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En cualquier convivencia, dejar que “la cosa se organice sola” (o “la mano
invisible”) solo avala que los poderosos impongan su fuerza sobre los débiles.
Las sociedades “verticales”, como las monarquías, imperios, y demás son
expresión de esto, las sociedades esclavistas eran vistas como “natural” por los
grandes pensadores (Aristóteles, por ejemplo, para quien el esclavo es “una
herramienta que habla”). Incluso, esas sociedades, se dan instrumentos para
consolidar el poder, como, por ejemplo, las sanciones a esclavos fugitivos, los
impuestos a las naciones sojuzgadas, etc. La democracia, en cambio, pretende
una sociedad donde pueda con-vivirse con una cierta humanidad. Por cierto,
los que tienen poder (económico, armado, comunicacional) pretenden
aumentar más y más ese poder, lo que significa la posibilidad latente de la
injusticia o la opresión. Las democracias sanas (y no dominadas por dichos
poderes) deben darse, en los tres poderes, los modos de evitar eso a fin de
que la convivencia sea tal: con-vivir.
¿Y qué ocurre cuando uno de los tres poderes de la República domina sobre
los otros dos? ¡La democracia está en riesgo! Y esto no ocurre solamente
cuando el Poder Ejecutivo actúa autoritariamente (que lo hay) sino, por caso,
también cuando el Poder Judicial lo hace. Cuando la suprema vergüenza se
instaura como una suerte de gobierno independiente, ¿qué queda para la gente
de-a-pie? ¿Hacer “justicia por mano propia”? ¡Pobre sociedad esa! Además de
que esa tal “justicia”, que no lo es, sumiría a la república en el caos y la
anomia, y siempre, ¡siempre!, terminaría triunfando el más fuerte. Al menos
hasta que se dieran las instancias (que no se vislumbran) de un nuevo sistema.
¿Qué puede hacer la sociedad, y pienso en la argentina de hoy, ante el
autoritarismo, desvergüenza e impunidad de una lamentable Corte Suprema
que pretende tener la última y definitiva palabra? Ya el anterior presidente de la
misma decía que ella era el último control (¿quién lo dijo? ¡él! ¿y a él/ellos
quién lo/los controla? ¡Ellos! eso es suma del poder público). Y a semejante
sujeto lo reemplaza un nuevo supremo que no dudó ni un instante en violar la
Constitución aceptando ingresar ilegalmente al órgano de control. Y él/ellos son
los que tienen la última palabra sobre si los demás (no ellos, por cierto)
cumplen o no con la ley. ¿Qué puede hacer la sociedad frente a tanta
impunidad? Para empezar, conocerlos. Señalarlos. Siempre con la no violencia
(por conveniencia, pero también por convicción), pero la sociedad, el pueblo,
los pobres no merecen estos esperpentos. Aunque estén atrincherados en un
5to piso, si la sociedad (y los otros poderes de la República, al menos los que
quieren que con-vivamos y no con-muramos) no resiste, pues nos tocará
envenenarnos con nuestra propia bronca y esperar la nada. Y de vivir se trata.
Y de que otros vivan se trata. Y de que los pobres vivan… Aunque en el 5to
piso los pobres no existan.