10. LA TORMENTOSA TRANSICIÓN AL LIBERALISMO. EL CARLISMO.
En 1830 Fernando VII tiene su primer heredero, nacido de su cuarta esposa, su
sobrina María Luisa de Borbón y Parma. El problema es que se trataba de una hija, Isabel. En ese momento rige en España una ley sálica atenuada, de clara orientación francesa, importada por Felipe V, primer Borbón español. No obstante, Carlos IV había elaborado una pragmática sanción que la derogaba, si bien no había sido publicada. Oportunamente, Fernando VII la publicó para garantizar la sucesión en su hija Isabel. Esta maniobra dejaba fuera de la sucesión al hermano de Fernando VII, el infante Carlos María Isidro. El rechazo de éste, representante de la opción del más puro absolutismo, dio el pistoletazo para la primera Guerra Carlista (1833-1839) una vez fallecido el rey. Las dos opciones que se enfrentan son: - Los partidarios de Carlos María, tradicionalistas, antiliberales, que serán denominados carlistas o carcas. Su base social es la nubleza rural, gran parte del clero y amplios sectores campesinos del País Vasco, Navarra, Cataluña, Aragón y Valencia, junto a núcleos diseminados por toda España (en la región de Murcia, por ejemplo, Lorca, Caravaca y Molina de Segura se significaron en esta tendencia). Para muchos de estos campesinos, el liberalismo era sinónimo de empobrecimiento. Su lema será “Dios, patria y fueros”, emblema de la defensa del particularismo por encima de la igualdad legal. - Los partidarios de Isabel, llamados liberales, cristinos (por su apoyo a la regente María Cristina) o isabelinos. También, en el argot popular, guiris. Sus apoyos son heterogéneos. De una parte, absolutistas moderados (nobleza latifundista, funcionarios, parte de la jerarquía eclesiástica...) que eran fieles al orden establecido. Pero este sostén era a todas luces insuficiente. La regente tuvo que solicitar el apoyo de los sectores liberales moderados, en primer lugar, y a liberales más progresistas a medida que la guerra lo hizo necesario. Finalmente, la situación bélica proporcionó el pretexto para que el liberalismo español encontrara su ocasión de alcanzar el poder. La base popular de las ciudades y las clases medias ilustradas terminaron por apoyar a María Cristina frente a la posibilidad de un absolutismo férreo carlista.
La guerra se inicia en 1833, año en que partidas carlistas se sublevan en el País
Vasco y Navarra, controlando los ambientes rurales, en tanto que las ciudades (Bilbao, San Sebastián...) permanecieron fieles a Isabel. El pretendiente Carlos, tras un espectacular viaje de Portugal a Francia, pasando por Inglaterra, regresa a España por el País Vasco, alentando a la población que se organizaba en guerrillas. En un primer momento, los carlistas ganan ventaja por dos causas: - La lenta reacción del gobierno de la regente. - La presencia al mando de un genio militar, Tomás de Zumalacárregui.
Mientras, el carlismo se afianza en Aragón gracias al general Cabrera, y la situación
permite a Carlos realizar su expedición hacia Madrid, si bien no pudo entrar en la capital. La guerra empieza a tomar un carácter internacional. Las potencias absolutistas (Rusia, Prusia, Austria) reconocerán a Carlos. Inglaterra y Francia apoyarán a Isabel. En 1835 tiene lugar un gran revés para la causa carlista. En el sitio de Bilbao muere Zumalacárregui, quizá el único hombre que hubiera sido capaz de plantar cara al ejército liberal. Para muchos, esta muerte estuvo causada por el empecinamiento de Carlos María Isidro en tomar la ciudad e Bilbao, empresa que muchos consideraban por encima de las posibilidades reales del ejército carlista. Al mismo tiempo, los liberales encuentran en Espartero al jefe militar que necesitaban para encabezar una reacción. En efecto, en 1836 Espartero vence a los carlistas en Luchana, hito de la reacción liberal. Uno de los aspectos más negros de la guerra fue el terrible trato dado a los prisioneros. La brutalidad, por ambos bandos, fue tal que propició la firma, por primera vez, de un convenio internacional que limitara el ensañamiento: el convenio Elliot. Entre 1837 y 1839 se desarrolla la última etapa del conflicto. La característica más señalada es la división en el seno del carlismo. Por una parte, los llamados transaccionistas, partidarios de alcanzar un acuerdo con los liberales. Por otra, los intransigentes, defensores de la continuidad de la guerra. Finalmente, el general Maroto impone la visión de los transaccionistas, firmando el convenio de Vergara (1839), sellado con un abrazo entre los dos líderes militares, Maroto y Espartero. Los términos del acuerdo establecían la negociación para mantener los fueros en las provincias vascas y Navarra, así como la integración de la oficialidad carlista en el ejército real. Sólo las partidas de Cabrera resistirán en la zona del Maestrazgo en una guerra ya perdida, hasta su total derrota en 1840. En paralelo a este proceso bélico tendrá lugar otro proceso político que muestra a las claras la progresiva implantación del liberalismo en España. Partiendo de una base tan tímida como fue el Estatuto Real de 1834, el sistema político se va orientando hacia un liberalismo más claro al compás de las necesidades de la guerra. La necesidad de afrontar la guerra y de conseguir respaldo contra el carlismo forzó a la corona a aceptar gobernar con el sector progresista e implantar algunas reformas, como única vía para conseguir apoyo popular y recursos financieros. Esto hará que los liberales se crezcan, manifestando su disgusto con la moderación de la regente en las revueltas de 1835 y en el pronunciamiento de los Sargentos de la Granja en 1836. El fruto fue la recuperación temporal de la Constitución de 1812, la convocatoria a Cortes, y la aprobación de la constitución liberal de 1837. Otra de las manifestaciones del avance liberal fue el conjunto de medidas de los años 1835-37, debidas fundamentalmente al ministro Juan Álvarez de Mendizábal, y que generalmente se centran en las leyes desamortizadoras. En 1837 los moderados triunfan en las elecciones de septiembre. La regente interpreta esta victoria como un apoyo a su causa y un rechazo del sector progresista. Animada por esta circunstancia, intenta poner distancia con el sector liberal progresista. El apoyo decidido de la regente a los moderados suscitó tal rechazo en los sectores populares y en los políticos liberales que generó una corriente de insurrecciones que forzó la dimisión de María Cristina. El general Espartero fue el hombre elegido para la regencia, con lo que, tanto militarmente como políticamente, se puede decir que Baldomero Espartero fue el hombre que representó la derrota del carlismo (es decir, del absolutismo) en la historia de España y, por ende, la entrada en escena, esta vez de forma definitiva, del liberalismo.