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Criterios de evaluación:
-Elaboración crítica y ética de la consigna.
-Utilización de las referencias trabajadas y lenguaje técnico.
-Coherencia y articulación de temas.
- Utilización de normas Apa (Resolución 303/16).
Criterios formales:
-Carátula, introducción, desarrollo (máximo 3 hojas), conclusión y bibliografía.
De la exigencia a la angustia
Caso Mauricio
El paciente, inicialmente, recurrió a la guardia del hospital para solicitar medicación. Allí se le
indicó iniciar tratamiento en consultorios externos. Hacía ya varios años que había establecido
cierta relación de dependencia para con las benzodiacepinas, por padecer – con intensidad
variable – estados angustiosos. Buscaba atemperarlos con psicofármacos, así como con el
consumo esporádico de marihuana.
Se trata de un hombre que, separado de su esposa, ha vuelto a vivir en casa de su madre. Tiene
dos hijos pequeños, que no viven con él. Su padre falleció joven, de un ataque de presión.
En una primera entrevista refiere: “tengo ataques de pánico sufro mucho por ello, incluso me
llevó a perder mi empleo y mi familia”. Tras el pedido de que asocie dichos estados menciona
que estas crisis severas de angustia habían aparecido inicialmente en su juventud, para luego
desaparecer durante quince años, y retornar cierto tiempo antes de esta consulta. Las
experimentaba regularmente al viajar en tren en dirección a su trabajo, así como en su oficina.
En la progresión del relato del paciente se recortan, puntualmente, dos estallidos de angustia
significativos a lo largo de su vida. Paso a comentarlos, así como el material que se les asocia.
En un primer momento, dirá que la etapa inicial de su relación con esta mujer fue muy "intensa".
Posteriormente expresará en su relato: "En realidad, con ella estuve mucho tiempo sin tener
relaciones sexuales, porque para ir a la cama necesito de tiempo". Este "necesitar tomarse un
tiempo" respecto de un encuentro probable con una mujer reaparece en relación a otras mujeres
que conoció, y que inclusive conoce durante el tratamiento. Este intervalo que precisa interponer
entre él y una mujer aparece jugado, también, bajo la forma de la marihuana y de la bebida. A los
encuentros a solas con una mujer necesita ir acompañado por algún porro o una botella de
alcohol. De las reseñas de sus aventuras amorosas lo que refiere como un elemento perturbador
son sus inhibiciones sexuales, que atribuye a la medicación. Respecto de su ex – esposa también
dirá: "asi como al comienzo con ella se me fueron los síntomas, luego con ella volvieron cuando
empezaron las exigencias: quiero esto, quiero lo otro... quiero otro hijo".
El segundo estallido tuvo lugar en forma contemporánea al nacimiento de su segundo hijo,
cuatro años antes de esta consulta. La iniciativa de un nuevo embarazo fue sólo de su mujer, que
logró tras sostenida insistencia. Reconoce, no sin dificultades, el pánico que siempre le había
despertado la idea de la paternidad. Dos meses después del parto, mientras se dirigía a tomar el
tren, se desploma invadido por la angustia. Dirá: "En ese instante, lo único que pensé fue: me
muero, me traga el mundo". Agotada la licencia laboral que solicita, pierde su trabajo. Ya no
podía salir de su casa, aunque la pérdida de ese empleo atemperó su estado de angustia.
Al contexto complicado relativo a este segundo estallido – hasta el momento, signado por la
llegada de un nuevo hijo – se agrega otro elemento: la relación con su trabajo. Hacia esa época,
la situación laboral del paciente era – en cuanto al beneficio económico – excelente. Hacía varios
años que trabajaba como secretario de un exitoso empresario, quien aparece presentado como
una suerte de capo de la maffia, en un entorno de cossa nostra propio de la película El padrino.
La función del paciente era la de ser su asistente, ocupándose con absoluta eficiencia de la
resolución de todo tipo de problemas, tanto laborales como personales. El rol desempeñado se
fundaba en un lazo de confianza entre ambos. No sólo se aseguraba buenos dividendos
económicos, sino también cierto lugar particular en el vínculo establecido: le agradaba la idea de
contar con el reconocimiento de alguien que parecía haberlo apadrinado, y a quien no vacilaba en
complacer. Lo tranquilizador de esta relación en cierto momento empezó a perturbarse, a partir
del acceso a lo que se le vuelve un exceso: el dinero. La cotidiana abundancia de billetes –
inherente al rubro en cuestión – se le tornó insoportable. Pensó, entonces, que tenía que poner
algún corte a ese circuito, sin saber cómo.
El tema de este empleo abre al recuerdo de otros anteriores, enmarcados por lo que pensé en
nombrar como transgresión. Este ingrediente aparecía, por lo general, bajo la forma del hurto. En
dichos empleos, habría tenido oportunidad de desplegar con amplitud lo que sitúa como una
suerte de habilidad especial: "Soy un tipo muy rápido. Siempre estuve en ese tipo de trabajos".
Recuerda el modo en que – casi lúdicamente – se esforzaba en satisfacer a quienes solicitaban
sus servicios. Por ejemplo, jugando activamente el contrabando requerido por sus clientes, con
impunidad y con sorpresa por su propia impunidad. Subrayo el término activamente, dado que
remitiría a cierta posición ocupada repetidamente por él, tanto en estas escenas como en otras
que irá relatando.
Lo que se introduce como transgresión respecto de la esfera laboral se hará extensivo a otras
situaciones. Lo que empieza a escucharse es que él roba, pero para alguien. El producto de sus
hurtos es entregado a otro. En este sentido, el avance de los años de matrimonio trajo más y
renovadas exigencias por parte de su mujer, a las que respondía siempre sin dilación. Contaba
con la apoyatura de estas transgresiones que acompañaban su carrera laboral, garantizándole un
respaldo económico seguro.
Al final de la primera entrevista le planteo cuáles serán las condiciones del tratamiento, haciendo
mención a cierto contrato que regularía la prestación institucional. No sin cierta sorpresa le
escucho responder, en actitud casi reverencial: "Las normas son las normas. Están para ser
cumplidas". Simultáneamente, parecía darse la coexistencia de dos corrientes anímicas: una que
se inscribía en la línea de un actuar transgresor, y otra que proponía una estricta adhesión a lo
normativo. Lo que inicialmente aparece con cierta pregnancia por el lado de la ambivalencia
cobró a posteriori un valor diferente. De entrada se presentaba lo que podría ser pensado como el
anverso y el reverso de una misma moneda.
En algún momento de las entrevistas preliminares, el relato de las escenas ligadas a lo que
ubiqué como transgresión comenzó a verse acompañado por cierto intento explicativo por parte
del paciente. Al mismo tiempo, empezó a manifestarse una actitud de desafío hacia mi persona.
Esto encontraba expresión en cierta impostura por él adoptada, en el sentido de una suerte de
mostración de sus presuntas hazañas. La respuesta que encontró al interrogante por el valor de
sus transgresiones fue expresada, más o menos, en términos del siguiente imperativo: "Tomé la
vida tal como se me presentó, como si algo en mí me dijera: ¡Viví!. Siempre fui un tipo rebelde,
que en el fondo sólo buscó ir en contra del sistema". Digo: Transgredir en este punto, queda en
silencio e intervine diciendo que, muy contrariamente a lo que él creía, él era alguien sumamente
obediente.
Ello produjo nuevas asociaciones, en este material ya no sólo aparecían sus supuestas
transgresiones, sino toda una serie de escenas en las que él siempre quedaba colocado en las
proximidades de una zona peligrosa. Valen como ejemplos las situaciones de extrema exposición
ya comentadas, las discusiones con su mujer coronadas por la violencia, etc. En relación con este
material, mi señalamiento consistió en decir que en dichas escenas los puntos de límite parecían
hacérsele difusos. La respuesta del paciente fue: "No sé qué son los límites. Nunca me
interesaron". Yo agregué: "Aunque los límites estaban" queda en silencio y corto la sesión.
A partir de ello el devenir del tratamiento comenzó a transitar algunos de los carriles que
menciono a continuación: En principio, una disminución notable de la angustia y una sensación
concomitante de alivio. La suspensión de las situaciones de agresión entre el paciente y su ex –
mujer.
Asimismo manifiesta: "Vengo a decir toda la verdad". En relación con esto, dirá que cree que
sus anteriores tratamientos fracasaron porque respondía mecánicamente: "Ahora empiezo a
encontrar el hilo. Estoy en un proceso de búsqueda de la verdad". Comienza también a tomar
consistencia cierta postura crítica respecto de su dependencia para con las sustancias. Se empieza
a limitar en su vida cotidiana: compra con moderación, y empieza a pagar el boleto para viajar en
tren hasta el hospital. Se configura una otra temporalidad subjetiva, distinta, ya no marcada por
la vertiginosidad.
En el contexto de estos recuerdos, traerá una significativa escena infantil. La refiere diciendo que
dejó su marca en él, sin poder precisar el acontecer temporal de la misma.
La escena tiene lugar a bordo de un tren. El paciente cree tener, en ese momento, 5 años. Se
encuentra viajando acompañado por su madre y una tía. A una pasajera que se incorpora de su
asiento se le cae la billetera al piso. Rápidamente, su madre – con la complicidad de esta tía – la
toma y se la esconde. El paciente – niño – abrumado ante lo novedoso de esta conducta, observa
con atención sus movimientos. En el relato, se presentifica nuevamente el horror que dice haber
experimentado en aquel instante. Momentos después, la mujer regresa advertida del extravío.
Atemorizada frente a la posibilidad de ser descubierta, la madre se deshace de la billetera. El
sigue con atención el destino final de la misma bajo los asientos y, sin que nadie lo note, la toma
y se la esconde cuidadosamente. Al bajar del tren, recuerda que el corazón le latía con una
violencia para él desconocida. Más tarde, sorprende a su madre con el producto de su travesura,
le muestra la billetera tomada por el, la cual le es arrebatada rápidamente por la madre.