Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Revolución Mexicana
PEDRO SALMERÓN SANGINÉS
P
ara muchos historiadores, 1920 marca el final de la lucha armada, porque durante ese
año, el presidente interino Adolfo de la Huerta (gobernó del 23 de mayo al 30 de
noviembre) logró que se sometieran al gobierno o se pacificaran todos los rebeldes que
se mantenían en pie de guerra contra el gobierno, tanto de origen revolucionario como
Pancho Villa o Saturnino Cedillo (los zapatistas se habían unido a la rebelión
encabezada por De la Huerta), como los contrarrevolucionarios mapaches de Chiapas,
felixistas de Oaxaca o Manuel Peláez, el mercenario a sueldo de las compañías
petroleras anglosajonas. Al liberar al ejército de las campañas contra los rebeldes, se
pudieron dar golpes decisivos al bandolerismo común. Dos días de ese año quiero traer
a la memoria: el 21 de mayo y el 29 de julio.
Porque ese hombre de contrastes y claroscuros nos legó tres cosas: una muestra de
dignidad y vergüenza, de honor, que se expresa en su decisión del 18 de febrero de
1913. Una actitud que significa que ningún cuartelazo, ningún golpe de Estado es
aceptable para escalar el poder y que señala a quien eso hace como traidor y usurpador,
sin cortapisas ni atenuantes.
Tras ser derrotado por los ejércitos constitucionalistas en la guerra civil de 1915,
Villa se había mantenido como implacable guerrillero, reacio a rendirse al gobierno de
Carranza, obstaculizando con su actividad la pacificación del país.
Aunque el presidente aceptó las garantías exigidas por Villa, poderosos enemigos de
guerrillero intentaban impedir la firma de la paz. Entonces El Centauro del
Norte consumó la última de sus espectaculares hazañas, al cruzar de lado a lado el
Bolsón de Mapimí apareciéndose en Sabinas, Coahuila, muy lejos de donde sus
enemigos creían que estaba. Con ello demostró que aún era un guerrillero formidable y
que para bien de todos, lo mejor era acordar la paz.
Villa marchó casi en triunfo al refugio que el gobierno le había cedido: la hacienda
de Canutillo, donde vivió hasta su asesinato. De la Huerta entregó el poder al general
Álvaro Obregón en la primera transición ordenada y pacífica en nueve años. Moraleja:
es más fácil iniciar un proceso armado que terminar la espiral de violencia y, a veces,
pese al dolor acumulado, la negociación es lo que da fin a la muerte. Algo que deberían
tener presente los admiradores de Felipe Calderón.
Twitter: @HistoriaPedro
140720