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La inercia de lo establecido la doctrina su eficacia.

La teoría se convier-
te en un ritual del que no puede omitirse nada
ejercen ese curioso tráfico, o la lógica y la
tradición de sus operaciones. De la misma
sin que pierda su efecto como exorcismo o manera, la violencia no parece involucrar
como ceremonia mágica. personas sino estructuras que todo lo en-
Los colombianos hemos padecido todas vuelven. Su misma persistencia en el tiempo
las formas de violencia más de cuarenta años. parece probar que Colombia, a diferencia
Todo estudio sobre la violencia escrito en el de casi todos los países de Hispanoaméri-
extranjero comienza por observar cómo la ca, ha alojado la violencia de manera irrevo-
palabra violencia designa un estado de co- cable, que por algún extraño mecanismo so-
sas más o menos permanente, no un acto cial la violencia es una condición de nuestra
pasajero que rompe con un orden estableci- existencia. En el extremo de este curioso ra-
do. La violencia aquí no es una acción que zonamiento, a algunos hasta parece preocu-
se agota en su ejercicio sino un fluido que parles qué pasaría si no tuviéramos la vio-
envuelve la vida y se convierte en parte de lencia.
ella. La violencia no se atribuye a la conduc- La violencia se ha convertido en Colom-
ta sino que posee una entidad propia. Sobre bia en una especie de garantía de la existen-
ella no parece posible un juicio sino a lo sumo cia del ser colectivo. El anonimato que en-
Germán Col enares* la comprobación material de su existencia y
la especulación sobre sus causas, como si
cubre la mayoría de los actos violentos se
toma como un signo que debe provenir de
se tratara de un fenómeno físico. alguna entraña profunda e insondable. La
La violencia no tiene así un significado, naturaleza mítica de la violencia está tan arrai-
como no lo tiene una piedra o un árbol. Ella gada que cuando se rompe la reticencia de
A diferencia de los países anglosajones- tas. Esta peculiaridad se funda en estructu- una persona joven a abordar este asunto,
protestantes, la tradición católica hispánica está inscrita en el orden social con cualida-
ras culturales que reposan sobre una base des semejantes a las de la malaria, la tifoidea cualquier intimación de que no debería ha-
de Latinoamérica reserva el discurso moral dogm~tica. Aquí la vida no tiene por qué ber violencia la vuelve irascible y al momen-
o las viruelas. Se habla de su erradicación,
a un cuerpo especializado. Mucho de la tra- est~r mfo~~d~ por impulsos morales que to trata de explicar la necesidad causal de
de la misma manera que la de la roya o la de
dición crítica anglosajona está enraizada en atanen al md1V1duo puesto que todo indivi- que haya violencia. En esencia, su argumen-
alguna enfermedad endémica. La violencia
actitudes éticas y políticas. Por eso no es duo ~st.á inscrito en un orden más vasto cuyo no es sólo material, una cosa, sino que tiene to parece ser el de que si no hubiera violen-
raro que el nivel crítico en Latinoamérica sea movimiento debe superar toda iniciativa in- cia todo su horizonte vital experimentaría un
su origen, o debe tenerlo, en causas materia-
tan bajo. Prácticamente no compete al indi- dividual. La recepción intelectual de doctri- hundimiento en el vacío. No estoy implican-
les. La insinuación de que una acto violento
viduo el juicio moral sino que éste ha sido nas europeas tiende a conformarse a este do que los jóvenes en Colombia tengan una
es un acto de la voluntad, que no tiene una
entregado de antemano a un cuerpo eclesial patrón. Se recibe la teoría en bloque y a lo causa sino un significado, debe parecer muy inclinación a la violencia. Simplemente que
que, a su turno, lo convierte en un motivo de sumo se la esquematiza y se la empobrece, extraña en Colombia. ¿Cómo podría esta- han nacido en ella, que ella es una porción
predicación en ocasiones rituales y lo ejerce pero no es dable elaborar sobre ella. Sus blecerse un programa gubernamental de erra- importante de su experiencia cotidiana y que
dentro de moldes de generalidad abstracta elemento~ constitutiyos básicos deben per- dicación de la violencia sobre esta nación por lo menos sienten una profunda incredu-
que nunca llegan a tocar situaciones concre- manecer mtactos y mnguna experiencia con- lidad de que sea posible extirparla.
tan extraña? Se puede, por ejemplo, comba-
creta puede modificarlos. Esto no obedece
tir el narcotráfico quemando miles de hectá- La violencia para los jóvenes no es algo
enteramente a complejos de inferioridad in-
* Ge~á~ Colmenares (1938-1990). Doctor en historia de la reas de marihuana o de coca, destruyendo externo como para los adultos. No es algo
Un~verstdad de París. Profesor en la Universidad del Valle (Cali,
telectual o a ~a sumisión acrítica creada por
laboratorios o incautando aviones, éter, etc. contra lo que se pueda actuar puesto que
c.olombta ). Autor de libros fundamentales sobre historia de Colom- la dependencia cultural. Constituye una acti-
bm y teoría de la historia. Pero a nadie se le ocurriría que valga la pena toda la conciencia que tienen de ella está en-
tud profunda que atribuye a la integridad de
reflexionar sobre la condición de quienes vuelta en el ropaje de convenciones idio-
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máticas que subrayan su materialidad. ¿Qué raras excepciones las prédicas indignadas
pasó el nueve de abril? ¿ Qué pasó en el Pa­ constituyen una incitación abierta a otras vio­
lacio de Justicia? ¿Qué pasó en Tacueyó? lencias. Pero el otro extremo consiste en
Cualquiera puede enterarse de los detalles acercarse a ella como una cosa que va cre­
horripilantes de estos sucesos. Nuestros pe­ ciendo como una formación rocosa por la
riodistas suelen ser exhaustivos, especial­ simple adherencia de miles de hechos repe­
mente por la radio, cuando de detalles maca­ tidos e inevitables. Una inercia intelectual
bros se trata. Pero, ¿ qué significan estos he­ inveterada frente a la violencia ha termina­
chos? La pregunta esencial se elude siem­ do por despojarla de toda significación. Ello
pre. Estos hechos se van incorporando a la ha conducido a su tratamiento puramente
materialidad de la mitología de la violencia pragmático de causa y efectos, de proba­
como sucesivas capas geológicas que la vuel­ bilidades y riesgos calculados. La cuestión
ven más sólida e indestructible. Tal vez lo que se plantea no es de si hay necesidad de
más inquietante del fenómeno colombiano un nuevo pacto social que renueve la con­
sea que su violencia no tiene historia. Ella está fianza en unas instituciones sino de hasta
ahí, siempre presente, sin alteraciones per­ qué punto instituciones sin prestigio algu­
ceptibles, en olas sucesivas que no se dife­ no pueden coexistir con amenazas que se
rencian unas de otras y que irrumpen con la sitúan en límites imprecisos. Se juzga que
mor>otonía y la regularidad de las marejadas. para mantener las amenazas a cierta distan­
Nada más peligroso que exhibir una sim­ cia debe reforzarse más bien la inercia de
ple indignidad moral contra la violencia. Con lo establecido.

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