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Bucaramanga 14, de agosto del 2020

Jesús antes del cristianismo

El objetivo del texto es mostrar al Jesús histórico, el hombre tal como fue antes de convertirse en
el icono de la fe cristiana; pero al contemplar su humanidad descubrir la grandeza de Dios que es
capaz de hacer posible lo imposible. Jesús de Nazareth que vivió en la primera parte del siglo I y
que a través de su fe en Dios nos presenta una alternativa para nuestro tiempo de cómo afrontar,
a la manera de Jesús, las condiciones del mundo hoy, que no distan mucho de los propios retos
que Él mismo tuvo que enfrentar en su tiempo. El primer capítulo de este libro invita a una nueva
perspectiva para considerar a Jesús desde la condición histórica que vivió y los desafíos que tuvo
que afrontar.

El punto de partida es reconocer a Jesús en su historia, comprendiéndolo desde nuestra historia,


nuestra realidad actual. Con este marco de referencia se va a considerar cuál fue la novedad de
Jesús en la historia de la humanidad y qué puede ofrecernos a nosotros hoy. Se comienza a
identificar las intenciones de Jesús ¿qué fue lo que Jesús trató de llevar a cabo en la Palestina del
siglo I?, se ubica entonces la primera decisión de Jesús: ser bautizado por Juan, el bautizo de Jesús
implicaba una decisión de alinearse junto a Juan el Bautista, y no junto a cualquier otro de los
movimientos o las voces que se alzaban en aquellos días. Palestina estaba bajo el dominio del
Imperio Romano desde el año 63 a.c. Principalmente lo que aquejaba al pueblo era el alto tributo
(impuestos) y bajo esta dominación llegó la destrucción del templo y de Jerusalén en el año 70 d.C.
y de forma definitiva de la nación judía en el año 135 d.C. Frente a los grupos dominantes
existentes Fariseos, Saduceos, Zelotes, Esenios, Ancianos, Escribas y Rabinos solamente la
propuesta de Juan el Bautista llamó la atención de Jesús, Juan el Bautista fue el único hombre de
aquella sociedad que impresionó a Jesús. En él se hallaba la voz de Dios advirtiendo a su pueblo de
un inminente desastre y exigiendo una transformación interior de todos y cada uno de los
individuos. Jesús así lo creyó y se unió a quienes estaban decididos a hacer algo al respecto.

La segunda decisión importante que tomó Jesús fue apartarse del desierto y del bautizo, practicas
características de Juan, y dirigió su praxis en medio de la gente, con los pobres, oprimidos y
pecadores “las ovejas perdidas de la casa de Israel”. En tiempo de Jesús ellos constituían la
abrumadora mayoría de la población, ya que incluían los pobres, los mendigos, las viudas, los
huérfanos, los enfermos y los de profesiones pecaminosas o impuras como prostitutas,
recaudadores de impuestos, los pastores, etc. En la Palestina del Siglo I la sociedad era en extremo
excluyente y esto se justificaba desde una errada imagen de Dios todos los infortunios,
enfermedades y otros desordenes que constituían el mal, eran calamidades enviadas por Dios
como castigo por el pecado de uno mismo, o de alguien de la propia familia, o de los antepasados.
La clase media era reducida y las clases superiores lo eran aún más. Jesús pertenecía a la clase
media y sin embargo lo más sorprendente de Jesús es que a pesar de pertenecer a la clase media y
no padecer personalmente excesivas desventajas, se mezclase socialmente con los más débiles de
los débiles y se identificara con ellos. Jesús se hizo marginado voluntariamente en virtud de una
opción. Jesús orientó su praxis a liberar a la gente de toda forma de sufrimiento y de dolor y esto
lo hizo por la ilimitada compasión que sentía por los pobres y oprimidos. Por esta razón Jesús
acentúa dos aspectos en su praxis. Las curaciones y el perdón su único motivo para curar a la
gente era la compasión. Su único deseo era el de liberar a la gente de su sufrimiento y de su
resignación fatalista a dicho sufrimiento.

Jesús estaba profundamente convencido de que esto podía hacerse y el éxito milagroso de sus
esfuerzos hay que atribuirlo al poder de su propia fe. Lo que deseaba era despertar esa misma
compasión y esa misma fe en las personas que le rodeaban. Sólo esto haría posible que el poder
de Dios resultara operativo y eficaz en medio de ellos. Jesús estaba convencido que todo es
posible para el que tiene fe y por eso al final de las curaciones expresa: “tu fe te ha salvado”.
Mientras Juan había puesto su confianza en el bautizo de conversión, Jesús confiaba en la fe. El
único poder capaz de sanar y salvar al mundo, el único poder capaz de hacer lo imposible es el
poder de la fe.

Dicho poder resaltaba en la gente la convicción que Dios es bueno y compasivo con los que sufren.
Los milagros de Jesús deben entenderse entonces como resultado de la fe que tiene Jesús, la
esperanza y la creencia en Dios, lo contrario a la fe es el fatalismo. El fatalismo es la actitud
predominante de la mayor parte de la gente en la mayoría de las ocasiones. La gente que no cree
realmente en el poder de Dios, la gente que no espera realmente lo que Dios ha prometido. Las
divisiones y exclusiones sociales se mantenían porque los pecados eran otra fuente de sufrimiento
para la gente, pues eran considerados como deudas con Dios. Estas deudas habían sido contraídas
por uno mismo o por un antepasado, como consecuencia de alguna trasgresión de la ley. Es por
esta razón que Jesús se dedicó a perdonar pecados, pues esto significaba la cancelación de las
deudas con Dios perdonar a alguien es liberarle de la dominación de su historia pasada.

En su tiempo esta práctica de Jesús debió ser bastante escandalosa pues se mezclaba socialmente
con los pecadores, comía con ellos, era su amigo y los aceptaba. La práctica del perdón causaba
milagros pues liberaba a la gente de un pesado yugo y por eso tenía un impacto poderosísimo al
aceptarlos como amigos e iguales, Jesús les había liberado de su vergüenza, su humillación y su
sentido de culpa. Al demostrarles que ellos le importaban como personas, les dio una sensación de
dignidad y les liberó de su cautividad. El contacto físico debió hacerles sentirse limpios y
aceptados. Cuando Jesús les reafirmaba que sus pecados quedaban perdonados desaparecía el
fatalismo y la resignación pues la persona comenzaba a creer que era digna a los ojos de Dios y
experimentaba alivio, gozo, gratitud y amor. Precisamente una nota característica de la acción de
Jesús era la alegría entre los pobres y oprimidos Jesús era una persona notablemente alegre, y su
alegría como su fe y su esperanza eran contagiosas. Sobre todo la praxis de Jesús lleva a que las
personas se sientan libres y seguras, confiadas pues toda su fe y esperanza la dejaban en Dios no
había necesidad de temer a los malos espíritus, a los hombres depravados o a las tormentas del
lago. No había que preocuparse por el vestido, por la comida o por la posible enfermedad. Con
frecuencia Jesús alentaba y les daba ánimos con palabras “como no temas”, “no se preocupen” o
“ánimo”. Jesús no solo les curaba y les perdonaba, sino que además disipaba sus temores y les
aliviaba de sus ansias. Su misma presencia ya les había liberado.

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