Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
≈
Número 20 Junio de 2020
Contenido
Giovanny Santos Castañeda
Retorno al tópico clásico: el Ubi sunt en la poesía de Julio Alfonso Cáceres 20
Carlos Eduardo Jaramillo
El museo de la memoria 28
Mayra Alejandra Ovalle
Siento, luego existo. Un acercamiento a la sensibilidad latinoamericana 36
Edwin Alonso Vargas
Delirios de lo Real en Ricardo Piglia 48
Juan Manuel Acevedo
Flores amarillas 56
Alejandro Quintero
Transparencias del lado sur 60
Tatiana Velásquez
Obediencia 62
Felipe Orozco
Giovanny Santos Castañeda. Contemplación y Negado. 64
Cristian Felipe Leiva. I y IV 65
Uno escribe algo para contar otra cosa. Sobre El nervio óptico de María Gainza 68
Andrés Felipe Hurtado Garcés
Reseña: El miniensayo y su didáctica 72
Ana María Marcovecchio
Vientos encontrados: César Carvajal Henao 74
Sara Ovalle
Presentación
de Investigación Dilema de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la
Universidad del Quindío. En este apartado se incluyen la presentación del concurso,
el acta del jurado y el ensayo ganador.
En Tinta que corre encontramos cinco ensayos académicos que exploran la sen-
sibilidad latinoamericana, la narrativa y la poesía a la luz de varias teorías que per-
miten al lector descender a las profundidades del inconmensurable pozo que es la
literatura. Divagando está habitada por tres cuentos muy distintos entre sí, los cuales
se asoman a la condición humana desde la mirada de un pintor, un perro, que de
manera muy hábil nos muestra otra víctima de la guerra, y una mujer muy joven, que
parece decirnos algo sobre la esclavitud, el racismo y el abuso. También en esta sec-
ción, hallamos cuatro poemas que dejan aquella curiosa sensación tras leer un buen
verso: empujándonos a levantar la mirada del libro y escudriñar el aire o la misma
nada en busca de quién sabe qué cosa. Finalmente, Entre líneas está conformada
por tres reseñas que navegan a través del vasto mar de la pintura (como excusa para
hablar de la vida misma), el miniensayo y la poesía de un marginal autor quindiano.
Gracias a quienes hicieron posible, en esta ocasión, la existencia de la revista. A
grandes rasgos, son estos los temas y los textos que componen este número; espera-
mos que pasen por sus páginas y pierdan el tiempo en esa tarea completamente inútil
que nos salva de la vida: la lectura. Invitados.
I Certamen Interuniversitario Hispanoamericano de Miniensayo
“Teodoro Álvarez Angulo”
tamos cuantas acciones y trabajos llevamos a cabo en los ámbitos académicos y pro-
fesionales relacionados con la escritura en la formación del profesorado (interven-
ciones en las aulas, trabajos de fin de grado o de máster, proyectos, publicaciones,
asesoramientos, tesis doctorales, etc.).
La importancia de la escritura académica en la formación didáctica de los estu-
diantes universitarios que se forman para ser maestros y profesores es fundamental,
en cuanto que aborda este fenómeno complejo desde una triple consideración: con-
texto (sociedad), proceso de escribir (cognición) y texto (lenguaje). En ámbitos de
enseñanza y aprendizaje, esto supone explicitar mediante secuencias didácticas las
tareas que lleva a cabo el estudiante y las mediaciones que ejerce el profesor, en las
diferentes materias o disciplinas del currículo de formación.
Esta concepción epistémica de la escritura (escribir para aprender) nos llevó a
diseñar la plataforma Redactext 2.0 de ayuda a la redacción de textos académicos
(https:/www.ucm.es/redactext), en la que distinguimos la sección del tutor y la del
escritor (interactiva). En ambas se explicitan las diferentes fases de la producción
de un texto, a la vez que se ayuda al usuario a crear el producto de cada fase, que
contribuirá a que el texto final sea de mayor calidad.
Consecuencia de la concepción de escritura expuesta, el Grupo se plantea la nece-
sidad de llevar a cabo un mapa de géneros discursivos y de estrategias de producción
textual, de manera que se pueda ayudar a los estudiantes a comprender mejor y a
6
producir adecuadamente los diferentes géneros que demandan los profesores en las
materias que imparten, con sus tradiciones disciplinares respectivas.
A partir de este trabajo surge la necesidad de abordar los diferentes géneros dis-
cursivos, con sus respectivas estrategias de comprensión y de producción que inter-
vienen en la redacción de los diferentes géneros. Fue precisamente el miniensayo
el primer género que abordamos de manera explícita, con la ayuda de herramientas
como el diseño de una secuencia didáctica, una ficha para valorar el rigor de las fuen-
tes documentales, una serie de indicadores textuales de calidad (ITC), y la rúbrica de
(auto)evaluación de tales textos.
Las características de este género discursivo son las siguientes: (i) es un texto
breve (máximo 350 palabras, distribuidas en cuatro o cinco párrafos); (ii) la cons-
trucción argumentativa establece la relación entre el título (original y “con gancho”),
la tesis que se defiende y los argumentos en que se basa, con las referencias o vo-
ces de autoridad aportadas, debidamente integradas en el texto; (iii) la información
aparece organizada lógicamente en párrafos); y (iv) la redacción del texto ha de te-
ner en cuenta los aspectos gramaticales (organizadores textuales, conectores lógico-
discursivos, marcas de persuasión, temporalidad, entre otros), el léxico apropiado
Sección especial
(propiedad, rigor), la puntuación y las peculiaridades orto-tipográficas (Juan David
Zambrano y Miguel Ángel Caro, en El miniensayo y su didáctica: escribir en las
materias del currículo, editorial Octaedro).
Nos encontramos ante un género cuyo conocimiento y dominio no son fáciles. En
nuestra última investigación, con más de ochocientos miniensayos redactados entre
Colombia y España, se demuestra claramente. Por ello, es necesario ejercitarlo en las
aulas, con la mediación y las ayudas que proporcionan los profesores en el aprendi-
zaje, hasta conseguir su dominio.
Esta necesidad de desarrollar la escritura del miniensayo en la universidad ha
llevado al grupo Didactext a concebir un Certamen hispanoamericano en el que se
promueva su escritura. Este Certamen tiene por finalidad dar a conocer opiniones
que estimulen la reflexión sobre alguna preocupación relevante de nuestra sociedad.
El tema propuesto para esta primera edición ha sido: ¿Se puede censurar una expre-
sión artística por cuestiones como el sexismo, el sentimiento religioso, o las ideas
políticas, entre otras? Se trata de un tema polémico, lo cual obliga a tomar posición
valiente, con argumentos claros, concretos y precisos.
Antes de terminar, merece resaltarse la vocación hispanoamericana en la conforma-
ción del Grupo Didactext, así como en la convocatoria del Certamen llamado Interu-
niversitario Hispanoamericano de Miniensayo. La muestra de ello es la conformación
7
del jurado con profesores de varias nacionalidades y la participación de estudiantes de
diversos países. Entre ellos, cabe destacar por su intensa participación a los profesores
y a los estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del
Quindío, en especial de los programas de Licenciatura en Literatura y Lengua Caste-
llana y de la Maestría en Ciencias de la Educación. Al programa de Licenciatura perte-
nece la revista Polilla, a la cual agradecemos que nos abra su portal para la publicación
del miniensayo ganador.
Para finalizar, de manera muy personal, deseo expresar mi agradecimiento a los
miembros del jurado y a los componentes del Grupo Didactext, magníficamente
guiados por las profesoras Silvia Agosto y Teresa Mateo, quienes han hecho posible
este I Certamen Interuniversitario Hispanoamericano de Miniensayo con mi nombre.
Gracias también a todos los participantes en el Certamen.
8
Acta del fallo del jurado del Primer Certamen
Interuniversitario Hispanoamericano de Miniensayo
“Teodoro Álvarez Angulo”
En la ciudad de Madrid del día 30 de abril de 2020, se emite el fallo del jurado
del Primer Certamen Interuniversitario Hispanoamericano de Miniensayo “Teodoro
Álvarez Angulo”.
Han participado en la valoración de los textos la escritora María Menéndez-Pon-
te, en calidad de presidenta del jurado, y los siguientes profesores, expertos en
lengua castellana y literatura (por orden alfabético): Salvador Álvaro García, profe-
sor jubilado de la Universidad Complutense de Madrid; Ana María Marcovecchio,
profesora de la Universidad Católica Argentina y de la Universidad de Buenos Ai-
res; María Antonia Osés, profesora de la Universidad Católica Argentina; Daniel
Mauricio Rodríguez León y Lina Mariana Valencia, profesores de la Universidad
Sección especial
del Quindío, Colombia.
Tras proceder a la lectura de los trabajos presentados al Certamen y emitir sus
valoraciones, se concede el premio Primer Certamen Interuniversitario Hispanoa-
mericano de Miniensayo “Teodoro Álvarez Angulo” al texto «Contextos diferentes:
experiencias diferentes», presentado a concurso bajo el pseudónimo “Dreamer” y
cuyo autor es Agustín Salas Padilla, de la Universidad de San Buenaventura, sede
Cartagena de Indias (Cartagena, Colombia).
El premio consta de un diploma acreditativo, un lote de libros y la publicación
del miniensayo en una edición de las revistas Tribuna Complutense, de la Univer-
sidad Complutense de Madrid, y la revista Polilla de la Universidad del Quindío,
Colombia.
9
Contextos diferentes: experiencias diferentes
sienten que nuevos pensamientos (revolucionarios) emergen en nuestra vida. Así, las
expresiones artísticas tienden a quedar, desafortunadamente, relegadas a una minoría
por no seguir los mismos principios estipulados por las ideologías dominantes.
Ahora bien, el hecho de que estos pensamientos deban ser censurados por estas
instituciones es un acto de doble moral: pedir respeto, pero no ofrecerlo. No obs-
tante, ningún individuo tiene el derecho de regular el pensamiento de otro; esto es
un atentado contra la dignidad humana. Cada persona debe ser responsable de sus
decisiones y de sus intereses.
El error está en adoctrinar, en vivir asfixiado en una burbuja y pensar que el mun-
do gira en torno a ella. Mientras que, al educarte, te das cuenta que todos nacemos
en contextos diferentes, vivimos experiencias diferentes y decidimos expresar lo que
sentimos de manera diferente. «La educación es un arma vital para la liberación del
pueblo y la transformación de la sociedad» (Freire, 2007).
Referencias
1
Universidad de San Buenaventura, Cartagena de Indias.
10
Ó y lo inespecífico del arte literario
1
Estudiante de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad del
Quindío.
2
Idea desarrollada por Umberto Eco en «El problema de la obra abierta». Característica
ésta de la sensibilidad contemporánea de la literatura.
12
Nuno Ramos estudió filosofía: criterio este que considero influyente para enten-
der su proceder artístico, su propuesta estética; puntualmente, en su condición de
escritor, me permite dialogar de manera más fructífera con su novela: manifestacio-
nes y críticas discursivas presentes en ella. Cuando resalto la formación filosófica de
Ramos quiero con ello hacer notar en la novela una conciencia del lenguaje y una
reflexión del yo en el mundo a través del lenguaje pleno de consciencia. Por esto
considero que Ó hace emerger del tranquilo existir, el abismo de una realidad que
es hostil y desafiante; y en respuesta asume lo poético como puente que se tiende
entre los dos extremos del abismo. El lenguaje poético que permite la re-significa-
ción de la experiencia de habitar el mundo y re-valora lo estético ante lo meramente
cognoscente y utilitario de la relación hombre-mundo, es a mi juicio un elemento de
destacable valía en Ó. Y con base en todo lo anterior es que me propongo en el pre-
sente escrito destacar dos elementos de la novela, a saber: 1) una propuesta narrativa
a la que quiero llamar “estética del soliloquio” y 2) una serie de reflexiones sobre el
lenguaje que nos presenta el narrador.
13
Cuando llamo “estética del soliloquio” a la presentación narrativa que utiliza
Nuno Ramos en Ó, quiero resaltar la estructuración del contenido que asume la no-
vela; ésta se desarrolla bajo la disposición de capítulos que denomino reflexiones
o fragmentos reflexivos: chispazos de pensamiento, detonaciones de asombro que
arrojan el pensamiento a situaciones vitales, confrontaciones a las que se ve some-
tido el hombre en su encuentro con el mundo. La estética del soliloquio me permite
caracterizar a Ó a partir de la visualización de un hombre-narrador que en su contac-
to constante con el mundo, desarrolla una especie de sensibilidad que le permite una
mejor y mayor aprehensión de la realidad que habita, en la que se halla a sí mismo
haciendo parte. Pienso que el narrador de la novela es un hombre que se asombra
y que tal asombro conlleva a una serie de reflexiones: diálogos que teje consigo
mismo, articulados por la experiencia de habitar una realidad. Una manera de justi-
ficar esta consideración estética de la narración, es el apoyo en marcas textuales que
considero materializan dicha apreciación; en función de ello tomo el siguiente frag-
mento: “¿y si en efecto yo quisiera todavía más, si yo pudiera querer todavía más?
Y, desde entonces, rodamos como ganado presos a una extraña rueda, arrastrando
en nuestro lomo la volandera de la variada monotonía en que se transformó nuestra
vida” (Ramos, 2014: 43).
Tinta que corre
14
en el que las identidades y purezas se tornan difusas, incomprensibles y casi que
banales, pues el arte asume la condición de no pertenencia, niega la especificidad.
Manifiesta ella que la obra no se limita a un único material o soporte y que la interre-
lación de las especies de arte rompe con la idea purista y reservada de la obra. Sobre
lo inespecífico en el arte literario dice Garramuño que:
3
Elemento destacable del surrealismo: el camino cognoscente de la poesía.
15
subjetivación (Tassin, 2012: 37), se proyecta en esta novela a través del lenguaje
poético, pues es su giro subjetivo característico: el giro poético del lenguaje.
Para cerrar esta primera parte, quiero permitirme elaborar una síntesis a partir
de las anteriores miradas con las que propongo la ‘estética del soliloquio’ como
propuesta narrativa y estructural de la novela de Ramos. Dramáticamente se puede
comprender el soliloquio como la forma discursiva que parte del yo para el yo; es
un estado de conciencia en el cual el eco de nuestra voz rebota en nosotros mismo.
En Ó esta condición no se puede entender limitada a una expresión intimista; todo lo
contrario, se halla en ella la sensibilidad de la experiencia, habitando un mundo-rea-
lidad, como eje que articula interior y exterior. Ahora bien, la dinámica de este eje
se hace inteligible si se la observa desde el giro subjetivo de Sarlo. Éste en Ó no es
más que la voz que se alza para enunciar y nombrar, significar y proyectar, una rea-
lidad; y sobre todo para romper con las estructuras discursivas estructuralistas que
eliminan al yo como proyecto de sí mismo. El acto de romper dichas estructuras es
lo que llamo ‘giro poético’ y al que considero el ‘giro subjetivo’ característico de la
novela: desgarra los mantos sagrados del lenguaje, las elaboraciones formalistas del
habla y la pretensión objetivista-realista con la que se cree representar una realidad
que está ahí afuera. Me atrevo a decir que el ‘giro poético’ es el estado anárquico del
Tinta que corre
lenguaje, el estado lúcido del hombre. Sumada a esta condición ontológica de la ‘es-
tética del soliloquio’, está la concepción de arte inespecífico de Garramuño; con ella
puedo entender la disposición narrativa que asume Ramos para su novela. A partir
de esto también se visualiza la rebeldía literaria; se martillan los cánones discursivos
y literarios: el tratamiento literario del soliloquio lo hace literatura. Todo esto podría
entenderse también con las palabras del poeta venezolano Juan Manuel Briceño,
quien lo asume como la ruptura que sufre el hombre (artista) frente a una disposición
de signos que condicionan las formas de percibir y pensar; rompe con “las herencias
de patrones culturales” (2004: 85). Quiero resaltar, para finalizar, que lo ontológico
y lo narrativo son uno solo; y como tal se comprenden en la ‘estética del soliloquio’:
forma y contenido son indivisibles, se proyectan mutuamente4.
Ahora, el segundo aspecto que deseo tratar es el referente a las reflexiones so-
bre el lenguaje: una especie de metalenguaje que la novela, en el pensamiento del
hombre-narrador, lleva a cabo. El primer aspecto que considero discute el hom-
bre-narrador, es la inquietud ante una intención dogmática del lenguaje, quiero
decir, la confianza excesiva sobre la intención representacional del lenguaje, el
lenguaje que pretende reflejar con certeza la realidad (suponiendo que hay ahí
4
Lo contrario tendría la intención de eliminar el ritmo en la escritura: elemento base del
hecho vital, que a su vez permite articular sensibilidad y escritura. El adecuado equilibrio
entre ellos denota en una potente poética.
16
afuera una realidad). Siguiendo con esta discusión, podemos contemplarlo tam-
bién como el paralelo entre el empirismo lógico que hace hincapié en la corres-
pondencia entre lenguaje y realidad con su criterio de proposiciones verificables,
y ciertas corrientes de la filosofía del lenguaje que creen que el lenguaje no refleja
la realidad, sino que sólo designa las cosas que en ella están (o se cree que están,
que hay ‘cosas’ ahí afuera) y asumen como problema la incapacidad o escasez del
lenguaje para referirse a la realidad. Lo anterior se puede observar materializado
en el siguiente fragmento de la novela:
pues todos concuerdan que cuando se deja el refugio minucioso de la carcasa, cuando se
va más allá de la constatación —esto duele, este pelo crecido— de su propia y monótona
arquitectura, es necesario crear, porque esto seguramente nadie nos lo dio, una herramien-
ta —un lenguaje—, un pedazo de palo con anzuelo en la punta, hasta el otro lado. Es ahí
que todo se complica, pues aquí la única pregunta que realmente interesa es: ¿de qué está
hecha esta herramienta? (Ramos, 2014: 12).
si fuera posible, por ejemplo, estudiar los árboles en una lengua hecha de árboles, la tierra
en una lengua hecha de tierra […] si describiéramos un paisaje con la cantidad exacta de
materiales y de elementos que lo componen, entonces extenderíamos la mano hasta el
próximo cuerpo y sabríamos por el tacto su nombre y sentido […] y la naturaleza sería
nuestra como una gramática viva (Ramos, 2014: 13-14).
He aquí una manera poética de reflexionar sobre la confianza con que asumimos
la realidad por medio del lenguaje. Esta reflexión del hombre-narrador permite pen-
sar en que el lenguaje, como diría Fernando Pessoa, es sólo un rasguño en el muro
de la realidad, el muro puesto entre la realidad y nosotros (Pessoa, 2012: 11). No
podemos tocar la realidad, no podemos más que rozar su grueso vestido, nos dice el
narrador; sólo podemos jugar a dar nombre a las ‘cosas’5, a dar sentido al vacío que
habitamos, a jugar con la voz que pone “un poniente paralelo al poniente frente a él”
(Ramos, 2014: 13). Continuando, podría preguntar qué es el lenguaje, cómo es que él
logra dar señales de la realidad; como respuesta decir que el lenguaje funciona como
5
En prácticas de nominación, la palabra “cosa” es el término más sensato del vocabulario.
Es, quizá, la palabra más cercana a la realidad ¿cuál?
17
una especie de contrato donde el significado es una convención que relaciona arbitra-
riamente significante-referente-significado: un puente que se tiende entre el hombre
y la realidad que lo circunda. Esto sería dotar de estabilidad, rigidez y claridad (algo
que en sí mismo no lo es) a un instrumento de bautismo llamado lenguaje y que el
narrador comprende como: “La única respuesta es que el lenguaje solo podría nacer
y adquirir eficacia en una situación en la que todos, o una gran mayoría, estuvieran
enfermos o muy debilitados, volviéndose entonces una moneda de cambio, una co-
munión de la enfermedad” (Ramos, 2014: 14).
Después de la reflexión anterior, el narrador nos expone otra manera de asumir
el lenguaje. Esta concepción distinta del lenguaje sugiere de inmediato una aprehen-
sión poética de éste. No se puede asumir como una nueva convención; sí como la
apertura sostenida a la significación, al misterio claro-oscuro de la “realidad” que se
nos asoma y al que damos voz: nuestra voz. La voz mía, nuestra, que llama a lo que
está en frente ‘nuestro’: y lo creamos, lo hacemos existente, posibilidad y sentido
ante el vacío. Sobre esto dice el profesor Enrique Lynch: “el poeta sería entonces no
tanto el que es capaz de inventar una historia sino más bien aquel que revela, pone
al descubierto, la cualidad poética del lenguaje. Poetizar una acción es lo mismo que
encontrar una forma nueva o inédita para una historia reconocida” (2007: 64-65). El
poeta es un creador y la realidad que habitamos lenguaje; es decir, posibilidad cons-
Tinta que corre
mejor todavía sería ir más allá, producir una alteración en la propia estructura de la cata-
logación, hacer, por ejemplo, que cada categoría comparta, en vez de la principal, solo la
más fugaz y remota de las características que intenta ordenar. Pues es necesario convertir,
sin ninguna postergación —desde el corazón del dolor y de la pérdida, más aún, desde un
lugar que no reconocemos como nuestro y que no nos reconoce como de él— todo lo que
perdemos en maravilla, como un ataque con lanza al ojo del tifón, cegándolo o transfirién-
dolo hacia dentro nuestro (Ramos, 2014: 78-79).
Sobre la percepción poética nos permite entender: “Levanto los ojos como en
deuda con él, como si allá desde lo alto todavía me sorprendiera en mi distracción,
recordándome lo que no quiero recordar. ¿Cómo fue que llegamos a este punto? In-
crustamos un reloj de arena en cada pared, en cada zapato, en cada plato de comida.
Escupimos tiempo” (Ramos, 2014: 82). De aquí puedo entender al poeta como una
sensibilidad superior, lenta, detenida, inquieta ante la realidad.
Finalmente, quisiera volver sobre la compleja relación entre forma y tema, es-
tructura y contenido, posibilitada y llevada a buen término gracias a la propuesta
estética que para la obra se asuma. Por ello, me permito reconocer y resaltar la es-
tética del soliloquio, expresada en el formato diario, como la manera que asume la
novela Ó de Nuno Ramos para presentar y desarrollar el tema que sugiere en ésta al
18
lector. Sobre este mismo rasgo estético debo decir que es una propiedad transversal
de la novela; es decir, el eje articulador de la obra: el binomio forma-contenido. Ó
es una novela altamente poética, en el uso que hace del lenguaje para narrar y en
la reflexión que lleva a cabo sobre el lenguaje: un metalenguaje; permite con esto
salvar de la enfermedad de lo obvio la relación entre lenguaje y realidad (nada más
inquietante que esta obviedad). Nuno Ramos, a través del narrador de su novela, es-
timula el pensar, invita a poner el dedo y todos los sentidos sobre los conformismos
en que gozamos de atrofiante pasividad, de malsana comodidad. Ó es el asombro,
el necesario asombro que nos salva de la vida impuesta, es la máxima expresión de
sensibilidad-pensamiento hecha por el hombre que camina entre las calles, que tiene
compañía, que se percibe frente al espejo, que se inquieta ante la disposición de las
‘cosas’ que componen su ‘realidad’. Y como punto final, quiero decir que Ó es la
puerta al goce estético que hace interactuar la diversidad de signos que componen la
obra y que la llevan a la posibilidad de sentido: una estructuración estética; en otras
palabras, el arte inespecífico de la literatura.
Referencias
19
Retorno al tópico clásico:
el Ubi sunt en la poesía de Julio Alfonso Cáceres
1
Licenciado en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad del Quindío. Ensayo
producto del seminario Teorías de la poesía.
20
ve su germen en Hélices de angustia, publicada en 1945. Años después, publica
Canciones para Emma (1955), movido por el duelo a raíz de la muerte de su primera
esposa, y en 1962 es coronado poeta en la plaza de Bolívar de Armenia. En 1972
sale a luz su tercer poemario La soledad reciente. Además de su poesía, publicó dos
libros de ensayos: Panoramas del hombre y del estilo (1949) y Vaguedad de los días
(1963). Julio Alfonso Cáceres muere en la ciudad de Cali el 20 de mayo de 1980.
21
grecolatina y, posteriormente, en el Medioevo— la que servirá para analizar, desde
esta visión propia de la muerte, su presencia en los tres poemas seleccionados de la
obra de Cáceres: «Destino de amor», «Elegía» y «Mural en un silencio», ubicando
en correspondencia diferentes estrofas, lo que posibilitará tanto la relación con el
planteamiento al que se hizo mención, como una interpretación que, desde la ruta ya
mencionada, se hará de la poesía de Cáceres.
Portada del libro Obra poética
Tinta que corre
22
en la dorada lejanía de un verso
que en música y paisaje te resume.
Así pues, su rumbo solo será una constante reiteración que circunda en torno a
ella, en la que, a modo de “espejo”, traerá en la mente del poeta todo aquello que, ya
desprovisto de su esencia, sea su tenue reflejo y su inagotable “silencio”.
23
la abertura que recorre el poeta para intentar fundir su realidad en otra desconocida
para él, de compactar los ejes temporales desde su enunciación.
24
Como se recoge en la Biblioteca de Autores Quindianos, en la recopilación de la
obra poética de Cáceres, sobre su poesía: “La muerte sobrevive en el recuerdo y da
sentido a una existencia que se sostiene en el acto de invocarla y conjurarla, en el
peso del enigma y en el gesto cotidiano” (Castrillón, Valencia y Rodríguez, 2014:
51). En virtud de ello, el tópico no solo está presente en Canciones para Emma,
sino que se traslada también a su obra La soledad reciente y encarna en el poema
«Mural en un silencio» la aceptación de una ausencia (el poema está dedicado a su
amigo Lino Gil Jaramillo) que se soporta en la espera sosegada del retorno de ese ser
querido. El poeta simboliza la separación del mundo de los vivos y muertos como
un muro que, aunque inhibe el contacto, no hace lo mismo con la certeza, que en sus
versos otorga un lugar de cercanía y forja la esperanza.
25
mi corazón espera que ganes la batalla
y regreses de nuevo con tu bandera invicta
a repartir luceros, por las calles del mundo.
Referencias
Tinta que corre
Cáceres, Julio Alfonso (2014). Obra poética. Armenia: Universidad del Quindío.
Castrillón, Carlos A.; Valencia, Mariana y Rodríguez, Daniel M. (2014). “La poesía de
Julio Alfonso Cáceres”. En Julio Alfonso Cáceres, Obra poética (pp. 9-60). Armenia:
Universidad del Quindío.
Morreale, Margherita (1975). Apuntes para el estudio de la trayectoria que desde el ¿Ubi
sunt? lleva hasta el “¿qué le fueron sino...?” de Jorge Manrique. Madrid: Centro
Virtual Cervantes.
Paz, Octavio (1967). El arco y la lira. México: Fondo de Cultura Económica.
26
El museo de la memoria
Muchos dicen que el mundo no está hecho de átomos, que el mundo está hecho
de historias, pero olvidaron precisar que esas historias no son otra cosa que el pasado
que nos pisa los talones, ese a veces terrible y nostálgico ayer que da sentido al pre-
sente. Si pretendiera definir al ser humano ahora mismo, diría que es un animal que
recuerda y que es humano en tanto que puede pensar su vida en retrospectiva. Tal
vez por eso Porchia sugiere que la vida se resume en el deseo de que otro nos recuer-
de, como si la existencia sucediera justo en el momento en el que recordamos, nos
recuerdan o pensamos el recuerdo. Se me ocurre que Felisberto Hernández enten-
dió eso, sospechó que estamos hechos de recuerdos y quiso construir a pulso y con
piedras ásperas un museo de tres pisos en el que fue acomodando y exponiendo sus
recuerdos, sus libros. El primer piso de aquel museo heteróclito y variopinto recibió
el nombre de Libros sin tapas; el segundo piso se llamó el Memorialista; y el último
piso fue bautizado como Nadie encendía las lámparas. Así cada tesela expuesta,
cada libro que hizo lugar allí fue una tentativa por hacer de las palabras el material
con el cual construir el caos de las reminiscencias, declarar la vida de los objetos, la
enajenación de los hombres y así constituir su museo en tierras de la memoria.
1
Estudiante de séptimo semestre de Licenciatura en Español y Literatura. Este trabajo
fue escrito durante un semestre de intercambio en la Universidad de Buenos Aires, en el
seminario de Literatura latinoamericana, acompañada por el profesor Lucas Adur.
28
Felisberto Hernández
2
Como en el cuento «Casa tomada» de Julio Cortázar, la poética de Felisberto puede
leerse como una poética tomada por seres extraños y maravillosos.
3
Al poner en evidencia las grandes diferencias que existen entre las concepciones de
cuento de los escritores argentinos y el uruguayo, no pretendo quitar valor o genio a los
primeros.
29
centrar la atención en aspectos de forma y contenido, como: estructuras narrativas,
procedimientos, construcción de personajes y temas capitales de la obra del urugua-
yo. Al terminar, cierro con un par de conclusiones que apuntan a definir la poética de
Hernández y que son producto de este pequeño laboratorio de discusión.
La idea sobre el cuento que tiene Julio Cortázar es sumamente estricta y minu-
ciosa, severa como él mismo lo decía. Llegó a comparar al cuento con una esfera
porque “es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y ter-
mina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera
de sus límites precisos” (González, 1979: 35). Desde esta perspectiva quiero pensar
ahora los cuentos de Felisberto, los cuales me parece que no cabrían en dicha con-
cepción, pues este se opone a ese tipo de “perfección”. Los cuentos del uruguayo
no son circulares, al contrario, pertenecen a otro orden, los rige una lógica caótica y
onírica, de ciclos fragmentados que cortan cualquier intento de totalidad. Si tuviese
que construir una imagen que sirviera de metáfora de su literatura, se me ocurre
una matrioshka, una muñeca rusa que como bien se sabe, es un objeto vacío que al
abrirse contiene otra muñeca, esa contiene a otra y así continúa hasta un determinado
número. Así, en la obra de Felisberto existe un espacio en blanco y negro, misterioso,
en el que a medida que uno abre sus libros, ingresa y atraviesa el ambiente nebuloso
30
que él deliberadamente construyó, se encuentra con fracciones de otras historias, de
otras situaciones que forman un cuento pero al tiempo son muchos cuentos. Ya lo
dijo Saer sobre Tierras de la memoria: “pareciera ser la historia de un recuerdo, o
mejor, de una asociación” (1977: 307).
En cuanto a Piglia, en su Tesis sobre el cuento propone que “la historia secreta es
la clave de la forma del cuento y de sus variantes” (2000: 108). ¿Podría considerar-
se que en Felisberto hay una historia encriptada? Más bien parece que el universo
felisbertiano es casi transparente e inocente, no oculta otra historia sino que mira al
mundo de soslayo; pero de esto me ocuparé más adelante. Su literatura ha sido cali-
ficada de “esotérica” pero eso se debe más a que se nos hace imposible comprender
la atípica sensibilidad que emana de sus personajes narradores y no a una clase de
construcción laberíntica que pretenda ocultar al lector partes de la historia que al
final dotan de sentido a todo el cuento, como es el caso de Borges o del mismo Cortá-
zar. De hecho, sobre los comienzos y los finales de Hernández hay mucho que decir.
Los inicios de sus cuentos tienen como característica principal que empiezan
con una imprecisión, construyendo desde el primer instante un ambiente nebuloso y
deliberadamente casual; la fórmula que se repite es: una noche, en una ciudad, una
tarde, hace mucho tiempo… Por ejemplo, «El balcón» inicia así: “Había una ciudad
31
u obreros que en cierto modo son huérfanos, están solos y el mundo se encarga de
marginarlos, de apartarlos, como es el caso del protagonista de «El acomodador»4
En su lectura de este último cuento, el profesor Lespada (2010: 220) agrega: “Desde
las primeras líneas el personaje está definido por la carencia y el desplazamiento”.
Podría considerarse, no sólo en este cuento, a los personajes como sujetos alienados
y fragmentados, y ese tipo de extrañamiento está estrictamente ligado con la poética
de Felisberto. Es como si en alguna medida, los personajes expresaran y compren-
dieran toda su poética, porque es justo esa anomalía y sensibilidad particular de los
personajes lo que más inquieta de la obra literaria de Hernández.
Ana María Barrenechea, en su trabajo sobre el cuento «La cara de Ana», agrega
lo siguiente:
El narrador […] insiste en presentarse como marginal, con sentimientos marginales, con
imaginaciones marginales. Juega entre fingirse parecido y no serlo: juega con comportar-
se en forma diferente o dejarse arrastrar por los demás con ingenuidad, con sorna, o con
falsía, con tempos diversos y encontrados. Como en otros textos jugará paralelamente
con escribir fingiendo luchar entre lo convencional, y lo auténtico, lo misterioso o raro
(1985: 62).
Tinta que corre
Esto último me conduce a pensar en otros personajes en los que también aparece
la misma fórmula, la del sujeto encerrado en sí mismo, incomprendido y solo; tal es
el caso del cuento «El cocodrilo», un pianista que utiliza su llanto para vender me-
dias de mujer. Hay otro aspecto importante que menciona Berrenechea y son los jue-
gos de Felisberto, misteriosos o raros, los cuales son la causa de que se le califique
de escritor fantástico. Esos juegos o dinámicas pueden resumirse en sus búsquedas
por cosificar a los humanos y animar a los objetos. Es decir, en varios relatos, los
personajes humanos se confunden con objetos o animales, como en «La mujer pare-
cida a mí»; este cuento empieza así: “Hace algunos veranos empecé a tener la idea de
que yo había sido caballo” (2015: 324). Y termina: “No sé bien cómo es que me fui.
Pero por lo que más lamentaba no ser hombre era por no tener un bolsillo donde lle-
varme aquel retrato” (2015: 332). Por su parte, en aquel juego los objetos adquieren
significados y sensibilidades humanas, los dota casi de una consciencia que perturba
a veces a los personajes del cuento. Es importante aclarar que esa perturbación no
nace de un extrañamiento por el comportamiento anómalo de esas cosas pues, en la
lógica del cuento, eso resulta completamente natural; me parece que la incomodidad
surge por otras razones, como si los objetos fuesen testigos y jueces de aquella vida.
En «El caballo perdido» se evidencia esto:
4
Es importante resaltar que, aunque pocos, hay cuentos en los que el personaje principal
es un burócrata, alguien acomodado que como los personajes desacomodados, presenta
ciertas rarezas.
32
Una de las veces que la miraba [a la mujer del cuadro], fui llamado, no sé cómo, por la
mirada del marido [también parte de la pintura]. Por más que yo lo observaba de reojo, él
siempre me miraba de frente y en medio de los ojos. Hasta cuando yo caminaba de un lu-
gar a otro de la sala y tropezaba con una silla, sus ojos se dirigían al centro de mis pupilas
y era fatalmente yo quien debía bajar la mirada (Hernández, 2015: 211).
Y aquel juego mencionado, que guarda ese misterioso actuar de las personas y
los objetos en el mundo felisbertiano, está sujeto de algo que algunos han llamado
mirada al sesgo y otros, como Silvia Molloy en su trabajo «Tierras de la memoria: la
entreapertura del texto», lo han definido como “un entreabierto”. Con esto, se refiere
al tratamiento que hace el autor de algunos temas, a esa mirada a medias, oblicua,
que desvía el foco del referente, dejando en el lector apenas un vago aroma. Este
tratamiento aparece sobre todo cuando el tema tratado está ligado al erotismo y al
descubrimiento de la sexualidad. Por eso sus escritos están dotados de un cierto velo
blanco, que aunque inocente y sutil, cuando uno se acerca a ellos, se percibe eso otro.
Gustavo Lespada se refiere a esa mirada de soslayo, típica de las creaciones del
uruguayo, como desviación metafórica y pone un ejemplo referido al cuento «El
caballo perdido»:
Ahora bien, en los relatos felisbertianos prima el uso del imperfecto (que per-
mite elaborar una imagen pasada pero continua, una vez más un intento por sugerir
que aún todo está siendo escrito) y del yo narrador (personaje-narrador en primera
persona) que posibilita mirar más a fondo a los sujetos expuestos en su museo y
construir una cierta cercanía con estos. Los procedimientos y recursos narrativos
más recurrentes en el mundo de Felisberto son: prosopopeya (al que ya me referí
anteriormente), fragmentación y digresión, catacresis, metonimia, zeugma, sinécdo-
que, metamorfosis, asociaciones, un tipo de yuxtaposición o contraposición entre lo
concreto y lo abstracto y las metáforas narrativas a las que se refiere Juan José Saer.
Me ocuparé sobre todo de esta última figura retórica ya que resulta fundamental en
la constitución de la poética anómala de Hernández.
Para Saer (1977: 310), dicho procedimiento consiste en: “la metáfora excede
cuantitativamente el tamaño de una oración o de un miembro de oración, y tiende a
generalizarse, a alcanzar la extensión de un párrafo o de varios párrafos, o incluso
33
de páginas enteras”. Se refiere entonces a la transgresión de y con la metáfora, en la
medida en que esta no es solo una figura o un símil sino que se extiende en el relato,
a veces pasando a ser casi un actante. Es en ese punto en el que irrumpe lo fantástico,
no como género específico en el cual encasillar su obra sino como lugar o forma de
expresión y construcción de una realidad, suponiendo que ese lugar sea el hecho lin-
güístico, el espacio de encuentro de la palabra. Cuando me referí a la construcción de
los personajes, expresé que este autor no puede ser situado en lo fantástico porque en
su obra, cuando suceden esos rompimientos a los que puede atribuírsele alguna cua-
lidad fantástica, estos no surgen con la intención de causar algún tipo de inquietud o
extrañamiento de los personajes sino que esos elementos resultan ser una extensión
del personaje (como la luz que poseía el acomodador) o una proyección de sus pre-
ocupaciones o incertidumbres emocionales. Sobre esto, María Chiara D’ Argenio
(2006: 397) dice que: “Las atmósferas sobrenaturales tienen su raíz en la modalidad
misma de la narración. No se producen rupturas radicales, desdoblamientos, o viajes
en el tiempo, sino que las palabras constituyen un velo que impregna aparentemente
la realidad, como una niebla confusa, soñada, inexplicable”.
Traigo las líneas finales del cuento «El vestido blanco», que mucho hablan de la
belleza de la poética felisbertiana e ilustran un poco lo que venía comentando sobre
lo fantástico en el lenguaje y sobre el juego de confundir y mezclar lo humano con lo
Tinta que corre
inanimado y lo inanimado con lo humano: “Pero lo abrí [un roperito]. Sin querer me
quedé quieto un rato. La cabeza también se me quedó quieta igual que las cosas que
había en el ropero, y que un vestido blanco de Marisa que parecía Marisa sin cabeza,
ni brazos, ni piernas” (Hernández, 2015: 95).
La literatura de Felisberto es una literatura leve, que se escapa de la mirada de la
medusa y surge de la búsqueda de escribir sobre eso otro, sobre eso que no sabe y
que permanece oculto y a la espera, sobre lo misterioso. Los cuentos de su museo de
la memoria coquetean con lo fantástico y se reflejan surrealistas, transgresores desde
la forma y el contenido, desde los usos de los típicos recursos narrativos (como la
metáfora a la que vuelve narrativa) y la disposición de los textos. La rareza, lo ex-
traño, es su imperativo categórico y se traduce en una sensibilidad (que es frontera
con lo encantado), característica de sus cuentos y de sus personajes y de la forma en
la que estos perciben el mundo.
Cierro con un breve registro de esas cualidades evidenciadas que configuran su
visión sesgada del cuento, de su poética anómala: inicios y finales dotados de inde-
terminaciones, de lo huidizo y fragmentario, que resultan tácticas narrativas y cons-
titutivas de los personajes; orden abierto, no siempre lineal y a veces quimérico,
alucinante; la copresencia de imágenes e historias distintas en un mismo cuerpo de
cuento; narradores extraños, desintegrados, marginales y frustrados, que padecen
curiosas manías; ambientes oníricos y nebulosos; lenguaje simple con tendencia a lo
poético, cargado de sentidos ambiguos y ventanas entreabiertas, con repeticiones de
34
palabras que transmiten la ilusión de lo hablado, de la narración oral; tiempos verba-
les y espacios imprecisos y vagos; y lo humano como parte de la misma naturaleza
de los objetos y animales. En resumen, esas son las propiedades de su literatura, allí
reside su genio y su extraordinaria capacidad creadora. Me parece que si hay alguien
digno de llamarse Cronopio, ese sin lugar a dudas es Felisberto Hernández por sus
enormísimas creaciones, por su museo de la memoria, que resulta tan ligero como la
sustancia de los sueños y tan extraño, encantador y absurdo como el mundo de los
sueños.
Referencias
Barrenechea, Ana (1982). “Autobiografía y autotextografía: La cara de Ana”. Escritura:
Revista de Teoría y Crítica Literaria, 7(13-14): 57-68.
D’Argenio, María (2006). “El estatuto de lo fantástico en Felisberto Hernández”. Revista
Iberoamericana, 72(215-216): 395-414.
González, Ernesto (2013). Revelaciones de un Cronopio; Conversaciones con Cortázar.
Buenos Aires: El cuenco de plata.
Lespada, Gustavo (2010). Escritura de la carencia, el procedimiento narrativo de
Felisberto Hernández (Tesis de Doctorado). Universidad de Buenos Aires.
35
Siento, luego existo
Un acercamiento a la sensibilidad latinoamericana
Guillermo Cabrera Infante, con su creativo y punzante sentido del humor, afirma
que aquello llamado América Latina no existe. Esto lo dice en un monólogo leído
en el simposio catalán “Diversidad cultural en el diálogo Norte-Sur” y publicado en
septiembre de 1989 por la revista Vuelta, número 154. El texto, «Días callados en cli-
ché», consiste en la evocación juguetona de una conferencia que dictó en una univer-
sidad norteamericana compartiendo palestra con ―nada más y nada menos― que
los uruguayos Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama, enemigos acérrimos el uno
del otro. De ambos se burla al recordar que, dado que Rama no sabía inglés, Monegal
se dedicó a improvisar su intervención sobre el Boom en esa lengua para que aquel
no le entendiera: el resultado fue el hundimiento en un mar de clichés; mientras que
el crítico Ángel quedó colgado de la rama del lugar común.
Luego de su disertación, Rama se le acercó a Cabrera Infante para increparle el
olvido de un dato: “Debiste decir que los Estados Unidos se hicieron Estados Unidos
de América en 1882”. Tal fecha hacía referencia al hecho de que los Estados Unidos
se arrogaron, por vía legislativa, el derecho a llamarse única y exclusivamente a sí
mismos América; para ello, al resto del continente, le endilgó el adjetivo “Latina”,
1
Docente de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad del
Quindío. Este ensayo es producto del seminario Teoría y Crítica II: Categorías de crítica
literaria / cultural latinoamericana, orientado por el profesor Cristo Rafael Figueroa Sánchez,
en el ámbito del Doctorado en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira.
36
proveniente de los diplomáticos franceses del siglo XIX. De este modo, el urugua-
yo le reclama al cubano: “Debes decir que Estados Unidos se ha robado a Améri-
ca”. Ante lo cual Cabrera Infante, de manera categórica, responde que a América
ya se la había robado Europa con la Conquista y asignándole el epónimo de un
italiano. Luego, dado que América Latina es el resultado del adjetivo que, quién
sabe cómo y por qué los franceses le impusieron al cono Sur y los Estados Unidos
oficializaron, el desalmado Caín se ríe hasta el hartazgo de ese cliché y le pone sus
propios remoquetes: América letrina, porque hiede de tanto nombrarse; y América
latosa, por el sonido estridente de su repetición.
Esta anécdota cuestiona, de entrada, cualquier reflexión que se aventure a pen-
sar en lo latinoamericano, Latinoamérica o América Latina. Pareciera un asunto
nominal, pero va mucho más allá: ¿De qué estamos hablando cuando decimos, por
ejemplo, “literatura latinoamericana”? ¿A qué nos referimos cuando le endilgamos
a cierto tipo de arte la particularidad de “latinoamericano”? ¿Qué significa para
una mujer u hombre proveniente de estas latitudes el “ser latinoamericano”? ¿Qué
es, en últimas, América Latina? El monólogo de Cabrera Infante mete el dedo en la
llaga: desde ámbitos diversos como la literatura, la crítica, la política, la academia,
37
dispersas por la ruptura, pero conservando las diferencias entre ellas. No se busca
que los fragmentos distintos sean idénticos, pero sí que coincidan en un diálogo
que permita develar puntos de convergencia y, así, fundar la categoría moderna de
nación.
Al contemplar esta metáfora, se comprende una de las motivaciones que llevan
tanto a políticos, economistas, sociólogos, críticos y artistas a la comprensión de
la enorme pluralidad desde Argentina hasta México en un solo conjunto llamado
Latinoamérica: el ingreso a la modernidad, de la que estuvimos excluidos durante,
al menos, un siglo. Pero esto no se logra con la mera acción nominal; se hace impe-
rativo construir la unidad buscando los puntos de contacto y utilizando el pegante
social que permita la cohesión. Pegante que se halló en la savia de la liana tenaz de
la geografía tropical, ecuatorial y austral que, ávida de libertad luego de siglos de
esclavitud y explotación, se mostró al mundo a través de las manifestaciones del
lenguaje poético y literario, la sonoridad de la música, la sensualidad de los cuerpos
en el baile, las representaciones visuales de la plástica y los olores y sabores de la
gastronomía, entre otras.
Acercarse con detalle a esta imagen permite observar un doble movimiento en la
Tinta que corre
38
y ubicadas en los centros urbanos nacientes, pero también participantes activos de
la vida intelectual y literaria de su medio. Por este conducto, la identidad cultural
latinoamericana se construyó, desde sus inicios, en clave de lenguaje poético y na-
rrativo. De ahí en adelante, el establecimiento de las naciones americanas y de una
visión de lo latinoamericano pasó por la poetización y narratividad del paisaje, las
costumbres, las gentes, las relaciones entre los pueblos, los imaginarios sociales,
etc. Así las cosas, inventar a Latinoamérica no es otra cosa que escribirla, crearle un
tiempo y hacerla emerger como metáfora literaria.
Para fundar literariamente a Latinoamérica, se hace necesario construir una tem-
poralidad que, siguiendo el modelo bajtiniano del cronotopo, se alimenta de las ca-
tegorías de espacio y tiempo. Es decir, tal temporalidad resulta del cruce entre los
lugares y las historias que ocurren en ellos, lo cual incluye la interioridad de los suje-
tos. Por esta razón, la temporalidad de la realidad latinoamericana es doble: cultural
y psíquica o intelectual. Ambas instancias atravesadas por el lenguaje, que comporta
la condición sustancial en que la cultura nace y renace constantemente. Este entre-
cruzamiento de la temporalidad puede observarse, de manera muy especial, en la
diversidad de la música popular: el tango, el bolero, la salsa, la cumbia, entre otros
39
Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseados.
40
mundo, se anteponen las artes y las letras como mecanismos de lo performativo, el
lugar de la temporalidad y la diversidad. Esto conlleva a que, en el interregno entre
Historia y literatura, se configure la identidad cultural latinoamericana y la narrativa
de lo latinoamericano.
En este sentido, cobran especial relevancia aquellas obras que revaloran lo acep-
tado por la Historia oficial y lo cuestionan a partir del artificio narrativo y el lenguaje
poético. Ténganse en cuenta, como ejemplos, las novelas que sobre Bolívar escribieran
en los años ochenta García Márquez y el maestro Fernando Cruz Kronfly, quienes,
desde orillas distintas, revalúan y controvierten tanto los hechos aceptados como la
figura misma del caudillo; o las que en los últimos años se han escrito por parte de Phi-
lip Potdevin (En esta borrasca formidable, 2014) y Juan Gabriel Vásquez (La forma
de las ruinas, 2015) para remover el tema del asesinato del líder liberal Rafael Uribe
Uribe y ligarlo con las distintas estructuras del poder del país, en contraposición con la
versión oficial de la Historia.
41
el conocimiento que le interesa es el de Dios. Pero no. A Juana Inés le preocupa,
sobre todo, el conocimiento de lo humano. O, parafraseando al dramaturgo latino
Publio Terencio: nada humano le es ajeno. Se puede leer esta proclividad por el saber
humano y universal no como la postura de una mística, sino como la de una asceta
que se confina a su celda para acceder al conocimiento. De este modo, se subvierte
desde adentro (la institucionalidad del convento) la religión en tanto modelo de re-
producción de la verdad revelada, establecido a partir del momento mismo en que
los conquistadores españoles irrumpieron en el territorio americano empuñando en
una mano la espada y en la otra la cruz. Gesto que acentúa su audacia al ser llevado a
cabo por una mujer, mestiza, encerrada en la sociedad patriarcal y machista del Mé-
xico del siglo XVII que la amenazó con la vida marital y la maternidad. A cambio de
esto, se somete a sí misma al encierro y paga el precio de la soledad y el aislamiento
para dedicarse a la contemplación cognitiva.
Rubén Darío
En estas condiciones, escribe lo que en sus propias palabras fue aquel papelillo
llamado El sueño. Papelillo que, para los siglos posteriores y la actualidad, se con-
virtió en el arquetipo por excelencia del poema como alegoría del acto de conocer
y de la dialogización del mundo a través del acto poético. En éste, Sor Juana inter-
viene el modelo del Barroco europeo proveniente de Góngora, propuesto en sus
Soledades, por medio del Manierismo que en primera instancia imita, pero que luego
interviene y distorsiona para establecer un Barroco a la manera criolla, americano.
Es así como, esa tendencia barroca hacia lo infinito y la proliferación de las formas
42
para llenar el vacío, se transforma en una tendencia infinita hacia el saber universal
que puede llegar a tocar los pliegues de la túnica divina. Por ello, se puede afirmar
que, en el Primero sueño, se acaba la sintaxis pero no la semántica; es decir, que la
imagen poética construida en el casi millar de versos no se termina, sino que tiende
a la continuidad.
Si se quiere identificar un tropo central en el poema, tendría que decirse que el
alma humana es la gran protagonista. Todo el viaje, desde la llegada de la noche has-
ta el amanecer, pasando por las formas del conocimiento matemático, geométrico,
astronómico, histórico, mítico, fisiológico, etc., lo realiza el alma. Y el resultado de
ese viaje es, precisamente, el saber. Por ello Sor Juana, más que desarrollar un acto
de contemplación del mundo onírico por medio del lenguaje poético, construye un
conocimiento en el que el Yo se configura y se ve implicado poéticamente. En otras
palabras: a través del poema, Sor Juana inventa el sujeto en clave americana: un Yo
poético.
La trascendencia de esta creación poético-cognoscitiva es fundante de lo que hoy
pueda considerarse como subjetividad latinoamericana, en contraste con el sujeto
cartesiano de la modernidad europea, puramente epistemológico. El Ego de Descar-
tes es una categoría aparte del mundo que funciona como condición de posibilidad
43
entera a los sentidos exteriores
su operación, quedando a la luz más cierta
el mundo iluminado, y yo despierta.
(2010: 959-975)
Mi respeto por la aristocracia del pensamiento, por la nobleza del Arte, siempre es el
Tinta que corre
mismo [...] El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América, se propagó hasta
España y tanto aquí como allá el triunfo está logrado [...] Yo no soy un poeta para mu-
chedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas [...] Si en estos versos hay
política, es porque aparece universal.
44
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
(63-64)
(78)
Darío, en este poema, reúne a todos los poetas bajo la imagen de cisnes que
cuestionan y definen nuestra sensibilidad, al reunirse para dar una versión estética de
América Latina. Pero esta unidad no es solo poética, sino también política, porque
una de las características esenciales de la identidad cultural latinoamericana es la
permeabilidad de lo político tanto en la vida cotidiana como en la creación cultural
y estética. En otras palabras: en Latinoamérica, lo estético es político; por ello, se
hace imposible la separación tajante entre arte por el arte y arte comprometido. Es así
como el nicaragüense se siente responsable del reparto de lo sensible y funge como
sacerdote celebrante:
(76)
45
En esta nueva sensibilidad, el Poeta increpa a los Cisnes a hacer de la interioriza-
ción del mundo una expresión lírica elevada a la máxima expresión de la sonoridad,
para tocar con ella las frentes pálidas de los millares de personas y alejar la oscuridad
de sus mentes. La poesía es, entonces, resultado de ese proceso dialógico que esta-
blece el arte poético como creador de unidad y de la esperanza que aún se guarda en
la caja de Pandora:
(77)
Sin embargo, Darío advierte al final de los Cantos que, pese a la esperanza guar-
dada en el porvenir, aún queda la posibilidad de la tragedia humana: el vivir cons-
ciente respecto a la ausencia de certezas futuras, pues ni la vida está asegurada ni
se sabe cuándo la muerte hará presa de cada quien. Esa sombra tenebrosa de duda y
desolación emerge, paradójicamente, de la sensibilidad que se despierta por medio
Tinta que corre
(134)
46
Para finalizar estas páginas que pretenden un acercamiento a América Latina des-
de la sensibilidad poética, conviene mencionar el lugar de enunciación desde donde
se desarrolló la reflexión. Es el producto de un seminario doctoral, por lo cual, dentro
de ese contexto, se procura obedecer a la rigurosidad propia de la escritura de textos
académicos. Por otra parte, por tratarse del campo de los estudios literarios, se abre
la posibilidad de conjeturar y lanzar hipótesis aproximativas frente a diversos temas,
a partir de las plataformas teóricas erigidas gracias a las lecturas y conversaciones
en torno a ellas.
Por último, se tiene en cuenta la empatía que cada quien despierta respecto a di-
versos tópicos y problemas que, por razones personales, intelectuales o emocionales
le sean afines. Es así que, como se anunció desde el principio, este ensayo se en-
cuentra íntimamente ligado a lo que Mabel Moraña denominó el Giro afectivo, que
permite la inclusión de las emociones como perspectiva que orienta tanto la consti-
tución de la individualidad como de la vida social. De ahí el riesgo que se asumió en
estas páginas: intentar pensar lo latinoamericano desde las formas de la sensibilidad
poética que han configurado nuestro contexto cultural y el reconocimiento de una
identidad específica en la que, quien escribe, está inmerso. En tal sentido debo decir
que, por medio de este trabajo, pensar significa pensarme. Así, la sensibilidad de
América Latina sobre la cual escribo es, correlativamente, espejo de mi propia sen-
sibilidad. Y, parafraseando a la profesora Moraña en su brillante texto Postscríptum.
Referencias
47
Delirios de lo Real en Ricardo Piglia1
tivas, en Piglia la narración literaria que contrapuntea los delirios, produce injertos,
híbridos y desechos, que sólo responden a la alucinación.
Los relatos de Piglia son, como en la cita de Bloch, “una réplica en miniatura del
orden del mundo”. Esta nueva mitología se define siempre en términos paranoicos,
y al igual que en Arguedas, la palabra fuerte del relato es atribuida a la voz del loco,
del desquiciado. La inquisitoria relación policiaco-intelectual siempre parece topar-
se con la voz del alienado.
Piglia registra un germen temprano de este brote narrativo. En La loca y el relato
del crimen (1975), uno de los primeros textos donde aparece Renzi, esta vez en su rol
de lingüista frustrado, se halla resignadamente trabajando en la redacción del diario
El Mundo.
1
El texto es resultado de la investigación Estética del desvarío en la narrativa
latinoamericana Contemporánea, ejecutado por el grupo de investigación en literaturas
marginales (Marginalia).
2
Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad de Caldas, Magíster en literatura de
la Universidad Tecnológica de Pereira. Becario del Doctorado en Literatura Latinoamericana
de la Universidad Andina Simón Bolívar. Actualmente se desempeña como director del
programa de Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad del Quindío.
48
de Trubetzkoi y terminar escribiendo reseñas de media página sobre el desolado panorama
literario nacional era sin duda la causa de su melancolía, de ese aspecto concentrado y un
poco metafísico que lo acercaba a los personajes de Roberto Arlt (Piglia, 2002: 68).
49
Conviene no apresurarnos, pero sí detenernos un poco más en el recorrido del
relato, especialmente en su desenlace, para darnos cuenta que realmente lo que está
en juego no es un desciframiento de lo verdadero, gracias a su doble transmutación
en el discurso de la loca y el análisis lingüístico de Renzi, sino un proceso un tanto
menos hermenéutico.
Si volvemos al discurso de la loca vemos que la clave de un virtual desciframiento
pronto se fija en la repetición de fórmulas, las variaciones y excepciones. Lo que se
convierte en resto de la reduplicación es lo que realmente se trata de decir: los hara-
pos y los desechos empleados para la construcción de sentido desde el montaje de un
código frenético. La envoltura del mensaje cifrado es la repetición, pero su sentido
profundo está en la variación, en la excepción que se extrae de la repetición misma.
—Por eso —dijo Renzi controlando la cinta del grabador—. Por eso quiero escuchar: por-
que repite siempre lo mismo […] Pero precisamente porque repite lo mismo se la puede
entender. Hay una serie de reglas en lingüística, un código que se usa para analizar el len-
guaje psicótico […] Son como un mapa, usted los pone sobre lo que dicen y se da cuenta
que el delirio está ordenado, que repite esas fórmulas. Lo que no entra en ese orden, lo
que no se puede clasificar, lo que sobra, el desperdicio, es lo nuevo: es lo que el loco trata
de decir a pesar de la compulsión repetitiva (Piglia, 2002: 70-71).
Tinta que corre
50
Renzi entiende que un código es también un mensaje, y a continuación le propone
al director del periódico publicar su investigación pero éste se opone decididamente,
pues dicha publicación podría traer problemas. La tensión dicotómica entre los va-
lores de Renzi y los de Luna llevan a pensar, en palabras de Foucault, que la verdad
siempre está subsumida por el poder; en definitiva, que la verdad es una construcción
del poder.
—Oíme, el tipo ese está cocinado, no tiene abogados, es un cafishio, la mató porque a la
larga siempre terminan así las locas esas. Me parece fenómeno el jueguito de palabras,
pero paramos acá. Hacé una nota de cincuenta líneas contando que a la mina la mataron
a puñaladas.
—Escuche, señor Luna —lo cortó Renzi—. Ese tipo se va a pasar lo que le queda de vida
metido en cana.
—Ya sé, pero yo hace treinta años que estoy metido en este negocio y sé una cosa: no hay
que buscarse problemas con la policía. Si ellos te dicen que lo mató la Virgen María, vos
escribís que lo mató la Virgen María (Piglia, 2002: 72).
51
Si la inteligencia del Estado es básicamente un mecanismo técnico destinado a
alterar el criterio de realidad: entonces habrá que resistir. En La loca y el relato del
crimen, al igual que en algunos movimientos de vanguardia, la clave siempre estuvo
en el lenguaje. Por consiguiente, la persistencia y pertinencia de los relatos son la
única memoria del pasado a la que podemos aspirar.
Otro brote del germen narrativo de Piglia, en relación con lo tratado hasta aquí, se
halla en uno de los últimos relatos de su novela La ciudad ausente; en éste:
aparece una isla, al borde del mundo, una especie de utopía lingüística sobre la vida futura.
Un sobreviviente construye una mujer artificial. Es un mito —dijo Ana [Lidia Plurabe-
lle]—, un relato fantástico que circula de mano en mano. El náufrago construye una mujer
con los restos que le trae el río. Y ella se queda en la isla después que él muere, esperando
en la orilla, loca de soledad, como la nueva Robinson (Piglia, 2003: 106).
Los antepasados hablan de una época en la que las palabras se extendían con la serenidad
de la llanura. Era posible seguir el rumbo y vagar durante horas sin perder el sentido, por-
que el lenguaje no se bifurcaba y se expandía y se ramificaba, hasta convertirse en este río
donde están todos los cauces y donde nadie puede vivir, porque nadie tiene patria (Piglia,
2003: 118).
52
extraigo los acontecimientos de la memoria viva, la luz de lo real titila, débil, soy la
cantora, la que canta, estoy en la arena, cerca de la bahía, en el filo del agua puedo aún
recordar las viejas voces perdidas, estoy sola al sol, nadie se acerca, nadie viene, pero voy
a seguir, enfrente está el desierto, el sol calcina las piedras, me arrastro a veces, pero voy
a seguir, hasta el borde del agua, sí (Piglia, 2003:168).
Referencias
53
Flores amarillas
Alejandro Quintero
El pintor miró el jarrón de las flores y comprobó que estaban marchitas. Antes de
comenzar el bosquejo, llamó a la esposa y le pidió que le comprara un ramo de flores
amarillas; no salía un solo trazo de sus manos si no tenía sobre su mesa un ramo de
flores amarillas. Era una liturgia consagrada, durante años venía repitiéndola y le
era imposible empezar a pintar si el florero estaba vacío o las flores en él marchitas.
Divagando
La esposa llegó antes del mediodía con el encargo; mientras botaba las marchitas
y cambiaba el agua para las nuevas habitantes, iba diciendo:
—Ya sabía que tenía que comprarlas, no pintas sin ellas; me costaron cinco mil
pesos.
El pintor la miró y no dijo nada. Ya se había acostumbrado a que su mujer le
estuviera informando cuánto dinero gastaban y cuánto dinero les quedaba. Miró las
flores y una llama se encendió en su interior. La mujer le decía algo, pero una historia
comenzaba a proyectarse delante de sus ojos y él no la escuchaba, la musa le había
llegado y no daba tregua a la espera.
—Respóndeme, respóndeme, ¿qué haremos entonces? —gritaba la mujer deses-
perada.
—No sé, no sé —respondía el pintor sin saber lo que no sabía—. Necesito tra-
bajar.
Necesito trabajar. Ella sabía lo que esas dos palabras significaban, el pintor, la
puerta cerrada, él y sus flores amarillas dentro de ese cuarto, ella afuera esperando el
resultado final. Salió del estudio con un sordo portazo a sus espaldas.
Entonces estaba solo y todo lo tenía, sus flores, el blanco lienzo, el carboncillo
entre sus dedos, sus tubos de pintura, sus pinceles, su paleta y una esperanza suspen-
dida en el lienzo. Tomó una de las flores, la puso dentro del bolsillo de su camisa, la
aspiró como un perro lo hace con la cola de otro perro, y se puso en ello.
56
El dibujo comenzaba a delinearse sobre el lienzo, el carboncillo, sostenido por
dos dedos decididos, iba dejando tras su paso la forma de las figuras, el inicio de la
historia.
Fabricio observaba los rayos del sol bailando sobre el cuerpo desnudo de Rebeca,
iban y venían y se iban otra vez, se filtraban entre las cortinas, se movían entre los
cuadros, los libros, los muebles, el escritorio, la cama, y Rebeca, toda ella de espaldas,
con un culo lleno de silencios y un asterisco con mucho por decir. Rebeca apretaba en
sus puños las sábanas de la cama, reprimía gemidos, ahogaba gritos, emes se queda-
ban en la garganta pugnando por salir.
Fabricio penetraba en Sodoma, las puertas de la ciudad siempre selladas, se abrían
hoy para él, si alguien tenía el derecho sobre Sodoma, de quemarla y quemarse con
ella, era él. Rebeca, ayudándose con sus rodillas, levantó el culo como pudo unos
centímetros, para manipular con una mano juguetona, el epicentro que le otorgaba ese
orgullo que nadie podría quitarle, de ser mujer.
Entonces las emes reprimidas salieron prestas, airosas, una detrás de otra, primero
débiles, luego trompetas. El edificio entero sentía la vibración de la acústica. Ahora
los rayos del sol bailaban en la cara excitada de Fabricio, jugaban en las nalgas de
Rebeca, bailaban la melodía de trompetas.
Divagando
Un fuerte grito de niveles desproporcionados, hizo que los rayos salieran espan-
tados, volando por la ventana. Los gritos de Rebeca fueron escuchados por todas las
paredes del edificio; con su mano izquierda empuñando la sábana y su mano derecha
empuñando la mujer que era, con una sonrisa expresiva y apoteósicos síes, Rebeca
recibía la corona de manos de Bera, convirtiéndose en la nueva reina de Sodoma, y
fue en ese momento, justo con la corona puesta sobre su cabeza, cuando Fabricio la
levantó jalándola del pelo (y esto a Rebeca le gustó mucho), y saliendo de Sodoma y
poniéndose de pie, vertió quince mililitros de vida sobre el pelo, el rostro, los senos,
el cuerpo de Rebeca.
Un hilo de vida rodó cuesta abajo por el seno derecho de Rebeca, siguió por su
vientre, se escurrió por el muslo derecho, llegó a la rodilla, se deslizó por la pata cen-
tral de la cama, serpenteó por las duelas de madera, continuó por el pasillo, atravesó
la sala, salió por debajo de la puerta, siguió en línea recta hasta las escaleras, des-
cendió por ellas, pasó de largo por el 300, dobló en la esquina a la izquierda, pasó de
largo por el 303 donde vivían los Benavides, llegó al 305 donde vivían los Monsalve,
pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes
por el miedo que le daban las alfombras, pasó de largo por el cuarto de baño, eludió
con maestría el cojín en donde un gato dormía, avanzó hacia la recámara en la que
Amaranta tomaba una siesta, subió por una de las patas de la cama, luego por un pie
izquierdo, serpenteó por una colina de un gemelo trabajado, luego un muslo blanco, y
entonces, nostálgico, divisó su hogar: las puertas del cielo abiertas para él; necesitado
de calor, sin más preámbulos, se despidió de este mundo y entró en el otro.
57
El lienzo estaba listo, el dibujo desnudo esperaba la pintura.
Rebeca mirando con odio a Amaranta. Amaranta mirando con odio a Fabricio.
Fabricio mirando con inocencia a Roberto. Y Roberto.
—Se parece a ti —gritaba Roberto.
—¿De qué demonios estás hablando? —preguntaba Fabricio.
—No soy el único que se dio cuenta. Hay que estar ciego para no darse cuenta.
Todos sabemos que por años estuviste enamorado de ella, eso no es un secreto para
nadie.
—Roberto, por dios, ¿es en serio? Solo somos amigos, nunca nos acostamos, lo
máximo que pasó entre ella y yo fue ese beso que me dio borracha cuando éramos
adolescentes.
—A mí no me puedes engañar. Las fechas nunca me cuadraron. Yo estaba de
viaje. Hay un mes que siempre quedó por fuera de la cuenta.
Apareció de la nada una mariposa amarilla, revoloteaba alrededor de Fabricio.
Nadie se percató de su existencia, excepto un bebé que desde el 305, estirando sus
manos para alcanzarla, absorto en su caminadora, no veía otra cosa que el mundo
amarillo de la mariposa. La pintura estaba casi lista. Unos cuantos pincelazos más…
Divagando
58
entró en el cuarto y vio que el pintor sonreía, excitado señalaba la pintura. Dubita-
tiva, ansiosa, con una esperanza suspendida sobre la tela que tenía frente a sus ojos,
observó la pintura. Un minuto de silencio.
—¿Está muerta? —fue lo primero que preguntó la mujer.
—Sí —fue la lacónica respuesta del pintor.
—¿Esa es la que llevarás a la exposición? —preguntó la mujer con desaire, con
una mueca de duda en el gesto, como si algo no la terminara de convencer.
—Sí, así es, Una mariposa amarilla.
—¿Así se llama?
—Sí, ¿no te gusta?
—Es muy obvio, solo pintaste una mariposa amarilla, ¿no se te ocurrió nada más?
El pintor no respondió. Llevaban días sin dormir, los dos desvelándose, él con
su eterna esperanza, ella con su eterna agonía. Calculaban una y otra vez y en eso
se iban las madrugadas, en sumas y restas, en una amalgama de esperanza y agonía.
—¿Y si nadie la compra? —preguntó la mujer.
—La comprarán, ya verás, es una obra maestra.
—Pero suponte que nadie la compre.
Divagando
—Todavía faltan treinta y cinco días para empezar a pensar en eso —dijo el pin-
tor.
La mujer se desesperó.
—¿Y mientras tanto, qué comemos? —preguntó, y agarró al pintor por el cuello
de su camisa. Lo sacudió con energía.
—Dime, ¿qué comemos?
El pintor necesitó cincuenta y seis años —los cincuenta y seis años de su vida,
minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en
el momento de responder:
—Flores amarillas.
2015
59
Transparencias del lado sur
Tatiana Velásquez
que hay de las Porch a las celdas de tratamiento, mientras reparan la transportadora.
Abigaíl, siempre con el ceño fruncido, se parece a su mamá, doña Tulia (aquí toda-
vía hay gente que se llama Tulia), que frunce el ceño mientras lava las ropas de los
extranjeros que vienen a mirar el llano. Viajeros harapientos con plata. Es diferente
andar en harapos teniendo dinero en los bolsillos, todo un acto de hipocresía que
alimenta la mentira original en la conciencia. Pero como aquí el agua es tan escasa
les toca pagar para que doña Tulia, que sabe lavar con poquita agua, les entregue los
trapos, que antes olían a chucha de gringo, oliendo a jabón azul, es a lo que huele la
ropa limpia de los pobres.
En todo caso a mí ya me cogió el calor, y el mareo. Todavía me falta cuadra y
media, si es que llego hasta La Tienda de Rafa. Hagamos cuentas: 2 potes de agua
equivalen a un dólar. A mí me gusta convertir los dólares en pesos, como hacían
antes mis abuelos, cuando era esa la moneda nuestra, me contaron. El abuelo me
enseñó que un dólar era en su época como 2.800 pesos o 3.000, eso dependía de las
alzas y las bajas. Yo nunca entendí lo de las alzas y las bajas, pero el abuelo hablaba
con entusiasmo.
¿Dónde estarás, abuelo?, ¿contabilizando santos en el cielo?
El abuelo es de los privilegiados que murió de viejo, aunque la vida le dio traba-
jo se mantuvo un buen tiempo. No sé qué pensaría si volviera a la vida y viera que
aquí ya los únicos que comen son los tapires, pero duran vivos igual de poco que los
cristianos, se volvería a morir de decepción, y no de hambre.
60
Creo que me voy a sentar en este andén. A veces siento que las costillas se me
cierran a propósito para no dejarme respirar, como cuando a uno lo güevonean los
amigos para ver si se ríe o se pone a llorar. Hablando de amigos ahí va Mike ¡Hey,
Mike, ya ni saludas! Ni me mira, cree que le voy a decir que me ayude a cargar,
claro, como él lleva cuatro potes de agua dirá que no le queda energía para ayudar.
Aunque sí quisiera decirle que me empuje, como yo empujé a Salomona la semana
pasada y Salomona a Ralf hace dos semanas, y Ralf a… Cómo quisiera tener la fuer-
za de Mike en este momento, aunque para qué, ya el Volvo se está alejando, con sus
puertas cerradas que parecen livianísimas cuchillas que se cierran como si nunca se
fueran a abrir otra vez, ¡Qué majestuoso es ese vehículo!
Creo que me voy a quedar aquí, unas cuadras más arriba de donde Salomona ex-
haló su último respiro. El andén es un buen lugar para despedirse, por lo menos hay
sombra. Me voy a ayudarle a contar santos al abuelo, llevo la esperanza. Aunque yo
creo que a los pobres ya hace tiempo se nos prohibió subir allá, el cielo nos lo cerra-
ron los gringos. Aquí cualquier extranjero es gringo, no me vengan con pendejadas,
esa es una expresión ancestral que se nos quedará hasta el exterminio.
Ya regresan los cargueros rumbo al cañón de la frontera con los potes vacíos.
Buen viaje.
Divagando
Viene Louis, lo veo entre la nubosidad. Lo reconozco, es él, trae sombrero y viene
en dirección a mí. ¡Hola, Louis…! Sí, sí, te puedes llevar los potes, amigo. Si tan
siquiera preguntaras cómo me siento te diría que me está atragantando el hambre
y que mejor le tires estos zapatos a los tapires, al fin y al cabo, son los únicos que
pueden comer en este pueblo, que se ha convertido en el rincón favorito del diablo.
61
Obediencia
Felipe Orozco
He construido castillos en el aire tan hermosos,
que me conformo con sus ruinas.
Jules Renard
Tantos meses de dura instrucción militar no han borrado de sus ojos la ternura que
invita al abrazo más que a la confrontación.
Aún conserva la apariencia reposada del pastor de ovejas que fue hace poco. En
este tiempo ha aprendido a responder con valentía y determinación las órdenes de
sus superiores.
Divagando
Para Beatriz Mesa
62
Giovanny Santos Castañeda
Contemplación
Frente a la panorámica el gato
sentado en su yo de estatua
con sus ojos de medio día
contempla el trabajo del
carnicero
Abanica con su lengua
su saber
Divagando
Negado
Descartes lo advirtió
pero no se le hizo caso
y ahora cargamos con un hijo de
agua
se nos cae de entre las manos
no crece no se va de la casa
no hace su vida aparte
y todas las noches nos moja la
cama
64
I
Soy dueño de un modesto vicio
que se confunde a sí mismo
entre la vergüenza pobre
y la complacencia netamente
humana.
Ahora,
el ideal es un gatillo que reposa Cristian Felipe Leyva
rehusándose a ceder
o
tan solo
le ha magullado la prisa,
en el columpio de tiempo
o
tan solo
soy YO
Divagando
el que se está q u e b r a n d o
al desvestir sus deseos
y dejarse caer
en sus propias
brasas IV
Desperdicio mis motivos
Desperdicio las dosis no prescritas
Desperdicio sesiones
Desperdicio los poros agrietados de tacto
Desperdicio cansancios
Desperdicio el preludio de saliva
Desperdicio oxígeno de mis células
Desperdicio el exterior que nos desconoce
Y la muerte que nos espía y nos sopla las espinas
65
Uno escribe algo para contar otra cosa.
Sobre El nervio óptico de María Gainza
La primera vez que vi directamente una pintura de J. M. W Turner fue hace tres
años en Ciudad de México. Lo recuerdo no sólo por la emoción que me causó saber
que estaba frente a una obra de un pintor que admiro bastante. El castillo que se
impone frente a un cielo igual de blanco, aparece en mi memoria al lado de unas ca-
lles ajenas que caminé con unas amigas al salir del museo Soumaya. Descubríamos
Entre líneas
juntos una ciudad que, aunque ellas conocían un poco mejor, nos sorprendía cons-
tantemente. Era como estar en una exposición de arte y en un concierto que parecían
interminables. Ahí, en el inicio de mis días en un país extranjero, también vi por
primera vez el cielo luminoso de las siete de la noche.
Ojalá hubiese leído El nervio óptico antes de haber vivido esto. Este recuerdo
sería menos borroso ya que ese momento habría sido más intenso. Y lo sería porque
entendería que el arte no debe sentirse como algo aislado de la propia vida. Ahora
que lo sé, busco en las ruinas de mi cabeza símbolos que dejé pasar. Veo en esa pin-
tura de Turner, que no es tan luminosa como las demás a pesar de ser casi totalmente
blanca, y en la pequeña figura humana que ahí está y que se asemeja a mi pequeñez
en esa ciudad y en esa noche de luz, lo mismo que María Gainza escribe en su libro
sobre una obra de Gustave Courbet:
Para mí, «Mar borrascoso» no es una pintura simbólica, ni una meditación trágica sobre
la vida. Es, en todo caso, la manera de Courbet de someterse al orden de las cosas, como
cuando en el año 178, mirando las aguas del río Hron, el emperador Marco Aurelio escri-
bió: “Lo que quiera el universo” (2019: 77).
1
Estudiante de Filosofía de la Universidad del Quindío.
68
Entre líneas
J. M. W Turner. La Torre de Constable, Castillo de Dover.
Fundación Carlos Slim, Ciudad de México.
Me disculpo, lectoras y lectores, imagino que esperaban saber algo del libro que
reseño, desde el primer párrafo. Sin embargo, “uno escribe algo para contar otra
cosa” (2019: 21). Y es justo eso lo que le da sentido a esta novela. María Gainza
habla de pinturas, de su historia y de quienes las crearon, pero también de cómo
conoció estas obras y cómo se mezclaron con su vida. Porque entiende que “En la
distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en
el arte, y las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más
nimias” (2019: 14).
En el libro, que comienza con la historia de cómo la narradora descubre una pin-
tura de Alfred de Dreux, en la que un ciervo aparece en el instante previo a la muerte
en una cacería, hay once fragmentos dedicados a la relación entre el arte y la vida.
Vemos cómo una mujer muere por una bala perdida en una zona de caza en Francia,
en esos mismos sitios en los que casi dos siglos antes Dreux pintó. Asistimos a la
creación de una sociedad en medio de la selva de prostitutas y soldados cansados de
la guerra, mientras conocemos la historia de cómo el pintor Cándido López pierde
su mano derecha en la batalla de Curupaytí. Contemplamos el «Mar borrascoso» y
69
acompañamos a Courbet en la borrachera con la que se mató en 1877. En el hospital,
la narradora mira un póster de Rothko y se entristece y sentimos más nuestro corazón
cuando vemos la sangre en la bañera y el cuerpo inmóvil del artista que pensaba que
tan sólo debía cuidarse “de que un día el negro se trague al rojo” (2019: 102).
Todas estas historias, y las que aquí no menciono, están cruzadas por la vida de
una mujer que cree que el mundo en las aguas termales de su vientre es el mejor
que podrá tener su bebé. Que siente que es “un ejército de uno que, a metros nomás
del enemigo, se da cuenta de que olvidó su bayoneta” (2019: 33). Que extraña a su
amiga de adolescencia que se convirtió en una desconocida. Y que, ante una pintura,
es capaz de sentirse única y triste porque está viva y su vida es como abrazar “una
promesa de felicidad que sabe que no va a durar” (2019: 106). Y aunque todas las
cosas que le suceden a la narradora pueden no corresponder con la biografía de Ma-
ría Gainza, no es posible que no sea ella la protagonista de su novela porque, “¿no
son todas las buenas obras pequeños espejos? ¿Acaso una buena obra no transforma
la pregunta “qué está pasando” en “qué me está pasando”? ¿No es toda teoría tam-
bién autobiografía?” (2019: 136).
Entre líneas
Referencias
Gainza, María (2019). El nervio óptico. Bogotá: Laguna Libros, Libros del Laurel.
70
Reseña: El miniensayo y su didáctica
1
Universidad Católica Argentina. Universidad de Buenos Aires.
72
Para Didactext, la escritura es un proceso en el que intervienen factores culturales,
sociales e individuales. El desarrollo del texto escrito, según este modelo, se concreta a
partir de una serie de fases (acceso al conocimiento, planificación, redacción, revisión,
edición y presentación y defensa oral) y todo docente debe tenerlas en cuenta a la hora
de enseñar a escribir. Esta concepción sociocognitiva, pragmalingüística y fundamen-
talmente didáctica de la escritura aparece reflejada en todas las propuestas de trabajo.
Entendiendo la escritura como un proceso, cada una de las fases que la compone
debe generar un producto escrito (apuntes, índices, borradores), hasta llegar al texto
definitivo, que puede ser objeto de una posterior edición (para ajustarlo a las normas
de una publicación, a un formato específico) y a la presentación y defensa y oral, en
el caso que deba ser expuesto ante un auditorio.
Por su parte, el papel del profesor es el de guía, que debe acompañar la prácti-
ca escrita de sus alumnos y brindar ayudas tales como textos modelo, materiales
de consulta y textos de apoyo. Además, dentro de las actividades de tutorización y
seguimiento, es preciso que explicite los rasgos que caracterizan a un miniensayo
escrito en forma adecuada, correcta y cohesiva, a través de un instrumento de eva-
luación como es la rúbrica para la revisión del texto.
Con este nuevo libro, el Grupo Didactext ofrece a los profesores un recurso in-
novador para trabajar en las aulas, en la línea de su publicación anterior, Géneros
discursivos y estrategias para redactar textos académicos en Secundaria, editado en
Entre líneas
2017. Asimismo, permite reflexionar sobre la alfabetización académica, uno de los
aspectos centrales de la investigación sobre escritura en la actualidad.
73
Vientos encontrados: César Carvajal Henao
Sara Ovalle1
Hace aproximadamente tres años, por allá a principios del 2017, el poeta César
Carvajal Henao ofreció una colección de treinta poemas reunidos en un libro que
lleva por nombre Vientos encontrados, título pensado para representar los conflictos
y vicisitudes en las que se devanea el alma humana a medida que se alimenta de
experiencias: contacto con el mundo y con la realidad.
Entre líneas
Quindío.
74
precisamente, saltan al lector desde diferentes momentos de la vida del poeta, y con-
tienen a su vez una nutrida variedad de temas y de sentires.
Entre líneas
Vientos encontrados
75
Había un árbol feliz, él escuchaba
todo el día del concierto de los pájaros.
Y había un río de aguas claras que a la vida le cantaba.
Referencias
76