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3. Podemos confesarla.
La mejor manera de tratar con los sentimientos de enojo, es hablar con
Dios acerca de ellos, ésta es una buena forma de desahogarse sin pecar,
Dios nos conoce mejor que nos conocemos a nosotros mismos y siempre
será comprensivo con nosotros.
El sólo estar en la presencia de Dios nos ayuda a calmarnos, también nos
ayuda a ver las cosas en su perspectiva correcta, muchas veces nos damos
cuenta de que lo que nos molestaba tanto, en realidad no era tan
importante.
Pero hay un sentimiento anormal cuando la ira llega a otro grado más alto
que llamamos "la rabia", la furia, ese es un grado muy grande de ira que
puede llevar, y ordinariamente lleva, a la agresión de palabra o de obra; la
rabia es una forma muy fuerte de ira, es terrible y lleva a la violencia, a la
agresión, no hay que confundir ira con rabia, con resentimiento.
En el resentimiento hay parte de ira también, que la persona va
almacenando, pensando en lo que le hicieron lo va guardando, por eso se
llama resentimiento, que significa volver a sentir, esta ira va destruyendo a
la persona que la siente, no al que causó el resentimiento, que a veces ni
se entera que hizo rabiar al otro, la ira destruye, si llega a convertirse en
odio, cuyo proceso final es el resentimiento, que es una ira congelada, la
ira se puede convertir en una adicción. ¿Cuándo se puede decir que una
persona es adicta a la ira? Cuando no tiene control sobre la ira y ésta es
algo crónico, compulsivo.
Nadie está libre de pecado y por eso está impedido de lanzarle piedras al
prójimo, eso es claro, sin embargo, el que todos seamos pecadores no nos
coloca en el mismo nivel, hay pecados de pecados, categorías según su
gravedad y daño a la sociedad, que es lo que sucede cuando los pecados se
convierten en delitos.
2) Ser oportunos (Ef 4:26-27). No debemos permitir que lo que nos está
molestando, crezca hasta perder el control, es importante manejar y
compartir lo que nos molesta antes que llegue hasta ese punto.
Por último, debemos actuar para resolver nuestra parte del problema (Ro
12:18). No podemos controlar la manera en que los demás actúen o
respondan, pero sí podemos hacer los cambios necesarios para hacerlo por
nuestra parte. Conquistar nuestro temperamento no es algo que suceda de
la noche a la mañana, pero a través de la oración pidiendo ayuda, el
estudio de la Biblia, y la confianza en el Espíritu Santo de Dios, se puede
vencer la ira, así como hemos permitido que la ira se haya atrincherado en
nuestras vidas por la práctica habitual, también debemos practicar
responder correctamente hasta que se convierta en un hábito que
reemplace a las viejas actitudes.
Las personas dominadas por este pecado son propensas a imponer a los
demás sus propias normas de vida, dar lecciones a los demás y corregir
todo aquello que según su criterio no es correcto, luchan por cambiar el
mundo.
Como la rigidez describe su estilo de conducta, esperan que el mundo
entero acepte su manera de ver las cosas. «Estoy en lo correcto» es la
fuerza de este pecado, es afirmar que uno tiene razón y que los demás
están equivocados.
Este tipo de personas sufren porque son unos inadaptados que tienen un
ojo especial para descubrir sólo ellos donde esta la imperfección. Tienen
una facilidad para percibir el pecado de los demás, pero grandes
dificultades para darse cuenta del suyo. Lo critican todo y nada está bien
hecho para este tipo de personas.
Todo lo que viven se lo toman tan a pecho, que les dificulta disfrutar de
todo lo que la vida puede ofrecernos de bueno.
Por eso los invito hoy a preguntarnos. ¿Soy intransigente e intolerante?
¿Impaciente e iracundo?¿Me pongo de mal humor cuando las cosas no
salen como yo quiero?¿Le echo la culpa a otras personas o a otras cosas
cuando pierdo el control (ej: “me sacaron de quicio”, “fue que él me hizo tal
cosa”? ¿O asumo mi responsabilidad?
Si a las preguntas hemos contestado SI, los invito al perdón, al perdón
hacia asi mismo, hacia los demás y hacia los acontecimientos ocurridos
que no corresponden a lo esperado es la respuesta a este pecado.
Se trata de perdonarse uno mismo, de perdonar a los demás y a las
circunstancia, es muy posible que no se entienda lo que ha ocurrido, pero
se acata, se perdona.
Las palabras de Jesús en la cruz hacia aquellos que le estaban
crucificando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34),
encontramos el sentido más profundo del perdón, porque para Jesús los
que le estaban crucificando, sólo estaban haciendo lo que creían correcto.
Las palabras de Jesús: “Sed compasivos” (Lc 6,36) y “Haced bien a quien
os hace mal” (Mateo 6,35) son claves para este tipo de pecado.
Nunca podremos cambiar a los demás ni el mundo, lo que sí que podemos
es cambiar nuestra manera de situarnos ante lo que nos acontece.
Misericordia, paciencia y tolerancia por la imperfección humana, son
algunas de las características más hermosas de cómo es Dios, que hace
salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos.
La paciencia es el antídoto a la ira, la cual no debe confundirse con la
resignación que consiste en aceptar lo que se considera inevitable, lo cual
no es otra cosa que la sumisión, la paciencia tiene que ver más con el
dominio de las emociones, lo cual es una fortaleza y no una debilidad, no
es paciente el que huye del mal, sino el que no se deja arrastrar por su
presencia, la paciencia es una virtud creadora de esperanza.
La invitación a abandonar este tipo de pecado no es otra que aceptar que
no todo es perfecto en este mundo. «Ahora vemos por espejo en la
oscuridad», dijo el apóstol Pablo en 1 Corintios 13,9.
Jugar, disfrutar de la vida, alegrase de todo lo bueno que hay en el mundo,
permitir que las cosas sucedan sin ningún control, sustituir la aspiración
del “debe ser” por el disfrute de lo que es, vivir sabiendo que son más
importantes las personas que las reglas de juego, aprender a relajarse,
éstas son algunas de las señales más poderosas de la liberación de este
pecado.
Cuando eso ocurre, el profundo anhelo por la verdad y la justicia que es el
gran aporte de este tipo de personas a la humanidad, se manifiesta con
dulzura, paciencia, comprensión, compasión y esperanza.