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8. CORTES DE CÁDIZ Y CONSTITUCIÓN DE 1812: SU OBRA REFORMADORA.

La invasión francesa de 1808 abrirá en la historia de España un capítulo esencial


dentro del proceso general de la crisis del Antiguo Régimen. En ese capítulo, la guerra
de la Independencia, consideramos dos vertientes:
- La propiamente militar.
- La política, representada por la convocatoria y desarrollo de las Cortes de Cádiz,
y su obra legisladora, que supone un intento de revolución liberal burguesa.

En el verano de 1808 las juntas locales y provinciales que dirigían la resistencia al


invasor francés centralizan sus esfuerzos creando una Junta Suprema Central. Ésta se
reúne en primer lugar en Aranjuez pero el avance de las tropas francesas le obligó a
trasladarse primero a Sevilla y finalmente a Cádiz (1810). En esta ciudad la Junta
decidió convocar unas cortes que asumieran la representación de la nación española, y
en seguida, la Junta se disolvió. La elección de la ciudad de Cádiz se debía tanto a
motivos geográficos, como estratégicos y de oportunidad. Por una parte, era el punto
más lejano a la frontera con Francia. En segundo lugar, proporcionaba unas condiciones
idóneas para la defensa. Por último, al tratarse de un emporio comercial, estaba lleno de
representantes de firmas comerciales de ultramar, que podían de forma interina ocupar
el escaño correspondiente a su territorio de origen. Porque esa fue una de las novedades
del proceso de convocatoria: se llamó tanto a los españoles peninsulares como a los de
las colonias a enviar representantes.
En septiembre de 1810 se abren las sesiones, con una composición socioprofesional
en la que dominan los eclesiásticos (90) y los burgueses (abogados, comerciantes,
catedráticos, militares...). Desde el punto de vista ideológico, se observa la presencia de
tres grupos:
- Un pequeño residuo de ilustrados.
- Los absolutistas, llamados “serviles”, con una única pretensión de mantener la
soberanía para el regreso de Fernando VII.
- Los liberales, que buscarán aprovechar la ocasión histórica que se les presenta,
elaborando leyes que pongan fin al absolutismo.

El grupo que lleve la voz cantante será el de los liberales, con gran disgusto de los
defensores del absolutismo. Nada más empezar los trabajos, consiguen dos grandes
éxitos: la composición de una única cámara de representantes, y la definición del
principio de soberanía nacional, muy avanzado para la España de la época.
La obra cumbre de las cortes de Cádiz será, como es lógico, la Constitución de 1812
(popularmente conocida como “La Pepa”, por ser promulgada un 19 de marzo). Entre
las características de esta carta magna están las de ser una constitución muy larga, muy
rígida en cuanto a las posibilidades de reforma (evidentemente, con la intención de
bloquear posibles intentos de modificación a la vuelta de Fernando VII), y muy
moderna (de hecho, fue tomada como referencia en las revueltas liberales de Italia en
1820, y de Rusia en 1825, entre otras). Los puntos fundamentales son:
- Proclamación de soberanía nacional, como ya se ha dicho.
- Defensa de los derechos de la religión católica (compromiso necesario con el
sector eclesiástico y absolutista).
- Declaración de derechos del ciudadano:
o Libertad de imprenta.
o Igualdad ante la ley.
o Derecho de petición.
o Derecho de propiedad.

- División de poderes: las Cortes detentan el poder legislativo, el Rey tiene el


ejecutivo, y la justicia pasa a los tribunales.
- Sufragio universal masculino e indirecto (los diputados son elegidos por dos
años).
- Modelo de estado unitario, con una burocracia centralizada, fiscalidad común,
ejército nacional, mercado libre de aduanas interiores. Es decir, igualdad, frente
a la situación anterior de excepción y privilegios.

Además de la Constitución, las Cortes de Cádiz produjeron una obra legal


considerable, entre la que cabe destacar:
- Supresión de los señoríos jurisdiccionales.
- Abolición de la Inquisición.
- Abolición de los gremios.
- Inicio de medidas desamortizadoras.
- Inicio de reformas agrarias.

Con toda su influencia, la Constitución de Cádiz no se pudo poner en ejecución y


quedó más en un símbolo de lucha contra el absolutismo que otra cosa, a pesar de los
periodos en que estuvo vigente (1812-14; 1820-23; 1836-37). Las circunstancias
históricas (la guerra, sobre todo), permitió que un grupo de ideólogos se reuniera sin
poder comprobar si las medidas que diseñaban eran aceptadas o no por la población. Y
el protagonismo, además, recayó en el segmento social menos representativo de lo que
era España en aquellos momentos, la burguesía. El misterio no era qué sucedería al
terminar la guerra, porque el optimismo de los diputados se sobreponía a la ignorancia
con respecto a la respuesta popular. El misterio era cuál sería la reacción de Fernando
VII. El final de la historia es triste: recibido en Valencia por un grupo de diputados
absolutistas que lo profesan total fidelidad y le animan a derogar todo lo hecho en Cádiz
(Manifiesto de los Persas, 1814), Fernando VII declaró sin valor y nulas a todos los
efectos las leyes liberales que habían querido transformar España. El grito “Viva la
Pepa” sería contestado desde entonces por el no menos famoso de “Vivan las caenas”.

(Sugerencia: ampliar y concretar en el apartado de la obra legislativa, añadiendo fechas


de los decretos respectivos y alguna consecuencia o comentario).

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