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Entre las diversas causas que pueden explicar el extendido desinterés de los alumnos por la
historia, en este capítulo sólo abordaremos aquellas que derivan la selección de contenidos y del
modo de presentarlos en la escuela.
¿Cómo reconstruir los hechos del pasado? ¿Cómo comprender los fenómenos sociales pasados y
presentes? Es a partir de preguntas, problemas y explicaciones como los historiadores logran
organizar y jerarquizar la variada y heterogénea información con que cuentan.
Que los alumnos comprendan la Semana de Mayo implica que también ellos puedan preguntar y
obtener respuestas, y en el entramado de las preguntas y respuestas construyan su propia
explicación de los hechos, del proceso histórico.
Lucien Febvre (1970) afirma: "Elaborar un hecho es construir. Es dar soluciones a un problema, si
se quiere. Y si no hay problema no hay nada", y, Jacques Le Goff (1991): "No hay hecho o hecho
histórico sino dentro de una historia-problema".
Conocer y comprender la Revolución de Mayo, significa también que los alumnos modifiquen y
amplíen sus ideas sobre qué es una revolución como proceso social de cambio, que descubran las
refacciones y articulaciones existentes entre los hechos, que construyan nuevas relaciones y-que
confronten sus propias hipótesis con los datos y la información que obtengan.
a) ¿Qué es la historia?
Desde siempre los hombres necesitaron reflexionar sobre su pasado y reconstruir una memoria de
sí mismos. Primero fueron los ancianos, los sabios y los sacerdotes, y luego los historiadores
quienes contaron y escribieron sobre el pasado: a través de mitos, crónicas y biografías elaboraron
un saber histórico destinado a legitimar situaciones y reafirmar identidades.
En el siglo XIX los historiadores comienzan a reflexionar sistemáticamente acerca de las causas de
los hechos históricos, de cuándo, dónde y cómo ocurrieron. Es la escuela histórica del
positivismo la que aporta rigurosidad al conocimiento erudito y crítico de las fuentes de la historia.
Sin embargo, ni la erudición por sí misma ni el estudio aislado de los hechos, pudieron evitar el
estancamiento de la historia. Este se debió, fundamentalmente, a la negativa de estos
historiadores a incorporar aspectos teóricos, interpretativos o valorativos a las explicaciones
históricas. Para ellos la historia era sólo la sistematización y organización de los datos obtenidos
en los documentos y la inclusión de aspectos teóricos e interpretativos oscurecía e interfería en el
carácter "objetivo" que debía tener para ellos la historia.
Es por este que fue necesario recorrer un largo camino de discusiones y polémicas, para que en las
primeras décadas del siglo XX empezara a modificarse profundamente el objeto de la ciencia
histórica. A partir de aquí, la historia empezó a ocuparse de los hombres en sociedad, globalizando
en único objeto de estudio todas las manifestaciones y realizaciones humanas.
No se puede pensar al hombre al margen de la sociedad, sin embargo, no siempre todos los
hombres en sociedad fueron considerados los protagonistas de la historia.
Tradicionalmente, la historia se ocupó de los hombres importantes, los grandes hombres, los
personajes, y explicaba sus acciones y comportamientos a partir de las ambiciones de poder,
de la honradez o la crueldad que los movían.
Por otro lado, la historiografía romántica del siglo XIX construyó un nuevo sujeto: el pueblo o la
nación. Este constituía un conjunto social homogéneo, con raíces profundas en la tradición y en el
pasado, y con muy pocos cambios en su conformación a través del tiempo. Es así como, junto al
individuo, al "gran hombre", la historia comenzó a observar cómo la evolución de cada sociedad
era producto del espíritu o "alma colectiva" de cada pueblo, que se manifestaba en el lenguaje, la
literatura, las costumbres.
Seguidamente, en la segunda mitad del siglo XIX, con el predominio de la corriente histórica del
positivismo, se volvió nuevamente a una historia de los hechos políticos, y los historiadores
volcaron su atención en los hechos individuales: el "héroe” ocupó nuevamente un lugar de
privilegiado en la historia.
Sin embargo, es en el siglo XX cuando la historia, en contacto con otras ciencias sociales, comenzó
a pensar en términos de sujetos colectivos: las comunidades, los estamentos. Los grupos, las clases
sociales, en permanente cambio y atravesados por diversos conflictos. El hombre es el sujeto de la
historia, en la medida en que junto a otros hombres forma grupos sociales que constituyen una
sociedad. Sin embargo, el individuo que “ha pasado a la historia” existe y muchas veces ha
desempeñado un papel importante; son fundamentales ambas acciones, las de los individuos
particulares como la de los grupos sociales.
e) La objetividad en la historia.
La ciencia histórica se propone construir un conocimiento lo más objetivo posible. Al decir lo más
objetivo posible, nos referimos a la búsqueda de objetividad, de acercamientos a la realidad a
través de diversos criterios para la selección de datos considerados más relevantes. Cabe destacar
que objetivo no es sinónimo de verdad.
f) La causalidad en la historia.
Sin embargo, esta afirmación no significa que el historiador deba limitarse a responder al “¿por
qué?” de los acontecimientos históricos. Para completar la explicación de los fenómenos, deberá
reconstruirlos en su desarrollo y en el marco de su tiempo' y lugar, y sobre todo, tendrá que
interpretarlos valorando las motivaciones e intencionalidades a que dichos fenómenos obedecen.
Lucien Febvre escribía que "plantear un problema es, precisamente, el comienzo y el final de toda
historia. Sin problema no hay historia", y agregaba que las tareas fundamentales del historiador
debían ser "plantear problemas y formular hipótesis".
Por otra parte, los Annales negaron al documento escrito el carácter, que poseía para los
positivistas, de constituirse en única fuente histórica. "Toda realización que parte de la actividad
del hombre tiene carácter de fuente", expresaban.
Es a partir aproximadamente de los años sesenta cuando llega la influencia de esta escuela a
América latina y a la Argentina. Sin embargo, esta influencia quedó circunscrita a reducidos
ámbitos de investigación y espacios académicos, y a algunas pocas revistas especializadas. En los
programas escolares, en los libros de texto, en las instituciones formadoras de docentes perdura,
con algunos retoques, una concepción de la historia que hoy tiene más de cien años y que arrastra
fuertes resabios positivistas.
El presente y el futuro son la verdadera y última razón del ser del saber histórico.
Para el conocimiento histórico, toda la experiencia de los hombres es significativa: incluye tanto la
forma como los hombres resolvieron y resuelven sus necesidades básicas (alimentación, abrigo,
trabajo) como las diversas maneras de organizar sus familias, de educar a sus hijos, de construir
sus viviendas, de expresar su religión. También comprende las instituciones que crearon, las leyes
que dictaron, las ideas que sostuvieron y los libros que escribieron; los conflictos, los acuerdos; las
utopías, las esperan zas y los proyectos.
Las preguntas son infinitas. No hay experiencia humana que quede fuera de la preocupación del
historiador. Las acciones y las experiencias de los hombres cobran entidad histórica a través de las
preguntas que formula el historiador.
En el nivel social contempla las formas de organización de la sociedad, indaga quiénes son los
actores sociales y cómo se expresan sus conflictos.
En el nivel político analiza, en primer lugar, todas las cuestiones relativas al poder, al Estado y a la
organización institucional de la sociedad. ¿Quién ejerce el poder?, ¿en representación y en
beneficio de quiénes?, ¿para qué? Otro aspecto que procura explicar en este nivel es la relación
que existe entre los distintos sectores sociales y el Estado a través del tiempo.
En este nivel también se estudia la forma que adquiere la lucha por el poder entre los diferentes
grupos sociales y, al mismo tiempo, los esfuerzos que éstos realizan para mantener la cohesión, el
equilibrio y la permanencia de la sociedad. Modificaron las mentalidades, la idea que las personas
tenían de sí mismas y respecto de los demás y su papel en la vida diaria de la sociedad durante un
período histórico determinado.
La tarea del historiador es descubrir las articulaciones significativas, las que le permiten hacer
inteligible la realidad histórica. Estas articulaciones y conexiones deben ser descubiertas,
analizadas y explicadas desde la perspectiva de la historia, es decir desde la preocupación por
mirar la realidad en términos de procesos. Y en este concepto, básico y clave de la historia, están
incluidas las nociones de tiempo y de temporalidad.
A modo de cierre, cabe destacar que no se puede comprender la historia sin vincularla a la
sociedad, no solo porque esta es su objeto de estudio sino porque la comprensión de la historia se
relaciona con la búsqueda de explicaciones de sentido y de la vida, que los seres humanos se
plantean y que expresan su conciencia histórica.
Poner en contacto a nuestros alumnos con historias que les permitan desarrollar su capacidad de
juzgar por sí mismos y de reconocerse como parte de una historia que comenzó hace muchísimos
años y en la que pronto tendrán su lugar para preservarla y mejorarla, es valorar las posibilidades
formativas y éticas que tiene la enseñanza de la historia. Y es también contribuir a la formación de
su conciencia histórica.