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SEMINARIO DE CATEQUESIS “MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA”

CÁTEDRA: LITURGIA I
PROFESOR: P. ADELINO DOS SANTOS

LA LITURGIA
DEFINICIÓN
Liturgia (leitourgia) es una palabra compuesta griega que significa originariamente un deber
público, un servicio al estado emprendido por un ciudadano. Sus elementos son LEITOS (de
leos = laos, pueblo) que significa público, y ERGO (obsoleto en su actual tronco, utilizado en
futuro, erxo, etc.) = hacer. De ahí tenemos LEITOURGOS, “un hombre que realiza un deber
público”, “un servidor público”, a menudo usado como equivalente al lictor romano; luego
leitourgeo, “hacer tal servicio”, leitourgema, su realización, y leitourgia, el propio servicio
público. En Atenas la leitourgia era el propio servicio público realizado por los ciudadanos más
ricos a sus expensas propias, tales como el oficio de gymnasiarca, que supervisaba el
gimnasio, el de choregus, que pagaba a los cantantes de un coro en el teatro, el de hestiator,
que daba un banquete a su tribu, del trierarchus, que suministraba un barco de guerra al
estado. La significación de la palabra liturgia se extiende luego hasta cubrir cualquier servicio
general de carácter público. En la Biblia de los Setenta se usa (como el verbo leitourgeo) para
el servicio público del templo (vg. Ex., 38, 27; 39, 12, etc.). De ahí llega a tener un sentido
religioso como la función de los sacerdotes, el servicio ritual del templo (vg: Joel, 1, 9; 2, 17,
etc.).
En el Nuevo Testamento esta significación religiosa ha arraigado claramente. En Lucas, 1, 23,
Zacarías va a casa cuando “los días de su liturgia” han terminado. En Heb., 8, 6, el sumo
sacerdote de la Nueva Ley “ha logrado una liturgia mejor”, esto es, una especie mejor de
servicio público religioso que el del Templo. Así en su uso cristiano liturgia significa el servicio
público oficial de la Iglesia, que se correspondía con el servicio oficial del Templo en la Antigua
Ley.
Ahora debemos distinguir dos sentidos en los que se usa aún normalmente la palabra. Estos
dos sentidos a menudo conducen a la confusión. Por un lado, liturgia a menudo significa todo el
complejo de servicios oficiales, todos los ritos, ceremonias, oraciones y sacramentos de la
Iglesia, en contraposición a las devociones privadas. En este sentido hablamos del
ordenamiento de todos estos servicios en ciertas formas establecidas (incluyendo las horas
canónicas, la administración de sacramentos, etc.), usadas por una iglesia local, como la
liturgia de tal iglesia – la Liturgia de Antioquía, la Liturgia Romana, etc. Así liturgia significa rito;
hablamos de modo indiferente de Rito Bizantino o Liturgia Bizantina. En el mismo sentido
distinguimos los servicios oficiales de los demás llamándoles litúrgicos; esos servicios son
litúrgicos cuando se contienen en alguno de los libros oficiales (ver LIBROS LITÚRGICOS) de
un rito. En la Iglesia Romana, por ejemplo, las Completas son un oficio litúrgico, el Rosario no
lo es. El otro sentido de la palabra liturgia, ahora común en todas las Iglesias Orientales, la
restringe únicamente al principal servicio oficial – el Sacrificio de la Sagrada Eucaristía, que en
nuestro rito llamamos la Misa. Este es prácticamente el único sentido actual en que leitourgia
se usa en griego, o en sus formas derivadas (vg.: el árabe al-liturgiah) por cualquier cristiano
oriental. Por virtud de la claridad es quizá mejor para nosotros restringir también la palabra a
este sentido, en cualquier caso al hablar de asuntos eclesiásticos orientales; por ejemplo, no
hablar de las horas canónicas bizantinas como servicios litúrgicos. Incluso en los ritos
occidentales la palabra “oficial” o “canónica” servirán también como “litúrgica” en sentido
general, de forma que también podemos usar Liturgia sólo para la Sagrada Eucaristía. Debe
señalarse también que, mientras que podemos hablar bastante correctamente de nuestra Misa
como la Liturgia, nunca debemos usar la palabra Misa para el sacrificio Eucarístico en ningún
rito oriental. La Misa (missa) es el nombre para este oficio sólo en los Ritos Latinos. Nunca se
ha usado, ni en latín ni en griego, para ningún rito oriental. Su palabra, que corresponde
exactamente a nuestra Misa, es Liturgia. La Liturgia Bizantina es el oficio que corresponde a
nuestra Misa romana; llamarla Misa bizantina (o peor aún, griega) es un error como llamar
cualquier otro de sus oficios según los nuestros.

EL ORIGEN DE LA LITURGIA
Al comienzo de esta discusión nos vemos enfrentados a tres de las más difíciles cuestiones de
la arqueología cristiana, a saber: ¿Desde qué fecha hay un oficio fijo y regulado tal que
podamos describirlo como una Liturgia formal? ¿Hasta qué punto fue este oficio uniforme en
las diversas Iglesias? ¿Hasta dónde podemos reconstruir sus formas y disposiciones?
Con respecto a la primera pregunta, debe decirse que una Liturgia Apostólica, en el sentido de
un orden de oraciones y ceremonias, como nuestro actual ritual de la Misa, no existió. Durante
algún tiempo el Servicio Eucarístico fue variable y fluido en muchos detalles. No estaba todo
puesto por escrito y leído a partir de formas fijas, sino en parte compuesto por el obispo que
oficiaba.
Respecto a las ceremonias, al principio no estaban elaboradas como ahora. Todo ceremonial
se desarrolla gradualmente a partir de ciertas acciones obvias hechas al principio sin idea de
ritual, sino simplemente porque tienen que hacerse por conveniencia. El pan y el vino se traían
al altar cuando hacían falta, las lecturas se leían desde un lugar desde donde se pudieran oír
mejor, las manos se lavaban porque estaban sucias. A partir de estas acciones obvias se
desarrolló la ceremonia, tal como nuestros vestidos se desarrollaron a partir del vestido de los
primeros cristianos. Se sigue entonces naturalmente que, cuando no había en absoluto una
Liturgia fija, no podía plantearse la cuestión de la absoluta uniformidad entre las diversas
Iglesias. Y aun así toda la serie de acciones y oraciones no dependía solamente de la
improvisación del obispo celebrante.
Mientras que en una época los eruditos se inclinaban a concebir los servicios de los primeros
cristianos como vagos e indefinidos, la investigación reciente nos muestra una uniformidad muy
chocante en ciertos elementos sobresalientes del servicio en fecha muy temprana. La
tendencia entre los estudiosos ahora es a admitir algo muy similar a una Liturgia reglada,
aparentemente uniforme en gran medida en las ciudades principales, incluso tan pronto como
en el Siglo I o a primeros del II. En primer lugar el esbozo fundamental del rito de la Sagrada
Eucaristía venía dado por el relato de la Última Cena. Lo que había hecho entonces nuestro
Señor, lo mismo que dijo a sus seguidores que hicieran en memoria de Él. No habría sido en
absoluto una Eucaristía si el celebrante no hubiera hecho al menos lo que nuestro Señor hizo
la noche antes de morir. Así tenemos en todas partes desde el mismo comienzo al menos este
núcleo uniforme de una Liturgia: el pan y el vino se traen al celebrante en recipientes (un plato
y una copa); los pone en una mesa – el altar; de pie ante ellos en una actitud natural de
plegaria los toma en sus manos, da gracias, como había hecho nuestro Señor, dice de nuevo
las palabras de institución, parte el pan y da el Pan y el Vino consagrados en comunión al
pueblo.
La ausencia de las palabras de institución en el Rito Nestoriano no es argumento contra la
universalidad de este orden. Es un rito que se desarrolló bastante tarde; la liturgia originaria
tiene las palabras. Pero encontramos en uso mucho más que este núcleo esencial en cada
Iglesia desde el Siglo I. La Eucaristía se celebraba siempre al final de un servicio de lecturas,
salmos, oraciones y predicación, que era meramente una continuación del servicio de la
sinagoga. Así tenemos en todas partes esta doble función; primero un servicio de sinagoga
cristianizado, en el que se leen los libros sagrados, se cantan salmos, se rezan oraciones por el
obispo en nombre de todos (respondiendo el pueblo “Amen” en hebreo, como lo hacían sus
antepasados judíos), y se pronunciaban homilías, explicaciones de lo que se había leído, por el
obispo o sacerdotes, tal como se había hecho en la sinagoga por los letrados y ancianos (vg:
Lucas, 4, 16-27). Esto es lo que se conoció después como la Liturgia de los Catecúmenos.
Luego seguía la Eucaristía, en la que sólo estaban presentes los bautizados.
Otros dos elementos del servicio en la época más antigua desaparecieron pronto. Uno era la
fiesta del Amor (agape) que venía justo antes de la Eucaristía; el otro eran los ejercicios
espirituales, en los que la gente era movida por el Espíritu Santo a la profecía, a hablar en
diversas lenguas, a curar a los enfermos por la oración, etc. Esta función – a la que se refieren
I Cor., 14, 1-14, y la Didaché, 10, 7, etc. – abría obviamente el camino a desórdenes; desde el
Siglo II gradualmente desaparece. El Ágape Eucarístico parece haber desaparecido
aproximadamente en la misma época. Las otras dos funciones permanecieron unidas, y aún
existen en las liturgias de todos los ritos. En ellas, el servicio cristalizó en formas más o menos
fijas desde el principio. En la primera mitad la sucesión de lecturas, salmos, colectas y homilías
deja poco espacio para la variedad. Por razones obvias, la lectura del Evangelio se dejaba para
el final, en el lugar de honor como culminación de todas las demás; estaba precedida por otras
lecturas cuyo número, orden y disposición variaba considerablemente (ver LECTURAS EN LA
LITURGIA). Alguna clase de canto acompañaría muy pronto la entrada del clero y el comienzo
del servicio. También oímos hablar muy pronto de letanías de intercesión dichas por una
persona a cada frase de la cual el pueblo responde con alguna fórmula breve (ver LITURGIA
ANTIOQUENA; LITURGIA ALEJANDRINA; KYRIE ELEISON). El lugar y número de las
homilías variaría también durante mucho tiempo.
Es en la segunda parte del servicio, la misma Eucaristía, donde encontramos una muy notable
cristalización de las formas, y una uniformidad incluso en el Siglo I o II que va mucho más allá
del mero núcleo descrito más arriba. Ya en el Nuevo Testamento – aparte del relato de la
Última Cena – hay algunos indicios que apuntan a formas litúrgicas. Ya había lecturas de los
Libros Sagrados (I Tim., 4, 13; I Tes., 5, 27, Col., 4, 16), había sermones (Hech., 20, 7), salmos
e himnos (I Cor., 14, 26; Col., 3, 16; Ef., 5, 19). I Tim., 2, 1-3, implica oraciones litúrgicas
públicas para toda clase de gente. La gente levantaba las manos en las oraciones (1 Tim., 2,
8), los hombres descubrían sus cabezas (I Cor., 11, 4), las mujeres las cubrían (ibíd., 5). Había
un beso de paz (I Cor., 16, 20; II Cor., 13, 12; I Tes., 5, 26). Había un ofertorio de bienes para
los pobres (Rom., 15, 26; II Cor., 9, 13) llamado con el nombre específico de “comunión”
(koinonia). El pueblo respondía “Amen” después de las plegarias (I Cor., 14, 16). La palabra
Eucaristía tiene ya un significado técnico (ibíd.). El famoso pasaje I Cor., 11, 20-29, nos da el
esbozo de la fracción del pan y de la acción de gracias (Eucaristía) que seguían a la primera
parte del servicio. Heb., 13, 10 (cf. I Cor., 10, 16-21) muestra que para los primeros cristianos la
mesa de la Eucaristía era un altar.
Después de la consagración continuaban las oraciones (Hech., 2, 42). San Pablo “parte el pan”
(= la consagración), luego comulga, luego predica (Hech., 20, 11). Hechos, 2, 42, nos da una
idea de la Synaxis litúrgica en orden: “Perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles” (esto
implica las lecturas y homilías), “comulgaban en la fracción del pan” (consagración y comunión)
y “en las oraciones”.
Así tenemos ya en el Nuevo Testamento todos los elementos esenciales que encontramos más
tarde en las liturgias organizadas; lecturas, salmos, himnos, sermones, oraciones,
consagración, comunión. (Para todo esto ver F. Probst: “Liturgie der drei ersten christl.
Jahrunderte”, Tübingen, 1870, cap. 1; y los textos recogidos en Cabrol y Leclercq; “Monumenta
ecclesiae liturgica”, I, París, 1900 págs. 1-51). Se ha pensado incluso que hay en el Nuevo
Testamento fórmulas actualmente usadas en la liturgia. El Amen es ciertamente una. La
insistencia de San Pablo en la forma “Por los siglos de los siglos, Amen” (eis tous aionas ton
aionon amen – Rom., 16, 27; Gal., 1, 5; 1 Tim., 1, 17; cf. Heb., 13, 21; I P., 1, 11; 5, 11; Apoc.,
1, 6 etc.) parece indicar que es una forma litúrgica bien conocida para los cristianos a los que
se dirige, como lo era para los judíos.
Hay otros breves himnos (Rom., 13, 11-12; Ef., 5, 14; I Tim., 3, 16; II Tim., 11-13 ), que pueden
ser también fórmulas litúrgicas. En los Padres Apostólicos, el cuadro de la primitiva Liturgia
cristiana se hace más claro; en ellos tenemos un ritual definido y hasta cierto punto
homogéneo. Pero esto debe ser entendido. Ciertamente no había ninguna forma fija de
oraciones y ceremonias tal como tenemos en nuestros Misales y Eucologia actuales; aún
menos había algo puesto por escrito y leído de un libro. El obispo que celebraba hablaba
libremente, siendo sus oraciones hasta cierto punto improvisadas. Y aun así, esta
improvisación estaba limitada por ciertas reglas. En primer lugar, nadie que hable
continuamente sobre los mismos asuntos dice cada vez cosas nuevas. Los sermones
modernos y las oraciones improvisadas modernas muestran qué fácilmente cae el que habla
en formas establecidas, lo constantemente que repite lo que van a ser, al menos para él,
fórmulas fijas.
Además, la forma dialogada de oración que encontramos en uso en los monumentos más
antiguos supone necesariamente cierto orden constante. El pueblo responde y hace eco a lo
que el celebrante y los diáconos dicen con exclamaciones adecuadas. No podrían hacerlo así
salvo que oyeran más o menos las mismas oraciones cada vez. Oían desde el altar frases tales
como “El Señor esté con ustedes”, o “Levantemos el corazón”, y era porque reconocían estas
fórmulas, las habían oído a menudo antes, por lo que podían responder enseguida en la forma
esperada. Encontramos también que ciertos temas generales son constantes. Por ejemplo
nuestro Señor había dado gracias justo antes de pronunciar las palabras de institución. Así que
se entendía que todo celebrante comenzara la oración de consagración –la plegaria eucarística
– dando gracias a Dios por sus diversas mercedes.
Así que debemos concebir la Liturgia de los dos primeros siglos como formada por
improvisaciones en cierto modo libres sobre temas fijos en orden definido; y nos damos
también cuenta de qué naturalmente en estas circunstancias se repetirían las mismas palabras
utilizadas – al principio sin duda sólo las frases sobresalientes—hasta que se convirtieran en
fórmulas fijas. El ritual, ciertamente de la clase más sencilla, se haría estereotipado incluso con
más facilidad. Las cosas que tuvieran que hacerse, el traer el pan y el vino, la recogida de
limosnas etc., incluso más que las oraciones, se harían siempre en los mismos momentos. Un
cambio aquí sería incluso más molesto que un cambio en el orden de las oraciones. Una última
consideración a señalar es la tendencia de las nuevas Iglesias a imitar las costumbres de las
más antiguas.
Cada nueva comunidad cristiana se formaba uniéndose al vínculo ya formado. Los nuevos
conversos recibían sus misioneros, su fe e ideas de una Iglesia madre. Estos misioneros
celebrarían naturalmente los ritos como habían visto hacerlo, o como ellos mismos habían
hecho en la Iglesia madre. Y sus conversos les imitarían, continuando la misma tradición. El
intercambio entre las Iglesias locales acentuaría aún más esta uniformidad entre gente que era
muy agudamente consciente de formar un cuerpo con una Fe, un Bautismo, y una Eucaristía.
No es sorprendente entonces que las alusiones a la Liturgia de los primeros Padres de
diversos países, cuando se comparan, nos muestren un rito homogéneo en cualquier caso en
sus rasgos principales, un tipo constante de servicio, aunque estuviera sujeto a ciertas
modificaciones locales.
No sería sorprendente si de esta Liturgia primitiva común hubiera evolucionado un tipo
uniforme para todo el mundo católico. Sabemos que ese no es el caso. El ritual más o menos
fluido de los dos primeros siglos cristalizó en liturgias diferentes en Oriente y Occidente; la
diferencia de idioma, la insistencia sobre un punto en un lugar, la mayor importancia dada a
otra característica en otra parte, produjo nuestros diversos ritos. Pero hay una unidad obvia
subyacente a todos los ritos antiguos que se remonta a la época más primitiva. La idea
medieval de que todo se deriva de un rito originario no es tan absurda, si recordamos que el
origen no fue una Liturgia escrita o estereotipada, sino más bien un tipo genérico de oficio.

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