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Homero: El odre de los vientos

Arribamos a Eolia, la isla donde tiene su sede un varón de los dioses querido, el
Hipótada Eolo […] A esta villa y hermosos palacios llegamos nosotros y hospedónos
allí todo un mes; preguntó largamente por Ilión, por las naves aqueas, la vuelta de
Troya, y fielmente le fui contestando yo a todo, mas luego le pedí que me dejara partir
y ayudara mi vuelta a la patria y él nada rehusó, me otorgó toda ayuda: desollando un
gran buey que cumplía nueve yerbas, un odre fabricó con su piel y en su seno apresó
las carreras de los vientos mugientes, que todos los puso a su cargo el Cronión para
hacerlos cesar o moverse a su gusto. Con un hilo brillante de plata reatólo ya dentro
del bajel, porque no escapara ni el aura más tenue; sólo al céfiro fuera dejó que soplase
ayudando a mi flota y mi gente en la ruta. ¡No había de cumplirse! La locura de
aquellos amigos nos trajo la muerte.
Navegamos así noche y día por nueve jornadas, era ya la decena. Asomaron los
campos paternos y alcanzamos a ver las hogueras que en ellos hacían, pero entonces a
mí me tomó dulce sueño, cansado de regir sin cesar las escotas. Me
había resistido a dejarlas a otro en mi afán por llegar a la patria y a ese tiempo entre sí
platicaban mis hombres. Decían que en el barco llevaba yo a casa oro y plata, regalo
del magnánimo Hipótada Eolo; y alguno entre ellos murmuró de este modo, mirando
al que estaba a su lado:
“¡Desdichado de mí! ¡Lo que quieren y aprecian a éste cuantos hombres
encuentra al llegar a ciudades y tierras! Mil alhajas preciosas sin duda trae
ya desde Troya del botín, y a nosotros, que hicimos su misma jornada, a la
patria nos toca volver con las manos vacías. Por remate ahora Eolo, en su
amor, le ha entregado estas prendas; pero, ¡ea!, miremos aprisa lo que hay
aquí dentro y sepamos el oro y la plata que guarda el odre”.
Tal decían. El mal parecer acabó de imponerse: desataron el odre, en tropel se
escaparon los vientos y su furia arrastrónos de nuevo a la mar, ya a la vista de la patria,
sumidos en llanto. Despierto yo entonces meditaba en mi mente sin tacha si habría de
arrojarme de la nave a morir en el agua o mejor me estaría aguantar en silencio y
seguir en la grey de los vivos. Y sufrí y resistí y, envolviéndome todo en mi manto, me
acosté en el bajel. La borrasca llevaba las naves otra vez a la isla de Eolia; mis gentes
gemían.
Arribando salimos a tierra e hicimos la aguada y almorzaron mis hombres en torno a
las naves ligeras. Cuando ya de comer y beber estuvimos saciados, un marino conmigo
tomé y un heraldo y me puse en camino a las ínclitas casas de Eolo; encontréle de
festín con sus hijos y esposa y, no osando nosotros traspasar el umbral, nos sentamos
al pie de los quicios.
Admiráronse todos al vernos y al fin preguntaron: “¿Por qué vuelves, Ulises? En
verdad que de todo te dimos a fin de que fueras a tu patria, a tu propia morada, a
cualquier otro sitio que quisieses”. Tal fue su razón y angustiado repuse: “Me han
perdido mis malos amigos y el sueño funesto, mas sacadme vosotros con bien, pues
está en vuestra mano”.
Tal les dije queriendo ganarlos con dulces palabras y guardaron silencio. Rompiólo
por último el padre: “¡Deja al punto la isla, infeliz entre todos los vivos! No es mi ley
acoger ni ayudar en su ruta a hombre alguno que aborrezcan los dioses de vida
dichosa. Sal luego, que en verdad has llegado hasta aquí de los dioses maldito”.
[Homero. Odisea. Canto X.]

1
Cosmogonía (Hesíodo: Teogonía)

En primer lugar existió el Caos. Después Gea, la de amplio pecho,


sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada
cumbre del Olimpo. [En el fondo de la tierra de anchos caminos
existió el tenebroso Tártaro.] Por último Eros, el más hermoso entre
los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los
dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus
pechos.
Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la Noche a su vez
nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto
amoroso con Érebo.
Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas
proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así
sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a las
grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan
en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de
agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio.
Luego, acostada con Urano, alumbró a Océano de profundas
corrientes […] Después de ellos nació el más joven, Cronos, de mente
retorcida, el más terrible de los hijos y se llenó de un intenso odio
hacia su padre.
Hesíodo. Teogonía. 120-139.

2
Fragmento sobre Tales de Mileto (85 Aristóteles, Met. A 3, 983b6).

„La mayoría de los primeros filósofos creyeron tan sólo principios a aquellos que se
dan bajo la forma de la materia; pues afirman que el elemento y principio primero de
todas las cosas es aquel a partir del cual todas las cosas existen y llegan por primera
vez al ser, y en el que terminan por convertirse en su corrupción, subsistiendo la
sustancia pero cambiando en sus accidentes; porque tal naturaleza se conserva
siempre…, pues es necesario que haya alguna sustancia natural, una o múltiple, de la
que nazcan las demás, mientras ésta se conserva. Respecto al número y la forma de tal
principio no todos están de acuerdo, sino que Tales, el iniciador de tal tipo de filosofía,
dice que es el agua (por lo que manifestó que también la tierra está sobre el agua),
tomando, tal vez, dicha suposición de la observación de que el alimento de todas las
cosas es húmedo y que el calor mismo surge de éste y vive por éste (el principio de
todas las cosas es aquello de donde nacen); de aquí dedujo su suposición y del hecho
de que la semilla de todas las cosas tiene una naturaleza húmeda; y el agua es principio
natural de las cosas húmedas.“

Aristóteles: Metafísica I,2,982B

„Lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones
filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración [asombro]. Entre los objetos que
admiraban y de que no podían darse razón, se aplicaron primero a los que estaban a su
alcance; después, avanzando paso a paso, quisieron explicar los más grandes
fenómenos; por ejemplo, las diversas fases de la luna, el curso del sol y de los astros,
y, por último, la formación del universo. Ir en busca de una explicación y admirarse, es
reconocer que se ignora. Y así, puede decirse, que el amigo de la ciencia lo es en cierta
manera de los mitos porque el asunto de los mitos es lo maravilloso. Por consiguiente,
si los primeros filósofos filosofaron para librarse de la ignorancia, es evidente que se
consagraron a la ciencia para saber, y no por miras de utilidad. El hecho mismo lo
prueba, puesto que casi todas las artes que tienen relación con las necesidades, con el
bienestar y con los placeres de la vida, eran ya conocidas cuando se comenzaron las
indagaciones y las explicaciones de este género. Es por tanto evidente, que ningún
interés extraño nos mueve a hacer el estudio de la filosofía.”

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