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REFLEXIONES SOBRE LAS PRÁCTICAS PEDAGÓGICAS

DESDE LA GUÍA DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS. UN PROYECTO DE


EDUCACIÓN HUMANA Y CRISTIANA DE JUAN BAUTISTA DE LA SALLE

Ensayo

El profesor Miguel entra a la clase, los estudiantes al verlo venir se sientan en


su puesto y guardan silencio, es bien sabido por ellos, que si se escucha algún
sonido, la ira del profesor Miguel puede salir de sus pulmones en gritos y
aspavientos. El profesor saluda, el coro de respuesta se escucha. En que
quedamos la clase pasada Martínez, dice el profesor sin verlo, acomodándose
en su trono esperando respuesta. El joven pasa saliva, siente su corazón latir
como si se tratará de un temblor interno. No lo escucho señor, dice el profesor
azotando el puesto con su mano, el niño recuerda la clase, como olvidarla, si
ese día su amiga Liliana por no saber la lección fue presa de un regaño que se
prolongo hasta la hora del descanso y gracias a la nota del profesor, llegó
hasta su casa. He, pues… se turban sus palabras, vimos lo de la célula
señor… dice Martínez ahogado en su propio miedo.

El profesor abre su antiguo libro, mira a la clase, y por que no han sacado el
cuaderno, pregunta como si su mirada fuera suficiente para que los estudiantes
supieran lo que deben hacer, y como no hacerlo, si las clases del profesor
Miguel se repiten constantemente. Los estudiantes no dicen nada, sacan su
cuaderno y con el lápiz en la mano se disponen a copiar lo que el profesor
dictará de su viejo libro. Cuentan que un día al profesor Miguel perdió su libro,
fue como si se le hubiera perdido el conocimiento, se le veía corriendo por todo
el colegio preguntando su libro preciado, angustiado, asustado, con la zozobra
en el rostro pálido y perdido, afortunadamente lo encontró en su escritorio,
debajo de unas cuantas evaluaciones que por lo regular nunca revisaba, sabía,
porque era un buen profesor, quien pasaba y quien no, sin siquiera mirar lo que
los estudiantes escribían.

La campana suena, los estudiantes respiran y giran la muñeca haciendo


círculos, tratando de mitigar el dolor que ha sido causado por escribir todo el
capítulo que hace referencia a la mitosis. Espero que esta vez si aprendan,
porque les he enseñado muy bien, dice el profesor Miguel cerrando su libro, los
niños asienten con la cabeza, y menos mal no sufren el defecto de pinocho,
pues sabría el profesor que mienten y que ninguno de ellos ha aprendido nada.

El aprendizaje no es una obligación del estudiante, es una respuesta a la


relación pedagógica del docente que enseña. Existen muchos profesores como
el señor Miguel, quienes creen que la educación está dispuesta a perpetuar el
conocimiento del pasado, a formar espíritus alienados que son incapaces de
responder al conocimiento de una manera diferente que no sea el de
memorizar todo lo que le digan. Al igual que en tiempos de San Juan Bautista
de La Salle, hay que iniciar una revolución pedagógica, recobrar el verdadero
significado y sentido de la educación, iniciar la trasformación de la sociedad
desde la escuela, y brindar a los estudiantes la oportunidad de crear y liberar
su propio pensamiento. Hace más de cuatro siglos, San Juan Bautista de La
Salle, emprendió una lucha que hoy en día debe continuarse, la de mover el
espíritu de la escuela, despertarla y con ella a los docentes, para que se
comprenda de una vez por todas, que la escuela no es una cárcel en la que los
estudiantes expresan fastidio y desinterés, donde los docentes trabajan
siempre dentro del horario y su único aliciente es la paga mensual.

La escuela, como bien lo decía La Salle, es el espacio del encuentro, del


progreso y del alumbramiento del conocimiento, donde docente y estudiante se
enfrentan, no en una guerra, sino en un reto continuo por innovar y dar solución
a los problemas que tiene la sociedad. La escuela, como bien lo define la Guía
de las Escuelas Cristianas, ha de estar al servicio de los jóvenes, la dimensión
asociativa de la acción y la búsqueda de una educación humana y cristiana
integral. Entenderla de otro modo es pretender que la educación tiene otros
fines. Ella forma, no solo satisface las necesidades de los estudiantes (como
actualmente se pretende cuando se comprende a la Escuela como una
empresa y a los estudiantes y padres como clientes) sino que los forma desde
la persona y el Amor, y este Evangélico.

Es hora entonces de reformar las prácticas pedagógicas, entenderlas más allá


del mero conjunto de estrategias para enseñar, y vincularlas a su verdadero
significado, la relación profunda y compleja del docente y el estudiante, quienes
sin lugar a duda se comprenden desde sus labores, la enseñanza y el
aprendizaje. Así lo comprendió La Salle en la Guía de las Escuelas Cristiana,
que determinó La relación educativa como el motor que centra la escuela en el
alumno. La finalidad de los diversos modos de actuar en la Guía, no era otra
que la de establecer una relación educativa cargada de lucidez, confianza,
cordialidad y afecto. Pero para esto, es necesario que el docente conozca al
estudiante y se deje conocer por él, que baje de su trono y acompañe el
camino que recorre el estudiante. Cuando La Salle escribió “La Guía de las
Escuelas Cristianas” no pretendía algo distinto a que se comprendiera que la
escuela debe ser organizada y dispuesta al progreso, con condiciones, no de
opresión o imposición, sino de libertad, de convicción, de amor, así como el
Evangelio demanda el seguimiento de la Verdad. Jesús nunca obligó a nadie a
seguirle, todo aquel que le acompañó lo hizo porque quería, porque veía y
entendía en él y su mensaje el camino de la felicidad. Y por último y tal vez
más importante, la instrucción del docente.

Muchas veces se piensa que cinco años en la universidad forman al docente, y


puede que sepa mucho de pedagogía, que tenga el dominio de su disciplina, y
que sepa muy bien todas las estrategias de la didáctica, pero eso no sirve de
nada si no sabe relacionarse con sus estudiantes y los reconoce como seres
humanos diferentes y con una riqueza cultural y social que le dispone y
capacita para enfrentarse al conocimiento. Es como decía San Pablo, si no
tengo Amor, no tengo nada. Así el objetivo no debe ser otro que el de asegurar
un proceso de humanización, liberación y evangelización de los jóvenes,
porque ese triple objetivo educativo no puede ser alcanzado más que por la
experiencia del amor humano verdadero.
El docente debe aprender a amar su profesión y amar a aquellos en los que
deposita sus esfuerzos, evitar que sus estudiantes sean unos extraños y
pesados, que por lo regular le estresan y aburren. Cuando el docente
comprenda que el estudiante debe relacionarse con él para que su enseñanza
y por ende el aprendizaje brinden buenos resultados, dejará de aburrir a sus
estudiantes con sus repetidas estrategias de enseñanza, buscara innovación,
tal como La Salle solicitaba a sus maestros en la Guía de las Escuelas
Cristianas, y sin lugar a dudas los estudiantes dejaran de sentir que las clases
son aburridas, perderán el miedo que le tienen al docente, dejaran de
responder por coerción ha hacerlo por convicción, y toda clase será una
apasionante aventura por el universo del conocimiento, donde el docente
dejará de ser el único dueño del saber, pasando a compartirlo y así nutrirlo con
sus estudiantes.

En la escuela lasallana el alumno nunca es un oyente pasivo, sino que por el


contrario, es un estudiante siempre dispuesto al diálogo, pues el docente abre
los espacios para tal propósito. Pero el primero que debe aceptar el rol activo
del estudiante es el docente, y dedicar sus esfuerzos para que sus clases no
sean pasivas. Es por esto que el docente está vinculado a su profesión desde
la vocación a la misma. Para La Salle y los Hermanos, la formación no era una
mera opción posible, sino una responsabilidad esencial y una preocupación
constante, hasta tal punto que ocupaba todos los momentos libres de su vida
extraescolar. Cada uno debía esforzarse por mejorar cada día su competencia
hasta alcanzar la excelencia. De esta forma el aula de clases no se convierte
en un lugar de opresión, en el que el docentes dispone, sino que se abre al
trabajo colaborativo, manteniendo los compromisos de cada parte. Los
compromisos son también tomados por los estudiantes en cada sesión y
lección, pues esta pedagogía Preventiva, creía en la capacidad del estudiante y
la necesidad de formación, de modo que no fuera necesario actuar y corregir
después del acto, sino por el contrario evitar el acto, creyendo en ele estudiante
y su razón.

La Guía insiste en la importancia de una escuela eficaz, que prepare


adecuadamente el futuro profesional de los estudiantes y para alcanzar el
objetivo de la inserción social, profesional y religiosa, es natural que la escuela
establezca relaciones permanentes con los padres de los alumnos y con el
medio corporativo en el que se mueven. La Salle comprendía y a sí pedía que
fueran comprendido, que los estudiantes no son islas que se acomodan en un
puesto a escuchar una clase, sino que estos son seres humanos y sociales,
que se involucran activamente en todas las dimensiones, que son
determinados por sus culturas y que por ende, son seres con historia y
proyección. Este reconocimiento inicial del docente hacia el estudiante, le debe
instar a cuidar de que los estudiantes le sientan cercano, para que aprovechen
realmente de las actividades del aprendizaje, tal como aconsejaba
constantemente La Salle en todos sus escritos y especialmente en la Guía.
Las prácticas pedagógicas, vistas desde la Guía centran estas importantes
recomendaciones:

 Un trabajo diario del docente, el de ejercitarse en comunidad para llegar


a dominar los ejercicios que luego debía proponer a sus alumnos. Se
trata de una formación permanente, sencilla en apariencia, pero esencial
para este tipo de aprendizaje propuesto a los alumnos. El maestro debe
intentar la perfección para servir de modelo a sus discípulos.

 Más importante aún es el conocimiento personal profundo de cada


estudiante. La Guía prevé todo un dispositivo, que empieza con la
admisión de los estudiantes y se prolonga hasta que acaban la
escolaridad. Un conocimiento basado en los intereses profundos de
cada uno, que permite adaptar la enseñanza a sus posibilidades y se
traduce en los “registros” de que habla la Guía.

 Mantener una relación que va más allá del simple interés por el alumno,
para llegar al mutuo aprecio y estima. Definitivamente es ahí donde
funda La Salle su pedagogía. No se trata de una simple manera que
tiene el maestro de proteger su autoridad, de evitar el desorden en
clase. Se trata más bien de proteger al alumno de todo aquello que
pueda afectar a su integridad personal o perturbar su trabajo y
desorientarle en la vida.

Es imposible brindar una educación y práctica pedagógica idónea si el docente


no entabla una relación con el estudiante, el docente debe esforzarse por
“conocer a todos sus estudiantes distintamente”. La Salle retoma una constante
de su pensamiento pedagógico: no hay verdadera acción educativa que no
se base en el conocimiento personalizado. No se trata entonces de llegar al
salón y cumplir con una serie de tareas y requisitos para que el estudiante y el
padre de familia se sientan conformes; la labor del docente debe ir más allá de
sus meras obligaciones de enseñanza de contenidos, ir más allá de su postura
de sujeto del saber, ir hasta donde el estudiante lo requiere y formarlo desde la
libertad y la humanización. Para tal fin no hay otra manera de hacerlo sino es
amándolo, respetándolo y trascendiéndolo desde su falta de luz, a la claridad
de la Verdad.

El cambio de mentalidad y aptitud del docente provoca necesariamente el


cambio del estudiante y su postura ante el aprendizaje. El estudiante se moldea
a partir del ejemplo y el amor del docente, esto bien podría decirse así. Dime
como eres como docente y te diré como son tus estudiantes.

Al día siguiente el profesor Miguel se dio cuenta en clase que había dejado su
viejo libro, y como ya estaba en clase, pensó que tal vez no lo necesitaba. Pidió
que salieran al bosque, Martínez preguntó si necesitaban llevar el cuaderno,
pero el profesor Miguel dijo que no. Lo que sucedió en la siguiente hora era
como para no creerlo, los estudiantes discutían y daban sus puntos de vista, el
profesor Miguel mostró a sus estudiantes lo que había en su viejo libro pero sin
él, es decir, enseñó a sus estudiantes con ejemplos y experimentos, nuevas
formas de enseñar, el crecimiento de las plantas, la fotosíntesis y muchas
cosas más. Cuando sonó la campana, los estudiantes en verdad no querían
salir a descanso, querían seguir aprendiendo, y ante tal pasión, el profesor
Miguel continuó con la lección unos minutos más.

Algunos piensan que el profesor Miguel enloqueció, que tal vez perdió la razón
por haber perdido su libro, que más nunca se volvió a ver. Sus estudiantes no
se interesaron por eso, esperaban con ansias la hora de la clase, incluso
llevaron preguntas y nuevos descubrimientos que ellos mismos habían hecho.
El profesor Miguel no volvió a verse bravo o regañando, su escritorio estaba
vació, y no era porque no hiciera evaluaciones o pidiera trabajos, todo lo
contrario, aumentaron, lo que pasaba es que ahora si los leía, le interesaba
cada vez más lo que sus estudiantes opinaban y aprendían. Y como hemos
dicho, de su viejo libro no se volvió a saber, ahora bajo el brazo había una
edición especial de La Guía de las Escuelas Cristianas, que comenzó a
regalar a sus compañeros de docencia.

Magaly Guevara

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