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Harold Pinter
Terry, cuarenta
Gavin, cincuenta y tantos
Dusty, veintitantos
Melissa, setenta
Liz, treinta y pico
Charlotte, idem
Fred, cuarenta y tantos
Douglas, cincuenta
Jimmy, joven
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Piso de Gavin.
Algunas personas están sentadas, otras en pie. Camareras con bandejas de bebidas. Un
bar.
Terry.- Mucha. Para que me entiendas, juegas al tenis, o te das un chapuzón, tienen un
bar justo ahí que…
Gavin.- ¿Dónde?
Terry.- En la piscina. Puedes tomarte un zumo de frambuesa allí mismo, sin cargo extra
alguno, luego sales y te ponen una toalla bien caliente que…
Gavin.- ¿Caliente?
Gavin.- Te ponía una toallita caliente, ya sabes, encima de la nariz y de los ojos. Me lo
hizo como un millón de veces. Para los puntos negros. Los de la cara.
Gavin.- Los quemaban. Las toallas, ¿sabes?, las condenadas hervían hasta decir basta.
“¿Está lo suficientemente caliente, señor?” Se dedicaba a abrasar puntos negros de la
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piel. Eso es lo que hacía el barbero. (Pausa.) Bueno, como sabes soy del sur. Puede que
esos sitios sólo existieran allí. Pero por otro lado estoy casi seguro de que, por aquel
entonces, las toallitas calientes para exterminar puntos negros se utilizaban por todo el
país. Sí, estoy convencido de que era una práctica común en aquellos tiempos.
Terry.- Sí, claro, lo era, lo era. Pero no, las toallas a las que me refiero son toallas de
baño, más grandes, de cuerpo entero, esa comodidad a la que sólo puedes aspirar en un
sitio así. Por eso sé a ciencia cierta que el sitio tiene clase, de la de verdad. Fíjate, hay
una lista de espera enorme, larga como un… Lo que estoy diciendo es que un socio
debe proponerte para ser admitido, respaldarte. Entonces comprueban tus datos, no
permiten que cualquier gilipollas ingrese, ni falta que hace, ¿verdad?
Terry.- Huelga decir que alguien como tú también recibiría una calurosa bienvenida…
Como miembro honorario.
Terry.- Nada.
Dusty.- ¿Nada?
Terry.- No hablamos de eso. Nadie habla de eso, cariño. ¿Lo coges? A Jimmy no le ha
pasado nada. Y si no eres buena chica, tendré que darte unos azotitos.
Dusty.- Y hombres.
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Terry.- Brillante. Li cannelloni.
Melissa.- La ciudad. Está muerta. Nadie en las calles, ni un alma, excepto algunos…
soldados. Mi chofer tuvo que detenerse en un… ya sabéis… ¿cómo lo llamáis?... Un
retén. Tuvimos que decir quiénes éramos… menuda frivolidad.
Terry.- No ha sido nada. Permitidme que os presente. Gavin White, nuestro anfitrión.
Lady Melissa.
Terry.- No tienes que pensar nada, ¿entendido? Cierra la boca y preocúpate de lo tuyo.
¿Cuántas veces te lo voy a tener que repetir? Estás en una fiesta espléndida. Todo lo que
has de hacer es cerrar la puta boca, disfrutar de la hospitalidad de nuestros anfitriones y
a lo tuyo. Joder. ¿Cuántas veces más lo tengo que repetir? Pero tú sigues “he oído esto”,
“he oído aquello.” Una sarta de gilipolleces dichas por una sarta de gilipollas. ¿Qué
coño te importa?
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Sam y Pamela.
Sam.- Lo que digo es que uno siempre debe guiarse con mesura. No tolero que se
saquen las cosas de quicio.
Sam.- Como haces tú. ¿Sabes? Siempre he sido un hombre que se viste por los pies.
Pamela.- Se nota.
Sam.- Bueno…
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Liz y Charlotte.
Charlotte.- Sí.
Liz.- Por no hablar de las manos. Como te lo digo, hubiera matado por…
Charlotte.- Te creo.
Charlotte.- Lo sé.
Charlotte.- Increíble.
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Charlotte.- Fresca…
Charlotte.- Lo vi.
Charlotte.- ¿Qué?
Liz.- Me miró.
Liz.- Lo juro. La otra lo arrastraba y él echó la vista atrás, hacia atrás, te lo juro, hacia
mí, como un cervatillo herido, y nunca, nunca mientras viva, podré olvidar esa mirada.
Charlotte.- Es bonito.
Charlotte.- Sí, pero piensa en lo que ha pasado. Hay un lado maravilloso en todo esto.
Para ti era de verdad, te estabas enamorando. Porque eso es lo que era, amor, ¿o me
equivoco? Te enamoraste.
Liz.- Tienes razón. Amor. Estoy enamorada. No he podido pegar ojo en toda la noche.
Estoy enamorada.
Charlotte.- Y eso no ocurre todos los días. Ese es el tema. ¿Cuántas veces pasa algo así
de verdad? ¿Cuántas veces se puede sentir algo semejante?
Liz.- Sí, tienes razón. Eso es lo que me ha pasado. Eso y no otra cosa… a mí.
Liz.- Sí, eso hizo. Eso mismo. Violó al hombre que amo.
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Fred y Douglas.
Fred.- El país.
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Douglas.- Cualquiera se desanima con esa cantinela, Fred.
Douglas.- Ah, importa. Sí, importante es y eso. Sí, he de reconocer que importar,
importa. Sí. Toda esta jodienda tiene que acabar. Ya.
Douglas.- Yo también.
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Emily y Suki.
Emily.- Nos vamos al hipódromo el fin de semana que viene a ver saltos de obstáculos.
A los niños les encanta.
(Emily la mira.)
Emily.- Estoy segura de que los críos van a seguir sus pasos. Adoran a su padre.
Emily.- Por supuesto que no. Está ocupado. (Apunta a la ventana.) Allá abajo.
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Suki.- Ah, claro.
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Fred y Douglas.
Douglas.- Como la seda. Mira. Déjame decirte algo. Queremos paz. Queremos la paz y
vamos a conseguirla.
Douglas.- Queremos la paz y vamos a conseguirla. Y queremos que esa paz sea dura
como el acero. No un chorrillo, no. No sólo unas gotitas y ya. Hierro candente. Acero
puro. Prieta como la piel de un tambor. Esa es la clase de paz que queremos y esa es la
clase de paz que vamos a conseguir. Una paz de acero.
Así.
Douglas.- Yo también.
(Salen.)
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Harlow, Smith y Pamela.
Pamela.- Estudiamos en Oxford juntas. ¿Le siguen gustando tantísimo los perros?
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No lo hizo. Aparentemente.
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Melissa, Dusty, Terry y Gavin.
Dusty.- Pero es que es verdad. Tiene una figura envidiable. Con el corazón en la mano.
¿A que sí?
Terry.- Conozco a esta dama desde hace años. ¿O no? ¿Cuántos años hace que la
conozco? Años. Y jamás envejece. ¿A que no? Siempre goza del mismo aspecto. ¿A
que sí?
Melissa.- Ay, sí. Y creo que me ha salvado la vida. La natación. ¿Por qué no se nos
une? ¿Juega al tenis?
Terry.- ¿Qué más hace? Nada. Eso es todo lo que hace. Juega al golf.
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Terry.- ¿Qué?
Terry.- Lo único que no le gusta que le hagan en un barco es que se la follen. Eso no le
gusta.
Terry.- No, no, no, te estás equivocando, cariñito mío. Y en lo que realmente te
equivocas, cariñito, en lo que has metido la pata pero hasta el fondo, es en el hecho de
que tú no tienes agenda ni nada que se le parezca. ¿Lo coges? No tienes agenda. De
hecho, por no tener, no tienes nada. (A los otros.) Le tendré que decir una palabrita o
dos cuando lleguemos a casa, lo veo venir.
Gavin.- Es extraño, la cantidad de hombres cuyas mujeres se les van de las manos.
Terry.- ¿Qué?
Gavin.- (A Melissa.) Salí a dar un paseo por el bosque el otro día. No tenía ni idea de la
cantidad de ardillas que aún hay en este país. Son unas criaturitas tan vivaces, tan
encantadoras…
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Melissa.- Sí, cuando era niña me embargaban.
Melissa.- Deliciosos, también. Y las águilas. Pero los halcones… ay, los halcones. Esas
crestas. Cómo volaban sobre mi valle. Me emocionaba y… Mira, estoy llorando.
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La puerta delantera está entreabierta. La luz que entra va creciendo progresivamente.
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Douglas.- ¿Conoces a mi mujer?
Charlotte.- Sí. Nos conocemos. Hace algún tiempo me echó una mano, un pequeño
empujoncito.
Fred.- Lo fue.
Liz.- Esta fiesta es extraordinaria, ¿verdad? Lo que quiero decir es que me parece que es
extraordinaria la fiesta, ¿verdad? Creo que es tan divertida… Y me fascina el hecho de
que la gente vaya tan bien vestida. Elegante pero informal. ¿Sabéis lo que quiero decir?
¿Suena estúpido si os digo que me siento orgullosa de estar aquí? Orgullosa de
pertenecer a este estrato social de gente bien vestida. Ay, Dios mío, no sé, elegancia,
estilo, gracia, buen gusto, esas palabras, estos conceptos, ¿no encierran algo que va más
allá? No creo ser la única, ¿verdad?, que crea que son de una importancia excepcional.
En cualquier caso adoro todo lo que de aquí emana. No puedo expresar lo feliz que me
siento.
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(Silencio largo.)
Charlotte.- Murió.
(Silencio.)
Douglas.- Si estás libre este verano vente a nuestra isla. Hemos alquilado una isla por
vacaciones. Vente. No hay casi nadie. Algún nativo que otro, gente de la que sentirse
orgulloso, la verdad. Enormemente civilizados. Todo va como un reloj. Tengo mi
propio generador. Por las tormentas. Son salvajes, ¿no es cierto, cariño? Pero si te
gustan las tormentas, los sirocos… Buf. Te hacen sentir vivo. Vivo de verdad. Hacen
que el pulso vaya como ratatatatatá. Por Dios, que pueden ser violentas, ¿verdad,
cariño? Hacen que el pulso vaya como ratatatatatá. Qué suban las apuestas. Ya sabes.
Te arde la sangre. De hecho, cuando estoy ahí, en la isla, me siento como diez años más
joven. Podría enfrentarme a cualquiera. Hombre, mujer o niño, ¿eh?
(Se ríe.)
Podría enfrentarme a un animal salvaje. Pero cuando amaina y cae la noche y la luna
sale en toda su majestuosidad y por toda compañía tienes el ritmo del mar, las olas,
entonces comprendes qué es lo que Dios designó para el ser humano, sólo entonces
comprendes cómo es el paraíso.
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Sam, Harlow y Smith.
Harlow.- Exacto.
Sam.- Si algo funciona, si algo está bien, respétalo, respétalo y aférrate a ello.
Smith.- Aférrate.
Sam.- Con fuerza. Hablamos de principios. A ver, el otro día conocí a un tipo… No lo
podía creer… Decía una ristra de gilipolleces que… Ideas sobre el mundo, ese tipo de
cosas… Un subnormal de los pies a la cabeza… Era músico o no sé qué…
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Terry y Dusty.
Terry.- No, no lo sabes. No tienes ni idea. No sabes de dónde viene. No tienes ni la más
remota idea. Ni de lejos.
(Permanecen enfrentados.)
¿Quizá piensas matarme cuando lleguemos a casa? ¿Eso vas a hacer? ¿Vas a poner un
final a todo esto? ¿Crees que esto tiene un final? ¿Lo crees? ¿Crees que acabando
conmigo va a ser el final de todo para todo el mundo? ¿Todo y todos morirán conmigo?
Terry.- Fácil. Las opciones son infinitas. Podríamos asfixiaros a todos y cada uno de
vosotros a una señal determinada o podríamos meteros una escoba por el culo o
podríamos envenenar la leche de cada madre del mundo y que todos los bebés murieran
antes de que abrieran sus putas bocazas.
Terry.- Te va a encantar. No pienso revelarte cómo va a ser. Por ahora basta con que te
vayas poniendo cachonda. Quiero que le vayas dando vueltas al tema y que eso te ponga
muy cachonda.
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Pamela, Emily, Suki.
Pamela.- Oh, sí, jugaba mucho cuando niña. Me encantaba. Mi padre era un jugador
fantástico. Un as de la pista.
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Suki.- ¿Conoces a Robert Cowley? ¿El marido de Emily? ¿El saltador de obstáculos?
Emily.- Si, la clasificación del club… Ya sabes… Nuestro club… Es el número uno.
(Emily la mira.)
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Fred y Charlotte.
Charlotte.- Cuánto.
Fred.- ¿Verdad?
Charlotte.- Tú también.
Charlotte.- Pues que sí, que estás tan guapo como siempre.
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Charlotte.- Es verdad. Nunca lo fuiste. Ni en broma. Menuda gilipollez. Una forma de
hablar.
(Pausa.)
Fred.- Tu marido.
Charlotte.- Corto.
Fred.- Ah.
(Pausa.)
Breve entonces.
(Pausa.)
(Pausa.)
Fred.- ¿Qué?
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Fred.- Para ti.
(Charlotte se ríe.)
Fred.- Bueno, podría haberlo dicho. Una muerte rápida debe ser mejor que una lenta. Es
lógico.
Charlotte.- No lo es.
(Pausa.)
De todas formas, me juego lo que quieras a que puede ser rápida y lenta a la vez.
Seguro. La muerte puede ser ambas cosas a la vez. Ah, por cierto, no estaba enfermo.
(Pausa.)
Fred.- ¿Cómo?
Charlotte.- ¡Por Dios! ¡Qué bien te veo! No, de verdad. ¡Sigues igual de guapo! ¿Cómo
lo haces? ¿Cuál es tu dieta? ¿Alimentos sanos? ¿Qué dieta? ¡Dime! ¿Qué haces para
mantenerte tan… no sé… tan… no sé, tan… delgado, tan esbelto?
Charlotte.- Fred dice que está tan esbelto y tan… guapo… porque lleva una vida sana.
¿Y tú?
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Douglas.- Mis hábitos son ínclitos. No me hace más guapo, pero sí más feliz.
(Se ríe.)
¿Lo pueden creer? Gemelos. Me convertí en un esclavo, como lo cuento. Pero esta
muchachita, esta dulce muchachita, ¿sabéis lo que hizo? ¡Cuidó a esas dos criaturas ella
sola! Sin asistenta, ni ayuda de ningún tipo, nada. Lo hizo todo ella… Y nadie más. Y
cuando volvía de mis viajes encontraba el piso inmaculado, a los gemelos bañados y en
la cama, bien arropados y alimentados, una mujer preciosa y mi cena en el horno.
(Fred aplaude.)
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Harlow y Smith caminan a través del vestíbulo vacío. La puerta delantera está cerrada.
Se paran, miran a los pasillos y salen de plano. La cámara los sigue y regresa
lentamente hacia la puerta. Está entreabierta. La luz que entra va creciendo
progresivamente.
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Terry, Dusty, Gavin, Melissa, Fred, Charlotte, Douglas, Liz, Sam, Pamela, Emily, Suki,
Harlow y Smith.
Terry.- El asunto es que realmente vale lo que cuesta. Y esto es algo muy poco común
hoy en día. Es tremendamente extraño encontrar algo que valga su precio. Sacas la
mano del bolsillo dejas tu dinero y sabes lo que vas a obtener. Algo cuyo valor se
corresponde con lo que has dejado, o más, un servicio que vale su peso en oro. Oro, en
todas las secciones. Servicio de comidas de los de verdad. Y no es que sea buena la
gastronomía por sí sola… ya sabéis, la materia prima, esas cosas… las servilletas…
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todas esas cosas que allí son maravillosas y de categoría, por supuesto, sino es que
además el concepto “hostelería” está a la altura del arte… Han diseñado, en este club,
un ambiente pensado como arte-restauración exclusivamente para su clientela. Me
refiero al tipo de luz, las pinturas, la música, los servicios que ofrecen. Una atmósfera
cálida y armoniosa de verdad. Nadie levanta la voz. La gente no dice o hace nada
vulgar, sórdido u ofensivo. Y si lo hicieran les daríamos una patada en las pelotas y los
arrastraríamos escaleras abajo sin miramientos.
(Pausa.)
(Silencio.)
Porque los clubes murieron de igual modo y sin remedio. Y creo que se debe hacer una
distinción. Mis amigos siguieron el proceso natural de la carne y no lo lamento, la
verdad. No eran amigos míos de todas formas. A la mitad de ellos no los soportaba.
¡Pero los clubes! Los clubes murieron porque estaban basados en ideas sin ningún
fundamento moral, sin base moral alguna. Pero nuestro club… nuestro club es un club
movido, inspirado, por un sentido estricto de la moral, por una conciencia moral, un
compendio de valores morales que son, y debo decirlo, inamovibles, rigurosos, básicos
e imperecederos. Gracias.
(Aplausos.)
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El teléfono suena. Harlow contesta.
(Cuelga.)
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El grupo entero.
(Harlow se le acerca y le dice algo al oído. Gavin asiente y se vuelve hacia los otros.)
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¿No os parece?
Douglas.- De primera
Liz.- Conmovedor.
Pamela.- ¡Absolutamente!
Terry.- Fantástico.
Emily.- ¡Encantador!
Fred.- En el clavo.
Smith.- Grandioso.
Sam.- Increíble.
Gavin.- Sin duda, lo ha sido. Esas palabras necesitaban desesperadamente ser dichas. Y
de qué modo tan espléndido han sido expuestas, en esta fiesta tan fabulosa y con una
compañía tan excepcional. Debo decir que soy un anfitrión completamente satisfecho.
Y, por cierto, creo que debo unirme a ese fantástico club al que pertenecéis, ¿verdad?
(Algarabía y aplausos.)
Gavin.- Gracias de corazón. Bueno, tengo entendido que algunos de vosotros tuvisteis
problemas con el tráfico en vuestro camino aquí. Pido disculpas por ello, aunque no sin
aseguraros que esos problemillas, y lo relacionado con ellos, estarán resueltos en breve.
Entre nosotros, hemos tenido que sofocar algunos pequeños conatos. Pero están a punto
de extinguirse. De hecho, los servicios normales se restablecerán en breve. Al fin y al
cabo esa ha sido siempre nuestra intención. Servicios normales. Podemos insistir. E
insistiremos. Vamos a hacerlo. Todo lo que pedimos es que los servicios que este país
dispensa, discurran en un ambiente legítimo de normalidad y seguridad, y que a los
ciudadanos se les restituyan sus quehaceres cotidianos, en paz. Gracias a todos por estar
aquí hoy. Ha sido un placer tremendo estar con vosotros.
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La algarabía continúa. Movimiento. Al final del vestíbulo podemos ver la puerta
principal. Está abierta de par en par. La luz entra en la habitación. Un joven está de
pie en el marco de la puerta. Viste con harapos.
Tuve un nombre. Era Jimmy. La gente me llamaba Jimmy. Ése era mi nombre.
A veces oigo cosas. Luego todo se calma. Cuando todo está en calma escucho mi
corazón. Cuando vuelve ese ruido horrible no escucho nada. No escucho no respiro
ciego.
Luego se para. Oigo un corazón latir. No creo que sea el mío el que late. Probablemente
el corazón que late sea de otro.
¿Qué soy?
A veces pegan a la puerta, oigo voces, luego se paran. Todo se para. Todo. Se cierra.
Completamente. Se obstruye. Del todo. Se cierra. Se cierra. Se cierra. No veo nada
nunca más jamás. Me siento lamiendo oscuridad.
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