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La fe es un diálogo

Mateo 14:22-33

Uno de los grandes aportes del judaísmo a las religiones es la concepción de


Yahvéh como palabra, diálogo, escucha, oído, pregunta, respuesta, consuelo,
regaño, llamado a la conversión y también silencio. Recorre todas las etapas del
diálogo, de la conversación. Dice el rabino Jonathan Sachs: “El judaísmo trata
todo de la conversación. Es la única religión conocida en la cual los seres
humanos hablan, argumentan y regañan a Dios. Abrahán discute con Yahvéh;
igual lo hacen Moisés, Jeremías, Jonás y Job. No hay nada remotamente parecido
dio en los primitivos libros cristianos o musulmanes”. En realidad no es totalmente
aplicable al cristianismo aunque cuando entra en el sistema filosófico griego se
vuelve dogmático y convierte la fe en asentir a unas verdades
abstractas más que cuestionar la vida con sus principios éticos. Por siglos “creer”
era aceptar la creación, la encarnación y la resurrección contra las ideas gnósticas
de la materia mala (otro dios malo la habría creado), no habría encarnación sino
aparente (el logos no puede volverse carne) y el cuerpo no puede resucitar (la
materia está condenada a la disolución). Hoy los antagonismos son discutibles y
discutidos. Verdad es que el judaísmo enfatizaba el escuchar a Yahvéh más que
discutir con Yahvéh pero también es verdad lo que dice el rabino Jonathan. La
palabra creadora (davar, en hebreo) del mundo es la misma que lo salva (el logos
encarnado), pero siempre tiene que traducirse en palabra humana. Yahvéh no
hablaba ni arameo ni hebreo, pero tampoco griego ni latín[1]. La Palabra era para
escuchar y obedecer. La palabra en hebreo para oir ( ‫מע‬ ַ ‫ש‬ shama)
ָ traducida al
griego como hypakoe significa a la vez obedecer. Pero para esto se necesita
discernir. No es oír a la manera de una melodía para deleitarse sino un mandato
con una promesa adjunta. Buscar la voluntad de Dios y obedecer son
sinónimos. Oír y actuar fue traducido en griego por diakrisis que significa
discernimiento. Es decir, que la Biblia busca hacer del lector una persona que
discierne[2].

La literatura mística desarrolla bastante el diálogo espiritual personal entre el Dios


y el alma (Teresa de Jesús, Tomás de Kempis, Ignacio de Loyola) así como Cristo
y el alma (Tomás de Kempis, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz) pero
escasamente el debate; cuando mucho la pregunta retórica y la perplejidad; aún
así todos los místicos tuvieron dificultades por sospecha de heterodoxia. Dios y
Cristo eran filósofos o teólogos inflexibles (o intolerantes o dogmáticos) en su
pensar.

La “palabra de Dios” no es por tanto un objeto de contemplación para la


espiritualidad o un instrumento de explicación para una teología, sino ante todo
una misión humana por cumplir, una palabra ejecutiva que requiere actuar: amar
(agapear) al enemigo, dar la vida por los demás, perdonar, hacer misericordia. Tal
es el caso del evangelio de hoy, tanto de las palabras de la mujer cananea como
las palabras de Jesús. A éste le toca pasar del silencio inicial de desatención a la
mujer, a insulto al llamarla perro, a atenderla luego y finalmente a alabar su fe.
Menudo cambio supone tal proceso. A la mujer cananea le toca pasar de pedir a
gritos piedad, a pedir ayuda (sentido menos cargado teológicamente que piedad),
a utilizar la estrategia retórica de la antístrofe o volver contra Jesús sus mismas
palabras: acepto que soy un perrito pero éste come las sobras de la mesa.
También Jesús usa tal técnica retórica con sus interlocutores. Con razón se llamó
este evangelio por siglos “el evangelio de la mujer que convirtió a
Jesús”. También podría llamarse el evangelio de la mujer que discutió con Jesús
y le ganó. En el judaísmo, según el Talmud, a menudo los rabinos le ganaban a
Yahvéh en las discusiones. Como en el regateo de Abrahán para que no se
destruya Sodoma. Enseñaban los rabinos que a las Escrituras había que
acercarse con temor y humor. Hacer reír a Yahvéh ya era interpretarlas. También
le toca a Jesús dejar atrás su pensamiento nacionalista que le atribuye Mateo en
el evangelio. En el envío les pide no ir a tierra de samaritanos ni de gentiles sino
solamente a las ovejas perdidas de Israel. Aquí se ve forzado a hacer misericordia
a una gentil como eran los cananeos. La misericordia no puede sino ser universal,
porque como decían los rabinos: “Quien salva a un hombre salva a la humanidad”.
Si Jesús, como dirán las especulaciones teológicas es el “universal concreto” su
misericordia requiere ser universal. Algo que Pablo tenía claro porque la muerte
de Jesús y su resurrección eran para toda la humanidad. Aunque el evangelio
de Mateo sea nacionalista, centrípeto, referido a los judíos, no puede sin embargo
sino ampliar el envió cuando lo relata luego de la resurrección. El gran envío es a
todas las naciones. Igualmente en vida pública de Jesús inserta tres menciones de
creyentes paganos que toman la iniciativa de acercarse a Jesús. Son los magos
de oriente (considerados impuros y prohibidos por la ley de Moisés), el centurión
que pide la curación de su siervo y la mujer cananea de hoy. Ya lo había puesto
Mateo en boca de Jesús: “Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y
se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos” (Mt
8:11). La insistencia de la mujer cananea, a pesar de la negativa inicial, fue usada
para ilustrar la oración de petición insistente similar a la de la viuda que pedía
justicia en Lucas o el vecino que pide pan a la puerta en la noche. Casiano dice
que era el secreto de la oración de los padres del desierto. Jesús, sin embargo,
pide que se ore con pocas palabras en contraste con fariseos, griegos y romanos
y sus largas cantilenas (carmina, en latín), al menos si pedimos lo que el Padre
sabe que necesitamos.

La cananea aparece sola, algo poco común en la época, como María va sola a
visitar a Isabel. Bien podría tratarse de una viuda o una madre soltera sin
dependencia de varón y se dirige a Jesús públicamente y gritando. El centurión es
más discreto cuando pide la curación de su esclavo. No parece usar
metafóricamente el “pan de los hijos” que era para los judíos la Torah. La mujer
busca el bien de su hija no enseñanzas. También puede haber tenido influjo la
orden de Yahvéh a Oseas de que se case con una mujer cananea de vida airada,
dedicada a cultos inmorales (prostituta) y de poner así de manifiesto, por medio de
este matrimonio, la culpa del Israel contemporáneo de Oseas, porque el país está
prostituido, alejado del Señor. La mujer cananea acude a un personaje de amplia
resonancia para el pueblo judío como es David. A nombre de David pide a Jesús
como la misma genealogía de Mateo lo ilustra. Empieza en Abrahán para terminar
en José, esposo de María (todo el pueblo judío). Lucas remonta la genealogía a
Adán, hijo de Dios (toda la humanidad). Marcos y Juan no reseñan ninguna
genealogía.

Jesús, quien no alaba la fe de los discípulos y antes los reprende por su poca fe,
alaba la fe de la cananea. Parece capaz de descubrir entre los paganos una fe
más grande que entre sus propios seguidores. Una fe que se expresaba como
preocupación por su hija. La cananea tiene razón. De nada sirven otras
explicaciones. Lo primero es aliviar el sufrimiento. Su petición coincide con la
voluntad misericordiosa de Dios Padre y Jesús no puede sino discernir (antrhopos
diakritikos). La voz de la mujer es la del que sufre y es la voz de Dios sorpresiva e
inesperada. El diálogo ha sido fructífero para las dos partes. Así es el Dios de la
palabra que aunque calle podemos motivarlo a hablarnos.

[1] Cuando Cirilo traduce las Escrituras a lengua eslava para evangelizar las
regiones del báltico, es reprendido en Roma porque de Dios no se podía hablar
sino en las tres lenguas del transepto de la cruz: hebreo, latín y griego.

[2] Antrhopos diakritikós (hombre discerniente) dicen antiguos escritos cristianos.

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