetaria; pero precisamente
esta deja de producirse a causa del alza de precios; cuando se organizan
los trabajadores en grupos para ir a protestar frente a la Bolsa de Traba-
jo o la Prefectura local, los CRS, con sus fusiles, sus buses negros con
ventanas protegidas por red metálica, y sus granadas lacrimógenas, cie-
rran el paso a la manifestación cortando las rutas entre las fábricas y los
suburbios de la ciudad. Los enfrentamientos tienen así lugar a distancia
conveniente de los centros urbanos. Pero en algunos sitios los obreros
se dispersan por los campos y se reagrupan en el interior de la ciudad.
Así en Caen, en la noche del 26 al 27 de enero de 1968, adonde llegan
varios miles de trabajadores de la fábrica Paul Durlach en Blainville
(SAVIEM, filial de Renault para la construcción de material pesado de
transporte); a los huelguistas y manifestantes se unen los estudiantes
de la universidad de Caen y trabajadores de algunas otras fábricas (la
Sociedad Metalúrgica de Normandía, la Radiotechnica, etcétera); en la
plaza de Saint Pierre se produce el asalto a la Prefectura, a la Cámara de
Comercio, y al edificio de la Banca Nacional de París; la lucha nocturna
con los CRS dura varias horas. En los días siguientes los tribunales pro-
nuncian juicios y condenas y expulsan a los consabidos extranjeros. La
huelga se extiende al complejo industrial comercial. No lejos de Caen, en
Fougeres, cerca de Rennes, hay al día siguiente manifestaciones conjun-
tas obreros-estudiantes, contra el desempleo. En las fábricas de aviones
Dassault (constructores de los famosos cazas franceses) en Merignac,

30
cerca de Burdeos, donde a fines de 1966 y en 1967 se había producido
ya una huelga notable por el nivel de las reivindicaciones salariales y
laborales, estallan espontáneamente conflictos en los mismos días de enero
de 1968. En febrero, hay otra huelga significativa en «rama de avance»
en el Centro Nuclear de Saclay, al sur de París. En marzo hay jornadas
dramáticas en Redon, en el Oeste bretón, donde varios miles de meta-
lúrgicos atacan a los CRS que les impiden manifestar y bloquean la vía
férrea Quimper-París. El prefecto de Redon convoca una reunión
paritaria y los empresarios se niegan a asistir. En abril, en una de las
fábricas de Sud-Aviation (en Rochefort sur Mer) se constituye un comi-
té de defensa de los trabajadores, el cual organiza una manifestación
(25 de abril) que concluye con el habitual combate contra los CRS. El
comité anuncia que se traslada a París para tratar de entrevistarse con el

HERAS /De la planificación por el Estado a la programación por las grandes empresas
Ministro de las Fuerzas Armadas (del que dependen los contratos de la
fábrica).4
Estos ejemplos conciernen a industrias modernas; son pues, ejem-
plos de lucha en dos planos distintos: la reivindicación de la adecuación
del salario a la productividad, la defensa del empleo. Se da probable-
mente una correlación entre el avance técnico y sus demandas en la
organización del trabajo, con el alto nivel de intolerancias y reivindica-
ciones de los trabajadores, que desbordan el marco de la empresa. La
situación es diferente en el caso de la defensa pura y simple del empleo.
En las ramas regresivas o estancadas (textiles, minería) y en particular
en los departamentos del norte que se hallan en decadencia industrial,
la protesta se manifiesta bajo formas cívicas: largos cortejos a los que se
incorporan mujeres y niños, pancartas con expresiones patéticas, ningu-
na lucha con la policía. Las huelgas de solidaridad para evitar los despi-
4
Este fenómeno de radicalización política en centros que no son metrópolis urbanas, consecu-
tivo a una industrialización ex novo y actuada con gran rapidez, empleando obreros de origen
rural y de otros subsectores del primario (pesquerías), tiene un precedente, por lo menos, en
la literatura sociológica. A principios de los años 20, el historiador noruego Edvard Bull
analizó en su país un fenómeno similar en varios aspectos al que se produce en los años 60
DE LAS

en la Bretaña y la Normandía francesas; cuanto más lento el crecimiento de la industria y


mayor la proporción de mano de obra reclutada en viejas comunidades urbanas obreras,
ESTEBAN PINILLA

menos radicales las reacciones de los trabajadores y más reformista la conducta de sus líderes
políticos; cuanto más rápida y súbita la industrialización, y mayor la proporción de la mano de
obra reclutada de la agricultura y las pesquerías, más radicales y revolucionarias las orientacio-
nes de los obreros (citado en Seymour Martin Lipset: Revolution and Counterrevolution, Change
and Persistence in Social Structures, Basic Books, New York, 1968, pp. 188-189).

31
dos en las empresas, son frecuentes y las negociaciones para imponer a
los empresarios la reducción de horarios en vez del despido, arduas.
Conviene precisar aquí que la ceguera respecto a la situación social
real es particularmente una ceguera del empresariado, más que de la
administración. El primer ministro, Georges Pompidou, sabía que con
los objetivos del V Plan y el abandono de una política activa del em-
pleo, la desocupación y las tensiones sociales deberían, necesariamente,
aumentar. El 3 de agosto de 1967 el Primer Ministro dirige una carta a
las centrales sindicales y al Consejo Nacional del Empresariado Fran-
cés (CNPF) pidiéndoles que se pongan en contacto para discutir una
serie de problemas. Desde hacía tiempo el diálogo a nivel nacional esta-
ba prácticamente roto entre las centrales sindicales y el empresariado,
no aceptando este negociar más que a nivel local o de convenios colec-
tivos, y casi exclusivamente en términos de salarios (i. e., excluyendo de
las negociaciones cuestiones como el funcionamiento de los comités
de empresa reconocidos por la Ley, las libertades de afiliación sindical,
la organización en sí del trabajo, el desempleo). Como dirá durante la
revolución de Mayo el secretario general de la CFDT (Confederación
Francesa Democrática de Trabajadores, rama laica desprendida en 1964
de la antigua Confederación Sindical Cristiana), «Francia es el único
país del mundo donde los trabajadores deben declararse en huelga, no
para obtener tales o cuales reivindicaciones, sino para compeler a los
patronos a negociar». Muy de acuerdo con esta actitud de poder monár-
quico absoluto y de desprecio hacia las centrales sindicales que caracte-
riza al empresariado francés, la carta del primer ministro de agosto de
1967 fue ignorada por el CNPF hasta que la situación reveló que la
sugerencia de Pompidou podía ser utilizada de acuerdo a sus propios
intereses. En la correspondencia triangular cruzada en el segundo se-
mestre de 1967, las centrales sindicales aceptan la sugerencia del Primer
Ministro y proponen que las discusiones con el empresariado compren-
dan todos los ítems de las relaciones laborales: libertad sindical, salarios
mínimos, horarios. El empresariado se niega a esta agenda amplia pero
acepta tratar sobre el desempleo parcial y su indemnización (es decir,
sobre procedimientos que estando financiados por la comunidad, le
permiten acelerar el proceso de concentración de empresas y de reduc-
ción del empleo). Hasta principios de enero de 1968 no se celebra la
primera y difícil reunión entre representantes del empresariado y de las
centrales sindicales; para esa fecha, estas últimas, presionadas por la
32
base, estaban ya desarrollando un nivel de reivindicaciones más alto.
Comprendiendo que cuando la lucha de la clase trabajadora se limita a
la defensa del empleo, se negocia bajo la compulsión del miedo al inme-
diato porvenir y se está derrotado en los otros planos de la negociación,
la base obrera y las centrales ponen en cuestión el V Plan, piden la
abrogación de las Ordenanzas «antisociales» y presionan sobre los par-
tidos políticos para la formación de un frente unido de la izquierda.
El desempleo hiere especialmente a las generaciones jóvenes, nutri-
das por la expansión demográfica y por el éxodo rural. Las familias nu-
merosas creadas por la política del Estado a favor de la natalidad se
convierten en gigantescas reservas de mano de obra subutilizada y
subpagada. No pudiendo recibir una educación como en las familias
más reducidas, miles y miles de jóvenes entran tempranamente en el

HERAS /De la planificación por el Estado a la programación por las grandes empresas
mercado de trabajo, con una formación profesional sumaria. En enero
de 1968 se publica una encuesta (realizada en 1966) sobre las condi-
ciones de vida y empleo de los jóvenes, que ofrece un cuadro de los
cánceres que alberga una sociedad que globalmente es de consumo de
masas.5 La encuesta señala tres focos de producción de jóvenes margi-
nales, obligados a desarrollar una madurez prematura, amarga y
combativa: las familias numerosas de bajo nivel de ingreso, las familias
en desorganización, y la concurrencia en el mercado de trabajo. El jo-
ven francés de origen urbano y sin calificación se ve en competencia
para encontrar empleo con los jóvenes de origen rural y con los nume-
rosos obreros extranjeros procedentes del Maghreb [sic] sy de la Penín-
sula Ibérica, dispuestos a aceptar trabajo en cualquier condición. Los
jóvenes con alguna calificación técnica, se ven en competencia con los
cuadros técnicos en desempleo a causa de la concentración de empre-
sas. Las condiciones descritas en la encuesta de 1966 para los sectores
deprimidos de la clase obrera, se habían agravado a principios de 1968
con el crecimiento del desempleo; este se concentra en la región de
París, con un aumento de 50 % en un año, y del 85 % en el mismo
período para los jóvenes demandantes de trabajo comprendidos entre
DE LAS

18 y 25 años. Una fracción de estos no puede obtener ayuda pública


porque el Decreto del 25 de septiembre de 1967 exige que los jóvenes
ESTEBAN PINILLA

de más de 17 años peticionarios de subsidio de desempleo hayan desem-


5
Centre de Recherches sur les Conditions d’Emploi et de Travail des Jeunes: Handicaps sociaux
des jeunes demandeurs d’emploi, Ch. Yan, Paris, 1967.

33
peñado al menos 180 horas de trabajo en empresas participantes en ese
régimen de ayuda, una condición que el mercado de mano de obra no les
permite fácilmente satisfacer.
Uno de los factores positivos de Francia para la competencia intraca-
pitalista mundial –la existencia de una fuerza de trabajo joven y ambi-
ciosa en una sociedad con posibilidades de movilidad vertical y de
educación tecnológica en gran escala– se convierte, paradójicamente,
en un factor revolucionario. Los jóvenes en desempleo perciben ense-
guida la contradicción entre su situación personal y las latencias de la
estructura económica del par para un desarrollo realmente espectacular
(como había sido el crecimiento cuantitativo durante la difamada IV
República). Otra paradoja a añadir es la de la «desplanificación» y un
cierto retorno al laissez-faire empresarial, precisamente cuando los obje-
tivos económicos (y políticos, la grandeur internacional) exigen al país
un esfuerzo enorme e ininterrumpido, con cadencias de trabajo y con
reformas del management de unos niveles que no soportan pausas ni en la
fuerza física ni en la inteligencia. Con el problema de la mala distribu-
ción –geográfica y sectorial– de la mano de obra, una mejor utilización
de esta parece que hubiera debido demandar más planificación por par-
te del Estado, y no menos.
Aquí se revela el daño que un capitalismo atento primariamente a inte-
reses a corto plazo y que para dinamizarse necesita el empujón de la clase
política (a su vez frenada por una burocracia de la que se hablará más
adelante), puede causar a la nación.
Pero la responsabilidad de la clase política no es menor: con el pre-
texto de que Francia no debía mantener una política económica planifi-
cada (en el sentido de la IV República) porque sus otros socios en el
Mercado Común europeo no la tienen (lo cual les hubiese dado ventajas
de flexibilidad sobre Francia), pero con los motivos más profundos y
reales de desmontar a los tecnócratas progresistas de la planificación,
de incrementar la libertad de acción económica coyuntural del gobierno
mediante la utilización de los presupuestos económicos anuales y de los
collectifs, de incrementar asimismo la parte del sector bancario privado
en los procesos suministradores de crédito, y en fin, de hacer soportar a
la clase obrera los costos humanos enteros, y parte de los económicos,
de los reajustes, los gobiernos Pompidou concluyen con la mística del
Plan y con sus realizaciones. Los empresarios lidian mucho menos con
los burócratas antes de poner en práctica una decisión. Entre el buró-
34
crata y el banquero las opciones, desde el punto de vista empresarial, no
son dudosas. Se pierden, por otro lado, desde el punto de vista de los
intereses nacionales, los frutos de la gestación de una nueva especiali-
zación de la administración, al servicio de la totalidad del país y no
meramente de fracciones de la burguesía.

***

En vísperas del estallido revolucionario los índices mensuales publica-


dos por Le Monde économique et financier muestran que la actividad econó-
mica está en plena recuperación en cuanto a la producción industrial y
las exportaciones, pero que al mismo tiempo el desempleo se agrava
(medio millón de personas en busca de un empleo, de ellas 226 400

HERAS /De la planificación por el Estado a la programación por las grandes empresas
recibiendo subsidios).6 Hay, pues, una diferencia con la coyuntura
recesiva de 1967: en esta el desempleo puede ser explicado por la debi-
lidad de la demanda tanto interna como externa y por el hecho de que el
gobierno pretende seguir una cierta ortodoxia financiera y no reanima
artificialmente la economía. En los primeros meses de 1968, con el go-
bierno actuando, en cambio, para incrementar la actividad económica,
lo que se está revelando es la lógica interna del sistema, que resiste a las
acciones meramente coyunturales: se demanda al país un esfuerzo ex-
traordinario (en las cadencias de trabajo, en la productividad), mientras
el flujo poblacional de los jóvenes no puede ser absorbido, las empresas
se liberan asimismo de mano de obra y de «cuadros» envejecidos, y el
conjunto forma un ejército de reserva para mantener frenados los au-
mentos de salarios y garantizar la competitividad internacional en los
precios.
La burguesía industrial utiliza instrumentalmente y como arma con-
tra los competidores extranjeros que pudieran invadir el propio merca-
do francés, el fenómeno de contención de la demanda interna. El Tratado
de Roma y los acuerdos del Kennedy Round albergan el riesgo de una
penetración del mercado nacional por empresarios comercialmente más
DE LAS

agresivos o que disponen de estructuras de producción más favorables.


Una cierta acción sobre la demanda interna aparece como deseable por
ESTEBAN PINILLA

6
Commissariat Général du Plan d’Équipement et de la Productivité: Rapport sur les problémes
posés par l’adaptation du V Plan, Paris, septembre, 1968, p. 31.

35
aquellos empresarios exportadores cuyos procesos de producción no
son suficientemente capital-intensivos y se encuentran por tanto afec-
tables por las presiones salariales que se dan en la coyuntura de pleno
empleo. La contención de la demanda parece convenir asimismo a aque-
lla parte de la burguesía industrial no exportadora que, por la estructura
de sus costos de producción, no alcanza a controlar el propio mercado
francés, y que prefiere una disminución del pulso de la demanda (en
cuanto freno a las importaciones) a una situación más dinámica y abier-
ta: este malthusianismo relativo de una fracción de la clase capitalista
no es disfuncional para el Estado y la burguesía financiera, que consien-
ten de buena gana en un juego de factores que estimula las exportacio-
nes y frena las importaciones, manteniendo la fortaleza del franco.
Bajo la V República los cambios cualitativos en el sistema producti-
vo francés han sido considerables. Pero el lastre histórico que arrastra el
sistema, en sus sectores retrasados, no lo es menos. Cuando el alza de
los precios industriales y otros actores inflacionarios empezaron a hacer
inviable la pequeña explotación rural provocando las emigraciones ma-
sivas de población a los centros urbanos, el tempo histórico de este pro-
ceso social es ya tardío si lo vemos a la luz de los requisitos de la
concurrencia económica internacional. El éxodo rural ofrece mano de
obra a la industria en un período de plena utilización del equipo capital
y permitió el alargamiento de la vida de ese equipo hasta el umbral de
su agotamiento técnico; hubo pues, mientras se reconstruían las fuerzas
productivas del país en la posguerra, un retraso probable de transforma-
ciones capital-intensivas. La industria francesa aparece todavía en 1968
con una vulnerabilidad a los problemas relativos al nivel de salarios
(por ejemplo en la metalurgia la tasa-promedio del salario directo en el
costo total de la producción oscila alrededor del 41 %; en las industrias
químicas, del 32 %, etcétera). Por otra parte, la industria exportadora
produce aún muchos productos semiterminados, en detrimento de la
exportación de productos finales.
En estas condiciones la expansión actuada por incremento de expor-
taciones exige del Estado la negociación de la apertura de mercados
exteriores del tipo precisamente del Mercado Común europeo; el papel
del Estado, que se hace menos riguroso en el campo de la planificación
interior, se hace más necesario en la diplomacia obligada a obtener ga-
rantías exteriores (ejemplo: los vetos continuos a la admisión de Gran
Bretaña).7
36
Las concentraciones nacionales de empresas sustituyen, con la pro-
gramación empresarial, la planificación por la administración pública, y
el Plan deviene poco más que un conjunto de documentos analíticos,
en los cuales, de vez en cuando, un párrafo sibilino señala orientaciones
estratégicas-clave, a distinguir de la literatura de wishfull thinking. La prio-
ridad dada al comercio exterior obliga a replanificar los principios mis-
mos de la planificación.

HERAS /De la planificación por el Estado a la programación por las grandes empresas
7
En tanto que Gran Bretaña (obligada por la acción submarina alemana a autoabastecerse en
alimentos durante la Segunda Guerra Mundial) realizó una transformación de la productivi-
dad de su agricultura, la agricultura francesa permaneció estancada y con un exceso de pobla-
ción en relación con la superficie cultivada y los rendimientos. Este retraso ha sido disminuido
en la posguerra, pero no enteramente reabsorbido. Entre 1965-1966 los precios del Reino
Unido en cereales eran inferiores entre 11 a 19 francos franceses por quintal a los precios del
Mercado Común, y de 20 a 40 francos por quintal en las carnes (bovinas y porcinas); ver
François de Lagausie, Henri Reynier, Claude Buat: «L’agriculture française en 1967», Analyse
& Précision (Cuadernos del SEDELS), Paris, 1967, p. 731.
En el dominio de las manufacturas Gran Bretaña ha desarrollado unas industrias para el
consumo en masa (a menudo con técnicas y con participación americana) que disputarían a la
industria francesa el mercado francés si las fronteras de este les fuesen abiertas por la entrada
del Reino Unido en la CEE. Los motivos económicos son tan fuertes como los políticos para
mantener el veto francés a una negociación de la CEE con el Reino Unido. Entre todos los
factores que concurren a la opción francesa por la «Pequeña Europa», parece predominante,
sin embargo, la cuestión de la protección a los productores agrícolas franceses. Francia ob-
tiene de los sistemas de financiación de la CEE para el sostén de precios agrícolas, un superávit
que de hecho constituye un transferí de Alemania occidental para el balance de pagos francés.
En 1968 Francia pagó 518 000 000 de dólares al fondo agrícola común de la CEE, pero
DE LAS

recibió de él 919 000 000 de dólares. Con una gran habilidad la diplomacia y los expertos
franceses han sabido extraer un beneficio monetario de uno de los factores mismos del atraso
ESTEBAN PINILLA

de su país entre las grandes potencias capitalistas. En la política interior francesa hay que
señalar la importancia del apoyo electoral de una masa de pequeños propietarios conservado-
res. El mundo de los clanes familiares, lleno de fobia antiparisina y antintelectual, fue el mejor
aliado de la alta burguesía en la consulta electoral de junio de 1968. Hay páginas de El 18
Brumario de Luis Bonaparte que no han perdido su vigencia.

37
RUTH No. 2/2008, pp. 38-44

RÉGIS DEBRAY*

Las revoluciones del nuevo mundo


o cómo regenerar el viejo**

En 1968 hay dos Francias. Una Francia industrial y tecnológica y otra social e institucional.
El desarrollo del modo de producción y de distribución capitalistas ya no necesitaba de eso que
sobrevivía por aquí y por allá, en las cabezas y el tejido social del Trabajo, Familia y Patria.
Lo que entonces se juzgó como limitantes para la existencia individual, a la larga eran
limitantes para la extensión de la mercancía a todo el campo social. El capital aspiraba a
circular, la juventud a comunicar por encima de las barreras del pasado. El imaginario
anticipaba a lo real, la ley del corazón coincidía con la de la eficacia.

En 1968 hay dos Francias. Una Francia industrial y tecnológica y otra


social e institucional. La primera tiene un tiempo rápido, dinámico, abierto
al exterior: la industrialización y la concentración del capital se han pro-
ducido aceleradamente desde la guerra. Nunca antes la humanidad ha-
bía conocido ritmo semejante de crecimiento de sus fuerzas productivas
como el que cambió el rostro de Europa después de 1945; jamás Fran-
cia, en el transcurso de su historia, había experimentado en un tiempo
tan breve tal transformación de su infraestructura. La segunda Francia,
la de las mentalidades y comportamientos, se casaba con la lentitud de
las duraciones prolongadas, la que marca el ritmo del devenir de los
valores y costumbres. Ese cruce coincidente en un mismo espacio de
dos capas de historia es un dato intrascendente: por su ocurrencia y por

* (París, 1940). Filósofo, político y escritor. En los 60 ganó relieve internacional por sus
posiciones de izquierda. Fue capturado y preso en Bolivia cuando regresaba de la guerrilla del
Che Guevara. A su regreso a Francia se vinculó a François Mitterrand y figuró entre sus
consejeros como presidente de la República. Autor de numerosos libros.
** Publicado en Modeste contribution aux discours et cérémonies oficielles du dixièm anniversaire (Libraire
François Maspero, Paris, 1978), este primer capítulo, «Les révolutions du nouveau monde ou
comment régénérer l’ancien», fue traducido del francés por Lourdes Arencibia Rodríguez.

38
la propia razón de la extraordinaria velocidad de expansión y de
reacomodo brutal del proceso de trabajo productivo, tal cruce se volvió
aberrante, propiamente insostenible. La sociedad francesa que se había
vuelto «antieconómica» comprometía a término la rentabilidad de la
Francia: sociedad anónima. Para la primera llegó el momento de ali-
nearse a la segunda. El retraso era tal que hubo que trabajar a cuatro
manos. En esta llamada a la realidad de la Francia de papá, se vivió un
aire de locura; pero no era más que una alerta al orden de lo social por lo
económico, la sumisión obligatoria de lo viejo a lo nuevo. Se decretó en
[la facultad de] Cencier «la abolición de la economía». Evidentemente,
había llegado el momento de entronizarla en todas las líneas de mando
–política, cultural, administrativa, ideológica.
Se sabe que hubo tres Mayos: el levantamiento estudiantil («la revo-
lución juvenil»); el movimiento reivindicativo de los trabajadores (la
huelga general); y el Mayo de los políticos (la crisis del régimen). De su
encuentro, más que de su fusión, nació el Movimiento. Pero lo que hizo
decisiva o explosiva esa concordancia fue una discordancia latente y
súbitamente revelada, donde «la crisis de Mayo» resultó a la vez sínto-
ma y remedio. Tres hicieron una porque una hacía dos.
La asincronía llamaba, tras la síncopa, a la lenta resincronización de
los dos países, hoy día garantizada. El desfasaje de ambos circuitos exi-

RÉGIS DEBRAY / Las revoluciones del nuevo mundo o cómo regenerar el viejo
gía el cambio de voltaje. Un país conectado en 110 v, y otro en 220 v.
Conjunción, cortocircuito, disyunción. Reemplazar los 110 v inservi-
bles, cambiar el contador, renovar las varillas y los plomos. Y se vuelve
a poner en funcionamiento. Modernícense también ustedes. No digan
«modernización». Digan «revolución». Todos los empresarios se lo di-
rán: uno puede hacer que le paguen el doble si se sustituye una palabra
por otra.
¿«El cagalaolla»? ¡Arriba! El más razonable de los movimientos so-
ciales; la triste victoria de la razón productivista sobre las sinrazones
románticas; la más opaca demostración de la tesis marxista sobre la
determinación en última instancia por lo económico (tecnología + rela-
ciones de producción). Hay que moralizar la industrialización, no por-
que los poetas estén reclamando para ella una nueva moral sino porque
la industrialización lo exige. La vieja Francia pagó de un golpe sus atra-
sos a la nueva –atrasos reivindicativos, culturales y políticos–, y la capa
de pizarra no era delgada. La Francia de la piedra y del centeno, el ape-
ritivo y la institución, del sí-papá, sí-jefe, sí-mi-amor, recibía orden de

39
dejar el sitio libre para que la del software y el supermercado, las news y el
planning, la del know-how y el brainstorming pudiesen exhibir sus buenas
operaciones, al fin, en sus predios. Ese arreglo de primavera hizo las
veces de una liberación, y efectivamente hubo una.
¡Finalmente se abrían los guetos! Empezando por el del mundo obre-
ro (que no se integró a los cortejos estudiantiles, pero se puso a tono
con el resto de la sociedad). La vida era asfixiante en este encuadra-
miento vetusto, donde se conservaban frioleramente los privilegios y
las jerarquías de antaño: justicia, medicina, universidad, iglesias, etcé-
tera. También el movimiento del capital, cuya reproducción hacía esta-
llar de mala gana esas antañonas canalizaciones, devenidas obstáculos.
El primer dique que se saltó fue la universidad –porque era ahí donde la
presión se hacía más fuerte–. En primer término, cuantitativamente: los
estudiantes pasaron de 200 a 600 000, entre 1960 y 1968. Cualitativa-
mente sobre todo, por el tipo, las estructuras y los programas de ense-
ñanza inadecuados para el nuevo mercado de trabajo. Para dar ocupación
a una mano de obra masiva cada vez más descalificada, el capital re-
quiere un personal de plantilla altamente calificado que las redes del
nivel superior ya no le suministraban. Las luces del intermitente esta-
ban bien encendidas, por ese lado, los controladores de la máquina,
ubicados demasiado alto, no veían nada. «On se trouve actuellement,
lit-on dans la revue Prospective (no. 14, 1967), devant l’aberration d’un
système éducatif qui transmet des valeurs auxquelles il est manifeste
que les élèves, les étudiants et les utilisateurs, c’est-à-dire les employeurs,
n’adhèrent plus».1 Ese distanciamiento se manifiesta por todas partes,
más o menos acentuado, y los empleados lo sienten como intolerable y
los empleadores como no rentable. La feminización acelerada de la fuerza
de trabajo llama a un replanteamiento de la condición de la mujer; las
contraintervenciones del Estado central llaman a una nueva articula-
ción entre la metrópoli y las regiones; el atascamiento de los mecanis-
mos judiciales llama a una nueva relación entre los que se benefician de
la justicia y la maquinaria que los enjuicia. De manera general, una vez
traspuesto cierto umbral de complejidad, conviene bajar el nivel de las
tomas de decisión lo más cerca posible del nivel de aplicación para que

1
Nos encontramos actualmente, se lee en la revista Prospectives (no. 14, 1967), de cara a la
aberración de un sistema educativo que transmite valores a los que manifiestamente los
estudiantes y los usuarios, vale decir los empleadores, no se suscriben [n. de la T.].

40
resulten eficaces. Lo macro solo puede funcionar como reemplazo de
los micros. Más allá de determinado gigantismo industrial (conglomera-
dos, fábricas), los rendimientos crecientes se invierten y las pequeñas
organizaciones se vuelven más rentables. La búsqueda de la máxima
ganancia, lo mismo que las innovaciones técnicas más fecundas, pasa
por el estallido de las unidades de producción.
Las reivindicaciones de identidad (el derecho a la diferencia) que
afloraban en Mayo pasan primero que las exigencias de funcionalidad
del sistema de explotación. Lo que entonces se juzgó como limitantes
para la existencia individual, a la larga eran limitantes para la extensión
de la mercancía a todo el campo social. El capital aspiraba a circular, la
juventud a comunicar por encima de las barreras del pasado. El imagi-
nario anticipaba a lo real, la ley del corazón coincidía con la de la efica-
cia. Por tal motivo, en 1978, «las tablas de la ley se encargaron de todos
los frutos de Mayo». Y los frutos pasaron las promesas de las flores.
Únicamente incendiando la subjetividad podían imponer la ley del objeto
mercantil a quienes la objetaran. Este último, por ende, allanó su cami-
no con la etiqueta de «escóndete-objeto». El acoplamiento se realizó
con la anuencia de las futuras víctimas, cuyo consentimiento solo se
arrancó bajo la forma de desacuerdo. Las vías del orden pasaron por la
revuelta. La sinceridad de los actores de Mayo se redobló con la astucia

RÉGIS DEBRAY / Las revoluciones del nuevo mundo o cómo regenerar el viejo
y sin ellos saberlo esta resultó redoblada con aquella. La cumbre de la
generosidad personal se encontró con la cumbre del cinismo anónimo del
sistema. Así como los grandes hombres hegelianos son para el genio
del universo, igual los revolucionarios de Mayo fueron los hombres de
negocios del genio de la burguesía que los necesitaba. No fue culpa
de ellos sino del universo, donde uno no escoge nacer. Realizaron lo
contrario de lo que creían realizar. La historia jamás es tan artera como
cuando de ingenuos se trata.
Esta inversión de una vuelta al orden en subversión no hay que car-
garla solamente al delirio ideológico, a su manera traducía un subterfu-
gio objetivo. Hizo falta una pequeña guerra para que la moderna Francia
estuviese en paz consigo misma y si no fue una guerra de verdad, tam-
poco fue un conflicto de mentirita. De hecho hubo que pelear contra la
burguesía que estaba por entonces en el poder para lograr que aceptara
satisfacer sus propios intereses. Cuando los hombres no están a la par
de su destino, siempre hay alguien a quien echarle mano para contentar-
les muy a su pesar; ese fue el papel de los contestatarios de Mayo. La

41
burguesía se hallaba política e ideológicamente atrás respecto de la lógi-
ca de su propio desarrollo económico. Políticamente, con un régimen
bonapartista «cuyos procedimientos acrecentaban considerablemente el
poder de deflagración de los conflictos sociales» (Henri Weber). Ideoló-
gicamente, con un conjunto de valores heredados del pasado, remanen-
tes de un estado de desarrollo obsoleto. Para administrar un cuerpo social
de donde ella misma había expulsado a los campesinos (14 % de agri-
cultores en la población activa total en 1968), conservaba la cabeza
rectora campesina. Pero en los laterales, los oportunistas de De Gaulle
eran todavía los mismos del mariscal Pétain, secuelas de un mundo ru-
ral y catolicón que De Gaulle había enterrado física pero aún no psico-
lógicamente. Todos esos goces anales de la retención, de los límites y de
apretarse el cinto, no podían aguantar por mucho tiempo bajo la presión
de las nuevas corrientes, pero todavía desempeñaban no obstante un
papel de fuerte contención. No se asiste a la eliminación del «tenderete»
en un país que se llena de grandes «supermercados por departamentos»
con la mentalidad del señor Homais.
El desarrollo del modo de producción y de distribución capitalistas
ya no necesitaba de todo eso que sobrevivía por aquí y por allá, en las
cabezas y el tejido social del Trabajo, Familia y Patria. ¿Para qué servía
el culto al trabajo cuando la fuente principal de la plusvalía ya no estaba
en la cantidad de trabajo aportado sino en su calidad tecnológica, es
decir en la materia gris utilizada? ¿Y cuándo los entretenimientos se
vuelven una mercancía en sí mismos –actividad generadora de empleo
y de sobreganancias–? Mientras que y porque la utilidad del trabajo se
acrecienta en los países desarrollados, «el tiempo libre» se torna, a su
vez, productivo.
¿Para qué sirve la familia patriarcal a partir del momento en que el
principal obstáculo para el auge industrial reside en la vieja burguesía
familiar, en la gestión y en las técnicas obsoletas? El capitalismo patri-
monial –el del siglo XIX y el de principios del XX– se estaba convirtiendo
en un proyectil para el capitalismo de accionistas, y gracias en parte a
los efectos de Mayo, pudieron llevarse a cabo la concentración del capi-
tal financiero y la reestructuración alcanzando a los grandes grupos in-
dustriales que se consolidaron después de Mayo (Saint Gobain, Pont à
Mousson, CGE, Usinor, etcétera). Pronto JJ. SS., el futuro ministro de
Reformas, podría proponer en el manifiesto del capitalismo avanzado

42
Cielo y tierra (1970) «la abolición de la transmisión hereditaria de la pro-
piedad de los bienes de producción».
¿La patria? En un momento en que el Mercado común prescribe la
supresión de las últimas barreras aduanales, cuando las multinacionales
se convierten en el motor decisivo del desarrollo económico mundial,
cuando la reestructuración del capital francés impone una dependencia
creciente de los grupos financieros americanos y alemanes (Westing-
house, Honeywell, Boeing, etcétera), a la patria, y para eso está el 14 de
julio, le toca lo que le tenía que tocar.
La estrategia de desarrollo del capital exigía la revolución cultural de
Mayo. Pero de eso no se sabía nada. El capital tampoco. La mercancía
no tiene estrategia. Tampoco Mayo. El uno y el otro son «movimien-
tos»: procesos, como les dicen en sabia doctrina a las cosas que mar-
chan solas. Esas cosas con motor incorporado son las que marchan mejor.
La oleada llega espontáneamente de los caballos de frisa que en vano le
oponen el peso muerto de las tradiciones, la envidia de los desplazados,
el confort de las rutinas. Miren a su alrededor en los escaparates y en su
lugar: son las consignas, los libros, los personajes, las ideas de Mayo las
que «marchan con mucha fuerza». La mercancía también, gracias. Cada
vez mejor, más y más rápido. La mercancía es una fiesta, móvil, inalcan-
zable, de remolino, y Mayo fue la fiesta de la movilidad. Se marchó

RÉGIS DEBRAY / Las revoluciones del nuevo mundo o cómo regenerar el viejo
mucho en Mayo y por múltiples razones. Un sociólogo malicioso podría
imputar a los retrasos en la movilidad social de un país todavía estatizado
en sus jerarquías tradicionales esta movilización en el espacio urbano
de las futuras capas en alza de la nación: justa compensación simbólica
–recibo de garantía sobre el futuro–. El ascenso en la escala de los in-
gresos bloqueada momentáneamente, el deambular en las calles en ho-
rizontal ya es testimonio de movimiento.
¿Habría que lamentar tanta entropía? Esta fabulosa energía derro-
chada en las calles, «liberada» a cielo abierto, sin tarea concreta ni punto
de aplicación? Está de moda lamentarse, no hay que ceder demasiado a
eso. Transformada por los diversos aparatos de Estado en reformas,
leyes-cuadro, estatutos, reglamentos, enmiendas, secretariados de Esta-
do y ministerio (de Reformas, de la condición de la mujer, de la calidad de
la vida, del trabajo manual, del medio ambiente, de los jóvenes, del
deseo, de las energías nuevas, de las ideas nuevas, etcétera) fue pese
al inevitable desperdicio vinculado a ese tipo de operaciones desde que el
sol existe, cuidadosamente puesta a disposición por el propio sistema

43
contra el que se había desperdiciado. Para abrir a la burguesía el camino
del nuevo mundo los militantes de Mayo tuvieron que resistir los golpes
de sus «destacamentos especiales de hombres armados». Se comprende
que el sentido del sacrificio y el culto de la abnegación se hayan perdido
algo desde entonces en los jóvenes «revolucionarios».
«Corre, camarada, el viejo mundo está tras de ti». En Mayo se corrió
mucho porque era el papel de las vanguardias preceder el movimiento y
mostrar el camino. La distancia que se puso entonces de manifiesto
entre los preclaros culturales y el grueso de la tropa política y social es
la distancia que separaba a un Estado centralizado, opaco y denso de
una sociedad civil en plena renovación, ágil, dinámica; es la distancia
que separaba a la burguesía real de su propio concepto.
El Estado recupera diariamente su retraso. El transcrecimiento del
sistema, indispensable para su supervivencia se operó y se sigue ope-
rando en la corriente de Mayo. Las nuevas funciones del capital encon-
traron sus órganos adecuados. Después de que el Patriarca vio el impacto
de su destitución (abril de 1969, contragolpe de mayo del 68) por la voz
combinadas de los cambistas de la Bolsa y los agentes del cambio de la
Sorbona; Pompidou, el latinista, nacido en Montboudif, de padres maes-
tros, deja limpio el escenario frente a Giscard el economista, nacido en
Coblenza, de un padre dedicado a las finanzas internacionales. El hu-
manismo clásico le pasa la antorcha al sistemismo del MIT, los de la Nor-
mal Superior de los gabinetes ministeriales a los cabezones de la ENA.
La vieja burguesía del Estado a la nueva burguesía financiera. Claro que
hubo subversión en ese tránsito de lo arqueo- al neo- pero solo eliminó las
relaciones que unían, en el seno de la sociedad liberal, las técnicas de
gestión a las prácticas de dominación. Pasamos de una tecnocracia ver-
gonzante (escondida tras un carisma patriarcal) a una tecnocracia triun-
fante (pero de fachada) a un autoritarismo vergonzoso (más difuso y
más real). El relevo está garantizado. ¡Bravo por el joven topo!

44
RUTH No. 2/2008, pp. 45-65

JEAN-FRANÇOIS CABRAL / CHARLES PAZ*

La huelga general de mayo-junio de 1968.


¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?**

Mayo del 68 fue el catalizador de la emergencia de una nueva generación política y social. Hoy,
la situación es diferente. Los años de gestión capitalista han reducido considerablemente el
crédito con el que contaba la socialdemocracia. La izquierda comienza a representar una
alternativa inestimable ante la perspectiva de próximas luchas. Porque en el momento en que la
mayoría de la población estime que las generaciones futuras vivirán en peores condiciones que
aquellas que les precedieron, cuando los desastres ecológicos y sociales de un capitalismo desboca-
do hunda a millones de trabajadores en la miseria, la rebelión no es solamente posible, sino que
habrá más razones para hacerla aún más radical que hace 40 años.

Lo importante es que la acción haya ocurrido,


cuando todo el mundo la consideraba impensable.
Si esta ya ocurrió esta vez, puede repetirse…
JEAN-PAUL SARTRE (1968)

A partir de 1968, cada aniversario es motivo para una nueva reflexión


en la que generalmente se reducen los sucesos del momento a aspectos
anecdóticos, a menos que estos no sean considerados como el origen de
todas aquellas desviaciones padecidas por nuestra sociedad.
Es desde esta perspectiva que Sarkozy se vuelve, naturalmente, el
más radical: «[…] se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe
ser perpetuada o si la misma debe de ser liquidada de una vez por todas.
* Jean-François Cabral, profesor francés, miembro del Buró Político de la Liga Comunista
Revolucionaria (LCR, sección francesa de la IV Internacional). Charles Paz, también francés,
es inspector del trabajo y miembro de la Comisión de Control de Estatus de la LCR. Ambos
autores formaron parte de la Comisión Nacional para la formación de la LCR.
** Publicado originalmente en Inprecor, 2008; 538: mayo, «La grève générale de mai-juin 1968.
Quelle actualité pour les révolutionnaires?» fue traducido del francés por Jacqueline Laguardia
Martínez.

45
Yo quiero pasar la página de 1968», proclamaba orgullosamente des-
pués de su última reunión en la campaña electoral para la presidencia.
De cierta manera, se le entiende. En mayo-junio de 1968, la movili-
zación de una fracción de la juventud, muy reducida al principio, fue
capaz de lanzar a Francia a la más grande huelga general de su historia.
Y ciertamente, en el Elíseo no es cosa de risa que miles de jóvenes de la
enseñanza media salgan nuevamente a la calle con pancartas que recen:
«1968… 2008: el sueño continúa».
Los dueños, al igual que los gobernantes, no aman mucho estas situa-
ciones en las que una movilización poderosa amenaza sus planes y cues-
tiona su poder, así sea de manera limitada.
Tras 40 años esta experiencia queda, en principio, como una confir-
mación: un movimiento masivo de la población puede desbordar inclu-
so las estructuras tradicionales de izquierda y del movimiento obrero y
trastornar el orden establecido. He aquí una lección: por sí solo, el mo-
vimiento no tiene muchas posibilidades de ofrecer una salida suscepti-
ble de cambiar la situación de forma permanente… Para ello hace falta un
instrumento político que no se construye sino muy raramente en el trans-
curso de los acontecimientos, antes de que la historia regrese «a mordernos
la nuca», una vez más…

Una minoría estudiantil se radicaliza

La simultaneidad de los movimientos juveniles en el mundo, en este


período, corresponde a un cuestionamiento generalizado del orden polí-
tico que se estableció tras la Segunda Guerra Mundial, caracterizado
por la repartición del mundo en zonas de influencia en el contexto de la
coexistencia pacífica. Esos movimientos juveniles, principalmente de
estudiantes, influyeron en sus países de disímiles maneras.
¡Había no pocas razones para las revueltas! Aun las juventudes privi-
legiadas de un país como Francia podían darse cuenta. Gracias al mila-
gro de la televisión instalada en la mayoría de los hogares era posible
seguir, directamente, la muerte programada de cientos de miles de per-
sonas en Biafra (Nigeria), víctimas de una guerra sin piedad entre los
trusts petroleros británicos y franceses. Podían apreciarse también, día
tras día, los bombardeos en Vietnam.
Una pequeña fracción de la juventud estudiantil se politiza, se radi-
caliza en el transcurso de los años que antecedieron a 1968, en un con-

46
texto marcado por el imperialismo y la guerra de Vietnam. Este país
constituye una fuente particular de indignación y a la vez, para aquellos
que aspiran a un mundo mejor, una fuente de esperanza. En febrero de
1968 ocurre la ofensiva de Têt, verdadera insurrección organizada por
el Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur. Durante algunas
horas, Saigón pareció estar en manos de los insurgentes y el prestigio de
los Estados Unidos sufrió un golpe tremendo.
En la misma época, hubo otros ejemplos de pueblos del Tercer Mun-
do que parecían plantarse firmes frente al imperialismo, comenzando

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
por Cuba, donde Fidel Castro organiza, a finales de 1967, la Conferen-
cia Tricontinental, reunión destinada a afianzar la solidaridad de los
pueblos de Asia, de África y de América Latina frente al imperialismo.
El Che Guevara lanza vibrantes llamados para crear, si fuese necesario,
«dos, tres… muchos Vietnam». En el mismo momento, la Revolución
Cultural en China está en pleno auge y aparenta ser un ejemplo de una
revolución permanente donde los estudiantes parecen estar al frente
con el pequeño libro rojo a la mano –decíase– para «servir al pueblo».
Al Este, la Primavera de Praga, comienzo de la liberación política y la
movilización en un Estado bajo la órbita soviética, que trajo la esperan-
za de la posibilidad de un socialismo democrático.
La lucha de los pueblos oprimidos del Tercer Mundo encuentra eco
en el corazón mismo de Estados Unidos. Desde 1965, el movimiento
negro se radicaliza. El «Poder Negro» gana influencia, afirma la necesi-
dad de una lucha violenta y proclama la solidaridad de los negros ame-
ricanos y del pueblo vietnamita que enfrentaban a un mismo enemigo.
La violencia política aflora casi por todas partes: en Japón con los
Zengakuren, un sindicato estudiantil también muy politizado; en Alema-
nia una oposición extraparlamentaria se desarrolla con la SDS, la Liga
Estudiantil alemana animada por Rudi Dutschke.
Este descubrimiento del compromiso de una fracción de la juventud
se da, principalmente, a través de la solidaridad de unos con otros en
cada esquina del mundo, donde luchan e intentan dar el ejemplo. En
esta radicalización, la idea del compromiso solidario internacionalista,
la sensación de que todos aquellos que luchan contra el imperialismo
son hermanos de combate, es un hecho que marca. No obstante, tiene
sus limitaciones asociadas a la tentación de tomar atajos, de pensar la
posibilidad de la revolución y la transformación radical del mundo más

47
allá de modificaciones políticas profundas en la clase obrera, especial-
mente en las metrópolis imperialistas.
En Francia, como en la mayoría de los países capitalistas desarrolla-
dos, el número de estudiantes aumenta. Los capitalistas no pueden con-
formarse con escoger su mano de obra calificada, el personal que
necesitan en entornos privilegiados o de clase media. Necesitan ampliar
su reclutamiento. Los niños de los estratos más populares comienzan a
llegar a la universidad; rechazan el papel de perros guardianes del capi-
talismo que se les quiere imponer y su radicalización se identifica con
aquella de otros jóvenes que rechazan el orden moral de la sociedad
gaullista.
Sin dudas, y porque la tradición comunista está más viva que en otros
lugares, aparecen numerosos pequeños grupos políticos de extrema iz-
quierda. Las primeras rupturas con el Partido Comunista, organización
dominante en el campo político de izquierda, han ocurrido durante la
Guerra de Argelia. Al negarle su apoyo al pueblo argelino, el PCF fue
descartado en los medios estudiantiles politizados.
En 1966 la Unión de Estudiantes Comunistas, la organización estu-
diantil del PCF, voló en pedazos con la partida de los maoístas que se
reencuentran, fundamentalmente, en la UJC (ML) y en el PCMLF, y de
los trotskistas de la JCR (Alan Krivine) que rechazan el apoyo que da el
PCF a la campaña presidencial de un candidato de centroizquierda,
François Mitterrand.
La politización del movimiento se intensifica alrededor de la solidari-
dad con la revolución vietnamita. Después de la manifestación en Liège,
en 1966, la de Berlín de febrero de 1968 brindó la ocasión de confrontar
las experiencias propias en los diferentes países y de constatar que, un
poco por todas partes, los jóvenes estaban en camino de reencontrarse
con cierta tradición revolucionaria –buscando con mayor o menor suer-
te en el viejo arsenal de las ideas comunistas revolucionarias que se
creían completamente olvidadas, e incluso pasadas de moda.
Antes de 1968, esos grupos no son más que un puñado, con una in-
fluencia muy relativa en el medio. Esos son los acontecimientos que van
a proyectarlos en la escena cuando esta radicalización termina por en-
cender la pólvora.

48
Los «gloriosos 30»: ¿alguna razón para rebelarse?

Los «gloriosos 30» son un importante período de crecimiento económi-


co ininterrumpido de la economía capitalista, aún mejor apreciado pues
siguió a la crisis de 1929 y al desastre de la Segunda Guerra Mundial, así
como a una época difícil de reconstrucción donde hubo que subirse las
mangas y apretarse el cinturón durante varios años.
En Francia, sin embargo, los parkings no dan abasto, los caddies tam-
poco. Los obreros tienen derecho a HLM1 «con todo el confort»: se ven

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
algunos kilómetros de hormigón, un poco tristes, pero esto es un ade-
lanto para la época y quedaban aún algunos barrios marginales, mas
estos son para los inmigrantes de Nanterre o de Courneuve… Resulta
evidente que la sociedad de consumo aún tiene sus excluidos: uno de
dos franceses no posee automóvil y en la mitad de los hogares faltan el
agua caliente, ducha o sanitarios interiores, o todo a la vez. Pero se dice
que esto mejorará…
El gaullismo permitió al capitalismo acelerar la reestructuración del
aparato productivo. El número de asalariados aumentó rápidamente y
el número de obreros industriales que trabajaban en medianas y grandes
empresas alcanzó, en los años 60, un nivel nunca antes visto. La pro-
ducción industrial creció en un 50 % en 10 años.
Mas, ¿a qué precio? Para alcanzar esto, el mundo del trabajo hubo de
acudir a la división de las tareas, al trabajo en cadena y al aumento de su
intensidad. Todos los encantos del taylorismo se generalizan en una
jornada media de 46 horas de trabajo a la semana y un ejército de pe-
queños jefes que hacen sudar las ganancias. El trabajo es más fatigante
y también más peligroso: se cuentan 2.5 000 000 de accidentes de tra-
bajo cada año en un total de 16.5 000 000 de asalariados.
El desempleo es marginal: entre 200 000 y 300 000 personas. Pero en
un año, la cifra casi se dobla provocando algunas inquietudes.
Con respecto al crecimiento, este se verifica, pero mal distribuido. Se
puede vivir en un país rico, ver cómo aumenta su nivel de vida y tener la
impresión justificada de no prosperar cuando las ganancias aumentan
más rápido que los salarios.

1
Habitations à Loyer Modérér: viviendas de bajo alquiler [n. de la R.].

49
De parte de los sindicatos, prima sobre todo la simulación de cierta
agitación. Las huelgas «totalmente automatizadas» se suceden de vez
en cuando, pero en realidad son pocas.
Entre 1967 y 1968 sin embargo, el clima social cambia un poco. Se
verifica la ocurrencia de algunas huelgas, especialmente en empresas
empleadoras de jóvenes trabajadores en cadena. En febrero de 1967,
los obreros de Rhodia, en Besançon, extendieron su huelga a todo el
grupo empresarial y ocupan las fábricas. Las ocupaciones ocurrían des-
pués de mucho tiempo. Algunos meses más tarde, el conflicto apareció
en Lyon, acompañado de algunos enfrentamientos con la policía. Otro
ejemplo fue la huelga de Saviem, en Caen, en enero de 1968. En esta
fábrica de 4 000 personas, 500 obreros desfilaron en cortejo y arrastraron
a sus camaradas, a pesar de los sindicatos. La fábrica fue ocupada. In-
tervención inmediata de las CRS. Al día siguiente, los obreros desfila-
ron por la ciudad y enfrentaron brevemente a la policía. Un día después,
obreros y estudiantes se encontraron, codo a codo, en una verdadera
jornada de motines con un saldo de más de 200 heridos.
Como estos hubo algunos conflictos «duros», poco usuales. Sin em-
bargo, antes de mayo, la impresión que dominaba era, al menos, que
nada extraordinario pasaría después de la gran huelga de los mineros de
1963.
Pero, ¿De Gaulle? 10 años ya que se le soportaba. Llegado al poder
en 1958, llevado por una insurrección de derecha en un contexto de
crisis aguda con la Guerra de Argelia, apareció como una especie
de salvador supremo, un Bonaparte, que puso de acuerdo a todo el mundo
alrededor de su persona, siendo él el hombre de los capitalistas. Los
trabajadores parecían impresionados y, al igual que sus organizaciones,
lo dejaban parlotear en televisión: «Las amas de casa quieren refrigera-
dores y aspiradoras [es el progreso], pero ellas quieren también que sus
maridos no se vayan de parranda [es el orden], ¡y bien! El Estado es como
los hogares, hace falta el progreso pero también el orden».
Los «títeres del general», a quienes a veces se llamaba «diputados»,
hacen aprobar las leyes sin discutirlas apenas. La oposición no tiene
muchas perspectivas. Está el «radical» Pierre Mendès-France o François
Mitterrand, quien aún no es socialista. Pero, precisamente los socialis-
tas no tienen mucho crédito después de su cambio de casaca en 1956 en
ocasión de la Guerra de Argelia. Con respecto al PCF, el partido de
izquierda más importante de la época, permanece aislado de los otros

50
partidos desde los inicios de la Guerra Fría. El PCF abogaba, después
de varios años, por «un gobierno de unión democrática», pero nadie
quería esto, especialmente Mitterrand, a quien no preocupaba demasia-
do si desde 1965, en la primera vuelta electoral para la presidencia, el
PCF aceptó borrarse ante su candidatura…
En 1968 la sociedad parece bloqueada, sin perspectivas de cambios
reales, mientras que a todos los niveles y sobre todos los planos solo
demanda evolucionar.

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
Algunas barricadas… y es toda una situación que cambia

El movimiento arrancó el 22 de marzo, después del arresto de Xavier


Langlade, un estudiante de Nanterre, militante de la JCR, bajo sospecha
de haber participado en una manifestación que atacó la sede de una
compañía estadounidense (American Express). Los enfrentamientos con
la extrema derecha fueron el pretexto para cerrar la universidad el 2 de
mayo. El 3 de mayo tuvo lugar en la Sorbona un mitin de protesta que
congregó alrededor de 500 militantes. Eran pocas personas. Pero la ope-
ración «conejera», que consistió en sacar a los 300 jóvenes problemáti-
cos por grupos de 10, duró bastante tiempo. Al cabo de 10 horas, se
formó una concentración. Los insultos comenzaron a llover de una par-
te y de otra, los adoquines volaban y aterrizaban, a veces pesadamente,
sobre las cabezas de los policías: el Barrio Latino se inflamaba de golpe.
El inicio del movimiento de Mayo tuvo algo de fortuito. Después de
semanas, cierta agencia de prensa explicaba a lo largo de sus columnas
que ya era suficiente de estos grupúsculos que armaban tanto jaleo. La
solución parecía simple: es suficiente detener a sus miembros para que
todo regrese al orden. El 3 de mayo Grimaud, el prefecto de la policía,
tenía razones para estar satisfecho: los grupúsculos estaban todos allí…
¡la policía los tenía! Pero los miles de estudiantes se reunieron y en-
frentaron a la policía. Lo novedoso fue que no cedieron ante la repre-
sión, estaban determinados, resueltos.
Sin comprender la significación, las CRS arrestaron hasta a los sim-
ples mirones que comenzaban a agruparse pacíficamente, yendo inclu-
so a buscar a los estudiantes sentados al fondo de los cafés para atraparlos
mejor. En pocas horas los buenos estudiantes devinieron verdaderos
«rabiosos».

51
El 3 de mayo hubo alrededor de 600 interpelaciones. El 6 de mayo,
16 000 manifestantes tomaron las calles durante casi 16 horas seguidas.
El 7 son 45 000 los que gritaban: «¡Nosotros somos un grupúsculo!».
Hay varios centenares de heridos de ambas partes. Las manifestaciones
se sucedían todos los días: 20 000 el 8 de mayo, entre 20 000 y 30 000
el 10 de mayo; ese día hubo, además, decenas de barricadas en el Barrio
Latino. Fue un momento decisivo que puso al régimen gaullista en el
centro de la tormenta.
La decisión de levantar las primeras barricadas no fue tomada for-
malmente por organización alguna. Los militantes de la JCR jugaron,
sin embargo, un papel importante en la iniciativa, a la inversa de otras
organizaciones revolucionarias que opinaban que las barricadas cons-
truidas y defendidas por algunos miles de estudiantes eran «una aventu-
ra pequeño-burguesa».
Era evidente que un movimiento estudiantil, si bien muy determina-
do, no podía por sí solo hacerse cargo de esta prueba de fuerza ante el
poder y tener la esperanza de ganar sin el apoyo de la clase obrera. Pero,
en un contexto de desgaste del régimen gaullista, de radicalización de la
clase obrera, de legitimidad democrática del movimiento estudiantil, lo
que hubiese podido ser una simple demostración de «violencia fuera de
la historia» se convirtió en una iniciativa fundamental. Este fue tam-
bién un factor decisivo para la recepción de la JCR en las semanas y los
meses que siguieron.
La violencia policial impactó terriblemente y asombró a una opinión
pública que tenía la impresión de haber vivido «los acontecimientos» en
directo, sobre todo gracias a la radio. Se contaba que la policía se ensañó
con los manifestantes aislados, a veces heridos, lanzando granadas
lacrimógenas en los apartamentos donde algunos se habían refugiado e
incluso dentro de las ambulancias. Todo esto es cierto. Lo que choca
especialmente, es el desajuste que existe entre todas esas violencias y lo
que se sabe de las reivindicaciones demandadas por los estudiantes: el
rechazo a los envejecidos reglamentos que prohíben la convivencia mixta
en las ciudades universitarias o el derecho de mantener una reunión
política en la Sorbona. Por primera vez en la historia, la juventud
escolarizada apareció como una fuerza social con un rol central en el
ámbito político.
El movimiento alcanza a las provincias: manifestación contra la re-
presión en París, represión, manifestación contra la represión que se

52
acaba de sufrir, nueva represión… El ciclo de manifestaciones se enca-
denó a toda velocidad. Los universitarios, como en Estrasburgo, se de-
clararon «autónomos». Un «poder estudiantil» se instaló y declaró tumbar
los puentes con el Estado burgués, tomando como modelo las «univer-
sidades críticas» de los estudiantes alemanes. En las aulas magnas, en-
tre dos manifestaciones, se halla al fin la ocasión para rehacer el mundo
a su antojo. En la cabeza de algunos el «gran ocaso» ya ha comenzado.
Además, la ocasión es más que propicia para hacer pasar a De Gaulle
algunas noches blancas –este no da ya la impresión de saber cómo hacer

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
regresar los relojes a su hora.
El 11 de mayo, el primer ministro Pompidou cedió sobre todos estos
puntos: el Barrio Latino sería evacuado por la policía el lunes 13 en la
mañana y la Sorbona abriría sin restricciones. Los estudiantes condena-
dos serían liberados por la corte de apelaciones: los jueces, que perma-
necen ajenos al poder político, como bien se sabe, se vieron obligados a
trabajar horas extras una tarde de domingo para emitir un veredicto
que, de todas maneras, ya había sido anunciado por el gobierno.
El poder quiere calmar el juego. Como dirá más tarde Pompidou, se
quiere «tratar el problema de la juventud aparte». Pero ya es muy tarde.
Las organizaciones sindicales se vieron obligadas a reaccionar y a
organizar, el 13 de mayo, una jornada de huelga y de manifestaciones en
todo el país con el fin de protestar contra la violencia policial. El éxito
fue considerable: cientos de miles de personas en París, 450 manifesta-
ciones en toda Francia.
Algo ha cambiado en la conciencia de los trabajadores. Los jóvenes
han logrado arrastrar a decenas de miles de sus camaradas: se baten,
resisten, están intentando hacer ceder al poder, asestando un rudo gol-
pe al prestigio personal de De Gaulle –años más tarde las organizacio-
nes obreras, con el PCF a la cabeza, explicaban que era imposible hacer
nada a causa del régimen.
De Gaulle, quien había tenido la pretensión de «unir a todos los fran-
ceses» alrededor de su persona, estaba logrando, por el contrario, esta-
blecer esta unanimidad en su contra, sentando así un puente entre
estudiantes y obreros. Desde el 13 de mayo aparecen palabras hostiles a
De Gaulle: «¡De Gaulle a los archivos!», «¡10 años es suficiente!».
Las discusiones toman buen rumbo, después de todo este puede ser
el momento…

53
La huelga se hace general, la ocupación se organiza

El 14 de mayo en la fábrica Sud-Aviation cerca de Nantes, jóvenes


trabajadores influenciados por la extrema izquierda se lanzaron a la huel-
ga, ocuparon la fábrica, secuestraron a los cuadros y al director. Al día
siguiente, el movimiento se extendió a Renault-Cleón. Y esto a pesar de
las direcciones sindicales. El 16 fue en Renault-Billancourt. Hasta ese
momento 200 000 trabajadores estaban en huelga y alrededor de 50
fábricas permanecían ocupadas, sobre todo en las afueras.
El 17 por la tarde, la CGT hacía un llamamiento, no a la huelga gene-
ral sino a arreglar «las cuentas pendientes». El 18 de mayo, Georges
Séguy (secretario general de la CGT) precisaba en L’Humanité: «On
pouvait attendre de nous un mot d’ordre de grève générale. Ceux-là
seront déçus. Nous préférons de beaucoup la prise de responsabilité des
travailleurs eux-mêmes qui deècident des propositions qui leur sont faites
par le syndicat».2 Para la CGT, la cuestión no es, evidentemente, invo-
lucrar a los trabajadores en una lucha general contra De Gaulle y contra
la patronal. La CGT quiere ser «responsable»; pero se apropió, rápida-
mente y al mismo tiempo, de los medios para asumir los cambios que se
avecinaban para así controlar el movimiento.
El progreso de la huelga en todo el país fue extremadamente rápido.
El día 17 había 200 000 huelguistas, 2 000 000 el 18, entre 6 y 9 000
millones el 22 de mayo (en aquella época había 15 000 000 de asalaria-
dos). Esto es tres veces más que en 1936, una cifra jamás alcanzada.
Más de 4 000 000 permanecerán tres semanas en huelga, más de dos
millones cumplirán un mes.
Este es, sin duda, un movimiento clave en la historia de la lucha de
clases. Primeramente porque una huelga general acompañada de la ocu-
pación de fábricas es más que una jornada de acción mantenida. La
opresión cotidiana desaparece, y junto a ella los relojes que controlaban
la jornada, los jefes, el trabajo embrutecedor. Se recuperan las relacio-
nes humanas, se libera la palabra. No hay qué fumar, no hay gasolina;
uno se las arregla. Se discute de todo en todas partes y con todo el
mundo, no solo en la fábrica ocupada sino también en el barrio, en la
calle.
2
Se podría esperar de nosotros un llamado a la huelga general. Esos que esperan serán decepcio-
nados. Preferimos, con mucho, la toma de responsabilidad de los trabajadores, quienes deci-
dirán por sí mismos las propuestas que les son hechas por el sindicato [n. de la T.].

54
Además, porque esta huelga toca a todas las capas de la clase obrera.
Comenzó por la metalurgia, las grandes empresas industriales se suma-
ron a la huelga, después el sector terciario. Todas las categorías se vieron
involucradas, los obreros, los empleados, los cuellos blancos, los cua-
dros, pero también los futbolistas, los actores, la prensa, la justicia… el
movimiento se extendió a todos los asalariados en una sociedad donde,
por primera vez, estos constituían el 80 % de la población activa. Es
por ello que serán las concentraciones industriales las más poderosas y
ocurrirán en ellas los acontecimientos más significativos.

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
Los jóvenes obreros desempeñaron un rol decisivo en el lanzamiento
de la huelga. Por el contrario, en sus retrasos fue determinante el peso de
los sindicatos.
Las reivindicaciones formuladas apuntaban, en su mayoría, a «saldar
las cuentas pendientes». Incluso así, aquí o allá, es la organización mis-
ma del trabajo lo que está siendo cuestionando.
La ocupación es un fenómeno general, pero se manifestó en contex-
tos extremadamente diversos. A veces no son más que algunos delega-
dos, a veces la ocupación es más masiva. Un embrión de vida social
comenzó a organizarse dentro y alrededor de las empresas: algunas asam-
bleas generales de trabajadores, una jornada de puertas abiertas para el
resto de la población, también bailes populares, y la solidaridad que se
organizaba aquí y allá entre los comerciantes y campesinos de la región
para reabastecerse. Para la CGT la ocupación fue también el medio de
mantener el control sobre los huelguistas, e incluso hay, en ocasiones,
piquetes contra «los izquierdistas y los estudiantes».
La ocupación, si bien tuvo una dimensión fuertemente simbólica de
toma del poder sobre los medios de trabajo, también tuvo consecuen-
cias inesperadas al mantener a los asalariados en su lugar y, de hecho, a
las direcciones sindicales que quieren controlarlo todo. Una obsesión
que raya en la caricatura cuando se trata de evitar, por todas las vías, los
intercambios y los encuentros incluso entre las empresas de un mismo
grupo empresarial. ¡La delegación intersindical de Renault-Flins hubo
de negociar, durante varios días, para entrar a Renault-Billancourt y
reunirse con sus compañeros!
Los comités de huelga, cuando existieron, estaban compuestos por
sindicalistas y raramente había trabajadores no sindicalizados. Estos se
componen, en su mayoría, por intersindicalizados, reuniones de delega-
dos, militantes ligados a las estructuras y responsables únicamente ante
55
estas. Un estudio de caso en el Norte y en Pas de Calais indica que estos
comités existían en el 70 % de los casos, pero que solo el 14 % de estos
había sido elegido y únicamente el 2 % podía ser revocado por la asam-
blea de huelguistas. A pesar de ello, el 17 de mayo, Séguy confirma por
la radio su rechazo a coordinar los comités de huelga existentes.
Las comisiones eran activadas a veces, especialmente en las empre-
sas donde los técnicos, a veces los cuadros, jugaron un rol importante.
Este es, entonces, un inestable espacio de discusión.
Existían comités de acción en cierto número de lugares que reagrupan
a los trabajadores más combativos, la izquierda obrera, los asalariados
más sensibilizados con el modelo de los estudiantes… quienes mantu-
vieron, con frecuencia, una dinámica antisindical. Las asambleas gene-
rales son lugares de información más que de discusión.
No hay más que pocos ejemplos de control obrero. Estos no apare-
cieron más que en algunos sectores particulares: la prensa, los hospita-
les, el ejemplo más conocido es el del Centro de la Energía Atómica en
Saclay.
En Nantes, como la parálisis del país pronto acarreó serios proble-
mas materiales, los sindicalistas llegaron incluso a crear un comité cen-
tral de huelga con el fin de asumir el funcionamiento de ciertos servicios
indispensables: distribución de combustible o de bonos de gasolina, re-
cogida de desechos u organización de puntos de venta de productos de
primera necesidad para los huelguistas y sus familias.

La huelga provoca una verdadera crisis política

A finales del mes de mayo toda la huelga vivía al ritmo de los aconteci-
mientos políticos. ¿Terminará De Gaulle por ceder y retirarse?
La situación se tornó realmente preocupante: del 22 al 26 de mayo
ocurrieron en el país un centenar de manifestaciones, siempre con mu-
chos huelguistas.
De Gaulle intentó terminar la crisis el 24 de mayo al proponer un
referendo poniendo en juego a su propia persona: «¡El caos o yo!». Fue
un fiasco, los manifestantes le respondieron: «¡No nos importan tus
discursos!». Ese mismo día una manifestación parisina de 100 000 estu-
diantes y trabajadores incendió la Bolsa y sitió y saqueó dos comisarías.
Otras manifestaciones violentas tuvieron lugar en Lyon, Toulouse,
Burdeos, Estrasburgo y Nantes.

56
Resultaba imposible quebrantar el movimiento estudiantil que conser-
vaba todo su vigor pero que también tenía limitaciones: los estudiantes,
por más que afirmaban ser solidarios con la clase obrera, quedaban
excluidos de aquello que ocurría en las fábricas. Por el contrario, el poder
pensaba que era posible parar la huelga alentando a la patronal a negociar
en un terreno corporativo: el gobierno con Pompidou desempeñando cierto
rol de árbitro.
Las direcciones sindicales se dieron prisa en aceptar la oferta permi-
tiendo a De Gaulle, al mismo tiempo, salir del callejón sin salida en que

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
él mismo acababa de encerrarse al arriesgar todo su prestigio. Negociar
bajo el arbitraje de su gobierno en ese momento era, sin duda alguna,
hacerle recuperar su legitimidad en el momento en que esta era más
cuestionada.
Las negociaciones de Grenelle del 25 de mayo no condujeron a nada
con relación a la escala móvil de los salarios, la edad de retiro, el regreso
a las 40 horas o la abrogación de las normativas concernientes a la segu-
ridad social; daban garantías a los aparatos sindicales con la creación de
los sectores sindicales en las empresas, preveían importantes aumentos
de salarios (35 % más por encima del SMIG3 y 10 % más sobre los otros
salarios) y el pago del 50 % de los días de la huelga.
La CGT, a través del secretario general Séguy, acompañado del nego-
ciador de los acuerdos de Matignon4 de 1936, iba a poner a prueba los
resultados ante los obreros de Billancourt: estos manifestaron ruidosa-
mente su indignación. La oposición de los obreros al regateo de esta
negociación se expresó en la voluntad de no terminar la huelga, pero las
capitulaciones no fueron masivamente condenadas en la base.
La CGT no tenía cura: no tenía caso que esta fuera a renegociar a
Grenelle. Como si fuera poco, se involucró en negociaciones, sobre es-
tas bases, al nivel de sectores y de empresas, rompiendo de hecho la
unidad de la huelga general. Su esperanza era que la huelga iría apagán-
dose al tener todos la posibilidad de regresar al orden.

3
Salaire Minimum Interprofessionnel Garanti [n. de la R.].
4
Por Matignon se refiere a la oficina del primer ministro de Francia [ n. de la R.].

57
Los días cruciales

Sin embargo, de inmediato, el rechazo de Grenelle por parte de los tra-


bajadores no hizo sino tornar más aguda la crisis política.
El 27 de mayo se sostuvo la reunión en el estadio Charletty que agru-
pó a 50 000 personas al llamado de la UNEF, con el apoyo de la FEN,
de la CFDT y en presencia de Pierre Mendès-France. El movimiento
estudiantil, incapaz de proponer una alternativa política real, se viró
hacia la izquierda. Mendès-France no tenía nada que proponer.
Mitterrand, consciente del vacío político, buscó una alternativa insti-
tucional: anunció su candidatura a la presidencia de la República y pro-
puso a Mendès-France como primer ministro. Este declara estar de
acuerdo en dirigir un gobierno de izquierda unida que Mitterrand defini-
rá «compuesto por 10 miembros escogidos sin exclusividad ni dosifica-
ción». Abrió así la puerta al PCF, por una razón que explicará más tarde:
J’estimais que la présence communiste rassurerait plutôt qu’lle
n’inquièterait… je savais que ni leur rôle, ni leur nombre dans
l’équipe dirigeante n’avait de quoi effrayer les gens raisonnables
qui, à l’instant même, voyaient dans la CGT et Séguy les derniers
remparts d’un ordre public que le gaullisme se révélait impuissant
à proteger face aux coups de boutoir des amateurs de la révolution.5
EL PCF afirmaba que «no había en Francia política de izquierda o de
progreso social sin la participación de los comunistas» y hablaba de «go-
bierno popular».
El 29 de mayo la CGT organizó una manifestación enorme (500 000
personas) a favor de un «gobierno popular». En esta, la JCR coreaba
«¡Gobierno popular sí, Mitterrand, Mendès-France no!», consigna
retomada por muchos de los manifestantes. Pero esta consigna no solu-
cionaba las cuestiones de fondo: ¿un gobierno para hacer qué, respon-
sable ante quién? Esta, simplemente, tenía el mérito de señalar una

5
Yo estimaba que la presencia comunista aseguraría, sobre todo, que la misma no sería motivo
de inquietud […] yo sabía que ni su papel, ni su número en el equipo dirigente, habría de
asustar a las gentes razonables quienes, en ese momento, veían a la CGT y a Séguy como las
últimas defensas de un orden público que el gaullismo se mostraba incapaz de proteger en
frente de los golpes violentos de los amateurs de la revolución [n. de la T.], François Mitterrand:
Ma part da vérité: De la rupture à la unité, Payard, Paris, 1986.

58
solución, quizás transitoria, que permitiría no resignarse a la impoten-
cia en el plano político, cuyo próximo paso debía ser explicar las tram-
pas de los mecanismos institucionales sobre los cuales Mitterrand y otros
querían encauzar al movimiento.
El vacío del régimen no era solo simbólico. Esas pocas jornadas entre
el 27 y el 30 de mayo fueron el punto culminante de la crisis política. El
Estado fuerte gaullista se manifestaba, por el momento, incoherente y
paralizado. El enfrentamiento con ese Estado se planteaba sin que el
movimiento, por su propia fuerza, pudiera desarrollar una alternativa

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
política.
Por su parte, las direcciones reformistas intentan proponer una solu-
ción en el marco de las instituciones. Pero ello únicamente porque la
situación les parece totalmente bloqueada, sin que necesariamente de-
seen que el proceso llegue hasta el final. Es cierto que el traspaso de los
poderes habría podido hacerse de la manera más legal del mundo si el
viejo general se hubiese rendido: después de todo, este último había
llegado al poder 10 años antes gracias a las barricadas de Argel. Pero
esto habría significado que la izquierda tomaba parte de su legitimidad
directamente de la calle y no mediante las urnas, y esto no es lo que
quería, para no tener que rendir cuentas.
Al comprender que podía apoyarse en esta capitulación, De Gaulle
pasó a la ofensiva.

El poder gaullista se restablece

De Gaulle desapareció el 29 de mayo y dejó que la duda se apoderase


de los ánimos. Una verdadera atmósfera de sálvese quien pueda reinaba
entre los políticos de derecha, vueltos locos ante su pretendida desapa-
rición, a tal punto que Valéry Giscard d’Estaing, futuro presidente de la
República, declaró: «El gobierno que, a pesar de una moratoria, no lo-
gra restablecer la autoridad del Estado ni hacer que Francia regrese al
trabajo, debe renunciar por sí solo».
De Gaulle se marchó a consultar al general Massu en Baden-Baden.
El 30 de mayo retomó el control de la situación. A las 4:30 de la tarde
los acontecimientos parecían suceder por un golpe de efecto cuidadosa-
mente montado para su puesta en escena: en un discurso combativo e
incisivo, De Gaulle anunció que no se retiraría, que no cambiaría al

59
primer ministro y que se disolvía la Asamblea Nacional, provocando así
elecciones anticipadas en las que iban a incluirse las organizaciones
reformistas.
Entre sus partidarios, el alivio fue proporcional al gran temor que
experimentaron. Desde las 8:00 a las 10:00 p.m., al llamado de diversas
organizaciones gaullistas reunidas por el movimiento de la extrema de-
recha de Occidente, mercenarios, antiguos combatientes de la Argelia
francesa, cientos de miles de personas desfilaron por los Campos Elíseos
dando la impresión de un verdadero maremoto. Manifestaciones del
mismo tipo se daban un poco por todas partes.
Esta fue una verdadera ducha de agua fría para todos aquellos que
habían creído en su renuncia. Comenzó a reinar cierta sensación de ines-
tabilidad entre los huelguistas, e incluso cierto abatimiento. Es enton-
ces que las negociaciones por sectores, y también a nivel de empresas,
se pusieron realmente en marcha con la esperanza, esta vez, de salir de
la crisis al menor costo dando simplemente a los sindicatos la oportuni-
dad de regresar al trabajo sin mayores afectaciones.
Al anunciar el 30 de mayo que mantendría su mandato y que habría
nuevas elecciones legislativas, De Gaulle no hizo más que asestar un gol-
pe a la moral de los huelguistas. Permitió a las estructuras sindicales reto-
mar la iniciativa tras el fracaso de Grenelle al explicar que era posible
regresar al trabajo sin haber obtenido todo lo que se demandaba –ni si-
quiera gran cosa– pues de todas maneras un gobierno de izquierda pasaría
las cuentas en su lugar gracias a las elecciones. Lo mejor sería que estas
últimas ocurrieran lo más rápido posible. Por lo tanto, había que regresar
«al orden y a la unidad».
Sin embargo, el regreso ocurrió no sin sobresaltos. El Estado hace un
esfuerzo para poner en marcha las empresas que de él dependen: las
carboneras, la EDF, la RATP o la SNCF. Estaba listo para sacar de los
bolsillos un poco más que los patrones del sector privado con el propó-
sito de crear un efecto psicológico (resulta interesante notar que la ga-
solina reapareció milagrosamente después del 30 de mayo) y porque no
servía de nada querer poner en marcha la industria, en especial el sector
privado, sin transporte ni energía.
El descenso es lento: hay aún 6 000 000 de huelguistas el 5 de junio,
3 000 000 el día 10, más de 1 000 000 el 15. En Renault-Billancourt, el
trabajo no comienza hasta el 17 de junio.

60
Con respecto a esto, el conflicto no es ya el mismo. Por el contrario,
permaneció minoritario pero se volvió más duro, más áspero ante la
resistencia de los patrones, quienes pensaban poder salirse con el me-
nor costo. Del 7 al 10 de junio, obreros y estudiantes se encontraron,
codo a codo, en Flins. Hubo un muerto, un joven que trataba de escapar
de los policías. Al día siguiente, hay verdaderos motines en Sochaux, en
los alrededores de la fábrica de Peugeot, donde murieron dos obreros.
La CGT cerró los ojos, presurosa por terminar…
Después de las elecciones, De Gaulle obtuvo una mayoría absoluta

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
en el parlamento, totalmente inesperada. Su partido, el UDR, alcanzó
incluso su mejor registro. El movimiento había sido dirigido contra la
derecha, pero es esta quien se beneficia de su fracaso y del regreso al
orden. Con respecto al PCF, que es aún el partido de izquierda más
importante, fue mal recompensado: después de haber denunciado am-
pliamente durante todo el movimiento a los «provocadores izquierdis-
tas», se revirtió el chantaje de la guerra civil por parte de toda la derecha
y del mismo De Gaulle.

¿Una crisis revolucionaria en mayo-junio de 1968?

La JCR de la época quería, sobre todo, un «ensayo general», una primera


etapa de la revolución. A pesar de todo lo hizo, y con cierta lucidez: la
misma extrema izquierda, con la adición de diferentes grupos, no se
manifestó capaz de organizar a los sectores decisivos de la población y
Charléty demostró las limitaciones del movimiento, la ausencia de una
perspectiva política. Se estaba aún lejos de una situación de doble po-
der: esta es la razón por la que la JCR prefiere hablar de «situación
prerrevolucionaria».
El problema en sí también merece que nos detengamos y repasemos las
características principales que revelaba Lenin a propósito de una si-
tuación revolucionaria: cuando los de arriba no pueden seguir gobernan-
do como hasta entonces y cuando los de abajo no pueden soportarlo más.

¿Los de arriba?

Las grandes administraciones fueron afectadas por la huelga, más allá


de ser menores que la industria. Los medios, las comunicaciones, los
61
transportes, la producción de energía, todos resultaron afectados. Aho-
ra ya se sabe, hubo oscilaciones incluso en ciertos sectores de la policía,
el gobierno reunió todos los recursos de la gendarmería. Pero las fuer-
zas armadas se mantuvieron, mayoritariamente, fuera de la crisis.
La patronal expresó una inquietud proporcional a la sorpresa. En el
momento mismo de las negociaciones de Grenelle, una nota del centro
de estudios empresariales analizó la sección sindical de la empresa como
la «prochaine étape de l’escalade marxiste… pièce maîtresse du méca-
nisme totalitaire marxiste-leniniste»:6 un embrión soviético. Esta misma
nota estimaba que «la sauvegarde des libertés naturelles, fondement de
la civilisation chrétienne et d’une véritable démocratie respectant les
libertés concrètes de chacun»7 estaba también en juego. ¡Nada más y
nada menos! Pero, exactamente, ¿qué realidad traduce esto?
Los responsables políticos parecen haber sido rebasados. Pareciera
incluso que este fue el caso de De Gaulle, quien se preparó para una
represión masiva para detener la «anarquía», a diferencia de su Primer
Ministro.
Lo que resultó significativo fueron la fuerza y la lucidez del aparato
estatal con respecto a la debilidad de la mayoría de los hombres políti-
cos, su capacidad de apreciar la relación real de las fuerzas. Pompidou,
primer ministro y banquero, prefirió la absorción al enfrentamiento, con-
tando con la división entre jóvenes y trabajadores. Los responsables del
aparato represivo, siguiendo este análisis, hicieron esfuerzos considera-
bles para evitar el cambio mortal luego de los enfrentamientos. Para
ellos, claramente, se trataba de una revuelta estudiantil, no de una revo-
lución obrera, y adaptaron la respuesta policial a estas circunstancias.
¡Los tres muertos fueron asesinados frente a las fábricas!
Entre las cuatro y seis semanas siguientes, el movimiento fue tal que
el aparato del Estado no contó con todos sus instrumentos y no pudo
gobernar como antes, aunque pudo intervenir. Se puede hablar de crisis
política en la medida que hubo un vacío en el gobierno durante algunos
días. Pero no hubo vacío de poder.

6
[…] próxima etapa en la escalada marxista […] pieza maestra del mecanismo totalitario
marxista-leninista [n. de la T.].
7
[…] la salvaguarda de las libertades naturales, fundamentos de la civilización cristiana y de una
verdadera democracia respetuosa de las libertades concretas de cada uno [n. de la T.].

62
¿Los de abajo?

Fue la más grande huelga general que hubo en Francia. La iniciativa


partió de una buena parte de los jóvenes trabajadores combativos y en
algunos lugares se estableció en las calles un vínculo entre los estudian-
tes y los obreros jóvenes. Durante un mes, todo el país vivió al ritmo de
la huelga. En medio de cierto ambiente de fiesta, millones de huelguis-
tas demandaron más que reivindicaciones económicas, materializaron
su rechazo a De Gaulle y a la sociedad. En fin, los problemas de los

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
explotados y de los oprimidos fueron discutidos y mejor aún: mientras
que el «socialismo real» en Europa del Este hacía soñar cada vez me-
nos, la utopía era nuevamente admitida, acompañada de una crítica ra-
dical a todos los mecanismos del capitalismo.
Pero le faltaba a este movimiento una verdadera capacidad para rea-
lizar este proyecto, en términos de poder. Mayo-junio de 1968 no fue
una situación revolucionaria: aun si el gobierno vaciló, los de arriba
mantuvieron el poder, y los de abajo, aun si se movilizaron con fuerza,
estuvieron lejos de imaginar arrancarlo y menos aún de reemplazarlo
por alguna otra cosa.
Este movimiento no se dotó con ninguna forma democrática de re-
presentación, y menos de centralización. Ni los estudiantes ni los obre-
ros. Si bien las discusiones fueron permanentes en las facultades y en
algunos lugares abiertos, ellas no se tradujeron en decisiones, en proce-
sos de designación de representantes democráticos del movimiento. En
las fábricas raramente hubo verdaderas asambleas y casi nada de autor-
ganización, de estructuración de comités de huelgas o de experiencias
de control obrero, incluso parciales. En ausencia de la representación
democrática del movimiento huelguista, el problema de su centraliza-
ción ni siquiera fue formulado.
La vanguardia obrera que existía estalló, dividida y desintegrada. Se
volvió incapaz de orientar a los miles de huelguistas con respecto a las
perspectivas políticas. La debilidad de la extrema izquierda revolucio-
naria y su extrema dispersión en múltiples pequeños grupos, a menudo
sectarios, no permitió superar esta situación.
Se produjo entonces un desfase entre la fuerza del movimiento y su
contenido. Una situación tal podría haber cambiado, mas para ello era
necesaria una fuerza política, dramáticamente ausente en 1968.

63
El rechazo a ceder de esta huelga, que se expresó en las demandas del
movimiento, no se materializó como consecuencia de las rupturas sig-
nificativas con los aparatos reformistas. Este fenómeno también ha de
ser reubicado en los límites de una situación objetiva donde se aprecia-
ba un sostenido período de crecimiento y donde nada vital para la po-
blación se puso en juego.

¿Qué queda de 1968?

Este acontecimiento mayor de la lucha de clases modificó profunda-


mente a la sociedad francesa y a su vez tuvo una repercusión importan-
te más allá de sus fronteras: constituye una de las fechas clave en la
recomposición del movimiento obrero a finales del siglo XX. Hay razo-
nes profundas que justifican esto.
Contra aquellos que hacen de 1968 la última gran huelga del siglo XX,
sostenemos que esta es la primera huelga general de una sociedad don-
de entre el 80 % y el 90 % de la población era asalariada. Esta demostró
que en un país capitalista avanzado, un movimiento de semejante am-
plitud, que toca a todas las capas de la población, que amenaza a la
autoridad, al Estado, que desborda la legalidad burguesa, es posible.
Demostró que las formas de lucha de la clase obrera pueden propagarse
a otros sectores de la sociedad.
Mayo del 68 fue el catalizador de la emergencia de una nueva genera-
ción política y social. La modificación profunda de la relación de fuer-
zas entre las clases produjo efectos directos hasta mediados de los años
70. Un proceso de politización dentro de la clase obrera permitió la
aparición de corrientes que cristalizaron a la izquierda de los reformis-
tas. Las relaciones de fuerza en el seno del movimiento obrero comen-
zaron a cambiar, la hegemonía del PCF fue batida en retirada. Una
corriente revolucionaria apareció a la izquierda del PCF y resultó reco-
nocida, incluso dentro de las empresas incluso sin ser capaz aún de
cambiar el orden: las ilusiones electorales en el programa común de la
unión de la izquierda dominaban en los años 70, siguieron las desilusio-
nes de los años Mitterrand y el ascenso de la extrema derecha durante los
80 y los 90.
Hoy, la situación es diferente. Los años de gestión capitalista han redu-
cido considerablemente el crédito con el que contaba la socialdemocra-

64
cia, y más aun el PCF. En el contexto de la recuperación global de la
conciencia y de la combatividad del proletariado, una nueva generación
reanuda las luchas, rompe con los aparatos tradicionales de la izquierda y
del movimiento obrero. La extrema izquierda hace más que obtener acep-
tación. Comienza a representar una alternativa, ciertamente modesta, pero
esta es una adquisición inestimable ante la perspectiva de próximas lu-
chas que serán aún más decisivas.
Porque en el momento en que la mayoría de la población estime que las
generaciones futuras vivirán en peores condiciones que aquellas que les

JEAN-FRANÇOIS CABRAL, CHARLES PAZ / La huelga general de mayo-junio de 1968. ¿Cuál es su vigencia para los revolucionarios?
precedieron, cuando los desastres ecológicos y sociales de un capitalis-
mo desbocado hunda a millones de trabajadores en la miseria, la rebe-
lión no es solamente posible, sino que habrá más razones para hacerla
aún más radical que hace 40 años.
Como escribieran Daniel Bensaïd y Alain Krivine en 1968, fins et suites:
«Si nous devions garder quelque chose du messianisme de Mai, c’est ne
pas l’utopie qui tient lieu de politique […]. C’est l’irruption, la brèche,
l’évènement, la porte étroite par où peut, à tout momento, entrer du
possible».8 Sí, otro mundo es posible, ¡ahora más que nunca!

París-Rouen, 5 de mayo de 2008.

8
[…] si debiéramos conservar alguna cosa del mesianismo de Mayo, no es la utopía que toma el
lugar de la política […]. Es la interrupción, la brecha, el suceso, la puerta estrecha por la que
se puede, en cualquier momento, acceder a lo posible [n. de la T.], Daniel Bensaïd, Alan
Krivine: 1968, fins et suites, La Brèche, Paris, 2008.

65
RUTH No. 2/2008, pp. 66-73

JAN MALEWSKI*

1968-2008. Una brecha fue abierta,


a nosotros toca ampliarla**

El viejo mundo, configurado tras la Conferencia de Yalta, había permitido la existencia


de regímenes autoritarios y de Estados fuertes y estables. Por ello el 68 amenazó la estabili-
dad de los regímenes autoritarios. Este año abrió un período de renovación de las resistencias
anticapitalistas y antiburocráticas con la aparición de una nueva izquierda, crítica y radical en
los países capitalistas. Hoy, 40 años después, el centro de las aspiraciones de los trabajadores
–el rechazo al autoritarismo y las exigencias de democracia, la necesidad de igualdad y de
condiciones que permitiesen la autorrealización, el rechazo al capitalismo y a sus guerras–
mantiene su actualidad.

Mayo del 68 en Francia. La rebelión estudiantil y la huelga general que


siguió a los combates de la juventud en el Barrio Latino de París fue el
punto culminante de las movilizaciones anticapitalistas, antimperialistas
y antiburocráticas en el mundo entero después de la ofensiva del Têt
contra la ocupación estadounidense en el sur de Vietnam, pasando por
la revuelta estudiantil en Polonia y Yugoslavia, la Primavera de Praga
en Checoslovaquia, las movilizaciones antiguerra y antiautoritarias en
Alemania del Oeste, en Gran Bretaña y en Estados Unidos, el comien-
zo de las luchas feministas en América del Norte, en Alemania occiden-
tal y en Gran Bretaña, la rebelión estudiantil en México, las luchas de
los jóvenes en Japón…
El viejo mundo, establecido tras la Conferencia de Yalta entre
Churchill, Roosevelt y Stalin, ese mundo que había permitido la exis-
tencia o la consolidación de regímenes autoritarios y de Estados fuertes
y estables, tanto al Este como al Oeste con la colaboración de los par-

* Redactor de la revista francesa Inprecor, miembro del Buró Ejecutivo de la IV Internacional.


** Publicado originalmente en francés en Inprecor, 2008; 538: mayo, «1968-2008. Une brèche
s’est ouverte, à nous de l’élargir», fue traducido del francés por Jacqueline Laguardia Martínez.

66
tidos comunistas y socialdemócratas, y que había reprimido las aspira-
ciones a la autoemancipación que la Revolución Bolchevique había
puesto sobre la escena durante cierto tiempo, se resquebrajaba por to-
das partes.
A pesar de ciertos frenazos en seco –el aplastamiento de la rebelión
estudiantil en Yugoslavia, en Polonia y en México y la «normalización»
de Checoslovaquia– el año 1968 amenazó la estabilidad de los regíme-
nes autoritarios. Este año abrió un período de renovación de las resis-
tencias anticapitalistas y antiburocráticas con la aparición de una nueva
izquierda, crítica y radical en los países capitalistas, así como de una
disidencia que va a alejarse del marxismo identificado masivamente con
el lenguaje de la represión, en los países del «socialismo real».

El proletariado está de regreso

En los años 60 una nueva generación, que no había conocido el agota-


miento de la Segunda Guerra Mundial1 ni la decepción de las «liberacio-
nes» inacabadas, se incluía en la escena política y social. El rechazo a
las guerras coloniales (Argelia, Vietnam) la radicalizó. No estaba dis-

JAN MALEWSKI /1968-2008. Una brecha fue abierta, a nosotros toca ampliarla
puesta a aceptar autolimitaciones, ni los peligros de la derrota –aún
posible– o del «fascismo» (temor siempre presente en las generaciones
militantes más viejas), ni la esperanza que aún representaría la idealiza-
ción del «socialismo real» que exigía la alineación. Moviéndose entre
estos miedos y sueños, el estalinismo, apartado de las instituciones gu-
bernamentales del mundo capitalista durante el transcurso de la Guerra
Fría, había tenido éxito –en ciertos países más desarrollados– en mante-
ner una poderosa identidad obrera en verdaderas contrasociedades con
sus símbolos y su cultura –opuesta al capitalismo y sujeta al mito de la
Unión Soviética, a la que alababan cortándole las garras–. Este rol era
desempeñado por la socialdemocracia, capaz de redistribuir las migajas
del largo período de crecimiento en el marco del compromiso «fordista».2
1
«Il leur faudrait une bonne guerre» [Les haría falta una buena guerra], gustaban de repetir los
conservadores –incluyendo a los partidos comunistas que aún se pretendían «revoluciona-
rios»– ¡frente a las revueltas de los estudiantes!
2
La aceptación de las condiciones de trabajo que reducían al mínimo los salarios a cambio de
aumentos, pequeños pero regulares, y por tanto, en una situación de relativa estabilidad
financiera, también del nivel de vida.

67
Para el movimiento obrero tradicional, el momento era el de la «coha-
bitación pacífica» y de «la transición pacífica al socialismo» que de se-
guro llegaría (y las experiencias «francesa», «italiana», serían «mejores»
que la experiencia soviética, más «civilizadas» y menos «asiáticas»).
La Revolución Cubana, a la que el bloque imperialista no había podi-
do obligar a someterse a las exigencias del Kremlin, había indicado otro
camino. El asesinato del Che Guevara en 1967 en Bolivia, en lugar de
significar la imposibilidad de la lucha contra el absoluto poder imperia-
lista, fue percibido, al contrario, como un ejemplo a seguir. Se volvió un
símbolo de la lucha consecuente por la justicia, la igualdad y la libertad,
ejemplo de un verdadero compromiso revolucionario de aquel que, diri-
gente de una revolución victoriosa, ministro y hombre de Estado, murió
con las armas en la mano en unas montañas alejadas, sediento, ham-
briento y enfermo, mas intentando crear «dos, tres… muchos Vietnam»,
mientras que los jerarcas del Kremlin, portando sus blandos sombreros,
invitaban a los jefes de los Partidos Comunistas a descansar bajo el sol
de Crimea.
A pesar de los comunicados triunfantes del ejército de ocupación
estadounidense en Vietnam, el Frente Nacional para la Liberación de
Vietnam del Sur, que debía haber sido liquidado (si hubiéramos de creer-
les) varias veces, lanzaba su ofensiva de Têt en el mismo momento que
Estados Unidos anunciaban haber arrojado sobre Vietnam más bombas
que las lanzadas sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.
¡Y la policía militar imperialista no conseguía defender la Embajada de
Estados Unidos en Saigón! ¡Y luego, en París, los estudiantes –una pe-
queña parte de la población– resistían el poder del Estado gaullista y
levantaban barricadas! ¡Y la represión, en lugar de apagar el fuego, en-
cendía las llamas de la solidaridad!
Al romper con la socialdemocracia y con los partidos comunistas pro
Moscú, una nueva izquierda marxista, presente sobre todo en el movi-
miento estudiantil, apareció en el transcurso de los años 60. Esta era
reducida y estaba dividida. La idealización de la «revolución cultural»
china, apreciada especialmente en su dimensión antiburocrática, con-
dujo a una parte importante de aquellos que cuestionaban al «marxismo
de mausoleo» del Kremlin al callejón sin salida del maoísmo. Las orga-
nizaciones trotskistas, a pesar de la reunificación de la IV Internacional
en 1963, permanecían débiles y divididas. En Francia, por ejemplo, se

68
podían contar por centenas el conjunto de los militantes de la dividida
izquierda revolucionaria –algunos miles si se les adicionaban los del
Partido Socialista Unificado (PSU)– contrastando con los cientos de
miles de militantes del Partido Comunista y las decenas de miles de la
vieja SFIO. Dentro del movimiento sindical los militantes de la extrema
izquierda estaban prácticamente ausentes… El papel jugado por estos
pequeños grupos en la explosión de Mayo del 68 resulta, entonces, aún
más impresionante.

Revueltas antiburocráticas

En los países del «socialismo real» se vivían los últimos sobresaltos de


la desestalinización, cambio profundo del modo de dominación buro-
crático que, desde los tiempos de Stalin, significaba la incertidumbre
del futuro de cada miembro de la élite social –susceptibles de perder, de
un día a otro, su lugar privilegiado por la decisión tomada en nombre del
«padrecito del Pueblo»– y terminar sus días en los campos de trabajo.
Entre un cuarto y un tercio de la población soviética sufrió esta forma
de trabajo forzado y no retribuido. La rebelión en los campos al anun-

JAN MALEWSKI /1968-2008. Una brecha fue abierta, a nosotros toca ampliarla
cio de la muerte de Stalin obligó a la burocracia a tomar el control de
este Estado dentro del Estado que comenzaba a constituir el aparato
de represión y de gestión de los campos, capaz de aterrorizar a la socie-
dad de arriba a abajo y de proveerse de fuerza de trabajo a partir de sus
necesidades crecientes.
La desestalinización significó el fin de esta forma de terror y un in-
tento de garantizar la dominación de las élites burocráticas de una ma-
nera menos bestial. Dicho de otra forma, significaba la estabilización
social de una sociedad inestable por definición pues esta no se había
fundado sobre nuevas relaciones de producción. Desde 1956, en Polo-
nia y Hungría, el abandono del terror brutal (pero no de la represión)
abrió las compuertas de la contradicción principal en este tipo de socie-
dad: el matrimonio inestable de la propiedad estatal –presentada como
colectiva– de los medios de producción y de su gestión privada por una
élite ilegítima, incapaz de garantizar la realización de las necesidades
sociales porque las desconoce debido a su estatus privilegiado y alejado
de las masas.

69
En Hungría, la represión brutal que siguió a la intervención militar
soviética, en noviembre de 1956, aplastó y redujo por mucho tiempo la
espontaneidad obrera. En Polonia, la normalización fue más lenta, ba-
sada en la división entre los obreros –rápidamente disciplinados y repri-
midos– y la intelligentsia que se benefició, algún tiempo, de espacios de
libertad intelectual. En marzo de 1968 esta normalización llegaba a su
término y es contra la liquidación de los últimos espacios de libertad
que el movimiento estudiantil se sublevó. Aislado de los trabajadores,
este fue brutalmente doblegado.
En Yugoslavia, donde desde la ruptura con la Unión Soviética se
había seguido un camino no estalinista y donde la clase obrera gozaba
de una autonomía limitada en el espacio de la empresa a través de la
autogestión, el régimen también decidió poner pausa a la ampliación de
esta autonomía cuando los estudiantes de Belgrado exigieron, en junio
de 1968, libertades políticas que amenazaban la posición de la burocra-
cia dominante.
En China, donde la fracción de Mao había jugado con fuego antes del
conflicto interburocrático que siguió a la ruptura con Moscú, dejando a
la juventud estudiantil arreglar sus cuentas con los privilegiados en la pri-
mera fase de la Revolución Cultural –lo que se hizo con frecuencia con una
brutalidad increíble que se manifestaba en linchamientos públicos de
dirigentes locales forzados a la autocrítica antes de ser liquidados– el
ejército puso coto a la autonomía de los Guardias Rojos.
En Checoslovaquia, donde la dirección del Partido Comunista frenó
la liberalización y la desestalinización ante el impacto de 1956 en Polo-
nia y Hungría, el cerrojo acababa de caer. La Primavera de Praga comenzó
recuperándose la esperanza en un «socialismo con rostro humano» y
acusando nuevamente, a la luz pública, a la contrarrevolución estali-
nista. La intervención militar de los países del Pacto de Varsovia el 21
de agosto de 1968, a la que acompañará la dirección Dubcek del Par-
tido Comunista para garantizar la «normalización», pondrá fin a esta
esperanza.

La cortina de plomo de las estructuras

Si entre mayo y junio de 1968 las estructuras profundamente conserva-


doras del viejo movimiento obrero no lograron impedir la generaliza-

70
ción de las huelgas, sí fueron lo suficientemente poderosas para negociar
a espaldas de la huelga general más larga de la historia de Francia, para
reducir las ocupaciones de fábricas y para bloquear la autorganización de
los trabajadores. La huelga general no tuvo su propia dirección, que fue
elegida en las asambleas generales, y se organizó a través de las coordina-
ciones locales, regionales y nacional. Así, en la altamente industrializada
región de Nord-Pas de Calais, «il n’y eut de comités de grève élus que
dans 14 % des cas, des comités de grève comprenant des non-syndiqués
que dans 23 % des cas, des comités de grève révocables en assemblée
générale que dans… 2 % des cas».3 El «caudillismo», la orientación de
tareas a los «especialistas» (sindicalizados fijos y dirigentes políticos) y la
confianza en ellos aún dominaba.
La experiencia de la huelga de mayo-junio y su resultado –cuyos lo-
gros quedaron por debajo de los obtenidos en 1936 y de cuando la Libe-
ración, a pesar de haber sido esta huelga más larga y masiva– abrieron
las primeras brechas, en particular entre los jóvenes trabajadores, a la
hegemonía del partido comunista y del sindicalismo bajo su control.
En el transcurso de los años 70, los grupos revolucionarios fortaleci-
dos a fines de 1968 reforzaron su presencia en los sindicatos impulsán-
dolos a la lucha –de la misma manera que la sección francesa de la IV

JAN MALEWSKI /1968-2008. Una brecha fue abierta, a nosotros toca ampliarla
Internacional vio sus fuerzas recortadas desde 1969–, favoreciendo las
experiencias de autorganización y de unidad sindical y cuestionando la
tradicional división de tareas donde solo los fijos estabas activos y po-
dían negociar. Por el contrario, en el seno de la juventud –en Francia al
menos– la vieja izquierda perdía su hegemonía. El Partido Comunista
Francés sería, en lo sucesivo, incapaz de liderar las movilizaciones de la
juventud –en 1973, tras el gran movimiento contra la Ley Debré, fue un
militante de la sección francesa de la IV Internacional el portavoz del
movimiento.
Pero el peso de las estructuras tradicionales aún era importante. En
Francia, el Partido Comunista Francés junto al nuevo Partido Socialista
lograron salir fortalecidos de 1968 al reclutar también ellos a numero-
sos jóvenes. No fue sino bajo la presión de la ofensiva neoliberal y al

3
Los comités de huelga elegidos representan solo el 14 %, los comités de huelga que incluyen
a trabajadores no sindicalizados el 23 %, los comités de huelga revocables en asamblea
general… el 2 % [n. de la T.], Jacques Kergoat: «Sous la plage, la grève», en A. Arrous, D.
Epsztajn, P. Silberstein (dirs.): La France des années 1968, Sylepse, Paris, 2008, p. 71.

71
capitular ante esta que los aparatos del viejo movimiento obrero se de-
bilitaron y reconvirtieron al social-liberalismo. Es más, los partidos sali-
dos del estalinismo asistieron pasivamente a la implosión del «socialismo
real» y a la restauración del capitalismo en los países de avanzada de
aquel. Allí donde estos decidieron actuar, como en Italia por ejemplo, lo
hicieron en busca de la preservación de sus estructuras al integrarse a
las instituciones estatales burguesas y soltaron así su lastre ideológico
–al estilo del Partido Comunista italiano– o se acurrucaron sobre sí mis-
mos y sobre una ideología que roza la adhesión religiosa (como los ca-
sos del Partido Comunista portugués o del KKE griego).

Reconstruir un auténtico movimiento obrero

A 40 años de 1968, el movimiento obrero está profundamente debilita-


do. Sus estructuras burocráticas, comprometidas sobre todo con la
autopreservación, han dejado acumular sus derrotas cuando no las han
organizado ellos mismos –desde este punto de vista la destrucción de
los bastiones de la siderurgia en Europa, y en Francia particularmente,
incluso bajo un gobierno con la participación de socialistas y comunis-
tas, fue un ejemplo perfecto–. La construcción paciente –con una gran
inversión de militantes de la extrema izquierda– de nuevos sindicatos
en Europa del Sur y del Este aún no ha permitido compensar este debi-
litamiento. La izquierda política, en el Este en particular, está vacía. En
Europa occidental también se observa un espacio abierto que se reafir-
ma en pequeños éxitos electorales de la izquierda no institucionalizada.
Pero 40 años después de 1968, aquello que estaba en el centro de las
aspiraciones de los trabajadores –el rechazo al autoritarismo y las exi-
gencias de democracia, la necesidad de igualdad y de condiciones que
permitiesen la autorrealización, el rechazo al capitalismo y a sus guerras–
, mantiene su actualidad. El mundo de 2008 es más brutal, más desigual,
más hambriento y a la vez más rico que el mundo de 1968. Aquel que
condujo a la huelga general en Francia de mayo-junio de 1968 aún está
presente. Esa chispa todavía puede prenderle fuego a la sabana.
Lo que cambia es la capacidad de control de las estructuras: la rela-
ción de fuerzas, no con el capital que domina y refuerza su dominación
autoritaria, en particular al construir instituciones absolutistas paraesta-
tales de la Unión Europea, sino en el seno del transformado movimiento

72
obrero. La cortina de plomo estalinista ya no existe, el control hegemóni-
co de la socialdemocracia tampoco. Las direcciones sindicales potencial-
mente alternativas han hecho su aparición. Nuevos partidos de izquierda
comienzan a aparecer a la izquierda de la socialdemocracia. El control
imperialista del mundo se agrieta nuevamente, sobre todo en América
Latina donde una nueva izquierda nacionalista radical gobierna en Vene-
zuela, Bolivia, Ecuador. Cierto que las fuerzas de los revolucionarios per-
manecen débiles, incluyendo a América Latina. Los movimientos
anticapitalistas buscan una estrategia, oscilan y pueden derrumbarse. La
ilusión de que sería posible cambiar el mundo empleando para este fin las
instituciones estatales burguesas es aún ampliamente dominante.
Es en este marco que surge la idea de un nuevo partido anticapitalista.
Un «nuevo partido», es decir un partido que no tenga nada en común
con aquellos que actualmente llevan el nombre de «partido» («el Parti-
do», así decían los estalinistas al hablar del Partido Comunista Francés):
una organización democrática, insumisa a los burócratas, que no tenga
más interés a defender que aquel de los explotados –el proletariado, los
asalariados, la clase obrera, quienes constituyen hoy la inmensa mayo-
ría de la población mundial– y capaz de indicar los mejores medios para
forjar sus luchas y sus victorias, aquello que los antiguos «partidos» no

JAN MALEWSKI /1968-2008. Una brecha fue abierta, a nosotros toca ampliarla
hicieron. Un partido «anticapitalista», que proclame alto y fuerte que
rechazará siempre el sistema donde el capital domine, que luche por
otra sociedad, igualitaria y democrática, fundada sobre una responsabi-
lidad colectiva de su gestión.
La construcción de un partido así está a la orden del día, y no sola-
mente en Francia. Sin dudas habrá diferente maneras de construirlo –a
partir de diversas historias nacionales, de diferentes relaciones de fuer-
zas en cada país–. En Polonia, por ejemplo, la iniciativa de construir el
Partido Polaco del Trabajo (PPP) fue asumida por un sindicato alterna-
tivo y combativo. En Alemania, la debilidad de las fuerzas revoluciona-
rias dejó la iniciativa de la ocupación de este vacío político a fuerzas
reformistas de izquierda. Es probable –incluso si esto no resulta desea-
ble– que ciertas tentativas no sean exitosas, al menos no de manera
inmediata, y que en ciertos países las nuevas formaciones, tales como el
ex PSU en Francia, no sean más que transitorias.
Pero el espacio existe para la construcción de nuevos partidos antica-
pitalistas, y esta es la principal diferencia con 1968.

73
RUTH No. 2/2008, pp. 74-79

EMIR SADER*

¿Qué 68 fue aquel?**

La amalgama de tantos fenómenos concentrados en un breve espacio de tiempo –que hicieron de


las décadas de 1920 y de 1960 las de mayor florecimiento de utopías y de sueños de asalto al
cielo– posibilitó, especialmente a la luz del desarrollo de los acontecimientos históricos que luego
tuvieron lugar, las más variadas lecturas. No pretendo abordarlas aquí, tan solo hacer una
lectura desde la izquierda de los hechos que se cruzaron en aquella década, así como de sus
significados posteriores.

Cuatro décadas después, ¿qué significado tuvo, y asumió posteriormen-


te, el 68 para la izquierda?
La amalgama de tantos fenómenos concentrados en un breve espacio
de tiempo –que hicieron de las décadas de 1920 y de 1960 las de mayor
florecimiento de utopías y de sueños de asalto al cielo– posibilitó, espe-
cialmente a la luz del desarrollo de los acontecimientos históricos que
luego tuvieron lugar, las más variadas lecturas. No pretendo abordarlas
aquí, tan solo hacer una lectura desde la izquierda de los hechos que se
cruzaron en aquella década, así como de sus significados posteriores.

Liberación y libertad

En los años 60 confluyeron diversas tendencias que venían desarro-


llándose por vertientes distintas. En primer lugar y como centro del
eje, se desarrollaban las luchas de liberación nacional en la periferia

* (Brasil, 1943). Sociólogo, coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de Universidad


del Estado de Río (UER) y actualmente es el Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoameri-
cano de Ciencias Sociales (CLACSO). Junto a Ivana Jinkings fue coordinador de Latinoameri-
cana: Enciclopédia contemporânea da América Latina e do Caribe (2007).
** Publicado originalmente en Margem Esquerda, «Que 68 foi aquele?», fue traducido del portu-
gués por Nelson Roque Valdés.

74
capitalista: el caso de Vietnam, que se volvió un punto de referencia
con el triunfo de 1954, al que se sumaron los de Cuba y Argelia, y ello
reveló que el fenómeno abarcaría los tres continentes del entonces lla-
mado Tercer Mundo. En segundo lugar estaban las luchas de liberación
individual de todas las formas de opresión colectivas (Estado, familia,
escuela, fábrica), de género o de etnia. Y, por último, la lucha contra los
dos grandes bloques que dominaban el mundo, el soviético y el estadou-
nidense.
Con todas las combinaciones posibles, de esas luchas resultaron ma-
nifestaciones libertarias que recorrieron el mundo: de París a México, de
Río de Janeiro a Tokio, de Berlín a Turín, de Londres a Karachi. El
elemento detonante, que las impulsó y las unificó, fue la solidaridad
con la resistencia vietnamita a la ocupación militar de Estados Unidos.
Pero en cada lugar se articularon con temas que localmente moviliza-
ban sobre todo a los estudiantes, como en París y en Brasil, o a los
obreros, como en el caso de Italia.
Así, el móvil fundamental de los movimientos de la época fue político:
contra el imperialismo estadounidense, y de solidaridad con Vietnam, con
una fuerte dimensión ideológica, tanto directamente política –cuyas imá-
genes predominantes fueron el Che, Mao Tse-Tung y Ho Chi Minh–, como
por la defensa de valores libertarios, que el «Prohibido prohibir» parisino
representa muy bien. El Mensaje a los pueblos del mundo a través de la
Tricontinental del Che, junto con El libro rojo de Mao, fueron tal vez los
textos más difundidos de la época. El llamamiento a crear «dos, tres…
muchos Vietnam» del Che unificaba a Cuba, a las guerrillas latinoameri-
canas, a Argelia, a las luchas africanas –entre ellas, la de Lumumba en
Congo– y a la resistencia en Indochina. China tenía entonces un papel
específico, determinado por la interpretación particular del mundo que
difundía y por el impulso a los grupos maoístas, de carácter fuertemente
doctrinario en torno a las obras de Mao, de la Revolución Cultural y de la
EMIR SADER / ¿Qué 68 fue aquel?

crítica a los «dos imperialismos», el soviético y el estadounidense.


Pero las grandes movilizaciones políticas desataron un inmenso poten-
cial libertario acumulado –y es eso lo que las diferencia de las otras grandes
oleadas de movilizaciones políticas–, especialmente entre la juventud,
que hizo su gran estreno en aquella década. Era aquella la generación del
baby boom, nacida al final o, en su mayoría, después de la Segunda Guerra
Mundial, en una oleada de crecimiento vegetativo típico de los períodos

75
que suceden a las incertidumbres de las grandes guerras. Era la genera-
ción de los «gloriosos 30», es decir, de las tres décadas de crecimiento
constante del Estado de bienestar social y de pleno empleo en Europa
Occidental, y de las grandes transformaciones de los años 50, que in-
cluyeron desde la expansión de los sistemas educativos, y en particular
de los universitarios, hasta el inicio de la sociedad «de consumo», de la
era televisiva, de la publicidad y del mundo de las imágenes. No por
azar su lema fue: «Sexo, drogas y rock ’n-roll», aunque los móviles políti-
cos no estuvieran incluidos en ellos.
Tercer Mundo, juventud, música, cine, rebeldía y protestas eran los
condimentos que se mezclaban, en diferentes proporciones, en cada
explosión de manifestación popular en la década del 60.

El asalto al cielo

¿Qué mundo era aquel de los años 60? Aquella década fue, junto con la
del 20, una en que las utopías se multiplicaron, en que parecía que el
asalto al cielo no solamente era posible, sino también probable e inclu-
so seguro. Fue una década en que los sistemas dominantes parecían
tambalearse, en que los sueños y las alternativas parecían tener su lugar.
El largo ciclo económico, el de la combinación virtuosa del gran cre-
cimiento económico de las tres principales locomotoras del capitalismo
(Estados Unidos, Alemania y Japón) con la expansión de las economías
soviética, socialista y tercermundista –del cual la industrialización de
Brasil, Argentina y México fueron ejemplos claros–, mostraba que esta-
ba llegando a su fin; pero dentro de un contexto que reflejaba todo ese
crecimiento y unía, como nunca antes, el aumento del poder adquisiti-
vo de amplios sectores urbanos, la extensión del sistema educativo, de los
medios de comunicación y del mercado editorial, al incremento de los sec-
tores jóvenes y estudiantiles.
Las demandas democráticas acumuladas se sumaron a las reivindica-
ciones libertarias del baby boom y esta mezcla explotó con el protagonis-
mo de la juventud, de los que tuvieron la felicidad de cumplir 20 años
en la década del 60.
Las luchas de liberación nacional y libertarias parecían formar parte de
un mismo mundo, en el que la derrota del imperialismo sería la derrota
del capitalismo y de cualquier forma de autoritarismo –desde los Esta-

76
dos burocráticos hasta las autoridades de todos los niveles–. El mundo
nunca más fue el mismo después de las barricadas del 68. Todos los
poderes pasaron a ser cuestionados, ninguna autoridad pudo imponerse
impunemente y ningún imperio pudo proclamarse imbatible.

La herencia del 68

Sin embargo, ni bien se abrió el año del 40 aniversario del 68, surgió la
sombra del revanchismo contra aquellas barricadas. Hace 10 años, en
las conmemoraciones de las tres décadas, el clima aún era otro: en Bra-
sil, toda la prensa intentó apropiarse del imaginario de los movimientos
de resistencia a la dictadura, como si las víctimas privilegiadas de las
manifestaciones no hubieran sido todos los órganos de la prensa, en la
época, conniventes con la dictadura militar. Parecía que habíamos triun-
fado, que habíamos conquistado todas las mentes y corazones. Sin em-
bargo, no quedaba claro contra quién luchábamos. Algo así ha vuelto a
ocurrir. La serie de audiovisuales de la cadena O Globo sobre la Marcha
de los 100 000 no se atrevió a reproducir el tipo de cobertura que el
periódico hacía en aquel momento, tanto de mentiras dichas como de
hechos no comentados, incluido el de que había 100 000 personas en la
marcha.
Hoy, un cronista de ese mismo periódico afirma que, en su opinión,
lo mejor hubiera sido que el 68 no hubiera existido. ¿Quien ganaría si
esa mágica retrospectiva de los sueños de la derecha pudiera realizarse?
¿Qué dejaríamos de tener? ¿Cómo seríamos sin el 68?
Lo que ocurrió en aquella década tuvo tal dimensión que es práctica-
mente imposible hacer ese ejercicio. Fue la década de la solidaridad
mundial con el pequeño país asiático que osó resistir y derrotar a la
mayor potencia imperial de la historia de la humanidad. Si no se hubiera
dado esa derrota, es posible imaginar la prepotencia imperial de Esta-
EMIR SADER / ¿Qué 68 fue aquel?

dos Unidos. Fue la derrota en Vietnam lo que impidió una nueva tenta-
tiva aventurera de invasión a Cuba, así como el ahora revelado intento
de emplear una bomba nuclear en China. Fue esa derrota, unida al es-
cándalo Watergate, lo que llevó a la renuncia de Nixon y al paso de
Estados Unidos por una crisis de legitimidad, en el vacío de la cual se
dieron sus nuevas derrotas –en Irán, en Nicaragua, en Granada y en
Angola.
Tampoco habría existido el «período Carter», de relativa distensión,

77
como resultado inmediato de la crisis combinada de la derrota en Viet-
nam con el escándalo Watergate. No habrían sido conquistados los dere-
chos de los movimientos negros, ni se hubiera producido la unión de la
lucha por los derechos civiles con aquella contra la guerra en Vietnam.
Si no hubieran existido las luchas del 68, no se entendería la lucha
contra todas las formas de economicismo y machismo. El movimiento
ecologista no podría contar con esa contribución que el 68, con su críti-
ca a la sociedad de consumo y al modelo productivista soviético –forta-
lecido por la imagen proyectada de la Revolución Cultural– produjo. La
liberación sexual, por su parte, introdujo los movimientos feministas y
la lucha contra el machismo.
Los 60 generalizaron la imagen más vista en todos los tiempos en
todo el mundo: la del Che, como guerrillero heroico, símbolo mundial
de la rebeldía; representan la esperanza de que las grandes transforma-
ciones revolucionarias son posibles y necesarias. Fue una década
anticonservadora, que cuestionó el orden y la represión. Promovió los
sueños, la utopía, los deseos, la liberación y la libertad.
De ahí las tentativas de la derecha de enterrar esa década, de apro-
piarse de ella despojándola de su carácter. En Brasil, los 60 no serían
nada sin la resistencia a la dictadura, sin la lucha armada, sin el secues-
tro del embajador estadounidense, sin la Marcha de los 100 000, sin las
huelgas obreras de Betim y de Osasco y sin el sacrificio de toda una
generación de militantes políticos de izquierda.

¿De incendiarios a bomberos?

Las trayectorias posteriores de gran parte de los protagonistas del 68


apuntan hacia la integración en la sociedad de consumo, en las huestes
de los partidos tradicionales, en las distintas formas de reproducción
del sistema de poder contra el cual lucharon un día. Una parte significa-
tiva –que va, en el panorama internacional, de los «nuevos filósofos» a
[Daniel] Cohn-Bendit, y, en el nacional, de [José] Serra a [Fernando]
Gabeira– considera que aquel fue el momento más generoso de sus vi-
das, un devaneo de juventud. Cohn-Bendit acaba de pedir disculpas por
todo lo que hizo. Gabeira lo hace diariamente. Serra revela la enorme
ambición por el poder condenada por el 68, y la alianza con lo peor del
empresariado paulista, la esencia misma del capitalismo brasileño. To-

78
dos purgan y purgarán sus pecadillos de juventud por el resto de sus
vidas. No dejaron de estar determinados por las decisiones tomadas en
aquel momento, solo que ahora lo pagan ante las élites dominantes –a
las que se atrevieron a desafiar con gestos insensatos, comprensibles
por su juventud– el precio de la reintegración con la reafirmación coti-
diana de que ya no son lo que fueron. Pasaron rápidamente de «ex» a
«anti», de izquierdistas a ex izquierdistas y, de ahí, a antizquierdistas.
Si Cohn-Bendit trata de borrar su pasado –y el propio pasado, ente-
rrándolo–, otros, como Tariq Ali, Daniel Bensaïd y muchos más en
Brasil, seguimos fieles a la lucha por la liberación y por la libertad. El
capitalismo solo acentuó su carácter antisocial, antidemocrático e im-
perial. La sociedad de consumo exhibe día a día su carácter expoliador,
material y espiritualmente. El anticapitalismo y el antimperialismo
continúan siendo nuestro norte, el norte humanista en el mundo del
siglo XXI, 40 años después.

EMIR SADER / ¿Qué 68 fue aquel?

79
RUTH No. 2/2008, pp. 80-85

RAFAEL RODRÍGUEZ BELTRÁN*

Caliginoso Mayo**

La novela francesa actual no le da totalmente la espalda a la realidad contemporánea y ha


enfrentado en estas casi cuatro últimas décadas las temáticas más vigentes de la sociedad
contemporánea: los sucesos de Mayo de 1968 no podían faltar en esta lista. Tarea de los
historiadores es estudiar con objetividad este conflicto que sacudió las bases de la sociedad
francesa de entonces. Los novelistas, en cambio, nos brindan su visión mediatizada por la
actitud antes, durante y después de los hechos, por su trayectoria filosófica, política y cultural,
en fin, por toda su subjetividad e instinto creativo.

Comparada con la producción novelística decimonónica, la primera mitad


del siglo XX no fue tan fecunda, si bien contó con maestros de la talla de
Proust, Gide, Aragon, Céline, Sartre, Beauvoir y Camus, por solo citar a
algunos, y culminó con la significativa eclosión del llamado nouveau roman,
la nueva novela, cuya fugacidad, aunque prevista por muchos –entre
otros por nuestro Alejo Carpentier–, no impidió que, acaso muy a pesar
de sus propios creadores, algunas de sus obras llegaran a ser considera-
das hoy como clásicos de la literatura francesa y quién sabe si de la
literatura universal.
Lamentablemente, el lector cubano medio, por diferentes razones que
no constituyen objeto de este artículo, se quedó estancado en ese mo-
mento de la historia de la producción novelística francesa. Con relativa
celeridad conocimos en ediciones en español, publicadas muchas veces
en Cuba, algunas de las obras significativas de los autores más sobresa-
lientes de ese grupo que pronosticaba ser el futuro de la novelística
francesa: Alain Robbe-Grillet, Natalie Sarraute, Marguerite Duras, Michel
Butor, Claude Simon. No fue así: Robbe-Grillet abandonó casi por com-
* (Cuba, 1947) Investigador, traductor y profesor cubano. Doctor en Ciencias Pedagógicas,
vicepresidente de la Asociación de Lingüistas de Cuba, tradujo al francés la Historia de la
esclavitud en las colonias francesas, de José Antonio Saco.
** Texto publicado en La Jiribilla, 2008; VI (369): 31 de mayo.

80
pleto esa forma de hacer, Butor se orientó hacia la poesía, Duras hacia
el cine; tal vez Simon fue el más fiel a esa escuela o a ese movimiento
(palabras ambas rechazadas sistemáticamente por sus representantes),
es quizás el más leído y traducido y obtuvo el Premio Nobel de literatu-
ra en 1985. A esto debemos añadir que la crítica literaria cubana tampo-
co estuvo ajena a ese quehacer: de manera especial los muy acertados
trabajos de Graziella Pogolotti permitieron a toda una generación de
lectores penetrar en el ámbito un tanto exclusivo o, como reza la lítotes
típicamente francesa, «poco accesible», del nouveau roman.
Resulta evidente que para ese lector medio cubano, después del nouveau
roman hay un gran vacío que se extiende hasta nuestros días. Sin embar-
go, el que logre adentrarse en la novela francesa posterior a la década de
los años 60 del siglo pasado y lo que va de este siglo, no dejará
de sorprenderse con la impresionante cantidad de autores, la fecundi-
dad de estos, la riqueza de géneros y la variedad de temas que nos ofre-
ce y cómo rechazando de plano el credo de los nuevos novelistas de los
años 50, pero asumiendo algunos de sus procedimientos, se produce,
sin que se divulgue en nuestro país, una verdadera renovación del géne-
ro de la novela (en un momento en el que parece producirse una supre-
sión de las fronteras entre los diferentes géneros tradicionales) que
algunos han llamado posclásica, y (para bien o para mal) más cerca de
Balzac que de Stendhal o de Flaubert y en el que un autor, ahora resuci-
tado, aunque con menos potestades que sus maestros decimonónicos,
nos narra una fábula o algo que se le asemeja en la que se mueven,
transitan, aparecen o se desvanecen personajes o imágenes de indivi-
duos reales o míticos en un tiempo y espacio suficientemente delimita-
dos aunque gozando siempre de una relativa elasticidad. RAFAEL RODRÍGUEZ BELTRÁN /Caliginoso Mayo
Pero los émulos de Balzac con mucha frecuencia no triunfarán con el
hic et nunc que tanta gloria, aunque poco capital, trajo al maestro. La
realidad se ha vuelto problemática y el espacio y el tiempo se trastocan
e, incluso en sus maneras más clásicas, muchos novelistas abandonan
decididamente el presente para instalarse en un pasado más o menos
real, como hace Pascal Quignard en Tous les matins du monde, o en un
futuro hipotético pero aterradoramente tangible casi ya, como ocurre
en la Globalia de Jean-Christophe Ruffin, o en esa amalgama de presen-
te y pasado o de presente y futuro que apreciamos en La possibilité d’une
île de Michel Houellebec o Demain la veille de Jean-Marie Laclavetine. Y

81
en cuanto al espacio, se circunstanciará si es pertinente, fuera de Fran-
cia, lo que es bastante frecuente, y apreciamos en Johnny l’Enfer de Didier
Decoin, o Un taxi mauve de Michel Déon, pero también se borrará toda
traza de localización como en L’homme au désir d’amour lointain de François-
Régis Bastide, o en Les portes de Gubbio de Danièle Sallenave. También
ocurre una doble descentración, esto es, espacio-temporal, muy circuns-
tanciada en Porporino ou les Mystères de Naples de Dominique Fernandez
o más nebulosa como en Les catilinaires de la belga Amélie Nothomb.
Sin embargo, la novela francesa actual no le da totalmente la espalda
a la realidad contemporánea y hay un buen número de obras que enfren-
tarán en estas casi cuatro últimas décadas las temáticas más vigentes de
la sociedad contemporánea. Muchos son los autores que, desde los pun-
tos de vista más disímiles, se adentrarán en el complejo mundo de la
familia, la educación, el racismo, la marginalidad, la guerra de Argelia y
otros hechos de dimensión histórica, la política, la soledad, el erotismo,
la religión, las diferentes formas de intolerancia, la mujer, la violencia,
entre otros. Los sucesos de Mayo de 1968 no podían faltar en esta lista.
Tarea de los historiadores es estudiar con el mayor grado de objetividad
este conflicto que sacudió violentamente las bases de la sociedad fran-
cesa de entonces: para unos no va más allá de una simple revuelta estu-
diantil; para otros, una revolución frustrada, pero prácticamente todos
coinciden en el hecho de que hay un «antes de Mayo del 68» y un «des-
pués de 1968». Los novelistas, en cambio, nos brindan su visión media-
tizada por la actitud antes, durante y después de los hechos, por su
trayectoria filosófica, política y cultural, en fin, por toda su subjetividad
e instinto creativo, por lo que, en ocasiones, pueden resultar más intere-
santes que los historiadores, esclavos de sus supuestas objetividades o
de sus rigurosas demostraciones.
Robert Merle nace en Argelia en 1908, de manera que cuenta con 60
años en el momento histórico que nos ocupa. Profesor en Burdeos en
1934, soldado en Dunkerque, internado en un campo de concentración
nazi del que sale con una lesión irrecuperable, es autor, en particular, de
novelas, ensayos o biografías relacionadas con la guerra (Week-end à
Zuydcoote, que le valió el premio Goncourt en 1949 y La mort est mon
métier, en 1952), y con otros eventos o personalidades históricas con-
temporáneas tales como Ahmed Ben Bella, Ernesto Guevara y Fidel
Castro. En 1970, dos años después de los acontecimientos de Mayo de

82
1968, publica su novela Derrière la vitre. En ella, un profesor de la Uni-
versidad de Nanterre, centro de educación superior de donde salta la
primera chispa de todo lo que ocurriría después, observa lo que sucede
detrás de los cristales de los ventanales de su oficina el día 22 de marzo
de 1968, fecha en que los estudiantes sitian la dirección de la facultad.
El profesor, víctima de una enfermedad terminal, es un representan-
te de todo lo que los estudiantes pretenden destruir; en su posición
detrás de los cristales, a pesar de su fragilidad, se siente protegido, pero
también se ve a sí mismo de forma nebulosa, como suele ocurrir cuando
el cristal, por un singular efecto óptico, resulta también espejo, aunque
difuso. Algunos de los personajes pertenecen a la historia, entre otros,
Danny el Rojo (Daniel Cohn-Bendit, líder estudiantil de aquel momen-
to). Solo el lector sabe todo lo que los acontecimientos de ese día van a
desencadenar. El profesor no lo sabe, ni mucho menos los estudiantes,
pero cada enunciado de la novela nos hace recordar lo que sucedió des-
pués. Para Merle, dicen algunos, la liberación sexual constituyó, a la
larga, el único fruto de Mayo de 1968. No obstante, al margen de las
opiniones del autor, esta novela, leída hoy, es una muestra de cómo
todo un sistema envejecido, herido ya de muerte, va a sucumbir ante la
pujanza de una nueva generación. Principio dialéctico ya conocido, pero
que tiene el interés de encarnar, como materia de la ficción novelesca,
en esa fecha muy especial de la historia de Francia.
Con Un léger malentendu Daniel Tillinac nos brinda otra versión de los
hechos. Su autor tiene unos 20 años en la época en que se producen;
puede sentirse tentado por los aires de revolución como su personaje
principal; no obstante, 20 años después (la novela ve la luz en 1988) ya
el novelista es un desencantado de los acontecimientos acaecidos en RAFAEL RODRÍGUEZ BELTRÁN /Caliginoso Mayo
Mayo de 1968, sobre los cuales dirá: «Políticamente, Mayo de 1968 no
generó gran cosa. Eran agitadores pequeño-burgueses que encendieron
la mecha pero que de inmediato decidieron apagarla». Daniel Tillinac
terminó sus estudios en el Instituto de Estudios Políticos de Burdeos y
ha ejercido el periodismo; muy vinculado a Jacques Chirac (de quien
fue representante personal ante el Consejo Permanente de la Francofonía,
entre 1995 y 1998), dirige la editorial La Table Ronde y en su produc-
ción novelística la crítica destaca, sobre todo, Maisons de famille, publi-
cada en 1987. La acción de Un léger malentendu se sitúa esencialmente en
París y tiene como núcleo temporal la llamada «Noche de las barrica-
83
das», la noche del 11-12 de mayo de 1968, considerado el momento
climático de todo el proceso. El personaje principal se ve arrastrado, un
poco como Fabricio Valserra en Waterloo, sin entender muy bien lo que
ocurre, por el torbellino de los acontecimientos, tentado más por las
libertades, entre otras las sexuales, que le ofrece la revuelta a un joven
recién llegado de la provincia, que por la dimensión liberadora de todo
aquel enfrentamiento. La novela termina algunos años más tarde en una
atmósfera de decepción y cargada de una cierta culpabilidad que se sal-
va porque, a la larga, todo no fue más que «un ligero malentendido».
Más tarde Tillinac afirmará que no logró sumarse a aquella revolución,
que no creyó en ella; lo que no implica que no sea crítico con respecto al
sistema establecido; pero sus críticas, dice, vienen desde adentro y por
lo tanto, concluye: «Le prohíbo a los veteranos del 68 que me vengan
con lecciones de moral».
La tercera novela, Tigre de papel, de título también muy significativo,
se debe a la pluma de Olivier Rolin. Nacido en 1947 tiene, como Tillinac,
unos 20 años cuando se desencadenan los acontecimientos de Mayo de
1968 en Francia. Se gradúa de Filosofía y Letras en la Escuela Normal
Superior y dirige la Izquierda Proletaria, de orientación maoísta. Ejerce-
rá el periodismo en Libératión y en Le Nouvel Observateur. Una buena
parte de su obra se inspira justamente en los hechos de Mayo de 1968;
obtuvo el premio Femina por su novela Port-Soudan, en 1994; L’invention
du monde, de 1993, es otra de sus novelas, en la que refleja un dominio
absoluto de cierta forma de arte combinatorio. Tigre de papel, le valió el
premio France Culture en 2002; en ella, Martín relata a la hija de Treize,
un amigo ya fallecido, cómo fue la juventud de ambos en la convulsa
Francia de fines de los años 60. Ante nuestros ojos desfilan la guerra de
Vietnam, los distintos procesos por los que atraviesa la China comunis-
ta, la fascinación por la Revolución Cubana, la epopeya de Che Guevara
y, por supuesto, el proceso de Mayo de 1968. Todo este relato tiene
lugar de noche en un auto que gira interminablemente por la autopista
periférica que circunda París –como un satélite, ha dicho un crítico–, en
vísperas del nuevo milenio. A las vallas anunciadoras se suceden la pu-
blicidad y los otros vehículos que también parecen girar de manera ine-
luctable. No podremos saber qué ha entendido la joven hija de Treize,
pero sí sabemos que, a diferencia del antihéroe de Tillinac, Martín se
siente, acaso decepcionado, pero sí orgulloso de haberse implicado en

84
aquel torbellino que hoy será tal vez mal entendido pero que nunca ha
sido para él un malentendido.
Si pudiéramos ver estas tres obras como una trilogía novelesca, a
pesar de sus grandes diferencias, observaríamos que lo eminentemente
gnoseológico deviene verdadero protagonista de estas novelas consa-
gradas a los sucesos de Mayo de 1968 en Francia. Un viejo detrás de un
cristal no puede entender qué está sucediendo y no percibe que el mun-
do en que ha vivido se viene abajo. Un joven de provincias, como un
nuevo Rubempré, se limita a disfrutar las libertades que le ofrece la
capital y se suma sin convicción a un proceso que no entiende y del que
rápidamente se aleja. Para cerrar el ciclo, otro viejo trata de hacer en-
tender a una joven adolescente el huracán que azotó a toda Francia en
los años en que comenzó a creer en la Revolución. La lectura de esta
trilogía (que no lo es) pone de manifiesto el hecho de que Mayo del 68
sigue siendo un proceso que precisaría de una mayor atención, de un
mayor estudio y de un mayor distanciamiento. Tal vez eso permita que
las pasiones que conjuró y que aún planean sobre los acontecimientos
como una bruma que no nos permite apreciarlos en su justa medida, se
disipen definitivamente. Pero ¿quién sabe finalmente si, al menos para
la literatura, el verdadero encanto no resida justamente en esa espesa
bruma?

RAFAEL RODRÍGUEZ BELTRÁN /Caliginoso Mayo

85
RUTH No. 2/2008, pp. 86-96

RENÉ MOURIAUX*

¿Cómo enterrar a Mayo del 68?**

La patronal y sus defensores entraron en guerra contra la principal arma colectiva de los
trabajadores: la huelga. Su descalificación contemporánea reclama la desvalorización de las
huelgas anteriores, de la heroicidad, su dinamismo, sus resultados. René Mouriaux explora la
labor de ilegalización y de invisibilización de la gigantesca ola de huelgas de mayo y junio de
1968, desarrolladas a medida que se sucedían los acontecimientos, y nunca interrumpidas
desde entonces. Contra la caricatura y contra la «heroización», es hora de una relectura crítica
de Mayo del 68.

«¿Qué significa esta pésima afición? Yo rechazo el gusto masoquista de


los franceses por el conflicto, la lucha. Celebramos a aquel que tenga
más bíceps». El movimiento de trabajadores ferroviarios que comenzó
el 13 de noviembre era comentado, en estos términos, el 14 de marzo a
través de la frecuencia de Europa 1 por la presidenta de MEDEF,
Laurence Parisot, con la misma delicadeza que utilizara para justificar
la precariedad del empleo, consecuencia de la saludable concurrencia
de los mercados. La joven dirigente de la patronal francesa retomaba los
acentos de sus predecesores para denunciar, el 21 de noviembre en RTL,1
«un seísmo extraordinariamente dañino». El director del Instituto de
Estudios Económicos de la patronal (Rexecode) fue más allá. Michel
Didier proclamó en Le Monde (22 de noviembre de 2007) que «los estra-
gos de una huelga son exponenciales».

* Politólogo e historiador francés. Estudioso del sindicalismo francés, dirigió el anuario L’année
sociale (1996-1998) y miembro de la Fédération Syndicale Unitaire (FSU). Coautor de Quarante
ans d’histoire de la CFDT (1964-2004).
** Publicado originalmente en ContreTemps, «Comment enterrer Mai 68?» fue traducido del
francés por Jacqueline Laguardia Martínez.
1
Estación radial francesa de gran audiencia [n. de la R.].

86
El hilo negro de la denuncia, incluso de la represión de la acción
colectiva y de las coaliciones –que recorre la Ley Le Chapelier y el Có-
digo Penal de 1810 hasta la ley sobre el servicio mínimo en los traspor-
tes públicos, desde las diatribas contra el luddismo a las vituperaciones
de Laurence Parisot– si bien contiene variaciones de calidad, de espe-
sor, de textura, describe una continuidad impresionante. La interrup-
ción del trabajo colectivo es estigmatizada por cuatro razones.
Primeramente, esta provoca pérdidas de producción, empobreciendo a
los empleadores y a los empleados. En segundo lugar, la huelga, en un
lugar determinado, perturba al conjunto del sistema económico. En ter-
cer lugar, ella significa un cuestionamiento unilateral del contrato de
trabajo. Finalmente, la huelga destruye las lógicas del mercado de tra-
bajo mediante una coalición de fuerzas contrarias al libre acuerdo entre
empleadores y asalariados. ¿Cómo una práctica tan nociva e irracional
puede ser posible? Se formula la tesis del complot. Inspirados por la
competencia extranjera, por ideologías mortíferas, como el marxismo, o
por ambiciones personales de hacer carrera política, los cabecillas ma-
nipulan a las masas y las arrastran a la catástrofe.
La descalificación de la huelga contemporánea llama a la desvalori-
zación de las huelgas anteriores, de su heroicidad, de su dinamismo, de
sus resultados. La objeción de Alain Touraine y la CFDT a las lu-
chas de diciembre de 1995 les deniega el carácter de movimiento social,
por dos razones principales. Solo el sector público participa en la acción
y lo hace por motivos corporativos. Por cierto que esto sea, el primer
argumento se basa en un postulado erróneo. La universalidad explícita de
una movilización no le confiere, de manera selectiva, el carácter de mo-
vimiento social. Por otra parte, en 1936, solo el sector privado recurre RENÉ MOURIAUX / ¿Cómo enterrar a Mayo del 68?
al paro. Aquí, la concepción de la sociedad fue tan cuestionada como en
1995 y en este último episodio de la lucha de clases, los trabajadores
ferroviarios y los maestros permitieron al sector privado sumarse a la
huelga por poderes.
Huelga general de una amplitud inigualada, mayo-junio de 1968 su-
frió, de golpe, la artillería de las críticas: acción antigaullista teleguiada
cuidadosamente por los Estados Unidos e Israel, maniobra de la iz-
quierda y/o de seguidores de Moscú, happening según Raymond Aron,
anarquía a los ojos de la mayoría. El acontecimiento no tuvo conmemo-
ración oficial en 1978, 1988, 1998. Los tres aniversarios dieron lugar a

87
celebraciones donde se enfrentaron puntos de vista favorables y conde-
nas. 2008 no ha escapado a este antagonismo. Si los firmantes del co-
municado «Mayo del 68: No fue más que un comienzo» expresaron las
razones para regresar al feliz mes de 1968, los titulares del orden liberal
van a esforzarse por devaluarlo mediante tres procedimientos: el debili-
tamiento, la desnaturalización, la caricatura.

Caducidad de Mayo del 68

Nombrado ministro de la Educación Nacional la mañana siguiente del


fracaso de la Ley Savary, Jean-Pierre Chevènement encarna la vuelta al
orden. «El recreo ha terminado», la escuela fue invitada a retomar los
fundamentos que ella habría abandonado, «leer, escribir, contar». Este
primer entierro de Mayo del 68 fue precedido de un ataque más largo y
significativo: la recomposición de la CFDT. La central que contribuyó
al advenimiento de la huelga general por el acuerdo del 10 de enero de
1966 jugó un rol activo en su despliegue mediante su alianza con la
UNEF y el lanzamiento de la reivindicación de la autogestión el 16 de
mayo de 1968. A partir de 1977, año de la elaboración del Informe
Jacques Moreau –adoptado al año siguiente y ratificado por el Congreso
de Brest en 1979–, la central dirigida por Edmond Maire abandona
la línea radical que estableció, entre 1966 y 1977, de acercamiento a la
CGT en cuanto a la adopción de la plataforma reivindicativa más ambi-
ciosa hasta el momento de la ruptura entre el PCF y el PS.
Darle la espalda al compromiso efervescente que permitió a la CFDT
ensanchar su audiencia y aspirar al papel de fuerza regeneradora del
sindicalismo y de la lucha de clases exige una justificación poderosa.
Esta contiene tres incisos. El primero trata sobre las responsabilidades
de la unión de la izquierda. El PCF fue señalado como el único culpa-
ble. Al multiplicar las exigencias luego del debate sobre la reactualización
del Programa Común de gobierno, al plantarse en todo o nada, el par-
tido de Georges Marchais mató la esperanza que había nacido del acuerdo
de 1972. El acta de acusación fue fácilmente apuntalada. La CGT le
siguió el paso al PCF. A partir de aquí se desprendió la emancipación
teniendo en cuenta la unidad de la acción sindical que convenía, en lo
adelante, a proyectarse «a velocidades diferentes», «cuando el “colabo-

88
rador privilegiado” esté ausente».2 A tal propósito no le falta, sin embar-
go, sustancia. Bajo la presión de la corriente «rocardiana»,3 la CFDT
solo aportó al PCF un «apoyo crítico» y las lamentaciones de su muerte
no fueron acompañadas por ningún gesto para intentar salvarlo. Por el
contrario, la ruptura con la primera izquierda significó, de manera idén-
tica, el distanciamiento con su historia y con Mayo del 68.
El segundo momento consistió en apoyarse en las modificaciones
aplicadas a raíz de la crisis económica y las reformas adoptadas por el
gobierno Mauroy para pasar la página de la protesta del 68. La crisis
económica puso en jaque el crecimiento de «los gloriosos 30». Ante la
falta de grano para moler, las presiones internacionales juegan al máxi-
mo. Lo cualitativo, el reparto, están a la orden el día. Las Leyes Auroux
proveen las herramientas para transformar, de manera apacible, la reali-
dad social. Jacques Le Goff propone, en 1985, la lectura inteligente de
este proceso: Del silencio a la palabra, tal es el recorrido histórico de la
clase obrera, de su movimiento y de su derecho. En la fase posterior,
Edmond Maire comenta:
Nous sommes passés d’une situation de non parole, de silence dans
l’entreprise, à un droit à la parole […]. Le mouvement est lancé. Il
faut continuer car la transformation progressive des rapports sociaux
dans l’entreprise par le droit à la parole des travailleurs et par le
droit à la négociation du syndicat est une œuvre de longue haleine
(p. 356).4
La huelga fue declarada un arma obsoleta en octubre de 1985. «La
vieja mitología sindical venció».
La vía de la reforma fue adoptada, según esta lógica, no por abando-
RENÉ MOURIAUX / ¿Cómo enterrar a Mayo del 68?
no de la opción transformadora, no por renegación –término que irrita a
los dirigentes cedetistas y que reprochan, demostrando así un cambio
de rumbo–, sino por adaptación a la realidad. El lema de la recomposi-
ción se presenta como una evidencia: «El mundo cambia, cambiemos el
2
Michel Branciard: La CFDT, PUF, Coll. Que sais-je?, Paris, 1986, p. 70.
3
De Michel Rocard, político francés. Fue secretario general del PSU entre 1967 y 1974, año en
que regresa al PS. Es nombrado ministro de Estado entre 1981 y 1983, ministro de Agricul-
tura entre 1983 y 1985, y fue primer ministro entre 1988 y 1991 [n. de la T.].
4
Nosotros pasamos de una situación de no palabra, de silencio en la empresa, al derecho de la
palabra […]. El movimiento se disparó. Había que continuar porque la transformación pro-
gresiva de las relaciones sociales en la empresa por el derecho de la palabra de los trabajadores
y por el derecho a la negociación del sindicato es una obra de largo aliento [n. de la T.].

89
sindicalismo». El razonamiento es antiguo, pues ya ha sido utilizado,
específicamente en 1848. «El mundo cambia, cambiamos con él».5 Con
la modificación de la relación de fuerzas, los burgueses de Colonia aban-
donaron sus discursos radicales porque «todo cambió».
En fin, la CFDT reestructura su historia. Siguió cierto curso durante
el período 1968-1977, pero una presentación temática permite estable-
cer la continuidad. La colección Que sais-je? de Michel Branciard inau-
gura el método en 1968. A pesar de un bandazo temporal, la CFDT
siempre ha buscado la construcción de un sindicalismo independiente
de los partidos, focalizado en la soberanía de los sindicalizados, consa-
grado a la igualdad entre hombres y mujeres, la calidad del trabajo, el
derecho de expresión de la empresa, la formación de los trabajadores.
La exposición Boulevard de Belleville, en ocasión del 40 aniversario de la
organización, retoma la fórmula. Una serie de afiches agrupados por
temas muestra la constancia del proyecto cedetista en su recuperación.
Mayo del 68 queda tras bambalinas –sin siquiera haberlo declarado pues
la autogestión fue abandonada junto con el socialismo en el Congreso
de 1988–.6 En ocasión de un coloquio sostenido en la calle Mahler en
2001 sobre el tema «Autogestión, ¿última utopía?», los intelectuales
cercanos a la CFDT abogaron a favor de la prescripción del santo y seña
y Antoine Prost, antiguo dirigente del SGEN, concluyó por reducirla a
un rol pedagógico.7
«Esterilizar» la historia cedetista y la justificación por «adaptación»
del descenso de miradas transformadoras, conducen a la condena de las
movilizaciones; en 1986 cuando las acciones de los obreros ferrovia-
rios, en 1995 frente al Plan Juppé. Nicole Notat, en el 45 Congreso de
Nantes (2002), intenta establecer, definitivamente, el método de pro-
cedimiento mediante un golpe de Estado semántico, tal y como ella
tomó el poder en 1992:
Ce que vous avez créé, ce que vous avez réalisé, cela s’appelle un
mouvement social. Il est d’usage de réserver cette «appellation

5
Karl Marx, Friedrich Engels: «Question de vie ou de mort» (3 de junio de 1848), La Nouvelle
Gazette Rhénane, t. I, Editions Sociales, Paris, 1972, p. 52.
6
Michel Branciard: Histoire de la CFDT: soixante-dix ans d’action syndicale, La Découverte, Paris,
1990, pp. 338-340.
7
Franck Georgi: Autogestion. La dernière utopie?, Publications de la Sorbonne, Paris, 2003,
pp. 607-612.

90
déposée» aux grandes heures lyriques de l’histoire sociale, à ces
grands mouvements de protestation, de grèves et manifestations,
ces mouvements hautement fusionnels et symboliques. Mais le vrai
mouvement social, ce sont bien ces mouvements d’en bas qui
convergent en objectifs partagés et porteurs de transformation
sociale.8
Quedó enterrada la época donde Edmond Maire alertaba: «No hay
que olvidar Mayo del 68».9

Liberalizar a Mayo del 68

Una segunda manera de proclamar «arcaico» a Mayo del 68, consiste en


distinguir los jirones sobre los que se monta un nuevo escenario. Curio-
samente, aquellos que proceden de la disociación entre el fondo y la
forma recurren a Carlos Marx, a quien entierran en la misma operación.
«Hegel nota, en alguna parte, que todos los grandes sucesos y persona-
jes históricos ocurren, por así decirlo, dos veces. Olvidó añadir: una vez
como una gran tragedia y la próxima vez como farsa dañina». La intro-
ducción de El 18 Brumario de Luis Bonaparte inspiró, notablemente, a
Jacques Julliard cuando compuso «Mai 68, une ruse de l’histoire» (Le
Monde, 29 de mayo de 1998). Aquel que firma «historiador, director
delegado de la Redacción de Le Nouvel Observateur», comienza por inte-
rrogarse acerca de las razones que llevan a conmemorar el evento 30
años después. Lo percibió como un fenómeno de generación, de desgas-
RENÉ MOURIAUX / ¿Cómo enterrar a Mayo del 68?
te del tiempo. «La historia ha pasado por ahí. Ya no hay más fieles ni
renegados, ni ingenuos ni cínicos: ¡ya solo hay testigos!». Mayo del 68
reapareció cuando el referendo sobre Maastricht en 1992, cuando las

8
Eso que ustedes han creado, eso que han desarrollado, eso se llama un movimiento social. Es
usual reservar esta «denominación registrada» para los grandes momentos líricos de la historia
social, para esos grandes movimientos de protestas, de huelgas y manifestaciones, esos movi-
mientos significativamente fundidos y simbólicos. Pero el verdadero movimiento social son
los movimientos de la base que convergen hacia objetivos compartidos y son portadores de la
transformación social [n. de la T.], citado en Jean-Michel Denis: Le conflit en grève?, La Dispute,
Paris, 2005, p. 138.
9
Edmond Maire et al: Lip 73, Seuil, Paris, 1973, p. 114.

91
huelgas de 1995, teniendo por contenido el miedo a la globalización y la
hostilidad hacia las élites.
La falsedad o la mala fortuna heredada de Mayo del 68 se explican
por los equívocos del famoso movimiento. Este fue cualitativo, indi-
vidualista y se expresó a través de un vocabulario bolchevique. «En
1968, el marxismo-leninismo ya estaba moribundo pero el Muro de
Berlín estaría aún en pie durante 20 años». El sueño de la Revolución
oculta la realidad. «Bajo el pavimento, la playa. Sí, pero bajo el comu-
nismo utópico, el neocapitalismo, bajo la ideología libertaria, el libe-
ralismo, bajo el lema de la solidaridad, el advenimiento de un
individualismo tiránico».
Las debilidades de la demostración de Jacques Julliard resaltan de
manera bien evidente, el manido dualismo cualitativo/cuantitativo, la
negligencia de la oposición al estalinismo que hizo posible la renova-
ción del marxismo que el devenir de la historia finalmente ha conocido.
La cuestión que el artículo del editorialista-historiador no aborda la natu-
raleza del fenómeno que él describe: ¿regreso o revelación? Jean-Pierre Le
Goff presentó la descomposición de Mayo del 68 como el retroceso de la
inteligencia crítica10 y Antoine Prost está de acuerdo. «Cette histoire de
retournement de la passion révolutionnarie en individualisme sentimental
plein de bonnes intentions est avant tout celle d´une defaite de
l´intelligence».11 François Cusset pone en evidencia las luchas político-
ideológicas que condujeron al triunfo de una lectura de Mayo del 68.12
De cierta manera, Daniel Cohn-Bendit lo refrenda pues, al admitir pre-
cisiones de posiciones como la concerniente a la Universidad, instru-
mento de formación y no de sometimiento al capital,13 admite ser definido
como «liberal-libertario», lo que prueba la uniformidad de su trayecto-
ria, del Movimiento 22 de Marzo a los Verdes.14

10
Jean-Pierre Le Goff: Mai 68, l’impossible héritage, La Découverte, Paris, 1991, 2e. ed.
11
Esta historia de la transformación de la pasión revolucionaria en individualismo sentimental
plagado de buenas intenciones es, primero que todo, la de una derrota de la inteligencia [n. de
la T.], Antoine Prost: «L’héritage de Mai 68 ou l’histoire d’un retournement», Le Monde des
livres, 2 de mayo de 1998.
12
François Cusset: La décennie. Le grand cauchemar des années 1980, La Découverte, Paris, 2006.
13
Daniel Cohn-Bendit: «Au début était l’action exemplaire (Propos recueillis par Jean-Paul
Monferran)», L’Humanité, 21 de marzo de 1998.
14
Laurent Lemire: Cohn-Bendit, Ed. Curriculum, Paris, 1998.

92
Estos análisis diferentes sobre Mayo del 68 son posibles porque la
huelga obrera es invisibilizadora, la rebelión contra la explotación, alie-
nante, dominadora, expresada por la obrera de Wonder que no quería
regresar «porque era demasiado asqueroso».15

Caricaturizar a Mayo del 68

Arcaizar Mayo del 68 como la última huelga general, o situar los hechos
en las pilas de bautismo de la modernidad individualista, ambos proce-
sos coinciden. Debilitar o desnaturalizar al movimiento conduce a ig-
norar el formidable levantamiento de los productores por un orden
económico diferente y, a pesar de oposiciones catastróficas, un primer
acercamiento entre el mundo de las universidades y el del trabajo. Sin
embargo, este doble ocultamiento no satisface a la derecha más dura,
que siente temor de este movimiento. Esta cree atacar frontalmente un
suceso que mistifica, que erige como un mal absoluto, en el origen de
las dificultades actuales de Francia. El proceso instruido contra Mayo del
68 apunta a su materialismo, su indisciplina, su desregulación social.
Luc Ferry enfiló temprano las armas contra el pensamiento del 68.16
En colaboración con el especialista de Kant, Alain Renaut, futuro mi-
nistro de Educación, denunció el despliegue del antihumanismo cuyas
fuentes se ubican en Carlos Marx, Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger.
El vínculo entre estos tres censores recuerda aquel del Syllabus. Los
cuatro objetivos principales se llamaban Pierre Bourdieu, Jacques
Derrida, Michel Foucault, Jacques Lacan, todos culpables de travestir
el reconocimiento de la dignidad del hombre en ideología pequeño-bur-
guesa. El acto de acusación no estuvo cubierto de un rigor ejemplar. El RENÉ MOURIAUX / ¿Cómo enterrar a Mayo del 68?
determinismo de Bourdieu se atribuye a la influencia del marxismo.
Doble imprecisión. Bourdieu no revela influencias marxistas si bien cier-
tas aproximaciones son posibles. Él se nutre de Emile Durkheim y Max
Weber. Reivindica la herencia de Pascal. Por otra parte, la relación de

15
Reprise d’Hervé le Roux (1997). Fuera de lugar, hacemos nuestros análisis mediante el
discurso antiCGT, a menudo reductor y que amenaza con demeritar la huelga. Es difícil
ignorar el papel de los trabajadores ferroviarios en la extensión del conflicto decidido por la
CGT.
16
Luc Ferry, Alain Renaut: La pensée 68. Essai sur l’antihumanisme contemporain, Gallimard, Paris,
1985.

93
Marx a Hegel prohíbe atribuirle una problemática tan sumaria. Cual-
quiera que sea el valor científico de la obra, su aporte reside en la acusa-
ción de un materialismo chato, del desprecio a la consideración del
pensamiento, de la conciencia, de la espiritualidad del hombre. Lucien
Sève tiene razón al recordar que este trabajo se inscribe de lleno en la
tradición de la filosofía espiritualista francesa iniciada en el siglo XIX por
Pierre-Paul Royer-Collard y Victor Cousin.17 La filosofía de la libertad
aplasta a aquellos que osen recordar las condiciones materiales de la
existencia humana. ¡Un paso más y llegarán a hablar de salarios!
El segundo reproche dirigido a Mayo del 68 trata del anarquismo
innato: insubordinación obrera, rebelión en los liceos y de los estudian-
tes. En TF1,18 el 23 de abril de 2007, martillaba Alain Juppé: «Hay que
terminar con el espíritu del 68. Se prohíbe prohibir». El mensaje iba, en
principio, para la escuela y Gilles de Robien regresa a los viejos méto-
dos. El método global para el aprendizaje de la lectura es condenado
–¡nadie lo practica tal y como es!–. Al resumir diversas intervenciones
del candidato de la UMP, un periodista dice: «El señor Sarkozy quiere
una escuela libre de la herencia del 68».19 Un lingüista de CNRS analizó
el discurso del 23 de febrero de 2007. La palabra «autoridad» se utilizó
24 veces. Las fórmulas negativas pululan: «nosotros no tenemos el de-
recho de…» (39 veces).
Yo sueño una Francia donde hablar de identidad nacional, conde-
nar el fraude o querer luchar contra la emigración clandestina no
sea considerado únicamente como la marca de una derecha extre-
ma […]. Yo sueño una Francia donde la inmigración sea controla-
da […]. Yo sueño una Francia que haya pasado la página de Mayo
del 68 […]. Yo sueño una Francia donde podamos llamar a un
granuja, granuja, donde la autoridad del Estado sea respetada.
Esta letanía última fue pronunciada en Marsella el 19 de abril de
2007.20 La última gran requisitoria contra Mayo del 68 fue pronunciada
en París-Bercy el 29 de abril de 2007, «para acabar» con su espíritu.
A la huelga general se le imputó no solo la bestialidad del materialis-
mo, la laxitud escolar sino también, y de manera más general, la
17
Lucien Sève: «Penser avec Marx aujourd’hui», Marx et nous, t. I, La Dispute, Paris, 2004, pp. 71-75.
18
Canal generalista privado de televisión; uno de los de mayor audiencia del país [n. de la R.].
19
Philippe Ridet: Le Monde, 5 de septiembre de 2006.
20
Danon Mayaffre: «Langue de bois et discours de fer», L’Humanité, 26 de junio de 2007.

94
desregulación social. Los obreros pretendían salir de su condición y uti-
lizar las armas de las que ellos disponían, la suspensión de sus contratos
de trabajo, la parálisis de su contribución a la sociedad. No solamente
ellos cruzaban los brazos, sino que reclamaban el pago de su incivili-
dad. En varias ocasiones, Nicolas Sarkozy denuncia el escándalo de los
huelguistas pagados para nada mientras que el fenómeno, cuando este
se produce, significa que el movimiento victorioso se ha legitimado. La
ley sobre el servicio mínimo en los transportes públicos contempla un
artículo que establece que las suspensiones del trabajo no serán remu-
neradas.
Mientras Nicolas Sarkozy recurre sobre todo al simbolismo con rela-
ción a la familia (sus hijos, Cecilia antes de la separación, su madre),
mientras evita el término de patria en beneficio de la nación, de la Re-
pública y de Francia,21 sí otorga un lugar extremadamente importante al
trabajo. Trabajar más para ganar más, el lema más chocante de la cam-
paña presidencial está ligado al proyecto de una Francia de propietarios.
Las gentes de bien son aquellas que tienen bienes. Los esforzados ob-
tienen la recompensa del ahorro. El discurso sarkoziano desarrolla la
ecuación «trabajo igual capital» que borra la división de clases y la lucha
contra la explotación. El antiMayo del 68 encuentra ahí su fuente más
nutricia y más clara.22

Inicio, momento, suceso fundador

El llamamiento «Mayo del 68. No es más que un comienzo» posee un


título polisémico. Puede significar que no hay que cortar la linda prima-
RENÉ MOURIAUX / ¿Cómo enterrar a Mayo del 68?
vera de las luchas anteriores, 1936, la Resistencia, 1953, 1963 y tam-
bién aquellas que le siguieron: 1986, 1995, 2003, 2007. Momento de
una cadena, la movilización excepcional de obreros y estudiantes repre-
senta también, para una generación, un suceso fundador. Si esta suscita
tanta hostilidad en aquellos que han debido sufrir su embate como en-
tre los «arrepentidos» o entre aquellos que temblaron ante la enormidad
de la sacudida y confiaron su dinero a Suiza, fue a causa de su amplitud
21
Nicolas Sarkozy: «Ma France», Le Monde, 16 de enero de 2007.
22
Nosotros no hemos presentado todas las relativizaciones de Mayo del 68. Henri Weber trata
su «mesianismo» (Que reste-t-il de Mai 68 ?, 1988 y 1998). Jean-Marie Le Pen desvía el análisis.
Mayo del 68 es la obra de una «élite judía de estudiantes» (Le Monde, 9 de junio de 1998).

95
y su ejemplaridad. La mejor manera de responder a las ofensivas
antiMayo, no es a través de la nostalgia idealizante, la exaltación instru-
mentalista del pasado, sino como lo dice justamente el llamamiento antes
citado, mediante una relectura crítica. «Lo que ha sucedido no es lo
único posible».

96
RUTH No. 2/2008, pp. 97-104

ALBERTO VERÓN*

Los espectros de Mayo del 68**

El mundo que se ha querido imponer luego del colapso del «socialismo real» durante los años
80 y 90 –socialismo que poco acabó conservando del espíritu revolucionario original– resultó
lo opuesto: el advenimiento de un afán «contrarrevolucionario». Pensar públicamente en la
palabra «revolución» irrita a un mundo cuya única revolución posible es la que se ejercita en
la publicidad y el mercadeo. La vigencia de Mayo del 68 está en su supuesta derrota. Su
derrota es entonces lo mejor de su propuesta, que fue negativa, pues no quiso hacer un programa
de partido, un cenáculo de líderes y de cuadros que se hicieran cargo del poder entronizado.

La revolución de Mayo de 1968 fue cultural,


no política, no buscaba el poder sino disolverlo.
Y ganó las mentes, no las burocracias.
MANUEL CASTELL

Todas las críticas a los fuegos de artificio político del 68


no tienen en cuenta su hoguera fundamental, encendida desde el sexo,
y gracias, decisivamente, al movimiento de liberación de la mujer.
VICENTE VERDÚ

El interés de Mayo del 68 radica en haber sido un levantamiento-bisagra entre el movimiento


obrero tradicional, con sus símbolos, su vocabulario y su cultura (bandera roja, barricadas,
ocupación de fábricas), y la aparición de nuevos movimientos sociales que no se limitaban a
contestar la explotación sino también los mecanismos de la opresión y de la exclusión.
Después de Mayo del 68, pero fecundados por él, se van a desarrollar los movimientos
feministas, ecologistas y antirracistas. Y en la Francia actual, el movimiento de los indocumen-
tados o de los parados. Desde este punto de vista, hay que reconocer que las grandes moviliza-
ciones y manifestaciones que se produjeron en Francia en el mes de diciembre de 1995 crean
lo que hoy se denomina el espíritu del 95, retomando y profundizando la radicalidad y la
insolencia del espíritu del 68.
ALAIN KRIVINE

* Ensayista y poeta colombiano. Profesor auxiliar de la Universidad Tecnológica de Pereira, es


autor de Paisaje urbano del siglo que amanece (2000) y coautor de: La manzana oxidada.
** Publicado en Le Monde Diplomatique, El Dipló, Bogotá, 2008; 66: mayo.

97
1. La palabra prohibida

Pensar en una revolución, como la de Mayo del 68, en la Colombia de


mayo de 2008 es temerario, y que sea temerario le otorga una hermosa
osadía, precisamente por usar una palabra que suscita inquietud entre
unas fuerzas establecidas, gustosas por borrar de la pizarra la palabra,
declararla obsoleta, totalitaria y responsable de mucha sangre y muchos
abusos.
El mundo que se ha querido imponer luego del colapso del «socialis-
mo real» durante los años 80 y 90 –socialismo que poco acabó conser-
vando del espíritu revolucionario original– resultó lo opuesto: el
advenimiento de un afán «contrarrevolucionario». Ese odio feroz res-
pecto de todo lo que ofreciera visos de repulsa al sistema se supo cana-
lizar por nuestros grandes medios de comunicación nacional, por una
universidad privada que es cómplice de la honda reverencia hacia el
poder, combinada con la más radical astucia, hasta por una universidad
pública reducida al control total, un sindicalismo desprestigiado y una
izquierda dogmática, amordazada o eliminada. Pensar públicamente en
la palabra «revolución» irrita a un mundo cuya única revolución posible
es la que se ejercita en la publicidad y el mercadeo.
El origen del vocablo revolución está conectado a la inconformidad de
los más pobres ante los más ricos; a combatientes de las causas de los
hundidos, de los perdedores y olvidados, y no solo a dirigentes de parti-
dos todopoderosos que se hicieron con el poder casi absoluto de sus
naciones, a movimientos de insurgencia que terminaron convirtiéndose
con el tiempo en tan terribles y sanguinarios como los enemigos de cla-
se que combatían. Sin embargo, también la alusión a Mayo del 68 se
asocia a una nueva imagen de mujer, a un sistema de aspiraciones, en
término de género, completamente distintas del tipo de mujer que se ha
conocido en Occidente.
Pero los orígenes de la palabra no son en manera alguna tenebrosos.
Una voz autorizada,1 como la de Reinhart Koselleck, nos recuerda que
ella es un concepto lingüístico de la modernidad europea. Mezcla de
física y política, la revolución trazaba las propias rutas de unos astros

1
Reinhart Koselleck: Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidos Ibérica,
Barcelona, 1993.

98
en el cielo pero dejando su influencia en las acciones humanas. En el
siglo XVIII, la revolución incluía sucesos políticos repentinos en la histo-
ria, las guerras civiles, los levantamientos sociales. En ese mismo siglo,
la palabra admirada por los ilustrados estaba de moda en el vocabulario
de los salones. En la Francia de 1789, la revolución parece ser ya una
palabra de casa, un fenómeno singular que tiene la capacidad de incluir
a toda una serie de acciones individuales. Para los hegelianos de iz-
quierda, definirse como revolucionario implicaba respetar un nuevo tipo
de Estado capaz de superar al tradicionalmente clasista. En el siglo XX,
ser revolucionario en términos políticos conduce al derrumbe del Esta-
do monárquico o del Estado capitalista. Mientras, en el siglo XXI, la
mutación de la palabra es evidente, pues se trata ya de un alzamiento
planetario, trasnacional, contra diversas formas de injusticia política,
económica, ambiental, de género, religiosa, étnica.
El carácter de esta palabra, enterrada, derrotada, olvidada, hace tam-
bién que la nominación de Mayo del 68 sea la invocación de un espec-
tro,2 que se invoca por medio de una palabra y una indicación en el
calendario. El aliento que impulsa estas efemérides es el de la constitu-
ción de una nueva manera de organización humana, más allá de la es-
tructura de poder y de dominio de cualquier tipo de Estado.
Empecemos por la hipótesis: la vigencia de Mayo del 68 está en su
supuesta derrota. Su derrota es entonces lo mejor de su propuesta, que
fue negativa, pues no quiso hacer un programa de partido, un cenáculo
de líderes y de cuadros que se hicieran cargo del poder entronizado.
Pedirle a Mayo del 68 resultados es hacer la historia con la mirada de los
vencedores, cuando lo más rico de su esencia se desprende de su derro-
ta: la perspectiva del grito3 unida al movimiento de los cuerpos a través ALBERTO VERÓN / Los espectros de Mayo del 68
del espacio físico de la ciudad.
De la sensibilidad de Mayo del 68 parece que nos separan más de 40
años. Como si el viento de la historia hubiese pasado por esa gran casa
donde se erigían los mitos de la redención social, dejando sus vidrios
rotos, las puertas destrozadas, el interior prácticamente inservible. Di-
versas fuerzas se unieron en el ejercicio de esa demolición de los idea-

2
Jacques Derrida: Espectros de Marx. El Estado de la deuda. El trabajo del duelo y la nueva internacio-
nal, Trotta, Madrid, 2003.
3
John Holloway: Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, El Viejo
Topo, Barcelona, 2002.

99
les: desde los enemigos acérrimos a cualquier idea de revolución hasta
las luchas internas entre militantes preocupados por hacer de su pedazo
de utopía la más objetiva de todas.
La pauperización de las agendas de justicia coincidió con la bonanza
de ponerle un precio, un valor de cambio, a cada aspecto de la vida;
¡poco ha quedado en este mundo que no se cobre! Si los años del «Esta-
do de bienestar» plantearon que todos teníamos derecho a disfrutar de
las riquezas del trabajo, el lema del siglo XXI es ponerle un precio a cada
movimiento físico del cuerpo humano. A sangre y fuego, este siglo arrancó
recordando que la propiedad privada es el principio de identidad huma-
na, que su impugnación tiene todavía en nuestros tiempos el peso y la
condena de quien en otros tiempos osaba renegar de Dios. Renegar de
Dios es como renegar del capital, es hacerse sospechoso a ojos de la
religión moderna del capitalismo. Quienes carecen de propiedad –¡como
si la vida misma no fuera una propiedad difícil de administrar!– son los
vencidos en la batalla de la economía.
De allí que recordar a Mayo del 68 no significa necesariamente vol-
ver al lugar común de la derrota, de los ideales colectivos traicionados
por la llamada «naturaleza individual». Lo más importante de Mayo del
68 es lo que se aspiró a cambiar, ese crío de la desalienación, la autono-
mía, el vencimiento de los colores de partido que parecieran no haber
podido ser superados.

2. El hombre que se toma la calle

Leer Mayo del 68 a la luz de los escritores avisadores del uso libertario
de la calle implica una tentación de la memoria por redimir el asunto
histórico del lastre que significa ser olvido, ser pasado clausurado y sin
posibilidades de vigencia. Mayo del 68 ofrece en el mundo más civiliza-
do el retorno a la calle de un hombre y de una mujer inconformes. El
desafío a no ser sujetos cosificados, la oposición a unas cláusulas que
privilegian al individuo acorazado en su propio yo, en su propiedad pri-
vada, en su coche. Es el regreso a la calle y la crítica de la autopista.
¿Qué habría pensado Charles Baudelaire del Mayo de 1968? Si existe
en la modernidad europea un poeta que haya intuido el drama que se
representa en la calle, la capacidad poderosa de la masa arrojada al en-
frentamiento urbano, el poder del adoquín contra las vitrinas del comer-

100
cio del burgués, ese es, sin duda, Baudelaire. Tras todas las generacio-
nes de jóvenes descontentos con las injusticias que se cometen en el
mundo está la sombra del poeta de París. En la deriva propuesta, como
modo de conocimiento de la ciudad por los «situacionistas» franceses,
está oculto el recorrido del Paseante de Baudelaire, cuyo desplazamien-
to por los bulevares cautivó a Walter Benjamin, ese otro paseante de la
ciudad.
Las barricadas del siglo XIX permanecen en la memoria en su forma
más eufórica: la ebriedad del alboroto, del alzamiento. Recordemos que
durante 1830, en París, se levantaron 6 000 barricadas.4 De entonces
hasta nuestros días, estas han adquirido una connotación romántica como
forma de resistencia, aunque cada vez más obsoletas frente a unos po-
deres más nutridos de armamentos sofisticados y más intolerantes con
toda forma de sublevación.
Baudelaire, como un Marx de la poesía, capta el profundo malestar
que se incuba en las calles. Lee en los ojos de los pobres, en el cuerpo de
la prostituta que se exhibe, del malandrín que asecha en un rincón oscu-
ro, en el olor de tabaco y alcohol de los «lumpenproletarios», la extrema
desesperación, la impotencia, la ira, el resentimiento; descubre la dina-
mita oculta que amenaza encender un mundo injusto.
El movimiento de los cuerpos por la ciudad tiene ilustres deposita-
rios de Baudelaire, como el «Paseante» de Benjamin y la «deriva» de
Debord. El manifestante callejero de Mayo del 68 no será quien se ex-
prese por un partido político ni por un Estado ni por un Dios: se trata de
la subjetividad curiosa, heroica, del Flâneur que no se somete a las leyes
del Estado o del mercado, y que por tanto deriva hacia una serie de
nuevos usos de la ciudad. Esos usos responden al grito y al cuerpo. El ALBERTO VERÓN / Los espectros de Mayo del 68
grito aparece expresado en John Holloway como la posibilidad límite
ante la injusticia: gritamos por lo que no queremos y por lo más querido;
gritamos como deseo puro. El cuerpo no es una máquina donde se
reproducen las dinámicas del modo de producción dominante. El cuer-
po, por medio del deseo, desata lo inesperado. Se quiere ir más allá del
cuerpo que repite los esquemas de desplazamiento para la reproducción
de la riqueza; se quiere también ser cuerpo para el goce, cuerpo que
exhibe las marcas de su inconformidad, cuerpo que busca escapar al

4
Walter Benjamin: Libro de los pasajes, Akal, Madrid, 2005, p. 148.

101
cerco del control. La gramática que articulan el cuerpo que se rebela y el
grito que expresa el desasosiego se apropian en Mayo del 68 y en los
sucesivos alzamientos contra el poder por medio de dos vehículos: el
adoquín y la toma del espacio público.
El adoquín es el objeto físico que representa la furia carnavalesca de
Mayo del 68. Este objeto atraviesa la historia de la modernidad porque,
mientras la ciudad se construye de adoquín, la revolución lleva a un des-
monte, especie de rompecabezas, del proyecto urbanístico de ciudad.
La calle adoquinada, signo del París napoleónico, es también el esce-
nario donde la modernidad proyecta sus conflictos. La calle se adoquina
de modo que los carros, los nuevos trabajadores de la civilización y del
progreso, circulen más rápidamente. Si este material puede ofrecer un
carácter más líquido y fluido a la sociedad que despierta, terminará tam-
bién siendo un arma en las manos de los alzados de las barricadas del
siglo XIX y de las barricadas que se levanten en el París del 68. El ado-
quín para romper los objetos que vende la sociedad de consumo, para
asaltar todas esas mercaderías que el capitalismo industrial impone como
blasones en el reino de las marcas.
La iconografía de la conjura y de los alzamientos tiene usualmente a
un hombre joven con una piedra, con un ladrillo, con un adoquín entre
las manos. El adoquín es una primera arma y en ella conviven el progre-
so y la barbarie. Las imágenes del Corralito argentino ilustran el uso del
adoquín por la masa resentida y desesperada, al igual que las acciones
antiglobalización de los jóvenes en Porto Alegre o en cualquier lugar del
planeta donde los poderosos de la Tierra instauran sus grandes espectácu-
los a la sombra de la miseria de millones de seres humanos.
En ese ideario revolucionario de nuevo cuño sobresale el uso del
espacio público –la calle– como manera de desafiar el imperio privado
de los poderosos centros comerciales. Los jóvenes que en Génova, en
Barcelona, en Porto Alegre o en Caracas se han reunido a protestar
contra el modelo de «globalización» que se impone, han expresado su
indignación en los andenes, junto a los semáforos, interrumpiendo el
tránsito, estableciendo un diálogo con la generación que, anterior a ellos,
se volcó a las calles de París en el Mayo o los checos que en su Primave-
ra pedían respeto para su suelo, o en San Francisco cuando se denuncia-
ba el acto criminal que era la guerra de Vietnam.
La plaza de Tlatelolco, los Campos Elíseos de París, la estatua del rey
Wenceslao en Praga o la calle de cualquier otra ciudad del mundo, dejan

102
de ser el plácido escenario para turistas, con sus tiendas de suvenires y
con sus infaltables curiosos viajeros japoneses. De súbito algo pasa: son
jóvenes manifestantes que recuerdan cómo la memoria política no ha
sido enterrada, luego que los dirigentes de las izquierdas y de los movi-
mientos sociales de los años 60 no encontraran otra salida que la de
pactar con las triunfantes democracias de mercado de los 80 y los 90.
En Colombia, la invocación de salir a la calle ha pasado por distintos
momentos: el pueblo desbordado, ebrio de rabia, que incendia el centro
de Bogotá luego del asesinato de su caudillo Jorge Eliécer Gaitán, las
protestas y demandas del sindicalismo de los años 70 y 80, las marchas
de luto de la izquierda en los 90, dolida, herida frente al exterminio de sus
gentes, o las manifestaciones de las víctimas contra la violencia de cuño
paramilitar del siglo XXI.

3. El siglo XXI y el retorno de los espectros

El siglo XXI despertó con el regreso de un «ideario» revolucionario de


«nuevo cuño». Millares de personas expresan lo que experimentan mi-
llones: que el orden actual puede resultar perverso y que «otro mundo
es posible». El programa para ese mundo posible lo sintetizó Ignacio
Ramonet de la siguiente manera: un impuesto a las fortunas más eleva-
das del planeta, el fin de la deuda externa para los países más pobres, un
porcentaje de recursos para acabar con el hambre en todo el mundo.
El recuerdo juega extrañas pasadas porque la denuncia y la incomo-
didad contra los poderosos retornan. Hace 40 años la posibilidad de
que el «calor» solar se filtrara en la atmósfera y rompiera un equilibrio ALBERTO VERÓN / Los espectros de Mayo del 68
de siglos en la naturaleza no era un asunto acuciante y agobiante. Tam-
poco era una realidad inmediata la extinción del obrero sindicalizado y
su reemplazo por un trabajador de «maquila» sin derecho social alguno,
condenado a ser una figura por completo anónima y desechable en el
nuevo esquema de producción del mundo.
Hoy, la economía ha colonizado el agua, envasándola y vendiéndola,
y se apodera de los cuerpos adelgazándolos, reconstruyéndolos, pe-
netrando en su genética con un hambre empresarial voraz, haciendo de
hospitales y del cuidado de los seres humanos un mezquino escenario
de «a quien paga más se le asiste mejor», y convirtiendo la educación en

103
laboratorio para el amansamiento y la reproducción de la nueva divi-
sión social mundial.
De allí que la herencia de Mayo del 68 haga reverdecer sobre la ac-
tualidad un nuevo programa donde política y poesía vuelven a estar de
la mano: en vez de detener la crisis, intensificarla. La deuda y el crédito
son violencia. El actual capitalismo financiero puede ser tan terrorista
como lo que se entiende hoy por terrorismo. La idea de revolución que
se teje en red global articula los dramas locales con las solidaridades
internacionales; es luchar contra lo que nos separa, contra lo que nos
vuelve mercancía, contra lo que nos inmoviliza. Los espectros de Mayo
del 68 que retornan a las calles no lo hacen a nombre de un partido
político ni de una ideología salvadora. Lo hacen motivados por dramas
puntuales, lacerantes y precisos. Son los espectros de ayer y de siempre
que lo hacen como prueba contundente de que subsiste en el ser humano
una región que se niega a la pasividad, a la aceptación de lo inaceptable.

104
RUTH No. 2/2008, pp. 105-112

MICHAEL LÖWY*

El romanticismo revolucionario
de Mayo del 68**

El espíritu del 68 es un brebaje poderoso, una mezcla sazonada y embriagadora, un coctel


explosivo compuesto de ingredientes diversos. Uno de esos componentes es el romanticismo
revolucionario: protesta cultural contra los fundamentos de la civilización industrial/capi-
talista moderna, su productivismo y su consumismo, y una asociación singular, única en su
género, entre subjetividad, deseo y utopía. El Grand Refus (Gran rechazo/renunciamiento) a
la modernización capitalista y al autoritarismo, definió bien el ethos político y cultural de
Mayo del 68 así como, probablemente, de sus equivalentes en Estados Unidos, México, Italia,
Alemania, Brasil y otros sitios.

El espíritu del 68 es un brebaje poderoso, una mezcla sazonada y


embriagadora, un coctel explosivo compuesto de ingredientes diversos.
Uno de esos componentes –y no el de menor cuantía– es el romanticismo
revolucionario: protesta cultural contra los fundamentos de la civilización
industrial/capitalista moderna, su productivismo y su consumismo, y
una asociación singular, única en su género, entre subjetividad, deseo y
utopía –el «triángulo conceptual» que define, según Luisa Passerini,
1968.1
El romanticismo no es solamente un movimiento literario de princi-
pios del siglo XIX –como aún puede leerse en numerosos manuales– sino
además una de las formas principales de la cultura moderna. En tanto
estructura sensible y visión del mundo, este se manifiesta en todas las

* (1938) Sociólogo y filósofo franco-brasileño, director emérito del Centre National de la


Recherche Scientifique (CNRS) y profesor de la École de Hautes Études en Sciences Socia-
les . Coautor del Manifiesto Ecosocialista Internacional (2001).
** Publicado –primero en inglés en Thesis Eleven, en número sobre el 68 de febrero de 2002–, en
francés en ContreTemps (2008; 22: mayo), «Le romantisme révolutionnaire du Mai 68» fue
traducido por Jacqueline Laguardia Martínez.
1
L. Passerini: «“Utopia” and Desire», Thesis Eleven, 2002; 68: 12-22, febrero.

105
esferas de la vida cultural –literatura, poesía, arte, música, religión,
filosofía, ideas, política, antropología, historiografía y el resto de las
ciencias sociales–. Surge alrededor de la mitad del siglo XVIII –puede
considerarse a Jean-Jacques Rousseau como «el primero de los román-
ticos»–, recorre la Frühromantik [romanticismo temprano] alemana,
Hölderlin, Chateaubriand, Hugo, los prerrafaelitas ingleses, William
Morris, el simbolismo, el surrealismo y el situacionismo, y se encuen-
tra aún entre nosotros a principios del siglo XXI. Podemos definirlo
como una rebelión contra la sociedad capitalista moderna, en nombre
de los valores sociales y culturales del pasado, premodernos, y una
protesta contra el desengaño moderno del mundo, la disolución indi-
vidualista/competitiva de las comunidades humanas, y el triunfo de la
mecanización, la mercantilización, la reificación y la cuantificación. Des-
garrado entre su nostalgia del pasado y sus sueños de futuro, puede
tomar formas regresivas y reaccionarias al proponer un regreso a las
formas de vida precapitalistas, o una forma revolucionaria/utópica que
no preconiza un regreso sino un rodeo por el pasado hacia el futuro; en ese
caso, la nostalgia del paraíso perdido es investida de esperanza de una
nueva sociedad.2
Entre los autores más admirados por la generación rebelde de los
años 60 podemos encontrar cuatro pensadores que pertenecen, sin duda
alguna, a la tradición romántica revolucionaria y que intentaron, como
los surrealistas de una generación anterior, combinar –cada uno a su
manera, individual y singular– la crítica marxista y la crítica romántica
de la civilización: Henri Lefebvre, Guy Debord, Herbert Marcuse y Ernst
Bloch. Mientras que los dos primeros gozaron de las simpatías de los
rebeldes franceses, el tercero resultó más conocido en los Estados Uni-
dos y el último, sobre todo, en Alemania. Evidentemente, la mayoría de
los jóvenes que tomaron las calles de Berkeley, Berlín, Milán, París o
México jamás leyeron a estos filósofos, no obstante, sus ideas fueron
difundidas, de una y mil maneras, a través de los folletos y consignas del
movimiento. Esto es válido sobre todo en Francia, para Debord y sus
amigos situacionistas, a quienes el imaginario de Mayo del 68 debe al-
gunos de sus sueños más audaces y algunas de sus fórmulas más cho-
cantes («La imaginación al poder»). Sin embargo, no es «la influencia»
2
Ver sobre este tema mi libro junto a Robert Sayre: Révolte et mélancolie. Le romantisme à contre-
courant de la modernité, Payot, Paris, 1992.

106
de estos pensadores la que explica el espíritu del 68, sino más bien lo
contrario: la juventud rebelde buscaba a aquellos autores que pudieran
abastecerla de ideas y argumentos para sus protestas y para sus deseos.
Entre ellos y el movimiento existió, en el transcurso de los años 60 y 70,
una especie de «afinidad electiva» cultural: se descubrieron y se influen-
ciaron mutuamente, en un proceso de reconocimiento recíproco.3
En su revelador libro sobre Mayo del 68, Daniel Singer capturó, per-
fectamente, la significación de los «acontecimientos»:
Esta fue una rebelión total, que cuestionó no solo este o aquel
aspecto de la sociedad existente sino sus medios y fines. Se trató
de una sedición mental contra el estado industrial existente, tanto
contra su estructuración capitalista como contra el tipo de socie-
dad de consumo creada por este. Esto implicó un rechazo impac-
tante contra todo aquello que venía de arriba, contra el centralismo,
la autoridad, «el orden jerárquico».4
El Grand Refus [gran rechazo/renunciamiento] –expresión que Marcuse
tomó en préstamo de Maurice Blanchot– a la modernización capitalista
y al autoritarismo, definió bien el ethos político y cultural de Mayo del 68
así como, probablemente, de sus equivalentes en Estados Unidos, Méxi-
co, Italia, Alemania, Brasil y otros sitios.
Hay que subrayar que esos movimientos no fueron motivados por una
crisis cualquiera de la economía capitalista: por el contrario, esta fue la

MICHAEL LÖWY /El romanticismo revolucionario de Mayo del 68


llamada época de los «gloriosos 30» (1945-1975), años de crecimiento y
prosperidad capitalista. Esto es importante en aras de no caer en el
error de esperar la ocurrencia de rebeliones anticapitalistas solamente –
o sobre todo- como resultado de una recesión o de una crisis económica
más o menos catastrófica: ¡no hay correlación directa entre las subidas y
caídas de la Bolsa y la intensificación o declive de las luchas o las revo-
luciones anticapitalistas! Creer lo contrario sería un retroceso hacia el
tipo de marxismo economicista que predominaba en la II o III Interna-
cionales.

3
Para el análisis del concepto de afinidad electiva remito a mi libro Rédemption et Utopie. Le
judaïsme libertaire en Europe centrale, une étude d’affinité élective, Presses Universitaires de France,
Paris, 1986.
4
D. Singer: Prelude to Revolution. France in May 1968, Hill and Wang, New York, 1970, p. 21.

107
Limitaré mis comentarios al caso francés, que es el que conozco me-
jor. Si se toma, por ejemplo, el célebre folleto distribuido en marzo de
1968 por Daniel Cohn-Bendit y sus amigos, «¿El porqué de los sociólo-
gos?», encontramos el rechazo más explícito a todo aquello que se pre-
senta bajo la etiqueta de «modernización»; la misma se identifica con
nada más allá de la planificación, la racionalización y la producción de
bienes de consumo según las necesidades del capitalismo organizado.
Diatribas análogas contra la tecnoburocracia industrial, la ideología del
progreso y de la rentabilidad, los imperativos económicos y las «leyes de
la ciencia» están presentes en muchos de los documentos de la época.
El sociólogo Alain Touraine, un observador distanciado del movimien-
to, da cuenta, al utilizar los conceptos de Marcuse, de este aspecto de
Mayo del 68: «La révolte contre “l’unidimensionalité” de la société
industrielle gérée par les appareils économiques et politiques ne peut
pas éclater sans comporter des aspects “négatifs”, c’est à dire sans opposer
l´expression immédiate des désirs aux contraintes, qui se donnaient pour
naturelles, de la croissance et de la modernisation».5 A lo anterior hay
que añadir las protestas contra las guerras imperialistas y/o coloniales,
y una poderosa ola de simpatía –no exenta de ilusiones «románticas»–
hacia los movimientos de liberación en los países oprimidos del Tercer
Mundo. Finalmente, last but not least, tenemos que en muchos de estos
jóvenes militantes existía una profunda desconfianza hacia el modelo
soviético, considerado como un sistema autoritario-burocrático y, para
algunos, como una variante del mismo paradigma de producción y con-
sumo del Occidente capitalista.
El espíritu romántico de Mayo del 68 no se compone solamente de la
«negatividad», de la rebeldía contra un sistema económico, social y po-
lítico considerado inhumano, intolerable, opresor y filisteo, o de otros
actos de protesta tales como el incendio de autos, esos símbolos me-
nospreciados de la mercantilización capitalista y del individualismo
posesivo.6 Está cargado también de esperanzas utópicas, de sueños

5
La rebelión contra la «unidimensionalidad» de la sociedad industrial generada por los aparatos
económicos y políticos no puede estallar sin entrañar aspectos «negativos», es decir, sin opo-
nerse a la expresión inmediata de los deseos impuestos, que se asumen como naturales del
crecimiento y de la modernización [n. de la T.], A. Touraine: Le Mouvement de Mai ou le
communisme utopique, Seuil, Paris, 1969, p. 224. Ver también un interesante artículo de Andrew
Feenberg: «Remembering the May Events», Theory and Society, 1978; 6.
6
Aquí lo que escribía Henri Lefebvre en un libro publicado en 1967: «Es esta sociedad donde
la cosa tiene más importancia que el hombre, hay un objeto rey, un objeto-líder: el automóvil.

108
libertarios y surrealistas, de «explosiones de subjetividad» (Luisa
Passerini), en resumen, de eso que Ernst Bloch llamaba Wunschbilder,
«imágenes-de-deseo», que no están solo proyectadas hacia un futuro
posible, una sociedad emancipada, sin alienación, reificación u opre-
sión (social o de género), sino también experimentadas, inmediatamente,
en diferentes formas de la práctica social: el movimiento revolucionario
como fiesta colectiva y como creación colectiva de nuevas formas de
organización, la tentativa de inventar comunidades humanas libres e igua-
litarias, la afirmación compartida de su subjetividad (sobre todo de par-
te de las feministas), el descubrimiento de nuevos métodos de creación
artística, desde los afiches subversivos e irreverentes hasta las inscrip-
ciones poéticas e irónicas sobre los muros.
La reivindicación del derecho a la subjetividad estuvo inseparable-
mente ligada al impulso anticapitalista radical que atravesaba, de un
extremo al otro, el espíritu de Mayo del 68. Esta dimensión no debe ser
subestimada: ella permitió la –frágil– alianza entre los estudiantes, los
diversos «grupúsculos» marxistas o libertarios y los sindicatos que orga-
nizaron –a pesar de sus direcciones burocratizadas– la más grande huel-
ga general de la historia de Francia.
En su importante obra sobre «el nuevo espíritu del capitalismo», Luc
Boltanski y Ève Chiapello distinguen dos tipos –en el sentido weberiano
del término– de crítica anticapitalista –cada una con su combinación
compleja de emociones, sentimientos subjetivos, indignaciones y análi-
sis teóricos– las que, de una forma u otra, convergieron en Mayo del 68:

MICHAEL LÖWY /El romanticismo revolucionario de Mayo del 68


1) la crítica social (critique sociale), desarrollada por el movimiento obrero
tradicional que denuncia la explotación de los trabajadores, la miseria
de las clases dominadas y el egoísmo de la oligarquía burguesa que con-
fisca los frutos del progreso; 2) la crítica [de] artista (critique artiste),7 que
trata de los valores y las opciones de base del capitalismo y que denun-
cia, en nombre de la libertad, un sistema que produce alienación y opre-
sión.8

Nuestra sociedad, calificada como industrial, o técnica, posee ese símbolo, cosa dotada de
prestigio y de poder. […] El auto es un instrumento incomparable y puede ser irremediable, en
los países neocapitalistas, de desculturación, de destrucción por el interior del mundo civiliza-
do», Contre les technocrates, 1967, reeditado en 1971 bajo el título Vers le cybernanthrope. Contre
les technocrates, Denoël/Gonthier Bibliothèque, Paris, p. 14.
7
El adjetivo «artista» es utilizado por el autor como sinónimo de exquisitez; esta crítica [es
como de] artista [n. de la R.].
8
Luc Boltanski y Ève Chiapello: Le nouvel esprit du capitalisme, Gallimard, Paris, 1999, pp. 244-
245.

109
Examinemos de cerca aquello que Boltanski y Chiapello incluían en
el concepto de crítica artista del capitalismo: una crítica del desencanto,
de la falta de autenticidad y de la miseria de la vida cotidiana, de la
deshumanización del mundo por la tecnocracia, de la pérdida de la au-
tonomía, en fin, del autoritarismo opresivo de los poderes jerárquicos.
Más que la liberación de las potencialidades humanas para la autono-
mía, la autorganización y la creatividad, el capitalismo somete a los
individuos a la «caja de acero» de la racionalidad instrumental y de la
mercantilización del mundo. Las formas de expresión de esta crítica
que han sido insertadas en el repertorio de la fiesta provienen del juego,
de la poesía, de la liberación de la palabra, mientras que su lenguaje se
inspira en Marx, Freud, Nietzsche y el surrealismo. Crítica antimoderna
en la medida en que insiste en el desencanto, y modernista cuando
enfatiza en la liberación. Estas ideas ya se pueden encontrar en los años
50 en pequeños «grupos de vanguardia» artística y política –como So-
cialismo o Barbarie (Cornelius Castoriadis, Claude Lefort) o el situacio-
nismo (Guy Debord, Raoul Vaneigem)–, antes que ellas hicieran su
aparición, a plena luz, en la protesta estudiantil en el 68.9
De hecho, eso que Boltanski y Chiapello llaman «crítica artista» es
fundamentalmente el mismo fenómeno que yo designo como crítica ro-
mántica del capitalismo. La principal diferencia es que los dos sociólogos
intentan explicarla desde un «modo de vida bohemio», por los senti-
mientos de los artistas y de dandys, formulados de manera ejemplar en
los escritos de Baudelaire.10 Este me parece un acercamiento más bien
estrecho: aquello que yo llamo romanticismo capitalista abarca no sola-
mente algo anterior temporalmente, sino que tiene en cuenta una base
social mucho más amplia. Este romanticismo crítico se implantó no
solamente en los artistas, sino también entre los intelectuales, estudian-
tes, mujeres y toda suerte de grupos sociales en los que el estilo de vida
y la vida resultaron negativamente afectados por el proceso destructor
de la modernización capitalista.
El otro aspecto problemático del ensayo de Boltanski y Chiapello,
por demás significativo dada la riqueza de sus propuestas, es el intento
de demostrar que, en el transcurso de las últimas décadas, la crítica

9
L. Boltanski y È. Chiapello: Ob. cit. (en n. 8), pp. 245-246, 86.
10
Ibíd., pp. 83-84.

110
artista, al separarse de la crítica social, ha sido integrada y recuperada
por el nuevo espíritu del capitalismo, por su estilo novedoso de gestión,
fundado sobre los principios de la flexibilidad y la libertad, que propone
una autonomía mayor en el trabajo, mayor creatividad, menos discipli-
na y menos autoritarismo. Una nueva élite social, a menudo activa du-
rante los años 60 y atraída por la crítica artista, rompió con la crítica
social del capitalismo –considerada «arcaica» y asociada a la vieja izquier-
da comunista– y se adhirió al sistema, ocupando puestos de dirección.11
Si bien hay mucho de cierto en esta exposición, más que una conti-
nuidad llana y sin interrupciones entre los rebeldes del 68 y los nuevos
gerentes, o entre los deseos y las utopías de Mayo y la última ideología
capitalista, yo veo una profunda ruptura ética y política –apreciable a
veces en el transcurso de la vida de un mismo individuo–. Eso que se
perdió durante el proceso, esta metamorfosis, no se trata de un mero
detalle sino de lo esencial: el anticapitalismo… Una vez despojada de su
contenido anticapitalista auténtico –diferente de aquel de la crítica so-
cial–, la crítica artista o romántica deja de existir en tanto pierde toda
significación y deviene un simple adorno. Por supuesto, la ideología ca-
pitalista puede integrar elementos «artistas» o «románticos» en su dis-
curso, pero estos han sido anteriormente vaciados de todo contenido
social significativo para tornarse una especie de publicidad. Tienen algo
en común la nueva «flexibilidad» industrial y los sueños utópicos
libertarios del 68. Hablar, como lo hicieron Boltanski y Chiapello, de un

MICHAEL LÖWY /El romanticismo revolucionario de Mayo del 68


«capitalismo de izquierdas»,12 me parece un total contrasentido, una
contradictio in adjecto.
¿Cuál es entonces, hoy, la herencia del 68? Podemos estar de acuerdo
con Perry Anderson en que el movimiento ha sido definitivamente de-
rrotado, que muchos de sus participantes y dirigentes se volvieron
conformistas, y que el capitalismo –en su forma neoliberal– se volvió
en el transcurso de los años 80 y 90, además de triunfante, en el único
horizonte posible.13 Pero me parece que asistimos, en el curso de los
últimos años, a la expansión, a escala planetaria, de un nuevo y vasto
movimiento social, con un fuerte componente anticapitalista. Cierta-
11
Ibíd., pp. 283-287.
12
Ibíd., p. 290.
13
Me refiero a las intervenciones orales de Perry Anderson en los debates en ocasión de un
seminario sobre Mayo del 68 en Florencia, que dio lugar a la publicación de un número de la
revista Thesis Eleven.

111
mente, la historia no se repite jamás y sería tan vano como absurdo
esperar un «nuevo Mayo del 68», ni en París ni en otro sitio: cada nueva
generación rebelde inventa su combinación propia y singular de deseos,
utopías y subjetividades.
La movilización internacional contra la globalización neoliberal, ins-
pirada por el principio de que «el mundo no es una mercancía», que ha
tomado las calles de Seattle, Praga, Porto Alegre, Génova es –inevita-
blemente– muy diferente a los movimientos de los años 60. Está lejos
de ser homogénea: mientras que sus participantes más moderados o
pragmáticos creen aún en la posibilidad de regular el sistema, una am-
plia fracción del «movimiento de los movimientos» es abiertamente
anticapitalista y en sus protestas se pueden encontrar, como en el 68,
una fusión única entre crítica romántica y marxista del orden capitalista
y de sus injusticias sociales y de su avidez mercantil. Se pueden perci-
bir, sin duda, ciertas analogías con los años 60 –la poderosa tendencia
antiautoritaria o libertaria– así como también importantes diferencias:
la ecología y el feminismo, que apenas nacían en Mayo del 68, son ahora
componentes centrales de la nueva cultura radical, mientras que las ilu-
siones alrededor del «socialismo realmente existente» –ya sea el soviéti-
co o el chino– han, prácticamente, desaparecido.
Este movimiento no hace más que comenzar y es imposible predecir
cómo será su desarrollo, sin embargo ya ha modificado el clima intelec-
tual y político en ciertos países. Es un movimiento realista, es decir,
demanda lo imposible…

112
Testimonios
RUTH No. 2/2008, pp. 114-122

Crónicas de las luchas de mayo*

Viernes 3

Mitin a las 12 m. en el patio de la Sorbona, protegido por un servicio de


orden estudiantil frente a las provocaciones fascistas. El Rector Roche
llama a la policía. A las 16 horas la policía rodea la Sorbona, y a las
16:45 entra; montando en los carros estacionados en la Plaza de la
Sorbona a 527 personas (27 serán mantenidas bajo vigilancia en las
comisarías). La rebelión estalla espontáneamente en la calle y se pro-
longa hasta las 23 horas.
La Sorbona está cerrada. Los dirigentes sindicales y políticos y el Ser-
vicio de orden son interrogados durante 24 horas por lo menos. Se lanza
una orden de huelga de Universidades.
El llamamiento al mitin había sido lanzado por la UNEF, la Juventud
Comunista Revolucionaria, el Movimiento de Acción Universitaria, la
Federación de Estudiantes Revolucionarios. Los militantes del 22 de
marzo expulsados de Nanterre, ocupado por la policía, habían decidido
estar presentes. Subrayemos pues que la rebelión estalló espontánea-
mente luego del arresto de los militantes de todos estos grupos. Nuevo
hecho: mientras que los militantes para «no caer en la provocación»
habían aceptado en la Sorbona subir a los carros sin dificultades, los
manifestantes de la plaza Maubert rechazan la dispersión y se baten
contra la policía. Observemos que durante estos acontecimientos, la
Unión de Estudiantes Comunistas, que no participó en la lucha, distri-
buía en el patio de la Sorbona octavillas denunciando los «pequeños
grupos».
UEC: «Los responsables izquierdistas toman como pretexto las ca-
rencias gubernamentales y especulan con el descontento de los estu-
diantes para intentar bloquear el funcionamiento de las facultades e
impedir a la masa de alumnos trabajar y realizar sus exámenes. Así, es-

* Tomado de Pensamiento Crítico, La Habana, 1969; 25-26: feb.-mar.

115
tos falsos revolucionarios se comportan objetivamente como aliados
del poder gaullista y de su política que perjudica el conjunto de los
estudiantes, en primer lugar a aquellos cuyo origen es más modesto».
El PCF declaró el mismo día: «Algunos pequeños grupos (anarquistas,
trotskistas, maoístas, etcétera) compuestos en general por los hijos de
los grandes burgueses y dirigidos por el anarquista alemán Cohn-Bendit,
toman como pretexto...».
MAU: «Hoy, mientras que cada vez se hacen más numerosos los es-
tudiantes progresistas que pasan de una protesta que se ha revelado
vana a una resistencia legítima, el poder, por su parte, pasa de la igno-
rancia a la represión brutal».
Estudiantes Socialistas Unificados: «La Conferencia Nacional de Estu-
diantes Socialistas Unificados denuncia la actitud de los militantes co-
munistas (profesores y estudiantes de Nanterre) que intentaron oponerse
al movimiento».
El Sindicato Nacional de la Enseñanza Superior (FEN): se declara «soli-
dario con los estudiantes y llama a los miembros de la enseñanza supe-
rior a la huelga general en todas las Universidades».
L’Humanité del 3 de mayo publica un artículo de Marchais denun-
ciando a los pseudorrevolucionarios:
No satisfechos con la agitación que llevan a cabo en los medios
estudiantiles –agitación que va contra los intereses de la masa de
estudiantes y favorece las provocaciones fascistas–estos
pseudorrevolucionarios expresan ahora la pretensión de dar leccio-
nes al movimiento obrero. Cada día se les encuentra más a menudo
en las puertas de las empresas o en los centros de trabajadores emi-
grados distribuyendo octavillas y otros materiales de propaganda.

Estos falsos revolucionarios deben ser enérgicamente desenmas-


carados pues, objetivamente, sirven a los intereses del poder
gaullista y a los grandes monopolios capitalistas…

116
Lunes 6

Llamamiento para una manifestación en Denfert-Rochereau, a las 18:30


lanzado por la UNEF-SNE Sup. Todo el día manifestación de millares
de personas en Chatelet, en la margen derecha. Violentas batallas calle
Saint-Jacques, Plaza Maubert, mitin en la Facultad de Ciencias. 20 000
personas en Denfert-Rochereau. Batallas calle de Rennes, boulevard
Saint-Germain, plaza Maubert: «Liberen a nuestros compañeros. La
Sorbona para los estudiantes. Somos un grupo pequeño, una decena de
“coléricos”». El prefecto de la policía: «Se trata de manifestaciones es-
pontáneas». Barricadas. Ratoneras plaza Saint-Michel, rue Saint-Séverin,
422 arrestos.
¿Comenzará la burguesía a tener miedo?
Como durante las huelgas de Caen, Saint-Nazaire, Redon, Rhodiaceta, la
burguesía se dio cuenta del peligro.
Porque los estudiantes utilizan de ahora en adelante iguales métodos de lucha
que los de los sectores más combativos de la clase obrera. Desenmascarando la
naturaleza autoritaria de la Universidad, los estudiantes, están radicalizando
sus luchas...
La burguesía comprende que es vulnerable frente a la Unión en el combate de
los trabajadores y de los estudiantes. Así, trata de maquillar los hechos, calum-
niando la acción de los estudiantes y haciendo silencio sobre la de los trabajadores,
reprimiendo con violencia su acción antes de que sea demasiado tarde.
MOVIMIENTO DEL 22 DE MARZO.

«DECLARACIÓN ante la Comisión Disciplinaria de la Universidad de


París, el lunes 6 de mayo a las 11»
Señores,
Yo los rechazo.
Rechazo el Consejo de Disciplina.
Crónicas de las luchas de mayo

Rechazo su tribunal.
Señores, yo no los rechazo como profesores, mis maestros, encarga-
dos de llevar los conocimientos al estudiante que soy, la cultura indis-
pensable a la profesión a la cual me destino. Les rechazo porque hoy
ustedes se encuentran reunidos aquí, bajo las Órdenes de un gobierno y
de un Estado que, por la selección y la eliminación masiva, decidió
excluir de la Universidad las dos terceras partes de los estudiantes que
117
uno de vuestros colegas, el Señor Rector Capelle, calificó entonces de
desechos.
Les rechazo, porque, hoy, no tengo frente a mí a mis profesores sino a
hombres que han aceptado realizar el trabajo de los CRS y de avalar
esta decisión sin precedentes de cerrar la Sorbona. Les rechazo, pues,
cualquiera que sea su veredicto, voy a permanecer orgulloso del nom-
bre que llevo, de los sacrificios que mi padre, obrero metalúrgico, ha
realizado para mis estudios y que, como todos los trabajadores, soporta
el peso de las medidas gubernamentales tomadas en el marco del V Plan
del cual forma parte la reforma policiaca de la enseñanza.
Al rechazarles, señores, tengo conciencia de defender no solamente
el derecho a los estudios y las libertades universitarias, sino igualmente
su profesión de profesor, su misión de educador, su propia dignidad.
Actualmente, señores, mis jueces, no responderé a ninguna de sus
preguntas.
MICHEL POURNY, militante de la UNEF
Miembro del Buró Nacional de la FER

Viernes 10

Todos a Denfert a las 18:30 horas. A las 17:33 horas 5 000 alumnos de
liceos realizan una manifestación en el boulevard Arago y llegan a la pla-
za Denfert-Rochereau. Cohn-Bendit:
«¿A dónde vamos?». UJCML: «Por pequeños grupos a los barrios po-
pulares». B...: Hospital Saint-Antoine, a la Santé. 22 de Marzo y UNEF:
a la QRTF, al Palacio de Justicia. Salida hacia la prisión de la Santé.
Arago - Gobelins - Monge - Maubert - Saint-Germain - Saint-Michel.
La policía prohíbe la llegada al final del boulevard Saint-Germain así
como descender hacia la plaza Saint-Michel.
Los 20 000 a 30 000 manifestantes van pues hacia el Luxemburgo.
En las calles se gritan los tres puntos y: «A ustedes les atañe», «Cierren
sus tele», «Con nosotros».
Cohn Bendit: «Todos ustedes están al servicio del orden, y no hay
servicio del orden. Luxemburgo: 21 horas frente a la policía, casi rodea-
da por los manifestantes. Puesto que no quieren dejarnos pasar, ocupa-
mos el Barrio Latino. Las barricadas comienzan a construirse. Mientras
que hasta la una Geismar, Sauvageot, Cohn-Bendit intentan negociar

118
los tres puntos con el Ministro por intermedio de Roche. 60 barricadas.
Mitin de las FER que, banderas rojas a la cabeza, se une a los manifes-
tantes y les pide que se dispersen.
La UJCML, por su parte, después de la reunión, lanza octavillas. La
policía y los CRS «reciben a las 2:15 horas la orden de destruir las barre-
ras». Los manifestantes «resisten» particularmente en la calle Gay Lussac,
hasta las 6 de la mañana. Centenares de heridos, 400 a 500 arrestos. A
las 7 de la mañana, el prefecto de la policía declara: «Tengo la clara
impresión de encontrarme ante una verdadera empresa de subversión».

¡Viva unidad de los obreros y de los estudiantes a su servicio!


Durante una semana, los estudiantes han combatido resueltamente la
violencia contrarrevolucionaria de los CRS, guardias móviles y otros
policías. Su lucha ha mostrado la naturaleza profundamente represiva y
antipopular del gobierno gaullista. Sin embargo, los palos y las granadas
que han golpeado a los estudiantes son los mismos que han golpeado y
herido a los obreros de Caen, Redon y Mans.
Los obreros han tenido que combatir siempre contra la opresión de la
burguesía; desde hace 10 años se enfrentan a las cachiporras gaullistas y
las medidas malvadas de organización de desempleo, de intensificación
de cadencia y de policía a sueldo.
Los obreros son el blanco principal de la burguesía, son la fuerza
principal que provocará la caída del gobierno gaullista antipopular.

18 horas
La lucha continúa…
CIERRE DE NANTERRE Y DE LA SORBONA
REPRESION EN EL BARRIO LATINO
Crónicas de las luchas de mayo

EN RESPUESTA MANIFESTACIONES CADA VEZ MÁS NUME-


ROSAS
MARTES POR LA TARDE, 50 000 ESTUDIANTES Y TRABAJA-
DORES DESFILAN HASTA EL ARCO DEL TRIUNFO.

119
La federación de estudiantes revolucionarios afirma:
¡ABAJO EL IMPERIALISMO!
¡ABAJO EL ESTALINISMO!
¡VIVA EL SOCIALISMO!
LA RESISTENCIA ES POSIBLE. HAY QUE ORGANIZARLA.
¡IMPONGAMOS LA MANIFESTACIÓN CENTRAL DE LA JU-
VENTUD EN PARÍS!
Estudiantes, alumnos de los liceos, jóvenes trabajadores, el 27 y 28
de abril, en París, se proclamó por la construcción de la Organización Revolu-
cionaria de la Juventud, por la construcción de la Internacional revolucionaria de la
Juventud, la FEDERACIÓN DE ESTUDIANTES REVOLUCIONA-
RIOS.
[…]
El 27 y 28 de Abril, la Federación de Estudiantes Revolucionarios se
declaró parte principal del combate llevado a cabo por los jóvenes revo-
lucionarios reagrupados alrededor del diario Révoltes para reunir los días
29 y 30 de junio, 3 500 jóvenes en la Mutualité.
La Federación de Estudiantes Revolucionarios se dirige a los cente-
nares de miles de estudiantes, y los llama a combatir por el socialismo,
contra el capitalismo, contra las burocracias reformistas y estalinistas.
UNIÉNDOSE A SUS FILAS.
¡La Federación de Estudiantes Revolucionarios llama por millares a
los estudiantes a combatir bajo la bandera del socialismo!
La FER llama por millares a los estudiantes a construir la organiza-
ción revolucionaria de la juventud.
[…]

UNEF
Por una parte, las cachiporras, luego la estafa. Los estudiantes tienen
bastante.
El poder quiere restablecer el orden pues quiere que los exámenes
fundamento de la Universidad se pasen en la calma.
¿POR QUÉ?
Pues el examen es un medio de poner en práctica la política de selec-
ción. Permite escoger los «buenos y malos estudiantes».
Permite al poder hacer de nosotros «instrumentos» que aumentarán
los beneficios de las empresas.
120
Pero hay que prever la continuación de la lucha. Los exámenes se
acercan y van a jugar su papel: instrumento de selección. Los estudian-
tes no tolerarán tal política.
La lucha comienza y se proseguirá
[…]

«Noche sangrienta en el Barrio Latino»


(Llamamiento a la población)
He aquí el desarrollo de 1os acontecimientos de ayer 10 de mayo y de
esta noche:
–El viernes a las 16:30 h: 4 000 alumnos de liceos manifiestan su
apoyo a los estudiantes, al llamado de los Comités de Acción de los
liceos.
–18:30 h: 20 000 estudiantes, alumnos de los liceos, profesores, tra-
bajadores, celebran un mitin en la plaza Denfert-Rochereau para exigir:
-la liberación de los prisioneros;
-la amnistía total para todos los inculpados;
-la reapertura de la Sorbona;
-la evacuación del Barrio Latino por las fuerzas de la policía.
–19 h: La Manifestación se pone en marcha. Se fija por objetivo la
prisión de la Santé, para protestar contra las condenas, luego, al Minis-
terio de Justicia para reclamar la amnistía. En el camino, el número de
manifestantes aumenta sin cesar.
Los puentes del Sena son bloqueados por los policías y los manifes-
tantes rechazan la provocación y llegan al Boulevard Saint-Germain.
De nuevo, en el Carrefour Saint-Germain-Saint-Michel, un grupo de
policías, de nuevo los manifestantes rechazan la provocación. Llegan
pacíficamente al Boulevard Saint-Michel.
–21 h: Los manifestantes deciden ocupar el Boulevard Saint Michel y
rodear la Sorbona, hasta la satisfacción de sus reivindicaciones.
–Para defender su posición, los manifestantes construyen 50 barrica-
Crónicas de las luchas de mayo

das (con planchas, piedras, automóviles). El Servicio de Orden de la


Manifestación evita toda provocación.
El Rector anuncia por Radio que acepta discutir con los estudiantes.
Estos, acompañados de representantes de los profesores, le piden ga-
rantías sobre la amnistía total. Se pone en contacto con Peyrefitte, el
cual no dice nada.

121
–Joxe, Primer Ministro ad interim, Peyrefitte, Fouchet, Debré, Foccard,
Tricot, se consultan y reúnen.
–2 de la mañana: Lanzan sus policías.
–Miles de policías de todo género (CRS, guardias móviles, brigadas
especiales) cargan contra las barricadas.
–Lanzan primero granadas lacrimógenas y gases diversos (cloro, que
es muy tóxico).
–Luego lanzan granadas incendiarias; las barricadas arden, varios au-
tos son incendiados.
–Los CRS cercan poco a poco todos los puntos, todas las calles, los
manifestantes retroceden defendiéndose, los habitantes del barrio que
injurian a la Policía reciben granadas lacrimógenas en sus apartamentos.
Los manifestantes son perseguidos por todas partes, golpeados, luego
arrestados. La policía bloquea las salidas, y durante cerca de dos horas,
los heridos no pueden ser evacuados.
–Perseguidos y obligados a retroceder, protegiéndose como pueden,
los manifestantes se refugian en las furnias, en los apartamentos, donde
la Policía viene a detenerlos a pesar de las protestas de la población.
–Hacia las 6 de la mañana: la policía controla todo el «campo atrin-
cherado» de los manifestantes, pero algunos continúan aún resistiendo
en el exterior.
–Los hospitales están repletos;
–las Comisarías se llenan;
–el gobierno no quiere ceder.

122
RUTH No. 2/2008, pp. 123-130

Un comienzo*

A partir de ahora sabemos que la revolución socialista no es imposible


en un país de Europa occidental, y quizás en dos o tres. Ahora conoce-
mos mejor lo que podría ser un proceso revolucionario, y qué condicio-
nes, no reunidas durante la insurrección de mayo, son necesarias para su
triunfo.
1. El proceso que, de la protesta a la represión y a la reacción defen-
siva en contra de esta, condujo a las barricadas del 10 de mayo y luego
a la huelga general, presenta cierta semejanza con el esquema insurrec-
cional de tipo castrista.
a) La vanguardia no es una organización política preexistente que
guíe y organice a la masa en movimiento; es una minoría actuante que ma-
nifiesta por medio de acciones explosivas su rechazo radical y total de
la sociedad existente, con el fin de provocar un choque psicológico,
de revelar la vulnerabilidad y la podredumbre del orden imperante, y de
llamar por medio de acciones ejemplares, más que por medio de consig-
nas, análisis o programas, a la insurrección general.
Las barricadas del 10 de mayo, si bien en aquel día fueron el resultado
de una convergencia imprevisible de circunstancias, mostraron la efica-
cia de las acciones de choque, acompañadas de una avalancha de llama-
dos insurreccionales y revolucionarios sobre las masas trabajadoras a
las que se sabía descontentas, es cierto, pero cuyo descontento era teni-
do, desde Duverger hasta Waldock Rochet por puramente «alimenticio»
y cuyas reivindicaciones eran presentadas a nivel del puro consumo.
b) Contrariamente a la tesis defendida por algunos de nosotros acerca
de la necesidad de mediaciones –u objetivos intermediarios– para hacer
surgir la exigencia revolucionaria de un proceso de luchas inicialmente
limitadas en sus perspectivas, el carácter inmediatamente revoluciona-
rio y ejemplarmente subversivo fue el que provocó la movilización de
la clase obrera.
*
Editorial de Les Temps Modernes, 6 de junio de 1968, tomado de Pensamiento Crítico, La
Habana, 1969; 25-26: feb.-mar.

123
El desafío a las fuerzas policiacas, ventajosamente armadas y organi-
zadas, la ocupación de las facultades y del Odeón, la instauración de
una contrauniversidad y de un poder estudiantil, fueron ideas que en-
carnaron inmediatamente en actos ejemplares, y estos actos tuvieron
poder de convicción y de movilización muy superior a los métodos tra-
dicionales de agitación y propaganda. No solo demostraron práctica-
mente la posibilidad de transformar el orden establecido al nivel de una
de sus instituciones principales, sino que ellos mismos fueron su nega-
ción positiva.
Mientras que el 13 de mayo las consignas cegetistas, comunistas y de
la federación no eran más que «aumentadnos los salarios», «queremos
las 40 horas», «gobierno popular» –consignas que, dentro de la tradición
de «Pompidou, danos nuestros centavos», se incluían en la «petición al
príncipe», y reclamaban la concesión desde arriba de satisfacciones inme-
diatas y limitadas–, el 15 de mayo, después de la ocupación de las facul-
tades y del Odeón, la ocupación de las fábricas constituía un eco de la
insurrección estudiantil: la clase obrera tomaba espontáneamente el
poder, a su manera en los centros de producción. Su acción no tenía
otro contenido que ella misma, es decir: la toma del poder, la negación
de las relaciones sociales y de producción capitalistas.
2) A diferencia de la insurrección estudiantil que con el apoyo de una
parte de los profesores podía tomar el poder en la Universidad y hacerla
funcionar en contra de la lógica de la sociedad circundante y de su Estado
sin que este fuese alcanzado mortalmente en lo inmediato, el levanta-
miento obrero no podía hacer lo mismo en los centros de producción con
el apoyo de una parte de los cuadros, sin que este poder obrero, al vol-
verse una negación positiva, no atentase contra la propiedad capitalista
y no se lanzase a la conquista del Estado. Esta conquista no podía lle-
varse a cabo mediante el tipo de acciones espontáneas que había con-
quistado la Universidad: suponía una estrategia política, es decir, la
existencia de una organización revolucionaria.
a) Esta organización, de haber existido y de haber ejercido su influen-
cia en los comités de huelga y en los comités locales, hubiera podido
instalar por todas partes centros de poder obrero y popular antes de que
el Estado tuviese tiempo de reaccionar; hubiera podido romper los prin-
cipales soportes del Estado capitalista antes de verse obligado a realizar
y ganar contra él la prueba de fuerza final; hubiera podido coordinar
desde la base la toma de control de complejos enteros del aparato de

124
producción, distribución y administración impulsando, en todos los lu-
gares donde los trabajadores estaban preparados para hacerlo, el paso,
mediante la autogestión obrera, de la ocupación de las fábricas paradas
a la nueva puesta en marcha y a la reorganización interna de las empre-
sas ocupadas. Estas «huelgas de gestión», experimentadas en Francia y
en Italia a principios de los años 50, hubieran tenido el mismo efecto de
ruptura político ideológica que la organización de una contrauniversidad.
Aunque no sea generalizable, este giro de las huelgas era posible tan-
to en las industrias técnicamente avanzadas como en muchos de los
grandes servicios públicos (correos, transportes, administraciones mu-
nicipales, radiotelevisión). En especial, la huelga de los transportes co-
lectivos hubiera podido tomar la forma de una autorganización de
transportes públicos gratuitos por parte de los trabajadores en huelga,
prefigurando así el nuevo estatuto de un servicio no comercial. La huel-
ga de gestión en los sectores petrolero, petroquímico, de construcción
eléctrica, etcétera, hubiera prefigurado su necesaria socialización. La
organización del abastecimiento de las ciudades por los comités de huel-
ga, en unión con las cooperativas campesinas y los comités locales, hu-
biera prefigurado la eliminación de la especulación comercial y la
socialización de la distribución. Siendo condición de la duración ilimi-
tada de la huelga, la gestión social de una parte de la economía hubiera
sido igualmente su resultado.
En todas partes, la huelga, acompañada de ocupación hubiera podi-
do ir acompañada de una reorganización del trabajo y de los talleres, de
la definición de nuevas formas o ritmos de producción, de la abolición
de las relaciones jerárquicas, de la transformación de las relaciones en-
tre trabajadores manuales y no manuales, de la eliminación de cuadros
despóticos o incompetentes y de la promoción inmediata de nuevos
responsables de taller y de empresa, con un llamado a la colaboración
de estudiantes, profesores e investigadores con capacidades que sirvie-
sen para el buen éxito de la experiencia.
Siendo empresa de liberación y de autoeducación de los trabajadores
al mismo tiempo que toma parcial del poder por la clase obrera, la ocu-
pación de las empresas y el inicio de su autogestión habrían permitido, a
la vez: satisfacer, por autodeterminación de la base, ciertas reivindica-
Un comienzo

ciones de los trabajadores, sin esperar el consentimiento del patronato y


del Estado; poner en huelga al país sin que los productos vitales llega-
ran a faltar; rechazar toda negociación con el Estado burgués y la clase

125
patronal, y lograr su abdicación aprovechando el tiempo para la autor-
ganización del proletariado y de sus aliados, para la instauración, en
todos los niveles, de focos de democracia directa y de poder popular, y
para la elaboración, en todas las escalas y todos los sectores, de objeti-
vos y métodos de la sociedad poscapitalista.
b) La enumeración de esas posibilidades, reunidas a partir del 15 de
mayo, permite medir la falta de preparación ideológica, política y
de organización de los partidos y sindicatos que se presentan como guías de
la clase obrera. Ninguno de ellos intentó dar perspectivas revoluciona-
rias ni conciencia, tanto de sus posibilidades como de su sentido pro-
fundo, a la huelga generalizada y potencialmente revolucionaria. Todo
el trabajo de reflexión, elaboración y transformación radical llevado a
cabo por estudiantes, profesores, arquitectos, médicos, escritores, artis-
tas, cuadros científicos y técnicos, periodistas, se hizo fuera, incluso
contra el partido de la clase obrera que durante 10 días se empeñó en
asignar a la insurrección universitaria objetivos de reformas inmediatas
y limitadas (ejemplo, la presentación por L’Humanité de la «reforma a
los exámenes» elaborada por los profesores comunistas), y a los trabaja-
dores que ocupaban las fábricas, objetivos reivindicativos tradiciona-
les, «alimenticios» y uniformes, negociables «arriba» con gobierno en
turno, como si la preocupación principal del Partido y la CGT hubiese
sido la de contener el movimiento, de impedir una revolución, de evitar
la caída del régimen y el Estado burgués, y de posponer para una época
posterior toda transformación, cuando esta pudiera ser decidida, limita-
da, otorgada y ejecutada desde arriba, en frío, por un aparato estático,
nuevamente amo del país. Las direcciones del PCF y de la CGT (esta
con un furor obrerista que sobrepasó, en la denuncia de toda iniciativa
que no provenía de ella misma, el primitivismo que le es propio) se
revelaron como las principales fuerzas de orden antirrevolucionario de
la sociedad francesa. Creyendo alinearse con la masa y seguirla en lugar
de impulsar su iniciativa, y de dar a su lucha perspectivas y medios de
expresión y de experimentación, los organismos fueron constantemente
precedidos y empujados por las acciones inventadas en la base, la que,
al rechazar los protocolos de acuerdo del 27 de mayo, hizo aparecer en
toda su evidencia el abismo existente entre un proceso abiertamente
revolucionario por su amplitud, sus métodos, sus objetivos inmediatos
(1 000 francos de salario mínimo, semana de 40 horas, poder obrero en
las empresas, son para Francia reivindicaciones incompatibles con el

126
mantenimiento del orden capitalista), y el pobre 10 % de aumento que
resultaba de las promesas imprecisas con las cuales la CGT creyó poder
apaciguar a la clase obrera.
3) La mayor preocupación de los aparatos del movimiento obrero,
mientras duró la fase aguda de la crisis, fue la de dar seguridades no
solamente a los socialdemócratas y centristas sino incluso a la clase
patronal misma. Desde el 23 de mayo, la dirección de la CGT intentó
entablar un contacto directo con la CNPF (el organismo patronal) con
el fin de darle seguridades de viva voz acerca de las intenciones de los
dirigentes comunistas y darle garantías concretas en cuanto a su volun-
tad, expresada ya públicamente antes de esta fecha, de negociar con el
patronato sobre una base reivindicativa clásica.
Evidentemente, el análisis de la dirección comunista era que no conve-
nía comprometer, debido a «imprudencias» o incluso por el aprovecha-
miento de una situación revolucionaria, la alianza política y parlamentaria
que se había delineado entre el PCF y la Federación de Izquierdas; que
no convenía dar a esta ningún pretexto para poner en duda la respetabi-
lidad del PCF, su sentido de la legalidad y el orden, su rechazo a los
métodos revolucionarios y a la revolución misma, su lealtad de futuro
socio en un gobierno reformista. Todavía más: no convenía que los co-
munistas se presentasen como la fuerza principal del movimiento en
curso, ni que se apropiasen de la dirección, el mérito y, posteriormente,
del beneficio electoral, puesto que si se volvían o aparecían como la
fuerza principal de la izquierda, sus futuros socios reformistas podrían
dar pie atrás temiendo una alianza desigual, y abandonar en su aisla-
miento a un PCF que se hubiese vuelto inquietante debido a su excesi-
va fuerza.
De esta manera, con el fin de dar seguridad a sus futuros socios del
gobierno burgués, el PCF se retrasó en muchos aspectos en referencia a
ellos y manejó hasta el 26 de mayo (fecha en la cual Garaudy, en nom-
bre del buró político, hizo una tentativa sin consecuencias por rectificar
la línea), con una brutalidad y una grosería muy estalinianas, la injuria
y la denuncia contra las vanguardias, intelectuales o no. En numerosas
ocasiones el PCF demostró que podía poner el terror estaliniano al ser-
vicio de una línea conservadora, y, para defenderla, impedir el ejercicio
Un comienzo

de las libertades de reunión, de palabra y de prensa, entregar a los estu-


diantes a manos de la policía (en Lyon), aprobar la decisión (juzgada

127
inadecuada hasta en los medios degaullistas) del primer policía de Fran-
cia de prohibir a Cohn-Bendit la entrada al territorio francés.
De esta manera para facilitar las oportunidades futuras de una políti-
ca reformista, el PCF rechazó las oportunidades presentes de una revo-
lución socialista. Las rechazó con métodos y con un estilo que no darán
seguridades ni a sus enemigos de siempre ni a sus aliados potenciales.
De esta manera, actuando en función de un análisis de hace años, que
preveía la inserción parlamentaria del PCF en el juego político, la extin-
ción normal de la V República, una transición ordenada hacia la VI y la
asociación de los comunistas en un gobierno de reformas limitadas y
progresivas, el PCF rehusó aprovechar la crisis de mayo. Rehusó creer
en la posibilidad de esa crisis (tomando sus distancias en relación con la
insurrección estudiantil); luego rehusó creer en la realidad de esta crisis
(presionando para entablar negociaciones con un régimen moribundo);
y, por fin, rehusó creer en las potencialidades de esta crisis, es decir, en
la toma revolucionaria del poder por la clase obrera. Esta, inspirada
por la victoria de los estudiantes sobre el poder y, en algunos lugares, por
su propaganda directa, servía a las fuerzas socialistas una revolución en
bandeja de plata. El acontecimiento no cabía dentro de los esquemas
preestablecidos: se rechazó la bandeja para ofrecer a la clase obrera un
10 % de aumento nominal de salarios y la perspectiva de un dudoso
triunfo electoral y de reformas que dejaban el socialismo para un futuro
muy impreciso.
4) El tipo de partido y el tipo de acción capaces de conducir a una
crisis revolucionaria fueron definidos por su ausencia durante el curso
de estos acontecimientos:
a) El partido revolucionario de nuevo tipo no puede contentarse con
ser una organización estructurada y centralizada, concebida con vistas
a conquistar el aparato estatal mediante un proceso legal. Tal conquis-
ta, o bien será siempre imposible, o bien se volverá posible por un golpe
sorpresivo, pero entrañará siempre riesgos políticos (pérdida de aliados
necesarios para el ejercicio normal de un poder parlamentario) y milita-
res (chantaje de guerra civil) que el partido tipo clásico rehusará en
virtud de sus opciones y de su misma naturaleza.
b) La toma del poder no puede ser el resultado de un proceso revolu-
cionario que se desarrolle de la periferia hacia el centro. El Estado no
puede ser conquistado por una confiscación, pacífica o no, que deje sin
modificar sus «palancas de comando». Su conquista será el resultado de

128
su desintegración y de su parálisis posteriores al surgimiento de poderes
populares autorganizados en las fábricas, administraciones, servicios
públicos, municipios, ciudades, regiones. La toma del poder a nivel de
los centros de decisión y de producción, materialmente al alcance de los
trabajadores agrupados, es la que, vaciando al Estado burgués de su
sustancia, permitirá finalmente romper su resistencia. La revolución,
ahora como en 1917, descansará en un comienzo sobre la iniciativa de
las masas, sobre el ejercicio del «doble poder» por parte de los comités
de acción (o soviets) de los huelguistas, los estudiantes, los municipios.
c) En consecuencia, la acción del partido revolucionario de nuevo
tipo descansará no sobre militantes disciplinados y comandados por un
aparato central en su actividad cotidiana, sino sobre activistas locales
capaces de juicios y de iniciativas autónomas de acuerdo con las condi-
ciones locales, capaces de suscitar y animar las discusiones en asam-
bleas libres, la autorganización y la autodeterminación de ciudadanos
agrupados, la toma de control por parte de ellos mismos de sus condi-
ciones de existencia colectiva. Sin embargo, el aparato central del parti-
do no se vuelve superfluo, sino que su función se reduce a coordinar las
actividades de los activistas locales gracias a una red de comunicacio-
nes y de información; elaborar perspectivas generales y soluciones es-
pecíficas sustitutivas en todos los ámbitos institucionales, especialmente
en materia de planificación económica socialista; promover la forma-
ción de equipos capaces de poner en pie y de hacer funcionar las institu-
ciones centrales de la sociedad revolucionaria.
5) Hasta ahora ha sido indudable que nada era posible sin el Partido
Comunista Francés y la CGT en su forma actual. Desgraciadamente la
primera afirmación sigue siendo cierta aun cuando la segunda se impo-
ne. Es necesario pues que cambien el PCF y la CGT, pero ciertamente
no lo harán por sí solos. Ello solo podrá producirse bajo la presión revo-
lucionaria de la base y de los acontecimientos. Mas ¿no está excluida
esta posibilidad, tal vez por mucho tiempo, por el reflujo que organizan
e intentan enmascarar las direcciones sindicales?
Sin embargo, de las elecciones –si se las gana contra el degaullismo–
puede resultar también un retorno a la ofensiva. Sería en efecto absurdo
desintegrarse de ellas identificando a los adversarios, cómplices «objeti-
Un comienzo

vamente» (como solían decir aquellos que ahora merecen que se les
devuelva este tipo de argumento). No es que haya que hacerse muchas
ilusiones acerca de las virtudes de un gobierno surgido de elecciones

129
ganadas por la «izquierda», pero una salida de la mayoría actual parece-
ría justificar la política del PCF, lo ratificaría en su voluntad –más bien
su sueño y prácticamente su rechazo– de no decidir la revolución más
que desde arriba. La llegada al Parlamento de una mayoría de izquierda
obligaría a De Gaulle, por el contrario, a combatirla tanto abierta como
ilegalmente o a abandonar el poder; crearía la posibilidad de desarrollos
imprevisibles y de esta manera otorgaría a la acción de las vanguardias y
luego de las masas las oportunidades que los aparatos escleróticos aca-
ban de hacerles perder.
El sistema capitalista ha sufrido una ruptura de equilibrio que
agudizará durante mucho tiempo sus contradicciones; esto provocará
una sucesión de crisis e intensificará la lucha de clases. Los aumentos
de salarios que acaba de conquistar la clase obrera son de tal amplitud
que el sistema no podrá absorberlos sobre la base de sus estructuras
actuales ni podrá restablecer su equilibrio en un nivel superior. La clase
patronal intentará recobrar por todos los medios una gran parte de lo
que acaba de verse forzada a conceder. La política económica del régi-
men se ha vuelto no viable. Ningún gobierno, aunque fuese «popular»
estaría en capacidad el año próximo de hacer funcionar, conforme a su
lógica interna, el capitalismo francés cuya rigidez y estrechez de límites
de concesión son notorias.
La clase obrera francesa se verá pues conducida a poner en cuestión
cada vez más conscientemente un sistema que acaba de sacudir sus
conquistas limitadas y en el marco del cual estas no podrán ser salva-
guardadas ni a fortiori ampliadas. Miles de nuevos jóvenes militantes,
más radicales que sus padres, acaban de surgir y de descubrir su misión;
centenares de miles de trabajadores acaban de politizarse y de descubrir
un campo de posibilidades de una extensión hasta ahora insospechada.
Deshaciéndose en caso necesario de sus dirigentes, continuarán el com-
bate o lo retomarán en la primera ocasión. Aunque fallida, la insurrec-
ción de mayo fue un comienzo.

130
RUTH No. 2/2008, pp. 131-141

Entrevista a Jacques Sauvageot*

¿Podría precisarme cuál era el estado de la UNEF en las vísperas del 3 de mayo?
Todo el mundo parece estar de acuerdo en que la UNEF atravesaba uno de sus
períodos de mayor debilidad.
La UNEF, particularmente al nivel de sus instancias deliberativas, esta-
ba muy debilitada. Los debates en las asambleas generales se hacían
cada vez más difíciles. Pero no creo que, en el medio estudiantil, ese
haya sido su período de mayor debilidad. Al contrario. El año pasado,
por ejemplo, la UNEF había sido incapaz de organizar una lucha reivin-
dicativa de alcance, e incluso manifestaciones. Este año, con motivo
del problema de la Reforma Aigrain, la UNEF ha organizado una mani-
festación de 5 000 o 6 000 personas.
La UNEF ha participado también en la campaña Campus, que tuvo
un gran éxito. Con cierta perspectiva se ve toda la importancia que tenía
esta campaña de febrero, porque en ella se encuentran un cierto nú-
mero de temas, de formas de acción que se utilizaron más adelante,
en el mes de mayo. Particularmente la ocupación de los locales; los
muchachos iban a ocupar los albergues de las muchachas y viceversa,
mientras que en algunos lugares se ocupaban hasta los locales adminis-
trativos, y todo esto ya con la voluntad por parte de los estudiantes de
ocuparse de los asuntos de la universidad. Abrogaban los reglamentos
interiores y establecían otros nuevos, reivindicaban el derecho de ani-
mación y de vida política y sindical en las ciudades universitarias. Así la
movilización adquiría un carácter mucho más importante que en los
años anteriores.

* Tomado de Pensamiento Crítico, La Habana, 1969; 25-26: feb.-mar.

131
En los momentos del estallido, muchos observadores dijeron que Francia parecía
estar sumida en un sueño profundo. ¿Desde el punto de vista de la UNEF y
estudiantil, sentían ustedes esta efervescencia?
Creo que esta efervescencia era muy perceptible. En el segundo trimes-
tre todavía no habíamos previsto realizar una campaña nacional. Pensá-
bamos que en los campus podía hacerse un trabajo limitado pero
interesante. Quedamos asombrados al ver que esta campaña tenía un
éxito semejante. Todos los campus de Francia participaron en ella. Esto
nos mostraba que en realidad había algo que se estaba produciendo: eso
fue el 14 de febrero. El 21 de febrero la UNEF organizaba manifesta-
ciones con motivo de Vietnam. En París se reunieron 7 000 personas.
No habíamos conocido una movilización semejante, ni aun el 9 de no-
viembre, cuando el inicio de las clases había tomado un cariz tan difícil
en París.
El análisis que hacíamos era el siguiente: en marzo el reinicio de las
clases va a ser un momento sumamente duro, va a haber momentos de
batalla decisiva. En abril organizamos numerosas manifestaciones con
motivo de lo de Grecia, o en apoyo de Rudi Dutschke. En cada mani-
festación decíamos: si la policía llega a intervenir brutalmente, la cosa
va a comenzar. En la última manifestación en apoyo de Dutschke, los
estudiantes que se habían reunido rompieron una R 16, la policía no
intervino, pero si lo hubiera hecho la cosa hubiera comenzado en ese
momento. Necesitábamos una chispa, algo que produjera de repente
una movilización.

Y cuando usted decía «la cosa va a comenzar», ¿pensaba que la cosa llegaría hasta
las barricadas?
Sí, porque cuando se observaba la situación alemana o la italiana, se
daba uno cuenta de que no se diferenciaban de la situación francesa, los
problemas que se planteaban eran los mismos. Por otra parte, había un
cierto contagio entre todos estos movimientos estudiantiles. El proble-
ma del medio obrero es otro problema. No se pensaba que este movi-
miento llegaría a poner en crisis al régimen, golpe del que no se repondrá
según creo. Esto no lo esperábamos, porque en Alemania, en Italia, los
estudiantes nunca habían podido rebasar su medio y su movimiento
nunca había dado lugar a un movimiento general de los obreros.

132
Pero, según usted, ¿a qué se debe la politización de esta generación de estudiantes?
¿Es que los jóvenes de hoy son más adultos y llegan a comprender más rápidamente
las cuestiones de orden político? ¿Se trata simplemente de una cuestión demográfica?
No, creo que haya algo mucho más profundo. Usted citaba hace un
momento una frase que se esgrimió mucho al comienzo de los aconteci-
mientos: Francia se aburre. Ahora nos damos cuenta de que Francia no
se aburría para nada. El período actual ha quedado marcado por un
debate, una toma de conciencia, no solo entre los estudiantes sino tam-
bién entre los obreros. Es cierto que antes del movimiento había, diga-
mos, algo así como una gran corriente reaccionaria, que a la gran corriente
reaccionaria siguió una gran corriente revolucionaria, y que ahora a la
gran corriente revolucionaria sigue una gran corriente reformista. Solo
los estudiantes muy politizados planteaban los términos de la enseñan-
za en un marco muy general y la inscribían en el interior de un sistema
social. Actualmente este es un tema llevado y traído, la masa estudiantil
se da cuenta de que los problemas universitarios no se pueden aislar de
otros problemas.
La UNEF pasó por un gran período: la guerra de Argelia. Después de
este hubo una especie de vacío político, al menos en lo concerniente a
los debates de políticos en Francia. Es cierto que todos los sindicatos y
todos los partidos han pasado por esto. Pero el hecho de que este año se
haya llegado a un cierto número de acciones, muestra que se ha produ-
cido un hecho nuevo. Particularmente, se puso en ejecución la Reforma
Fouchet. Aquí veníamos a dar con problemas condicionados por una
situación exterior al medio universitario. Los estudiantes por sí solos no
podían combatir la Reforma Fouchet; era imposible. El problema Fouchet
planteaba el problema de la enseñanza en general y precisamente la
inserción de la enseñanza dentro de la sociedad; esto suponía una inter-
vención de los sindicatos obreros, pero a este nivel hay que reconocer
que el medio estudiantil estaba muy aislado. Lo que teníamos que ver
era el eco que nuestras formas de acción suscitaban en el medio estu-
Entrevista a Jacques Sauvageot

diantil, y aquí, en mi opinión, se ve un ascenso con respecto al año


pasado.

Esa ha sido la gran controversia, ya que el ex ministro de Educación, Peyrefitte, en


los inicios de mayo, decía que todo eso solo representaba una minoría. Pero mien-
tras usted o cualquier otro hablaban a nombre de la UNEF, o a nombre de los
estudiantes ¿qué porcentaje representaba esto?
133
Creo que nuestro porcentaje era por lo menos tan alto como el de los
sindicalizados en el medio obrero. En el mes de noviembre teníamos
casi 70 000 afiliados. Contando con que en Francia hay unos 500 000
estudiantes, esto constituye un porcentaje de sindicalización bastante
elevado. Si se compara a la UNEF con los movimientos extranjeros
similares, menos que había una gran diferencia. En Italia había un sindi-
cato muy poco politizado; en Alemania tiene usted asociaciones estu-
diantiles muy poco politizadas; y en Francia, en cambio, existe un sindicato
que estaba relativamente politizado, por una parte. Y por otra parte, un
número de grupos políticos también muy definidos. Esto ha traído du-
rante cierto tiempo algunos problemas. Entre los grupos políticos había
problemas de rivalidad y entre estos estudiantes politizados y la masa
estudiantil había una gran diferencia. El movimiento ha permitido que
todo eso desaparezca así como también el surgimiento de una nueva
generación de militantes y estudiantes en su masa politizada. Puede ser
que con relación a otros grupos la UNEF no haya estado bastante
politizada, pero el problema radicaba sobre todo en términos de dife-
rencia de línea política. De eso trataban los debates de la UNEF, y la
pelea se producía, con respecto a las líneas políticas, y no sobre el he-
cho de que hay que estar más o menos politizado.

Entre todas las jornadas y las noches del mes de mayo, la noche del 10 al 11 de
mayo, la noche de la calle Gay-Lussac es la más importante para todos aquellos
que la han vivido. ¿Está usted de acuerdo en esto?
Creo que este movimiento ha tenido diversas etapas, pero efectivamen-
te la noche del 10 al 11 de mayo marca una etapa importante. Esa fue la
noche en que se llevó a cabo una prueba de fuerza. La prueba de fuerza
no se planteaba en términos de «si resistimos durante tres días, vamos a
ganarle a la policía». No se trataba de eso, porque militarmente hemos
perdido. Pero políticamente salimos vencedores, puesto que logramos
que se nos reuniera la masa de los trabajadores. El día siguiente el go-
bierno hizo una declaración donde se aceptaban los tres puntos que
habíamos propuesto: amnistía, retirada de las fuerzas policíacas,
reapertura de las facultades.

Como quiera que usted era un estudiante como los otros al mismo tiempo que un
portavoz, ¿durante esa noche tuvo que tener algún tipo de protección especial?

134
Pasé esa noche al lado de Alain Geismar mientras él discutía con el rector
Chalin. Yo, por mi parte, me negaba a hablar con Chalin porque eso no iba
a servir para nada, pero tampoco consideraba inútil la iniciativa de Geismar.
Esto significaba una cierta buena voluntad. Pasamos buena parte de la
noche esperando la respuesta. Y a las 2:17, cuando los CRS intervinieron,
hicimos lo que todos los estudiantes, nos quedamos. Solo nos fuimos
cuando verdaderamente lo que había que hacer ya era ponerse a salvo.
Eran las 5:30 de la mañana, prácticamente no quedaba nadie en la
calle Gay-Lussac. Nuestro papel durante esa noche fue sobre todo
calmar a las gentes, pedirles que no hicieran actos de provocación.
Luego, cuando la policía intervino, nuestro papel consistió en hacer
cadenas para que las gentes no retrocedieran precipitadamente y todo
se hiciera en orden. A partir del momento en que estalla la contienda
uno se encuentra como cualquier otro militante, a no ser que por enci-
ma de todo haya un trabajo que realizar. Se actúa estrictamente en el
lugar en que se está sin poder ocuparse de otras barricadas que se
hacen en otras calles ya que en esos momentos no existen medios de
comunicación.

¿Ha habido contactos secretos entre ustedes y personalidades políticas, guberna-


mentales o de otro tipo?
En el caso del SNE-SUP sí. En lo que respecta a nosotros, hubo nada
más que una tentativa durante la noche con Sarda, que en ese momento
era nuestro abogado. La administración nos hacía proposiciones suma-
mente moderadas y en las cuales no adquiría ningún compromiso. De
este modo la respuesta también fue muy rápida. Yo estaba en el auto de
Radio Luxembourg, desde donde hablé con Sarda por onda corta. Le
dije: «En primer lugar lo que nos proponen es inaceptable; segundo, si el
Ministro quiere hacer proposiciones, que las haga públicamente». A decir
verdad, esta era la única iniciativa.
Entrevista a Jacques Sauvageot

¿Ha tenido usted la impresión de que en los días subsiguientes ha habido el deseo
de «recuperar» el movimiento y las fuerzas que ustedes representan?
No lo creo. ¿Quién estaba como para recuperar? ¿El Partido Comunista
y la Federación? Estos se mantuvieron tan al margen del movimiento
que les era imposible recuperar nada. Los análisis que podían hacer y las
actitudes que podían tener no correspondían para nada a la realidad.
135
Basta ver esto: la víspera del día en que la cámara iba a quedar disuel-
ta, algunos diputados de la Federación pensaban todavía en arrojar
proyectos de ley. Para ellos la situación seguía siendo completamente
normal. Nosotros nos sentíamos en una situación que era, como sigo
pensándolo, revolucionaria.

Pero dejó de a partir [sic] de un determinado momento. ¿Esto se debe únicamente a la


reacción gubernamental o a una especie de desmovilización de las tropas de ustedes?
Nada tuvo que ver con la desmovilización de nuestras tropas. Al res-
pecto hubo manifestaciones que, políticamente, no hacían adelantar la
situación, pero que no obstante tenían un significado. Es decir, la mani-
festación que hicimos la víspera de Pentecostés… Fue una manifesta-
ción de masa –30 000 a 40 000 personas– que no tenía un objetivo
relativamente preciso, pero durante la cual los estudiantes y una parte
de los trabajadores se encontraron para demostrar que estaban presen-
tes, dispuestos a continuar la batalla. La explicación hay que buscarla
en otra parte.

¿De la parte de los adultos?


No lo creo. La manifestación de Charléty era, con todo, significativa. La
«desmovilización» hay que explicarla a partir de la estrategia que desde
hace algún tiempo defienden el Partido Comunista y la CGT, que en-
contraron ahora una buena oportunidad para ponerla en práctica. Por
otra parte, si las condiciones objetivas de una situación revolucionaria
estaban dadas, era necesario que las organizaciones fueran conscientes
de que la situación era verdaderamente revolucionaria; por consiguien-
te, las condiciones «subjetivas» no estaban dadas.

Si digo la palabra «adulto» es porque me pregunto, como otras muchas gentes, si


aparte de todos los problemas políticos no hay también un verdadero problema
generacional simple y sencillamente.
No creo en absoluto que se trate de un problema generacional, basta
con observar que los trabajadores han planteado los mismos problemas
que nosotros.

De todos modos fueron los trabajadores jóvenes los que los plantearon al principio,
¿no?

136
No solo los trabajadores jóvenes. Basta con ver actualmente el conteni-
do de los debates que se llevan a cabo en las fábricas, las reflexiones de
los trabajadores en las fábricas. Dicen: «Bueno, por esta vez no habre-
mos obtenido gran cosa, pero la próxima vez vamos a organizarnos des-
de el principio, van a ver lo que es ocupar un lugar y con la rapidez que
lo vamos a hacer». Es cierto que el movimiento partió de los jóvenes, y
ello por algunas razones objetivas. Lo mismo que en el medio estudian-
til había un malestar con respecto al porvenir, los obreros jóvenes tam-
bién sentían exactamente este malestar. El problema de la formación
profesional, de seguridad en el empleo, son problemas que afectan a
todos los jóvenes.

¿Puede decirse que después de las jornadas de mayo y las que hubo en junio, que
tienen también su importancia, el movimiento sufrió una especie de reflujo? ¿Cuál
es su estado actual y cuál es su futuro?
No creo que el movimiento haya sufrido un reflujo, porque todos los
debates que se han llevado a cabo continúan. La gente sigue planteán-
dose el problema del régimen, los trabajadores se plantean el proble-
ma dentro de sus empresas. El otro día tuvimos un debate con militantes
obreros, decían que ahora un capataz ya no podrá decir cuándo haya
que cambiar un equipo: «traigan la carne». Eso se acabó. Se han produ-
cido algunos cambios. Se cita por ejemplo el caso de una mujer de 50
años que dijo en su empresa: «Con todo no se ha obtenido lo que que-
ríamos, vamos a tener que meterle mano al asunto». El movimiento,
aparentemente, disminuye, pero repito, que aparentemente. Aparente-
mente los trabajadores vuelven a sus puestos. Creo que el movimiento
cobra otra forma. Después del período de sensibilización, de acciones
de masa, hay un trabajo de agitación y discusión que va a continuar
durante todas las vacaciones, y todo el mundo se pregunta lo mismo:
¿qué es lo que va a pasar a la vuelta? ¿Va a pasar a la vuelta o va a
Entrevista a Jacques Sauvageot

suceder más tarde?

¿Qué significa para usted el mitin del 27 de mayo en Charléty?


Creo que la manifestación de Charléty es una nueva corriente política. No
tenía una clara definición porque había mucho de ambigüedad: había
secciones de la CGT, secciones de la FO, gentes de partidos políticos y

137
gentes de masa. Pero a pesar de todo resultó una cierta línea de política
común: la batalla debe continuar de manera unida. Además, se hacía
una referencia explícita al socialismo. Y sobre todo fue una manifesta-
ción espectacular. Por otra parte la palabra de orden de Charléty se ha
lanzado contra todo el mundo. Los comités de acción no la aceptaban,
las centrales se mostraban reticentes, la mayoría de los que participaron
se mostraban reticentes. Charléty tenía lugar en los momentos en que se
estaban concluyendo las negociaciones. Algunas personas pensaban que
el problema se iba a arreglar mediante acuerdos, mediante la discusión
con el gobierno. Por otro lado, ahí estaba Charléty, con una política
diferente, donde se tenía conciencia de que los más importantes no eran
los acuerdos con el gobierno, sino la acción de los estudiantes y trabaja-
dores, dirigida hacia el socialismo. Después de Gay-Lussac, el gran
momento fue Charléty.
La policía no se encontraba en los alrededores de Charléty. Esto impi-
dió que hubiera encuentros. Si la policía hubiera estado, la cosa habría
sido diferente. A pesar de los piquetes organizados para dispersar la ma-
nifestación, todo se llevó a cabo muy bien. La calma que hubo al final
de lo de Charléty se explica también porque la gente, al final, tomó
conciencia de que sucedía algo nuevo, que esta manifestación llevaba
algo más que las barricadas. Charléty se sitúa en una cierta dinámica de
lucha. Ahora los trabajadores han vuelto a las empresas, los estudiantes
se van a ver obligados a entrar en las facultades para hacer un buen
trabajo de reflexión. Ya no existe la oportunidad de unificación que
hubo en los momentos de Charléty.

¿Cómo van a organizarse los obreros teniendo en cuenta el aparato que los rodea?
Es un problema complicado. Habría que preguntárselo a los trabajado-
res, no quiero responder por ellos. Según los contactos que tenemos,
creo que los obreros no están satisfechos. Algunos vuelven a criticar las
direcciones sindicales. Los comités de huelga se mantienen a veces, se
crean comités de acción. Se observa sobre todo que esta masa de tra-
bajadores vuelve con la impresión de que se ha dejado engañar. No sabe
exactamente por quién. Hay un cierto sentimiento de descontento difu-
so. Será interesante ver sus reacciones cuando comprendan que lo que
han ganado lo han perdido, y esto en el momento en que recomienza la
lucha. Esto es lo que va a tener importancia. Pero entonces vamos a ver
cuáles serán las tácticas del partido y la CGT.

138
¿Cuál es la táctica de ustedes?
Estamos directamente subordinados a lo que puedan hacer el Partido y
la CGT. Nos contábamos entre los que pensábamos, antes del desarro-
llo de este movimiento, que los partidos estalinistas ya no eran revolu-
cionarios. No deseaban ver el desarrollo de las corrientes revolucionarias
importantes, tanto en los países europeos como en los otros. Basta ver
la posición que toman en América Latina, es algo sintomático. Basta
ver cuando están en el poder con los socialdemócratas. Considere el
ejemplo de algunos países de la Europa del Norte, y se dará cuenta de
que finalmente tienen una política nada revolucionaria y que el socialis-
mo llevado a cabo es, cuando más, tímido. Hay que buscar entonces
la explicación de esta estrategia. Es muy sencillo. Hay que remontarse a la
época que siguió a la Guerra Fría: la coexistencia pacífica. Los partidos
estalinistas por nada del mundo quieren oír hablar de movimientos que
pongan en crisis su concepción de la coexistencia pacífica. Es cierto
que un vuelco de la sociedad francesa ponía en peligro la coexistencia
pacífica. Vietnam no ha logrado hacer estallar la coexistencia pacífica
de estos partidos, hacer estallar el lazo que existe entre Moscú y Wash-
ington. SUPONGA QUE SE PRODUCE EN FRANCIA LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA,
ESO QUERRÍA DECIR UN TRASTORNO MUY GRANDE SOBRE EL TABLERO MUNDIAL,
COSA QUE NO LES GUSTA PARA NADA. Desde el comienzo fue evidente que
jugaron la carta de De Gaulle. Para ellos, mucho más importante que
encontrarse en el poder con los socialdemócratas en una posición difí-
cil, es seguir en la oposición y seguir siendo el partido más importante
de la oposición. Está también el problema de las líneas políticas. El
estalinismo no ha muerto. Ahora bien, es evidente que el movimiento
que se desarrolló en Francia habría desembocado en un socialismo que
no sería en absoluto un socialismo estalinista, sino por el contrario un
socialismo sumamente libre. Desde el principio el PC ha jugado la carta
de De Gaulle; eso es evidente. Quince días antes que De Gaulle, el PC
decía ya: «La única solución son nuevas elecciones». Y el Partido Co-
Entrevista a Jacques Sauvageot

munista no está loco, sabía perfectamente cuál sería el resultado de las


elecciones.

Entonces, teniendo en cuenta que eso era «imposible», ¿puede decirse que todo el
«movimiento» descansa sobre un sueño?

139
El PC y la CGT han logrado limitar la corriente revolucionaria de los
trabajadores porque han hecho un análisis sociológico de su base que
les ha permitido ver lo que podían decir exactamente. El análisis que han
hecho, en particular después del discurso de De Gaulle, era: «Nuestros
afiliados son trabajadores que acaban de entrar en la sociedad de consu-
mo, la televisión, el refrigerador, un cierto derecho a la cultura, y que en
los primeros momentos van a tener miedo de perder todo eso». Así,
habrá podido observar que cuando De Gaulle dijo: «No escatimaremos
todos los medios necesarios», el PC sacó a relucir el fantasma de la
guerra civil diciendo: «¿Se dan cuenta? Van a perderlo todo», cosa que
permitió que la base aceptara las posiciones de la CGT. Porque la base
quería un cambio importante, quería efectivamente satisfacer sus rei-
vindicaciones, pero por otro lado no quería perder lo que tenía. Fue un
gesto de mucha habilidad. En eso han logrado lo que pretendían. Pero
en un futuro no creo que el PC podrá mantener la misma posición. Cuan-
do los trabajadores vean que no les queda nada, eso no va a gustarles.
Entonces creo que el PC, al no poder adoptar la misma táctica de blo-
queo, tendrá una actitud muy diferente. Eso era visible cuando Séguy
llegó a Boulogne y presentó los acuerdos, donde se sobreentendía que
había que aceptar los acuerdos. Inmediatamente los obreros se negaron:
«Entonces, camaradas, no nos queda más que la lucha, continuaremos
la lucha»; viraje muy rápido para poder tomar la dirección de la lucha,
de manera que no hubiera injerencia de otras manos, y limitarla luego.
Tengo la impresión de que si el movimiento vuelve a iniciarse, el PC
tomará la dirección de la lucha. Reconsiderará sus posiciones y derroca-
rá a De Gaulle. Si ve que es posible, tratará de derrocar al capitalismo
para llegar quizás a una solución de compromiso, para no irse por su
izquierda.

Volviendo a las jornadas de mayo, ¿hay en un momento dado (y hablo desde el


punto de vista físico) una imagen, una frase, un personaje o algo que, en la perspec-
tiva actual, le haya impresionado más que otra cosa?
Lo que más se me queda es algo así como una idea general. La impre-
sión de que la cosa ha reventado por todas partes. Prácticamente en el
mismo día se pudo ver a trabajadores que ocupaban sus fábricas; estu-
diantes que ocupaban sus facultades, que se lanzaban a la calle; funcio-
narios de Educación que vienen a verlo a uno diciéndole: «Hemos hecho

140
comités de acción, estamos hasta el último pelo de trabajar para minis-
tros uno tras el otro, tenemos ganas de hacer un trabajo interesante»;
futbolistas que ocupan el local de la Federación de Fútbol diciendo:
«Estamos cansados de que nos exploten»; inspectores de finanzas que
se ponen a hacer piquetes de huelga o comités de acción; dondequiera,
dondequiera se da uno cuenta de que la cosa explota, de que la gente
tiene deseos de expresarse, esa es la impresión que me llevo. Cuando
uno creía que todo estaba dormido, de repente todo explota.
LA SITUACIÓN ERA REVOLUCIONARIA POR DOS RAZONES: DURANTE ALGÚN TIEM-
PO SE HIZO EVIDENTE QUE DE GAULLE NO PODÍA HACER NADA –SI NO TOMÓ
NINGUNA MEDIDA FUE PORQUE VERDADERAMENTE NO PODÍA– Y ESTUVO EL HE-
CHO DE QUE TODO EL MUNDO TENÍA DESEOS DE EXPRESARSE, DE TOMAR LOS
ASUNTOS EN SUS MANOS. ESO ES EL SOCIALISMO, el comienzo de un verdadero
socialismo; claro que esto puede tener cierto aspecto «poujadista» en la
medida en que cada uno dentro de su dominio, sin contar con los otros,
pretende tener sus pequeñas ventajas. Lo más excepcional que había en
todo esto no era el que la gente defendiera sus pequeñas ventajas, sino
que tenía deseos de expresarse y unirse. Era algo muy diferente a un
movimiento poujadista, y correspondía mucho más profundamente a
una cierta tradición revolucionaria francesa. Se sintió entonces el
resquebrajamiento de esta sociedad que temblaba y todas las gentes
que querían expresarse y organizarse.

¿Qué planes tiene para cuando haya terminado sus estudios?


Todavía no lo sé, lo ignoro totalmente. Eso depende de tantas cosas.
Teóricamente hago Historia del Arte. La hago, pero no creo en el arte.
Hay toda una investigación que hacer sobre el arte. ¿Qué es el arte? Es
un medio de expresión. Estos problemas no se plantean de manera in-
mediata. ¿Qué es lo que pasará dentro de seis meses, un año? Esa es la
cuestión. Hoy por hoy nadie puede decirlo. En la UNEF, según los aná-
lisis que hacemos, pensamos que el movimiento va a reanudarse. El
Entrevista a Jacques Sauvageot

año pasado la vuelta a clases ya se produjo en condiciones tales que


este año va a ser peor. El movimiento universitario va a dar otro salto,
de eso puede estar seguro. El problema sigue en pie: el problema del
movimiento obrero. Creo que también el movimiento obrero va a dar
otro salto. ¿Será para dentro de seis meses, un año, dos años? Ahí está la
cuestión.

141
RUTH No. 2/2008, pp. 142-154

JEAN-PAUL SARTRE

El movimiento estudiantil: una crítica radical


de la sociedad (entrevista)*

Después de la última gran manifestación de los estudiantes, en la noche del 11 al


12 de junio, cuando las barricadas se extendieron no solamente por el Barrio
Latino sino por todo París, se dio un giro muy claro de la opinión pública. Mucha
de la gente que había manifestado hasta entonces su simpatía por los estudiantes
juzgó que estos «exageraban» y que su «violencia estéril» perjudicaba su propia
causa...
SARTRE: Sí, porque la opinión pública francesa –como todas las opinio-
nes públicas– es necia. Es necia porque está mal informada porque la
prensa no hace su trabajo. Nadie ha tratado de explicar a la opinión
pública el sentido de esta violencia de los estudiantes, que en realidad no
es más que una «contraviolencia». Contraviolencia no solamente oca-
sional contra los policías que los han provocado deliberadamente, sino
contra una sociedad que los oprime (de esto hablaré en la siguiente
entrevista). Ahora ya hay personas que tratan de explicarlo: son los miem-
bros de los 400 comités de acción revolucionaria que realizan discusio-
nes públicas y que hacen en la calle el trabajo de contraveneno, y debo
decir que me parecen extraordinarios. Los veo trabajar en mi barrio,
frente a la estación de Montparnasse o frente al quiosco de periódicos
del cruce Raspail-Montparnasse. Utilizan dos tácticas. La primera con-
siste en provocar una discusión entre un tipo bonachón, más bien indo-
lente pero de izquierda, y un excitado de derecha. La gente que pasa se
agrupa, cada uno dice lo suyo y, cuando el debate se ha establecido, los

* Tomado de Pensamiento Crítico, La Habana, 1969; 25-26: feb.-mar. A no ser que se indique lo
contrario, todas las notas pertenecen al texto original [n. de la R.].

142
miembros del comité de acción se retiran dejando a los demás discutir
entre sí.
Esto siempre es bueno porque la evidente violencia del excitado de
derecha ayuda a que la gente considere de diferente manera la estudiantil.
El otro método, que me parece mejor, es explicar directamente a la
gente lo que pasa. Esto no siempre es fácil. A menudo veo muchachas
jóvenes que no tienen mucha voz hacer frente a gritones encendidos en
cólera. A veces el tono sube mucho pero nunca hay intercambio de
golpes. Nadie lo desea. Naturalmente el joven fascista es quien habla
más y más fuerte, pero de todas maneras debe de tomar aliento de vez
en cuando. En ese momento la joven de voz frágil lanza una réplica,
hace una pregunta y el fascista se ve obligado a dar una respuesta en la
cual resalta su mala fe.

Nada de «violencia gratuita»

Todos los que asisten a estas discusiones se sorprenden de la dulzura y

JEAN-PAUL SARTRE /El movimiento estudiantil: una crítica radical de la sociedad (entrevista)
la paciencia con las que estos jóvenes explican el sentido de su acción.
Verdaderamente hacen un trabajo admirable y estoy seguro de que, si
hubiera habido más comités de acción por todas partes en la calle en la
mañana del 12 de junio, muchos parisienses habrían reaccionado muy
diferentemente a las manifestaciones de la noche.
¿Qué pasó esa noche? Lo mismo que en todas las manifestaciones
precedentes que habían tenido un «mal giro»: los estudiantes no habían
hecho otra cosa que responder a las provocaciones de la policía. Desde
principios del mes de mayo, todas las manifestaciones autorizadas se lle-
varon a cabo en calma; solo hubo violencia cuando la policía trató
de impedir el desfile de estudiantes o dispersar sus reuniones. El 10 de
junio, un estudiante de la Unión de Juventudes Comunistas Marxista-
Leninistas, que había venido a manifestar su solidaridad con los obreros
huelguistas de Flins, fue ahogado por la policía en el Sena, en Mureaux.
Y digo por la policía. Poco importa que no haya sido lanzado directa-
mente al agua, como parecen indicarlo los testimonios. Cuando unos
quince jóvenes deciden hundirse en el Sena escogiendo la huída más
peligrosa, porque están rodeados por las fuerzas de la policía y porque
algunos de sus compañeros han sido ya salvajemente golpeados ante
sus ojos, si uno de ellos muere, debe decirse que la responsabilidad de la

143
policía es total. La prensa, evidentemente, no lo admitió, y el «estudian-
te ahogado» de las primeras horas pronto se convirtió, en las siguientes
ediciones, en un estudiante «que se ahogó».
Para la UNEF no había problema: la policía había matado a un es-
tudiante, y era necesario manifestarse. Los estudiantes no podían dejar
asesinar a uno de sus compañeros, sin protestar. Sauvageot dijo: «Noso-
tros de todas maneras nos manifestaremos. Si el servicio del orden no
interviene, no habrá ninguna violencia. Pero si se nos impide pasar,
no daremos la orden de dispersión».
Sin embargo, el gobierno prohibió la manifestación. ¿Por qué? No
había ninguna razón. Otros desfiles –el 13 de mayo, desde la Place de la
République hasta Denfert-Rochereau; el 17 de mayo al estadio de
Charléty– se habían llevado a cabo sin incidentes. Incluso esta vez, los
estudiantes y los jóvenes trabajadores habían gritado «CRS = SS»,1 «De
Gaulle asesino», y habrían ocupado pacíficamente la calle, sin romper
un escaparate, sin romper una silla de café. Pero el gobierno había deci-
dido prohibir todas las manifestaciones, sin duda por miedo a que se
realizara una que fuese más espectacular que la de los degaullistas, el
30 de mayo, de la Place de la Concorde a L’Etoile.
El 11 de mayo en París, fue el poder el que creó un cáncer generalizado
al impedir a los estudiantes manifestar libremente su indignación. Los
manifestantes no hicieron otra cosa que responder con la contraviolen-
cia a la violencia previa que se les había hecho. Por otra parte, contraria-
mente a lo que se nos quiere hacer creer, los estudiantes, si bien impugnan
radicalmente la sociedad, no son de ninguna manera alborotadores que
sueñen con destruirlo todo. Para comenzar, es notorio que su violencia
no haya sido ejercida más que contra la policía. Hubo comisariados
atacados, carros de la policía incendiados, policías heridos. Claro que
también hubo automóviles particulares y diferentes equipos públicos
utilizados para construir las barricadas defensivas. Pero la prensa prác-
ticamente no ha podido señalar (y sin embargo habría estado muy con-
tenta de poder hacerlo) ningún caso de pillaje, de robo, de brutalidades
cometidas con «oponentes», de violencia gratuita. Y esto a pesar de la
presencia, tan complacidamente subrayada, de tantos «granujas» que
habían descendido de las afueras para «aterrorizar al burgués». La vio-

1
CRS: Compañías Republicanas de Seguridad, cuerpo élite de la policía francesa; SS: Cuerpo de
protección (Schutz Staffel) del Estado Nacionalista en Alemania.

144
lencia de los estudiantes y de los jóvenes trabajadores nunca fue más
que defensiva.

Nietzsche, Carlyle y Cohn-Bendit

Por otra parte, quienes son acusados de ser más directamente los
alborotadores son justamente los que no aprueban la violencia univer-
sitaria. Pienso en los «maoístas» y en los anarcotrotskistas de la FER
que estiman que el «trabajo» en el Barrio Latino no tiene ningún interés.
Las manifestaciones de estudiantes son incluso, en su opinión, una di-
versión nefasta que hace el juego al régimen: al seno de la clase obrera
debe llevarse el fermento revolucionario, pues solamente de ella puede
surgir un movimiento revolucionario realmente eficaz. Sin embargo,
fueron estos dos movimientos los afectados por la orden de disolución,
mientras que no se osó tocar la UNEF, que es la que llama a manifestar.
Fue igualmente disuelta una organización tan «inatrapable» como el
Movimiento 22 de Marzo, del cual nadie sabe si tiene 5 000 o 50 miem-

JEAN-PAUL SARTRE /El movimiento estudiantil: una crítica radical de la sociedad (entrevista)
bros, que él mismo ha rehusado darse una estructura, que considera el
papel de las «minorías en acción» como el de un fermento siempre pre-
sente pero siempre difuso en la sociedad y que es lo contrario de lo que
puede llamarse una «organización terrorista».

A propósito de la entrevista que usted tuvo con Cohn-Bendit y cuyo texto publica-
mos nosotros, Roger Priouret escribió en L’Express que el pensamiento de Cohn-
Bendit «es un eco de Thomas Carlyle y de Federico Nietzsche...»
SARTRE: Es ese un triste ejemplo de analfabetismo político. Priouret
puede escribir lugares comunes sobre economía porque ha leído algu-
nos libros sobre el tema. Pero hablar de Nietzsche y de Carlyle a propó-
sito de Cohn-Bendit es probar no solo que no se tiene cultura, sino
además que nunca se ha aprendido a pensar.
Cohn-Bendit se burla ampliamente de Nietzsche y yo no estoy seguro
de que haya leído a Carlyle. De todas maneras, las teorías del «héroe» no
le interesan. Lo que trata de comprender es lo que puede debe ser el
papel de una minoría activista. Hasta ahora ha habido tres grandes con-
cepciones del movimiento insurreccional: la de Blanqui, la de Lenin y la
de Rosa Luxemburgo.

145
El llamado al asesinato

Para Blanqui, es muy simple: corresponde a un grupo armado, entrena-


do, rigurosamente disciplinado, tomar el poder y poner a la masa –que
seguirá inmediatamente– frente al hecho realizado. Para Lenin, la masa
entera es la que actúa, pero controlada por el partido que empuja y que
decide. Para Rosa Luxemburgo, es también la masa, pero sin la regimen-
tación del partido, cuyos dirigentes surgen y desaparecen, producidos
en cada etapa por la masa misma que enseguida los reabsorbe.
Es claro que la concepción de Cohn-Bendit –aunque él tenga horror
de que se le una a cualquier «escuela»– está más próxima a la de Rosa
Luxemburgo que a las otras dos. Él no sueña ni un instante en hombres
superiores o en súperhombres que conducirían a la masa. Piensa que la
masa engendra de vez en cuando pequeños grupos de hombres que nunca
son «jefes» pero que pueden desencadenar –en ciertos momentos privi-
legiados en que su acción corresponde a una exigencia popular profun-
da– un movimiento de masa que los sobrepasa y pronto los engloba.
¿Dónde se insertan allí Nietzsche y Carlyle? ¡Me gustaría que Priouret
me lo explicara!

El gobierno, es clásico, sentía la necesidad de hacer algo para tranquilizar a su


clientela y demostrar que no permanecía inactivo ante la «subversión». Por lo cual
decidió atacar lo que más parecía ser la dirección: los miembros de los «grupúscu-
los» que habían sido, para la opinión pública, las vedettes de la impugnación.
SARTRE: Es una medida grotesca y vergonzosa. Se disuelven «aparatos»
que ni siquiera existen. Los miembros de los «grupúsculos» no son vedettes,
que la opinión pública no conoce, fuera del de Cohn-Bendit, el nombre
de ninguno de ellos. Son militantes que proseguirán su labor de infor-
mación y de explicación, en la clandestinidad si es preciso. Por lo demás
el gobierno combate, como siempre, a los más débiles. Se expulsa a un
puñado de extranjeros, entre ellos a dos pintores que vivían en Francia
desde hacía 10 años, y de los cuales uno es triunfador de la Bienal de
Venecia. Lo mismo sucedió durante la guerra de Argelia, con «los 121».
La represión fue dirigida contra unos cuantos profesores y contra dos o
tres desafortunados, a quienes durante tres años obstinadamente se ha-
bía impedido actuar para la televisión, aunque, por su parte, los escrito-
res medianamente conocidos nunca fueron molestados.
146
En suma, pues, es la política de la cobardía. Pero al mismo tiempo se
lanza a la base un llamado al asesinato. Porque el llamado de De Gaulle
a la creación de comités de acción es exactamente eso. Una manera de
decir a la gente: agrúpense en sus barrios para moler a golpes a quienes,
en su concepto, expresen opiniones subversivas o tengan una conducta
peligrosa para el gobierno. Esto ya ha ocurrido. Conozco por lo menos
dos casos de personas que han sido golpeadas, en París, por grupos de
antiguos soldados vestidos de civil o incluso con uniforme de camufla-
je. ¿Y a quién se puso a la cabeza de estos comités de acción cívica? ¡A
Roger Frey, el hombre que dejó asesinar a Ben Barka!
Este llamado al asesinato lanzado por el Presidente de la República
no fue, por otra parte, una respuesta a la violencia de los estudiantes. El
viejo solo se enojó cuando su poder fue puesto en juego, políticamente,
por Mitterrand y Mendès-France. Hasta entonces había estado vaga-
mente indulgente, sin comprender nada, esperando que las cosas se cal-
maran, persuadido de que iba a volver a dominarlas. Cuando la posibilidad
de un relevo político se precisó, no por una guerra civil –ni Mitterrand

JEAN-PAUL SARTRE /El movimiento estudiantil: una crítica radical de la sociedad (entrevista)
ni Mendès-France llaman a ella– sino en el marco de las instituciones,
fue cuando el general vio rojo y dijo a sus partidarios: «Se acabaron las
risas: ahora golpeen».

«¡Peor para ellos!»

Roger Priouret también evocaba en su artículo el peligro fascista. Minoría actuante


frente a minoría actuante, escribía, quizá los «paras»2 son los mejor situados para
apoderarse del poder.
SARTRE: Imaginemos que los «paras» toman el poder. ¿Cómo echarán a
andar la máquina económica? Porque habrá una huelga general. ¿Irá a
buscar a los obreros uno a uno a su domicilio, para llevarlos por la fuer-
za a la fábrica? Se puede lanzar a los soldados contra los obreros de una
fábrica ocupada. Pero en este caso las fábricas estarán vacías. Se hará
la huelga en casa, y los «paras» no podrán hacer nada. No lograrán ni
siquiera que la tropa dispare sobre los obreros: los jóvenes soldados
2
«Paras» (parachutistes): grupo de oficiales de una marcada tendencia fascista, que estuvo en
torno a las fuerzas de paracaidistas (de aquí su nombre) en el último episodio de la guerra
colonialista contra el pueblo argelino.

147
nunca lo harán. Los que ahora agitan con la amenaza fascista lo hacen
solo para desmovilizar a la gente. El fascismo no se improvisa con tres
regimientos de soldados. Es necesaria una sociedad como la de Grecia,
donde los trabajadores están divididos y aislados, donde todas las em-
presas son controladas, donde la derecha, bien armada, se preparaba
para el golpe de Estado desde hace años. O es necesaria una sociedad
trabajada desde hace tiempo por un partido fascista, como lo fueron la
Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Pero ya no se puede hacer de
ahora en adelante un golpe de Estado fascista en un país como Francia.
O si se hace dura 15 días.
La «amenaza fascista» solo sirve para aterrorizar a la gente, para ha-
cerle aceptar la conservación del régimen de turno. De Gaulle ha habla-
do de «sociedad en mutación». Pero desde que está en el poder hace
todo lo que puede para impedir esa mutación. Y comprende tan mal el
carácter de la rebelión que acaba de producirse, que la explica única-
mente por la vieja teoría de la imitación, del «contagio» de la violencia.
Desde hace cien años se expresa, en cada explosión popular, el mis-
mo asombro: «¡Cómo! ¿Un país feliz como este, donde los estudiantes y los
obreros disfrutan de todas las libertades, donde el nivel de vida se eleva regular-
mente, donde la gente vota democráticamente, y de repente estos estudiantes, estos
obreros, menospreciando su interés más claro, olvidando la dicha de vivir que tenía
en la víspera, se encolerizan y rompen todo? ¡Es inexplicable!». O por lo menos
piensan que esto no puede explicarse más que por la agitación de algu-
nos excitados, cuya fiebre, como una enfermedad, se trasmite misterio-
samente a los demás ciudadanos y provoca una explosión incontrolada
de la masa. Para el gobierno, un movimiento «incontrolado» es aquel
que no tiene fines ni sentido, que solo se dirige a la destrucción por la
destrucción.
Claro que existen reivindicaciones «legítimas», por ejemplo los au-
mentos de salarios. Se suele otorgarlos de vez en cuando. Esta vez, sin
embargo, los obreros pidieron un aumento excesivo que, en medio del
pánico, se les acordó para aplacar su fiebre; y De Gaulle, con su sober-
bia, tuvo la desfachatez de decir francamente en la televisión –lo que
incluso no era de su interés– que las ventajas obtenidas solo eran «aparen-
tes» ya que se las iba a anular en algunos meses con el alza de los precios.
Tanto peor para los obreros: bien podían haber esperado calmadamente
los aumentos de salarios «normales», previstos por el gobierno.

148
En cuanto a las reivindicaciones «ilegítimas» –cogestión, poder obrero,
cambio de las estructuras de la sociedad–, no se quiere ni oír hablar de
ellas porque reflejan simplemente una locura de la clase obrera, incons-
ciente de sus verdaderos intereses. Lo que es necesario explicar a la
gente es que la violencia «incontrolada» tiene un sentido, que no es
la expresión de una voluntad de desorden sino de la aspiración a un
orden diferente.
Tomemos el caso de los estudiantes, ya que son ellos los que desen-
cadenaron el movimiento. ¿Qué es lo que quieren? Se responde: un «po-
der estudiantil». Esto no significa nada cuando no se intenta comprender
su posición en la universidad y en la sociedad.
Su posición es completamente diferente de la nuestra hace 30 o 40
años. Cuando yo tenía 20 años, nosotros protestábamos ya contra el
sistema de cursos ex cathedra. Pero éramos poco numerosos y nos tenía-
mos por una élite. Éramos 25 en la Escuela Normal –una promoción–,
teníamos una biblioteca maravillosa, turnos para trabajar, cuartos para
dormir, un poco de dinero en la bolsa para divertirnos. Estimábamos que

JEAN-PAUL SARTRE /El movimiento estudiantil: una crítica radical de la sociedad (entrevista)
los libros eran mejores que los cursos –lo que era cierto– y nuestra manera
de manifestarlo era simplemente no asistir a los cursos. Yo fui a la Sorbona
solo una vez en un año, cuando los estudiantes de derecha decidieron
boicotear el curso de un profesor cuyas ideas no compartían. Ese día
todos los normalistas se congregaron en la Sorbona, donde nunca po-
nían los pies.
Nosotros no nos sofocábamos porque éramos poco numerosos. Se
trabajaba en común, con instrumentos perfectos. Yo preparé la maes-
tría con Nizan, Maheu, Aron, Simone de Beauvoir. Se podía discutir
con los profesores de la escuela y siempre había críticas; pero todo su-
cedía en una atmósfera de comodidad aristocrática.

Un saber sin valor

Ahora es completamente diferente. Los estudiantes se han vuelto tan


numerosos que ya no pueden tener con los profesores las relaciones
directas que, aunque difíciles ya, tuvimos nosotros. Hay muchos estu-
diantes que incluso no ven al profesor. Solamente escuchan, por medio
de un altoparlante, a un personaje totalmente inhumano e inaccesible
que les da un curso del que no comprenden cuál es el interés que puede
149
tener para ellos. El profesor de facultad es casi siempre –y lo era tam-
bién en mi tiempo– un señor que ha hecho una tesis y que la repite
durante toda su vida. Es además alguien que posee un poder al que está
atado ferozmente: el de imponer a la gente, en nombre de un saber que
ha acumulado, sus propias ideas, sin que los que lo escuchan tengan el
derecho de discutirlas. Ahora bien, un saber que no es constantemente
criticado, sobrepasándose y reafirmándose a partir de esta crítica, no
tiene ningún valor. Cuando Aron, envejeciendo, repite indefinidamente
a sus estudiantes las ideas de su tesis, escrita antes de la guerra de 1939,
sin que los que lo escuchan puedan tener sobre él el menor control
crítico, ejerce un poder real, pero que con seguridad no está fundado en
un saber digno de este nombre.
¿Qué es el saber? Siempre es alguna cosa que ya no es lo que se creía,
que ya no es adecuadamente porque se han realizado nuevas observa-
ciones, nuevas experiencias, con mejores métodos y mejores instrumen-
tos. Y luego estas nuevas experiencias son a su vez discutidas por otros
sabios, unos retardatarios y otros más avanzados. Así es como pasa siem-
pre. La teoría de Einstein nació de una reflexión sobre la experiencia de
Michelson y Morley, que contradecía los postulados de la física
de Newton. De allí surgió la relatividad einsteiniana, que a su vez fue
discutida 30 años más tarde.
Pero se dirá que los estudiantes no pueden criticar útilmente la ense-
ñanza de un profesor ya que, por definición, todavía no saben nada. En
primer lugar, el que sabe nada sabe siempre un poco más de lo que
parece, como el esclavo a quien Sócrates hizo redescribir un teorema de
matemáticas. Y por otra parte, sobre todo, la cultura solo puede trasmitirse
si se deja a la gente, en todo momento, la posibilidad de discutirla.
En este sentido ya he tenido dos experiencias muy significativas.
Cuando era profesor en el liceo de Lyon, tuve como alumnos a hijos de
campesinos ricos para quienes un cuarto era un cuarto, una mesa, una
mesa, un toro, un toro. No se podía hacerles salir de este buen sentido
materialista. Entonces me dije que era necesario comenzar el año mo-
viéndolos un poco y explicándoles el idealismo kantiano. Su resistencia
fue feroz. La idea de que la realidad llamada exterior está constituida
por la unidad interna de nuestra experiencia les era insoportable. Sin
embargo, después de un mes de discusión, me dijeron: «¡Ya comprendi-
mos!». Y me envenenaron la vida todo el resto del año porque a todo lo
que trataba de explicarles, me oponían a Kant: lo habían asimilado tan
bien que volvían a él siempre.

150
Por el contrario, más tarde, en el liceo Pasteur; en París, realicé ex
cathedra. Los alumnos no discutían nada. Que el universo sea una reali-
dad exterior o una sucesión ligada de representaciones, que los niños
deseen a su padre o a su madre, ¿por qué no? Todo esto era para ellos
indiferente. Los periódicos y la radio los habían llenado de una falsa
cultura. No discutían nada, y para el fin del año no sabían nada. La
única manera de aprender es discutir. Es también la única manera de
volverse un hombre. Un hombre no es nada si no es un ser que duda.
Pero también debe ser fiel a alguna cosa. Un intelectual, para mí, es
esto: alguien que es fiel a una realidad política y social, pero que no deja
de ponerla en duda. Claro está que puede presentarse una contradicción
entre su fidelidad y su duda: pero esto es algo positivo, es una contra-
dicción fructífera. Si hay fidelidad pero no hay duda, la cosa no va bien:
se deja de ser un hombre libre.

Islotes ridículos

JEAN-PAUL SARTRE /El movimiento estudiantil: una crítica radical de la sociedad (entrevista)
La universidad está hecha para formar hombres capaces de dudar. Di-
cho de otra manera, un hombre de 45 años debería saber que las ideas
que se ha formado, después de haber discutido las de las gentes que lo
instruyeron y ayudaron, serán discutidas a su vez, dentro de cinco años,
por aquellos a quienes él mismo instruye y que le dirán: «Ya no es así, es
otra cosa». Esto, en el fondo, es el primer signo de envejecimiento. Lle-
ga entre los 35 y los 45 años. Pero si después de haber dicho lo que se
tenía que decir se aprende a ponerse en duda con la ayuda de los otros,
entonces uno puede prolongar un poco su edad madura, su vida útil.
Ahora bien, nosotros todavía tenemos actualmente en la Universidad
esos islotes ridículos que son los cursos ex cathedra, hechos para señores
que no se ponen en duda jamás. Estoy seguro de que Raymond Aron
nunca ha dudado de sí mismo, y por eso, en mi opinión, es indigno de
ser profesor. Evidentemente no es el único, pero me veo obligado a
hablar de él, porque estos últimos días ha escrito mucho. Sobre todo
esto: «Es inconcebible que los estudiantes participen de una manera
o de otra en la elección del profesor». ¿Por qué? Porque el poder funda-
do sobre el saber debe, según Aron, trasmitirse de profesor a profesor,
de adulto a adulto. Debe ser conferido desde arriba, al igual que bajo el
Antiguo Régimen eran los nobles y no los burgueses los que tenían el

151
poder de ennoblecer a los otros. Es normal, explica Aron, porque los
estudiantes no saben nada: los estudiantes de primer año no pueden
juzgar el curso de un señor a quien todavía no han escuchado. Quisiera
que se preste atención a una cosa, y es que la mayoría de los profesores
que en una facultad eligen a otro no pertenecen a la disciplina que este
enseña y no tienen ninguna idea del valor de su curso. Dicho esto, hay
que añadir que los estudiantes de primer año no son los únicos que
pueden pronunciarse sobre la elección de un profesor. Allí están los del
segundo y tercer año, que ya han escuchado su curso y que saben muy
bien lo que piensan de él. Todos deben votar juntos.
Aron dice todavía: «Es inconcebible que los estudiantes de una ma-
nera o de otra ejerzan la función de examinador». ¿En nombre de qué?
¿Por qué los estudiantes de maestría no serían admitidos, dado el caso,
para juzgar los conocimientos de los estudiantes de licenciatura? En
efecto en Europa se ha visto a menudo, durante los períodos de guerra
o de revolución, cómo los estudiantes reemplazan a los profesores que
han sido muertos o que han tenido que huir.

Una presa contra Hegel

Incluso si se trata de hacer participar en un jurado de exámenes a estu-


diantes del mismo nivel de aquellos cuyos conocimientos se verifican,
la operación no tiene nada de absurdo; usted sabe cuál es la importancia
que tienen en un examen el humor, las manías intelectuales y las obse-
siones del profesor. Si se levantó por el mal lado, calificará con 2 y con
4 a gentes que habrían tenido un 10 en la tarde. Además, tiene sus
opiniones. Me acuerdo de Gurvitch, por ejemplo: si usted no le recitaba
su curso de sociología exactamente como él lo había construido, con el
a), b), c)..., estaba reprobado. Otro ejemplo: Lachelier, que decía: «Mien-
tras yo sea presidente del jurado de maestría quien hable de Hegel no se
recibirá». Y durante algunos años Lachelier efectivamente impidió a la
filosofía de Hegel su ingreso en Francia, mientras esta se difundía en
Inglaterra y en Italia. De la misma manera, Brunschwig –nosotros escu-
chábamos sus cursos en la Sorbona porque lo encontrábamos más astu-
to que los otros– tampoco citó los nombres de Hegel y de Marx en sus
dos primeros libros y solo consagró ocho páginas a Hegel en el tercero,
siempre sin decir una palabra sobre Marx.
152
Eso es la enseñanza incontrolada e incontrolable que se nos da toda-
vía ahora. Por eso los estudiantes, no solo los del año de estudio en
curso, sino también los del año siguiente, deben estar allí para, cuando
haya necesidad, corregir un error o compensar un movimiento de hu-
mor, y que el profesor sepa que es juzgado al mismo tiempo que juzga.
Todo depende de esto: si el que juzga no es juzgado, no hay verdadera
libertad.
Tampoco la hay cuando –y es el caso actual– todos los exámenes se
transforman en concursos. Es una simple cuestión de número. Desde el
momento en que hay «demasiados» estudiantes y que se ha decidido no
admitir más que cierto número, se está frente a un concurso. Si los estu-
diantes dijeran: «Más exámenes», significaría en realidad: «Más concur-
so, más universidad que sirva para fabricar 5 % de élite con 95 % de
residuos». Ellos piden lo inverso: un sistema que permita al 100 % de los
ciudadanos cultivarse, sin que excluya por ello la posibilidad de espe-
cializarse, de volverse matemático o cardiólogo.
El sistema actual de selección es el que hay que suprimir. Y esto no

JEAN-PAUL SARTRE /El movimiento estudiantil: una crítica radical de la sociedad (entrevista)
es imposible, como lo prueban los progresos que se han logrado en la
lucha contra una selección antes considerada como «natural»: la de los
niños retardados. Hace 30 años, cuando se tenía un niño retardado, se le
enviaba a Ville-Evrard, o al campo; quedaba definitivamente fuera de
concurso y no retrasaba más a los otros niños. Actualmente se han puesto
al día las técnicas educativas que permiten reintegrar a la sociedad por
lo menos a la mitad de los niños retardados. Y esto porque se ha cam-
biado de perspectiva. En vez de pensar en términos de élite y de decir al
niño: «Tú nunca formarás parte de nosotros, eres un pequeño salvaje»,
se le dice: «Tú eres un hombre, la cultura te pertenece, puedes trabajar
con los demás». Y cuando se le sabe ayudar, lo consigue.
En otro nivel, exactamente la misma revolución es la que debe hacer-
se en la Universidad. Es necesario que los profesores se den por tarea ya
no la de seleccionar entre la masa de sus estudiantes a los que parezcan
dignos de integrarse a una élite, sino la de hacer que toda la masa acce-
da a la cultura. Esto supone naturalmente otros métodos de enseñanza.
Supone el que uno se interese en todos los estudiantes, que se trate de
hacer comprender a todos, que se les escuche tanto como se les habla.
Supone el que se deje de creer como Aron, que el ejercicio de la inteli-
gencia consiste en pensar a solas, frente al escritorio –y en pensar lo
mismo durante más de 30 años–. Supone sobre todo el que cada profe-

153
sor acepte ser juzgado y criticado por aquellos a quienes enseña, el que
se diga: «Me ven completamente desnudo». Será incómodo para él, pero
es necesario que pase por ello si quiere volver a ser digno de enseñar.
Ahora que toda Francia ha visto completamente desnudo a De Gaulle,
es preciso que los estudiantes puedan mirar desnudo a Raymond Aron.
Solo se le devolverán sus vestidos si acepta la crítica.

(Le Nouvel Observateur, número 188, 19 al 25 de junio de 1968. Entre-


vista realizada por Serge Lafarie).

154
RUTH No. 2/2008, pp. 155-159

AURELIO ALONSO

Herbert Marcuse: ¿una teoría


para la revolución?*

Los cables han calificado en días pasados la situación francesa como la


más grave crisis sufrida por la V República en sus 10 años de existencia.
Cada día, cada hora, cada decisión confirma, desde entonces, esta afir-
mación. La «crisis estudiantil» que comenzara el 6 de mayo se convirtió
rápidamente en crisis política nacional y ha llegado a estremecer los
cimientos del régimen gaullista. Los estudiantes de Nanterre y la Sorbona
han sido la fuerza política en la avanzada del movimiento, y su conduc-
tor natural, Daniel Cohn-Bendit, se señala como algo más que un «re-
voltoso estudiante pelirrojo alemán de 23 años», o «Dany el rojo», como
la prensa burguesa ha querido llamarle.
Los acontecimientos (en los que han participado de manera desigual
diversas fuerzas políticas no se han desarrollado bajo la invocación de
consignas marxista-leninistas tradicionales; al menos estas no han apare-
cido con implicaciones de expresión global. Los estudiantes proclaman,
por otra parte, su adhesión al pensamiento de Herbert Marcuse, filósofo
alemán emigrado a Estados Unidos desde 1937, cuya producción tiene
una relación más inmediata con Freud que con Marx.
Esta circunstancia ha hecho al mundo volver la vista sobre Marcuse,
a los 70 años de edad, que abandonó el quehacer político desde hace
cerca de 50 años para dedicarse por entero a la producción teórica. Hasta
este momento la obra de Marcuse reportaba un interés estrictamente in-
telectual. Podía rebasar a otros teóricos en ingenio, rigor, información,

* Publicado en El Mundo, suplemento dominical, La Habana, 1968.

155
sentido crítico, pero su significación jugaba en una balanza de valora-
ciones teoréticas. Discusiones de especialistas… alimento de élites.
Desde el momento en que las cabezas del sector más radical de un
movimiento revolucionario que hace sentir su acción con tal fuerza pro-
claman su simpatía, y más aun, su adhesión al pensamiento de Marcuse,
su obra cobra un sentido específico diferente. Este nuevo sentido, que
no comprende un aumento de valor teórico, está dado por la realización
de un valor potencial de la obra: su capacidad de convertirse en fuerza
social, su potencia ideológica.

II

El doble asesinato de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo y la frus-


tración de la revolución del [19]18 en Alemania parecen haber tenido
un peso determinante en la decisión de Marcuse de abandonar la escena
política.
Termina su tesis de filosofía (sobre Hegel) bajo la dirección de Martin
Heidegger en la universidad de Friburg-en-Brisgau. Dos nombres apa-
recerán posteriormente ligados por lazos mayores a su producción: Max
Horkheimer, director del Instituto de Investigaciones Sociales de
Frankfurt, cuya influencia reconoce agradecido en el prólogo a la pri-
mera edición de Eros y civilización; y Teodoro W. Adorno, algo más joven
que él, con quien publicó en 1936 los Estudios sobre la autoridad y la
familia, que servirían de punto de referencia para la encuesta sobre el
prejuicio publicada en 1950 por el American Jewish Committee, par-
ticularmente el volumen titulado La personalidad autoritaria, en que partici-
pan Teodoro W. Adorno, Else Frenkel-Brunswik, Daniel J. Levinson y
R. Nevitt Sanford.
El perfil filosófico de Marcuse antecede a las obras que ahora nos
interesan. Podemos decir que lo alcanza ya en la década del 40 (Razón y
revolución, El marxismo soviético). Pero son dos títulos más recientes los
que llevan su nombre más allá del interés del lector especializado. El
primero, Eros y civilización, editado originalmente en 1953 en Estados
Unidos, en 1963 en Francia y en 1965 en México. El segundo, El hombre
unidimensional, que apareció en Estados Unidos en 1964. Por su circula-
ción es de suponer que Eros y civilización ha sido la obra de más extensa
difusión hasta el momento y, por ende, la referencia obligada de la co-
rriente marcusiana que recorre Europa.

156
III

A Marcuse se le ha calificado de freudiano marxista (o de marxista freu-


diano). Si poco explica el calificativo de freudiano por la expansión, las
diversificaciones y las deformaciones que ha sufrido el pensamiento de
Freud, mucho más improbable resulta el intento de definir un pensa-
miento a partir del calificativo de marxista por razones análogas poten-
ciadas.
Lo cierto es que el compromiso manifiesto en la obra de Marcuse
toca mucho más de cerca a Freud, en lenguaje y problemática, que a
Marx.
Desde su nacimiento, en los últimos años del siglo pasado, hasta nues-
tros días el psicoanálisis ha sido objeto de entusiasmos, de críticas y de
rechazos de interés siempre. Después de más de medio siglo de disen-
siones en torno al sabio vienés y su producción los criterios son aun
menos uniformes.
Sin intención de balances baste decir que los marxistas europeos de
nuestro siglo lo rechazaron, unos, admitieron parcialmente su validez
instrumental en el estudio de la personalidad, otros, para concluir final-
mente reconociendo su eficacia terapéutica.
En definitiva es difícil que en la obra de los filósofos más agudos de
nuestro tiempo no aparezcan, de una forma u otra, resonancias freudia-

AURELIO ALONSO / Herbert Marcuse: ¿Una teoría para la revolución?


nas. Sartre afirma que solo el psicoanálisis permite explicar la importan-
cia de la conducta del niño en la formación de la personalidad del adulto.
Althusser reconoce a Freud a través de Lacan, aunque su incorporación
es más difusa (al menos en su letra su reconocimiento no parece pasar
de ser una referencia). Marcuse se rebela contra el «revisionismo freu-
diano», demuestra su tono reaccionario, se declara en defensa de Freud
y pretende reivindicar en su obra el sentido revolucionario de la teoría
del psicoanálisis.
Marcuse parte de una incoherencia entre la teoría y la terapia del
psicoanálisis desarrollada por Freud y resuelta en función de la terapia
por el revisionismo neofreudiano. «Mientras la teoría psicoanalítica re-
conoce que la enfermedad del individuo es en última instancia provo-
cada y sostenida por la enfermedad de su civilización, la terapia
psicoanalítica aspira a curar al individuo para que pueda seguir funcio-
nando como parte de esta civilización sin someterse a ella al mismo

157
tiempo [...]. Teóricamente, la diferencia entre la salud mental y la neuro-
sis consiste solamente en el grado y la efectividad de la renunciación: la
salud mental consiste en una renunciación eficiente y exitosa –normal-
mente tan eficiente que se presenta como una moderada y feliz satisfac-
ción». La liberación (instintiva e intelectual) del individuo solo podrá
realizarse en la liberación de la sociedad, y «una teoría de los cambios
necesarios para realizar esta liberación tiene que ser una teoría del cam-
bio social».
La sociedad industrial moderna reúne cada vez más las condiciones
materiales para la liberación instintiva e intelectual de sus integrantes.
Por esta misma razón se encarga de crear los mecanismos de perpetua-
ción que desvían la represión en expresiones deformadas de libertad y
que le permiten mantener en equilibrio su estructura. La sectorialización
del conocimiento orienta hacia una ideología tecnicista limitando la
posibilidad del desarrollo de armas de crítica revolucionaria. El espíritu
de negación se minimiza en especializaciones expresamente deparadas
a corregir las alteraciones del engranaje técnico y económico o se en-
causa (cuando persiste la rebeldía) hacia reacciones simbólicas inocuas,
que desgastan las fuentes personales de energía revolucionaria en ac-
ciones que solo sirven para que el régimen exhiba su «atmósfera de
libertad».
Marcuse ha actualizado la teoría de Freud en una dirección que se
orienta en la crítica social del capitalismo de organización, que encuen-
tra antecedentes en los ensayos de Wilhelm Reich de 1931.
Sería injusto limitar la obra de Marcuse a la reivindicación sociológi-
ca del freudismo. Y no menos injusto restringir su crítica al alcance de
una visión pesimista de su tiempo. Es cierto que Marcuse no ofrece a
sus adictos una estrategia. Su crítica carece de elementos programáticos,
no se organiza en proyecto, en estructuración de fines; y mucho menos
en consideraciones de tácticas. Pero, por otra parte, constituye una crí-
tica orgánica, directa, efectiva y veraz de su época, de la sociedad que
vive. Habrá que tener en cuenta su reserva contra los totalitarismos
(democráticos como autoritarios, dirá sin rodeos) y el hecho de no ha-
ber vivido la experiencia del triunfo y la construcción revolucionaria
para explicarse esta ausencia.
Sin embargo, en su crítica han encontrado los estudiantes europeos
una fuente de inspiración revolucionaria, para lo que no les han servido
158
otros teóricos de nuestros días (tal vez algunos lo evitan mientras otros
lo lamentan). Y este solo hecho abre una interrogación y un paréntesis
que nada más podrán llenar Marcuse, en pequeña escala y, en definitiva,
la historia.

AURELIO ALONSO / Herbert Marcuse: ¿Una teoría para la revolución?

159
RUTH No. 2/2008, pp. 160-169

DANIEL COHN-BENDIT

La noche de las barricadas*

La «noche de las barricadas» del viernes 10 de mayo no fue premeditada


como lo ha pretendido el Gobierno, pero al ir a la manifestación noso-
tros sabíamos que algo sucedería. No podíamos contentarnos ya con
desfilar y después regresar a casa tranquilamente. Dos días antes, el
miércoles, cuando el cortejo había llegado a lo alto del Boulevard Saint-
Michel, se había lanzado la consigna de: «Dispersión». Nosotros estába-
mos en contra, pero no era eso lo importante. Lo que cuenta es la forma
en que los estudiantes recibieron esta consigna. Para ellos era la catás-
trofe. Vi algunos que lloraban y decían: «Entonces, ¿nos vamos así no
más?», «¿vamos a ceder?», «¿vinimos para nada?», «¿tuvimos 1 000 heri-
dos en dos días y ahora nos contentamos con marcharnos, como de la
Bastilla a la República, para regresar después a casa?», «¿de qué nos
sirve eso?». Y era este el sentimiento de casi todos los jóvenes que allí
estaban, no solamente de los estudiantes, sino también de los jóvenes
trabajadores que se nos habían unido.

Ocupamos el barrio

En la noche del miércoles, el Movimiento 22 de Marzo se reunió y no-


sotros dijimos: «No podemos permanecer más aquí; el movimiento tie-
ne su propia dinámica; los jóvenes están decididos a batirse; hay que
darles algo». Viernes, plaza Denfert-Rochereau, en el momento en que la
manifestación se formaba, discutimos largamente con los otros organi-
zadores para saber lo que íbamos a hacer, o a dónde íbamos a ir. No
podía tratarse ya de una simple procesión –los estudiantes no habrían

* Tomado de RC, La Habana, 1968; 12: agosto. A no ser que se indique lo contrario, todas las
notas pertenecen al texto original [n. de la R.].

160
comprendido– pero no podíamos buscar deliberadamente un enfrenta-
miento con la policía,1 ya que no se envía a la gente a hacerse masacrar.
Por lo tanto nuestra idea era ocupar un lugar pacíficamente y permanecer
allí hasta que nuestras tres reivindicaciones –la liberación de nuestros
camaradas, la retirada de las fuerzas policiacas del Barrio Latino y la
reapertura de la Sorbona– fueran satisfechas.
Habíamos contemplado la posibilidad de ocupar el Palacio de Justi-
cia, pero las dificultades eran demasiado grandes. También habíamos
pensado rodear la Plaza Vendome, pero esta se nos convertiría en una
ratonera. Finalmente partimos hacia el Barrio Latino, permitiéndonos
el paso la policía. Si hubieran habido barreras no las habríamos forzado
ya que la consigna era: ningún enfrentamiento. Habríamos ido a ocupar
otro sitio. En realidad, fue la policía la que nos canalizó hacia el Barrio
Latino.
Al llegar al Boulevard Saint-Michel nos detuvimos; los estudiantes se
sentaron en el suelo y discutimos con ellos sobre lo que podríamos ha-
cer. Más tarde cuando subí hasta la parte alta del Boulevard, observé
que algunos estudiantes comenzaban a sacar los adoquines de la calle.
Sauvageot se encontraba allí y le pregunté qué era lo que sucedía. Me
dijo entonces: «Estamos ocupando el barrio», pero nadie había dado la
orden de hacer barricadas. Simplemente desde el momento en que algu-
nos estudiantes comenzaron a hacer una, todo el mundo se dio cuenta
de que era la mejor solución para ocupar cualquier lugar pacíficamente.
El prefecto Grimaud ha declarado que la operación había sido efectuada
por «especialistas de la guerrilla». Esto es algo totalmente idiota. ¿Qué
especialistas?, ¿de dónde venían?, ¿dónde se habían formado?, ¿cuándo
DANIEL COHN-BENDIT / La noche de las barricadas
han habido en Francia guerrillas urbanas? Lo que sucede es que el go-
bierno no puede imaginar que 15 000 o 20 000 jóvenes puedan en una
semana aprender a manifestar, a defenderse y a organizarse. Para ellos
es necesario que siempre haya un cerebro, un plan.
El viernes los estudiantes probaron lo contrario. No hubo plan algu-
no. Ni existió tampoco una orden unificada. Ningún plan preestablecido
de «campo fortificado». Nos contentamos con verificar que siempre
permanecía un problema: el callejón sin salida de la calle Gay-Lussac y
que ciertas barricadas no podían ser fácilmente rodeadas por detrás.

1
Cohn-Bendit utiliza el término francés flie peyorativo.

161
Más tarde fui de barricada en barricada para repetir y explicar la consig-
na: «Resistir, pero jamás provocar».

¿Y nosotros?

No había más que un solo lugar en la calle Le Goff, donde los manifes-
tantes se mostraban muy nerviosos, muy agresivos. Fui entonces dos
veces para calmarlos, dejando dos delegados en el lugar que se enfras-
caron con ellos en una discusión política. Había sobre todo jóvenes
obreros en esta barricada y uno de ellos me dijo: «Ustedes tienen sus
problemas estudiantiles, y probablemente lograrán sus tres puntos, pero
nosotros también tenemos nuestros problemas; a nosotros nos los ha-
cen tener todo el tiempo. Por eso, aunque el gobierno ceda en sus tres
puntos, no den la orden de dispersarse; hay que continuar resistiendo
por los otros, por nosotros».
Eran los sentimientos de mucha gente. No podía evitarse el pensar
en la Comuna. Además había tipos que habían escrito en las paredes:
«Viva la Comuna del 10 de mayo». No se trataba ya solamente de un
problema estudiantil. Los otros, los jóvenes obreros, constataban que
por primera vez se producía una acción real y masiva contra el régimen
y contra el sistema que los oprime. La misma cosa era para los pandilleros2
juveniles que nos acompañaban durante la larga marcha del martes des-
de Denfert-Rochereau hasta L’Etoile. Le pregunté a uno de ellos por
qué había venido. Este me respondió: «A ustedes les molesta la policía
de tiempo en tiempo; a nosotros todo el tiempo. No se puede hacer
nada sin que inmediatamente los tengamos arriba, y no podemos defen-
dernos porque estamos solos. Hoy somos numerosos y podemos hacer-
le frente». El hecho de que ellos estuvieran allí presentes nos indicaba
una cierta toma de conciencia política.

Un sonámbulo

La construcción de las barricadas fue en cierto modo una fiesta, hasta el


momento en que la policía atacó. Había una extraordinaria atmósfera.

2
Pandilleros juveniles, traducción libre del francés blousson-noir.

162
Si la policía se hubiera retirado, se habría producido una explosión de
alegría, todo el mundo habría celebrado la liberación del barrio, e inclu-
sive pensamos hacer venir algunas orquestas para celebrarlo. Pero a
medida que la noche avanzaba, que las barricadas se reforzaban y se
multiplicaban, nos dimos cuenta [de] que el ataque de la policía, si tenía
lugar, provocaría una masacre. Es por ello que acepté ir a visitar al
Rector Roche, no para discutir, sino para explicarle lo que iba a pasar si
la policía no se retiraba.
Partí con dos estudiantes y tres profesores: Touraine, Lacombe y
Mochtane. En la primera barrera de la policía el comisario del barrio
dijo: «Que pasen los otros pero no con Cohn-Bendit». Touraine debió
insistir largo tiempo para que se me dejara pasar. Una vez en la Sorbona,
Touraine hizo decir a Roche que le esperaban tres delegados estudianti-
les para encontrarse con él sin decirle que yo era uno de ellos. Y por fin,
cuando Roche me vio no dijo absolutamente nada.
Fue Touraine el que habló primero y yo inmediatamente después.
Dijimos la misma cosa: que no se trataba esta vez de un problema pura-
mente universitario. En las calles había jóvenes que hacían barricadas y
que se organizaban para manifestar su rechazo a toda una sociedad.
Estos jóvenes estaban preparados para batirse. No bastaba con decir-
les: «Abandonen el barrio en tranquilidad y comencemos el curso de
nuevo». Todo esto ya estaba sobrepasado.
Que la Sorbona permaneciese cerrada aún un día o muchos días no
tenía ya ninguna importancia. La situación era grave, y la única forma
de evitar que hubiese muertes era de hacer partir a la policía. Los estu-
diantes permanecerían tras sus barricadas y continuarían ocupando las
DANIEL COHN-BENDIT / La noche de las barricadas
calles donde se encontraban. ¿Y a quién le molestaba esto? A nadie.
Roche meneó la cabeza y dijo: «Sí, sí, comprendo, voy a tratar de
explicar esto al Ministro». Telefoneó entonces a Peyrefitte y conversó
con él durante una media hora, pero regresó sin ninguna respuesta pre-
cisa. Touraine también habló a Peyrefitte, pero tampoco obtuvo nada.
Nadie parecía comprender lo que estaba pasando. En todo caso Roche
no lo comprendía. No experimentaba ninguna reacción, andaba como
un sonámbulo, parecía estar totalmente abstraído, ausente. Simplemen-
te decía: «Sí, sí, yo haré todo lo que pueda, pero el poder no puede
retirar las fuerzas policiacas». Nosotros le dijimos: «Venga con nosotros
y salga a la calle, bajo nuestra protección; no le sucederá nada y así
usted mismo podrá darse cuenta del espíritu y de la determinación de

163
esta juventud de la cual usted dice que no quiere más que una cosa:
“Pasar tranquilamente sus exámenes”». Entonces nos respondió: «No,
prefiero permanecer aquí para tratar de convencer al Ministro». Y una
media hora después redactaba ese comunicado lleno de estupor, en el
cual más o menos decía: regresen a sus casas; ya han hecho bastantes
tonterías.
Antes de partir nos pusimos en tratos con la policía para obtener que
por lo menos esta se retirara tras los carros-patrulla para disminuir los
riesgos al pasar. Se produjeron interminables discusiones. Pero ni aún
esto estaba dispuesto Peyrefitte a concederlo enseguida, sin problemas.
Había que dirigirse a yo no sé quién a yo no sé dónde. Entonces fue que
dijimos: «En estas condiciones no tenemos nada que hacer aquí: tomen
ustedes sus respectivas responsabilidades». En el último momento Roche
nos repetía aún que si nos reintegrábamos pacíficamente a la Universi-
dad, el Poder podría contemplar con benevolencia la puesta en libertad de
los estudiantes arrestados. Era aterrador. O bien no se daba cuenta
de lo que sucedía, o bien quería la masacre.
Cuando salimos por fin, constaté que la policía había despejado la
Plaza Edmond-Rostand con bombas lacrimógenas y los estudiantes se
habían visto precisados a replegarse tras las barricadas. El ataque co-
menzó más o menos una media hora más tarde contra la barricada del
Boulevard Saint-Michel en la esquina de la calle Royer-Collard, y des-
pués contra la primera barricada de la calle Gay-Lussac. Los defensores
de Royer-Collard resistieron de forma inusitada. La posición era capital
pues, si la policía forzaba las barricadas, todos los manifestantes de la
calle Gay-Lussac estarían rodeados. Fueron ellos los que resistieron el
mayor tiempo posible con un coraje sorprendente.

La ayuda de los habitantes

La policía había recibido la orden de evitar encuentros cuerpo a cuerpo,


sobre todo para su propia protección, pues tenían miedo. Pero no siem-
pre pudieron evitar el combate directo, porque la resistencia de los estu-
diantes les sorprendió. Su consigna era evacuar la calle por medio del
gas y avanzar después. El gas es terrible, peor que los golpes de los
palos, quizás porque no puede defenderse uno. Éramos impotentes.
Nosotros teníamos algunas máscaras de gas que habíamos distribuido

164
entre los militantes ya que era absolutamente necesario poder resistir
hasta el final, para no dejar solos a los estudiantes sin las contraseñas.
Pero los otros, los que estaban sin máscara, se batieron con una energía
increíble.
En un momento dado me dirigí a las primeras barricadas la calle Guy-
Lussac, que había sido atacada con gas una media hora antes y dije a los
defensores que debían quizás replegarse. Ellos me respondieron: «Re-
sistiremos tanto como podamos». Era el punto más duro porque la po-
blación en este lugar no podía lanzar suficiente cantidad de agua por las
ventanas para disipar parcialmente el gas. Pero en la calle Mouffetard,
por ejemplo, la barricada resistió hasta el final y la policía no pudo to-
marla sino cuando finalmente vino por la parte de atrás. Mientras tanto,
los inquilinos de la calle lanzaban sin cesar cubos de agua y el gas se
disipaba en algunos segundos.
El gas utilizado contra nosotros –los químicos lo han probado y los
servicios del Prefecto de Policía lo reconocieron– eran gases de comba-
te del mismo tipo que aquellos utilizados en Vietnam y en Estados
Unidos contra los negros. Este gas produce graves quemaduras en los
ojos y en los pulmones si se le respira. La policía lo sabía tan bien que
cesaron de arrojar granadas en el momento en que comenzaban a avan-
zar. Pero los estudiantes regresaban para volver a ocupar sus posiciones
y recomenzar lanzando adoquines al enemigo. En muchos casos los
guardias debieron retroceder.

París, ciudad neutral

DANIEL COHN-BENDIT / La noche de las barricadas


Se discutió mucho sobre el origen de los incendios. De hecho hubo en
las barricadas varios autos volcados cuya gasolina se salió produciéndo-
se los incendios debido al estallido de las granadas de los guardias. Tam-
bién hubo autos voluntariamente incendiados por los manifestantes para
retardar el avance de la policía. Lo que sucedió el viernes, lo que pasó
durante toda la semana no lo habíamos previsto, ni mucho menos pre-
meditado, ya que nosotros no imaginábamos que el poder se daría a
provocaciones tan estúpidas. Fue el Rector Roche el que lo desencade-
nó todo haciendo entrar a la policía en la Sorbona el viernes 3 de mayo.
Después los estudiantes reaccionaron espontáneamente y ya no fue
posible detener el movimiento, inclusive si lo hubiéramos querido.

165
El Gobierno ha pretendido que nuestras manifestaciones eran pro-
vocadas por agitadores que trataban de sabotear las negociaciones ame-
ricano-vietnamitas, que acaban de abrirse en París, bautizada esta por
las circunstancias «Capital de la Paz». Antes que nada yo diría que el
hecho de declarar a París «ciudad neutral» es una provocación. Aquí
encontramos toda la hipocresía gaullista que consiste en decir que esta-
mos del lado de los vietnamitas, sin decirlo verdaderamente, e impi-
diendo a la gente el poderlo demostrar. Pero París no es «neutral».
Inclusive si no se hubiera producido la crisis universitaria de la semana
pasada, los jóvenes habrían descendido a las calles para manifestar su
solidaridad con los vietnamitas. Seguramente que ellos lo hubieran he-
cho pacíficamente sin tratar de tomar por asalto la Avenida Kléber o
expulsar a los norteamericanos de su hotel. Todos los estudiantes que
manifestaron el viernes y el día anterior estaban en favor de los vietna-
mitas. Pero ni siquiera un segundo se pensó en ir a manifestar al barrio
donde tienen lugar las negociaciones.

Nuevos objetivos

Las autoridades pretendieron también que nosotros habíamos sido ma-


nipulados por los «prochinos», que deseaban comprometer una nego-
ciación que Pekín no aprueba. Es grotesco. Si estuvieran bien informados,
sabrían que los marxista-leninistas juzgaban nuestras manifestaciones
inoportunas, que pensaban que primeramente debíamos haber ido a los
barrios populares para discutir con los obreros, explicarles nuestras po-
siciones y convencerlos de actuar con nosotros. Y además, desafío a la
policía a que nombre a aquellos organizadores del movimiento nuestro
que sean «prochinos». Ciertamente Sauvageot no lo es, ni yo tampoco,
ni ninguno de los que nos rodean.
Ahora que el Gobierno ha retrocedido, que nuestros camaradas arres-
tados y condenados han sido liberados, que la Sorbona –hasta nueva
orden– ha sido reabierta sin estar rodeada por la policía, ¿qué es lo que
va a pasar? No lo sé. Quizás nuestro movimiento pierda un poco de la
potencia unitaria que ha tenido durante una semana en la acción. Pero
habrá que continuar, explicar políticamente lo que ha sucedido, prose-
guir la impugnación permanente y fijar nuevos objetivos. De todas for-
mas alguna cosa habrá cambiado, al menos en nuestras relaciones con el

166
Partido Comunista Francés. Cuando vayamos mañana ante las fábricas
para discutir con los trabajadores, el PC ya no podrá echarnos tan fácil-
mente.
Es significativo que haya sido la CGT, que haya sido Seguy mismo el
que haya telefoneado el primero a la UNEF para proponer una manifes-
tación en común. Sin duda tenía informaciones sobre el estado de áni-
mo de la base y se daba cuenta [de] que los sindicatos no podían dejarse
sobrepasar por la acción estudiantil. El PC se ha visto obligado –cuan-
do los trabajadores experimentan problemas terribles, cuando el desem-
pleo se agrava– a lanzar la consigna de la huelga general, sin previo
aviso, a remolque de un movimiento estudiantil. No podían hacer otra
cosa, pero esto les molestó terriblemente.
Todo el mundo nos ha planteado preguntas sobre nuestras relaciones
con los grupos políticos, los sindicatos, los partidos. Estas son muy
simples: unidad completa en la acción, más allá de toda divergencia,
con todos aquellos que están listos para batirse junto a nosotros. Toca
por tanto a los partidos y a los sindicatos tomar sus responsabilidades.
Si se unen a nuestro combate, tanto mejor. Pero nosotros no queremos
alinearnos en un grupo político cualquiera que este sea. Pegarnos al PC,
por ejemplo, sería absurdo, ya que ellos nos «recuperarían» enseguida.
No nos vamos a poner a clamar que el PC siempre ha visto claramente
y que ha sido el único en sostener o apoyar nuestras reivindicaciones.
Nadie lo comprendería y ninguno lo seguiría. Porque el PC ha tenido
una actitud vergonzosa en lo que a nosotros respecta. Los más agresi-
vos para con él estas últimas semanas, estos últimos meses, no han sido
los militantes de estos «grupitos», como dicen –que ya están habituados
DANIEL COHN-BENDIT / La noche de las barricadas
a lo que ellos llaman las «traiciones» del PC–, sino los jóvenes que están
descubriendo la política, que se forman en la acción y cuya actitud los
irrita.
He visto a jóvenes obreros asqueados por lo que leían en L’Humanité.
Al mismo tiempo los hay que esperan con una gran ingenuidad: en la
noche del viernes corrió la voz de que el Partido había enviado 20 000
obreros de los alrededores para unirse a los estudiantes y sorprender a la
policía por la espalda. ¡Y hubo gente que se lo creyó!
El asunto de Vietnam, para volver al tema, contribuyó además a ha-
cer aparecer las contradicciones de la posición del PC. Por una parte el
Partido llama a apoyar a un pueblo revolucionario que se bate y pelea
para cambiar radicalmente –en el Vietnam del Sur– las estructuras de

167
su sociedad; por otra parte no preconizaba en Francia sino vagas refor-
mas y no llamaba a ninguna acción. Las consignas del Partido no tuvie-
ron lógicamente ningún eco entre los jóvenes, la mejor prueba es el
dolor de cabeza que desde hace tiempo tiene el Partido para «contener»
a sus Juventudes Comunistas.
Ahora hay personas que nos dicen: «Ustedes obtuvieron resultados,
es cierto, pero esto les ha costado centenares de heridos y quizás –aca-
baremos sabiéndolo– muchos muertos. ¿No es esto pagar demasiado
caro sus éxitos?». Yo respondo: no éramos nosotros los que estábamos
en posición de decidir si habrían heridos y muertos o no. Es el Poder.
Nosotros mismos nos sorprendimos de la increíble imbecilidad de las
autoridades. No habíamos previsto ninguna demostración de fuerza para
la primavera. Según nuestro análisis, todo debía producirse en el próxi-
mo comienzo de las clases. En ese momento habría una situación obje-
tiva –falta de locales y de maestros, desorganización e ineficacia en la
enseñanza– lo que empujaría a los estudiantes a la violencia ya que
habían podido constatar el año pasado que las huelgas y las protestas
pacíficas no servían de nada. La crisis tuvo lugar antes porque el mismo
poder la desató. Y, una vez comenzada la escalada, estábamos obliga-
dos a seguirla.
La jornada del viernes 3 de mayo, cuando la policía invadió la Sorbona,
nadie en el movimiento estudiantil lo quería. Pero sucede que los estu-
diantes, de ellos mismos, sin consignas, hicieron frente y se batieron. A
partir de este momento era imposible echar para atrás sin dar la impre-
sión de desautorizar a aquellos que, en lugar de huir, habían acoplado el
enfrentamiento. No fueron los responsables del movimiento los que se
decidieron por la violencia; fueron los estudiantes que espontáneamen-
te escogieron la resistencia. Después de esto, era inconcebible que los
responsables dijeran: «Atención, volvamos a los libros, va a ser muy
peligroso». El Poder habría dicho entonces: «Ustedes ven, inclusive los
resultados de extrema izquierda se desolidarizan de los grupos de exci-
tados que actuaron el 3 de mayo».
Al día siguiente se produjeron más heridos aún, se vieron escenas
horribles. Pero, ¿cómo se nos puede hacer responsables de esto? Es el
sistema el que es violento, es la sociedad la que es violenta. Sí, nuestra
resistencia a la violencia del poder –ya que fue él después de todo el que
envió contra nosotros a la policía con sus matracas y granadas– ha he-
cho muchos heridos. Muchos jóvenes recibieron heridas corporales, pero

168
los jóvenes trabajadores de los que hablaba hace un momento, los de la
barricada de la calle Le Goff, ellos tienen una herida interior quizás más
grave. La hipocresía burguesa consiste en decir: más vale perpetuar las
heridas interiores, que no se ven, que hacer correr la sangre. Yo creo
que no. De todos modos no se nos dio a escoger.
Jamás soñamos con lanzar la consigna: «Todos a la calle a batirse».
Nadie nos habría seguido. Nosotros creemos que un movimiento se
desencadena cuando una situación objetiva lo justifica y lo suscita. No-
sotros creíamos, lo he dicho ya, que esta situación objetiva se produci-
ría al regresar a clase el próximo curso. La estupidez del poder lo creó en
el mes de mayo: nosotros no intervinimos en nada.
De hecho, en París sucedía, en forma más grande y rápida, lo que
sucedía desde hacía muchos meses en Nanterre. Cada vez que denun-
ciábamos alguna cosa y que se producía una demostración de fuerza,
nosotros constatábamos que un número cada vez mayor de estudiantes
cerraba filas de nuestro lado, ya que se daban cuenta [de] que lo que
nosotros denunciábamos era cierto y siempre confirmado por los he-
chos. Nuestro programa, ahora que nosotros hemos logrado un primer
éxito, es simple. No dejar caer de nuevo el movimiento, continuar expli-
cando, denunciando y actuando.

(Conversaciones recogidas por Serge Lafarie para Le Nouvel Observateur,


mayo de 1968).

DANIEL COHN-BENDIT / La noche de las barricadas

169
RUTH No. 2/2008, pp. 170-176

K. S. KAROL

La rebelión de París*

Estable, relativamente próspera, la Francia oficial enfrentaba el año 1968


con optimismo. De Gaulle se preparaba para recoger los frutos de su
sabiduría antinorteamericana, pues los movimientos en contra de la guerra
en Vietnam, cada vez más amenazadores para los gobiernos atlánticos
de Europa Occidental, no tocaban a su régimen.
En el plano económico, el año se anunciaba también bueno, después
de un período de semirecesión. La oposición se resignaba, pues, a vivir
con De Gaulle hasta el final de su mandato, o hasta su muerte, y agudizaba
sus armas únicamente con vistas a una batalla del posgaullismo.
De pronto, a principios de mayo de 1968, unos centenares de estu-
diantes de Nanterre, en los alrededores parisinos, tuvieron la audacia de
levantarse contra este orden feliz y su rebeldía se difundió como un
reguero de pólvora en el país entero. Nadie había visto una crisis de esa
magnitud, e incluso hoy, la Francia tradicional, el gobierno y la oposi-
ción, no llegan –todavía– a dar una explicación satisfactoria de lo que
ocurrió durante esos 17 días, durante los cuales por poco se logra estre-
mecer seriamente uno de los países industriales más sólidos del mundo.
Resumamos primero, brevemente, los acontecimientos. El movimiento
estudiantil en Francia parecía muy atrasado en relación con los de Ale-
mania Federal e Italia. La juventud francesa estaba, aparentemente,
menos politizada que en otras partes; el Partido Comunista era débil en
ese medio y atacaba descuidadamente los «groupuscules» de contestación
que existían. En esas condiciones, las autoridades universitarias deci-
dieron hacer uso, a principios de mayo, de la fuerza para llevar a la razón
a los «rebeldes» de Nanterre. La facultad contaminada fue cerrada y
cuando los rebeldes convocaron un meeting en el patio de la Sorbona, el
rector llamó a la policía para expulsarlos.
* Tomado de RC, La Habana, 1968; 12: agosto.

170
A partir de ese momento empiezan las sorpresas. La masa de los estu-
diantes e incluso de los profesores acude en auxilio de los estudiantes
rebeldes, exige la salida de la policía del Barrio Latino y, ante la negativa
gubernamental, se enfrentaba a las fuerzas policiales en las calles. La
brutalidad de la represión por parte da la policía suscita una indignación
general, el movimiento estudiantil se hace cada vez más numeroso y
más combativo. En el curso de la noche del 9 al 10 de mayo, los estu-
diantes construyen barricadas en el barrio de la Sorbona y resisten du-
rante seis horas el asalto de los CRS, de los Guardias Móviles y otras
fuerzas especializadas en la represión. Esta vez el país entero está re-
vuelto por la valentía de los estudiantes y por las brutalidades policiacas.
Siendo así, la oposición de izquierda y el gobierno cambian su acti-
tud. La izquierda y el Partido Comunista en primer lugar deciden llamar
a la huelga general de 24 horas para el lunes 13 de mayo, convencidos
de que ese apoyo masivo le permitirá dominar el movimiento estudian-
til y dirigirlo hacia la salida que desea. El gobierno accede a las reivindi-
caciones de los rebeldes, persuadido de que se calmarán y retornarán a
sus facultades.
Los estudiantes vuelven, en efecto a sus facultades, pero para ocu-
parlas y proclamar una huelga ilimitada en nombre de la Autonomía de
la Universidad, pero también en nombre de un rechazo global de la
sociedad. El «bautizo de fuego» sobre las barricadas fue para la gran
masa una lección concentrada de ciencias políticas y el descubrimiento
de una conciencia revolucionaria. Los «despolitizados» de ayer se han
vuelto unos agitadores empedernidos de una militancia antes descono-
cida en las universidades francesas. La tesis de Fidel Castro «actúen
primero, la conciencia seguirá» parece confirmarse por la rapidez de
esta radicalización. La bandera roja ondea sobre la Sorbona, donde se
desarrolla día y noche, un debate apasionado entre los estudiantes, los
obreros, los transeúntes.
K. S. KAROL / La rebelión de París

Pero a partir de1 14 de mayo, la Universidad ya no está sola. Los


jóvenes obreros, quienes habían participado el día antes de la manifes-
tación nacional de solidaridad, lanzan una huelga sin anunciarla como
legalmente se debe y muchas veces sin siquiera consultar sus sindicatos.
En el espacio de algunos días, 10 000 000 de trabajadores se unen,
paralizando el sector público y el sector privado, y planteando en don-
dequiera las relaciones entre patronos, obreros y empleados; es un
movimiento sin precedentes en la historia de la Francia de la posguerra,

171
una verdadera revolución cultural que amenaza seriamente el sistema.
El gobierno parece desamparado. Los poseedores del orden establecido
no se creen suficientemente fuertes como para enfrentarse a ese movi-
miento y muchos de ellos, sintiendo que el viento cambia de dirección,
intentan prudentemente colocarse del lado de los protestadores. Du-
rante varios días, la derecha tradicional ha, virtualmente, desaparecido
del escenario político y el gobierno parece desagruparse. El propio De
Gaulle se refugió en un mutismo inhabitual.
Pero el Partido Comunista y su sindicato, la CGT, se sienten también
amenazados por ese empuje popular, que puede replantear toda su es-
trategia política y social. No solo no llegan a canalizar el movimiento de
los estudiantes, sino que también cree ha logrado practicar en sus seudos
[sic], las fábricas y las empresas, para buscar aliados en la clase obrera.
La potente maquinaria del PCF y de la CGT se pone pues en marcha,
instaurando una represa sólida en las puertas de las fábricas ocupadas e
impidiendo a los agitadores y estudiantes penetrar en ellas y divulgar
allí su consigna revolucionaria. Al mismo tiempo, la CGT trata de limi-
tar la huelga a las reivindicaciones clásicas, lo menos politizadas posi-
ble. Los jóvenes obreros están rápidamente aislados y la discusión sobre
la necesidad de cambios fundamentales en la sociedad está sofocada
para ceder el lugar a los cálculos sobre las demandas a perinular en el
plano de los salarios y de algunos derechos sindicales en el seno de cada
empresa.
El poder bascula, pero ninguna fuerza política se presenta para to-
marlo sobre la ola de ese profundo movimiento social. De Gaulle y los
suyos recogen ánimo y empiezan el juego. El 22 de mayo prohíben la
entrada en el país a Daniel Cohn-Bendit, uno de los más populares líde-
res estudiantiles, de nacionalidad alemana. Está muy mal visto por los
comunistas por sus posiciones muy radicales; De Gaulle sabe que no
protestarán contra esa medida, y que una herida se abrirá en el frente de
los oponentes. Dos días más tarde, propone un referéndum: los comu-
nistas y la federación de izquierda protestan blandamente. El gobierno
cerca el Barrio Latino y la propia noche del discurso del general, el 24 de
mayo, París es el terreno de una batalla encarnizada entre los estudian-
tes, ayudados por los jóvenes obreros, y las fuerzas policiacas. El juego
prendió también en la provincia: batallas callejeras estallan en Lyon,
Bordeaux, Nantes e Itrasbong. La policía, vencida por una «guerrilla» de
millares de estudiantes, que levantan barricadas como en el siglo pasa-

172
do, les dan fuego y luchan sin descanso, se ejerce esa vez una represión
todavía más feroz, los comunistas y los sindicatos, en vez de llamar a la
solidaridad popular, como el 13 de mayo, se suscriben virtualmente a la
versión del Ministerio del Interior, Fonchet, el cual acusa [a] «la chusma
organizada» de haber suscitado la violencia. Millares de jóvenes estu-
diantes y obreros se sienten traicionados; la ruptura con los comunistas
es irremediable.
De hecho, los comunistas querían la paz para llevar a cabo las nego-
ciaciones sindicales con el gobierno y el patronato. El primer efecto, el
27 de mayo a las 7:30, el ministro Pompidou puede anunciar que después
de 30 horas de discusión, las tres confederaciones de trabajadores, CGT,
CFDT y FO, han llegado a un protocolo de acuerdo con el patronato y
el gobierno que permite terminar la huelga. Una hora más tarde, Benit
Frachon, el veterano del sindicalismo comunista, acompaña al secreta-
rio de la CGT, Georges Segung en el patio de las fábricas Renault en
Bonloque Billancourt para presentar el acuerdo. 20 000 obreros gritan
«¡No! No firmen!».
Se dice en Francia: «La clase obrera no va de la misma manera que los
obreros de Renault». De todas las fábricas llega la misma respuesta:
«No» a los acuerdos de la calle de Grenelle. La misma noche, en el
estadio Charléty, 50 000 obreros y jóvenes estudiantes gritan el slogan
«De Gaulle, de mission» («De Gaulle, renuncia»), «el poder está en la
calle».
Invalidados por la base obrera, el Partido Comunista y los sindicatos,
no parecen poder ejercer alguna mediación; el gobierno está de nuevo
en peligro.
Algunos ya se hacen ilusiones: De Gaulle va a renunciar. Mendès-
France y Mitterrand se proponen como presidentes del nuevo gobierno
y presidentes de la República; los comunistas, no consultados, insisten
para respaldar la nueva solución en cuanto a su derecho de participar al
K. S. KAROL / La rebelión de París

futuro gobierno. Pero De Gaulle no tiene la menor intención de irse. Ha


visto muy bien que el PCF, ni tampoco las demás fuerzas de izquierda,
ni los sindicatos, relevarán el desafío, irán hasta el final en su enfrenta-
miento social y político real. Retira la proposición de referéndum, di-
suelve la Asamblea, convoca nuevas elecciones y amenaza, en los
hechos, con hacer intervenir el ejército. Los acontecimientos le dan la
razón. Nadie recoge su desafío. Unas horas después de su discurso, la
oposición acepta batirse en su terreno, aunque para ella las elecciones

173
estén perdidas de antemano. Al mismo tiempo, la CGT, acepta seguir
las negociaciones, a nivel de las empresas, aisladas las unas de las otras.
Los estudiantes se quedan solos, junto con una minoría obrera, para
preconizar una revolución.
Día tras día, se vuelve al trabajo en los sectores menos combativos, y
Francia vuelve a la vida normal. La «vida normal» no es para mañana en
las universidades pero los estudiantes, que fueron el detonador de una
explosión a escala nacional, lo pueden esperar, quebrantar en lo inme-
diato los dos pilares del sistema, su clase dirigente reagrupada alrededor
de De Gaulle, y el PCF que encarna todavía las aspiraciones de la clase
obrera.
El tiempo, pues, de mirar sin pasión porque los estudiantes pudieron
jugar un papel tan grande y porque llegaron a un semi fallo.
El número hace la fuerza, se dice desde siempre, y los estudiantes se
han hecho, en esa temporada, muy numerosos en Francia y en los otros
países industrializados. La Universidad ya no es una institución para
élite, comprende centenares de miles de jóvenes. Los estudiantes, por
otra parte, representan una capa social transitoria, flexible y no integra-
da en el circuito productivo. De ahí viene su debilidad, pero también su
fuerza: es muy difícil ejercer una presión sobre esos jóvenes, que tienen
necesidades materiales reducidas, que no tienen familia que sostener, ni
salario que perder en caso de huelga, que no están acondicionados por
el endeudamiento y el temor de perder una situación adquirida. Ade-
más, las universidades conservan en todas partes un marco arcaico [de]
ninguna manera adaptado a ese crecimiento numérico y cualitativo de
los estudiantes. La rebeldía contra «las autoridades académicas reaccio-
narias» –por emplear la fórmula china– se explica fácilmente y es más
bien asombroso que no haya estallado antes. Pero la explosión de los
estudiantes franceses deparó muy rápidamente el marco universitario y
la facilidad con la cual contaminó otras capas de la población prueba de
por sí que tensiones sociales muy graves subsistían en el conjunto de la
sociedad. Así fue de pronto demostrado que la integración de la clase
obrera a la sociedad de consumo no es más que un mito, que los cuadros
y otros «cuellos blancos» no se sienten bien tampoco en el seno del
sistema, el cual está aceptado en fin de cuentas solo por una pequeña
minoría de privilegiados. A pesar del largo período de estabilidad y rela-
tiva prosperidad, el capitalismo avanzado, o el neocapitalismo no supo
174
pues suprimir sus contradicciones internas, que lo hacen siempre muy
vulnerable.
Todo esto es evidente después de los 17 días de mayo en Francia.
Pero nada de eso había sido previsto por los dirigentes y los teóricos del
movimiento obrero, a pesar de su anti –capitalismo verbal– de los parti-
dos de izquierda, aun los que reclaman del marxismo, se han instalado
en unas perspectivas y esquemas parlamentarios. Los estudiantes revo-
lucionarios no podían pues ser entendidos, ni con mayor razón, guiados
hasta la victoria por cualquier fuerza política organizada. La conducta
del Partido Comunista Francés ilustra maravillosamente la incapacidad
de los movimientos que se dicen revolucionarios, a actuar en condicio-
nes revolucionarias. Es inútil hablar de la «traición de los revisionistas»
o de «socialdemocracia estaliniana»: el partido comunista no prometió
nada, no tomó ninguna iniciativa y por tanto, no traicionó nada. De-
mostró simplemente en la práctica que se ha hecho una fuerza conser-
vadora, que no aspira a otra cosa sino a la repartición del poder en el
seno del sistema para ser a su vez «el coadministrador leal y eficaz» del
capitalismo modernizado.
Los estudiantes se han vuelto revolucionarios porque desde el princi-
pio, se preocupaban muy poco por la doctrina del Partido: esperaban
arrastrarlo en la batalla. Su desilusión agrava su desconfianza frente a
todas las organizaciones estructuradas, las ideologías, los programas.
Su consigna es ya «espontaneidad e imaginación».
Se han propuesto como meta hacerse un fermento vivo que inspira,
que empuja a la acción el resto de la sociedad, no aspiraron, al principio
de esa «revolución de mayo», a ninguna hegemonía, a ningún roles [sic]
dirigentes en el seno del movimiento que habían provocado. Como lo
decía un gran cartel en el colegio del 13 de mayo, pedían que «en la clase
obrera recogía de las manos frágiles de los estudiantes» el relevo y la
guía de la acción. Esa actitud dio muchos resultados durante la primera
K. S. KAROL / La rebelión de París

fase de los acontecimientos.


Un poco en todas partes, jóvenes obreros, cuadros, hombres de pro-
fesión liberal, reclamaron espontáneamente cambios estructurales y
pusieron en tela de juicio autoridades hasta ahora intocables. Es ese
caos de base generalizado, imaginativo, que creó un clima revoluciona-
rio, singular y estimulante, en Francia entera.
Pero una explosión de ese tipo necesita encontrar de nuevo su unidad
en la acción, si quiere ser una fuerza irresistible. En un país avanzado

175
como Francia, no hay nada previo que formular antes de olvidar la pers-
pectiva socialista, no hay, como en China o en Cuba, una consigna so-
bre la reforma agraria o la independencia nacional, que puede unir [a]
todo el mundo bajo la misma bandera. Aquí, la unificación de las rebel-
días paralelas no podía hacerse sino en un diálogo preciso sobre la orga-
nización inmediata de una sociedad libre y de naturaleza socialista. Pero
ese diálogo exige un poco más amplio que el patio de la Sorbona y una
doctrina que pueda ser comprendida a la vez por los obreros, los estu-
diantes y todos los otros partidarios del cambio. El porqué el conjunto
de las batallas paralelas no da todavía una revolución que los jóvenes
rebeldes de mayo 1968 tallaron.
Ahora, los obreros vuelven al trabajo, las administraciones empiezan
de nuevo a funcionar y los estudiantes se quedan solos frente a todas las
fuerzas establecidas. Una amenaza de represión planea en el aire y des-
pués de las elecciones, el gobierno no escatimará los medios violentos u
otros, para reducir al silencio la rebeldía universitaria.
Sin embargo, no creo que los acontecimientos de mayo 1968 puedan
ser reducidos a un simple recuerdo de una llama pronto apagada. Una
página de historia ha sido nada, la idea de la revolución se mostró con-
tagiosa, se desplaza sin tener en cuenta las fronteras y marca y educa a
los hombres. Los estudiantes y sus aliados se verán obligados a sacar
una lección de la aventura que vivieron, a encontrar formas de organi-
zación no burocráticas que les sirvan de instrumentos para las futuras
batallas. Y se puede estar seguro, de que sus amigos de los otros países
avanzados harán el mismo esfuerzo, que tratarán de reflexionar juntos
sobre la sociedad que desean cambiar y que se mostró más frágil de lo
que ellos mismos esperaban. Es pues probable que no asistimos a un
final sino solo al empiezo de un proceso que seguirá sacudiendo y trans-
formando la vieja Europa.

(Especial para RC).

176
RUTH No. 2/2008, pp. 177-184

RICHARD DAVY

Che Guevara: símbolo de la juventud


politizada*

En innumerables habitaciones de estudiantes y oficinas en todo el mun-


do cuelgan de las paredes retratos de Che Guevara. Retratos de él pue-
den verse en Berlín, Nueva York, Tokío, Praga, Londres, Essex, y en
muchos otros lugares. Él está en las habitaciones de fanáticos barbu-
dos, de muchachas soñadoras, y de moderados académicos. Él se ha
vuelto una figura de inspiración no solo para los que alientan activa-
mente la revolución sino para muchos quienes suspiran vagamente por
alguna especie de rejuvenecimiento dramático de la política, de la so-
ciedad o de sus propias vidas.
Sus ideas fueron suficientes, su vida suficientemente misteriosa, su
muerte tocada suficientemente con el heroísmo que encarna casi cual-
quier fantasía y refleja cualquier proyecto.
Él es el símbolo de la juventud política eterna. Él representa la atrac-
ción de la revolución.
Él también representa uno de los elementos esencialmente nuevos
en la reciente ola de actividad estudiantil –la importación dentro de las
avanzadas sociedades occidentales de técnicas y doctrinas revoluciona-
rias desarrolladas en contextos diferentes, en la India colonial, en la
América Latina o en la América del Sur.
Karl Marx ha vuelto a casa de nuevo rejuvenecido después de un
viaje alrededor del mundo. Los regímenes de la Unión Soviética y de
Europa Oriental que le rinden homenaje son considerados casi univer-
salmente por la juventud radical como monstruosidades burocráticas
reaccionarias, pero sus precoces ideas, su preocupación con enajena-
miento, su creencia en la igualdad y la justicia, sus estructuras en cuan-

* Tomado de RC, La Habana, 1968; 12: agosto.

177
to a la propiedad privada aún están latentes en el corazón de los radica-
les jóvenes al igual que en la década de 1930. Sin embargo, cuando ellos
piensan en él ellos tienden a pensar no en las puertas de las fábricas de
Birmingham o de Essen sino en las selvas de Bolivia, de Vietnam, y en
hombres íntegros en Pekín, y por supuesto en Cuba.
Este romanticismo puede que disminuya a medida que más y más
movimientos estudiantiles comiencen conscientemente a galantear con
los trabajadores, pero aún constituyen una fuerza sólida. Todas las lec-
ciones de tiranías revolucionarias a través de la historia tienden a ser
echadas a un lado. Como Jack Newfield señala en una minoría profética,
un joven radical norteamericano de 22 años no recuerda el estalinismo
o el aplastamiento de la revuelta húngara.
Él sí recuerda la Bahía de Cochinos y la intervención norteamericana
en la República Dominicana. «Él ha visto que el anticomunismo va
solamente unido al racismo, al militarismo y a la reacción en la Améri-
ca... él ha visto a los comunistas únicamente como víctimas, nunca como
verdugos».
Sin embargo, hay muy poco contacto o simpatía entre los partidos
comunistas tradicionales y los estudiantes radicales en Europa y en los
Estados Unidos. En general, es únicamente en la América Latina, Ja-
pón, y en algunos de los países menos desarrollados que uno encuentra
un nexo formal con el comunismo, y eso por lo general con un solo
grupo de estudiantes activistas. El régimen de Alemania Oriental, des-
pués de una larga vacilación, ha tratado de abrazar el movimiento de
protesta estudiantil de Alemania Occidental, pero no con mucho éxito.
En Francia el partido comunista vaciló y luego trató de reemplazar a los
estudiantes pero no de cooperar con ellos.
Generalizando los nuevos radicales jóvenes están impacientes con la
organización, la disciplina y las obsesiones doctrinales del comunismo
tradicional. Si ellos se vuelven hacia el Che Guevara es porque él signi-
fica la improvisación, la excitación, la revolución permanente, y la des-
trucción automática de la organización incipiente. Si ellos se identifican
con la guerrilla boliviana es (según explican) porque ellos también están
contra la estructura de poder agresivo e inmovible hipotecado a los
Estados Unidos y [están] abandonando a un proletariado pasivo.
Sobre todo ellos miran hacia Cuba. Ella es la meca hacia la que todo
radical serio debe en algún momento hacer su peregrinación, es el lugar

178
que se menciona con más frecuencia como el ejemplo de un sistema
existente que cuenta con la aprobación. Es vista como una sociedad
que ha adoptado una revolución improvisada y permanente, que ha
evitado la burocracia, y ha establecido la continua comunicación entre
el líder y la masa. Y que se ha quitado el yugo del imperialismo nortea-
mericano.
El hecho de que esté profundamente empeñada con la Unión Sovié-
tica no parece importar. En realidad, la forma en que se las ha agencia-
do pese a esto para mantener su independencia política y espiritual es
de admirar.
La falta de libertad política no se toma muy en serio porque los que se
oponen al régimen son únicamente los burgueses imperialistas. El bajo
nivel de vida es quizás algo que apuntar en su haber porque confirma la
razón más importante para admirar a Cuba, que es que está tratando de
continuar con fervor revolucionario sin apelar a los instintos materialis-
tas y adquisitivos. El doctor Castro espera con el tiempo acabar con el
dinero y abolir el motivo corruptor de la ganancia. Para los revoluciona-
rios europeos esto es de una pureza verdadera compartida solamente, en
cierto aspecto, con China; la Unión Soviética y Europa Oriental ya se han
vendido al materialismo. La marca del verdadero revolucionario es que
aún tiene sus ilusiones, y Cuba las mantiene latentes.
Esta vanguardia de revolucionarios es muy pequeña en número pero
generalmente se las arregla para no ser aislada o eliminada debido a la

RICHARD DAVY / Che Guevara: símbolo de la juventud politizada


naturaleza amorfa, tolerante y desorganizada del movimiento de pro-
testa en general.
Newfield ha tratado de definir la «nueva izquierda» en la política nor-
teamericana: afirmación de comunidad, honestidad y libertad, y en su
indiferencia hacia la ideología, la disciplina, la economía y a las formas
políticas convencionales. Lo que es explícitamente nuevo acerca de la
nueva izquierda es su mezcla ecuménica de tradiciones políticas que
una vez fueron rivales a muerte en Rusia, España, Francia, y los Esta-
dos Unidos. Contiene dentro de ella elementos anárquicos, socialistas,
existencialistas, nacionalistas negros, humanistas, trascendentalistas,
bohemios y del populismo, misticismo.
Newfield detecta tres niveles en la nueva izquierda. En el primer
nivel se encuentra la protesta política contra el establecimiento y contra
la desigualdad de la vida norteamericana. En el segundo refleja la repul-
sión moral contra la corrupción de la sociedad –«los nuevos radicales

179
han hecho de la moral y la verdad la prueba de su movimiento»–. En el
tercer nivel el movimiento es «una revuelta existente contra las maqui-
narias impersonales y remotas que no responden a las necesidades hu-
manas».
La gente se siente «impotente e irreal bajo los instrumentos insensi-
bles que controlan sus vidas».
Esta descripción podría ser aplicada indefinidamente a los movimien-
tos estudiantiles en la mayoría de los países industrializados del mundo.
Su protesta es en gran parte negativa. Esto no significa que sus valores
sean negativos sino que son bastante claros acerca de a lo que ellos se
oponen cerca de lo que desean en su lugar.
Un joven radical norteamericano nos dijo:
Toda una nueva sociedad tiene que ser construida. No sabemos
qué clase de sociedad. La hallaremos a medida que avancemos. Por
ejemplo, no nos metemos en las elecciones porque estamos intere-
sados en un movimiento revolucionario a largo plazo… Queremos
una sociedad sin trabajo donde las maquinarias hagan todo el tra-
bajo y la gente no tenga que hacerlo... La información debe ser
cambiada. No hay soluciones específicas. Debe haber más unida-
des, más pequeñas, orientadas en forma de comunidad, como la
prensa clandestina... Se debe dejar de mostrar las vidas plásticas
de las parejas de la clase media. Los suburbios son las tierras im-
productivas de la sociedad norteamericana.
Compare esto con un cartel pegado recientemente a la puerta princi-
pal de la Sorbona: «La revolución que está comenzando creará un pro-
blema no solo a la sociedad capitalista sino a la sociedad industrial. La
sociedad de consumo debe perecer de muerte violenta. La sociedad de
desunión debe desaparecer de la historia. Estamos inventando un mun-
do nuevo y original. La imaginación se ha apoderado del poder».
Los líderes estudiantiles del Japón no hablan mucho de la imaginación,
pero hablan de la desunión como el problema principal, y exhortan a una
revolución permanente. Y de igual modo se expresan los radicales britá-
nicos, los de Alemania Occidental y los italianos. Todos parecen compar-
tir una esperanza de que alguna especie de democracia instantánea de
participación devolverá el poder y la dignidad del individuo.
Las principales influencias intelectuales sobre los radicales intelectua-
les son los primeros escritores comunistas, incluyendo especialmente a
180
Rosa Luxemburgo en Alemania, Herbert Marcuse, Régis Debray (¿Revo-
lución en la Revolución?, un folleto para los revolucionarios en la América
Latina), y Frantz Fanon (quien escribió, Piel negra, máscaras blancas, y
que estuvo activo en la Revolución Argelina).
En general los de Alemania Occidental son los filósofos más siste-
máticos entre los estudiantes radicales. Su pensamiento está muy acon-
dicionado a los problemas específicamente alemanes, pero aún así la
fertilización cruzada y la pertinencia más amplia son obvias. Ellos están
sorprendentemente representados por el profesor Herbert Marcuse, un
filósofo nacido en Alemania que enseña ahora en la Universidad de
California. Dos de sus libros son muy leídos y citados en ambos extre-
mos Atlántico. Ellos son El hombre unidimensional y un ensayo intitulado
«Tolerancia represiva».
El primero es el más antiguo y más pesimista de los dos, y el profesor
Marcuse así como también algunos de sus jóvenes lectores han comen-
zado a moverse más allá del mismo, pero su diagnóstico de la sociedad
occidental moderna es aún ampliamente aceptado.
Marcuse alega que la sociedad moderna es básicamente totalitaria
porque «el aparato productivo determina no solo las ocupaciones so-
cialmente necesitadas, las destrezas y actitudes, sino también las nece-
sidades y aspiraciones del individuo. Así arrasa con la oposición entre la
existencia privada y pública, entre las necesidades individuales y socia-
les. La tecnología sirve para instituir formas nuevas, más eficaces y más

RICHARD DAVY / Che Guevara: símbolo de la juventud politizada


agradables de control y cohesión social». Intentos para mejorar las con-
diciones de trabajo, embellecer las fábricas, ofrecer a los trabajadores
un voto en la administración son todas en realidad técnicas justamente
sutiles mediante las cuales la tiranía esconde la cara y adormece a sus
víctimas en un sentido de «euforia en la desgracia».
La tecnología, dice Marcuse, no es neutral. «La tecnología de esa cla-
se no puede ser aislada del uso al cual se pone; la sociedad tecnológica
es un sistema de dominio que ya opera en el concepto y la construcción
de técnicas».
Según Marcuse, la libertad económica significa la libertad de estar
controlado por fuerzas y relaciones económicas, y libertad de la necesi-
dad de ganarse la vida. La libertad política significa «liberación de los
individuos de la política sobre la cual ellos no tienen un control efecti-
vo». La libertad intelectual significa la reintegración del pensamiento

181
individual ahora absorbido por la comunicación de la masa y el adoctri-
namiento.
Para lograr estas libertades, las formas tradicionales de protesta no
son ahora útiles, en parte, debido a que las mismas son simplemente
toleradas dentro del sistema, y en parte porque las masas han sido tan
endrogadas y manejadas que no saben sus «necesidades verdaderas».
Son esclavas sin saberlo. Por lo tanto, deben ser despertadas por la mi-
noría culta, muchos como Régis Debray (otra influencia sobre los radi-
cales) apelaron a las guerrillas de América Latina para que alertaran al
campesinado acerca de su condición.
Una de las recomendaciones de Debray es la de asesinar a unos pocos
policías para demostrar que la estructura del poder no es absoluta.
Marcuse no es tan específico pero en «Tolerancia represiva» él clara-
mente respalda la violencia –«creo que hay un “derecho natural” de
resistencia para las minorías oprimidas y subyugadas en cuanto a em-
plear medios ilegales si los legales demuestran ser inadecuados. Si usan
la violencia ellas no están iniciando una nueva cadena de violencia sino
tratando de romper la establecida».
Marcuse es lo bastante franco como para decir que «la tolerancia libe-
rada, entonces, significaría intolerancia contra los movimientos de de-
recha, y tolerancia de los movimientos de izquierda».
Esta racionalización de violencia atrae a muchos radicales jóvenes. Y
lo mismo sucede con su concepción de tolerancia como un instrumento
de represión. El miedo de los revolucionarios jóvenes va siendo tolera-
do. Ellos desean la confrontación, no la aceptación. Algunos radicales
norteamericanos preferirían al gobernador Ronald Reagan o a George
Wallace como presidente en lugar del senador Robert Kennedy, quien
puede quitarles su apoyo aplacando a los reformistas y aislando a los
revolucionarios.
La tolerancia y las concesiones conllevan muerte y desorden. Un co-
mentarista ya escribe: «Hay señales de que la clase media disfruta sien-
do azotada por los nuevos radicales [...] es difícil contener la ira si usted
está obteniendo $2 000 para volcarlo en la televisión».
En el proyecto de cosas de Marcuse hay un lugar especial para los
estudiantes debido a que ellos son casi los únicos adultos no absorbidos
en la esfera de la productividad. Por lo tanto, ellos tienen una oportuni-
dad especial de formar la élite culta que solo puede definir las necesida-
des «verdaderas y falsas» y decidir quién ha de ser tolerado. Esta élite

182
consiste en «todo aquel que haya aprendido a pensar racionalmente y de
una forma autónoma... En realidad esta sería un número pequeño, y no
necesariamente la de los representantes elegidos por el pueblo».
El papel de esta élite es bastante diferente del de la vanguardia revo-
lucionaria en el comunismo tradicional. No es una máquina para orga-
nizar y dirigir un levantamiento de masa de trabajadores explotados. Ya
no es posible porque los trabajadores no son explotados –o no saben
que lo son– y así se han convertido en defensores del status quo. Los
únicos aliados inmediatos de la élite son aquellos quienes saben que
son explotados, como los negros, el mismo pobre y los estudiantes. El
papel de la élite es por lo tanto el de agitar y provocar al sistema hasta
que este revele su verdadera naturaleza represiva y totalitaria, general-
mente desatando a la policía. Esto por lo tanto hará que cada vez sean
más las personas que despierten a la realidad y vean que ellos están
siendo engañados y manejados, así que con el tiempo se producirá una
revolución espontánea.
Esta es la justificación filosófica para provocar deliberadamente a la
policía, y muchos radicales se han sorprendido y se han sentido regoci-
jados al ver la forma en que la autoridad ha caído en la trampa y ha
hecho exactamente lo que se esperaba que hiciera. No obstante hay un
elemento obviamente totalitario en el propio pensamiento de Marcuse,
y que él alega que una pequeña élite tiene el derecho de decidir a quién
se va a tolerar, y de decirle a la mayoría de las personas que ellas real-

RICHARD DAVY / Che Guevara: símbolo de la juventud politizada


mente no desean lo que piensan que desean y que sus vidas deben ser
desbaratadas hasta que ellas despierten.
En este punto vale la pena mencionar la perplejidad con que contem-
plan todo esto los estudiantes de Europa Oriental y de la Unión Sovié-
tica. Se admite que hay algunos que estarían de acuerdo con los radicales
de Europa Occidental. Por ejemplo, en Polonia, hay grupos de estu-
diantes prochinos, y hace unos pocos años dos miembros de la Univer-
sidad de Varsovia fueron encarcelados por abogar por salvar la revolución
teniendo otra revolución. Pero la mayoría probablemente pensaba que
las ideas de Rudi Dutschke eran «cómicas», «absurdas» y dignas de ser
rechazadas por uno de 15 años. Ellos han visto cómo han fracasado
los intentos de dirigir un país sin el motivo de utilidad o los valores de
los artículos de consumo. Ellos han perdido fundamentalmente el inte-
rés en la ideología y en la revolución.

183
A diferencia de sus contrapartes occidentales, ellos no han entrado
en la etapa de dar por sentado las cosas materiales de la vida. Para ellos
lo que es irreal no es el comercial de la televisión sino el eslogan políti-
co. Ellos quieren algo que funcione y probablemente muchos estarían
dispuestos a cambiar mucho de lo que tienen por algo (no todo) de lo
que Rudi Dutschke está tratando de destruir. No obstante, ellos com-
parten con los estudiantes occidentales un presentimiento de que están
siendo manejados por concentraciones de poder incontrolables (políti-
cas o comerciales) y gobernados por una generación distante que está
aprisionada en la mitología inaplicable de la Guerra Fría.

(De The Time, Londres, mayo de 1968).

184
RUTH No. 2/2008, pp. 185-200

Palabra propia
YAIMA MORALES CASTELLÓN / CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO*

Optar por la Revolución a causa de nuestra fe.


Entrevista a Joel Suárez Rodés

Un día habanero cualquiera, la esquina de 100 y 51 es todo bullicio.


Muy cerca de allí, en un trocito de Cuba que la hace inmensa, alguien
espera. No puede quedarse en un mismo sitio ¡eso nunca!, sin embargo
espera.
Él es Joel Suárez Rodés. Un cubano de 45 años que más que isla es
puente. Quizás por eso hable casi siempre en primera persona del plu-
ral, aunque no por ello su palabra es menos propia. Nos hace navegar
por sus valores, esos que no dicotomizan lo individual y lo colectivo, la
fe y la revolución, los sueños y el presente.
Durante casi dos horas nos dibuja una cartografía de su vida, un viaje
por sus orígenes, un ir y venir del pasado al presente, de la familia al
trabajo. Nos habla de su experiencia como cristiano y revolucionario,
del movimiento ecuménico cubano, de su iglesia local, del Centro Me-
morial Doctor Martin Luther King Jr.; títulos y nombres que represen-
tan mucho más que eso para Joel; principios, convicciones y sueños que
son brújula orientada siempre al Sur. Nos lleva y nos trae corriendo en
su hablar incesante. Andamos por América Latina y nos vamos a Euro-
pa, Norteamérica… siempre regresamos a Cuba. Allí, frente a un par-
que de Marianao, anclamos la nave para continuar viaje. Sin zozobrar ni
* Yaima Morales Castellón (Cuba, 1979) y Carmen L. Rodríguez Velazco (Cuba, 1980), psicó-
logas ambas, son investigadoras del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas
(CIPS) y profesoras adjuntas en la Universidad de La Habana; y Morales, además, en el
Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI).

185
un instante, con esa fuerza de acción y palabra que moviliza, convoca e
inspira… nos dice después de presionar el botón del REC del grabador:

Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave

Soy un escorpión del 24 de octubre del año 1962, por lo que cumplí,
junto con la crisis de los misiles, 45 años. Padre de dos muchachones,
Joelito y Linney, él es bailarín del Ballet Nacional de Cuba y ella técnico
en computación de la Universidad de Ciencias Informáticas. Soy ade-
más compañero de Conner Gorry, escritora neoyorquina que comparte
su pasión por el béisbol y los «gallos» de Sancti Spíritus1 con su trabajo
como editora de la Revista MEDICC Review.
Fui concebido, nacido, amamantado y criado en un banco de una
iglesia porque soy hijo de pastores bautistas. Mi padre es el reverendo
Raúl Suárez y mi madre, ya fallecida, la pastora Clara Rodés, que fue
una de las tres primeras mujeres bautistas ordenada al pastorado en
Cuba.
Soy coordinador general del Centro Memorial Doctor Martin Luther
King Jr., al que llegué en noviembre de 1992, cuando tomé vacaciones
en la Unión Eléctrica, donde trabajaba, para venir a ayudar en la prepa-
ración de lo que resultó ser la primera Caravana de la Amistad Estados
Unidos-Cuba, coordinada por IFCO2/Pastores por la Paz. Desde esa
ocasión me quedé trabajando aquí.

De cómo se encendió este fósforo o de los inicios

No llegué al Centro porque hiciera falta un ingeniero eléctrico que orga-


nizara la Caravana, y mucho menos porque era hijo de quienes en lo
fundamental animaban el trabajo en aquellos años iniciales. En toda
esta historia se mezclaron coyuntura y vocación.
Siempre quise estudiar una carrera de ciencias sociales, específica-
mente Sociología, pero por aquellos años la carrera estaba cerrada y

1
«Los gallos del Yayabo» es el nombre que familiarmente designa al equipo de béisbol de Sancti
Spíritus [n. de la R.].
2
IFCO son las siglas de Interreligious Foundation for Community Organization [n. de la R.].

186
siendo creyente religioso tampoco podía estudiar Filosofía en la Uni-
versidad de La Habana. Entonces comencé la Ingeniería Eléctrica. Tuve
crisis de vocación en algunos momentos de la carrera. Después de gra-
duado, me fui a trabajar a Holguín, donde tuve la oportunidad de com-
partir con los trabajadores de la Empresa Eléctrica. Esta experiencia

YAIMA MORALES CASTELLÓN, CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO / Optar por la Revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a Joel Suárez Rodés
me dio una cultura de la solidaridad, la disciplina laboral, la amistad y la
fidelidad al colectivo, que agradezco.
Esa vocación de que les hablaba, está sustentada por un proceso de
formación que me ha acompañado en la vida. Una parte importante
de ella la tuve en mi iglesia local y en el movimiento ecuménico. Allí,
algunos tuvimos que estudiar profundamente el marxismo y el pensa-
miento latinoamericano porque teníamos una clara opción revoluciona-
ria y socialista, y también porque era precisamente desde el marxismo
made in USSR que nos venía una crítica fuerte a la religión, una crítica
muy dogmática, poco dialéctica, que reducía el marxismo al ateísmo y
por tanto, el cristianismo a la contrarrevolución.
Por suerte, por la vía de la teología latinoamericana de la liberación,
tuvimos acceso a un marxismo crítico, revolucionario, heterodoxo. Es-
tos estudios fueron muy útiles porque nos enseñaron a descubrir todo lo
que había en la Iglesia de ideología religiosa al servicio de la domina-
ción. Pero también nos enseñaron a valorar –tal como señalaba Marx–
que el campo religioso, como cualquier otro de la sociedad, está atrave-
sado por conflictos, y esto supone que a su interior convivan posiciones
retrógradas y revolucionarias. Tuvimos que aprender a releer la Biblia
sin los espejuelos de los misioneros estadounidenses y repensar la teo-
logía desde el contexto de un país en revolución. Comprendimos, pro-
gresivamente, que existen suficientes bases bíblicas y teológicas para
optar por la revolución, a causa de nuestra fe, y no a pesar de ella.
Pero la formación no es solo lo que uno lee o estudia, sino también lo
que uno vive. Yo aprendí mucho en mi barrio y en mi familia. Creo que
esta parte de la formación es sustantiva porque tiene mucho que ver
con valores. Hay una máxima que condensa mucho de lo que aprendí en
esos años, que dice que cuando uno pone la mano en el arado no puede
mirar para los lados y mucho menos para atrás porque el surco te sale
torcido. En las enseñanzas y el testimonio de mis padres ha sido central
la coherencia ética, política y axiológica entre lo que creemos, decimos
y queremos para el mundo y nuestra vida cotidiana. Con ellos aprendí el

187
valor de la humildad y la modestia, y a no olvidarnos nunca de nuestro
origen.

Los libros, los amigos, el rock y la nueva trova

Muy importante fue para mí el acercamiento a la vida de Martin Luther


King Jr., sobre todo por la mística y la espiritualidad que encerró el
movimiento por la lucha de los derechos civiles. De manera similar me
sucedió con el testimonio de Camilo Torres. De Harvey Cox, me marcó
un libro que se llama El cristiano como rebelde. Una trilogía muy personal
la forman libros fundacionales de la teología de liberación, escritos por
Gustavo Gutiérrez, Hugo Assmann y José Miguez Bonino. A ellos se sumó
la cristología de Jon Sobrino y la obra del uruguayo Juan Luis Segundo.
No me puedo olvidar nunca de El guardián en el trigal, de Salinger, El vino
del estío, de Bradbury, El pequeño príncipe, de Saint-Exupéry, El gran Meaulnes,
de Alain Fournier, y casi todo lo de José Martí.
Mi vida pasa, además, por Cintio Vitier y Fina García Marruz. «Ese
sol del mundo moral» y el prisma que aporta Orígenes3 para acercarse a
la historia de Cuba y a Martí. Eliseo Diego es mi poeta de cabecera.
Todos ellos, junto a la obra poética de Cesar Vallejo, recrearon en mí
dimensiones importantes del compromiso y quehacer revolucionarios.
Hay gente en el campo eclesial que ha significado mucho en mi vida:
Sergio Arce, Rafael Cepeda y René Castellanos, pastores, teólogos y uno
de ellos historiador, todos presbiterianos; don Pedro Casaldáliga y Óscar
Arnulfo Romero, como ejemplo cimero del martirologio latinoamerica-
no; personas humildes de mi iglesia local. Mis abuelos, que siempre han
ocupado un lugar especial, sobre todo mi abuela María.
En las búsquedas durante el período de Rectificación,4 encontramos
la amistad de Esther Pérez y Fernando Martínez Heredia. Con la prime-
ra, sobre todo, encontramos la puerta estrecha y el camino angosto de la
3
Grupo de intelectuales y artistas cubanos –José Lezama Lima, Gastón Baquero, Ángel Gaztelu,
Virgilio Piñera, Justo Rodríguez, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Octavio Smith, Lorenzo
García, Cintio Vitier, Cleva Solís, Julián Orbón, José Ardévol, Mariano Rodríguez, René
Portocarrero, Bella García, Agustín Pi– nucleados alrededor de la revista homónima, que
apareció entre 1944 y 1954. Con un programa seguidor del dictado martiano como base
ideotemática, el Grupo defiende una visión teleológica y trascendental, basada en un sentido
de lo cubano inscrito en los planos más subyacentes de la realidad [n. de la R.].
4
Período de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas.

188
educación popular y el pensamiento fundacional de Paulo Freire, aún
no asumido con toda la radicalidad que amerita por el pensamiento, la
praxis y la acción educativa de la izquierda, y de nuestra propia obra
revolucionaria.
Me han marcado la producción, la vida y la amistad con [Manuel] Mo-
reno Fraginals, Franz Hinkelammert, Elsa Tamez, Frei Betto, Leonardo

YAIMA MORALES CASTELLÓN, CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO / Optar por la Revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a Joel Suárez Rodés
Boff y Jorge Pixley. Hinkelammert, junto a Helio Gallardo y Fernando
Martínez Heredia han sido fundamentales para mi visión y opción anti-
capitalista, para entender la crisis del socialismo histórico y los desafíos
que tenemos delante los que nos empeñamos en construir ese «otro
mundo».
Me han llenado mucho la convivencia, la amistad y la experiencia de
solidaridad con el Movimiento Sin Tierra (MST), el movimiento zapatista
y el movimiento de la Educación Popular latinoamericana. Me han he-
cho vivir el rock, la nueva trova –en particular Silvio Rodríguez, Vicente
y Santiago Feliú– y la nueva canción latinoamericana. En el rock sigo
siendo medio clásico, sigo escuchando el de los 60 y los 70: Led Zeppelin,
Pink Floyd, Bob Dylan, algunas zonas de los Beatles… Yes, Janis Joplin,
Jimmy Hendrix y Grateful Dead (risas). Puede ser que mi estilo perso-
nal, lejos de los atuendos, algo hippie, venga de ahí… aunque también
es un antídoto contra el consumismo, del que las carencias pueden ser
caldo de cultivo.
Esta historia tan caótica da cuenta de mis lagunas, mis insuficiencias
y mi poca disposición para sistematizar por escrito el pensamiento. Es
por ello que prefiero hacerlo cuando ustedes me dan esta oportunidad
de «meter muela» en una entrevista.

Fue difícil ser un cristiano revolucionario

Ahora uno mira al pasado con misericordia, con compasión, y claro, a


diferencia de otros que lo sufrieron igual o peor, nuestro compromiso
nos obliga a hurgar en las causas de determinados eventos.
Yo terminé siendo primer expediente de la primaria en 6to. grado y
no pude estudiar en la escuela vocacional Lenin porque era religioso.
Siendo alumno ejemplar me procesaron y tampoco pude ingresar en la
Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), porque tenía «problemas». Me
hubiera gustado poder estudiar ciencias sociales. Me hubiera gustado,
189
siendo este un país de una profunda religiosidad, que los cubanos no
hubieran tenido que esconder sus santos dentro de un clóset; que algu-
nos no hubieran tenido que vivir la experiencia traumática de negar su
fe para no recibir discriminaciones o separaciones de sus puestos de
trabajo; que cubanos como mi padre no hubieran sido confinados a la
UMAP5 por sus creencias o su orientación sexual. Me hubiera gustado
tener más comprensión de mis profesores y compañeros cuando llegaba
a un aula por primera vez. Me hubiera gustado no tener que poner nun-
ca en una planilla si era creyente o no, y que eso fuera motivo para que
me aceptaran o no en una carrera, o para que le negaran empleo a otros.
Me hubiera gustado no tener que haber pasado, al inicio de mi vida
laboral, por tensiones con compañeros responsables del trabajo del Par-
tido. No era fácil, aunque con el tiempo quedaban atrás estas diferen-
cias porque nos dábamos cuenta de que todos estábamos en el mismo
cauce y por la misma causa.
Los que vivimos la experiencia del movimiento ecuménico, los que nos
hemos dado en llamar modestamente cristianos revolucionarios, nos em-
peñamos en participar activamente en la vida social del país, en no dar
motivos para satisfacer los esquemas desde los cuales nos querían evaluar
y juzgar. Por aquel entonces solíamos movilizarnos para hacer trabajos
productivos en la agricultura e invitábamos a militantes de la Juventud y
el Partido comunistas para que compartieran con nosotros.
No podemos olvidar tampoco todas las angustias y experiencias dra-
máticas que vivimos al interior de nuestra denominación bautista. Se
nos juzgaba por nuestra postura como cristianos con vocación ecuménica
y revolucionaria. Nunca escondimos nuestra simpatía y compromiso
con el proyecto de la Revolución. Fue terrible vivir a mediados de los
años 80 el conflicto en la Convención Bautista, la expulsión de mi pa-
dre y otros compañeros como pastores de la misma. Las iglesias locales
que ellos pastoreaban los apoyaron, y por ese motivo también fueron
expulsadas luego de la Convención.
Pero ahora uno mira esa historia con misericordia. He logrado com-
prender algunas de las causas. Corrían años difíciles en Cuba: los 60 y
los 70 fueron décadas llenas de conflictividad ideológica y una fuerte
lucha de clases. No quiero caer en anécdotas, cada cual tiene su propio
recuerdo del pasado…

5
Unidades Militares de Ayuda a la Producción.

190
… y aquí me quedé

El Centro Martin Luther King es hijo de la Iglesia Bautista Ebenezer de


Marianao. En 1971, a partir de la llegada de mi padre como pastor, se
inició en ella un proceso de reflexión bíblica, teológica y pastoral dirigi-

YAIMA MORALES CASTELLÓN, CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO / Optar por la Revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a Joel Suárez Rodés
do a construir una nueva comprensión de la fe cristiana, a la luz de la
coyuntura y el proceso revolucionario cubanos. Muchos de los jóvenes
de nuestra iglesia nos involucramos activamente en este proceso, como
parte del entonces pujante movimiento ecuménico nacional. En mi caso
particular, tuve una militancia activa y liderazgo, tanto en el Movimien-
to Estudiantil Cristiano (MEC) como en la Coordinación Obrero-Es-
tudiantil Bautista de Cuba (COEBAC). Estos movimientos formaban
a sus integrantes en una concepción de la fe y la experiencia cristiana
que sustentara y motivara el compromiso político, revolucionario y la
solidaridad internacional. Por eso, aún siendo ingeniero, tuve en la igle-
sia local y en el movimiento ecuménico una formación que me impulsó
a venir acá. Llegué al Centro a ayudar en acciones puntuales… y aquí
me quedé.
Desde 1987 hasta cerca de 1991, el Centro fue un espacio ecuménico
de la iglesia local donde se hacían actividades sin una organización
programática, fundamentalmente la formación bíblica, teológica y pas-
toral. El Centro tenía desde sus inicios algunos propósitos claros. Pre-
tendía que aquellas acciones de formación motivaran la responsabilidad
social y el compromiso de los cristianos y las cristianas. Nos movía ade-
más una profunda vocación de solidaridad y por las relaciones con
América Latina. Pretendíamos no solo ejercer la solidaridad con las lu-
chas populares en la región y el mundo, sino atraerla hacia nuestro país,
en la lucha contra el bloqueo. En América Latina encontramos el sus-
tento de muchos de nuestros principios y reflexiones, y teníamos una
clara opción de apropiarnos, de manera sólida y sostenida, de la con-
cepción pedagógica y política de la educación popular.
Otro de los propósitos que nos alentaba era la vocación diacónica
hacia nuestra comunidad inmediata, la barriada de Pogolotti,6 pero con
el criterio de que todo ese trabajo en y con la comunidad tenía que
6
Pogolotti es el primer barrio obrero de La Habana, fundado en 1911. Integrado por una
población mayoritariamente negra y mestiza, con fuertes tradiciones religiosas y culturales de
origen africano.

191
hacerse sin sustituir las organizaciones sociales existentes. Siempre qui-
simos alejarnos de todo tipo de protagonismo. Nos impulsaba además
divulgar el pensamiento de Martin Luther King Jr. entre los cubanos y
las cubanas. Esto constituía para nosotros un gran desafío, teniendo en
cuenta las características del barrio y nuestra procedencia que, cultural
y litúrgicamente hablando, era muy anglosajona. En este sentido, pre-
tendíamos contribuir al reconocimiento de las tradiciones, pensamiento
y luchas de la población de origen africano y su aporte esencial a la
cultura nacional.
Pero estos sentidos fundacionales no se encarnan de hoy para maña-
na. Algunas de estas cosas eran bastante complicadas antes de los 90,
sobre todo porque el fundamentalismo cristiano y el fundamentalismo
del marxismo ortodoxo de factura soviética, colocaban la experiencia
de fe y la vida cristiana al interior de las cuatro paredes del templo. Por
lo tanto, nosotros pretendíamos, desde nuestra identidad, salirnos del
templo para actuar y servir a nuestra sociedad.

Comenzamos a bogar

En 1990 se produce un encuentro determinante con Fidel. Él había


visitado Brasil en marzo para la toma de posesión de Collor de Mello.
Allí, en un intercambio sostenido con amigos y amigas de las comunida-
des eclesiales de base, de las pastorales de las iglesias católicas y lutera-
nas, teólogos y teólogas de la liberación, le preguntaron por qué en Cuba
los cristianos no podían militar en el Partido Comunista. Fidel repasa
historia, causas y conflictos y, ante un auditorio que vibraba entre mís-
tica y revolución, un auditorio que le despertaba añoranza por una Igle-
sia que no tuvo, hacia el final de su intervención añade: «Les voy a decir
con toda franqueza, creo que si tuviéramos personas como ustedes allí
(en Cuba), estarían hace rato en nuestro Partido».
Sin duda se trataba de personas muy conocidas y distinguidas por su
compromiso político y su militancia como cristianos, personas con un
profundo y serio trabajo popular. Pero para nosotros fue mucho más
que una merecida frase de elogio a nuestros hermanos y hermanas, y que
el disgusto inicial que entre algunos de nosotros produjo el escucharla.
Aquella frase fue el motivo para el encuentro que marcó un punto de
inflexión de un proceso que venía dándose en Cuba en la búsqueda

192
de un diálogo y un entendimiento entre los creyentes, las Iglesias, la
Revolución y el Estado, que ganó fuerza y se intencionó a partir del
Período de Rectificación de Errores, a mediados de los 80.
Se trataba de un momento crucial en el camino de eliminar las discri-
minaciones formales y veladas que existían con los creyentes religiosos.
Fidel reconocería luego que habíamos vivido bajo fuego cruzado, que

YAIMA MORALES CASTELLÓN, CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO / Optar por la Revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a Joel Suárez Rodés
nos «daban palos porque bogábamos y palos porque no bogábamos».
Por ser cristianos recibíamos la crítica, la sospecha y la discriminación
de nuestros compañeros revolucionarios. Por confesar la militancia y el
compromiso revolucionario muchos recibimos exclusiones en nuestras
Iglesias. En todo este proceso siempre actuábamos desde el convenci-
miento de que la Revolución no era propiedad de nadie, que la Revolu-
ción era nuestra también y que por tanto teníamos el derecho pleno de
participar en una obra que reconocíamos tan evangélica en sus valores y
actos.
El 29 de marzo de ese mismo año, mi padre, presidente del Consejo
Ecuménico de Cuba, hoy Consejo de Iglesias de Cuba, se dirige a Fidel
y le pide una reunión. Esta tuvo lugar el 2 de abril de 1990 con la pre-
sencia de unos setenta y tantos líderes eclesiales y ecuménicos, pastores
y laicos. Encuentros similares se produjeron en cada una de las provin-
cias del país. Se inició una etapa de cambios importantes. En el IV Con-
greso del PCC se eliminó el ateísmo como condición de militancia. En
la reforma constitucional de 1992 se recuperó el carácter laico del Esta-
do cubano, al retirar cualquier referencia al marxismo-leninismo como
ideología del Estado, se ratificó la libertad de creencia y de culto, y
apareció la condena a toda discriminación que tuviera como base la
confesión religiosa. Aquel evento abrió entonces un campo de posibili-
dades para la actuación social de instituciones religiosas y centros
ecuménicos.
A partir de 1991 comienza a producirse por parte de las personas que
estaban colaborando con el Centro, un reconocimiento de la necesidad
de avanzar en la estructuración y organización del trabajo. Los sentidos
y propósitos fundacionales estaban trazados. A ellos se les sumaron los
desafíos de la coyuntura cubana de los 90: el Período Especial. En ese
mismo año, conocí a Fernando Martínez Heredia y a Esther Pérez, quie-
nes habían tenido contacto con la educación popular latinoamericana desde
Casa de las Américas. En 1993, Esther Pérez y la brasileña Mara Manzoni
realizan los primeros talleres de educación popular con organizaciones

193
cubanas, y en 1995 realizamos el primer Taller de Educación Popular
aquí en el Centro. De ahí nacería el equipo y las acciones que se
aglutinaron luego en el Programa de Educación Popular y Acompaña-
miento de Experiencias.

Nosotros decidimos mirar al Sur

En esta historia personal e institucional que vengo contando, hay una


fuerte conexión y vocación por la relación con América Latina. A esta
altura de nuestra conversa eso es más que evidente.
En los 90, cuando un gran número de iglesias e instituciones comenza-
ron a mirar al Norte, en muchos casos por la cuestión financiera, nosotros
mantuvimos esta vocación y opción de mirar al Sur. Privilegiábamos la
participación de las personas con quienes trabajábamos en eventos y es-
pacios de formación en el Sur. Eso nos llevó a relaciones tempranas con
el MST y otras organizaciones brasileñas y de la región.
Ya en México teníamos una larga relación con instituciones ecuméni-
cas y tuvimos la posibilidad de vivenciar muy tempranamente la solida-
ridad con el movimiento zapatista, conocer al Subcomandante Marcos,
las comunidades indígenas, al obispo don Samuel Ruiz y las religiosas y
los religiosos de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Recreamos relaciones con movimientos ecuménicos y eclesiales que eran
de larga data y previas a la existencia del propio Centro. La amistad
personal hasta su muerte, con el comandante Manuel Piñeiro Lozada,
Barbarroja, fue un estímulo claro a esta vocación y práctica solidaria.
Todo este entramado de relaciones disímiles, que alimentamos de a poco
y en la medida que los recursos y la ayuda de otros lo permitieron, con-
dujeron a la creación del actual programa de Solidaridad.
El Departamento Ecuménico de Investigaciones y la Universidad
Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, nos ayudaron mucho en térmi-
nos de recursos bibliográficos y de formación. En Argentina, se fortale-
cieron los vínculos con las Madres de la Plaza de Mayo, así como con el
proyecto de la revista América Libre,7 en ese entonces dirigida por Frei
7
América Libre es una revista de pensamiento latinoamericano que intenta retomar toda la
tradición de pensamiento crítico latinoamericano y remontar los impactos del derrumbe de
la experiencia del socialismo este-europeo.

194
Betto y que tiene su secretaría de redacción en Argentina, en la persona
de Claudia Korol, militante y educadora popular muy amiga nuestra.
Junto con la revista se organizaban unos seminarios internacionales de
reflexión e intercambio de experiencias. Esos eventos constituyeron un
ensayo pequeño que habría que ubicar en los antecedentes del Foro
Social Mundial (FSM). A ellos llegaban personas de las más disímiles

YAIMA MORALES CASTELLÓN, CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO / Optar por la Revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a Joel Suárez Rodés
procedencias organizacionales, de credo y de militancia política, pero
siempre con un fuerte contenido antimperialista y revolucionario.
Por aquellos años ya habíamos tenido contactos con François Houtart,
a propósito de sus visitas por América Latina. Nos acercamos a las ini-
ciativas de ellos frente al Foro [Económico Mundial] de Davos. Fueron
acciones conjuntas con movimientos de América Latina y de Europa,
que confluyeron junto a otras iniciativas, en el inicio del proceso del
Foro Social Mundial. Vivimos el surgimiento de la Alianza Social Con-
tinental y la Campaña Continental de Lucha contra el ALCA [Alianza
de Libre Comercio de las Américas], de modo que, cuando se produce
en 2001 la primera edición del Foro en Brasil, nos insertamos en él de
manera natural. Ocho cubanos participamos en aquel evento y al año
siguiente ya formamos parte de su Consejo Internacional, con la certeza
de que este proceso, junto con la dimensión celebrativa y de intercam-
bio, debía estar al servicio de la articulación de las luchas. Simultánea-
mente, ayudamos a la creación y organización de la Convergencia de los
Movimientos de los Pueblos de las Américas (COMPA) y desde allí, al
lanzamiento de la Campaña por la Desmilitarización de las Américas y
la creación de la Red Mundial contra las Bases Militares Extranjeras.
Estas dos últimas constituyen una plataforma que nos ha permitido
conectarnos con buena parte del movimiento contra la guerra y la mi-
litarización a nivel global. También participamos en Jubileo Sur, que
es la red que promueve campañas y acciones contra la ilegítima deuda.
Hemos estrechado relaciones de acompañamiento solidario con otros mo-
vimientos y organizaciones, como la Coordinación Latinoamericana de
Organizaciones del Campo, la Vía Campesina, la OCLAE [Organización
Continental Latinoamericana y Caribeña de Estudiantes] y la Marcha
Mundial de Mujeres.
Este trabajo nos ha dado la posibilidad de estar en momentos muy im-
portantes de las luchas altermundistas de los últimos años y de participar y
colaborar con todas las ediciones del Foro Social Mundial. A su interior,
nos hemos ido involucrando en la animación de la Red y Asamblea

195
Mundial de Movimientos Sociales. Más recientemente, hemos formado
parte de lo que se ha hecho llamar el capítulo cubano del Consejo de
Movimientos Sociales del ALBA [Alternativa Bolivariana para las Amé-
ricas].
Llegar junto a hermanos y hermanas a La Higuera, al cementerio de
Santiago de Chile, a los muros de la Base de Manta o Guantánamo, a la
Ronda de las Madres, o a una multitudinaria celebración indígena en
Oventic, Cochabamba o Iximche’, son actos que hemos tenido la opor-
tunidad de vivir personalmente o a través del equipo del Centro, son
momentos que te energizan y te impulsan, te cargan las pilas para seguir
luchando.

Ser cubano, ser revolucionario

Yo soy cubano por un hecho fortuito de lotería biológica, por haber


nacido en esta Isla que como dijo Lezama, vivir en ella es una dicha
innombrable. Ser de los cubanos nacidos en la Revolución, con todo lo
que ella aportó a la identidad cubana, me da mucha autoestima y orgu-
llo. Creo que la principal contribución que ha hecho la Revolución a los
cubanos y a las cubanas es la autoestima, la dignidad y el sentido de
libertad. Andar por el mundo como me ha tocado andar a mí, con esos
tres valores, creo que es un buen equipaje.
Ser revolucionario tiene que ver en primer lugar con la coherencia.
Ser revolucionario es tener la mirada puesta tanto en el horizonte como
en la realidad concreta, siempre tratando de salvar los peligros de la
fábula de los tres hermanos que cuenta Silvio en su canción. Significa
tener la mirada en el proyecto, en la utopía, en el reino de todavía, pero
también en el proceso, en la conflictividad de las coyunturas cotidianas.
Ser revolucionario significa, como decía Martí, mantener una autovigi-
lancia constante sobre uno mismo, sobre los proyectos en que participa-
mos. La autovigilancia resulta clave para no desviarnos una vez que
pusimos la mano en el arado, para que en ese surco que vamos trazando
en el día a día habiten y florezcan los valores últimos que te mueven. Para
mí y para mis compañeros y compañeras del Martin Luther King, ser re-
volucionario tiene relación directa con una opción anticapitalista. Se
trata de una vocación que se ha nutrido y afirmado en el evangelio de
Jesucristo, en mi experiencia de fe y en diálogo con el pensamiento
196
crítico y las ciencias sociales. Ser revolucionario significa para mí que
no hay transformación posible, no hay nada a revolucionar si no nos
revolucionamos y nos transformamos nosotros mismos. Por eso, cual-
quier transformación necesita de procesos educativos que contribuyan
a cambios culturales, de las representaciones, la subjetividad, la espiri-
tualidad y los valores. Ser revolucionario entonces, tiene un componen-

YAIMA MORALES CASTELLÓN, CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO / Optar por la Revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a Joel Suárez Rodés
te espiritual que necesita ser permanentemente alimentado y recreado.
Al mío lo han alimentado, entre otros ya mencionados, la mística y la
espiritualidad revolucionaria de Jesús, el carpintero de Nazareth, el Che
Guevara, anónimos luchadores de ayer y de hoy con epopeyas privadas
que a veces te cuentan solo tras una cerveza, y el discurso poético de
las canciones de Silvio Rodríguez, Vicente Feliú y otros hermanos de la
Nueva Trova.
En los últimos años he aprendido que ser revolucionario significa
entender que la dominación es múltiple, que la dominación y el poder
están en todas nuestras relaciones, que nosotros somos portadores y
agentes de dominación. Por eso la revolución tiene que pasar por la vida
cotidiana, tiene que reconocer, transformar (o al menos administrar) las
relaciones de poder con nuestras parejas, con nuestros hijos, en el tra-
bajo, en la comunidad, al interior de nuestras organizaciones, así como
en los vínculos con la naturaleza y el medio ambiente, un tipo de rela-
ción que apueste por el anhelo permanente de la justicia plena, la igual-
dad, la inclusión y el reconocimiento de la diversidad.

Me moriré en Pogolotti con aguacero, un día del cual


tengo ya el recuerdo

Los sueños y las esperanzas, como decían Galeano y Ernst Bloch, son
principios movilizadores, te ayudan a caminar. Uno suele mirar sus sue-
ños a la luz de la tensión que existe entre el tiempo histórico y el tiempo
biológico, y a veces eso produce angustias.
Mis sueños pasan hoy por América Latina, porque vivimos en un
momento y un territorio político nuevos, con una evidente erosión de la
hegemonía estadounidense en la región. En América Latina andan ro-
dando un sinnúmero de conflictos sociales y es cada vez más visible la
movilización desde los movimientos sociales. Pero las luchas altermun-
distas tienen que ser acompañadas de procesos de consolidación, de

197
organización, de construcción de movimiento político. Por eso, mis
sueños, los de nuestro equipo aquí en el Centro y los de muchos de sus
colaboradores y colaboradoras, también andan por buscar las vías de
acompañar procesos de formación política y en comunicación en nues-
tra región, siempre al servicio de los movimientos y las organizaciones.
Pero los duendes que administran mis sueños andan muy ocupados
en los asuntos de mi país. De verdad. La Revolución ha tenido que vivir
situaciones dramáticas: el asedio y la agresividad del imperialismo esta-
dounidense, así como los problemas que han traído otras condicionantes
externas, a las que se suman nuestros errores e insuficiencias. Todo esto
nos ha hecho vivir desde inicios de los 90, un largo período de drama-
tismo en la vida cotidiana. Creo que los cubanos merecen un refrigerio
y nosotros tenemos que hacer algo porque así sea. Necesitamos realizar y
protagonizar cambios profundos en nuestro país, cambios en modos de
funcionamiento y de gestión, cambios en la cultura política, cambios
que se produzcan con la participación activa, consciente y organizada
de todas y todos. La participación debe constituir un eje central en todo
lo que diseñemos y hagamos. La participación es un valor inherente al
socialismo y la Revolución nos ha dado conocimientos y capacidades
para participar.
Sueño con que podamos tener una vida modesta y plena, fruto del
esfuerzo de todos y todas, sin las carestías y dificultades que vivimos
hoy. Una vida que sea resultado de los rediseños que le demos a los
diferentes ámbitos de la vida y el funcionamiento económico, político y
social del país. La Revolución precisa ser recreada y fortalecida desde
valores radicalmente socialistas. Es ya una urgencia que estos valores
sean sentido común, como decía Gramsci, que reencarnen en nuestra
vida cotidiana, en la vida de las instituciones y las organizaciones. Y
hay que desarrollar las condiciones materiales que lo favorezcan.
Aun así, creo que no se puede ser revolucionario solo en el núcleo del
Partido, o en el centro de trabajo o en la heroicidad de la misión interna-
cionalista o del puesto fronterizo. O revolucionamos nuestra vida coti-
diana y las instituciones y organizaciones que tienen que ver con ella y
dejamos que los valores sean fiesta permanente en cada uno de nues-
tros actos, como seres de una sola pieza, o favoreceremos la esquizofrenia
y la doble moral.
Nuestro pueblo tiene reservas, potencialidades, una instrucción
excelente, una tremenda cultura política con suficiente sentido crítico y

198
de la justicia, un raigal antimperialismo y unos dioses que sabe siempre de
su bando. Nuestro pueblo tiene una tremenda energía que hay que desa-
tar y encauzar para entrarle a los problemas y los cambios con la misma
pasión que le entramos a una final de la Serie Nacional de Béisbol:
desde cada «esquina caliente», donde cada jugada nos deja insatisfechos.
Porque cada cubano o cubana siempre quiere al mejor en su equipo, y lo

YAIMA MORALES CASTELLÓN, CARMEN L. RODRÍGUEZ VELAZCO / Optar por la Revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a Joel Suárez Rodés
defiende a capa y espada, a sabiendas de que los managers se equivocan,
los árbitros no son infalibles y que, gane quien gane, ganamos todos.
Yo creo que repensar el país es un deber y una urgencia. Repensar el
país es una obligación ética y política con el socialismo mismo, con esta
opción que aún la inmensa mayoría de los cubanos mantiene. También
es una obligación y un deber, ético, político y simbólico con miles de
personas en este mundo y sobre todo en América Latina. Hay que pro-
fundizar, profundizar, profundizar el socialismo. El socialismo entre
nosotros tiene que fortalecerse como un proyecto libertario, donde las
personas sean sujetos de las decisiones, de sus destinos y del destino de
la nación.
En ese proceso creo, modestamente, que debemos empeñarnos en
fortalecer nuestra escuela, o mejor aún, nuestro proyecto educativo. En
ese ámbito comenzamos un ciclo revolucionario con la Campaña de
Alfabetización, con la universalización y gratuidad del acceso; este pro-
ceso, a pesar de las recientes y complejas transformaciones, no ha sido
completado.
No son suficientes las campañas educativas en los medios sobre pre-
vención, disciplina social, educación formal, sobre las relaciones fami-
liares, contra el alcoholismo y las drogas, por el respeto y cuidado al
medio ambiente, por una sexualidad responsable, contra la violencia,
por la equidad de género, por el respeto a la libertad de orientación
sexual, por los valores patrios, por un acceso e interés mayor al libro y la
cultura. No resulta suficiente si estas y otras muchas cosas más no for-
man parte de los contenidos y de los currículos de nuestras escuelas con
el mismo peso que tienen hoy las matemáticas o la física, y sobre todo,
no resulta suficiente si las concepciones pedagógicas y metodológicas
no dan cuenta de esos valores y del interés de educar por encima de
instruir, de una pedagogía crítica, no bancaria, que forme para la osa-
día, no para el acatamiento, que estimule y desarrolle capacidades, ha-
bilidades y subjetividades, que encarnen y se comprometan con viejos y
nuevos valores que tienen que ver con la dignidad y la plenitud de la
199
vida humana. Un proyecto educativo que ponga a nuestra juventud en
el protagonismo del presente, que despliegue y fortalezca entre noso-
tros, ante el consumismo y otros antivalores de la globalización capita-
lista, una ética del ser y del dar por encima de una ética del tener. Nuestra
escuela tiene que ser una fiesta, y cada clase, un acto de creación heroi-
ca donde se transformen educandos y educadores.

200
RUTH No. 2/2008, pp. 201-210

Practicar las verdades

En su búsqueda emancipatoria, la experiencia zapatista practica un interesante


sistema de gobierno que, sustentado en una cosmovisión democrática que co-
loca su apuesta «a la izquierda y abajo» y en el «mando obedeciendo», se estruc-
tura en las Juntas de Buen Gobierno. Estas constituyen un paso adelante en la
experiencia autonómica de estas comunidades.

RAÚL ORNELAS BERNAL*

La construcción de las autonomías entre


las comunidades zapatistas de Chiapas

Para entender la importancia de las Juntas de Buen Gobierno es preciso


saber que no son ni la primera experiencia ni la definitiva del autogo-
bierno de las comunidades zapatistas: las Juntas constituyen un paso
adelante en la experiencia autonómica de estas comunidades.
La organización de base son las comunidades indígenas zapatistas.
En ellas se realizan asambleas de todos los «que ya tienen bueno su
pensamiento» (12-14 años en adelante) que deliberan y deciden sobre
todos los asuntos relativos a la vida comunitaria. En estas asambleas se
designan personas y/o comisiones para diversos cargos, algunos de los
cuales tienen que ver con la organización del autogobierno (hay tam-
bién cargos para tareas internas, de carácter religioso u otros, que se
circunscriben al ámbito local). Es a partir de la coalición de comunidades

* (México, 1962). Economista, investigador titular en el Instituto de Investigaciones Económi-


cas de la UNAM y profesor del posgrado en Estudios Latinoamericanos. Participa en el
Observatorio Latinoamericano de Geopolítica.

201
que se forman los municipios autónomos, principal expresión del pro-
ceso autonómico en Chiapas.
Tras el fracaso de los primeros diálogos con el gobierno federal, en
diciembre de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)
realizó una movilización política y militar (la campaña Paz con Justicia
y Libertad para los Pueblos Indios) donde los milicianos e insurgentes
abandonaron sus posiciones en la selva y la montaña para ocupar los
territorios habitados por las comunidades zapatistas. En ese momento
se declaró la creación de 30 municipios autónomos y se sentaron las
bases para el autogobierno.
Como mencionamos, cada municipio agrupa varias comunidades y
se han formado a partir de lazos de afinidad (trabajo en común, lengua,
vínculos familiares, etcétera). Cuatro son los ámbitos centrales de com-
petencia de los municipios: la educación, la salud, la organización pro-
ductiva y la impartición de justicia.
Desde su creación, el EZLN enfrentó problemas muy graves en las
comunidades donde se implantaba. La creación de los municipios
autónomos ha potenciado las tareas productivas, de salud y de educa-
ción, tanto por la escala zonal que han alcanzado las iniciativas, como
porque al ser instancias civiles, los municipios autónomos han podido
recibir importantes flujos de ayuda de las «sociedades civiles».
Es sobre esta base profundamente enraizada en comunidades de de-
cenas de miles de personas que habitan un extenso territorio, que en
agosto de 2003 se crearon las Juntas de Buen Gobierno, instancias de
coordinación de las autonomías a escala regional.
En la misma dinámica que llevó a la creación de los municipios autó-
nomos, las Juntas de Buen Gobierno representan un paso adelante en
las posibilidades de coordinación e intercambio, tanto dentro del terri-
torio zapatista, como en la relación con las «sociedades civiles». Las
Juntas están concebidas como ventanas «para entrar y salir de las comu-
nidades» y sus tareas están encaminadas en dos sentidos: potenciar la
coordinación regional en las iniciativas de construcción de la autono-
mía y corregir los problemas que enfrenta el proceso autonómico.
Así describe el EZLN las tareas de las Juntas de Buen Gobierno:
- [Para] Tratar de contrarrestar el desequilibrio en el desarrollo de
los municipios autónomos y de las comunidades.

202
- Mediar en los conflictos que pudieran presentarse entre munici-
pios autónomos, y entre municipios autónomos y municipios gu-
bernamentales.
- Atender las denuncias contra los Consejos Autónomos por vio-
laciones a los derechos humanos, protestas e inconformidades,
investigar su veracidad, ordenar a los Consejos Autónomos Re-
beldes Zapatistas la corrección de estos errores, y [para] vigilar
su cumplimiento.
- Vigilar la realización de proyectos y tareas comunitarias en los
Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, cuidando que se
cumplan los tiempos y formas acordados por las comunidades; y
para promover el apoyo a proyectos comunitarios en los Munici-
pios Autónomos Rebeldes Zapatistas.
- Vigilar el cumplimiento de las leyes que, de común acuerdo con

RAÚL ORNELAS BERNAL / La construcción de las autonomías entre las comunidades zapatistas de Chiapas
las comunidades, funcionen en los Municipios Rebeldes
Zapatistas.
- Atender y guiar a la sociedad civil nacional e internacional para
visitar comunidades, llevar adelante proyectos productivos, ins-
talar campamentos de paz, realizar investigaciones (ojo: que dejen
beneficio a las comunidades), y cualquier actividad permitida
en comunidades rebeldes.
- De común acuerdo con el CCRI-CG del EZLN, 1 promover y
aprobar la participación de compañeros y compañeras de los
Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas en actividades o
eventos fuera de las comunidades rebeldes; y para elegir y pre-
parar a esos compañeros y compañeras.
- En suma, [para] cuidar que en territorio rebelde zapatista el que
mande, mande obedeciendo […].2
Es fundamental subrayar que las Juntas de Buen Gobierno son ins-
tancias de coordinación y no instancias de gobierno por encima de los
municipios autónomos: «Siguen siendo funciones exclusivas de gobier-
no de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas: la impartición

1
Las siglas se corresponden a Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia Ge-
neral del Ejército Zapatista de Liberación Nacional [n. de la R.].
2
Subcomandante Insurgente Marcos: Chiapas: la treceava estela, sexta parte: «Un buen gobier-
no», julio 2003, en: <http://www.nodo50.org/pchiapas/chiapas/documentos/calenda/
chiapas.htm>.

203
de justicia; la salud comunitaria; la educación; la vivienda; la tierra; el
trabajo; la alimentación; el comercio; la información y la cultura; el trán-
sito local».3
De esta manera, las Juntas sirven como interfaz entre las comunida-
des y el exterior. Están encargadas de recolectar las iniciativas y las
necesidades de las comunidades, así como de coadyuvar las actividades
de los municipios autónomos. La solución de diferendos en los que esté
involucrado un municipio autónomo es el único ámbito donde las Jun-
tas constituyen una instancia superior de discusión y decisión.
En el marco del proceso autonómico, podemos distinguir dos formas
principales de participación de las mujeres y los hombres que habitan
las comunidades zapatistas. La primera es la de las asambleas comuni-
tarias donde la totalidad de la población se reúne a deliberar y alcanzar
acuerdos sobre los asuntos de la comunidad o de la lucha zapatista en
general. Aunque los «modos» de las asambleas varían según las regiones
y los pueblos de que se trate, comparten el ser espacios de libre expre-
sión y donde la participación tiende a ser igualitaria.
La segunda forma de participación es la designación en asamblea de
comisiones o comités y de encargados que realizan tareas específicas.
Las comisiones más comunes en los municipios autónomos son las de
salud, educación, producción y comercialización. Los miembros de esas
instancias (encargados o responsables) deben llevar a cabo los proyectos
decididos por las asambleas y proponer mejoras y nuevas iniciativas en
el dominio que les corresponda. Uno de los rasgos sobresalientes de
esta forma de participación es que los encargados no tienen remunera-
ción, siendo concebido su trabajo como un servicio prestado a la comu-
nidad; ellos actúan en los marcos del mandato de las asambleas y deben
rendir cuentas a estas, asimismo, pueden ser revocados por negligencia
o incumplimiento.
Desde nuestro punto de vista, lo más notable de las formas de orga-
nización autonómicas es la vocación de suprimir las separaciones que
caracterizan a la dominación capitalista. A diferencia de los sistemas
representativos de Occidente, el «mandar obedeciendo» de las comuni-
dades zapatistas combina la discusión colectiva con representaciones
acotadas que hagan viable el autogobierno. Esta organización, la «resis-
tencia», no reifica los roles de la representación (los cargos son rotati-
3
Subcomandante Insurgente Marcos: Ob. cit. (en n. 2).

204
vos y no representan medios de avance económico) y trata con igual
interés todos los aspectos de la vida comunitaria. Ni burócratas, ni gue-
rreros, los representantes y los rebeldes zapatistas son, ante todo, cam-
pesinos ligados al trabajo de la tierra y a la vida de sus pueblos.
En este contexto, las Juntas de Buen Gobierno están llamadas a jugar
un papel importante en el terreno de la educación. En adelante, las
«sociedades civiles» deberán dirigir sus propuestas para apoyar y de-
sarrollar proyectos educativos en las comunidades zapatistas y las Jun-
tas, en razón de su conocimiento global de la región, podrán decidir la
pertinencia de los proyectos y decidir el mejor emplazamiento para lle-
varlos a cabo. Al interior, las Juntas también constituyen una instancia
privilegiada de diálogo donde los responsables de los proyectos (en este
caso, educativos) pueden intercambiar experiencias y apoyarse unos a
otros.

RAÚL ORNELAS BERNAL / La construcción de las autonomías entre las comunidades zapatistas de Chiapas
El nacimiento de las Juntas de Buen Gobierno ha significado un des-
mentido categórico de quienes hablan del cansancio de las comunida-
des y de su creciente división. La constitución de instancias regionales
de autogobierno, en agosto de 2003, expresa la expansión de la influen-
cia zapatista. En palabras del Comandante David:
Hoy el zapatismo es más grande y más fuerte. Nunca antes en nues-
tra historia habíamos tenido la fuerza que hoy tenemos. Tiene tiem-
po que ya rebasamos con mucho los límites del suroriental Estado
de Chiapas, y no solo, tenemos control hasta en las comunidades
en donde se encuentran las guarniciones del Ejército Federal y de
la Policía de Seguridad Pública del Estado. También nuestra pala-
bra ha penetrado en los cuarteles y en quienes en ellos habitan. No
nos estamos presumiendo, solo estamos comunicando.4
El nacimiento de las Juntas de Buen Gobierno constituye una expre-
sión nítida de que el impulso creador de la lucha zapatista no solo no se
ha debilitado, sino que ha resultado fortalecido en un contexto particu-
larmente difícil como lo han sido los negros años de la presidencia de
Zedillo y la falsa alternancia de Fox. La construcción de la autonomía
significa que la resistencia está anclada de forma que sustenta el pro-

4
«Palabras del comandante David para los hermanos indígenas que no son zapatistas, 9 de
agosto de 2003», en: <http://www.nodo50.org/pchiapas/chiapas/documentos/caracol/
caracol5.htm>.

205
yecto emancipatorio de los zapatistas, cuyo horizonte es la transforma-
ción civilizatoria, transformación que ha tomado un largo tiempo, cier-
to, pero que ya lleva un tiempo considerable en marcha.

Hipótesis plebeya

Mucho ha cambiado la situación de México desde el nacimiento de los


Caracoles hasta abril de 2007. Y ese cambio no ha sido menos intenso
para las comunidades zapatistas en resistencia.
El Caracol es un espacio de encuentro: en la geografía política mexi-
cana ocupa el lugar de las presidencias municipales y palacios de go-
bierno oficiales. Pero en la geografía zapatista el Caracol es mucho más
que la sede de los poderes, en tanto lugar donde se acude para hablar
con los zapatistas.
Los Caracoles son los lugares que las comunidades zapatistas y el
EZLN han designado como las sedes de las Juntas de Buen Gobierno.
Así, en cada Caracol encontramos una modesta cabaña que sirve de
oficina y de alojamiento para los miembros de la Junta. En el mismo
espacio existen, la mayor parte de las veces, una clínica general, que en
algunos casos ya cuenta con quirófanos sencillos, una clínica dental,
una escuela, espacios para los proyectos productivos (artesanía, agri-
cultura, venta de comida y materiales audiovisuales); también encon-
tramos la infaltable cancha de basketball que sirve además como pista
de baile y auditorio al aire libre.
Hacia las «sociedades civiles» (los compañeros y compañeras que vie-
nen de fuera de las comunidades), los Caracoles les sirven como punto
de contacto. Es ahí donde se acude a platicar con las Juntas de Buen
Gobierno, a proponer un proyecto de colaboración, a participar en las
iniciativas de las comunidades zapatistas, a mostrar solidaridad con su
lucha. Es en los Caracoles donde son recibidos los y las visitantes du-
rante los encuentros convocados por los pueblos zapatistas y/o por el
EZLN.
En palabras del Subcomandante Insurgente Marcos:
Dicen aquí que los más antiguos dicen que otros más anteriores
dijeron que los más primeros de estas tierras tenían aprecio por la
figura del caracol. Dicen que dicen que decían que el caracol re-

206
presenta el entrarse al corazón, que así le decían los más primeros
al conocimiento. Y dicen que dicen que decían que el caracol tam-
bién representa el salir del corazón para andar el mundo, que así
llamaron los primeros a la vida. Y no sólo, dicen que dicen que
decían que con el caracol se llamaba al colectivo para que la pala-
bra fuera de uno a otro y naciera el acuerdo. Y también dicen que
dicen que decían que el caracol era ayuda para que el oído escu-
chara incluso la palabra más lejana. Eso dicen que dicen que de-
cían. Yo no sé. Yo camino contigo de la mano y te muestro lo que
ve mi oído y escucha mi mirada. Y veo y escucho un caracol, el
«pu’y», como le dicen en lengua acá.5
Las siguientes notas breves esbozan algunos temas que, a nuestro
juicio, muestran las tendencias en la evolución de la lucha zapatista,
siempre teniendo como eje la construcción de las autonomías.

RAÚL ORNELAS BERNAL / La construcción de las autonomías entre las comunidades zapatistas de Chiapas
La historia de la construcción de las autonomías en Chiapas comen-
zó a andar otros pasos a partir de 2005 con la publicación de «La (impo-
sible) ¿geometría? del poder en México»6 donde el Subcomandante Marcos
expone el fundamento de la ruptura total del EZLN con el sistema
político que gobierna México. A partir de ese texto, el planteamiento
dado al final de la Marcha del Color de la Tierra, consumado en la crea-
ción de las Juntas de Buen Gobierno, adquiere el carácter de guía estra-
tégica para transformar el mundo. Se trata de inventar otras vías fuera
de las formas e instancias de la política institucional.
Ese mismo año, todavía lejos de las campañas presidenciales, el EZLN
dejaba claro que no actuaría más en el escenario de «los de arriba», ni
tejería alianzas con ningún actor de ese teatro. Este planteamiento re-
sultó particularmente polémico dado que el candidato centrista López
Obrador se perfilaba como principal aspirante a ganar dichas elecciones.
Queremos destacar la continuidad que existe entre la propuesta es-
bozada en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y la construcción de
las autonomías. Este es, pensamos, el eje de la acción del EZLN en la
búsqueda del mundo en que caben muchos mundos.

5
Subcomandante Insurgente Marcos: Chiapas: la treceava estela, primera parte: «Un Caracol», ob.
cit. (en n. 2).
6
Subcomandante Insurgente Marcos: «La (imposible) ¿geometría? del poder en México», Rebe-
lión, 20 de junio de 2005, en: <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=16760>.

207
En esa perspectiva, una cuestión central para explicar las posturas y las
prácticas actuales de los zapatistas, es el cambio en la relación del EZLN
y el resto de la sociedad mexicana, construida en tres movimientos:

1. Ruptura con el sistema político y repudio a las alianzas y trabajo


con actores de la política institucional. Si bien esta ruptura ha puesto
el acento en los gobernantes y los partidos institucionales, también
ha abarcado buena parte de las relaciones con grupos civiles y con
intelectuales.
2. Construir las autonomías de los pueblos zapatistas con dos objeti-
vos centrales: consolidar los logros del autogobierno alcanzados
por los municipios autónomos, reproduciendo las condiciones de
legitimidad de la lucha zapatista al interior de las comunidades, y
buscar la creación de las bases para una nueva estrategia que de-
pendiese lo menos posible de las alianzas externas.
3. Sobre la base de estas nuevas posiciones el EZLN lanza la Sexta
Declaración de la Selva Lacandona y La Otra Campaña, bajo
la premisa de que todo está por definirse; «Falta lo que falta» fue la
divisa con la que el EZLN invitó al pueblo de México a sumarse a
estas iniciativas.
Desde el levantamiento de 1994, la apuesta estratégica del EZLN
ha sido la interlocución con la «Señora Sociedad Civil» para construir
una gran alianza (Convención Nacional Democrática, Movimiento de
Liberación Nacional, la fundación del Frente Zapatista de Liberación
Nacional, La Otra Campaña) que cambie radicalmente a México.
Ante la cerrazón de los sujetos políticos y de los poderes fácticos que
dominan México y las respuestas limitadas de las luchas sociales y gre-
miales, el EZLN propone una estrategia de más largo plazo, una estra-
tegia que no solo durará más tiempo sino que toca las raíces del mal, las
relaciones sociales que llamamos capitalismo:
En el capitalismo hay unos que tienen dinero, o sea capital y fábri-
cas y tiendas y campos y muchas cosas, y hay otros que no tienen
nada, sino que sólo tienen su fuerza y su conocimiento para traba-
jar; y en el capitalismo mandan los que tienen el dinero y las cosas,
y obedecen los que nomás tienen su capacidad de trabajo.
Y entonces el capitalismo quiere decir que hay unos pocos que
tienen grandes riquezas, pero no es que se sacaron un premio, o
208
que se encontraron un tesoro, o que heredaron de un pariente,
sino que esas riquezas las obtienen de explotar el trabajo de mu-
chos. O sea que el capitalismo se basa en la explotación de los
trabajadores, que quiere decir que como que exprimen a los traba-
jadores y les sacan todo lo que pueden de ganancias. Esto se hace
con injusticias porque al trabajador no le pagan cabal lo que es su
trabajo, sino que apenas le dan un salario para que coma un poco y
se descanse un tantito, y al otro día vuelta a trabajar en el explota-
dero, que sea en el campo o en la ciudad.
Y también el capitalismo hace su riqueza con despojo, o sea con
robo, porque les quita a otros lo que ambiciona, por ejemplo tierras
y riquezas naturales. O sea que el capitalismo es un sistema donde
los robadores están libres y son admirados y puestos como ejemplo.

RAÚL ORNELAS BERNAL / La construcción de las autonomías entre las comunidades zapatistas de Chiapas
Y, además de explotar y despojar, el capitalismo reprime porque
encarcela y mata a los que se rebelan contra la injusticia.7
En efecto, el anticapitalismo es la principal «novedad» de la Sexta
Declaración de la Selva Lacandona. Ante el estancamiento de la lucha so-
cial, canalizada desde 2005 por la candidatura de López Obrador, el
EZLN emprende una aventura de mayor aliento. Así, La Otra Campa-
ña aparece como un nuevo comienzo donde el objetivo es la transfor-
mación social. Desde la perspectiva de la autonomía, la Sexta Declaración de la
Selva Lacandona y La Otra Campaña resultan de la constatación de que
no hay solución para las demandas zapatistas en la sociedad actual,
donde el sistema político no es más que un aspecto. Por ello se plantea
transformar el conjunto de las relaciones, tanto las que sujetan a las
comunidades como aquellas que, desde el interior de colectividades y
grupos, las gobiernan. Las apuestas zapatista para los años por venir
son: la autonomía, el autogobierno y la solidaridad entre los que resis-
ten y luchan.
Hablando con precisión, las nuevas propuestas zapatistas no se limitan
a proponer una lucha anticapitalista sino que apuntan hacia la búsque-
da de nuevas relaciones sociales. En esta perspectiva general, queremos
destacar brevemente algunas posturas que el EZLN ha emitido desde
junio de 2005.
7
Ejército Zapatista de Liberación Nacional: Sexta Declaración de la Selva Lacandona, México,
junio de 2005, en: <http://enlacezapatista.ezln.org.mx/especiales/2/>.

209
En primer lugar, el EZLN propone ensayar colectivamente nuevos
caminos para la lucha social. La historia nos muestra que el aspecto
básico donde se ha jugado el devenir de las luchas de los oprimidos es la
organización, no solo del combate sino, y principalmente, de la cons-
trucción del nuevo mundo. En ese terreno nos parece fundamental el
llamado que hace el EZLN para construir la autogestión como uno de
los principales modos de pelear contra el capitalismo y de reorganizar la
sociedad. En la misma dirección apunta el recurso a la idea de apoyo
mutuo, como forma de relacionarse «entre compañeros» al interior de
La Otra Campaña. Estas innovaciones de la propuesta zapatista sig-
nifican tanto el ensayo de nuevos caminos en la lucha como críticas a la
cultura de la izquierda, de dominancia marxista, las cuales pueden abar-
car la acción del propio EZLN.
Una segunda cuestión que queremos destacar es la promesa de La
Otra Campaña: construir la unidad de los de abajo. Este, que ha sido
objetivo de todas las luchas populares, adquiere un perfil más definido
respecto de anteriores iniciativas zapatistas. Esta promesa es la «hipó-
tesis plebeya» de la lucha zapatista.
La propuesta de La Otra Campaña continúa llamando a todos los acto-
res a dar la lucha contra el capitalismo. Asimismo, respecto de los plan-
teamientos iniciales, elaborados en términos muy generales, la propuesta
zapatista vislumbra que al contacto con otros sótanos y otros «abajos»
la visión transformadora se enriquecerá y abarcará procesos menos visi-
bles, más interiorizados en las subjetividades de los de abajo.
Desde nuestro punto de vista, el horizonte de la transformación so-
cial no cambia, pues solo en la diversidad se podrá superar el capitalis-
mo; lo que se intenta con La Otra Campaña es construir un tipo de
sujeto que cuestione no solo a los dominadores sino también a los acto-
res sociales que se definen como contestatarios del sistema y en los
hechos se integran como agentes de la dominación, a veces mediante
las políticas corporativas y la contrainsurgencia asistencialista, a veces
reprimiendo brutalmente a la población o a las resistencias sociales. En
el camino de la transformación, la creación de una base social plebeya,
permitirá establecer nuevas relaciones con esos actores, tanto en térmi-
nos de fuerza como en construcción de alternativas al modo capitalista
de organizar la sociedad.

210
RUTH No. 2/2008, pp. 211-216

Estilete

CARLO FRABETTI*

La amistad desnuda (fragmento)**

Saqué del cajón de la mesilla de noche el pequeño esenciero y dejé caer


unas gotas de Arpège en la almohada: el viejo truco edípico para conci-
liar el sueño. Era el aroma del amor materno, del amor incondicional,
pero también el de la traición... ¿Cuál de las dos evocaciones propiciaba
el tránsito? ¿Me abandonaba a un recuerdo amable o huía de un recuer-
do ingrato? ¿O viceversa? Tal vez huyera de la angustia que genera el
amor incondicional (si es incondicional, no depende de lo que yo diga o
haga; pero para los demás yo soy lo que digo y hago, luego un amor que
no tiene que ver con mi conducta, en realidad no tiene que ver conmigo,
yo no soy su verdadero objeto). Tal vez me arrellanara en la confortable
evocación de la traición desenmascarada y superada... ¿Superada?
En cualquier caso, el mecanismo no funcionó como otras veces. La
ambigua fragancia, lejos de adormecerme, me exasperó aún más. Me
asaltó la enfebrecida sensación de estar oliendo a Eva a través del tabi-
que que me separaba de ella.
–Te quiero, Eva –susurré estúpidamente.

* (1945) Escritor y matemático italiano que vive en España, es miembro fundador de la Alianza
de Intelectuales Antiimperialistas. Ha escrito literatura para niños La magia más poderosa,
Malditas matemáticas y, para adultos, La bola de cristal, Los jardines cifrados, El cuarto purgatorio.
** Capítulo de la novela La amistad desnuda, Lengua de Trapo, Col. Nueva Biblioteca, Madrid,
2007.

211
–Te quiero, Eva –repitió una voz gangosa e irreal, que resonó en mi
cuarto como un eco burlón. Me incorporé bruscamente y, en la penum-
bra, vi al cuervo posado en el respaldo de una silla (a falta de un busto
de Palas Atenea), como la primera vez que lo había visto en el dormito-
rio de mi vecino. Había entrado por la ventana abierta tan sigilosamente
(o yo estaba tan aturdido) que no me había dado cuenta. Lo miré fija-
mente, y al verlo tan encorvado y sombrío tuve por un momento la
absurda (¿o debería decir poética?) sensación de que en verdad era mi
vecino convertido en pájaro. Inconscientemente, simbólicamente,
fonéticamente, él había elegido el camino correcto, el único posible: la
metamorfosis. Pues no hay más salida que la metaamorfosis: la transfor-
mación profunda que lleva al metaamor, o sea, más allá del amor, más
allá de sus pretendidas certezas, más allá de los dogmas y los misterios
propios de la religión, para llegar, sencillamente, humildemente, a la
asunción de la ignorancia, de la aleatoriedad, de la soledad nuclear... El
conocimiento solo es fiable cuando no es dogmático, es decir, cuando
no pretende ser seguro, total, definitivo; y el afecto también… Metasin-
ceridad: ser sincero sobre la sinceridad misma, admitir abiertamente que
nadie puede ni quiere decirlo todo, que nadie está seguro de nada...
–Te quiero, Eva –repitió el cuervo.
–Qué suerte tienes –le dije mientras me tumbaba de nuevo en la cama–
. Para ti esa frase terrible, que a mí me quema la garganta, es solo una
sucesión de sonidos sin sentido que repites mecánicamente porque la
has oído decir muchas veces.
Para ti también es algo que repites mecánicamente porque lo has oído
decir muchas veces, replicó el pájaro en mi mente. Es una frase hecha,
una fórmula (pretendidamente mágica), una jaculatoria, una interjec-
ción, la expresión de un sobresalto, de un sobrecogimiento...
Es una declaración de amor.
Se declara la guerra, la quiebra... Los sentimientos, al igual que el
valor o la generosidad (que, por cierto, deberían ser los pilares del amor),
no hay que declararlos, no hay que proclamarlos: hay que demostrarlos,
y no hay más demostración que el hecho mismo de construirlos, de
levantarlos con cuidado y con esfuerzo, como las torres y los puentes, a
los que tanto se parecen.
¿Cómo aman los cuervos?

212
Están juntos en la medida en que pueden y quieren estar juntos. Com-
parten en cada momento lo que pueden y quieren compartir. No hay
más actor que el deseo ni más escenario que la realidad.
¿Y el miedo?
El miedo es el deseo de no sufrir o de no desaparecer: el reverso del
deseo de gozar y de existir. Es el mismo actor con otra máscara, o en la
parte oscura del escenario.
Quiero hacer el amor con Eva.
No puedes hacer el amor con Eva.
¿Por qué?
Porque no puedes hacer el amor con nadie. Puedes hacer la cama,
puedes hacer el ridículo; puedes hacer los deberes; pero no puedes ha-
cer el amor, del mismo modo que no puedes hacer el odio, ni hacer la
envidia, ni hacer la amistad. Los sentimientos no se hacen: se demues-
tran, se reprimen, se cultivan, se confunden, se niegan, se transforman...,
pero no se «hacen». Un sentimiento no puede corresponderse de forma
unívoca con un hacer, con un acto específico. No puedes «hacer» el
amor. Líbrate de esa identificación grosera entre sentimiento y acto,
entre relación y consumación. Olvida esa brutal metonimia (meto, ni-
mia, la parte por el todo) que identifica la introducción de una mínima
parte del cuerpo en otro cuerpo con la imposible fusión, que confunde
la fugaz penetración con la improbable compenetración. Supera tu
mamiferidad, tu mamiferocidad, volatilízate: sé libre como un volátil.
Libre como un pájaro volando...
El pájaro no es libre porque vuele, sino porque nunca estuvo encerra-
do en otro pájaro y, por tanto, no añora tan impracticable guarida. El
huevo es una fina envoltura caliza que rompes en un instante y olvidas
CARLO FRABETTI / La amistad desnuda (fragmento)
al instante siguiente. Los pájaros son libres porque no necesitan atra-
parse (compara el mutuo apresamiento del abrazo con el vuelo nupcial
de los cuervos) ni comerse: mamar, luego besar, morder...
Mama, mamá, mamar...
Triste condición la del mamífero, para quien otro –otra– es el primer
cobijo y el primer alimento. Para el niño, el otro –la otra– es la metáfora
(o la metonimia) del mundo, y luego, para el adulto, para el mamífero
reflexivo (es decir, especular), el mundo se convierte en metáfora (o
metonimia) de la otredad. En el amor subyace el deseo compulsivo de
recuperar ese paraíso perdido en el que la madre era la prolongación del yo,
su inagotable fuente de placer y seguridad. Por eso el amor es infantil,

213
regresivo: se niega a aceptar la evidencia de la separación irreversible,
de la alteridad autónoma e inabarcable; por eso se le representa como
un mamón blando y gordezuelo con los ojos vendados. Por eso el ado-
lescente descubre la libertad en la amistad (y viceversa) huyendo del
afecto cautivo de la familia, huyendo de la mamá-mama y del papá-
papa. Pero el abandono del claustro desazona hasta tal punto al peque-
ño mamífero, que tiene que reconstruirlo compulsivamente. Por eso los
adolescentes son tan enamoradizos. El amor es una amistad regresiva,
que nace en la libertad de lo amical y vuelve al cautiverio de lo familiar.
El amor es una amistad domesticada, estabulada. Es una gacela uncida
a una noria.
El amor es la amistad con alas.
Sí, pero esas alas son las del albatros de Baudelaire, que le impiden
caminar. El amor y la amistad, que deberían ser lo mismo (o variantes
de lo mismo), son, en más de un aspecto, divergentes, mutuamente ex-
cluyentes, incluso antitéticos. El amor busca. La amistad encuentra. El
amor implora. La amistad explora. El amor es un apetito desordenado...
La lujuria, en todo caso, es un apetito desordenado, no el amor.
El amor es la lujuria, puesto que no hay mayor desorden del apetito
que el deseo de adueñarse de otra persona en exclusiva y para siempre,
de devorarla viva, de «compartir la vida», como si la vida fuera una
cosa, o, peor aún, una idea... El amor es la lujuria, del mismo modo (y
por la misma razón) que la propiedad es el robo. El apego, el afán de
posesión (con su vicio complementario, el afán de pertenencia), es la
causa de todos los males. Y de todos los apegos, el amor es el más
mórbido y excesivo... El amor es un apetito desordenado. La amistad es
un orden apetitoso. El desarrollo de la amistad determina su ámbito. El
ámbito del amor determina su desarrollo. El amor parte de un máximo y
decrece. La amistad parte de un mínimo y crece. El amor invade, con-
quista, seduce. La amistad visita, convence, produce. El amor tiene las
desaforadas pretensiones de un niño de teta: exclusividad, totalidad,
incondicionalidad. La amistad solo pide esa lealtad que es hija del co-
nocimiento y de la gratitud.
Triste vínculo el de la gratitud. Sentirse en deuda con alguien que te
ha dado algo...
Sentirse en deuda es una forma muy burda de gratitud. La verdadera
gratitud es una «grata actitud» de generosidad y confianza reactivas. Es
la germinación de un sentimiento de solidaridad fecundado por una

214
dádiva, es el deseo gozoso de desarrollar y compartir ese sentimiento,
de hacerlo común y proliferante. Esta gra(ta ac)titud es la floración del
Jardín de Epicuro, el único lugar habitable. Hay que unir de nuevo, de
una forma nueva, la ciencia y la filosofía, la ética y la política, la re-
flexión y el mito, la amistad y el amor («porque el amor es risa, es amis-
tad o es miedo», como dice el poeta). Hay que optar por un amicalismo
radical, dialéctico, revolucionario. En Epicuro está la clave para vencer
a Tánatos («Cuando tú eres, la muerte no es; cuando la muerte es, tú no
eres») y también a Eros.
No tengo ningún interés en vencer a Eros.
No tienes ningún interés en destruirlo. Pero no quieres que te domi-
ne, ni que te torture, ni que te desquicie. Vencerlo no significa matarlo
ni exiliarlo, sino quitarle el arco y la corona. Hay que desarmarlo y
destronarlo, como a todos los tiranos. Hay que quitarle la aureola que le
pusieron los neoplatónicos y tocarlo con el pámpano de la embriaguez
(que solo es nociva si se confunde con la lucidez, si se convierte en un
estado permanente y cautivador). Hay que quitarle la venda-antifaz que
le impide ver y ser visto. La máscara dorada, especular y sin resquicios,
sin orificios. Porque el amor se quita la ropa, pero no la máscara (la ropa
cubre, la máscara encubre). La amistad se quita la máscara, pero no la
ropa. Hay que desenmascarar el amor y hay que desnudar la amistad,
esa amistad excelsa que, al acercar los cuerpos con la misma libertad
con que acerca las mentes, se convierte en el único amor posible.
El único imposible.
Sí. En el mundo actual, es prácticamente imposible. Y, por eso mis-
mo, es el único posible. Porque solo lo que es imposible en este mundo
cruel es posible en el sentido fuerte del término, es decir, puede ser
auténtico. En una sociedad cautiva, solo caben amores cautivos En una CARLO FRABETTI / La amistad desnuda (fragmento)

sociedad desigual, solo caben amores desiguales. En una sociedad com-


petitiva, solo caben amores competitivos. Solo en una sociedad libre,
igualitaria y fraterna cabe el amor libre, igualitario y fraterno, la amistad
desnuda.
¿Cómo es un amor libre?
¿Cómo es una sociedad libre? No se puede contestar una pregunta sin
contestar la otra. El amor libre y la sociedad libre se determinan –se
determinarán– mutuamente, como se determinan mutuamente el amor
enfermo y la sociedad enferma actuales. Desde aquí, desde el ahora,
solo puedes vislumbrarlas, las posibles alternativas al amor cautivo, al

215
amor tal como hoy se vive y entiende, ya que esas alternativas van –irán–
ligadas a condiciones psicológicas y sociales radicalmente distintas. Pero
al menos sabes –o deberías saber ya, a estas alturas– lo que no es una
relación libre, lo que no puede ser, lo que no debe ser. No debe ser, para
empezar, de ninguna manera preconcebida, puesto que cada relación ha
de encontrar –ha de crear– su forma y su camino, su camino-forma. No
debe generar el nefando binomio posesividad-dependencia. No debe
conllevar la disparatada pretensión de tener un destino común, de «com-
partir la vida». No debe reconocer ni respetar más reglas que aquellas
que, sin coacción ni control, presiden una buena amistad... Una versión
epicúrea (o budista, si lo prefieres) de ese foedus amicitiae que el pobre
Catulo invocaba en su desventurada relación con Lesbia, podría ser un
primer paso en la dirección correcta, o contra la dirección errónea. Los
enamorados, en vez de hacerse promesas insensatas e incumplibles,
podrían decirse algo así como:
«Puesto que hemos contraído juntos la fiebre amorosa, ayudémonos
mutuamente a controlarla, a evitar que sus delirios nos confundan y
arrastren. Salvemos nuestro inflamado afecto de sus propios excesos,
igual que se cuida de un niño para que no se haga daño y pueda crecer
fuerte y sano. Extrememos las cualidades propias de las amistades exce-
lentes: sinceridad, lealtad, generosidad, respeto a la identidad del otro, a
su autonomía y su intimidad. No alimentemos el afecto con la necesi-
dad, sino con la libertad. Luchemos contra la posesividad, la dependen-
cia, los celos. Colaboremos en la construcción de un mundo nuevo en el
que podamos amar bien...».
¿Hay que esperar a que cambie el mundo para poder amar bien?
Hay que cambiar el mundo para amar bien y hay que amar bien para
cambiar el mundo. En la práctica: si luchas por cambiar el mundo, ama-
rás un poco mejor, y si te esfuerzas por amar bien, cambiarás un poco el
mundo.
Amicalismo dialéctico.
Radical. Revolucionario. Libertad, igualdad, fraternidad. Hay que
volver a hacer la Revolución Francesa. Esta vez, de verdad.
–No en vano París es la capital del amor –dije en voz alta. Pero el
cuervo ya se había ido.

216
RUTH No. 2/2008, pp. 217-245

Inicios de partida

Dentro del panorama tan conocido de los fracasos materiales y éticos de la


modernidad capitalista, después de su esplendor tecnológico y económico,
convertido en neoliberalismo catastrófico, ya debería ser obsoleto el discurso
liberal que en política y derecho se propugnó.
Pero el mimetismo liberal es incansable, ahora no solo es democrático y
ajustado a la legalidad que el Estado de derecho dispone, sino que se vislumbra
como única –o peor–, última ideología dominante y exitosa.
El presente trabajo se ha propuesto en este contexto descubrir las debilida-
des teóricas y prácticas de la concepción liberal del fenómeno jurídico estatal y
precisamente a través de una argumentación marxiana y marxista sólida.

YURI MORENO*

La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno


jurídico-estatal**

Introducción

La modernidad capitalista contrajo, con su advenimiento, un cuerpo


complejo de fenómenos (subjetivos, culturales, económicos, institucio-
nales, etcétera) que signaron la construcción de una nueva realidad mar-
cada por un dinamismo convulso y siempre variable que se extiende

* (Colombia, 1982) Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad de La Habana.


** El presente trabajo es un fragmento de la investigación inédita «El fenómeno jurídico-estatal
a través de Marx y Gramsci: coordenadas para un “análisis profundo”». En el texto se utiliza
el término marxiano o marxiana para distinguir la obra directa de los clásicos del marxismo y
se deja el término marxista para aludir a los continuadores o seguidores inspirados en su
pensamiento, como es ya común en la politología actual.

217
hasta la actualidad. Es precisamente en este vasto contexto donde el
fenómeno jurídico-estatal resulta objeto de un proceso de (re)confi-
guración que tuvo como norte el liberalismo; pensamiento hegemónico
de la modernidad capitalista.
Dicho proceso de (re)configuración puede sintetizarse, básicamente,
en tres elementos fundamentales que constituyen, a su vez, presupues-
tos epistemológicos nodales en los que el liberalismo fundamenta su
proyecto social y político. Lo anterior, sea dicho de paso, tributa a inter-
pretaciones instrumentales, unidimensionales y deificadas de la reali-
dad jurídico-estatal:
• Presentación de lo jurídico-estatal y la sociedad como dos instan-
cias separadas y diferenciadas una frente a la otra.
• La interpretación del individuo en un sentido abstracto, es decir,
comprender al sujeto como figura universal, como ente general (des-
localizado y descarnado de todo condicionamiento social, espacial
y temporal) y la consiguiente hipervaloración de la libertad negativa.
• Limitación y/o control del ente jurídico-estatal como objetivo fun-
damental para instrumentalizarlo en garante del orden social. Ob-
jetivo que, por su parte, posibilita al imaginario discursivo liberal
redimir lo que este entiende por derechos individuales, democra-
cia, libertad, etcétera.
Los desplazamientos de sentido llevados a cabo por la tradición teó-
rico-político liberal procuraron en el fenómeno jurídico-estatal un
desdibujamiento de sus esencias, una negación y subestimación del pa-
pel que cumple en la sociedad y, por tanto, de las relaciones que se
entrelazan con ella. En palabras de Ralph Miliband, la tradición discursiva
liberal (teórica, política y filosófica), si bien no ignora la existencia prác-
tica de lo jurídico y lo estatal, sí «da por resueltos algunos de los proble-
mas más importantes que tradicionalmente se han planteado a propósito
del Estado [y el Derecho], y hace que resulte innecesario, y de hecho
impide, toda preocupación especial por su naturaleza y por el papel que
desempeña en las sociedades de tipo occidental».1
Pero, ¿cuáles son las cuestiones y problemáticas que se resuelven de
antemano? Miliband responde de manera concreta a este cuestionamiento
argumentando que:

1
Ralph Miliband: El Estado en la sociedad capitalista, Siglo XXI, México, 1997, p. 4 (destacado en
el original).

218
Una teoría del Estado [y por ende del Derecho] es también una
teoría de la sociedad y de la distribución del poder en esa sociedad.
Pero la mayoría de los «estudiosos de la política» occidentales, a
juzgar por sus obras, argumentan, a partir del supuesto de que el
poder, en las sociedades occidentales, es competitivo, y está frag-
mentado y difuso: todo el mundo directamente o a través de gru-
pos organizados tienen algún poder y nadie posee o puede poseer
una cantidad excesiva del mismo. En estas sociedades, los ciuda-
danos disfrutan de sufragio universal, de elecciones libres y regu-
lares, de instituciones representativas, de derechos ciudadanos
efectivos, entre los que figuran los derechos de libre expresión y
oposición; y así los individuos, como los grupos, hacen amplio uso
de estos derechos, bajo la protección de la ley, de un poder judicial
independiente y de una cultura política libre.2
Estos argumentos, reproducidos in extenso, denotan la disociación y
la dilución que en efecto se traslucen en la (re)configuración liberal, y la
imposibilidad de hacer un análisis profundo del fenómeno jurídico-es-
tatal, en sus múltiples determinaciones, a través de esta perspectiva
teórica.3

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


Es precisamente por estas falencias de la perspectiva liberal, que se
propone incursionar en la perspectiva relacional marxiana para profun-
dizar los análisis y reflexiones acerca del fenómeno jurídico-estatal.

1. La perspectiva relacional marxiana: claves y potencialidades


para un análisis profundo

Antes de entrar en materia es conveniente hacer algunas precisiones: en


primera instancia debe aclararse que Marx no desarrolla una teoría pura
de lo jurídico-estatal (a la manera de Kelsen, Hart o Luhmann, por ejem-
plo), sino una teoría política crítica de la sociedad capitalista y por tan-
to, entabla una ruptura y un desenmascaramiento de lo que se ha dado
en llamar la (re)configuración liberal.
2
Ídem.
3
Esta «concepción democrático-pluralista de la sociedad, de la política y […] [de lo jurídico-
estatal], está, en todos sus aspectos esenciales, equivocada y, en vez de servirnos de guía para
la comprensión de la realidad, viene a ser una profunda ofuscación», R. Miliband: Ob. cit. (en
n. 1), p. 6.

219
En consecuencia con lo anterior, se resaltarán –con claros propósitos
metodológicos– ciertas zonas de análisis en el trayecto teórico marxiano
que permitan establecer y demarcar aquellas características y potencia-
lidades que, desde esta perspectiva, coadyuvan a profundizar el análisis
del fenómeno jurídico-estatal.
Por último, si bien se hará énfasis en escritos como: Crítica de la filoso-
fía del derecho de Hegel, «Sobre la cuestión judía», entre otros, no debe
esto significar una escisión del pensamiento marxiano que dé crédito a
la «leyenda de los dos Marx» en sentido inverso al estructuralismo
althusseriano.4 Por el contrario, el nexo orgánico entre el pensamiento
político y la crítica económica al sistema capitalista que desarrolla Marx
no se pierde de vista en los subsiguientes análisis.

2. Crítica de la filosofía hegeliana: el fenómeno jurídico-estatal


desde un nuevo «punto de posicionamiento» gnoseológico

Como se recordará, Marx inicia su proyecto teórico con una crítica al


Estado, a la política y al derecho y en ello debe destacarses su Crítica de
la filosofía del derecho de Hegel [1843].
El punto de partida de este manuscrito consiste en demostrar el ca-
rácter mistificado y especulativo de la noción hegeliana del Estado. Para
Hegel –a grandes rasgos– el Estado sobreviene en la forma más elevada
de la ética objetiva, el ámbito en donde la libertad hallaba la mayor
plenitud.5 Deviene el universal concreto (espíritu objetivo) y en la sín-
tesis de la oposición entre la familia y la sociedad civil. El Estado no era
4
Louis Althusser introduce una dualidad en el legado teórico de Marx. Según este autor «hay
dos Marx y no uno: el “humanista e ideológico” de la juventud […] y el Marx “marxista” de la
madurez. El primero es “prescindible”, mientras que el segundo es fundamental», citado en:
Atilio A. Boron: «Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl
Marx», en A. Boron (comp.): La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, CLACSO, Buenos
Aires, 2000, p. 292. Esta pretensión derivó en una desvaloración de la obra teórico-política
del joven Marx y tuvo una fuerte recepción en el pensamiento marxista. Poulantzas sirve de
ilustración cuando asevera que: «señalémoslo sin dilación, de ningún modo se tomará en consi-
deración lo que se ha convenido en llamar obras de juventud de Marx, salvo a título de
comparación crítica […], para descubrir las “supervivencias” ideológicas de la problemática
de la juventud en las obras de la madurez», Nicos Poulantzas: Poder político y clases sociales en el
Estado capitalista, Siglo XXI, México, 1976, p. 13.
5
«La idea de libertad únicamente es verdadera como Estado», en: G. W. F. Hegel: Filosofía del
derecho, Dirección General de Publicaciones, México, 1975, nota al párrafo 57, pp. 74-76.

220
entendido como mero instrumento donde se subsume el universal a las
voluntades particulares, sino como «la realidad de la idea ética»,6 es
decir, la eticidad en su máxima realización. En su complejo sistema
conceptual se advertía apropiadamente la contraposición entre el Esta-
do (sociedad política) y la sociedad civil y por ende, aquella contradic-
ción del hombre como sujeto escindido: por un lado, como hombre bürger
(miembro privado, autointeresado de la sociedad) y por otro como hom-
bre citoyen (ciudadano en la esfera de la sociedad política). Esta escisión
del universal en dos esferas diferenciadas, es atribuida a la nueva expre-
sión y relación que, con el advenimiento de la modernidad, se entabla
entre la sociedad y la política, pues la identificación de la sociedad civil
y sociedad política, propias de la Edad Media, desapareció. Sin embar-
go, la solución sugerida por Hegel afirmaba la reconciliación de estos
antagonismos en el Estado mismo, puesto que en él se condensan y
realizan los intereses generales de la sociedad y tiene máxima expresión
el altruismo universal. El «Estado ético» hegeliano pretende que «el
particular, el mercado, la sociedad civil, tengan su lugar, se desarrollen,
crezcan, pero como momentos de la realización de todos en el universal
concreto que es el Estado».7
Marx sometió a una crítica acerba el planteamiento hegeliano; si bien

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


aceptaba los términos de la separación existente entre el Estado y la
sociedad civil (la familia, la propiedad privada, etcétera) y por tanto
entre las esferas de lo universal (general) y de lo particular, hallaba una
inversión: «mientras la idea es subjetivada, los sujetos reales, la socie-
dad civil, la familia […] se transforman […] en momentos subjetivos de
la idea, no reales, teniendo un sentido diferente».8 En suma, se estaba
diciendo que la especulación hegeliana consistía en que al invertir la
relación, Hegel conduce a un terreno de lo ideal lo que está en la reali-
dad. Marx toma como fundamento metodológico de su crítica una idea
explayada años anteriores por Feuerbach, en la que se destacaba que: «La
verdadera relación entre el ser y el pensar es sólo esta: el ser es el sujeto, el
pensar, predicado. El pensar surge del ser y no el ser del pensar».9 El centro

6
Ibíd., párrafo 257, pp. 244-245.
7
Rubén R. Dri: «La filosofía del Estado ético. La concepción hegeliana del Estado», en A.
Boron (comp.): La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, ob. cit (en n. 4), p. 234.
8
Carlos Marx: Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, Grijalbo, México, 1968, pp. 14-15
(destacado en el original).
9
Citado en Hans Heinz Holz: Reflexión y praxis. Estudios para la teoría marxista hoy, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 2004, p. 13 (destacado en el original).

221
de la especulación hegeliana residía entonces en haber confundido sujeto
con predicado, en hacer de este último la determinación del ser. De ahí
que Feuerbach sugiera que, para llegar a la verdad, es necesario «hacer
del predicado sujeto y así hacer, del sujeto, objeto y principio, es decir, solo
invertir la filosofía especulativa y tendremos la verdad sin velos, pura y
prístina».10 «El momento filosófico no es la lógica del objeto, es el obje-
to de la lógica. La lógica no sirve para probar el Estado, sino que, por el
contrario, el Estado sirve para probar la lógica».11 Esto es lo que se ha
dado en llamar, la tesis de la «inversión».
En estos primeros momentos Marx resaltó la necesidad de abandonar
la especulación en el tratamiento del tema, con lo cual brinda una pri-
mera clave para profundizar los análisis sobre el fenómeno jurídico-
estatal y es que debe analizarse como un fenómeno inserto en el conjunto y en
conexión con las relaciones sociales y no como un ente abstracto e interpreta-
do suprasocialmente. Si en Hegel se hizo patente el enlace entre el Es-
tado y la política y el resto de la vida social, paradójicamente dentro de
su sistema conceptual esta conexión se establece como una yuxtapo-
sición en tanto que el Estado es, por antonomasia, la esfera de realiza-
ción de la racionalidad y la eticidad en sentido fuerte y la sociedad civil
y la familia momentos particulares y extensivos de la vida estatal. Por
esto, el Estado y la superestructura política emergían como los sujetos
de la vida social.
La crítica avanza hasta señalar las ambigüedades y contradicciones
del filósofo, pero Marx no solo se centra en destacar el misticismo y
especulación del planteamiento hegeliano, va mucho más allá. Como
evoca oportunamente Atilio Boron, «si se hubiera limitado tan sólo a
“dar vuelta” el método hegeliano, Marx no hubiera sido Marx sino un
oscuro feuerbachiano. Pero si Feuerbach es apenas una nota a pie de
página en la historia de la filosofía y Marx uno de sus más densos capí-
tulos, es precisamente porque el segundo hizo algo más complejo»12 que
«invertir la inversión» hegeliana.

10
Ídem (destacado en el original).
11
C. Marx: Ob. cit. (en n. 8), p. 26.
12
A. Boron: «Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx»,
en A. Boron (comp.): La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, ob. cit. (en n. 4), p. 308.

222
Justamente uno de los pasajes más significativos de la Crítica de la
filosofía del derecho de Hegel, lo constituye su reflexión acerca de la carac-
terización del Estado que hace Hegel –específicamente en el párrafo
269 de Filosofía del Derecho–.13 Allí se presenta la idea del Estado como
un órgano, es decir, no como un elemento reducido únicamente a la
maquinaria estatal sino como una compleja estructura interrelacionada
al interior de la sociedad que preserva, a su vez, el órgano social, enten-
dido este último como un sistema. Considerar el Estado como un órga-
no vivo que deviene parte interrelacionada con la totalidad, significó
para Marx un paso de avance importante, pero la esencia de este fenó-
meno y su expresión dentro de la idea de una totalidad no podían obte-
ner una respuesta satisfactoria en los marcos de la filosofía hegeliana.
Como se explicó anteriormente, Marx consideraba que las instituciones
políticas debían ser estudiadas en conexión con las relaciones sociales y
no desde consideraciones generales y abstractas. De ahí que de su pro-
grama teórico, iniciado en la crítica de la filosofía hegeliana, se deriven
dos importantes elementos que tributan a profundizar los análisis de lo
que en esta investigación se ha dado en llamar, fenómeno jurídico-esta-
tal: en primer lugar, para captarse la esencia de este fenómeno, debe plantearse
desde una visión sistémica de la sociedad, entendida esta como un todo, y por tanto

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


estableciendo su relación con la totalidad (visión sistémica-relacional).14 Pero esta
visión dialéctica no es posible si no se inquiere por los sujetos reales que
forjan el sistema de relaciones sociales; segundo elemento intrínsecamente
vinculado con el anterior. Ambos elementos permiten trazarse la esen-
cia del fenómeno jurídico-estatal y su relación con la sociedad de una
forma más adecuada, puesto que se parte de las relaciones entre los
hombres, las representaciones de producción-apropiación a partir de su
concreción histórica. En cuanto a esto, Marx en las tesis novena y déci-
ma de sus Tesis sobre Feuerbach, redactadas en la primavera de 1845, dice:
13
«La convicción toma su contenido determinado particularmente de los diversos aspectos del
organismo del Estado. Este organismo es la evolución de la idea que procede hacia sus
distinciones y la realidad objetiva de ellas. Los aspectos diferenciados a través de los cuales se
produce continuadamente lo universal, son los diversos poderes, sus tareas y actividades; esto
es, que siendo determinados por la naturaleza del concepto, lo universal se produce necesaria-
mente y estando presupuesta igualmente su producción, se mantiene. Este organismo consti-
tuye la constitución política», en Hegel: Ob. cit. (en n. 5), p. 255, párrafo 269.
14
Sobre la categoría de la totalidad, véase las reflexiones que al respecto despliega Georg Lukács
en su libro: Historia y conciencia de clase, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970,
pp. 35-58.

223
IX: Lo máximo que logra el materialismo contemplativo, es decir, el
materialismo que no concibe la sensorialidad como actividad prác-
tica, es contemplar a los distintos individuos dentro de la «socie-
dad civil».15
X: El punto de vista (Standpunkt)16 del antiguo materialismo es la
sociedad «civil»; el del nuevo materialismo, la sociedad humana o
la humanidad socializada.17
En estas dos tesis se está afirmando que la filosofía anterior por no
haber captado en toda su dimensión la actividad práctica humana, es
decir, como actividad social, a partir de la cual los seres humanos (al
entablar relaciones con su entorno y entre ellos), crean y transforman la
sociedad y a sí mismos como entes sociales; entendió al individuo como
un ente aislado y conformado a priori y por ende, denotativo de las
posibilidades asignativas del mercado. Por tanto, aquellas reflexiones
que procuren una profundización en los análisis del fenómeno jurídico-
estatal en toda su complejidad deben tener como «punto de posiciona-
miento» gnoseológico, «la comprensión del hombre como ser social, históricamente
condicionado, y de la sociedad como sistema de relaciones, de muy diversos tipos,
que los seres humanos establecen entre sí en el proceso de producción y reproducción
de sus vidas».18 No es posible comprender lo jurídico-estatal al margen de
una visión totalizadora de la vida social en donde se conjugan y articu-
lan economía, sociedad, cultura, ideología y política.
Son precisamente estas exacciones de una perspectiva sistémico-
relacional y de una interpretación no cosificada e instrumentalizada de
las instituciones, lo que condujo a Marx a no limitarse únicamente a
develar el misticismo y la especulación hegeliana. Ir más allá de «inver-
tir la inversión» hegeliana implicaba preguntarse por las razones que
condujeron a tal inversión, y las razones no obedecían a un problema

15
Carlos Marx: «Tesis sobre Feuerbach», en Carlos Marx y Federico Engels: Obras escogidas, t. II,
Editorial Progreso, Moscú, 1971, p. 403 (destacado en el original).
16
Jorge Luis Acanda precisa que la traducción más corriente al español del término alemán
«Standpunkt» es «punto de vista», pero en una traducción más exacta, significa «el punto en
que se está», lo que hace más claro el sentido de la tesis, puesto que se hace referencia «al punto
de posicionamiento teórico desde el cual se procede a la aprehensión racional de la realidad»,
en: J. L. Acanda: Sociedad civil y hegemonía, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura
Cubana Juan Marinello, La Habana, 2002, p. 197.
17
C. Marx: Ob. cit. (en n. 15), t. II, p. 403 (destacado en el original).
18
J. L. Acanda: Ob. cit. (en n. 16), p. 198 (el subrayado es nuestro).

224
epistemológico específico, sino que se hundían en las raíces de la propia
dinámica de la sociedad capitalista. Marx explica las antinomias de la
teoría hegeliana como expresión de las antinomias de la sociedad mo-
derna; en otras palabras, Hegel «reproducía con fidelidad, en su cons-
trucción teórica, la inversión propia del capitalismo. Es el capitalismo
el que genera imágenes invertidas de sí mismo».19 Hegel representó en la
idea del «Estado ético» la expresión última de la libertad e igualdad, una
instancia que hiciera abstracción de los intereses de individuos autoin-
teresados, un ente capaz de dirimir y armonizar el «atomismo» que ca-
racteriza la sociedad civil. Detrás de esta visión idealista del Estado,
Marx devela una concepción fetichizada pues se quiso ver en la esfera
político-estatal una región en donde los individuos existen como ciuda-
danos en clara abstracción de sus determinaciones sociales «realmente
existentes». Marx explica que
el ciudadano del Estado y el ciudadano simplemente miembro de
la sociedad civil están separados. […] Para comportarse pues como
ciudadano real del Estado, adquirir significación y actividad políti-
cas, está obligado a salir de su actividad cívica, a hacer abstracción
de ella, a retirarse de toda organización en su individualidad; pues la

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


única existencia que cuenta para su cualidad de ciudadano del Esta-
do, es su individualidad pura y simple, pues la existencia del Estado
en tanto que es gobierno se lleva a cabo sin él, y su existencia en la
sociedad civil se lleva a cabo sin el Estado.20
Es así que los diferentes miembros de la sociedad son iguales for-
malmente en el cielo de la política y profundamente desiguales en la
tierra: «Sólo así puede operarse el milagro de la abstracción en el Esta-
do».21 De esto se deriva uno de los principales aportes de Marx a la
filosofía política, y es que no solo señaló que el Estado, lejos de estar
situado por encima de los individuos y la sociedad y de constituir el
interés general, está subordinado a la propiedad privada e inmerso en
una densa red de relaciones sociales y que la contradicción entre él y la
sociedad es un hecho patente, sino además que la alienación política
19
A. Boron: Ob. cit. (en n. 4), p. 308.
20
C. Marx: Ob. cit. (en n. 8), p. 96.
21
Héctor León Moncayo: «El fin del Estado y el porvenir del capitalismo. Reflexiones desde una
lectura de Marx», en Jairo Álvarez Estrada (comp.): Marx vive II: Sujetos políticos y alternativas en
el actual capitalismo, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003, p. 11.

225
que esta contradicción suscita es uno de los componentes fundamenta-
les de la sociedad capitalista moderna, pues en este dualismo alienante,
el significado político del hombre se bifurca de su concreción real como individuo
privado. De ahí que el fenómeno jurídico-estatal sea la expresión de la alineación
política del hombre. Sobre estos particulares se profundizará en el siguien-
te acápite.
A manera de resumen preliminar de esta «zona» de análisis, deben
destacarse tres ideas que tributan a profundizar los análisis sobre el fe-
nómeno jurídico-estatal y sus relaciones con la sociedad y viceversa,
además de constituir una ruptura con las concepciones liberales despla-
zadas en el proceso (re)configurativo:
• El fenómeno jurídico-estatal no es un fenómeno abstracto y au-
tónomo con respecto al plexo social, sino que está sumido y vincu-
lado a la totalidad de las relaciones sociales.
• Por tanto, la futilidad de tratar el tema de su esencia, el papel que
desempeña y sus relaciones con la sociedad al margen de una vi-
sión sistémico-relacional (dialéctica, en otras palabras) de la socie-
dad en su conjunto, que permita establecer el denso tejido de
mediaciones multidireccionales existentes entre las diversas dimen-
siones de la vida social (políticas, culturales, económicas, subjeti-
vas, etcétera).
• Estas reflexiones no podrán superar la mera especulación si se toma
como punto de partida al individuo abstracto liberal. Es preciso
preguntarse por los sujetos reales que constituyen el entramado
social, es decir, partir de la interpretación del individuo en su mu-
tuo condicionamiento.

3. «Sobre la cuestión judía»: el fenómeno jurídico-estatal


como expresión de la enajenación política

Como asevera Nelson Guzmán, quizás uno de los fenómenos más in-
trincados que contrajo la modernidad en toda su complejidad «sea la
aparición de un individuo, inmerso en su idea de ciudadano, que vive,
crece y muere, sin tomar conciencia de que su conciencia es mediatiza-
da e integrada en un proyecto político y económico».22 La representa-
22
N. Guzmán: Subjetividad, ideología y modernidad, Editorial Metrópolis, Caracas, 2005, p. 27.

226
ción del individuo inmerso en la idea de ciudadano en tanto instancia
abstracta, como elemento fundamental de la sociedad capitalista, ad-
quiere en Marx una significación importante.
A través de su crítica a la filosofía hegeliana, demostraba cómo el
dualismo Estado-sociedad, que se trasluce en la dinámica de la sociedad
capitalista, conduce a sí mismo a una escisión del significado político del
hombre con respecto a lo que pudieran ser sus nexos multidimensiona-
les condicionados real e históricamente. Además insiste en que no solo
el Estado moderno era incapaz de superar esta antinomia, a contrapelo
de la concepción hegeliana, sino que incluso él mismo era expresión de
la enajenación política, pues solo en la abstracción del Estado es posi-
ble la idea del individuo como un ciudadano más entre sus iguales. Marx
anotaba que este dualismo alienante no solo trascendía a la conciencia
sino también a la realidad de la vida social. Estas ideas serán en conse-
cuencia, desarrolladas en un artículo publicado en 1843 para los Anales
Franco-Alemanes, titulado «Sobre la cuestión judía».
Este artículo es una diatriba contra un texto de otro miembro de la
izquierda hegeliana, Bruno Bauer, en el que se trata el problema de los
judíos frente al Estado prusiano de confesión cristiana, y por tal razón,

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


eran despojados de derechos civiles y políticos. Bauer llegaba a la conclu-
sión de que tanto judíos como cristianos debían procurar la existencia de
un Estado laico que garantizara la libertad religiosa, y en consecuencia,
la solución a la cuestión judía sería la emancipación política de un Esta-
do atado a un lastre religioso.
Lejos de llegar a sumirse en una discusión eminentemente teológica,
analizó el problema tratado por Bauer de manera más profunda. Desta-
ca que la fisonomía de la cuestión judía está en dependencia del Estado
en el que el judío vive y por tanto en un contexto como el prusiano, en
el que el Estado era esencialmente feudal, la cuestión no podía sobre-
pasar los marcos de lo teológico y la exigencia de una emancipación
política era algo meritoria. Sin embargo, si el problema es trasladado al
contexto de los Estados democráticos modernos, como el estadouni-
dense, la significación de las libertades políticas y la emancipación polí-
tica se torna diferente; puesto que se comprenderá la necesidad de criticar
al Estado como tal y con ello las insuficiencias de la emancipación de la
que se esté hablando. «El error de Bauer reside en que somete a crítica
solamente el «Estado cristiano» y no el «Estado en general», en que no
227
investiga la relación entre la emancipación política y la emancipación humana»,23
puesto que la «emancipación política de la religión no es la emancipación
de la religión llevada a fondo y exenta de contradicciones, porque la
emancipación política no es el modo llevado a fondo y exento de con-
tradicciones de la emancipación humana».24 La crítica teológica es des-
plazada por Marx para entablar una crítica al Estado político,25 y al
concordar que el Estado moderno afirma la emancipación política del
individuo, se plantea la tarea de franquear los límites de la emancipa-
ción política en tanto aquella no logra superar la enajenación del hom-
bre.26
A lo largo de su argumentación, determina que una de las caracterís-
ticas más importantes del Estado moderno es su pretensión de no re-
presentar intereses particulares sino intereses generales que vinculan a
toda la sociedad. El carácter universal del Estado moderno se torna
como una de las premisas fundamentales que generaron una ruptura con
el orden feudal, puesto que la emancipación política de la sociedad civil
burguesa se asienta en el hecho de poder desarrollarse por sí misma en
la esfera de lo privado, en tanto el Estado es circunscrito a la esfera de
lo público para que sea una garantía de esta privacidad (ruptura de la
identidad: sociedad política-sociedad civil). La emancipación políti-
ca –asevera Marx– es «a la par, la emancipación de la sociedad civil con
respecto a la política, su emancipación hasta de la misma apariencia de
un contenido general».27 De ahí que, al interior del proceso (re)configu-
rativo, el fenómeno jurídico-estatal se constituya como una esfera
netamente política que se presenta y se percibe como expresión del in-
terés general. La universalidad diluye a su modo «las diferencias de naci-
miento, de estado social, de cultura y de ocupación al declarar el nacimiento,

23
C. Marx: «Sobre la cuestión judía», La Sagrada Familia y otros escritos filosóficos de la primera época,
Wenceslao Roces (trad.), Grijalbo, México, 1960, pp. 19-20 (destacado en el original).
24
Ibíd., p. 22 (destacado en el original).
25
«La crítica del cielo se convierte con ello en la crítica de la tierra, la crítica de la religión en
la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de la política», C. Marx: «En torno
a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel: Introducción», ob. cit. (en n. 23), p. 4
(destacado en el original).
26
«El límite de la emancipación política se manifiesta inmediatamente en el hecho de que el
Estado pueda liberarse de un límite sin que el hombre pueda liberarse realmente de él, en que
el Estado pueda ser un Estado libre sin que el hombre sea un hombre libre», C. Marx: «Sobre
la cuestión judía», ob. cit. (en n. 23), p. 22 (destacado en el original).
27
Ibíd., p. 36 (destacado en el original).

228
el estado social, la cultura y la ocupación del hombre como diferencias
no políticas».28 Ante el Estado y la ley todos son iguales. De esta forma,
«la noción de individuo se había visto superada por la noción de ciuda-
dano».29
Albert Noguera Fernández, en referencia a este hecho, entiende que:
al constituir el Estado liberal burgués y establecer las formas uni-
versales y abstractas de la declaración de Derechos del Hombre y
el Ciudadano de 1789, y legislación posterior, que debe conside-
rarse como el patrón y el origen del derecho moderno, lo que hizo
la burguesía fue dotar a los derechos individuales de una identidad
externa escindida, «entificarlos» en una abstracción ideal –lo «pú-
blico» o el «Estado»– poseedora de los rasgos de legitimidad que
otorga la ley, y por tanto, de imperatividad, obligatoriedad y coacti-
vidad, que permitiera a estos «al volver a sí», aparecer, no como
sí mismos, sino como algo mediado por la universalidad, como algo
impuesto y derivado del interés general.30
En otras palabras, un proceso en donde se disemina el fetichismo
jurídico.
Sin embargo, las diferencias e intereses particulares de los individuos

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


inmersos en la sociedad civil, que en la esfera de lo jurídico-estatal pier-
den su significación política, no son anulados en modo alguno. La univer-
salidad del derecho, efectivamente, «deja que la propiedad privada, la
cultura y la ocupación actúen a su modo, es decir, como propiedad privada,
como cultura y como ocupación, y hagan valer su naturaleza especial. Muy
lejos de acabar con estas diferencias de hecho, el Estado sólo existe sobre
estas premisas, sólo se siente como Estado político y sólo hace valer su
generalidad en contraposición a estos elementos suyos».31 El derecho,

28
Ibíd., p. 23 (destacado en el original). En su crítica a Hegel, Marx concluía que a partir de la
Revolución Francesa «[se] hizo de las diferencias de clase de la sociedad civil, simples diferen-
cias sociales, diferencias de la vida privada sin importancia en la vida política», C. Marx: Ob.
cit. (en n. 8), p. 100.
29
N. Guzmán: Ob. cit. (en n. 22), p. 190.
30
A. Noguera Fernández: Derecho, economía y conciencia social. La dialéctica de lo cotidiano en la Cuba
actual, tesis para obtener el grado de Doctor en Ciencias Jurídicas, Facultad de Derecho,
Universidad de la Habana, 2006, p. 40.
31
C. Marx: Ob. cit. (en n. 23) p. 23 (destacado en el original). «Marx concibe la revolución
burguesa como la emancipación de los ciudadanos, pero no de los hombres: reconocidos ante
la ley como personas jurídicas libres e iguales, están, al mismo tiempo, puestos en las manos de

229
como posteriormente expusiera Adorno, «es el fenómeno arquetípico
de una racionalidad irracional. Él es el que hace del principio formal de
equivalencia la norma, camuflaje de la desigualdad de lo igual para que
no se vean las diferencias».32
En este orden de ideas, puede expresarse de manera simplificada
que al carácter universalista de lo jurídico-estatal le corresponde la frag-
mentación particularista de la sociedad, en la cual los individuos, consi-
derados «atomísticamente», pueden perseguir su interés particular. Por
otro lado, se entiende que si en el orden feudal la sociedad civil era el
medio por el cual se lograban los intereses del Estado, como conse-
cuencia de la (re)configuración liberal, el fenómeno jurídico-estatal se
instrumentaliza, transformando entonces a aquel [el Estado] en medio
para garantizar los intereses particulares de la sociedad civil.
La declaración formal de los derechos del individuo no tiene, desde
esta perspectiva, ninguna concreción en relaciones humanas desenaje-
nadas. Por el contrario, la emancipación política, traducida en la conse-
cución de libertades que aseguren la persecución irrestricta de intereses
particulares (libertad negativa), al perpetuar la fragmentación social,
profundiza tanto la enajenación del hombre, como su relación con los
otros hombres, pues «aquella libertad individual y esta aplicación suya
[…], [al constituir] el fundamento de la sociedad burguesa […] hace que
todo hombre encuentre en otros hombres no la realización, sino, por el
contrario, la limitación de su libertad».33

las relaciones, naturalmente surgidas, de una sociedad de cambio dejada en libertad», en Jürgen
Habermas: Teoría y praxis. Estudios de filosofía social, Editorial Tecnos, Madrid, 1987, p. 14. Por
su parte, Rodríguez Ibáñez enfatiza en que este «afán racionalizador, así pues, cuenta con un
inicial sentido progresivo que queda muy bien recogido en la máxima «todos iguales ante la
ley». Sin embargo, dicho afán poseía también un aspecto preocupante. En efecto, el énfasis
desparticularizador contenía ya en germen la tendencia a ser exagerado hasta el extremo de
pretender barrer toda diferencia individual o grupal propia de los múltiples ámbitos de la
sociedad con el objetivo de hacer primar la identidad estatal sobre cualquier fuente coexisten-
te de identidad», en José E. Rodríguez Ibáñez: La perspectiva sociológica. Historia, teoría y método,
Editorial Taurus, Madrid, 1992, p. 28.
32
Citado en Juan Carlos Velasco Arroyo: Para leer a Habermas, Alianza Editorial, Madrid, 2003,
p. 67.
33
Ibíd., p. 33 (destacado en el original). En un texto de 1844 [Manuscritos económicos y filosóficos
de 1844, escritos en París] donde analiza más a fondo las formas esenciales de la enajenación
de los hombres, Marx hace referencia a la enajenación hombre-hombre de la manera siguiente:
«Al enfrentarse el hombre a sí mismo, se enfrenta al otro hombre. Lo que decimos de la

230
Por consiguiente, la emancipación política no presupone la obtención de la
emancipación del hombre, puesto que en ella, se eleva a rango universal la enajena-
ción humana a través de lo jurídico-estatal; y a su vez, este último se perfila como
expresión acabada de la oposición entre la vida genérica del hombre, y su vida
material.34 La emancipación humana se lleva a cabo solo
cuando el hombre individual real recobra en sí al ciudadano abs-
tracto y se convierte, como hombre individual, en ser genérico, en
su trabajo individual y en sus relaciones individuales; sólo cuando
el hombre ha reconocido y organizado sus «forces propres» como
fuerzas sociales y cuando, por tanto, no desglosa ya de sí la fuerza
social bajo la forma de fuerza política.35
Debe destacarse la ruptura que implica esta crítica con aquellas inter-
pretaciones y concepciones liberales, desplegadas en el proceso de
(re)configuración, que fijaron en lo jurídico-estatal el principio y el espa-
cio exclusivo de realización de lo político, lo social y de la democracia. En
suma, se trata de una crítica al ideal típico de la ideología liberal, de entender
la emancipación política (obtención de derechos políticos de ciudadanía)
como el objetivo último de la emancipación humana.
Estas reflexiones sobre los elementos que condicionan la existencia
del Estado moderno y sus características en Marx, procuran un avance

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


teórico-metodológico importante a la hora de trazar tanto los nexos entre
el fenómeno jurídico-estatal y la sociedad, como al indagar por la esencia
de su racionalidad. En este sentido es preciso reseñar una sugeren-
cia esbozada por Marx, en consonancia con las ideas tratadas con ante-
rioridad, en un artículo de 1844. En él se induce a examinar lo
jurídico-estatal como un «resumen oficial de la sociedad». Marx argu-
menta que «el Estado y la organización de la sociedad, desde un punto
de vista político, no son dos cosas diferentes. El Estado es la organiza-
ción de la sociedad».36
relación entre el hombre y su trabajo, el producto de su trabajo y él mismo, vale también para
la relación entre el hombre y el otro hombre, así como con respecto a su trabajo y al objeto del
trabajo del otro. // En general, la tesis según la cual se le enajena al hombre de su ser genérico
significa que un hombre se enajena al otro y que cada uno de ellos se enajena al ser humano»,
C. Marx: «Manuscritos económicos y filosóficos de 1844», en C. Marx y F. Engels: Escritos
económicos varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, p. 68.
34
C. Marx: «Sobre la cuestión judía», ob. cit. (en n. 23), p. 23.
35
Ibíd., p. 38.
36
Citado en Hésper Eduardo Pérez Rivera: «El concepto de Estado en Marx. 1842-1847», Marx
Ahora, La Habana, 2001; 11: 150. Se hace referencia al artículo: «Glosas críticas marginales al
artículo: “El rey de Prusia y la reforma social por un prusiano”».

231
Sintetizando, lo que se quiere plantear es que en lugar de considerar lo
jurídico-estatal como una «fracción» autonomizada que flota por encima de la socie-
dad y la historia, como en la interpretación liberal, se comprenda que no son dos
sectores aislados porque ni lo jurídico-estatal puede ser plenamente descifrado sin
su articulación en la sociedad, ni esta puede ser explicada por sí misma. Por
tanto, cuando se dice que el fenómeno jurídico-estatal es expresión de
la enajenación política derivada de las antinomias constituyentes de la
sociedad capitalista, equivale a afirmar que, la esencia de la racionalidad de
este fenómeno y por tanto las causas objetivas de su apariencia suprasocial ante los
individuos, subyace al interior de las relaciones esenciales que caracterizan la socie-
dad específica en que existe.37
Por tales razones, y después de los corolarios alcanzados por Marx en
sus trabajos de 1843 y 1844, se hace imprescindible hacer un análisis
totalizador de la sociedad capitalista que dé cuenta de las formas esen-
ciales de enajenación a través del estudio detallado de la sociedad civil
burguesa. De ahí que se lea en su trajinado «Prólogo» de enero de 1857:
Mis investigaciones dieron este resultado: que las relaciones jurídi-
cas, así como las formas de estado, no pueden explicarse ni por sí
mismas, ni por la llamada evolución del espíritu humano; que se
originan más bien en las condiciones materiales de existencia que Hegel
[…] comprendía bajo el nombre de «sociedad civil»; pero que la
anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía po-
lítica.38

37
Esta propuesta metodológica es descrita por Marx de la manera siguiente: «En efecto es
mucho más fácil encontrar, mediante el análisis, el núcleo terrenal de las imágenes nebulosas
[…] que proceder al revés, partiendo de las condiciones de la vida real en cada época para
remontarse a sus formas divinizadas. Este último método es el único que puede considerarse
como el método materialista», citado en Franz Hinkelammert: Ensayos, Editorial Caminos, La
Habana, 1999, pp. 15-16.
38
C. Marx: «Prólogo», Contribución a la crítica de la economía política, Editora Política, La Habana,
1966, pp. 11-12 (el destacado es nuestro). Con el ánimo de salirle al paso a consideraciones
reduccionistas con respecto a las ideas expuestas por Marx en esta cita, se sugiere ver las
aclaraciones desarrolladas por Rafael Hernández en su artículo «La sociedad civil y sus alrede-
dores», en Julio Fernández Bulté y Lissette Pérez Hernández (comp.): Selección de lecturas de
teoría del Estado y el Derecho, Editorial Félix Varela, La Habana, 2000, pp. 13-24.

232
4. El fenómeno jurídico-estatal entendido como relación social

La razón ha existido siempre,


sólo que no siempre de forma racional.
CARLOS MARX39
El capitalismo es un caballero que no desea
que se lo llame por su nombre.
BERTOLT BRECHT40

Como se ha reiterado en repetidas ocasiones a lo largo de este texto,


Marx no solo se restringió a enfrentar la visión liberal de interpretar lo
jurídico-estatal como una entidad extrínseca y suprasocial, sino que ex-
plicó además, que esta visión tiene su causa objetiva en la propia abs-
tracción ideal de lo jurídico-estatal. En esta forma de mirar, Marx
encuentra una racionalidad y se pregunta por su esencia.41 En conse-
cuencia, plantearse el problema de los fundamentos de la apariencia
suprasocial de lo jurídico-estatal, implica formular el problema de ma-
nera concreta, es decir, debe indagarse por la esencia del fenómeno jurídico-
estatal en su especificidad, como parte en interacción e interrelacionada, dentro de

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


la densa red de relaciones sociales que definen la sociedad capitalista. Pero su
especificidad, interacción e interrelación no puede captarse adecuada-
mente si es considerado como una cosa en sí misma; es preciso comprender
al fenómeno jurídico-estatal como dicción y condensación de procesos sociales, como
una relación social. En resumen, lo que se está diciendo es que la sociedad
no es la compilación de partes aisladas organizadas arbitrariamente; que para
aprehender plenamente el fenómeno jurídico-estatal (en este caso, la parte) debe
entenderse la sociedad específica en la que está inserto, es decir, la esencia del todo.
A los efectos de redondear esta idea, debido a la importancia que
adquiere por ser una de las premisas centrales de la metodología marxis-
ta42 que permite profundizar los análisis sobre el fenómeno en cuestión,
es aclaratoria la crítica formulada por Georg Lukács a esa tendencia del
39
Carta de Carlos Marx a Arnold Ruge, Colonia, mayo de 1843, citado por Hésper E. Pérez
Rivera: Ob. cit. (en n. 36), p. 146.
40
Citado en A. Boron: «Poder, “contrapoder” y “antipoder”. Notas sobre el pensamiento crítico
contemporáneo», Temas, La Habana, 2003; 33-34: 51, abr.-sept.
41
J. L. Acanda: Ob. cit. (en n. 16), p. 210.
42
«Lo concreto es lo concreto porque es la síntesis de muchas determinaciones, es decir, la
unidad de lo diverso». C. Marx: Ob. cit. (en n. 38), p. 258.

233
pensamiento liberal hacia la fragmentación y reificación de las relacio-
nes sociales, al decir que:
La categoría de la totalidad no suprime, pues […], sus momentos
constitutivos como sumergiéndolos en una unidad indiferenciada,
en una identidad; la forma de aparición de su independencia, de su
autonomía […] [que poseen en el sistema capitalista] sólo se revela
como pura apariencia en la medida en que llegan a establecer una
relación dialéctica y dinámica, dejándose captar como momentos dialécticos
y dinámicos de un todo, que a su vez es dialéctico y dinámico.43
La impericia y el vacío conceptual de las visiones dicotómicas –dice
Marx– «consisten en no relacionar sino fortuitamente unos a otros, en
no enlazarlos más que reflexivamente, elementos que se hallan unidos
orgánicamente».44
Ahora bien, llegar a comprender lo jurídico-estatal como una relación
social, implica situarlo como un momento en la integridad del sistema
de producción y reproducción de relaciones sociales que define la so-
ciedad en donde se sitúa. Debe establecerse, en síntesis, la interrelación
entre el modo de producción y apropiación (interrelación dialéctica en-
tre los momentos objetivos y subjetivos) de la realidad tal y como se da
en la sociedad capitalista, en la cual, lo jurídico-estatal, deviene mo-
mento de ese proceso.
En primera instancia, el concepto «producción» no se reduce, tomando
en una acepción integral marxiana, únicamente a la esfera de lo econó-
mico, como la producción de un objeto o bien material determinado,
sino que atañe a un marco referencial mucho más amplio y complejo.45
En este sentido, incluye a su vez, tanto la producción de un sistema de
relaciones sociales, como la producción de los mismos sujetos (auto-
producción). Producción dice del «proceso de objetivación del hombre,
43
Georg Lukács: Ob. cit. (en n. 14), p. 47 (el destacado es nuestro).
44
C. Marx: Ob. cit. (en n. 38), p. 241 (el destacado es nuestro).
45
Al respecto, István Mészárov arguye que: «Marx es acusado a menudo de caer en un
“determinismo económico”. […] [Sin embargo] En la concepción dialéctica de Marx el con-
cepto clave es la “actividad productiva humana” que nunca quiere decir simplemente “pro-
ducción económica”. Desde el principio es algo, más complejo, es una pieza clave para
comprender la especificidad de la interrelación, así como las múltiples mediaciones, entre el
modo de objetivación y las formas de producción de la subjetividad, en los más variados
campos de la actividad humana», La teoría de la enajenación en Marx, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 2005, pp. 117-118 (destacado en el original).

234
que crea los objetos de su realidad y en ellos expresa su subjetividad»,46
de forma tal que el concepto «producción», como proceso, trasciende lo
económico pues moldea o define al sujeto en sí. Lo que diferencia al
capitalismo de los modos de producción preexistentes es que en este
proceso, los objetos producidos (mercancías) adquieren una significa-
ción ajena al productor, es decir, su determinación es independiente del
sujeto y contrapuesto a este. Es una producción enajenada (algo que se
vuelve ajeno) que deriva, por lo mismo, en una autoproducción del hom-
bre, enajenada.
Una clave importante que brinda Marx, en cuanto a su interpretación
de los fenómenos sociales, es que la producción es al mismo tiempo,
apropiación: «Toda producción es apropiación de la naturaleza por el
individuo, en el interior y por medio de una determinada forma de so-
ciedad».47
La apropiación, como momento esencial de la producción, hace re-
ferencia a ese proceso en el que los hombres, al transformar y producir
su entorno, se producen a sí mismos y producen su subjetividad, o como
lo describe el propio Marx, «al producir sus propios medios de vida, el
hombre produce indirectamente su propia vida material»48 (producción
de la subjetividad). A través de su actividad práctica el hombre produce

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


su realidad y al producirla se apropia de ella (realidad objetiva). Pero el
modo en que se apropia de la realidad (traduciéndola en elementos de
su subjetividad), está directamente condicionado al modo en que la pro-
duce:
El modo como los hombres producen sus medios de vida depende,
ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se
encuentran y que se trata de reproducir. Este modo de producción
no debe considerarse solamente en cuanto es la reproducción de la
existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determina-
do modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los
mismos. Tal y como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo
que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con
lo que producen como con el modo cómo lo producen. Lo que los
46
J. L. Acanda: «La confluencia que se frustró: psicoanálisis y bolchevismo», Temas, La Habana,
1998; 14: 117, abr.-jun.
47
C. Marx, : Ob. cit. (en n. 38), p. 241.
48
C. Marx, F. Engels: La ideología alemana, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1982, p. 19.

235
individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales
de su producción.49
Por ende se entiende que, por un lado, «todo modo social de produc-
ción de la realidad es, a la vez, un modo social de apropiación de esa
realidad (y por lo tanto de autoproducción del hombre)»,50 y por otra
parte, si la especificidad del modo de producción capitalista es la de ser
una producción enajenada, le corresponde por ende, un modo de apro-
piación enajenado de la realidad (autoproducción enajenada de los su-
jetos).51 Para profundizar en la esencia de este proceso, Marx empleó el
concepto de fetichismo.
Como comenta Hinkelammert, el objeto de la teoría crítica del feti-
chismo es la «visibilidad de lo invisible»,52 es decir, el tratamiento teóri-
co del proceso histórico de la cosificación de las relaciones sociales y de
la personificación de los objetos que se derivan de la «actividad produc-
tiva humana».
En este orden de ideas, lo que singulariza al capitalismo frente a otros
modos de producción, es precisamente la producción de mercancías. La
mercancía por su parte es un objeto peculiar, pues no es un objeto crea-
do con el fin último de satisfacer necesidades. Como se explicó en otro
momento de esta investigación, en la producción capitalista las necesi-
dades se convierten en un motivo central de acción; su finalidad no es
la satisfacción de necesidades, sino por el contrario, su expansión ilimi-
tada. Marx explicó que la ley económica fundamental de la producción
capitalista es la obtención de plusvalía, es decir, la obtención de una
masa de ganancia creciente. Para ello, la producción debe lograr un con-
sumo ampliado, lo que implica a su vez, transfigurar a los individuos en

49
Ibíd., p. 19 (destacado en el original).
50
J. L. Acanda: Ob. cit. (en n. 46), p. 117.
51
Heinz Holz explica que esta comprensión materialista de la historia, basada en el modo de
producción como factor determinante de todo el «modo de vida», está dirigida «a la destruc-
ción de la apariencia de la autonomía de la conciencia, sus contenidos y sus formas». Ello
puede interpretarse como una ruptura del fundamento teórico del individuo abstracto liberal.
H. Heinz Holz: Ob. cit. (en n. 9), pp. 47-54. En cuanto a esto, Marx precisaba cómo esta
actividad enajenada signaba las relaciones entre los individuos y los objetos de su producción:
«La propiedad privada nos ha vuelto tan estúpidos y unilaterales que sólo consideramos que
un objeto es nuestro cuando lo tenemos […] en una palabra cuando lo usamos», en C. Marx:
Ob. cit. (en n. 34), p. 85.
52
F. Hinkelammert: Ob. cit. (en n. 37), pp. 11-86.

236
consumidores ampliados. En otras palabras, la mercancía crea en los
individuos, ante todo, la necesidad de adquisición y consumo.53 Por esto,
Marx señalaba que en el capitalismo la relación entre producción y con-
sumo, entre los objetos a consumir y los individuos, adquiere una nueva
significación, además de implicar una transformación sustancial en las
formas de producción de la subjetividad, en comparación con modos
de producción preexistentes: «la producción es mediadora del consu-
mo, cuyos materiales crea y sin los cuales no tendría objeto. Pero el
consumo es también inmediatamente producción en cuanto procura a
los productos el sujeto para el cual son productos».54 En un apartado pos-
terior agrega que:
La producción no produce, pues, únicamente el objeto del consu-
mo, sino también el modo de consumo, o sea que produce objetiva
y subjetivamente. La producción crea, pues, los consumidores. […] La
producción no solamente provee materiales a la necesidad; provee
también una necesidad a los materiales […]. De modo que la pro-
ducción no solamente produce un objeto para el sujeto, sino tam-
bién un sujeto para el objeto.55
Se comprenderá entonces, que en la mercancía se reifica y expresa

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


todo el sistema de relaciones de los individuos con los objetos y de los
individuos entre sí. En una sociedad trazada por la producción de mer-
cancías como carácter determinante, la fetichización comporta, por
ende, una doble disociación de las relaciones sociales. Por un lado, las
relaciones interhumanas acaban por convertirse en vínculos entre co-
sas, puesto que aquellas acaban por desempeñar un rol de elementos de
enlace y a la vez, los objetos culminan por adquirir, en la conciencia y en
la realidad, la apariencia de tener un valor por sí mismos, como una pro-
piedad inherente a las cosas mismas y no como la culminación de una
relación social específica. En consecuencia, Marx denomina, en gene-
ral, fetichismo «a la atribución del carácter de cosa a aquello que es en

53
Por tanto, «esto quiere decir que las necesidades humanas sólo se pueden satisfacer en la
medida en que contribuyen a la acumulación de riqueza», I. Mészárov: Ob. cit. (en n. 45),
p. 156.
54
C. Marx: Contribución a la crítica de la economía política, ob. cit. (en n. 38), pp. 245-246 (el
destacado es nuestro).
55
Ibíd., p. 247 (el destacado es nuestro).

237
realidad una relación»56 («visibilidad de lo invisible»), de lo que se deduce
que, el fetichismo es un proceso de ocultamiento del carácter de las relaciones socia-
les y así mismo, es el resultado del carácter enajenado y enajenante de la
producción en el sistema capitalista.57
La fetichización de la realidad atraviesa hasta el último pliegue ínti-
mo de la subjetividad y por tanto, todo aquello que es expresión y con-
densación de relaciones sociales –como lo jurídico-estatal– es proclive
a presentarse como un jeroglífico intrincado, a manifestarse como lo
que no es. Pero lo que no es, hace parte esencial de lo que es.58
Asumir entonces, lo jurídico-estatal como una relación social, como
una forma social imbricada en el sistema capitalista de producción de
relaciones sociales, implica emprender una labor de «descodificación»-
«descosificación». Por una parte, al comprender que lo jurídico-estatal
es una forma fetichizada del sistema de relaciones capitalista, se hace
necesario romper con la apariencia (que es una cosa en sí, aislada y autó-
noma del plexo social) para poder buscar la interrelación y la esencia de
este fenómeno con la totalidad y, por otro lado, partir de que esta apa-
riencia no es mera casualidad, sino por el contrario, es el resultado obje-
tivo de las estructuras capitalistas. De ahí que la teoría crítica del fetichismo
junto con la visión sistémico-relacional que asume el carácter unitario y contradicto-
rio de la realidad, enarboladas por Marx a lo largo de su trayecto teórico, se perfilen
como herramientas indispensables para trascender aquellas interpretaciones
reduccionistas, instrumentalizantes, cosificadas y monocausalistas59 de lo jurídico-

56
Néstor Kohan: Marx en su (Tercer) Mundo. Hacia un socialismo no colonizado, Centro de Investiga-
ción y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2003, p. 136 (el destacado
es nuestro).
57
Lukács precisa que «Solamente en esta perspectiva [la concepción dialéctica de la totalidad] las
formas fetichistas de objetividad, engendradas necesariamente por la producción capitalista,
se disuelven en una apariencia que se comprende como apariencia necesaria, pero que no por
eso deja de ser una apariencia. Las relaciones reflexivas de estas formas fetichistas, sus «leyes»,
surgidas también necesariamente de la sociedad capitalista, pero que disimulan las relaciones
reales entre los objetos, aparecen como las representaciones necesarias que imaginan los
agentes de la producción capitalista. Estas representaciones son objeto de conocimiento, pero
el objeto conocido por sus formas fetichistas no es el orden de producción capitalista en sí
mismo, sino la ideología de la clase dominante», G. Lukács: Ob. cit. (en n. 14), p. 48.
58
F. Hinkelammert: Ob. cit. (en n. 37), p. 70.
59
Debe recordarse que «No es la preponderancia de los motivos económicos en la explicación de
la historia lo que distingue de manera decisiva al marxismo de la ciencia burguesa; es el punto
de vista de la totalidad», es decir, la capacidad de la teoría de reproducir en la abstracción del
pensamiento al conjunto complejo y siempre cambiante de determinaciones que producen la
vida social, en G. Lukács: Ob. cit. (en n. 14), p. 59 (el destacado es nuestro).

238
estatal presentes en la perspectiva liberal, así como también, en el llamado marxis-
mo vulgar.
El enfoque marxiano, en su conjunto, permite sortear las visiones
dicotómicas que separan lo «público» de lo «privado», lo «político» de lo
«económico», lo «jurídico-estatal» de la «sociedad», y que en vez de asu-
mirlos como zonas de demarcación intransitables, se piensen más bien, en su
concatenación, como zonas de confluencia y/o articulación entre lo jurídico-estatal y los
demás espacios sociales. Por esto, la categoría de la totalidad se hace necesa-
ria en estos análisis; como insiste Poulantzas, un modo de producción
no es el producto de la combinación entre diversas instancias que no
obstante poseen, cada una de ellas, una estructura intangible, previa
al establecimiento de la relación entre ellas. Es el modo de produc-
ción –unidad de conjunto de determinaciones económicas, políti-
cas, ideológicas– quien asigna a estos espacios sus fronteras, delimita
su campo, define sus respectivos elementos: el establecimiento de su
relación y su articulación es lo que los constituye, en primer lugar.60
Una última idea que debe ser destacada con respecto a concebir, en
particular, lo jurídico-estatal y, en general, al modo de producción capi-
talista como constituidos por relaciones sociales, es precisamente que

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


en ello está presente el interés de Marx por demostrar su historicidad
específica, en otras palabras, la provisoriedad de lo existente; una arista
que le otorga a la dialéctica marxiana su profundo contenido crítico. En
este sentido, Néstor Kohan explica que para demostrar la historicidad
del sistema de relaciones capitalistas, Marx
a su vez tiene que demostrar que los cimientos sobre los que se
apoya (el dinero, el capital, el valor, [lo jurídico-estatal], etcétera)
no son cosas sino relaciones. […] Si las principales categorías que
expresan las articulaciones fundamentales del modo de produc-
ción capitalista fueran cosas, con sus respectivos atributos, estas
serían lógicamente comunes a muchas épocas históricas y, por tan-
to, se perdería lo que tiene de específico este modo de produc-
ción.61
60
N. Poulantzas: Estado, poder y socialismo, Siglo XXI, México, 1979, p. 13 (el destacado es
nuestro).
61
N. Kohan: Ob. cit. (en n. 56), pp. 135-136. Estas apreciaciones Marx las sintetiza en un
ejemplo sobre la esclavitud, al decir que: «un negro es un negro. Sólo en determinadas condi-
ciones se convierte en esclavo», en C. Marx: «Trabajo asalariado y capital», Obras escogidas, ob.
cit. ( en n. 15), t. I, p. 75.

239
Al demostrar que los cimientos y los pilares del capitalismo no son
cosas sino relaciones sociales, la síntesis marxiana de la provisoriedad
se extiende al conjunto de la vida social. «Porque si son relaciones, las
relaciones cambian y se modifican en el transcurso histórico y, por tanto, son
potencialmente modificables, perdiendo de esta manera su pretendida
magia y eternidad».62

5. El carácter clasista: lo jurídico-estatal no es «usado»... «es»

La argumentación desplegada hasta aquí procura puntos cardinales des-


de los cuales poder abordar, de manera más fructífera, el tema del ca-
rácter clasista de lo jurídico-estatal, como una de las claves centrales de
la perspectiva marxiana que constituyen, a su vez, una ruptura con la
perspectiva liberal.
En consecuencia, si se parte de que lo jurídico-estatal, dada su apa-
riencia reificada y de externalidad, es una forma fetichizada de las rela-
ciones sociales capitalistas que oculta su especificidad, interacción e
interrelación dentro del entramado social, hablar de su carácter clasista
no es posible desde una perspectiva instrumentalista y dicotómica, en la
cual sea considerado como una «cosa» que se detenta o está en ma-
nos de la clase dominante, y por tanto de lo que se trata, sencillamente,
es de arrebatárselo para llevar a cabo proyectos emancipatorios de un
sujeto histórico, que por lo demás, se limitaría a esta acción.
Afirmar el carácter clasista de lo jurídico-estatal es aseverar que este
se encuentra articulado con el proceso de producción-reproducción ca-
pitalista o, como apunta Atilio Boron: «significa que existen indicadores
observables que muestran, de manera inequívoca y concreta, las for-
mas en las cuales se halla orgánicamente ligado a la reproducción de
intereses capitalistas».63 De forma tal que, en principio, debe establecer-
se una diferenciación entre considerar que «lo jurídico-estatal es capita-
lista» y aquellas otras consideraciones, que deliberan que es algo
«tomado-por-los capitalistas». En esta última representación, la consig-
na en la que Marx apuntaba a la necesidad de destruir esta instancia

62
N. Kohan: Ob. cit. (en n. 56), p. 136 (destacado en el original).
63
A. Boron: Estado, capitalismo y democracia en América Latina, CLACSO, Buenos Aires, 2003,
p. 277.

240
para dar paso a otro tipo de organización de la sociedad,64 fue interpre-
tada por el marxismo positivista e instrumentalizante como un llamado
a remover los representantes políticos de la estructura jurídico-estatal,
dejando intacta su naturaleza y lógica de funcionamiento. En palabras
simples, quitar a la burguesía y en su reemplazo implantar al proletariado.
Tratar, por tanto, la naturaleza clasista de lo jurídico-estatal requiere,
por una parte, entender que este no es un instrumento externo sino
que es una parte orgánicamente constitutiva del orden capitalista y como
tal es a través de su estructura interna, en su funcionamiento y en el
conjunto de reglas y relaciones sociales que este sostiene, como son por
ejemplo: las relaciones contractuales interindividuales, la democracia
representativa, el carácter de mercancía de la fuerza laboral, entre otras,
y sobre las cuales se asienta el dominio de clase. De ahí que Miliband
destaque que la preservación de los intereses capitalistas está en la pro-
pia lógica estructural del sistema.65 Desde esta lectura es posible com-
prender que la naturaleza clasista de lo jurídico-estatal no radica ni en
el origen social de los individuos, ni en el componente sociológico de
la cartera gobernante y los círculos dirigentes o en cualquier otro rasgo
de este tipo; es la funcionalidad objetiva, en términos de Poulantzas, lo
que le otorga su carácter de clase más allá de quienes ocupen los cargos

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


administrativos, políticos o judiciales.66 Es evidente, como dice Raymond
Aron, que «en un régimen fundamentado en los medios de producción,
las medidas tomadas por los legisladores y ministros no estarán funda-
mentalmente en contra de los intereses de los propietarios».67
Claus Offe y Volker Ronge proponen cuatro elementos principales
por medio de los cuales es posible examinar la articulación concreta de

64
C. Marx: «Crítica al Programa de Gotha», Obras escogidas, ob. cit. (en n. 15), t. II, pp. 5-23. Ya
en el Manifiesto Comunista [1848] hacía énfasis en esto, cuando aseveraba que: «Todas las clases
que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida
sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no
pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apro-
piación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días», en C.
Marx: El Manifiesto Comunista, Editora Política, La Habana, 1966, p. 70.
65
R. Miliband: Ob. cit. (en n. 1), pp. 50-67.
66
Ver N. Poulantzas: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, ob. cit. (en n. 4); remitirse
especialmente a la cuarta parte, pp. 387-402. Argumentos análogos pueden leerse en trabajos
como los de J. Fernández Bulté: Teoría del Estado y del derecho, 2 t., Editorial Félix Varela, La
Habana, 2002, t. I, pp. 19-21; t. II, 9-22.
67
Citado en: R. Miliband: Ob. cit. (en n. 1), p. 76.

241
lo jurídico-estatal con la reproducción capitalista. De acuerdo a lo di-
cho por estos autores, el sesgo clasista se evidencia en que:
a) la producción no puede ser organizada siguiendo directivas políti-
cas sino a partir de las iniciativas de los ciudadanos privados; b) el
poder político depende indirectamente de la acumulación privada,
vía tributación y mercado de capitales; c) el interés institucional
del estado, incapaz de controlar a la producción y el flujo de recur-
sos necesarios para movilizar y financiar sus complejos aparatos
estatales, lo conduce a favorecer y promover la acumulación capi-
talista; d) en los regímenes políticos democráticos los procedimientos
electorales disimulan el hecho de que […] dependen del proceso
de acumulación.68

En esta caracterización se pone de manifiesto lo esbozado en acápites


anteriores en cuanto al contraste entre la esencia objetiva de lo jurídico-
estatal y la representación discursiva que el liberalismo tiene del mismo.
Por un lado, su forma institucional está trazada por las reglas de la de-
mocracia representativa, y por otro, su contenido material está fijado
por el proceso de acumulación de capital.
De aquí se desprenden dos puntos importantes para el análisis del
tema intrínsecamente vinculados: uno en torno a la conceptualización
de la clase dominante y otro referido a lo jurídico-estatal como factor de
cohesión de la misma.
En cuanto al primer punto, debe decirse que la clase dominante –y
esto también es válido para el proletariado– no es el resultado de una
reunión contingente de individuos, un actor político consciente, cohe-
sionado y organizado, sino por el contrario, las clases son heterogéneas
y fragmentadas.69 En cuanto a esto, Marx da una indicación fundamen-
tal en La ideología alemana cuando decía que los capitalistas «sólo for-
man una clase cuando se ven obligados a sostener una lucha común

68
Véase: A. Boron: Ob. cit. (en n. 63), pp. 277-278.
69
Una de las falencias principales, en cuanto a la teoría de los sujetos sociales y las clases sociales,
es precisamente «buscar analogías con un análisis del sujeto individual que ya está superado
[principalmente por los análisis freudianos]», atribuyéndole a la clase social, «atributos de
unicidad, racionalidad, voluntad y libertad para transformar la sociedad intencionalmente»,
en Héctor León Moncayo: «Las clases sociales: fenomenología e historicidad», en Jaime Caicedo
Turriago y Jairo Estrada Álvarez (comp.): Marx vive I: Siglo y medio del Manifiesto Comunista.

242
contra otra clase, pues de otro modo ellos mismos se enfrentan unos
con otros, hostilmente, en el plano de la competencia».70 Bajo esta óptica,
el capital, al constituirse en unidades individuales, no podría instituirse
como un proyecto de dominación por el hecho de hallarse constreñido
en la competencia. Sin embargo, le es necesario para asegurar una esta-
bilidad social y la continuidad de lo que se presenta como el interés
«colectivo» y a largo plazo de la clase capitalista: la acumulación de
capital.71
De ahí que resulte esencial –y aquí radica el segundo punto en cues-
tión– el referente de lo jurídico-estatal, en donde sus intereses particu-
lares asumen la forma de interés general a través de las nociones de
«representación» y «ciudadano» (universalidad del Estado y el derecho
moderno) que diluyen, por un lado, la dominación clasista, en cuyo reem-
plazo aparece la representación de los intereses sociales en el seno de
lo jurídico-estatal, y por otro, organizando la dominación y cohesionando
intereses dispersos y contradictorios de esta. Marx aseveraba, en cuanto
a esto, que
el Estado es la forma bajo la que los individuos de una clase domi-
nante hacen valer sus intereses comunes [que giran en torno a la

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


acumulación de capital] y en la que se condensa toda la sociedad
civil […] se sigue de aquí que todas las instituciones comunes tie-
nen como mediador al Estado y adquieren a través de él una forma
política. De ahí que la ilusión de que la ley se basa en la voluntad y,
además, en la voluntad desgajada de su base real, en voluntad libre.
Y, del mismo modo, se reduce el derecho, a su vez, a ley.72
La perspectiva estructuralista del «primer» Poulantzas, condensa
de algún modo lo dicho hasta aquí, puesto que parte de observar las
funciones que cumple en la preservación de las relaciones sociales
¿Superación, vigencia o reactualización?, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1999,
pp. 244, 249. Para ampliar este punto consúltese también: Leopoldo Múnera Ruiz: «Actores
y clases sociales», en Jaime Caicedo Turriago y Jairo Estrada Álvarez (comp.): Ob. cit. (arriba),
pp. 259-266.
70
C. Marx: Ob. cit. (en n. 48), p. 58.
71
«El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad
conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en última instancia, sólo por la actividad conjunta
de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza
social», C. Marx: El Manifiesto Comunista, ob. cit. (en n. 64), pp. 78-79.
72
C. Marx: Ob. cit. (en n. 48) p. 69 (destacado en el original).

243
en las que se apoya el sistema capitalista, concluyendo que: lo jurídi-
co-estatal,
con dirección hegemónica de clase, no representa directamente los
intereses económicos de las clases dominantes, sino sus intereses
políticos: es el centro de poder político de las clases dominantes al
ser el factor de su lucha política. […] En ese sentido, […] lleva
inscrito en sus estructuras mismas un juego que permite, en los
límites del sistema, cierta garantía de intereses económicos de cier-
tas clases dominadas. Esto forma parte de su función, en la medi-
da en que esa garantía está conforme con el predominio hegemónico
de las clases dominantes, en relación con ese Estado, como repre-
sentativas de un interés general del pueblo.73
Plantear lo jurídico-estatal como un agente cohesionador del sustrato
heterogéneo de la clase dominante, como «el lugar de organización es-
tratégico de la clase dominante en su relación con las clases domina-
das»,74 es un punto de partida importante pero siempre y cuando se tenga
en cuenta que, en tanto lo jurídico-estatal es una forma social imbricada
orgánicamente al sistema de relaciones sociales capitalistas, no es una
instancia que está exenta de contradicciones, dado el antagonismo y la
conflictividad que estas relaciones engendran. La morfología de lo jurí-
dico-estatal, lo que hace y cómo lo hace, está signado por la correlación
de fuerzas sociales, por ese antagonismo básico que se encumbra como
motor de la historia,75 y es expresión del conflicto de clases, algo que no
se puede perder de vista. De ahí los análisis hechos por Marx acerca de
la autonomía relativa de lo jurídico-estatal con respecto a los intereses
de la clase dominante plasmados en el concepto de bonapartidismo, así
como también aquellas otras reflexiones, en las que se planteaba la po-
sibilidad de utilizar el Estado y el derecho capitalistas en provecho de
intereses de las clases dominadas.76
Si se define el clasismo de lo jurídico-estatal, a partir de considerarlo
como una estructura objetiva enfocada a reproducir los intereses del

73
N. Poulantzas: Ob. cit. (en n. 4), p. 241.
74
N. Poulantzas: Ob. cit. (en n. 60), p. 178.
75
Ver: C. Marx: El Manifiesto Comunista, ob. cit. (en n. 64).
76
Véase: C. Marx: «Las luchas de clases en Francia, 1848 a 1850», en C. Marx y F. Engels: Obras
escogidas, ob. cit. (en n. 15), t. I, pp. 103-211 y «El 18 Brumario de Luis Bonaparte», ibíd., t. I,

244
sistema capitalista como tal, se puede incurrir en el error de entender
que todas las intervenciones de lo jurídico-estatal, en la vida social,
están enfocadas a la reproducción incesante de la dominación y, así
mismo, se clausuran las posibilidades de plantear alternativas que la
enfrenten. Por otra parte, si se asume este exabrupto como totalmente
cierto, no se puede entender por qué en lo jurídico-estatal se expresan y
cristalizan «instituciones» que incluyen intereses de las clases subalter-
nas, producto de las relaciones de fuerza en ese escenario policéntrico
que constituye el entramado social.77 Esto es particularmente visible en
los análisis de Poulantzas, donde la «autonomía relativa» de lo jurídico-
estatal es el medio por el cual se adapta a los intereses de la clase domi-
nante y por ende, absorbe y distorsiona las fuerzas progresistas de sus
antagonistas.78
En síntesis, la naturaleza clasista de lo jurídico-estatal se asienta en
aquellos mecanismos estructurales que posibilitan la articulación y con-
fluencia, mediante una «autonomía» siempre relativa, de los intereses
de la clase dominante (acumulación de capital) con los intereses «gene-
rales» emanados de la sociedad en su conjunto, reproduciendo las rela-
ciones sociales en las que se fija la dominación,79 pero sobre la base de
que la morfología clasista de lo jurídico-estatal está cruzada transver-

YURI MORENO / La perspectiva relacional marxiana y el fenómeno jurídico-estatal


salmente por los antagonismos sociales y el carácter de las clases socia-
les, propagados por el modo de producción capitalista y su materialidad
depende de ello. En consecuencia, no se trata de que lo jurídico-estatal
sea «algo usado» por la clase dominante, sino que «es» capitalista y está
orgánicamente vinculado al orden capitalista, algo totalmente distinto y
que comporta toda una serie de implicaciones en los análisis que del
fenómeno jurídico-estatal se hagan.

pp. 226-309. Reflexiones que son pertinentes, más aún, si se tiene en cuenta la acción y el
intento exitoso de múltiples movimientos emancipatorios que, desde finales del siglo XIX y a
lo largo del siglo XX, lograron expandir la noción reducida y excluyente de democracia, con lo
que limitaron las irracionalidades del sistema y propiciaron también reductos desde los cuales
poder constituirse como sujetos sociales.
77
L. Múnera Ruiz: Ob. cit. (en n. 69), pp. 265-266.
78
Ver: N. Poulantzas: Ob. cit. (en n. 4), pp. 241-327.
79
Por esto el tema de la «conciencia» y la organización de la clase dominante queda relegado a un
segundo plano.

245
RUTH No. 2/2008, pp. 246-278

La linterna

La fuente húngara [1976] nos remite a las meditaciones de Cornelius Castoriadis en


torno a la naturaleza de la creación histórica. Desde una original comprensión de
la política analiza la capacidad de los seres humanos para inventarse nuevas for-
mas institucionales emergidas del momento revolucionario, como en la Hungría
de 1956. La política no como tecnología derivada de una visión teórica que
previamente determinara el contenido de la praxis, sino como momento
fundacional de la autoinstitución de la sociedad, lo que supone trascender la arrai-
gada idea del socialismo como etapa necesaria de la historia. Como militante,
Castoriadis recorre el itinerario de la estructura partidaria comunista, la oposición
trotskista hasta la fundación de un grupo como Socialismo o Barbarie. Toda esta
experiencia política le permite sustentar una crítica desmitificadora del marxismo
y su imaginario político.
Es este un texto que también nos remite por un lado a la reflexión sobre qué
hacer con la experiencia revolucionaria y por otro a la problematización de la
memoria política, de la memoria de las luchas; el riesgo que supone volver a las
herencias en busca de articular un imaginario revolucionario, fundado en referen-
cias compartidas, para otorgar nuevos sentidos a una emancipación habitada: «Se
trata de destruir la idea del sistema todopoderoso y omnisciente, y la pertinaz
ilusión de que quienes gobiernan “saben” y son “capaces”, desde el momento en
que queda diariamente demostrada su imbecilidad orgánica, lo que vengo lla-
mando desde hace tiempo su imbecilidad funcional…».

246
CORNELIUS CASTORIADIS*

La fuente húngara**

«En lo venidero, todas las preguntas de peso se resumirán en esta: ¿Está


usted a favor o en contra de la acción y el programa de los obreros
húngaros?».1
Me disculpo por citarme a mí mismo, pero 20 años después aún me
atengo a estas pocas líneas y con mayor firmeza y virulencia, quizás, que
en el tiempo en que las escribí. No es lo que ocurrió, o más bien lo
que no ocurrió, en la «esfera de las ideas» desde entonces, no es el silen-
cio que rodea a la Revolución Húngara de 1956 en casi toda la literatura
de la «izquierda» y de la «nueva izquierda» lo que pudiera modificar mi
actitud. En realidad este silencio es el siniestro indicio de la calidad de
dicha literatura y de las motivaciones subyacentes de quienes se creen
«revolucionarios». No resulta demasiado exagerado afirmar que este si-
lencio es una de las manifestaciones de las ideas reaccionarias en el
mundo contemporáneo. Significa que la burocracia estalinista sigue,
aunque de forma menos diaria, decidiendo a propósito de qué temas de
discusión son los autorizados y cuáles los prohibidos. Hoy día, las ideas
reaccionarias pertinentes son las de la burocracia y no las de Ronald
Reagan. En cualquier caso, plantea pocas dudas el hecho de que Reagan
y Brejnev se pondrían fácilmente de acuerdo sobre la cuestión húngara.
Es evidente que no podríamos evaluar en toda su extensión desde
este único criterio la influencia húngara. Frente a la represión ideológica
del recuerdo de los acontecimientos de 1956 (conviene en este caso
CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

* (Estambul, 1922-París, 1997) Fundador del grupo Socialismo o Barbarie, que reunió a otros
pensadores como Claude Lefort, Henri Lefebvre, Guy Debord o Jean-François Lyotard.
** Este ensayo fue tomado de Cornelius Castoriadis: La exigencia revolucionaria. Reflexiones sobre
filosofía política, Acuarela Libros, Madrid, 2000.
1
«La revolución proletaria contra la burocracia», Socialismo o Barbarie, 1956; 20: diciembre,
reproducido en La Sacíeté Bureaucratique, Paris, 1973; 2 (10/18): 277-278. El presente texto
supone al lector una cierta familiaridad con los hechos principales acaecidos en Hungría en
1956 y, en particular, la composición, las actividades y las reivindicaciones de los consejos
obreros. Los números 20 y 21 (marzo, 1957) de Socialismo o Barbarie están esencialmente
consagrados a los acontecimientos de 1956 en Hungría y Polonia y contienen documentos y
textos producidos por refugiados que habían participado en la Revolución Húngara. Para
algunas indicaciones bibliográficas, véase La Sacíeté Bureaucratique, ob. cit. (arriba), p. 265.

247
entender la palabra «represión» en el sentido psicoanalítico que tiene en
inglés es decir: «inhibición»), parece claro que su significación no ha
dejado de desarrollarse. Dejando a un lado sus probables efectos subte-
rráneos en los países del Este y en Rusia misma, no parece dudoso que
la amplia difusión que ha conocido la idea de autogestión, a lo largo de
las dos últimas décadas, deba relacionarse con las ejemplares reivindi-
caciones de los Consejos obreros húngaros. Una vez más, no es cosa
accidental que la mayoría de las organizaciones que predican la «auto-
gestión» (especialmente los partidos y sindicatos reformistas, pero no
solo ellos) nada digan a propósito de Hungría y prefieran referirse, por
ejemplo, al respetable «modelo» –vacío de contenido– yugoslavo. Sepa-
rando de este modo la idea de autogestión del poder de los Consejos
obreros y de la destrucción del orden existente, consiguen presentar la
autogestión como un elemento susceptible de ser añadido, sin grandes
penurias, al sistema actual. No es menos cierto que la propagación de
esta idea mina los cimientos del dominio burocrático, y nada permite
afirmar que los burócratas conseguirán hacer de ella un mero ornamen-
to del orden establecido.
He hablado del silencio que rodea desde hace años a la Revolución
Húngara. La bibliografía relativa a los acontecimientos de 1956 en Hun-
gría cuenta actualmente miles de volúmenes. Pero se trata fundamen-
talmente de escritos de especialistas dirigidos a especialistas; lo que en
ella se manifiesta es más bien la enorme expansión del mercado de la
enseñanza, de la escritura y de la edición, más que el verdadero recono-
cimiento de la significación revolucionaria de 1956. A lo largo de las
décadas que siguieron a 1789 o 1917, se publicaron contados textos
«universitarios» o «científicos» sobre las Revoluciones Francesa y Rusa,
pero asistimos a una extraordinaria proliferación de textos políticos. Se
escribía con el fin de tomar partido, para mostrarse a favor o en contra.
Quienes estaban a favor encontraban un ejemplo a seguir en los aconteci-
mientos de Francia o Rusia, invitaban a sus compatriotas a actuar como
el pueblo de París o los obreros de Petrogrado, intentaban explicar y
defender la acción revolucionaria contra las ideologías reaccionarias de
su tiempo.
Bien es cierto que las Revoluciones Francesa o Rusa resultaron «vic-
toriosas», aunque por poco tiempo, y la Revolución Húngara fue «derro-
tada», si bien dicha derrota se debió a la invasión del país por parte del
ejército más poderoso del mundo. Pero en 1871 también la Comuna de

248
París resultó derrotada y ello no ha impedido a los revolucionarios, du-
rante el medio siglo siguiente, y aún hoy día, celebrar su ejemplo y abor-
dar las enseñanzas que legara a la historia. Que el ejército ruso haya
aplastado la Revolución Húngara explica quizás su escasa resonancia
entre los estratos populares, pero en ningún caso el silencio sistemático por
parte de los «revolucionarios» y los «intelectuales de izquierdas». ¿O es
que acaso las ideas habrían de perder su verdad y validez una vez que
los tanques rusos empezaran a disparar contra ellas?
No obstante, las cosas se presentan más nítidamente si consideramos
el contenido, el sentido y las implicaciones de la Revolución Húngara.
Podemos entonces entender este silencio según su auténtica naturaleza,
que no es sino consecuencia directa del carácter radical de dicha revo-
lución y de una tentativa de abolir su recuerdo y significación.
La sociedad moderna es una sociedad de capitalismo burocrático. Es
en Rusia, en China y en otros países que se hacen pasar por «socia-
listas», donde se realiza la forma más pura, más extrema –la forma to-
tal– del capitalismo burocrático. La Revolución Húngara de 1956 fue la
primera y, hasta la fecha, única revolución total contra el capitalismo
burocrático total; la primera en anunciar el contenido y la orientación
de las futuras revoluciones en Rusia, China y los demás países. Durante
décadas, los «marxistas», los «intelectuales de izquierdas», los militan-
tes, etcétera, debatieron, y siguen haciéndolo hoy en día, sobre el carácter
correcto o incorrecto de la política estalinista, sobre las causas y la fe-
cha exacta del «Thermidor» ruso, sobre el grado de degeneración de la
Revolución Rusa, sobre la naturaleza social de los regímenes de Rusia y
Europa Oriental (¿Estados obreros degenerados? ¿Estados no obreros
degenerados? ¿Estados socialistas con deformaciones capitalistas? ¿Es-
tados capitalistas con deformaciones socialistas?). Los trabajadores y la CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

juventud húngara tomaron las armas y pusieron con su práctica punto


final a estas discusiones. Demostraron con sus actos que la diferencia
entre los obreros y el «Estado obrero» es la diferencia entre la vida y la
muerte; y que preferirían morir combatiendo el «Estado obrero» que
vivir como obreros bajo ese mismo Estado.
Al igual que el capitalismo burocrático fragmentado del Oeste, el
capitalismo burocrático total del Este aparece lleno de contradicciones
y desgarrado por un conflicto social permanente. Estas contradiccio-
nes, este conflicto, se agudizan periódicamente y el sistema se encami-
na hacia una abierta crisis. O bien la presión de la población explotada

249
u oprimida puede llegar a la explosión. O antes de que ello se produzca,
la burocracia reinante puede intentar «reformas» de algún tipo. Los ám-
bitos en que las contradicciones y conflictos aparecen de modo más
manifiesto y urgente son naturalmente los de la «economía» y la «polí-
tica». El caos económico casi consustancial a la «planificación» buro-
crática, que se encuentra arraigado en el conflicto irremisible de la
producción,2 y la represión política omnipresente, aparecen como los
aspectos más intolerables del capitalismo burocrático total. Aspectos,
desde luego, enormemente interdependientes y mutuamente condicio-
nados –ambos son el resultado necesario de la estructura social del sis-
tema–. En realidad, y por muy inverosímil que pueda parecer, el conjunto
de la «izquierda» internacional no parece ver en ello más que tareas
secundarias y defectos enmendables. Tanto es así que las «reformas» que
se emprenderían para eliminarlos preservando la sustancia del sistema
(nuevo episodio de la cuadratura del círculo) son acogidas favorable-
mente en el Oeste por parte de los candidatos burócratas y sus ideólogos
visibles o camuflados («socialistas», comunistas «disidentes» e incluso
hoy día «ortodoxos», en Italia, en Francia, etcétera, trotskistas, perio-
distas «progresistas», compañeros de viaje intelectuales de diverso tipo,
desde filósofos existencialistas de ayer como Sartre y el equipo de Tiempos
modernos [Les Temps Modernes], a los «economistas radicales» de hoy, como
Nuti, etcétera). No resulta difícil entender cómo y por qué estos extra-
ños comensales se han mostrado más o menos unánimes en su apoyo a
Gomulka, en 1956-1957, y en su oposición a la invasión de Checoslo-
vaquia, en 1968. Mientras que, en lo que afecta a la Revolución Húnga-
ra se dedicaron a proferir las más vergonzosas calumnias (los
«comunistas»), aprobaron la invasión final (Sartre), vieron desde la altu-
ra los actos «espasmódicos», «elementales» y «espontáneos» de los tra-
bajadores húngaros (Mandel), o se refugiaron en el silencio en cuanto
tuvieron oportunidad de hacerlo. En 1956 el pueblo polaco no tomó las
armas. A pesar de su desarrollo y su efervescencia, los consejos obreros
2
Ver mi artículo citado en la nota 1, en particular pp. 278-307; también «Sobre el contenido del
socialismo, III: la lucha de los obreros contra la organización y la empresa capitalista», Socialis-
mo o Barbarie, 1958; 23: enero, reproducido en L’expérience du mouvement ouvrier, Paris, 1974; 2
(10/18): 9-88. El libro extraordinario del húngaro Miklos Haraszti: Salaire aux pieces. Ouvriers
dans un pays de L’est socialiste (Editions du Seuil, Paris, 1976) demuestra una vez más la
identidad total de la naturaleza de las relaciones de producción y de la organización del
proceso de trabajo entre las fábricas «capitalistas» del Oeste y las fábricas «socialistas» del Este.

250
nunca cuestionaron explícitamente la estructura de poder existente. El
Partido Comunista consiguió en lo esencial –a cambio de una pequeña
purga en sus filas y de algunos movimientos de personal– conservar el
dominio de la situación a lo largo del período crítico y asfixiar finalmen-
te el movimiento de masas.3 Las cosas resultaron aún más claras en la
Checoslovaquia de 1968, y las protestas de la izquierda todavía más
ruidosas. Es que en ese caso, comprenda usted, no había peligro alguno,
es decir, ningún indicio de una actividad autónoma de masas. La nueva
dirección del Partido Comunista trataba de introducir algunas reformas
«democráticas» y un cierto grado de descentralización de la economía.
No es preciso decir que la población no podía ser sino favorable a estas
medidas. Una reforma que llega desde lo alto y con el apoyo del pueblo,
¡qué maravilloso sueño para los revolucionarios de hoy! Como diría
Mandel, ello habría permitido a millones de proletarios identificarse de
nuevo con el «Estado obrero».
En tales circunstancias, es lícito censurar los carros de combate rusos.
Pero, en Hungría, el movimiento de masas fue tan potente y radical
que pulverizó literalmente en unos días el Partido Comunista y el apara-
to de Estado entero. Ni siquiera hubo «dualidad de poder»: todo el po-
der subsistente quedó en manos de la juventud y de los consejos obreros.
El «Programa»4 de los Consejos obreros era absolutamente incompatible
3
Discutí en su momento los acontecimientos de Polonia en «La vía polaca de la burocratización»,
Socialismo o Barbarie, 1957; 21: marzo, reproducido en La Saciété Bureaucritique, ob. cit. (en n.
1): 339-371. Vale la pena citar algo más extensamente al inimitable E. Mandel, así el lector
podrá comprobar que no me he dejado llevar por la exageración polémica: «La democracia
socialista tendrá todavía que librar algunas batallas en Polonia. Pero la batalla principal, la que
ha permitido a millones de proletarios identificarse de nuevo con el Estado obrero, ya se ha
ganado». Y algo más lejos: «La revolución política que sacude desde hace un mes a Hungría ha CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara
tenido un desarrollo más espasmódico y desigual que la revolución política en Polonia. A
diferencia de la polaca, la revolución húngara no ha marchado de victoria en victoria [sic]
porque, contrariamente a lo que ha pasado en Polonia, la revolución húngara ha sido una
explosión elemental y espontánea. La sutil interacción (¡!) entre los factores objetivos y
subjetivos, entre la iniciativa de las masas y la construcción de una dirección nueva, entre la
presión desde abajo y la cristalización de una fracción de oposición en lo alto, en la cúspide del
partido comunista, interacción que ha hecho posible la victoria polaca (¡¿?!), ha brillado por su
ausencia en Hungría», Quatriéme Internationale, Paris, 1956, diciembre, pp. 22-23 (el subrayado
es mío). Rara vez ha sido expresada con tanta claridad –y en un estilo tan irrisorio– la esencia
burocrática del trotskismo, su naturaleza de fracción en el exilio de la burocracia estalinista, su
aspiración.
4
Hago referencia a los puntos que considero más importantes, como fueron ya formulados el
28-29 de octubre de 1956. Parece imposible de creer, pero las reivindicaciones de los Consejos

251
con la conservación de la estructura burocrática de la sociedad. Exigía
autogestión de las empresas, abolición de las normas de trabajo, reduc-
ción drástica de las desigualdades en los ingresos, máximo control sobre
los aspectos generales de la planificación, control de la composición del
gobierno y una nueva orientación en materia de política exterior. Todo
esto fue convenido y nítidamente formulado en el plazo de unos días. En
este contexto, estaría risiblemente fuera de lugar revelar que tal punto
de las reivindicaciones era «oscuro» y tal otro «insuficiente». Si la Revo-
lución no hubiera sido aplastada por los asesinos del Kremlin, su desa-
rrollo habría obligado a hacer las «aclaraciones» y «perfeccionamientos»
necesarios: los Consejos y el pueblo habrían comprobado entonces si
podían o no encontrar en ellos mismos la capacidad y la fuerza necesa-
rias para crear una nueva estructura de poder y una nueva institución de
la sociedad.
Al mismo tiempo, la Revolución liberaba y desencadenaba todas las
fuerzas y tendencias de la nación húngara. La libertad de expresión y
de organización para todos, sean cuales fueren las opiniones políticas de
cada uno, fue inmediatamente considerada como dada por supuesta.
También se sobreentendía que los distintos representantes de la «hu-
manidad progresista» no podrían sino juzgarlo intolerable. A su enten-
der, la libertad de expresión y organización era indicio del carácter
«impuro», «mestizo», «confuso» de la Revolución Húngara, y eso cuando
no encontraban en ella, cínicamente, la «prueba» de que la Revolución
era una «conspiración imperialista». Podríamos preguntarnos por qué el
imperialismo capitalista puede generalmente soportar la libertad de ex-
presión y, en cambio, el imperialismo «socialista» no puede tolerarla ni
por un momento. Pero dejemos a un lado el problema de la libertad
como tal. ¿Cuál es la significación histórica y sociológica de tan extraor-
dinaria proliferación de partidos, de organizaciones, etcétera, en el pla-
zo de pocos días? Precisamente esta: una auténtica Revolución estaba
teniendo lugar. Tamaña proliferación, a la vez que expresa en toda su
variedad las ideas correspondientes, es en verdad el signo distintivo de
la revolución. Si reconocemos una revolución en los acontecimientos

tras el 11 de noviembre (es decir, tras la ocupación total del país por el ejército ruso y la
masacre de miles de personas) eran todavía más radicales porque exigían la constitución de
milicias obreras armadas y la creación de consejos en todos los sectores de actividad, compren-
didas las administraciones gubernamentales.

252
de 1956 en Hungría, no es a pesar de, sino más bien gracias a esta mani-
festación sin límites de las tendencias políticas, de este carácter «caóti-
co» (para los burócratas y los filisteos) de la explosión social. Es un
lugar común –o más bien debería serlo– decir que una verdadera revo-
lución siempre es nacional: todos los sectores, todos los estratos de la
nación abandonan su pasividad y su sumisión conformista al antiguo
orden; todos se esfuerzan por tomar parte activa en su destrucción y en
la formación de un orden nuevo. La sociedad, hasta entonces oprimida,
se apropia enteramente de la posibilidad de expresarse, cada uno de sus
miembros se alza y enuncia en voz alta sus ideas y reivindicaciones.
Que podamos desaprobar algunas de ellas y decirlo igualmente en voz
alta, es una cuestión totalmente diferente. Eso es lo que ocurrió des-
pués de 1789, durante la Revolución Francesa, y después de febrero
de 1917, durante la Revolución Rusa. (Es muy probable que los críticos de
la Revolución Húngara hubieran condenado igualmente bajo pretexto
de «impureza», de «confusión», etcétera el atolladero harto sospechoso,
intolerable, suscitado por estas dos revoluciones anteriores). La revolu-
ción es ese estado de recalentamiento y fusión de la sociedad que acom-
paña a la movilización general de todas las categorías y estratos, además
de la demolición de todas las barreras establecidas. No es sino esta ca-
racterística la que hace comprensible la liberación y la multiplicación
extraordinarias del potencial creador de la sociedad en los períodos re-
volucionarios, la ruptura de los ciclos repetitivos de la vida social y la
apertura repentina de la historia.
A pesar de su corta vida, la Revolución Húngara tuvo por pilares
formas organizativas y significaciones sociales que representan una crea-
ción institucional histórico-social. La fuente de dicha creación era la propia
actividad del pueblo húngaro: intelectuales, estudiantes, obreros. En CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

lugar de participar lo menos posible, «teóricos» y «políticos» continua-


ron contaminando al pueblo con importantes dosis de engaño y
mistificación. Ciertamente, los intelectuales desempeñaron un impor-
tante papel positivo, pues, meses antes de la explosión final, empren-
dieron (en el Círculo Petöfi y en otros ámbitos) la demolición de las
absurdidades «políticas», «ideológicas» y «teóricas» que permitían a la
burocracia estalinista presentar su dictadura totalitaria como una «de-
mocracia popular», como el «socialismo». Si jugaron ese papel, no fue
porque «facilitaran al pueblo» una nueva «verdad» prêt-à-porter, sino por-
que denunciaron valerosamente las viejas falsedades. En el curso de su

253
actividad autónoma, y gracias a ella, el pueblo creó nuevas verdades
positivas. Las llamo positivas pues se encarnan en acciones y formas
organizativas destinadas no solo a luchar contra la opresión y la explo-
tación burocráticas, sino también, y fundamentalmente, a servir de
nuevas formas de organización de la vida colectiva basadas en princi-
pios nuevos. Estos principios suponen una ruptura radical con las es-
tructuras establecidas (tanto en el Este como en el Oeste) y, una vez
explicitados, vacían de sentido la «teoría» y la «filosofía» política here-
dadas. Esto a su vez subvierte la relación tradicional entre «teoría» y
«práctica», además de la que se da entre «teóricos» y personas corrien-
tes. En la Revolución Húngara –como en otros ejemplos históricos an-
teriores– encontramos un nuevo punto de partida, una nueva fuente
que nos obliga a reflexionar una vez más sobre el problema de la política
–es decir de la institución total de la sociedad– en el mundo moderno y
nos proporciona a la vez algunos de los instrumentos necesarios para
encarar esta reflexión.
A este respecto, oiremos quizás ruidos de todo tipo y protestas con-
tra el «espontaneísmo» e incluso la «demagogia oscurantista». Echemos
un vistazo, antes de responder, a las contribuciones de ciertos políticos
y teóricos distinguidos antes o durante los acontecimientos de 1950.
Consideremos, por ejemplo, a Georg Lukács, uno de los pocos teóricos
marxistas verdaderamente creativos que hayan surgido después de Marx.
Y bien, ¿qué es lo que ha hecho? Entre, aproximadamente, 1924 y 1956,
ha ocultado, en el ámbito ideológico, a Stalin y los estalinistas los procesos
de Moscú, el Goulag, el «realismo socialista» y lo acontecido en Hungría
desde 1945; aplicó sucesivamente las consignas de Zinoviev, Boukharine,
Jdanov, Révai, etcétera. Y lo hizo con total conocimiento de causa, pues
conoce tan bien los hechos como el marxismo, «la concepción más revo-
lucionaria que la historia haya producido jamás».5 ¿Cuándo se atrevió a
entrever la luz? Cuando las masas explotaron espontáneamente en con-
tra de las implicaciones de sus enseñanzas teóricas. Tras haber pasado
su vida jurando en nombre de la List der Vernunft –la astucia de la ra-
zón–, se convirtió en la personificación extrema de la Unlist blossen
Vernunft –la ceguera de la simple «razón».
5
No hablo aquí de personas en tanto tales, sino del sentido de su comportamiento. En ese
contexto, la tragedia personal de Lukács (o de Nagy, etcétera) no es pertinente. En lo que
concierne más particularmente a Lukács, el marxista hegeliano, sería demasiado abrumador
llorar sobre su «drama subjetivo».

254
Observemos ahora el caso de Imre Nagy, el «político» ¿En qué con-
sistió su ayuda, qué hizo desde su habilidad «política» contra los pérfidos
embustes de la burocracia rusa? ¿Encontró por un momento en sí mis-
mo la clarividencia suficiente para concebir y la resolución necesaria
para proclamar: «Pase lo que pase, no creáis nunca a los Rusos, y sé lo
que me digo»? No. Se enredó y trató de pedir ayuda a... ¡las Naciones
Unidas! La historia en proceso de formación, el drama sangriento del
poder se hallaban presentes: carros de combate y cañones se enfrenta-
ban a las manos y pechos desnudos de millones de personas. Y Nagy,
«el hombre de Estado», el Realpolitiker, no encontró mejor solución que
recurrir a las Naciones Unidas, ese guiñol siniestro donde los bandidos
de Moscú y Washington, armados hasta los dientes, se agreden mutua-
mente en sus discursos públicos y preparan sus sucias maniobras en
común por los pasillos.
Tal fue la producción de los profesionales de la teoría y la política,
especie no espontánea, consciente, sabia y altamente cualificada. Los
no profesionales produjeron una revolución radical, no preparada, im-
prevista, no organizada y, por tanto, «espontánea», como todas las revo-
luciones de la historia.
El pueblo húngaro no actuó «espontáneamente» como hace un bebé
cuando llora porque le duele algo. Actuó desde su experiencia social e
histórica. Cuando quien se arroga el título de «teórico» o el de «revolu-
cionario» mira desde la altura lo que da en llamar «espontaneidad», tie-
ne el siguiente postulado en mente: es imposible que esta chusma pueda
aprender cosa alguna sobre su propia vida, sacar alguna conclusión sen-
sata, pasar de «dos más dos» a «cuatro» –imposible sobre todo que dé
con ideas nuevas y busque soluciones propias a sus propios problemas–.
Resulta inútil subrayar la identidad esencial de dicho postulado con los CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

dogmas fundamentales referentes al hombre y la sociedad, que son des-


de hace milenios los de las clases dirigentes.
Un largo paréntesis se me antoja aquí necesario. No nos puede más
que asombrar el hecho de que los intelectuales «marxistas» y «de iz-
quierdas» se obstinen en derrochar su tiempo y energías escribiendo
interminablemente sobre la relación entre el «Libro primero» y el «Libro
segundo» de El capital, comentando e interpretando de nuevo tal o cual
valoración sobre Marx, hecha por alguno de sus intérpretes, glosando
incansablemente ciertos libros sin tener casi nunca en cuenta la historia
real, la creación efectiva de formas y sentidos en y por la actividad

255
humana. Una vez más, la historia se reduce para ellos a la historia de las
ideas, en concreto, a la historia de un pequeñísimo número de ideas.
Una de las consecuencias de esto es que la historia tiende a ser cada vez
peor entendida. Pues la historia no es simplemente el catálogo de los
«hechos» históricos; lo importante desde el punto de vista revoluciona-
rio es la interpretación de esos hechos, que no deberíamos dejar exclusi-
vamente en manos de los historiadores del establishment universitario.
Esta interpretación se efectuará, evidentemente, en función de las «ideas
teóricas» y del proyecto político del intérprete. Pero es la relación orgáni-
ca entre estos tres elementos: el proyecto, las ideas y la toma de concien-
cia de la historia efectiva como fuente (y no como material muerto), lo que
define el trabajo de un intelectual revolucionario y lo que caracteriza en
exclusiva su ruptura radical con la concepción tradicional y dominante
del «trabajo teórico». Sin embargo, hoy día, esta relación no se da en el 99 %
de la literatura «de izquierdas».
Pero lo que está en juego aquí tiene un alcance mucho mayor. Pues
tanto el proyecto como las ideas tienen su origen en la historia efectiva,
en la actividad creadora de la gente en la sociedad moderna. El proyecto
revolucionario no es la consecuencia lógica de una teoría correcta. En
este campo, las teorías sucesivas son más bien una tentativa de formula-
ción universal de lo que el conjunto de los hombres –los obreros en primer
lugar, seguidos de las mujeres, los estudiantes, las minorías nacionales,
etcétera– expresan desde hace dos siglos en su lucha contra la institución
establecida de la sociedad –ya sea en la revolución, en la fábrica o en su
vida cotidiana–. Al «olvidar» esto, el intelectual «revolucionario» incurre
en una ridícula contradicción. Proclama que su teoría le permite com-
prender, incluso juzgar, la historia y parece ignorar que la fuente esencial
de dicha teoría es la actividad histórica pasada del pueblo. De este modo
se muestra ciego frente a esta actividad, tal y como se presenta en el presen-
te, ciego, por ejemplo, a la Revolución Húngara.
Pero lleguemos hasta el fondo de nuestra observación: consideremos
la obra de Marx. Si esta hubiera sido simplemente una «síntesis» de la
filosofía clásica alemana, de la economía política inglesa y del socialis-
mo utópico francés, no habría tenido más relevancia que la de una teo-
ría entre tantas otras. Son las ideas políticas que mueven a Marx las que
hacen de su obra algo distinto Pero, ¿cuál es la fuente de estas ideas? No
encontramos en ellas nada –nada en cualquier caso que conserve su
pertinencia y valor hoy día– que podamos atribuir a Marx personalmen-

256
te. En estas ideas, todo o casi todo se remonta al movimiento obrero
que se constituía entre 1800 y 1840; todo, o casi, figura en la literatura
obrera de esta época.6 ¿Cuál es la única idea política nueva que Marx
fuera capaz de producir después del Manifiesto Comunista? La de la des-
trucción del aparato de Estado por parte de la «dictadura del proletaria-
do»; «enseñanza», como puso de manifiesto él mismo, de la Comuna de
París, enseñanza encarnada en la actividad de los obreros parisinos y,
ante todo, en la nueva forma de institución que ellos mismos crearon: la
propia Comuna. Esta creación, Marx, a pesar de su teoría y de su genio,
no consiguió preverla. Pero tratándose de Marx mismo y no de un mar-
xista, supo reconocerla a toro pasado.7
Volvamos a nuestro discurso principal. ¿Qué podría ser la «no esponta-
neidad»? ¿A qué oponemos la espontaneidad? ¿A la «conciencia» quizás?
¿Quién se atrevería a decir que los obreros húngaros, por ejemplo, eran
inconscientes? ¿En qué sentido? ¿Eran acaso sonámbulos, zombis, esta-
ban bajo los efectos del LSD? ¿O acaso se da a entender que no eran «lo
suficientemente» conscientes, o no conscientes «de la manera adecuada»?
Pero, ¿qué es ser «lo suficientemente» consciente, cuál la «manera ade-
cuada» de serlo? ¿La del señor Mandel quizás? ¿O la del señor Sartre? ¿O
acaso se trata del Saber absoluto? ¿El de quién? ¿Hay por aquí alguien
que pretenda representarlo? ¿Y qué hace de él? Sabemos, al menos, lo que
Kautsky y Lenin hicieron de su saber.
¿O acaso lo contrario a la «espontaneidad» se encontraría en la orga-
nización? Pero la cuestión es precisamente: ¿qué organización, la or-
ganización de quién? La acción «espontánea» de los obreros y del pueblo
húngaro era una acción que apuntaba hacia la urbanización, mejor aún: su
espontaneidad era exactamente eso, su autorganización. Es precisamente
esto lo que el pseudo-«teórico» burócrata aborrece más enconadamente:
CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

que los obreros, en lugar de esperar en un estado de pasividad entusias-


ta a que él venga a «organizarlos», se organicen ellos mismos en Consejos

6
Los materiales que pueden encontrarse en la obra de E. P. Thompson: The Making of the
Working English Class (Victor Gollancz, London, 1963; edición revisada, Penguin Books,
London, 1968) ilustran abundantemente este punto.
7
Es sorprendente constatar que a pesar de ese precedente y del reconocimiento de Marx de la
importancia fundamental de la forma de la Comuna, la reacción primera de Lenin a la apari-
ción espontánea de los soviets en el curso de la revolución de 1905, fue negativa y hostil. El
pueblo actuaba de manera diferente a lo que él, Lenin, había decidido –sobre la base de su
«teoría»– que el pueblo debía hacer.

257
obreros ¿Y cómo los organizaría él, si le dieran la posibilidad de hacer-
lo? Como las clases dominantes lo han venido haciendo durante siglos
en las fábricas y el ejército; y ello no solo una vez hayan tomado el
poder, sino desde antes: en un gran sindicato, por ejemplo, o en un «par-
tido bolchevique» cuyas relaciones internas reproduzcan directamente
en su estructura, en su forma y contenido, las de la sociedad capitalis-
ta– jerarquía, división entre un estrato de dirigentes y una masa de ejecu-
tantes, velo del pseudo-«saber» dispuesto sobre el poder de una
burocracia que se coopta y perpetúa, etcétera –es decir, la forma apro-
piada para la reproducción y perpetuación de la alienación política y, en
consecuencia, de la alienación global–. Si lo opuesto a la «espontanei-
dad», es decir a la autoactividad y la autorganización, es la heterorgani-
zación –a manos de los políticos, los «teóricos», los «revolucionarios
profesionales», etcétera–, entonces lo opuesto a la espontaneidad es
evidentemente la contra-revolución o conservación del orden existente.
La Revolución consiste exactamente en la autorganización del pue-
blo. Por ello supone un «devenir consciente» de las características
y mecanismos esenciales del sistema establecido, así como el deseo y
la voluntad de inventar una solución al problema de la institución de la
sociedad. Parece claro, por ejemplo, que la comprensión en acto de que
gozaban los trabajadores húngaros del carácter social de la burocracia
como clase explotadora y opresora, y de las condiciones de su existen-
cia era, desde el punto de vista teórico, infinitamente superior a todos los
análisis pseudoteóricos contenidos en 30 años de literatura trotskista y
en la mayor parte del resto de escritos «marxistas de izquierdas». La
autorganización es tanto el auto-organizar, como la conciencia, el devenir-
consciente; y en ambos casos se trata de un proceso, no de un estado. No es
que el pueblo haya descubierto al fin «la» forma apropiada de organiza-
ción social, sino que se da cuenta de que dicha «forma» es su actividad
de autorganización, de acuerdo a su comprensión de la situación y a los
objetivos que se marca a sí mismo. En este sentido, la revolución no
puede ser «espontánea» ni en su nacimiento ni en su desarrollo. Pues la
revolución es autoinstitución explícita de la sociedad. La «espontanei-
dad» no designa más que la actividad creadora histórico-social en su
expresión más elevada, la que tiene por objeto la institución de la socie-
dad misma. Todas las explosiones revolucionarias de los tiempos mo-
dernos ofrecen ejemplos indiscutibles de ello.
258
Ninguna acción histórica es «espontánea», si por ello entendemos «sur-
gida del vacío», exenta de toda relación con los condicionamientos, el
medio, el pasado. Toda gran acción histórica es «espontánea» precisa-
mente en el sentido primero del término: spons, «fuente».8 La historia es
creación, es decir emergencia de lo que no se inscribe en sus «causas»,
«condiciones», etcétera de lo que no es repetición –ni stricto sensu ni como
variante de lo ya existente–, de lo que es, al contrario, planteamiento de
nuevas formas y figuras, de nuevas significaciones, es decir autoinstitución.
Para expresarlo en términos más precisos, más pragmáticos, más
operativos: la «espontaneidad» es el exceso del «efecto» con relación a
la «causa».
El postulado «identitario», que sobrentiende todo el pensamiento fi-
losófico y científico heredado, equivale a afirmar que tal «exceso», en
tanto existe, no es más que «la medida de nuestra ignorancia». La pre-
sunción que lo acompaña es que se puede, de jure, reducir dicha medida
a cero. A lo que la respuesta más breve sería: Hic Rhodus, hic salta. Pode-
mos sentarnos confiadamente a esperar el día en que la diferencia entre
Tristan und Isolde y el conjunto de sus «causas» y de sus «condiciones» (la
sociedad burguesa de 1850 la evolución de los instrumentos de la or-
questa, el inconsciente de Wagner, etcétera) haya sido reducida a cero.
Los obreros húngaros actuaron desde su experiencia y su acción fue
una elaboración, en el menos trivial de los sentidos, de esta experiencia.
Pero esta acción no fue una reacción o respuesta «necesaria», causalmente
determinada, a una situación dada -del mismo modo que esta elabora-
ción no fue el resultado de un proceso «lógico» de deducción, de infe-
rencia, etcétera Desde hace algunos años, media docena de países del
Este de Europa –y la propia Rusia desde mucho antes– viven una situa-
ción general semejante a aquella a la que se podría imputar la explosión
CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

de 1956. Después de todo, los acontecimientos que se desarrollaron en


Alemania del Este en 1953, los de Polonia en 1956 (además de en 1970 y
1976), los de Checoslovaquia en 1968, así como las revueltas más limi-
tadas y menos conocidas en Rusia (Novotcherkassk, por ejemplo) son la
prueba de esta semejanza esencial. Sin embargo ha sido exclusivamente
8
Reconstrucción hipotética de un sentido inicial no directamente atestado. En latín, spons no es
usado como nominativo; en los otros casos, se traduce habitualmente por «voluntad». Pero el
griego spendo (de donde spondé) significa verter un líquido, hacer una libación (como el hitita
sipant ispant), su sentido originario difícilmente puede ser diferenciado de leibó, kheó, ver É.
Benveniste: Vocabulaire [des institutions indo-européennes], vol. 2, pp. 209 y 224.

259
en Hungría donde la actividad popular alcanzó la intensidad necesaria
para producir una revolución. Que Hungría y su pueblo sean particula-
res es un hecho. También lo son todos los demás países y todos los
demás pueblos. Sabemos que toda entidad individual es absolutamente
singular y, a este respecto, absolutamente igual a las demás. Las «parti-
cularidades» de la historia húngara, de nada nos sirven cuando intenta-
mos explicar de manera exhaustiva por qué tal forma particular de
revolución tuvo lugar en un país determinado en un momento deter-
minado.9 Una investigación histórica concreta puede contribuir a «hacer
inteligible» (ex post, no podríamos olvidar los innumerables problemas
que acarrea esta cláusula) una parte considerable del encadenamiento
de los acontecimientos, de las acciones de los hombres y de sus reaccio-
nes, etcétera. No permite en ningún caso saltar de esta descripción y de
esta comprensión parcial de las situaciones, motivaciones, acciones,
etcétera, a la «explicación del resultado».
Así, por ejemplo, podemos decir: una revolución es «causada» por la
explotación y la opresión. Pero estas existen desde hace siglos, milenios
incluso. Decimos entonces: es preciso que la explotación y la opresión
alcancen un «punto extremo». Pero, ¿cuál es ese «punto extremo»? ¿Acaso
no lo hemos alcanzado de manera recurrente, sin que se produzcan con-
tinuas revoluciones? Proseguimos: ese «punto extremo» de la explota-
ción y la opresión debe coincidir con una «crisis interna» de las clases
dirigentes, con el desmoronamiento del régimen. Pero, ¿qué mayor des-
moronamiento que los que se produjeron en la mayoría de los países de
Europa después de 1918 o después de 1945? En definitiva, las masas
deben haber alcanzado un nivel suficiente de conciencia y combativi-
dad. ¿Y qué es lo que determina el nivel de conciencia y combatividad
de las masas? La revolución no tuvo lugar porque las condiciones para
que se produjera no habían alcanzado la madurez necesaria. La más
importante de estas condiciones no es otra que un nivel suficiente de
conciencia y de combatividad de las masas. ¿Suficiente para qué? Pues
bien, suficiente para hacer la revolución. En definitiva: no ha habido
revolución porque no ha habido revolución. Tal es la acendrada expre-
sión de la sabiduría «marxista» (o sencillamente «determinista», «cientí-
fica»).
9
Aunque se pueda, por supuesto, «explicar» por qué ese tipo de revolución no tuvo lugar en
1956 en Egipto, Irán o Java.

260
Para ilustrar de otro modo este tipo de «argumentos»: es cierto que
una de las principales diferencias entre Polonia y la Hungría de 1956
consistió en la capacidad del PC polaco para «adaptarse» a los aconteci-
mientos, cosa que el PC húngaro no supo hacer. Pero, ¿por qué el PC
polaco tuvo éxito allí donde el PC húngaro fracasó? Porque en Polonia
el movimiento no llegó lo suficientemente lejos, lo que permitió al PC conti-
nuar existiendo y desempeñar su papel, mientras que en Hungría la vio-
lencia y el carácter radical del movimiento acabaron rápidamente con el
PC. Ello «explica» además, en cierta medida, las diferentes actitudes del
Kremlin en cada caso. Mientras en Polonia un partido burocrático con-
servara, con mayor o menor solvencia, las riendas, la burocracia de Moscú
pensó, y no le faltaba razón, que podía ahorrarse una intervención ar-
mada y maniobrar con vistas a la gradual restauración de la dictadura
burocrática, como así acabó siendo. Semejante maniobra parecía impo-
sible en Hungría, donde el PC había sido destruido y Consejos obreros
afirmaban claramente su intención de reivindicar y ejercer el poder.
Todo queda aún más claro cuando se afronta, no ya la «revuelta»
como explosión y destrucción del antiguo orden, sino la revolución como
actividad autorganizada que apunta hacia la institución de un orden
nuevo. (Esta distinción es, claro está, una abstracción separadora). Di-
cho de otro modo, al examinar el contenido positivo de lo que anteriormen-
te referí como elaboración de la experiencia, el antiguo estado de cosas,
por intolerable que fuera, habría podido no suscitar más que una dosis
suplementaria de resignación, un recrudecimiento de la religiosidad o la
petición de reformas más o menos «moderadas». En cambio, eliminó el
resto de «soluciones» y el pueblo decidió luchar y morir por la recons-
trucción general de la sociedad. El teórico que quisiera demostrar que
CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

se trataba de la única elección «lógica» y/o «practicable» para la Hungría


de 1956, tendría por delante una dura tarea. No pocos países en el mun-
do entero han proporcionado, y continúan haciéndolo, innumerables
ejemplos de lo contrario. El contenido positivo de la «respuesta» –cons-
titución de los Consejos obreros, reivindicación de la autogestión y de
la abolición de las normas de trabajo, etcétera– no ha sido «deducido»,
no ha sido la elección del «único término disponible de la alternativa».
Fue una elaboración que trascendió lo dado (y lo que aparece junto a lo
dado, implicado en ello, o en ello contenido) y desembocó en lo nuevo.

261
Que lo nuevo en este caso hunda sus raíces en una relación profunda
y orgánica con las creaciones anteriores del movimiento obrero y con el
contenido de otras fases de la actividad revolucionaria, no limita su
importancia, al contrario. Ello pone de manifiesto el hecho de que la
Revolución Húngara se inscribe en la serie de luchas que apuntan, des-
de hace casi 200 años, hacia una reconstrucción radical de la sociedad.
Ello señala en la actividad del pueblo húngaro un nuevo momento del
desarrollo del proyecto revolucionario –y al mismo tiempo, asegura que
sus creaciones tengan una significación que trasciende de lejos el mo-
mento y las condiciones propias de su nacimiento.
Las formas de organización –los Consejos– creadas por los obreros
húngaros son de igual naturaleza que las formas creadas anteriormente
en otros ámbitos por las revoluciones obreras. Los fines y reivindicacio-
nes proclamados por parte de dichos Consejos presentan idéntico perfil
a los creados por la historia del movimiento obrero en su totalidad –ya
sea en las luchas obreras o en el combate informal que se perpetúa día
tras día en todas las fábricas del mundo–, mientras que, a propósito de
ciertos puntos fundamentales («autogestión, abolición de las normas
de trabajo), se muestran más explícitos y radicales. Se da por tanto, en el
mundo moderno, una unidad del proyecto revolucionario. Esta unidad,
podemos hacerla «más inteligible» designando lo que en ella hay de he-
rencia y continuidad históricas, lo que es semejanza de condiciones –en
particular de vida y de trabajo– respecto de aquellas en que el sistema
social sitúa a la clase obrera. Pero, una vez más, por pertinentes e im-
portantes que sean estos factores, no podrán nunca ofrecernos la suma
de las «condiciones necesarias y suficientes» para elaborar las «respues-
tas» a los hechos de 1871, 1905 1917, 1919, 1936-1937, 1956 –o para
justificar la ausencia de tal elaboración en otros casos–. Pues lo que
tenemos ante nuestros ojos es, no ya una unidad «objetiva», no ya una
unidad en tanto que identidad de una serie de «efectos» derivándose de
una serie de «causas idénticas», sino una unidad en formación, hacién-
dose, una unidad haciéndose a sí misma (y naturalmente aún no acabada),
una unidad de creación histórico-social.
Sin querer minimizar la importancia de los numerosos aspectos de la
Revolución Húngara, me ocuparé esencialmente aquí de la significa-
ción de los Consejos obreros y de algunos de sus objetivos y reivindica-
ciones. Al examinar lo que considero el sentido potencial de los Consejos
y de sus reivindicaciones, interpreto; tal es naturalmente el caso de

262
quienquiera que hable de este tema o de cualquier otro. Interpreto en
función de mis propias posiciones y perspectivas políticas y de las ideas a
las que he podido llegar. Interpreto los acontecimientos húngaros de
1956, que son «particulares» y «extremos». Doy por hecho que, desde
este «extremo», podemos percibir con mayor nitidez, a través del velo
de niebla de lo común y banal, las virtualidades puras, concentradas,
corrosivas, de la presente situación histórica. (Del mismo modo que
Mayo del 68 en Francia, fue «particular» y «extremo» –y precisamente
por ello, porque se trataba de una situación límite–, nuevas potencialida-
des se revelaron o, más bien, fueron creadas en el curso de los aconteci-
mientos de Mayo y gracias a ellos). Los acontecimientos de Hungría no
duraron más que algunas semanas. Afirmo que esas semanas –como las
escasas semanas de la Comuna de París– no son menos importantes y
significativas para nosotros que 3 000 años de historia del Egipto faraónico.
Y si así lo afirmo, es porque pienso que lo que contienen en potencia
los Consejos obreros húngaros, en su formación y en sus objetivos, es la
destrucción de las significaciones sociales tradicionales, heredadas e
instituidas, del poder político, por un lado y, por otro, de la producción y el
trabajo –por tanto el germen de una nueva institución de la sociedad–.
Esto conlleva, de modo particular, una ruptura radical con la herencia
filosófica en lo concerniente a la política y el trabajo.
Los Consejos obreros surgieron casi por doquier y en cuestión de
horas cubrieron el país. Su carácter ejemplar no procede del hecho de
que fueran «obreros»; no depende ni de su «composición proletaria»,
ni de que fueran concebidos en el seno de «empresas de producción», ni
siquiera de los aspectos exteriores de la «forma» Consejo como tal. Su
importancia decisiva se refiere a: a) el establecimiento de la democracia
directa, en otras palabras, de la igualdad política verdadera (igualdad en cuan- CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

to al poder); b) su arraigo en colectividades concretas (que no han de


ser necesariamente «fábricas»); c) sus reivindicaciones relativas a la auto-
gestión y a la abolición de las normas de trabajo. En estos tres puntos
constatamos un esfuerzo por abolir la división establecida de la sociedad
y la separación esencial entre los ámbitos principales de la acción colectiva.
Pista en juego aquí, no solo la división entre «clases», sino también la
división entre «dirigentes» y «dirigidos» (la que se da entre «representan-
tes» y «representados» no es sino una de sus formas); la división entre
un «gobierno» separado o una estrecha esfera «política» y el resto de la
vida social, principalmente el «trabajo» y la «producción»; la división,

263
por último, entre los intereses y actividades inmediatos, cotidianos y lo
«universal político». La abolición de la división y de la separación esen-
cial no significa, claro está, la llegada de una «identidad» indiferenciada
de cada uno de nosotros respecto a los demás, de una sociedad «ho-
mogénea», etcétera. (Este dilema: o una sociedad dividida de modo
antagónico, escindida de un modo u otro, u homogeneidad total e indi-
ferenciación general, es uno de los postulados ocultos de la filosofía
política heredada. Marx se lo apropia, pues para él la eliminación de la
división social, del poder del Estado, de la política, etcétera, debe resul-
tar de la homogeneización de la sociedad que produce el capitalismo).
La abolición de la división y de la separación implica el reconocimiento
de las diferencias entre los segmentos de la comunidad (su negación
mediante universales abstractos: «ciudadano», «proletario», «consumi-
dor», no hace sino reafirmar la separación que afecta a cada individuo)
y exige una nueva articulación de dichos segmentos.
En la organización del Consejo, todas las decisiones deben ser toma-
das en principio, siempre que sea posible, por la totalidad del colectivo
de las personas a quienes conciernen dichas decisiones, es decir por la
asamblea general del «cuerpo político» (ya se trate de una fábrica, de una
administración, de una universidad o de un barrio). Un grupo de delega-
dos asegura la aplicación de las decisiones de la asamblea general y la
continuidad en la gestión de los asuntos corrientes durante el intervalo
que separa las reuniones de la asamblea. Los delegados son elegidos y
permanentemente revocables, expuestos en todo momento a una revo-
cación instantánea. Pero ni esta revocabilidad permanente, ni siquiera
la elección de los delegados resultan aquí decisivas. Otros medios (la
rotación, por ejemplo) podrían destinarse a los mismos fines. Lo impor-
tante es que el poder de decidir pertenezca a la asamblea general, que
puede volver sobre las decisiones de los delegados, y que estos últimos
no tienen sino un «poder» residual, que no existe más que porque la
asamblea general no puede celebrar sesiones 24 horas al día.
Este poder de la asamblea general tiene por significación inmediata
la abolición de la división instituida de la sociedad entre «dirigentes» y
«dirigidos». Elimina particularmente la mistificación política reinante
(que no es antigua, sino típicamente moderna) que pretende que demo-
cracia equivalga a representación –a la representación permanente, claro
está–. Delegación irrevocable (incluso si está formalmente limitada en
el tiempo) del poder de los «representados» en los «representantes», la

264
representación es una forma de alienación política. Decidir, es decidir
uno mismo, no es decidir quién va a decidir. La forma jurídica de las
elecciones periódicas no hace sino enmascarar esta expropiación. No es
necesario retomar aquí la de sobra conocida crítica de las «elecciones» en
los sistemas sociales y políticos existentes. Sin duda, se antoja prioritario
subrayar un punto generalmente desatendido, la «representación» política
tiende a «educar» (es decir, a des-educar) a la gente en la convicción de
que no sabrían gestionar ellos mismos los problemas de la sociedad, de que
existe una categoría especial de hombres dotados de la capacidad espe-
cífica de «gobernar». La representación permanente aparece siempre
unida a la «política profesional». Contribuye pues a la apatía política, y
esta a su vez ensancha en el espíritu de la gente el foso que divide la
extensión y complejidad de los problemas sociales y su propia aptitud
para afrontarlos.
Resulta inútil añadir que ni el poder de la asamblea general, ni la
revocabilidad de los delegados, ni su responsabilidad ante la asamblea
son ninguna panacea que «garantice» que la degeneración, burocrática o
de otro tipo, es imposible. La evolución de los Consejos o de cualquier
otro organismo autónomo y su destino último dependen de la automo-
vilización y de la autoactividad de las masas, de lo que los hombres
harán o dejarán de hacer, de su participación activa en la vida de los
órganos colectivos, de su voluntad de intervenir en cada momento del
proceso: discusión, elaboración, decisión, aplicación y control. Sería una
contradicción terminológica perseguir una forma institucional que, por
sus virtudes propias, asegurara esta participación y obligara a la gente a
ser autónoma, que la forzara a dar muestras de autoactividad. La forma
del Consejo –como cualquier otra forma de este tipo– no garantiza, ni de
hecho le resulta posible [hacerlo], el desarrollo de semejante actividad CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

autónoma; sin embargo sí la hace posible mientras que las formas políticas
establecidas, ya se trate de la «democracia representativa» o del poder
(leadership) de un partido, garantizan la imposibilidad de tal desarrollo y
lo hacen imposible por su propia existencia. Lo que aquí está en juego es la
«des-profesionalización» de la política, su abolición como esfera parti-
cular separada de actividad y competencia, y recíprocamente, la
politización universal de la sociedad, lo que quiere decir sencillamente
que los asuntos de la sociedad son, plasmados en hechos y no solo
en palabras, el asunto de todos. (Justo lo contrario de la definición
de la justicia que daba Platón: Ta séautou prattein kai me polupragmonein,

265
ocuparse de los propios asuntos y no armar líos metiendo las narices en
todo).
Una fase revolucionaria comienza necesariamente por un desenca-
denamiento de la actividad autónoma de las personas; si supera el esta-
do de «revuelta» o «episodio revolucionario», conduce a la creación de
órganos autónomos de las masas. Acción, pasión, abnegación, «sacrifi-
cio de uno mismo», todo esto se expresa con prodigalidad; asistimos a
un extraordinario gasto de energías. Los individuos comienzan a intere-
sarse en los asuntos públicos como si se tratara de sus propios asuntos
–y es que en realidad lo son–. La revolución se manifiesta de este modo a la
sociedad como expresión de su propia verdad inhibida. Este despliegue
conlleva –en materia de inspiración e invención sociales, políticas, prác-
ticas y técnicas– logros y hazañas increíbles, casi milagrosos. (La Revo-
lución Húngara proporcionó una vez más la mejor de las ilustraciones a
este respecto: recordemos la audacia y el talento con los que los Conse-
jos obreros continuaron combatiendo a Kadar durante más de un mes,
tras la segunda invasión y la ocupación total del país por parte de un
poderoso ejército ruso).
La prosecución y ulterior desarrollo de la actividad autónoma del
pueblo dependen del carácter y amplitud del poder de los órganos de
masas, de la relación entre las cuestiones debatidas y la existencia con-
creta de las personas y de la diferencia que las decisiones tomadas pue-
dan o no establecer con relación a sus vidas. (En este sentido, el problema
principal de la sociedad posrevolucionaria es la creación de institucio-
nes que permitan la prosecución y el desarrollo de esta actividad autó-
noma, sin por ello exigir hazañas heroicas 24 horas al día). Cuanto más
se conciencien los individuos, partiendo de su experiencia real, de que
su existencia cotidiana depende de manera crucial de su participación
activa en el ejercicio del poder, mayor será su tendencia a participar de
dicho ejercicio. El desarrollo de la autoactividad se nutre de su propia
sustancia. Inversamente, toda limitación del poder de los órganos autó-
nomos de masas, toda tentativa de transferir parte de ese «poder» a
otras instancias (parlamento, «partido», etcétera) no puede sino favore-
cer el movimiento contrario hacia una participación menor, el declive
del interés por los asuntos de la comunidad y, en último término, la
apatía. La burocratización comienza cuando las decisiones relativas a
los asuntos comunes se sustraen a las competencias de los órganos de
masas y, encubiertas por racionalizaciones de diversa índole, son con-

266
fiadas a organismos específicos. Si consentimos tal transferencia, la par-
ticipación popular y la actividad de los órganos de masas decaerán inevita-
blemente. El vacío resultante será ocupado por instancias burocráticas
cada vez más numerosas, que «deberán» tomar decisiones a propósito
de temas cada vez más recurrentes. La gente acabará abandonando los
órganos de masas, en los que ya nada importante se decide y retornarán
al estado de indiferencia cínica respecto de la «política», que no solo
constituye una característica de las sociedades actuales sino la condición
misma de su existencia. Desde ese momento, sociólogos y filósofos halla-
rán en esta «indiferencia» la «explicación» y la «justificación» de la buro-
cracia (es preciso, después de todo, que alguien se ocupe de los asuntos
públicos).10
Ahora bien, la vida concreta y la existencia cotidiana de los hombres
dependen indisociablemente tanto de lo que ocurre en el nivel social y
político «general», como de lo que acontece en la colectividad particular a
la que pertenecen y en las actividades específicas en las que participan.
La separación y antagonismo de estas dos esferas es una de las expresio-
nes esenciales de la separación y la alienación en la sociedad actual. En
ello precisamente radica la importancia de la reivindicación autogestio-
naria de los Consejos obreros húngaros y de la reivindicación de la for-
mación de Consejos en todos los sectores de la vida nacional. Una
«participación» en el poder político general, que deja a la gente sin po-
der en relación con su medio inmediato y a la gestión de sus actividades
concretas es evidentemente una mistificación. Ello es válido igualmen-
te en el caso de una «participación» o una «autogestión» que se limite,
por ejemplo, a la empresa y abandone el «poder político general» a un
estrato separado. Lo que implican las reivindicaciones de los Consejos
obreros húngaros es la superación de esta separación y de esta oposi-
ción: que los hombres gestionen las colectividades concretas a las que
CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

pertenecen –no solo en las «fábricas», sino «en todos los sectores de la
vida nacional»– y que participen en el poder político, no va por medio de
la concesión de despojos (como «ciudadanos» que votan, etcétera), sino
precisamente a través de los órganos de gestión que son su expresión
directa, a saber: los Consejos.11 Así queda eliminado el dilema abstracto

10
Cada uno en la sociedad actual, tiene la posibilidad, a escala reducida, de observar esa espiral
de degeneración burocrática y la apatía en la vida de las organizaciones políticas y sindicales.
11
Es verdad que en Hungría hubo demandas de elecciones libres con el fin de designar un nuevo
parlamento y que esas demandas, según parece, tuvieron el apoyo de los Consejos. Se trataba,

267
división/homogeneización de la sociedad, así nos encaminamos hacia
un modo de articulación entre la sociedad total y los segmentos particula-
res que la componen.
Resulta de este modo posible develar, independientemente de cual-
quier otra consideración, la mistificación que encierran los «Consejos
obreros» yugoslavos y su «autogestión de las empresas». No podría ha-
ber «autogestión de las empresas» si subsisten separadamente un apara-
to y un poder de Estado. Incluso en el restringido ámbito de la «gestión
de empresa», las iniciativas y actividades de los trabajadores no pueden
ser sino paralizadas, y finalmente aniquiladas, si deben limitarse a algu-
nos aspectos secundarios relativos al funcionamiento de la fábrica (esen-
cialmente al aumento de la producción). Mientras tanto, la «Liga de los
comunistas yugoslavos» conserva plenos poderes sobre todos los ámbi-
tos importantes y, consecuentemente, sobre lo que acontece en las propias
fábricas. Igualmente, es posible entender por qué el poder de los Conse-
jos o de otros órganos análogos (por ejemplo, los soviets en Rusia des-
pués de octubre de 1917), no puede sino transformarse rápidamente en
una forma vacía si nos limitamos a las cuestiones «políticas», en el sen-
tido estricto y corriente de la palabra. (Tal era la línea que Lenin preco-
nizara sobre el papel cuando hablaba del «poder de los soviets»; en realidad
hacía todo lo posible para que el partido bolchevique obtuviera el po-
der, y lo consiguió). Pues, desde ese momento, reintroducimos y reafir-
mamos la división entre una esfera «política» en sentido tradicional y la
existencia concreta de los hombres. Si Consejos o soviets no desempe-
ñan más función que votar leyes y decretos, que designar comisarios, no
disponen sino de un fantasma abstracto del poder. Alejados de la vida
cotidiana y del trabajo del pueblo, cada vez más ajenos a los intereses y
preocupaciones de las colectividades concretas, ocupándose (o más bien
ocupándose supuestamente) en problemas de gobierno lejanos y genera-
les, los soviets estaban destinados a convertirse en poco tiempo, a ojos
del pueblo (y ello aunque el partido bolchevique no los hubiera domina-

evidentemente, de una reacción comprensible al estado de cosas anterior, el de la dictadura


burocrática. La cuestión de los papeles y los poderes respectivos de ese Parlamento y de esos
Consejos, que la misma Revolución había desarrollado, queda naturalmente abierta. En mi
opinión, el desarrollo del poder y las actividades de los Consejos habría llevado a la atrofia
gradual del Parlamento, o bien a un enfrentamiento entre este y los Consejos.

268
do y manipulado), en simples «instancias oficiales» entre otras tantas,
que no le pertenecen y no se preocupan de lo que a él le preocupa.12
Si hablo de órganos de masas «autónomos», no es solo porque tales
órganos no obedecen al control de individuos, partidos o del propio
«gobierno». Los llamo así porque/y en la medida en que no aceptan la institu-
ción establecida de la sociedad. Ello implica, ante todo, que niegan toda
legitimidad al poder que no proceda de ellos mismos; y en segundo lu-
gar, que rechazan en su seno la división entre quienes deciden y quienes
ejecutan. El primer punto no implica solamente que creen una situa-
ción de «dualidad de poder», ni siquiera que tiendan a asumir entera-
mente el poder, sino que los órganos autónomos se establecen ellos
mismos como única fuente legítima de decisiones, de reglas, de normas
y de leyes, es decir como órganos y encarnaciones de una nueva institu-
ción de la sociedad. El segundo punto implica la supresión por medio
de sus actos de la división entre «una esfera de la política» o del «gobier-
no» y «una esfera de la vida cotidiana», como esencialmente separadas y
antagónicas, dicho de otro modo, que acaban con la división entre espe-
cialistas de lo universal y los de la perforación, la fontanería, la labran-
za, etcétera. En realidad, este segundo punto es la aplicación concreta
del primero en el más importante de los ámbitos en sentido inmediato.
Pues, desde hace miles de años, la institución de las sociedades «históri-
cas» en el ámbito político –como también el esquema nuclear de la insti-
tución de las relaciones sociales en todos los demás ámbitos– ha sido la
de una jerarquía entre los hombres. Dicha institución ha sido, a la vez
e indisociablemente, institución «real-material» –encarnada en redes
sociales y posiciones individuales, instrumentada por medio de pose-
siones, privilegios, derechos, «esferas de competencia», herramientas y CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

12
Ver mi artículo «Socialisme ou barbarie», no. 1, marzo 1949, reproducido ahora en La Sacíeté
Bureaucratique, ob. cit. (en n. 1), vol. 1, en particular, pp. 164-173. Igualmente, «El papel de la
ideología bolchevique en el nacimiento de la burocracia», en Socialismo o Barbarie, 1964; 35:
enero; reproducido ahora en L’experience du mouvement ouvrier, ob. cit. (en n. 2): pp. 384-416.
Parece increíble, pero Lenin y Trotski entendían la organización del trabajo, la gestión de la
producción, etcétera, como cuestiones puramente técnicas, que no tenían nada que ver, según
ellos, con «la naturaleza del poder político», que seguía siendo «proletario» porque lo ejercía el
«partido del proletariado». Eso determinó su entusiasmo por la «racionalización» capitalista de
la producción, el taylorismo, el trabajo atomizado, etcétera. El hecho de que esa actitud
corresponda al pensamiento de Marx en sus capas más profundas, es lo que he buscado
demostrar en el segundo de los artículos mencionados más arriba y en otros textos muy
numerosos.

269
armas– e institución de una significación imaginaria social, o más bien
de un magma de significaciones imaginarias sociales cuyo núcleo difiere
según las sociedades, en virtud de la cual las personas son definidas,
concebidas y «actuadas», recíprocamente y en relación con ellos mis-
mos como «inferiores» y «superiores» según una o varias relaciones de
orden socialmente instituidas. La interiorización por parte de cada uno
y de todos de este dispositivo jerárquico, más aún: la casi imposibilidad
de cada individuo de pensar en sí mismo y en los demás, a saber, de
existir social y psíquicamente sin tener que situarse en punto cualquiera
(aunque fuera en el más bajo) de esta jerarquía, ha sido, y sigue siendo,
una piedra angular de la institución de las sociedades «históricas». El
capitalismo burocrático contemporáneo tiende a llevar al límite la orga-
nización jerárquica y a darle su forma más universal y su expresión más
pura, presentándola como la organización «racional» por excelencia. La
estructura jerárquica y piramidal de «la organización», omnipresente en
la sociedad contemporánea, sustituye a la bipartición tradicional de la
sociedad capitalista en dos clases principales. La sustituyó plenamente
desde hace ahora 50 años en Rusia y desde hace un cuarto de siglo en
Europa Oriental y China. Es la forma dominante de las relaciones de
explotación y opresión en el mundo contemporáneo.13
Esta organización «racional» es, en realidad, intrínseca e inherente-
mente racional, llena de contradicciones e incoherencias. No puede haber
base «racional» en el seno de una organización jerárquico-burocrática
en las condiciones modernas (contrariamente, por ejemplo, a las condi-
ciones del «mandarinato chino»). «Saber», «talento», «especialización»
deberían ser los criterios de selección y nombramiento; pero no pueden
serlo. Las «soluciones» a los problemas que afronta la organización (fir-
ma, administración, partido, etcétera) son determinadas por los resulta-
dos motores de la lucha por el poder a que se entregan constantemente
grupos burocráticos rivales, o más bien camarillas y clanes, que son, no ya
fenómenos accidentales o anecdóticos, sino elementos centrales en el
funcionamiento del mecanismo burocrático. La idea de una «tecnoes-
tructura» como tal es una mistificación: es lo que la burocracia querría
que creyese la gente. Quienes ocupan la cima no son qua [sic] expertos
en un campo técnico determinado, sino qua [sic] expertos en el arte de

13
Lo que los marxistas de hoy son incapaces de ver, obstinados como están en hablar de
«producción de mercancías» en el Oeste y de «socialismo», aunque «degenerado» y «deformado»
en el Este.

270
trepar a lo largo de la escala burocrática. En el curso de su expansión, el
aparato burocrático se ve obligado a reproducir en su seno la división
del trabajo que impone de manera progresiva al conjunto de la socie-
dad; por ello, se convierte en algo separado, extraño a sí mismo y a la
sustancia factual de los problemas. Toda síntesis «racional» resulta así
imposible. Sin embargo se hace necesaria una determinada síntesis. Es
inevitable que al final se tomen ciertas decisiones. Y de hecho se toman
–en el Despacho Oval (o bajo el bulbo correspondiente del Kremlin),
entre los nixons, los ehrlichmans, los hadelmans y demás pequeños de-
lincuentes de inteligencia infranormal–. En eso consiste precisamente
la apoteosis de la «tecnoestructura», de la «gestión científica», etcétera,
del mismo modo que los vasos de vino de Lockheed son la apoteosis de
la «competencia perfectamente perfecta», de la «optimización por me-
dio de los mecanismos del libre mercado», etcétera, tan caras a los pro-
fesores de Economía.
Esta estructura, y sus significaciones consustanciales, son rechaza-
das y refutadas por parte de las organizaciones de tipo «Consejo». Basta
con que aquellos a quienes afecta sean investidos con el poder para que
quede destruida la estructura jerárquica y abolida la división entre quie-
nes dirigen y quienes se ven confinados a tareas de ejecución. Esta atribu-
ción del poder a cada uno materializa la igualdad política completa. Las
decisiones no son tomadas ni por parte de especialistas de las especialida-
des, ni por especialistas de lo universal. Son tomadas por el colectivo de
quienes deberán ejecutarlas –y que se encuentran, precisamente por ello,
en la mejor de las posiciones para juzgar no solo a propósito de las
«optimizaciones» abstractas de los medios con relación a los fines, sino
además sobre las condiciones concretas de dicha ejecución y, por enci-
ma de todo, sobre su coste real: su propio esfuerzo, su propio trabajo–. CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

Ello implica, en la esfera de la producción por ejemplo, que las decisio-


nes sobre temas relacionados con un determinado lugar de trabajo
–pongamos el taller de una fábrica– que carecen de repercusiones sobre
las actividades de otros talleres, deben ser tomadas por los trabajadores
del taller al que afectan. Igualmente, las decisiones a propósito de te-
mas que conciernen a varios talleres o a un departamento deben ser
tomadas por los trabajadores de esos talleres o ese departamento; aque-
llas concernientes a la fábrica en su conjunto, por la Asamblea general
de los trabajadores de la fábrica o por sus delegados elegidos y revoca-
bles. De este modo, el carácter pertinente o no, correcto o no, de las

271
decisiones tomadas puede ser determinado por los principales interesa-
dos en un tiempo mínimo y a un coste mínimo. Así puede comenzar
también la construcción de una experiencia que concierna tanto a estos
temas como al ejercicio efectivo de la democracia directa. He aquí otra
ilustración de lo que di en llamar articulación.
«Ninguna tasación sin representación»: esta consigna de la burguesía
naciente frente a la monarquía, expresa profunda y perfectamente el
espíritu y las estructuras del mundo que la burguesía estaba creando en
su tierra clásica. Ninguna ejecución sin idéntica responsabilidad de todos en la
decisión, tal es uno de los principios fundamentales de una sociedad
autogestionada que se desprende directamente de las reivindicaciones y
de la actividad de los Consejos obreros húngaros.
La abolición de la división y del antagonismo entre especialistas y no-
especialistas no implica evidentemente la supresión de su diferencia. La
autogestión no exige que se desatiendan, que se tengan en nada «com-
petencia» y «saber» especializado, allí donde aparecen y gozan de senti-
do, muy al contrario. (De hecho, es en la estructura social actual donde se
menosprecian tales cualidades y las decisiones tomadas dependen prin-
cipalmente de la lucha entre camarillas y clanes, donde cada uno de
ellos utiliza a «sus» especialistas con fines de justificación y ocultamien-
to). Los especialistas no son eliminados como tales. Para ceñirnos al
caso de la fábrica, técnicos, ingenieros, contables, etcétera, pertenecen
al colectivo; pueden y deben ser escuchados, tanto como miembros del
colectivo como con relación a su capacidad técnica específica. Una asam-
blea general está en disposición de escuchar a un ingeniero que hable en
los siguientes términos: «Si queréis A no conozco más modos de fabri-
carlo que X e Y; y os recuerdo que la elección de X conllevaría Z que la
de Y conllevaría V y W». Pero corresponde a la asamblea, y no al inge-
niero, la capacidad de decidir sobre la eventual fabricación de A y de
escoger entre X e Y. Que podría equivocarse, es evidente. No obstante,
le resultará difícil equivocarse más que, por ejemplo, la Panamerican
Airways, cuya dirección, apoyándose en los informes de cientos de téc-
nicos, estadísticos, informáticos, especialistas en econometría, especia-
listas en economía de transportes, etcétera, se contentó con extrapolar
al futuro la curva de la demanda de transportes aéreos de los años 60
–error que no habría cometido un estudiante de primero medianamente
inteligente–, para desembocar prácticamente en una quiebra de la que
el gobierno americano debió rescatarla.

272
Lo que aquí está en juego es mucho más que las formulaciones tradi-
cionales sobre los límites de toda competencia o conocimiento técnico
y especializado, fundados en la distinción entre «medios» y «fines», que
resulta más o menos homóloga de la separación entre los «valores» por
un lado y los «instrumentos», ajenos a los valores, por otro. Semejante
distinción es una abstracción de validez restringida a los ámbitos
parcelarios y banales, más allá de los cuales se convierte en una falacia.
No decimos que la gente deba decidir qué hacer y que, desde ese mo-
mento, los técnicos les dirán cómo hacerlo. Decimos que una vez haya
escuchado a los técnicos, la gente decidirá qué hacer y cómo hacerlo.
Pues ni el «cómo» es neutro, ni el «qué» desencarnado. «Qué» y «cómo»
no son ni «idénticos», ni «exteriores» uno respecto del otro. Una técnica
«neutra» es, claro está, una ilusión. Una cadena de montaje está vincu-
lada a un tipo de producto y a un tipo de productor –y viceversa.14
La reivindicación de los Consejos obreros húngaros con miras a la
abolición de las normas de trabajo, salvo que los trabajadores mismos
decidan otra cosa, nos permite ver el problema desde un ángulo distinto
y de modo más concreto –a la vez que se nos presenta como portadora
de la simiente de una nueva concepción del trabajo, del hombre y de las
relaciones entre ambos–. Si, una vez decididas las tareas, los distintos
«medios» técnicos –equipamiento, materiales, etcétera– se dan por ya
adquiridos, el propio trabajo vivo será contemplado como un simple
medio más entre otros tantos, que es preciso utilizar de la forma más
«racional» y «eficaz» posible. Parece sobrentenderse que el «cómo» de
esta utilización depende de la competencia de los técnicos interesados,
que deben determinar «la única manera correcta» de hacer el trabajo, así
como el tiempo que se le deba destinar. Sabemos de la absurdidad de
los resultados que se desprenden y del conflicto permanente que queda
CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

incorporado al proceso de trabajo como consecuencia de ello. Pero nues-


tro actual propósito no es hacer la crítica del carácter irracional del
taylorismo y de la «racionalización» capitalista (y «socialista») del pro-
ceso de trabajo. La exigencia de la abolición de las normas de trabajo no
es simplemente un medio a disposición de los obreros para defenderse
de la explotación, la aceleración de las cadencias, etcétera. Esta reivin-
dicación comporta elementos positivos de una importancia suprema.
14
La idea de una técnica «neutra», como la de que la «racionalización» capitalista es una
racionalización sin comillas, es central, esté más o menos oculta, en el pensamiento de Marx.

273
Significa que los encargados de llevar a término una determinada tarea
son quienes tienen derecho a decidir a propósito del ritmo de trabajo.
Dicho ritmo, concebido en el marco capitalista, «racionalista», como
uno de los momentos de aplicación de una decisión, como formando
parte de los «medios», no es naturalmente nada de esto: es una dimen-
sión esencial de la vida del obrero en el trabajo, es decir, de su vida a
secas. Y los trabajadores mismos no podrían resistir a la explotación sin
hacer algo positivo relativo a la producción misma. Si las normas im-
puestas desde el exterior son abolidas, será inevitable regular de una
forma u otra el ritmo de trabajo, dado el carácter colectivo, cooperativo
de la producción moderna. La única instancia concebible que pueda dic-
tar esas reglas es el colectivo de los propios trabajadores. Los grupos de
obreros y los colectivos del taller, del departamento, de la fábrica ten-
drán que establecer su propia disciplina y asegurarse de que sea respeta-
da (como de hecho ya lo hacen hoy día de manera informal e «ilegal»).
Ello implica el rechazo categórico de la idea de que «el hombre se afana
en evitar el trabajo [...]. El hombre es un animal perezoso» (Trotski:
Terrorismo y comunismo) y que la disciplina en el trabajo no puede resultar
sino de la coerción exterior o de los estímulos financieros. En los siste-
mas de explotación no es la organización coercitiva del trabajo la que
ofrece una respuesta a la «pereza humana», sino la «pereza» quien res-
ponde natural y comprensiblemente al trabajo explotado y alienado.
Llegamos a idénticas conclusiones cuando consideramos la realidad
de la producción, es decir, el comportamiento y las luchas de los traba-
jadores en todo el mundo industrial, tanto en el Este como en el Oeste.
En todos lados, la «organización» coercitiva y la «disciplina en el traba-
jo», impuestas desde el exterior, son constantemente combatidas por
los trabajadores. Este combate no es, ni podría ser, únicamente «negati-
vo»; no es únicamente un combate «contra la explotación», es paralela-
mente un combate en favor de una organización distinta de la producción.
Los trabajadores luchan contra la explotación en la producción, es decir
en tanto que trabajadores, mientras trabajan y con el fin de estar en condi-
ciones de realizar su trabajo (sin lo cual pierden o su puesto o su dine-
ro). Para realizarlo, se ven obligados a trabajar la mitad del tiempo contra
las reglas, pues trabajar de acuerdo con las reglas (working to rule, «huelga
de celo») es el mejor medio para provocar el caos inmediato en la pro-
ducción (he aquí, una vez más, un buen indicio de la «racionalidad» de la
producción capitalista). En estas circunstancias los grupos informales

274
de trabajadores han de definir y aplicar, no ya una simple, sino una
doble «disciplina de trabajo»: una disciplina con miras a «derrotar al
patrón» y, simultáneamente, proporcionar una «jornada de trabajo jus-
ta» (a fair day’s work).
Es igualmente posible percibir en otra serie de implicaciones el ca-
rácter germinal de las reivindicaciones concernientes a la autogestión y
la abolición de las normas. Una vez aceptados el principio del poder de
los interesados sobre sus propias actividades y el rechazo de la distin-
ción entre «medios» y «fines», no podríamos ya mostrarnos partidarios
de la adquisición por anticipado de equipamiento, herramientas y
máquinas, no podría contemplarse siquiera la posibilidad de que estos
instrumentos sean impuestos a sus usuarios por ingenieros, técnicos,
etcétera, que los concebirían con el exclusivo fin de «aumentar la efica-
cia de la producción», lo que de hecho equivale a decir: agravar aún más
el dominio del universo mecánico sobre los hombres. Un cambio radical
en las relaciones de los trabajadores con su trabajo implica un cambio
radical en la naturaleza de los instrumentos de producción. Supone ante
todo que el punto de vista de los usuarios de estos instrumentos predo-
mine en el proceso de concepción y realización. Hablar de un socialis-
mo de la cadena de montaje sería una contradicción terminológica, si
no una siniestra mistificación. Es preciso adaptar la máquina al hombre
y no el hombre a la máquina. Ello nos conduce inevitablemente al repu-
dio de las características fundamentales de la tecnología actual, repudio
que también exigen los cambios radicales en la naturaleza de los pro-
ductos finales de la industria. A la máquina de hoy día corresponde la
baratija de hoy día, y es la baratija precisa de ese determinado tipo de
máquina. Ambas implican y tienden a reproducir un determinado tipo
de hombre. CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

Es evidente que numerosos problemas, y nada triviales, surgirán a lo


largo del camino. Pero tan lejos como alcanza nuestra mirada, nada los
hace parecer insuperables. No lo son en mayor medida, en cualquier caso,
que aquellos que suscita diariamente la presente institución antago-
nista de la sociedad. Si, por ejemplo, los grupos de trabajadores se
fijan su propio ritmo de trabajo, el problema se presenta tanto con
relación a la «igualdad» de ritmo entre los distintos grupos –en otras
palabras, a la justicia–, como en relación con la integración de los distintos
ritmos en el proceso total de producción. Ambos problemas existen hoy día
y aún no han sido «resueltos». Habremos progresado considerablemente

275
cuando los hayamos formulado y discutido explícitamente. Es probable
que no solo consideraciones sobre la equidad, sino también sobre la
interdependencia de los distintos estados del proceso de trabajo (así
como, en una etapa que debería anunciarse próximamente, la rotación
de los individuos entre talleres, servicios, etcétera) conducirían al co-
lectivo de los trabajadores a no tolerar grupos que mostraran especial
inclinación a facilitarse la vida. De modo análogo, la construcción de
máquinas desde el punto de vista de sus usuarios, necesitaría de una co-
operación estrecha y constante entre estos últimos y los obreros que cons-
truyen las máquinas. De manera más general, una organización
colectivista de la producción –y del resto de actividades sociales– im-
plica naturalmente una buena porción de responsabilidad social y mutuo
control. Será preciso que los distintos segmentos de la comunidad se com-
porten de modo responsable y acepten desempeñar su papel en el ejercicio
del control mutuo. Una dilatada y permanente discusión de los problemas
comunes, así como la creación de redes de delegados de las organizacio-
nes de base, parecen, con total evidencia, ser los instrumentos y vehícu-
los indicados para la coordinación de las actividades sociales.
No es, este, lugar apropiado para discutir las cuestiones más genera-
les, más importantes y más difíciles que deberá afrontar una sociedad
colectivista –comunitaria–, relativas, por ejemplo, a la integración y la
orientación de la «economía total» –o del resto de actividades sociales–
a su interdependencia recíproca, a la orientación general de la sociedad,
etcétera.15 En realidad, como desde hace tiempo he intentado destacar,
el problema crucial de una sociedad posrevolucionaria no es ni la «gestión
de la producción», ni la organización de la economía. Es el problema
político propiamente dicho, lo que podríamos llamar el negativo del problema
del Estado, a saber, la capacidad de la sociedad para establecer y conser-
var su unidad explícita y concreta, sin que por ello una instancia separa-
da y relativamente autónoma –el aparato de Estado– se encargue de
dicha «tarea». Este problema, entre paréntesis, el marxismo clásico y el
propio Marx lo han de hecho ignorado. La idea de la necesidad de la des-
trucción del Estado como aparato diferenciado y casi autónomo no ha

15
He discutido algunos de estos problemas –los más «inmediatos», a mi juicio– en «Sobre el
contenido del socialismo, II», Socialismo o Barbarie, 1957: julio.

276
sido acompañada de una toma en consideración positiva del problema
político. Se ha hecho más bien «desaparecer» el problema («míticamente»,
se sobrentiende) en la perspectiva de la unificación y la homogeneización
explícitas, «materiales», que el desarrollo del capitalismo debería su-
puestamente haber engendrado en la sociedad. La «política», para Marx,
Lenin, etcétera, es la lucha contra la burguesía, la alianza con las demás
clases; en definitiva, la eliminación de los «restos del viejo mundo». No
es la institución y organización positivas del nuevo mundo. Para Marx,
en una sociedad al 100 % proletaria, no existiría, ni podría existir el problema
político (he ahí uno de los sentidos de su rechazo a preparar «recetas para
las cocinas socialistas del porvenir»). Esta particularidad hunde sus raí-
ces en su filosofía de la historia: socialismo o barbarie, quizás, pero si no
es –la barbarie es el socialismo– y el socialismo está determinado. La iro-
nía de la historia ha querido que la primera revolución victoriosa tuvie-
ra lugar en un país en que la población, es lo mínimo que podemos
decir, no había sido «unida y disciplinada por el proceso mismo de la
producción capitalista». Y fue al partido bolchevique y al terror totalita-
rio de Stalin, a quien correspondió la delicadeza de ocuparse de unificar
y homogeneizar la sociedad rusa. Afortunadamente, su éxito no fue
completo.
Pero nosotros no podemos hallar la respuesta a la cuestión de la unidad
de la sociedad posrevolucionaria en un proceso de homogeneización
«objetivo-subjetivo» que de hecho no existe. En realidad tampoco po-
dríamos hacerlo si existiera. Resulta imposible a todos los efectos elimi-
nar un problema político como tal. La unidad de la sociedad
revolucionaria no podrá efectuarse –es decir recrearse constantemen-
te– sino mediante la actividad reunificadora permanente de los órganos
colectivos. Ello supone, naturalmente, la destrucción de todo «aparato
CORNELIUS CASTORIADIS / La fuente húngara

de Estado» separado, pero además la existencia y revisión continua de


instituciones políticas –por ejemplo, los Consejos y sus redes– que no sean
antagonistas de la «sociedad real», sin que por ello deban ser directa e
inmediatamente idénticas a ella. En esta dirección no se nos ofrece nin-
guna garantía mágica de que pueda alcanzarse fácilmente un consenso
social, ni de que todas las fricciones eventuales entre segmentos de la
comunidad desaparezcan. Nada nos asegura que, aprovechándose qui-
zás de las tensiones que resultan de los antagonismos sociales subsis-
tentes, no apareciera un estrato que tratara de ocupar posiciones de
poder permanente, allanando el terreno a la restauración tanto de la
277
división entre dirigentes y ejecutantes, como de un aparato de Estado
separado. Pero a este respecto no podemos aventurarnos más allá de la
cuestión siguiente:
O los órganos colectivos autónomos del pueblo se muestran capaces
de inventar una solución –más bien un proceso de soluciones– al proble-
ma del mantenimiento de la sociedad como unidad diferenciada; o bien,
si las masas se revelan incapaces de progresar en este sentido, se impon-
drán necesariamente soluciones «de reemplazo» bajo la forma, por ejem-
plo, del poder de un «partido revolucionario» y de la reconstitución de
una burocracia permanente. El «antiguo fárrago» volvería entonces a
ocupar su lugar ipso facto.
No se trata de que no conozcamos el camino. No hay tal camino; no hay
camino ya trazado. Es la actividad colectiva y autónoma de los hom-
bres la que lo trazará, en caso de que debiera ser trazado. Pero sabemos
qué no es el camino y sabemos qué camino conduce a una sociedad buro-
crática totalitaria.
La Revolución Húngara no dispuso ni del tiempo, ni de la posibili-
dad para afrontar estos problemas. No obstante, en el reducido espa-
cio de su desarrollo, no solo destruyó la innoble mistificación del
«socialismo» estalinista, sino que también planteó algunas de las cues-
tiones más importantes que ha de afrontar la reconstrucción revolucio-
naria de la sociedad humana, ofreciendo además una serie de respuestas
germinales. No solo nos resulta obligado honrar la heroica lucha del
pueblo húngaro por su decisión y su resolución de gestionar él mismo su
vida colectiva, cambiando con arreglo a este fin una institución de la
sociedad que se remonta históricamente al origen de los tiempos, sino
que debemos reconocer en ella a una de las fuentes creadoras de la
historia contemporánea.

278
RUTH No. 2/2008, pp. 279-285

Derroteros

Autogestión social: cartas de navegación sin puerto fijo

Es frecuente encontrar el tema de la autogestión social en la agenda de


estudio, debate, propuestas y horizontes de cierta tradición revolucio-
naria del pensamiento y la acción. De manera creciente, este es un asunto
que se retoma y se recrea por la comunidad científica en diálogo y/o
lectura con/de las prácticas autogestionarias históricas y presentes, a la
vez que los propios sujetos de las experiencias las socializan desde la
producción de textos y materiales audiovisuales.
Consensos y disensos, apuestas y renuncias, comprensiones en
entornos a pequeña escala, funcionales al sistema capitalista y valora-
ciones que superan la antinomia micro/macro para hablarnos de auto-
gestión de la vida, configuran una plataforma para la observación muy
heterogénea, como desafío convocante.
Considerando la centralidad del tema, este cuaderno se plantea la
construcción de derroteros, mas son rumbos que no conducen a un
único lugar si se habla de autogestión. Como carta de navegación, nos
presenta algunas líneas para un tránsito de aprendizaje que no pretende
agotar el tema ni cerrar el debate, sino contribuir a él.
El mapa se estructura a partir de cuatro ejes: «raíces históricas», «pla-
taforma teórica», «prácticas autogestionarias» y «términos afines». Cada
uno de ellos contiene referencias múltiples que privilegian la diversidad
y acceso a la información. De ahí que un número significativo de los
textos puedan leerse desde la web. El primero de estos ejes permite un
abordaje desde los antecedentes. Ello configura puntos de partida para
la comprensión de la autogestión desde una perspectiva teórica, así como
su visión desde la práctica. A su vez, el estudio de una plataforma teó-
rica y de experiencias de autogestión que han tenido lugar –presentados

279
en los ejes segundo y tercero– contribuye al fomento de un diálogo cre-
cido en argumentos entre ambas aristas de abordaje: lo teórico y lo em-
pírico. Por último, se colocan algunas referencias a términos afines a la
autogestión, con el ánimo de alimentar el debate presente en el ámbito
de las definiciones.
La experiencia de trabajo para la construcción de esta guía, proceso
de aprendizaje en sí misma, contó con la colaboración de Humberto
Miranda, a quien agradecemos la asesoría.
Sin que la reiteración anule el sentido de lo dicho, una vez más decla-
ramos el carácter de permanente construcción de la guía de aprendizaje
en nuestro sitio web. El espacio queda entonces abierto a las contribu-
ciones de la lectora o lector.

Textos de referencia

1. Raíces históricas

VITALE, LUIS: Historia de nuestra América. Los pueblos originarios, Ediciones


CELA, Santiago de Chile, 1991; versión digital en: <http://
mazinger.sisib.uchile.cl/repositorio/lb/filosofia_y_humanidades/
vitale/obras/sys/epo/gpf>.
PADILLA ULLOA, EDGAR: «La minga en Mira», en: <http://www.mira.ec/
paginas/Leyendas/Mingas.aspx>.
PIDDOCKE, STUART: «El sistema “potlach” de los kwakiutl del sur: una
nueva perspectiva», en J. R. Llobera (comp.): Antropología económica:
estudios etnográficos, Anagrama, Barcelona, 1981, pp. 101-122.
GIL DE SAN VICENTE, IÑAKI: «Rochdale y otras experiencias», Cooperativis-
mo obrero, consejismo y autogestión socialista. Algunas lecciones para Euskal
Herria, Rebelión, «Libros Libres», 29/08/2002.

2. Plataforma teórica

CORNELIO, LUCIO: Introducción a la autogestión, El Cid Editor, Buenos Ai-


res, 1978.
MASSARI, ROBERTO: Teorías de la autogestión, Editorial Zero-Zyx, Madrid,
1977.

280
VIANA, NILDO: «O que é autogestão?», Ruptura, Goiânia, 2003; 04: 27-33.
SÈVE, LUCIEN, JACQUES TEXIER, CATHERINE SAMARY: Socialización, democra-
cia, autogestión: Un debate marxista en los tiempos de la izquierda plural, El
Viejo Topo, Barcelona, 2004.
TEXIER, JACQUES: «Democracia, socialismo y autogestión», La Pensée, Pa-
rís, 2000; 321: ene.-mar. [descriptores temáticos: autogestión y socia-
lismo, concepción marxista, participación, cooperativas obreras].
TROTSKY, LEÓN: «El control obrero de la producción» [1931], Marxists
Internet Archive-español, en: <www.marxists.org/espanol/trotsky>.
LUXEMBURGO, ROSA: «Capítulo 2: Sindicatos, cooperativas y democracia
política», Reforma o revolución, parte II, en: <www.engels.org>.
MANDEL, ERNEST: «Las fuentes», Control obrero, consejos obreros, autogestión.
[Antología], Ediciones ERA, México, 1974, pp. 51-79.
—————: «La consolidación y el acervo teórico hasta la Segunda
Guerra Mundial y el impulso revolucionario de 1936», Control obrero,
consejos obreros, autogestión. [Antología], Ediciones ERA, México, 1974,
pp. 250-298.
—————: «La autogestión socialista», Alienación y emancipación del
proletariado, Editorial Fontamara, México, 1992.
GIL DE SAN VICENTE, IÑAKI: Cooperativismo obrero, consejismo y autogestión
socialista. Algunas lecciones para Euskal Herria, Rebelión, «Libros Libres»,
29/08/2002.
MARX, CARLOS: El capital. Libro I. Sexto capítulo (inédito): Resultados del
proceso de producción inmediato, Ignacio Rodas (trad.), Ediciones Curso,
Col. Hilo Rojo, Barcelona, 1997.
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LENIN, V. I.: «Sobre la cooperación» [1923], Obras completas, 33 ts., Edi- Autogestión social: cartas de navegación sin puerto fijo
tora Política, La Habana, 1964.
—————: Socialismo y cooperativismo. Compilación de escritos, Ediciones
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SAMARY, CATHERINE: «Los fines y los medios: ¿qué proyecto autogestio-
nario socialista?», La Pensée, París, 2000; 321: ene.-mar; también en
SÈVE, L., J. TEXIER, C. SAMARY: Socialización, democracia, autogestión: Un de-
bate marxista en los tiempos de la izquierda plural, El Viejo Topo, Barce-
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MÉSZÁROS, ISTVÁN: «La teoría económica y la política: más allá del capi-
tal», Rebelión, «La Izquierda a Debate», 26/12/2002.

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www.gestiopolis.com/recursos/documentos/fulldocs/eco/
autogescomuni.htm>.
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Revista Marxista de Teoría y Política, Buenos Aires, 2002; 1: octubre,
en: <http://www.ips.org.ar/article.php3?id_article=60>.

3. Prácticas autogestionarias

Experiencias en América Latina y el Caribe

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4. Términos afines

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285
RUTH No. 2/2008, pp. 286-295

El dios de todos los nombres

A inicios de 2007 una notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe,


del Vaticano, expuso que las doctrinas y obras escritas por Jon Sobrino pueden
resultar «perjudiciales» para los fieles de la Iglesia. Es una declaración que tiene
el largo antecedente de 30 años de cuestionamientos por parte de las jerarquías
de la Iglesia católica hacia este relevante teólogo de la liberación.
«Contra la política opresora de cualquier imperio, la política liberadora del
Reino». La espiritualidad cristiana que anima esta oposición antimperialista es
presentada a continuación a manera de principios a veces tan «evidentes» como
sistemáticamente olvidados.

JON SOBRINO*

Espiritualidad del antimperialismo**

1. El imperio, ídolo omniabarcador

Imperio e imperialismo parecían palabras muertas, pero la realidad las


ha resucitado. Hoy no basta hablar de opresión y de capitalismo para
describir la postración de las grandes mayorías de este mundo. El Norte
y las multinacionales lo someten, como no se había conocido antes. Y
muy en especial Estados Unidos. Este es el imperio actual.
Impone su voluntad sobre todo el planeta, con un poder inmenso,
guiado por el pathos del triunfo, en todos los ámbitos de la realidad y a

* (País Vasco, 1938). Teólogo jesuita. Fue estrecho colaborador del arzobispo de San Salvador,
monseñor Óscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980. Prolífico autor, ha desarrollado su
contribución en la cristología, eclesiología y espiritualidad de la liberación.
** Palabras publicadas en la Agenda Latinoamericana 2005, p. 224.

286
través de todo: economía que no piensa en el oikos, industria armamen-
tista y su control, comercio inicuo e injusto, información manipulada o
mentirosa, guerra cruel, terrorismo con apariencias legales y barbarie
sin miramientos, irrespeto y desafío al derecho internacional, violación
de los derechos humanos cuando es necesario, destrucción de la natura-
leza... A la larga, lo más grave es, quizás, la contaminación del aire que
respira el espíritu humano y que se impone en el planeta: la exaltación
del individualismo y del éxito, como formas superiores de ser humano, y
el irresponsable disfrute de la vida como algo que no admite discusión,
sin reparar en recursos (de modo que un deportista, cantante o actor de
cine pueden ganar lo equivalente a un alto porcentaje del presupuesto
nacional de un país subsahariano).
Todo esto asusta, y sin embargo el imperio proclama que es bueno
que el mundo sea así. Es buena noticia: eu aggelion; el advenimiento del
fin de la historia, el eschaton; la aldea global, la basileia tou Theou. El ser
humano de hoy es afortunado de vivir en este mundo, y el imperio tiene
la misión divina de defenderlo y extenderlo.
No se habla de teocracia, pero el imperio es concebido desde catego-
rías religiosas. Como la divinidad, goza de ultimidad y exclusividad. A
la acumulación de poder no se la pueda tildar de peligro que tiende a
destruir al débil, sino que es expresión de la realidad divina e instru-
mento que garantiza su presencia en el mundo. Como la divinidad, tam-
bién el imperio ofrece salvación, cuya forma suprema es el buen vivir.
No admite discusión y nadie puede impedirlo. Exige una ortodoxia y un
culto y, sobre todo, como Moloch, exige víctimas para subsistir. ¿Y los
pobres de este mundo? Solo les quedan las migajas de Lázaro.
Asusta la maldad imperial y asusta su desvergüenza. Y entonces vie- JON SORBINO / Espiritualidad del antimperialismo
ne la pregunta: ¿y nosotros, qué haremos? La respuesta la da Pedro
Casaldáliga en la presentación de esta misma Agenda Latinoamericana
2005: «Contra la política opresora de cualquier imperio, la política
liberadora del Reino».
Otros concretarán los contenidos, teorías y praxis de esa política
liberadora. Nosotros nos concentramos, tal como nos ha pedido la Agenda
Latinoamericana 2005, en la espiritualidad antimperialista, es decir, el
viento, el impulso, el espíritu que mueve a los seres humanos a luchar
contra el imperio y a transformarlo en el reino de la fraternidad.

287
2. El momento teologal: honradez con lo real y sumisión a solo Dios

El imperio es el instrumento que adopta el Maligno, la bestia a la que el


dragón le concede su fuerza destructora, según el Apocalipsis (12-13).
Como el Maligno, es «asesino», de ahí que el primer acto del espíritu sea
la compasión y misericordia y, hacia las víctimas, solidarizarse con ellas,
defenderlas con creatividad y firmeza hasta el final. Ese espíritu libera-
dor, y aun martirial, ha abundando en América Latina –y existe también
en muchos solidarios que les toca vivir dentro de «la bestia»–. Esto es
bien sabido y baste con dejarlo señalado. Por ello analizaremos otras
dimensiones del espíritu antimperial. Empecemos.
El Maligno es «mentiroso» y, ante el embuste primordial del imperio,
el primer acto del espíritu es desenmascararlo, ejercitar la honradez con
lo real. Esa honradez no es fácil, pues el mal se encubre y hace lo posi-
ble por aparecer como lo contrario. El imperio se hace pasar por bienhe-
chor, guardián del bien, fuente de esperanza y liberador incluso de los
«menos favorecidos» del planeta. Hoy además tiene viento a favor tras
la caída del socialismo y el afianzamiento de la globalización y por ello
queremos detenernos un poco en el análisis.
a) El entusiasmo precipitado que se produjo tras la caída del Muro de
Berlín generó un ambiente engañoso: el mal radical había desapa-
recido. No se vislumbraban grandes luchas bélicas, aunque el blo-
que triunfante no dejaba de prepararse para las guerras del petróleo,
del agua, del coltán... La misión de la potencia superviviente era
garantizar el bien en el resto de los países de abundancia y prome-
ter esos mismos bienes a los pobres. Y a Estados Unidos le tocó
gestionar la paz, que se convirtió en la pax americana, sucesora de la
pax romana, de la eirene de los helenos, no del shalom, la reconcilia-
ción y la fraternidad, que no llegó ni se pretendió. De todas mane-
ras, muchos descargaron en Estados Unidos, sin discusión, la
responsabilidad de gestionar esa pax. Si la gestionaba bien, podía con-
vertirse en superpotencia benévola y no tenía por qué volverse impe-
rio opresor. No ocurrió lo primero, sino lo segundo. Pero el imperio
se movía con el viento a favor.
b) Todo esto ha coincidido, además, con la globalización, que sus
defensores rodearon de una aureola espléndida de buena nueva. El

288
lenguaje ha dado por indiscutible y asentada su existencia: se hable
de lo que se hable se añade siempre la coletilla: «en un mundo
globalizado». Y los poderes la presentan, aunque reconozcan pro-
blemas, como algo bueno y salvífico.
Pues bien, la idea de «globalización» está emparentada con la de «im-
perio»: ambas connotan totalidad, cierta armonía al interior de la huma-
nidad o, al menos, cierto orden superador del caos, e incluso un centro
generador de realidades positivas. Los defensores de la globalización le
hacen un favor al imperio, pues trasladan a este las bondades, reales o
supuestas, de aquella.
No todos lo ven así, ciertamente. ¿Mundialización o conquista?1 era el
título de un libro de Cristianisme i Justícia sobre globalización. Y más
acremente, nos avisa Jürgen Moltmann, repasando –sapiencialmente–
siglos del progreso de Occidente:
Los campos de cadáveres de la historia, que hemos visto, nos
prohíben [...] toda ideología del progreso y todo gusto por la globa-
lización [...]. Si los logros de la ciencia y de la técnica pueden em-
plearse para el aniquilamiento de la humanidad (y si pueden, lo
serán algún día), resulta difícil entusiasmarse con el internet o la
tecnología genética.2
Gestionar la globalización no es ninguna justificación para el imperio.
Conclusión para la espiritualidad: contra el imperio hay que generar
un espíritu de lucha por amor a las víctimas. Y, como se encubre, el
primer paso efectivo de una espiritualidad antimperialista es desenmas-
cararlo. Es la honradez con lo real, que es todo menos evidente, incluso
en el pensamiento progresista. Más en concreto, se trata de readmitir en JON SORBINO / Espiritualidad del antimperialismo
nuestro pensar lo que antes se quería decir –a veces de muy malas for-
mas– con la expresión «pecado original»: los seres humanos no supera-
mos nuestras tendencias pecaminosas, aunque ocurran cosas buenas.
Ni la caída del Muro de Berlín, ni los avances de internet o de la
biogenética garantizan en modo alguno la supresión del sometimiento y
la opresión imperialista.

1
Cristianisme i Justícia: ¿Mundialización o conquista?, Sal Terrae, Santander, 1999 [n. de la R.].
2
J. Moltmann: «Progreso y precipicio. Recuerdos de futuro del mundo moderno», Revista
Latinoamericana de Teología, San José, 2001; 54: 245.

289
Pero además, como lo que se encubre es un ídolo –y no cualquier otra
cosa–, al imperio hay que oponer el verdadero Dios. Para el cristiano, el
Dios de Jesús. Y a veces hay que explicitarlo. Hoy no se estila hablar así,
ni siquiera en algunos contextos cristianos. Pero si al enfrentarnos con
el imperio no podemos eludir la divinidad, entonces es necesario hacer
presente al verdadero Dios.
Así decía Monseñor Romero el 10 de febrero de 1980: Ninguna per-
sona se conoce mientras no se haya encontrado con Dios. Por eso tene-
mos tantos ególatras, tantos orgullosos, tantos seres humanos pagados
de sí mismos, adoradores de los falsos dioses. No se han encontrado
con el verdadero Dios y por eso no han encontrado su verdadera gran-
deza.
«Solo Dios es Dios». No lo son ni el César ni el imperio. Equivocarse
en eso, en forma creyente o secularizada, tiene gravísimas consecuencias.
Recalcar esta espiritualidad teologal podrá parecer risible a pragmáticos
de todo tipo, pero una espiritualidad antimperial no puede evitar el mo-
mento teologal. Y tampoco puede contentarse con ser antidolátrica, sino
que en algún momento debe volverse positivamente hacia lo teologal.

3. El momento jesuánico: una cultura evangélica contracultural

El imperialismo nos llega con la geopolítica, el servilismo –más o me-


nos inevitable– de los dirigentes, y con el interés egoísta del capital, y
también con excesos de sumisión en los pueblos. De esa forma se con-
figura el destino vida y muerte, humanización o deshumanización de
países enteros. Contra este imperialismo global hay que luchar, eviden-
temente. Y una de las expresiones actuales de esa lucha es el movimien-
to de «otro mundo es posible».
Pero en el día a día el imperialismo penetra en los seres humanos de
otras formas: mediante la seducción –para unos pocos– y el engaño
–para las mayorías– de la llamada «cultura estadounidense», the american
way of life. Esta impone dos visiones de la vida muy poderosas: el indi-
vidualismo, como forma suprema de ser, y el éxito, como verificación
última del sentido de la vida. Nos lo ofrecen –y nos lo imponen– como
lo mejor que ha producido la historia. Y a la inversa, fraternidad, com-
pasión y servicio son productos culturales secundarios, tolerados, pero

290
no promovidos. Insistir en ellos más que en los otros no es «política-
mente correcto».
La igualdad de la Revolución Francesa, y nada digamos de la fraterni-
dad del evangelio, se han quedado obsoletas. De Afganistán e Iraq no
cuentan los afganos y los iraquíes, y de África no cuenta nada. Y, por
encima de todo, nos seducen con la cultura del «buen vivir», a la que
hay que sacrificar todo, aunque sea lo de los demás, y se relativiza el
inmenso sufrimiento del planeta. El imperio genera también polución
espiritual. El aire que respira el espíritu sofoca, asfixia, envenena.
Este sometimiento al modo de ser y de comportarse es radicalmente
antievangélico y por ello el cristiano debe combatirlo desde «el modo de
ser de Jesús». El imperio pretende que nuestra ilusión sea comer, beber,
cantar, ver deporte y divertirnos como allí se hace. Por eso, a ello hay que
oponer una comida y bebida como mesa compartida, una música
que genere comunión y gozo, no simple entertainment, un deporte con
austeridad y sin dispendios insultantes, con disciplina y rivalidad dentro
de una misma familia. Eso es espiritualidad antimperial en el día a día.
Y también lo es, tal como están las cosas, defender un «nacionalismo»,
bien entendido como el derecho a la diferencia: la defensa de la bondad
de la creación de Dios, en diferentes pueblos, tradiciones, culturas y
religiones.
Mirando a la imposición cultural, la espiritualidad tiene que estar ba-
sada en los rasgos –contraculturales– que provienen de Jesús. Así lo
escribimos hace unos años:
De Jesús impactaba la misericordia y la primariedad que le otorga-
ba: nada hay más acá ni más allá de ella, y desde ella define la
verdad de Dios y del ser humano. De Jesús impactaba su honradez JON SORBINO / Espiritualidad del antimperialismo
con lo real y su voluntad de verdad, su juicio sobre la situación de
las mayorías oprimidas y de las minorías opresoras, ser voz de los
sin voz y voz contra los que tienen demasiada voz, e impactaba su
reacción hacia esa realidad: ser defensor de los débiles y denuncia
y desenmascaramiento de los opresores. De Jesús impactaba su
fidelidad para mantener honradez y justicia hasta el final en contra
de crisis internas y de persecuciones externas. De Jesús impactaba
su libertad para bendecir y maldecir, acudir a la sinagoga en sábado
y violarlo, libertad, en definitiva, para que nada fuese obstáculo
para hacer el bien. De Jesús impactaba que quería el fin de las

291
desventuras de los pobres y la felicidad de sus seguidores, y de ahí
sus bienaventuranzas. De Jesús impactaba que acogía a pecadores
y marginados, que se sentaba a la mesa y celebraba con ellos, y que
se alegraba de que Dios se revelaba a ellos. De Jesús impactaban
sus signos –sólo modestos signos del reino– y su horizonte utópico
que abarcaba a toda la sociedad, al mundo y a la historia. Final-
mente, de Jesús impactaba que confiaba en un Dios bueno y cerca-
no, a quien llamaba Padre, y que, a la vez, estaba disponible ante
un Padre que sigue siendo Dios, misterio inmanipulable.3
Estos bien pueden ser rasgos de una espiritualidad antimperial. Apun-
tan a lo que nos hace ser humanos –ecce homo–, aunque la ocasión aquí
sea trágica, y genera familia humana. Destruye la prepotencia imperia-
lista del «civis romanus sum»,4 que conlleva el desprecio de los demás.

4. El momento soteriológico: el escándalo de una salvación que


viene de abajo

Contra el imperio hay que luchar de diversas maneras y los cristianos no


deben rehuir ni el desarrollo de teorías antimperialistas, ni la creación
de fuerzas sociales y políticas que se le opongan o que lo minen poco a
poco, ni siquiera deben rehuir la participación en revoluciones justas,
como ha ocurrido a lo largo de la historia. No vamos a desarrollarlo
ahora. Sí queremos mencionar algunos elementos beligerantes más es-
pecíficamente cristianos, «absurdos», aparentemente «inoperantes», pero
que, como las pequeñas piedras que caían del monte en la visión de
Daniel, pueden destruir los pies de barro de los grandes imperios. Esas
«pequeñas piedras» son las grandes realidades cristianas, aunque escan-
dalosas y tenidas por inútiles. Promoverlas forma parte de una espiri-
tualidad antimperial. En principio porque quiebran la lógica más profunda
del imperio de que solo el sometimiento y el poder salvan.
La tesis fundamental antimperial es que la liberación proviene de las
víctimas del imperio, lo cual es todo menos evidente, también con fre-
cuencia en la Iglesia oficial. Es evidente que el poder, adecuadamente
usado, es necesario, por otros capítulos, para erradicar y socavar al im-
3
J. Sobrino: La fe en Jesucristo. Ensayos desde las víctimas, UCA Editores, San Salvador, 1999.
4
«Soy un ciudadano romano», léase: soy ciudadano libre del imperio romano [n. de la R.].

292
perio. Pero el puro poder nunca ofrece liberación digna de seres huma-
nos. La tradición bíblico-cristiana, experta en el tema de la liberación y
en los dinamismos que la generan, no comienza con el poder. Salvación
y liberación provienen de lo débil y pequeño: una anciana estéril, el
diminuto pueblo de Israel, un judío marginal... Lo débil y pequeño es lo
que está en el centro del dinamismo de la liberación. Ellos son sus por-
tadores, no solo sus beneficiarios. La utopía responde a su esperanza,
no a la de los poderosos. Su pequeñez expresa la gratuidad de la salva-
ción, no la hybris que exige resultados.
Esta tradición de lo pequeño que salva, atraviesa la Escritura, pero
hay más. En el Antiguo Testamento aparece la misteriosa figura del siervo
sufriente de Jahvé, que no es solo «pobre» y «pequeño», sino «víctima».
Y ese siervo es el elegido por Dios para traer salvación. Al escándalo de
lo pequeño se añade ahora la locura de la víctima. «Solo en un difícil
acto de fe el cantor del siervo es capaz de descubrir lo que aparece
como todo lo contrario a lo ojos de la historia», decía Ignacio Ellacuría
con razón. Pero esa locura muestra también su eficacia histórica en el
mundo de los pobres.
En Asia, dice Aloysius Pieris, los pobres, no por santos, sino por ser
los sin poder, los rechazados, son elegidos para una misión: «son convo-
cados a ser mediadores de la salvación de los ricos y los débiles son
llamados a liberar a los fuertes».
En África, en una situación intraeclesial, pero que expresa con vigor
la misma intuición, dice E. Weng: «La Iglesia de África, en cuanto afri-
cana, tiene una misión para la Iglesia universal [...]. A través de su po-
breza y su humildad debe recordar a todas sus iglesias hermanas lo
esencial de las bienaventuranzas y anunciar la buena nueva de la libera- JON SORBINO / Espiritualidad del antimperialismo
ción a las que han sucumbido a la tentación del poder, las riquezas y la
dominación».
En El Salvador, decía Ellacuría: «Toda esta sangre martirial derrama-
da en El Salvador y en toda América Latina, lejos de mover al desánimo
y a la desesperanza, infunde nuevo espíritu de lucha y nueva esperanza
en nuestro pueblo».
Y junto a esta tesis fundamental podemos enumerar más brevemente
otras no menos escandalosas, pero igualmente cristianas y de largo al-
cance, que son como las pequeñas piedras que hacen desmoronarse al
imperio.
293
a) El reino de Dios advendrá como civilización de la pobreza, en
contra de la civilización de la riqueza que ni ha dado vida ni ha
humanizado. De ahí la imperiosa necesidad de una crítica a la pros-
peridad, que suele ser alabada sin ninguna dialéctica, pero que es
en muy buena parte deshumanizante por generar epulones y
Lázaros. No es justificación para el imperio generar simplemente
prosperidad.
b) La máxima autoridad en el planeta es la autoridad de los que su-
fren, sin que haya ningún tribunal de apelación. De ahí la necesi-
dad de una crítica, sospecha al menos, también hacia la democracia
–¡cuánto se echa de menos a los antiguos «maestros de la sospe-
cha»!–. En el mejor de los casos, se pone en favor del ciudadano y
en él encuentra la fuente del poder, pero no se pone, misericordio-
samente, del lado del que sufre, ni encuentra en él legitimidad y
autoridad. No es justificación para el imperio poder apelar simple-
mente a la democracia –y qué democracia, light, de baja intensidad,
fraudulenta, de soberanía limitada.
c) Superación del panegirismo acrítico de todo lo que sea diálogo y
tolerancia, sin introducir un mínimo de dialéctica de confronta-
ción y denuncia de la opresión y sometimiento. No es justificación
para el imperio que entable conversaciones con sus coadláteres y
haga como si escuchase a los pueblos sometidos.
d) Superación del chantaje de una ingobernabilidad, que sería pro-
ducto de la polarización política, lo que encubre el antagonismo
cruel entre los pocos y los muchos. No es justificación para el im-
perio que, al menos, garantice la gobernabilidad mundial.
e) Por último pelear la batalla del lenguaje, creado y controlado por
los poderosos. No hay que dejarse imponer la definición de lo que
es terrorismo y paz, comunidad internacional y civilización. Más
de fondo, no hay que dejarse imponer la definición de lo que es «lo
humano». Aceptar que existe un decir «políticamente correcto» es
facilitar muchas cosas al imperio.

5. El reino del bien

Jesús habló de un mundo configurado por la bondad graciosa de Dios,


no por el poder impositivo del emperador. Eso es bien sabido, y de ahí
294
que los cristianos debiéramos ser, visceralmente si se quiere, antimperio
y pro reino. Y en eso nos va nuestra esencia. Para terminar, solo dos
cosas de actualidad para los cristianos.
La primera la ha notado muy bien José Comblin. El imperialismo
actual de Estados Unidos confronta al cristianismo con un problema,
que es de siempre, pero que hoy se ha acentuado. En Asia y África,
«cristianismo» ha sido sinónimo de «Occidente», con beneméritas ex-
cepciones. Pues bien, en el mundo actual, más de mil millones de seres
humanos, los pueblos musulmanes, ven en Bush, a la vez, la expresión
de Occidente y la expresión del cristianismo. Con ello, la misión cristia-
na, no como proselitismo, sino como diálogo y fraternización, se hace
muy difícil. ¿Quién les convence de que no hay que identificar las dos
cosas, si el imperio, Bush y su grupo, aparecen orando al Dios de Jesús
y desoyen a los cristianos que se les oponen, incluido Juan Pablo II?
Mientras dure el imperio, difícil será anunciar la buena nueva de Jesús.
La segunda debiera ser más conocida, pero es ignorada, aun en medio
de un mar de canonizaciones. «Si sueltas a ese no eres amigo del empe-
rador». Y a Jesús lo mataron porque no era amigo del imperio. Cada
quien juzgará qué de bueno trajo al mundo que Jesús no fuera amigo del
imperio. En América Latina han sido miles los amigos de los pobres y
de Dios, no del imperio ni del César. De ellos vivimos muchos. Y ellos
han escrito mejor que nadie qué es eso de espiritualidad antimperialista.

JON SORBINO / Espiritualidad del antimperialismo

295
RUTH No. 2/2008, pp. 296-301

Documentos

Las palabras del presidente Correa dan cuenta de un llamado a las ciencias
sociales al compromiso social, como instrumento para entender la realidad y
proponer soluciones a los problemas y conflictos existentes. Es un llamado a
las ciencias sociales del Continente a dar su aporte comprometido en esta etapa
de cambio. Un vez más la política revolucionaria busca alianza y correlato con
la ciencia revolucionaria, sin aprobar falsas neutralidades.

RAFAEL CORREA DELGADO*

Los Objetivos del Milenio limitan aspiraciones


de cambio social**

28 de septiembre de 2007

Señor Presidente, Excelencias, señores Jefes de Estado y de Gobierno y


Representantes de los Gobiernos del Mundo:

Permítanme iniciar esta intervención reflexionando sobre el compromiso


de lucha contra la pobreza, vigente desde septiembre de 2000, cuando
189 países suscribieron la Declaración de los Objetivos del Milenio. En
virtud de ese acuerdo nos comprometimos a cumplir, hasta 2015, con
algunos propósitos básicos en el camino al Desarrollo Humano.

* Economista y académico. Presidente de la República de Ecuador.


** Discurso pronunciado ante la sexagésimo segunda Asamblea General de la Organización de
Naciones Unidas (ONU), donde 189 países suscribieron la Declaración de los Objetivos del
Milenio.

296
Limitaciones de los «Objetivos del Milenio»

Hoy, desde un gobierno que ha proclamado en el Ecuador una revolu-


ción ciudadana, democrática, ética y nacionalista, quisiéramos propo-
ner algunas reflexiones críticas sobre el propio concepto de los Objetivos
del Milenio, sus limitaciones y los peligros que entrañan agendas míni-
mas de esta naturaleza, sobre todo frente a las profundas asimetrías
sociales y económicas que vive el planeta.
La primera limitación en los Objetivos del Milenio es que constitu-
yen un mínimo como estrategia para disminuir la pobreza. Nuestra meta
es ir mucho más allá de tales mínimos, profundizando los objetivos e
incorporando muchos otros. El hecho de suscribirnos de manera exclu-
siva a un enfoque de necesidades mínimas, como el que plantean los
Objetivos del Milenio, implica un alto riesgo al buscar satisfacer con-
ciencias, pero limitando las aspiraciones de cambio social.
De esta forma, podemos asumir que existen dos umbrales que nos

RAFAEL CORREA DELGADO / Los Objetivos del Milenio limitan aspiraciones de cambio social
permiten caracterizar la vida de las personas. El primero tiene que ver
con las capacidades indispensables en los seres humanos para subsistir
dentro de la sociedad, capacidades sin las cuales una vida no podría
llamarse siquiera humana. El segundo umbral se refiere a las capacida-
des que le permitan a cada uno realizarse como persona dentro de esa
sociedad. Estamos hablando, por tanto, no solo de subsistencia, sino
del derecho a gozar de una vida digna de ser vivida.

No a los objetivos mínimos

Señor Presidente, Excelencias:

Creemos que tener la meta de vivir con un dólar más un centavo al día
para, supuestamente, superar la pobreza extrema, o evitar morir prema-
turamente, como podría colegirse de los Objetivos del Milenio, no sig-
nifica llevar una vida digna.
El desarrollo de políticas públicas en un país que pretende un cambio
radical, como el caso ecuatoriano, no puede conformarse con alcanzar
objetivos mínimos. Obviamente evitar la muerte prematura de los niños y
niñas, o de las madres gestantes, resulta un objetivo incuestionable. Sin

297
embargo, centrándonos solo en aquello, corremos el riesgo de confor-
marnos con que la vida humana sea simplemente un proceso de resis-
tencia que tenga como fin alargar unas horas más la existencia de las
personas.

Objetivos comunes sobre máximos sociales

Proponemos, en consecuencia, objetivos comunes no solo sobre míni-


mos de vida sino sobre máximos sociales. Por ejemplo, consideramos
que es posible compartir identidades diversas, construir y recuperar es-
pacios públicos, garantizar el acceso a la justicia, tener un trabajo que
garantice el derecho a ganarse el propio sustento, tener tiempo para la
contemplación, la creación artística y la recreación, objetivos que ya se
encuentran en el Plan Nacional de Desarrollo que ha puesto en vigencia
el Gobierno del Ecuador.
De esta forma, renunciamos a la idea de que el presente es una pura
fatalidad histórica frente a la cual claudicamos buscando mínimos cla-
ramente elementales.
Más aún, la perspectiva de conformarse con mínimos supone tam-
bién la legitimación de la realidad que vivimos, ya que tales mínimos no
buscan trastocar las distancias ni las relaciones de poder entre los suje-
tos ni entre las sociedades. Es decir, también abogamos por el reconoci-
miento de una igual dignidad para todos los seres humanos.
El conceder a algunas personas unos mínimos debe ser, a lo sumo, un
objetivo emergente y temporal, y jamás debe considerarse como un mo-
dus operandi de la política pública, dado que supone situar al «beneficia-
rio» en una posición de inferioridad frente a los demás. En otras palabras,
supone no reconocer su idéntica dignidad humana frente al resto. De
hecho, no es casualidad que burocracias internacionales, como el Ban-
co Mundial, propongan siempre hacer «poverty reports» y nunca se les
haya ocurrido hacer «inequality reports».
Por ello, quizás la mejor estrategia de reducción de la pobreza con
dignidad es la reducción de las distancias sociales, económicas, territo-
riales, ambientales y culturales. De esta manera, uno de nuestros objeti-
vos principales de gobierno es disminuir las iniquidades en un marco de
desarrollo endógeno, de inclusión económica y de cohesión social-terri-
torial, tanto interna como en el marco del sistema global.

298
Derechos Humanos y valores universales contra programas
sociales que fragmentaron la sociedad

En este mismo sentido, buscamos imponer en Ecuador el imperio de


los derechos humanos y de valores universales. Por el contrario, lo que
la larga y triste noche neoliberal postuló, desde una perspectiva asistencial
de compensación por las consecuencias resultantes del absolutismo de
mercado, fueron programas sociales que terminaron fragmentando a la
sociedad en tantas partes como grupos sociales puedan existir.
Sin embargo, un proyecto nacional y un cambio de las relaciones de
poder dentro de una sociedad, no significan una suma de fragmentos,
pretendiendo que, por un azar del destino, adquieran sentido y coheren-
cia y se unan como las partes de un rompecabezas, incluso a pesar de no
contar con todas las piezas que lo integran.
Es indispensable trazar un proyecto compartido que debe estar en
constante rediseño y que justamente tenga como objetivo el que todos
deseemos ser parte del mismo. Por ello, en Ecuador construimos el Plan

RAFAEL CORREA DELGADO / Los Objetivos del Milenio limitan aspiraciones de cambio social
Nacional de Desarrollo en forma democrática, porque entendemos que
sin la participación de todos en las decisiones fundamentales de la so-
ciedad, ningún país podrá legitimar y volver más eficientes sus decisio-
nes políticas.
Se trata, en suma, de cambiar una práctica política aplicada por los
sectores tradicionales, con su tecnocracia y elitismo, para devolver la
palabra y la acción a quienes deben ser los dueños, protagonistas y be-
neficiarios de las políticas públicas.
Además, quisiera señalar que los Objetivos del Milenio adolecen de
una visión de desarrollo apegada a criterios de consumo, y de una estra-
tegia ligada a los procesos de liberalización económica.
Nuestra mirada de desarrollo es muy diferente: entendemos por de-
sarrollo la consecución del buen vivir de todos, en paz y armonía con la
naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas humanas.

Propuesta ecuatoriana para reducir dióxido de carbono: conservar


petróleo en tierra

En este sentido, nos complace sobremanera que en esta Asamblea se


haya debatido ampliamente sobre los efectos devastadores e injustos

299
del cambio climático. El Ecuador ha traído una propuesta concreta e
innovadora para contribuir a la reducción de emisiones de dióxido de
carbono y a la conservación de la biodiversidad con nuestro Proyecto
Yasuní-ITT.
La iniciativa plantea el compromiso de no explotar cerca de 920 000 000
de barriles de petróleo y así evitar la emisión de alrededor de 111 000 000 de
toneladas de carbono provenientes de la quema de combustibles
fósiles.
Sin embargo, esto implicará dejar de recibir ingentes inversiones y
cerca de 720 000 000 de dólares anuales, cantidad muy significativa
para la economía ecuatoriana. Estamos dispuestos a hacer este inmen-
so sacrificio, pero demandando la corresponsabilidad de la comunidad
internacional (sobre todo los países desarrollados, principales depreda-
dores del planeta) y una mínima compensación por los bienes ambien-
tales que generamos.
Este sería un extraordinario ejemplo de acción colectiva mundial (bajar
de la retórica a hechos concretos, a la práctica) que permita no solo
reducir el calentamiento global para beneficio de todo el planeta, sino
también inaugurar una nueva lógica económica para el siglo XXI, donde
se compense la generación de valor y no solamente la generación de
mercancías.

Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas

Al hablar de culturas nos alegra también que la Asamblea de las Nacio-


nes Unidas haya adoptado hace pocos días la Declaración de los Dere-
chos de los Pueblos Indígenas copatrocinada en forma muy activa por
el Ecuador, instrumento que ha debido esperar más de 20 años para su
aprobación y que será la carta fundamental para la protección de los
derechos humanos de nuestros pueblos aborígenes.

Para Ecuador no existen seres humanos ilegales

Finalmente, ese buen vivir del que estamos hablando presupone tam-
bién que las libertades, oportunidades y potencialidades reales de los
individuos se amplíen. En este sentido, la paradoja inmoral de que por

300
un lado se promueva a nivel global la libre circulación de mercancías y
de capitales buscando la máxima rentabilidad pero, por otro lado, se
penalice la libre circulación de personas buscando un trabajo digno, es
sencillamente intolerable e insostenible desde un punto de vista ético.
Para el Gobierno del Ecuador no existen seres humanos ilegales y las
Naciones Unidas deben insistir sobre este punto. No hay tal cosa como
seres humanos ilegales. Eso es inadmisible. Y estamos trabajando acti-
vamente por promover un cambio en las vergonzosas políticas migrato-
rias internacionales, sin olvidar, por supuesto, que nuestra mayor
responsabilidad es la construcción de un país que ofrezca las garantías
de una vida digna como mecanismo de prevención del éxodo forzado
por la pobreza y la exclusión.

No hay fin de la historia e ideologías

Señor Presidente, Excelencias:

RAFAEL CORREA DELGADO / Los Objetivos del Milenio limitan aspiraciones de cambio social
No debemos engañarnos frente a quienes proclaman el fin de las ideolo-
gías, el fin de la historia. Los sectores conservadores quieren hacernos
creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que hay que
abandonar cualquier intento de cambio, cualquier intento de construc-
ción de nuestra propia identidad individual y colectiva, cualquier inten-
to de construcción de nuestra historia.
Frente a esa concepción del mundo, mezquina y autocomplaciente,
nosotros sostenemos que es posible llevar a cabo una acción colecti-
va, consciente y democrática, para dirigir nuestras vidas y organizar la
sociedad mundial de otra manera, con un rostro más humano. Nuestro
concepto de desarrollo nos obliga a reconocernos, comprendernos y va-
lorarnos unos a otros, a fin de posibilitar la autorrealización y la cons-
trucción de un porvenir compartido.
Es a la construcción de ese mundo, de ese sueño, que el Ecuador
quiere invitarlos.
Señoras y señores, muchas gracias.

301
RUTH No. 2/2008, pp. 302-310

Visiones

FRANÇOIS HOUTART*

Socialismo del siglo XXI, construcción intelectual,


eslogan político o expresión de las luchas
antisistémicas**

El gran desafío actual tanto en América Latina como en los otros continentes es la vinculación
de los movimientos antisistémicos con el campo político. Toda institucionalización conlleva en su
vientre mismo las semillas de su propia contradicción, pero el problema no consiste en negarlo ni
en querer escapar a la realidad, sino en afrontar el hecho y encontrar los mecanismos de
corrección, es decir, la democracia participativa. Se trata de un cambio de civilización. Habla-
remos, entonces, de tres aspectos: la deslegitimación del capitalismo, las etapas de las luchas
antisistémicas y los ejes de un poscapitalismo o de un socialismo del siglo XXI.

Es un privilegio y también una emoción el habérseme considerado para


este homenaje a Andrés Aubry, oportunidad que aprovecho también
para contribuir, mediante mi participación, a la lucha antisistémica.
En enero de 1994 importantes eventos tuvieron lugar en México y en
Chiapas. En este mismo mes, nació en una pequeña ciudad de Bélgica,
Lovaina la Nueva, la revista Alternatives Sud del Centro Tricontinental

* (Bélgica, 1925). Sociólogo y teólogo, secretario del Foro Mundial de Alternativas. Entre sus
libros se encuentran Sociología de la religión y Mercado y religión.
** Ponencia presentada en el Seminario en Memoria de Andrés Aubry Planeta-Tierra sobre los
Movimientos Antisistémicos, en la Universidad de la Tierra de San Cristóbal de Las Casas,
Chiapas, del 13 al 16 de diciembre de 2007.

302
(CETRI), destinada a difundir el pensamiento crítico y las experiencias
alternativas del Sur (Asia, África, América Latina), continentes que para
el Norte aparecían como vacíos de ideas y de iniciativas. Uno de los
primeros pasos fue hacer contacto con Andrés Aubry para conocer lo
que significaba el Movimiento Zapatista. Él propuso que mejor lo hi-
ciera Pablo González Casanova, que en varias ocasiones se expresó en
la revista.
Hoy, en memoria de Andrés, hablaré del socialismo del siglo XXI. Sin
duda es un tema controvertido. Para unos la idea del socialismo debe
ser abandonada, junto a la del capitalismo, porque fue solamente su ima-

construcción intelectual, eslogan político o expresión de las luchas antisistémicas


gen invertida. Para otros el concepto lleva a la confusión por su ambi-
güedad: se trata del estalinismo, del maoísmo, del Pol Pot, de la
socialdemocracia, de la Tercera Vía, de las FARC colombianas o del
socialismo francés en el seno del cual nacieron el director general de la
OMC, el presidente del FMI y el ministro de Relaciones Exteriores del
presidente Sarkozy. Existe un socialismo que provoca temor y un socia-
lismo que suscita la risa. De ahí la necesidad de hablar de los procesos y
del contenido de las alternativas.

I. Las luchas antisistémicas son procesos sociales

Proceso social significa a la vez acción y reflexión, análisis y afecto.


Acciones sin aporte reflexivo conducen a revueltas a menudo sin futu-
ro; ideas sin referencias constantes a la realidad se transforman en cons-
trucciones abstractas e impotentes; el análisis sin emoción desemboca
en el cinismo intelectual, y afectos sin pensamiento tienden a confundir
XXI,
un proyecto social concreto con el reino de Dios.
Ningún elemento puede ser aislado de los otros. El matrimonio entre
FRANÇOIS HOUTART / Socialismo del siglo

práctica y teoría debe caracterizar todo movimiento antisistémico. Rosa


Luxemburgo observaba que las reformas sin perspectivas teóricas se
transforman rápidamente en pragmatismo y son fácilmente recupera-
bles por el sistema capitalista. La teología de la liberación nos recuerda
que la fe religiosa puede ser un elemento poderoso de compromiso re-
volucionario y la enorme diversidad de las culturas de las luchas fue
revelada por los Foros Sociales Mundiales.
Un proceso social no se decreta. Es el resultado de actores bien con-
cretos que viven en lugares precisos y en un tiempo dado. Sus prácticas

303
construyen un tejido social. La historia de los movimientos sociales nos
lo enseña. Cuando se celebró el 80 aniversario de la Revolución de Octu-
bre, se recordó que ella no habría sido posible sin la existencia de los
soviets, estos grupos de base que multiplicándose constituyeron una
red capaz de ejercer un peso antisistémico. Cuando se formó la I Inter-
nacional, Marx y Engels insistían sobre la importancia de los procesos
de toma de decisiones. Decían que valía más una conclusión adopta-
da por el conjunto de todos los componentes que 10 impuestas desde
arriba.
Sin embargo, un proceso social es también una construcción y aquí
interviene el hecho de su institucionalización. La experiencia de los
movimientos sociales comprueba esta dialéctica, oscilando entre corrien-
tes anarquistas que privilegian la creatividad, las iniciativas de base, la
efervescencia cultural y los que insisten sobre la organización, la clari-
dad de los objetivos y la adaptación de los medios a los fines. La para-
doja es que los dos son necesarios, con la condición de que la referencia
a la utopía no se transforme en un cultivo de ilusiones y la instituciona-
lización en sistemas piramidales que tomándose como fin terminen por
contradecir los objetivos. Eso se experimenta en todos los campos de la
vida: social, político, cultural, religioso.
El entusiasmo de las luchas antisistémicas no puede ignorar la con-
dición humana. Me acuerdo de una conversación en la Ciudad Ho Chi
Minh, poco después de la reunificación de Vietnam. Los interlocutores
eran el arzobispo de Saigón, monseñor Binh, hombre de gran sabiduría
que había conocido durante el Concilio Vaticano II y el señor Ba, secre-
tario del Partido Comunista de la ciudad que había sido representante
del Frente Nacional de Liberación en París y Bruselas. El señor Ba ex-
plicaba con mucha convicción los planes de transformación de la ciu-
dad en todos sus aspectos, políticos, sociales, culturales, y el arzobispo
escuchaba con mucha atención. Cuando el secretario del Partido termi-
nó sus explicaciones, el arzobispo contestó con mucho respeto: «Es
muy interesante, pero ojalá que los comunistas creyeran un poco más
en el pecado original». Hoy diríamos, en la dialéctica.
En realidad, toda institucionalización conlleva en su vientre mismo
las semillas de su propia contradicción, pero el problema no consiste en
negarlo ni en querer escapar a la realidad, sino en afrontar el hecho y

304
encontrar los mecanismos de corrección, es decir, la democracia parti-
cipativa, Caracoles,1 La Otra Campaña,2 cambios de roles, etcétera.
Hoy en día, entre intelectuales y varios movimientos sociales, el pen-
samiento posmoderno tiene un lugar importante. De hecho, la experien-
cia de un mundo dominado por el pensamiento y las prácticas de
Occidente hace pensar en la necesidad de ir más allá de la simple crítica
económica y política. Es la lógica misma del Siglo de las Luces la que se
debe cuestionar, esa que al mismo tiempo es el fruto, el vehículo y la
inspiración de un sistema económico destructor. Sus principios deben
ser sometidos a una crítica epistemológica, es decir, poner en cuestión

construcción intelectual, eslogan político o expresión de las luchas antisistémicas


su propio sentido. Se trata de un cambio de civilización.
Existe pues un posmodernismo radical que reduce la historia a lo
inmediato, establece al individuo como centro exclusivo de lo real, re-
chaza la idea de estructuras y de sistema para concentrarse en los «pe-
queños relatos», considerando que los «grandes relatos», es decir, las
teorías, imponen necesariamente un peso totalitario al pensamiento y a
la acción. Nada mejor para el capitalismo contemporáneo que ha logra-
do edificar las bases materiales de su reproducción mundial –un siste-
ma-mundo, como dice Immanuel Wallerstein– que una ideología que
niega la existencia de sistemas y de estructuras.
Sin embargo, otros críticos de la modernidad no caen en este exceso.
No niegan la existencia de paradigmas, aun en un mundo de incerti-
dumbres. Así, Edgar Morin, el sociólogo y filósofo francés, nota que en
los mundos físicos, biológicos y antropológicos, el caos y la incertidum-
bre siempre desembocan en la reorganización de la vida, como paradig-
ma fundamental. Por eso este autor hace una crítica dura del capitalismo,
porque él estima que este acaba con la posibilidad de reorganización de XXI,
la vida.
FRANÇOIS HOUTART / Socialismo del siglo

1
Caracoles: reagrupación socio-administrativa de varios municipios autónomos administrati-
vos por comunidades indígenas zapatistas, que se caracterizan por una democracia participa-
tiva rotativa. Además de una representación de cada municipio, tienen una clínica, una escuela
secundaria, un punto de venta de artesanías. En el estado de Chiapas hay 25 Caracoles.
2
La Otra Campaña: campaña nacional en México de los zapatistas, que comenzó durante la
preparación de las elecciones presidenciales de 2006 y que propuso la organización de una
democracia desde abajo para transformar la política en vez de apoyar la toma del poder por
cualquiera de los tres partidos políticos corrompidos: PRI, PAN y PRD. Por esta razón se
sugería la abstención en las elecciones presidenciales.

305
II. El contenido de las luchas antisistémicas

Hablaremos solamente de tres aspectos: la deslegitimación del capita-


lismo, las etapas de las luchas antisistémicas y los ejes de un poscapita-
lismo o de un socialismo del siglo XXI.

1. Deslegitimar el capitalismo

No basta condenar los abusos y los excesos del capitalismo, como lo ha-
cen la mayoría de las religiones. La distinción entre un capitalismo «salva-
je» y un capitalismo «civilizado» no vale, porque el capitalismo es civilizado
cuando lo debe y salvaje cuando lo puede. Son los mismos agentes eco-
nómicos que tienen que aceptar ciertos límites impuestos por luchas so-
ciales y que van hasta los extremos de la explotación cada vez que es
posible, en particular en el Sur.
Es la lógica de la acumulación que debe ser contestada por las luchas
antisistémicas, que sin duda tomará mucho tiempo, pero es indispensa-
ble. Hoy en día eso significa luchar contra la búsqueda de nuevas fron-
teras de acumulación por el capital: la agricultura campesina, que debe
ser transformada en una agricultura productivista capitalista, la privati-
zación de los servicios públicos, las ganancias sobre catástrofes natura-
les o políticas (Naomi Klein).
El carácter destructor del capitalismo, tanto de la naturaleza como del
trabajo humano, nunca ha sido tan grande y tan acelerado como durante
el período neoliberal. La tierra puede ser destruida, y jamás hubo tanta
riqueza al lado de tanta pobreza. Nunca la humanidad ha producido un
sistema tan ineficaz. La deslegitimación, antes de ser ética, debe ser
económica.

2. Los pasos de las luchas antisistémicas

Los cambios antisistémicos son el resultado de luchas. En la actualidad


se dan a escala mundial, frente a actores globales y contra un imperialis-
mo ciertamente congénito a toda forma de capitalismo pero también
representado por Estados Unidos de América. Tal vez este último es un
imperio en declive pero todavía muy activo, con su hegemonía atómica,
306
sus más de 700 bases militares en el exterior de su territorio y en Amé-
rica Latina mediante la presencia de «la embajada» porque solamente
hay una.
El primer paso es la toma de conciencia de esta realidad, que va mu-
cho más allá de la dominación económica y política y que afecta la
cultura y penetra en lo más profundo de las mentalidades. Los Foros
Sociales Mundiales han contribuido mucho a este proceso de concienti-
zación a escala global. La adopción de estrategias de lucha es una se-
gunda exigencia y la diversidad de ellas, desde el nivel local como las
prácticas nuevas de cada uno de los actores, son la garantía de un ver-

construcción intelectual, eslogan político o expresión de las luchas antisistémicas


dadero progreso.
La conceptualización de estas situaciones es una tarea importante y a
este propósito no parece que la noción de «multitud» propuesta por
Hardt y Negri sea adecuada. Demasiado abstracta, esta corre el riesgo
de ser desmovilizadora porque de lo que se trata es de construir un
sujeto histórico nuevo (¿por qué abandonar el concepto?), es decir plu-
ral, democrático, popular.
Las convergencias de los actores son también una condición de efica-
cia. Todos tenemos el mismo adversario porque la globalización signifi-
ca la subsunción generalizada del trabajo humano por el capital, vía real
el salario y formal a través de mecanismos financieros o jurídicos como
las tasas de intereses, la deuda externa, los paraísos fiscales, los ajustes
estructurales, etcétera. Ningún grupo humano escapa a la ley del valor.
Entonces, acciones de conjunto, donde los componentes no piensan en
términos de prioridades –cada uno tiene las suyas– sino en términos de
objetivos estratégicos, constituyen una nueva vía tal como la lucha contra
el ALCA, donde se encontraron movimientos muy diversos, ONG pro- XXI,

gresistas, Iglesias y fuerzas políticas.


FRANÇOIS HOUTART / Socialismo del siglo

El gran desafío actual tanto en América Latina como en los otros


continentes, como lo señaló Gilberto Valdés, es la vinculación de los
movimientos antisistémicos con el campo político. ¿Cómo enfocar la
colaboración orgánica que proponen nuevas iniciativas políticas, como
el ALBA o el Banco del Sur, sin perder su autonomía? ¿Cómo contribuir
al cambio, construyéndolo desde abajo y creando una nueva cultura
política como La Otra Campaña sin caer en callejones sin salida? No se
trata de esperar una situación sin ambigüedades, sino de elegir sus
ambigüedades.

307
Para decirlo con claridad: fue probablemente duro para miembros de
movimientos antisistémicos apoyar a Lula en las últimas elecciones en
Brasil –a pesar de su política interior socialdemócrata–, o en Nicaragua
votar por el Frente Sandinista debido a sus deficiencias institucionales
y las de algunos de sus líderes. Se trataba de impedir alternativas de
derecha con graves consecuencias tanto internas como para la nueva
integración latinoamericana.
Con todo respeto, uno podría preguntarse si en México un razona-
miento similar no habría podido evitar una presidencia, además de ilegí-
tima, de derecha dura y entreguista. ¿Es realmente imposible combinar
una crítica radical y justa y una práctica política nueva con un juicio
político más dialéctico? Esta es solamente una interrogante. No se trata
de realpolitik ni de justificar medios por los fines, sino de reconocer que
el dilema consiste en elegir entre ambigüedades. Tampoco eso significa
el abandono de la ética, sino de no transformarla en un sustituto de un
juicio político. Supone también la continuación de la crítica de las for-
maciones políticas nacidas de movimientos antisistémicos y emancipa-
torios que, como en el Brasil, en México o en China, construyen
«Caracoles al revés», contradiciendo sus propios principios.3

3. Los ejes de un poscapitalismo o de un socialismo del siglo XXI

Podemos, en conclusión, retomar las lecciones de la historia, la expe-


riencia de los movimientos sociales y de sus convergencias, las aspira-
ciones de los pueblos para proponer algunas ideas.
No se trata de imponer una doctrina desde arriba ni de hablar de una
sola alternativa, sino de recoger lo vivido y de reconciliar teoría y prác-
tica en un esfuerzo compartido, de unir revolución y reformas en una
búsqueda de la utopía necesaria y movilizadora sin despreciar los pe-
queños pasos, porque la gente no muere o sufre mañana, sino hoy.

3
El periódico La Jornada del 16 de diciembre de 2007 publicó la respuesta del Subcomandante
Marcos a esta interrogante de la manera siguiente: «La pregunta no quedó sin respuesta por
parte de Marcos, con el mismo tacto. Cuando tocó su turno en la palabra recordó que cuando
los zapatistas critican a los gobernantes y líderes del PRD, “No estamos hablando de personas
en particular. Estamos hablando de nuestros verdugos, nuestros perseguidores” y reiteró el
tema que ha abordado muchas veces antes. “Si nosotros hubiéramos apoyado la opción de
derecha, hoy estaríamos en un gran bajón. Nosotros solo alcanzamos a intuir lo que pasaba”».

308
Cuatro ejes parecen constituir el contenido del proyecto emancipatorio
y antisistémico.
1) La utilización sustentable de los recursos naturales, lo que exige
otra filosofía de las relaciones con la naturaleza: de la explotación
a la simbiosis. El capitalismo es incapaz de realizar este cambio,
que implica una revolución epistemológica, a la cual el enfoque de
la Pachamama, las filosofías orientales, la cultura tradicional africa-
na y de los afrodescendientes de América pueden contribuir de
manera decisiva.

construcción intelectual, eslogan político o expresión de las luchas antisistémicas


2) Privilegiar el valor de uso sobre el valor de cambio. El mercado
existió antes del capitalismo. Este último hizo del valor de cambio
el único factor de desarrollo humano, imponiendo su lógica a toda
la sociedad. Regresar al valor de uso tiene enormes consecuencias
prácticas, desde el control social de los medios de producción has-
ta el aumento de la vida de los productos y la reducción de las
distancias de transporte. Pero ante todo significa un cambio de
filosofía económica: de la producción de un valor agregado para
intereses privados a la actividad destinada a asegurar la base de
la vida física, cultural y espiritual de todos los seres humanos en la
tierra. De eso, el capitalismo es incapaz.
3) Establecer una democracia generalizada, no solamente política,
representativa y participativa, sino en todas las relaciones sociales,
también económicas, entre pueblos, entre hombres y mujeres. Eso
exige también otra filosofía del poder, totalmente ajeno a la con-
cepción del capitalismo.
4) Construir la multiculturalidad, es decir, dar la posibilidad a todas
las culturas, a todos los saberes, a todas las filosofías, a todas las XXI,

religiones, de participar con sus aportes propios a la construcción


FRANÇOIS HOUTART / Socialismo del siglo

de una nueva sociedad. Eso exige otra filosofía de la cultura, aban-


donando la arrogancia de una cultura superior, incluso religiosa.
Unas vez más la cultura del capitalismo, con su «modelo de de-
sarrollo», no puede responder a esta nueva perspectiva.

En verdad, a pesar de sus logros reales, podemos decir que el socialis-


mo del siglo XX no pudo alcanzar estas exigencias. El drama del socia-
lismo, decía Maurice Godelier, es que ha tenido que aprender a caminar
con las piernas del capitalismo. Y eso se verificó en varios dominios,

309
como la explotación de la naturaleza, la falta de democracia y la dificul-
tad de aceptar la multiculturalidad.
Por eso la convergencia de las luchas sociales, característica de nues-
tro siglo, el afán de dignidad con sus bases materiales y de espiritualidad
encarnada, nos permite compartir las palabras de un oratorio compues-
to después del asesinato de Monseñor Romero por un compositor israelí:
«La esperanza no se mata».

310
RUTH No. 2/2008, pp. 311-342

JACQUES NAGELS*

La acumulación primitiva del capital


en Vietnam, desde Doi Moi (renovación)
de 1986 hasta el ingreso a la Organización
Mundial del Comercio (2006)**

Vietnam ya había conocido una fase destructiva de la acumulación primitiva bajo el colonialis-
mo francés. La «renovación de la economía», la ruptura con la planificación central burocrá-
tica, ya había comenzado en 1979; se continúa y profundiza después del Congreso del Partido
Comunista Vietnamita (PCV), en 1986: el Estado cambia su misión; no debe mezclarse
más en la gestión cotidiana de las empresas, debe limitarse a «crear las condiciones propicias
para el funcionamiento eficaz de los establecimientos económicos». Tanto como el Doi Moi
(1986), la cosecha deplorable de 1987 aceleró el proceso de reformas y su lenta evolución de
prosistémica en antisistémica.

Introducción1

La teoría de la acumulación primitiva del capital de Marx (Grundrisse y


final del tomo I de El capital) explica la génesis del capitalismo, la tran-
sición de una formación social no capitalista hacia la instauración del
modo de producción capitalista. Esta transición se efectúa en dos fases
principales: la fase destructiva, que se ocupa de la disolución del anti-
guo modo de producción, y la fase constructiva, que instaura al capita-

* Economista belga. Profesor honorario de la Université Libre de Bruxelles (ULB).


** Traducido del francés por Jacqueline Laguardia Martínez.
1
La Introducción constituye una síntesis de las primeras páginas del texto «Le Vietnam: de la
colonisation française au Doi Moi et a l’OMC (Analyse fondée sur la théorie de l’accumulation
primitive de K. Marx)», publicado en la Revue Transitions, Bruxelles, Institut de Sociologie de
l’ULB, 2005; XLV (1): avril.

311
lismo. Esas dos fases se compenetran: «la disolución de una ha posibili-
tado los elementos constitutivos de la otra».2
Vietnam ya había conocido una fase destructiva de la acumulación
primitiva bajo el colonialismo francés. La conquista militar tomó cerca
de medio siglo: 1855-1897. La política económica del colonizador fran-
cés no se distingue apenas de otros colonialismos:
• el «todo para la exportación» basado en tres productos: arroz, cau-
cho y carbón;
• la posibilidad de salida para bienes de consumo de lujo (perfumes,
alfiletería, alta costura…) y bienes de producción (locomotoras,
acero, vagones);
• la negativa de industrializar Vietnam pues esto podría perjudicar al
capital de la metrópoli;
• la destrucción del pluricultivo a favor del monocultivo de arroz y
la paralización del artesanado local;
• la puesta en vigor de relaciones económicas internacionales que
privilegian el comercio colonial entre Francia y su colonia.
El subdesarrollo se mantuvo al mismo tiempo que existía una explo-
tación desvergonzada del trabajo, y la pobreza de la población local
contrastaba con la riqueza ostentosa de los colonos: las pistas de carre-
ras de Saigón, por el monto de las sumas que allí se jugaban, se ubicaba
en 1939 inmediatamente después de los grandes hipódromos parisinos
de Longchamp y de Auteuil.
Se produce así la Guerra de los 30 Años: 1945-1975, cuando una
primera guerra colonial terminó en 1954 en Dien Bien Phu y una segun-
da guerra imperialista estadounidense presenció la victoria de los viet-
namitas en Saigón, en 1975. Estas guerras tuvieron consecuencias
económicas desastrosas: de 1950 a 1980 el ingreso por habitante se
mantuvo sin cambio alguno mientras que en China este indicador
se multiplicó 2.4 veces, en Tailandia 3.1 y en Corea del Sur 5.1.
El primer plan quinquenal (1976-1980) conoció un estrepitoso fraca-
so –el ingreso nacional debió de aumentar un 13 % anual… experimen-
tó un crecimiento del 0.4 %– y la política económica de los años que

2
Karl Marx: Oeuvres. Economie, vol. I (2 vols.), Gallimard, Bibliotheque de la Pleiade, Paris,
1965, p. 1169.

312
siguieron engendró desequilibrios dramáticos: en 1986 la inflación al-
canzaba el 77.5 %, los déficit presupuestarios y externos eran críticos.
Ninguna persona negará que, en semejante situación, había que asu-
mir los problemas a brazo partido. Había que cambiar de rumbo. Esto
fue el Doi Moi (renovación).

1. El Doi Moi de 1986

La «renovación de la economía», la ruptura con la planificación central


burocrática, ya había comenzado en 1979. La misma se continúa y se
profundiza después del Congreso del Partido Comunista Vietnamita
(PCV), en 1986, que conforma y prolonga las reformas iniciadas en
1979 así como un cambio de rumbo, el inicio de un salto cualitativo. Si
bien se trata de un inicio, el Doi Moi no es un big bang, sino un largo
proceso todavía inconcluso en la actualidad. Él se extenderá durante
varios decenios. En su forma, se opone a la estrategia del FMI que abo-
ga porque todo vaya más rápido, que se pase de la economía planificada a
la economía de mercado en un gran salto. La vía vietnamita de la acu-
mulación primitiva del capital es una vía gradual y progresiva, hecha de
compromisos incesantes entre las diferentes corrientes del PCV. Sin
embargo, el hilo conductor y el sentido general del proceso se identifi-

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


can claramente.
El Congreso de 1986 es un congreso doctrinario. Su idioma de base
es aquel de las grandes misas que constituían los Congresos del PCUS
(Partido Comunista de la Unión Soviética). Este comienza con una crí-
tica áspera y sin concesiones del pasado. Cuestiona «el mecanismo de
gestión centralizada burocrática que reposaba sobre las generalizadas
subvenciones del Estado»3 y «el sistema de índices detallados del plan,
con fuerza de ley e impuestos por las instancias superiores […] que no
dejaban ninguna autonomía a las unidades de base».4
Su idioma de base no impide volver las riendas sobre todos los pro-
blemas esenciales.
En primer lugar, el Estado y por tanto el Plan, cambian su misión. El
Estado no debe mezclarse más en la gestión cotidiana de las empresas,
3
«Informe político del VI Congreso del PCV», publicado como anexo de la obra de Nguyen
Khac Vien: Vietnam, une longue histoire, Ed. en Langues Étrangères, Hanoi, 1987, p. 449.
4
Ibíd., p. 456.

313
debe limitarse a «crear las condiciones propicias para el funcionamiento
eficaz de los establecimientos económicos».5 De administrador y con-
trolador, deviene agente estimulador de la actividad económica. Se adop-
ta toda una concepción diferente del papel del plan: «El Comité de
Estado del Plan […] deberá concentrarse más en el estudio de las estra-
tegias socioeconómicas, la elaboración de planes a largo y mediano pla-
zos». De imperativa, la planificación se vuelve indicativa. El Estado y
el plan se ocuparán en lo adelante de la política económica y social, se
encargarán de que los grandes equilibrios económicos sean respetados,
la lucha contra la inflación, el equilibrio presupuestario, el equilibrio de
las cuentas externas, etcétera.
En segundo lugar, la economía deviene «una economía de diferentes
componentes»:
• la economía familiar […] que debe ser estimulada y apoyada para
su desarrollo […];
• la economía de la pequeña producción mercantil […] que el Esta-
do debe apoyar en la producción y el comercio;
• los pequeños capitalistas que pueden utilizar sus capitales y sus
conocimientos […];
• el sector cooperativo en su sentido más amplio (empresas depen-
dientes del Estado central, de las provincias, las ciudades, o los
barrios…).6
No solamente se reconoce la utilidad de estos diferentes componen-
tes sino que se les considera en igualdad de condiciones. «Es necesario,
dice el Congreso, aplicar el principio de igualdad en el plano jurídico
[…] todos aquellos que produzcan bienes y que hagan cosas útiles para
la sociedad […] tienen derecho al disfrute de ingresos en corresponden-
cia al resultado de su trabajo y de su explotación legal».7
Esto significa, claramente, que la empresa capitalista puede utilizar
sus capitales a discreción y, por lo tanto, acumular. El Congreso no fija
límites a su extensión. Ciertamente continúa utilizando el lenguaje or-
todoxo al calificar las empresas capitalistas de «pequeñas», pero pasa de
sí mismo desde el momento en que deja a las pequeñas empresas la

5
«Informe político del VI Congreso del PCV», ob. cit. (en n. 3), p. 457.
6
Ibíd., p. 458.
7
Ibíd., p. 456.

314
libertad de reinvertir sus ganancias, ellas pueden extenderse como deci-
dan. En el plano teórico, el Congreso contempla incluso la privatiza-
ción de la empresa pública, aun cuando el término no se utilice y se
mantenga prohibido hasta hoy. Si bien es un tabú, la materialización de
un proceso de privatización se acepta en principio pues el Congreso
estipula: «Para los establecimientos en los que la forma estatal no con-
venga más, hay que cambiar la forma empresarial, la propiedad o elimi-
narlas».8 Cambiar la propiedad de una empresa pública puede asumir
formas diferentes: una empresa estatal (central) puede convertirse en
una empresa provincial, ella puede también devenir mixta «sea con agen-
tes privados del país o extranjeros»; por último, ella puede resultar
«accionarizada» (equitization) con una participación estatal mayoritaria
en una primera etapa que después se tornará minoritaria, quizás nula.
Al final del ciclo, la empresa pública puede ser privatizada. Incluso cuan-
do el Congreso no lo dice explícitamente, no excluye esta posibilidad.
En tercer lugar, se plantea el problema de las alianzas. Antiguamente
la alianza se limitaba a la alianza «obrero-campesina». La interpretación
oficial marxista-leninista significa una visión muy estrecha: los obreros
eran identificados solo como obreros manuales y los campesinos eran
solo trabajadores agrícolas, dígase campesinos sin tierras. El VI Congre-
so amplía las nociones tradicionales: por obrero se entenderán también
a los «obreros intelectualizados» –incluyendo a los cuadros–; por cam-

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


pesinos, se entiende todo el campesinado cualquiera que sea el estatus
del campesino. El Congreso añade un tercer componente a esta alianza:
«la capa intelectual».9 Aquí se abren todas las puertas, pues no existe
una definición marxista de intelectuales. Existen ciertos intelectuales
asalariados: técnicos, ingenieros, cuadros de empresas, maestros, médi-
cos, etcétera. A sus lados, también aparecen las profesiones liberales o
los administradores de las empresas privadas.
En Vietnam también el Estado se apoya sobre los diferentes compo-
nentes de la vida económica y sobre las fuerzas vivas de la nación para
estimular el crecimiento económico.
El Congreso emite, sin duda, los grandes principios, las líneas directi-
vas; plantea una filosofía general. Yo he preferido centrarme en los pa-
sajes de los textos consagrados de Doi Moi. Estos nuevos textos son
8
Ibíd., p. 461.
9
Ibíd., p. 459.

315
audaces en lo que respecta a su contenido. En cuanto a su presentación,
están cubiertos de las consideraciones marxistas-leninistas más trasno-
chadas. En fin, el contenido de la botella cambió de color, mas la eti-
queta permaneció igual.
Entre los «grandes principios» enunciados en 1986 y su realización
completa, transcurrieron algunos decenios. El intervalo entre los pro-
yectos y su realización es grande y estamos lejos de resultados inme-
diatos. Para evitar «Hiroshimas sociales» como en los países de la Europa
del Este, para superar las tensiones políticas, en ocasiones violentas,
entre las diferentes corrientes políticas, para permitir a las «fuerzas vi-
vas» de la nación consolidarse y modificar las fuerzas presentes a favor
de los patrones, en general no partidarios del capitalismo… había que
dejar que el tiempo hiciera su trabajo.
En Vietnam, la realidad microeconómica precede a menudo la ley, y
la legislación se limita a reconocer un Estado de facto. En realidad, esta
última blanquea las prácticas ilícitas. Por otra parte, las disposiciones
reglamentarias permanecen a menudo como letra muerta. Resulta pues
azaroso confiarse solo en las virtudes de los textos para conocer la evo-
lución de lo real. Para analizar los procesos de acumulación primitiva,
yo privilegiaré entonces la evolución de lo real.

2. De la colectivización a la privatización de la agricultura

2.1. La colectivización limitada de la agricultura

En el marco de una vía socialista de desarrollo, un mínimo de coheren-


cia impone que la estatización de la producción industrial vaya a la par
de la colectivización de la agricultura.
En Vietnam, una primera reforma agraria expropió a los grandes pro-
pietarios rurales franceses y vietnamitas después de la Segunda Guerra
Mundial, a continuación comenzó la colectivización de la agricultura a
finales de los años 50 en el Norte (Dien Bien Phu, 1954) y una veintena
de años más tarde en el Sur (Caída de Saigón, 1975). La colectivización
asumió la forma general de cooperativas agrícolas de producción.
François Houtart, quien condujo en 1980 una profunda investigación
sobre una comunidad rural del norte de Vietnam (la comuna de Hai
Van), muestra concretamente cómo se desarrolló la nueva cooperativa.

316
En un inicio, es decir, en 1959, para el pueblo de Hai Van, el foco
recayó exclusivamente sobre las aldeas que permanecieron no solo como
la unidad de base de la vida social y cultural sino también de la produc-
ción agrícola.10 En este estado, los campesinos velaban en común por
sus instrumentos de trabajo y se organizaron en equipos. No es sino una
década más tarde que estas microcooperativas van a fusionarse para dar
lugar a cooperativas a escala comunitaria. En Vietnam cuando se habla
de cooperativas agrícolas, es de estas últimas de las que se trata. Ellas
constituyen un verdadero sujeto económico con «sus órganos de toma
de decisiones con valor administrativo y jurídico».11 La economía socia-
lista es planificada centralmente, lo que significa que la cooperativa
debe organizar su producción «según las grandes orientaciones dadas
por el Estado y ella debe suministrar una parte de su producción a un
precio determinado por el Estado». Como contrapartida, este suminis-
trará la infraestructura material (electrificación, trabajos hidráulicos de
envergadura) y la infraestructura social (educación, salud) y los insumos.
Durante toda esta fase, la tierra –medio de producción por excelencia
en la agricultura– pertenece al Estado y puede afirmarse que, en el mar-
co del respeto de las normas impuestas por el plan, la cooperativa la
posee en usufructo.
De hecho, en la mayor parte del Vietnam de antes del Doi Moi la
situación era más abigarrada. Las cosas no se resumían a una dicotomía:
el Estado de una parte y la cooperativa agrícola de otra. En principio

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


porque la colectivización no era más que parcial. Ella concernía esen-
cialmente a la producción de arroz que constituye, de seguro, la produc-
ción principal de la agricultura vietnamita. Como lo observa Dao The
Tuan, jefe del Departamento de Sistemas Agrarios del Instituto Nacio-
nal de Ciencias Agrónomas:
Los intentos de colectivizar los cultivos no arroceros y la cría de
animales no fueron exitosos y decidimos permitirle a los campesi-
nos aumentar sus actividades fuera de la cooperativas y les otorga-
mos una superficie de tierra suplementaria para explotar sus cultivos,
para alimentar a sus animales en el marco de la agricultura familiar

10
François Houtart: Hai Van, socialisme et marché, Les Indes Savants, Paris, 2004, p. 23.
11
Ibíd., p. 25.

317
además de la parcela familiar que cubre el 5 % de la superficie total
y los jardines familiares.12
Este proceso se acentuó después de los años 70: si en 1970 la parte de
los ingresos de las cooperativas agrícolas ascendía al 40 %, la misma caería
hasta el ± 20 % antes del Doi Moi. Estas cifras son engañosas porque no
reflejan la naturaleza de las diferentes producciones agrícolas: de las super-
ficies colectivizadas esencialmente de arroz que se vende a bajos precios al
Estado, de las superficies familiares privadas utilizadas esencialmente para
las aves de corral, el ganado menor y las hortalizas en las que la producción
es mucho más intensiva y se vende a un mejor precio.13 Este proceso de
privatización en ciernes iba al unísono con la extensión de «contratos clan-
destinos» entre las cooperativas agrícolas y las familias campesinas. Me-
diante estos contratos, las cooperativas alquilaban cierta superficie de
arrozales a los campesinos contra una contribución fija determinada me-
diante acuerdo común. Se puede hablar de una especie de aparcería.
Las entregas obligatorias de los campesinos al Estado no cesaron de
decrecer como lo muestra la Tabla 1:
Tabla 1. Entregas de arroz de los campesinos al Estado (en millones de toneladas)

1976 1977 1978 1979


2.03 1.84 1.59 1.40

FUENTE: Le Van Cuong y J. Mazier: Ob. cit. (en n. 12), p. 23.


El año 1979, en que se sufren las perturbaciones asociadas a la guerra
en Cambodia y el norte de Vietnam, fue catastrófico en el plano agríco-
la. «Durante tres años seguidos (1978, 1979, 1980) el Estado hubo de
disminuir la ración de alimentos que él garantizaba a la población».14
12
Dao The Tuan: «Les transformations rurales récentes au Vietnam», en Le Van Cuong y Jacques
Mazier (eds.): L’économie vietnamienne en transition, L’Harmattan, Coll. Pays de l’Est, Paris,
1998, p. 115.
13
Una situación similar se produjo en los koljoses soviéticos: las grandes producciones de
cereales, remolachas y el ganado mayor sobre las superficies colectivas, y los cerdos, las aves,
las papas y las hortalizas en las parcelas privadas. (Después de haber efectuado trabajos de
investigación en una treintena de koljovs soviéticos durante los años 70 llegué a conclusiones
similares. Los resultados de estos viajes de estudio están recogidos en dos artículos: «Primes,
profits et parcelles dans les kolhozes soviétiques» y «Prix agricoles et équité dans le monde
rural soviétique», ambos publicados en la Revue de l’Institut de Sociologie de l’ULB, Bruxelles,
1978 y 1979).
14
Le Van Cuong y Jacques Mazier: Ob. cit. (en n. 12), p. 23.

318
2.2. De las reformas prosistémicas15 a las reformas antisistémicas16
en la agricultura

Ya en 1981, la cooperativa agrícola se desprende de una parte de sus


tierras que ella alquila, contra remuneración (aparcería) a las familias cam-
pesinas. Esto debilita el sector colectivo y refuerza al sector privado.
Tanto como el Doi Moi lanzado en 1986 y que constituyó un viraje
histórico, la cosecha deplorable de 1987 aceleró el proceso de reformas
y su lenta evolución de prosistémica en antisistémica. En efecto, es en
la sesión de diciembre de 1987 –después de la cosecha catastrófica–
que la Asamblea Nacional, siempre manteniendo la propiedad del Esta-
do sobre el suelo, autoriza a las cooperativas agrícolas, no a vender la
tierra a los campesinos pues formalmente la tierra no les pertenece, sino
más bien a ceder la tierra en usufructo a los campesinos. Esta práctica
dio lugar a un verdadero «mercado inmobiliario». La misma era ilícita y
la Asamblea Nacional la blanqueó. Después de todas estas concesio-
nes, la presión de los campesinos se acentuó, sobre todo en el Sur, y en
abril de 1998 un paso suplementario es dado: los campesinos obtienen
el derecho de producir como ellos decidan pues los objetivos del plan
relacionados con la agricultura son eliminados. Por la resolución no. 10
de 1988 «la explotación familiar fue reconocida como la unidad de pro-
ducción autónoma».17 El agente económico central de la economía so-

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


cialista, la cooperativa agrícola cede el espacio, esta no organiza más la
producción y se dedica a la prestación de servicios. Por el contrario,
la familia campesina se vuelve el verdadero agente económico. El teji-
do de la planificación es desmantelado –supresión de los objetivos y de
los precios planificados– y el agente económico real es privado. El dere-
cho de emprender queda consagrado pues el mercado sustituye al plan.
De 1981 –directiva no. 100– a 1988 –directiva no. 10– varias etapas
importantes fueron superadas. El proceso fue rápido pues este se basó en
un enfoque bottom-up (de la base a la cima). Los directivos de arriba no
reconocieron sino aquello que se verificaba en la práctica. Por consiguiente,
los resultados no se hicieron esperar. Desde 1989, la producción agrícola
sale de un largo período de estancamiento para crecer a un ritmo de 6.9 %

15
Por reformas prosistémicas entiendo aquellas que profundizan el sistema socialista.
16
Por reformas antisistémicas entiendo aquellas que, en definitiva, destruyen al socialismo.
17
Dao The Tuan: Ob. cit. (en n. 12), p. 116.

319
anual y Vietnam fue capaz de exportar un millón de toneladas de arroz
aproximadamente y aumentar su consumo por habitante (268 kg por
habitante en 1989 con relación a 216 kg en 1980).
Lo anterior demuestra, evidentemente, que el campesino vietnamita
estaba apegado a la gleba y, cuando supo que la totalidad de la produc-
ción le pertenecía, se sintió motivado a aumentar la producción.
Desde 1981 –repito, antes del Doi Moi– diferentes etapas parciales
fueron superadas para desembocar en una estructura agraria diferente:
la familia campesina enfrenta al mercado. Incluso si la tendencia se iden-
tifica claramente, la situación en materia de propiedad, de derechos y
de obligaciones permanece a menudo confusa. La Constitución de 1992
y la ley sobre la propiedad territorial del 24 de julio de 1993 terminan el
proceso de privatización y permiten salir de la ambigüedad para definir
con claridad el estatus de los campesinos.
Cierta ambigüedad fundamental queda en los textos pues los grandes
principios del socialismo son reafirmados con ostentación. La propie-
dad del suelo sigue siendo aquella «de todo el pueblo»; el Partido Co-
munista vietnamita es «la vanguardia de la clase obrera» y «la fuerza que
conduce al Estado y la sociedad»; las reglas resultantes del «centralismo
democrático» son retomadas. Tales son las palabras. Esta es la fraseología
que tiene por objetivo legitimar la existencia y la reproducción del apa-
rato del Partido. Estos son los textos que permiten a los cuadros del
Partido continuar apareciendo al frente de la escena. Ellos permiten
también a la corriente llamada conservadora del Partido «salvar la cara»:
los grandes principios del marxismo-leninismo son perpetuados, negro
sobre blanco. Estas palabras, estos textos son huecos. Ellos son escritos
sobre hielo, es decir, no se traducen en la práctica de ninguna manera.
Las otras disposiciones de la Constitución y de la ley sobre la propie-
dad territorial repercuten en la realidad. Así, el artículo 2, línea 3 de la
Constitución estipula que: «los hogares y los individuos que han recibi-
do tierras del Estado tienen el derecho de intercambiar, de transferir la
posesión, de legarla y de aportarla en garantía». Aquí el propietario pri-
vado –«aquel que ha recibido la tierra del Estado»– tiene todas las
prerrogativas de un propietario. En la práctica, él funciona como «in-
quilino» o «patrón» de un terreno. En efecto, según el artículo 20 de la
Constitución, «el Estado puede suministrar tierras a organizaciones y a
personas privadas para un uso duradero. La duración del contrato de arriendo
no debe exceder los 20 años para las tierras con cultivos anuales y 50 años

320
para las tierras con plantas perennes». Al expirar el contrato de arrien-
do para la utilización de un terreno se puede solicitar la prolongación,
y el contrato de arriendo será renovado a su favor. En la medida en que
el poseedor de un contrato de arriendo vea su contrato automáticamente
renovado después de la expiración del mismo, él es de hecho propieta-
rio. Por demás, el artículo 76, precisa que en caso de deceso del arrenda-
tario, el derecho de uso de la tierra se transfiere a su heredero. Y si por
ventura el arrendatario cambia de ocupación, se muda del campo a la
ciudad, por ejemplo, el artículo 78 establece que él puede alquilar «su»
tierra a otros usuarios.
El poseedor del contrato de arriendo tiene, entonces, todos los dere-
chos de un propietario: el usus, el fructus, la capacidad de vender, de
ceder en testamento, de alquilar, de hipotecar. En cuanto al arrendador,
el Estado, permanece formalmente como propietario-desnudo. En rea-
lidad, este no conserva ninguno de los derechos que un arrendador po-
dría reivindicar normalmente.
Hubiese sido más simple y transparente escribir en la Constitución
que el Estado cede la tierra a los campesinos que la trabajen. En ese
caso, el texto se hubiera correspondido con los hechos. Naturalmente,
resulta difícil afirmar lo anterior y a la vez reivindicar cierto marxismo-
leninismo que siempre ha privilegiado la propiedad colectiva. Es esto
por lo que se necesita repetir la ficción según la cual la tierra es «propie-

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


dad de todo el pueblo» vaciando por completo este concepto de toda
sustancia.
En lugar de desgastarse en circunloquios cada vez más enrevesados,
hubiese podido hacerse referencia a Lenin cuando la NEP estimó que la
pequeña propiedad terrateniente en la agricultura puede coexistir per-
fectamente con la construcción del socialismo. Naturalmente, una vez
que el proceso de colectivización se ha iniciado, si se da marcha atrás,
se vuelve temerario mantener que el socialismo avanza a grandes pasos.
En la esfera agrícola, Vietnam ha devenido pues, en el curso de los
años 80, un país respetuoso de las libertades económicas, en particular
de los derechos de propiedad y su corolario, el derecho de emprender.
Con respecto a la propiedad territorial, el Doi Moi es al sistema socialis-
ta lo que 1789 fue al sistema feudal.

321
2.3. Observación final sobre la acumulación primitiva
capitalista en la agricultura

A finales de los años 70 e inicios de los años 80, se hizo patente «que
habría que hacer algo» más en el mundo rural. De 1976 a 1980 en el
norte de Vietnam donde la colectivización había sido más impulsada,
las cifras eran malas: la producción de alimentos aumentaba en un 1.4 %
al año, mientras que la población crecía a un ritmo anual de 2.6 %.18
Naturalmente durante este período el ruido de las armas (guerra en
Cambodia, agresión china al Norte) no favoreció la expansión económi-
ca ni el desarrollo de la agricultura. Los presupuestos militares no se
dedicaron a las infraestructuras agrícolas. Sin embargo, incluso en una
cooperativa agrícola que había funcionado convenientemente (la co-
muna de Hi Van), Houtart llegó a la conclusión de que «la transición
socialista sufría, a inicios de los años 80, de cierta asfixia, que exigía
medidas de transformación».19 No se puede perder de vista que la coo-
perativa comunal no constituye más que una primera fase de la colecti-
vización. La próxima etapa –es decir, el paso a una escala mayor mediante
la fusión de diferentes cooperativas campesinas en una propiedad co-
lectiva latifundista– debía comenzar en 1985. Esta solamente habría
permitido una división del trabajo profundizada, economías de escala
sustanciales, la renovación del hábitat rural, una diversificación de los
cultivos para paliar los inconvenientes asociados al monocultivo del
arroz, un crecimiento del ganado, el desarrollo de fábricas agroalimen-
tarias… Esta es la vía socialista del desarrollo agrario. A inicios de los
años 80, Vietnam siguió lo opuesto al respecto y las reformas
antisistémicas arrancaron.
He hecho énfasis en el hecho de que de 1981 a 1992 las principales
reformas eran de tipo bottom-up. La legislación o el PCV blanqueaban el
negro o el gris y consagraban un Estado de facto. Este es un aspecto de
las cosas. El otro aspecto reside en el hecho de que el Estado no es
neutro. En cada ocasión, él apoyó la pequeña propiedad agrícola. Esco-
gió el campo de la propiedad privada. No defendió «sus cooperativas
agrícolas». Se comportó como un Estado liberal y no como un Estado
socialista.
18
Dao The Tuan: Ob. cit. (en n. 12), p. 123.
19
F. Houtart: Ob. cit. (en n. 10), p. 275.

322
En el plano de la eficiencia económica, la operación fue concluyente:
el consumo de arroz por habitante pasó de 262 kg en 1988 a 311 kg en
1998 y las exportaciones de arroz, inexistentes en 1988, alcanzaron ±
4 000 000 de toneladas en 1998. ¿Puede decirse lo mismo en el plano
social? La respuesta a esta interrogante ni es simple ni es unívoca. El
crecimiento del ingreso por habitante permitió un aumento del poder
de compra. Los campesinos viven verdaderamente mejor que hace 20
años y acceden de manera más fácil a los bienes de consumo. De esta
manera, disminuyó la pobreza. Ya volveremos a esto. Por el contrario,
creció la desigualdad social20 y la satisfacción de necesidades colectivas
dejó de ser gratuita. Resulta verosímil que si el nivel de desarrollo social
era, hace 20 años superior al desarrollo económico, hoy no es ese el
caso.

3. La política de puertas abiertas (Open Door Policy)

Justo en 1990-1991 (caída de la Unión Soviética y disolución del CAME)


prevalece una política de puertas cerradas. Las exportaciones eran acep-
tadas porque estas financiaban la importación de bienes que el país no
producía. No era considerada un objetivo en sí misma, ni tampoco un
instrumento que permitiese acelerar el crecimiento. Solo las empresas

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


del Estado estaban autorizadas a comerciar en el mercado exterior.
Necesitaban incluso una licencia de exportación. Necesitaban además,
tanto para importar como para exportar, pasar por las centrales de com-
pra, departamentos del Ministerio de Comercio Exterior que detentaban
el monopolio absoluto de todas las transacciones entre el interior y el
exterior. Necesitaban incluso respetar las cuotas de importación que
afectaban a cientos de bienes y pagar derechos de aduanas, menores
para las importaciones de bienes de equipamiento pero que podían so-
brepasar el 100 % ad valorem para ciertas categorías de bienes de consu-
mo. Para reducir las exportaciones, las importaciones estaban
comprimidas por el intento de una estrategia de sustitución de importa-

20
En el delta del Río Rojo (norte de Vietnam) el coeficiente de Gini de las familias campesinas
habría pasado de 0.12 en 1970 a 0.26 en 1993 (Servicio General de Estadísticas). Para un Gini = 0,
la distribución del ingreso es totalmente igualitaria; si el índice pasa de 0 a 1 estamos ante una
desigualdad absoluta para un Gini = 1.

323
ciones. Las barreras institucionales, jurídicas, comerciales protegían la
economía nacional autocentrada e introvertida.
De 1975 a 1990, Vietnam practicaba una especie de trueque21 con
los países del Este. El embargo estadounidense, globalmente aplicado
por todo el mundo occidental, aislaba a Vietnam del mercado mundial,
sobre el plano de los bienes, los servicios y los capitales. La inversión
extranjera quedaba excluida.
Por consecuencia, justamente a inicios de los años 90, la puerta que
daba acceso al mercado mundial se cerró. Para acceder al mercado mun-
dial, hubo entonces que abrir la puerta, entornarla para abrir los dos
batientes después del acceso a la OMC. Desencadenar, destruir los fuer-
tes y las fortificaciones que protegían la economía vietnamita tomará
de 20 a 30 años. Se trata de elementos «externos» de la fase destructi-
va de la acumulación primitiva del capital. La erosión progresiva, des-
pués del anonadamiento favorece y acelera la acumulación primitiva
«a lo interno».
Para desmantelar todo el sistema proteccionista, 10 veces más im-
portante en una economía planificada que en una economía de merca-
do, hubo que actuar en planos diferentes. Un arsenal de medidas, de
legislaciones, de tratados internacionales, debió ser puesto en práctica
para encaminarse hacia la Open Door Policy. Para facilitar la exposición,
distingo cuatro tipos de medidas.

3.1. Cuatro tipos de medidas para desmantelar el proteccionismo

El primer tipo de medidas se relaciona con los acuerdos internaciona-


les. Justo hasta su disolución (1990) Vietnam fue parte del CAME y el
embargo estadounidense no se levantó hasta 1994. En este momento,
las organizaciones internacionales tuvieron luz verde para ocuparse de
Vietnam. En 1995, Vietnam se integra a ASEAN (Asociación de Na-
ciones del Sudeste Asiático, cuyos miembros fundadores son: Singapur,
Indonesia, Malasia, Tailandia, Filipinas) lo que liberaliza su comercio
con los países del Sudeste asiático. En 1999, después que Estados Uni-
dos concedió a Vietnam la cláusula de nación más favorecida –lo que
disminuye considerablemente ciertos derechos de aduana que golpea-
21
Trueque: intercambio de bienes por bienes, ejemplo: arroz por camiones.

324
ban las exportaciones vietnamitas hacia Estados Unidos– las negocia-
ciones comerciales Estados Unidos-Vietnam continuaron hasta ser ra-
tificadas en 2001.
Después del embargo estadounidense, Vietnam negoció acuerdos bi-
laterales de comercio con la mayoría de los países asiáticos, con la Unión
Europea, Australia, Nueva Zelanda y los países en desarrollo.
¿Cuál es el contenido de estos acuerdos y cuáles son sus implicaciones?
Tomaré como ejemplo aquel que fue ratificado con Estados Unidos
(USBTA: United States Bilateral Trade Agreement). Hablaré de este
después de haber pasado revista rápidamente al otro conjunto de medi-
das destinadas a «desmantelar el sistema proteccionista». Todos los acuer-
dos tienen en común que liberalizan el comercio entre los dos socios:
reducción de cuotas y disminución de los derechos de aduana. Ciertos
acuerdos sobrepasan, con mucho, la simple liberalización del comercio
de bienes.
Un segundo tipo de medidas concierne a decisiones tomadas unilate-
ralmente por las autoridades vietnamitas. En 1988, ya el monopolio del
Ministerio de Comercio Exterior se relaja y en 1989 las empresas
exportadoras tienen la opción de un intermediario para comerciar en el
plano internacional. Antes, ellas tenían que pasar por tal y tal central de
compra nombrada por una instancia gubernamental. Antes de 1991,
solamente las empresas del Estado tenían la autorización para exportar

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


o importar. Después del inicio de los años 90, este derecho se extiende
a las empresas privadas, pero ellas deben siempre obtener una licencia
de exportación. Progresivamente las licencias de exportación son supri-
midas con excepción de ciertos bienes vitales, entre los que destaca el
arroz.
Un tercer tipo de medidas se refiere a la inversión directa extranjera
(IDE). Hasta el Doi Moi, estas estaban prohibidas por razones ideológi-
cas –toda firma occidental que se implanta en Vietnam constituye un
enclave capitalista en el país– y por razones prácticas –el embargo esta-
dounidense sancionaría a toda empresa estadounidense que se hubiese
instalado en Vietnam–. No olvidemos que no fue hasta 1995 que se
restablecen las relaciones diplomáticas. Sin embargo, en 1987 una pri-
mera legislación autoriza las empresas mixtas (joint ventures) con igual-
dad de capital: 50 %-50 %. Son principalmente los países del Sudeste
asiático «étnicamente chinos» (Taiwán, Singapur, Hong Kong) y Corea
del Sur quienes invierten en Vietnam. Progresivamente la IDE se libe-

325
raliza. A fines del decenio de 1990 y a inicios de 2002, las filiales de las
empresas multinacionales pueden escoger ellas mismas sus cuadros.
Cierto, aún existen autorizaciones burocráticas que deben ser obtenidas
de las que se quejan regularmente las firmas extranjeras, mas globalmente
la vía de la liberalización ha sido seguida después de una quincena de
años.
Un cuarto tipo de medidas trata de la acción del FMI y el Banco
Mundial. En 1985, el FMI declara a Vietnam inelegible para sus présta-
mos a causa de retrasos en los pagos. El Vietnam unificado de 1976
permaneció como miembro del FMI desde 1956 (herencia del régimen
de Saigón). Después del Doi Moi, las negociaciones se retoman con el
FMI, pero el embargo estadounidense de 1979 bloquea las conversacio-
nes durante largos años. Un año antes del levantamiento del embargo,
dígase 1993, los derechos de emisión de 223 000 millones de dólares
son acordados en el marco de las FAS (Facilidades de Ajuste Estructu-
ral), al igual que más tarde en el contexto de las FAS reforzadas (535 000
millones en 1995). A partir de 1994, el Banco Mundial entra en la carre-
ra: entre 1994 y 1998 otorga a Vietnam créditos por 2.2 000 millones de
dólares. Estos últimos años, el FMI y el Banco Mundial coordinan sus
esfuerzos en el marco de una estrategia que apunta a reducir la pobreza
y promover el crecimiento (CPRGS: Comprehensive Poverty Reduction
and Growth Strategy).
Cualquiera que sea la denominación de los proyectos y las estrate-
gias, los organismos de Bretton-Woods aprueban los préstamos y hacen
una serie de recomendaciones que conciernen a todos los ámbitos de la
vida económica y social: la política monetaria, la política de tasas de
cambio del banco central, la gestión de las finanzas públicas, el equili-
brio de la balanza de operaciones corrientes de pagos, etcétera, pero
también: la reforma de las empresas estatales, el apoyo a las empresas
privadas, la liberalización del comercio exterior, la participación del sec-
tor privado en los proyectos de infraestructura, la reforma de los ban-
cos públicos de comercio. Los dos organismos conciertan y se reparten
el trabajo. El Banco Mundial juega un «rol central en el «monitoreo» de
la transformación de la propiedad en el seno de las empresas estatales
(accionarización, venta, liquidación)».22

22
FMI: Vietnam: Selected Issues, Country Report, 2003; 03/381: december, p. 45.

326
El FMI «toma la dirección de la gestión de los ingresos del Estado»
mientras que el Banco Mundial toma la dirección de la gestión de los
gastos del Estado.23 El Banco Mundial asume «la modernización del
sector financiero y el reforzamiento del sistema bancario»,24 mientras
que el FMI «tiene la responsabilidad de las recomendaciones relativas a
la política monetaria del Banco Central de Vietnam».25 Sería fastidioso
enumerar las esferas en las que las dos instituciones intervienen. Se
puede resumir diciendo que ningún aspecto ligado a la transición se les
escapa, ya sea en el nivel micro o macroeconómico, ya sea en el plano
estructural –transformación de la propiedad de las empresas públicas–
que en el plano coyuntural –equilibrio presupuestario, equilibrio exter-
no, etcétera.
Podría uno preguntarse: ¿por qué las autoridades vietnamitas acepta-
ron seguir las recomendaciones, los consejos, incluso las amenazas de
las instituciones internacionales? En un artículo sobre «los ajustes es-
tructurales en Vietnam», Houtart, responde de la manera siguiente a
esta interrogante: «el gobierno intenta disminuir las consecuencias de la
transición, pero se encuentra sobrepasado por la lógica del sistema, re-
forzada por los organismos financieros internacionales».26 En general,
comparto esta idea. En las conclusiones, intentaré demostrar que el
gobierno, lejos de ser neutro, representa los intereses de ciertas capas
sociales que están a favor de la transición.

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


Más allá de «intereses particulares» que influyen las acciones guber-
namentales, existen otros elementos que deben ser considerados. En
primer lugar, desde la disolución del campo soviético, la relación de
fuerzas se ha inclinado a favor del campo occidental, a favor de la diná-
mica del capital. A principios de los años 90, el gobierno vietnamita
tomó en cuenta esta evolución. En segundo lugar, Vietnam, como todo
país subdesarrollado, carece dramáticamente de capitales y de conoci-
mientos en el terreno de la administración y la gestión. El FMI y el
Banco Mundial pueden proveer ambos. En último lugar, Vietnam tiene
la tendencia a importar más de lo que exporta, lo que vuelve frágiles sus
cuentas exteriores. Su vulnerabilidad aumenta pues sus reservas mone-

23
Ibíd., p. 46.
24
Ídem.
25
Ídem.
26
F. Houtart: Les ajustements structurels au Vietnam, CETRI, Louvain-la-Neuve, 2003.

327
tarias oficiales son insignificantes: algunos mil millones de dólares.
Malasia y la Tailandia disponían en 2004 respectivamente de 35 000 y
de 42 000 millones… sin hablar de China cuyas reservas se elevan a
470 000 millones, Taiwán: 230 y Hong Kong: 121.

3.2. El acuerdo comercial bilateral Estados Unidos-Vietnam

El acuerdo bilateral entre Estados Unidos y Vietnam precedido por la


concesión del estatus de «nación más favorecida» a Vietnam, incorpora
cuatro tipos de medidas. El primer grupo, todo un clásico, trata sobre
los derechos de aduana a la entrada a Estados Unidos, los que serán
significativamente reducidos en un período de tres años, y la supresión
de restricciones cuantitativas para la mayoría de bienes importados por
Vietnam entre los tres y los siete próximos años. Como reconoce el FMI
el impacto esencial concierne principalmente a la exportaciones vietna-
mitas hacia Estados Unidos que disfrutan desde 1995 de la cláusula de
nación más favorecida. Ellas pasaron de 95 000 de dólares en 1995 a
770 000 en los primeros nueve meses de 2001. Conciernen sobre todo a
los seafood (productos del mar), el sector textil-confección, calzado y
algunos productos agrícolas. Para la mayoría de estos productos, no exis-
ten más los derechos de aduana.27
La tabla 2 evidencia la creciente importancia de las exportaciones
vietnamitas hacia Estados Unidos. Si en 1992 estas no existían, en 2003
alcanzaron 3 939 millones de dólares que representa el 19.5 % de las
exportaciones totales de Vietnam. Estados Unidos se ubica a la cabeza
de los países importadores de los productos vietnamitas.
El segundo tipo de medidas se refiere a los servicios. Las empresas
estadounidenses sobresalen en el ámbito de los servicios comerciales.
Las mismas lograron exportar o implantar empresas financieras en Viet-
nam entre los cinco y 10 años posteriores a la firma del Acuerdo en
2001. Para los servicios de consultoría, de accounting, de ingeniería, de
informática… las empresas estadounidenses pueden abrir inmediata-
mente filiales en Vietnam. Para los servicios financieros, los servicios de
aseguramiento y de leasing, las empresas pueden constituir empresas en
Vietnam controladas en un 100 % por capital estadounidense en los
27
FMI: Ob. cit. (en n. 22), p. 41.

328
próximos cinco a seis años. Antes de 2011, los bancos de aquel país
pueden instalarse en Vietnam o participar en el capital de los bancos
vietnamitas accionarizados o privatizados.
Tabla 2. Principales mercados de exportación de Vietnam de 1992 a 2003 (%)

1992 2003
E sta dos Unidos 0 21.5
Unión E uropea 8 18
Ja pón 29 14.4
Singa pur 14 5
China 3 8.6

FUENTE: FMI: Ob. cit. (en n. 22) y Vietnam Economic Times, Hanoi, 2004; mayo.

En fin, esto permitirá en los próximos años, a los bancos de Estados


Unidos, a sus compañías aseguradoras, a sus sociedades de consultoría
–las más poderosas del mundo– penetrar toda la zona de intermediación
financiera. Para que esta operación pudiera efectuarse, con preferencia
deberían privatizarse, al menos de manera parcial, las firmas vietnami-
tas. El acuerdo bilateral de comercio resulta de un compromiso: liber-

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


tad de acceso inmediato de los soft goods vietnamitas al mercado
vietnamita, contra la libertad concedida a las firmas trasnacionales es-
tadounidenses de servicios comerciales, en especial bancarios y de se-
guros, de desplegarse sobre el territorio vietnamita. Se comprende
fácilmente la presión que sufren las autoridades vietnamitas, por parte
del Departamento del Tesoro de Estados Unidos y del FMI para acele-
rar el proceso de privatización.
El tercer grupo se dirige a favorecer la inversión directa extranjera.
El acuerdo prevé que en los próximos cinco años todas las medidas
restrictivas referidas a las inversiones extranjeras, es decir aquellas que
no se adecuen a las directivas de la OMC –por ejemplo: cuotas de insumos
de producción nacional en las compras de las firmas extranjeras, forma-
ción de cuadros vietnamitas, obligaciones de exportación– sean supri-
midas. Se trata de reintroducir, a través de los acuerdos bilaterales,
fragmentos íntegros del AMI (Acuerdo Multilateral de Inversiones) que la
OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico)

329
tuvo que enterrar bajo la presión de los países en desarrollo y de la opi-
nión pública internacional.
Si damos una valoración general sobre este acuerdo bilateral cuyas
negociaciones comenzaron en 1995, podemos decir que para Vietnam
se trata de un precio a pagar para el levantamiento del bloqueo en 1994.
La suma de este precio es particularmente elevada: a cambio de 3 000 a
4 000 millones de compras de soft goods –que los estadounidenses po-
drían en todo caso importarlos de cualquier otro país asiático– los esta-
dounidenses obtienen para sus empresas el derecho a instalarse en
Vietnam en condiciones extremadamente favorables.
La ética hubiese dictado que Estados Unidos indemnizaran a Vietnam
por los crímenes cometidos y las destrucciones masivas que perpetraron
durante la guerra. Después de la guerra, le impusieron un embargo. Por
demás, Estados Unidos exigió un alto precio para levantar el embargo.
No queda más que creer que la ley del más fuerte no se complica con
consideraciones morales.

3.3. El crecimiento impulsado por las exportaciones y los «gansos


salvajes»

Cuando las puertas se abren, hay que determinar el contenido de los


bienes, los servicios, los capitales que fueron objeto de las transaccio-
nes internacionales. El crecimiento impulsado por las exportaciones
(export-led-growth) implica una estrategia de exportación.
Con cierto número de años de retraso con respecto a Japón (años 50),
con respecto a los Dragones (años 60), con respecto a los Tigres (años
70), con respecto a China (1978)… Vietnam sigue una política similar.
Esta política se basa en una estrategia de dar alcance llamada los «gansos
salvajes» teorizada por el economista japonés Kaname Akamatsu.28
En el inicio del despegue económico, el país tiene pocos capitales,
una débil tasa de ahorro, un bajo nivel tecnológico, mano de obra no
calificada. Exporta ciertas materias primas, productos agrícolas, quizás
productos energéticos, lo que le permite importar bienes de consumo.
Poco a poco, comienza a producir por sí mismo bienes con poco valor
28
El término «vuelo de gansos salvajes» se inspira en diferentes gráficos que recuerdan tales
vuelos, ver Kaname Akamatsu: A Theory of Unbalanced Growth in the World Economy,
Weltwirtshafliches Archiv, vol. 86, no. 2, Hamburg, 1961.

330
añadido que son «intensivos en mano de obra», que exigen, relativa-
mente, pocas inversiones de envergadura y descansan en tecnología lo-
cal ligeramente moderna.
Esta fase es la que corresponde a la sustitución de importaciones.
Gracias a un nivel extremadamente bajo de costo de la mano de obra, la
competitividad del país en materia de precios le permite exportar bie-
nes de escaso valor añadido (textiles, confecciones, calzados, sombre-
ros, herramientas de jardinería, productos agrícolas en una primera etapa
de transformación como son los jugos de frutas, productos del mar con-
gelados…). El país se vuelve, progresivamente, exportador neto de bie-
nes de escaso valor añadido y una estrategia de exportación sustituye a
la de sustitución de importaciones. La protección de empresas naciona-
les se debilita y el mercado mundial obliga a las empresas a mejorar la
calidad de sus productos –el respeto a las normas ISO 9000 constituye
un estímulo poderoso para la modernización de la empresa.
En una etapa posterior, el país importa equipamiento proveniente de
países cuyo nivel tecnológico es más avanzado. Mediante estas impor-
taciones, se moderniza el parque industrial del país. Esto permite au-
mentar el valor añadido de las exportaciones: una primera ola de
exportaciones se conforma con bienes primarios cuyo valor añadido es
muy débil, una segunda ola de soft goods cuyo valor añadido es superior,
a continuación aparecen bienes cada vez más elaborados con un alto

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


contenido de valor añadido (equipos, líneas de producción). Cada una
de estas olas representa un «vuelo de gansos salvajes».
Así, Corea desarrolló a inicios de los años 60 las cementeras, la pro-
ducción de abonos y el refinamiento de petróleo; a fines de los años 60
la metalurgia y la petroquímica; a fines de los 70, los astilleros, los equi-
pos y los bienes de consumo durables; en los años 80 y 90 los compo-
nentes electrónicos…
El vuelo de los gansos salvajes es coordinado. El conjunto de los gan-
sos forma un grupo compacto que vuela en formación de escuadrón. A
veces cambia de rumbo, una nueva dirección es seguida temporalmente
y después retoma el rumbo hacia el objetivo inicial. Los gansos saben
hacia dónde vuelan. Alrededor de la dirección principal, ellos escogen
sus itinerarios que se benefician de los vientos a favor y evitan los vien-
tos contrarios. En las economías en fase de dar alcance esos son los
Estados que a través de sus estímulos (política industrial, política fis-
cal…) obligan a sus empresas a innovar, dejando debilitarse o deslocalizarse

331
a las «empresas en ocaso» y favoreciendo la irrupción de las «empresas
del amanecer».
En la economía mundial, hay una multitud de vuelos de gansos salva-
jes. Los países de la Tríada vuelan a la cabeza. A continuación aparecen
en Asia los países intermedios, como Corea y Taiwán, quienes ya expor-
tan equipamiento principalmente a los países menos desarrollados para
los que los costos de los equipos occidentales son a menudo prohibiti-
vos. Después vienen los países que ya exportan soft goods. En último
lugar, existen innombrables países que, en el Sudeste asiático, todavía
no han arrancado. Cambodia y Laos se ubican en esta categoría.
La estrategia de dar alcance consiste para un país emergente en acer-
carse a los gansos que se encuentran a la cabeza. La duración de la
misma puede ser acortada por la IDE, por la creación de joint ventures o
filiales de firmas trasnacionales (FTN).
La estrategia de dar alcance tiene una dimensión dinámica y volunta-
rista: el Estado guía los vuelos de los gansos. Aquella enfatiza, princi-
palmente, en alcanzar los niveles de desarrollo de las fuerzas productivas.
Un país subdesarrollado alcanza el nivel exhibido por los países más
desarrollados. La estrategia se abstrae de las relaciones de producción,
de las relaciones sociales. De hecho, dicha estrategia no existe solamen-
te para el nivel de desarrollo de la «maquinaria económica», las tecnolo-
gías de producción, etcétera, también existe el alcance en lo que respecta
al modelo de sociedad, es decir que los países en desarrollo son condu-
cidos a introducir relaciones de producción capitalistas en el seno de su
propia sociedad. En lo que respecta a Vietnam, mostraré que la inser-
ción en la economía mundial marcha al unísono con la acumulación
primitiva del capital en el país.
La tabla 3 muestra la evolución de la cesta de exportaciones de Viet-
nam de 1992 a 2002.
Después de la colonización francesa Vietnam accedió al mercado
mundial mediante tres productos: arroz, carbón y caucho. Los soviéti-
cos ubicaron las primeras instalaciones de extracción de petróleo en los
años 80. El petróleo sustituyó al carbón en las exportaciones vietnami-
tas. Al principio de la Open Door Policy el arroz permaneció como el
producto de exportación por excelencia: todavía un 12 % en 1992.
Al principio del período, finales de los años 80, Vietnam se situó en el
comienzo mismo de la fase de dar alcance de Akamatsu. Exporta pro-
332
ductos agrícolas y bienes energéticos (petróleo, arroz, café).29 Poco a
poco, se desliza de un vuelo de gansos a otro vuelo más avanzado. Man-
tiene, en algunas ramas, una estrategia de sustitución de importaciones
(ingenios, refinerías de petróleo en construcción…) y se lanza a una
estrategia de exportación de bienes con poco valor añadido: primero de
productos del mar (± 3 000 km de costas y mares con pesca abundan-
te), después de ropa y calzado que, que en ciertos casos cuatriplicaron
sus exportaciones en 10 años: de 7 % a 28 %. En último lugar, la expor-
tación de bienes electrónicos, que comenzó a mediados del decenio
1990-2000.
Tabla 3. Cesta de exportaciones de Vietnam de 1992 a 2002 (en millones
de dólares y en %).

1992 1998 2002


Millones de % Millones de % Millones de %
dóla res dóla res dóla res
Petróleo br uto 756 30 1 232 13 3 270 19
Arroz 300 12 1 020 10 726 4
Ca fé 86 3 594 6 322 2
Productos del ma r 302 12 858 9 2 023 12
Ropa s/za pa tos 195 7 2 481 26 4 619 28
E lectrónica -- -- 497 5 492 3

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


Tota l 2 475 100 9 365 100 16 706 100

FUENTE: Oficina de Estadísticas, Hanoi y FMI: Ob. cit. (en n. 22).

29
Las cifras de la tabla 1 están expresadas en valores, es decir, en cantidades multiplicadas por los
precios. Se sobreentiende que el elemento «variación de precios» influencia fuertemente los
datos. Esto importa mucho en el caso de los productos agrícolas y el petróleo. Así, el precio
unitario del petróleo bruto pasó de 140 dólares la tonelada, en 1992, a 101 dólares en 1998 y a
194, en 2002, para sobrepasar los 300 en agosto de 2004. El precio del arroz se fijó a 161$ la
tonelada en 1992, a 273 dólares, en 1998, y a 194 dólares en 2002. El precio del café bate todos
los records en materia de fluctuaciones de precios: 900 $ la tonelada en 1992, 2 348 $ en 1995
hasta caer a 449 dólares en 2002, a un quinto de su precio máximo. Desde entonces, en 2001,
hubo que exportar cuatro veces más toneladas de café que en 1995 para obtener menores
ingresos (391 000 000 en 2001 contra 565 000 000 de dólares en 1995). Se comprende que
esta caída de precios haya tenido repercusiones catastróficas para los campesinos vietnamitas
productores de café.

333
3.4. La adhesión a la Organización Mundial del Comercio: la corona-
ción de la Open Door Policy

Vietnam solicitó su adhesión a la OMC en diciembre de 1994 y, en


1995, se convirtió en observador simple. La adhesión tuvo lugar en 2006.
Después del fin de un largo embargo estadounidense (1994), muchas
cosas fueron desbloqueadas. En julio de 1995, Vietnam se convirtió en
miembro de la ASEAN, lo que significaba el funcionamiento de una
zona de libre cambio a partir de enero de 2006, y ello a su vez significa
la eliminación de todas las barreras no tarifarias y la disminución pro-
gresiva de los derechos de aduana. El acuerdo comercial bilateral con
Estados Unidos, que comenzó a funcionar desde el 10 de diciembre de
2001, constituyó un paso importante para la entrada a la OMC. Por otra
parte, en noviembre de 2002, se firma un acuerdo entre la ASEAN (a la
que Vietnam pertenece) y China para crear entre ambos una zona de
libre cambio en los próximos 10 años (2012).
Estos acuerdos de libre cambio son parciales, hasta el momento, li-
mitados geográficamente a ciertas zonas económicas o a ciertos países.
La OMC supera este marco. Sus regulaciones tienen al mercado mun-
dial como campo de acción.
Las regulaciones de la OMC se fundan en ciertos principios que va-
mos a examinar brevemente.
El primer principio se denomina «no discriminación». Este se define en
estos términos: «cada miembro de la OMC está obligado a tratar de ma-
nera idéntica a todo competidor y está obligado a no discriminar de nin-
guna manera entre los bienes y servicios producidos nacionalmente y los
bienes y servicios importados».30
Para Vietnam la aplicación de este principio implica, notoriamente,
que todas las empresas, cualquiera que sea su estado jurídico (empresa
estatal, empresa privada, empresa mixta-joint ventures, filial de sociedad
extranjera), son tratadas de igual manera. Por el momento, ciertas em-
presas del Estado aún mantienen la exclusividad para exportar carbón,
productos farmacéuticos, equipos de la aeronáutica… Esto implica igual-

30
Deepak Bhattasali, Shantong Li, Will Martin (eds.): «China’s Accession to the WTO», China
and the WTO: Accession, Policy Reform, and Poverty Reduction Strategies, World Bank Trade and
Development Series, Hanoi, 2003.

334
mente que toda empresa de importación-exportación, toda «comercial»
internacional podrá en lo adelante competir con las centrales de compra
vietnamita. La legislación vietnamita ya suprimió su monopolio… pero
en los hechos ellas todavía se benefician de ventajas que están en con-
tradicción con el principio de la no discriminación.
El segundo principio concierne al libre cambio propiamente dicho.
En el curso de cierto número de años los derechos de aduana deben
disminuir progresivamente y las barreras no tarifarias deben ser supri-
midas. Vietnam mantiene todavía significativos derechos de aduana,
especialmente en la actividad textil-confección-calzado (del orden del
50 % en 2003). Esto le protege contra las potenciales exportaciones
chinas. En los años que vendrán las medidas más dolorosas para Viet-
nam se relacionan con las barreras no tarifarias (cuotas de importa-
ción aún cruciales para cierta gama de productos; licencias de
exportación para el acero, el cemento, los automóviles, las motocicletas;
los sobreim-puestos a determinados productos cuyos derechos de aduana
son un poco elevados para proteger la producción nacional). El princi-
pio de no discriminación se aplica igualmente a las TRIM (Trade Related
Investment Measures) que los estadounidenses ya habían impuesto a
Vietnam en su acuerdo bilateral de comercio. Teniendo en cuenta la
importancia de las inversiones extranjeras en Vietnam –en 2003 más
del 30 % de las exportaciones vietnamitas provenían de empresas ex-

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


tranjeras– este conjunto de medidas afecta significativamente las prác-
ticas de:
• compras de un porcentaje de productos domésticos para los mobi-
liarios de empresas extranjeras;
• limitación de las importaciones en función del nivel de las exporta-
ciones;
• equilibrio de divisas entre las importaciones y las exportaciones.31
La aplicación de los dos primeros principios permite la introducción
de capital extranjero en el sector de los servicios comerciales. El acuerdo
comercial con Estados Unidos hace énfasis en la esfera financiera, ban-
caria, de seguros. De manera general esto afecta además las actividades
del turismo, las empresas de la construcción, la distribución, etcétera.

31
Ministerio de la Industria: Industry: Strategy toward WTO Accession, ob. cit. (en n. 30).

335
El último principio se relaciona con la propiedad intelectual: los
TRIPS (Trade Related Intellectual Property Rights). Como se sabe, las ne-
gociaciones entre China y la OMC resultaron ásperas alrededor de los
derechos intelectuales, las patentes, las marcas depositadas. El mismo
problema se le presenta a Vietnam, principalmente en el rubro de los
productos farmacéuticos e informáticos.
Antes de su entrada a la OMC, Vietnam firmó, el 9 de octubre de
2004, un acuerdo bilateral con la Unión Europea que fue presentado por
el comisario Pascal Lamy por la Unión Europea y por el ministro de Co-
mercio Exterior vietnamita, Truong Dinh Tuyen, como un paso impor-
tante en la entrada de Vietnam a la OMC.32

3.5. La política de apertura y la acumulación primitiva del capital

Tanto las instancias internacionales como las autoridades vietnamitas


consideran que la política de apertura, la inserción en el mercado mun-
dial, favorecen las exportaciones, estimulan el crecimiento económico
y reducen la pobreza. Esto se ha verificado. No obstante, esto solo es
una cara de la moneda.
Es cierto que de 1975 a 1990, el crecimiento fue débil. En el año del
Doi Moi (1986) no alcanzó el 4 %. Durante estos últimos años este ha
oscilado entre 7 % y 9 %. Su alza no fue más que afectada ligeramente
por la crisis del Sudeste asiático (1997-1999). Las exportaciones pasa-
ron de 494 000 millones de dólares en 1986 a 20 176 millones en 2003,
para multiplicarse 41 veces en menos de 20 años. La tasa de pobreza ha
disminuido fuertemente. Según los criterios del Banco Mundial (1$/
PPA/día) esta pasó de 50.8 % en 1990 a 12 % en 2003.33 Esta rápida
reducción de la pobreza se debe al alza de los ingresos, a un control del
crecimiento demográfico, a una política de educación y de infraestruc-
tura (especialmente el acceso al agua potable) todo lo cual ha sido apli-
cado exitosamente.
La otra cara de la moneda se refiere a la repartición de los frutos del
crecimiento. Esta es cada vez más desigual. Así, en 1993 al 20 % de la

32
WTO-Vietnam: EU and Vietnam Conclude Bilateral Deal for Vietnam’s Accession to WTO (Hanoi-
Bruselas, 9 de octubre de 2004).
33
Vietnam Development Report 2004. Poverty, Hanoi, diciembre de 2003.

336
población más rica le correspondían ingresos 4.49 veces mayores que
los correspondientes al 20 % más pobre; en 2002, el multiplicador era
de 8.14 veces: el doble. Por otra parte, el acceso a la salud y la educa-
ción ya no es gratuito, lo que perjudica, evidentemente, a los estratos
menos acomodados de la población.
Naturalmente, si se comparan las vías de la transición de «la econo-
mía planificada hacia la economía de mercado» de los países socialistas
de Europa –Unión Soviética, Polonia, la zona de los Balcanes– con
aquellas seguidas por China y Vietnam, es innegable que los países asiá-
ticos han sido, por mucho, más exitosos.34 Ellos han escapado a una
recesión violenta, a la hiperinflación y al caos político e institucional.
La vía gradual, dirigida por un Estado fuerte, ha sido más eficaz y so-
cialmente menos dolorosa. En ambos casos, solo las modalidades de la
transición difieren. Fundamentalmente todos los países que han enfren-
tado la pretendida transición están en el centro de un proceso de acu-
mulación primitiva del capital.
Acepto de buen grado que en el plano del desarrollo de las fuerzas
productivas, la Open Door Policy ha tenido resultados positivos. La fina-
lidad de esta política no es solo esta: la misma constituye una palanca
extremadamente poderosa para acelerar la acumulación primitiva del
capital, para introducir las relaciones de producción capitalistas al inte-
rior del país. En el desmantelamiento de los sistemas de protección, la

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


estrategia de desarrollo autocentrada y autónoma fue, absolutamente,
batida en retirada. Lo anterior se da por sentado. Vietnam, que luchó
durante siglos para conquistar su independencia política e institucional,
perdió los principales atributos de la independencia económica en 20
años de Doi Moi.
A favor de la supresión de las barreras no tarifarias y en virtud de la
aplicación del «principio de la no discriminación» y de otras directivas
de la OMC, el capital extranjero puede introducirse en Vietnam a rien-
da suelta. De manera más profunda, empresas públicas, privadas, ex-
tranjeras, son puestas a competir. Las empresas del Estado son forzadas
a ser competitivas. O devienen competitivas o van a la quiebra. Para
ello, deben reestructurarse. En cada Informe Anual sobre Vietnam, el

34
En este sentido se puede consultar la excelente obra de Gérard Roland (Transition and Economies
Politics, Markets, and Firms, MIT Press, 2000) donde en el capítulo dedicado a las «Differences
in Macroeconomy Performance after Liberalization» (pp. 17 y ss.) trata esta problemática.

337
FMI repite hasta la saciedad el mismo estribillo: «La apertura ulterior de
la economía obliga a Vietnam a reforzar su competitividad y la fuerza a
reestructurar sus empresas públicas».35 El gobierno vietnamita es sufi-
cientemente prudente para evitar un big bang de sus empresas públicas
que, en el sector de la producción industrial, representaban todavía al-
rededor de 40 % de la producción en 2003. Si bien el proceso de
accionarización (equitization) se realiza lentamente, se verifica. La em-
presa, sacada de las redes de la planificación, deberá enfrentar una com-
petencia creciente, eliminar los empleos excedentarios, adoptar un sistema
de contabilidad transparente, dotarse «de una buena gobernabilidad». En
algunos años se podrá escribir la ecuación siguiente: (accionarización +
buena gobernabilidad) = privatización. En ese momento la acumulación
primitiva se transforma en acumulación capitalista.

Conclusiones

Para concluir, abordaré dos problemáticas conexas al proceso de acu-


mulación primitiva del capital en Vietnam.
La primera trata la naturaleza y el porvenir de un partido comunista
que continúa asumiendo un papel dirigente en el plano político en una
sociedad que se encamina hacia el capitalismo.
La segunda se refiere a las estructuras mentales de las gentes. Por
estructura mental, entiendo las representaciones, los juicios de valor,
las ideas arquetípicas a menudo compartidas sin pasar por la concien-
cia… que moldean el carácter. ¿Se corresponden estas o no con la nue-
va sociedad en gestación?

1. El Partido Comunista y la acumulación primitiva del capital

Al estudiar la evolución de las estructuras agrarias y las implicaciones


de la Open Door Policy hemos visto que el Partido Comunista Vietnami-
ta, el gobierno –cuyos ministros todos son cercanos a su dirección– la
Asamblea Nacional –cuyos diputados todos son miembros o compañe-
ros de ruta del PCV– en fin, las autoridades del país inician, apoyan o
35
FMI: Ob. cit. (en n. 22), p. 42.

338
legitiman la transición hacia el capitalismo. Ciertamente, el gobierno
muestra prudencia y circunspección: allí donde los expertos internacio-
nales quisieran privatizar sin miramientos, el gobierno accionariza la
empresa estatal promedio en el tiempo; allí donde los consultores ex-
tranjeros y sus instituciones impulsan a licenciar de plano a los trabaja-
dores excedentarios, el gobierno prevé previamente compensaciones
sociales. El gobierno escoge una vía gradual y segura. La experiencia de
los big bang de la Europa del Este les ratifica su elección.
Por demás, los discursos del PCV son de otra época: el socialismo
sigue siendo el objetivo final y el marxismo-leninismo sigue siendo la
doctrina oficial. Uno no juzga a un partido ni a un Estado por sus pro-
clamas sino por sus actos. Y los actos, después de dos décadas, van de
la mano con la acumulación primitiva del capital.
Para el marxismo, el Estado no se encuentra al margen de la lucha; no
es neutro, al servicio de un susodicho interés general. Está al servicio
de una clase dominante, en ascenso o declinante. En Vietnam, el Esta-
do está, objetivamente, al servicio de las clases sociales en ascenso que
favorecen la instauración del capitalismo ¿Quiénes son esas fuerzas so-
ciales?
Existe, de manera innegable, una pequeña y mediana burguesía en las
ciudades a la cabeza de las PME (Petites et Moyennes Entreprises) en
el sector de los servicios comerciales (transporte, turismo, consultoría,

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


publicidad, mercadeo, informática), en la construcción y, de manera más
reciente, en las actividades industriales. Esta pequeña y mediana bur-
guesía es visceralmente antiestatal y espera poder expandirse en una
«verdadera» sociedad capitalista.
La introducción del mercado en los campos construye desigualdad
social. «Entre los agricultores las diferencias crecen, algunos tienen más
éxitos que otros».36 El mercado engendra ganadores y perdedores. Los
«perdedores» se acomodan momentáneamente a su suerte… y los gana-
dores quieren ganar más.
Los cuadros de las filiales de las empresas trasnacionales o de las joint
ventures son capitalistas y militan a favor de un capitalismo desenfrenado.
Con el pretexto de luchar contra las demoras administrativas, las burocra-
cias quisquillosas, el papeleo inútil… quieren destruir todo aquello que

36
F. Houtart: Ob. cit. (en n. 10), p. 270.

339
limite a la empresa privada, y consideran que el Estado socialista cons-
tituye un freno a su desarrollo.
Los dirigentes de las empresas accionarizadas sueñan con escapar a
toda tutela del Estado, a emanciparse y a acceder plenamente a la pro-
piedad privada «pura y simple».
Los staff de las grandes empresas estatales que aún no han sido accio-
narizadas están, la mayoría de las veces, atrapados entre la espada y la
pared. Los cuadros de más edad, que ocupan en general los puestos
jerárquicos de mayor rango, se benefician de nominaciones y promocio-
nes partidistas donde el criterio de competencia es raramente tomado
en consideración. Para estas personas, quienes a menudo disfrutan de
prebendas, «para conservarlo todo, no puede cambiarse nada». En la
actualidad, se trata de cuadros en extinción. En los mismos staff de
dirección de las grandes empresas públicas aparecen, al lado de los vie-
jos cocodrilos, los jóvenes lobos, no formados en la universidades so-
viéticas sino en las universidades occidentales, que conocen lenguas
extranjeras, inglés fundamentalmente, que han recibido en el extranjero
o en Vietnam cursos de administración, de mercadeo, de gestión finan-
ciera… y que no esperan más que una cosa: que la competencia y el
mercado acorten la duración de la extinción de sus mayores.
Cerca de esta nomenclatura económica, existe naturalmente toda una
numerosa nomenclatura política en la medida que ella debe asumir las
funciones de dirección, además, en el aparato del Estado (gobierno,
ministerios, comités populares de las provincias, de las ciudades, de los
barrios) y en el aparato del Partido (secretariado, Comité Central, órga-
nos de dirección a nivel de las provincias, de las ciudades, de los ba-
rrios). Una parte de esta nomenclatura perderá sus alas porque el mercado
no tolera pérdidas administrativas improductivas. Otra parte se conver-
tirá en seres sin alma como ocurrió en los llamados países socialistas. La
misma es a menudo corrupta y actúa en las firmas privadas. Su corrup-
ción, a veces denunciada y casi siempre tolerada, muestra más una for-
ma de vivir que el ejercicio de prácticas delictivas, y le facilitará la vida
después de la conversión al capitalismo. En todo caso esta transición se
opera sin estridencias en el tiempo y, por consiguiente, los «nomencla-
turistas» de todo tipo tendrán todo el tiempo de deslizarse en los inters-
ticios del mercado.
El PCV está, como el Estado vietnamita, atravesado por las luchas
de estratos sociales que tienen intereses contradictorios. Aquellas cuyos

340
intereses convergen hacia la instauración del capitalismo, son ascen-
dientes. El PCV y el Estado están «a su servicio». El PCV no es más el
partido de los proletarios ni de los campesinos pobres. Es el de las «fuer-
zas vivas» y poco importa su nombre.
Su supervivencia está gravemente hipotecada si no cumple una fun-
ción vital. La transición necesita ser piloteada por un Estado fuerte. En
Vietnam el PCV constituye la espina dorsal del Estado. Es el garante de
que este no se convierta en un «Estado tortilla» sino que se mantenga
como un Estado «huevo duro», para utilizar el lenguaje de De Gaulle.
De esta manera, apoya la acumulación primitiva del capital.
¿Qué ocurre con los trabajadores? ¿Qué ocurre con las masas rurales?
Desde hace algún tiempo las autoridades han logrado mantener una
tasa de crecimiento entre el 7 % y el 9 % anual, un aumento constante
de los ingresos de los hogares, una disminución drástica de la tasa de
pobreza, una repartición del ingreso nacional relativamente igualitario,
un fácil acceso a los cuidados de salud, un control de la inflación y por
tanto un aumento del poder de compra… estas pueden contar con un
apoyo pasivo de los trabajadores de las ciudades y del campo. La inexis-
tencia de sindicatos facilita la obtención de este mudo consenso social.

2. Estructuras mentales y la acumulación primitiva del capital

JACQUES NAGELS / La acumulación primitiva del capital en Vietnam...


Una cierta adecuación entre las estructuras mentales y las estructuras
económicas se impone. El socialismo va de la mano con el predominio
de valores tales como «la igualdad», «la prioridad del interés colectivo
sobre el interés individual», «la solidaridad social», etcétera. El sistema
capitalista, en sí mismo, se desarrolla en armonía con los valores gene-
rados por el mercado. La competencia impone un espíritu de competiti-
vidad: que gane el mejor, el más fuerte. La libertad empresarial y el
laissez faire, laissez passer priorizan la libertad y los derechos de propie-
dad. La búsqueda del beneficio como motor de la economía justifica el
enriquecimiento de unos y la precariedad de otros.
La ideología de la globalización es aquella del capitalismo desborda-
do, aquella del pensamiento llamado único, aquella del neoliberalismo.
La Política de Puertas Abiertas no abre solamente la puerta a las mer-
cancías sino también a las ideas. Cada año las importaciones de bienes
aumenta en más del 20 %, ¡la invasión de ideas neoliberales progresa al

341
mismo ritmo! Esas ideas son propulsadas por las firmas de la Tríada,
por los expertos occidentales, por las recomendaciones del FMI, por los
consejeros de la OMC. Ellas constituyen el basamento ideológico de
los informes de los organismos internacionales que inundan Vietnam.
La política de apertura estimula las importaciones de bienes de con-
sumo occidentales… y el modelo de consumo de los países desarrolla-
dos, del way of life estadounidense. La atracción que este modelo ejerce
sobre la población es inaudita. Este es alabado por la publicidad y un
mercadeo agresivo financiado por las firmas trasnacionales del sector
del automóvil, el agroalimentario, las telecomunicaciones. Una parte de
la población puede comprar blue jeans, tomar coca cola, utilizar GSM y
PC portátiles, andar en auto… y el resto de la población sueña con ello.
En las ciudades, con relaciones mercantiles con el mundo exterior, la
influencia de la ideología liberal es poderosa. La juventud, los estudian-
tes, la intelligentsia técnica (ingenieros, técnicos, informáticos), las pro-
fesiones liberales o en vía de liberalización, los cuadros de las PME y de
las empresas públicas… son seducidos por la sociedad de consumo y
sus valores. El campesinado, aún muy pobre, es menos permeable a las
ideas liberales. Sin embargo, en los campos: «los cambios de mentalida-
des han evolucionado a la par de la entrada del mercado en la econo-
mía local, el desarrollo de la economía doméstica, el crecimiento de
las desigualdades y el inicio de una inestabilidad social que se ha ins-
talado progresivamente».37 Súmese que, en las ciudades primero y en el
mundo rural después, las ideas liberales progresan a pasos agigantados.
En lo esencial, las estructuras mentales de las gentes, y ciertamente
de aquellas «fuerzas vivas» ya se encuentran en sintonía con el modo de
producción capitalista.
Y mientras, el marxismo-leninismo permanece como la doctrina ofi-
cial, aquella del PCV es la doctrina del Estado difundida por la ense-
ñanza en la escuela primaria y en la universidad. Ese marxismo, al estar
osificado y dogmático está totalmente desconectado de la vida real.
Constituye una capa de barniz superficial que si se quebrase nadie lo
notaría. Los estudiantes y los escolares son obligados a digerir cursos de
marxismo-leninismo de la misma manera que en nuestro mundo los
hombres se sienten obligados a utilizar una corbata cuando asisten a un
restaurante de etiqueta.
Esta doctrina no constituye un contrapeso real a la ideología liberal.
37
F. Houtart: Ob. cit. (en n. 10), p. 274.

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