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CONFIRMACIÓN
SUMARIO: I. Problemática de la Confirmación. II. Posible fundamentación bíblica de la
confirmación: 1. Su vinculación con el Espíritu; 2. ¿Un rito distinto del bautismo?; 3.
Relaciones con la pneumatología paulina; 4. La confirmación como concesión del sello del
Espíritu. III. Conclusión.
Problemática de la Confirmación: La confirmación, lo mismo que el Bautismo,
pertenece al orden de las grandes obras de Dios. En ella se renueva algo de sus
intervenciones salvíficas. Si el Bautismo tiene sus raíces en el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo, la Confirmación se funda en el misterio de la efusión del Espíritu en
pentecostés, que inauguró el tiempo de la Iglesia y la misión de los apóstoles y de los
creyentes en el mundo.
Hay, no obstante, una diferencia entre el Bautismo y la Confirmación. Es la
siguiente: mientras que el Bautismo tiene una existencia y una consistencia bien definidas
en la enseñanza del Nuevo Testamento, la Confirmación es más fluctuante y de contornos
menos precisos, faltando incluso un término técnico que indique con exactitud su ámbito,
su finalidad, su contenido, los derechos y deberes que confiere dentro de la Comunidad de
los creyentes.
Los diccionarios y manuales, por eso, omiten esta voz, dejando para la Teología la
tarea de estudiar este problema, dado que ella tiene la ventaja de poder valerse del
desarrollo ulterior de la praxis litúrgica, que conoce ya desde hace siglos, tanto en Oriente
como en Occidente, el sacramento de la Confirmación, llamado también sacramento
crismal, porque se hacía con la unción del sagrado crisma sobre la frente. Más aún,
normalmente se la ve unida por una parte con el Bautismo; y, por otra, con la Eucaristía. Se
trata, en efecto, de los tres momentos característicos de la iniciación cristiana, con una
historia de no siempre fácil convivencia entre sí.
Posible fundamentación bíblica: Sin pretender forzar los textos; y, sobre todo,
situando nuestra reflexión en el trasfondo de la presencia múltiple del Espíritu que anima a
la Iglesia, se busca las alusiones, los presupuestos, o el verdadero y auténtico fundamento
que este sacramento pueda tener en el Nuevo Testamento. Cobrará, de esta manera, mayor
seguridad la misma reflexión teológica.
a.Vinculación con el Espíritu: El libro de Hechos, sobre todo, presenta al Espíritu
Santo como el protagonista de la vida, tanto de la Iglesia como de cada cristiano; de la
misma manera que el tercer Evangelio lo presenta como el protagonista de la vida de Jesús:
concepción virginal (Lc 1,35), Bautismo (Lc 3,21-22), vida pública, todo bajo el signo del
Espíritu (Lc 4,1-2.14-21).
Pentecostés es la manifestación visible del Espíritu, que hace de los apóstoles, antes
cobardes y temerosos, personas valientes y decididas, inaugurando así el tiempo de la
Iglesia como tiempo del Espíritu (cf. Hch 2,1-4). Los signos, a través de los cuales se
manifiesta el Espíritu, son sumamente sugestivos. Se piense, en el "ruido del cielo, como de
viento impetuoso" que llenó toda la casa donde estaban los apóstoles y que recuerda la
teofanía del Sinaí (cf. Ex 19,16-25). El "viento" es uno de los símbolos más antiguos del
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poder de Dios y corresponde a la raíz misma del término "espíritu" (en hebreo, rúah). Las
"lenguas de fuego que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos" recuerdan la
"columna de fuego" que guiaba a Israel por el desierto en su marcha hacia la tierra
prometida, símbolo de la presencia de Yhwh (cf. Is 6,5-7). Están, finalmente, el don de las
"lenguas", que no encuentra paralelo en el Antiguo Testamento, ya que es el signo del
carácter universal del nuevo Pueblo de Dios, libre ya de toda clase de división de razas, de
condición social y de sexo (cf. Gal 3,27-28), y en camino hacia la reconstrucción de la
unidad plena del género humano, en contraposición a la dispersión que representó en sus
tiempos la torre de Babel (cf. Gn 11,1-9).
A partir de entonces, será siempre el Espíritu el que con nuevas intervenciones
caracterizará las nuevas etapas de expansión de la Iglesia. Así ocurrirá en el episodio de la
conversión de Cornelio y de su familia, que el mismo Pedro vinculó al acontecimiento de
Pentecostés (Hch 10,44-47; 11,15-17; 15,7-9). Ocurrirá con ocasión de la predicación a los
samaritanos y en el choque con Simón Mago, que solicitó poder comprar el Espíritu con
dinero (Hch 8,14-25).
Lo que importa en estos hechos, es que el Espíritu continúa siendo dado a los
creyentes en condiciones siempre nuevas. Esto significa que Pentecostés inauguró el tiempo
del Espíritu, pero sin agotarlo, por así decirlo. Fue sólo el comienzo de todos los
pentecostés sucesivos de la Iglesia.
b. ¿Un rito distinto del Bautismo?: Hay otra cosa que importa observar, a saber:
que el don del Espíritu no se identifica con el sacramento del Bautismo, a pesar de que tiene
mucho que ver con él.
Son significativos, en este sentido, dos episodios que nos refieren Hch. El primero
es aquel al que ya se ha hecho referencia: el anuncio del Evangelio en Samaria, después de
la persecución que tuvo lugar en tiempos de Esteban. Habiendo predicado el diácono Felipe
el Evangelio en aquella región, tuvo un éxito tan grande que mucha gente creyó y se hizo
bautizar; entre ellos estaba el mago Simón (cf. Hch 8,5-13).
Conocido el hecho en Jerusalén, los apóstoles, quizá para controlar mejor la
situación, "les enviaron a Pedro y a Juan; llegaron y oraron por los samaritanos, para que
recibieran el Espíritu Santo, pues aún no había bajado sobre ninguno de ellos, y sólo
habían recibido el bautismo en el nombre de Jesús, el Señor. Entonces les impusieron las
manos, y recibieron el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17). Es en este momento, cuando
interviene Simón Mago con su indecorosa solicitud de comprar con dinero el poder de dar
el Espíritu Santo (Hch 8,18-25).
Interesa subrayar la clara distinción que hace este texto entre el Bautismo que había
recibido aquel grupo de cristianos por obra de Felipe, como consecuencia de su adhesión al
Evangelio, y un rito posterior, integrado por gestos y oraciones, que confiere el don del
Espíritu, como si el Bautismo no fuera más que la etapa inicial de un itinerario más largo
para llegar a ser plenamente discípulos de Cristo: "Llegaron y oraron por los samaritanos
para que recibieran el Espíritu Santo... Entonces les impusieron las manos, y recibieron el
Espíritu Santo" (Hch 8,15-17). El hecho de que fueran sólo los apóstoles los que
impusieran las manos debería significar algo muy importante, que lógicamente completa,
confirmándolo, lo que ya expresaba de suyo el Bautismo. Quizá haya en este rito ulterior un
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deseo o una voluntad de ligar entre sí, con la fuerza del Espíritu, a las diversas Iglesias que
se iban creando.
Aquí deberíamos ver, posiblemente, las primeras huellas de un sacramento distinto
del Bautismo, aunque íntimamente unido a él, que debía insertar más profundamente en la
Comunidad, con el compromiso de manifestar, también hacia fuera la misteriosa presencia
del Espíritu.
El otro episodio, igualmente significativo en este sentido, es el que nos narra
también el libro Hch. Cuando Pablo, durante el tercer viaje, llega a Éfeso, encuentra
algunos discípulos, a los que pregunta si habían "recibido el Espíritu Santo" en el momento
de llegar a la fe. La respuesta fue sorprendente: "Ni siquiera hemos oído decir que haya
Espíritu Santo". No habían recibido más que el bautismo de Juan. Pablo, entonces, se puso
a catequizarles, y ellos "se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor. Cuando Pablo les
impuso las manos descendió sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en
lenguas extrañas y a profetizar. Eran en total unas doce personas" (Hch 19,1-7).
Aquí aparece también con claridad dos ritos distintos: el Bautismo ("se
bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor") y la posterior "imposición de manos" con la
colación del Espíritu por obra del apóstol. Se describen aquí expresamente las
manifestaciones a través de las cuales se hacía visible la obra del Espíritu: el "hablar en
lenguas" y el "profetizar". Prescindiendo de cual fuera su íntima naturaleza, que no
resulta fácil descifrar, estos dones tenían que tender a la dilatación del anuncio evangélico;
por consiguiente, se trataba de algo que se daba, no ya sólo para el individuo, sino para el
bien de toda la Comunidad. Es aproximativamente, lo que Juan en su lenguaje llama
"testimonio" (martyría).
Queda plenamente fundada la convicción que se deriva de los dos hechos
recordados: al lado del Bautismo, la Iglesia apostólica parece conocer otro sacramento, que
confería el Espíritu, el cual se manifestaba sobre todo en el "hablar en lenguas" y en el
"profetizar"; es decir, en la fuerza del anuncio y del testimonio hacia los de fuera.
c. Relaciones con la pneumatología paulina. Es muy interesante la doctrina de
Pablo, no sólo por la fuerte acentuación pneumatológica, sino también por una especie de
relación que él parece establecer entre el Espíritu Santo y la iniciación cristiana en general.
Es sobre todo esta relación la que ahora interesa analizar, aunque colocándola en el
trasfondo de la pneumatología paulina general.
La filiación adoptiva, es producida por el Bautismo, y está garantizada por la
presencia en nosotros del Espíritu: "Y como prueba de que son hijos, Dios ha enviado a sus
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!" (Gal 4,4-6; cf. Rom 8,15). A
pesar de que está íntimamente vinculado al Bautismo, el Espíritu no parece identificarse
con él como efecto suyo, ya que viene como para dar testimonio del mismo. Más que
distinguir o separar, de todas maneras, Pablo intenta unir: el dinamismo salvífico no está
hecho de compartimientos estancos. Esto mismo aparece también en el pasaje siguiente.
"Han sido lavados, consagrados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y
en el Espíritu de nuestro Dios" (1Cor 6,11). Las referencias al Bautismo son explícitas
("han sido lavados"); pero, todo está abierto a la obra del "Espíritu de nuestro Dios", que
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no está ciertamente bloqueado en su actuación, sino que tiende a configurar con él a todos
los que se confían en su obra; en este ámbito se puede comprender el perfeccionamiento
que la Liturgia y la Teología posteriores han atribuido a la Confirmación.
4. La Confirmación, concesión del sello del Espíritu: El proceso de configuración
con la presencia interior del Espíritu, está expresado en san Pablo mediante el verbo
sphraghízein, "sellar", y el sustantivo sphraghís, "sello", referidos normalmente a la obra de
plasmación del Espíritu.
Al hablar del proyecto misterioso de Dios, que desde la eternidad nos ha escogido
en Cristo, tanto a los judíos como a los paganos, Pablo continúa de este modo: "También
ustedes (los paganos) que han escuchado la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra
salvación, en el que han creído, han sido sellados con el Espíritu Santo prometido, el cual
es garantía de su herencia, para la plena liberación del pueblo de Dios y alabanza de su
gloria" (Ef 1,11-14).
El sello del Espíritu se deriva indudablemente del don de la fe, y se refiere también
al Bautismo; pero, dada la amplitud de su acción, que se extiende hasta la "redención
completa" de aquellos que Dios ha adquirido para sí, es decir, hasta la resurrección final, de
la que el Espíritu constituye ya una prenda y un anticipo, no puede menos de aludir a otras
intervenciones sucesivas de su operación transformativa. Recibir el sello de alguien,
significa pertenecerle y también realizar acciones dignas de esta pertenencia. Por esta
amplitud de intervenciones del Espíritu, precisamente, se piensa que el sello del Espíritu es
más amplio que aquella asimilación inicial a Cristo que realiza en nosotros el Bautismo.
A esto remite igualmente otro versículo de la Carta a los Efesios en su parte
exhortativa: "No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con su sello
para distinguirlos el día de la liberación" (Ef 4,30). La "tristeza" que se puede causar al
Espíritu es aquí sobre todo la de la división de los cristianos entre sí; así pues, el "sello" del
Espíritu no plasma únicamente a los individuos, sino a la misma Comunidad eclesial, para
que se haga auténtico "cuerpo de Cristo".
A este poder del Espíritu para plasmar la Iglesia, se refiere también el siguiente
pasaje, en el que san Pablo desarrolla precisamente el tema de la Iglesia como "cuerpo de
Cristo": "Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, con ser muchos, forman un cuerpo, así también Cristo. Porque
todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, fuimos bautizados en un solo Espíritu
para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido del mismo Espíritu" (1Cor 12,12-13).
Hay dos expresiones que tienen como término de referencia al Espíritu en orden a la
unidad del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia: "Todos fuimos bautizados en un solo
Espíritu... Y todos hemos bebido del mismo Espíritu". La segunda expresión es,
ciertamente, más fuerte que la primera, ya que designa una especie de embriaguez, que,
pareciera, no puede referirse al Bautismo. Se debe tratar, por lo tanto, de una ulterior
consagración al Espíritu (el verbo está en pasado: lit. “fuimos abrevados”), que podría
corresponder precisamente a la Confirmación, la cual se presentaría de esta manera como la
manifestación más rica y más elocuente del Espíritu, a semejanza de lo que ya hemos visto
en el libro de Hch (hablar en lenguas, etc.).
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Conviene citar otro pasaje de Pablo muy parecido, en su lenguaje y en su contenido,


a Ef. 1,12-13. Después de rechazar toda insinuación sobre cierta doblez en su manera de
obrar, Pablo declara a los cristianos de Corinto que es la fuerza misma del Espíritu la que le
impide semejante oscilación en su actitud: "Dios es el que a nosotros y a ustedes nos
mantiene firmes en Cristo y nos ha consagrado. Él nos ha marcado con su sello y ha
puesto en nuestros corazones el Espíritu como prenda de salvación" (1Cor 1,21-22).
Se podría pensar aquí en el "munus" apostólico, conferido a Pablo con toda la
abundancia de dones del Espíritu; y, en parte, esto es sin duda verdad. Pero, precisamente,
la primera expresión ("Dios es el que a nosotros y a ustedes nos mantiene firmes") remite,
pareciera, a una experiencia que el apóstol comparte junto con sus cristianos. Además de
haber sido "ungido", ha recibido el "sello" (sphraghisámenos), teniendo además la "prenda"
del Espíritu, que lo convierte ya en ciudadano de la ciudad futura. Se da aquí realmente
toda la gama de las operaciones del Espíritu: desde la primera unción bautismal hasta la
concesión de su sello, que designa ya al cristiano como "propiedad" especial de Dios, el
cual exige, por tanto, que realice las obras de la sinceridad y de la verdad de manera digna
del Espíritu. Se trata una vez más del tema del "testimonio", que es típico del sacramento de
la madurez cristiana.
Conclusión: Se podría decir que el Nuevo Testamento ofrece motivaciones no
gratuitas del sacramento de la Confirmación, en las que se expresa de la forma más
elocuente la manifestación del Espíritu. Aun dentro de la plasmación interior que hace del
cristiano, llevando a su madurez la potencialidad del Bautismo, el Espíritu tiende sobre
todo a dar fuerza en orden a un "testimonio" más convincente dentro de la Iglesia para
plasmarla mejor, sobre todo con el florecimiento de los innumerables carismas; y, fuera de
la Iglesia, para luchar contra el mundo.
El "sello" con que nos marca el Espíritu no es un signo invisible, que haya que
custodiar celosamente en el corazón, sino que hay que manifestarlo a los demás para
señalar la pertenencia a Cristo.
Si las cosas son así, cabe preguntarse cuál sería la etapa de la vida más adecuada
para recibir el sacramento de la Confirmación. Las intuiciones bíblicas necesitan traducirse
en praxis pastoral.

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