Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Todos hemos sufrido. Aún si unos han sufrido más que otros, el dolor sigue siendo real para
cada uno. Y lo más irónico es que, aunque sabemos que vamos a sufrir, nos sigue doliendo
el sufrimiento. En otras palabras, saber sobre el sufrimiento no necesariamente nos prepara
para afrontarlo. Porque el sufrimiento tiene la facultad de imposibilitarte a ver otros
caminos, otras salidas. Te hace pensar que no hay más caminos por recorrer o más salidas
por buscar.
Y, como si fuera poco, es más frecuente de lo que quisiéramos. Algunas veces llega en dosis
tolerables. En otras ocasiones nos atropella como una estampida de animales salvajes.
Hace poco leí el libro de Job. Antes lo definía como una biografía, pero ahora lo veo como
una colección de diálogos, en especial entre Job y sus “amigos”1. Diálogos bastante
poéticos. Diálogos que presentan diferentes perspectivas sobre el sufrimiento y la
calamidad. Diálogos que pasan fácilmente a ser análisis teológicos y antropológicos de las
desgracias humanas. Diálogos que en su mayoría, para ser sincero, me chocaron.
Es fácil analizar las razones, los motivos, las posibles soluciones, las respuestas, las verdades
teológicas que se esconden detrás del sufrimiento de ese alguien. Tendemos a pensar
(como los “amigos” de Job) que el infinito, misterioso e incomprensible Universo de Dios se
rige por una eterna ley de causa y efecto: si te pasa algo malo es porque hiciste algo malo;
sufres porque te lo mereces. Estamos convencidos que todo ocurre por alguna razón y, para
colmo de males, ¡nosotros sabemos cuál es!
¿Qué hace que dejemos de ver a las personas como alguien (ser humano) para empezarlas a
ver como algo (un tema de conversación)?
1
Lo pongo entre comillas porque esa es la pregunta que queda abierta al terminar de leer el libro:
verdaderamente, ¿qué tan amigos eran los “amigos” de Job?
1
¿Por qué es casi imposible sencillamente ‘estar ahí’ sin necesidad de entablar una cantidad
inaudita de diálogos que muchas veces no tienen ninguna respuesta real?
¿Será que la línea entre el orgullo (creer que podemos dar una respuesta a todo) y la
compasión (identificarnos con la miseria del otro) es tan delgada que la podemos pasar
fácilmente?
Hacia el final del libro de Job, Dios entra en escena. Se hace parte de los diálogos. Pero no
para atacar a Job por expresar sus sentimientos, su desespero o su desolación, sino para
confrontarlo en su humanidad. Porque, después de todo, el sufrimiento no es tan fácil de
encasillar: por un lado, no muestra el abandono de Dios y, por otro lado, no siempre es la
consecuencia de un castigo divino. Hay toda una serie de posibilidades que oscilan entre
esos dos extremos.
No obstante, cuando Dios entra en escena no responde cada pregunta de Job. No le explica
porqué pasó todo. Tampoco le expresa el propósito por el cuál sufrió. Sencillamente, vez
tras vez, lo único que hace Dios es mostrarle a Job quién es él (Dios).
¿Será que debemos cambiar de parecer y comenzar por mirar a alguien más que a nosotros
mismos?
El libro termina con Job rendido a Dios con esta oración saliendo de sus labios: “De oídas te
había oído, pero ahora te veo con mis propios ojos”. Su pregunta dejó de ser “¿por qué me
pasa todo esto?” y pasó a ser “¿a dónde puedo dirigir mi mirada?”
Dejó de ver a Job para centrarse en Dios. Y así, paradójicamente, se pudo ver a sí mismo
mejor que nunca. Descubrió que el sufrimiento no refleja a un Dios mezquino o sádico; ni
siquiera muestra a Dios como un policía cósmico que espera que nos equivoquemos para
juntar todo el dolor del mundo y mandárnoslo por correo directo. El sufrimiento, en el caso
de Job, era una prueba diabólica. Y, para todos, el sufrimiento hace parte de nuestra
2
humanidad. Si estás vivo, lo vas a enfrentar. El sufrimiento pasa. Y el reto seguirá siendo el
mismo: transformar el “¿por qué me pasa esto?” en “¿a dónde puedo dirigir mi mirada?”.