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«El pacifismo y la prédica abstracta de la paz son una forma de embaucar a la clase obrera

y que no se rebele contra su opresor»

V. I. Lenin

Antes de Marx, Hegel 1

La violencia como necesidad histórica 2

Después de Marx, Lenin 4

El síndrome de Platón 6

Conclusión 7

Bibliografía 8

Antes de Marx, Hegel

¿Cómo no ser marxista? El marxismo nos promete un futuro de paz, ocio y libertad basado
en una teoría científica y un torrente de hechos históricos. Marx sería para sus seguidores
una mezcla de Newton y Mahoma. ¿Qué degenerado, qué psicópata, en definitiva, qué
liberal podría oponerse a la realización del paraíso en la Tierra? Sólo hay un problema:
para llegar al desocupado ocio hay que pasar por un campo de trabajos forzados, la paz
total exige la violencia infinita y la libertad, un paseo por el valle de la muerte de la dictadura
del proletariado. Todo ello implica contradicciones. Pero los marxistas cabalgan
contradicciones como los cuatro jinetes del Apocalipsis sus caballos, con desparpajo y
alevosía. Sin pestañear defenderán que su violencia es legítima porque su objetivo final es
acabar con la violencia. Que su dictadura es justa porque al final se disolverá el Estado y no
habrá explotación ninguna. Que ya Dante para llegar al Paraíso tuvo que pasar primero por
el Infierno. Y que Hegel, el maestro de Marx, había dejado escrito que las contradicciones
no hay que tratar de resolverlas sino asumirlas tal cual.

“La identidad no es más que la determinación del simple elemento inmediato, del ser
muerto; en cambio, la contradicción es la raíz del movimiento y de la vitalidad”

El rigor lógico le parecía a Hegel un subproducto del rigor mortis mental. Por eso el
marxismo se va a lanzar de cabeza a la piscina de las contradicciones como le explicó Milan
Kundera a un estupefacto Philip Roth al relatarle el sufrimiento de los checoeslovacos bajo
el régimen de terror soviético, en el que poetas y filósofos adictos al comunismo
disculpaban y justificaban todo tipo de horrores (Roth, 2007: p. 145)

«El mal está presente ya en lo hermoso, el Infierno ya está contenido en el sueño del
Paraíso; y si queremos comprender la esencia del Infierno hemos de analizar también la
esencia del Paraíso en que tiene origen.»
Sería inocente criticar a Hegel y Marx por incoherentes: la incoherencia es el motor de su
pensamiento como la lucha será el fundamento de su acción. Lo llamarán dialéctica y lo
convertirán en una doctrina mística sobre la esencia del universo (materialismo dialéctico) y
la estructura de la sociedad (materialismo histórico). Para Hegel, y por tanto para Marx, la
negación tiene un poder constitutivo. Por eso para Marx hace falta la violencia para acabar
con la violencia porque la violencia anida en su seno su propia negación. Siguiendo este
tipo de pensamiento, cuanto más violencia, mejor. Porque estaremos más cerca de su
negación, la absoluta falta de violencia. Se podría dejar a la Historia seguir su propio curso,
la lucha de contradicciones entre amos y esclavos, capitalistas y obreros, pero también
podemos introducir en el devenir acelerantes como los que usan los incendiarios en sus
fuegos: la revolución. A partir de Marx la política será indistinguible de la revolución y su
gemela, la violencia. Ese espíritu romántico ya había hecho mella en la Revolución
Francesa, haciéndola descarrillar hacia el Terror, e incluso en la Revolución Americana, en
la que Jefferson tuvo un arrebato jacobino al proclamar que el árbol de la libertad debe ser
regado de cuando en cuando con la sangre de patriotas y tiranos.

La violencia como necesidad histórica

En los gulags soviéticos podrían haber colocado el mismo lema que presidía Auschwitz: «El
trabajo os hará libres». Filosóficamente significa que la libertad y el trabajo utilitario están
vinculados inexorablemente en el reino de la necesidad. Esta es la esencia de la visión
marxista que contradice la idea liberal que opone la libertad a la necesidad porque identifica
la libertad con la espontaneidad. A partir de Marx la violencia no es accesoria y
complementaria de la acción política sino su núcleo fundamental. A Pablo Iglesias, un
neomarxista, le gusta repetir que “la guillotina es la madre de la democracia”. De la
democracia popular y las repúblicas comunistas, sin duda. Como sentenció Marx en El
capital «la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva»1. Se suele

1 Friedrich Engels recogió el testigo de Marx sobre la violencia como origen de la sociedad política y
la historia en su obra La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring (Anti-Dühring), en la que realiza
un alegato de la violencia siempre y cuando, eso sí, sea revolucionaria. Se burla Engels
sarcásticamente de que aunque Dühring la acepta desde el punto de vista de la realpolitik se lamenta
por el mal que produce. Para Engels, por tanto, la violencia es intrínsecamente buena allá dónde
para Dühring podría ser considerada útil pero, bajo ninguna circunstancia, buena. El utilitarismo de
Engels, como antes el de Marx, es una consecuencia de su falta de reflexión ética sobre el
comunismo como sistema de organización política más allá de pálidas y beatíficas idealizaciones
superficiales e infantiles sobre el pretendido paraíso en la Tierra que decían buscar (Engels, 1968:
p. 179)

«Para el señor Dühring, el poder es lo absolutamente malo, el primer acto de poder es el pecado
original, y toda su exposición es una jeremiada sobre la inoculación de pecado original que aquel
acto fue para toda la historia sida, sobre el innoble falseamiento de todas las leyes naturales y
sociales por aquel poder diabólico que es la fuerza. El señor Dühring no sabe una palabra de que la
violencia desempeña también otro papel en la historia, un papel revolucionario; de que, según la
palabra de Marx, es la comadrona de toda vieja sociedad que anda grávida de otra nueva; de que es
el instrumento con el cual el movimiento social se impone y rompe formas políticas enrigidecidas y
muertas. Sólo con suspiros y gemidos admite la posibilidad de que tal vez sea necesaria la violencia
para derribar la economía de la explotación del hombre: por desgracia, pues toda aplicación de la
violencia desmoraliza al que la aplica. Esto hay que oír, cuando toda revolución victoriosa ha tenido
olvidar mencionar la frase anterior de Marx a la mencionada sobre la violencia como partera
de la historia:

«Pero todos ellos recurren al poder del estado, a la violencia organizada y concentrada de
la sociedad, para fomentar como en un invernadero el proceso de transformación del modo
de producción» (Marx, 1986: p. 639)

Esa violencia organizada y concentrada de la sociedad en el Estado es lo que constituye


para Marx la esencia de la política. Para los marxistas la violencia es algo malvado que hay
que denunciar cuando supone el paso del feudalismo al sistema burgués porque no es más
que el paso de un tipo de explotación a otro tipo de explotación. Pero, ¿qué sucedería si se
garantizase que se va a usar dicha violencia organizada y concentrada no para implantar
otro régimen explotador sino, por el contrario, un Edén sin frutos prohibidos ni espadas
flamígeras? En dicho caso, no sólo estaría justificado dicho sistema opresor sino que
habría que aplaudirlo como inequívocamente bueno. A este nivel de demagogia, sofistería y
mendacidad llegó el marxismo que construyó el peor sistema político para vivir y lo
denominó paraíso. Además, dado el poder de la negación, llegaríamos a la paradoja
suprema de que en el instante anterior a la consecución de las cimas del pacífico Paraíso
igualitario deberíamos sumergirnos en los abismos de la violencia del Infierno dictatorial. La
antesala de la sociedad sin clases debería ser la más férrea, dura y cruel dictadura del
proletariado que cupiese imaginar. Si Marx es el Dios Padre de esta Santísima Trinidad
totalitaria y Lenin su Dios Hijo, entonces Stalin no sería sino el Espíritu Santo del Terror.
Esa conexión directa entre Marx, el bolchevismo y el totalitarismo no es lineal y transparente
pero es un hecho sobre el que la mayoría de la izquierda no ha reflexionado lo suficiente.
De ahí la negativa en España y el PSOE, por ejemplo, a asumir, pedir perdón y eliminar su
pasado vinculado a criminales políticos como su fundador, Pablo Iglesias, y sus líderes

como consecuencia un gran salto moral y espiritual. Y hay que oírlo en Alemania, donde un choque
violento —que puede imponerse inevitablemente al pueblo— tendría por lo menos la ventaja de
extirpar el servilismo que ha penetrado en la conciencia nacional como secuela de la humillación
sufrida en la guerra de los Treinta Años. ¿Y esa mentalidad de predicador, pálida, sin savia y sin
fuerza, pretende imponerse al partido más revolucionario que conoce la historia?»

Mientras que para el socialdemócrata Dühring la violencia forma parte de la naturaleza con una
derivada política a la que resignarse pero que hay que tratar de eliminar, para Engels, como para
Marx, es un instrumento en la lucha política determinado por factores socio-económicos que cabe
utilizar según la intencionalidad de los agentes involucrados, siendo positivo cuando favorece los
intereses de cada parte, relativizándola por tanto.
Largo Caballero y Prieto2. Escribía Hannah Arendt sobre Karl Marx y las revoluciones
socialistas

«Acontecimientos que al final llevaron a la forma enteramente nueva de gobierno que


conocemos como dominación totalitaria (...) Que él se probase de utilidad para el
totalitarismo (...) es un signo de la relevancia efectiva de su pensamiento, aunque también
sea al mismo tiempo la medida de su fracaso último». (2007: p. 15)

Después de Marx, Lenin

Dicho fracaso consiste en que Marx piensa que la violencia no será sino el acelerante del
proceso histórico. Dicho proceso no se puede cambiar pero sí se le puede introducir una
marcha más para que lo que tenga que suceder ocurra antes. En tanto la historia se
desarrolla por sí sola estamos en el reino de la necesidad. Pero la introducción del factor
humano en la ecuación, a través de la violencia, implica entrar en el reino de la libertad.
Parafraseando (sarcásticamente) a Jesús, Marx podría haber dicho que «sólo la violencia
os hará libres». La destrucción de los obstáculos para el nacimiento de una nueva era no
puede ser sino virtuosa. El ejemplo paradigmático para Marx de violencia virtuosa es la
Revolución Francesa (en textos como La Ideología alemana y El 18 brumario de Luis
Bonaparte) pero será Lenin el que lleve a la práctica nuevamente el modelo violento en la
Revolución Rusa de octubre de 1917. En el segundo de los libros mencionados Marx
escribió que «La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el
cerebro de los vivos». En el caso de la izquierda es la generación muerta marxista la que
les oprime el cerebro a modo de pesadilla. Ese sueño tenebroso que los llevó a la violencia
terrorista en el pasado y a los actuales acosos, escraches y kale borrokas de diversos
movimientos de extrema izquierda.

La violencia revolucionaria está justificada para Marx, por tanto, por dos razones. En primer
lugar porque es una violencia ejercida en defensa propia contra la violencia estructural,
esencial e implícita en el sistema capitalista cuya misión es descrita por Marx en La guerra
civil en Francia (1978: p.150).

2 El fundador del PSOE, Pablo Iglesias, amenazó de muerte en el Parlamento a Antonio Maura, que
después sufrió un atentado. El 7 de julio de 1910 le dijo al político conservador en el Parlamento:
«Hemos llegado al extremo de considerar que, antes que S. S. suba al Poder, debemos llegar hasta
el atentado personal» (Villatoro, 2020). Dos semanas después Maura sufrió un atentado que le dejó
malherido.

Posteriormente, el partido socialista tomó parte en la dictadura de Primo de Rivera (Largo Caballero)
y participó en el golpe de Estado contra la II República (Indalecio Prieto). Varios de sus miembros
defendieron las dictaduras comunistas. En una entrevista, realizada por el entonces joven periodista
socialista Santiago Carrillo, Largo Caballero hizo gala de por qué lo llamaban el Lenin español: "el
socialismo tendrá que acudir también a la violencia máxima para desplazar al capitalismo" (Avilés,
2008: p. 139).

El propio Carrillo desde la dirección de Renovación (la revista de las Juventudes Socialistas) defendió
el uso de la violencia con alusiones de admiración a Lenin. Tanto Largo Caballero como Carrillo,
líderes del PSOE y sus Juventudes, defendían al alimón que solo la dictadura del proletariado sería
eficiente para eliminar el poder de la burguesía.
«Su tarea directa, su única razón de ser, es aplastar al pueblo. Es el terrorismo de la
dominación de clase»

Además, porque la violencia revolucionaria funciona como un acelerante del proceso


histórico que conducirá al fin de la historia, un estado utópico caracterizado por la paz
absoluta una vez que no haya propiedad privada, explotación y abolición de todo
antagonismo de clases. No es lo mismo, desde el punto de vista marxista, una violencia que
consolida la explotación y otra violencia que trata de acabar con dicha explotación. Vale la
pena cometer una injusticia para tratar de acabar con otras injusticia si al fin del proceso
vamos a tener justicia (Marx & Engels, 2005: pp.8 - 9).

«Hasta nuestros días, la historia de la humanidad ha sido una historia de luchas de clases.
Libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores feudales y siervos de la gleba, maestros y
oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, siempre frente a frente, enfrentados en una
lucha ininterrumpida, unas veces encubierta, y otras, franca y directa»

Esta visión justificadora de la violencia se trasvasará a Lenin que construirá un Estado total
para acabar con el resto de Estados (Lenin, 1961: p.219).

«Estado es un órgano o un instrumento de violencia de una clase sobre otra. Y mientras sea
un instrumento mediante el cual la burguesía ejerza la violencia sobre el proletariado, no
habrá más consigna proletaria que una: Destruir ese Estado»

siguiendo el plan que había trazado Engels

«(...) los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo,
aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer (...) el
partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por
medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios.»

Este Terror primigenio alcanzó su cenit en las declaraciones de Martin Latsis, un jefe e la
Cheka, en noviembre de 1918 (Harris, 2017: p. 156)

“Estamos exterminando a la burguesía en tanto clase social. Durante la investigación, no


buscamos pruebas de que el acusado actuara de palabra o de hecho contra el poder
soviético. Las primeras preguntas que debéis plantearos son: ¿A qué clase pertenece?
¿Cuáles son sus orígenes? ¿Cuál es su educación o profesión? Y son esas preguntas las
que han de determinar el destino del acusado”

Una vez destruidos los Estados capitalistas, este Estado autoritario que reclama se
autodestruiría debido a la superioridad moral de aquellos que ejercen el poder: la
vanguardia del proletariado que imita en versión trabajadora a la élite de filósofos platónicos
que gobernarían en la sociedad ideal. La violencia en un Estado de Derecho liberal rechaza
por principio el terror y, hasta cierto punto, el autoritarismo en cuanto que recurso a la
coacción (potestas) cuando no alcanza la fuerza de la moral (auctoritas). En cualquier caso,
el autoritarismo en el Estado liberal está siempre tasado por el control judicial y el
sometimiento a la ley a priori refrendada parlamentariamente. Como explica Hannah
Arendt, en una concepción auténtica de la política no hay lugar para la violencia porque
(2007, p. 123)

“El uso de la violencia descalifica todas las formas de gobierno porque, de acuerdo con la
concepción más antigua, la violencia comienza dondequiera que la Polis, el ámbito propio
de la política, termina”.

Por el contrario en el Estado Dictatorial comunista la violencia sólo está condicionada a lo


que establezcan los representantes (no elegidos) del proletariado. Por ello el objetivo es
doble: destruir el Estado liberal y erigir en su lugar el Estado dictatorial dirigido por un grupo
revolucionario como reclama Engels en la cita anterior porque el proletariado (es decir,
aquellos que proclaman representarlos) según esta teoría marxista-leninista debe usar la
violencia ya que sería el único modo de alcanzar el poder.

Cuando Marx y Engels critican el uso de la violencia no lo hacen por sí misma sino cuando
está ejercida por la burguesía, la clase satánica por antonomasia según el maniqueísmo
marxista de la lucha de clases. También cuando el proletariado la emplea con un objetivo
equivocado, contra las máquinas (luditas), en lugar de la meta correcta que consiste en
destruir el statu quo y atacar al gobierno. Un plan que cumpliría Lenin en su asalto al
incipiente sistema democrático liberal que había derrocado a los zares en febrero de 1917:

«La insurrección es, en el fondo, la respuesta más enérgica, más uniforme y más
conveniente de todo el pueblo al gobierno» (Lenin, 1961: p. 149)

de modo que

«no podrán terminar más que con la expropiación de la burguesía, con el triunfo del
socialismo» (Lenin, 1961: p. 439)

Y, evidentemente, la burguesía no se iba a dejar expropiar fácilmente con lo que el recurso


a la violencia sería obligado en nombre de la justicia social. Una vez eliminados todos los
vestigios de la explotación burguesa, una vez expropiada no sólo sus propiedades sino
también su ideología, entonces el Estado dictatorial se irá disolviendo al haber resuelto las
contradicciones sociales y triunfará la paz y el amor. Para ello habrá que pagar un precio, el
de la violencia y el asesinato. Como explica Marx:

“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación


revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período
político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del
proletariado» (1977: p. 30)

El síndrome de Platón

Ya hemos señalado cómo en el Manifiesto Comunista se advierte que los objetivos


revolucionarios “sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social
existente”. Pero no crea, atento lector, que hay que condenar la violencia venga de donde
venga. Mientras que la de los fascistas no hay por donde cogerla, la de los
autoproclamados antifascistas no sólo es excusable sino que es plenamente legítima. Que
digo legítima: no sólo es buena sino que es ejemplar. Ojalá todo el mundo fuera igualmente
violento en aras de una causa justa. Y así se llega a la contradicción por antonomasia: la
justificación del mal en aras del bien. ¿Y cómo sabe Marx cuál es el bien más allá de las
cortinas de humo ideológicas que impiden ver al resto de los humanos de manera tan
evidente lo que está bien y mal? Porque Marx piensa que está en posesión de la piedra
filosofal del conocimiento absoluto, de manera parecida a cómo Platón consiguió escapar
de la caverna en su más célebre parábola. En el caso marxista es mediante la imitación de
Newton, que supuestamente habría llegado al conocimiento de las leyes de la historia que
se elevarían por encima de los sesgos y prejuicios del común de los mortales.

En el orbe liberal, sin embargo, la violencia es algo que debe ser marginado fuera del
ámbito estrictamente político ya que en lugar de armas se emplean palabras. En el nivel del
discurso no cabe la intimidación ni ninguna otra forma de violencia. En el lenguaje
operamos de manera natural en una jerarquía horizontal de verdad y justicia allá donde la
jerarquía amo-esclavo me obliga a una relación vertical basada en la violencia y el engaño.
Por ello en el debate entre Foucault y Chomsky (2007), celebrado en la Universidad de
Amsterdam en 1971, la discusión se centra en si la actividad política se basa en el poder,
como pretendía Marx, o en el lenguaje, conectando con la tradición clásica que vinculaba la
política a ser un animal racional y la capacidad de expresarse en igualdad (isonomía). Por
ello también el bolchevique Víctor Serge preferirá las metralletas a las máquinas de escribir.
Y, en general, toda el totalitarismo preferirá la fuerza bruta al Estado de Derecho (en el
extremo opuesto, nazis como Carl Schmitt cargarán también contra la visión clásica y
humanista de la política al verla como una mera confrontación de amigos y enemigos. Y el
Derecho como un epifenómeno de la violencia primigenia. Desde su punto de vista todo
Estado es un Estado de Derecho, sea liberal, nazi o comunista obviando la realidad de que
únicamente el liberal es un Estado de Derecho mientras que el nazi y el comunista son
paradigmáticamente Estados de Fuerza).

Conclusión

Entre las varias diferencias entre el socialismo presuntamente científico de Marx y el


descalificado como utópico es precisamente el recurso a la violencia para subvertir el statu
quo el que desembocará en el siglo XX en los regímenes genocidas comunistas, que
tratarán de destruir a toda una clase social, la burguesía, de manera paralela a cómo el
sistema nazi pretendía eliminar a todas las clases consideradas venenosas. Para el
marxismo la violencia es constitutiva de la sociedad a través del establecimiento de la
propiedad privada que sería intrínsecamente explotadora. Dado ese marco general, la lucha
de clases entre propietarios y aquellos que supuestamente solo tienen su fuerza de trabajo
únicamente puede ser resuelta a través de la eliminación de la propiedad privada, fuente de
todo mal. Pero dado que las clases propietarias no iban a estar por la labor de dejarse
expropiar pasivamente, por muy seductor y retóricamente brillante que fuese Marx,
lógicamente sólo restaba una solución “científica”: eliminar el núcleo constitutivo de dicha
propiedad privada, la violencia, pero volviéndola contra ella misma (y contra los agentes
sociales que la defendieran). El socialismo utópico sería, rigurosamente hablando, el de
aquellos socialista que pensaran que podría darse una transacción entre la propiedad
privada y la justicia social llegando a acuerdos entre burgueses y trabajadores, de manera
que estos últimos alcanzaran un nivel de vida digno compatible con la expansión máxima de
sus potencialidades humanas. Finalmente el telos humanista de Marx terminó siendo
devorado por su antihumanismo metodológico. Millones de personas tuvieron que pagar con
su vida el mayor error filosófico de todos los tiempos.

Bibliografía

Arendt, Hannah (2007): Karl Marx y la tradición pensamiento político occidental. Madrid:
Encuentro.
Avilés, Juan (2008): “Los socialistas y la insurrección de octubre de 1934”. Espacio, Tiempo
y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 20, págs. 129-157.
Chomsky, Noam y Foucault, Michel (2007): La naturaleza humana. Justicia y poder.
Buenos Aires: Katz.
Engels, Friedrich (1968): La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring (Anti-Dühring).
Engels, F. (s.f.). De la autoridad. Madrid, Editorial Ciencia Nueva.
Harris, James (2017): El gran miedo. Una nueva interpretación del terror en la revolución
rusa. Barcelona: Crítica.
Lenin, V. I. (1961): Obras escogidas. Moscú: Progreso.
Marx, Karl (1977): Crítica del programa de Gotha. Moscú: Progreso.
Marx, Karl (1978). La guerra civil en Francia. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras.
Marx, Karl (1986): El Capital. México, Fondo de Cultura Económica.
Roth, Philip (2007): El oficio: Un escritor, sus colegas y sus obras. Barcelona: DeBolsillo.
Serge, Victor (1925): Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión. Consultado
en https://www.marxists.org/espanol/serge/represion/repres-4.htm.
Villatoro, Manuel (2020): “Bronca en el Congreso: cuando Pablo Iglesias (PSOE) amenazó
con atentar contra los conservadores en 1910”. Abc, 10 de febrero. Disponible en
https://www.abc.es/historia/abci-bronca-congreso-cuando-pablo-iglesias-psoe-amenazo-
atentar-contra-conservadores-1910-202001212312_noticia.html

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