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Asesinatos

Por Roberto Martínez (19-Jul-1997).-

Gianni Versace, Miguel Angel Blanco, JonBenet Ramsey, Yitzhak Rabin, Selena,
Francisco Ruiz Massieu, Luis Donaldo Colosio, Juan Jesús Posadas Ocampo, John
F. Kennedy, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, John Lennon, Abraham
Lincoln, Pancho Villa y Francisco I. Madero son algunos de los personajes de la
historia contemporánea y la vida actual que han muerto asesinados.

Unos murieron como castigo, otros para intimidar a los grupos que se oponían,
algunos simplemente para satisfacer el odio de sus verdugos y otros más murieron
como dura amenaza para que la población se amedrentara.

Cuando en el corazón del hombre se instala la ira y la codicia, el odio y la venganza,


el ser humano se convierte en verdugo de sus congéneres.

En el mundo moderno no tenemos que preocuparnos de ser atacados por animales


salvajes, pero sí tenemos tristemente que cuidarnos los unos de los otros.

Los asesinatos son eventos diarios y estamos lejos del día en que se erradique este
mal. Si se mata a un niño le decimos infanticidio, a un feto, aborto. Si un hombre
mata a su hermano, fratricidio; un hijo a su padre, parricidio, y cuando un ejército
busca exterminar a una comunidad entera, genocidio.

Nada nos sacude como un homicidio en cualquiera de sus variantes. El asesino


roba a su víctima su más valioso atributo, la vida misma. Este acto ofende
entrañablemente a los familiares, a los amigos y en ocasiones a la sociedad entera,
como ocurrió esta semana, cuando vimos por televisión la manifestación de cientos
de miles de personas en todo España protestando por la ejecución del concejal
Miguel Blanco por parte del grupo terrorista ETA.

Todo crimen ofende a la persona humana y a la sociedad porque es un acto


contrario a los valores de la vida y los derechos de la persona, sin embargo, no
hemos madurado como civilización, no hemos apreciado la vida suficientemente
como para que cesen los asesinatos.

El reto no es fácil porque existen muchas causas que como hierbas secas avivan el
fuego de la matanza. Las injusticias, las desigualdades excesivas económicas y
sociales, la envidia, la desconfianza, el orgullo entre hombres y naciones, a todo
esto con frecuencia se le da salida por medio de la violencia.

Hay que superar estos desórdenes, pues no solucionan las cosas. A pesar de tantas
guerras, tantos imperios erigidos y derrocados con el uso de las armas, en el mundo
sigue habiendo injusticias y desigualdades. El cambio tiene que ser mediante una
revolución educativa, formando a las nuevas generación en los valores éticos y
morales con una base firme de aprecio por la vida y los derechos humanos.

De seguir así, sólo permanecerá reinando el terror. No terminarán los secuestros,


los actos terroristas, las guerras, los campos minados y las clínicas de exterminio,
porque la violencia y la cultura de la muerte tienden a fomentar el egoísmo y el
odio, como bola de nieve, siempre creciente.

Esto trae graves riesgos no sólo físicos, sino también morales para nosotros, pues
qué difícil resulta hacer el bien en un ambiente hostil, donde tendemos con mayor
facilidad a sacar nuestras propias armas, antes que ayudar al que pide nuestra
ayuda, por temor a ser lastimado.

¿O acaso no les ha pasado que prefieren no subir al coche a quien te pide un


aventón por temor a ser asaltado? Si gozáramos de una mayor seguridad, no
dudaríamos en detenernos.

Por eso los asesinatos no sólo son una amenaza constante a nuestras vidas, sino
que dificultan la pacífica convivencia que pudiésemos llevar con nuestros
compatriotas y los ciudadanos del resto del mundo, y cada nuevo crimen vuelve a
ofender los sentimientos de todos y nos distancía un poco, los unos de los otros.
Porque en el fondo todo homicidio es un fratricidio, ¿o qué los hombres no somos
hermanos por compartir la misma raza? Cuando el asaltante decide quitar no sólo
la cartera, sino también la vida de su víctima, es como si estuviese matando a su
hermano. Al mismo tiempo nos hace desconfiar unos de otros y nos vuelve menos
cercanos.

Sabemos que la violencia engendra violencia. Entonces, ¿por qué ETA?, ¿Por qué
EZLN?, ¿Por qué los grupos neonazis? Porque no nos hemos educado en los
valores. Nos enseñaron la regla de oro que nos aconseja hacer a otros lo que
queremos que nos hagan, pero tratamos de sacar ventaja esperando que no nos
pesquen. Criamos cuervos y nos ponemos gafas para que no nos piquen los ojos.

A los únicos que estamos haciendo tontos es a nosotros mismos como sociedad.

Dar muerte a una víctima inocente y justa jamás puede tener justificación. Algunos
se empeñan en justificar el aborto, la eutanasia, incluso el genocidio, para después
voltear y darse cuenta que la misma cultura de la muerte que fomentan los termina
matando.

Hay que fomentar más la convivencia en paz y serenidad pero no sin prisa, sino con
la fuerza y la constancia que la situación actual demanda. No se resuelve el
problema sólo con más policías. Cada uno debe ser policía de sus propios actos.

Existen ya muchos ofendidos, muchas llagas que no han cicatrizado, pero para
construir la paz hay que aprender a tener clemencia y misericordia y también
apreciar más la vida ordenada.

La paz que vale la pena es la tranquilidad que da el orden; es obra de la justicia y


efecto de la caridad. ¿Seremos lo suficientemente hombres y mujeres para revertir
la ola actual de violencia y heredar a nuestros hijos un mundo en paz?

Yo confío que sí, pero no sin ti.

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