“Si necesitan sabiduría, pídansela a nuestro generoso Dios, y él se la dará; no los reprenderá por pedirla” (Santiago 1:5).
M encionando el potencial de John Andrews, Elena de White dijo que él
era el “hombre más capaz en todas nuestras filas”. Su mente era tan privilegiada que, cuando era niño, un tío que era miembro del Congreso de los Estados Unidos propuso pagarle la carrera de leyes pues creía que John sería un político brillante. Sin embargo, John rechazó la oferta: su interés, desde muy joven, estaba en las cosas del Cielo. Nacido en 1829, John Andrews asistió a la escuela hasta los once años. Después de eso, él mismo comenzó a dirigir su propio aprendizaje según sus intereses. Cuando tenía 16 años, recibió un folleto de su vecino sobre el sábado. Desde entonces, guardó el séptimo día e influyó en su familia para que hiciera lo mismo. La pasión por estudiar y el interés por la Biblia lo pusieron en contac- to con James y Elena de White. Aunque John tenía mucho conocimiento bíblico, no entendía cómo el sábado encajaba con otras verdades bíblicas. Entonces, decidió asistir a una reunión de estudio y oración bíblica donde estaban James y Elena de White, José Bates, y otros. Movido por la com- prensión de la importancia de la conexión entre el sábado y el Santuario, exclamó: “¡Cambio mil errores por una verdad!” A partir de ese momento, John se unió ese grupo de guardadores del sábado, y contribuyó con sus investigaciones, artículos, predicaciones y actividades administrativas. A principios de 1870, el mensaje adventista llegaba a Europa y la iglesia estaba interesada en enviar a un misionero para consolidar la iniciativa. In- cluso viudo y con hijos, John se ofreció como voluntario. En 1874, se convir- tió en el primer misionero enviado por la Iglesia Adventista a otro país. Viajó a Suiza para establecer un periódico y abrir el camino para la predicación del mensaje. Como no sabía hablar francés, estudió el idioma con sus hijos adolescentes y, cuando llegaron a destino, ya dominaba el francés; luego, también adquirió fluidez en otros idiomas. “Los que siguen a Cristo no deben esperar para obrar hasta que los despierten los conmovedores llamados misioneros. Si están espiritualmen- te despiertos, oirán en sus ingresos de cada semana, sean pocos o muchos, la voz de Dios y de la conciencia que, con autoridad, les exige las ofrendas y los diezmos debidos al Señor”(Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 465).