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Primer día de la “IRA”

La ira es tan poderosa que resulta repulsiva tanto para quien lo


experimenta en sí mismo como para quien la advierte en otro,(Ef 4, 23-26;
Jn 2, 14-16) les invito desde hoy y por los acostumbrados siete días a
reflexionar sobre la ira, que juega un papel importante en nuestras
relaciones, cuando no somos señores de ella, cuando no tenemos la
vigilancia necesaria de nuestras reacciones emocionales o no perdonamos,
nos descontrolamos, si no somos conscientes de nuestros sentimientos o
no los trabajamos, podemos comportarnos inconscientemente de modo
injusto y destructivo, pues actuamos por instinto. Los sentimientos tienen
influencia profunda sobre nuestras ideas, opiniones, acciones y, en
general, sobre nuestro cuerpo y nuestro comportamiento. Será que
podemos enojarnos, pero sin pecar?

Por principio la ira no es mala, pues todos tenemos el justo derecho de


tomar represalia por las ofensas, según la recta razón y la ley general,
mientras el hombre se atenga al dictamen de la razón y obre de acuerdo
con las exigencias de la naturaleza, la ira es un acto digno de alabanza; es
un deber del que la ley puede pedir cuentas, por eso, San Juan Crisóstomo
pudo decir: "Quien con causa no se aíra, peca, porque la paciencia
irracional siembra vicios, fomenta la negligencia, y no sólo a los malos sino
también a los buenos los invita al mal, sólo cuando se excede la medida
racional, o cuando no se llegue al justo medio, la ira o la no ira, son
pecado, no se puede decir que una persona airada esté pecando, ya que su
acto de ira puede responder en proporción justa, a la medida racional que
la ira por celo está reclamando de él, pues al centrarse la ira en la
venganza, si el fin de la venganza es recto, la ira es buena.

La ira, en su esencia íntima, es una sed tan viva de venganza,


correspondiente a una injuria recibida, cuya satisfacción se logra con la
venganza, es tan poderosa que resulta repulsiva tanto para quien lo
experimenta en sí mismo como para quien la advierte en otro, afecta a las
relaciones humanas, hasta hacernos capaces de odiar, ha suscitado más
debates que ninguna otra emoción. Muchos católicos pensaban que el
sentimiento de ira era en sí mismo pecaminoso, ha tenido que pasar
mucho tiempo hasta descubrir que es una emoción humana normal,
regalo de Dios para la supervivencia física y psicológica. La Carta a los
Efesios, cuando afirma: “Si se aíran, no pequen; no se ponga el sol
mientras están airados… Toda acritud, gritos, maledicencia y cualquier
clase de maldad, desaparezca de entre ustedes” (Ef 4,26.31), entiende que
no es el sentimiento de la ira lo que es malo, sino la conducta perjudicial o
culpable que dimana de él.

Lo primero que tenemos que hacer es distinguir el sentimiento de ira del


pecado de la ira, enseñan la psicología y el Catecismo de la Iglesia
Católica que sentir no es lo mismo que consentir, y que los sentimientos
en sí mismos, no son ni buenos ni malos, son amorales, no son pecado.
Dice el Catecismo que “el término ‘pasiones’ designa los afectos y los
sentimientos. Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio, el
deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la ira, en sí mismas, las pasiones
no son buenas ni malas, las emociones y sentimientos pueden ser
asumidos por las virtudes, o pervertidos en los vicios”. En segundo lugar,
el sentimiento de ira surge cuando lo que la persona espera, necesita o
desea no es alcanzado, por eso, si no hay deseo no hay ira, así si yo espero
que mis hijos se porten siempre bien, hagan la tarea sin protestar, y
mantengan sus cuartos en orden, si esto no sucede me voy a frustrar. El
sentimiento de la ira es una reacción a mi frustración, porque las cosas no
suceden como yo quisiera que fueran.

Segundo día de la “IRA”

La ira es el más peligroso de los pecados porque significa el


descontrol total de los sentimientos negativos. Su forma más leve puede
ser la intolerancia, la impaciencia, el fanatismo religioso y político; pero
cuando se desboca conduce al homicidio, a la venganza cruel.
El primer hombre que descubrió el poder destructivo de la ira, fue Caín.
Caín y su hermano Abel, fueron los dos primeros hijos de Adán. Cuando
estos hijos llegaron a ser adultos, Caín se hizo agricultor y Abel era pastor
de ovejas.
A Caín y Abel se les había enseñado la forma correcta de adorar a Dios.
Sabían que Dios exigía la ofrenda de un animal inocente como sacrificio
por sus pecados. Pe
ro cuando llegó el tiempo de adorar al Señor, sólo uno de los hermanos
obedeció a Dios.

Abel trajo un cordero como ofrenda, pero Caín trajo frutos de sus


cosechas.
Dios aceptó a Abel y su ofrenda, pero rechazó a Caín y la suya. Como
resultado de ésto, Caín se enojó mucho. Estaba enojado con Dios y tenía
envidia de su hermano.

Dios le advirtió a Caín de las consecuencias de su ira. El mensaje de Dios


para Caín era éste: “¡Cuidado! Tu ira es como un león esperando a tu
puerta. Debes controlar tu ira o ella te controlará a ti”, pero Caín no
respondió a la advertencia de Dios, sus celos hacia su hermano Abel se
transformaron en odio.
Un día en que Caín y Abel estaban juntos en el campo, Caín se levantó
contra su hermano y lo asesinó. Así, el primer hombre nacido en este
mundo se hizo asesino porque no controló su ira.
Igual que Caín, tenemos al “león” de la ira dentro de nosotros. Debemos
controlarlo o él nos controlará a nosotros. Dios no ha dicho que nunca
debemos enojarnos, pero nos ha advertido del peligro de la ira
descontrolada. La Biblia dice: Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol
sobre vuestro enojo (Ef 4:26).
Hay tres cosas que podemos hacer con nuestra ira:
1. Podemos expresarla.
Cuando la ira está fuera de control, hace gran daño. Cuando nos enojamos
tanto que deseamos arremeter contra alguien y herirlo, estamos
cometiendo un gran pecado, lo llamamos “perder el control”, a veces
pensamos que demostramos lo fuerte que somos cuando nos
descontrolamos, pero perder el control es señal de debilidad, no de fuerza.
La Biblia dice:
No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno
de los necios (Eclesiastés 7:9).
2. Podemos suprimirla.
Suprimir la ira es guardársela adentro, hay personas que se enojan y
expresan su furia abiertamente, otras tienen los mismos sentimientos de
ira, pero logran guardarlos dentro de sí.
La ira que se guarda o se mantiene encerrada dentro de nosotros, nos
hiere y continúa hiriéndonos, se convierte en resentimiento y amargura y
puede causar una depresión o también muchas clases de enfermedades
físicas.

3. Podemos confesarla.
La mejor manera de tratar con los sentimientos de enojo, es hablar con
Dios acerca de ellos, ésta es una buena forma de desahogarse sin pecar,
Dios nos conoce mejor que nos conocemos a nosotros mismos y siempre
será comprensivo con nosotros.
El sólo estar en la presencia de Dios nos ayuda a calmarnos, también nos
ayuda a ver las cosas en su perspectiva correcta, muchas veces nos damos
cuenta de que lo que nos molestaba tanto, en realidad no era tan
importante.

Tercer día de la “IRA”

En los Evangelios encontramos el testimonio de que Jesús se enojó contra


los mercaderes en el templo de Jerusalén (Jn 2,13-16); cuando los fariseos
quisieron ridiculizarlo por curar en el día sábado, Jesús “paseó sobre ellos
su mirada enojado y apenado por su ceguera” (Mc 3,5); cuando los
discípulos reprendían a los niños para que no se le acercaran “Jesús se
enfadó y les dijo: Dejen que los niños vengan a mí” (Mc 9,13-14). Fue un
sentimiento normal, cuando Cristo se airó porque habían convertido la
casa de Dios en cueva de ladrones, cuando vinieron los niños a Él y los
apóstoles no los dejaron acercarse, el Señor se enojó, esta es la ira normal,
reacción normal del celo por la gloria de Dios ultrajada, la ira normal no
lleva nunca a la agresión.

Pero hay un sentimiento anormal cuando la ira llega a otro grado más alto
que llamamos "la rabia", la furia, ese es un grado muy grande de ira que
puede llevar, y ordinariamente lleva, a la agresión de palabra o de obra; la
rabia es una forma muy fuerte de ira, es terrible y lleva a la violencia, a la
agresión, no hay que confundir ira con rabia, con resentimiento.
En el resentimiento hay parte de ira también, que la persona va
almacenando, pensando en lo que le hicieron lo va guardando, por eso se
llama resentimiento, que significa volver a sentir, esta ira va destruyendo a
la persona que la siente, no al que causó el resentimiento, que a veces ni
se entera que hizo rabiar al otro, la ira destruye, si llega a convertirse en
odio, cuyo proceso final es el resentimiento, que es una ira congelada, la
ira se puede convertir en una adicción. ¿Cuándo se puede decir que una
persona es adicta a la ira? Cuando no tiene control sobre la ira y ésta es
algo crónico, compulsivo.

La Escritura nos introduce en las líneas maestras de la vida de los


seguidores de Jesús en cuanto a las relacione, la esencia de estas líneas de
conducta es el amor. Los sinópticos presentan el mandamiento del amor
dentro de un contexto de conflicto, Jesús ha llegado a Jerusalén, el jefe del
sanedrín, los escribas y los ancianos han puesto en duda su autoridad.
Cuando Jesús continúa enseñando, ellos se ponen furiosos y quieren
detenerlo; algunos fariseos y saduceos se reúnen e inventan unas
preguntas para ponerle una trampa, así con ese telón de fondo, rodeado de
enemigos y de trampas, puesto a prueba y atacado, Mateo, Marcos y Lucas
presentan a Jesús hablando del amor (Mc 12,28-34). Enseñándonos así
que la mansedumbre y la misericordia moderan la ira, el odio, el conflicto
no nos exime del amor, la ira contra el prójimo no nos exime del más
grande de los mandamientos, más aún, el momento de la ira es el
momento de responder con amor, nos llama a abordar el conflicto con la
actitud y conducta de los que viven a Jesús, de los que creen que amar al
prójimo “vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,33).
Incluso cuando alguien nos ha atacado, nos ha engañado, ha sido hostil
con nosotros, nuestra respuesta es dejarnos guiar por el amor, y esto no
significa negar nuestra ira, sino enfrentar nuestra ira, a la persona contra
quien nos airamos con un comportamiento en armonía con el amor
evangélico: honradez, respeto y sobre todo disposición para el perdón.

Jesús, en medio de la oposición, peleando con sus amigos y con sus


enemigos, habla del amor, nos habla de un Padre que perdona, que acoge
entre sus brazos al hijo que le ha ofendido; habla del pastor cansado que
sale en busca de una sola oveja perdida; de una mujer sorprendida en
adulterio que experimenta su acogida en vez de su lapidación; de un
criminal que muere saboreándola misericordia y el perdón, estas historias
nos dicen que no podemos tener vida sin conflictos y que el conflicto nos
ofrece la oportunidad de recuperar algo que hemos perdido, la oportunidad
de la curación, de dar la vuelta a nuestras vidas, la oportunidad de
regresar a nuestra casa, la casa del Padre.

Nadie está libre de pecado y por eso está impedido de lanzarle piedras al
prójimo, eso es claro, sin embargo, el que todos seamos pecadores no nos
coloca en el mismo nivel, hay pecados de pecados, categorías según su
gravedad y daño a la sociedad, que es lo que sucede cuando los pecados se
convierten en delitos.

Cuarto día de la “IRA”

La ira no siempre es pecado, hay un tipo de ira que la Biblia aprueba, a


menudo llamada "justa indignación". Dios está airado (Salmos 7:11; Mc
3:5), y a los creyentes se les permite estar airados (Ef 4:26). En el Nuevo
Testamento se usan dos palabras griegas para la palabra “ira”. Una
significa “pasión, energía”, y la otra significa “agitado, hirviendo”.
Bíblicamente, la ira es una energía dada por Dios con la intención de
ayudarnos a resolver problemas. Ejemplos de ira bíblica incluyen la
confrontación de Pablo con Pedro, por su mal ejemplo en Ga 2:11-14;
David, disgustado al escuchar al profeta Natán compartirle una injusticia
(2 Sm 12), y Jesús airado por la manera en que algunos judíos habían
corrompido la adoración en el templo de Dios en Jerusalén (Jn 2:13-18),
nótese que ninguno de estos ejemplos de ira involucró la auto-defensa,
sino la defensa de otros, o de un principio.

La ira se vuelve pecado cuando es motivada por el egoísmo (Sant. 1:20),


cuando el objetivo de Dios es distorsionado (1 Cor 10:31), o cuando se deja
que la ira persista (Ef 4:26-27), en lugar de utilizar la energía generada por
la ira para atacar el problema en sí, es la persona quien es atacada en su
lugar. Ef 4:15, 29 dice que debemos hablar la verdad en amor y usar
nuestras palabras para edificar a otros, y no permitir que salgan de
nuestra boca palabras corrompidas o destructivas, desafortunadamente,
esta venenosa manera de hablar es una característica común del hombre
caído (Ro 3:13-14). La ira se vuelve pecado cuando se le permite
desbordarse sin restricción, dando como resultado un escenario en el que
todos a su alrededor resultan lastimados (Pr 29:11), dejando devastación a
su camino, usualmente con consecuencias irreparables, la ira también se
vuelve pecado cuando el airado rehúsa ser tranquilizado, guarda rencor, o
lo guarda todo en su interior (Ef 4:26-27), esto puede causar depresión e
irritabilidad por cosas pequeñas, con frecuencia con cosas sin relación
alguna con el problema de fondo.

Podemos manejar la ira bíblicamente reconociendo y admitiendo nuestra


ira egoísta y el erróneo manejo del enojo como un pecado (Pr 28:13; 1 Jn
1:9), esta confesión debe ser hecha tanto a Dios como ante aquellos a
quienes hemos herido con nuestra ira, tampoco debemos minimizar ese
pecado al excusarnos o echándole a otros la culpa.

Podemos manejar el enojo bíblicamente viendo a Dios en la prueba. Eso es


especialmente importante cuando la gente ha hecho algo específicamente
para ofendernos. San 1:2-4; Ro 8:28-29 y Gn 50:20 apuntan todo al hecho
de que Dios es soberano y tiene completo control sobre cualquier
circunstancia y persona que entra en nuestro camino, nada nos sucede
que Él no lo cause o lo permita, y como todos estos versos lo dicen, Dios es
un Dios BUENO (Sl 145:8,9,17) que hace y permite todas las cosas en
nuestras vidas para nuestro bien y el bien de otros, reflexionar sobre esta
verdad hasta que se mueva de nuestra mente a nuestro corazón, alterará
nuestra reacción hacia aquellos que nos hieren profundamente.

Podemos manejar el enojo bíblicamente dejando lugar para la ira de Dios.


Esto es especialmente importante en casos de injusticia, especialmente
cuando es hecho por hombres “malvados” hacia gente “inocente”. Tanto
Gn 50:19 como Ro 12:19 nos dicen que no juguemos a ser Dios. Dios es
recto y justo, y podemos confiar en Él, quien conoce todo y lo ve todo para
actuar con justicia (Gn 18:25).

Podemos manejar el enojo bíblicamente no devolviendo mal por bien (Gn


50:21; Ro 12:21). Esta es la clave para convertir nuestra ira en amor. Así
como nuestras acciones fluyen de nuestro corazón, así también nuestros
corazones pueden ser alterados por nuestras acciones (Mateo 5:43-48). Así
que, podemos cambiar nuestros sentimientos hacia otros, cambiando la
manera en que decidimos actuar hacia esa persona.

Quinto día de la “IRA”

Podemos manejar el enojo bíblicamente comunicándonos para resolver el


problema. Hay cuatro reglas básicas de comunicación que se nos
comparten en Ef 4:15, 25-32.

1) Ser honestos y hablar (Ef 4:15,25). La gente no puede leer nuestra


mente; diga la verdad EN AMOR.

2) Ser oportunos (Ef 4:26-27). No debemos permitir que lo que nos está
molestando, crezca hasta perder el control, es importante manejar y
compartir lo que nos molesta antes que llegue hasta ese punto.

3) Atacar el problema, no a la persona (Ef 4:29, 31). Junto con esto,


debemos recordar la importancia de mantener bajo el volumen de nuestra
voz (Pr 15:1).

4) Actuar, no reaccionar (Ef 4:31-32). A causa de nuestra naturaleza caída,


generalmente nuestro primer impulso es uno pecaminoso, el tiempo
utilizado para “contar hasta diez” debe ser usado para reflexionar sobre la
manera amable de responder, y para recordarnos a nosotros mismos,
cómo se debe usar la ira para resolver problemas y no para crear unos
mayores.

Por último, debemos actuar para resolver nuestra parte del problema (Ro
12:18). No podemos controlar la manera en que los demás actúen o
respondan, pero sí podemos hacer los cambios necesarios para hacerlo por
nuestra parte. Conquistar nuestro temperamento no es algo que suceda de
la noche a la mañana, pero a través de la oración pidiendo ayuda, el
estudio de la Biblia, y la confianza en el Espíritu Santo de Dios, se puede
vencer la ira, así como hemos permitido que la ira se haya atrincherado en
nuestras vidas por la práctica habitual, también debemos practicar
responder correctamente hasta que se convierta en un hábito que
reemplace a las viejas actitudes.

La ira es ciega ya que carece de compresión y de reflexión, es por ello que


se considera una emoción primitiva de resentimientos reprimidos a lo largo
de la vida, la ira es el resultado de la cosmovisión del mundo de las
personas con este pecado que no admiten ambigüedades, en la vida todo
es blanco o negro, correcto o incorrecto, bueno o malo, los matices no
existen, no hay grises, no hay varias soluciones a una misma realidad.
La ira es una de las  emociones universales más potentes del ser humano.
La literatura europea comienza con un canto a la ira de Aquiles en
la Iliada, Dante Alighieri en la Divina Comedia describe la ira como un
amor por la justicia  en forma de resentimiento y venganza, los filósofos
griegos la consideraban junto a la lujuria, la pasión más feroz, intensa y
peligrosa. Séneca que dedicó al tema de la ira un libro entero, la
consideraba la más destructiva y peligrosa de las pasiones humanas.

Pero… ¿cuáles son las consecuencias de la ira?


Los efectos de la ira son los fanatismos, los dogmatismos y  la
inflexibilidad, la ira es la consecuencia de que la exigencia de perfección es
tan fuerte que ni la persona misma, ni los demás satisfacen las
expectativas deseadas, por lo que  la culpa y la angustia es lo que
caracteriza la vida de las personas con este pecado y que  muy a menudo
no es  admitido ni reconocido.
Las personas dominadas por este pecado se consideran jueces de la verdad
y de la ley, debido a que llevan dentro de ellas un juez muy severo que no
deja pasar ni una, consideran la vida como un campo de batalla en el cual
son los héroes y justicieros morales que con mano rígida intentan
controlarlo todo.
El deseo de control se puede manifestar con la impaciencia en los
procedimientos judiciales, por lo que la pretensión de venganza fuera  del
sistema judicial y el tomarse la justicia por su mano es su gran tentación,
justificándolo con el concepto de la ira justa.
Esta manera de pensar no es nada nuevo en la historia de la humanidad,
ya que es lo que permitió a los teólogos de la Edad Media aceptar la
imagen de un Dios vengativo y obsesionado por la compensación del daño
recibido, afirmando que la venganza tiene que ver con la justicia, la guerra
justa es el resultado de esta manera de entender la vida.
En los pueblos primitivos, la venganza era una obligación y el
restablecimiento de un equilibrio roto por la injusticia de la otra persona.

Sexto día de la “IRA”

La ira es complicada porque supone un costo tanto a la hora de expresarla


como de reprimirla. Reprimirla en realidad no soluciona nada, solo
pospone la necesidad de ocuparse de ella, mientras se va cociendo a fuego
lento y en silencio debajo de la superficie, causando estragos en el cuerpo,
pero si la manifestamos, casi invariablemente hiere a otros o provoca
represalias. Otra costumbre habitual es “alimentar” inconscientemente
estados mentales de enojo a través de nuestras historias de culpabilización
y victimización, con lo cual el hábito del enojo cobra aún mayor fuerza, en
la actualidad pocos son los terapeutas que aconsejan a sus pacientes que
expresen libremente su enfado con otros reales o simbólicos (dar
puñetazos a una almohada, gritar en una habitación vacía, etc.) en parte
porque la neurociencia ha demostrado que, cada vez que expresamos la
ira, la entrenamos y reforzamos en nuestro cerebro, la idea de que si
sueltas la cólera te quedarás bien y tranquilo es simplemente falsa: la
satisfacción que esa descarga pueda producir no será más que un alivio
pasajero, y la ira aparecerá de nuevo.
La mayoría de las personas saben que cuando expresamos la
agresión obtenemos una cierta satisfacción o alivio. La expresión de la
ira puede tener una cualidad seductora y provocar una subida de
adrenalina; por esto se puede convertir en un hábito, incluso en una
adicción, la ira es como un combustibl, cuando nos enfadamos,
nos sentimos más fuertes y más grandes, piensa en el gato furioso, con
la columna arqueada y el pelo erizado, simulando así que es más
grande de lo que realmente es para asustar a quien de verdad le asusta,
sin embargo, la ira no es un combustible muy eficiente: se quema a
altas temperaturas, es caro porque nos puede costar la salud y nuestras
relaciones y acaba por corroer el sistema; además, el primero en recibir la
ira es la persona enojada: tú eres el principal destinatario de tu ira.

Cuando se perciben ofensas u obstáculos, es normal que surja la reacción


de la ira, simplemente es la expresión de nuestra naturaleza y nuestra
evolución como especie, aunque podamos conseguir enfadarnos con menor
frecuencia, la ira siempre formará parte de nuestra vida emocional; por lo
tanto, es fundamental aprender a establecer una relación sabia con esta
energía, cuando recuerdes que no eres solo una víctima de tu ira, y que
puedes utilizarla como un camino de autodescubrimiento para cultivar la
conciencia plena, serás capaz de comenzar a practicar estar presente con
la ira, conectar con ella y dejar que su energía surja y se desvanezca sin
actuar sobre ella ni reprimirla.

Séptimo día de la “IRA”

Las personas dominadas por este pecado son propensas a  imponer a los
demás sus propias normas de vida, dar lecciones a  los demás y corregir
todo aquello que según su criterio no es correcto, luchan por cambiar el
mundo.
Como la rigidez describe su estilo de conducta, esperan que el mundo
entero acepte su manera de ver las cosas. «Estoy en lo correcto» es la
fuerza de este pecado, es afirmar que uno tiene razón y que los demás
están equivocados.
Este tipo de personas sufren porque son unos inadaptados que tienen un
ojo especial para descubrir sólo ellos donde esta la imperfección. Tienen
una facilidad para percibir el pecado de los demás, pero grandes
dificultades para darse cuenta del suyo. Lo critican todo y nada está bien
hecho para este tipo de personas.
Todo lo que viven se lo toman tan a pecho, que les dificulta disfrutar de
todo lo que la vida puede ofrecernos de bueno.
Por eso los invito hoy a preguntarnos. ¿Soy intransigente e intolerante?
¿Impaciente e iracundo?¿Me pongo de mal humor cuando las cosas no
salen como yo quiero?¿Le echo la culpa a otras personas o a otras cosas
cuando pierdo el control (ej: “me sacaron de quicio”, “fue que él me hizo tal
cosa”? ¿O asumo mi responsabilidad?
Si a las preguntas hemos contestado SI, los invito al perdón, al perdón
hacia asi mismo, hacia los demás y hacia los acontecimientos ocurridos
que no corresponden a lo esperado es la respuesta a este pecado.
Se trata de perdonarse uno mismo, de perdonar a los demás y a las
circunstancia, es muy posible que no se entienda lo que ha ocurrido, pero
se acata, se perdona.
Las palabras de Jesús en la cruz hacia aquellos que le estaban
crucificando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34),
encontramos el sentido más profundo del perdón, porque para Jesús los
que le estaban crucificando, sólo estaban haciendo lo que creían correcto.
Las palabras de Jesús: “Sed compasivos” (Lc 6,36) y “Haced bien a quien
os hace mal” (Mateo 6,35) son claves para este tipo de pecado.
Nunca podremos cambiar  a los demás ni el mundo, lo que sí que podemos
es cambiar nuestra manera de situarnos ante lo que nos acontece.
Misericordia, paciencia y tolerancia por la imperfección humana, son
algunas de  las características más hermosas de cómo es Dios, que hace
salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos.
La paciencia es el antídoto a la ira, la cual no debe confundirse con la
resignación que consiste en aceptar lo que se considera inevitable, lo cual
no es otra cosa que la sumisión, la paciencia tiene que ver  más con el
dominio de las emociones, lo cual es una fortaleza y no una debilidad, no
es paciente el que huye del mal, sino el que no se deja arrastrar por su
presencia, la paciencia es una virtud creadora de esperanza.
La invitación a abandonar este tipo de pecado no es otra que aceptar que
no todo es perfecto en este mundo. «Ahora vemos por espejo en la
oscuridad», dijo el apóstol  Pablo en 1 Corintios 13,9.
Jugar, disfrutar de la vida, alegrase de todo lo bueno que hay en el mundo,
permitir que las cosas sucedan sin ningún control, sustituir la aspiración
del “debe ser” por el disfrute de lo que es, vivir sabiendo que son más
importantes las personas que las reglas de juego, aprender a relajarse,
éstas son algunas de las señales más poderosas de la liberación de este
pecado.
Cuando eso ocurre, el profundo anhelo por la verdad y la justicia que es el
gran aporte de este tipo de personas a la humanidad, se manifiesta con
dulzura, paciencia, comprensión, compasión y esperanza.

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