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San Ignacio de

Antioquía
Ignacio, de sobrenombre “portador de Dios”, fue obispo de Antioquía.
De él dependían las iglesias de Siria y de la Cilicia, ya que siendo
obispo de Antioquía se autodenomina “el obispo de Siria” (Rom 2, 2), y
en su viaje se agregaron a él un diácono de Cilicia, llamado Filón y otro
antioqueno, de nombre Reo Agatopodo, que el anunciaron el cese de
la persecución en su iglesia.
Ignacio es obispo de Antioquía en los comienzos del siglo segundo, en
el momento en que la Iglesia cumple cincuenta años de existencia. El
peregrino o el turista en vano buscarían hoy la ciudad de Antioquia,
gozne entre la Turquía y la Siria actuales. Los turcos, que al concluir la
Gran Guerra la reivindicaron y obtuvieron, no velan más que sobre un
nombre. Ya no queda nada. Una vista aérea permite medir la
superficie de esta ciudad-encrucijada, una de las tres grandes
metrópolis del Imperio romano, gozne entre Oriente y Occidente.
Las cartas de Ignacio están abarrotadas de datos sobre la Iglesia de
principios del siglo segundo. Es un momento crucial. Si bien los
apóstoles han muerto uno tras otro, la sombra de su prestigio sigue
perfilándose en las regiones evangelizadas por ellos. La Iglesia se ha
extendido y sigue prosperando en medio de las persecuciones. Se
organiza, se estructura, se jerarquiza. El episcopado está sólidamente
fundamentado en las comunidades del Asia Menor, como lo
atestiguan las cartas de Ignacio.
• Eusebio de Cesárea (HE 111 36) habla de Ignacio como obispo
Antioquía en tiempos de Trajano (98-117). Narra, según la tradición,
que había sido enviado de Siria a Roma para ser arrojado a la fieras
como mártir cristiano. Durante su viaje por Asia, bajo la vigilancia de
sus guardias, exhortaba a las comunidades de las ciudades por donde
pasaba, previniéndolas a mantenerse sobre todo contra las herejías
que comenzaban a difundirse y exhortándolas a mantenerse
adheridas a la tradición apostólica. Escribió cuatro cartas desde
Esmirna a las iglesias de Éfeso (Eph), Magnesia (Mgn), Trales (Tral) y
Roma (Rom). En la última pedia que no tratasen de librarle del
martirio. Otras tres desde Troas a las iglesias de Filadelfia (Philad) y
Esmirna (Smyr) y al obispo de esta última Policarpo (Pol).
Las Siete Cartas
Dos temas se repiten con predilección: la fe en Jesucristo y la
caridad. Ignacio utiliza muy poco el AT, y difiere de su
contemporáneo Clemente de Roma. Esta impregnado de Pablo
y de Juan; a cada paso, resuenan en sus cartas fórmulas
neotestamentarias, que tienen ya carácter de “confesiones” o
credos. Esta fidelidad a la tradición confiere a estas cartas un
sello peculiar, además de indicar una fuerte personalidad.
No conocemos al hombre más que a través de sus siete cartas, que por sí
solas nos permiten penetrar en su interioridad. Aquí “el estilo es el hombre”.
En frases cortas, densas, llenas hasta reventar, de estilo sincopado, corre un
rio de fuego. Ningún énfasis, ninguna literatura, sino un hombre excepcional,
ardiente, apasionado, heroico pero modesto, bondadoso pero con lucidez;
un don innato de simpatía, como Pablo, de doctrina segura, clara, dogmática
antes que moral, en la que se percibe la influencia de Juan, la experiencia
mística y la santidad. Ignacio tiene el sentido de los hombres, y respeto al
hombre. La dificultad no está en amar a todos sino en amar a cada uno; y
sobre todo al pequeño, al débil, al esclavo, al que nos hiere o nos hace sufrir,
como escribe y recomienda a Policarpo. Ama lo bastante a los hombres para
corregirles sin herirles. Aplica con predilección la palabra médico a Cristo, y
este apelativo le cae perfectamente a el mismo. Sirve a la verdad de la fe,
hasta el punto de predicar en el momento en que resulta incómodo y le
hace correr el riesgo de la incomprensión y aun de la misma hostilidad.
Se hallan en las cartas, conceptos y términos que serán patrimonio del
vocabulario genuinamente cristiano a partir de este momento; la
reflexión madura sobre temas como la encarnación, el martirio, la
comunión jerárquica. Que ha aportado solidez a la construcción del
dogma y doctrina cristiana. A Ignacio le interesa más presentarse
como “testigo” que como escritor
Particularidades de cada carta
John Henry Newman, en su libro titulado “la teología de las Siete Epístolas de San
Ignacio”, publicadas en el año 1890, asevera con justa razón que: “el sistema
completo de la Doctrina Católica, puede ser descubierto en forma general, pero
con atributos esenciales en las Siete Epístolas”.
• La Iglesia fue divinamente establecida como una sociedad visible, su fin es la
salvación de las almas y aquellos que se separan de ella, se separan de Dios
(Carta a los Filadelfios)
• La Jerarquía de la Iglesia fue instituida por Cristo (carta a los Filadelfios y Efesios)
• El carácter triple de la jerarquía: Obispo, Presbítero y Diácono. (Magnesianos)
• La autoridad Divina ubica al episcopado en orden superior al sacerdocio
(Magnesianos, Esmirnianos, Trallianos)
• La unidad de la Iglesia (Trallianos, Filadelfios, Magnesianos)
• La catolicidad de la Iglesia (Esmirnianos)
• La infalibilidad de la Iglesia (Filadelfios y Efesios)
• La doctrina de la Eucaristía (Esmirnianos) La palabra Eucaristía es
utilizada por primera vez. Al igual que la palabra “Iglesia Católica”.
• La Encarnación de Jesucristo (Efesios)
• La virtud sobrenatural de la Virginidad, ya muy apreciada como un
voto (Carta a Policarpo)
• El carácter religioso (sagrado) del matrimonio (Policarpo)
• El valor de la oración en comunidad (Efesios)
• La primacía de la sede de Roma (Introducción a los Romanos)
• Además, San Ignacio denuncia en principio la doctrina protestante de
juicio privado en materia de religión (Filadelfios), la herejía que
enfrenta es principalmente la del docetismo.
La discusión sobre. La autenticidad
• Autenticidad que descartaron tanto los Centuriadores de Magdeburgo
como Calvino. Otros protestantes buscaron una solución intermedia: base
auténtica, pero muy interpolada. Hipótesis que quedó confirmada por la
publicación en 1644 del texto latino de la colección mixta y en 1646 del
texto griego del Medicaeus. Aun así, la autenticidad de las siete cartas sin
interpolaciones siguió siendo muy discutida del lado protestante.
• Para F. C. Baur (1838) y sus discípulos eran obra tendenciosa de la segunda
mitad del s. II al servicio de la idea católica del episcopado. Hubo que
esperar a los estudios de Zahn (1873), de Funk (1883), de Lightfoot (1885),
de Harnack y de otros, para dejar por un tiempo asentada la autenticidad
de las 7 cartas del texto medio, las siete cartas atestiguadas por Eusebio.
En 1890.
El trasfondo teológico
• Corwin cree que Ignacio representaba un «partido del centro» en
Antioquía, entre un grupo judeocristiano esenio y un grupo docetista:
«espirituales» al margen del culto comunitario. Barnard presenta
objeciones a la interpretación de Corwin. Ignacio arguye contra un
«judeocristianismo docetista» rampante en las comunidades de Asia
Menor a las que escribe. Nunca afirma la existencia de dos partidos a los
que se opone. En Magn acusa a las mismas personas de judaísmo y de
docetismo. En otras usa los mismos términos cuando habla de las dos
tendencias. En cambio Meinhold estima más adecuado atender a los
matices propios a los disidentes de cada comunidad y en Eph y Magn da
un peso específico a elementos carismáticos opuestos a la estructura
ministerial. Últimamente Sumney ha argüido que los adversarios de
Ignacio en Esmirna eran docetistas y en Filadelfia la cuestión quedaba en
la interpretación y autoridad del A.T.
• El docetismo corresponde a un sincretismo griego de base dualista.
Se aspiraba a una salvación puramente espiritual del alma inmortal.
La doctrina de una resurrección de los muertos resultaba un
contrasentido (cf. Hech 17,32). Un Dios salvador encarnado en la
materialidad, con un cuerpo sujeto a pasión, muerte y corrupción,
contradecía esa perspectiva espiritualista. Si se aceptaba el mensaje
cristiano de salvación era depurándolo de los elementos chocantes
con esa mentalidad. Ignacio enfrenta tal tergiversación de la fe
desde la tradición, firmemente encarnacional y sacramental, del
catolicismo siríaco.
A los Magnesios:
• “puesto que fui digno de veros en la persona de Damas, vuestro obispo,
digno de Dios y en la de los dignos presbíteros Bajo y Apolonio y en la de
mi consiervo, el diácono Zosión, ojalá disfrute de éste, porque se somete al
obispo como a la gracia de Dios y al presbiterio como a la ley de
Jesucristo…” en alusión al carisma y ministerio de los obispos, presbíteros y
diáconos. VIII.1. No os extraviéis con doctrinas falsas y con viejos cuentos,
que para nada aprovechan; porque si todavía vivimos conforme a la ley,
confesamos no haber recibido la gracia. 2. Porque hasta los divinísimos
profetas vivieron según Cristo Jesús. por ello fueron perseguidos,
inspirados por su gracia, para convencer plenamente a los incrédulos que
hay un solo Dios, que se manifestó a si mismo por medio de Jesucristo, su
Hijo, que es su Logos salido del silencio y que agrado en todo al que lo
envió Ibíd., Pág. 21.
A los Romanos:
• “IV.1. Escribo a todas las iglesias y ordeno a todos que complacido voy a
morir por Dios, si vosotros no lo impedís. Os exhorto no haya para mí una
complacencia inoportuna. Dejarme ser pasto de las bestias, por las que
tengo que alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios y por los dientes de las fieras
voy a ser molido, para que sea hallado pan puro de Cristo. 2. Acariciad más
bien a las fieras para que sean para mi sepulcro y nada dejen de mi cuerpo,
a fin de que, muerto, a nadie sea molesto. Entonces seré verdaderamente
discípulo de Jesucristo, cuando el mundo no vea mi cuerpo. Implorad a
Cristo por mí, para que por estos instrumentos sea hallado sacrificio para
Dios. No os ordeno como Pedro y Pablo. Aquellos eran apóstoles, yo un
condenado; aquellos, libres; yo, hasta ahora, esclavo. Pero si padezco, seré
un liberto de Jesucristo, y en el resucitaré libre. Ahora condenado,
aprendo a no desear nada.

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