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Los coordinadores, como el sector, precisan de un cambio del modelo

productivo.

Desde hace años los delegados sindicales del Departament de Seguretat i


Salut de la Federación de Construcción de CC.OO. venimos visitando las
obras de construcción de forma permanente y hemos sido testigos de la
implantación de la figura de del Coordinador de seguridad en la fase de
ejecución.

Hemos podido apreciar como, de los conocimientos coordinadores, de su


actividad o inactividad, de su dedicación e interés, de sus capacidades de
organizar, de coordinar, de influir, de su autoridad y su capacidad de
convencer, del ejercicio de sus potestades coercitivas, pende en no pequeña
parte, la vida y la salud de los trabajadores que prestan sus servicios en las
obras de construcción.

En nuestras visitas a las obras hemos trabado múltiples relaciones con los
coordinadores, en muchos casos hemos colaborado y establecido
complicidades para llevar adelante el común objetivo preventivo. En otras
ocasiones, muy pocas, hemos sido vistos como intrusos y nuestra colaboración
ha sido rechazada.

Cumplidos diez años desde la implantación de la figura del coordinador de


seguridad en fase de ejecución, el que debiera actuar en fase de proyecto es
prácticamente inexistente, constatamos una gran preocupación del colectivo
por las condiciones en que se ven obligados a desarrollar su trabajo, así como
un omnipresente temor por las consecuencias legales que puedan resultar de
la producción de cualquier percance lo que, al parecer, impulsa a abandonar el
ejercicio de la coordinación. Frente a esta situación comprobamos que los
profesionales que desarrollan sus funciones preventivas con rigor han ido
consolidándose, hecho este que nos llena de satisfacción.

Sobre los coordinadores presionan de forma desigual las condiciones de


trabajo en que prestan sus servicios. En general, aceptan como
incontrovertibles parámetros de su trabajo las nada sutiles leyes del mercado.
Al no actuar colectivamente sobre las causas no debe sorprendernos que la
preocupación se centre en las consecuencias.

La cruzada proclamada por la Fiscalía General del Estado contra la


siniestralidad laboral y sobre todo la Sentencia 279/06 dictada por la Sección
Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid de fecha 20 de julio de 2006
dictada a propósito de la muerte de dos trabajadores de la construcción que
condenaba, entre otros, al Coordinador de seguridad de la obra a dos años y
medio de prisión encendió todas las alarmas.

Diríase que, entre los profesionales, se ha instalado la idea de que, junto a la


víctima del accidente se identifica otra víctima, la de la inspección de trabajo y
la del sistema judicial.
Surgen así dos reivindicaciones básicas. La primera hace referencia a la
modificación del sistema legislativo y, la segunda, que reclama de la inspección
de trabajo y de los jueces mayor conocimiento, coherencia y unificación de sus
actas de infracción y de la jurisprudencia.

Vistas las cosas así, algunos coordinadores se vuelcan en actuaciones de


carácter formal y/o documental con las que pretenden, esencialmente, la
elusión de todo tipo de reproche sancionador y que, en la práctica, no producen
otra cosa que engorro desde el punto de vista preventivo.

Nuestro ordenamiento jurídico da a la siniestralidad una respuesta compleja y


plurijurisdiccional. No obstante, la preocupación del colectivo se centra en la
que deriva de la jurisdicción penal. Ésta vincula la imprudencia grave del
técnico a la producción de lesiones o muerte y, también, la desatención ante la
obligación de prevenir los riesgos laborales y tomar las medidas pertinentes
para procurar seguridad en el trabajo, dentro de la esfera de sus competencias,
caso de los delitos llamados de peligro del art. 316 del Código Penal.

La valoración de las conductas, de las acciones u omisiones en este tipo de


delitos requieren, para su adecuación al tipo penal, del concurso de la Ley de
Prevención de Riesgos Laborales y de los Reglamentos que la desarrollan. En
particular, en el sector de la construcción, el RD 1627/97 y, desde hace muy
poco, del Libro II del IV Convenio General de Construcción que ha derogado la
vieja Ordenanza de seguridad e higiene del sector.

El conocimiento de las instituciones del derecho de la prevención de riesgos


laborales y del papel que cada agente desempeña en la obra deviene esencial
para el enjuiciamiento de los hechos.

De la actuación de la inspección de trabajo y de los jueces se predica la


necesidad de un mayor conocimiento, coherencia y unificación de sus actas de
infracción y de la jurisprudencia. Nada de ello sobra si queremos seguridad
jurídica.

Nosotros pondríamos también el acento en la celeridad, en la proximidad, en la


inmediatez de sus actuaciones y la necesaria dotación de medios personales y
materiales a esas instituciones. Es evidente que las limitaciones de personal y
medios favorecen a los infractores y actúa contra la seguridad y salud en el
trabajo.

Entendemos, además, que siendo el derecho sancionador, un instrumento de


reforzamiento de comportamientos ajustados a la Ley de Prevención, su
aplicación debería ordenarse en función de alcanzar este objetivo para lo que
deberían fijarse líneas de actuación que dotasen de planes de etapas, claridad
en las reglas del juego y seguridad jurídica.

Con las excepciones que se quieran, el problema no es que Jueces e


Inspectores desconozcan las normas, ni que las apliquen de forma
prevaricadora o desacorde con la legislación vigente, sino que las aplican
según leal saber y entender, de forma individualista y al margen de la sociedad.

Existe seguridad jurídica por cuanto se han garantizado los derechos de


defensa de los implicados y se ha aplicado la ley, pero crece la incomprensión
sobre los criterios punitivos aplicados y al no existir complicidad social con la
acción de la justicia en lugar de reforzar el cumplimiento de la ley se fomenta
el desconcierto en la comunidad prevencionista.

Si el proceso legislativo conlleva sesiones informativas, debates en comisión y


plenario de las dos cámaras, etc., cuando de la aplicación de la ley se trata, la
interpretación, de acuerdo “a la realidad social del tiempo en que han de ser
aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad” de las normas,
en nuestro caso, de las de prevención de riesgos laborales, queda a la
apreciación de cada operador jurídico sin aproximarse a la realidad de la obra
a través del diálogo con el conjunto de los agentes implicados.

Entendemos que la participación social debe impregnar todos los ámbitos del
estado democrático. No reconocemos excepciones. Se trata de preservar la
vida y la salud de las personas. Este principio, válido para los jueces es
totalmente inexcusable para los inspectores de trabajo en cuanto que
instrumentos de la política preventiva del estado.

La Inspección de Trabajo actúa en su actividad de vigilancia y control


objetivando acciones u omisiones imputables a determinados agentes:
promotores, contratistas, servicios de prevención y entidades formativas y
auditoras puestas en relación a un código administrativo de conductas
punibles, la LISOS.

La Jurisdicción Penal tiene un abanico más amplio de individuos imputables,


considerará también la participación de la víctima en los hechos, investigará la
actuación y la posición que ocupa cada uno de ellos en relación con los hechos
para ver si pueden incardinarse dentro de la restringida tipología penal. Cuenta
para ello, con informes de todo tipo, policiales, de organismos especializados
de la administración o a instancia de los propios intervinientes en el proceso, de
declaraciones de testigos e imputados propuestos por acusadores y defensas,
perfilándose la actuación de cada uno de los actores a fin de determinar si
existen indicios de criminalidad que deban ser juzgados. A través del
procedimiento deben objetivarse los hechos y se subjetiviza la participación de
cada uno de los agentes en los mismos.

El tema de fondo, no es que los Jueces y Fiscales no conozcan la normativa


técnica sino que, en aplicación de la normativa penal, su visión sobre la función
y las responsabilidades de los coordinadores, es distinta a la que sustenta
dicho colectivo. El debate esta ahí y el objetivo de los coordinadores es, sin
duda, conseguir ser oídos.

El coordinador concierta medios, esfuerzos, etc. para una acción común, la de


garantizar que contratistas, subcontratistas y autónomos apliquen de manera
coherente y responsable los principios de la acción preventiva del art. 15 de la
LPRL -cuyo primer apartado llama a evitar los riesgos- y, en particular las
tareas del art. 10 del RD 1627/97. Es quien aprueba el plan de seguridad y
salud, quien debe organizar la coordinación entre empresas prevista en el art.
24 de la LPRL y al que se le confieren dos instrumentos singulares de
actuación disuasoria, el requerimiento en el libro de incidencias y remisión de la
copia a la Inspección de Trabajo y Seguridad Social y la paralización de los
trabajos de los arts. 13 y 14 del RD 1627/97.

El coordinador debe enfangarse en la obra, tomar las disposiciones oportunas,


lograr, y eso es esencial en su función, que se instrumente un sistema
preventivo eficiente, comprobar su funcionamiento efectivo, mejorarlo,
asegurarse de que existen los recursos preventivos necesarios, que cuentan
con formación, experiencia, tiempo y medios, y que cumplen adecuadamente
con su función y, llegado el caso, utilizar los medios coercitivos que la ley y el
promotor pongan a su disposición.

Pero focalizar la frustración de los coordinadores en la normativa, la inspección


y la judicatura nos parece insuficiente.

¿No deberíamos reparar en las condiciones de trabajo de ese colectivo? ¿No


deberíamos tomar las medidas para adecuar la realidad de la obra a las
exigencias de una práctica profesional idónea? ¿No sería prudente examinar si
tenemos los medios adecuados para alcanzar los fines?

Sin lugar a dudas, podemos afirmar que, en la actualidad, la figura del


coordinador se halla plenamente implantada en el sector. No sucede lo mismo
en la fase de proyecto en la que, dada la defectuosa transposición de la
Directiva, la figura del Coordinador de seguridad en esa fase está en mantillas.

Y precisamente ahí claudica uno de los principios de la acción preventiva:


combatir los riesgos en su origen, la seguridad en el proyecto. En nuestro
sistema, el proyectista es dios y, salvo honrosas excepciones, es un dios
bastante imperfecto a la hora de concretar los detalles. Un creador que solo
claudica ante el dios padre, el promotor y que, consecuente con su divinidad
tiene poco en cuenta dos preguntas que a los humanos se nos antojan básicas
¿Quién lo va hacer? ¿Cómo lo va hacer?.

El proyectista integrará las órdenes del promotor en cuanto a la función y las


características de la obra, los precios y rapidez de ejecución y no procederá del
mismo modo en relación a la seguridad y salud de los trabajadores, que no se
le demanda, y que quedará aparcada hasta que, concluido el proyecto, le
añada la redacción mediante el corta y pega, del estudio de seguridad.

Y, en ejercicio de su poder, el promotor procederá a decidir la dirección


facultativa, la constructora o en muchos, la contratista, y el coordinador en fase
de ejecución. ¿Cuantos promotores integran la seguridad y salud de los
trabajadores entre sus prioridades? Tiempo y dinero resuelven las dudas. El
promotor también tiene su dios: el mercado.
Es en aplicación de las leyes del mercado que los técnicos medios de la
Dirección Facultativa asumen la coordinación frecuentemente sin costo alguno
para el promotor, o que el promotor contrata a un titulado que incorpora a su
plantilla y que además de realizar el seguimiento de las obras le nombra
coordinador “todo incluido”, o que contrata a ingenierías que también mezclan
producción con seguridad y que, como hemos podido comprobar, sus
coordinadores son contratados en prácticas o con salarios mileuristas. Sin duda
podemos expandir ad infinitum la relación de formas de explotación ideadas
en detrimento de la dignificación de esta actividad profesional.

Pero no todo se reduce a la paupérrima paga, frecuentemente inferior a la de


de cualquier peón plusmarquista en horas extraordinarias, también deberemos
atender al número de las obras atendidas por el coordinador. El mercado tiene
otra ley, a mayor trabajo e igual salario más beneficio. Si el coordinador, obra
tras obra, va dejando atrás situaciones de riesgo sin resolver, la probabilidad de
que esta situación desemboque en un siniestro es cada vez mayor.

No debe sorprendernos que de suceder un siniestro, el coordinador pueda


pensar que víctima es él y no el accidentado. Máxime cuando no encuentre
ninguna solidaridad. Y oiga frases como estas: es su responsabilidad, él es el
profesional, él debería estar al tanto de estas cosas, para eso cobra…

La responsabilidad del promotor es escurridiza pero en su mano están las


riendas del conjunto de la actividad preventiva: la buena elección del
constructor, de la Dirección Facultativa y de la Coordinación, son claves tan
importantes como regular los contratos que refuercen su figura, estableciendo
cláusulas que penalicen los incumplimientos preventivos, obligando a certificar
la prevención realmente ejecutada, etc.

No obstante, existen algunas experiencias positivas en la que promotores


privados y sobre todo públicos muestran que se puede mejorar la selección de
los coordinadores y reforzar su posición en la obra en interés de la seguridad y
salud de los trabajadores.

No es posible agotar aquí todas las circunstancias que interfieren en la


actuación de los coordinadores, pero no podemos dejar de hacer referencia a
algunas de ellas.

En primer lugar, el Plan de Seguridad. Muy probablemente un nuevo cortar y


pegar, lleno de generalidades, multiuso, cuando no, pura y simple reproducción
del estudio de seguridad. Entregado para su aprobación por el contratista días,
cuando no horas antes del inicio de la obra. El coordinador se enfrenta a su
primera prueba de fuego, se ve en la tesitura de no aprobarlo con lo que
paralizará el inicio de los trabajos, aprobarlo solicitando multitud de anexos o
simplemente, aprobarlo. Hay quien claudica con la esperanza de reconducir la
situación posteriormente pero, en realidad, lo que hace es abrir la primera
página de una seguridad meramente documental que no responderá a las
necesidades preventivas de la obra. La anticipación preventiva queda relegada
y, con suerte, se avanzará por la senda de reaccionar ante el peligro
manifiesto.
Tampoco se cumple la previsión del RD 1627/97 de que el coordinador sea un
técnico “integrado en la dirección facultativa”. Más bien se diría que, en muchos
casos, la dirección facultativa tiende a no “contaminarse” de prevención
rehuyendo el compromiso y quizás la responsabilidad. En ocasiones, al igual
que sucede con la dirección de obra del contratista, se plantean tensiones al
crear una falsa dicotomía entre seguridad y producción.

Pero además, en la obra se pone de manifiesto el agotamiento del actual


modelo de producción, contrario a los intereses de la mayor parte de los
actores, al generar grandes tensiones en el seguimiento y control de la obra,
tanto en los aspectos productivos, como en los de la calidad y la seguridad.

Proyectos carentes de detalle, estudios y planes de seguridad inaplicables,


donde la participación, la coordinación y la cooperación entre los distintos
agentes se mira con recelo, bajas temerarias, técnicos desbordados por la
acumulación de funciones y responsabilidades, falta de mandos intermedios,
personal con escasa experiencia y formación tanto profesional como preventiva
que, en ciertos casos desconoce hasta el idioma, competencia desleal,
subcontratistas que no aportan valor añadido a la obra, faltos de especialidad,
capacidad técnica y organización empresarial, plazos de entrega cada vez más
cortos, instaladores desconocedores de las particularidades del trabajo en
obra, prolongadas cadenas de subcontratistas y falsos autónomos que tienen
como único objetivo de defender sus menguados ingresos y sólo piensan en
facturar la obra realizada aunque sea a costa de la calidad y de la seguridad,
prestamismo, precariedad en las relaciones laborales, eventualidad, la gran
enemiga del establecimiento de procedimientos de trabajo seguros, que afecta
progresivamente a todos los grupos profesionales incluidos los técnicos,
jornadas de trabajo prolongadas y un largo etc., configuran un sector en crisis
que, en en el caso español, vive de espaldas al progreso, de una productividad
por debajo de la media europea, incapaz de innovar, artesanal, y que salvo
excepciones no incorpora nueva tecnología, ni introduce nuevos métodos y
sistemas constructivos, nuevos materiales, etc.

Visto desde esta perspectiva, el problema no es la inspección o la judicatura


estos no son más que la consecuencia de un sistema perverso. Además,
ahora, con la implantación de los recursos preventivos, a los que no se forma ni
se les proporciona medios, de obligada presencia en la obra para vigilar el
cumplimiento de unos planes de seguridad inexistentes, el sistema dispondrá
de más carne de cañón.

Con los recursos preventivos, los que quieran teorizar sobre la vana digresión
sobre el coordinas o vigilas tendrán un argumento nuevo para intentar salvar la
piel a costa de otros y, muy probablemente, fracasar en el intento.

Sólo un profundo cambio en las relaciones de promoción y producción


permitirán consolidar sistemas preventivos eficientes y posibilitarán que los
coordinadores puedan ejercer su actividad dignamente.
La siniestralidad es la expresión más brutal de un sistema productivo que
afecta a las condiciones de trabajo cada día más difíciles de coordinadores,
técnicos ejecutivos, responsables de seguridad y encargados de producción en
las obras.

Como siempre, sólo la organización de los afectados en torno a sus


reivindicaciones concretas les permitirá avanzar. Nos consta de forma directa la
excelente labor de sensibilización que están realizando los Colegios
Profesionales.

Pero el problema se sitúa en el centro de trabajo y afecta en muchos casos, no


solo a profesionales liberales -que son tratados como falsos autónomos- sino a
asalariados que ven deterioradas sus condiciones de trabajo y en peligro el
normal desarrollo de su vida profesional y personal. Por ello, los colectivos de
afectados, los colegios profesionales y los propios sindicatos deberíamos
reflexionar conjuntamente en la perspectiva de definir una línea de actuación
conjunta que contribuya a establecer unas relaciones de producción más
equiparables al resto de la actividad industrial, consiguiendo establecer un
entorno más estable cuyo motor sea la participación, la cooperación y la
coordinación y, en consecuencia, más seguro, quedando el derecho
sancionador relegado a los verdaderos infractores.

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