Вы находитесь на странице: 1из 3

VIERNES, 2 DE OCTUBRE DE 2020

Qué queda para los de-a-pie


 QUÉ QUEDA PARA LOS “DE-A-PIE”
Eduardo de la Serna

En una sociedad se supone que lo que cuenta es la convivencia. Porque de


sociedad se trata, se vive-con otros, otras, otres… Y esa tal convivencia puede
ser armoniosa o violenta, igual o desigual, justa o injusta. Es ahí donde alguien
(o álguienes) debe establecer criterios, sancionar o actuar de modo tal que se
con-viva y no se con-muera.

Las sociedades modernas han encontrado en la democracia el mejor (o el


menos peor) de los modos de organizarse. Es cierto que democracias hay
muchas (monárquicas constitucionales, presidencialistas, etc.) pero hay una
serie de elementos comunes que las constituyen: la división de poderes es una
de ellas.

En cualquier convivencia, dejar que “la cosa se organice sola” (o “la mano
invisible”) solo avala que los poderosos impongan su fuerza sobre los débiles.
Las sociedades “verticales”, como las monarquías, imperios, y demás son
expresión de esto, las sociedades esclavistas eran vistas como “natural” por los
grandes pensadores (Aristóteles, por ejemplo, para quien el esclavo es “una
herramienta que habla”). Incluso, esas sociedades, se dan instrumentos para
consolidar el poder, como, por ejemplo, las sanciones a esclavos fugitivos, los
impuestos a las naciones sojuzgadas, etc. La democracia, en cambio, pretende
una sociedad donde pueda con-vivirse con una cierta humanidad. Por cierto,
los que tienen poder (económico, armado, comunicacional) pretenden
aumentar más y más ese poder, lo que significa la posibilidad latente de la
injusticia o la opresión. Las democracias sanas (y no dominadas por dichos
poderes) deben darse, en los tres poderes, los modos de evitar eso a fin de
que la convivencia sea tal: con-vivir.

Cuando eso no ha ocurrido, la resistencia no es fácil. Y, como lo han estudiado


notables trabajos sobre el tema, las hay de diversos modos: desde la traición
hasta la rebelión pasando por innumerables instancias intermedias: chistes y
grafitis, canciones, por ejemplo (es notable como en tiempos de  hiper-
conectividad, todo esto también lo utilizan los poderosos en su propio
provecho). Valga un ejemplo: cuando la situación de opresión por la fuerza,
incluso por las armas, es agobiante, en algunas ocasiones han surgido las
guerrillas. Sería insensato un planteo bélico “de igual a igual” ante tanta
desigualdad, entonces los ataques se dan sorpresivamente, inesperadamente,
vehementemente (entre paréntesis, es imprescindible distinguir “guerrillas” de
“terrorismo”, identificación que con cierta eficacia logró la Dictadura cívico-
militar argentina y es, claramente, falaz). Aunque no se llamaran de ese modo,
guerrillas eran las de los Macabeos contra el imperio de Antíoco IV en Israel
(desde el año 165 a.C.), guerrillas eran las de Miguel de Güemes (+1921)
contra el ejército español en la independencia argentina, y guerrillas hubo en
varias circunstancias de nuestra historia cercana, más o menos justas, más o
menos eficaces. En ese caso, la resistencia pretende debilitar, o eventualmente
aniquilar un enemigo que es más poderoso, aprovechando el desconcierto y
una cierta invisibilización como fuerzas propias. Lo menciono simplemente
como un instrumento que en un momento histórico algunas sociedades, o parte
de ellas, se han dado ante un ejercicio injusto del poder; de ninguna manera
estoy señalando una solución posible en el presente. Al menos el nuestro.

Ahora bien, en la división de poderes, precisamente lo que se pretende es que


ningunos sea más poderoso que los demás, sino que se controlen y fiscalicen
mutuamente, y, si hubiera coexistencia (y justicia) que se den mutuamente los
medios para que la sociedad sea toda ella más justa, más solidaria, más
humana. Y dejo de lado el tema de lo que se ha llamado el “cuarto poder” que,
si informara con verdad, serviría también como control de los restantes, pero
cuando tiene una marcada intencionalidad, ¡y la tiene!, es peligrosísimo para la
convivencia. Y me permito un ejemplo: la información que nos llega de
Venezuela es casi nula. Nada sabemos más que Nicolás Maduro es “malo,
malo”. Y que es una dictadura, y que debe ser derrocado porque… porque sí.
Ahora bien, su vecino, Iván Duque, en Colombia, concita la suma del poder
público, hay decenas y decenas de masacres en calles y pueblos (más de 50
masacres en los primeros 8 meses del corriente año) y nadie habla de que
deben intervenir los organismos internacionales, Michelle Bachelet no la visita,
y nadie reclama que debe ser derrocado, ni la visitan amenazadoramente
barcos de la 4ta Flota (más que para abastecerse o para abusar de niñas
colombianas). ¿Será porque las agencias informativas internacionales son
todas de una misma tendencia ideológica? ¡No lo dudo!

¿Y qué ocurre cuando uno de los tres poderes de la República domina sobre
los otros dos? ¡La democracia está en riesgo! Y esto no ocurre solamente
cuando el Poder Ejecutivo actúa autoritariamente (que lo hay) sino, por caso,
también cuando el Poder Judicial lo hace. Cuando la suprema vergüenza se
instaura como una suerte de gobierno independiente, ¿qué queda para la gente
de-a-pie? ¿Hacer “justicia por mano propia”? ¡Pobre sociedad esa! Además de
que esa tal “justicia”, que no lo es, sumiría a la república en el caos y la
anomia, y siempre, ¡siempre!, terminaría triunfando el más fuerte. Al menos
hasta que se dieran las instancias (que no se vislumbran) de un nuevo sistema.
¿Qué puede hacer la sociedad, y pienso en la argentina de hoy, ante el
autoritarismo, desvergüenza e impunidad de una lamentable Corte Suprema
que pretende tener la última y definitiva palabra? Ya el anterior presidente de la
misma decía que ella era el último control (¿quién lo dijo? ¡él! ¿y a él/ellos
quién lo/los controla? ¡Ellos! eso es suma del poder público). Y a semejante
sujeto lo reemplaza un nuevo supremo que no dudó ni un instante en violar la
Constitución aceptando ingresar ilegalmente al órgano de control. Y él/ellos son
los que tienen la última palabra sobre si los demás (no ellos, por cierto)
cumplen o no con la ley. ¿Qué puede hacer la sociedad frente a tanta
impunidad? Para empezar, conocerlos. Señalarlos. Siempre con la no violencia
(por conveniencia, pero también por convicción), pero la sociedad, el pueblo,
los pobres no merecen estos esperpentos. Aunque estén atrincherados en un
5to piso, si la sociedad (y los otros poderes de la República, al menos los que
quieren que con-vivamos y no con-muramos) no resiste, pues nos tocará
envenenarnos con nuestra propia bronca y esperar la nada. Y de vivir se trata.
Y de que otros vivan se trata. Y de que los pobres vivan… Aunque en el 5to
piso los pobres no existan.

Foto del "PALACIO" de Tribunales tomada de wikipedia

Вам также может понравиться