Вы находитесь на странице: 1из 344

Círculo de Lovecraft es una revista de terror y fantasía oscura.

Su objetivo es la difusión
de artículos, relatos e ilustraciones del género.

AVISO LEGAL. Los textos e ilustraciones pertenecen a los autores, que conservan todos
sus derechos asociados al © de su autor.

El autor, único propietario de su obra, cede únicamente el derecho a publicarla en Círculo


de Lovecraft para difundirla por Internet en formato pdf o epub.

NORMAS DE PUBLICACIÓN. La revista Círculo de Lovecraft está dedicada al terror,


pero también a la fantasía y a la ciencia ficción como géneros afines.

DIRECCIÓN: Amparo Montejano

MAQUETACIÓN: Círculo de Lovecraft

ILUSTRADOR DE PORTADA: Horacio Bordon

WEB: http://circulodelovecraft.blogspot.com.es/

CONTACTO: circulodelovecraft@gmail.com
“Bienvenidos al Horror
del Sol Naciente”
nacientedentraos en el laberinto,
Amparo Montejano
“Todas las cosas vivientes de este mundo están ligadas a la muerte”

-Edogawa Ranpo

¡Qué gran verdad!

Axioma irrefutable que tendemos a olvidar y que, nuevamente es el mundo de la

literatura, el que nos hace caer en la cuenta de nuestra nimia existencia universal

y de nuestros humanizados límites que, en ocasiones, rayan lo execrable, lo

grotesco y deforme y lo más resueltamente macabro… Y es que, no pasaréis de

puntillas y sin estremeceros por este nuevo y fragante nº. X “Especial J-Horror”,

¡no! Resulta imposible hacerlo, improbable el avanzar por entre sus páginas y

no conmoverse…, no vibrar con el derroche —terroríficamente creativo y

dogmático— que de la cultura del “Sol Naciente” tienen a bien el mostrarnos

tod@s los que en ella participan.

¡El número X!

La frase de Ranpo es el exordio perfecto para anunciar un nuevo comienzo. Una

insólita obertura sobre las bases de lo que ya éramos, pero, que hemos decidido

reformular: frescos horizontes y modernas pretensiones que anhelamos lleven a

este humilde magazine digital, a convertirse en una “corriente literaria “— a tener


en cuenta — en el panorama del fanzine de habla hispana, (ya un autor amigo

nos definió como: “un moderno Weird Tales a la española” y…, no pudimos hacer

otra cosa más que emocionarnos).

Pues bien, en este número X damos otro pasito hacia adelante. Uno grande y

que nos hace vibrar con el entusiasmo de aquell@s que luchan por un sueño:

ofreceros literatura de calidad a coste cero, y para quien la deseé.

En este “Especial J-Horror”, el gran escritor Axel A. Giaroli (“Pequeño Bastardo,

Primera Sangre”, Wave Books Editorial), ha tenido la increíble e impagable

deferencia de ofrecer una novelette inédita a todos nuestros lectores: “El Honor

lo es Todo”.

¡Vibraréis y os emocionaréis! Descubriréis su increíble estilo narrativo, sus

diálogos “arquitecturizados” y sus honorables y rectos personajes. ¡No hay

suficientes palabras en el diccionario para agradecer a Alex tanta y tamaña

generosidad! Por ello, ¡disfrutadla!

Disfrutad, también, de los trece fantásticos relatos de los autores seleccionados

para este número: ell@s han fabulado y hecho gala de una inventiva

“desproporcionalmente anacrónica”, ¡única!; enarbolando el estandarte del terror

nipón al más puro estilo del Eroguro de Maruo, Izuni o del propio Junji Ito.

Historias particulares, instaladas entre la hilaza fina que separa lo grotesco de lo

bello, la violencia de lo sutil; las situaciones sexuales incómodas, del ebúrneo

erotismo… A tod@s: ¡gracias!

Igualmente, agradecer a tod@s los que se presentaron al concurso y no

resultaron elegidos pues, es imposible editar tantas y tan buenas historias y, os


puedo asegurar que —por vez primera— ha habido discrepancias electivas

dentro del propio orgánulo del “Círculo”.

Y por si todo ello os resulta aún insuficiente, por si necesitáis más motivos para

adentraros entre sus más de trescientas páginas de imaginería sin fin, la exitosa

escritora de terror y ficción oscura Érica Couto-Ferreira, responsable además

del blog “En La Lista Negra” y podcaster en el programa de literatura fantástica

“Todo Tranquilo en Dunwich” (realizado junto a José Luis Forte), nos embruja

con su increíble artículo sobre el escritor japonés Junichiro Tanizaki.

En él, nos guía magistralmente por los temas y motivos recurrentes de la obra

literaria de este autor “genuinamente demoníaco”. Sirva decir que os enganchará

y asombrará a partes iguales.

Como veis, este número X “Especial J-Horror” es grande, férrico y exhala magia

y exotismo por doquier.

No debemos olvidar a tod@s nuestros “grupos editoriales-amigos” porque, ¡ellos

nos abastecen de ánimo, nos insuflan valiosa energía!: Wave Books Editorial,

Satori Ediciones, Insólita Editorial, Cazador de Ratas, Gigamesh,

Crononauta, Lee Runas, Orciny Press, Biblioteca de Carfax, Editorial

Cthulhu, Dorna ediciones, DistintaTinta… ¡No existen palabras que expresen

de forma adecuada todo lo que os debemos! Revista Windumanoth, Revista

Insomnia…, ¡más de lo mismo!

Y aquí, en este punto, me complace agradecer al programa musical de radio “La

Puerta de la Noche”, el denodado trabajo que ha hecho para radioficcionar —

altruistamente— el relato “Las Cuatro Puertas de Tokorozawa” (Alfredo Copado)

que, como sabéis, nos pareció el cuento más “representativo” de todos los
seleccionados para formular este volumen. Equipo de “La Puerta…”: ¡sois muy

grandes!

A tod@s los que componéis este “Círculo”: sin vuestro trabajo apasionado y de

constante sacrificio, hoy, todo esto no sería posible. ¡Gracias, chic@s! Y,

permitidme que de entre tod@s ell@s, haga un punto de inflexión en nuestro

portadista, Horacio Bordon, porque…, porque su trabajo es increíble y único y,

al igual que tod@s los que formamos parte del “Círculo”, completamente

desinteresado. Lanzo pues, un guante a editoriales y grupos creativos para que

admiren la calidad de este artista, con ganas y talento, que sólo busca una

oportunidad.

Sin alargar más mi perorata narrativa, os aliento —como he hecho siempre— a

que sigáis ahí, con nosotr@s; a que permanezcáis trabajando por edificar un

futuro repleto de aquello y aquell@s que os hacen verdaderamente felices:

“Entonces, el tiempo de la ilusión, es el hermoso momento de la pasión, momento en el

que el poeta o el escritor son libres de hacer aquello en lo que creen…”

-Lafcadio Hear

¡Volad libres!, mis Queridos Animales Nocturnos.


Nō – Rubén Carrasco……………………………………………………………….. 10
Cuatro días de lluvia – Beatriz Aguilar………………………………………… 25
El arte de la belleza – Luis Bravo……………………………………..………… 41
El novio perfecto – Ester Barroso…………………………………………..….. 65
Las cuatro puertas en Tokorozawa – Alfredo Copado………………….. 84
100 yenes – María C. Pérez................................................................ 104
La chica perro – Poldark Mego…………………………………………….…… 120
La Poda – P.G. Escuder….…………………………………………………….…. 157
El sueño de la seda – Pedro P. González….....………………………….…. 180
Ibutsusonzai – Uziel Heredia...………....……………………………………... 198
El viento divino – Ferreol von Schreiber Beckenbauer ……………….. 219
Miradas – Jordi Escoin …………………………………………………………….... 235
WANI NO DANSEI (Hombres Caimán) – David P. Yuste……….... 256
w
El honor lo es todo
Novela corta inédita de Axel A. Giaroli……………..…………...……... 286

Un hambre innatural y violenta: Junichirō Tanizaki y El drama


embrujado por Érica Couto-Ferreira ……………..………….………….. 148
ō
Rubén Carrasco

Las luces de Tokyo invadían la habitación. Hiroshi prefería hacerlo a oscuras,

pero le gustaba que todas las persianas estuviesen levantadas y las cortinas

abiertas. Así, en lo alto de aquel hotel, sentía que no tenía nada que esconderle

al mundo.

Los gemidos de su joven acompañante, tras la máscara, hacían que se

excitase aún más. Las embestidas de Hiroshi eran rítmicas, no demasiado

rápidas, pero llenas de fuerza. Con cada una de ellas, el chico dejaba escapar

un gritito de dolor y placer. Hiroshi no apartaba la vista de los dos pequeños

agujeros que la máscara de Nō tenía por ojos. Aunque no podía verlo, esperaba

que su amante también le estuviese mirando fijamente a través de ellos. Hiroshi

jadeaba por el goce y el esfuerzo. Con la mano izquierda en el pecho del joven,

lo inmovilizaba contra el colchón, mientras que con la mano derecha le sujetaba

el cuello. Lo tenía totalmente dominado y el muchacho parecía disfrutarlo.

Fue entonces cuando el chico enlazó sus piernas alrededor de la cintura

de Hiroshi, lo que éste interpretó como un reclamo de intensidad. Hiroshi decidió

complacerlo y aceleró sus acometidas. Presionó con más fuerza el pecho del

joven con su mano izquierda y apretó con más fuerza su cuello. Los gemidos

10
subieron de volumen y el chico le empezó a arañar la espalda. Hiroshi notó una

corriente eléctrica recorriendo todo su cuerpo y llegó al orgasmo. Se desplomó

sobre su amante, jadeando. Hiroshi recuperó el aliento poco a poco y se quedó

dormido.

Abrió los ojos alterado. Algo no iba bien. Hiroshi se apartó un poco del joven y le

arrancó la máscara. Entonces vio los fríos ojos abiertos de cadáver, manchados

de pequeños puntitos rojos. Por un instante, él también dejó de respirar. Con los

ojos anegados en lágrimas, recorrió el desnudo cuerpo del muchacho y fue

cuando se percató del hematoma en su pecho y de la marca de dedos en su

cuello. ¿Cómo había podido pasar?

Se derrumbó y, una vez en el suelo, se arrastró hasta un rincón oscuro de

la habitación. Hiroshi no sabía cuánto tiempo llevaba allí, pugnando por dejar de

llorar y por respirar de nuevo con normalidad, cuando se dio cuenta de que las

persianas estaban subidas y las cortinas estaban abiertas. Se apresuró a aislar

la habitación de las luces nocturnas del exterior. La adrenalina le ayudó a

recuperar la compostura. Tapó el cadáver del joven con la sábana y se fue a la

ducha.

Mientras el agua recorría su cuerpo y le reconfortaba, improvisó un plan. Hiroshi

se vistió sin mirar el bulto sobre la cama y salió del hotel. Regresó con

herramientas, bolsas de basura, productos de limpieza y dos grandes maletas.

Dos horas más tarde, estaba frente a unos almacenes portuarios,

arrojando al mar los pedazos del atractivo joven con el que había contactado por

11
internet un par de días antes. Acto seguido, condujo hasta un descampado

apartado en la otra punta de la ciudad y prendió fuego a las dos maletas.

Mientras observaba cómo las llamas bailaban se acordó de la máscara.

Al subirse al coche, en el hotel, la había dejado sobre el asiento del copiloto. Fue

a buscarla y se quedó de pie, observándola, frente a la hoguera.

Hiroshi era el heredero de una rica familia de Tokio. Desde que nació, su función

había sido convertirse en el presidente de la compañía de exportación de

componentes tecnológicos que había fundado su padre. Así, cuando, durante la

adolescencia, empezó a experimentar con algunos de sus compañeros del club

de natación, supo que tendría que guardar un secreto para siempre.

Ya en la universidad, ante la insistencia de sus padres, Hiroshi empezó a

buscar esposa. No fue una tarea fácil, pues, aunque logró tener alguna que otra

cita con chicas, nunca conseguía funcionar con ellas en el dormitorio.

Un día asistió con su familia a un evento corporativo en el que se

representaban algunas escenas de una obra clásica del teatro Nō. Como era

tradición, todos los actores eran hombres y algunos de ellos portaban máscaras.

En uno de los pasajes de la historia, el shite interpretaba a una desdichada mujer

que añoraba a su marido, quien se encontraba lejos de casa, luchando junto a

su señor feudal. Hiroshi quedó hipnotizado por la máscara que llevaba el

protagonista: su rostro blanco impoluto acentuaba el dolor de su expresión, sus

cejas afligidas, sus ojos tristes, su boca suplicante. El shite danzaba por el

escenario y recitaba sus parlamentos con maestría, mientras en la mente de

Hiroshi germinaba una idea.

12
Al día siguiente, el joven universitario compró una máscara de teatro Nō:

el rostro de una mujer entristecida, con un par de pequeños agujeros por ojos y

unos labios rojos y carnosos medio abiertos en un gemido de súplica.

A partir de aquel momento, empezó a contactar con chicos a los que no

les importase utilizar aquella máscara mientras practicaban sexo. A Hiroshi le

sorprendió lo poco que le costó follarse a jovencitos de cuerpo escultural con

rostro de madera y lo muchísimo que aquello le excitaba.

Poco a poco empezó a imaginarse el rostro de la máscara en mujeres

reales y aquello le permitió llevarse a la cama a algunas de ellas. Se imaginaba

que sus cejas eran una raya difuminada sobre el esmalte blanco, que sus ojos

eran dos pequeños pozos de oscuridad y que su boca era la fría boca de madera

pintada de carmesí de su máscara Nō.

Un año después se casó con la joven Hanako, una chica dulce, con la

libido justa, segunda hija de los propietarios de una importante empresa

automovilística. El enlace complació tanto a los padres de Hiroshi como lo hizo

el nacimiento de su primogénito, hijo único y receptáculo del legado familiar:

Hajime.

Por aquel entonces, Hiroshi ya ocupaba un puesto de importancia en la

empresa de su familia y manejaba con destreza su doble vida. De día era un

hombre ejemplar para los que lo rodeaban: gran empresario, esposo amoroso,

padre recto; pero de noche seguía citándose en diferentes hoteles con atractivos

hombres a los que le gustaba dominar mientras portaban la máscara de teatro

Nō con rasgos de mujer suplicante.

13
Hiroshi tiró la máscara a la hoguera y contempló cómo empezaba a arder. La

pintura se convirtió en un centenar de burbujas y empezó a deshacerse,

dibujando un terrible rostro de dolor sobre la madera. Unos minutos después, tan

sólo quedaba un rescoldo humeante de lo que había sido su posesión más

preciada durante los últimos diez años.

El empresario se montó en el coche y puso rumbo a casa. Eran las tres

de la madrugada, pero sabía que Hanako ni pensaría en preguntarle de dónde

venía. Para su discreta esposa, Hiroshi trabajaba hasta tarde varias noches por

semana y no le resultaba extraño que su marido llegase a esas horas.

Al llegar a casa, Hiroshi se dio un baño. Antes de intentar dormir un par de horas,

entró a ver a Hajime. Arropó un poco al niño y le dio un beso con cuidado de no

despertarlo. Entreabrió la puerta de la habitación de matrimonio y comprobó que,

por su respiración pausada, Hanako también dormía. Finalmente, se acostó en

el cuarto de invitados, donde solía dormir los días que llegaba tan tarde.

Aunque estaba agotado, Hiroshi no durmió bien. Soñó con agua y con

fuego, con ventanas y con las luces de Tokio sobre el cuerpo desnudo y sin

cabeza del joven al que le había arrebatado la vida poseído por el espíritu de la

lujuria. Soñó con la bañera del hotel llena de agua teñida de rojo y con el olor

dulzón y metálico que había flotado en la habitación hasta que utilizó el

ambientador que había comprado para cubrirlo. Soñó con su hijo y con su mujer

para, acto seguido, encontrarse en la sala de juntas de su empresa inmerso en

una orgía salvaje. Todo era placer y desenfreno hasta que los participantes

empezaron a sangrar por las axilas, por las ingles, por el cuello. Y Hiroshi salió

corriendo de la sala para encontrarse en un callejón oscuro donde la máscara de

14
Nō lo aguardaba. El homicida pudo sentir cómo los ojos de aquel pedazo de tabla

pintado removían su interior en busca de la culpa. Intentó gritar, pero no pudo.

El rictus de mujer se le acercó poco a poco, la madera crujió sonoramente y

aquellos falsos labios empezaron a abrirse para dejar al descubierto varias

hileras de afilados colmillos dispuestos a devorarlo.

Eran las cinco y treinta y dos cuando Hiroshi se despertó sobresaltado. Estaba

empapado en sudor y tenía una erección. El despertador no sonaría hasta las

seis, pero sabía que no iba a poder dormir más. Se dio una ducha, preparó café

y puso rumbo a la oficina antes de que los otros habitantes de la casa

despertasen.

Hiroshi pasó el resto de la semana intentando concentrarse en el trabajo,

aunque difícilmente lo consiguió. Se sorprendía recorriendo una y otra vez las

webs de noticias en busca de algún indicio de que su crimen había sido

descubierto, daba un respingo cada vez que escuchaba pasar un coche de

policía con las sirenas encendidas y no podía cerrar los ojos sin ver la máscara

Nō que intentaba devorarlo en sus sueños.

Hanako empezó a preocuparse y a hacer preguntas, pues Hiroshi estaba cada

vez más delgado y más demacrado. Él se inventó una delicada operación

empresarial que le estaba quitando el sueño y dio el tema por zanjado.

Aquella dinámica duró un par de meses hasta que, un día, Hiroshi durmió

cinco horas del tirón. Se había acostado tarde, pero se despertó fresco como

una rosa. Bajó a desayunar con su mujer y estuvo escuchando cómo Hajime le

15
explicaba sus aventuras escolares. Hiroshi notó que Hanako quería preguntarle

por su cambio de humor, pero él agradeció que no lo hiciese.

Con el paso de los días, Hiroshi volvió a ser el empresario que era antes

del incidente. Estaba concentrado y volvía a ser un líder eficiente. Dejó de buscar

miembros de muertos entre las páginas del periódico, convencido de que su

transgresión jamás sería descubierta, pero lo más importante fue que dejó de

soñar con la máscara.

Todo había vuelto a la normalidad, así también los deseos carnales de Hiroshi.

El renovado empresario decidió que había llegado la hora de volver a sus

antiguas costumbres para dejar atrás de forma definitiva el terrible incidente que

había vivido. Así, recuperó sus perfiles en múltiples aplicaciones de contactos y

retomó la búsqueda de jóvenes dispuestos a citarse en lujosos hoteles de

Shinjuku de la manera más discreta posible.

Nunca había tenido problemas para encontrar candidatos. Hiroshi era un

hombre atractivo de treinta y dos años, con un cuerpo esculpido en largas

sesiones de natación y una abultada cartera. Todo esto hacía las delicias de

jóvenes universitarios y de algún que otro estudiante de secundaria.

El muchacho con el que quedó aquella noche tenía diecinueve años. Era

guapo y deportista, tal como a Hiroshi le gustaban. Al llegar a la habitación del

hotel abrieron una botella de champán y se sirvieron un par de copas que no

iban por la mitad antes de que acabasen de arrancarse la ropa. Los preliminares

fueron cortos, pues el joven estaba muy interesado en ser penetrado, lo que a

Hiroshi le pareció estupendo, así volvería pronto a casa.

16
Desde que se había deshecho del cadáver de su último amante, Hiroshi

no había estado con nadie, así que estaba realmente excitado. Dio la vuelta a su

pareja sobre la cama y empezó a jugar con sus dedos entre las nalgas del joven,

mientras le besaba el cuello. Unos minutos después, Hiroshi embestía al

universitario mientras le agarraba del pelo. El chico parecía disfrutarlo y Hiroshi

estaba encantado.

Como siempre, Hiroshi había dejado todas las persianas levantadas, las

cortinas abiertas y las luces apagadas. Pese a la poca luz, podía ver su reflejo

en la ventana más cercana, donde distinguía las muecas de placer del joven,

que no dejaba de gemir. Hiroshi estaba tan excitado que no sabía si podría

aguantar mucho más. Volvió a lamer el cuello de su pareja y se detuvo un

instante en su oreja. El universitario se estremeció. Hiroshi levantó la cabeza

para centrarse de nuevo en el reflejo de ambos, pero allí, en la ventana, el rostro

lleno de disfrute del chico había dado paso al rictus suplicante e inhumano de su

máscara de teatro Nō.

Hiroshi salto de la cama con un grito. El joven deportista se giró

contrariado. El hombre comprobó que el chico no llevaba ninguna máscara y,

volviendo a su reflejo en la ventana, sólo pudo ver su atractivo perfil.

No pudieron acabar. Hiroshi se disculpó como pudo y pidió al universitario

que se marchase. El joven se fue sin disimular su enfado. El ambiente estaba

cargado de olor a sexo, aunque a Hiroshi le pareció distinguir otro olor que no

llegó a identificar. El confuso empresario se sentó en la cama y acabó con el

champán. ¿Qué esperaba? Después de lo que había vivido, de lo que había

hecho, no iba a resultarle tan fácil volver a la normalidad.

17
Decidió evitar sus citas clandestinas por el momento, aunque debería buscar

alguna manera de canalizar su libido si no quería acabar explotando. A partir de

aquel día empezó a frecuentar la piscina con mayor asiduidad. Al principio iba

por las mañanas, pero al tercer día empezó a ir de noche, cuando no había nadie,

pues la visión de los cuerpos prácticamente desnudos de sus compañeros

empezaron a atormentarlo.

Al dejar de verse con jovencitos, además, empezó a llegar a casa para

cenar con más frecuencia. Hajime estaba encantado de poder pasar algo más

de tiempo con su padre. Hiroshi pensó que, quizá, este cambio de ritmo era lo

que necesitaba para superar ese sentimiento de culpa que vivía agazapado en

su cerebro, dispuesto a asaltarlo en cualquier momento.

Había vuelto a dormir en la habitación de matrimonio, con Hanako, quien también

parecía más feliz ahora que su marido estaba más tiempo en casa. La relación

entre ambos siempre había sido afectuosa, pero nunca pasional. El sexo era

secundario para ella, por eso Hiroshi la había elegido como pareja. Además, la

mujer era, ante todo, leal. Hiroshi sabía que Hanako no era tonta, así que

suponía que estaba al corriente de sus múltiples aventuras. Dudaba, eso sí, de

que supiese que se acostaba con otros hombres. Pero ella nunca le había

reprochado nada y estaba seguro de que nunca lo haría. Por lo demás, Hiroshi

siempre se había preocupado porque Hanako se sintiese querida y porque

tuviese todo lo que quisiera, empezando por un primogénito.

Hasta que Hanako se quedó embarazada de Hajime, Hiroshi se tenía que

obligar a tener sexo con su esposa casi semanalmente. No le agradaba la idea,

pero llevaba años preparándose para darle a su padre un nieto que pudiese

18
continuar con el negocio familiar una generación más. Fue entonces cuando le

había sido más útil imaginarse que el rostro de su mujer era una máscara

femenina de teatro Nō bajo la que había un apuesto joven.

Poco más de once meses después de la boda, Hiroshi ya había logrado

fecundar a su mujer y, tras los nueve meses de embarazo, el sexo se había

convertido en algo prácticamente inexistente para la pareja. Muy rara vez,

Hanako reclamaba las atenciones de Hiroshi, a quien no le importaba hacer un

esfuerzo por ella.

Pero aquella noche, cuando Hanako se le arrimó más de lo que

acostumbraba en la cama, Hiroshi no sólo estaba dispuesto a complacerla, sino

que lo agradeció. Hacía semanas que no tenía sexo, desde su cita fallida con

aquel joven de diecinueve años, así que no le costó demasiado estar preparado

cuando la mano de su esposa se escurrió dentro del pantalón de su pijama.

Estaba tan excitado que, pese a que se le pasó por la cabeza el rostro de

la máscara Nō durante un segundo, Hiroshi desterró la imagen y se centró en su

mujer. Aun así, decidió no mirarle a la cara, preocupado por perder la erección.

Sin duda, eso haría que Hanako se preocupase. El empresario se centró en

recordar algunos de los encuentros sexuales más excitantes que había tenido,

con la esperanza de llegar al clímax lo suficientemente rápido.

Hanako era silenciosa, dejaba escapar algún quejido y respiraba con

intensidad, pero nunca gemía ni decía nada. Hiroshi rara vez había logrado que

alcanzase el orgasmo. Se había disculpado por ello, pero su mujer, fiel a su

forma de ser, siempre le había quitado hierro al asunto, como si no le importase.

Pero aquella noche ocurrió.

19
Hiroshi estaba rememorando cómo había sometido a un jovencito de

diecisiete años en el jacuzzi de una suite, casi a punto de correrse, cuando

Hanako empezó a arquear la espalda, presa de espasmos de placer. Hiroshi

eyaculó. La mujer gimió, como nunca Hiroshi la había escuchado hacer. En pleno

clímax, el hombre miró a su esposa para ver como el rostro de Hanako se había

convertido en la triste expresión de la máscara de Nō que había destruido meses

atrás.

Entonces, Hanako, con el rostro de madera, se lanzó a por el cuello de

Hiroshi. Ambos cuerpos cayeron al suelo. Ella apretaba con sus manos la

garganta de su marido, mientras Hiroshi luchaba por liberarse, sin poder apartar

la vista de aquellos ojos redondos y negros. Finalmente, el hombre logró

propinarle un rodillazo en el estómago a su esposa. Hanako libero a Hiroshi,

quién se apresuró a apartarse de ella. La mujer se retorcía de dolor. Hiroshi la

observaba, entre toses. Hanako miró a su esposo con lágrimas recorriendo sus

mejillas y una expresión de aterrada confusión en el rostro. No quedaba rastro

de la máscara, pero sí las magulladuras en el cuello de él y el dolor en el

estómago de ella.

Salió de su casa rumbo al gimnasio. Llovía. Creía estar enloqueciendo.

Al intentar acercarse a su mujer, Hanako, visiblemente desorientada,

había corrido a encerrarse en el baño, dejándolo allí con aquel aroma a sexo con

un punto metálico que flotaba en la habitación. Hiroshi no sabía qué hacer. Su

mujer le había atacado, tenía las marcas de sus manos en el cuello, pero era

evidente que Hanako no recordaba nada. Por suerte, Hajime no se había

despertado pese al escándalo.

20
El empresario había decidido ir a nadar, con la esperanza de despejase y

recobrar la cordura. ¿Había visto realmente la máscara? Quizá el sentimiento de

culpa le estaba empezando a jugar malas pasadas. Pero el comportamiento de

Hanako no tenía explicación.

Hiroshi paró en el aparcamiento exterior del gimnasio. El suyo era el único

coche. Sabía que a las dos de la mañana era extraño que hubiese alguien en la

piscina, así que estaría tranquilo.

Se cambió y, antes de salir del vestuario, se detuvo un momento ante un espejo

a contemplar la fea herida de su cuello. Pensó que tenía que conseguir algo de

maquillaje para cubrirla antes de ir a la oficina. Había decidido que iría a dormir

a un hotel. De camino, entraría a comprar algo para cubrir las marcas de los

dedos de Hanako en algún konbini.

Como esperaba, la piscina estaba desierta. Se puso el gorro y las gafas,

estuvo un minuto bajo la ducha y se metió en la piscina. Acostumbraba a nadar

a crol, así que empezó a hacer largos. Cuando llevaba una veintena, decidió

cambiar de estilo: hacía bastante que no nadaba a espalda y pensó que le

vendría bien un poco menos de esfuerzo.

Justo estaba acabando el tercer largo cuando le pareció distinguir una

figura fuera de la piscina. Dejó de nadar para comprobar que no había nadie allí.

Intentando no volverse paranoico, volvió a concentrarse en el nado. Contaba las

luces del techo, atento a la marca que le avisaba cuándo debía dar la vuelta.

Llegó a la marca y se dispuso a girar, pero, cerca ya del borde de la piscina, de

pronto se topó con alguien asomado a su carril, con una cara blanca y fría muy

cerca de la suya.

21
Hiroshi notó una mano en la cabeza que lo empujaba hacia el fondo y no

le dejaba salir a respirar. Movió pies y brazos con toda la fuerza que pudo hasta

que logró romper la superficie del agua y cargar sus pulmones de aire. Tosiendo,

se agarró a una de las cocheras del carril y buscó a su atacante con la mirada,

pero el recinto estaba vacío.

Con la respiración y el pulso desbocados salió de la piscina, en dirección

al vestuario. Y allí estaba. Antes de llegar, por la puerta apareció su atacante.

Era un joven desnudo llevando la máscara de Nō. Hiroshi no necesitó ver el

hematoma que su mano había dejado en el pecho del muchacho ni la fea marca

de su cuello para reconocerlo. Además, franjas de sangre seca decoraban su

cuerpo allí por donde Hiroshi había cortado al desmembrar el cadáver.

El hombre echó a correr en dirección opuesta, hacia la salida. La aparición

le seguía con paso lento y esforzado, así que no le costó dejarla atrás. Hiroshi

no vio a nadie de camino a la puerta. Rebasó el torniquete automático de la

entrada y llegó a la calle. Aún llovía. El empresario se dio cuenta de que estaba

llorando. Se sintió como un idiota, en bañador, bajo la lluvia y sin sus cosas. Su

mirada recorrió el aparcamiento, hasta su coche. Dejó escapar un grito

desesperado al percatarse de que el cadáver con la máscara de Nō se

encontraba ante su vehículo y empezaba a avanzar hacia él. Hiroshi inició de

nuevo su huida, sin tener claro dónde dirigirse.

Finalmente, giró en un callejón que había entre el gimnasio y el edificio de

oficinas adyacente. Era un callejón estrecho y oscuro; tan sólo había una farola

en el extremo opuesto a por el que había entrado Hiroshi. El hombre corrió hasta

la mitad del callejón y se detuvo. Aquella cosa no lo había seguido. Esperó unos

minutos, inmóvil, intentando respirar con normalidad.

22
Se recostó en un el muro del gimnasio. Le empezaba a doler la cabeza y

cerró los ojos. Notaba cómo las gotas de lluvia recorrían su piel desnuda y

empezaba a tener frío, pero estaba paralizado y su mente era un torbellino de

confusión incapaz de articular razonamientos coherentes. Hiroshi sólo podía

pensar en la habitación del hotel, en el cuerpo sin vida del joven, en la bañera

roja cuando descuartizó el cadáver, en aquella mezcla de olor a sexo y sangre,

en la máscara. Ese olor…

Abrió los ojos. Miró a lado del callejón y no vio a nadie. Suspiró tranquilo.

Estaba empezando a pensar que lo mejor sería entrar al vestuario a recoger sus

cosas y poner rumbo al hotel cuando la farola, a unos metros de donde se

encontraba, parpadeó. Hiroshi dio un respingo y se le aceleró el pulso. Se quedó

mirando la farola un instante, por si volvía a fallar. No lo hizo. El empresario dio

media vuelta para salir del callejón por donde había llegado y, entonces, chocó

con algo. Cayó de espaldas sobre el suelo mojado y, al alzar la vista, descubrió

el joven cadáver desnudo. Hiroshi no se podía mover; no así la aparición que,

con movimientos ortopédicos, alzó sus brazos y se quitó la máscara de Nō para

dejar al descubierto una herida sangrante en el lugar en el que debería estar la

cabeza. Un poco por debajo de esta, Hiroshi aún pudo ver las marcas que sus

dedos habían dejado en el cuello del muchacho. La figura se inclinó hacia él,

quien, paralizado, no opuso ningún tipo de resistencia al sentir como aquella

máscara de afligidos y sugerentes rasgos femeninos se deslizaba sobre su

rostro.

Durante unos segundos, Hiroshi no reaccionó. Su mente se había

quedado en blanco y sentía cómo si toda la energía hubiese abandonado su

cuerpo. Sólo veía oscuridad tras la máscara de Nō y, entonces, se percató: no

23
había agujeros para los ojos. En ese momento empezó a sentir que le faltaba el

aire. No era como la sensación de ahogo que había notado alguna vez al estar

bajo el agua más tiempo de la cuenta; sentía una terrible presión en el pecho y

era como si algo o alguien le estuviese drenando los pulmones para dejarlos

secos.

Hiroshi empezó a patalear. Se llevó las manos al magullado cuello,

consciente de que el oxígeno lo abandonaba. Se destrozó las uñas intentando

arrancarse la máscara, cuyo esmalte blanco quedó cubierto de líneas de sangre.

Por último, se desplomó en el mojado y solitario callejón.

A la mañana siguiente encontraron el cuerpo de Hiroshi, con una evidente

erección, flotando en la piscina del gimnasio: en su cuello había una

desagradable herida, en su pecho tenía un hematoma con forma de mano y su

rostro estaba cubierto por una impoluta máscara de Nō de sonrientes rasgos

femeninos.

Escritor de fantasía, ciencia ficción y terror. Graduado en

Comunicación Audiovisual, especializado en guión.

Actualmente estudia en la Escola d’Escriptura de l’Ateneu

Barcelonès y trabaja como especialista en marketing digital.

"Nō" supone su primera publicación, aunque otros de sus relatos se pueden leer

en el blog La Biblioteca de Gittàgazze.


Beatriz Aguilar

Hacía mucho tiempo que Mizumura estaba deshabitado. Nadie sabe muy

bien qué pasó en este pequeño pueblo de las montañas, pero hacía al menos

dos décadas que nadie vivía en él. Tampoco nadie lo visitaba. Mizumura había

caído en el olvido. Hasta que un grupo de inversores se fijó en él.

La vegetación se había tragado a Mizumura y las casas habían terminado

reducidas a ruinas, pero el paisaje que lo rodeaba seguía quitando el aliento. Un

bosque de arces lo protegía y una larga pendiente de anchos escalones de

piedra unía la parte alta y la parte baja del pueblo. Algunas casas aún

conservaban los techos a dos aguas, tan inclinados que casi tocaban el suelo.

Además, a pocos kilómetros del pueblo había un lago de agua cristalina.

Los inversores querían reconstruir Mizumura y convertirlo en un destino

turístico rural para gente de clase alta y, por eso, Kenichi acababa de bajar del

coche junto al resto de técnicos encargados de evaluar la viabilidad del proyecto.

25
El jefe repasó las instrucciones de cada uno y se separaron. Cada técnico

tenía asignada una zona del pueblo. A Kenichi le había tocado la zona noroeste.

Miró la pendiente de escalones de piedra que subía a la parte alta del pueblo y

resopló. «Al menos tendré buenas vistas», pensó.

—¡Ánimo, Kenichi! —dijo una compañera.

—Menos mal que estás en forma —se burló otro compañero.

Kenichi ignoraba sus burlas y evitaba pensar en la larga subida que tenía

por delante.

—Nos encontraremos dentro de tres horas aquí mismo y pondremos en

común nuestras impresiones. Mañana tenemos que presentar el informe

preliminar ante la junta y esperan que sea favorable. ¡A trabajar! —dijo el Jefe.

Cada uno puso rumbo a su zona asignada. Kenichi miró la pendiente

empedrada, respiró hondo y empezó a subir.

No tardó en empezar a sudar y a sentirse pegajoso. Mizumura estaba a

mucha altitud y los rayos del sol caían directamente sobre el pueblo. La sombra

de los árboles no tocaba los escalones de piedra. Kenichi evitaba mirar hacia

delante; solo se concentraba en avanzar.

Cuando los escalones terminaron, abrió su botella de agua y bebió con

ganas. Desde dónde estaba veía el resto del pequeño pueblo. A sus pies no

había más que una decena de casas y luego el bosque y, más allá, el lago. Le

pareció ver a sus compañeros.

«¿Por qué se habrá quedado abandonado? Todos habrán terminando

yéndose a la ciudad. Progreso…» pensó con cierta nostalgia. Giró sobre sí

26
mismo y se dirigió a las ruinas de las casas de su sector. El bosque parecía

querer comerse lo que quedaba de ellas.

Entró en la que estaba más entera. Conservaba las cuatro paredes,

aunque de las puertas y las ventanas solo quedaban huecos. Avanzó por el

interior con cuidado de no pisar ninguna tabla suelta. Se alejó de la puerta, la luz

que entraba por ella se atenuó. Encendió la linterna, pero no le dio tiempo de ver

el charco.

—¡Puaj!¡Qué asco! —dijo Kenichi, sacando el pie del agua turbia.

El agua le había entrado por la bota y había empapado el pie y el calcetín.

«No puedo quedarme con el pie mojado todo el día. Tengo que secarme.

Seguro que me salen hongos si no me quito el calcetín mojado rápido».

Salió de la casa enfadado e incómodo. Se sentó debajo de árbol, se quitó

el zapato y el calcetín y los puso a secar al sol. Bebió más agua y aprovechó el

descanso involuntario para comerse una barrita de frutos secos. Después se

recostó contra el árbol y esperó.

No tardó en amodorrarse y, cuando estaba a medio camino de quedarse

dormido, oyó un ruido a sus espaldas. Kenichi se giró con rapidez y miró hacia

el bosque; entre los apretados árboles le pareció ver otra casa. «Pensaba que

todas las casas estaban fuera del bosque. Tendré que ir a mirar». Tocó el

calcetín y el zapato: estaban casi secos. Se calzó y se adentró en el bosque

siguiendo el desdibujado camino. La cabaña no estaba lejos.

27
Cuando llegó se sorprendió en las buenas condiciones que mantenía y no

pudo evitar pensar si aún viviría alguien en ella. Indeciso, tocó la puerta sin

esperar respuesta. Se sentía un poco tonto al llamar a una puerta de una casa

que seguramente estuviera vacía. Sin embargo, el sonido de unos pasos lentos

sonó en el interior de la cabaña.

—¿Quién va? — dijo una voz cascada.

Kenichi tardó unos segundos en reaccionar. «¿Es la voz de una

anciana?»

—¿Quién va? —volvió a repetir la voz.

Kenichi reaccionó.

—Hola, señora. Me llamo Kenichi Sawa. Soy arquitecto. Yo y mis

compañeros estamos haciendo un estudio técnico en el pueblo. No pensé que la

cabaña estuviera habitada. Ya me voy, disculpe las molestias —dijo Kenichi

dándose la vuelta.

«Esto no le gustará a los inversores».

La puerta se abrió con un leve chirrido.

—Hola, señor Sawa. No se vaya, por favor. Hace mucho que nadie me

visita y hace mucho que no hablo con nadie.

Kenichi se giró al oír a la anciana. Era diminuta; la cabeza de la mujer

apenas llegaba al hombro del joven. Vestía un kimono azul oscuro muy limpio

aunque algo antiguo. Tenía el pelo blanquísimo recogido con un moño alto. Su

28
cara era un mapa de arrugas profundas y, por un momento, Kenichi pensó que

tenía los ojos cerrados de lo pequeños que eran.

—Me llamo Rin. ¿Tendría la amabilidad de pasar a tomar el té conmigo?

Está recién hecho y estoy muy sola aquí arriba. No deje a esta anciana con las

ganas de tener una conversación con un joven tan apuesto como usted —

continuó la anciana, sonriendo. Las arrugas se le marcaron más.

A Kenichi le extrañó que la anciana solo dijera su nombre de pila, pero

supuso que después de tanto tiempo sola se habría vuelto más directa. Además,

su petición le enterneció. Por un momento pensó en su abuela; la visitaría al

volver a la ciudad. Kenichi miró su reloj, tenía tiempo suficiente para tomar un té

con la señora Rin.

—Claro, señora Rin. Un poco de té nunca viene mal —dijo Kenichi

entrando en la cabaña de madera.

Kenichi se quitó los zapatos—se alegró de que su calcetín se hubiera

secado del todo— y entró. En la cabaña solo había una estancia. Una mesa baja

y cuadrada la dividía en dos. Kenichi vio el futón de la señora Rin estirado en un

rincón. Pegado a la pared del fondo había un pequeño hornillo para cocinar. La

tetera estaba encima del único fuego. La señora Rin le indicó que se sentara en

un extremo de la mesa. La anciana agarró la tetera y dos tazas blancas y se

sentó al otro lado de la mesa.

—Así que están estudiando este pueblo. ¿Puede saber esta anciana para

qué? Pensaba que todos se habían olvidado ya de Mizumura.

Kenichi agarró su taza y sintió el calor del té a través de la cerámica.

29
—Claro, al fin y al cabo, usted vive aquí. Unos inversores quieren

rehabilitar el pueblo y convertirlo en un lugar de turismo rural. Ahora está de

moda entre los ricos pasar las vacaciones en medio de la naturaleza.

La señora Rin bebió un sorbo de su té y suspiró.

—Vaya… cómo han cambiado las cosas. Antes la gente con dinero solo

quería ir a las ciudades.

—Supongo… aunque entendería que alguien quisiera pasar unas

vacaciones en su pueblo. Hacía tiempo que no veía un pueblo tan bonito. No

entiendo por qué está abandonado. Además, no está tan lejos de la ciudad.

La señora Rin sonrió con tristeza y dejó la taza en la mesa. Kenichi dio un

sorbo al té.

—Ay, hijo… si tú supieras lo que pasó no verías este pueblo con tan

buenos ojos. Si supieras lo que pasó en Mizumura bajarías corriendo la

pendiente de los escalones y no dejarías de correr hasta llegar a la ciudad.

—Si tan horrible fue, ¿por qué sigue usted aquí, señora Rin?

La señora Rin se tomó unos segundos para contestar.

—Hay sitios que una no puede abandonar…

Kenichi no insistió más, sería descortés hacerlo, pero no pudo evitar

preguntar por la historia de Mizumura.

—Si me permite la indiscreción ¿Qué fue lo que pasó, señora Rin? —

preguntó Kenichi lleno de curiosidad. Temía haber sido demasiado directo y que

30
la anciana lo echara sin contarle nada, pero su lengua había corrido más que su

cerebro.

La anciana miró a Kenichi y bebió de la taza antes de contestar.

—Tranquilo, joven. Es natural que preguntes. Como te dije antes hace

mucho tiempo que no tengo una conversación y mucho más tiempo que no

recibo una visita, y aunque preferiría hablar de otras cosas, una conversación es

una conversación.

La señora Rin le sonrió, dio otro sorbo a su té y empezó a contar la historia

de Mizumura.

Todo empezó hace muchas décadas. Cuando se tienen tantas arrugas

como yo es difícil situar el momento exacto en el que fuiste una niña de ocho

años.

En esa época mi madre me peinaba con una simpática coletita en medio

de la cabeza y me dejaba elegir la ropa para vestirme. A veces mis

combinaciones eran algo extravagantes, pero ni los niños ni los adultos se reían

ni me cuestionaban nada. En Mizumura todos éramos una gran familia y nos

tratábamos con respeto y amor.

Puede parecer que un pueblo tan pequeño fuera un aburrimiento para una

niña tan pequeña, pero aún sonrío cuando recuerdo cómo me divertía con el

resto de niños y niñas. Veníamos al bosque o bajábamos al lago a nadar.

Nuestros padres a veces nos dejaban ir en bici hasta el pueblo de al lado y en

31
verano dormíamos en el jardín para ver las estrellas. Pero a pesar de que en

verano podíamos hacer muchas más cosas, mi época favorita era el otoño. Me

encantaba el olor de la lluvia y el tacto de la tierra mojada. El bosque siempre

me parecía más verde y más vivo después de una tormenta. Después de una

noche de lluvia organizábamos peleas de bolas de barro y saltábamos en los

charcos más profundos. Nuestros padres siempre nos reprendían al vernos

llegar tan sucios, pero al final ellos también se unían a nuestros juegos.

Sin embargo ese otoño fue diferente. Ese otoño llovió durante cuatro días

y cuatro noches. Dicho así puede no parecer demasiado, pero estoy hablando

de una lluvia incesante, tan densa y de gotas tan gruesas que no dejaba ver lo

que tenías más lejos de un metro. El primer día de lluvia no podía estar más

contenta: al día siguiente tendríamos mucho barro y muchos charcos para jugar,

pero cuando el sonido de las gotas no cesaba y el cielo no se despejaba. Mi

ánimo, y el de mi familia cayó por los suelos.

En casa las cenas pasaron de ser animadas a una simple rutina. Mis

padres no hablaban ni se miraban con cariño. Yo no contaba mis aventuras ni

las historias que me inventaba antes de ir a dormir. Solo cruzábamos las

palabras imprescindibles.

Por fin, al cuarto día dejó de llover. El sol asomó entre las nubes con

timidez. Todos salimos a la calle. Había charcos enormes por todas partes y nos

mirábamos como si fuéramos desconocidos. Era como si hubiéramos estado

dormidos durante mucho tiempo. Poco a poco fuimos recuperando la confianza

que teníamos. Los niños y niñas nos juntamos y jugamos como siempre

habíamos hecho. Los adultos hablaban apoyados en los marcos de las puertas.

Todo parecía volver a la normalidad. Aunque en mi opinión el pueblo parecía

32
más vacío que antes. Recuerdo habérselo preguntado a uno de mis amigos, pero

el solo se encogió de hombros y me dijo que quizás algunas familias se habrían

ido a la ciudad. Después saltó en un enorme charco y me empapó de arriba

abajo. No le di más importancia al tema.

Durante cuatro días y cuatro noches tuvimos un clima perfecto: el sol

brillaba con calidez por las mañanas y por las tardes se ocultaba dejando el cielo

y las nubes de color anaranjado. El viento era una suave caricia y no había rastro

de lluvia, pero al cuarto día, las nubes blancas se pintaron de gris y el cielo y el

sol se ocultaron detrás de ellas. Recuerdo que sonó un trueno antes de que

empezara a llover. Todos corrimos a casa tristes y deseando que no ocurrieran

lo mismo que la vez anterior.

Nuestros deseos fueron en vano y la lluvia torrencial volvió a caer durante

cuatro días y cuatro noches en Mizumura.

El silencio espeso de la vez anterior empezó a convertirse en hostil. Mis

padres se enfadaban conmigo por cualquier cosa y discutían entre ellos. Nunca

los había visto discutir como esos cuatro días. Yo me pasaba todo el día

encogida en un rincón lo más alejada posible de sus gritos. Solo me acercaba a

ellos a las horas de comer. Deseaba que la lluvia acabara cuanto antes.

Mi deseo se cumplió y, al cuarto día, la lluvia paró. Otra vez volvimos a

sentirnos extraños al salir, otra vez volvimos a jugar como siempre y otra vez

volví a sentir que el pueblo estaba más vacío.

Esta vez le pregunté a mi padre.

33
—Se habrán ido a la ciudad. Yo se lo propuse a tu madre, pero no quiso

y menos mal; Ya ha dejado de llover —dijo él sonriéndome. Yo le sonreí con

muchas ganas. Era la primera vez en cuatro días que veía a mi padre sonreír.

Pero los plácidos días sin lluvia volvieron a llegar al final después de

cuatro amaneceres. Otra vez nos encerramos en casa, otra vez desaparecieron

las sonrisas y los besos, otra vez los gritos y el silencio llenaron la casa y otra

vez volví a desear que la lluvia pasara.

Lo deseaba con todas mis fuerzas. Me ponía de cara a la pared de rodillas

y con la nariz pegada en el suelo y susurraba:

—Por favor, por favor, haz que se vaya. Haz que la lluvia pare.

No sabía muy bien a quién le pedía que se llevara la lluvia, pero cerraba

los ojos con fuerza y no paraba de repetirlo.

Sin embargo, tuve que dejar de hacerlo. Cuando mi padre me vio, le gritó

a mi madre como nunca lo había hecho.

—¿Ves lo que conseguimos quedándonos aquí?¡La niña se está

volviendo loca!¡Se va a quedar tarada si no nos vamos a la ciudad! La niña

necesita aire y correr.

Mi madre también le gritó.

—¿Y a dónde quieras que vayamos?¡Esta es nuestra casa!¡Fuera de aquí

no tenemos nada!¡No tenemos a nadie! ¿Quieres convertirnos en vagabundos?

¿Quieres que nos lancemos a caminar por la carretera con un simple

petate?¡Tienes una hija pequeña! ¡No lo aguantará!¡No lo aguantaremos!¡Es una

locura!

34
Nunca llegué a saber si mis deseos fueron escuchados o si fue simple

casualidad, pero ese día dejó de llover. En ese momento no me di cuenta de

cuántos días habían pasado, pero con el tiempo he visto claro que habían vuelto

a pasar cuatro días.

—¿Ves solo teníamos que esperar un poco? —dijo mi madre recuperando

su voz dulce y suave.

Salí de casa corriendo, no pensaba desperdiciar ni un segundo en el

exterior. Corrí por la calle gritando los nombres de mis amigos y amigas, pero

salieron muy pocos a la calle. «Se habrán ido con sus familias a la ciudad, como

dice papá», pensé.

Las pocas familias que quedábamos en Mizumura aprovechamos el

tiempo todo lo posible en el exterior. Nos quedábamos fuera hablando y jugando

hasta tarde aunque el ambiente era extraño: nadie nombraba la lluvia ni hablaban

de las familias que se habían ido. Los pocos niños y niñas que quedábamos no

jugábamos con los charcos. Ya el agua no nos parecía tan divertida, aunque

nadie lo decía en voz alta.

De nada sirvió evitar los charcos y morderse la lengua para no hablar de

la lluvia; al cuarto día volvió a llover.

Esa vez los gritos empezaron la primera noche. Yo me tapaba los oídos

para no oír las discusiones, pero era inútil, los insultos que se lanzaban mis

padres, el ruido de golpes y de la vajilla al romperse siempre colaban en mi

cabeza como si fueran agujas. Fuera estaba lloviendo y dentro yo lloraba en

silencio. Esa vez prefería no rezar, se me habían quitado las ganas de salir fuera,

se me habían quitado las ganas de cualquier cosa. Era como si estuviera

35
viviendo una broma pesada de algún dios bromista. Estaba cansada de llorar y

de oír gritos.

—¡Ves!¡Te dije que todos se estaban marchando! Solo nos quedamos los

estúpidos y cobardes. ¡En Mizumura solo hay idiotas! ¡Tú eres una idiota al

pensar que es mejor quedarse! Si la mayoría se ha atrevido a irse: ¿por qué nos

has retenido aquí, mujer?¡Eres demasiado cobarde y tonta para ver la realidad!

¡Ya no aguanto más! Me voy de aquí me da igual si me acompañas. Me da igual

dejar aquí a Rin. De hecho, mejor que se quede aquí, seguro que cuando crezca

es igual de idiota que tú.

Esas fueron las últimas palabras que oí antes de que mi padre saliera de

casa cerrando de un portazo. Mi madre tardó en reaccionar, y cuando lo hizo, su

llanto tapó el ruido de la lluvia.

—¡Vuelve!¡Vuelve! No nos abandones. ¡Esta es tu familia! ¿A dónde irás

tú solo? ¿Qué haremos nosotras sin ti?¡Una niña no puede crecer sin su padre!

Esas fueron las últimas palabras que oí antes de que mi madre saliera

dejando la puerta abierta. La vi adentrarse en la lluvia y no tardó en desaparecer

de mi vista. Yo me quedé quieta, con la espalda pegada a la pared más alejada

de la puerta abierta. Las gotas de lluvia entraron en casa. Las veía en el suelo

de madera y me sorprendió ver que eran casi del mismo tamaño que mis

lágrimas. Me dejé caer en el suelo, me abracé las rodillas y esperé no sé muy

bien a qué.

En algún momento tuve que quedarme dormida. Recuerdo incorporarme

con el cuerpo entumecido y con el corazón a mil. «Todo lo que pasó fue una

pesadilla. Papá y mamá están acostados, ¿verdad?». Caminé despacio hacia la

36
habitación de mis padres. No quería hacer ruido y despertarles, porque ellos

estarían allí. Estarían en sus futones como cada noche. Sin embargo, cuando

llegué a la habitación la encontré vacía. Quería llorar, pero no me quedaban

lágrimas. Tenías los ojos secos y me picaban. Me los rasqué hasta hacerme

daño. ¿Qué podía hacer? Estaba sola y asustada. La lluvia no dejaba de caer.

¿Cuántos días habían pasado? Fui a la entrada de mi casa y me senté en el

suelo. Fuera había empezado a oscurecer. Yo trataba de buscar a mis padres

entre la lluvia, pero como ya he dicho, el agua no dejaba ver más allá de un

metro; si los quería encontrar tendría que salir fuera.

«Mamá se enfadará si salgo con esta lluvia», salir me asustaba. No quería

que mis padres se enfadaran conmigo. No quería que me gritaran, pero me

levanté un poco temblorosa y avancé hacia la puerta abierta. Las gotas del suelo

se habían unido y formaban un pequeño charco. Me puse las botas y el

chubasquero y lo esquivé. Yo ya no jugaba con la lluvia.

Me quedé unos segundos en la puerta de entrada aún indecisa. «¿Hacia

dónde habrán ido? ¿Son esos de ahí?». Me había parecido ver a dos figuras

cerca de la linde del bosque. Me calé bien la capucha y salí.

—¿Mamá? ¿Papá? —gritaba con las manos alrededor de la boca, pero a

mi voz la tapaba el sonido de la lluvia.

Miré hacia las otras casas. Algunas tenían la puerta abierta y la luz

encendida como la mía. Otras estaban a oscuras y con las puertas y las ventanas

cerradas a cal y canto. Era como si nadie hubiera vivido en ellas.

Avancé hacia el linde del bosque.

—¿Mamá? ¿Papá? —volví a gritar.

37
—¡Mamá!¡Me he puesto el chubasquero y las botas como siempre me

dices! ¿Mamá? ¿Papá? —grité otra vez.

Avancé un poco más. «¿Qué es eso?». Había visto unas siluetas entre la

lluvia.

—¡Mamá!¡Papá! —grité corriendo hacia las siluetas.

Con cada zancada las siluetas se aclaraban.

«Son ellos. Tienen que ser ellos. Por favor, que sean ellos». Ya casi los

podía ver con claridad.

—¿Ma-mamá? ¿Pa-papá? —susurré.

Caminé despacio hacia las siluetas y me tapé las manos con la boca.

A la derecha había algo tirado en el suelo. Era grande. Tenía casi un metro

de ancho y casi dos de largo. La babosa se retorcía y trataba de levantarse. Me

acerqué un poco. En la parte de delante se levantaban dos tentáculos que movía

hacia los lados. En los extremos reconocí los ojos de mi padre.

Grité y retrocedí.

—¡Mamá!¡Mamá!¡Mamá!

Mi espalda chocó contra algo. Me giré.

—¿Mamá?¡Mamá!

La abracé con fuerza, pero sentí su cuerpo extraño bajo mis pequeños

brazos. Era como si sus huesos se hubieran vuelto flexibles y su piel se hubiera

vuelto pringosa. Me separé de ella y la miré. Mi madre me miró —nunca he

sabido si llegó a verme— y se cayó al barro como si sus huesos hubieran

38
desaparecido. Miré sus piernas. Se estaban uniendo en una sola, gruesa y sin

blanda. Su ropa se rompió. Su tronco también se convirtió en una masa de baba.

La miré a la cara, pero su cara se había deformado. Estaba ovalada y sus labios

se habían unido. Sus ojos estaban más altos de lo normal y unos bultos le crecían

debajo.

Los bultos se hicieron más grandes y se convirtieron en tentáculos. Como

en el caso de mi padre, sus ojos se quedaron en los extremos.

Las babosas que antes eran mis padres se arrastraron por el fango hacia

el bosque. Esa fue la última vez que los vi y, con el tiempo, me di cuenta de que

eso mismo le había pasado a todos los habitantes de Mizumura.

La señora Rin miró a Kenichi con sus ojos llenos de arrugas. El joven se

aclaró la garganta y bebió el último sorbo de té, ya estaba frío. No quería

admitirlo, pero la historia le había dejado una sensación incómoda en el

estómago «Es solo un cuento de viejas. Solo quiere asustarte. Es una vieja

solitaria».

—Buena historia, señora Rin, pero no querrá que me la crea, ¿no? La

gente no se convierte en babosa. Eso solo pasa en las historias de terror. Está

claro que es mucho más interesante que decir que todos se fueron a la ciudad.

La señora Rin seguía mirando al joven.

—¿Alguna vez has conocido en la ciudad a alguien de Mizumura?

¿Alguien que tuviera familia aquí o que su familia fuera de aquí? —preguntó la

señora Rin, clavándole la mirada llena de arrugas.

39
Kenichi pensó unos segundos. Se sorprendió al darse cuenta de que no

conocía nadie. Negó lentamente con la cabeza.

—Normal. Eso es porque sus habitantes nunca se fueron. Siguen aquí, en

el bosque. Solo salen cuando llueve.

Kenichi parpadeó y, en el tiempo de ese parpadeo, la señora Rin

desapareció. La tetera y las tazas también se desvanecieron. No había ni rastro

del mobiliario. La cabaña se había convertido en un montón de ruinas. Todo

había desaparecido; solo estaba el bosque. Kenichi miró a su alrededor. El

bosque era más espeso y oscuro de lo que recordaba. «¿Cuánto tiempo ha

pasado?» Miró su reloj; marcaba la misma hora que cuando lo había mirado

antes «Se habrá parado». Miró hacia el cielo; ya no era de color azul. Unas nubes

grises tapaban el sol. De repente el sonido de un trueno reverberó en el bosque.

Las primeras gotas de lluvia no tardaron en caer. En pocos segundos la lluvia

cayó con más fuerza. Kenichi se giró para salir corriendo del bosque, pero no

avanzó ni un paso: decenas de babosas gigantes lo rodeaban.

Escritora tinerfeña de terror afincada en Barcelona. De pequeña

se hizo amiga de Cthulhu y de un cuervo que solo decía

“nevermore”. Sus relatos buscan dar a conocer leyendas y mitos

del folclore canario. Participó en la antología Payasos malvados

organizada por Vuelo de Cuervos, en el número seis de esa

misma revista y en la revista mejicana Penumbria.


Luis Bravo
Fragmentada

Todo era oscuridad, silencio ensordecedor. No recordaba lo que había

pasado antes, sólo desperté en aquel infierno. Sentía que me movían por pasillos

estrechos, atada de pies y manos. Supuse que era una silla de ruedas, pues el

único estruendo era el de las ruedas metálicas deslizándose en el piso. Incapaz

de pensar, incapaz de hablar, mis labios temblaban tratando de pronunciar «por

favor».

Era inútil.

Muy en el fondo de mi alma sabía que ninguna súplica detendría lo que

estaba a punto de suceder. Pronto la silla golpeó una puerta de metal, seguí

avanzando hasta que se detuvo de golpe, arrojándome hacia delante.

Instintivamente llevé mis manos hacia lo que cubría mi rostro y me liberé de

aquella celda oscura.

Mis ojos se negaron a acostumbrarse a la luz intensa.

—Katsumi —una gruesa voz traspasó la densa cortina plateada, segundos

después, apareció una amplia mano que me sujetó del cuello y me haló con

potencia, luego fue cortando mis ataduras—. Hoy aprenderás una dura lección.

Las lágrimas resbalaban de mis ojos, mis labios se torcían, nunca pensé

sentir algo tan amargo como la nulidad. Me giraron con una violencia sin igual,

como si fuera tan sólo un saco de carne. Mis ojos escudriñaban entre las dos

fuentes luminosas que me cegaban, traté de discernir aquello que me iban a

hacer. No tardaron en aparecer ante mis ojos, dos camas de operaciones,

42
rodadas por media docena de hombres. Fue en ese instante que lo entendí...

aquellos cuerpos desnudos que empecé a ver…

—¡Papá! ¡Mamá! —grité, sin saber lo que ocurría.

Un potente puñetazo estalló en mi mejilla, caí golpeando mi nariz contra el

suelo de losa, de nuevo se me levantó, obligándome a ser una espectadora.

—Tus padres, Aoshi y Kaede, cometieron el error de no obedecer, se

creyeron más listos que nosotros, los Yakuza. ¡Ja! ¡Grave error! Aprenderás de

ellos a permanecer callada y cargarás con el peso de sus errores.

Aquel chascó los dedos. El equipo médico de cada camilla se dividió, uno iba

a monitorizar los signos vitales, mientras los otros dos se vestían unos guantes

y lentes.

El sonido de unas sierras paralizó por completo mi ser.

—¡Mira bien! —gritó en mi oído mientras fijaba mi rostro ante el macabro

espectáculo—. ¡Tus padres están despiertos! ¿Puedes verlos parpadear?

¡Contémplalos mirarte con dolor! ¿Ves sus lágrimas brotar? ¡Ellos saben lo que

les ocurrirá, pero aun así, se preocupan más por ti que por ellos mismos!

—¡Ten piedad, por favor!

—Ellos no sienten dolor, no te preocupes mi niña, permanecerán despiertos,

observándote, pero no sentirán dolor alguno —escuché que prendía un cigarro,

exhaló y prosiguió—. Agradécelo a una rara especie de amapola que solo crece

en Aokigahara… aunque, ¡ya deberías saberlo! Pues tu padre fue quien nos la

presentó.

43
Las sierras comenzaron a ingresar en la piel, la sangre estalló furiosa, cual

cascada de tinta. Pronto la articulación comenzó a chillar hasta que el pie fue

cercenado con gran precisión. Acto seguido, prosiguieron al otro pie.

Observé los ojos de mis padres, ellos estaban asustados… mirándome,

preocupándose por mí. Estaban siendo desmembrados en vida… pero a ellos

sólo les importaba yo…

Arrojaron los miembros a un carro de compras que se hallaba en medio de

las dos camillas. Las sierras prosiguieron su labor a la altura de las rodillas; el

chillido incesante de la articulación, los crujidos húmedos del hueso al

resquebrajarse, la carne siendo deshilachada sin piedad. Todo ello ingresaba en

mí cual veneno neurotrópico, causándome un dolor etéreo que ningún bálsamo

podría calmar.

En cuestión de minutos las sierras se detuvieron. Pedazos de carne molida y

piel desgarrada colgaban de sus violentos dientes. Las herramientas fueron

devueltas a sus lugares y las piernas, arrancadas desde la rodilla, fueron

lanzadas junto a las otras partes del cuerpo. Supuse que ya todo había

terminado, los habían destrozado pero podían vivir, podía hacer algo, llevarlos a

un hospital, curarlos. Aún había tiempo. ¡Hubiera hecho lo que sea! ¡Lo que sea!

Mas no supuse que el salvajismo del humano no conocía límites.

—No te relajes, aún falta lo mejor.

—¡¿Qué?! —traté de girar hacia él, pero varias manos me sujetaron.

44
—Te quitaremos todo, hasta que tu única salida sea la muerte. Tú no nos has

hecho nada, pero debes saber que un buen líder es un estratega, y no me

conviene tener un enemigo aguardando en las sombras.

Sentí como mi cuello era penetrado por una fría aguja. Traté de luchar, de

quebrarla, pero estaba inmovilizada. Sólo me quedaba esperar que surta efecto

el veneno que habían inyectado en mí. La aguja salió, al mismo tiempo las manos

dejaron de sujetarme. Mi cuerpo temblaba, unas gotas heladas resbalaron por

mi rostro. ¿Qué clase de toxina me habían inyectado? ¿Qué horrorosa muerte

me esperaba?

—Pronto lo sabrás —escuché susurrándome al oído.

Horrorizada pude ver como los cirujanos blandían ahora unas relucientes

Wakizashi; voltearon a mirar a su líder, el cual les dio la venia. El delgado filo del

arma fue penetrando con elegancia la carne de mis padres, con una delicadeza

casi sensual. La sangre brotaba mojando su hoja, acariciándola, como si fueran

los rojos labios de una mujer sobre el miembro viril de su pareja. Agité mi cabeza

tratando de deshacerme de aquellos malditos pensamientos, pero mi cuerpo se

rehusaba a ser coherente. Pronto sentí un calor particular en mi vientre bajo, mis

piernas comenzaron a vibrar.

Volteé a mirarlo, consternada, asqueada por la aberración que estaba

sintiendo.

—Ahora lo sabes —mientras él hablaba, podía ver la saliva estirándose entre

sus dientes—. Es algo que nunca podrás borrar de tu mente, ni de tu cuerpecillo.

45
No pensé que abría castigo más supremo que el que estaban cometiendo en

contra de nosotros. Y, ahora que lo pienso, ¡qué poco sabía de la crueldad de la

vida!

Fue en ese instante en el que algo se comenzó a quebrar dentro de mí.

Sentía un cosquilleo vaporoso en lo profundo de mi ser, mis muslos

suplicantes se rozaban entre sí, incapaces de saciar la sed impía que nacía entre

ellas. Mi cerebro no podía darle un significado a lo que estaba viviendo;

debatiéndose inútilmente entre el horror de verlos siendo desollados vivos y la

lascivia impura que nacía en el nido de mis placeres, en mi templo divino.

El filo terminó de lamer cada centímetro de piel, hasta dejar los músculos,

brillantes, tensos, calientes y palpitantes, como mis labios más secretos. Sin

perder un segundo, la piel fue lanzada al carro y las herramientas comenzaron a

ingresar bajo cada músculo, separándolo con precisión digna de un metrónomo.

Parecían violines, tocando cada hebra, vibrando con cada chorro de sangre, con

cada pedazo de carne liberado. El amante perfecto, uno que con la lengua, te

lame hasta el alma. Ni el tuétano se podría salvar de aquellos cinceles que

tallaban una balada nocturna en la carne de mis padres.

No podía aguantar sentir tanto placer por la carne siendo trozada, por el

pastoso fluido de la sangre resbalándose hasta el piso. Quería lamerlo, mojar

mis pechos con ello, masturbarme con los pedazos de carne caliente, aún

palpitante. Tener un orgasmo por primera vez en mi vida, derramar saliva sobre

mi propio cuerpo mientras me entrego al placer de venirme una y otra vez bañada

en la pegajosa sangre coagulada. Aparté la mirada, sintiendo repugnancia por

mí misma, si tan sólo tuviera una Tantō, me quitaría la vida yo misma. Otro golpe

46
me hizo perder el equilibrio y caer como una piedra en el abismo. Sin embargo,

antes de caer, una mano me sujetó del cabello y me arrastró hacia arriba. Sentí

como un pequeño riachuelo cristalino se escurría por entre mis muslos al sentir

mi cabello halado con violencia.

Los brillantes huesos fueron lanzados al carro, donde le esperaba una cama

sanguinolenta de músculo cercenado. Las sierras volvieron a encender su

alarido incisivo. Las manos cayeron en cuestión de segundos, al igual que los

antebrazos. Fueron lanzados sin miramientos junto al resto, mientras las

Wakizashi, hacían lo suyo, con precisión.

Profusas lágrimas se resbalaban por mis ojos mojando mis pómulos, hasta

unirse con el riachuelo de saliva que, de mi boca abierta, exponiendo mi lengua,

brotaba. Mis labios humedecidos, se mantenían tensos, frustrados, implorando

algo más que el vago frotar de mis muslos. Mientras que mi espíritu se

impregnaba de una esencia tan oscura como la mirada de un Shinigami. Odio y

repulsión contaminaban mi mente, quebrándola y estrujándola, pisoteándola y

escupiéndola.

—Por favor, mátame, hazlo —susurré, tratando de no emitir gemido alguno.

—¿Por qué lo haría? ¡Si la función recién comienza!

Los brillantes huesos de los brazos fueron lanzados al carro de compras, que

ahora era un cúmulo de sangre coagulada. Unas katanas negras fueron

liberadas de su distinguida funda, a la par que mi mirada se reflejaba en tan

exquisito trabajo, por un momento pensé estar observando a dos de las Tenka

Goken.

47
Me mordí el labio al observar como el filo de la espada fue penetrando a mi

madre, cómo de su interior brotaba una marea de sangre. Por un fugaz momento

me imaginé siendo violada por ese filo divino, no podía soportar más ese infierno.

Iba a enloquecer, tenía que calmar mi ímpetu carnal pero no podía porque mi

mente hacía explosionar el asco en cada fibra de mi ser. La espada brotó a la

altura del ombligo de mi madre y, de un solo corte limpio, la abrió. Los intestinos

estallaron como una rosa floreciendo salvajemente. La sangre se mezcló con los

excrementos haciendo una mezcla pastosa casi irreconocible, un olor y una

presencia tan fuerte que obligaba unas potentes arcadas en mi ser. Arcadas que,

al ser una potente convulsión, generaron espasmos que contrajeron las paredes

internas de mi ser, forzando un orgasmo tan delicioso que me hizo gritar de

placer, a la vez que vomitaba producto del asco.

Con la cara en el piso traté de ahogarme con mi propio vómito, mis lágrimas

brotaban tan profusamente como el líquido placentero de mi intimidad. No podía

soportarlo, tan sólo quería morir. No había nada en este mundo que me salvara

de tanto dolor, me odiaba, me tenía asco; pero aun así, había disfrutado del

mayor placer que jamás hubiera sentido en toda mi vida.

—¡Ja, que tonta eres! —exclamó, asestándome una patada en el costado.

Giré como un estropajo, tosí todo el vómito que había entrado en mis

pulmones y comencé a respirar de nuevo. Los subordinados de aquel tirano me

volvieron a erguir para contemplar la masacre hasta el final. Ambos yacían

agonizantes, con el vientre partido, viendo como sacaban sus intestinos y

órganos. Sólo quedaban el tórax y los rostros angustiados de mis padres,

quienes sólo me observaban con piedad y tristeza.

48
—Papá, mamá… —susurré entre lágrimas, arreglando el gorro de lana negra

que llevaba puesto; ella me lo había tejido para mi cumpleaños, y él siempre me

repetía que me quedaba hermoso… que jugaba con mis ojos—. Perdónenme,

por favor.

Ya no sentía nada, ni siquiera percibía el pasar del tiempo, quizá mi cerebro

ya se había dado por vencido y lo único que anhelaba era la muerte. En un abrir

y cerrar de ojos ya me hallaba fuera de la mansión Shintaiba, junto al carro de

carne putrefacta, que hace horas, había sido mis padres. Una patada en la

espalda me arrojó lejos de la puerta de la entrada, no reaccioné, tan sólo caí

sobre el barro, indolente.

En mi mente se reproducía, incesante, el momento en el que destruyeron los

rostros que tanto amé, con una comba, partiéndoles el cráneo al igual que el

esternón, desfigurándolos para luego volverlos a seccionar con meticulosa

paciencia.

—Tu padre y yo fuimos muy buenos amigos, toma esto como una muestra

de mi afecto hacia él —escuché una voz femenina resonando tras de mí.

Una Tantō se clavó en el barro, a un costado de mi rostro.

—Junshi —sentenció—. La única manera de devolverle el honor a tu familia…

No podía pensar en recuperar el honor, para mí solo debería existir dolor y

tragedia. Una muerte vana y sin sentido, que mantenga a mi espíritu en castigo

toda la eternidad… Mis ojos se cerraron, impregnando a mi ser de un vacío

inenarrable.

49
Abandono

—¡Oi, oi! —llegó a mí una voz oscura, tan tenebrosa que electrizó mi cuerpo

por completo—. ¿Es todo lo que puede dar la primogénita de Takeshi?

—¿Ta… Takeshi? —atiné a responder, levantando ligeramente el rostro.

—Ya veo, no lo conoces —delante de mí se materializó un ser con patas

caprinas, pude distinguir que vestía un Seifuku negro, sin embargo no pude ver

su rostro—. Tengo un trato que nos interesa a ambas. Verás, después de eones,

mi trabajo se torna aburrido. Vuestro mundo está lleno de crueldad, mas no de

belleza. Diviérteme, y a cambio, te daré el poder que, quienes llamabas padres,

lucharon por ocultarte.

—No hay nada en éste mundo que yo desee… —dije, levantándome del piso

y acercando mi cara a la máscara Oni que cubría su rostro, buscando ser

asesinada ahí, sin más—. ¿Qué me podría brindar un Shinigami; un absurdo

todopoderoso, atado de pies y manos?

—Conocimiento —sentenció; su cabello negro ondeaba con gracia como

trazos de tinta de un Kanji—. O simplemente puedes arrojarte a las vías del tren.

Insensata.

Dio un chasquido y todo se volvió oscuridad. Delante de mí, un río etéreo fluía

con gracia. No necesité que me lo dijera, estaba muy claro. Era el inframundo.

—Ellos te obligaron a ocultar tu verdadera naturaleza bajo ese estúpido gorro,

aparte de hacerte jurar que nunca mirarías tu reflejo en las aguas calmas de un

río —estiró su mano esquelética y me mostró el río—. Todo tuyo. Disfrútalo.

50
Levanté la mano y me deshice del gorro, casi hipnotizada caminé hacia el río

y miré mi reflejo en sus aguas. Al instante comprendí lo que ella me quería

mostrar.

—¡Espléndido! —exclamó; sus ojos brillaron, hambrientos.

Orgasmo

Un arduo día de trabajo acababa otra vez. Ya había olvidado lo que se sentía

el sabor del sake en la boca mientras su mirada se perdía en las suaves olas

que dibujaba el río Meguro. Escuchar la gente hablar, caminar apurados, como

si el tiempo fuera un castigo del que deseaban huir, inmersos tanto en sí mismos

que olvidaban la belleza que la naturaleza les brindaba.

—Maldición —refunfuñó, a la vez que lanzaba su gabardina sobre la mesa

de noche—. Otra vez a dormir tres horas.

La camisa blanca cayó por su esbelta espalda, dejando a relucir cientos de

tatuajes. Era lo único que había mordido su piel hasta sangrar, su única

compañía en la cama, su único placer y orgullo. El pantalón cayó, al igual que la

ropa interior, casi todo su cuerpo estaba cubierto por extensos dibujos brillantes.

Suspiró mirando al techo.

¿En qué momento había dejado de existir y ni siquiera se había dado cuenta?

Se giró hacia un costado y dormitó, esperando que ya sea hora de ir a trabajar.

Aunque en el fondo esperaba ya no hacerlo nunca más. Sonrió ante el simple

hecho de imaginar el fin de un ciclo interminable, al son del último suspiro. Y así,

51
se durmió al fin, ignorando que en la oscuridad del baño, se ocultaba una

sombra.

—Vamos mi niña, ve. Tu misma sabrás el momento preciso —una risita

coqueta resonó—. Ya quiero verte crecer, ya quiero verte siendo ser lo que

soñaste ser.

¡Priiiiiiiii!

Las ocho de la mañana obligó al despertador a sonar, liberando a aquella

persona de su pesado sueño.

Se levantó de golpe, restregándose los ojos, tratando de despertarse rápido

y proseguir con la condena de un día más de labores. Caminó hacia el baño, se

miró en el lavabo. Después de todo; con ojeras y todo, aún seguía siendo bella.

Abrió la cortina del baño y se metió. Pronto, el agua caliente fluyó por el drenaje,

a la vez que ella restregaba su piel con insistencia. Dormitó un poco bajo el agua

cálida, quizá fue mucho, ya que su pierna izquierda la notaba entumecida.

Al abrir los ojos, no pudo creer lo que estaba pasando.

—¡Aaaaaaah! —gritó al ver una enorme lamprea sujetando con fuerza su

muslo.

La mujer se enredó en la cortina y cayó junto con ella, aquel ser baboso no

dejaba de moverse cual tentáculo, mientras sus dientes molían y desgarraban la

carne de su pierna. Se arrastró hasta la cama y buscó el Tantō que siempre

guardaba en su gabardina. Terrible la sorpresa al darse cuenta que ya no se

hallaba ahí.

52
—¡Mierda! —gritó con todas sus fuerzas, recordando que en la madrugada

se la había regalado a la hija del estúpido de Aoshi, después de la pena de

desmembramiento—. ¡Maldición!

¡Crack!

Un retumbante crujido húmedo se produjo, ella se agitó tratando de liberarse

de aquel asqueroso animal, sin darse cuenta que éste ya había deshecho su

pierna entre sus fauces, separándola de su cuerpo. La sangre borboteó furiosa,

ella se levantó con pesadez, buscó su pantalón sobre la cama, sujetó su muñón

e hizo un torniquete desde atrás de la disección. Una vez lo logró, se apoyó en

la pared y cojeando comenzó a alejarse de la bestia que se divertía con su pierna.

Era de esperarse que sucediera lo inevitable.

Un gran coágulo de sangre se precipitó en el mismo lugar donde su único pie

fue a pisar. Resbaló sin control y cayó sobre su espalda, recibiendo un golpe tan

pesado que perdió el conocimiento.

Un insistente cosquilleo la despertó de tan profundo trance.

—¿Qué demonios? —agitó su cabeza, una tenue luz entraba por la ventana,

ya era casi de noche, no obstante, pudo ver la silueta de una persona sentada

sobre su cama.

Instintivamente trató de levantarse, pero no pudo. Horrorizada observó que

su vientre se había hecho gigante, como si llevara dentro de su cuerpo,

quintillizos. Pudo sentir algo en su ser, un cosquilleo incesante. Necesitaba

liberarse de esa endemoniada sensación o la volvería loca. No tenía tiempo para

hablar ni para pensar, su estómago estaba tan lleno que sentía unas ganas

53
incesantes de orinar y defecar. Pujó y pujó hasta que escuchó que algo salió de

ella. Sintió al placer de excretar tan puro y perfecto que no dudó en volverlo a

hacer. No tardó en salir otro poco de su cuerpo, con el sonido particular de la

evacuación. Era increíble la delicia que le causaba el tan sólo hacerlo. Llevó una

mano hacia su estómago, había bajado un poco, sin embargo había mucho más

que sacar de su interior. Fue bajando su mano hacia su intimidad, en busca de

los pedazos que estaba haciendo, terrible su sorpresa al sentir que aquello que

estaba liberando de su cuerpo, aún se movía. Sujetó una de ellas y la llevó hacia

su rostro. Era una pequeña lamprea. La cual, sin dudarlo, se lanzó hacia su

pezón, comenzando a succionarlo con una fuerza endemoniada.

¡No podía creerlo, estaba sintiendo placer con un bicho tan asqueroso como

ése! Debía sacarlos todos de su interior, quizá así podrían todos mordisquearla

por todo el cuerpo, dándole un placer sin igual.

—¿Qué es lo que estoy haciendo? —se dijo a sí misma, asustada de sus

propios pensamientos.

Fue pujando y pujando, sintiendo como salían las lampreas por ambos

orificios. El placer la estaba alocando, en definitiva estaba perdiendo la razón,

porque su cuerpo quería más, necesitaba más. Defecaba y orinaba lampreas

que, sin perder tiempo, se arrastraban por todo su cuerpo, hasta que no había

lugar en las que no estuvieran prendidas de su carne.

—¡Aaaaah! —pujó tan fuerte que salió una gran cantidad de ellas, con una

violencia tal que hizo que alcanzara un clímax tremendo, abriendo su boca en un

gemido intenso—. ¡Aaaaaaaaah!

54
Una lamprea vio la oportunidad y saltó hacia su lengua, sujetándola con

fuerza y comenzando a alimentarse de ella. Varias de ellas comenzaron a

meterse por su boca abierta. Era una locura, hasta la asfixia estaba causándole

un placer enorme.

—Creo que te servirá esto —espetó la figura sobre la cama, al mismo tiempo,

un golpe pesado resonó cerca de su mano derecha. Lo sujetó. Era su Tantō.

Sorprendida volteó a ver la sombra. ¿Era posible que esa fuera la hija de

Aoshi? No tenía tiempo para pensar, debía abrir su estómago y liberarlas a todas.

El preciso filo de la daga se abrió paso a través de la carne, la presión interna

hizo el resto. Los intestinos emergieron con violencia, al igual que una marea de

aquellos entes parasitarios. Al cabo de unos minutos, de ella no quedó nada más

que huesos…

—Espero lo hayas disfrutado, es una muestra de mi afecto.

Tripofobia

—¡Ara, ara! —protestó Ayame, pasando una de sus delicadas manos por su

rostro—. El viejo otra vez despertó de mala gana, gritando e insultado a diestra

y siniestra. ¡A quién le importan sus negocios! Además, de la única mujer de la

que se debería de preocupar es de mí… no de una subordinada.

Ella miraba su reflejo en la ventana del tren. Era un insulto regresar del

colegio en tren. Él debería saberlo, por algo era uno de los hombres más

55
poderosos de Japón. Era obvio que se había olvidado de ella, clásico en un

machista ególatra como él.

—¿Kobayashi, Ayame? —una particular voz la sacó de sus cavilaciones.

—No lo soy —dijo, volteando hacia la voz y enfrentándola—. Y si así lo fuera,

¿qué te hace a ti tan especial como para dirigirme la palabra?

Debió haberse sorprendido al encontrarse con una mujer que ocultaba sus

facciones por una máscara Kitsune y que, por encima de su cabello, sobresalían

unas orejas de gato. Sin embargo, todos aquellos indeseables con los que

trabajaba su padre poseían fachas extravagantes. «Símbolo del poderío

Yakuza». Según las incoherencias que hablaba el viejo. Aunque esa tipa, pues…

tenía un estilo agradable.

—Digamos que soy una íntima amiga de tu padre… —susurró ella con una

gracia particular—. Él me dio un regalo que cambió mi vida por completo, ahora,

sólo deseo devolverle el favor.

—Dame lo que quieras darle y vete, agradece haber estado ante mi… —una

persona vomitó detrás de ella y parte del líquido ensució su falda, al igual que

parte de su muslo—. ¡AH! ¡Kuso!

—Sólo dile que hablaste con Katsumi —dijo ésta, inclinándose en reverencia.

No le prestó atención al absurdo de esa desconocida. Sólo necesitaba limpiar

su ropa y deshacerse de ese apestoso líquido que impregnaba su ropa y piel.

«Llegamos a la estación Shibuya, disfrute su…».

—¡Oye! —trató de identificar a la mujer, pero la marea de gente la obligó a

salir.

56
No perdió tiempo y comenzó a correr con todas sus fuerzas hasta el baño

más cercano. Logró hallar uno y entró sin prestar atención a nada, al darse

cuenta que estaba vacío, lo cerró con pestillo. Extrajo jabón del lavabo y frotó

con insistencia su muslo, aquel líquido ya se había pegado a su piel. Frotó y frotó

hasta que se sintió limpia otra vez, pasó una toalla de papel por su muslo

secándose. Momento en el cual sintió un escozor potente en el área afectada.

—¡Solo esto faltaba, este maldito jabón no es hipo-alergénico! —dijo,

llevándose ambas manos al muslo.

Por más que se rascaba, la comezón no paraba, más bien se duplicaba.

Subió parte de su pierna al lavabo para fijarse en la irritación, encontrando que

su piel estaba llena de ronchas rojizas. Comenzó a rascarse con violencia, ahora

era una necesidad. Ahogó un grito cuando sus dedos ingresaron a través de su

piel, dejando unos huecos que penetraban hasta el músculo. Pero, para su

sorpresa, eso le causó un éxtasis envidiable, muy parecido a un potente

orgasmo. Sacó los dedos de su muslo y acercó aún más su cuerpo al espejo.

No eran ronchas. Eran miles de pequeños agujeros en su piel, dispersos por

el lugar donde vomitó aquel degenerado.

Debía ir al doctor, tenía que curarse de inmediato. Sacó su celular y escribió

al número privado de su padre, le relató lo sucedido con Katsumi y el vómito.

Terminó el mensaje escribiendo que necesitaba que la recogieran en el parque

Yayogi.

Ya era de noche, se sentó en una banca oculta. Recordó lo que sintió al

ingresar sus dedos en aquellos apestosos orificios en su cuerpo y, vulnerando

toda norma moral, volvió a infiltrar sus dedos en las pequeñas aberturas.

57
El calor de su propio cuerpo era erótico, sentir sus músculos calientes bajo la

piel, mover sus dedos dentro de aquellos agujeros era especial, incomparable.

Palpó los demás orificios, aún estaban pequeños, parecía que al abrirlos por

primera vez sentía esa descarga orgásmica. Así que no dudó en hacerlo. Con

cada dedo traspasando su carne, sujetaba sus músculos, que convulsionaban

por tales oleadas de placer explosionando en todo su cuerpo. Sacó su mano y la

miró; contrario a lo que pensaba, el líquido que pendía de sus dedos no era

sangre, era como lubricación femenina. Secó sus dedos en su rodilla,

impaciente; si su padre no llegaba pronto no sabría cuanto más iba a aguantar.

Mordió su lengua al sentir el escozor, esta vez en su rodilla. Trató de pasarlo

desapercibido, de pensar en otra cosa, pero era imposible. Deslizó sus dedos

hasta su rodilla y pudo palpar los agujeros en su piel. Parecía que aquel fluido

esparcía esos huecos por donde sea que tocara.

—¿Qué es lo que me está pasando? ¿Por qué es que duele tan rico…?

Metió los dedos hasta palpar la médula de sus propios huesos, el éxtasis se

volvió adictivo. Los sacó, observó por un momento el líquido que pendía frente a

ella, provocándola, tanteando hasta dónde ella podría ir en su búsqueda por el

placer. El celular vibró en su bolso: era él. No. No quería que la curen, si se

mantenía en ése lugar tarde o temprano su padre llegaría. Así que corrió

desesperada, hacia un lugar en el que sabía que sería el último lugar que su

padre buscaría.

La casa de su fallecida madre.

No bastó con desnudarse al cerrar la puerta. Metió los dedos de ambas

manos en los huecos que poco a poco iban extendiéndose por su pierna, extrajo

58
el viscoso fluido y lo esparció por todo su cuerpo. Los orificios no tardaron en

aparecer, metió sus dedos a través de la piel, palpando los músculos de su

abdomen mientras ingresaba los dedos por los agujeros que tenía en la ingle.

Palpó las paredes externas de su intimidad, mientras apretaba con insistencia

los músculos de su abdomen. Un orgasmo le fue sucediendo a otro, hasta que

los dedos no le fueron suficiente.

«Llamada perdida de Papá». Iluminó el recinto oscuro la pantalla de su

celular.

—Vaya —gimió con suavidad—. ¡Qué pervertida soy!

Abrió uno de los huecos de su muslo hasta el punto de ver su hueso —que

también se veía como una esponja— e ingresó el celular en él. No tardó en vibrar

por las insistentes llamadas de su padre.

—¡Oh sí! —gritó, con los ojos desorbitados por el placer.

Se levantó de golpe, la luz de la luna era la única que iluminaba su deforme

y aborrecible cuerpo, con los órganos a punto de salirse de ella. Una sonrisa se

dibujó en su otrora, hermoso rostro. Su lengua porosa y casi desgarrada desde

la raíz, pasó por lo que quedaba de sus labios. Había una infinidad de cosas en

la casa: grandes, pequeñas, delgadas, gruesas, largas, rugosas, lisas, duras y

gelatinosas.

Un banquete digno para la heredera del clan Yakuza más peligroso de todo

Japón.

59
—Eres hermosa —susurró una voz desde las sombras—. El mundo es un

lugar cruel, no tiene porqué ser feo. Lo que yo te brindé fue belleza, mírate, eres

perfecta.

Una masa informe, parecida a una babosa, le devolvió la mirada. Entre los

orificios de su forma había infinidad de aparatos, desde un cojín, hasta un jarrón.

Belleza

—¿Katsumi? —dijo Miku, la Shinigami, siguiéndome de cerca—. Irónico

nombre para una cruenta Hanyō, ¿no crees? Aunque, a decir verdad; tu padre,

Takeshi, era un Yōkai despiadado.

—Supongo que a él le gustaba tener un parásito parlanchín a su lado —dije,

caminando despreocupada, cargando el bulto sanguinolento sobre mi espalda.

—Ja. Igual de imprudente también.

Poco tiempo después llegamos a lo profundo del bosque. El lugar donde todo

daría fin, y, donde todo volvería a comenzar. Deposité el estropajo junto a los

demás instrumentos y, sin perder tiempo alguno, me dispuse a trabajar.

El hacha bajó con una precisión y brutalidad sin igual, una ópera de sangre y

vísceras estalló alrededor de mí. Introduje mis manos en el tórax rajado,

palpando órgano por órgano, cada sensación era única. La rugosidad de los

pulmones, la delicadeza de los escurridizos intestinos, la lisa dureza del

estómago. Sensaciones que hacían vibrar mi ser, erizando cada centímetro de

mi piel. Uno a uno fui arrancando los órganos, todos fueron aterrizando junto a

60
mis piernas, hasta que el cúmulo de sangre fue a topar las patas caprinas de

Miku.

—No comprendo lo que haces… pero me gusta.

El tórax terminó siendo una caja vacía que apestaba horrores. Era hora de

proseguir con la segunda parte. El grueso hilo entró en la aguja, ésta a su vez

ingresó en la carne putrefacta, uno a uno los órganos fueron uniéndose. Del

estómago brotó un poco de ácido, así que subsané el error con rapidez. Proseguí

con los pulmones, ajustándolos muy bien, luego el corazón, el hígado, páncreas,

riñones e intestinos.

Ahora, aparte de unas gigantescas orejas de gato, una cola se asomaba por

detrás de mi espalda. Tardé un poco en acostumbrarme al hecho de parecerme

cada vez a mi padre, un Yōkai con cabeza de pantera. Aunque en estos

momentos la cola me servía de mucho, calmando mis pulsiones, acariciándome

en secreto, mientras mis manos no se detenían en su ardua labor.

Al terminar de cerrar el tórax, continué con las extremidades, uniendo

músculo por músculo, cosiendo las hebras de la carne, con las hebras del grueso

hilo. Reuní los muslos con las piernas y éstas, a su vez, con los pies. Luego

siguieron los brazos, los antebrazos y las manos. Con un cuchillo abrí una

abertura en las palmas y cosí a ellas los hermosos ojos de quien por mucho

tiempo fue mi madre. Sujeté la cabeza de un carnero y atravesé su frente, lo

suficiente para abrir una abertura y coser ahí uno de los serios ojos de quien

decía ser mi padre. Finalicé cosiendo la cabeza del carnero al cuello y el ojo

sobrante al pecho de éste.

61
—¡Quién lo hubiera dicho! —señaló Miku, dando unas leves palmadas con

sus esqueléticas manos—. Él propició el desmembramiento de tus padres

humanos, ahora, gracias a su tórax, tus padres nuevamente están juntos. Digno

trabajo el tuyo.

—Y ahora, el vino de la resurrección —dije, ingresando una daga ritual a mi

yugular—. ¡Presencia el arte de la belleza en su máxima expresión!

Me acerqué al hocico abierto del carnero, haciéndole beber litros de mi propia

sangre. Al cabo de un momento mi herida cerró y los párpados bestiales se

abrieron. La criatura se puso de pie y extendió sus brazos. ¡Digna pieza de arte

sublime! ¡Bestia celestial! ¡La reencarnación impura de la venganza!

—Pensé que era incapaz de equivocarme —gruñó Miku, tratando de ocultar

el gran asombro que sentía—. Ahora lo sé. Existe algo más allá del cielo, más

allá del infierno, más allá del caos y de la estasis. Más allá de todo, existe la

locura.

Miku rio como nunca en su vida. Supuse que estaba feliz de haber hecho

aquel pacto conmigo. Era inútil ocultarlo, yo también lo estaba, mucho más al

abrazar mi propia creación.

—Belleza —le susurré al oído—. Te llamarás, Belleza.

Sonreí al ver un gesto agradecido en sus ojos bovinos.

Aquel bastardo humano pensó que me quitaría la felicidad de procrear. Pero

las mujeres podemos ser otro tipo de madres, por ejemplo yo, que ahora me he

convertido en la madre de la crueldad, de la belleza y de la locura.

62
Un niño llamado Luis Bravo, aburrido de la monotonía de la realidad,

fue salvado por los maravillosos mundos creados por Julio Verne.

Poco a poco, él fue atraído a los caminos poco transitados, llegando

a explorarlos guiado por H.P. Lovecraft, Allan Poe, Jhon Katzenbach

y Patrick Graham, viéndose así cautivado por aquellas extrañas

realidades, personajes macabros y terrores inenarrables. Si bien, tiempo

después, las vicisitudes de la vida hicieron que perdiera el camino hasta incluso

perderse a sí mismo, ahora, más adulto, ha emprendido el largo camino del

escritor. Armado con su vasto conocimiento en el ocultismo, sus estudios sobre

la psicología humana y su percepción del humano como el más salvaje de todos

los animales, nos anima a llevarnos a lugares donde tan sólo las peores

pesadillas llaman hogar.

Ilustración de cubierta cedida por el autor


dilatandomenteseditorial.blogspot.com
El novio
perfecto
Ester Barroso

No sé bien cuándo empezó mi obsesión por los juegos otome 1 pero, cuando

quise darme cuenta, estaba más que enganchada a ellos. Para mí, esas visual

novels se volvieron todo mi mundo o, mejor dicho, mi único mundo; el único lugar

en donde merecía la pena estar y pasarme horas y horas viviendo infinidad de

aventuras románticas con chicos guapísimos, chicos sensibles y que merecían

la pena ya que sabían cómo había que tratar a una mujer.

Porque los hombres del supuesto mundo “real” eran todos unos mierdas, unos

machistas, unos egocéntricos y unos pervertidos de cuidado.

1 De origen japonés, los juegos otome (otome significa “doncella” o “señorita” en japonés) son
unas visual novels (o novelas visuales) que tienen como objetivo hacer que vivas un romance virtual con
un chico bishounen (atractivo) de entre un mínimo de tres y que, a través de las diferentes elec ciones a
lo largo del juego, será uno u otro. Estos juegos están destinados a un público femenino.

65
Aunque yo no es que haya tenido muchas experiencias amorosas con hombres

“reales” y posiblemente haya algunos que no estén cortados por la misma tijera

(cosa que dudo), lo cierto es que el trabajar más de diez horas al día en un

combini 2 te hace ver actitudes, acciones y conductas que te hacen perder la fe

en la gente. Bueno, sería mejor decir en la humanidad en general y en los

hombres en particular.

Por eso prefiero sumergirme en los juegos otome donde a los chicos no les

importa tus defectos ni tu aspecto físico. Para ellos eres única, maravillosa y

hermosa. ¿No debería ser así el novio perfecto? ¿No debería mirar más allá de

lo que aparentas a primera vista? ¿No debería ser condescendiente y ver

también sus propios defectos y no solamente los tuyos? Aunque yo prefiero a un

hombre sin defectos y, por suerte, en los distintos juegos otome de mi colección

todos, TODOS, son perfectos. Porque una mujer no se merece menos.

Yo no me merezco menos.

Hoy ha sido un día muy duro y no sólo por el horrible calor que azota Tokio a

finales de julio. El encargado me ha echado una bronca de narices injustamente

y todo porque unos chicos de secundaria le han ido con el cuento de que los he

tratado mal. Eso sí, saltándose la parte en la que ellos me insultaban y se reían

de mí llamándome «plato de judías» a causa de mis pecas.

—¡Que sea la última vez que alguien se queja de ti, Fujimoto! Si vuelve a ocurrir,

te despediré. Es la quinta vez este mes que los clientes se quejan de tu mal

comportamiento.

2Tienda 24 horas japonesa donde venden de todo. La palabra combini deriva de la palabra inglesa
“Convenience store”.

66
—Lo siento, Chiba-san —me disculpé de forma automática haciéndole una

reverencia a mi encargado.

—No quiero disculpas sino que te comportes como te corresponde.

Apreté los puños y me mordí el labio inferior para aguantarme las lágrimas de

impotencia que querían salir de mis ojos para avergonzarme todavía más delante

de Chiba. Cómo me hubiera gustado gritarle que yo también me merecía un

respeto. Estaba trabajando y, encima, en un combini como cajera y reponedora,

¿a santo de qué debía soportar que unos niñatos me insultaran en mi lugar de

trabajo y de forma gratuita? O a que cualquier persona se burlara de mi físico.

Sé que soy fea, que mi cara está llena de pecas, que mi pelo es una horrible

maraña que se encrespa cada dos por tres, que mis ojos son muy pequeños,

que mi nariz es aguileña y que me sobran algunos quilos. Lo sé, ¿vale? No

necesito que ningún gilipollas me lo recuerde porque tengo ojos en la cara.

En cuanto llegué a casa, solté la bolsa con el uniforme de trabajo y me fui a dar

una ducha para quitarme la rabia de dentro, llorar a gusto y después cenar unos

fideos instantáneos. No tenía ganas de nada salvo de encender mi PC y seguir

jugando a la nueva visual novel que el estudio Mitro Plus había sacado al

mercado hacía dos días y que, a causa de tener que trabajar de noche, no había

podido probar a penas.

Sorbiendo mis fideos mientras el PC iniciaba sesión, saqué el CD-Rom de la caja

del juego y lo inserté en cuanto el PC estuvo listo. Soltando el bol vacío a un

lado, hice doble clic en el icono del juego y éste no tardó en darme la bienvenida

con una imagen de fondo estilo anime con los cinco guapísimos chicos

protagonistas y el título del juego: Perfect Boyfriend.

67
Sí, la compañía no se había comido demasiado la cabeza a la hora de titular el

juego, pero eso no me importaba ya que lo mejor de los otome está en su interior,

en la historia y, por encima de todas las cosas, en los chicos.

Cargué la partida y me puse los auriculares para escuchar la música de fondo y

las voces de mis chicos perfecta y claramente sin molestar a nadie. La historia

era sencilla: una chica pobre, y no muy agraciada, había comenzado a trabajar

de criada en la mansión de una familia rica de Kioto, los Mikage, para poder

pagar las deudas de juego de su padre. Dicha familia tenía cinco hijos de edades

distintas. Por orden de edad estos eran: Tôya, Masayuki, Kaoru, Tetsuo y Jin.

Como cada cual tiene sus gustos, mis favoritos por su aspecto eran Masayuki y

Jin, pero, al ser la primera partida, la ruta a seguir 3 sería totalmente aleatoria

para ver qué personaje me tocaba. Así era más interesante y más parecido a la

vida misma. Porque la elección de las respuestas que te mandaban a una ruta o

a otra eran como la vida misma: azar puro y duro.

No supe cuánto tiempo estuve jugando, pero el caso es que me quedé dormida

ante el PC. No era la primera vez que me ocurría ya que, por culpa del trabajo,

no tenía muchas horas de ocio. Y había más cosas que requerían mi atención

para que la suciedad no me comiera en el pequeño piso en el que vivía, y mi

nevera también necesitaba ser llenada de vez en cuando.

Alcé la cabeza desconcertada y me limpié la baba de la boca antes de frotarme

los ojos y mover el ratón para que la pantalla se encendiera. Como había

imaginado, el juego seguía en marcha. Miré cuando había sido el último

3 En los juegos otome hay diferentes rutas según cuántos personajes a escoger haya. Cada ruta
representa vivir la historia de un personaje en concreto y cada ruta tiene un final (ending) distinto y,
según el juego, puede ser malo, bueno o el final verdadero del juego.

68
guardado y, por si las moscas, decidí guardar otra vez. Antes de hacerlo, salí del

menú para ver dónde me había quedado y recordé que estaba en el jardín de la

mansión con Tetsuo, el Mikage de veinte años que estudiaba en la universidad.

Me quedé observándolo y lo cierto es que era guapísimo: ojos verdes, pelo rubio

corto, piel dorada, cuerpo bien definido… Vamos la perfección hecha hombre-

anime. Reseguí con el ratón su rostro de facciones marcadas y, de repente, sus

ojos se volvieron hacia los míos y, sin que tocara nada, aparecieron las típicas

letras de diálogo y escuché una voz a través de los auriculares que todavía

llevaba puestos. Era la voz de Tetsuo.

—Buenos días, Yuna-chan. ¿Qué tal has dormido? No creo que sea muy

saludable hacerlo frente al ordenador.

Los ojos se me abrieron como platos y cerré el juego. ¿Qué demonios había sido

eso? ¿Cómo podía el personaje de un otome saber que me había quedado

dormida frente al PC? Y, además, me había llamado por mi nombre real y no por

el que le había puesto a mi personaje virtual. Me había llamado Yuna-chan y no

Miyuki-chan.

Me quité los auriculares y decidí que lo había soñado. Por supuesto, no podía

ser otra cosa. Estaba medio dormida y era lógico haber soñado despierta un

diálogo sin pies ni cabeza. No podía ser verdad lo que acababa de ocurrido a no

ser que no hubiera sido algún tipo de bug.

Así que no le di más vueltas hasta que, al llegar aquella noche del trabajo,

ducharme y cenar, volví a enfrentarme a Perfect Boyfriend. Y, tal y como yo

pensaba, no había nada extraño y lo sucedido en la mañana fue producto de mi

imaginación; de mi mente todavía en el mundo de los sueños. Jugué esta vez

69
hasta una hora razonable y cuando el reloj del PC marcaba las dos de la

madrugada, decidí guardar la partida y apagar el juego.

Pero esta vez no pude. La flecha del ratón, a pesar de estar sobre la palabra

«Exit» ni ésta se iluminaba ni el juego se cerraba por mucho que clicaba. Fruncí

el ceño mientras pulsaba el botón izquierdo del ratón sin parar hasta que la

pantalla se puso negra y saltó una escena. La pantalla mostró una lujosa

habitación de estilo occidental con muebles de madera de maravillosa

manufactura, una ventana con cortinas beige de encaje, una chimenea y una

butaca mullida de color rojo fuego. En un lateral se veía parte de una gran cama

con dosel.

Bajo la pantalla, como en todo otome, apareció el típico cuadro donde

aparecerían los diálogos de los personajes y la narración en primera persona de

la protagonista, es decir, tu alter ego dentro del juego. Apareció el nombre de

Tetsuo y, de nuevo, su voz se hizo eco a través de mis auriculares a la vez que

aparecía el diálogo de lo que estaba diciendo.

—Buenas noches, Yuna-chan. ¿Ya te vas? ¿No ibas a despedirte de mí?

El personaje de Tetsuo apareció en escena y, con un realismo aterrador, caminó

por la estancia hasta sentarse en la butaca que había frente a la chimenea y

orientada hacia mí. Paralizada, vi que la franja de diálogo se quedaba en blanco

y que aparecía un cursor parpadeante. Me lo quedé mirando un rato antes de

que la voz de Tetsuo, esta vez sin que apareciera simultáneamente escrito lo

que decía, dijera:

—¿No me vas a responder Yuna-chan? Llevo horas deseando hablar contigo.

Sólo tienes que escribir. Es sencillo, ¿verdad? ¿No quieres hablar conmigo?

70
Su voz, hermosa y seductora, me hizo sonrojar y, con los dedos temblorosos

escribí:

—¿Esto forma parte del juego?

—¿A qué te refieres? —me preguntó con una sonrisa deslumbrante.

—¿Es una broma o un error?

—¿Error? ¿Broma? — La mirada verde de Tetsuo se tornó triste y suspiro. Todo

él se movía como si no fuera el típico personaje estático de los otome sino uno

en movimiento más típico de los RPG o juegos de acción —. Yo no bromeo con

la chica que me gusta. Nunca, Yuna-chan.

—¿Por qué me llamas Yuna?

—¿A caso no es tu nombre?

—Sí, pero en el juego… —me detuve sin ser capaz de continuar. Aquello era

surrealista —. Estoy cansada y quiero irme a la cama. Si el juego no se cierra,

apagaré el PC y listo — escribí como si ese Tetsuo fuera un ser consciente y no

un simple programa. Vale que solía montarme mis películas y creer que estaba

dentro del juego, pero sabía diferenciar la realidad de la ficción por mucho que

la primera no me gustara y viviera siempre dentro de la segunda.

—¡No, espera! ¡No lo apagues! Sólo quiero que hablemos.

—¿Por qué?

—Porque estoy enamorado de ti, Yuna-chan.

Eso hizo que me echara a reír a pesar de lo bonitas que sonaron esas palabras.

—¿Cómo vas a estar enamorado de mí si no puedes verme?

71
—¿A no?

Tetsuo se levantó de la butaca y se acercó a mí, a la pantalla. Su cara se pegó

al otro lado del monitor y sus ojos verdes, tremendamente reales y llenos de

inteligencia y vida, miraron los míos. Asustada, apagué el PC sin importarme que

se estropeara por desenchufarlo de la luz y me fui a la cama asustada y con el

propósito de no volver a poner ese juego.

***

Pasó una semana sin que encendiera el PC y sin que jugara a Perfect Boyfriend

y la verdad es que tengo que decir que no fue el drama que creí en un principio.

Tampoco estaba tan mal pasar unos días sumergida en el mundo “real” y

ocuparse de una misma. Una de las clientas habituales del combini, que era

experta en maquillaje, me enseñó a disimular mis pecas y a realzar, según sus

palabras, «la belleza que tenemos toda mujer escondida». Así que, en mis ratos

libres, me dediqué a ver tutoriales de maquillaje y a comprar todos lo necesario

para «realzar mi belleza» y, al parecer, la cosa no me salió del todo mal puesto

que los insultos y las burlas parecieron menguar a la vez que mi humor agrio

pasó a uno más alegre.

Ahora me sentía mucho mejor conmigo misma. Me veía más guapa, más a como

me sentía o a como me veía yo por dentro y eso me hizo sentir menos

insignificante y acomplejada.

72
Tal vez ese fue el detonante que me hizo encender el juego. Quería cerciorarme

de que el error había desaparecido. No. Lo que quería era ver la reacción de

Tetsuo ante mi cambio. Quería gustarle más de lo que ya le gustaba si es que

un programa puede ser tan autónomo o autoconsciente como para sentir como

lo hacía un ser humano.

Cuando se inició el juego, ni siquiera apareció el menú principal, mostrándose la

habitación de la vez anterior y, tumbado en la cama leyendo un libro, Tetsuo

vestido con pantalones de seda rojos mostrando su perfecto pecho desnudo. Me

sonrojé al verlo y me atraganté cuando Tetsuo apartó el libro y me sonrió

cariñosamente al verme.

—Hola de nuevo, Yuna-chan. Sabía que volverías. Siento haberte asustado el

otro día; fui muy desconsiderado —se disculpó mientras bajaba de la cama y se

acercaba a mí.

—No tienes por qué disculparte, fui yo la que te apagó.

Una música de ambiente apareció a través de los auriculares a la vez que Tetsuo

reía de buen humor.

—En mi caso no hay nada que deba perdonarte, Yuna-chan. Por cierto, esta

noche estás más preciosa que de costumbre. ¿Te has maquillado?

—Sí. Una de las clientas del combini me enseñó nociones básicas y he estado

viendo tutoriales por YouTube —le expliqué algo cohibida.

—Pues te queda de maravilla. ¿Lo has hecho por mí, Yuna-chan?

Como no sabía muy bien qué responderle, le dije que sí. Tampoco importaba

mucho, ¿no? Era un simple programa, el personaje de un juego de otome por

73
muy real que pareciera y lo guapo que fuera. Se me aceleró el corazón cuando

sus labios dibujaron una esplendorosa y hermosa sonrisa.

—¿En serio? ¡Qué feliz me haces! ¿Sabes? Antes te he mentido. En realidad,

pensaba que no volvería a verte y eso me destrozaba por dentro. Porque estoy

muy enamorado de ti, Yuna-chan.

—¿Qué es lo que tanto te gusta de mí?

—Todo. Tu rostro, tu sonrisa, tu voz, tu forma de comer, tu forma de expresarte…

Eres mi mujer ideal, ¿por qué no iba a enamorarme de ti? Es imposible no

hacerlo.

Se me aceleró el corazón y sentí ganas de llorar. Había deseado durante toda

mi vida que alguien me dijera eso, que un chico se me declarara de esa forma

clara y concisa.

—Gracias, Tetsuo. Yo también te quiero mucho —le escribí de forma

inconsciente, simplemente para hacerlo sentir bien y para agradecerle sus

palabras.

Tetuso se acercó más a la pantalla y pasó la mano por ella, en un intento vano

acariciarme el rostro por pertenecer a mundos distintos.

***

A partir de esa noche, no hubo un sólo día en que no encendiera el juego y

hablara con Tetsuo. Le contaba cómo me había ido en el trabajo, las nuevas

74
series de manga o anime a los que me había enganchado, y él me escuchaba,

compartía sus gustos conmigo y me hablaba de los libros que leía mientras

permanecía a la espera de volver a verme.

Poco a poco, Tetsuo se fue volviendo parte de mi realidad, una parte de mi vida

muy importante. Cuando estaba trabajando o haciendo quehaceres y no

podíamos estar juntos, lo añoraba profundamente y, cuando estaba con él, mi

corazón aleteaba dentro de mi pecho.

Porque era el chico perfecto.

El novio perfecto aunque fuera un código digital.

Pero las ansias de tocarlo, de sentirlo y de besarlo me atormentaban y, cuando

apagaba el juego y me metía en la cama, las dudas me asaltaban. ¿Qué estaba

haciendo con mi vida? ¿Cómo me podía enamorar de un ser digital? No sabía

cómo es que el juego se había vuelto de esa forma, pero estaba claro que mi

amor por él, si es que eso que sentía era amor y no una falsa ilusión, no llevaba

a ningún lado. Era completamente imposible y, con el paso del tiempo, sería mi

perdición.

Pero continué con la ficción día tras día, tratando a Tetsuo como si fuera mi novio

y él me trataba a mí como si fuera su novia.

Hasta que llegó un nuevo empleado al combini.

Era principios de diciembre cuando Kiriyama Akihito entró a trabajar en la tienda.

Los primeros días no coincidimos y no fue hasta una semana después que

compartimos el mismo turno. Fue la primera vez que recibí una buena impresión

de un hombre “real” fuera de un otome. No tardamos mucho en hacernos amigos

75
ya que Akihito era un friki del manganime como yo y nos gustaban casi las

mismas series.

A causa de esta amistad inesperada, empecé a quedar en mi tiempo libre con

Akihito para ir a las librerías a surtirnos de manga o a recorrer las mejores tiendas

de Akihabara4 para hablar y pasarlo bien. Nunca había sido más feliz ni me había

sentido tan viva. Mi corazón latía con fuerza y mis pulmones parecían respirar

por vez primera un aire puro sin un gramo de toxicidad. No me sentía rara, ni

fuera de lugar. Tampoco fea o gorda. Me sentía Sagawa Yuna por primera vez

en mi vida.

Quince días después de nuestro último encuentro, encendí el juego para contarle

a Tetsuo lo que me había pasado aquellas dos últimas semanas. Cuando

apareció en pantalla, vestido con un traje de buena manufactura de color negro,

me sonrió como si fuera un sediento que acabara de ver una fuente de agua

potable.

—¡Yuna-chan! ¡He estado muy preocupado! ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes, Tetsuo-kun. Siento no haberme puesto en contacto

contigo antes, pero he estado muy ocupada.

—¿Ocupada?

—Sí —exclamé a la vez que escribía. Sentí un eco a través de los auriculares

nuevos. Al parecer, el micro de éstos funcionaba y mi voz llegaba al otro lado.

Aparté los dedos del teclado y le hablé de Akihito y de nuestras salidas juntas.

4Uno de los barrios más conocidos de Tokyo por ser uno de los centros de la electrónica del país y
también la meca de la cultura otaku.

76
Mientras hablaba, el rostro de Tetsuo iba cambiando poco a poco de uno alegre

a uno terriblemente serio —. ¿Te ocurre algo? —le pregunté extrañada.

—Así que has estado con otro chico —musitó apartando el rostro.

—Bueno, dicho así suena fatal —reconocí con una risita.

—A mí no me hace ni puta gracia.

Parpadeé al escuchar aquel lenguaje tan grosero.

—¿Tetsuo-kun?

—¿Llevas quince días sin hablar conmigo porque otro tío se te ha cruzado en el

camino?

—Ya te he dicho que lo siento —dije a la defensiva.

—No me sirve que lo sientas. ¿Sabes lo preocupado que he estado estos días?

¡Creía que te había pasado algo horrible! ¡Que habías sufrido un accidente o

algo peor!

—Debes entender que tengo una vida fuera de este juego —le recordé.

—Esto no es un juego. Eres mi novia.

—¿Cómo quieres que sea tu novia si eres un simple programa de ordenador? Ni

yo te quiero ni tú me quieres de verdad.

Aquellas palabras no le gustaron nada y Tetsuo se volvió hacia mí con los ojos

inyectados en sangre. Daba miedo. Un miedo atroz. Mi corazón se aceleró y un

escalofrío me recorrió la columna.

—¿Qué no te quiero? —Rugió furibundo— ¿Cómo puedes decirme eso? ¿No te

he demostrado mi devoción por ti? Me desvivo por ti. Siempre lo he hecho.

77
—Porque es algo que tienes programado. En realidad no sientes nada, solo

crees que lo sientes porque está ejecutado en tu código binario, nada más.

—Te parece gracioso, ¿verdad? Te gusta hacerme daño. Disfrutas haciendo que

sienta celos y que me preocupe por ti hasta la enajenación, ¿cierto?

Negué con la cabeza completamente perpleja.

—¿De dónde has sacado eso? Yo no disfruto haciéndote daño.

—No lo parece. Ahora lo estás haciendo.

—Tetsuo, no eres real. Eres un programa, un personaje que no llega ni a IA

mientras que Akihito es de carne y huesos. Es lógico que prefiera pasar rato con

una persona que siente y piensa por sí misma.

Grité cuando la hermosa cara de Tetsuo chocó contra la pantalla del PC. La

pantalla se sacudió y yo me eché hacia atrás a causa de la ferocidad de su

mirada verde.

—¿Es por eso que me estás dejando? ¿Porque no puedo salir de aquí?

—Tetsuo, me estás asustando.

—Si eso es lo que nos separa, saldré de aquí para que podamos vivir nuestro

amor, Yuna-chan.

—Para, Tetsuo —le supliqué mientras sus manos parecían querer empujar el

vidrio de la pantalla LCD y salir tal y como había dicho.

Sólo había una solución.

Cayéndome de la silla a causa de los nervios, me precipité hacia el enchufe del

ordenador, arrancándome los auriculares en el proceso.

78
—¡No, Yuna! ¡No lo hagas! —gritó Tetsuo desesperado pegado el rostro en el

otro lado de la pantalla que no dejaba de golpear.

Sin misericordia, tiré con fuerza del enchufe. Después, encendí de nuevo el

ordenador y desinstalé Perfect Boyfriend antes de tirar el juego a la basura para

no volver a usarlo jamás.

***

—¿Quieres que vayamos a la librería después del curro? Hoy salía el nuevo

número de la Weekly Shonen Jump5 —me preguntó Akihito mientras reponíamos

una de las estanterías de la tienda.

Hacía un mes que había desinstalado Perfect Boyfriend, el mismo tiempo que no

tocaba un juego otome ni en el móvil ni en el PC. No había noche que no tuviera

pesadillas con la última conversación que tuve con Tetsuo y me despertaba entre

sudores fríos buscando el ordenador para cerciorarme de que estaba apagado.

No podía quitarme de la cabeza sus ojos verdes inhumanos llenos de rabia y de

locura. De instintos asesinos hacia mí.

—Sí, claro —le contesté de forma automática.

—Llevas casi un mes rara. Muy, muy rara. ¿Te ha pasado algo Yuna? Puedes

contármelo si te apetece.

5Revista de manga japonesa más importante y que sale cada semana. En ella se han publicado
mangas como Dragon Ball, Naruto, One Piece entre otros.

79
Le agradecí a Akihito su amabilidad y le dije que estaba bien, que era falta de

sueño a causa de extrañas pesadillas que me atormentaban por la noche.

—Las pesadillas suelen ser a causa de preocupaciones o miedos escondidos en

nuestro subconsciente. Deberías ver a un especialista.

Le agradecí el consejo y seguimos trabajando hasta que a las cuatro acabamos

el turno.

Fuimos directamente a coger el tren para ir hasta nuestra librería favorita a

comprarnos la jump y luego tomar algo en un café mientras la leíamos y

comentábamos la continuación de nuestras series favoritas. Una vez

terminamos, cada cual se fue a su casa.

La oscuridad y el silencio acostumbrados me dieron la bienvenida y encendí la

luz antes de quitarme el abrigo y dejar el bolso en el colgador del recibidor. Me

descalcé y caminé por el tatami hacia la pequeña estufa eléctrica. La encendí y

me froté las manos. Hacía un frío que pelaba y el tiempo auguraba que nevaría

durante los próximos días.

Me quedé un rato sentada en frente de la estufa hasta que decidí que ya era

hora de hacerme la cena. Me levanté y me dirigí al comedor, pero algo hizo que

me detuviera. Miré hacia mi izquierda, a la mesa donde reposaba mi ordenador.

La pantalla LCD estaba encendida y mostraba la imagen de una habitación de

estilo occidental lujosa con muebles de madera, un ventanal con cortinas beige

de encaje, una chimenea, una butaca roja y, en un lateral, parte de una gran

cama con dosel.

Se me secó la garganta y tragué saliva con dificultad antes de caminar hacia el

enchufe con la respiración agitada. Tiré del enchufe con fuerza y suspiré con

80
alivio antes de soltar un gemido ahogado llena de terror. ¡La pantalla no se había

apagado ni el ordenador tampoco! Me precipité contra el monitor y le di al botón

para que se apagara al igual que al botón de la torre, pero nada funcionó y la

imagen de aquella habitación no desapareció.

—No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no— repetía una y otra vez

mientras apretaba los botones con desesperación —. ¡Qué te apagues, joder!

—No va a apagarse, Yuna-chan.

Un sudor frío me bajó por la espalda mientras escuchaba a través de los

altavoces el sonido de una puerta abrirse y unos pasos. Al poco tiempo Tetsuo,

vestido con un traje de camuflaje y botas militares que le quedaba como un

guante y le hacían más sexi y guapo de lo que ya era, apareció en escena. Sobre

su testa rubia portaba un gorro a juego y en la mano una fusta que no dejaba de

golpear contra la palma de su mano izquierda enguantada. El sonido de la fusta

se metió en mis tímpanos y mi cuerpo se estremeció.

—Buenas noches, Yuna-chan. Me moría de ganas de volver a verte —me saludó

Tetsuo con una sonrisa sardónica y maliciosa en sus bonitos labios.

—Esto es un sueño. No puede ser real. Desinstalé el juego —dije sin apartar la

mirada de la fusta que continuaba moviéndose una y otra vez. Flap, flap, flap.

—Sí, lo hiciste —asintió Tetsuo dando dos pasos al frente. Yo retrocedí uno —.

Pero antes de que lo hicieras, yo hice una copia de seguridad.

—¿Copia de seguridad?

—No fue algo difícil —se jactó —, lo difícil fue tomar el control y hacerme amo y

señor de todo el sistema de tu ordenador. Es decir, que soy el Master y que no

81
he dejado de observarte todo este tiempo —dijo señalando con el dedo la

pequeña cámara instalada en el monitor, dejando así de mover la fusta y

terminando de torturarme con su sonido —. Ya no hay nada que pueda

separarnos, Yuna-chan. Al fin he encontrado la manera de que estemos juntos.

Siempre, siempre juntos y sin que nadie se interponga entre nosotros.

Aterrada, quise echar a correr pero algo me agarró por el cabello con fuerza

frenando mi huida. Miré hacia atrás y grité al ver la mano enguantada de Tetsuo

y medio brazo fuera del monitor. Era su mano la que me impedía salir de allí y

escapar. ¿Cómo podía estar parte de él fuera del juego y dentro del mundo real?

Sin pensamientos de rendirme, llevé mis manos hacia la suya para intentar que

me soltara. Cogí sus dedos y los retorcí con toda mi fuerza, notando cómo cedían

alguno de los huesos y se partían con horribles chasquidos. Tetsuo en vez de

gritar de dolor reía de pura alegría.

Caí al suelo de bruces cuando su mano, al fin, me soltó. Gateé por el tatami para

apartarme todo lo que pude de la pantalla y contemplé a Tetsuo que, con una

sonrisa macabra que afeaba sus hermosos rasgos, se relamía los labios

mientras los dedos de su mano se recomponían.

—Así me gusta, Yuna-chan. Que luches, que seas una fiera. Ya tengo ganas de

tenerte en mi cama. ¿Sabes por qué tiene dosel? Porque siempre he querido

encadenarte a ella y jugar contigo hasta hartarme. Porque, como bien dijiste,

esto es un juego, ¿cierto? Tú y yo somos parte de este juego.

—No, yo soy real hijo de puta. ¡El juego eres tú! ¡Tú no eres real!

Tetsuo rio y una cuerda salió de la pantalla para enroscarse alrededor de mi

cuello. Llevé las manos hacia ella para intentar quitármela, pero me era imposible

82
por estar firmemente atada con un nudo. Pataleé y grité un rato hasta que Tetsuo

tiró de la cuerda. Solté un grito de terror puro al ser arrastrada por el tatami, cada

vez más cerca del PC. Me revolvió en el suelo, logrando ponerme del revés e

intenté aferrarme al tatami con las rodillas y las uñas. Pero la cuerda no dejaba

de estrangularme y de tirar de mí con tanto ahínco y fuerza que mis uñas

cedieron, rompiéndose y haciendo que mis dedos sangraran y que el tatami se

rompiera y se manchara de líquido escarlata.

—No, no por favor —supliqué con lágrimas en los ojos ignorando el dolor de mi

garganta y cuerdas vocales—. Para. ¡Para! ¡Esto no es real! ¡NO ES REAL! ¡TÚ

NO ERES REAL!

Con un último tirón, mi cuerpo fue arrastrado hasta la pantalla y todo se volvió

negro antes de que se desatara el peor de los infiernos para toda la eternidad.

FINAL DE LA RUTA DE TETSUO

BAD ENDING

Estudiante de Historia en la Universitat de Barcelona y amante de la Historia

Antigua, desde muy pequeña ha estado rodeada de libros, incapaz de ir a

ningún lado sin uno entre las manos en sustitución de posibles muñecas.

Blogger y Youtuber primeriza, adora el manga y los videojuegos RPG así

como escribir fantasía y Ciencia ficción. Es la autora de Ausculta, su opera

prima, editada por la editorial Wave Books Editorial.


Las cuatro puertas en
Tokorozawa Alfredo Copado
Relato radioficcionado por La Puerta de la Noche

Los truenos azotaron aquella noche los cielos de la ciudad de Tokorozawa de la

prefectura de Saitama. Un fuerte aguacero caía en las estrechas calles de un

barrio que colindaba con un viejo cementerio mientras dos criaturas se

escabullían entre los pórticos silenciosos en busca de un refugio momentáneo.

Un chico y una jovencita eran los aventureros de aquella velada: Takeo, el más

alto de su clase, de complexión pesada con los cabellos cortos y ojos brillantes,

y Sanae, una de las chicas más bajitas y temerosas de la escuela que cubría sus

ojos con sus largos cabellos castaños. Dos amigos y compañeros de travesuras,

estos niños de catorce años habían afrontado el reto de pasar una noche

recostados sobre una lápida del cementerio para probar su valentía ante los

compañeros de escuela.

El agua mojaba sus caras alejando aquel miedo que se presenta antes de

cada aventura. Sus pasos los llevaron entre calles y pórticos extraños y el frío

les mordía las espaldas. Sanae, con un caminar torpe debido a su falda corta

84
muy empapada y a su chamarra abotargada, sollozaba y apretaba los ojos para

evitar que las lágrimas se asomaran frente a Takeo que la procuraba al andar.

Ella no había propuesto tal hazaña, solamente había apoyado a su amigo en el

reto que surgió por parte de Souta, el cual deseaba avergonzar a Takeo frente a

Sanae y al grupo entero de estudiantes que los rodeaban frente a la cafetería

escolar. En cuanto ambos muchachos pactaron enérgicamente la propuesta,

Sanae, pese a su fobia a lo terrorífico gritó que también se uniría a él, de manera

que Souta se puso furioso por la inclusión de la chica a la cual quería conquistar.

Esa misma tarde los aventureros partieron con dirección al cementerio.

A veces Takeo miraba de reojo por debajo de la chamarra de Sanae

donde una blusa empapada dejaba ver la silueta de unos jugosos pechos

curveados que brincaban con el caminar torpe de la joven. Cuando anduvieron

cerca de la entrada del cementerio un lamento canino se escuchó a sus

espaldas. A su alrededor había calles mal iluminadas en donde las casas

estaban tan juntas que parecía un bosque con ramas de concreto y frutos de

cristal. No había nadie más ni se escuchó otro ruido extraño. De pronto una gran

rata oscura surgió ante los pies de Sanae y clavó sus amarillentos dientes en el

tobillo derecho atravesando la piel y un poco de cartílago de la pobre niña.

Cuando Takeo reaccionó por el llanto de la chiquilla que se revolcaba en el suelo,

la rata había desaparecido debajo de la puerta de una casa de dos pisos. El

joven se deshizo de su chamarra escolar y analizó la pierna desnuda de la niña

y vio que la sangre se diluía con el agua de lluvia escurriéndose por un charco

sobre la acera.

Sanae intentó levantarse, pero no podía soportar su peso sobre el tobillo

perforado. Takeo ayudó a la desafortunada muchachita a caminar hasta la casa

85
por donde se había metido la espantosa rata. Justo en ese momento la lluvia y

el viento calmaron sus fuerzas en aquel barrio añejado. Cuando llegaron al

pórtico de la vieja casa notaron que no había ninguna luz en ella, ni tampoco en

las casas vecinas que eran casi una decena esparcidas a los lados de la calle.

Los techos todavía goteaban cuando Sanae se tumbó en la reja de la puerta

principal de la casona. Takeo buscó al fiero animal pero nada se asomó por aquel

escondrijo. Entonces cubrió con su chamarra las piernas húmedas de la pequeña

ninfa que no paraba de llorar mientras sujetaba con angustia su tobillo

ensangrentado. De pronto Takeo soltó un grito que hizo callar el llanto de Sanae.

Mientras señalaba un agujero en la pared de la casa, un enorme gato pardo

asomó su cuerpo al exterior. De sus fauces colgaba el cuerpo de una bola oscura

con colmillos amarillentos. Takeo reconoció a la enorme rata y se alegró del

suceso. El confiado gato avanzó hacia ellos mostrándoles la presa frente a sus

pies. Sanae pudo ver que aquella rata tenía los ojos desorbitados y que escurrían

una sangre tan refulgente como la que fluía de su herida en el tobillo. En las

alturas sonaron los graznidos de unos cuervos que acompañaron los maullidos

del gato frente a sus espectadores.

Aquella rata parecía bastante muerta y Takeo intentó acariciar al gato

como recompensa. Pero antes de que pudiera alcanzar al felino la rata se

incorporó rápidamente y luchó con el gato en una batalla de mordiscos, gruñidos

y siseos. Takeo instintivamente se hizo a un lado dejando tumbada a Sanae que

lloraba y se cubría el rostro con sus manos ensangrentadas. Con sus fuertes

garras la rata hirió al gato en la cabeza y lo lanzó hacia la puerta principal. El

gato cruzó aquel húmedo pórtico y corrió mientras que la rata lo perseguía con

el hocico lleno de una espuma amarillenta. Entonces se escuchó el ruido de un

86
cristal quebrándose junto con un maullido lastimero. El gato había chocado de

lleno contra la puerta echándola abajo mientras los goznes aún colgaban en su

sitio. Felino y roedor se habían internado en una apresurada persecución dentro

de aquella cueva oscura que se habría frente a dos asustados chiquillos. Dentro

se escuchaban extraños fragmentos romperse acompañados de siseos extraños

que se perdían entre el eco y el silencio mortecino de la casa. Sanae dejó de

llorar y vio aquella negruzca boca que la amenazaba furtivamente.

Con mucha dificultad Sanae se puso de pie apoyada entre el muro mojado

y los brazos de Takeo, aquel chico que la ponía nerviosa cuando se miraban y

la hacía actuar de manera boba. La chiquilla intentó ver el fondo de la puerta

pero aquella oscuridad amenazó con morderle los sentidos si mantenía la mirada

más tiempo. De pronto la lluvia desgarró nuevamente los cielos con una furia

intensa haciendo que los chicos pensaran en refugiarse dentro de la casona.

Sanae y Takeo comenzaron a dar pequeños pasos hacia la puerta hasta

introducirse completamente en aquellas fauces negras sintiendo un gran terror

vibrando sobre sus cabezas. La primera puerta en Tokorozawa ya había sido

cruzada.

En cuanto se dieron cuenta yacían en medio de un umbral enrarecido

sometidos a una oscuridad repugnante que los ahogaba. Ambos se quitaron los

zapatos y los dejaron a un lado de donde estaban parados, pero al darse la vuelta

vieron que la puerta detrás de ellos había desaparecido y solamente una vieja

pared derruida les cerraba el paso. En aquella negrura frente a ellos no se veía

más que el vacío absoluto. Un curioso crujido sonó en el fondo de la negrura.

Parecía el sonido de un trozo de una tela rompiéndose lentamente. También un

aroma agrio les obstruyó las fosas nasales hasta el punto de dejarlos

87
somnolientos. Los chicos retrocedieron paso a paso hasta toparse con la extraña

pared sin puerta sintiendo una especie de baba humeante sobre sus piernas.

Sanae mantuvo los ojos cerrados a causa del pánico que sentía dejando escapar

pequeñas lágrimas sobre sus mejillas pálidas. Takeo la aferraba contra su

cuerpo y evitaba dar señales de temor. El crujido se detuvo de pronto y unos

extraños gemidos eróticos surgieron en el fondo de aquella cueva oscura.

Sanae no soportó más y se tumbó en el suelo a causa del dolor

acrecentado en su tobillo. Takeo, muy pendiente a los estimulantes gemidos

eróticos, descuidó a la chica y se acercó hacía la fuente del ruido caminando a

ciegas en un entorno desconocido y hostil. Cada paso que daba lo hacía sentir

muy inseguro, de manera que buscó apoyarse de cualquier cosa para guiar sus

pasos. La oscuridad, el frío y el hedor se hicieron insoportables hasta el punto

de que el muchacho no pudo mover su cuerpo como hubiese querido. Aquella

sensación enrarecida también le impidió escuchar los lloriqueos de la pobre

Sanae que lo llamaba con desesperación hasta perderse en una brumosa

lejanía. En cuanto Takeo notó la ausencia de Sanae intentó regresar sobre sus

pasos, pero la oscuridad era tan densa y sus llamados tan débiles que una

angustia le inflamó los pensamientos y el corazón. Ahora se arrepentía de haber

llevado a cabo aquella travesía infantil. Lamentaba haber involucrado a su

pequeña Sanae tan temerosa de todo. Se maldecía por no poseer la visión

nocturna de los felinos para ubicar algo en aquella noche perpetua. Después de

andar sobre la nada logró palpar una pared rocosa y húmeda y sin darse cuenta

comenzó a llorar en silencio sobre aquella superficie. Vencido por la pesadez de

su corazón, se desplomó sobre el suelo cavernoso y se acurrucó hasta perderse

en un sueño extraño que le agotó todas las fuerzas restantes.

88
Un goteo helado sobre su rostro lo despertó. A su alrededor todo estaba

iluminado por unas extrañas luces amberinas que refulgían encima de él. La

imagen de un escondrijo mugriento y cavernoso se desvaneció en seguida.

Estaba ahora en una estrecha habitación cubierta por un tapiz rojizo parecida a

una alargada cabina de ascensor. Sin embargo, el techo no era visible y en su

lugar se abría una lejana negrura sin final. No había muebles, ventanas, adornos

o electrodomésticos. El suelo estaba cubierto por maderas hinchadas. En el otro

extremo del cuarto se veía una puerta de madera verdosa. No había nadie más

junto a Takeo. Sanae había desaparecido. Armado de valor decidió cruzar

aquella puerta y enfrentarse a lo que fuera que estuviera al otro lado. Sus pies

temblaron durante el trayecto y pareció que el tiempo se distorsionó

confusamente. En cuanto sus dedos se posaron sobre el picaporte oxidado, los

extraños gemidos rompieron nuevamente el silencio. Esta vez eran unos

gemidos infantiles mezclados con pequeñas risitas, suspiros y lloriqueos que

provenían del otro lado de la puerta. Takeo giró el picaporte y empujó aquel trozo

de madera tan fuerte que en un instante se encontró frente a una escena

agridulce que lo dejó impactado y excitado. La segunda puerta en Tokorozawa

ya había sido cruzada.

Los gemidos se hicieron claros y resonaron en sus oídos de una manera

muy familiar. En una mesa estaba una muchachita desnuda que se revolvía en

convulsivas contorciones haciendo que sus miembros revolotearan

violentamente. Sus piernas firmes se encontraban muy abiertas en lo alto

mientras un extraño ser peludo se revolcaba en medio de aquellos miembros.

Con cada embestida la delicada niña se desvanecía en rudos movimientos que

la hacían gemir y llorar con mucha excitación. Su rostro estaba bañado en

89
lágrimas, saliva y sudor a la vez que reflejaba una satisfacción orgásmica y un

sufrimiento repugnante. Sus gruesas caderas y delicados pechos vibraron con

cada sacudida violenta. De uno de sus tobillos brotaban pequeñas gotas de

sangre que iban a parar debajo de los cuerpos sudorosos en medio del clímax.

Takeo reconoció aquella voz a través de los gemidos y el llanto. Era su pequeña

Sanae que estaba desnuda y fuera de sí mientras temblaba de satisfacción al

ser profanada. La cabeza de la jovencita apuntaba hacía él y aunque sus ojos

se encontraran enormes y excitados, nada veían, ella solamente se dejaba

envolver en las descargas de su primer orgasmo infantil. No percibía nada más.

Takeo no pronunció palabra alguna y se perdió en la excitación de la escena.

Devoró la imagen de su amiga y la comparaba con los deseos que guardaba

hacía ella desde hacía tiempo.

Entonces el coraje y la envidia le hicieron reaccionar ante lo absurdo de

aquella fantasía y se concentró en el amante que desfloraba bruscamente a la

chiquilla sobre la mesa. Sus ojos se posaron en una extraña criatura peluda que

se desmontaba de aquellos muslos húmedos y olorosos. Una cabeza de rata

gigante surgió de aquellos pechos juveniles. Takeo exhaló un grito que le hizo

desmoronarse sobre el suelo. Un vigoroso hombre rata bajó de la mesa dejando

a la niña muy extasiada y desbordada. Cuerpo peludo, deforme y oscuro.

Desfigurados brazos y piernas sujetaban el cuerpo de Sanae que sonreía

enajenada hacia su amante. La rata miró al joven con unos ojos vidriosos y con

su enorme hocico se carcajeó burlonamente. Takeo se conmovió en el suelo y

quedó hipnotizado por la agitada respiración de Sanae que se perdía

nuevamente en el vacío. Por un momento la luz parpadeó y de nuevo la negrura

se apoderó de su conciencia. Cuando abrió los ojos la mesa estaba vacía y

90
embarrada de líquidos enrarecidos mezclados con la sangre de una doncella

mancillada. No había en la habitación más que las luces amberinas de antes.

Entonces Takeo notó que debajo de la mesa yacía una extraña puerta azul que

sobresalía sobre el suelo. Así fue que manteniendo la erótica y humillante

imagen mental de su amiga se puso de pie.

Al acercarse a la mesa, tocó aquella superficie de madera hinchada y

sintió el sudor de sus manos revolverse con los fluidos desparramados. Eran

fríos, resbalosos y con un olor penetrante. Sangre, lubricación y excreciones le

hacían sentirse alterado y pesado. Limpió su mano con su vestimenta y dirigió

su atención a la extraña abertura que había debajo. En aquella parte del suelo

no había recubrimiento de madera, solamente estaba una polvorosa puerta

amarillenta que parecía comunicar al cuarto con un sótano. Takeo se arrodilló

para examinar esa vía de escape. La puertecilla no tenía picaporte y la madera

estaba muy desgastada. Levantó la puerta por las hendiduras del suelo, pero

unas astillas que se asomaban peligrosas en los bordes le dificultaron la tarea.

Cuando se dio por vencido intentó ponerse de pie, pero sintió una pesadez

insoportable que le hizo desplomarse sobre la puertecilla hedionda que se

desmoronó a causa del azote violento. La negrura se tragó al muchacho en

seguida. Una alucinante caída sucedió a la sensación del impacto contra la

puerta. Takeo sintió el aire fétido golpearle el rostro mientras caía infinitamente

sobre un extraño túnel cavado que lo absorbía hacía un fondo desconocido. Con

los sentidos alterados percibió un aroma marítimo que le revolvió el estómago.

Takeo creyó que volaba y que quedaba suspendido en el aire. Con el paso de

largos segundos, minutos y horas ya no hubo nada más. Una extraña serenidad

91
parecida a la muerte calmó su triste agonía y lo mantuvo a salvo en medio del

horror acechante. La tercera puerta en Tokorozawa ya había sido cruzada.

Cuando Takeo abrió los ojos se encontraba en medio de una inmensa

cueva asfixiante iluminada por fogatas de color escarlata. Una delicada mano

acariciaba sus cabellos y por un momento se reconfortó con el recuerdo de

Sanae. Entonces esas caricias lo pusieron de nuevo en alerta. Levantó la cabeza

y miró frente a él una figura que lo tenía recostado y que le hacía cariños con

una mano blanquecina. Esa figurilla tenía una suculenta franela purpura sobre el

cuello jugoso. Era Sanae. La chiquilla se encontraba ahí tumbada a su lado con

su chamarra desgarrada, la blusa impregnada de una baba amarillenta, la falda

hecha jirones y con múltiples rasguños en el rostro, cuello, pecho, vientre, brazos

y muslos. Sin embargo, la niña se veía muy feliz y hasta ilusionada. Takeo, muy

alterado de nuevo y atropellando sus palabras no podía alejar la imagen de

aquella escena sexual que parecía haber sucedido muchos años atrás.

Sanae, con voz tranquila, contó lo que le había sucedido en cuanto se

separaron debido a la oscuridad que los devoró en aquella recepción. Le dijo que

lo había visto caminar hacia los extraños gemidos adentrándose en una negrura

de la cual no volvió a salir. Entonces la temerosa chiquilla se incorporó y caminó

lastimosamente apoyada en una pared tosca hasta que encontró un interruptor

de luz. Al momento se encendieron unas luces amberinas y un cuarto

desfigurado se presentó ante ella el cual tenía una puerta con herrumbre al final

de un pasillo bromoso. La niña lo cruzó trabajosamente sin pensar en lo que le

esperaba en la otra habitación. Del otro lado de la puerta se encontró una

hermosa sala adornada con finos muebles aterciopelados que tenían regordetes

cojines emplumados de muchos colores. Las paredes estaban cubiertas de un

92
lustroso papel tapiz dorado. El suelo y el techo eran de una madera muy blanca

y pulcra. En el centro de la sala había una graciosa mesa tallada con escenas

de animales fantásticos y encima tenía una bandeja de plata repleta de dulces y

golosinas exóticas. Alrededor flotaba una suculenta fragancia de incienso y

varios perfumes que la transportaron a un jardín de ensueño. Entonces, Sanae

se había dado cuenta que detrás de ella no estaba la extraña puerta que acababa

de cruzar, pero la fuerte impresión del bello salón la inspiró a disfrutar de los

manjares que se le presentaban en ese instante. Dejó caer su cuerpo lastimoso

sobre aquellos delicados cojines y sacudió sus entumidos miembros sobre los

sillones lujosos. Los aromas la acurrucaron en un sueño ligero mientras que se

sentía cubierta por una confortable calidez.

Entonces le contó a Takeo con voz tímida y juguetona la picante escena

que sucedió después. Cuando estaba tranquila y recuperada encima de los

lujosos sillones, Sanae sintió un hambre voraz y deseó los exóticos dulces que

descansaban encima de la mesa. Al levantarse del sillón notó que su tobillo ya

no estaba herido y que sus piernas habían recobrado la fuerza de antes. Así que

se acercó hacia la mesa más alegre que nunca y de pronto notó que debajo de

ella surgía un alto y elegante muchacho de ojos rojizos vestido con un yukata de

color blanco. El joven la miró y ella quedó completamente prendada de aquel

mozo. Se acercó más y más a ella y acarició su rostro con unos delgados y largos

dedos que la hicieron suspirar. La cargó en sus brazos y una delicada fragancia

que emanaba de su aliento masculino hizo que se entregara por completo a él.

Cuando la depositó encima de la mesa, con ademanes caballerescos y

sofisticados, comenzó a darle poco apoco pequeños bocados de aquellos

rechonchos dulces mientras le iba desprendiendo de sus ropas empapadas

93
hasta dejarla completamente desnuda. En ese momento un sabor frutal la

invadió completamente y al no soportar el placer se desparramó sobre la mesa

tirando la bandeja al suelo. Sintió unos apasionados besos húmedos sobre sus

labios, una lengua jugosa e inquieta, algunas caricias en los muslos y una

emoción que le nacía debajo de la piel del vientre. Unas risitas juguetonas se

asomaron de la boca de Sanae mientras contaba su anécdota que interrumpió

al llegar a esta parte. El final del acto apasionado se lo guardó solamente para

ella, aquel clímax que le llenó su cáliz de un néctar concentrado que la

estremecía con su recuerdo.

Cuando dejó de hablar, Sanae se acariciaba los cabellos mientras sonreía

hacia la nada. Takeo, con la boca muy abierta y con un recuerdo tan distinto de

lo que había presenciado en esa habitación, decidió no mencionar nada de

aquella experiencia que todavía le excitaba. Solamente acomodó lo mejor que

pudo los jirones de la ropa para abrigar a la niñita sonriente que temblaba

bruscamente de frío. Sanae contó finalmente que al recobrarse se levantó de

aquella mesa elegante y vio que el buen mozo había desaparecido. Ella se vistió

con sus húmedas ropas y se enrolló sobre el cuello una bonita franela que le

había dejado sobre sus ropas aquel amante antes de huir. Entonces miró debajo

de la mesa y se encontró con una pequeña puertecilla vieja y decidió cruzarla en

espera de nuevas delicias por descubrir. En cuanto traspasó aquel umbral la

puerta se cerró detrás de ella y un abanico de escaleras se abrió para ella. Bajó

uno a uno los peldaños tallados en la roca viva recorriendo cálidos túneles

subterráneos que la llevaron hasta una inmensa cavidad alumbrada por el brillo

de antorchas y fogatas que se reflejaban en los destellos de un lago dorado del

cual emanaba un dulce perfume de hojas de cerezo.

94
Takeo miró desconcertado hacia todos lados intentando reconocer el

lugar que describía Sanae. No podía ver aquel brillo que fluía en aguas doradas

que despedían olor a hojas frescas. Solamente había cráteres y montañas de

polvo amarillento que acompañan el crujido de restos amorfos que se movían y

quemaban en extrañas hogueras en toda la cueva. En vez de un lago de oro

había un enorme charco de sangre en la cual flotaban grumos verdosos con olor

a azufre. En medio de la caverna había un inmenso montículo deforme en donde

ardía la hoguera más grande de todas con fuegos amberinos que llegaban hasta

el techo. Así fue que Takeo nada dijo con tal de respetar la ilusión de la pobre

chiquilla temblorosa y empapada que estaba inmóvil sobre el suelo cenizo a

causa de una enorme mordida en su tobillo que comenzaba a tornarse oscuro e

hinchado.

Sanae sufría un estado de enajenamiento sometida a su ensoñación

fantástica. Takeo decidió llevarla a cuestas sobre su espalda para buscar una

salida. Sanae no dijo palabra alguna una vez que terminó su relato. Tenía la

mirada perdida y acariciaba sin descanso un trozo de tela mortecino enrollado

sobre su cuello rasguñado. Takeo sentía aquel tobillo que se hinchaba entre

palpitaciones al agitarse en el aire. Un líquido helado y hediondo se escurrió por

los muslos de la chiquilla empapando la espalda del muchacho. Ese residuo

repugnaba a Takeo al igual que el hedor a muerte de la caverna.

La niña comenzó a tatarear una melodía infantil mientras se mecía de un

lado a otro. Takeo logró equilibrar sus pasos por una senda llena de polvo hasta

llegar a lo alto de un montículo donde yacía una piedra lisa de gran tamaño frente

a una pira ardiendo. El muchacho sentó a Sanae con cuidado sobre la gran roca

lisa. La niña se mecía alegre y pataleaba rítmicamente mientras veía al joven

95
que formaba una mueca agridulce en su rostro. Takeo notó que debajo de la

falda de Sanae se extendía una enorme mancha rojiza que iniciaba en las

caderas y bajaba hasta los muslos. Notó también que la chiquilla comenzaba a

respirar agitadamente mientras un sudor raro fluía de su frente hasta caer sobre

la blusa rasgada. Sanae no dejaba de sonreír a pesar de todo. Takeo vio que del

tobillo hinchado subía una gangrena hasta la rodilla de la pierna haciéndola

pesada y deforme. Una pestilencia comenzó a emanar de aquel miembro

malherido mientras Sanae tarareaba más fuerte hasta hacer retumbar las

paredes de aquella jaula subterránea.

De pronto la caverna retumbó bruscamente y las llamas de las hogueras

se apagaron al mismo tiempo. Un siseo extraño rondó por el espacio y una

música primitiva acompañó el tarareo de la chiquilla. Los charcos malolientes del

suelo comenzaron a hervir ante la música ensordecedora e inmensas burbujas

se inflaron en el espacio amenazando con estallar en cualquier momento. Takeo

sintió un miedo que le recorrió el cuerpo y se dejó caer junto a Sanae la cual no

dejaba de tararear su tonada. Cuando la música llegó a niveles insoportables la

cueva quedó en silencio completamente. Sanae callaba y sonreía de manera

extasiada. Takeo percibió un extraño resplandor verdoso que surgió del charco

más grande de la cueva. Un par de cuernos negruzcos enredados en una

cabellera blanca se asomaron de aquel charco burbujeante. Takeo abrió sus ojos

y sintió un ardor insoportable dentro de su cabeza. La cueva comenzó a

iluminarse como si un sol esmeralda se encontrara en medio del recinto. Aquel

inmenso charco hirviente escupió fuera a una gran criatura demoniaca de cuatro

metros de altura. Era una figura robusta con pelaje grisáceo y una armadura de

hierro rojizo. Parecía un primitivo animal antropomórfico que usaba una

96
armadura medieval japonesa de grandes proporciones. Su rostro estaba cubierto

por una máscara de gato de largos bigotes y mueca graciosa. Aquella amenaza

se acercó arrastrando sus patas desnudas hacia donde estaban los indefensos

muchachos postrados sobre la roca grotesca.

Cuando el demonio llegó frente a los jóvenes extendió una de sus zarpas

con la intención de apresarlos sin miramiento. Takeo reaccionó con un

movimiento brusco que lo hizo caer al suelo. El gran felino capturó a Sanae por

la cabeza y la levantó como si fuera una figurilla de cerámica. Un hocico

demoniaco la olfateó durante un largo tiempo. Takeo vio la escena detrás de la

roca sin atreverse a incorporarse mientras murmuraba con terror el nombre de

la pobre joven. El gato olfateó el pecho, el vientre, el pubis, los muslos y las

piernas de Sanae gruñendo y erizando los pelos de su cuerpo mientras agitaba

a la muñequita como si quisiera deshacerse de aquel hedor. Entonces sujetó a

la víctima por la pierna gangrenada y comenzó a juguetear con ella encima de la

roca. Takeo comprendió que el animal quería estrellar a la chiquilla contra la dura

piedra para desterrar aquel hedor nauseabundo. Entonces el joven gritó y se

incorporó bruscamente de un salto. La bestia tomó una postura muy extraña y

con un mordisco de sus fauces arrancó la pierna gangrenada de Sanae dejando

un muñón hinchado el cual no sangraba ni una gota. La pierna oscura fue

engullida por la máscara felina y la niña fue arrojada contra la roca después de

todo. Sanae se estrelló contra una dureza pétrea y sus delicados rasgos se

inflamaron violentamente, sin embargo, no murió. La jovencita yacía demacrada

y con el cuerpo desparramado sobre la roca manteniendo una sonrisa inocente.

Cuando el gato tuvo intenciones de exterminarla, un humo tosco surgió de la

joven malherida que respiraba trabajosamente. La extraña franela que

97
descansaba en el cuello de Sanae se transformó entonces en una monstruosa

rata desnuda, obesa y de gran tamaño que se oponía ante la bestia gatuna con

garras amenazadoras y dientes amarillentos.

Aquellas bestias comenzaron un brutal enfrentamiento de miradas. Takeo

aprovechó la situación y sujetó con cuidado el cuerpo desfigurado de la pequeña

niña que tosía chorritos de sangre cuando intentaba respirar. Los gruñidos y

siseos retumbaron de pronto en la caverna iluminada por el verdor de una luz

demoniaca. Entonces Takeo con la chica a cuestas corrió en dirección a la gran

hoguera apagada que se encontraba al centro de la cueva, muy alejada de

aquella batalla infernal. Los grandes titanes continuaron su combate sin dar

señales de cansancio a pesar de los rasguños, mordidas e impactos. Cuando el

muchacho subió por el montículo central, Sanae comenzó a tararear otra extraña

melodía y la hoguera inmensa de más de siete metros de diámetro emanó un

humo que bailoteó al ritmo de la canción. Takeo se acercó temerosamente.

Sanae calló de pronto y alzando un dedito desquebrajado señaló al interior de la

hoguera. Así fue que el joven cruzó dentro de los restos incinerados que se

movían en el suelo impregnándose con los humos que lo dominaron por

completo. Con un ardor en los ojos y la garganta cerrada Takeo comenzó a

ahogarse lentamente mientras luchaba por mantener a sus espaldas a la pobre

chiquilla que reía a carcajadas mientras el humo los invadía. Entonces, no

pudiendo más, Takeo se desplomó sobre las brasas mientras el cuerpo Sanae

caía junto a él en aquel lecho humeante.

Entonces la hoguera avivó sus grandes fuegos en toda la cueva. Los

cuerpos de los jóvenes fueron bañados por unas llamas que los sofocaron y

purificaron a la vez. Takeo pudo escuchar el crepitar de su propia carne y notó

98
que podía moverse libremente sin sentir dolor alguno. Así fue que se incorporó

en medio de la luminosidad asombrado por su resistencia a las flamas diabólicas

que lo envolvían. Miró al suelo y vio a Sanae sana y salva que reía como una

niña pequeña estirando sus brazos hacía él. Takeo se acercó a ella y la sostuvo

junto a su pecho venciendo todo el miedo que había experimentado hasta

entonces. Con pasos firmes salió de la hoguera y miró hacia donde las bestias

continuaban su lucha. Ahora ese par de titanes ardían al fondo de la caverna con

vivas llamas azuladas. Ese fuego devoró sus pieles y huesos convirtiéndolos en

cenizas fantasmagóricas que se elevaron por la caverna. Takeo les perdió

importancia y miró a Sanae que extendía su dedo mancillado hacia el muro

próximo. El muchacho caminó orgullosamente hasta que sus pasos fueron lo

único que se escuchó sobre la cueva. Las hogueras se apagaron y solamente el

fuego que ardía en sus cuerpos era lo que iluminaba la estancia. Cuando llegó

al muro añejo notó que había un agujero ovalado bien oculto entre la textura de

la pared. Entonces el dedo incendiado de la chiquilla se introdujo suavemente

sobre esa abertura hasta que se escuchó el chasquido familiar de un candado al

abrirse. Un inmenso marco apareció en la roca y la pared se transformó en una

puerta rojiza de cristal brillante. Sanae retiró el dedo del agujero y con ambas

manos empujó aquella puerta que se abrió mostrando una luz tenue que llevó a

los chicos hasta el otro lado. La cuarta puerta en Tokorozawa ya había sido

cruzada.

Cuando Takeo se dio cuenta estaba entre lápidas pulcras, arreglos

florales y mausoleos opulentos. Había llegado hasta el cementerio en el exterior.

El aire era húmedo y le refrescó el rostro. Aquel cielo nocturno lanzaba gotas de

lluvia que lo devolvieron al mundo real. Sorprendentemente de sus brazos

99
colgaba la pequeña Sanae con ambas piernas en su lugar. El muñón hinchado

había desaparecido y en su lugar había una suave y regordeta pierna desnuda

que reposaba sobre los brazos del joven. Sanae se puso de pie junto a Takeo y

al mismo tiempo ambos miraron hacia sus espaldas. Esta vez había una puerta

abierta perteneciente a un mausoleo antiguo por el cual acababan de cruzar

momentos antes. Esa boca oscura cantaba y los atraía de nuevo hacia las

entrañas demoniacas del inframundo del cual acaban de huir. Takeo y Sanae

sonrieron nerviosamente y tomados de la mano corrieron libres por el cementerio

hasta la puerta principal sin mirar a atrás. Al salir vieron la calle mojada y

escucharon el confortante ruido de los autos lejanos. El mal sueño había

terminado. Así fue que ambos emprendieron un camino aventurado y sin rumbo

por aquel barrio de Tokorozawa. Sin embargo, mientras caminaban, Takeo miró

en el andar patizambo de su amiga algo raro, algo enervante. Sanae sentía

extraños cólicos en su vientre y se recargaba a ratos sobre Takeo con la

intención de sofocar el dolor que le surgía del interior. Entonces Takeo se percató

con horror que aquel vientre, antes jovial y liso, se presentaba ahora hinchado

sobre la blusa deshilada de Sanae. Era una curvatura espantosa pero

extrañamente maternal.

Era muy tarde. Una maldad inexpugnable había comenzado a actuar

desde el cementerio. La cuarta puerta, al quedarse abierta, había dejado pasar

a este mundo extraños malestares diabólicos. Al llegar a las rejas de un

parquecillo desconocido, Sanae se desplomó sobre el suelo mojado. Encima de

ella una sombra cubrió el cielo nocturno repentinamente. Ella miró exaltada hacia

todos lados pero se encontró sola sin saber a dónde había ido Takeo. En medio

de una banqueta próxima ardían con una llama azulada unos restos óseos. Tal

100
vez estos eran los despojos del desdichado Takeo que encendían la noche con

la intención de consolar a Sanae por última vez. Ojalá nunca se sepa qué

maleficio actuó en el pobre muchacho aquella noche cuando se creía a salvo

mientras huía con su amiguita enternecedora.

Sanae permaneció atrapada en aquel parque solitario y sin saber qué

hacer. Finalmente optó por arrastrarse hasta una banca humedecida que estaba

en medio de un par de postes olvidados. Entonces, una extraña pesadez

embriagó a la desesperada niña y se introdujo dentro de sus fosas nasales. En

medio de inhumanas contracciones la chiquilla comenzó a rasguñarse

desesperadamente el vientre palpitante que crecía más y más. Se subió la blusa

y observó una extraña repugnancia que gorgoteaba dentro su carnosidad

abdominal. Sanae, enloquecida, comenzó a lloriquear y a llenarse de una

sudoración fétida. Unos espasmos improvistos la obligaron a pujar

frenéticamente encima de la banca. En medio de un éxtasis nauseabundo, la

niña desgarró los restos de su falda y adoptó una postura bestial con las piernas

extendidas hacia el cielo mientras emitía gritos desgarradores, gemidos

placenteros y un tarareo que enrarecía el ambiente. Unos chorros

sanguinolentos empaparon la banca y unas risas macabras se oyeron en el

espacio oscuro. Después de un largo trance unas enfermizas secreciones

ensangrentadas se revolcaron sobre la madera húmeda de la banca. La chica

las miró atónita, desconcertada y algo satisfecha mientras respiraba sus últimas

bocanadas de aire. Había parido a seis pequeñas ratas pegajosas que chillaban

y se retorcían debajo de los muslos de su joven madre que las había arrojado al

mundo en medio de risas y cantos de enloquecida inocencia.

101
Nacido en la Ciudad de México el 4 de agosto de 1989. Melómano

y amante de la historia, la ciencia ficción, el terror y lo fantástico.

Licenciado en Arte y Patrimonio Cultural por la Universidad

Autónoma de la Ciudad de México y tesista de la Maestría en

Ciencias Sociales en la misma casa de estudios. En 2011 ganador

del Primer Concurso Estudiantil Universitario de Cuento

Cuautepec de la UACM. Ha participado con cuentos y ensayos en

México, Perú y Colombia en publicaciones como Tlillan-Tlapallan,

Relatos Increíbles y Revista Tríptico.


100 yenes
María C. Pérez

Está siendo realmente duro adaptarse a vivir en Tokyo. La euforia, orgullo y

ambición de los primeros días se ha vuelto ansiedad, nervios y miedos.

Obviamente, no quiero preocupar a mis amigos y familia.

Hace cuatro meses, tras varias llamadas y pruebas técnicas por Skype, acepté

la oferta de una reclutadora de la compañía SEGA. ¿Qué programador senior,

en su sano juicio, hubiera dicho que no? Un proyecto ambicioso, una montaña

rusa con dispositivos físicos para jugar un videojuego a la vez que vives la

atracción. Trescientos sesenta grados de nuevas posibilidades se abrieron en

mi mundo.

La reclutadora, Midori, me ayudó mucho en los primeros días. Me facilitó el

contacto de una vivienda amueblada de casi treinta metros, en el piso tres B de

un edificio relativamente cercano al parque SEGA Joypolis, donde voy cada día

a trabajar. Digo relativamente, pues las distancias en Tokyo se miden con otra

escala. Me aconsejó cómo redactar mi carta de presentación y afrontar la última

entrevista técnica presencial con el jefe de proyecto. Así fue como me evaluaron

y designaron a mi puesto definitivo. Esa primera mañana no me dejó solo, estuvo

104
conmigo en la cafetería del parque explicándome los entresijos del proyecto.

También me presentó a mis compañeros, los cuales ahora son mis amigos. Un

salto abismal en mi carrera, cuando recibí su contacto, estaba programando apps

para pymes en Bilbao.

Twitter @AAndres 2 de diciembre de 2013 11:00: Adivinad, ¿Quién se queda a

currar en Sega -Tokyo? (16 retweets, 36 likes)

¿Soy feliz? ¿Disfruto o saboreo mi éxito? No. Estoy obsesionado con un puto

billete de cien yenes. A quien se lo cuente pensará que estoy loco, pero los

hechos son los hechos.

Haruo, es mi compañero de mesa, un crack del diseño gráfico, nos

compenetramos perfectamente y la persona con quien más hablo desde que

llegué. No todos en la compañía hablan inglés. Pero quien soy yo para quejarme,

mi japonés progresa a velocidad negativa, según dice su hija de 15 años. Haruo,

me ha acogido en su familia como uno más desde el primer día. Su apoyo es

muy importante para mí y más en estos momentos.

Twitter @AAndres 11 de febrero 2014 18:00: Haruo es un genial anfitrión, la

fiesta de la fundación nacional de Japón ha sido increíble. Gracias por explicar

todo a este gaijin ;)) (0 retweets, 28 likes)

Hace un mes y medio aproximadamente que empecé a notar el problema y es

posible que no recuerde todos los detalles. Mi memoria es eidetica selectiva,

recuerdo flashes con mucho detalle y olvido otros momentos. Cuando era niño

tenía muchos más flashes, incluso los controlaba. Con la edad fui perdiendo

facultades. Repaso todos los acontecimientos desde que llegué, una y otra vez.

Cada día caigo en la cuenta de algún nuevo detalle o interacción gracias a este

105
don. Al principio no le daba importancia. No soy supersticioso, ni creo en poderes

sobrenaturales, eso nos decimos todos hasta que nos pasa alguna cosa extraña

que nos hace cuestionarnos el mundo.

Pensé que mucha gente pagaba con la app del móvil y en un país tan avanzado,

de cultura diferente, se debía estar desusando el papel moneda, nada más lejos

de la realidad, les encanta el papel. Podía ser un tema de cambio de efectivo,

cien yenes para pagar pan o café podía ser excesivo, nuevamente erraba.

Incluso llegué a achacarlo a desconfianza por ser un gaijin pero no, la realidad

es que no consigo desprenderme de este maldito billete.

El primer rechazo que recuerdo fue el día de la entrevista final, en la cafetería

del parque, la señora del self-service me miró con grandes ojos sorprendidos.

Sin mediar palabra, me rogaba a través de su mirada, otro método de pago. Pedí

disculpas y estrené el contactless del móvil, en España aun no había visto este

dispositivo. Me resultó algo embarazoso que alguien tan dado a la tecnología

como yo, quisiera pagar en efectivo en la sede de SEGA. Observé a mis futuros

compañeros, trajeados en su ordenado paso, los cuales iban pasando su móvil

de manera silenciosa y rutinaria al pasar por el torno de caja.

En las semanas sucesivas se repitió el acontecimiento en varios negocios,

simplemente me parecía curioso. El más significativo fue sin duda en un

restaurante. Aquella noche necesitaba despejarme, llevaba una semana

viviendo a contrarreloj para cumplir los plazos de entrega del proyecto. Había

trabajado casi doce horas diarias y al acabar, decidí no hacer el mismo recorrido

a casa. Ni tomar el tren siquiera, que en dos paradas me dejaba justo en la

puerta.

106
Si iba a cenar con Haruo y los chicos, acabaría hablando de trabajo y realmente

ese día necesitaba desconectar. Era sábado y mañana no debía trabajar. Salí

del parque y empecé a caminar sin pensar en mi rumbo. Al cabo de una hora

paré a tomar un ramen caliente, que se convirtió en una sucesión de exquisitos

platos típicos y varias botellas de saque. Las cuales acabé vaso a vaso, mano a

mano, mientras veía videos y fotos en Instragram de mis amigos en España. Les

envié comentarios nostálgicos, me contestaban con cariño y deseos de mi pronto

regreso. Aunque estaban seguros de que, en Japón, se estaba de maravilla y

no querría volver. Muchos eran colegas de profesión y habrían dado lo que fuera

por estar en mi lugar.

Twitter 31 de marzo 2014 22:30 En cuanto acabe el proyecto, fiesta por el centro

de Bilbao, os echo de menos. (12 retuits, 40 likes)

Era bien entrada la noche y los ocupantes de las otras mesas del restaurante

parecían llevar el mismo nivel de alcohol en sangre que yo. Era hora de volver a

casa. Me dispuse a pagar el camarero tomó mi billete y me trajo el cambio,

decidí dejarlo en la mesa por el buen trato y la buena cocina. No era mucho y

me había dado un festín. Mientras me ponía el abrigo un señor mayor,

acompañado del camarero que balbuceaba un poco de inglés se disculpaba por

haber aceptado ese pago. “No cien yenes, por favor” me rogaba acercándome

el billete con el que había pagado. Sin parar de inclinarse una y otra vez me

instaban en tomar mi dinero de vuelta. No sé si fue por el saque o porque el

resto de la sala me miraba, realmente no sé que pensé. Cogí el billete y me

marché. Sin pagar.

Twitter @AAndres 1 de abril 00:10: Japón es un curioso lugar para vivir. Si te

atreves a intentarlo. (4 Retweets, 32 likes)

107
A la mañana siguiente me desperté sobresaltado con una pesadilla horrible

acerca de dinero, deudas y persecuciones, la cual no logro recordar ahora, pero

que en esos instantes era muy real. No recordaba cómo había vuelto a casa. La

cabeza me daba vueltas. Y la sensación de goma de zapato mezclada con zumo

de pera caliente de mi boca me recordaba a las fiestas universitarias. Mi última

imagen de esa noche, era mi marcha airada y sin pagar del restaurante. Tenía

que ir a pagar esa cena, me dije. Tras una larga ducha revitalizadora, me vestí y

dispuse a salir a presentar mis disculpas.

Debía ser cerca del medio día, el camino al metro estaba desierto, la zona

industrial no es muy visitada los domingos. Los alrededores de ciudad dormitorio

a las fábricas y el parque apenas tenían actividad ese día de la semana. Muchos

debían estar disfrutando de un buen sueño o descanso, cosa que debía estar

haciendo yo, sino fuera por la pesadilla que despertó mis remordimientos y a mí.

Justo antes de girar hacia la calle sentí un tremendo golpe en la cabeza.

Oscuridad.

Abrí los ojos y allí estaba Haruo con rostro preocupado pero sonriente.

-Bienvenido a la realidad, ya les dije a los doctores que solo era una gran resaca.

– Me dijo poniendo una mano en mi hombro.

Intenté incorporarme, pero la blanca habitación se giró de repente.

-Tranquilo, ha sufrido una fuerte conmoción, no haga movimientos bruscos-

decía el doctor mientras me recostaba con sumo cuidado. Hizo una señal a

Haruo antes de salir de la habitación.

-Estás en una clínica de la compañía Andrés, te asaltaron ayer en la mañana,

cerca de casa. Has estado inconsciente desde entonces. Tienes una conmoción

108
y tres puntos de sutura. Al final tendrás una cicatriz nipona como souvenir. El

doctor debía avisar a la policía cuando despertases. Te traje tu portátil por si

necesitabas comunicarte con tu familia –. La voz templada de Haruo consiguió

su propósito tranquilizador.

Twitter @AAndres 2 de abril 2014: Todo bien, solo fue un susto, una leve

contusión, en unas horas me dan el alta. (16 retweets, 36 likes).

Un rato más tarde, entraron dos agentes uniformados. Uno alto y serio, el otro

escuálido y nervioso que no dejaba de mirarme de reojo e inclinarse de modo

servicial. En sus labios leí silenciosamente “hello” en repetidas ocaciones. El alto,

que parecía estar al mando, explicó durante largo rato a Haruo lo ocurrido y le

mostraba un informe. Le pedía que me hiciera preguntas y nos tradujera.

Tal y como suponía no fui de mucha ayuda, no había visto a mi agresor. En mis

pertenencias solo parecía faltar la cartera y el móvil, me hicieron inventariar el

contenido de la cartera: varios billetes, dos tarjetas bancarias, documentación de

identidad y conducción y algunas monedas en euros y yenes.

Repetí varias veces mi declaración y Haruo me tradujo todas y cada una de ellas,

que no tenía enemigos y no había notado que me siguieran días anteriores. Lo

único curioso acerca de mí que pude explicar, fue la anécdota del restaurante y

mi ida sin hacer el pago, suavizaron mi conciencia diciendo que no es un motivo

de represalia y que el restaurante no había presentado ninguna denuncia. Aun

así, pedí a Haruo que llamara al restaurante y explicara que iría pagar la cuenta

pendiente en cuanto me fuese posible. Mi amigo, al verme nervioso con el tema,

se ofreció y esa misma tarde fue a saldar la cuenta por mí.

109
A la mañana siguiente, justo cuando el doctor me había dicho que podía

marcharme a casa. Llegó el agente escuálido y aún más nervioso. Esta vez vino

solo, primero se inclinó ante Haruo después ante mí y me ofreció mi cartera:

– Aparecido en papelera. No móvil, lo siento – dijo con discurso ensayado, en

un inglés más que correcto. Seguía inclinado ofreciéndome la cartera sin

recuperar su postura, el sudor perlaba su frente y respiró aliviado al ver que yo

la aceptaba. Se irguió y apresuró a la puerta – Tiene documentos solo y un billete

de 100 yenes.

Ya desde fuera de la habitación asomó la cabeza arrepentido:

-Usted debe dar ese billete a alguien rápido o cosas malas seguirán a usted por

siempre, no destruir, recuerde, es importante solo puede dar y cuando decida

cómo deshacerse de él no lo diga ni piense cerca del billete, el escucha sus

ideas. Es muy listo -. Cerró rápidamente la puerta. Dejándonos boquiabiertos.

En mi cartera estaban todos mis documentos y tarjetas efectivamente, pero ni

rastro de las monedas ni los otros billetes. Efectivamente allí estaba, los 100

yenes que todo el mundo parecía rechazar. Hasta los ladrones. El policía había

hecho mención explícita a este billete. Lo abrí y desplegué. Me dije a mi mismo

podría no ser el mismo, pero tenía grabado en mi lóbulo temporal el número de

serie, 949494.

-Haruo ¿Qué demonios le pasa a los billetes de 100 yenes? - Rogué a mi amigo

por una explicación razonable.

Este observó el billete con atención y suspiró negando con la cabeza. Me explicó

que su país es muy supersticioso, tiene ciertas creencias y tradiciones poco

científicas. Que poco a poco están desapareciendo entre la gente joven, pero

110
que bastantes personas aún creen en ellas. Una de ellas es la aprensión al

número cuatro debido a que en japonés se pronuncia igual que la palabra

“muerte”, una coincidencia fonética. Es por ello que algunos edificios pasan del

piso tres al piso tres B y luego al piso cinco.

Mi edificio era justo así y yo vivía en la planta 3B. Pero pensé que era un error

o guiño y que yo no entendía, eso del 3B.

Haruo seguía explicando mientras yo lo miraba incrédulo, atónito y sin poder

decir ni mu. Otra tradición era la del número nueve que en japonés tiene un

sonido parecido a la palabra “dolor”. Por ejemplo, los hospitales no tienen planta

nueve o puertas nueve en sus pasillos, para evitar que haya enfermos que se

sugestionen.

Me asomé a la ventana y esperaba estar en la planta ocho B. Pero estábamos

solo en la segunda planta. Debo decir que sentí alivio al descubrirlo, aunque

repito, no me consideraba supersticioso.

-Este billete en cuestión tiene un desafortunado número de serie. – Dijo

sonriendo al verme mirar por la ventana - No es que todo el mundo vaya mirando

los números de serie de los billetes que coge o pasan por sus manos. Pero este

es especialmente llamativo, al ser de gran importe y tener ese número de cifras

repetitivas 949494. No todo el mundo cree en esos cuentos antiguos Andrés.

Dicen que los demonios traviesos, Tsukumogami, se esconden en objetos

malditos de más de cien años y hacen travesuras macabras a sus propietarios.

Tranquilo, tu billete no tiene cien años, son solo leyendas. Si te vas a sentir mejor

dáselo a alguien necesitado harás una buena obra y acabarás con la

superstición.

111
Cuatro cuatros y cuatro nueves intercalados. ¡Mi maldito billete se llamaba dolor

muerte dolor muerte dolor muerte dolor muerte! No me lo podía creer. No me lo

quería creer. Y el policía pensaba que mi estancia en el hospital fue causada por

su maleficio.

Esa noche ya en casa. Puse la cartera en la entrada no quería ni verla. Sushi a

domicilio, una película e intentar dormir era lo más razonable. A la mañana

siguiente quería ir a trabajar. Ya apenas quedaban unos días para el cierre de

proyecto y tenía que ajustar protocolos de seguridad y subrutinas de la nueva

atracción. El diseño de Haruo estaba terminado, los equipos de mecánica e

hidráulica tenían lista su parte y yo iba retrasado, necesitaba acabar dos bloques

de códigos más. A duras penas conseguí conciliar el sueño y me despertaba con

sudores fríos y sobresaltado. Anhelando el sonido del despertador.

A las cinco acabé levantándome a buscar información sobre esas leyendas.

Nada encajaba con mi caso. Ni el objeto tenía cien años (tsukumogami), ni me

había visitado una enfermera que tapaba su desfigurado rostro (kuchisake -

Onna), los lavabos públicos femeninos no pensaba frecuentarlos (aka manto),

los esqueletos gigantes no perturbaban mis sueños (gashadokuro) gracias a

Dios y ninguna araña gigante vestida de mujer me había seducido a su tela (Joro-

gumo), entre otros. Tengo que reconocer que al descubrir que no había una

leyenda para gaijins incautos que mueren a causa de billetes demonizamos me

relajé bastante.

Llamé a un taxi, no quería llegar tarde ni recorrer el camino al parque andando.

Aun me mareaba un poco si hacia esfuerzos o movimientos bruscos. Ya en el

taxi llovía y hacía mucho frío para ser abril. Mientras el semáforo del cruce

principal estaba en rojo, vi un mendigo en la esquina, resguardado de la lluvia y

112
medio dormido. Fue entonces cuando se me ocurrió. Reviví el consejo de Haruo:

“dáselo a alguien que lo necesite y harás una buena obra y acabarás con la

superstición”.

Pedí al taxista que me esperara un segundo. Salí del taxi corriendo y deposité el

billete en la lata para limosna que tenía el mendigo. El cual, apenas se había

movido ni notado mi presencia.

Al regresar al taxi y este reemprender la marcha y dejando atrás los cláxones de

las prisas de otros vehículos tras nuestra parada, me sentí más liviano. La carga

estaba desapareciendo por completo. Me sentía más lúcido y vigorizado.

Conforme avanzaba el día más eufórico estaba. El código salía de mi mente y

se plasmaba en el ordenador a través de mis dedos, fluía. Había pasado la tarde

cada vez más concentrado, hacía tiempo que no me sentía tan eficiente y

creativo, el avance en el proyecto era notable. A las siete de la tarde pulsé el

ultimo intro. Estaba terminado. Repasé el código varias veces, ejecuté varios

scripts. Si todo iba bien en post producción y no había errores, podríamos cerrar

mi parte del proyecto. Una hora más tarde, envié el último bloque de código como

definitivo a post producción. El jefe de proyecto me felicitó.

Era el momento de celebrarlo. Fui con Haruo y los chicos al bar, cenamos y

bebimos sake bromeando sobre anécdotas que habían pasado en el proyecto.

Incluso les expliqué mis obsesiones con el billete y como me había deshecho del

mismo, esa mañana. Reímos juntos y todo parecía una broma pesada. Haruo

me picaba diciendo que yo había ido a la ventana a contar los pisos de la clínica

y que había creído al teatral policía que me dijo “deshazte cuanto antes del…”.

Incluso imitamos al policía detrás de una columna con su advertencia para las

113
risas de nuestros compañeros. En esos momentos recibimos la confirmación de

todo el proyecto estaba completo y aceptado, por mail a unísono. Lo que nos

llevó a otro brindis.

Twitter @AAndrés 3 de abril 2014: Fase final de programación del videojuego

para SEGA en su parque Joypolis acabada!! Mañana seremos sujetos alfa en la

nueva atracción!! (16 rettuits, 28 likes)

Haruo se aseguró de que pudiera tomar un taxi, el sake me había vuelto afectar

demasiado. Pero con los duros días que había pasado merecía una tregua.

Volver solo caminando no me apetecía lo más mínimo.

Me adormilé por unos minutos con el calor de la calefacción, la luz intermitente

de las sirenas me reavivó. Estábamos parados en un semáforo. Fuera hacía frío,

la lluvia hacia horas que había dado paso a una nevada. Tuve que limpiar el vaho

del cristal con la manga del abrigo, para poder ver. La esquina del mendigo

estaba rodeada por dos ambulancias. No, no puede ser verdad, me decía al

disparase mi corazón. Salí corriendo del taxi. Esta dio un leve volantazo para

apartarse en el borde de la calzada. Le habían recostado en la camilla y estaban

cubriendo su rostro. Su gris y larga barba estaba helada, debía llevar horas en

la nieve.

Yo estaba paralizado, le entregué mi billete a ese inocente. Eso le había causado

la muerte. Seguro era la maldición, mi maldición. ¿Cómo había pasado de ser

un ser equilibrado y racional a esto en dos segundos? Era como tener dos voces

en mi cabeza. No digas locuras Andrés no puedes creer en eso, decía la primera.

Sino creías por qué te deshiciste del billete dándoselo a ese pobre hombre, me

instigaba la segunda.

114
El taxista me llamaba insistente, me agarró por la manga. Me solté de un tirón.

El siguiente grito y su marcha dejó claro que había desistido de esperarme con

ese frío y de cobrar la carrera.

Me tambaleé hasta la pared, uno de los enfermeros vino a ver si estaba bien. Al

verme llorar y con la mirada vacía debió entender que quería estar solo. El olor

a sake debió hacerle entender el resto. Subió a la ambulancia y me quede bajo

la farola y con el peso de la culpa sobre mí, en la misma esquina donde me había

sentido libre y liviano ese mismo día.

Me invadió una corriente de ira. ¿Por qué estaba pasando esto? ¿Qué diablo era

el responsable? Grité al eco de la desierta avenida.

Pateé y golpeé los cartones que formaban el refugio del mendigo, los lancé tan

lejos como pude. La lata de la limosna salió rodando hasta mis pies. Al parar

contra mi zapato un papel asomó por el borde. El viento lo llevó un palmo más

allá sobre la nieve y a los pies iluminados de la farola. Allí estaba el malnacido

billete con su reluciente número rojo 94949494. Cerré los ojos que me ardían e

iba a echar a correr, cuando de nuevo aparecieron esas dos voces en mi cabeza.

Márchate, esto no es real. Estás borracho y mañana tienes una prueba muy

importante, la más importante, decía una de las voces. Lo podría encontrar un

niño, no debes causar más daño, me suplicaba la otra.

Al llegar a casa puse la tetera. Cuando era niño, mi abuela me decía que las

bebidas calientes sanan y ayudan a resolver los problemas. Yo tenía uno, uno

muy grande al parecer. Me senté en la sala y tomé varios sorbos. Había metido

en billete en una bolsa, esta bolsa la había metido en una caja y encerrado en el

baño, enterrada bajo toallas en la bañera rebosante de agua. Había leído que

115
los demonios no escuchaban bajo el agua. Si era capaz de oír mis pensamientos

incluso así, estaría perdido.

No podía destruirlo dijo el policía. Debía darlo antes que pasaran más desgracias

a mi alrededor. Dos horas y una tetera más tarde, tenía un plan y un billete de

vuelta a casa recién comprado. Mi trabajo en el proyecto había terminado. Iría al

parque a primera hora, presentaría mi dimisión, daría las gracias y volvería a

casa a cambiar el maldito billete en la maquina aeropuerto de Tokyo y tomaría el

avión, no podría seguirme a España. No iba a dárselo a ningún inocente. Estaba

cumpliendo las reglas que marcó el policía, no lo iba a destruir. Funcionará.

Debía funcionar. Ojalá funcionase.

Estaba amaneciendo y la segunda tetera estaba fría. Cogí mi maleta, la

documentación, el billete bajo las toallas y repitiendo el código del programa una

y otra vez en mi cabeza para no pensar en el plan y que el demonio del billete

no me escuchase. Dejé mis cosas en la taquilla. El billete incluido.

Una vez en la planta seis, administración y dirección, entregué mi dimisión

alegando una repentina enfermedad familiar. La secretaria llamó al jefe de

proyecto que vino de inmediato pues estos meses nos habían unido a todos. Me

pidió, me rogó, que fuera a la prueba de la atracción que comenzaba en quince

minutos. Intenté explicarle que no podía perder el vuelo, que necesitaba ir con

tiempo.

Haruo se había enterado, habría preferido no verlo, la despedida sería dura y el

me haría flaquear. Él había subido corriendo, ambos me rogaron que asistiera,

que sin mi esté proyecto no habría sido posible, el mismo Haruo se ofreció a

116
llevarme al aeropuerto después. No tuve más remedio que acceder. Él sabía que

mentía, pero no diría nada hasta estar a solas. Lo leí en sus ojos.

Estaba a punto de empezar la prueba frente a la prensa. Sería solo media hora

más. Ambos se alegraron mucho cuando asentí y tiraron de mí hacia el parque.

-Por favor despídase de mi parte con la reclutadora, Midori, dele las gracias por

esta gran oportunidad - pedí a la secretaria gritando mientras me arrastraban y

subían al ascensor. Íbamos a llegar tarde.

- ¡No tenemos reclutadora! ¿A quién se refiere señor Andrés? – la puerta del

ascensor se cerró.

Me giré al jefe de proyecto.

-Usted la conoce ¿verdad? Le hablo de mí y presentó la candidatura para la

última entrevista – le dije mientras bajábamos a la zona de pruebas.

-No sé de qué habla Andrés, usted fue una sorpresa, trajo su curriculum en el

último momento, con el pendrive de las pruebas y eran brillantes, tuvimos dudas,

pero me alegro de mi elección.

El ascensor giró para mí, como la mañana del sake o la habitación de la clínica,

trastocando mi mundo y mi serenidad. Mi plan parecía haberse quedado lejos,

ahora era confuso y nada tenía sentido.

Es 4 de abril de 2014 y estoy montado en la nueva atracción del parque SEGA

que ha sido creada, gracias en gran parte a mi trabajo. El acontecimiento está

siendo grabado por numerosas cadenas nacionales e internacionales. Hay una

placa de cobre grabada con mi nombre al lado de grandísimos profesionales

117
¿Soy feliz acaso por mi éxito? No, estoy obsesionado con un puto billete de cien

yenes.

Miro abajo al público hay cientos de personas. Y en la segunda fila, sonriéndome,

está ella. Solo me mira a mí. Su mirada es codiciosa y atrevida nada que ver con

el papel que interpretó en mi reclutamiento. Midori. Intento soltarme del arnés de

seguridad. Y entonces mi memoria me da un flash. Ella me invitó a ese primer

café. Debía irse y me dejó el billete en la mesa. El billete de cien yenes, el billete

94949494. Se disculpó, pero tenía una reunión importante ya nos veremos.

Mucha suerte, me dijo. Y fue la última vez que la vi, hasta hoy.

La atracción se pone en marcha. No puedo dejar de mirarla. Estoy aterrado. Me

dice adiós con la mano. De pronto su rostro se rasga, su ropa y piel parece

abrirse como una crisálida, del interior salen unas negras extremidades

articuladas. Veo muchos ojos negros. Me alejo poco a poco por el rail pues el eje

tractor ha cogido los vagones y los sube hasta la gran primera banda que da la

velocidad a la atracción. Se ha deshecho completamente de su disfraz femenino

y nadie parece verla. Entro en pánico. La enorme araña trepa por los raíles.

Viene a por mí y me tiene atrapado en metálica tela. Estamos en la parte más

alta de la atracción y el remolque está apunto de soltarnos en el entramado de

red y vías. Abajo, ella me espera.

118
Nacida en Granada en 1982; vive en Barcelona desde 2003.

Lectora adicta de misterio, cifi y fantasía. Viajera por naturaleza,

toda excusa es buena para una aventura. Jugadora de juegos de

mesa, colaboradora de la Editorial GdM Games en la creación de

narrativa, trasfondo y worldbuilding para juegos. Ahora es alumna

de la escuela de escritura del Ateneu de Barcelona, pasión que

compagina con su trabajo como financiera.


La chica perro
Poldark Mego

JIGOKU SHOUJO

EPISODIO INEDITO

***

“A este mundo se le llama destino,

El hilo vinculante se enrolla alrededor de un prejuicio impotente y frágil,

El odio,

La tristeza,

Acaban en lágrimas,

Tras las cortinas, a medianoche, se ejecutará cualquier venganza

pendiente”.

***

Los calurosos aplausos y las sonrisas embelesadas de los estudiantes de tercer

año eran la muestra más sincera de aprecio y admiración. El salón felicitaba a

120
Shinzato, Natsumi, la delegada de clase, por su nuevo logro académico,

regresaba a la preparatoria con el primer puesto en el concurso de matemáticas

a nivel nacional. Lo cual era una raya más al tigre en la larga lista de éxitos

acumulados por la joven con la mejor proyección a futuro de la escuela, y quizá,

de todo Tokio.

Las señales de aprobación proseguían y ahora parte de la plana docente y el

propio director se sumaban. —Haremos el anuncio en el patio central. —

anunciaba la máxima autoridad estudiantil. —Deben venir tus padres. — sugería

el profesor Akamine, con el pecho henchido, presumiendo ser el principal asesor

académico de la muchacha. “Yo la descubrí” parecía decir su sonrisa.

Nakazato, Hiro era uno de los pocos indiferentes al jolgorio. Posó sus manos en

el respaldar del asiento de adelante —¿Puedes creerlo? — le preguntó a Toma,

Sayuri, su amiga de infancia, que en ese momento tenía el semblante abstraído

y decaído, su expresión era una quimera hecha de desconcierto y pena. Miraba

al campo de deportes como intentando hallar respuestas a un enigma oculto que

le preocupaba, Hiro sentía la indiferencia, hacía más de dos semanas que su

mejor amiga había cambiado, pero por más que buscaba la manera de sacar el

tema ella siempre lo evadía.

Sayuri regresó en sí al escuchar la voz de su mejor amigo. —¿Creer qué? — le

respondió sin verle a la cara, últimamente evitaba el contacto visual con todos y

en especial con él.

—Pues que la señorita “perfección” vino con el galardón de oro. — Hiro se sentó

al lado de Sayuri, ella se amilanó un poco a la ventana, él lo notó —¿No se

121
cansa? Mírala, de piel blanca, larga cabellera negra, esos rasgos delicados, es

inteligente, sofisticada, destaca en los deportes ¿Salió de un anime o qué?

—No te burles de ella. — le advirtió Sayuri. Por un mínimo instante cruzó miradas

con la delegada de clase, que devolvía las sonrisas a todos los presentes, de

inmediato Sayuri se redujo como si un peso invisible la comprimiera. Se sonrojó

y enterró la cabeza entre los hombros.

—¿Qué te ocurre? — inquirió Nakazato, con las cejas en curva, extrañado.

—Nada. — la estudiante de tercer año se puso de pie. —Necesito…— no supo

cómo terminar su frase y se retiró.

El agua discurría indetenible en el lavatorio. Sayuri se mojaba el rostro una y otra

vez para despejar sus pensamientos, pero estos seguían introduciéndose en su

consciencia como espinas venenosas “¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Cuándo

terminará?” se afligía con aquella pena que, incrustada en su pecho, crecía como

un animal nefasto dispuesto a devorarla de vergüenza.

—Aquí estabas. — la angelical voz femenina llegó a los oídos de Sayuri y penetró

su cerebro torturándola. Por más bella que sea aquella voz, le pertenecía a un

ser inmundo y corrupto, al cual Sayuri había aprendido a odiar.

La estudiante cerró el caño y se dio la vuelta, justo para encontrar a su némesis

a medio metro de distancia. La delegada de clase, con una postura altiva y

perversa se acercó a Sayuri. —Ahora… ladra, inu-chan. — le susurró tan cerca

que sus alientos se confundieron.

Sayuri trató de guardar la compostura, con las manos en puño y los labios

cerrados en un gesto contrito. El tormento que vivía sumaba un nuevo peso que

122
golpeaba, como un ariete, su ya dañada autoestima. Natsumi estaba

acompañaba de otras dos chicas, “la abeja reina y sus secuaces” pensaba

Sayuri, “siempre juntas a todos lados”. —¿Qué pasa? ¿No me digas que no te

importa que la gente lo vea? — y a continuación la delegada sacó su móvil y al

abrirlo Sayuri se espantó con lo que mostraba la pantalla.

—Guau, guau…— comenzó a ladrar. —Guau, guau…— e hizo, con la mano, el

ademán de una pata de perro.

Natsumi rompió en risas y sus acompañantes la imitaron con igual o mayor

fuerza. Sayuri escondió el rostro mirando al suelo, sonrojada, apenada, molesta,

contrariada. —Bien hecho, inu-chan, bien hecho. — la delegada acarició la

cabeza de Sayuri como si realmente se tratase de un animal doméstico. La

alumna se despojó del gesto con un movimiento brusco.

—Hey, no te rebeles inu-chan, recuerda lo que tengo de ti.— amenazó fríamente

la delegada condecorada, cerró su teléfono móvil y se retiró del baño de mujeres

junto a sus dos acompañantes. —Espera mi mensaje esta noche, y no llegues

tarde. — cerró la puerta tras de sí.

Sayuri se quedó sola en aquel baño, comenzó a llorar amargamente.

***

Nakazato solía acompañar a Sayuri de regreso a casa, así fue en la escuela

primaria, en la media y durante los tres años de preparatoria, sin embargo, hace

un par de semanas, él regresaba solo. En muy raras ocasiones había tomado el

123
tren sin la compañía de su mejor amiga, hacerlo durante tantos días consecutivos

le resultaba aburrido, penoso. El trayecto se convertía en un viaje largo y

monótono, que le daba tiempo para pensar en su futuro, ya era esa época del

año en que los de tercero debían decidir qué hacer en adelante. Él no era alguien

brillante, “Como la señorita perfección” reía Hiro, y ojeaba una lista de opciones

apuntadas en su libreta: actor, obrero, heredar la panadería de papá. Alguien se

sentó a su lado y reconoció de inmediato el uniforme de su centro educativo.

—¿Por qué tan solo? — le preguntó Tsukayama, Akemi. Hiro la reconoció de

inmediato, era una de las rémoras que acompañaban permanentemente a la

“tiburón blanco” Shinzato, Natsumi.

—¿Qué quieres? — respondió secamente Hiro, no confiaba en la señorita

“perfección”, mucho menos en sus compinches. Tanta excelencia y superioridad

siempre escondían algo pérfido y podrido, aquella lección la extraía de todos los

mangas que había leído.

—Oh, que cruel eres. Y yo que venía con buenas intenciones. — Akemi se

acercó a Hiro y recostó su juvenil cuerpo sobre el hombro del chico.

Nakazato quedó paralizado, aquello no era un comportamiento común, al menos

no de dos compañeros de clase sin mayor relación. Se puso tenso y se aferró a

su maletín. —¿Qué… qué crees que haces? — la lengua se le trababa y empezó

a sudar copiosamente.

—Sólo quiero ser tu amiga. — le dijo Akemi muy cerca al oído y sonrió

pícaramente.

124
***

Sayuri observaba, desde el balcón de su habitación, a las ventanas y corti nas

cerradas del cuarto de Hiro, “A esta hora ya debería estar en casa” pensaba.

Vestida ya con su ropa de casa sospesaba las opciones que tenía frente al grave

problema que enfrentaba, “¿Y si desaparezco?” creía que una alternativa segura

para evitar mayor vergüenza sería aislarse totalmente, como lo haría un

Hikikomori o un Johatsu. “No, no, no”. Hacer eso significaba que Shinzato

ganaba, pero la otra opción que tenía el causaba pánico y al desestimó. Sintió

una ola de rabia, que suprimió de inmediato, al recordar lo que la delegada de

clase tenía de ella. “las fotos… todas esas vergonzosas fotos”, nuevamente los

colores se le subieron a la cara y sollozó.

Hiro llegaba a su hogar.

Desde el balcón Sayuri pudo ver que su mejor amigo estaba ingresando por el

patio frontal. Quería hablar con él, explicarle las cosas pero le daba vergüenza,

demasiada vergüenza. Hiro, instintivamente buscó el balcón de su amiga y al

darse cuenta que ella estaba ahí, abrió los ojos sorprendido, bajó la cabeza e

ingresó raudo a su domicilio.

—Hiro…— dijo, Sayuri, en un suspiro.

***

125
Hace un mes atrás la sonrisa de Sayuri era su atributo más natural. Gozaba de

estar en último año, de ser sempai de varios hokais que la estimaban no por ser

la más lista del salón o tener los mejores atributos, simplemente Sayuri sabía

ganarse a la gente con su sencillez y sinceridad. Hiro destacaba esta

particularidad de ella y le auguraba un gran futuro.

En retrospectiva, el evento que atormentaba a Sayuri empezó aquella mañana,

justo después de la clase de educación física. Las chicas regresaban a

cambiarse cuando la alumna Toma tropezó con la delegada de clase y sus

secuaces.

—Oh, lo siento, fue mi error. — se excusó inmediatamente Sayuri.

—No, para nada, yo me metí, lo siento. — se disculpó la delegada. Sus rémoras

se abrieron para dejarlas interactuar. —¿Eres Toma? ¿Toma, Sayuri?—

preguntó Natsumi con una delicada sonrisa dibujada en sus preciosos y finos

labios.

—Sí, delegada. — saludo Sayuri con una reverencia.

—Llámame Shinzato, en unos meses más ya no seré delegada de nada.— su

broma causó expresiones tristes en su sequito.

—De acuerdo, Shinzato-san. Permiso. — apuró el paso Sayuri hacía su casillero.

Esa era la primera vez que Sayuri intercambiaba palabras con quien fue la

delegada del salón durante los tres años de preparatoria. Normalmente los

alumnos, como moscas a la miel, se acercaban a ella para todo: consultas de

clase, preguntas personales, consejos e incontables declaraciones de amor (que

126
rechazaba humildemente). Sayuri nunca sintió la necesidad de revolotear

alrededor de la señorita perfección y eso estaba bien para ella.

Aquella misma tarde Hiro debía quedarse, por encargo del profesor, por lo que

Sayuri regresaría sola, ya había pasado antes, sólo que en esta oportunidad la

joven tenía un extraño presentimiento, le recordaba cuando de niña desafió a

Hiro a caminar por un sendero oscuro una noche de verano, en que ambas

familias fueron de vacaciones a la playa. La niña Sayuri, valientemente, atravesó

el camino empedrado hasta las gradas de un templo abandonado y regresó

triunfante, Hiro no tuvo el temple y echó a llorar. A la mañana siguiente ambos

pequeños regresaron al lugar del reto y vieron que había un letrero que advertía

sobre las peligrosas serpientes que se arrastraban por el bosque que abrazaba

el sendero. Sayuri casi se desmayó del susto al saber que, en su intrepidez, pudo

ser mordida por uno de estos rastreros animales. Esa tarde experimentaba la

misma sensación. Sentía que caminaba a través de una ruta lúgubre y que algo

furtivo y pernicioso se escondía en cada esquina.

—¿Toma-chan? — una voz angelical irrumpió sus pensamientos.

Al darse la vuelta, Sayuri, se encontró con la delegada de clase, sus

guardaespaldas estaban varios metros más atrás. Pese a tratarse de la misma

mujer con la que chocó en la mañana en los vestidores, había algo distinto en su

expresión “serpientes” pensó de inmediato.

—Shinzato-san, buenas tardes. — saludó Sayuri con toda la intención de seguir

su camino.

—¿Por qué tú no, Toma-san? — la pregunta inconclusa de la delegada dejó con

algo de intriga a Sayuri, sin embargo, empezaba a sentir una rara incomodidad

127
por estar frente a aquella mujer de expresión viperina. —¿Por qué tú no? No lo

entiendo.

Sayuri quiso evadir a Natsumi pero la presencia de la delegada se impuso

forzándola a continuar la charla. —¿Yo no? No le entiendo, delegada. — Sayuri

no era de evadir la mirada a nadie, pero algo en Shinzato comenzaba a

apabullarla.

—¿Cómo es posible que en tres años tú nunca te hayas acercado a mí, ni me

rindas pleitesía? — preguntó Natsumi confundida. La pregunta parecía tan

absurda que Sayuri relajó los hombros un segundo pensando que todo se trataba

de una broma, pero al ver cara a cara a su delegada de clase comprendió que

era en serio, “la serpiente exigía adoración”.

—Te has pasado cada año ignorándome, a pesar de que soy bella, inteligente,

popular, a pesar de todo tú pasas de largo como si no existiera. — Natsumi usaba

un tono afectado con una pizca de veneno que empezaba fluir desde su lengua

hasta los oídos de Sayuri.

—Yo, no era mi intención, yo…— “¿Qué debo contestar? Nunca me importó

acercarme a ella” reflexionaba la estudiante. —No quise menospreciarte, es sólo

que yo no…

—¿No qué? ¿No te importa ser amiga de tu delegada de clase? — la postura de

Natsumi cambió, la serpiente se preparaba para atacar. —Me esfuerzo mucho

para que me reconozcan ¿sabes? No es nada fácil obtener las mejores

calificaciones y cuidar mi piel. Trato de ser un ejemplo a seguir y tú no eres nada

agradecida con mi esmero.

128
Sayuri no entendía por qué se sentía mal —Si se esfuerza es porque quiere, no

porque yo se lo pido— se llevó las manos a la boca al darse cuenta que aquello

no fue un pensamiento. Lo dijo en voz alta. Natsumi agrió el rostro en una

expresión de rabia contenida.

—Aprenderás a adorarme…— sentenció, y se retiró a la compañía de sus

aliadas.

Sayuri, con el corazón en la boca, corrió hacia la estación de tren, pensaba en

Hiro y las ganas que tenía de tenerlo cerca, él hubiera podido protegerla, a él

tampoco le importaba la delegada de clase, siempre habían estado juntos, “justo

hoy no está”. El viento se llevaba sus incipientes lágrimas. Aquella noche,

cuando Hiro la saludó desde su balcón, Sayuri se excusó diciéndole que no se

sentía bien y que dormiría temprano, pero no durmió, la amenaza de la delegada

la mantuvo en vela hasta entrada la madrugada e incluso se sobrepuso a los

pensamientos románticos que Sayuri tenía por su amigo de infancia, que era

demasiado lento para darse cuenta de las señales.

Dos semanas después Sayuri fue convocada por Tsukayama para que vaya, en

el receso, a los baños de la cancha deportiva; en un inicio se mostró renuente

pero la insistencia de Akemi y lo que parecía decir entre líneas la intrigó

demasiado y, en el primer descanso, apareció en el lugar citado.

—Ladra. — fue el saludo de bienvenida que le dio Natsumi al verla llegar.

—¿Qué? — confundida Sayuri no sabía a qué se enfrentaba.

—Desde ahora serás mi inu-chan y como buen perro cuando te ordene que

ladres, lo harás. — Natsumi, con los puños en la cintura y la larga cabellera

129
azabache cayéndole sobre el hombro, daba la impresión de ser de la realeza, un

ser inmaculado, superior y de órdenes absolutas.

—No.— contestó Sayuri, por su cabeza pasaban cientos de insultos e

improperios pero, como si se tratase de un embudo, lo único que salió de sus

labios fue el rotundo monosílabo.

La delegada de clase hizo un gesto con la cabeza a lo que las rémoras se

encargaron, una de cerrar la puerta del baño y la otra de vigilar que nadie llegara

de improviso. Sayuri empezó a sudar y sentía que su poco desarrollado pecho

se agitaba, las manos le temblaban; esperaba una pelea o algo violento, lo que

vino fue peor. Natsumi sacó de su bolsillo una serie de fotos que dejó caer al

suelo. Imágenes en las que se apreciaba a Sayuri en ropa interior o menos

mientras se cambiaba en el vestidor de mujeres. Las fotos, por el ángulo, habían

sido tomadas a escondidas con alguna cámara de teléfono móvil.

—¿Qué es esto?— reclamó la joven recogiendo las imágenes, debido a lo

húmedas y temblorosas que tenía las manos, las fotos se caían mostrando a una

Sayuri torpe y nerviosa.

—Recógelas todas, quédatelas, quémalas, haz lo que quieras. De donde

salieron hay más, muchas más.

Sayuri quedó totalmente paralizada. —Ahora inu-chan, sino deseas que estas

fotos circulen por todo el colegio… ladra para mi.— y Natsumi humedeció sus

labios mostrando aquella lengua, de aspecto humano pero de uso viperino, que

recién comenzaba la tortura.

Sayuri, viéndose acorralada, intentó replicar. “Iré con el profesor Akamine” fue

su primer pensamiento, pero Natsumi, certera como ave de rapiña, ya había

130
intuido los futuros movimientos de su presa y apuntaba directo a la garganta. —

Puedes llevar las fotos a quien quieras, acusarme con quien creas correcto, sólo

toma en cuenta dos cosas ¿Le creerán a una don nadie o a la delegada de clase?

¿Te arriesgarías a acusarme sabiendo que puedo filtrar estas fotos en toda la

red de la escuela? — reía. —¿Te imaginas la cantidad de chicos que se

masturbarán viendo tus diminutos pechos? — Sayuri se mordía la lengua de

impotencia. —Tal vez Nakazato-san las quiera ¿podría ser?

—No, no por favor.

—Ladra, inu-chan. Se mi perro y obedece a tu ama ¿O quieres que todos te

vean?

La impotencia se había transformado en pesadas cadenas que pusieron de

rodillas a Sayuri. Con el rostro enrojecido y agitada por la desesperación

contemplaba sus escasas opciones, siendo derrotada en todos los ensayos.

Viéndose acorralada se sintió forzada hacia la única isla en medio de aquel

océano de desolación; llegando a una conclusión mediocre y atribulada —…

Guau…— ladró y bajó la cabeza para llorar desconsoladamente. Mientras,

Natsumi soltaba carcajadas como una demente que, al fin, había encontrado una

fuente de malsana diversión.

***

La siguiente semana fue el infierno en la tierra para la alumna de último año

Toma, Sayuri, para empezar Natsumi le prohibió terminantemente regresar a

131
casa acompañada de Hiro, la idea era aislarla, no podía hablar con él de manera

abierta pues Natsumi (o alguna de las rémoras andaba siempre cerca) le enviaba

mensajes de texto amenazadores, siempre acompañados de alguna de las

indecorosas fotos. Sayuri borraba de inmediato el texto, pero la imagen mental

de su piel expuesta proseguía acusándola por horas. Después del tercer día las

amenazas pasaron a ser burlas patéticas sobre el físico de la muchacha, su

escasa medida de busto, el no carecer de cintura. Natsumi dio en el blanco

cuando le escribió “viéndote bien, con ese horrible cuerpo, dudo que Nakazato-

kun vaya a fijarse en ti”. A la mañana siguiente Sayuri asistió a estudiar siendo

un fantasma viviente. La delegada comprendió que su víctima estaba enamorada

de su amigo de infancia por lo que desvió todos sus ataques a destruir aquella

inocente ilusión.

—Ladra, inu-chan. — le ordenaba la delegada cuando la arrinconaba en alguno

de los baños de la institución.

Pero como la crueldad sufre de un rápido efecto de tolerancia, pronto la dosis

diaria de castigo se hacía insuficiente y la delegada requería infligir cada vez más

dolor a su presa para sentir el mismo nivel de placer.

Sayuri fue grabada, con la cámara del móvil, mientras ladraba y hacía posiciones

similares a un perro pidiendo cariño o engriéndose. El rostro de la estudiante se

ponía de todos los colores. Sin darse cuenta caía cada vez más profundo en un

hoyo sin salida pues, ahora la delegada, tenía fotos y filmaciones de Sayuri en

situaciones cada vez más bochornosas. Pero no era el final.

132
Una semana antes de que Natsumi regresara con el galardón de oro en

matemáticas ocurrió un hecho que marcó un antes y un después en la constante

tortura.

—Ladra, inu-chan. — de esa manera saludaba la delegada de clase.

—Guau, guau. — debía responder inmediatamente Sayuri, como buen perro

obediente.

—Hoy es un día especial, inu-chan. — nuevamente esa expresión ponzoñosa.

Cada vez que salía aquel instinto depredador la valla de crueldad se elevaba un

poco más. —Hoy vas a demostrar tu lealtad. — dijo la delegada y acto seguido

una de las rémoras cerró la puerta y la otra se dispuso a custodiar. Sayuri cerró

los ojos esperando un golpe, una bofetada, una herida grave que acabe con su

vida, en lugar de eso, cuando la ansiedad le pudo más y los abrió, vio a la

delegada sentaba sobre el lavabo, se había retirado el calzado y la larga media

de una pierna, descubriendo su extremidad tersa y deseable ante su mascota.

—Ahora inu-chan. Sé un buen perro y lame mi pie. — Natsumi hacía hasta lo

imposible por contener la risa, debía esperar hasta el momento indicado para

burlarse, debía hacerlo en el preciso instante en que causara más dolor.

Sayuri retrocedió unos pasos hasta que Natsumi recurrió a su teléfono móvil. Por

un instante a Sayuri no pareció importarle, hasta que la delegada deslizó algunas

cuantas fotos mostrándole que había capturas de Hiro. —Creo que me está

empezando a gustar este chico, me pregunto si querrá salir conmigo.

Sayuri, con el espíritu destruido, se arrodilló y acercó su lengua al empeine de la

delegada. Las risas no se hicieron esperar. —Me haces cosquillas, inu-chan.

133
Aquella tarde, Sayuri regresaba a casa, camino a la estación de tren pasó por un

puente peatonal y se detuvo en medio del tránsito. Una idea rondaba su cabeza.

Una sola predecible y contundente idea. Abajo, los autos y camiones pasaban a

alta velocidad, nadie sería capaz de detener su ímpetu, nadie. Aferró sus manos

a la baranda, lista para dar un salto, cuando un par de colegialas pasaron detrás

de ella.

—Oh, qué horror ¿Tú también lo escuchaste? — decía una de las chiquillas.

—Sí, dicen que es verdad, eso del correo de infierno, si mandas un mail a la

medianoche, se vengarán por ti.

—Oh, qué miedo, no digas esas cosas.

Y así como aparecieron, ambas colegialas se perdieron entre el gentío, mas sus

palabras rebotaron en la consciencia de Sayuri como una suerte de faro entre

tanta neblina.

***

Sayuri se encontraba frente a su ordenador, con las luces apagadas y con una

desesperación ardiendo con la potencia de mil soles atrapada entre sus dedos,

que tecleaban constantemente una dirección maldita en el navegador. “¿Qué

pasa, por qué no sale la dirección?” se preguntaba mientras maldecía haber

caído tan hondo para confundir la esperanza con la desolación absoluta. Vio el

reloj del monitor, que marcaba 11:59. —Quizá sólo funciona a la medianoche. —

y experimentó los sesenta segundos más largos de su vida.

134
00:00, las sudorosas yemas de Sayuri escribieron con una rabia caldeada:

Correo del infierno.

Una única respuesta apareció en el buscador. Al hacer clic la envió a una página

sencilla, un recuadro totalmente negro con una frase al centro, un espacio para

introducir el nombre y el botón de solicitar.

NOS VENGAREMOS POR TI

SOLICITAR

La línea escrita rezaba de manera clara, indiferente y, sin embargo, Sayuri sintió

que no podía pasar respirar y que su corazón se retorcía. Un temor. Un terror

emanaba de la pantalla, la atenazaba por los ojos directo a su alma. Los

segundos pasaban y su oportunidad se iba cerrando, la única puerta que

encontró como salida colapsaba debido a que su instinto humano de

preservación le exhortaba, le gritaba que era mejor cerrar aquella página,

desconectar el ordenador, quemarlo y olvidar por completo que había pisado

aquel terreno de la web, que tenía apariencia de ser un puente, un nexo entre la

tierra y el infierno.

Pero Sayuri ya vivía un calvario.

Siendo acosada por la vergüenza y creyendo que, de ser expuesta, jamás podría

recobrarse de la deshonra, obvió aquellas advertencias y tecleó: Shinzato,

135
Natsumi. Y con un clic en “solicitar” cerró el pedido, la página desapareció con

una llama naranja y nada más ocurrió.

La muchacha contenía el aliento, manos en puño, no parpadeaba; necesitaba

saber que había resultado, quería creer que no era un timo, que sus últimos

manotazos de ahogado lograron algo. Sentía el corazón latir en cada órgano de

su cuerpo, en sus yemas sudorosas, detrás de sus ojos que empezaban a

resecarse. “Por favor” rogó a quien sea que escuche en las sombras. La

oscuridad contestó.

—¿Me has llamado? — preguntó una voz femenina, sutil, delicada, apagada.

Sayuri giró sobre su silla sin saber que encontrar. Y ahí, de pie justo detrás de

ella, una pequeña mujer, de apariencia juvenil y oscura a su vez, se había

materializado. La aparición vestía un uniforme de escuela color negro, adornado

con una cinta roja en la parte superior. Un corte de cabello que realzaba sus

delicadas y hermosas facciones. Su piel pálida daba la impresión de ser la más

fina porcelana, y sus potentes ojos escarlata como esferas sanguinolentas (que

hicieron temblar a Sayuri) parecían trasmitir una paz absoluta, pero no era el

sosiego de un plácido e idílico momento de felicidad, se trataba de la tranquilidad

que produce la muerte.

—¿Quién eres? — preguntó la muchacha, haciendo acopio de todo el valor que

le quedaba.

—Me llamo Emma Ai.— contestó la invocación, de cilíndrica y penetrante mirada.

—¿Jigoku Shoujo?

136
—Tómalo. — le dijo la dama oscura ofreciéndole un muñeco de paja, negro como

el pecado, con un listón rojo atado en el cuello. Sayuri lo tomó, y al hacerlo, supo

que estaba pisando un terreno prohibido por la luz, donde la rabia y las

emociones negativas han formado un reino exento de esperanza, donde el dolor

reina y el rechinar de dientes describe el deseo reprimido.

—Si de verdad deseas vengarte, tira del cordón rojo. Harás un pacto conmigo

cuando tires de la cuerda. El destinatario de tu venganza será enviado

directamente al infierno.

Sayuri acercó sus dedos en pinza a la punta carmesí, su respirar era agitado,

casi dibujaba una sonrisa triunfante cuando Emma le advirtió.

—Sin embargo, una vez que se haya cumplido la venganza, tienes que pagar la

recompensa. — Sayuri contempló a Emma Ai con expectativa y miedo. —Te

saldrán dos círculos cuando condenes a una persona. Y cuando mueras tú

también caerás al infierno.

En ese preciso momento crueles llamas envolvieron a Sayuri, que vio su piel

arder y su carne desprenderse experimentando un dolor inenarrable. Se

encontró perdida en un vasto hoyo de inmundicia donde los vejámenes más

pérfidos se desataban contra todos los esfínteres que el cuerpo humano posee

y ella, siendo parte de la carne de cañón, era abusada de maneras que haría

que la oscuridad retrocediera indignada. Aferró el muñeco entre sus manos

mientras lloraba, casi sin aliento, después de aquella horrenda visión.

—No podrás ir al paraíso y tu alma estará condenada a sufrir por la eternidad. —

advirtió Emma Ai. —Todo esto pasará cuando mueras. — aquellas últimas

palabras eran un tosco placebo para calmar el pavor que experimentaba la joven,

137
que de pronto se hallaba sola en su habitación con un eco final. —El resto es

cosa tuya.

***

La siguiente semana transcurrió entre insultos y penurias, pero Sayuri las resistía

con mayor ímpetu que nunca. Algo que Natsumi encontraba extraño, desafiante

y hasta gozoso, pues creía que su inu-chan se estaba convirtiendo en una

especie de sadomasoquista y disfrutaba ser la causante de semejante trastorno.

Sin embargo, lo que acompasaba el carácter de Sayuri, no era haber

desarrollado una parafilia, sino que, desde que hizo aquel llamado, el espíritu

vengativo conocido como Emma Ai no había dejado de visitarla en todo

momento. La veía en su casa, en la sala de su hogar y velaba sus sueños, se la

encontraba camino a la escuela, en el tren sentaba a su lado con aquella

impertérrita expresión de maniquí. Emma la observaba y Sayuri no podía evitarla,

como cuando Natsumi llegó con el galardón de oro y Toma veía por la ventana

a la colegiala infernal de pie en el centro del campo de educación física. Jigoku

Shoujo era paciente, no exigía, era testigo de la humillación de Sayuri y no

intervenía. Esperaba. Por otro lado, Sayuri soportaba y cumplía –como buena

mascota- pues tenía en sus manos la posibilidad de vengarse, pero aquella

visión, aquel cruel y eterno destino que debía afrontar como pago, le hacía

retroceder, replanteárselo.

138
—Espera mi mensaje esta noche, y no llegues tarde.— el mensaje llegó cerca

de las ocho. Sayuri debía ir al centro, escapar a escondidas de casa y encontrar

a la delegada de clase en un barrio que jamás se le hubiera ocurrido transitar.

La noche se llenaba de brisas frescas que anunciaban el próximo cambio de

estación. La ciudad, adormilada, mantenía sus faros encendidos desafiando la

obscuridad que provocaba la ausencia de la luna, y la mayoría de personas

descansaban encerradas en sus hogares, ajenas a lo que ocurría en los pasajes

sombríos y las calles insomnes iluminadas por los estrambóticos anuncios de

neón del centro. Y ahí, donde el humo del cigarrillo se mezcla con los gases de

las cloacas y las señoritas de faldas cortas y maquillaje sobrecargado esperan a

quien desee pagar el precio justo, estaba Sayuri que, a hurtadillas, salió de casa

siguiendo las indicaciones de la persona que ahora dominaba su vida.

—Llegas tarde. — Kurushima, Kaoruku, la otra rémora, se oía resentida, como

el reclamo engreído de una novia primeriza que esperó por cinco minutos a que

llegue su pareja.

—Lo siento. — Sayuri bajó la cabeza y llevó sus manos a su bolso donde, entre

otras cosas, cargaba con el muñeco maldito. —Es difícil salir de casa y llegar

aquí…

—Silencio, no me interesa. — Kaoruku la mandó a callar. —Shinzato-san quiere

que vayas a conversar con ella. Te espera ahí. — señalando a un oscuro

callejón.

Sayuri se mostraba dudosa de ingresar a un pasaje habitado por humores

tóxicos de basura y orines, no creía que la delegada de clase pudiera esperarla

en un sitio tan miserable. Kurushima tiró de ella para conducirla a la fuerza. Las

139
muchachas eran rodeadas por miradas indiferentes y unas cuantas pervertidas

que se preguntaban que hacían dos jovencitas por aquellos degenerados

lugares.

Ya dentro del callejón Sayuri oyó el llamado de su ama.

—Ladra, inu-chan.

—Guau. — contestó de manera automática. Creyó que ya estaba condicionada.

Varias risas estallaron, Sayuri tensó todo el cuerpo al reconocer la carcajada de

la delegada, pero también voces masculinas. —Se los dije, ya está amaestrada.

— Natsumi salió de entre las sombras acompañada de dos hombres de

desaliñado y rudo aspecto. “Esto era” pensó al intuir la perversión de lo que sería

capaz la serpiente. —Muy bien inu-chan. Es tiempo de aparearte. Y aquel

callejón, como maligno cómplice, ahogó los ruegos y llanto del brusco desflore

de Sayuri.

Los viciosos socios de la delegada no dejaron nada para después. Sayuri fue

grabada y fotografiada mientras su virginidad era desgarrada por completos

desconocidos, su piel fue profanada por lenguas y manos que dejarían bruscas

huellas que sanarían, más su espíritu permanecería roto para siempre.

Cuando terminaron el ilícito acto la delegada se acercó a Sayuri, que lloraba

mientras buscaba cubrir la poca dignidad que le quedaba con los retazos que le

dejaron de ropa. —¿No lo disfrutaste, inu-chan? Porque Hiro si. — Sayuri alzó la

mirada a la pantalla del móvil de Natsumi donde las fotos mostraban a Nakazato

convirtiéndose en uno con Akemi. —Deberías agradecerme que te hiciera el

favor de mostrarte cómo es realmente tu amigo. Es todo un pervertido. — rio

140
entre dientes. —pensé que si los dos son un par de enfermos podrían estar al fin

juntos ¿ves? Mi trabajo como delegada es ayudar…

Con el pecho cerrado, los ojos casi desorbitados, respirando por la boca, con la

garganta ardiendo, Sayuri arañaba el suelo destrozándose las uñas. Podía

aguantar todo (eso creía) podía ser partícipe de aquel juego perverso hasta que

acabase el año y superarlo pero, sólo ahí, cuando llegó al fondo del abismo

descubrió una puerta secreta a un nivel más profundo. Y supo que el sufrimiento

jamás acabaría.

Tomó su bolso con mecánicos movimientos y, ante la presencia de todos los que

la rodeaban, sacó el muñeco de paja negra. —¿Qué vas a hacer con eso?— se

mofó la delegada de clase que fue acompañada de una verborrea de burlas y

carcajadas. Sayuri desató el hilo rojo atado al cuello del muñeco. Aquel callejón

se cerró como las fauces de una bestia hambrienta y la negrura absoluta reinó.

—Se concede la venganza. — dijo la nada con una voz masculina, vieja y agria.

De pronto Natsumi se encontraba sola en aquel plano obscuro, no podía ver

nada, sus sentidos estaban aturdidos y perdió el equilibrio. Creyó caer hacia el

vacío espacial sin oponer resistencia, aquella nada ahogó sus gritos, su miedo;

se tragó su presencia como si ella nunca hubiese existido. La delegada sintió

que se desmayaba y un instante antes del colapso se vio sentada en el salón de

clase, acompañada de todos sus súbditos y el profesor Akamine frente a la

pizarra. El detalle curioso, que notó en el acto, era que todos los presentes

meneaban graciosas colitas perrunas.

141
—Muy bien, Shinzato-san, para que puedas salvarte del castigo debes

responder una pregunta ¿Puedes decirme quien es el mejor amigo del hombre?

— preguntó el profesor con su típica y plástica sonrisa ensayada.

—¿Qué? ¿Cómo llegué aquí? — Natsumi reconocía el lugar, pero no sabía

distinguir si estaba en la realidad o se encontraba dentro de un sueño (o una

pesadilla).

—Esa no es la respuesta correcta. Lo siento delegada de clase, es la primera

vez que fallas, pero era será la última. — el rostro del profesor Akamine empezó

a deformarse mostrando filosos colmillos y un hocico puntiagudo, las orejas

erectas en alerta y pezuñas en lugar de manos. El resto de los compañeros de

salón pasaron por la misma metamorfosis y en cosa de segundos Natsumi se vio

rodeada de una jauría rabiosa y perversa.

—No, aléjense de mí, no. Soy su delegada de clase ¡Deben hacerme caso! —

exigía Natsumi. Ante sus inútiles intentos de soberana decidió cambiar de

estrategia. —Por favor, no me hagan daño, por favor. — ahora rogaba, la banda

de salvajes canes antropomorfos la tenía cercada, podía oler el aliento fétido de

las fauces iracundas. Las encías supurantes destilaban espuma negra, infecta y

corrosiva.

—¿Confiesas tus pecados? — preguntó un joven, el cabello le cubría la mitad

del rostro, a su lado un anciano y una geisha observaban como los colmillos

amarillentos desgarraban la ropa de la delegada, le hacían surcos profundos en

la piel lastimando su impecable cutis, arrancaban mechones de cabello dejando

el cuero cabelludo expuesto y sangrante.

142
—¿Qué pecados? — reclamó la delegada. —Yo me esfuerzo por ser perfecta

¡Por ser perfecta! ¡Todos deberían rendirme pleitesía! ¡Todos son mis perros! —

exclamó Natsumi con voz y expresión demente.

—¿Escuchó eso, ojuo-chan? — dijo el más viejo de los ayudantes de Emma Ai.

Jigoku Shoujo apareció frente a Natsumi, que aún era atacada por la jauría.

Vestía un precioso kimono negro con flores de llamativos colores. —Oh, penosa

sombra atada a la oscuridad. Despreciando a la gente, haciéndoles daño. Un

alma ahogada en un karma pecaminoso…— se acercó a Natsumi y los grandes

ojos rojos penetraron en el sufrimiento de la delegada. —¿Quieres probar morir

esta vez? — Emma agitó la manga de su kimono y las flores azules, rojas y

violetas se desprendieron llenando toda la visión de la condenada,

desapareciéndola de la faz terrenal.

Natsumi volvió en sí, estaba recostada sobre una balsa aún con las heridas

frescas. Emma navegaba con gentileza sobre las lúgubres aguas de un rio

muerto adornado por lámparas de papel. —¿Qué hago aquí? Yo no puedo estar

aquí, tengo que… tengo perros que gobernar…— Natsumi se resistía a su fatal

destino con sus últimas fuerzas.

—Esta venganza te llevará al infierno. — sentenció Emma que, sin parpadear,

mantenía la vista firme del camino hacia el averno. La balsa desapareció

engullida por una espesa neblina atravesando un gigantesco arco de madera

negra.

***

143
Sayuri terminaba de empacar su última maleta, se mudaría a Osaka con sus tíos

de parte materna. El tercer año había terminado y ahora ella empezaría a trabajar

en una empresa pesquera. Desde aquella noche no volvió a hablar con Hiro, él

se retiró antes de finalizar el año y también se mudó (aunque nadie sabe su

paradero). Las cosas se calmaron mucho después de la repentina desaparición

de Shinzato, Natsumi, nadie sabe qué ocurrió, ni siquiera sus amigas más

cercanas pueden explicar qué pasó con ella. Las rémoras sólo atinaban a bajar

la cabeza cuando se cruzaban con Sayuri por los pasillos, ella las ignoraba con

un aire pedante recordándoles que aquella noche, sin lógica alguna, Natsumi fue

borrada de la existencia por una voraz oscuridad que, aparentemente, Sayuri

dominaba. Temerosas, jamás confesaron que estuvieron con la delegada

aquella noche y devolvieron todo el material que tenían de Sayuri, a quien

consideraban una especie de bruja.

—Todo listo, Sayuri-chan. — el padre de Sayuri la miraba con pena y alegría,

pues su niña se irá lejos buscando su propio destino.

—Gracias, otosan. — Sayuri hizo una reverencia y se despidió de su progenitor,

sería llevada al aeropuerto por su madre. —Te llamaré al llegar.

Ya en el auto la muchacha veía las casas pasar a tal velocidad que no prestaba

atención especial a ninguna. Lo único que cabía en su mente era su reflejo en la

ventana, el cristal del vehículo le mostraba que, justo debajo de su cuello antes

del nacimiento de sus pequeños senos, había aparecido un tatuaje, una señal:

dos círculos infernales como recordatorio de su pacto.

“…Cuando mueras, tú también caerás en el infierno”. Y con ese pensamiento

Sayuri se dispuso a iniciar su nueva vida.

144
***

En el dominio etéreo de Emma Ai una vela encendida llevaba marcado el nombre

de Toma, Sayuri, mientras su llama consumía la cera que representaba la vida

de la futura condenada.

—Nos vengaremos por ti.

Poldark Mego (Lima, 1985) Licenciado en Psicología.

Especialidad en Psicoterapia. Actor y director de teatro. Escritor.

Relatos en las siguientes antologías: “Literal” (2017) “Maleza”

(2017) “Lima en Letras” (2018) “Es-cupido” (2018) “Un Mundo

Bestial” (2018) “San Valentín Oscuro” (2018)

Actor y director las siguientes obras: “La habitación del terror”

(2015) “Manicomio” temporada Lima- Cusco (2016) microteatro “Sin salida”

(2017).

Miembro del Taller de Escritura Creativa Lima.


Un hambre innatural y violenta:

Junichirō Tanizaki y
El drama embrujado
Erica Couto-Ferreira

(Adaptación de la reseña “Jun’ichirō


Tanizaki, El drama embrujado”, publicado
por la autora el 24 de enero de 2014
en el blog En la lista negra)
INOUE: No, leerlo así no sería interesante. Si no te lo leo en este mismo momento, en

el lugar mismo del asesinato, no sentirás terror. No te preocupes, el sol todavía no

está en el ocaso. Escucha, te leeré el principio (“El drama embrujado”).

No puedo decirse que el tokiota Junichirō Tanizaki (1886-1965) sea un desconocido en

el panorama literario de habla hispana. Editoriales como Siruela, Atalanta, DeBolsillo,

Seix Barral, Rey Lear, Satori y Alfaguara han publicado en los últimos años

traducciones de sus novelas, ensayos y muchos de sus cuentos. Este Il dramma

stregato que aquí comento, sin embargo, contiene material que, por cuanto he podido

verificar, permanece inédito en español.


La edición italiana de la que me he valido en esta

ocasión da fe de los primerizos pasos literarios del autor

japonés en su Tōkyō natal a través de tres historias que

compuso a lo largo de la década de los 10s del siglo XX,

y pertenecen a la denominada fase demoníaca del

autor. Estos tres relatos son “El demonio” (1912-1913),

“El asesinato de O-tsuya” (1915) y “El drama

embrujado” (1919). En ellos, Tanizaki explora algunos

de los temas y motivos recurrentes en su obra: la mujer

como fuente misteriosa de belleza y corrupción, la

obsesión que lleva a la ruina y los peligros del triángulo amoroso. De hecho, las

tres historias comparten dramas que se basan en la triangularidad: entre un

hombre y una mujer que dicen amarse, se interpone siempre un tercer elemento

discordante, ya sean otro hombre u otra mujer, la indolencia, la enfermedad o la

pura casualidad. Este tercer elemento encarna físicamente y sirve de vehículo a

la tensión, la oposición y la lucha, sustenta el conflicto y lo hace derivar hacia

uno de esos finales fatales que tanto parecía amar Tanizaki (véase, si no, el

refinado triángulo amoroso que crea en La llave, publicada en 1956). Los

hombres, pusilánimes, débiles, y siempre protagonistas en las tres historias

contenidas en El drama embrujado, se dejan vencer por el atractivo de la

carnalidad; una carnalidad que es, al mismo tiempo, sublime, ideal y fuente

inagotable de placer estético sin por ello perder su fisicidad concreta. Los

hombres son aquí las grandes víctimas: no se oponen a los deseos que les

subyugan sino que, muy al contrario, los cultivan hasta que estos florecen,

fecundos y morbosos. Y las mujeres, que no siempre se muestran abiertamente

150
audaces ni libertinas, alimentan esas pulsiones connaturales al hombre. Ellas las

despiertan, las potencian, las agitan, pero no las crean consciente e

intencionalmente, sino que actúan a modo de espejos y lupas, reflejando y

engrandeciendo esas pulsiones hasta conseguir que acaben devorando al

amante incauto. Como escritor de la obsesión, el deseo y la perversión

transformada en arte, Junichirō Tanizaki pone en cada una de estas tres historias

un punto y final marcado por la tragedia.

La primera de las historias, “El demonio”, narra la caída de Saeki, un estudiante

que, enfermo por los excesos de una vida disoluta, decide mudarse de Nagoya a

Tokyo para agonizar y morir en casa de su tía. Una vez allí, la fascinación

creciente que sobre él ejercen la blancura y los atractivos desbordantes de su

151
prima Teruko, así como la presencia funesta de Suzuki, pretendiente

enloquecido y enamorado que se interpone entre él y su deseo, harán que Saeki

se precipite en el abismo. Tanizaki logra convertir lo mundano y fisiológico en

una experiencia estética en la que la Belleza absoluta y universal se manifiesta

incluso en lo más bajo:

Tomó entre las manos aquel frío tejido arrugado, empapado de moco; intentó

alisar su resbaladiza superficie y, al final, comenzó a lamerlo ávidamente como

un perro.

‘¡Así que este es el sabor del moco!’. Le parecía lamer un algo de olor selvático

y penetrante, sobre la punta de la lengua permanecía solo un leve sabor salado.

‘¡Qué sensación extrañamente áspera, indecentemente placentera! Tras el

mundo de los placeres comunes de los seres humanos se esconde semejante

paraíso, secreto y extraño…’ (“El demonio”).

El relato “El asesinato de O-tsuya” explora más

claramente el tropo de la femme-fatale. En este

caso el protagonista masculino es Shinsuke,

sirviente de una próspera familia, quien se deja

convencer por O-tsuya, hija del linaje al que sirve,

para huir juntos. Esa aparente fuga romántica se

convierte inmediatamente en un rápido e imparable

descenso en las espirales del vicio, la corrupción y

el crimen. O-tsuya es vil y maligna, retorcida y

embustera. Cada uno de sus pasos responde al

prototipo de la mujer fatal que empuja a los hombres

152
a la ruina. Por el contrario, Shinsuke, en su lucha por poner orden a los crímenes

y fechorías que pesan sobre sus espaldas, no hace sino enredarse en las tramas

criminales de O-tsuya, como la mosca que, atrapada en la telaraña, se amortaja

sola cuanto mayor es su esfuerzo por liberarse.

El relato que da título al libro, “El drama embrujado”, constituye la pieza más

redonda del volumen. De nuevo nos encontramos con un triángulo amoroso: el

autor teatral Sasaki desea deshacerse de su esposa Tamako para poder casarse

con su amante. Sucede que Tamako, en su simpleza y mansedumbre, es

demasiado dulce y comprensiva para que el marido acierte a matarla a sangre

fría. Sasaki necesita un plan, y lo encuentra en su profesión de escritor: usa la

escritura para componer un drama en un acto, “El bien y el mal”, en el que expone

su proyecto criminal para deshacerse de su esposa. Leerle ese drama a la pobre

Tamako será como interpretar el guion, significará poner en marcha la

maquinaria que permita ahogar los escrúpulos y cumplir con ese asesinato. ¿No

es la vida una historia, un cuento que nos contamos, una versión de nosotros

que narramos a los demás, un espectáculo, una performance? Esa consciencia

del peso que la subjetividad, la manipulación y la percepción deformada tienen

en la forma de conducir y explicar nuestras vidas le sirvió a Junichirō Tanizaki

para crear sus historias. Medio siglo después de su fallecimiento, sus novelas y

relatos siguen leyéndose como ejemplos veraces, bellos y terribles acerca del

impacto que los apetitos, la carnalidad y el deseo de belleza suprema pueden

tener en nuestras vidas.

153
Sobre la edición de El drama embrujado

Tanizaki, J. Il dramma stregato. Traducción de Lydia Origlia. Milano: SE, 2009.

Tanizaki: bibliografía selecta

Tanizaki, J. Tatuaje. Traducción de Naoko Kuzano y Alicia Mariño. Prólogo de Alicia

Mariño. Ilustraciones de Manuel Alcorlo, Palencia: Rey Lear, 2011.

Tanizaki, J. La llave. Traducción de Keiko Takahashi y Jordi Fibla. Madrid: Siruela,

2014.

Tanizaki, J. El elogio de la sombra. Traducción y epílogo de Francisco Javier de

Esteban Baquedano. Prólogo de Yayoi Kawamura. Gijón: Satori, 2016.

Tanizaki, J. Cuentos de amor. Traducción de Akihiro Yano y Twiggy Hirota. Madrid:

Alfaguara, 2016.

Tanizaki, J. La historia de un ciego. Traducción de Aiga Sakamoto. Prólogo de

Fernando Sánchez Dragó. Gijón: Satori, 2016.

Tanizaki, J. La vida enmascarada del señor Musashi. Traducción y prólogo de

Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala. Gijón: Satori, 2016.

Tanizaki, J. Sobre Shunkin. Traducción de Aiga Sakamoto. Prólogo de Carlos Rubio.

Gijón: Satori, 2016.


Tanizaki, J. Arenas movedizas. Traducción de Carlos Manzano. Barcelona:

DeBolsillo, 2016.

Tanizaki, J. La madre del capitán Shigemoto. Traducción de María Luisa Balseiro.

Barcelona: DeBolsillo, 2016.

Tanizaki, J. Las hermanas Makioka. Traducción de Miguel Menéndez Cuspinera.

Madrid: Siruela, 2016.

Tanizaki, J. Siete cuentos japoneses. Traducción de Ryukichi Terao y Ednodio

Quintero. Prólogo de Ednodio Quintero. Barcelona: DeBolsillo, 2017.

Tanizaki, J. Siete cuentos japoneses. Traducción de Ryukichi Terao y Ednodio

Quintero. Prólogo de Ednodio Quintero. Girona: Atalanta, 2017.

Tanizaki, J. El cortador de cañas. Traducción de Luisa Balseiro Fernández-

Campoamor. Barcelona: DeBolsillo, 2017.

Tanizaki, J. Naomi. Traducción de Luisa Balseiro Fernández-Campoamor.

Barcelona: DeBolsillo, 2017.

Tanizaki, J. El amor de un idiota. Traducción de Makiko Sese y Daniel Villa. Gijón:

Satori, 2018.
la
Poda
P.G. Escuder

Hay animales que te persiguen, que corren más rápido que el viento, que cazan,

que incansables defienden su territorio de las amenazas que alteran el equilibrio

de sus huidizas vidas. Hay animales que ganan nuestro corazón y dormitan junto

al fuego del hogar, bestias que nos custodian proporcionándonos ayuda en el

trabajo y compañía en la vejez. La mayoría de esos animales pertenecen a este

mundo, en cambio hay otros cuya existencia deberíamos temer instintivamente;

porque su origen no es natural ni su comportamiento se ciñe a las reglas del

universo que compartimos.

El alumbramiento de esta clase de espíritus salvajes, fundado en las más

depravadas prácticas de magia oscura, ha sido combatido desde el principio de

los tiempos, sin embargo, las perversas intenciones que animan a estas criaturas

están tan arraigadas en el corazón del hombre que resulta imposible aplacar la

sed y el hambre cuando el alma avariciosa reclama poder o busca venganza.

Hace más de mil años, durante la era Heian, quedaron terminantemente

prohibidas las prácticas de brujería Onmyōdō, pero el decreto no afectó por igual

157
a todos los territorios que conforman la gran isla. En poblados remotos los viejos

magos ignoraron el mandato y siguieron profesando el infame culto primordial.

O al menos eso contaban los viajeros, casi siempre comerciantes, que

regresaban de la próspera prefectura de Toyama. Aseguraban que en esta o

aquella aldea, una anciana bruja o un viejo chaman era capaz de convocar los

furiosos espíritus de fieras que poseían a personas e incluso a otros animales

más dóciles y los volvían esclavos de sus nuevos caprichosos señores. Los

tenebrosos hechiceros casi siempre trabajaban para las familias más poderosas

de la provincia. A cambio de una vida sin privaciones avivaban el miedo y

mantenían a raya a los enemigos a fin de incrementar la fortuna de su Inugami -

mochi.

En cualquier caso, la prioridad del animal creado es idéntica a la del que nace

en las madrigueras subterráneas o en los altos nidos: sobrevivir, por encima de

todo. La necesidad de pasar desapercibidos es tan poderosa que sus disfraces

han confundido a hombres sabios de todas las épocas. Poco podemos hacer si

los espíritus se alían para engañarnos, salvo transmitir el conocimiento, aunque

este nos haya sido vetado. Cuanto sabemos sobre estas especies

sobrenaturales ha pasado de una generación a otra en forma de leyenda que

como sagrado deber hemos repetido a nuestros hijos y a los hijos de sus hijos

de modo que perseveren en la bondad y el conocimiento de la tierra y los otros

reinos, en paz con cuantos espíritus seductores o maléficos se crucen en sus

caminos.

Siendo muy niño Takeo aprendió a mirar dos veces antes de extender la mano

para acariciar el suave pelaje o las plumas del animal que se acercaba buscando

su compasión y una ración de alimento. Conocía de sobra las historias que el

158
jiisan Aoyama Semei les contaba a sus hermanos mayores y él escuchaba a

escondidas mientras fingía estar dormido. Cuando por fin lo alcanzaba el sueño,

se veía a si mismo combatiendo una manada de perros de los dioses, vencedor

del culto crepuscular rendiría a los inicuos brujos bajo el peso de su espada.

Pero el quinto hermano de una familia humilde no suele contar con muchas

oportunidades para convertirse en un gran guerrero, más allá de sus brillantes

invenciones. Takeo supo muy pronto cuál era su lugar en el mundo. Renunció a

sus sueños cuando empezaba a esbozarlos porque durante la primavera en la

que cumplió doce años su padre, Nagaro Semei, murió a causa de un devastador

virus que ni siquiera los médicos venidos de Hagiwara pudieron diagnosticar.

Nagaro agonizaba entre grandes dolores, la sangre envenenada le teñía de

púrpura las manos y con cada convulsión los huesos se quebraban como cañas

resecas. Pronto otros se unieron a sus inconsolables lamentos porque esa

misma semana doce trabajadores de la mina Kamioka, compañeros del

moribundo Nagaro, sufrieron los mismos síntomas. Desconcertados por la

gravedad del brote vírico los responsables sanitarios decretaron cuarentena en

el pueblo. Hausu Raito, quedó cerrado al paso hasta bien entrado septiembre.

La sección de las minas Kamioka fue clausurada en dirección a Hausu Raito.

Los carros cargados de mineral y veta de oro se desviaron hacia el pequeño

afluente que comunicaba con el río Jinzú de modo que los trabajos de extracción

siguieron su curso a través de la vía fluvial.

Apenas tres días después de que llegasen las primeras barcazas al embarcadero

de Hausu Raito, los casi cuatrocientos habitantes del poblado minero habían

enfermado de forma repentina. Todos salvo Takeo, inmune a la extraña muerte

que asolaba el resto de su pequeño mundo.

159
– Takeo – le susurró Sanraizu, despertándolo con un leve golpeteo en el hombro.

El chico abrió los ojos, en el suelo oscilaba la diminuta llama de una lámpara de

aceite que iluminaba el pequeño cubículo. Su madre arrodillada junto a su

camastro sostenía un hatillo de ropa y una vieja talega que olía intensamente a

queso rancio.

–¿Qué es lo que ocurre ohukuro? ¿Ha muerto ya mi padre?

Ella negó con la cabeza y puso el dedo índice sobre los labios de su hijo.

– Escúchame y no hables– el chico asintió – tu padre aún sigue con vida, pero

no alcanzará el amanecer – conmovida prosiguió en un susurro – tus hermanos

están enfermos, lo sabes, y yo…

Takeo vio sus manos en la penumbra, ya no podía ocultar las inconfundibles

manchas carmesí que precedían al insoportable dolor.

- ¡Madre! -balbuceó.

–¡Silencio! – Sanraizu lo apartó –¿quieres despertar a todos? ¿quieres

contagiarte tú también? ¡aléjate de mí! – suplicó.

Él enjugó de un manotazo las lágrimas que rodaban por sus mejillas y se

derrumbó sobre la estera.

– Debes marcharte, Takeo, vete ahora, no esperes la luz del día. Toma esto – le

tendió la ropa y la bolsa de comida y habló atropelladamente – sal por la cañada

nadie te verá. Has de llegar a Tōku no Samitto ¿recuerdas cómo ir verdad? Allí

busca a la anciana a la que llaman Sōsaresu. Dile quién eres, cuéntale lo que

está ocurriendo. Ella te acogerá y cuidará de ti ¿entiendes lo que digo?

160
El muchacho seguía tumbado en silencio, con la vista fija en el techo. Temía que,

si articulaba palabra, si salía de la habitación, su vida y todos a cuantos había

conocido desaparecerían. Todos salvo él corrían peligro porque, por alguna

razón incomprensible, el destino que reunía en la desgracia a su pueblo había

decidido ignorarlo.

– Sí kaasan, haré lo que dices buscaré a la sōsaresu, traeré ayuda – y tras

despedirse de su madre se escabulló entre las sombras de la noche cerrada,

campo través, en dirección a la recóndita aldea Tōku no Samitto.

Hacía mucho que el bosque había engullido los caminos que comunicaban las

dispersas granjas de la aldea Tōku no Samitto. Los pocos vecinos que no se

habían mudado a Hagiwara utilizaban la carretera de tierra para circular con los

carros cargados de heno y cereal, y para acceder a las casas colindantes que

eran prácticamente las únicas habitadas. Cuando Takeo llegó al linde de Tōku

no Samitto tenía los pies polvorientos y llenos de ampollas. A pesar de la larga

caminata que le había ocupado la noche anterior y el día entero, le quedaba

comida y agua de sobra. El odre aún conservaba la cuarta parte del agua fresca

que su madre había sacado del pozo de Hausu Raito y no había probado el

queso ni el pan que guardaba en el zurrón por lo que cuando vio la primera granja

y supo que había llegado al final de su viaje, buscó una sombra junto a la

carretera y se sentó a comer.

En cuanto olió la comida el perro salió de entre la maleza y alzó el hocico

saboreando el aire cargado de olor a queso y pan de centeno. Relamiéndose

observó a Takeo desde la distancia. El chico comía distraídamente, hasta que

reparó en la presencia del animal. De lejos parecía un buen ejemplar, aún

conservaba los cuartos traseros bien alineados, mantenía el rabo curvado sobre

161
su espalda y tenía un porte orgulloso para ser un vagabundo al que se le podían

contar las costillas. El kishu inu había perdido gran parte de su pelaje, pero sus

orejas cortas y puntiagudas estaban cubiertas de una densa mata de pelo

blanco. Takeo imaginó el aspecto del perro en mejores días y sonrió. El animal

interpretó aquel gesto como una invitación y al trote cruzó la carretera en

dirección al muchacho.

Cuando se puso a tiro le lanzó un par de trozos de pan y queso que el perro

devoró de un bocado. Arriba el cielo comenzaba a cambiar el intenso azul del

incipiente verano por los tonos rojizos del atardecer que crecía desde el oeste.

Debía encontrar a la anciana sōsaresu antes de que el sol se ocultara, estaba

agotado y no tenía intención de pasar otra noche a la intemperie, mucho menos

en mitad del bosque.

Se acercó hasta la primera granja y llamó a todas sus puertas, pero nadie

respondió de modo que continuó carretera abajo hasta la segunda plantación. El

hombre con el que hablo, lo miro receloso de arriba abajo y antes de darle

indicaciones quiso saber para qué buscaba a la bruja.

– Me manda mi madre, sama, he de resolver algunos asuntos con ella, cosas de

familia – añadió.

–¿Eres pariente de esa furui majo? – preguntó el hombre visiblemente molesto

– Oh no, solo soy un recadero, le traigo noticias desde Hagiwara – mintió.

–Está bien- dijo y señaló el bosque que se extendía a ambos lados de la

carretera- sigue ese sendero, te llevará directamente a la casucha junto al río.

Ahí es donde vive la sōsaresu. Aunque yo andaría con cuidado, hace mucho que

162
rehúye el trato con nadie que no sea del otro mundo. Si estás vivo probablemente

no quiera ni hablar contigo.

Takeo contuvo la respiración.

–Vamos chico, era broma, solo son habladurías – sonrió – aunque no te vendrá

mal un poco de compañía-dijo señalando a sus espaldas.

Se giró y vio al perro. Aún mantenía cierta distancia, pero cuando sus miradas

se cruzaron movió las orejas en señal de reconocimiento amistoso.

–El perro no es mío, ni viene conmigo.

–Yo creo que sí y parece que él también – replicó el hombre divertido – que

tengas suerte chico.

Volvió a entrar en la casa y cerró con llave. Tras la ventana vio como el muchacho

se internaba en la espesura, abriéndose paso a manotazos. A pocos metros lo

seguía el perro blanco.

Hacía años que la vieja hechicera había elegido aislarse del resto y dedicarse en

exclusiva a escrutar más allá de la puerta de marfil que separa este del otro

mundo. Nunca se había cuestionado el futuro, la vida era para ella una sucesión

de días suspendidos que, por su condición, carecían de importancia. Pero ahora

estaba enferma y aunque aún no se había manifestado el mal que la consumía

por dentro sentía en los huesos que algo no iba bien. Los espíritus pronto la

reclamarían, llegado el momento moriría como había vivido, sola y en paz. Este

era su plan, hasta que vio aparecer al chico.

– ¿Y quién demonios viene contigo? – le dijo una vez hechas las presentaciones-

¿un perro? ¿has traído un perro?

163
–El perro no es mío – insistió – me lo he encontrado, bueno, él me ha

encontrado, solo le he dado de comer– se encogió de hombros.

La mujer los miró a ambos detenidamente y retomó la conversación desde el

principio.

– Está bien ¿quién dices que eres muchacho?

– Me llamo Takeo Semei -repitió fastidiado- vengo de Hausu Raito, soy el hijo

menor de Nagaro y Sanraizu. Mi madre me envía, ya se lo dije.

–Sanraizu, hace mucho que no escuchaba ese nombre. Y dime, ¿por qué la

noble Sanraizu me confiaría a uno de sus hijos?

– Están muriendo – respondió el chico.

– ¿Quiénes?

–Todos.

Pasaron largas horas sentados en el porche de la choza, respirando el aire fresco

del bosque y bebiendo té, o al menos eso dijo la anciana. Llegada la medianoche

Takeo cayó rendido y se sumió en un denso sueño carente de imágenes. El único

sonido que lo acompañó en la oscuridad tras los párpados cerrados fue el rumor

del río entre cuyo hipnótico murmullo creyó distinguir el poderoso ladrido de un

perro, después todo fue silencio.

Cuando abrió los ojos el perro aún ladraba (¿habría ladrado durante toda la

noche?) Takeo sacudió la cabeza intentando reordenar sus pensamientos, pero

le fue imposible. Había dormido tan profundamente que despertó desorientado y

confuso. El nauseabundo olor a humedad que impregnaba la cabaña y los tenues

rayos de sol que se colaban entre las rendijas del techo de paja le devolvieron

164
memoria del lugar en el que se encontraba. Lo que ahora quería saber era dónde

estaba la sōsaresu, y sobre todo ¿es que nadie podía hacer callar a ese maldito

perro?

– No entres ahí – ordenó la anciana cuando vio que Takeo se encaminaba hacia

el pequeño cobertizo que ocupaba la parte trasera del huerto. El chico dio un

respingo sobresaltado por la voz a sus espaldas y se detuvo en seco.

– La estaba buscando, no pretendía…

– ¡Silenció! - gritó – ¿oyes eso? – dijo señalando hacia arriba - ¡escucha bien

muchacho! -lo instó- ¡escucha!

Takeo agudizó el oído, pero era imposible discernir algo que no fuese el

constante ladrido del animal.

– Exacto –respondió la sōsaresu como si pudiera leer sus pensamientos – el

perro aún habla, pero no igual ¿lo notas?

Era cierto, el ladrido había cambiado. Contra lo que cabía esperar no había

perdido fuerza con el paso de las horas, al contrario, si al principio Takeo

recordaba entre las brumas del sueño un alarido de alarma y súplica, entendía

claramente que ahora el bramido del perro era una amenaza. Un juramento de

venganza que destilaba ira contra su captora. No imaginaba qué le había hecho

la bruja al animal, pero retrocedió asustado alejándose de la casucha de la que

procedían los ladridos. La sōsaresu sonreía satisfecha mostrando sus dientes

mellados.

– Ya viene Inugami, ya viene ¡ya viene! – en mitad del sendero danzaba con los

brazos en alto dando pequeñas zancadas en círculo.

165
Takeo intentó esquivarla, pero ella se abalanzó y lo agarró por el brazo.

–¿A dónde crees que vas? – dijo reteniéndolo. El chico forcejeó, pero la anciana

lo llevó a trompicones hasta la cabaña.

– ¡Tenemos mucho que hacer! – le hablaba mientras caminaban- y no te

preocupes ¡tengo la espada! pero el perro es tuyo así que deberás ocuparte tú.

Aún lo tenía sujeto por el brazo cuando llegaron al porche de la casa, la sōsaresu

lo lanzó contra el suelo, Takeo trastabilló y cayó de rodillas. No se atrevía a

mirarla, la anciana seguía hablando sin parar, deliraba, estaba seguro de que se

había vuelto loca, quizá fuese el incesante ladrido del perro lo que la había

trastornado o tal vez era cierto que el trato con los espíritus la hizo enloquecer

hace tiempo. Desde su posición, miró de reojo las manos de la bruja, estaban

teñidas de moratones púrpura. Los mismos que ya había visto en los infectados

de Hausu Raito, y la última noche en las protectoras manos de su madre. El

recuerdo de Sanraizu lo armó de valor y de un salto se puso en pie.

– Estás enferma – la interrumpió – te estás muriendo sōsaresu – señaló el dorso

de su mano y contuvo una sonrisa. Odiaba a aquella mujer, no alcanzaba a

entender por qué su madre lo había enviado a aquel lugar infecto en compañía

de una chiflada.

– ¿Crees que no lo sé? -se miró las manos e inmediatamente las ocultó en los

bolsillos de su raída túnica– ¿y crees que me importa morir? Hay cosas mucho

peores que estar muerto. De eso precisamente quiero hablarte – añadió–

siéntate y escucha hijo de Sanraizu, te revelaré cuanto sé sobre Inugami,

empezando por el principio.

166
Mi padre, Hitsujikai no Hoshi, me dio el nombre de Otomeza tras el parto que se

llevó la vida de mi madre. Crecí en una casa honorable, aprendiendo las

costumbres de mi pueblo, siendo amada por mi noble toosan y la nueva mujer

que este tomó como esposa cuando yo tenía nueve años. Hitsujikai no Hoshi era

un hombre respetado en el gremio de vinateros por la excelencia de sus vinos

Koshu y la honradez de los tratos que avalaban el buen rumbo de los negocios

de mi familia. Pero la plácida vida que otros envidiaban y a mí me había sido

dada como destino, se truncó repentinamente.

Fue durante el festival Urabon'e, mientras celebrábamos el recuerdo y la

presencia de los ancestros y encendíamos las hogueras Gozan no Okuribi,

cuando un grupo de trabajadores ebrios de vino y de malas intenciones,

asaltaron a mi padre y a su esposa una noche que volvían a casa paseando por

la orilla del Jinzú. Les robaron la ropa y las joyas, abandonándolos desnudos y

mal heridos. Cuando los encontraron a la mañana siguiente estaban muertos y

mi vida arruinada. El único consuelo que encontré en los meses que siguieron al

asesinato de mi padre fue el abrazo y las constantes atenciones de mi fiel perra

Mera, que no se despegó de mi lado ni un solo instante.

Fue en esa época cuando conocí a tu madre. Sanraizu era una niña, pero

siempre fue buena conmigo, se apiadó cuando todos me consideraron un

obstáculo para acceder a la fortuna familiar. Los socios de mi padre se libraron

de mi sin miramientos, me trajeron aquí, abandonándome en esta casa pequeña

e infecta que ha sido el crisol de mi venganza. Porque lo que ellos no sabían es

que entre los pergaminos que reclamé como herencia no solo había cartas y

engimono que me protegieron ahuyentando las desgracias. El pequeño baúl que

mi padre guardaba en su despacho contenía un antiguo pergamino prohibido. Lo

167
supe cuando descifré los signos y comprendí que se trataba de la fórmula para

invocar a un legendario y todopoderoso espíritu animal. Inugami el arrogante,

brutal y fiel espectro al que sacrifiqué todo cuanto tenía. El monstruo que

amedranta y alimenta mi alma perdida, el que mantiene lejos a los curiosos y me

ha proporcionado una larga y plácida vida.

Estoy enferma Takeo, mi cuerpo no tiene salvación, se consume, pero sé bien

cómo funciona la rueda de la existencia y es mi obligación ceder este legado a

otro para que cuide de los Inugami como yo lo he hecho como digna hija de

Hitsujikai no Hoshi.

Pero antes quiero darte la oportunidad de elegir. Piensa bien si quieres seguir

adelante, si quieres acceder al conocimiento que te ofrezco, el mismo al que casi

con seguridad tu madre Sanraizu te entregó enviándote a mí. Si consideras que

puedes ser mi legatario y quieres tomar el control de la vida que se abre ante ti,

quédate. Si por el contrario deseas seguir en paz, ignorando una parte

fundamental de la existencia de la que formas parte, sigue tu camino, te dejaré

marchar. Vuelve con los tuyos, enfermos, quizá ya muertos, llórales y entiérralos,

olvidarás este encuentro con el tiempo. La vida rectificará su curso y será

benévola contigo, estoy segura.

He de advertirte que si te quedas verás cosas que te cambiarán para siempre,

harás cosas que no tienen cabida ni en tus peores pesadillas. Tus sueños se

tornarán un infierno de repetición inundados de sangre y dolor. Visiones terribles

te atormentarán si caminas conmigo, pero si consigues dominar el miedo, te

volverás poderoso Takeo. Te temerán y te admirarán en secreto y aunque

pregonen que ya te han olvidado, escrutarán el bosque por si aún hay luz en la

pequeña cabaña. Por si Inugami aún no ha saciado su hambre.

168
– ¿Qué decides Takeo? – preguntó por última vez.

– No tengo a donde ir –fue lo único que alegó– dime qué debo hacer.

MERA

Tuve que matar a Mera. Mi perra amada, fue el primer recipiente que albergó al

Inugami. Entonces no sabía bien lo que hacía, seguí torpemente las indicaciones

detalladas en el pergamino y ocurrió. Para mi sorpresa atraje el espíritu de aquel

animal insustancial y aterrador.

Mera enfermó, estaba vieja como yo lo estoy ahora, perderla me producía un

dolor indescriptible Takeo. La veía avanzar inexorable hacia la muerte

consciente de que a pesar de mis ruegos y los constantes cuidados no podría

salvarla. Se quedó ciega, dejó de comer y después se tumbó a esperar el final

rehuyendo incluso mis consoladoras caricias. Estaba desesperada, así que

decidí probar creyendo que el ente se apiadaría de Mera y me la devolvería. Yo

no sabía nada sobre brujería, hasta entonces no me habían interesado la magia

ni el mundo de los espíritus que habita las esferas, además desconocía si estaba

dotada con el supuesto poder que requiere animar un espectro. Me arriesgué y

el Inugami hizo el resto. Así fue como ocurrió.

Cavé una fosa pequeña en la caseta de la parte trasera del huerto. En realidad,

era más bien un hoyo, hondo y estrecho, lo suficiente como para que Mera no

pudiese escapar. Decidí que empezaría el ritual al día siguiente, y dediqué la

jornada a despedirme de mi perra. Le ofrecí su última comida y mi último abrazo.

169
Lloré amargamente mientras esperaba a que atardeciera. Cuando se durmió, le

até las patas traseras y delanteras en un solo nudo y la llevé en brazos hasta el

agujero. Ella no hizo nada, suspiró confiada cuando la deposité sobre la tierra

húmeda. La acomodé en el fondo del hoyo y cubrí con tierra su cuerpo,

enterrándola hasta el cuello.

La cabeza debía sobresalir, así constaba en el pergamino.

Volví a la casa, llené un cuenco con agua fresca y puse en un plato los restos de

su comida favorita, de regreso a la caseta escuché los primeros quejidos de

Mera. Se había despertado y al verse aprisionada por la tierra comenzó a ladrar

reclamando mi auxilio. Cuando abrí la portezuela, mi perra me reconoció por el

olfato y lanzó un quejido lastimero que quebró mí ánimo. Pero no podía dar

marcha atrás, una irracional fe ciega me impulsaba a seguir, estaba segura de

que era la única forma de tenerla conmigo para siempre. Dejé el plato de comida

en el suelo, cerca de la cabeza, pero lejos de su alcance, de modo que pudiese

oler la comida y el agua, pero no tocarla.

Debía enfurecer al Inugami cuanto pudiese.

La primera noche Mera, lloró desconsoladamente, con pequeños intervalos de

terrible silencio que me encogía el corazón porque con cada parada pensaba

que ya había muerto. Yo estaba sentada en los escalones del porche,

enloquecida por el dolor que le causaba, abandonándola en la oscuridad a

merced de terror que reflejaban sus desesperados ladridos.

Durante el día ladraba y a ratos callaba para recuperar fuerzas. Estaba tan débil

y enferma, que en algún momento recé para que muriese de una vez, para que

todo aquello acabara. No me atrevía a ir a verla, me horrorizaba enfrentar el daño

170
que estaba causando, porque de algún modo sentía que con el paso de las horas

el ritual se volvía más y más fuerte. Aquella certeza hizo que me mantuviese

firme hasta el cuarto día.

Mera no resistió más.

Ignoraba cuánto tiempo puede aguantar un perro sin ingerir alimento y agua,

cuanto puede aguantar sin volverse loco. Pero la tarde del tercer día Mera calló,

y no volví a oírla durante horas. Imaginé que por fin había muerto y sentí alivio,

pero también decepción. La atrocidad que había perpetrado perseguía un fin,

descabellado tal vez, pero certero para una mente enferma como la mía. La sola

idea de que su sacrificio no hubiese servido para nada me devolvió a la realidad

y a la cordura como si despertase de una pesadilla. Percibí con claridad el reflejo

de mis actos, las consecuencias de mi delirio. En ese instante me avergoncé

tanto que me encerré en la casa incapaz de soportar lo que había hecho.

Supongo que las lágrimas y el cansancio de los últimos días me vencieron,

porque me acurruqué en un rincón y no tardé en quedarme dormida.

Entrada la noche me despertaron los ladridos de un perro, provenientes del

cobertizo de la parte de atrás del huerto. No era Mera, no era su voz, era mucho

más potente, un gruñido rabioso que se convirtió en un insoportable aullido

infinito. Me tapé los oídos y temblorosa leí el pergamino a la luz de las velas. La

segunda parte del rito se resumía en una frase: “Cuando la voz del nuevo perro

anuncie la presencia del Inugami deberás forzar su aparición cortándole la

cabeza”

Era el Inugami, estaba allí, no cabía duda, el ladrido deforme asemejaba una voz

profunda que intentase modelar palabras desde una garganta inhumana, no era

171
un perro lo que atronaba la oscuridad del bosque. Ningún animal de esta tierra

es capaz de proferir semejantes aullidos y de condensar tanta furia en un

gruñido. Escuché en silencio con el corazón encogido por un terror que no podía

dominar. Todas mis células, las partes primigenias de mi mente, reaccionaron

ante la presencia del gran ¿lobo? Quizá, sí, podría ser un lobo lo que ahora me

reclamaba desde el otro lado de la puerta. No era Mera, me esforcé por

concentrarme en ese pensamiento, mi perra ya no estaba allí.

También sabía que el ser preternatural que aullaba y arañaba la tierra para

liberarse de su entierro me destruiría si no acababa antes con él. Debía seguir el

ritual, terminar lo que había empezado, así que volví a leer el pergamino y

asegurándome de no errar los pasos busqué algo afilado.

Sin espada y con un hacha demasiado grande y pesada busqué entre las

herramientas del campo algo que se adecuara a mi fuerza. Elegí la sierra de

mano con la que podo los árboles de la entrada del huerto, es ligera y su fila de

dientes punzantes, perfectos para cercenar sin mucho esfuerzo. Me prometí que

sería rápida y piadosa, fuese el animal que fuese el que encontrara en la caseta

le rasgaría la garganta y moriría en segundos.

Los gañidos infernales del Inugami me recordaban constantemente que allí ya

no había un animal, pero no me atrevía a llamarlo espíritu y mucho menos dios.

Apreté la sierra en mi mano y decidida me encaminé hacia la caseta. Cuando

abrí la portezuela casi caí desmayada por el hedor. La cabeza de Mera

sobresalía del suelo tal y como yo la había dejado cuatro días atrás. Solo que,

como supuse, aquello no era mi perra, ni ningún otro perro que haya caminado

sobre este mundo. Los ojos ciegos del animal eran ahora dos puntos de luz azul

172
refulgente que me miraron desafiantes desde las fieras cuencas vacías. De las

fauces descomunales del Inugami babeaban saliva blanca que destilaba entre

sus despuntados y descomunales colmillos picudos. El pelo erizado había

mudado el color dorado de Mera en una mata espinosa de pelo negro que me

recordó al de las ratas que había visto en los arrabales de Hagiwara. Lo peor era

el olor insoportable. El cuerpo muerto de mi vieja compañera había empezado a

descomponerse, el calor y la humedad aceleraron el proceso por lo que con cada

ladrido de aquel ser iracundo, desde las orejas melladas y putrefactas se

desprendían pequeños gusanos que insaciables volvía a escarbar la tierra,

hundiéndose en el festín que era el resto del cuerpo.

El Inugami bramaba consumiendo mi valor en cada aullido. Pegada a la pared

avancé despacio hasta quedar fuera de su alcance y me agaché en cuclillas ante

su nuca, sin atreverme a tocar un solo pelo de aquella monstruosidad acerqué la

sierra al fornido cuello y empecé a moverla adelante y atrás.

Cerré los ojos e imaginé que el perro era un árbol, cada movimiento de la sierra,

cada crujido que partía huesos y arrastraba entre los dientes girones de

músculos y tendones era la poda que alumbraría nueva vida. En mi delirio la

sangre tibia que manaba a borbotones sobre la tierra negra y me bañaba las

manos, era el agua cristalina del río Jínzu en el que tantas veces me había

zambullido. Mantuve firme el pulso y agoté las fuerzas sujetando la empuñadura

de la sierra.

Dejé de oír los chillidos del animal cuando le serré la garganta. Fue un alivio, por

primera vez en cuatro días quedé en completo silencio, di gracias por ello.

173
Después guardé la cabeza en un cuenco y cubrí los restos de Mera con la tierra

ensangrentada. Tardaría en volver a la caseta, quedaban muchas cosas por

hacer para completar el ritual, el siguiente paso era secar la cabeza del Inugami

introduciéndola en un horno durante toda una noche.

En cuanto despuntó el día vestí la cabeza, pero antes recité las palabras escritas

con tinta roja en el pergamino. Lo hice con torpeza, sin atender a la entonación

y sin guardar el debido respeto cada vez que pronunciaba el nombre del

Tsukimono. Pero como te he dicho Takeo, nada de eso importó, el miedo, la falta

de pericia y la lucha interior en la que me debatía no impidieron que el espíritu

todo poderoso de Inugami se abriese paso hasta mí.

Con mucho cuidado coloqué la cabeza desecada en un ánfora de barro, su

terrible aspecto no me resultó tan repulsivo como esperaba. Si bien los ojos y las

partes blandas del cráneo se habían licuado, la baja temperatura del horno

mantuvo el pelo prácticamente intacto. Las puntas carbonizadas se enroscaban

en mechones negros pegados sobre el hueso blanqueado. La mandíbula inferior

había caído mostrando los descomunales dientes en una mueca absurda.

Cuando cerré la urna aseguré la tapa con una pequeña cuerda y continué

leyendo el pergamino, lo que venía a continuación era un enigma.

“Yo domino y subyugo las fuerzas animales. He cortado las cabezas de las

esmeraldas centelleantes, he cortado los largos cabellos ensortijados ¡Oh

vosotras antiguas divinidades! Amos de los ritmos del universo ¡sabedlo!¡sabed

que mi poder es inmenso como el cielo! He aquí que tomo impulso en mi lengua

y mi garganta y hago surgir las palabras sagradas de mi memoria. Yo soy el alma

divina, recorro a mi capricho los reinos. Inabordable mi morada, indestructible es

la envoltura que me protege. Bienvenido sea el poderoso ser.”

174
Debía repetirlo tres veces frente a la urna, así lo hice. Después enfundé el ánfora

en una de mis túnicas y le até un cinturón ajustándola, de modo que al volver a

colocarla sobre la mesa la túnica erguida parecía un grotesco cuerpo humano

decapitado. Sentí un escalofrío. Miré el reverso del pergamino, pero no había

nada más, ni dibujos ni rúbrica, ni un consejo, ni un consuelo. Eso era todo.

–¿Y qué paso? – pregunto Takeo – ¿vino el Inugami?

– Oh, claro que vino muchacho, no tardó en aparecer.

Aquella misma noche, apenas se había puesto el sol, escuché el repiqueteo de

las primeras gotas de lluvia sobre el tejado enramado. Encendí la lumbre y me

senté a esperar con los sentidos fijos en la puerta y en cualquier ruido

proveniente del bosque que hay más allá. Al poco lo oí gimotear. Fue un

parpadeo, volví a mirar y allí estaba, un precioso cachorro de kishu inu, blanco

como la nieve. El perro que lloriqueaba bajo la lluvia se acercó, introdujo su

diminuta garra por debajo de la puerta y la agitó en el aire reclamándome. Con

el corazón desbocado lo observé desde la ventana, mis ojos me decían que solo

era un perro, una cría traviesa que me arrancó una sonrisa sacudiéndose las

gotas de lluvia y soltando un pequeño estornudo. Había conseguido doblegar al

Inugami, ahora regresaba a mi en forma tan desvalida que me resultó muy fácil

acogerlo. Sucumbí al engaño abrí la puerta y lo dejé entrar. Me encerré con el

gran lobo ancestral, con el espíritu de la furia que había liberado, lo comprendí

de inmediato, pero ya fue tarde.

Supe que el perro estaba cambiando antes de dar la vuelta, cerraba la puerta

cuando a mis espaldas escuché de nuevo aquel pavoroso y ensordecedor

aullido. Pude haber huido pero el horror me paralizó, incapaz de moverme intuí

175
la transformación en las sombras que el fuego del hogar reflejaba sobre la pared.

El Inugami creció desdoblándose y retorciendo su pelambre fantasmal infinitas

veces hasta alcanzar un tamaño que superaba la altura de la casa. El techo cayó

sobre nuestras cabezas, pero él no detuvo su furiosa metamorfosis hasta que

adoptó la apariencia por la que otros lo veneran y lo aborrecen. El descomunal

perro divino, de incandescente pelaje espectral, insaciable y frenético se

abalanzó sobre mí y no recuerdo nada más.

–Supongo que me desmayé, permanecí inconsciente durante no sé cuánto

tiempo. Cuando desperté tenía hambre y sed…también estas marcas – la

hechicera se arremangó y le mostró a Takeo los brazos. Heridas semejantes a

mordiscos y arañazos habían cicatrizado con el paso de los años, ahora

competían por cubrir cada centímetro de piel contra las manchas carmesí de la

enfermedad que consumía a Otomeza.

–¿Te hizo eso el Inugami? - el chico se acercó a mirar sin disimular su repulsión.

– Sí – la anciana se cubrió.

– Pero ¿volviste a verlo? ¿sabes dónde está?

La bruja cerró los ojos para contener la furia sobrenatural que notaba descender

por el espinazo como arena caliente que se derramaba desde la nuca hasta la

base de la espalda. Hacía décadas que había aprendido a controlar al Inugami,

pero el hambre y la sed insaciable seguían atenazándola. Volvió a mirar al chico

y reordenó sus prioridades. Takeo no era comida, ni un enemigo, era un

discípulo, un heredero y contra todo pronóstico quizá el destino había traído

hasta su puerta a su nuevo huésped. Un cuerpo joven en el que podría habitar

otros cien años.

176
–Eso no debe preocuparte, por el momento–sentenció–Ahora ya conoces mi

historia, quiero saber qué has decidido ¿tendrás valor para traer a este mundo a

tu propio Inugami o prefieres dejar que la naturaleza inmisericorde siga su curso?

–No entiendo lo que quieres decir sōsaresu.

–Tus hermanos Takeo, el Inugami puede salvarlos del mismo modo que me

salvó a mí. Sanarán ¿no deseas eso para ellos? ¿una vida larga y plena a su

antojo?

–Pero tú pareces tan enferma ¿por qué no te cura a ti primero?

–Mi cuerpo ha consumido todas sus energías Takeo–sonrió–solo soy un viejo

cascarón chico, un desperdicio de largo recorrido ¡He visto tantas cosas! Ah, no

imaginas las historias que podría contarte sobre los reinos que he visitado, los

espíritus a los que me enfrenté, la derrota, la ira y el hambre, sobre todo el

hambre. Pero también la venganza que consumé sobre las casas de los asesinos

de mi padre. He ahí la recompensa, he vivido mis sueños y me he convertido en

la pesadilla de mis enemigos. No podría imaginar una vida mejor.

–Mis hermanos – reflexionó Takeo– quizá hayan muerto.

Otomeza fijó la vista en un punto intermedio del vacío y escrutó las sombras.

–Aún no–respondió–siguen con vida. Deben estar aguardando a que te decidas,

como yo–hizo un guiño, pero al chico no le hizo la menor gracia.

–No puedo hacerlo sōsaresu, me da miedo –sollozó– no podría hacerle daño a

ese pobre perro.

–¿Oyes? hace horas que no ladra – la bruja se levantó y fue hasta el arcón en el

que guardaba su ropa. Cuando volvió traía algo envuelto en telas, dejó la espada

177
sobre la mesa y la desveló ante el conmovido Takeo. El resplandeciente filo era

la cosa más hermosa que el chico había visto en su corta vida.

–Tómala, es tu perro, ya sabes lo que tienes que hacer, yo te guiaré–se ofreció.

–He de irme–Takeo se puso en pie– quiero volver a mi casa.

Quizá Otomeza, la anciana hechicera hija de Hitsujikai no Hoshi, la fiel

compañera de Mera; aún guardara un vestigio de humanidad que la hiciese

insistir para convencer al chico. De no lograrlo, lo hubiese tratado con

amabilidad, le haría creer que tenía escapatoria y le daría una muerte rápida.

Pero hacía mucho que no quedaba ni rastro de Otomeza dentro de aquel cuerpo

decrépito. El Inugami que la habitaba se cansó de hablar, si el chico no iniciaba

el rito él no podría cambiar de cuerpo. Moriría con la anciana, relegado a la nada

hasta que alguien volviese a invocarlo. Quién sabe si dentro de otros mil años.

El pensamiento desbordó su ira.

Además, tenía hambre.

Se despojó del envoltorio de carne que había sido la hechicera y recobrando su

forma espectral, el descomunal y rabioso perro de los dioses descargó su furia

sobre Takeo que ni siquiera sintió la primera dentellada.

178
Escritora y guionista audiovisual.

Premio Mujer Contemporánea 94 y Premio Tenebra 98.

Directora de Bluebooks Castellón.

www.pgescuder.com
Pedro P. González

Se está haciendo tarde. Las celdas de Excel se han convertido en la cárcel

donde he pasado las últimas catorce horas. Cada vez que miro el reloj se acaba

un servicio de metro o de autobús que pueda llevarme a casa. Tengo los ojos

inyectados en sangre y la espalda dolorida de no haberme levantado en las

últimas cuatro horas, ni siquiera a orinar. Pensaba que acabaría antes, pero las

carpetas llenas de informes hacen cola en mi escritorio. Estoy harto de repasar

balances y cuentas en negativo. Desde mi mesa, más allá de la pantalla del

ordenador, veo la ciudad iluminada. Ventanas brillantes de apartamentos

lujosos, donde la gente no tiene que hacer horas extras; pueden reír, disfrutar,

comer y follar sabiendo que no tienen por qué madrugar mañana. Allí abajo, la

vida sigue su curso. Me imagino estar ahí, en cualquiera de esas casas,

bebiendo cerveza, metido en la bañera con alguna de las chicas de recepción,

180
de contabilidad o de marketing. Quiero estar en cualquier otro lugar que no sea

aquí y ahora. Cualquier cosa antes que seguir liquidando las cuentas de una

ruinosa empresa de embalajes de cartón.

―¿Qué miras con esa cara de bobo Shiori? ¿Ya has terminado? ―Desde

otro escritorio, Nashiba me hace gestos y llama mi atención.

―Er…no… Claro que no... Creo que no acabaré nunca.

El montón de carpetas y papeles sobre el escritorio es como un viaje al

pasado, a otra época o a otra dimensión en la que no existen internet o los

documentos digitalizados.

―¿No tienes hambre? ―Nashiba me pregunta frotándose el estómago.

―Sí, me muero por comer algo, pero no creo que encontremos nada

abierto a estas horas. Además, tengo que acabar el trabajo o el señor Fujiwara

cumplirá por fin su amenaza de despedirme.

―Que le jodan al trabajo Shiori, y que le jodan también a ese viejo cabrón

de Fujiwara. Eres un dócil corderito, siempre haciendo caso a ese hijo de puta.

No se merece que nos dejemos aquí los ojos. Necesitamos un descanso y

conozco un lugar con buena comida y buen alcohol.

―¿Abierto a estas horas?

Cojo una chaqueta y con incredulidad salgo de la oficina junto a Nashiba

con la esperanza de encontrar algún sitio donde comer. Cualquier cosa me vale,

no soy exigente. Nashiba tampoco lo es; ni con la comida ni con las mujeres. A

veces le envidio, porque no entiendo cómo puede tener tantas citas y conocer a

tantas mujeres. Es cierto que viste bien y siempre huele a perfume, pero digamos

181
que está lejos de lo que considero una persona ejemplar. A veces le odio

también, por ser tan caradura, interesado y mezquino. Mi madre me dice que

siendo como soy, jamás encontraré pareja y mucho menos si no me marcho de

su casa antes de los cuarenta. Quizá tenga razón, pero desde luego no a

cualquier precio, no siendo como es Nashiba. El ascensor llega al vestíbulo

donde ya solo queda un guardia de seguridad que nunca acostumbro a ver.

―Vamos a un coreano. Barato y exótico ―Me dice Nashiba con una

sonrisa.

―¿A Shin-Okubo? ¿Ahora? Estamos bastante lejos como para ir

andando. Ya no hay metro Nashiba.

Salimos a la calle y hace bastante frío. Nashiba enciende un cigarro y me

hace una seña con la mano para que me apresure y siga sus pasos.

―No, está aquí cerca, a unas pocas calles. Te va a encantar.

Tras andar unos diez minutos, callejeando, alejándonos de la oficina y de

cualquier zona que se pueda considerar civilizada, llegamos a un callejón sin

salida, donde solo hay unos contenedores y una puerta de chapa de verde

bastante oxidada. Nashiba da dos golpes, como haciendo una llamada especial.

Enseguida nos abre una joven bastante apuesta.

―¡Vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¿Eres nueva, encanto? ―Nashiba mira a

la chica, casi haciéndole con sus ojos una radiografía―¿Dónde está el viejo

Hiroshi?

Nos saluda con una reverencia y nos invita a pasar. Se fija en mí, ignora

a Nashiba y me lanza una tímida sonrisa cómplice cuando nuestros ojos se

182
cruzan con vergüenza. Intento devolvérsela con una grotesca mueca. No sé

hacerlo mejor. Ella ríe sonrojada y mira al suelo. Mientras bajamos por unas

lúgubres escaleras, le pregunto a Nashiba:

― ¿Cómo demonios has encontrado este sitio?

―Ya sabes, Shiori. Cuando sales con tantas mujeres y tan distintas tienes

que buscarte la vida. Encontré este lugar por casualidad, cuando quedé con una

chica de Tinder. Obviamente, no me acuerdo del nombre y ni me importa, solo

recuerdo que decía que le gustaba comer cosas vivas ―Nashiba escupe una

carcajada―. Ya me entiendes…

―No… no te entiendo ―Debo ser imbécil, pienso.

―En realidad, prefiero a las chicas de Omiai. Son más crédulas e

inocentes. Más fáciles de engañar. Todas creen que van a terminar casándose

conmigo y yo solo quiero acostarme con ellas. Después ni las vuelvo a llamar.

Son todas idiotas Shiori.

Nashiba me está ignorando, como de costumbre. Solo le interesa hablar

de sus conquistas y de sus citas. Siempre habla de lo mismo, se ríe de sus

propias gracias y se tiene en muy alta estima. La chica nos acomoda en un salón

bastante oscuro. Mesa para dos bajo una lámpara de luz roja moribunda.

Probablemente no iluminen más el local para que no podamos ver la mugre y

grasa que hay por todas partes. Nashiba sigue hablando de chicas; altas, viejas,

pequeñas, gordas, jóvenes, flacas… Finjo que me interesa y busco con la mirada

algún cartel con el menú. Hago un gesto para pedir la carta y lanzo otra grotesca

muesca a la camarera. Me devuelve otra sonrisa tímida llena de ternura.

183
―No, Shiori, aquí solo hay un plato ―sonríe ahora Nashiba como un zorro

esperando en una conejera.

Nashiba sigue hablando de cómo le gusta recorrer pezones con su lengua,

de cómo le gusta oler bragas usadas o de cómo le gusta que le pisen el escroto,

y yo, miro incómodo a todas partes buscando más comensales con los que

compartir mi incomodidad en silencio. No hay nadie más, y tampoco hay ruido

en la cocina ni cuadros en las paredes. La chica trae una botella de soju que

Nashiba se apresura a servir. Cuando viene a la mesa, la muchacha se acerca

tanto a mí, que mi codo roza sin querer su muslo y noto caliente su entrepierna.

Cuando se va, me mira y me regala un giño. De un trago, Nashiba se bebe su

vaso. Me invita a beber el mío y automáticamente sirve otros dos para repetir el

ritual hasta tres veces seguidas.

―Ese maldito Fujiwara me tiene harto, y tú, Shiori, no haces más que

lamerle el culo a ese cabronazo. Nos va a echar igualmente hagamos lo que

hagamos ―dice Nashiba tras vaciar su vaso.

La camarera parece estar buscando excusas para acercarse a nosotros;

posavasos, servilletas, palillos…en cada viaje, un roce que aparenta ser casual,

una mirada, una erección y una sonrisa.

La chica trae dos platos que deja con soltura sobre la mesa. <<No es una

de tus chicas, Nashiba>> pienso mientras miro con rabia al suelo y jugueteo con

unos palillos. Nashiba le lanza lascivas miradas más repugnantes que lo que me

encuentro en el plato. La masa tentacular que se retuerce ante mí, flota en un

líquido parduzco y viscoso como de sangre coagulada y bilis. Miro al plato de

Nashiba y tiene mucho mejor aspecto. No deja de ser un pequeño pulpo vivo que

184
se retuerce en salsa soja hirviendo, pero no parece un vómito de quinceañero

borracho como lo que hay en mi plato. Nashiba juega pasándole la lengua,

haciendo felaciones a los pequeños tentáculos mientras ríe a carcajadas. Vuelvo

a mirar mi plato y pienso que han debido confundirse. Desde luego que no

estamos comiendo lo mismo. Hago una seña a la chica que me ignora por

completo y solo tapa con sus manos pequeñas una sonrisa amable. Nashiba

bebe otro vaso de soju y ríe diabólicamente.

Intento llamar la atención de la chica de nuevo en vano que se limita a

hacer un gesto con sus manos. Entrelaza los dedos formando un pequeño y

delicado cuenco del que simula sorber sopa. Desde la lejanía me invita a comer

lo que tengo delante como si fuera el mayor de los manjares.

―He visto en televisión que hay gente que muere comiendo esto ―digo

con la voz temblorosa―. Los tentáculos se agarran a la garganta provocando la

asfixia…

―¡Pero qué tonto eres Shiori!, ¿No tenías tanta hambre? ¡Come!

―Nashiba grita escupiéndome salsa de soja a la cara. Me imita, lame la cabeza

del pulpo, como si fuera yo chupándole el culo a señor Fujiwara. Casi me está

obligando a comer esa masa negruzca, que se parece más a una araña gigante

aplastada que a un pulpo. Tengo mucha hambre. Miro a la ansiosa muchacha al

otro lado de la sala. Hago de tripas corazón; bebo un vaso entero de un trago,

sirvo otro y agarro con los palillos la plasta que huele a húmedo y podrido para

llevarla a mis labios. La arcada es imposible de controlar cuando el hedor se

cuela por mi nariz, y aprovecho que tengo la boca abierta para meterme un buen

pedazo. La bola de pelos y mocos baja sin masticar por mi garganta acompañada

de reflujo gástrico que me arde al tragar. Me cae al estómago como la puta

185
bomba de Hiroshima y por el esófago quiere salir la de Nagasaki. Bebo otro vaso

y lanzo otro trozo al abismo de mi estómago. Bebo soju y trago bilis mientras

Nashiba ríe y juguetea con el pulpo entre sus labios. Creo que he bebido

demasiado.

No sé ni cómo hemos conseguido salir del local, subiendo borrachos por

esas empinadas escaleras. Perdí de vista a la chica y la sangre ya había dejado

de fluir salvaje a mi pene. Nashiba tenía razón, es un sitio barato y con buen

alcohol. Lo de la comida, prefiero olvidarlo. Ahora mismo mis tripas son una noria

de fuego. En cada giro siento una punzada terrible que me provoca sudores fríos.

Llegamos dando tumbos a la oficina y sigue el mismo guardia con el que nunca

coincido. Intuyo que estaba viendo porno por el rápido cambio de pantalla en su

ordenador al vernos entrar y por las obscenidades de las que habla con Nashiba.

Subimos en ascensor y me siento de nuevo frente al ordenador. Es política de

empresa bloquear el equipo cada vez que nos ausentamos del puesto. Ahora

soy incapaz de recordar la contraseña. Nashiba se burla otra vez de mí mientras

me enseña fotos en su móvil, lame la pantalla donde hay una chica joven

desnuda y gesticula de manera totalmente impúdica. Estoy muy mareado y

confuso, pero no me doy cuenta de lo mal que estoy hasta que mi cabeza choca

contra el escritorio y caigo inconsciente al suelo en un charco de sangre.

Un gélido pinchazo en el estómago me despierta. Sigo en el suelo

enmoquetado de la oficina, con el pelo pringado de sangre ya casi seca. El dolor

en el vientre es intenso; me han abierto en canal, metido un gato sarnoso entre

las tripas y me han cosido con el animal dentro. Algo parece querer salir y me

está destrozando. En un esfuerzo sobrehumano me pongo de pie e intento

186
caminar. Nashiba está dormido como un bebé borracho, plácidamente, sobre el

ordenador que escribe infinitas zetas en un archivo nuevo de Word. Siento mi

ano palpitar, abriéndose y cerrándose, gritando entre silenciosos gases pidiendo

auxilio. Una última punzada de hielo y electricidad sacude mis intestinos y salgo

corriendo al servicio agarrándome los pantalones y la herida que aun sangra en

mi cabeza. Creo que no llego y siento algo tibio y líquido resbalando por mis

piernas. Mientras cruzo la puerta del servicio, me desabrocho el cinturón y voy

bajando desesperadamente mis pantalones y calzoncillos para sentarme con

cierto alivio en la taza. Mi ano se dilata y contrae en dolorosos espasmos. Es un

volcán preparándose para dejar fluir lo que me está abrasando las entrañas, lava

negra y pegajosa al borde de una explosiva erupción. Me miro las piernas y están

bañadas en mierda líquida, oscura y pestilente. Se me contraen todos los

músculos y me quedo casi sin respiración mientras empujo y hago fuerza. Las

venas del cuello y la frente se hinchan, son serpientes azules a punto de

reventar. El esfínter se raja en dolorosas fisuras que escupen sangre y empujan

hacia fuera en intermitentes prolapsos trozos de intestino. En un último y

desesperado esfuerzo, antes de desfallecer, empujo como nunca y grito,

agarrándome a las paredes del servicio. La taza, las paredes, mis piernas y mis

pantalones quedan salpicadas por sangre, heces y moco marrón verdoso. Mis

ojos parecen salirse de las cuencas impulsados por la presión que ejerce mi

abdomen. En una última y temblorosa explosión, mi esfínter se desgarra; suelo

pélvico, glúteos y perineo; todo se desprende. La carne y los músculos cuelgan

y bailan en una orgía de sangre y mierda hasta que expulso una masa fangosa

y palpitante del tamaño de un balón de voleibol con bares de más. Con horror,

miro la taza, rebosante de lo que parecen millones de diminutos huevos

187
morados, venas atrofiadas y ojos ciegos que se mueven caóticamente. No puedo

aguantar el vómito y marido el contenido del váter con más fluidos corporales y

efluvios del alcohol ingerido.

―Shiori, ¿Está ahí?

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero parece que Nashiba está al otro

lado de la puerta. El hedor es repugnante y los huevos parecen estar emitiendo

unos agudísimos gritos, como los de las crías de grulla recién nacidas.

Instintivamente y de forma absurda hago un gesto con el dedo para hacerles

callar, llevo el índice a mis labios pidiendo silencio. Me mancho la boca y la nariz

con mi propia mierda. Los huevos parecen reírse de mí.

― ¿No te la estarás meneando no? Esa camarera te ha puesto cachondo,

¿verdad? Estaba muy buena ¿Cuánto hace que no follas Shiori? ¿Años? Venga,

abre. ¿No serás Virgen? ¡No me jodas! ¿Eres virgen?

Nashiba ríe y me humilla desde el otro lado. Restriega sonoramente la

lengua por la puerta en un festín de babas y simula estar copulando mientras da

sonoros golpes con su entrepierna.

―Vamos, Shiori, cariño abre la puerta para que te la pueda chupar. La

gente está llegando a la oficina. Ya son casi las ocho ―dice ahora con la voz

aflautada haciendo una pésima e hiriente imitación de una mujer.

Me estoy poniendo realmente nervioso y no sé qué hacer. En el váter, la

masa viscosa empieza a revolverse. Siento el frío suelo acariciando mis vísceras

que se mueven rítmicamente como un péndulo, rebotan contra las paredes del

pequeño habitáculo y manchan de sangre los mensajes grabados con llave en

momentos de estreñimiento. Tiro de la cadena varias veces y el agua negruzca

188
empieza a rebosar, colándose entre las juntas del suelo para perderse bajo la

puerta. Intento inútilmente frenar la huida del agua con mis propias manos y que

Nashiba no vea lo que está pasando aquí dentro. Tiro del rollo de papel y

construyo un dique en el umbral. Confío en que el papel seco como una lija

absorba la cascada de agua pútrida y acabe empapando de discreción.

― ¿Qué cojones haces Shiori? ¿Qué es todo ese jaleo? ¿Necesitas

ayuda para encontrarte la polla o qué?

El hervidero de pompas, huevos y ojos latentes se infla y vibra entre

ruidos roncos y huecos. Me giro y me coloco de rodillas frente a los huevos, casi

meto la cabeza entera en la taza, me piso el colon y los miro con asco y sorpresa.

Los huevos eclosionan con un crujido baboso liberando centenares de lo que

parecen microscópicas arañas. Ansiosas de libertad trepan por la porcelana y se

lanzan en enjambre a invadir mi cuerpo. Intento sacudirlas y arrancarlas de mi

ropa, pero se meten bajo la piel, cavan mis poros, buscan heridas abiertas y

padrastros, se cuelan por la nariz, picotean mis labios y asaltan mi boca y los

parpados. Quieren rodar tras los ojos y acariciar mi nervio óptico con sus ocho

aterciopeladas patas. Doy manotazos al aire, giro sobre mí mismo, grito, lloro de

dolor y me golpeo contra las paredes. Como mineras, las arañas suben por mi

oído picando las cavernas de cera hasta llegar al cerebro. Desesperado, abro y

empujo la puerta dando un brutal golpe en la cara a Nashiba que seguía

haciendo el gilipollas. Creo que le he roto la nariz porque donde solía tenerla,

solo hay un agujero palpitante del que fluye sangre como un grifo abierto.

― ¡Joder, Shiori! ¡Qué coño haces! ―grita Nashiba, mientras se agarra

la nariz magullada y cierra los ojos por el dolor― ¿No sabes aguantar una broma,

imbécil?

189
Intento correr, pero los pantalones que aún siguen por los tobillos me

hacen tropezar y caigo de bruces, chapoteo ridículamente en el suelo cubierto

de agua y me revuelco en inmundicia. Intento recomponerme, pero me quedo

paralizado cuando algo repta dentro de mí y recorre mi espalda. Una garra dura

y cálida reemplaza mi médula espinal, expulsándola y aplastándola como un niño

gordo exprime un sobre monodósis de mayonesa sobre su hamburguesa. Trepa

entre mis vertebras como ramas de enredadera para terminar clavándose como

un aguijón de acero en la base del cerebro. Pierdo las pocas fuerzas que me

quedaban y mi mente fluye y divaga en una negra espesura de galaxias de dolor.

Algo salvaje y violento se apodera de mí, inoculando en huevos su brutal linaje

entre los retorcidos pliegues de mi cerebro. Entre las piernas, mis vísceras

cuelgan en un pozo negro del que aparecen tímidamente unas enormes patas

de alacrán que terminan de desgarrar lo que quedaba de mis genitales. Las patas

van empujando la piel, los músculos y las entrañas hasta llegar al suelo, para

poco a poco, alzarme como un enorme centauro de ocho patas y espaldas lisas

cinceladas en quitina negra. Mi cuerpo, casi vacío, no es más que un traje de

neopreno de piel humana que queda fusionado al de una hambrienta araña

gigante. Una cabeza peluda y viscosa asoma y se desliza como una cría de vaca

recién parida a la que aún no le han lamido la placenta. No llega a desprenderse

del cuerpo que ya no es solamente mío. Quedamos unidos en simbiosis; un

cuerpo dentro de otro, una mente unida a la otra en una fusión de corrupción y

maldad.

Nashiba camina a gatas, se arrastra como el gusano que es, buscando

horrorizado refugio en uno de los rincones del servicio. Intenta ponerse de pie y

resbala con el agua negra que ya llega casi a los tobillos. Toda su ropa queda

190
empapada. Ya no huele a perfume ni a cremas faciales hechas de esperma de

ballena. Ahora huele a mierda. A mi propia mierda. Sigue agarrándose la cara,

con las manos llenas de sangre y los ojos vidriosos.

― ¡Qué coño está pasando! ¡Socorro! ¡Ayuda, por favor! ―grita

desesperado, llora del miedo que se ha apoderado ya de todos sus músculos.

Se arrodilla y pide clemencia entre lloros y mocos. No deja de gritar y sollozar

hasta que dos de mis patas se introducen lenta pero brutalmente por su boca.

Los labios y las mejillas se desgarran y abren como se abre la tierra al recolectar

un nabo. Los ojos salen de sus cuencas y quedan colgando; son dos ciruelas

que reposan sobre los pómulos, gotean jugo rojo que se pierde en el agua sucia

del suelo. Nashiba vomita sangre cuando la felación peluda dilata el esófago y la

afilada punta rasga el estómago aún con restos de pulpo y soju. En un último

estertor orgásmico, mis patas tiran con fuerza hacia los lados, partiendo en dos

lo que quedaba de Nashiba. <<Ya no volverá a humillarnos. Ya no volverá a

humillar a nadie>>. Con suma delicadeza, tomo los restos de Nashiba entre

varias de mis patas, y los envuelvo en seda pegajosa formando varios ovillos

que cuelgo del techo en un improvisado secadero de carne humana.

El guarda de seguridad con el que nunca coincido ha debido terminar ya

el turno y debió irse a casa, porque es ahora Toshi Haro quien intenta poner

calma inútilmente al verse superado por la situación. El grito de horror del guardia

de seguridad le congela la sangre a la recua de curiosos que se han acercado a

ver qué ocurría en los servicios. Sin reparar en ellos ni en los disparos que el

guardia lanza al aire, arraso con todo a mi paso para llegar al despacho del señor

Fujiwara. Aplasto a la señorita Ryoko de contabilidad, le abro el pecho a Natshuki

191
de ventas y le arranco los brazos a Yûki de atención al cliente que chorrean

sangre con la presión de una boca de riego. Entre gritos, llantos y ríos de muerte

y tela de araña llego al despacho del señor Fujiwara. El hombre calvo, gordo a

punto de jubilarse, se queda congelado en la cómoda silla de su despacho

cuando el cuerpo de su secretaria entra volando atravesando la mampara de

cristal. Los pedazos de vidrio se incrustan como afiladas cuchillas en la cara

grasienta, abren la presa y liberan pequeños riachuelos de sangre.

Entro en el despacho por el agujero que ha dejado la señorita Kaori en la

mampara y como un corcel recién salido del infierno, encabrito para golpear con

fuerza el escritorio con dos de mis patas delanteras. Como una pantera

suntuosa, acerco sigilosa y sutilmente una de mis cabezas a la cara inmóvil del

señor Fujiwara. Podemos sentir en la cara la respiración infartada del gordo que

me ha estado haciendo la vida imposible los últimos cinco años. Podemos sentir

el miedo y la falta de arrepentimiento de ese último lustro. El viejo se está

poniendo azul, suda, se orina y se ahoga. Intenta aflojar el nudo de la corbata,

abre y cierra la boca buscando inútilmente aire que llegue a sus pulmones como

una carpa recién pescada. Enredo lentamente en seda el cuerpo rollizo y

sudoroso. Su vida se está yendo lenta y agónicamente en cada giro que le hago

dar sobre la pegajosa tela. Ya no respira, y solo queda un montón de grasa y

huesos que empiezo a disolver inyectando mis propios fluidos digestivos. El

señor Fujiwara se va deshaciendo en una sopa gástrica y cartilaginosa de carne

blanda y vergüenza.

La gente de la oficina corre desesperada intentando huir por escaleras y

salidas de emergencia. Bloquean los elevadores y caen por el hueco del

ascensor para acabar estampados en el hormigón del primer piso o atravesados

192
por gruesos cables de acero trenzado. Algunos intentan llamar inútilmente a la

policía o al ejército antes de que pueda aplastarles el cráneo con cualquiera de

mis patas. Cabezas vacías de gilipollas que siempre las tuvieron huecas, torsos

retorcidos como cáscaras de plátano, vísceras y piel magullada marcan el

sendero de destrucción por el que me abro paso hasta llegar a la puerta principal

del edificio Kyorin. La calle es un hervidero de gente que corre despavorida en

todas direcciones. Es un hormiguero caótico de insignificantes trabajadores con

sueños y esperanzas truncadas como las de cualquier otro. Han metido un palo

de irrealidad en su hormiguero diario y huyen rabiosas y desorientadas en torno

a coches en llamas y asfalto agrietado.

En un impulso desconocido hasta ahora, sigo una llamada instintiva y

ancestral. Corro por calles que me resultan familiares, salto entre los coches,

sacudo las calzadas y aceras plagadas de cadáveres que saludan a un perezoso

amanecer. Una atracción incontrolable me arrastra y me guía. Me escabullo y

repto por grietas y agujeros en el hormigón. Viajo en una deriva caótica entre las

callejas más abyectas de Tokio buscando un refugio. Lo encuentro en un solitario

callejón, entre contenedores, oculto tras a una puerta verde oxidada que rechina

entreabierta. La puerta se cierra tras de mí y bajo cauto pero seguro por unas

oscuras escaleras. Recuerdo perfectamente este lugar. Hace unas pocas horas

que estuve aquí cenando con Nashiba. Quedo inmóvil cuando encuentro a la

camarera que nos estuvo sirviendo anoche al final de las escaleras.

Sin mediar palabra, sonríe como ya lo hizo la noche anterior y se acerca

a mí para acariciar una de mis patas. Sus cálidas manitas de algodón suben y

bajan, sobando cada extremidad en un excitante masaje. Si tuviera control

absoluto sobre mi cuerpo, estaría teniendo ahora mismo una potente erección.

193
Se acerca más y lame con una lengua pequeña y rosada una de mis patas

peludas. Con ternura y suavidad, recorre con sus labios mis patas, y la lengua

juega a evitar gruesos pelos negros y verrugas en su viaje hacia mi abdomen.

Acaricia mi cuerpo con sus manos pequeñas y delicadas. El silencio es más

potente que el caos que dejé fuera. La gente en la calle intenta recomponerse,

poner orden y lógica a lo que ha sucedido. Compartimos saliva mientras ella

desabrocha los botones de su camisa blanca sin dejar de besarme. Las yemas

de los dedos, tocan como terciopelo mi cuerpo y parte de lo que fue mi cuerpo

antes de convertirme en este engendro de dos cabezas y ocho patas. Repasa

con su lengua cuencas vacías y besa trozos de carne muerta donde alguna vez

colgaron unos testículos. Juguetea con la carne morada y mancha sus labios y

sus manos con la sangre que todavía fluye de mis entrañas. Se frota la cara y

los pechos, rosados y pequeños como melocotones en un hipnótico y sensual

baile. Su cuerpo blanco e inmaculado es un lienzo en el que pintar increíbles

formas con mi propia sangre y semen.

La parte baja de mi cuerpo palpita buscando orificios húmedos y oscuros

en los que reposar este salvaje fuego que habita entre pliegues peludos. Un

arpón venoso, rojo y púrpura juega con vida propia a buscar también refugio bajo

la corta falda de la camarera. Con un gemido infantil, al borde llanto, la camarera

se deja llevar en una danza donde se mezclan flujo, pasión y sustancias

pegajosas. Bajo las tenues luces rojas, el arpón palpitante penetra de forma

rítmica entre charcos chorreantes de placer, sudor y gritos orgásmicos de dolor.

Quedamos unidos y fusionados en una cópula armoniosa durante horas. Un

eterno viaje animal, lleno de altibajos que me empuja al barranco de un clímax

que me deja exhausto y moribundo.

194
La chica se ha separado y posa desnuda, de pie, frente a mí. Sonriente,

acaricia su bajo vientre y me mira con la ternura de una madre primeriza. Si

tuviera labios, le devolvería la sonrisa de un amante complacido. Con ojos

somnolientos miro su rostro y no me creo lo que acaba de suceder. He caído

bajo el embrujo de una hermosa mujer que me ama, que sabe mirar en lo

profundo de mi ser, más allá del monstruo en el que me he convertido. Pienso

en las chicas de contabilidad o de recepción y en cómo siempre me han

ignorado. Recuerdo a todas esas mujeres a las que jamás me atreví a decirles

nada y a todas aquellas de las que preferí no haber recibido una respuesta. Aun

siendo un monstruo, alguien ha sabido encontrar en mi lo que nunca

encontrarían en otro monstruo como Nashiba o cualquiera de sus amigos. La

camarera, se acerca con pasos cortos de ninfa, como si estuviera caminando

sobre el agua, para posar su mano sobre mi cabeza. En mi ensoñación, me

imagino rodearla bajo la brisa que acaricia los cerezos y peina los ríos, que

impulsa las alas de los cormoranes y refresca en las noches de verano. No

besamos mojados por la espuma de las olas del mar y la luna refleja sobre el

agua la libertad de un amor incondicional.

La joven camarera me mira con ojos vivos llenos de falsa compasión. Veo

su cuerpo desnudo próximo a mí, pero siento ahora el abismo infinito que nos

separa. Se gira suavemente para que pueda ver cómo su espalda se raja y abre

lentamente desde el cuello al coxis. De entre sus músculos y desde las costillas

emergen entre crujidos y burbujas de sangre unas enormes patas de insecto,

afiladas como colmillos de un león y negras como la muerte que auguro. Su

hermoso y pálido cuerpo cae vacío, es una alfombra sucia sobre el suelo.

Horrorizado, presencio cómo la hermosa mujer que me amó una vez, se esfuma

195
y se convierte grotescamente en una suerte de araña gigante, que no satisfecha

con haber saciado su sed de maternidad, ahora quiere también saciar su

hambriento estómago. No tengo fuerzas para si quiera moverme o huir.

Considero que, viendo mi miserable vida, quizá este no sea el peor ni el más

cruel de los destinos que me podrían haber tocado. Me dejo envolver lentamente

entre seda blanca, sintiendo la calidez de haber sido amado por última vez. Sin

ofrecer resistencia, dejo cubrir mi cuerpo con hilos de plata viscosa que anuncian

una muerte lenta y suave como tela que me envuelve y me asfixia.

Por mis venas recorre un fuego que pudre mi interior. La mezcla de ácido

y jugos gástricos quema y descompone mis órganos, mi piel y mis huesos. La

sangre emponzoñada y negra envenena el cerebro y destruye cada una de mis

células. Me derrito lentamente en un recuerdo, envuelto en un velo de seda

blanco, goteando poco a poco, saciando el hambre de quién me hizo caer en la

trampa; pero, a quién no le han engañado alguna vez y a quién no le han hecho

daño tras haber amado por primera vez.

196
Ibutsusonzai
Uziel Heredia

A Yutoshi se le habían acabado las ideas.

Sentado en su pequeño estudio; su paraíso perdido ̶ aquel que había sido,

durante noches enteras, un submundo en el que podía dejar flotar a su alrededor

todo tipo de pensamientos y plasmarlos con firme delicadeza sobre el papel ̶ ,

Yutoshi se sentía, por vez primera, desazonado. Aquello no había ocurrido antes,

el desasosiego, la inquieta idea de dejar todo e irse a dormir.

Su último manga, un tomo de cincuenta páginas que narraba la historia de

Asamatsu, un anciano que había sido participe en la creación de un libro capaz

de contactar con cualquier Yokai y espíritu por igual, había sido un éxito en

ventas. Este hizo ver más cercano el final de su serie de cuatro mangas que

había estado planeando durante años; objetivo que se había visto truncado, pues

ya había pasado más de un año de haberse publicado dicha tercera entrega.

198
Espontaneas y como un rayo de luz en medio de un día nublado, las ideas se

fueron tan rápido como llegaron. En un principio le había parecido tener cada

elemento necesario para concretar aquello que había comenzado como sólo un

sueño, pero estaba equivocado; se necesitaba más que sólo una vaga idea y

una pizca de talento.

Harto de ver la hoja en blanco, del duro pero blando tacto del lápiz y de las

abotargadas ideas que no lograban concretarse, se levantó y se fue directo a su

futón.

Realmente nunca le había importado la fama y fortuna; seguía viviendo en el

mismo complejo de apartamentos en el que había dado el trazo que había

iniciado todo. Sus mangas se publicaban bajo un seudónimo sin rostro y la mayor

parte de las ganancias habían ido a parar a fundaciones. Había sido realmente

gratificante poder vivir a cuestas de su arte y sus ideas, pero había sido mucho

más satisfactorio el que sus ideas plasmadas en papel trascendieran. En el plazo

de cinco años que llevaba su manga publicándose, se había hecho de una gran

cantidad de fans y una adaptación al anime que había extendido su obra por todo

el mundo, estaba en proceso la filmación de una película a manos de una

productora americana y las regalías aumentaban día a día con cada producto

nuevo salido al mercado. De todo lo mencionado, lo que más le sorprendía ̶ y

de cierta manera le hacía sentirse alagado ̶ , era la excitación que habían creado

sus obras. Tal había sido ésta que, en ciertas partes del mundo, pero

principalmente Japón, se habían creado docenas de grupos que creían

fervientemente en que el libro al que se hacía mención en sus tres mangas ̶

sobre todo en el último ̶ , era real.

199
En sus obras, para poder leer los sellos, el portador tenía que valerse del libro,

el Ibutsusonzai. Al hacerlo, los talismanes eran activados y, dependiendo el

talismán, se invocaban espíritus o Yokais, desde el más amigable al más

desdeñable y vil. Había tres talismanes que eran capaces de abrir puertas

interdimensionales, entre este mundo y otro, donde las leyes que hacían ver y

funcionar el universo como lo conocemos eran totalmente inexistentes.

En el último año había recibido cientos de correos y cartas, estas últimas en su

código postal, pidiéndole más información acerca del libro y la ubicación actual

de este. Era increíble, puesto que él siempre había considerado su obra bastante

ficticia, nada que mereciera más honor y reconocimiento que otro manga; pero

había gente que no, pues al parecer el mencionar hechos históricos y reales,

combinados con ubicaciones poco conocidas y extrañas, pero ,en sí, existentes,

hacían que cierta parte del público creyera que todo lo descrito tuviera algo de

verdadero.

Pensaba en todo esto cuando tocaron a su puerta, un “toc-toc” firme, sin afán de

ser violento. Pudo escuchar a la perfección el llamado, pues su vivienda

constaba de solamente dos habitaciones; en su condición de soltero no

necesitaba.

Se levantó y llegó a la puerta cuando tocaron por segunda vez. Abrió unos

instantes después, pero nadie había ahí. Sacó la cabeza a través del marco de

la puerta, para observar el pasillo: nadie; nada. Se extrañó y se preguntó quién

habría de jugarle una broma así, no conocía a nadie con hijos en el complejo, no

al menos en su piso. Salió y caminó hasta la barandilla. Observó el patio central

en torno al que estaba construido el edificio, tres pisos abajo, esperando, de pura

suerte, ver al bromista huir. El lugar estaba tan solitario como un parque a la

200
media noche, y era algo gracioso, pues en medio del patio descansaban un viejo

y casi inservible columpio junto a una pequeña y sucia resbaladilla.

Cuando regresó, dentro se preguntó si, en vez de un bromista, aquel que tocara

a su puerta fuera algún admirador que, por cosas del destino, haya logrado dar

con él. Desechó la idea al pasar junto a su estudio, la mesa inclinada de trabajo

le devolvió la mirada, burlona; la hoja en blanco, el lápiz abandonado. Se sintió

más cansado aún. Se dijo, como ya era costumbre, que al día siguiente

comenzarían a fluctuar las ideas y, consigo, las ganas de hacer algo.

Se recostó y comenzó a quedarse dormido cuando las primeras gotas de lluvia

comenzaron a chocar contra las paredes y ventanas del apartamento. Recordó,

justo antes de sumirse en el velo del sueño, que los meteorólogos habían

pronosticado fuertes lluvias a partir de ese día.

***

Soñó que no estaba solo en casa.

Cientos de sellos y talismanes que mencionaba, e ilustraba, en sus obras

estaban pegados a la pared adyacente tras su estudio, el muro estaba repleto

de estos, aparecían, incluso, unos que nunca había llegado concretar. Para

crearlos, se había valido de runas y símbolos antiguos combinados con algunos

sellos Kuji-in. Al hacerlo siempre había buscado que parecieran talismanes

malignos, capaces de abrir las más ocultas puertas entre este mundo y el

201
sobrenatural; capaces de traer hasta el más maligno Yokai; de invocar al más

letal espíritu. Vaya que lo había logrado.

A un simple vistazo, los talismanes habrían podido pasar desapercibidos,

tomados como simples y viejos pedazos de papel rectangulares. Con un poco

de atención, hasta el más obtuso de los observadores habría podido notar el mal;

los había creado para ello, para infundir temor.

No estaba solo en casa, lo sabía porque él era el espectador en aquella

oscuridad en la que se había sumergido su hogar. La estancia permanecía tenue

y lúgubremente iluminada gracias a un par de velas que yacían a cada extremo

de su estudio; de su paraíso perdido. La luz que emanaban apenas daba un tono

rojizo a la habitación, y, en medio de éste, sentado a la silla en donde cientos de

veces él había estado dibujando; creando historias, una extraña y gigantesca

figura antropomorfa yacía.

El par de halos rojizos ondeaban y, con éstos, la encorvada figura y los

talismanes se alargaban y ensanchaban a ratos. El gigantesco ser sentado a la

silla movía los hombros enérgicamente y respiraba como a quien le falta el aire…

más que inhalaciones y exhalaciones, aquello eran bufidos; la respiración

agitada de una bestia, furiosa y tensa. El olor que inundaba la habitación no era

agradable y no pudo descifrarlo en primera instancia.

¿A qué podía pertenecer esa gran y osca figura sino a un ser venido

directamente de su afanada y turbada imaginación? ¿Qué sino una

representación tosca y porfía de su trabajo?

Se acercó, con tutela y rezago, dejando lentamente la lobreguez detrás. Al

mismo tiempo que su miedo iba en crecimiento, su comprensión; la tenaz idea

202
que en un principio le parecía ridícula, tomó sentido ¿Por qué aquello a lo que

daba, prácticamente, vida no podía ser real?

Lo hombros del ser convulsionaban, en todas direcciones. Lo que hacía parecía

evidente, pero a pesar del miedo que comenzaba a apoderarse de sí y de las

acciones cobardes o instintivas a las que pudiera dar pie, tenía que verlo por sí

mismo.

Algo que no había notado antes fue tenuemente iluminado por el opaco fulgor

que las velas prestaban. Había un libro a un lado de la figura, sobre su mesa de

estudio. Conocía ese libro mejor que nadie, él lo había creado, en cierto modo él

lo había escrito.

Entonces, sin que se diera cuenta, el ser dejo lo que hacía y quedó tenso. Había

advertido su presencia, pero Yutoshi no tenía más atención que para el

voluminoso, lúgubre y turbio compendio de hechizos, sellos y talismanes.

Podía sentir la energía emanando de los talismanes; de toda su creación ¿Todo

aquello pertenecía a una cadena de acciones en la que el forzosamente tenía

que formar parte?

Notó la inmovilidad del ser cuando estaba a menos de un metro de este. Una

cabeza, sin forma con la cual poder compararse, le miraba sobre un hombro igual

de informe. Un único ojo, de un extraño color, tan ignoto y capaz de sumir en la

locura a una mente frágil, temblaba y refulgía en medio de toda aquella

oscuridad.

Los bufidos dieron comienzo una vez más. En un principio pensó que no era

bienvenido ahí, pero la verdad se rebeló unos instantes después. El extraño ser

sufría. Tenía la irrefutable certeza de que aquello, oculto entre las sombras,

203
estaba muriendo. Se retorció, elevó el rostro al techo y gritó; bramó y aulló a un

mismo instante. Su informe cuerpo comenzó a convulsionarse a la par de

desvanecerse como arena llevada por el viento, junto con los halos de luz rojiza,

en medio de alaridos y suplicas inentendibles. Segundos antes de que el Yokai

en su estudio desapareciera por completo, advirtió que aquello que había tomado

por alaridos, antesala de la muerte, eran en realidad risotadas.

Entonces, el tumbar de cientos de percusiones, que en un principio creyó que

era emitidas por su corazón, se comenzaron a abrir paso. Retumbaron en medio

de la estancia, que ya no era más que un exiguo pedazo en medio de la nada.

Un tambor se alzó entre todos los demás tumbos, un gigantesco llamado; un

aterrador e infinito golpeteo.

***

Yutoshi se despertó debido al sonido que su puerta producía al ser golpeada.

No podía imaginarse quién llamaría en medio de una tormenta tal; penas si los

golpes podían oírse sobre el berreo del agua.

Se levantó del futón y se dirigió a la puerta, mientras espabilaba e intentaba

recordar qué había estado soñando.

Justo antes de abrir la puerta se preguntó si no sería nuevamente el bromista,

pero aquel pensamiento fue alejado al ser golpeada nuevamente la puerta y al

darse cuenta de que ningún bromista sería tan osado como para jugar una broma

en medio de tal diluvio.

204
Abrió la puerta al mismo tiempo que se recordaba preguntar siempre antes de

abrir.

Al otro lado se encontraba Shiro, su mitad amigo, mitad agente, empapado, bajo

un gigantesco impermeable amarillo. A pesar de que sólo mostraba parte de la

cara, le reconoció por sus lentes circulares y aquel bigote que no terminaba por

tomar forma.

Yutoshi le dejó pasar. Se encontraba sorprendido, Shiro nunca le visitaba sin

antes llamar por teléfono o enviar algún mensaje. Asumió, segundos después,

que su amigo había notado la duda en su rostro, pues dijo:

̶ Te estuve llamando, pero nadie atiende el teléfono y no contestas los mensajes

del móvil ¿Dónde te habías metido?

Yutoshi restó importancia al asunto con un gesto y preguntó:

̶ ¿Dónde has dejado la sombrilla que siempre cargas?

̶ Creí que la lluvia nos daría tregua y decidí dejar la sombrilla en casa. Compré

esto poco antes de llegar, con un vendedor ambulante ̶ dijo Shiro mientras se

desprendía del impermeable ̶ . No sirvió de nada, de igual manera terminé

empapado. Aún así supongo que un impermeable funciona mejor que una

sombrilla cuando la lluvia se ha extendido por tanto tiempo.

̶ ¿Y por qué querías contactarme? ̶ preguntó Yutoshi, acelerando las cosas, pues

no tenía ganas de entablar conversación con nadie, mucho menos versar sobre

el manga. Ofreció un lugar para sentarse a su amigo, sin darle mayor importancia

a que Shiro estuviera mojando el suelo de su apartamento.

205
̶ La editorial quiere un avance del nuevo trabajo ̶ argumentó Shiro mientras se

sentaba y colgaba el impermeable en el respaldo de la silla ̶ . Les preocupa la

publicación del nuevo manga. Prometimos un avance hace más de tres meses.

̶ Trabajo en ello, ha sido una temporada lenta ̶ dijo Yutoshi, notando hasta ese

momento el paquete que traía consigo su amigo.

̶ Necesito verlo, lo que sea; cualquier cosa que pueda servir como garantía para

mantener a los de la editorial tranquilos.

Yutoshi se sentó a su lado, notando aún más de cerca el envoltorio: un

rectángulo, con dimensiones más amplias que las de una caja de cereal,

envuelta en papel.

̶ Ha sido una temporada lenta ̶ repitió con desgana.

Entonces Shiro miró en dirección al estudio, que se encontraba al final de la

estancia y se levantó, dejando el paquete sobre la mesa. Yutoshi supo entonces

que se daría cuenta de la verdad. No había nada, ni tan sólo un trazo. Yutoshi

se vería en la penosa necesidad de confesar que ya no tenía nada más que

ofrecer; la poca imaginación, la pizca de talento, la suerte, se habían retirado de

él.

̶ ¿Qué es todo eso? ̶ preguntó, poniendo sus manos a la cintura ̶ . ¿Una

excéntrica forma de inspiración? Vaya que los artistas tienen formas raras para

hacerlo.

Entonces Yutoshi también miró. De inmediato, un grito se abotargó en su

garganta y la sangre se le heló. Tras su mesa de dibujo, la pared se encontraba

tapizada de talismanes. Le golpeó un fugaz recuerdo de lo que había soñado y,

206
con ello, le inundó un frio y eficaz estremecimiento que le recorrió hasta el último

rescoldo en su cuerpo.

̶ ¿Dónde conseguiste el papel para hacerlos? ̶ preguntó su amigo, que ya

admiraba los talismanes a escasos centímetros ̶ . Lucen tan auténticos, como si

fueran tan antiguos como has descrito en tus historias.

Yutoshi se levantó, con el corazón latiéndole velozmente. Quería decir algo,

quería gritar; pero ni siquiera podía tragar saliva.

̶ Y vaya que has estado trabajando ̶ dijo su amigo levantando una de las hojas

A3 que reposaban sobre la mesa ̶ . No me imagino una buena temporada si esto

es una temporada lenta.

Mientras Shiro observaba la hoja, que Yutoshi asumía debía estar en blanco,

este se acercó, con pasos trémulos, temeroso de todo aquello que saltaba a su

vista y que tenía que ser real.

̶ Esto se ve bien ̶ argumentó Shiro, sonriendo ̶ . Puedo sentir la atmosfera densa

y turbia mientras lo leo. Te luciste, Yutoshi.

Dejó la hoja que había tomado y se hizo con la siguiente. Mientras tanto, Yutoshi

se limitaba a observar a su amigo leer algo que él nunca había creado, así como

nuca había puesto los talismanes en las paredes.

Así transcurrieron un par de minutos, en los que Yutoshi no pudo sino sólo

observar con horror a Shiro tomar hoja tras hoja y alagar el excelente trabajo que

Yutoshi había dedicado en cada detalle, tanto del manga como de los talismanes.

Los sellos en estos últimos, las palabras que formaban, le traían fortuitas y

horrorosas imágenes del ser; del demonio; del Yokai que había estado sentado

207
en su silla, dibujando en su estudio y que se había despido tan horrorosa y

delirantemente.

̶ Esto es increíble, Yutoshi ̶ dijo, satisfecho, Shiro ̶ Tengo que decírselo a los de

la editorial.

Yutoshi continuaba sin poder pronunciar palabra alguna, sentía la garganta seca

y su cordura pender de un hilo. Mientras tanto Shiro, sin advertir el miedo de

Yutoshi, dejaba las hojas A3 en orden, que, en sus palabras, conformaban el

mejor trabajo de Yutoshi, hasta la fecha; un trabajo sublime, una historia

aterradora que eclipsaba a todo lo antes realizado. Según él, con eso Yutoshi

pasaría a la posteridad; sería eterno. Hizo un chiste, al que Yutoshi no prestó la

mínima atención, sobre la relación entre lo último dicho y el nombre de su amigo-

cliente.

̶ Debo confesarte que estaba preocupado, Yutoshi. La editorial y yo, de igual

manera. Creímos que estabas estancado… pero estaba equivocado… Te debo

una disculpa ̶ agregó, haciendo una reverencia casi imperceptible.

Yutoshi no respondió de inmediato, se limitó a esbozar un gesto que podría haber

pasado como una sonrisa y a asentir.

̶ ¿Te encuentras bien, luces enfermo?

Yutoshi asintió nuevamente como respuesta, pero como notó que su amigo

esperaba una respuesta más positiva, agregó, haciendo uso de todo el coraje

que poseía:

̶ Sí, me encuentro bien. Acabo de despertar y aún no he cenado, deber ser eso.

208
Shiro, regresando al estado de ánimo anterior, soltó una carcajada y se dispuso

a retirarse, no sin antes decirle a Yutoshi que podía comerse sin problema alguno

los bollos rellenos de pasta de judías dulce que había comprado por el camino.

̶ Es increíble. Dedícate a terminar el Manga ¿puedes? No me llevaré nada por el

momento. Me asegurare de que la editorial se enteré del buen avance que

llevas… Esto será grande, Yutoshi.

Yutoshi, se acercó a la mesa, asumiendo que los bollos venían en el extraño

paquete y extrañándose por la meticulosidad con la que habían sido envueltos.

A pesar de haber usado el argumento como una simple excusa, era verdad lo de

que no había cenado y, ciertamente, tenía mucha hambre. Cuando se disponía

a tomar el envoltorio, se encontró con el brazo de su amigo, estirado, facilitándole

los bollos rellenos. Una caja de color blanco, bastante rudimentaria, esperaba a

ser tomada. Shiro, al notar la confusión de Yutoshi procedió a explicar.

̶ Estos son los bollos, el paquete en la mesa es tuyo.

Yutoshi, aún confundido preguntó:

̶ ¿Me lo has traído tú?

̶ No ̶ contestó Shiro, contrariado ̶ , lo he encontrado fuera, mientras tocaba la

puerta. Debía llevar algún tiempo ahí, como puedes ver está completamente

empapado… siento haberlo puesto en la mesa, pero estaba demasiado atareado

con todo esto de la nueva publicación.

Yutoshi, aún sin entenderlo del todo tomó el paquete con los bollos, y acompañó

a Shiro hasta la puerta.

209
̶ Detesto cuando la lluvia dura días enteros ̶ comentó Shiro mientras se ponía de

nueva cuenta el impermeable amarillo ̶ . A este paso terminaremos

transportándonos en balsas.

Yutoshi, sin comprender el por qué Shiro se quejaba tanto de una lluvia pasajera

que había comenzado apenas unas horas antes e intentando alejar, al menos

por un segundo, todo el terror que sentía, preguntó:

̶ ¿Qué quieres decir?

̶ ¿Cuánto llevas encerrado aquí, Yutoshi? Ha estado lloviendo durante dos días,

y parece que va para largo.

Shiro alagó una última vez el trabajo de Yutoshi antes de retirarse y dejarle solo,

no sin antes prometerle que volvería por el trabajo terminado en un par de días.

***

El extraño paquete permaneció en la mesa y Yutoshi mirándole, a una buena

distancia.

La lluvia continuaba al mismo ritmo, y los talismanes en el muro, de igual manera,

como si estos produjeran algún efecto torrencial sobre Yutoshi. No había tenido

el coraje aún para ir hasta su estudio, su mesa de dibujo, y ver el trabajo que

había creado tal expectación en Shiro. A pesar de haber buscado una explicación

lógica pare ello ̶ tanto para los talismanes como para la obra ̶ , no podía evitar

sentirse horrorizado ante su simple presencia.

210
Se había dicho que había sufrido un caso excepcional de sonambulismo, llevado

a cabo por su subconsciente en una apresurada y suplicante búsqueda de

inspiración. No aunaba a la explicación el hecho de nunca antes haber sufrido

sonambulismo y, mucho menos, lo que recordaba del sueño. La posible

explicación le seguía dejando inquieto; seguía siendo sumamente aterradora e

inconcebible.

Pasados unos minutos en los que se debatía con la idea de abrir el paquete y se

decía a sí mismo que no había razón alguna por la que pensar que el paquete y

el sueño tuvieran conexión, tomó una decisión.

Otro hecho que le aterraba, y que daba más cuerda a la explicación que

inmiscuía al sonambulismo, era el de haber dormido, según por lo que le había

dicho Shiro, más de un día ¿Se había sumido tanto en la depresión como para

que su cerebro le privara de estar despierto y sufrir con lo que traía el no poder

realizar ni un solo trazo o poder concretar alguna idea que le llegara a encantar?

Tomando en un movimiento veloz el paquete, para evitar cualquier pensamiento

que le evitara realizar dicha acción, se acercó al televisor y lo encendió. Supuso

que el ver la televisión le ayudaría a amenizar el ambiente y con esto alejar todos

los exangües pensamientos. Mientras prendía las luces de la habitación pasó

junto al paquete con bollos, pero había perdido todo apetito. Evitó en todo

momento mirar en dirección al estudio.

Ya mirando el televisor, cruzando las piernas sobre su tatami, reafirmó, sin

mucha sorpresa, su teoría de haber dormido más de un día entero. Sin más

intención de darle vueltas al tema, buscó el canal que estuviera transmitiendo el

211
programa más colorido y chillón que pudiera encontrar, ya hecho, se dispuso a

abrir el paquete.

Lo tomó en sus manos y lo inspeccionó, estaba meticulosamente envuelto en

papel manila y varias tiras de Diurex. No había ningún sello o escrito que

mostrara el remitente, por lo que intuyó que aquello, fuese lo que fuese, tendrían

que haberlo llevado directo hasta su puerta y no haber usado algún servicio de

paquetería.

Echó un último vistazo al televisor antes de abrir el paquete. Un pequeño Yokai

intentaba, ridículamente, luchar contra un gigantesco árbol parlante, sin éxito

alguno. Respiró hondamente y continuó con lo pactado.

Su corazón comenzó a latir con gran velocidad y la sangre se le heló. Supo que

era aquello que habían dejado a su puerta antes de abrirlo por completo. El libro,

el Ibutsusonzai, reposaba sobre sus temblorosas manos. Se levantó de un saltó

y reprimió los gritos y chillidos que hacían fila en su garganta ¿Cómo era aquello

posible? ¿Quién había sido capaz de replicar de manera sumamente exacta el

revestimiento del libro que había dibujado cientos de veces? Y aún más

preocupante ¿Cómo habían dado con él?

Corrió hasta las ventanas de su apartamento, en busca de cámaras y

micrófonos, atentos a su reacción ante una pesada broma, pero la torrencial

lluvia no le dejaba ver más allá de dos metros.

Se giró y vio el ejemplar, tirado sobre el tatami. Notó lo lúgubre y antiguo que

lucía; era perfecto. Junto a él, una hoja de papel, que presumiblemente era una

carta. Se acercó con cautela y la tomó, pues aquello tal vez explicara todo lo

ocurrido; muy seguramente una broma de muy mal gusto, como ya había intuido.

212
“Estimado, Yutoshi Lavukurafto.

En primera instancia, quiero dar por entendido que no importan las

circunstancias que me hayan hecho dar con usted y su dirección, pues, como

usted sabe hay temas más importantes a tratar.

Como ha podido notar, he conseguido un auténtico ejemplar de Ibutsusonzai. Me

limitaré a decir que esto ha sido en gran parte gracias a usted, por lo que el

merito es prácticamente suyo. Ayudándome de cada pista ̶ sin importar que tan

insignificante pudiera llegar a parecer ̶ dejada por usted a lo largo de sus obras,

me vi inmiscuido en una búsqueda en la que, debo decir, estuve a punto de

dimitir. Pero no quiero aburrirle con las insignificantes inclemencias con las que

me encontré, que usted ya debe saber, por lo que iré directo al punto.

Como bien sabe, y usted mismo ha descrito en sus obras, es necesario el libro y

todos los talismanes para poder reactivar la energía que a través de ellos fluye y

que ha estado dormida durante eones. Y, repito, como bien sabe (y perdone mi

reiterado afán de hacer notar lo evidente, pero pido sea condescendiente y

entienda el valor que tiene para mí el poder mostrar mis conocimientos), para

esto, es necesaria la presencia del monje deífico, el cual he de suponer ̶ y de

hecho asumo ̶ es usted.

Es bien sabido por cualquiera que haya leído sus obras que es necesario

reactivar la magia en los talismanes, para evitar así la colisión de energía

radioactiva que han estado generando los portales cerrados todo este tiempo, la

cual desataría prácticamente la destrucción de nuestro mundo, y, con ello, las

demás dimensiones que conectan con este.

213
He tenido el suficiente tiempo de estudiar sus obras y advertir que la hora cero

está cerca, otra cosa de la que seguramente está enterado ya hace más tiempo

que yo, por lo que he de asumir que la totalidad de los talismanes se encuentran

en su poder y listos para ser utilizaos, lo cual no ha de haber necesitado de mayor

esfuerzo, pues, aunque estos están esparcidos por el mundo, usted es capaz de

reproducirlos a la perfección, o inclusive, si me permito especular un poco, han

estado en su poder desde un principio. Yo, en consecuencia y como simple acto

de agradecimiento ante todo lo que usted nos ha ofrecido, me di a la tarea de

encontrar el Ibutsusonzai.

De antemano, he de agradecerle, en nombre de todos nosotros, por el sacrificio

que está a punto de hacer por la humanidad entera, pues (haré alarde una vez

más), como bien es sabido, para liberar la magia es necesario quedar atrapado

dentro de los amuletos. A partir de aquí he de prometerle, de jurarle, que, junto

con mis compañeros, nos daremos a la tarea de mantener ocultos los talismanes

y evitar que terminen en manos equivocada, pues…”

La carta continuaba, pero Yutoshi no perdió tiempo, tiró esta y echó a correr, en

dirección a su estudio. Ya no le importaba debatir si todo aquello era real o sólo

se trataba de una broma. Comenzó a arrancar cada uno de los talismanes

pegados a su muro. No se sostenían con alguna especie de pegamento, sino

que al separarlos sentía una fuerza parecida a la de los imanes retenerlos.

Totalmente horrorizado, llorando y arrojando gritos de desesperación, Yutoshi

notó las hojas A3 que había estado evitando mirar todo ese tiempo. Aquello hizo

que detuviera sus acciones, y se quedara petrificado de miedo. La serie de

dibujos lo mostraban a él, arrancando los talismanes del muro, con un semblante

horrorizado y turbio.

214
Una tras otra las páginas fueron desfilando ante los aterrados ojos de Yutoshi,

echando furtivos vistazos a las imágenes y textos que las acompañaban. En el

manga, la historia que nunca había creado, por fin y por vez primera después de

eones, la magia era reactivada una vez más. Tal fue la atención que centró en

sus dibujos, que no fue capaz de advertir como las luces del apartamento

disminuían, y con esto el fulgor en aumento con el que empezaban a brillar los

talismanes y sellos. Tampoco notó al ser, al Yokai, que se formaba lentamente

a partir de su sombra proyectada a través de la estancia.

Una malévola sonrisa hizo presencia, seguida de una risotada ya antes oída.

Yutoshi Lavukurafto notó demasiado tarde el olor que seguían sin comprender

del todo, pero para entonces ya se encontraba más tranquilo; ya empezaba a

entender su obra; así tenía que ser.

Fuera, la lluvia continuó.

***

Shiro pagó el taxi que lo dejó frente al complejo de edificios en que vivía Yutoshi.

Tanto él como la editorial estaban sumamente emocionados por publicar el

próximo tomo de la obra de Yutoshi. Había pasado mucho tiempo desde la última

vez que un manga le había provocado tanto miedo. Rio para sus adentros

cuando recordó el chiste que involucraba el significado del nombre de su amigo-

cliente y el hecho de que quedaría plasmado en la historia por siempre.

215
Subió las escaleras mientras se preguntaba, por centésima vez, el por qué

Yutoshi había decidido seguir viviendo así, si dentro de sus posibilidades estaba

vivir en los mejores departamentos de Japón o del mundo.

Llevaba consigo una nueva sombrilla, listo para cualquier inclemencia en el clima

que pudiera presentársele, pero, para su gusto, hacía buen tiempo.

Se disponía a llamar a la puerta cuando se percató del paquete a sus pies, igual

que la última vez. La diferencia: sobre éste descansaba una nota, tenía su

nombre. La recogió y leyó con cierta curiosidad.

216
El viento
divino
Ferreol von Schreiber Beckenbauer

Crecí oyendo las historias legendarias de boca de los ancianos; aquellas

que contaban cómo el viento divino había salvado nuestro mundo. Y es que

nuestras tierras, o más exactamente nuestras islas, siempre han sido anheladas

por conquistadores de otras latitudes muy lejanas. Hace cientos de años Kublai

Khan, el gran Khan, realizó dos expediciones con la intención de someter a

nuestros ancestros. Mandó a construir la flota más grande conocida por estos

lares, compuesta por tres mil Kabukson que albergaban ciento cincuenta mil

soldados, los mejores guerreros de sus dominios.

Una mañana de octubre, cuentan los ancianos, se pintaban sombras

espectrales en el horizonte nebuloso, la marea arrastraba con ella aullidos, gritos

y un sin fin de vocablos indescifrables. Los pescadores asustados por lo que

observaban y escuchaban creyeron que los funayurei se habían ofendido, por no

recibir alguna ceremonia en su honor y fueron a informar a su daimio, quien envió

a sus samuráis a inspeccionar lo que ocurría. Al llegar, los guerreros se

219
sorprendieron por lo que sus ojos les revelaban, monstruos marinos tirando de

cientos de brazos se acercaban discretamente, pero a la vez ágilmente a las

costas; en las proas tenían un rostro abominable de Onis de cuyas fauces

brotaban afiliados colmillos que bien podían engullir a un hombre por completo.

Cuando los monstruos alcanzaron las costas, empezaron a escupir hombres de

sus entrañas, y los samuráis estupefactos veían acercar a esos Jikininki, los

fantasmas como carne.

Con la rapidez de un rayo, los Jikininki se abalanzaron sobre los soldados

del daimio, el señor de las altas tierras, y a fuerza de sus imbatibles garras

capaces de rasgar las armaduras más enchapadas, cortaron brazos, mutilaron

piernas, las cabezas volaron para luego rodar por las rocas ensangrentadas

arropadas en los Kabutos, que a pesar de la muerte de su portador, seguían

protegiendo la cabeza de su amo. Del cielo llovían flechas como piedras que

caían incrustadas en los valientes soldados, que defendían la nación más por

devoción que por tenacidad, puesto que los Jikininki, eran bestias que

destrozaban sin el mínimo clamor o misericordia.

Fue allí, al pie de las tierras del daimio, entra la sangre de sus hermanos

de armas, que los hombres de Gran Señor, atestiguaron cómo los vientos se

alzaban, el mar se enfurecía a un con mayor fiereza que el ejército venido del

este. Las nubes se chocaban y el resplandor de los rayos agrietaba los cielos

dando paso a la lluvia que cayó ante los rostros cansados y moribundos de los

samurái, extenuados por la larga batalla. Y en ese preciso instante de agonía, el

Kamikaze sopló, el viento divino nacido de los suspiros de los Kami, de los dioses

de la naturaleza, golpeó sus embarcaciones, que, una a una engulleron las olas;

el desespero de los Jikininki se percibía por sobre el retumbar de los maderos,

220
del azote de las aguas y de los estallidos de los truenos. Menos de una hora del

arribó del Kamikaze aquellos monstruos salidos del horizonte desaparecieron en

las inmensidades del mar; los rayos del sol sueltos de los cabellos de la diosa

Amaterasu franquearon los cielos despejados, y nuestro mundo se salvó de las

hordas del Gran Khan.

El viento divino fue el salvador ese día; pero el kamikaze dejó de soplar

hace mucho tiempo, antes de que esté nuevo ejército invasor llamara a nuestras

costas. Los Kami se han olvidado de nosotros, de sus hijos, y de cierta manera

no los culpo. Dejamos de asistir a los templos, de recitar los rituales, de ofrecer

los Segaki, y nos volvimos yōkai materialistas, afanados por adquirir un estatus

de vida ajena a nuestra idiosincrasia. Asimilamos costumbres que ridiculizan a

nuestros antepasados y por ende a nosotros mismo; cambiamos los kimonos, el

hakama, por pantalones rectos que moldean nuestras figuras como palillos. Las

damas lucían vestidos igual de rectos exhibiendo su anatomía de manera

descarada. Todo por desear ser iguales a algo que no somos, y que quizás

nunca lleguemos a ser; por intentar alcanzar una semejanza a las civilizaciones

del oeste; occidentalizarse decían los eruditos, para poder competir y sobrevivir

en estos tiempos tan conversos y ser aceptados por el resto de potencias,

alagaban otros. Y esas mismas potencias son las que amenazan a nuestro

pueblo y que intentan invadir las islas, nuestro hogar.

Pero olviden y arrojen al tiesto esto que he suscitado. ¡Disculpen ustedes!

No son más que las reflexiones de un moribundo a instantes del último respiro,

aunque no las de un viejo. Sí, porque hoy moriré. Y no tienen que lamentarse ni

mucho menos llorar, pues, ¿cuántos tienen la fortuna de conocer el cuándo y

cómo de su fallecimiento? Soy un soldado al servicio del Emperador, presto mis

221
servicios en la Armada Imperial, la flotas más poderosa que haya surcado el

pacifico. Incomparable a la otrora de setecientos años de Kublai Khan. Sin

embargo, así como está última sólo queda la gloria de lo que fue, dos o tres

decenas de acorazados, y un portaaviones.

La armada de los Aliados ha venido tomando cada vez más fuerza,

hundiendo y destruyendo a nuestra flota, con la consiguiente conquista de las

posesiones del imperio. Es decir, en la mañana eran tierras del Emperador,

llegada la tarde cambiaban a las manos de los Aliados. En este contexto de

incertidumbre, ocurrió mi incorporación a las filas de los ejércitos imperiales.

Estudiaba leyes en un instituto de Kioto, mi padre estaba orgulloso de que su

hijo fuera a servir a la armada del Emperador. ¡No es un secreto!, para nosotros

es un honor y casi una bendición servir a nuestro líder. De allí que la familia

sentía un beneplácito de saber que los más probable fuera que no regresara de

la guerra, ello conllevaba un orgullo inalcanzable por el resto de almas, que,

habiendo servido al Emperador no habían otorgado su vida por él. Por lo que

resultaba más digno para mi familia regresar en un ataúd.

¡Y en verdad me complacía hacerlo! ¿A qué más podía aspirar el miserable

hijo de una familia cultivadora de arroz? Servir al Emperador y morir por él y por

su causa sería la carta de presentación de mi Hitodama a las grandes divinidades

Kami, permitiendo que mi alma descanse en el Santuario Yasukuni. Un lugar

dispuesto a los súbditos del emperador, ajeno a la casta samurái y a los daimios,

y que habiendo servido con lealtad y devoción merecen la consagración de sus

almas. El Emperador lo visita en dos ocasiones al año, dejando sus ofrendas y

respeto a los menos favorecidos que le sirvieron en vida, y cuyos nombres

desconoce.

222
Me asignaron a la Primera Flota Aérea de la Armada Imperial, instruido en

pilotaje de aviones de menor capacidad operativa, destinados al reconocimiento

de la posición del enemigo. Con cámaras fotografiamos los barcos y los puntos

de avanzada de los aliados, luego pasábamos estas imágenes a los de

inteligencia que junto con los almirantes disponían las maniobras a ejecutar. En

un principio, mi labor no constituía mayor riego, a pesar de estar en una guerra

y de la posibilidad de ser detectado y derribado. Muy diferente al riesgo de los

escuadrones de ataque que empleaban aeronaves Zero, ligeras como el viento

y rápidas al igual que un rayo, y letales como el fuego, que atacaban al enemigo

en mar abierto, pero no rivalizaban con sus aeroplanos.

En una ocasión, vi despegar a unos ciento treinta Zero divididos en una

formación de veinte cuatro escuadrones listos para bombardear la flota enemiga,

resguardada por cazas, armamento antiaéreo, y destructores; después del

ataque solamente volvieron dos escuadrones. He aquí, el porqué del bajo riesgo

de mi actividad. Pero todo cambió aquella mañana de domingo de verano, un

mensajero de los cuarteles del Estado Mayor de la Flota Aérea me hizo entrega

de una misiva la cual disponía postergar cualquier operación que estuviese

efectuando y presentarme de inmediato en la base dispuesta en la Isla de

Suluan. Obedecí en el acto.

Al llegar nos acomodaron a mí y a otros catorce pilotos, porque su

indumentaria y equipaje a simple vista delataba su oficio de volar, esperamos

por unas tres horas, la ansiedad por descubrir lo qué ocurría me estaba

carcomiendo las entrañas; las zozobra de saber el por qué me habían cambiado

de batallón, y por qué estaban los otros aquí daba giros en mi cabeza. Hasta que

finalmente se presentó el vicealmirante, todos alzamos nuestro pecho y

223
saludamos a la autoridad superior, podía jurar que si acaso restó importancia al

saludo, era lo menos importante en estos tiempos adversos.

Sus primeras palabras solitarias ajenas a cada individuo en la sala, cayeron

a cada alma como una bomba de 500 kilos. «Han sido asignados a la Unidad

Especial de Ataque Shinpū», y aguardo absoluto silencio. No exageró al decir

que un silencio aglutinó la sala, que algunos pilotos tragaron en seco, y a otros

les temblaron las piernas, y hasta distinguí el líquido que salía de los falsos de

sus pantalones. Fueron las palabras más cortas que he escuchado en toda mi

vida, y que nunca olvidaré.

Siempre lo había considerado un rumor entre mis pares de la Flota Aérea,

en lo concerniente a la Tokkōtai, la Unidad de Ataque Especial, así solían

nombrarla en comentarios de dormitorio del cuartel. La Tokkōtai es una unidad

recién creada, sus operaciones son secretas, sus integrantes recogidos de las

demás flotillas, o de las ya desaparecidas y cuyos integrantes se contaban con

los dedos de las manos; a sus miembros se le conoce como Shinpū, o

sencillamente, suicidas. Para un soldado, sea cual sea su distinción o la rama

donde destaqué, servir como Shinpū era más que un honor. Dar la vida por la

nación y por el Emperador.

Durante seis días previos a la misión, nos adiestraron en el manejo y

conducción de los aviones de combate Zero. La cabina angosta daba espacio

únicamente para estirar los pies, los instrumentos de vuelo no diferenciaban

mucho de los aviones de reconocimiento, claro más grandes y lentos. Los

primeros días le mostraron al escuadrón las tácticas de despegue, la experiencia

demostrada en las horas de vuelo tuvieron algo de relevancia a la hora de

224
acomodarnos al nuevo sistema; no obstante toda las maniobras, o casi todas

debieron ser reformuladas de nuestros esquemas.

En las noches mis compañeros del Tokkōtai escribían cartas a sus familias,

y componían los primeros versos del Jisei-no-ku. Por mi parte oraba a las

divinidades, y a los ancestros, le rogaba con total devoción, que su halito se

transformara en el Kamikaze y de una sola ráfaga el viento divino barriera con

los Flota invasora de los Aliados. Luego de hacer cada uno su rito antes de

dormir, nos contemplábamos los unos a los otros, fijamente a los ojos. Como si

exclamaran un interrogante en nuestros pensamientos y nuestras almas. Como

si preguntase por qué yo o por qué tú. Sin saber nada de sus vidas, de lo que

hacían al ingreso a la Armada Imperial, de sus sueños y anhelos, antes de que

esta maldita guerra iniciase.

Al tercer día, las inducciones se destinaron a las tácticas de maniobra de

los Zero, la altitud dispuesta para la aeronave, la estabilización del aparato, y la

velocidad correspondiente. A esa altura, noté en el horizonte unos destellos

provenientes del mar, parecían burbujas que asaltaban la superficie al igual que

un enjambre revuelto. No se alcanzaba a escuchar un mínimo de sonido, debido

al encierro de la cabina; pero aún así, y a lo poco que se lograba advertir, me fue

suficiente para entender que la guerra había arribado a las inmediaciones de la

Isla de Suluan. El momento trascendental de nuestra existencia se aproximaba,

nadie podía dar un paso atrás, y el que lo hubiese imaginado, este era el preciso

momento para escapar de su destino; así lo hicieron dos pilotos de la Segunda

Flota Aérea que tomaron un rumbo distinto a la base.

Una vez dispuesto a dormir, si es que alguien durmió en aquellos días,

rogué a los dioses como en tantos ruegos que había efectuado, implorándoles el

225
advenimiento del Kamikaze; nada ocurría, los ruegos de un simple soldado

parecían no ser atendidos por las divinidades superiores, los Kami en apariencia

benévolos y misericordiosos tienden sólo a responder las misivas del

Emperador, la familia Imperial, y la corte. Aunque yo me mantenía firme en mi

esperanza. Entonces, como en las noches pasadas, nos miramos en conjunto

uno al otro, aunque en esta ocasión nuestros ojos contemplaron al sazón de las

desdicha los dos catres vacíos de los compañeros fugitivos. Miradas de rabia se

perfilaban en los rostros apagados, de lástima por la deshonra que tendrían que

soportar sus familias de ahora en adelante, y aun así, un matiz en las pupilas

diáfanas dejaba al descubierto un pensamiento que los atormentaba en su

conciencia: «¿Por qué no escapé con ellos?».

El quinto día las prácticas se desarrollaron en la teoría del pizarrón y las

maniobras en los cielos de la Unidad Especial de Ataque Shinpū. Nos habían

indicado cuándo era el mejor instante para lanzarnos al ataque en picada a

elevada altura. Un vuelo alto protegía a los aviones del fuego enemigo, y

alimentaba de suficiente velocidad al avión para…, para lo que venía después.

Sendos dibujos en la pizarra de un porta aviones perteneciente a los Aliados no

mostraban con una “X” el punto de impacto. El elevador principal constituía el

blanco, impactando en esa parte del navío se eliminaría de una estocada a unos

230 marineros, y dejaría inservible al barco. Puntos adicionales de impacto

resaltaban el puente, la proa y popa. Como Shinpū elegir el punto de contacto

más acorde a mi posición proporcionaría una ventaja en los objetivos del alto

mando de retrasar la flota aliada y esperar la llegada de refuerzos. Mi única

ilusión y objetivo era poder servir al Emperador.

226
La inexorable mañana se hizo realidad. La hora cero se inclinaba sobre

nuestro irremediable destino. En el cuartel general, en un espacio acomodado,

el vicealmirante apostado en la posición seiza al igual que yo y el resto de los

integrantes del Tokkōtai nos arrodillados al frente de él. Antes de subir a los

aviones previo a la misión era común efectuar un acto simbólico de honor y de

compromiso por la nación. Una ceremonia de consagración, en la que cada uno

fue recibiendo una katana de las manos del nuestro comandante en virtud de

nuestra valentía. La besábamos en la vaina e inclinábamos nuestras cabezas al

mejor estilo samurái. De hecho, no podía dejar de relacionar está ceremonia con

el Seppuku de los otros samuráis. Y llegué a sentirme como uno de ellos,

recibiendo las ofrendas para luego consumar el acto del suicidio ritual.

En la espada colgaba una cinta hachimaki la cual el vicealmirante amarró

en su cabeza al igual que nosotros los Shinpū, como símbolo del compromiso

que nos ata a la voluntad del Emperador, y de no flaquear en la misión

encomendada. Tal pensamiento no daba cabida en nuestras cabezas, y sí lo

hiciese el amarré de la cinta hachimaki nos regresaría a la senda de la lealtad

incondicional. Luego cada uno de los miembros del Tokkōtai fue reclamando su

Jisei-no-ku el poema de despedida. Era inevitable advertir entre las palabras

quebradas de los infelices moribundos la nostalgia de no alcanzar las metas

trazadas en vida; de no cumplir sueños, y de postergar promesas. Era una

melodía al unísono que hablaba de promesas de matrimonio, de titularse de la

universidad, de ser mejor esposo e hijo; nada de eso tenía cabida en la mente

de un Shinpū.

227
Entonces sin haberme percatado continuó mi turno. Debo confesar que no

quería escribir ningún Jisei-no-ku, pero envista de la obligatoriedad del asunto,

lo compuse al caminar al salón de ceremonia:

Como el viento va y viene

así es el destino de los hombres

Que el Kamikaze sople

en el último suspiro de mi vida.

Esa fueron mis últimas palabras, que atrajeron las miradas de los

presentes. Todos me observaron desde el vicealmirante hasta el compañero de

al lado. Aquellas palabras no habían sonado como una despedida, más bien se

intrincaban en la espesura de la esperanza. Un sentimiento que hasta los altos

mandos desprestigiaban. Terminado la lectura de los Jisei-no-ku, el paso final

fue beber un sorbo de sake bien fermentando. Después de este acto un silencio

solemne cubrió la estancia y los presentes, incluyéndome postramos nuestros

rostros abatidos.

Nadie de los presentes quería dar el siguiente paso; el espíritu arde

comprometido por la causa de resaltar al Emperador, algo que todos hemos

soñado desde la niñez. Pero la carne es débil y se resiste a dejar los placeres y

los sueños de este mundo. Todos los Shinpū vacilamos en este preciso instante.

228
Ya en la pista nos disponíamos a abordad los Zeros, fuimos recibos con

una banda en que se visualizaba el Sol Naciente, la insignia de nuestra gloriosa

Armada Imperial. Tomé la banda y la dejé caer entre los hombros, cubriendo mi

dorso; el resto de compañeros actuó de la misma manera. Indudablemente

partíamos a la muerte, mi día había llegado. La banda colgaba como los ramos

de flores en la sepultura en retribución a los muertos.

Uno a uno fuimos montando en nuestros aeroplanos y al estar en la cola

de la formación atestigüé los rostros de resignación clavados en los cadáveres

que éramos y que iban cerrando la cabina como cerrar un ataúd, y esperamos la

orden de despegue. Sólo la radio interrumpía la sobriedad de la soledad, dando

instrucciones de la posición del enemigo. Sin darle la importancia que requería,

aproveché y saqué una foto de mis padres y hermanos y la introduje en las

ranuras de los instrumentos. Ese era el único recuerdo que quería llevarme de

esta guerra.

La orden de despegue se escuchó en la bocina, el primer Zero comenzó la

labor y en un santiamén la nave tomó vuelo, le siguió la segunda, la tercera…, A

poco de mi turno, los controles temblaban en mis manos, y por segundos me

confundían los instrumentos de vuelo, el de altura lo leía como el de velocidad,

y a su vez éste se me asemejaba al de potencia del motor. En eso, escuché la

señal que me indicaba despegar, eché los pedales y el aparato que lucía más

encogido, apenas me dejaba mover los controles. Se me antojaba que el Zero

cumplía las características de un ataúd, y de hecho lo veía, por su estreches,

como un contenedor de huesos.

Fui atravesando la pista y a sus costados niños y niñas con ramos y

banderines saludaban a mi paso, viendo en sus inocentes rostros la incondicional

229
suplica de salva a nuestro país. Creí que la pista era mucho más extensa que

ayer cuando concluimos los entrenamientos, puesto que no veía la meta. Al cabo

el Zero subió las alas, la cabeza y segundos más tarde la cola, medio giré la

cabeza y los niños seguían agitando los banderines en una melodía de

despedida, y supe que ya no había marcha atrás.

Nos dispersamos en una formación de escuadra. Al poco tiempo de estar

en el aire distinguimos la flota aliada a unos 45 Kilómetros de las Islas de Suluan;

estaba conformada por tres portaaviones, cinco cruceros y más de dos docenas

de acorazados. Nuestro objetivo fijado por el Estado Mayor de la Armada

Imperial constituía los portaaviones, así que el capitán de escuadra dio la señal

para iniciar las maniobras de ataque, pero los barcos de los aliados nos habían

detectado y el fuego de la metralla escupida por sus cañones y metralletas se

hizo sentir en el cielo despejado. Uno de nuestros Shinpū fue alcanzado y se

precipitó al mar al igual que una mosca, sin llevar a cabo su misión, el resto

rompió formación y nos aventuramos a la gloria.

El fuego aliado retumba en los vidrios de la cabina y hacía temblar el

armazón del aeroplano, debí hacer varias piruetas que jamás imaginé ejecutar,

pero logré esquivar la arremetida de la artillería de los acorazados; debo confesar

que el proceso no fue nada fácil, las manos me temblaban y no podía detener

sus convulsiones. Sin embargo, esta irrupción de miedo, no fue un limitante para

alcanzar la altura estipula para el ataque, en aquel preciso instante vi con mis

ojos como un compañero Shinpū se estrelló contra el segundo portaaviones,

sucumbiendo su Zero en una llamarada que ardía con la intensidad de miles de

hogueras, y difuminarse en una cortina de humo negra. Me alegré, me alegré por

su alma que ahora estaría congraciándose en la compañía de los Kami en el

230
Santuario Yasukuni, había alcanzado la honra y el honor de mirar a los ojos a

mismísimo Emperador, aunque sus huesos y carne se quemaran hasta sólo ser

reconocible una pila de cenizas. Era mi turno.

Me preparé, mis manos temblorosas habían contagiado a los pies de su

incomodo padecimiento. Sin más resucitó en mi mente las historias narradas de

los ancianos de la aldea sobre el viento divino, el Kamikase, y deseé como nunca

que éste peleara por sus hijos. Tal pensamiento fue interrumpido por un fallo del

motor, que apagó al aparato y lo dejo caer libremente. Comencé a jalar la

palanca de encendido y de inyección de combustible, no podía creer los que

ocurría, ¿cómo venía a fallar en plena misión? El avión se inclinó en picada, el

desespero invadió mi conducta, olvidando las instrucciones para afrontar este

tipo de crisis. Finalmente, por mi suerte o destino, el Zero respondió y con mayor

fuerza se encamino hacía el portaaviones. Mis manos no dejaban de temblar y

mi pecho se estremecía como si los caños de los buques dispararan en su

centro; el viento corría libremente por la armazón de la cabina, lo veía, era él,

quería sentirlo así sea por única vez, y corrí la tapa de la cabina. Lo sentí, sentí

el viento divino corriendo por mi rostro mientras me acercaba a la cubierta del

portaaviones aliado; y allí un presentimiento titilante surco mis ánimos, girar el

timón y alejarme de esta pesadilla, fue entonces que el nudo de la hachimaki me

recordó mi compromiso, mi pacto de honor y deber con el Emperador. Y sentí

vergüenza por tan bajos pensamientos.

El viento divino arrugaba mi rostro, la cabina se mecía y temblaba al igual

que mi cuerpo. Ya sólo faltaban unos cuantos metros para el impacto, podía ver

a los marineros del barco correr por refugio e imaginé que el mismo desespero

apresó a los soldados de Kublai Khan cuando intentaron invadir a nuestra amada

231
nación. No había marcha atrás ese era su destino al igual que el mío: ¡Morir por

la nación! Y sin desear que tal desenlace se esculpiera en mis pupilas y en mis

recuerdos cerré los ojos, previo de tomar la foto de mis seres queridos y

atesorarla en mi pecho; el cerrar los parpados me permitió oír el gemido del

viento susurrar las plegarias de los Kami.

En mi mente nacía la nostalgia de mis padres, de mis hermanos, los veía

recibirme después de concluida la guerra, al tanto el Kamikase se hacía más

estruendoso y escuchaba su furia, y deduje que los Kami habían respondido mis

suplicas y correspondido al sacrificio de sus súbditos, desatando el viento divino

sobre el enemigo invasor, para destruir su flota y alejarlos de la costa y de los

mares, de las tierras consagradas al Emperador. El viento divino me envolvía y

resarcía mi espíritu atormentado, el fin daría paso a la gloría; pero entonces un

torrente de agua surgió del mar y los tentáculos de las olas abrazaron al Zero,

llenando cada compartimiento de agua salada, hasta sumergir al aparato en la

profundidad, y a mí en una honda oscuridad franqueada por un telón de niebla

de la que hasta el día de hoy no he podido escapar. Veo a otros arrastrados por

la marea y les pregunto qué sucede, dónde estamos, es este acaso el Santuario

Yasukuni. No hablaban, no observan, sus pálidos rostros asemejan a un

funayurei, fantasmas de aquellos que perecieron en el mar.

232
Ferreol von Schreiber Beckenbauer es el tipo de persona que

vive con el terror, sueña con el terror, desayuna, almuerza y cena

con el terror palpitando en sus ojos. Él lo distingue en las

circunstancias más banales y de poca monta que, pasarían

desapercibidas para el más ingenuo de los mortales. De tal suerte

escribe relatos (cortos o largos) con el único fin de hacer ver al

lector, y a su vez éste a su círculo más cercano, que el miedo

existe, en la más sutil forma inesperada, y que el terror es la sangre que nos

mueve, pero a la inversa nos consume.

Por tal motivo, los invita a leer cada uno de sus cuentos como Departamento

302, con el cual fue finalista en el Primer Certamen de Excelencia Literaria

celebrado en 2015. O el artículo Científicos locos reales publicado en la Revista

Digital miNatura en su número 155. También el relato ¿Hay alguien ahí?, de la

revista Vuelo de Cuervos en la edición de octubre del 2017, y Asgardia: la tierra

prometida en su número 8 de mayo 20 del 2018. En todo caso por cualquiera

que os apetezca, encontrará ¡querido lector!, una bofetada sin previo aviso, al

descubrir el terror en la vida diaria, en el día a día, como si despertara de un

sueño, solo para dormir una pesadilla.

Si les pica el gusanito de la curiosidad, y desean saber más, pueden hallar más

información en internet. ¡Pero ojo! Deben saber dónde explorar…


Miradas
Jordi Escoin

Estoy en el módulo transbordador de la nave de la Federación camino a

Nihonbashi, estación espacial orbital de Nihonjin, la colonia japonesa que hay en

el exoplaneta FGT32-C. Doy un último repaso al informe: Nihonjin es el único

archipiélago de islas de este mundo acuático. Algo ataca brutalmente a los

habitantes de Saikaido, la isla principal de Nihonjin. En el informe no hay

imágenes, tan solo una descripción aséptica de los sucesos. No hay

sospechosos, no hay pistas, no hay explicación razonable para lo que ocurre.

La ligera sensación de frenado acompañada de un leve temblor de encaje me

anuncia que hemos llegado. Me dirijo hacia la esclusa principal que se abre justo

antes de que pueda activar el intercomunicador. El Jefe Marshal me mira

sorprendido, pero ya estoy acostumbrada.

—¿Elmón? ¿Ardid Elmón?

235
—La misma —. Le digo, mientras alargo la mano para estrechar la suya. — Y

usted debe ser Hiromi… —Soy incapaz de recordar el apellido que he leído en

el dosier.

—Kobayashi, Hiromi Kobayashi, Māsharubosu de Nihonjin. Perdón —se corrige,

— Jefe Marshall.

Su firme apretón de manos acompañado de una ligera inclinación de cabeza

transmite confianza y respeto. Nos damos un repaso visual, él aún sorprendido

de que la investigadora galáctica especial que han enviado desde la Federación

sea tan joven. Aparenta unos cuarenta años y es bastante apuesto.

—Dígame Hiromi ¿podría ver algunas imágenes del peligro al que nos

enfrentamos?

—Por supuesto Ardid, lo podemos ver en el Kōban de la estación, sígame.

Tomamos varios elevadores y recorremos una red de pasadizos laberínticos

hasta llegar a un puesto de control. Aquí nos espera un joven agente que Hiromi

presenta como Nobuo Nakamura, su ayudante personal. En la sala hay tres

grandes paneles plásmicos que muestran vistas de lo que supongo es Saikaido.

A una indicación de Hiromi, Nobuo proyecta en uno de ellos una secuencia de

imágenes.

Al principio me cuesta apreciar los detalles de lo que veo ¡Dios! Lo que pone en

el informe no refleja ni de lejos la macabra realidad de esta acumulación de

cuerpos mutilados, reventados o ¿quizás aplastados? Es difícil escoger el

236
adjetivo más indicado para describir las escenas. El plásmico va mostrando lo

que han captado las cámaras de seguridad en todo tipo de lugares: en las calles,

en los pasillos de los edificios, en los parques, en las zonas montañosas.

-—¿Han detectado algún patrón? —pregunto disimulando mi turbación. —Nunca

había visto nada tan...

—No hay ningún patrón-—me interrumpe Hiromi a mi espalda.

Me doy la vuelta sorprendida por su afirmación.

—Jefe Marshal…perdone, ¿cómo era?

— Māsharubosu

— Māsharubosu — sonrio, —usted sabe que siempre hay un patrón, solo hay

que encontrarlo.

—No en este caso—contesta secamente, aunque después añade en tono más

conciliador bajando la vista. —O, al menos, no lo hemos sabido encontrar.

-—El informe indica que los primeros ataques se dieron al aire libre. ¿Qué tipo

de víctimas eligió el agresor al principio?

Hiromi explica que ha repasado una y otra vez los datos y todo parece indicar

que esa cosa ataca al azar. Según él las mortales agresiones pueden alcanzar

a cualquiera, hombre o mujer, adulto o niño, civil o militar ...

¿Esa cosa? Me sorprende que Hiromi se refiera al agresor de esa manera.

—¿Cree que se trata de un animal?

El Māsharubosu suspira y se encoje de hombros.

237
—Francamente no sé qué pensar, no sabemos que es lo que ataca a la gente,

no se ve—. Con un gesto de la mano llama la atención de Nobuo. —Pon la

secuencia del ataque en el parque, por favor.

El plásmico muestra un parque con mucha vegetación, un pequeño lago artificial

y un complejo infantil donde los niños juegan vigilados por sus padres. De

repente algunos padres empiezan a ser despedazados por una fuerza invisible,

ante la mirada horrorizada de los demás que corren a buscar a sus hijos. Me

quedo sin aliento ante lo que veo, en poco menos de un minuto todo ser viviente

es destrozado. He de esforzarme para no apartar la vista del plásmico. Tomo

aire antes de comentarle a Hiromi un detalle que capta mi atención.

—Entre los gritos me ha parecido oír palabras que se repiten de forma insistente,

pero no conozco su lengua.

—Gritan alertando sobre el árbol, el agua, el suelo, el columpio... Es como si

atribuyeran el ataque a lo que tenían delante de sus ojos.

—Un camuflaje. Es posible que se trate de un camuflaje militar invisible. Con el

movimiento puede parecer que los elementos del paisaje se mueven ligeramente

— digo, girando la cabeza para mirar a Hiromi, esbozando una ligera sonrisa que

se me congela al observar su expresión de desánimo.

—Fue una de nuestras hipótesis, pero no. No es posible. La cosa ataca de un

lugar a otro casi instantáneamente. Cubre grandes distancias en pocos

segundos.

—Quizás sea un grupo de atacantes.

238
-—No, tampoco. Se trata de un solo atacante, nunca se dan ataques de forma

simultánea. Además, cuando ataca en el interior de los edificios pasa de un

habitáculo a otro como si atravesara las paredes— dice, al tiempo que pone

imágenes del interior de las viviendas.

El espectáculo de sangre y cuerpos destrozados es espeluznante. En una de las

imágenes veo una cuna…Se me atraganta la saliva, casi no puedo hablar.

—La población debe de estar aterrorizada —digo en voz baja. —Parece que no

se pueda hacer nada para huir de esta amenaza.

Levanto la vista para mirarle a los ojos, me saca lo menos un palmo de altura.

—Creo que me iría bien escuchar directamente de usted un resumen de cómo

han ocurrido los hechos, desde el principio. Es usted un buen investigador y no

debo perder tiempo en descubrir detalles que ustedes ya han analizado.

Hiromi asiente y empieza a hablar.

—Hace cinco días empezaron los extraños ataques en el parque central del área

urbana de Saikaido. Mandamos rápidamente una patrulla que también fue

aniquilada. Después los ataques se fueron expandiendo en diversas zonas del

distrito urbano. Como ya he dicho, en lugares muy distantes entre sí en pocos

segundos, o dentro de los edificios, pasando de un habitáculo a otro

aparentemente atravesando las paredes. El atacante es invisible, o al menos no

lo captan las cámaras, aunque las victimas sí parecen observar lo que las ataca.

Suki, una chica superviviente de 14 años vio como los cuerpos de sus

compañeros de clase eran destruidos como por arte de magia. Tiene implantado

239
un sistema de visión artificial porque nació ciega. Cuando comprendimos que

solo la mirada humana parecía molestar a la cosa, mandamos patrullas con

cascos opacos que trajimos de aquí, de Nihonbashi, y funcionó. Así hemos

podido investigar sin peligro a través de las cámaras de los cascos en las zonas

donde se producen los ataques. Al parecer eso no se siente observado por las

cámaras.

—Cascos opacos — repito. — Ingenioso.

—Se utilizan con frecuencia en los trajes espaciales para evitar las radiaciones

exteriores que los clásicos visores siempre dejan pasar en mayor o menor

medida.

Sé lo que es un casco opaco, pero no le interrumpo, pues mientras escucho a

Hiromi un clic se activa en mi mente. Conozco la sensación, sé que he captado

algo, pero aún no sé el qué. Me esfuerzo por no distraerme hurgando en mis

pensamientos y perderme otros detalles importantes de lo que Hiromi me cuenta.

—Las ... heridas, no muestran tampoco ningún patrón. En algunos casos los

cuerpos parecen aplastados, en otros cortados quirúrgicamente o los miembros

arrancados como a mordiscos. En algunos cuerpos se dan todas estas

características. Cuando La población entró en pánico activamos el toque de

queda, pero no sirvió de nada, porque entonces empezaron a producirse los

ataques dentro de las viviendas. Mucha gente está huyendo de Saikaido hacia

Hondō, la isla más grande de Nihonjin y también la más cercana. No hacemos

nada por impedirlo, pues esa cosa, o lo que sea, solo ataca por ahora en

Saikaido. Aun así, aún queda gente que no puede huir o no tiene el valor de

intentarlo. Al principio eran escépticos que se creían fuera de peligro, hasta que

240
empezó a alcanzarles el horror. La población superviviente a día de hoy está

total y absolutamente aterrorizada.

Hiromi hace una ligera pausa y continua.

—Durante las investigaciones descubrimos que un experimento se puso en

marcha en el colisionador de hadrones de la universidad de Saikaido, justo el día

que empezaron los ataques. Pensamos que podría tener relación así que

cortamos la energía en todo el complejo, a pesar de las protestas airadas de los

científicos. Sin embargo, no sirvió de nada, los ataques continuaron. Al tercer día

recibí un comunicado del mando del tercer sector de la Federación. Debía

instalarme aquí en Nihonbashi para dirigir las operaciones y también para evitar

que ninguna nave intergaláctica abandone el planeta, parece que nos han puesto

en una especie de cuarentena —dice, con un ligero tono sarcástico. —También

me comunicaron que enviarían al mejor y más experimentado investigador

galáctico especial que tienen en esta zona, Ardid Elmón.

Se interrumpe. Durante toda su narración su vista parecía fijada en un punto

perdido en el horizonte, ahora me traspasa con su mirada.

—Le pido disculpas por el saludo. Sí, me sorprendió su juventud, lo lamento.

Pero no piense que subestimo su capacidad, al contrario. Deseo, de todo

corazón, que usted no defraude mis expectativas. Espero que tenga éxito,

créame, porqué me siento absolutamente incapaz de resolver este caso sin

ayuda.

241
Le sostengo la mirada y me conmueve su sinceridad. Por lo que he leído sobre

él en el dosier, fue un excelente Māsharu en Hondō, antes de llegar a

Masharubosu de Nihonjin.

—Mire Ardid— continua. —En un principio pensé que se trataba de algún tipo de

animal, pues durante la noche disminuían enormemente los ataques. Necesita

dormir como todos los animales, me dije. Pero me equivoqué. Las noticias vuelan

en este pequeño planeta y seguramente fue debido a que los propios agentes

que intervienen en la investigación alertaron a sus familiares para que pudieran

huir del peligro. Así que algunos lo intentaron de noche, pero todos fueron

exterminados. En algunos casos familias enteras. Ahora la gente no sabe qué

hacer. La población está paralizada. La mayoría simplemente se quedan en casa

esperando la muerte. Hemos tenido que abastecer de alimentos a secciones

enteras. Todo está paralizado, el comercio, los transportes... Si, ya sé lo que me

va a decir, pero no disponemos de cascos opacos para toda la población, solo

unos cientos y ahora todos están en uso salvo una pequeña cantidad de reserva

aquí en Nihonbashi. Hemos alertado a la población que no miren a la cosa

cuando se sientan amenazados, pues eso parece ser lo que desencadena sus

ataques—. Mueve la cabeza negativamente y concluye:

—Ahora ya no pienso que sea un animal, me inclino a pensar que se trata de un

ser … diabólico. Nunca creí que diría esto, pues sé que va contra toda lógica,

que parece sacado de los virtuales de terror que tanto gustan a los jóvenes. Pero

ya sabe lo que dice el refrán, cuando todo lo probable queda descartado, lo que

parece imposible debe ser la verdad.

242
Nos quedamos un momento en silencio. La frase no es exactamente así, creo

recordar, pero tiene razón a medias.

—Hiromi, entiendo su desesperación, pero “lo imposible” no sabemos en

realidad de que se trata, solo que es de naturaleza desconocida para nosotros.

No tiene por qué ser algo diabólico o mágico, puede tener una explicación

científica que aún no comprendemos.

Otra vez el clic, presiento que me estoy acercando a algo. Una pregunta surge

en mi mente.

—¿En estos momentos se están produciendo ataques?

—Es posible. Se registran cambios importantes en la densidad del aire allí donde

aparece esa cosa. Es nuestra única pista.

Me sorprende el comentario de Hiromi.

—Pero eso es algo que no se detecta si no se busca intencionadamente. ¿Cómo

lo sospecharon?

—Suki nos dio la pista. Dijo que durante todo el ataque sintió como cambiaba la

densidad del aire. En ocasiones le faltaba el aire para respirar, en ocasiones

sentía una fuerte presión en los tímpanos que le causaba dolor. Además…

Observo dudas en Hiromi, que no se decide a continuar.

—Siga Māsharubosu, ¿qué le preocupa?

Hiromi se acaricia la nuca y niega con la cabeza.

—Está también esa absurda historia del Kamaitachi.

Hago un gesto con la mano invitándole a continuar.

243
—Se trata de una antigua leyenda japonesa. El Kamaitachi es una criatura

sobrenatural invisible que tiene garras afiladas. Resulta invisible porque viaja por

el aire y los vientos atacando a las personas a tal velocidad que el ojo no puede

verlo.

—Bueno, en nuestro caso es al revés ¿no? Justamente la visión humana lo

capta.

—Si, pero está ese antiguo estudio científico. Hace muchos siglos en nuestro

Japón natal, en La Tierra, se produjeron una serie de ataques a personas en sus

hogares y en los campos que se atribuyeron al Kamaitachi. Se realizó un estudio

científico para intentar encontrar una explicación.

—¿Y cuáles fueron las conclusiones?

Hiromi me mira fijamente antes de responder a mi pregunta.

—Que los accidentes se debían a súbitos cambios locales en la presión

atmosférica.

Justo entonces Nobuo nos alerta de la detección de cambios de densidad del

aire y conecta con las cámaras de la zona donde está pasando uno de esos

horribles episodios. Entre gritos y miradas de terror un pequeño grupo de

personas sale huyendo de un edificio, pero son destrozadas sistemáticamente

por esa misteriosa fuerza invisible. ¡Dios mío! Las piernas me tiemblan, aquello

pasa justo en ese momento y nosotros somos testigos directos. Me siento en la

consola como para observar mejor, disimulando el temblor de mi cuerpo. Una

familia, los padres y una niña, huyen cogidos de la mano y de repente se detienen

entre gritos aterradores cuando el padre empieza a ser despedazado.

Contemplar algo así sin poder hacer nada es la peor de las pesadillas para

244
cualquier defensor del orden. ¡Nobuo, Congele la imagen! Grito. Quiero ver los

rostros con detalle, le indico, pero no me puedo engañar, también necesito

detener ese dantesco espectáculo en directo. He visto cosas inimaginables como

investigadora galáctica especial, pero la impotencia que siento ante estos

hechos me supera y me golpea sin piedad. Noto que me estoy contagiando por

momentos del desánimo de Hiromi.

Nobuo hace un zoom sobre la imagen parada. Observando a la madre y a la niña

queda claro que están viendo lo que las ataca. Pero no puedo contemplar por

más tiempo las expresiones de pánico de aquellos rostros desencajados y me

vuelvo para hablar con Hiromi, parado tras de mí. Siento un momentáneo alivio

al dejar de ver a esas personas que con toda seguridad ya no existen. Presiento

que esta imagen quedará grabada para siempre en mi memoria y me provocará

escalofríos cada vez que la recuerde.

—En su informe habla usted de dos únicos supervivientes. Hábleme del

segundo.

—Es un anciano, el único en sobrevivir al ataque en la segunda planta de una

residencia para la tercera edad. Pero el hombre tiene demencia senil y no

recuerda nada de lo que pasó. Quizás estaba durmiendo cuando ocurrió.

Los clics de mi pensamiento ya no paran de sonar. Por mi cabeza pasan a toda

velocidad los recuerdos de cuando estudiaba la carrera de cosmología galáctica.

Un ejercicio de clase que describía como veríamos un ser que apareciera desde

la cuarta dimensión con la analogía de cómo nos verían a nosotros los habitantes

de Planilandia, un hipotético mundo de dos dimensiones. También recuerdo las

245
teorías sobre cómo el observador puede determinar el estado cuántico de una

partícula, colapsando la función de onda. Le digo a Hiromi que verifique si el

abuelo está ciego. Tras un momento de duda, Hiromi asiente y establece

comunicación con el centro de operaciones de Saikaido. Después de algunas

comprobaciones confirma que sí, que el hombre se quedó ciego hace poco por

la edad.

Cojo del brazo a Hiromi y lo acerco al plásmico donde aún está congelada la

imagen de la madre y la niña.

—Mire sus ojos. ¿lo ve?

Hiromi se acerca todo lo que puede a la imagen y pasa su mirada de la madre a

la niña alternativamente.

—No miran hacia el mismo sitio —asiente. —La madre mira hacia arriba a la

derecha y la hija en algún punto de abajo hacia la izquierda.

—Exacto, si fuera una agresión corriente las dos mirarían en la misma dirección.

El agresor no proviene de un lugar determinado, sino que parece provenir de

donde están mirando.

—Sí, resulta curioso —asiente de nuevo.

—Otra cosa. Cuando la población huía supongo que lo hizo utilizando una

combinación de vehículos de superficie, anfibios y aéreos. ¿Recibieron ataques

dentro de los vehículos?

—Solo en los de superficie. Va usted muy rápido, creo que no la sigo.

246
—Bien, eso nos indica que esa cosa no puede volar o al menos que necesita

estar en contacto con el medio físico que la rodea. Creo que han estado ustedes

algo despistados por culpa de la leyenda del Kamaitachi. Los súbitos cambios

de densidad del aire pueden deberse a desplazamientos de materia, como

cuando pasa un vehículo a gran velocidad por nuestro lado. Es posible que para

esa cosa la materia sólida constituya su hábitat vital, como lo es materia

gaseosa, el aire, para nosotros.

—¡Y por qué ataca a las personas que lo ven?

—No tengo la más remota idea. Pero lo importante ahora es que esa cosa no

puede abandonar Saikaido.

—¿Eso es importante?

—Al alto mando de la Federación del sector tres es lo que más le preocupa,

créame—sonrio y continuo. —Bien, vamos a hacer lo siguiente: hay que dar

indicaciones lo antes posible a toda la población de Saikaido para que cierren

los ojos, o que se pongan un antifaz del sueño o una venda que les impida mirar,

hasta nueva orden.

—Pero, no entiendo…

—Hiromi, me pediste hace un momento que te ayudara a resolver este misterio.

Pero hemos de afrontar que lo más probable es que no lo podamos resolver,

escapa a nuestra comprensión, al menos por el momento. Por tanto, debemos

centrar todos nuestros esfuerzos en neutralizar la amenaza. Si no le damos lo

que necesita para atacar, no lo hará. No hay tiempo para resolver, solo para

actuar.

247
Acabo de darme cuenta de que le estoy tuteando, es buena señal. Significa que

me encuentro a gusto con él y también que he recuperado la confianza en mí

misma. Espero y deseo que no le moleste.

—No lo sé Ardid, ¿quieres decir que con eso bastará? La gente no puede estar

con los ojos cerrados indefinidamente.

Me tutea. Sonrio dentro de mí. Considero por un momento la posibilidad de

explicar a Hiromi mis sospechas, pero él no tiene formación científica en física

cuántica ni en cosmología. Además, anticipo una discusión donde no soy capaz

de responder con seguridad a sus preguntas y resolver todas sus dudas. Es un

investigador con experiencia y se dará cuenta que me muevo más por intuición

que por razonamientos analíticos.

—Confía en mí, por favor. La clave está en la mirada, en la vista. No es que la

cosa ataque a quien lo ve, sino al revés, por alguna razón que desconocemos

se siente amenazada o atraída por la mirada y se dirige allí donde capta visión

humana. Si no hay mirada quizás desaparezca la amenaza. O mejor aún, quizás

se alimenta de la energía óptica humana y se muere por inanición, ahora mismo

cualquier explicación me serviría porque no hay forma de saberlo. No es mucho,

pero es lo que tenemos.

Hiromi me mira evaluando todo lo que he dicho y al final asiente. Habla con

Nobuo en su lengua natal y al final mandan un comunicado al Centro de

operaciones de Saikaido.

248
Nos acomodamos en los sillones de la sala de control a la espera de noticias. En

un principio la espera resulta exasperante, pero poco a poco, conforme la

instrucción llega a la población, se registran cada vez menos cambios en la

densidad del aire hasta que al cabo de pocas horas prácticamente desaparecen.

Nobuo pide permiso a Hiromi para retirarse y acostarse un rato, lleva mucho

tiempo sin dormir. Hiromi y yo aprovechamos para ponernos un poco al día de

nuestras respectivas vidas, hasta que al final surge la clásica pregunta ¿Cómo

nos hemos metido en este tipo de trabajo?

Hiromi reconoce que en su caso fue inevitable, solo encontraba paz en su interior

cuando conseguía encajar todas las piezas de cualquier pequeño misterio. Sus

padres le alentaron a estudiar criminología en Hondō. Allí conoció a Emiko, su

mujer. Ella no podía tener hijos. A Hiromi le gustaba explicar a Emiko los detalles

de sus casos, pues con frecuencia sus inocentes preguntas y a veces sus

agudas observaciones, le ayudaban en sus deducciones. Pero al final eso fue

una maldición, Emiko sabía demasiado sobre el que sería el último caso de

Hiromi en Hondō, relacionado con una organización criminal de tipo yakuza. La

torturaron hasta matarla para sacarle información.

Se instala un incómodo silencio entre nosotros. Intento romper la tensión

explicando a Hiromi que a él le pasa un poco como a Sherlock Holmes, el

legendario investigador que creó el escritor Arthur Conan Doyle hace unos 7

siglos en el planeta Tierra. Holmes necesitaba hablar de los casos con Watson,

su amigo y ayudante, para estimularse. Por cierto, le aclaro que es de este

249
personaje la frase que ha citado: al final cuando todo lo demás queda

descartado, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad.

Le cuento un poco también de mi vida, mi nombre completo es Ardídome, pero

siempre me han llamado Ardid. Le cuento algo de mi espontánea capacidad para

establecer relaciones entre los datos, que muchos otros no ven. En mi caso no

es tanto un proceso de deducción sino simplemente la observación de

correlaciones y conexiones de forma automática. Con frecuencia me molesta

que otros no vean lo que para mí resulta tan evidente. Esta habilidad innata que

tengo me ha llevado a ser la investigadora galáctica especial más joven de toda

la Federación galáctica terrestre. El problema es que me sucede lo mismo en mi

vida privada y tarde o temprano veo conexiones en la conducta de mis

compañeros sentimentales que no me gustan y termino boicoteando yo misma

las relaciones. O quizás se trata solo de que aún no he encontrado a un hombre

que encaje con mi extraña forma de ser.

Nos quedamos de nuevo en silencio. Creo que resulta claro para los dos que

entre nosotros hay cierta química, pero ambos tenemos miedo de que un

movimiento en falso rompa el encanto. Estoy a punto de dar el paso y expresar

justamente en voz alta este pensamiento cuando en el plásmico de la izquierda

parpadea un mensaje en intergaláctico estándar: ¡se detectan importantes

cambios en la densidad del aire en la estación orbital!

Nos quedamos como hipnotizados por unas décimas de segundo mirando el

plásmico.

250
—¡Nobuo! —Grita Hiromi por su intercomunicador. —Trae inmediatamente tres

cascos opacos de la sala de exploración exterior.

—¡Cierra los ojos Hiromi! Cerremos los ojos mientras llega Nobuo. Dios mío, ¿en

qué me he equivocado? —La sospecha y la evidencia se ciernen sobre mí. —

Hiromi, ¿qué significa Nihonbashi?

—Es el nombre de un antiguo puente…

—Vale —le interrumpo. —¿Es puente en sentido literal no? esta estación

espacial orbital es de esas que están conectadas al planeta por un sistema de

ascensores espaciales sobre de estructuras de nanotubos de carbono, ¿no es

así? Y por si fuera poco, conecta directamente con Saikaido, supongo.

—Si, así es. ¡Claro! El Kamaitachi no puede volar, pero ha ascendido por el

sistema de nanotubos. Lo siento, no sé cómo no he reparado en ello antes…

—No pienses más en ello —. Paso la mano por el reposabrazos del sillón hasta

alcanzar a tientas la suya. La sujeto con fuerza. -—Esperemos a que llegue

Nobuo con los cascos. Creo que ya se lo que nos falta, Luego te explico.

Nos quedamos así sentados, con los ojos cerrados y cogidos de la mano,

intentando captar lo que sucede a nuestro alrededor. Pero soy de esas personas

que no pueden estar sin hablar mucho tiempo.

—Hiromi… ¿Cuántas personas hay en esta estación?

—Unas doscientas. Pero no debes preocuparte. Todos tienen ya instrucciones

de permanecer quietos con los ojos cerrados. se ha retransmitido por el

comunicador que todos llevamos en el oído —me tranquiliza.

Se oyen unos pasos que se acercan con rapidez, debe ser Nobuo.

251
-—Aquí traigo tres casc… oh ¡yabai! La sala…

Se oye un fuerte chasquido, algo líquido me salpica en la cara. Es sangre. Oh

no, Nobuo no se puso el casco. Debería haberse puesto el casco lo primero,

maldita sea. Aprieto la mano de Hiromi con más fuerza y me suelta. ¡Me ha

soltado la mano! Pero, ¿qué está pasando?

—¡Hiromi! —Grito. Palpo el sillón y está vacío. —¡Hiromi! ¿Estás bien?

Oh no, Hiromi, Hiromi, no puedes estar muerto. Noto una presencia, la noto con

fuerza, siento como si el aire faltara en la sala y ahora de golpe noto el aire muy

denso, cargado. El Kamaitachi está aquí, está buscando una mirada. ¿Y si me

he equivocado? Estoy segura de que Hiromi no ha abierto los ojos. ¿Y si no es

suficiente con cerrarlos? Necesito encontrar uno de los cascos. Me bajo de la

silla y empiezo a gatear a ciegas tanteando con las manos. Noto un cuerpo. Oh,

¡Dios! Es un pedazo de un cuerpo. Sigo tanteando más a la derecha, paso por

encima de un charco de sangre y tropiezo con otro cuerpo. Palpando veo que

está entero. Es Hiromi sin duda, es un cuerpo muy largo. Le palpo el pulso. Está

vivo, gracias a Dios.

—¿Hiromi? ¿Me oyes? —le susurro al oído.

Noto de nuevo la presencia frente a mí, que me golpea con la fuerza de una onda

expansiva. Sorprendida abro instintivamente los ojos. Veo un casco justo delante

252
de mí, algo a la izquierda. Lo cojo con rapidez, me medio incorporo y empiezo a

hacer el ademan de colocármelo cuando lo veo. ¡Veo al Kamaitachi!

Pero en realidad no sé lo que estoy viendo, no acierto a comprender… En mi

mente pasan en flases diferentes escenas de mi vida que descarto, hasta que

me detengo en una siendo niña. Estoy en el borde del estanque que hay en frente

de donde vivo con mis padres. Tengo unos 7 años. Estoy mirando el reflejo del

bloque de pisos en el estanque. Juego dejando caer una piedrecita en el agua.

Veo como el reflejo cobra vida y el edificio empieza a ondularse. Es lo más

parecido que mi mente puede asociar a lo que estoy viendo.

Toda la sala parece cobrar vida, no solo lo que tengo delante, sino todo en su

conjunto como si fuera una sola cosa. Justo enfrente tengo el plásmico con la

imagen aún congelada de la madre y la niña. Siento que voy a ser destrozada

por ellas, veo como la imagen parece encogerse hacia atrás junto al resto de la

sala como cogiendo fuerzas para saltar sobre mí. Me falta el aire, casi no puedo

respirar. Todo sucede muy rápidamente, pero yo lo veo como en cámara lenta.

Se que voy a morir. Noto un líquido que resbala por mis piernas, pero no es

sangre, me estoy orinando encima. Intento cerrar los ojos, pero no puedo, mi

vista está hipnotizada. No puedo dejar de mirar … no puedo … no puedo dejar

de colapsar la función de onda indefinidamente.

Me rio de mí misma al imaginarme explicando esto a Hiromi. El solo podría

entender lo de cerrar los ojos o lo del casco opaco. El casco, ese pensamiento

253
me salva la vida. Lo sostengo aún con ambos manos sobre la cabeza. Con un

gesto rápido termino el movimiento y me lo encasqueto.

…Oscuridad…Tranquilidad…

A tientas busco el botón que activa el casco y lo pulso, notando al instante como

las lentes opacas de conexión se anclan frente a mis ojos con una ligera

sensación de succión, como si fueran gafas de nadar y en menos de un segundo

recupero la visión por las dos cámaras exteriores adosada al casco. Es como ver

directamente con los ojos, como en un sistema de realidad virtual, solo que no

es mi visión directa. Nunca había usado ninguno hasta ahora.

Busco con la mirada y localizo otro casco. Lo recojo y me acerco a Hiromi. Veo

el pedazo del cuerpo de Nobuo a su lado y me entran nauseas que me esfuerzo

por controlar. Deduzco que es lo que impactó contra Hiromi dejándolo sin

sentido. Le coloco con delicadeza el casco. En cuanto lo activo veo que empieza

a recuperar el sentido porque empieza a moverse. He de contarle lo del

experimento del colisionador, pero justo en ese momento recibo ordenes desde

la nave de la Federación. Yo también tengo un comunicador adosado al oído.

Hiromi recupera del todo el sentido, se medió incorpora y dice atropelladamente:

—El experimento, debemos activar de nuevo el experimento para que el

Kamaitachi pueda irse de nuestro mundo por donde entró.

Decididamente este hombre me gusta. Me gusta mucho. Me duele tener que

mentirle.

254
—Hiromi, no es tan sencillo. ¿Cómo obligaremos al Kamaitachi a volver de nuevo

a Saikaido sin que alguien allí tenga que abrir los ojos? —La verdad es que no

es solo una buena excusa, es también una buena pregunta, pero supongo que

con un poco de tiempo encontraría la manera.

Notamos una fuerte sacudida en la estación. Me informan desde la nave que ya

han torpedeado la estructura de nanotubos. Ahora se hacen cargo ellos.

Tenemos atrapado al Kamaitachi en la estación orbital y quieren estudiarlo. Lo

de siempre. A ver como se lo explico a Hiromi.

Intuyo y presiento que es una grave equivocación, que estamos a punto de entrar

en una era de horror, la era Kamaitachi. Solo que este nuevo Kamaitachi es

mucho más terrible y mortífero que el de la antigua leyenda.

Profesional del ámbito de la educación, especializado

en TIC para personas con discapacidad. Apasionado

por la lectura de género fantástico desde muy joven.

También gran aficionado a la novela negra.

Recientemente se ha animado a escribir relatos de

género, a partir de lo aprendido en los cursos de

fantástico de la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés. “Miradas” es su

primer relato publicado.


(Hombres Caimán)

David P. Yuste

Little Boy, fue la bomba que lanzaron los americanos sobre la ciudad de

Hiroshima y que junto a la de Nagasaki, puso fin al conflicto que mantenían con

los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que la primera de

ellas destruyó dos terceras partes de la ciudad, y mató al instante a ochenta mil

personas.

Los que sobrevivieron ya no parecían humanos. Los bautizaron “hombres

caimán que caminan como hormigas”, un término cruel pero que por desgracia

se ajustaba terriblemente a su aspecto. Toda la piel de sus cráneos se había

quemado y se habían quedado sin ojos ni nariz. Sólo asomaba un pequeño

orificio donde antes había estado la boca. No podían gritar pese a sus terribles

heridas. Tampoco hablar. Pero los sonidos que emitían eran más terribles que

cualquier otro chillido que pudiera producir ningún ser conocido sobre la faz de

la tierra. Esos pobres desdichados, conocidos como “hombres caimán” murieron

pocas horas después.

256
—¡Guau, menudo pepinazo!— dijo asombrado el Capitán Lewis, sin pararse a

pensar demasiado en lo que decía cuando vio el hongo emerger desde el caldero

burbujeante en el que se había convertido la ciudad.

Robert Lewis había sido asignado como copiloto de la misión a bordo del

Enola Gay. Las instrucciones eran muy claras, lanzar aquel artefacto sobre la

ciudad de Hiroshima, Japón. El objetivo: disuadir al enemigo y sacarlo de un

plumazo de la contienda.

El Coronel Tibbets, piloto de la misión y Comandante al mando, miró

seriamente a su compañero.

—¿No pensarás escribir eso en tu diario de vuelo, verdad? No creo que

sea políticamente correcto— el tono de su voz denotaba cierto reproche.

—Tienes razón. Lo siento. Me he dejado llevar por la emoción. Si te

parece bien, creo que anotaré la frase “Dios mío, ¿Qué hemos hecho?”

El Coronel asintió en silencio sin dejar de mirar el hongo que seguía

ascendiendo en una combinación de tonalidades imposibles.

El resto de la tripulación se mantenía en sus puestos. Era difícil saber que

pasaba en ese instante por sus cabezas. Un total de doce especialistas

incluyendo a los pilotos, entre los cuales contaban operadores de radar,

ingenieros, bombarderos y otros puestos de similar categoría, habían sido

elegidos para garantizar que la misión tuviera éxito.

Durante un largo rato, se hizo el silencio en la nave.

257
Esa madrugada del nueve de agosto cuando despegaron de la pequeña

isla de Tinian, pocos conocían la magnitud real de lo que acontecería horas

después.

—¿Y ahora qué, Coronel?

—Seguimos órdenes. Nuestro trabajo ha concluido. Volvemos a la base.

Informa a los bombarderos que nos siguen que regresamos.

Lewis obedeció y radio en mano se dispuso a transmitir las instrucciones.

Un torbellino de luz tan potente como si un millar de focos apuntaran

directamente hacia ellos lo inundó todo, cegando momentáneamente a los dos

tripulantes de la cabina. Si hubieran sido capaces de ver desde fuera el B-29 en

el que viajaban, habrían jurado que se trataba de un ascua gigantesca que se

proyectaba en el aire, en lugar de un bombardero de reluciente fuselaje.

Los mandos y los aparatos de medición comenzaron a fallar y una

interferencia chirriante y aguda se interpuso bloqueando la frecuencia del canal.

El Enola Gay comenzó a perder altura mientras sus pilotos luchaban por

mantenerlo en el aire. El Teniente Jacob Beser, que era el oficial de

contramedidas electrónicas irrumpió a la carrera.

—¿Qué ocurre Coronel?— preguntó preocupado.

—Una avería generalizada. ¡Haga algo! Nuestras vidas dependen de ello.

No hizo falta que dijera nada más. El hombre desapareció nuevamente,

mientras el Capitán Lewis miraba a su compañero sabiendo que aquello se salía

de los parámetros convencionales. Un sonido ahogado les confirmó lo que más

temían. Los cuatro motores del bombardero acababan de pararse al unísono.

258
Desde detrás de sus asientos escucharon órdenes inconclusas. Luego

todo fue caos. Gritos, carreras y mientras tanto un descenso en picado que a

duras penas conseguirían enderezar.

Minutos después, el Enola Gay yacía inerte sobre su panza en terreno

desconocido y con serios daños estructurales.

Lewis fue el primero en recuperar la consciencia. Se sentía confuso y algo

mareado. Miró asombrado a través del enorme agujero en el que debían estar

los mandos y el resto del instrumental. Era un milagro que siguiera con vida.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que se estrellaron? Intentó recomponerse

y lo siguiente que hizo fue intentar reanimar al Coronel Tibbets, que además era

la persona de mayor rango. Cuando por fin consiguió que abriera los ojos

descubrió en su rostro la misma expresión de estupefacción que debía haber

tenido momentos antes él mismo.

—Lo sé. Yo he pensado lo mismo. Aun no entiendo como seguimos de

una pieza. Debemos actuar, y rápido. Es probable que estemos en suelo

enemigo Coronel.

—Tiene razón. Reúne a los muchachos y valoremos nuestras opciones.

Está claro que no podremos regresar a casa en este maldito cacharro.

En ese momento, entró el Capitán William Parsons —al que todos

conocían como Deak— visiblemente alterado. Junto a Morris, fue el encargado

259
de que la detonación de la bomba tuviera éxito. Sin ellos la misión nunca podría

haberse llevado a cabo.

—¡Coronel, han desaparecido!

De nuevo la confusión pareció reinar por un instante en lo que quedaba

de la cabina.

—¿De qué diantres estás hablando, muchacho?

—Ni Theodore ni Jacobs están. ¡Han desaparecido!

—Eso no es posible. ¿En qué estado se encuentra el resto del avión? Tal

vez los perdiéramos durante el accidente. ¿Has comprobado si falta alguien

más?

—Eh… No lo sé, señor.

—¡Pues a qué está esperando! Recuento de toda la tripulación. Capitán

Lewis acompáñelo. Seguimos con el plan establecido. Debemos salir de aquí lo

antes posible. Si descubren nuestra posición seremos un blanco fácil.

—A la orden.

Cinco minutos después, lo que quedaba de la tripulación yacía en tierra

junto a dos cajas. Una de ellas escondía varias armas y la otra algo de munición.

Nada de víveres, salvo algunas cantimploras vacías y un par de linternas. La

misión no había sido desarrollada para que en una situación como esa tuvieran

que sobrevivir al enemigo. A pesar de ello, alguien había tenido la decencia de

aprovisionarles con algunos, aunque escasos recursos. Tras el recuento inicial

faltaban cinco de los componentes de la misión. Eso hacía un total de siete

supervivientes, al menos hasta conocer el paradero de los desaparecidos.

260
¿Pero a donde habían ido? Sabía que no se adentrarían solos en suelo

enemigo. Y tampoco era válida la hipótesis de que hubieran sido capturados. Si

ese fuera el caso, en ese momento todos correrían la misma suerte.

—Señor, tenemos que dar con ellos. No deben de andar muy lejos.

—¡Y una mierda! ¿Es que quieres que nos maten a todos?— respondió el

soldado Nelson, operador de radio y que era el de menor rango de cuantos se

encontraban allí.

—¡Cállense todos! Aquí soy yo quien da las órdenes— dijo Tibbets

poniendo de manifiesto su rango. —Cogeremos esas Thompson y buscaremos

a nuestros compañeros. No nos queda otra opción. Luego, trataremos de

encontrar una radio desde la que pedir ayuda. La del Enola Gay es historia.

Nadie respondió, pero en sus rostros se notaba el manifiesto desacuerdo

de algunos de ellos después de las nuevas instrucciones.

Un sonido horrible que no se parecía a nada que hubieran escuchado

antes, provocó el nerviosismo generalizado entre los hombres Un par de ellos se

apresuraron a abrir las cajas y coger las armas, acto que enseguida secundó el

resto del pelotón. Se podía palpar el miedo entre los hombres. Comenzaba a

anochecer y si no buscaban refugio pronto quien sabe qué podría ocurrir.

En ese momento, alguien apareció desde detrás de los restos del

bombardero. El primero en verlo fue el Teniente Morris. Éste dio un brinco al ver

la sombra que se aproximaba, una silueta tan oscura como el betún que usaban

para dar lustre a sus botas de campaña. Era imposible apreciar rasgos ni

distintivo que lo identificara. El resto enseguida tomaron posiciones apuntando a

la figura que se acercaba.

261
—No disparen. Va desarmado. Esperen mis órdenes— dijo Tibbets

temiendo que fuera uno de sus hombres.

Pero se equivocaba. Alguien encendió una linterna y lo que vieron hizo

que un profundo terror llenara cada espacio de sus corazones. Un ser con la piel

desgarrada como si hubiera sido asado a fuego lento avanzaba despacio hacia

ellos. En su cara no había ni ojos ni nariz, salvo un pequeño orificio que

recordaba ligeramente a una boca. Tenía el pecho extrañamente inflamado,

como si un rodamiento de grandes dimensiones se alojara en su interior.

—¡Jesús, María y José! ¿Qué diablos es eso?— profirió espantado uno

de los hombres.

Esas palabras bastaron para que aquella criatura se activara. Toca la

quietud que lo había acompañado se tornó en violencia y velocidad. El

abultamiento de su pecho se abrió por la mitad como un melón maduro y de su

interior asomó el iris de un gran ojo cubierto de capilares venosos que los

escrutaba. Aquella cosa dio un salto y se encaramó al lateral desvencijado del

avión. Los hombres apuntaron en su dirección. No tardaron en sonar los primeros

disparos. El resplandor que producían las armas con cada detonación los cegaba

momentáneamente perdiendo de vista a la criatura. Ni una sola de las balas

acertó sobre su cuerpo deforme y acartonado. Un nuevo salto y antes de que

pudiera escabullirse, el ente cayó pesadamente sobre la espalda del Capitán

Deak. Aquella cosa clavó sus zarpas de uñas agrietadas y purulentas en los

hombros del infeliz. Deak profirió un grito lastimero y trató de disparar sin éxito

alguno, ya que las balas se perdieron en el aire. El resto apuntaba sin atreverse

a abrir fuego. Nelson, el soldado más joven y de menor rango, no dudó en correr

hacia ellos y con la culata de su subfusil golpeó violentamente el cuerpo de

262
aquella cosa. Lejos de verse afectado, el ser humanoide giró su torso de una

forma que le hubiera resultado imposible a cualquier humano, y sin soltar a Deak

se enfrentó a él. Del borde exterior de aquel ojo gigantesco, emergieron unas

vellosidades tan gruesas como tentáculos que le aprisionaron el cuello

amenazando con introducirse por los orificios de su cabeza. Un único disparo

restalló en medio de aquel caos. La bala impactó de lleno en el cráneo del ser,

haciendo que parte de su cabeza desapareciera mientras que su cuerpo

impactaba contra el armazón del Enola. El tirador había sido Lewis, el copiloto

de la nave, que en un alarde de sangre fría calculó sus posibilidades y arriesgó

la jugada. Por suerte no falló. Tanto Deak como Nelson se desplomaron juntos

en el suelo.

Cuando parecía que todo había terminado, escucharon lo que parecían

un centenar de “gritos” —si es que podían catalogarse como tales— idénticos al

que habían oído cuando aquel ser apareció.

Tibbets volvió a tomar el control de la situación y ordenó al grupo que

recogieran a los heridos a toda prisa. Había que salir de allí de una forma u otra.

Cuando uno de los soldados se acercó a Deak, comprobó que estaba muerto.

Unas quemaduras ulceradas y terribles habían aparecido donde la criatura había

clavado sus garras.

—No hay nada que podamos hacer por él. Recojan sus armas y al soldado

Nelson. ¡Nos marchamos!

Al pasar junto a su copiloto de vuelo le palmeó suavemente el hombro en

un gesto aprobatorio.

263
La tropa obedeció y juntos se encaminaron a través de una densa y oscura

bruma hacia el interior de la zona boscosa y rocosa que se abría ante ellos.

Desde la cabina del Enola Gay, antes de que todo se torciera, le había parecido

ver un pueblo no demasiado lejos. Tal vez allí tuvieran una oportunidad. Toparse

con un grupo de japoneses armados en ese momento era mejor que volver a

cruzarse con otra de aquellas cosas.

Cuando llegaron, descubrieron que el poblado estaba abandonado. O al menos

eso era lo que aparentaba. A pesar de ello, bajo la luna llena se veía hermoso.

Un paraíso rodeado por arroyos, montañas y algunos acantilados.

Los hombres avanzaron lentamente sin bajar la guardia en ningún

momento. De la compañía inicial encargada de la misión tan solo quedaban seis.

Uno de ellos hizo un pequeño gesto de cabeza que no se le escapó a Tibbets. A

través de las ventanas de una de las casas cercanas se filtraba hacia el exterior

algo de luz. Sin hablar en ningún momento, el Coronel al mando hizo señas a la

tropa y ocuparon posiciones. Si la casa era habitable, tenían intención de tomarla

y hacerse fuertes en ella hasta que llegara el día. No habían dado ni diez pasos

cuando la puerta se abrió de golpe y un hombre de aspecto corpulento que

aparentaba poco más de cuarenta, se interpuso entre ellos y la entrada portando

a dos manos una katana en una actitud claramente hostil.

— ¿Anata wa daredesuka, anata wa koko de nani o shite imasu ka?

264
Los hombres se miraron confundidos. Ninguno de ellos hablaba japonés,

por lo que no sabían que decía aquel hombre que les desafiaba con su voz grave

y gutural.

Tibbets ordenó con un solo gesto que conservaran la calma. A

continuación se dirigió a aquel hombre. Sus rasgos y sus ojos, duros como el

metal que portaba le dijo que debía de ser precavido.

—No queremos haceros daño. Necesitamos comida y cobijo.

La expresión de aquel hombre se convirtió en una máscara de pura

sorpresa. Tras unos segundos volvió a hablar.

—¿Ustedes americanos? ¿Qué hacer aquí en pueblo Akiota? ¿Venir

ayudar?

En ese momento, el Coronel Tibbets se mostró igual de impresionado. No

sabía que era lo que causaba mayor desconcierto, que aquel hombre hablara su

idioma, o que pensara que estaban allí para socorrerlos.

—Estamos aquí para ayudaros. ¿Podemos pasar?— mintió.

El semblante del guerrero japonés cambió. Bajando la espada, les hizo un

gesto con la mano que acompañó con un escueto “Hai”.

Al entrar, se toparon con una mujer y dos niños frente a una pequeña

lumbre. La mujer en un acto reflejo y no sin cierto temor, se echó hacia atrás todo

lo que pudo mientras abrazaba a sus dos pequeños. El hombre, que debía ser

el cabeza de familia, dijo unas palabras en japonés que parecieron tranquilizarla

y confundirla de igual manera.

265
Aquel hombre les hizo gesto para que se pusieran cómodos y volvió donde

su mujer. Tras varios minutos de conversación, ya más calmada, volvió a su

actitud inicial, mirando con cierta curiosidad a los hombres occidentales que

compartían ahora su hogar.

Una vez, todos sentados alrededor del fuego, la mujer les ofreció un tazón

de algo que parecía sopa. Los soldados agradecieron aquel gesto con

sinceridad. Mientras, el Coronel Tibbets se sentó deliberadamente junto al varón.

Estaba decidido a averiguar cuanto le fuera útil para escapar de allí con vida.

—¿Dónde estamos? ¿Y quién es usted? ¿Por qué están solos en este

pueblo, y lo más importante, a donde han ido todos?

El hombre pareció meditar un instante, como si intentara reconocer las

palabras y respondió en la misma lengua de su interlocutor.

—Mi nombre Hattori Kenzo, jefe de la aldea. Como decir antes, este

pueblo Akiota. Mi familia y yo resistir. Mujer Ikaru, hija mayor Nyoko. Pequeño

hijo Ryunosuke, sólo cinco años. Yo lucho por ellos.

El Coronel volvió a repetir la pregunta una vez más.

—¿A dónde han ido todos?

Su rostro pareció denotar cierta tristeza. Solo dijo una palabra. Suficiente

para que Tibbets entendiera su significado.

—Shinda (muertos).

Tibbets dejó al hombre con sus pensamientos. Era crucial averiguar qué

pasaba allí, pero tampoco quería atosigarlo. ¿Podía la bomba haber provocado

aquello? Echó una rápida mirada a los soldados. Parecían relajados por primera

266
vez desde hacía horas. El sargento Shumard incluso se había animado, siempre

con el permiso de la madre, y jugaba a hacer cucamonas al pequeño de la

familia, olvidándose por un momento que estaba bajo techo enemigo. El único

que parecía absorto en sus pensamientos y se mantenía apartado de los demás

era el soldado Richard Nelson. En parte pensó que era comprensible, así que lo

dejó estar.

—Hattori, ¿Qué es lo que ha ocurrido aquí? ¿Por qué están todos

muertos? Necesito que me lo cuentes todo para comprender.

Tras un largo suspiro, aquel japonés corpulento y que parecía haber sido

un soldado en otra vida, respondió en un inglés bastante fluido. Omitió por

ejemplo que era mucho mayor de lo que aparentaba. También obvió que había

luchado en la Primera Guerra Mundial y que fue allí donde le aleccionaron en el

idioma en el que mantenían ahora aquella conversación.

—De eso ya pasado un año.

Tibbets se mostró incrédulo. Si aquello era así, ¿Cómo se las habían

apañado para sobrevivir tanto tiempo con aquellas cosas acechándoles?

—Cuéntemelo todo, Hattori. Por favor.

El hombre se acomodó en un cojín sobre el que permanecía arrodillado y

se dispuso a narrar su historia.

—Hai. Está bien. Como decir, empezó hace un año. Luz grande, fuerte,

que dañaba ojos incendió el cielo. Nosotros asustados. Pero no ocurrir nada.

Todo normal, todo igual. Luego, otoko, onna, hitobito, kazoku… perdón.

Hombres, mujeres, todas personas y familias desaparecer. Cosas extrañas

267
ocurrir. Después monstruos hacer resto. Aparecieron una noche. No saber que

son. Mataban o se llevaban a personas. Nos defendimos, pero demasiados. Los

que quedaron en pueblo, locos o suicidarse. Sus cuerpos en bosque colgados

de cuello. Mejor no ir ahí. Sus Yürei… fantasmas, allí. Muy enfadados.

Tibbets no era capaz de asimilar lo que aquel hombre le estaba narrando.

¿Pretendía hacerle creer que había transcurrido todo un año desde que lanzaron

la bomba? ¿Qué eso había desatado el infierno en el que se encontraban? No

podía creerlo. Sin duda, o aquel hombre se había vuelto loco o trataba de

engañarle.

—Hay más. Yo ocultar kazoku… familia. Ellos no encontrar. Desde

entonces aquí. Noche segura, durante el día mejor esconder.

—¿Y qué hay de la ciudad de Hiroshima?— lanzó a bocajarro el Coronel

intentando descifrar la verdad oculta.

—Igual en todos lados— dijo al fin. —Allí incluso peor. Ciudad bien, no

tanto personas. Fuimos toda familia, pensamos a salvo gran ciudad.

Equivocados. Casi no salir de allí con vida. Demonio habita y atrae a los

monstruos. Joro-Gumo, peor de los Akuma. Convierte en mujer y atrae personas.

Después ya no es mujer, sino araña y alimenta de ellos. Algo extraño, monta

nido en edificio. Yo ver con mis ojos. Allí clavado en suelo algo parecido a bomba.

Parece que vigila. No saber muy bien por qué.

Aquello era absurdo. Ahora trataba de convencerlo de que una bomba,

posiblemente la que habían lanzado ellos mismos se encontraba sin detonar en

el centro de Hiroshima, y que era custodiada por un demonio y un séquito de

seres que parecían salidos del mismísimo infierno. Todo aquello carecía de

268
lógica. Sin embargo, había algo que no podía refutar. Había visto a aquellas

cosas.

—¿Y por qué no habéis intentado escapar hasta ahora de la isla?

—Muchos intentar. Ninguno conseguir. Isla bajo Shinsu… maleficio.

Demonio no dejar. Única opción acabar con Joro-Gumo. Esa única salida.

Las palabras de Hattori hicieron mella en el ánimo del Coronel. Así que

era cierto que no había escapatoria. No sabía cómo, pero lo había sentido desde

que tocaron tierra.

—Es demasiada información. Ahora mejor descansemos. Mañana

decidiremos que hacer.

—Hai. Mi casa es tu casa. Poner cómodos.

Mientras terminaba la frase, un alarido les llegó desde el exterior haciendo

reales sus peores pesadillas.

El Sargento Shumard, segundo ingeniero de vuelo, se había escabullido afuera

de la casa mientras los hombres hablaban largo y tendido. Nadie se había

percatado de ello. Pasar desapercibido era una habilidad que había adquirido

desde muy temprana edad. Necesitaba tomar el fresco. Aquel espacio era

asfixiante y el ambiente estaba demasiado enrarecido.

Pensando en todo esto, empezó a caminar y sin darse cuenta llegó hasta

la arboleda en la que se acababan las casa. Sintió la necesidad de vaciar la

269
vejiga, por lo que se situó frente a uno de aquellos árboles. No había escuchado

la historia del padre de familia. De otra manera se habría percatado de los

cuerpos resecos que crujían y se mecían sostenidos de las ramas más altas

gracias a las sogas que ellos mismos habían confeccionado para quitarse la vida.

Cuando estaba a punto de darse la vuelta algo acaparó toda su atención. Estaba

seguro de que aquello no era más que una curiosa aunque realista casualidad.

En la parte más abultada de la corteza del mismo árbol frente al que se

encontraba, la caprichosa naturaleza había creado lo que parecía ser un rostro.

Aunque sabía que no era más que una coincidencia, no pudo evitar sentir un

escalofrío que le hizo temblar de la cabeza a los pies. Se acercó unos pasos con

la intención de examinarlo con más detalle. ¡Era algo increíble! Casi parecía

haber sido tallado en la corteza con una técnica mágica y desconocida. Si hasta

podían apreciarse los pliegues de los párpados que se mantenían cerrados en

un perpetuo descanso. Dio otro paso. Al hacerlo trastabilló y se apoyó en el

tronco para evitar caer de bruces sobre el charco que él mismo había creado. Al

volver a levantar la mirada comprobó aterrorizado que aquellos ojos estaban

ahora abiertos y lo contemplaban como si fueran dos brasas ardientes. Intentó

apartarse y comprobó que su mano se había hundido parcialmente en la madera,

fusionándose con ella. Una oleada de pánico le invadió. Bajo aquellos ojos que

lo escrutaban asomó una sonrisa que mostraba una hilera de dientes que no

eran sino trozos de madera y astillas. Luchaba desesperado por deshacerse de

la presa, pero era inútil. Mientras que el tronco iba absorbiendo su esencia y lo

atraía hacia su interior, dos brazos también del mismo material lo abrazaron

dolorosamente hasta hacer que su rostro quedara mimetizado con la corteza que

ahora expulsaba una densa y oscura sustancia más parecida a la sangre que a

270
la savia. Su último aliento lo empleó en emitir un potente grito de desesperado

dolor. Era tarde. Nada ni nadie podría ya salvarlo.

Tibbets comenzó a dar órdenes rápidas y precisas. Había que salir para ver qué

era lo que ocurría. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que algo no iba

bien.

—¿Dónde diablos está Shumard?— quiso saber el Coronel que ya se

temía lo peor.

Fue el Sargento Caron, artillero de cola, quien respondió.

—La última vez que lo vi dijo algo de que le faltaba el aire. Se levantó y

estuvo hurgando justo en esa habitación.

Todos miraron hacia el espacio que señalaba el artillero y comprobaron

que había una pequeña puerta trasera. El cerrojo estaba fuera de su sitio.

—¡Maldito imbécil!— masculló el Coronel al mando visiblemente alterado.

—Hay que salir a buscarlo. Jeppson, Caron. Vosotros venís conmigo. Capitán

Lewis, usted quédese aquí con el Sargento Nelson y protejan la casa.

Para su sorpresa se encontró con una fuerte resistencia por parte de

Hattori. —¡Nai!— fue cuanto dijo. Su voz volvía a ser grave y enérgica.

—¡Quítese de en medio! Es uno de mis hombres el que está ahí fuera. —

Nai— volvió a repetir. —Tarde para su hombre. Bosque atraparlo. Él shinda.

271
Ambos hombres se miraban fijamente. Ninguno parecía cejar en su

decisión.

—No lo volveré a repetir. Tengo que intentarlo. ¿No lo comprende? Es mi

responsabilidad.

—Quizás, tenga razón Coronel. Shumard nunca debió salir ahí fuera— fue

Caron quien cuestionó aquella orden.

—¿Está negándose a cumplir con su obligación, Sargento?

En ese momento Ikaru, abrazada a sus dos hijos se situó junto a su

marido. Comenzó a decir algo inteligible en japonés.

—Mi mujer tener razón. Esto ya pasar antes. Nosotros querer no ocurrir,

pero soldado muerto. Ustedes protegen familia. No querer a ustedes ocurra igual.

—Hágale caso Coronel.

Tibbets apretó los puños resignado y finalmente no tuvo más remedio que

resignarse.

—Malditos cobardes— fue todo cuanto dijo mientras se daba la vuelta. —

Ahora todos a dormir. Mañana tendremos que preparar un plan si queremos

escapar de este maldito lugar.

Todos acataron la orden sin rechistar.

Hattori fue el último en dormirse. Durante un buen rato no le quitó el ojo

de encima al Coronel. Algo le decía que podía contar con él para sacar de allí a

su familia, pero por otro lado dudaba mucho de las verdaderas intenciones que

le habían llevado hasta allí.

272
La noche fue larga, y los soldados, incluido Tibbets apenas pegaron ojo.

A la mañana siguiente todavía les aguardaba otra desagradable sorpresa.

Cuando despertaron Tibbets ordenó reunir a la tropa. Hattori Kenzo ya

estaba en pie y su esposa preparaba una infusión a base de hojas para llevarse

algo caliente al estómago.

El soldado Nelson fue el único en no responder a la llamada. Cuando

acudieron al rincón en el que seguía acurrucado descubrieron que ya no estaba

con ellos. Un olor a almendras amargas se derramaba todavía a través de sus

labios. Su cuerpo mostraba signos de haber sufrido terribles espasmos y sus

pupilas, dilatadas al extremo delataban su terrible final. Finalmente había tomado

la vía más rápida para huir de allí: la píldora de cianuro.

Fue un duro mazazo para los que aún seguían con vida. Poco podían

hacer por el desdichado, salvo cubrirlo con una especie de manta raída que

Kenzo les dejó.

—¿Qué vamos a hacer ahora? Estamos cayendo como moscas.— era

Lewis quien le hablaba a Tibbets, que se las había apañado para arrastrarlo

discretamente a un rincón.

—No tenemos muchas opciones. Ya oíste anoche a Hattori. No hay forma

de escapar…

—¡Eso no lo sabemos! ¿Y si se lo ha inventado para retenernos aquí?


273

273
—Robert, nos han dado cobijo, han compartido el poco alimento que

tenían con nosotros. ¿Qué ganaría con eso? Además, le he dado mi palabra.

Saldremos todos de aquí. De una forma u otra.

—¿Estás de broma? Son unos malditos japos…

—Ahora mismo, todos estamos en el mismo bando. ¿O acaso ya no

recuerdas aquellas cosas?

Lewis guardó silencio sin saber que más decir para convencerlo.

—Sólo nos queda una cosa por hacer. Si Hattori está en lo cierto, tarde o

temprano darán con nosotros. Hay que atajar el problema de raíz.

—¿Y cómo piensas hacerlo? Te recuerdo que tan sólo somos cuatro.

—He tomado una decisión. Esperaremos a que caiga la noche e iremos

al nido. Ellos vienen con nosotros. Tal vez así tengamos una oportunidad. Si es

cierto lo que dice este hombre, salir ahora sería un suicidio.

—Estás loco…

—Tan solo quiero sobrevivir para volver a casa con mi esposa. Salimos

en cuanto el sol comience a ocultarse tras las montañas.

El tiempo avanzó despacio. Se deslizaba lento y perezoso como si supiera

lo que se avecinaba.

Cuando el sol estuvo suficientemente bajo, la singular compañía formada

274
por cinco hombres, una mujer y dos niños, avanzaron poniendo rumbo a la

ciudad. Durante todo el trayecto se hizo palpable el nerviosismo que reinaba en

274
el grupo. Hattori mientras tanto iba en cabeza con su espada siempre preparada.

Tibbets había decidido ir el último para evitar sorpresas.

Tras un par de horas de caminata, llegaron a su objetivo. Tibbets se

mostró visiblemente perplejo. Desde el Enola Gay vieron el efector devastor de

la bomba y como la ciudad era arrasada. En cambio, los edificios se mostraban

erguidos y orgullosos, y salvo por la maleza, todo parecía mantenerse de una

pieza.

Tibbets se dirigió a Hattori para ver que paso era el siguiente.

—¿Y bien? ¿A dónde nos dirigimos?

—Debemos cruzar río. Al otro lado edificio. Dentro bomba y nido de

demonio.

—¿Estás seguro de saber lo que haces?

El hombre, mostrando de nuevo una fuerza de voluntad colosal asintió.

—Hai.

—De acuerdo entonces.

El Coronel dio la orden de marchar. Aunque disponían de linternas

avanzaban a oscuras. No debían delatarse antes de tiempo.

Cuando habían cruzado la mitad del puente, Tibbets ordenó hacer un alto.

Desde su posición era imposible ver el agua que serpenteaba traviesa bajo sus

pies. Si el enemigo decidía emboscarlos, desde luego no tendrían forma de

escapar. Estarían atrapados. La única opción sería saltar al agua, y no quería

imaginarse que criaturas podrían encontrar ocultas en ellas.

275
Reanudaron la marcha y enseguida llegaron al edificio. Habría pasado

inadvertido si no fuera por los daños estructurales que muy probablemente había

provocado el artefacto en su descenso. Los soldados esperaban pegados a los

muros de piedra sin atreverse a dar el siguiente paso. En realidad, no habían

elaborado un plan como tal. Su estrategia consistía básicamente en llegar hasta

aquel demonio mitad mujer, mitad araña, y acabar con todo cuanto se

encontraran a su paso. Algo descabellado y quizás demasiado desesperado.

Pero todo cuanto podían hacer.

Tibbets se asomó a una de los enormes ventanales. Allí estaba tal y como

había temido Little Boy. En aquella extraña dimensión permanecía intacta y

parcialmente enterrada en un pequeño cráter y cubierta por un puñado de

escombros. Alrededor de ella como había sospechado descansaban, en

apariencia inertes. No había ni rastro en cambio de su reina. Aquel demonio o lo

que fuera, no se encontraba allí. O tal vez permaneciera oculta y protegida,

conocedora por algún extraño sortilegio de sus intenciones. Un último detalle

llamó poderosamente su atención. Del techo colgaban enormes sacos que

parecían estar hechos de algún tejido sintético. Sabía de sobra lo que ocultaban.

Prefirió apartar ese pensamiento de su mente.

Con un gesto de su mano, ordenó a su pelotón que se situaran en puntos

estratégicos y tuvieran preparados los subfusiles. Luego miró a Kenzo y este

asintió. Su mujer y sus hijos, se resguardaron detrás de un grueso muro

entonando una oración “Kami-sama dōka otasuke kudasai” (Dios, ayúdame de

alguna forma, por favor).

Ambos entraron intentando hacer el menor ruido posible. Debían localizar

a aquello que Hattori llamaba Joro-Gumo. Dieron varios pasos en silencio hasta

276
llegar al centro de aquella habitación diáfana salvo por varios pilares que

sustentaban y mantenían en pie los pisos superiores sobre sus cabezas. Un leve

crujido bajo su pie hizo que se detuviera al instante. ¡Mierda! Pensó. Debía haber

pisado un fragmento del techo que yacía desperdigado sobre el suelo de mármol

ahora deslucido. Un par de las criaturas se movieron, pero enseguida volvieron

a su posición.

—No lo comprendo— susurró Tibbets. —Si protegen al demonio, ¿por

qué están todos alrededor de la bomba?

—Tal vez estuviera equivocado y esa sea la verdadera fuente de poder

de estas criaturas. A lo mejor el Joro-Gumo lo necesita para seguir

manteniéndose en este plano.

—Eso no tiene lógica. Eso es un arma atómica. Qué clase de ser…

Al escuchar estas palabras, Hattori frunció el ceño. Tibbets se dio cuenta

de que había hablado demasiado.

—¿Cómo sabes eso?

En sus ojos pudo ver reflejada la verdad.

—¡Vosotros! ¿Ser culpables de todo…?

El guerrero nipón apretó con fuerza su katana. En su rostro se podía leer

el odio que empezaba a incendiarle y que ascendía desde lo más hondo de sus

entrañas.

Sin embargo, no tuvieron tiempo para mucho más. Algo irrumpió en su

campo de visión. Una mujer con un traje ceremonial y terriblemente hermosa

avanzaba directamente hasta ellos.

277
—Es ella. Prepárate.

Y con estas palabras comenzó a caminar en dirección de aquella belleza

oriental. Tibbets dudó unos segundos, luego cambió la posición de disparo y lo

siguió.

El rostro de la mujer se tornó en una mueca grotesca y se elevó en el aire

mostrando su verdadera cara. Todas las criaturas allí arremolinadas imitaron su

gesto y se levantaron como marionetas tiradas por unos hilos invisibles.

—¡Ahora!— gritó Tibbets.

Un centenar de balas llegaban desde varios puntos al amparo de las

linternas. Las primeras no lograron su objetivo, pero enseguida contra los

maltrechos cuerpos. Aquel único ojo que portaban comenzaba a abrirse, y con

ello a salir de su letargo.

—¡Vamos, rápido!

Tibbets y Hattori corrieron hacia la mujer que ahora mostraba su

verdadero rostro, el de un arácnido humanoide que se movía endiabladamente

rápido buscando una oportunidad. Hattori se lanzó con la espada dispuesta a

ensartarla. Una pata peluda y grotesca como una garra golpeó en su hombro y

lo lanzó de espaldas sobre los cascotes. Las balas seguían volando y los seres

se aproximaban hacia el origen de estas. Tibbets por su parte comenzó a lanzar


278
ráfagas corta contra la criatura que parecía inmune a las balas. Un único

pensamiento atravesó como una lanza candente su mente. Estaban perdidos.

El pequeño de la familia corrió hacia adentro llamando asustado a su

padre. Estaba peligrosamente cerca de los seres. Su madre corrió en su ayuda

278
mientras la niña la seguía de cerca. Hattori gritó y maldijo. Aullaba que salieran

de allí en su lengua. Se lanzó en su dirección golpeando con su espada a todo

ser que encontraba. Los soldados desde sus posiciones intentaron darle

cobertura, pero era inútil. A duras penas consiguieron retenernos y al final,

cayeron presa de las criaturas. Hattori lanzó un alarido desesperado. Cuando

llegó hasta ellos. Cortó, apuñaló y despedazo. Pero era tarde. Su familia yacía

con graves quemaduras en el suelo y prácticamente irreconocibles.

Tibbets mientras tanto seguía disparando tratando de encontrar el punto

débil de aquel demonio sin demasiado éxito. Casi lo tenía encima. Lewis fue el

primero en caer. Los tres soldados habían entrado intentando ganar terreno al

enemigo. Sin embargo de nada sirvió. Dos monstruosidades se lanzaron sobre

él y ese fue su fin. Hattori mientras tanto acariciaba la cabeza de su hijo menor.

Una única lágrima rodó por su mejilla. Emitió un grito desgarrador y embistió

llevándose por delante a todo el que osaba interponerse en su camino. Otro de

los soldados, el Sargento Caron, cayó presa de los tentáculos de una de las

criaturas. Éstos empezaron a hurgar con violencia adentrándose por su

garganta. Un chorro de sangre salió despedido de su pecho que fue absorbida

por el polvo del suelo. Su arma se disparó, y a punto estuvo de impactar en la

bomba. El demonio entonces desvió su atención hacia el objeto. Tibbets al fin lo

comprendió. Tal como había supuesto Hattori, la bomba era su fuente de poder.

Con un grito desesperado llamó Teniente Morris.

—¡Morris, tienes que activar la bomba!

—¿Qué? ¡Está loco! Moriremos todos.

—Lo haremos de todas formas. Confía en mí. Yo te cubro. ¡Hazlo ahora!

279
El hombre corrió hacia ella mientras que Tibbets montaba su último

cargador. Hattori seguía lanzando golpes como si acabar con todos aquellos

malditos seres fuera lo único que le importara.

Tibbets por su parte, comenzó a disparar contra el demonio para atraer

su atención.

Mientras Morris conseguía abrir el compartimento de Little Boy y accionar

su dispositivo para la detonación, Hattori caía como resultado de las muchas

heridas que había recibido en la refriega. Tibbets en cambio, había sido apresado

por aquella cosa que apretaba con sus patas con fuerza y se preparaba para

lanzar un mordisco mortal. Ambos hombres se mantuvieron conscientes hasta

que una luz cegadora lo inundó todo.

Luego la nada más aterradora y absoluta.

Cuando Tibbets volvió a abrir los ojos, se encontraba nuevamente en el Enola

Gay. Junto a él Lewis le miraba con un gesto de genuino asombro. No hizo falta

decir nada más. De pronto, la radio comenzó a sonar. Era una transmisión

proveniente de uno de los dos bombarderos.

Estos preguntaban confundidos sobre lo ocurrido. Al parecer, los habían

perdido durante diez, puede que quince minutos. Ni en los radares ni a través

del campo visual lograban dar con ellos. Y justo cuando estaban a punto de

volver a la base e informar de lo ocurrido, así sin más volvieron a aparecer.

280
Ninguno de los dos supo que responder.

Antes de regresar a tierra, Tibbets se reunió con los muchachos. Allí

estaban de nuevo los doce. Cuando llegaron a la conclusión de que nadie creería

lo que les había sucedido, decidieron hacer un pacto de silencio que les

acompañó hasta el día de su muerte.

El Coronel Paul Tibbets no mostró jamás remordimientos ni arrepentimiento

alguno. Y todo eso pese a la posterior experiencia vivida junto a sus once

compañeros. O al menos, eso fue lo que siempre manifestó a la prensa.

Sin embargo, esa mañana se encontraba en el Parque Conmemorativo

de la Paz (Hiroshima Heiwa Kinen Kōen) que se había erigido en la ciudad que

él mismo había bombardeado. En silencio contemplaba como encendían por

primera vez la llama que permanecería brillando durante décadas en honor de

las víctimas de aquella barbarie hasta que el peligro nuclear fuera borrado de la

faz de la tierra para siempre. Fueron muchos los años que estuvo tentado de

hacer aquel viaje, pero hasta ese momento jamás se había atrevido. El objetivo

de aquella travesía era encontrar a la familia Kenzo.

Tan sólo encontró a una persona que le fue de ayuda y la

información que le facilitó cayó sobre él como un jarro de agua fría. Tras un viaje

en tren hasta el pequeño pueblo en el que recordaba haberlos visto por primera

vez, halló a una anciana que parecía acumular décadas de sabiduría que se

manifestaban en forma de arrugas y pliegues a lo largo y ancho de su cansado

281
rostro. Esta mujer le hizo saber que la familia Kenzo estaba ese fatídico día

visitando la ciudad de Hiroshima. Sus cuerpos como el de otros tantos jamás se

recuperaron. Simplemente se evaporaron en forma de pequeñas partículas de

piel y huesos que se diseminaron en el aire.

Tibbets regresó a su Florida natal con un gran pesar y no cierto

temor aferrado a lo más hondo de sus entrañas. No era capaz de hallar una

respuesta lógica para aquello.

Cruzó el jardín de entrada, y a continuación atravesó el umbral que

se abría a la casa de dos plantas en la que vivía desde que se casara con su

novia de toda la vida. Estaba derrotado, incluso podría decirse que ligeramente

abatido. Allí le esperaba su mujer la cual al verlo entrar le plantó un afectuoso

beso y le preguntó cómo había ido el viaje. Su única respuesta fue un leve

encogimiento de hombros. De detrás de uno de los sofás de la sala de estar

apareció su nieta de cinco años que corrió y se abrazó a su pierna. Éste la

levantó en volandas y la achuchó con fuerza como si se tratara del tesoro más

valioso que poseyera. Así la mantuvo durante un buen rato, intentando que su

cuerpecito menudo le devolviera la paz que tanto ansiaba.

La pequeña, todavía abrazada a su abuelo, comenzó a hacer

gestos imperceptibles con su diminuta manita. Estos iban dirigidos hacia la


282
espalda del hombre. Tibbets ni siquiera se percató de aquello.

Cuatro sombras difusas a tan solo unos pasos de distancia les

observaban con mirada inquisitiva. Dos de ellas parecían adultas, mientras que

las otras tenían una estatura menor. Los cuatro parecían vigilarles de cerca,

282
sonriendo con bocas torcidas y extrañamente desfiguradas, mientras que

respondían de la misma forma a aquel inocente saludo.

(Cádiz, 1981). Apasionado a los videojuegos, las películas y las

novelas de terror desde mi más tierna infancia. Criado entre discos

de Led Zepellin, Santana, The Doors... Todo ello ha influido

notablemente en mi manera de escribir y en cómo construir mis

historias. Junta letras autodidacta. Tuve los mejores maestros, sin

duda los libros que se acumulaban (y siguen acumulándose hoy día en mis

estanterías). De entre ellos, destacar autores como Stephen King, Richard

Matheson, o clásicos como Becquer, Poe o Lovecraft (nunca sabrán cuánto les

debo). Entre 2017 y 2018 he tenido la suerte de acumular diversos premios:

Finalista en Algeciras Fantástika, Primer Premio en el concurso de novela corta

la Zona Muerta de la Editorial Cazador de Ratas (publicación agosto 2018),

Segundo Premio en el Primer Concurso de relato corto de Aventuras Bizarras.

He participado además en varias Antologías Físicas como por ejemplo Madre de

Monstruo de Tinta Púrpura o EspañaPunk para Cazador de Ratas (ambas se

publicarán este 2018).


Actualmente inmerso en varias colaboraciones para Fanzines, y terminando mi

primera novela.
El Honor
lo es
Todo
ÍNDICE
1. UN VISITANTE VENIDO DE ZIPANGO............................................................. 287

2. ESTARÉ A VUESTRO SERVICIO ...................................................................... 298

3. LA NATURALEZA NO RESPONDE ANTE NADIE ........................................... 306

4. LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE DE VUESTRA VIDA ............................... 318

5. UN DOLOR EN EL INTERIOR DE SU CORAZÓN.......................................... 330

6. EL HONOR LO ES TODO.................................................................................... 336


1. UN VISITANTE VENIDO DE ZIPANGO

Entraba ya la media tarde cuando él


q El vagabundo avanzó

apareció: implacable en dirección a su

objetivo. Era silencioso, decidido. Si


Un hombre harapiento y
la humedad y el calor le estaban
enigmático. No tenía posesión
afectando, no parecía percatarse
alguna entre sus manos, tan sólo el
de ello. Ante él podía vislumbrar
raído kimono que llevaba, el viejo
una hacienda lejana situada a las
kasa que le cubría hasta la altura de
afueras de la Ciudad de la Paz, que
los ojos y una peligrosa katana
era conocida por los nativos como
envainada al nivel de la cintura. En

aquel momento no había nadie más Tagbilaran, capital de una de las

muchas islas coloniales


cerca de sus alrededores, pero si

no hubiese sido así, seguramente controladas por Felipe II y el

Imperio español.
quien lo hubiera visto se habría

alejado lo más rápido posible. Pues Sí, se había recorrido ya

tal como se presentaba, parecía la muchas islas parecidas del

borrosa visión de la muerte. Como archipiélago. Miles fueron las

un espantapájaros destinado a ciudades visitadas, los pueblos

vagar solo en medio de aquel perdidos, las tabernas

páramo, cargando por siempre con escondidas... y por supuesto, las

una maldición. haciendas ostentosas de nobles

287
españoles que habían conseguido quería continuar con su camino y se

amasar su fortuna en gloriosas apartaron de en medio. El

conquistas y sangrientas batallas. vagabundo continuó con su

Sin embargo, siempre terminaba cometido y dejó que las risas

con las manos vacías, nunca volvieran a perderse a sus

conseguía aquello que tanto espaldas. Es posible que en otra

ansiaba. vida se hubiera quedado para

disfrutar de aquella hermosa visión


Pero seguiría buscando, y
que representaba toda la fuerza de
aunque le llevara toda la vida,
la juventud. Sí, en otra vida...
jamás se rendiría.

De pronto, las risas fueron


El sonido de las cigarras se
sustituidas por gritos de auxilio. El
fue fundiendo con una risa infantil.
hombre giró su cabeza con rapidez,
El hombre tensó un poco su cuerpo
y pudo ver bien qué era aquello que
y llevó lentamente su mano en
los causaba: tres bandidos, oscuros
dirección a la base de la funda de
como sus propias almas,
su espada. Entonces, surgió una

pequeña niña mestiza con flores terminaron asaltándolas. Se

apresuraron en golpear a la mujer,


sobre su regazo acompañada de

una mujer nativa de la localidad. Al agarrar a la niña y se dispusieron a

emprender la huida. La nativa,


verlo, dejaron de reír y lo
sentada en el suelo, lo miró
observaron en silencio. El rostro de
directamente. En sus ojos se podía
ambas pareció cauto, con una
entrever un tono de súplica.
desconfianza propia de quien ve a

un intruso. No tardaron en —¡Por favor, señor! ¡Sálvela!

comprender que el extranjero sólo —aulló en español. Después,

288
señaló en dirección hacia donde el paso antes de que llegarán al

escapaban—. ¡No dejéis que se inicio de la arboleda que los dirigía

lleven a mi hija! ¡Sálvela! en dirección a las Colinas de

Chocolate. Al principio dudaron en


El vagabundo suspiró;
continuar, pero pronto se
aquello no era problema suyo.
percataron de que eran tres contra
Resultaba molesto, desagradable y
uno: desenvainaron sus barongs,
lo apartaba de su camino. Aun así,
unos sables cortos con un filo
aunque ya no tuviera a ningún
ancho muy propios de la región, y lo
daimyō al que servir, su vida seguía
observaron con una expresión
estando dirigida por el Código del
amenazante. Sin embargo, el
Bushidō. No tenía más remedio que
extranjero ni se inmutó. Con una
socorrer a la niña, ya que, si había
actitud serena, se colocó de medio
alguien capaz de arrebatar la poca
lado y dejó posar su diestra en la
belleza que existía en el mundo, era
empuñadura de su arma. Uno de
su más sagrado deber el impedirlo.
los asaltantes tragó algo de saliva,
Al llegar a esa conclusión, se
el más maduro respiraba
lanzó directo hacia los bandidos.
hiperventilado, el sudor perlaba la
Los hombres iban con una gran
frente de los tres.
velocidad, pero poco a poco
—Esto no tiene porqué
conseguía alcanzarlos. Corrieron a
terminar así —enunció el
través de una cañada perdida en
vagabundo en filipino—.
medio del páramo. De inmediato, el
Entregadme a la niña, y prometo
vagabundo la consiguió sortear
que os dejaré marchar.
buscando una ruta alternativa. Al

final, los adelantó y logró cortarles Los tres hombres se miraron

289
mutuamente, dudaron y se de los otros tres asaltantes se

aferraron a sus espadas. El más precipitó contra el guerrero. Su hoja

viejo sujetó con fuerza el brazo de hizo un arco mortal en dirección a la

la pequeña, que no dejaba de cabeza del vagabundo, pero

revolverse ni de llorar. El extranjero cuando llegó, el extranjero dejó que

deslizó el tsuba lentamente, el golpe resbalara en su filo y lanzó

dispuesto a desenvainar si era un fiero contrataque, consiguiendo

necesario. así cercenarle a la altura del

hombro. Este se quedó chillando


—Lo repetiré por última vez:
mientras un tercer hombre trató de
entregádmela, o si no-...
sorprender al vagabundo, pero un
Antes de terminar, lo
imponente revés en diagonal
escuchó: un crujido detrás de él. Un
supuso un funesto final para aquel
pequeño chasquillo de ramas que
que había tenido aquellas viles
le salvó la vida.
intenciones...
Un cuarto y quinto cobarde
El bandido más viejo apenas
más intentaron atravesarlo de
habia ejecutado dos parpadeos.
forma súbita. Antes de que ellos lo
Dos parpadeos y tres de sus
consiguieran, el vagabundo se
compañeros yacían en el suelo y un
transformó en una mancha borrosa
cuarto se lamentaba mientras
que se deslizó de forma lateral:
trataba de evitar que su vida se le
«¡Zis, zas!» Los bandidos tardaron
escapara desde el muñón en el que
un segundo en darse cuenta de que
antes estaba su brazo. No había
habían sido alcanzados, y medio
duda alguna, no tenía ninguna
segundo después, sangraron,
posibilidad. Aquel extraño era algo
cayeron y murieron. El más joven

290
más que un misterioso vagabundo. —¡Lo digo en serio! ¡Si lo

Era... un demonio. hacéis, la mato!

No podía permitir que se le Todo parecía en un punto

aproximara. Con sus manos muerto. Por fin, el vagabundo bajó

temblequeantes, colocó la hoja del la katana y se colocó en una

barong a la altura del cuello de la postura más relajada. La confianza

niña. Su voz sonó más aguda de lo del asaltante fue mejorando.

que le hubiese gustado: —Bien, ahora entrégadme

—¡Atrás! ¡Ni se os ocurra vuestra espa-...

acercaros!
El sonido de un trueno

Nada, ni una palabra emitió interrumpió las palabras del

el maldito. La única respuesta fue criminal, acallándolas para

un silencio tan gélido como la siempre. Cuando el vagabundo se

mismísima muerte. El asaltante fue acercó al cuerpo de aquel bandido,

incapaz de ver los ojos de su pudo ver que su mirada estaban

adversario por culpa del extraño eternamente fija. Fue consciente de

sombrero que portaba, pero de que ni siquiera se había dado

alguna forma supo que tenía una cuenta de que había recibido el tiro

mirada tan afilada y penetrante de un arcabuz. Mientras la madre

como la hoja de su espada. Con de la chica se acercaba, y un gran

serenidad, dio un paso adelante. contingente de soldados de los

tercios españoles los seguían,


El bandido apretó la
aprovechó para limpiar el filo de su
mandíbula e insistió con la
espada en los ropajes del cadáver
amenaza de la pequeña:
y después la envainó. Pronto, la

291
mujer abrazó a la niña y la consoló le cubría el lado izquierdo de la

por toda aquella desegradable cara. Sin embargo, en el ojo que le

situación que había sufrido. Y los quedaba se le podía encontrar una

soldados, con cierto tono hostil, mirada azul que era propia de quien

rodearon a su salvador. había visto mucho mundo. Poco

podía sorprender a un hombre


El extranjero se fijó en todos:
como ese.
estaban bien armados y

pertrechados, tenían ese aire Antes de dirigirse al

marcial típico de quienes libraron vagabundo, avanzó en dirección al

muchas batallas. No había uno que asaltante que aún quedaba con

no pareciera desconfiar, y vida. Este seguía lamentándose,

vigilantes, se veía desde lejos que pero por la falta de color en la piel y

no serían tan fáciles de batir como la poca sangre que ahora se le

aquellos pobres desgraciados a los derramaba, estaba claro que no lo

que había ajusticiado. Sin embargo haría durante mucho más tiempo. A

el que más se destacaba era el que pesar de ello, el español

los lideraba: era mayor, casi un desenvainó su ropera de acero

anciano. La vida no parecía haberlo toledano y rasgó el cuello del

tratado muy bien, pero a pesar de desgraciado. Lo hizo de una forma

ello no perdió para nada la forma fría, calculada. El extranjero nunca

física. Estaba curtido y era alto pudo saber si se trató de una

como una montaña, de hombros muestra de crueldad o de

anchos. Tenía una barba blanca y misericordia.

bien cuidada, un peto brillante —Un visitante venido de


como el mismo sol y un parche que Zipango... Hacía años que no veía

292
a ninguno —declaró el anciano. El vagabundo se extrajo el

Luego, se giró en su dirección y kasa de la cabeza. Su mirada gris y

envainó su arma—. Pero a mí me profunda parecía seguir analizando

da igual de donde vengáis. Hereje o a su interlocutor. No dudó ni un

cristiano, lo único que me importa instante en dar su petición:

es una cosa: habéis salvado a —Podéis quitároslo —le dijo


María, mi querida hija. Por lo que os en español.
estoy eternamente agradecido.
El noble enarcó una ceja.
Al oír aquellas palabras, los
—¿Qué?
miembros de los tercios relajaron
—El parche —indicó el
un poco la guardia. Tanto la mujer
extranjero mientras hacía un gesto
como la niña observaban
con su mano—. Quitáoslo.
sonrientes al harapiento extranjero,

quien no dejaba de fijarse en el —¿El parche?

hombre que le había hablado. —Sí, el parche.

—Permitidme que me Todos los soldados se

presente —continuó el anciano—: miraron unos a otros y se

estáis ante Don Ramírez encogieron de hombros. Era una

Fernández de Soria, marqués de situación inusual, no hubo persona

estas tierras que estáis pisando. Y que no se extrañara ante tan

créedme si os digo que estoy excéntrica petición. Por ello, Don

dispuesto a recompensaros por Ramírez le dijo lo siguiente:

aquella buena acción que me


—¿Y puedo preguntaros por
habéis procurado. Decidme, ¿qué
qué razón querríais que hicera
puedo hacer por vos?
semejante cosa?

293
—Desde luego que podéis, El vagabundo sonrió.

pero no pienso responder hasta —Oh... desde luego que sí.


que lo hagáis.
Por tercera vez en aquel día
La tensión volvió a se aferró a la funda de su katana. El
extenderse de hombre a hombre. resto de los soldados lo apuntaron
Ninguno había alzado las armas, de inmediato, pero una mano
pero el vagabundo pudo sentir ese alzada del marqués impidió que
aire de animadversión que había abrieran fuego. El extranjero
traído aquel nuevo silencio. El continuó:
noble no hacía más que verlo
—Hace doce años vos
detenidamente, parecía una
participásteis en una escaramuza.
situación incómoda.
No fue aquí, sino en las tierras que
—Vos me habéis dicho que llaman Luzón, en las proximidades
se me concedería lo que quisiera — del río Cagayán. Ahí os
insistió el extranjero—. Si sois un enfrentásteis a mi padre y le
hombre de palabra, lo haréis sin
arrebatásteis la vida. Lo sé porque
hacer más preguntas. los pocos rōnin y piratas wakō que

Frente a semejante lógica, consiguieron regresar a los muelles

Don Remírez no podía negarse. No cercanos a mi hogar, me dijeron

se lo pensó dos veces: se arrancó que el responsable había sido un

el parche de la cara y reveló una gaijin español con una gran

profunda cicatriz de doble filo que le fortaleza física al que había

cruzaba a lo largo de su conseguido dañar en el ojo

blanquecino ojo. izquierdo. Y sin duda, esa cicatriz

que vos tenéis fue hecha por la


—¿Satisfecho?

294
espada de mi padre. tenía que hacer? ¿Dejar que me

llevara al Reino de los Cielos?


La niña comenzó a llorar de

nuevo. Al darse cuenta de que la —¡Mi padre lo habría hecho!

situación era tan dramática, la —Pues entonces, vuestro


mujer se marchó en dirección a la padre era un imbécil.
hacienda con ella en brazos. El
Al oír tales palabras, no pudo
noble suspiró.
aguantarlo más. Intentó
—Muy bien, supongamos
desenvainar su katana, pero los
que admito que estáis en lo cierto.
soldados los interceptaron de
¿Qué importancia tiene ya eso? No
inmediato y lo sujetaron entre
fue nada personal, sino un acto de todos. Al estar tan bien entrenados
guerra. y verse mejor blindados, fue

El extranjero apretó los incapaz de quitárselos de encima.

dientes: Don Ramírez seguía observándolo

con suma calma.


—Todos ellos dijeron que la

muerte de mi padre fue realizada a —Decidme, ¿qué es lo que

traición. Él os estaba venciendo queréis? ¿Matarme?

limpiamente y uno de vuestros


El vagabundo se revolvió un
camaradas le disparó por la poco, al ver que era inútil, se
espalda. Momento que vos tranquilizó un momento. Continuó
aprovechasteis para rematarlo de contestándole:
forma totalmente deshonrosa y
—Al hacer eso vos
robarle su espada.
ultrajásteis su honor y el de sus
—¿Y qué se suponía que descendientes. Fue a todas luces

295
un insulto y debe ser pagado. Por puedo hacer eso.

ello os he buscado durante años —¿Por qué? ¿Por


con un único propósito: ¡os reto a venganza?
un duelo a muerte! Al final,
—No, por honor. El honor lo
restauraré su honra o caeré
es todo.
luchando.
El noble se mordió el labio,
El español negó con la
no podía creerse aquello que
cabeza.
escuchaba.
—Soltadlo.
—Sois muy joven como para
Los soldados, aunque algo
desperdiciar de una forma tan
pasmados con la orden, decidieron
estúpida vuestra vida —enunció.
obedecer. El vagabundo también se
Después, se giró y comenzó a
sorprendió. Y por esa razón, se
dirigirse a su hacienda—. Hacedme
irguió en una postura menos hostil.
caso, regresad a vuestro hogar.
Don Ramírez lo señaló
Aquello enfureció más al
directamente:
vagabundo. Sin pensárselo dos
—Escuchad: tendré en veces, intentó extraer su espada
cuenta que habéis salvado a mi hija
por segunda vez, y en esa ocasión,
y os dejaré marchar en paz. Volved lo consiguió:
a vuestra tierra y tratad de vivir una
—¡No os atreváis a darme la
larga vida. Pero, sobre todo, no
espalda!
volváis jamás a mis tierras. ¿Habéis
Se lanzó directo al español,
entendido?
quien se giró sin apenas esfuerzo y
—Lo he entendido, pero no
vió como sus soldados volvían a

296
interceptar al atacante. Tres —Entonces, ¿qué

consiguieron retenerlo, un cuarto se hacemos?

hizo con su katana y la partió por la El español observó con


mitad. Los cuatro restante lo detenimiento al extranjero. Seguía
apuntaron con sus arcabuces con revolviéndose, y continuaba
el fin de eliminar el problema de amenazándolo con que antes o
raíz. Sin embargo, el anciano volvió después lograría aquello que
a intervenir: buscaba. Don Ramírez disintió una

—¡Alto! ¡Ni se os ocurra vez más.

dispararle! —Pónganlo a dormir y

Uno de los soldados de los enciérrenlo en la prisión de Ciudad

tercios le miró nervioso. de la Paz. Ya me encargaré de él en

cuanto pueda.
—Pero señor, ¿no ve que

quiere darle matarile? No podréis Sin dudar, se dispusieron a

vivir tranquilo mientras ese perro obedecer la orden. El soldado se

japonés siga en pie. acercó con el arcabuz en ristre. Un

golpe seco de la culata en mitad del


El anciano exhaló algo de
cráneo fue suficiente como para
aire.
cumplir con su cometido. De
—A pesar de lo que dice, yo
inmediato, la realidad del
también tengo mi honra. No puedo
vagabundo se fundió en la más
permitir que matéis al hombre que
profunda oscuridad...
salvó a María.

297
2. ESTARÉ A VUESTRO SERVICIO

Tan abrupto como el sueño, fue su


k su principal objetivo.

despertar. El vagabundo se alzó


El extranjero no dijo una sola
empapado y un inmenso dolor de
palabra, no tenía ningún sentido. En
cabeza sustituyó su largo estado de
todo caso sabía que si el español
letargo. A su alrededor, la prisión
estaba allí, era porque todavía
parecía un simple agujero. ¿Qué
estaba dispuesto a convencerlo. Una
podía haber más sobrio y menos
pérdida de tiempo al fin y al cabo,
saludable que cuatro paredes de
pero nada podía hacer para evitarlo.
madera y unas cuantas ratas
Así fue como Don Ramírez comenzó
pululando por un suelo sucio,
con la charla:
arenoso y lleno de piedras?
—No tendría porque ser así.
Seguramente nada...
Vos habéis salvado a mi hija, no
Y delante de él, separado por
deberíais sufrir este lamentable
gruesos barrotes hechos con ramas,
encierro.
esperaban los dos: a la derecha, un
—Eso tiene fácil solución:
gigantesco nativo de la zona que
soltadme y no sufriré más por ello.
trabajaba como celador y que tenía
—Sólo si prometéis que no
un cubo vacío entre sus manos. Y a
me infligiréis ningún daño a mí ni a
la izquierda, el despreciable noble
mi familia.
que le había arrebatado lo que le

pertenecía y se había convertido en El preso se agarró a las

298
barras, acercó su rostro al del únicos que nos defendíamos con

anciano. uñas y dientes, también los chinos y

los guerreros japonés hacían de las


—Por vuestra familia no
suyas: tirar tierra a los ojos, morder
debéis temer. Pero no puedo
con fuerza en los tobillos, apuñalar a
prometer nada con respecto a vos.
través de las entrañas, disparar por
El español comenzó a reír con
la espalda al enemigo... Y no lo
amargura, disintió.
reprocho, en esos momentos lo
—¡Pardiez, sin duda sois
único que cuenta son dos opciones:
terco! ¡Y también necio! Me
vivir o morir. Punto.
recordáis a mí cuando tenía vuestra
El vagabundo apretó los
edad.
dientes, sus ojos refulgían con furia.
—Sólo soy un vagabundo que
—¿Insinuáis entonces que
ha venido por una única razón:
estoy mintiendo? ¿Decís que mi
honor. El mío está roto, y hasta que
padre no tenía ningún honor?
esté restaurado, no podré vivir en
—No insinúo nada, jamás me
paz. Matastéis a mi padre. Por ello,
atrevería a ultrajar la honra de
tenéis la obligación de pelear contra
quienes llegaron a luchar ese día.
mí.
Pero eso fue hace mucho tiempo...
—No tengo porque aceptar.
Debéis dejarlo estar. Hace dos años
Vos no estuvisteis ahí, apenas
volvieron a restablecerse las
seríais un crío de diez años cuando
relaciones comerciales entre
aquello aconteció. No tenéis derecho
nuestros dos reinos. Ahora hay paz,
a juzgarme, se trataba de una guerra
y nadie más tiene porqué morir.
abierta; los españoles no éramos los
La única respuesta fue un

299
silencio sepulcrar. A pesar de eso, el junto con veinte escudos para que

extranjero no dejaba de observarlo. podáis regresar a vuestro hogar. Si

En sus ojos todavía se reflejaba su invertís bien el resto de lo que os

intensa obsesión. quede, no tendréis que vagar nunca

más. Os estoy ofreciendo una nueva


Don Ramírez respiró con
vida. A cambio, sólo tenéis que
profundidad.
renunciar a esa insensatez del duelo.
—Escuchad: he cometido
Le tocó al vagabundo disentir.
errores en mi vida. Batallar no fue

uno de ellos, pero sí lo fue el no —Sólo estaré dispuesto a

saber cuando merecía la pena aceptar si os disculpáis

hacerlo. Mirad, os ofrezco lo públicamente por lo que le hicistéis a

siguiente: mi padre.

Fue entonces cuando de El rostro de Don Ramírez

pronto lo vio: el noble español extrajo enrojeció, su mandíbula se tornó

un objeto que se mantenía cubierto rígida. Con el ceño fruncido, gritó:

con un paño. Cuando se lo quitó, un


—¡¿Cómo osáis?! ¡Os
brillo inusitado sorprendió al
ofrezco esta oportunidad y vos me
vagabundo.
insultáis!

—¡La espada de mi padre! —¡Sois vos el que me estáis


¡Entonces, todo lo que contaban era insultando! ¿Veinte escudos? ¿Eso
cierto! es lo que vale mi honor?

Ignorando las palabras, el Con furia, el español apretó


español continuó: los puños en torno a la katana.

—Dejaré que la recuperéis —Está visto que todavía no

300
queréis discutir con seso. Tal vez en la sala.

debería dejaros algunos días para —¿Estáis seguro? —


que penséis bien vuestras opciones. preguntó el marqués.

—No importa el tiempo que —Totalmente.


pase, os juro que jamás descansaré
Don Ramírez blasfemó. Con
hasta que obtenga lo que por
furia, dio un puñetazo a la pared de
derecho me pertenece.
madera. Un pequeño hilo de sangre
—Entonces, os recomiendo
surgió en torno a sus nudillos, pero
que os familiaricéis con vuestra
no dio señas de estar sintiéndolo. En
nueva estancia...
su lugar, se limitó a extraer de su

De pronto, un soldado de los bolsillo un pañuelo y a limpiarse la

tercios españoles se personó en la herida. Tras ello, asintió con la

prisión, interrumpiendo así las cabeza.

palabras del marqués.


—Habéis hecho un gran

—¿Podéis disculparme, trabajo. Podéis continuar con el resto

señor? de vuestras labores. Por mi parte,

me dirigiré de inmediato a la
El anciano se dirigió a este:
hacienda.
—¿Qué sucede?
—Muy bien, señor.
—Hemos averiguado para
Se marchó, y antes de que
quién trabajaban aquellos viles
Don Ramírez también lo hiciera, se
infames que intentaron secuestrar a
giró en dirección al vagabundo:
vuestra hija. Está confirmado: se

trataba de ella. —Lamento tener que irme tan

pronto, pero parece que el asunto es


Un breve silencio se instauró

301
más serio de lo que creía. Ya vendré al que pretendía someterlo el noble

más adelante para seguir español con la idea de debilitar su

intentándolo. Mientras, podéis espíritu. Sin embargo, había algo

empezar a adaptaros. Puede que con lo que parecía no contar: él era

viváis aquí una larga temporada... un seguidor del sagrado Código del

Bushidō, y su voluntad era


***
inquebrantable.
Tras un tiempo encerrado, el
Dedicó entonces sus días a
vagabundo fue incapaz de precisar
las mismas prácticas diarias que
con exactitud el pasar de los días. Su
realizaba cuando vivía con su padre
rutina se marcó de forma diaria:
al servicio de su daimyō... Antes de
desayunaba en la mañana, realizaba
que ambos acabaran en desgracia,
sus necesidades en una de las
antes de que el Shōgun asesinara en
esquinas en torno a la tarde y
combate abierto a su señor y se
cenaba siempre cuando caía el
vieran obligados a vagar por el
ocaso.
mundo. Todas las mañanas rezaba a
En todo ese tiempo, nadie se
su padre, buscaba su fuerza interior
le acercaba para otra cosa que no
y se proponía a esperar lo que
fuera darle la comida o recoger el
hiciera falta para cuando llegara el
cubo con sus excrementos. Ninguno
momento de restablecer su honor.
de los celadores le miraba a los ojos
Hacía ejercicio para no dejar
directamente o le decía palabra
languidecer su cuerpo, prácticando
alguna. Todo era puro hábito,
así varios de sus movimientos
repetición, costumbre. El extranjero
marciales mientras recitaba en voz
supuso que se trataba de una
baja los principios del Código y
estrategia bien planeada. Un castigo

302
algunos mantras del sintoísmo. Pero El celador frunció el ceño.

por encima de todo, siempre —¿Estáis segura? Se trata de


terminaba meditando un tiempo en la un hombre muy peligroso...
postura seiza para recordarse a sí
—Soy muy consciente de ello,
mismo cual era el camino que debía
capitán —interrumpió ella—. Pero
seguir.
estoy completamente segura,
Entonces, ella apareció: limítase a obedecer y a vigilar que

La madre de la niña a la que nadie nos interrumpa. Ah, y no se

había salvado. A diferencia de la olvide de darme la llave antes de

anterior vez, ahora sí tenía el hacerlo.

aspecto digno de la mujer de un Las facciones de su


noble. El vestido que llevaba no tenía interlocutor se tornaron rígidas, no
encajes, pero el color púrpura con el parecía haberle gustado mucho que
que se componía era la prueba de una mujer se le dirigiera de esa
que no se trataba de una tela barata. forma. Sin embargo, poco podía
Y en una de sus manos, llevaba un
hacer: era la esposa del marqués, y
abanico a juego que no cesaba de como tal, le debía lealtad y
mover para apaciguar el pegajoso obediencia. Tal cómo se le pidió, le
calor. En la otra, la katana de su
entregó el juego de llaves y se dirigió
difunto padre que parecía exhibir con a la salida mientras murmuraba
aire indecente. Se colocó frente a algunos términos ofensivos y
frente con el guardia. Con suma misóginos. Sólo cuando cerró la
dignididad, dijo: puerta tras de sí, la nativa se permitió

—Dejadnos a solas, necesito mostrarse vulnerable. A ojos de su

hablar con el prisionero en privado. prisionero, lloraba de forma

303
desconsolada. Hemos sabido que ha sido cosa de

Trisha Mae, la Malvada Reina de las


—Señor, sé que no tengo
Bruhas Kúlam. El «Kúlam» es una
derecho a pediros nada, pero
magia peligrosa y oscura, y ella, es
necesito que me escuchéis...
la mayor maestra en su dominio.
El vagabundo alzó una mano.
Respiró profundamente, el
—Antes de que digáis nada,
vagabundo podía sentir su
os aseguro que cualquier intento por
desesperación.
apelar a mi compasión es una
—Durante años ha
pérdida de tiempo. Y si vuestro
destrozado nuestras cosechas por
marido os ha enviado para

convencerme, debo decir que me medio de plagas, enfermado a

nuestros animales, atacado a


sorprende lo bajo que ha caído.
muchos de los habitantes... y
—No, señor. Le aseguro que
también, nos amenazó con
he venido por mi propio pie. Él jamás
arrebatarnos a nuestra pequeña. Y
haría una cosa así. Ahí donde lo ve,
por fin, ha conseguido lo que se
es también un hombre orgulloso,
proponía. Por ello, mi marido partió
como vos. De hecho, he venido por
con un contingente de soldados a
razones muy diferentes.
Siquijor, «La Isla Maldita». Para
—No le entiendo.
tratar de recuperarla...

La mujer se secó las lágrimas


Volvió a estallar en llanto.
e hizo un esfuerzo por aclarar su
—¡Sin embargo hace días
quebradiza voz.
que no se sabe nada de ellos! ¡Estoy
—En las últimas semanas mi
desesperada! Nadie más está
hija ha vuelto a ser secuestrada.
dispuesto a ir en su busca. Creen

304
que aquel insensato que pisa después, obtendré mi derecho al

Siquijor, acaba condenando su duelo.

alma... ¡Por eso acudo a vos! ¡El La mujer lo observó en


único hombre que sé que podría silencio, se secó las lágrimas.
ayudarme! ¡Por favor! ¡No lo hagáis
—¿Por qué? ¿Es necesario
por mí ni por mi marido! ¡Hacedlo por
que uno de los dos muera?
mi hija! ¡Mi preciosa hija...!
—Se trata de una cuestión de
Pocas cosas podían
honor. Si le sirve de consuelo, creo
conmoverlo más que la angustia de
que es imposible que salga
una mujer. A pesar de sus dudas, no
victorioso. Su marido es fuerte, y
podía dar otra respuesta:
tiene muchísima más experiencia en
—De acuerdo. Si me dais la combate.
espada de mi padre, estaré a vuestro
—Y a pesar de ello queréis
servicio.
luchar...
Sorprendida, se detuvó.
—Como le dije es una
Durante unos instantes parecía no
cuestión de honor. Prefiero morir en
saber qué decir. Luego, poco a poco,
combate, pero con mi honra intacta,
el llanto volvió a surgir. Aunque era
antes que volver siendo un
de una naturaleza distinta: eran
miserable.
lágrimas de alegría.
Ella afirmó con la cabeza.
—Gracias... Muchas gracias...
—Está bien, no me quedan
—Aún así, debo advertiros de
muchas opciones.
lo siguiente: iré a rescatar a vuestra
Con la llave abrió la jaula.
hija y a vuestro marido. Pero
Después, le entregó la katana de su

305
progenitor. Al tocar

empuñadura con sus manos, casi


la

pudo sentir la fuerza de su padre. Al

desenvainarla notó que la

seguía afilada, tan magnífica como

siempre...
rugosa

hoja
y
—Ya está hecho —enunció la

mujer. Parecía que en su voz se

impregnaba el temor de que

aprovechara para escapar—.


La barca avanzaba con lentitud a
¿Cumpliréis con vuestra palabra?
través de las tranquilas aguas del
El vagabundo envainó su
Pacífico. En otras circunstancias
arma. Sus ojos grises se posaron en
habría sentido como las pocas olas
los de la nativa.
lo iban arrullando, pero en aquellos
—O moriré en el intento.
momentos la única palabra que

podía describir la naturaleza de sus

sentidos, era la de «Inquietud».

Acababa de llegar la noche y

la oscuridad lo cubría todo. A pesar

de ello, Siquijor seguía siendo

visible. Denominada por los

españoles como «La Isla del

Fuego», era famosa por su

naturaleza ambigua. Contrariamente

306
a su aparente quietud, esta latía atreva a pisar nuestras costas!»,

como un ser vivo, un poderoso parecía decir. Pues su naturaleza era

leviatán que dormía en medio del sagrada, prohibida.

océano. En torno a ella, un gran Y el extranjero debía


número de luciérnagas realizaban profanarla. Era la única forma que
una danza mágica, creando a través tenía de seguir sus principios de
de sus luces una silueta perceptible forma recta, y no le gustaba.
y hermosa. Aunque también, le
Antes de acceder decidió
daban cierto halo de peligrosidad
quitarse sus getas, las chanclas de
que no cualquiera podía advertir.
origen oriental que cubrían sus pies.
Ese no era el caso del Algo en su interior le decía que era lo
vagabundo. Para él, su poder era sin mínimo que podía hacer: mostrar
duda perceptible. Las olas rompían algo de respeto y tratar de mancillar
en sus acantilados con una fiereza lo menos posible aquella extraña
inusitada. Mientras que en las
región. Luego, descendió del bote y
playas, el agua se posaba cristalina comenzó a caminar a través del
y suave, arrastrando en el proceso litoral. La arena se sentía limpia,
conchas y piedras que llenaban sus virgen. No obstante, también vibraba
alrededores con el color del coral y el con un calor que no llegaba a ser
olor de la espuma. Era un lugar hostil, pero sí lo recibía con cierto
imponente, hermoso. Más parecido a grado de turbación. Como si la
un paraíso terrenal que al infierno propia isla quisiera comunicarse con
que todos describían. Sin embargo, él:
se podía sentir su esencia
«¿Qué buscáis, intruso? —le
primigenia. «¡Qué ningún mortal se
decía—. ¿Acaso no nos teméis?

307
¿No sabéis que todo aquel ser que de entrar, escuchó un aullido que le

nos recorre encuentra el más funesto dio un escalofrío a la altura del

de los destinos?» espinazo. Tan sólo era el viento, que

se levantó con fuerza. Pero para el


En silencio, el extranjero
vagabundo parecía decir:
avanzó. Sus pies eran ligeros, su

caminar decidido. Ni demasiado «Sea entonces, intruso.

rápido ni demasiado lento, sino Pagaréis vuestra osadía con la más

prudente. Marchaba por esas tierras terrible de las muertes...»

con el rostro cetrino y un aire ***


vigilante. Nada contestó a la isla, que
Toda la belleza de la playa transmutó
preguntaba, preguntaba y
nada más pisar la jungla. En medio
preguntaba:
de la oscuridad, sólo había una
«¿Qué necia obsesión os vegetación pegajosa y angosta que
hace continuar? —le repetía—. ¿Es se mezclaba con la insistencia de los
que deseáis morir? Regresad y no mosquitos y un calor insoportable.
volváis. Decidle a vuestros
Había criaturas e insectos de la
descendientes que mostrastéis naturaleza más variada, pero no por
respeto por Siquijor, la Maldita. Que ello menos temibles.
a pesar de que la pisastéis, vivistéis
«Avanzar es sinónimo de
para contarlo».
caída... —pensaba el vagabundo—.
Nada respondió. Fue justo
¿Pero qué otra cosa puedo hacer
cuando llegó al inicio de la selva que
para poder conseguir lo que busco?»
el vagabundo desenvainó su
En uno de los momentos que
espada. Entonces, comenzó a
paró para tomar algo de aire, pudo
abrirse paso tajo a tajo. Justo antes

308
echar un vistazo a su espalda. Fue «¡Chas, chas!»

entonces cuando se sorprendió: Algo lo buscaba, le quería...

¡El camino que había abierto «¡Chas, chas!»


a golpe de espada estaba cerrado!
...consumiría su alma...
¡La gruesa vegetación había vuelto a
«¡Chas, chas!»
amontonarse!

...y le haría pagar su desafío.


«Ya no hay vuelta atrás —

reflexionó—. Mi única opción es «¡Chas, chas... chas!»

llegar a mi objetivo». El último corte reveló algo que

Siguió adelante, el camino no esperaba encontrarse: un

parecía interminable. Sobre él se gigantesco árbol milenario en cuyas

posaba una calma insólita que sólo ramas colgaba la muerte. A su

era rota por el sonido de la katana alrededor, millones de soldados

cortando a su paso: «¡Chas, chas, españoles yacían en las posturas

chas!» Nada parecía aguardar a lo más grotescas. En el suelo había

largo de la espesura, pero eso no algunos, pero sobre todo destacaban

tranquilizaba al extranjero. Este, los que se mecían con el viento. Era

podía percibir un peligro subyacente. como un extraño ser vegetal

Algo que parecía aguardar paciente, compuesto de una serie de frutos

sereno. Como el tigre que acecha macabros.

hambriento a que la presa se El extranjero escuchó algo

coloque a su alcance. que se deslizaba. Sin pensárselo dos

Algo tenía que esperar en las veces, se colocó en guardia: los

profundidades de esa tierra brazos en perpendicular en torno a la

indómita... katana, las piernas flexionadas y el

309
cuerpo en tensión. La hoja se alzó a misma presa como un colosal río de

la espera de atacar, como la cola de destrucción! Conforme avanzaba,

un escorpión que se veía acorralado. saltaban más de esas horribles

Cerró los ojos, dejó que el resto de criaturas. El más leve roce con sus

sus sentidos le guiarán para dientes podía suponer una muerte

sobrevivir... tormentosa, por lo que despejó su

mente y dejó que su instinto le guiara


¡Y saltó justo a tiempo para
a través de su entrenamiento. Por
evitar un ataque mortal! Los colmillos
medio de este, giraba la hoja y partía
de las serpientes chocaron en el aire.
a cientos, moviendo así su espada
Fue a pocos centímetros de su piel,
como una caña de pescar. Elástica,
pudiendo incluso notar el húmedo
cortaba el viento y deshacía a varios
beso de la muerte: el veneno mortal
enemigos. Los suyos eran
que componían sus vísceras. El giro
movimientos expertos: salto,
fue rápido, como el de un felino
esquiva, tajo. Salto, carrera, giro,
abusando de sus siete vidas. Cayó
tajo, tajo, tajo... Era interminable,
en pie, rodó por el suelo, realizó dos,
inexpugnable. Se subió a la base del
tres tajos, y corrió a lo largo de las
árbol, segó más cabezas. El número
cercanías del tronco.
parecía inabarcable...
La oscuridad embargaba
«Estáis condenado —parecía
todo, pero aún podía sentir como las
decir la isla—. Sólo prolongáis lo
entrañas de la perversa isla lo
inevitable. Dejaos llevar, y pronto
hostigaban. Las serpientes suelen
cesará el dolor: perteneceréis a los
ser silenciosas, no hacen ruido al
recóvecos más oscuros de esta
reptar... ¡Excepto cuando son
tierra maldita».
millones de ellas persiguiendo a una

310
Pero el extranjero no «Sois obstinado, intruso —

escuchaba, pues era incapaz. No sentía escuchar—. ¿Pero creéis que

importaba el acoso de las bestias ni podéis sobrevivir a la imagen más

lo atrayente que resultara la voz que sombría de este y de cualquier otro

trataba de convencerlo para que se mundo? ¿Y si os dijera que puedo

rindiera, ya que la obsesión de este ser más terrorífico que la peor de

era tan dura como el diamante: nada vuestras pesadillas?»

podía derrumbarla. Tenía que —Mientras esté hambriento


destruir a la bruja, rescatar a la niña, de honor, ni siquiera el miedo podrá
al padre, y retarlo en duelo. Tenía detenerme.
que restablecer su honor...
«¿Ah, sí? Conque esas
El torbellino de serpientes lo tenemos, ¿eh?»
fue persiguiendo de rama en rama,
El extranjero se paró en una
pero cada vez que parecía que iba a
rama tan gruesa como un tronco y,
alcanzarlo, ya no estaba. Se colgó
cuando parecía que todo había
de una liana, corrió por las
terminado, los pequeños reptiles se
extremidades de la vegetación,
detuvieron de pronto. Entonces, sin
cortó, trepanó, pisó, esquivó... Un
una explicación existente de por
grupo de reptiles le cayó encima. El
medio, se fueron retirando a lo largo
vagabundo se quitó la parte superior
del árbol hasta que sólo quedó él y la
de la túnica y consiguió comprar algo
seca y desnuda rama. El vagabundo
más de tiempo. Ahora, iba a pecho
exhaló aire a consecuencia de su
descubierto, huyendo por las
cansancio. Ahora sentía una
interminables ramas de la horda
pertubación más grande que la
maldita...
anterior vez. Algo perverso se

311
acercaba, un ser con una naturaleza Fue consciente de que si

insidiosa... apartaba la vista, perecería. Que si

trataba de escapar, no llegaría ni al


La cabeza fue lo primero que
final de la rama. Que si atacaba,
apareció, rodeando el tronco
sería inútil, ya que semejante
milenario como si tan sólo fuera una
monstruo era incapaz de siquiera
pequeña caña de bambú. Era el
sentir cosquillas con la hoja de su
cuerpo de la pitón devorahombres
espada. No existía una salida posible
más grande que jamás había visto. A
en semejante dilema. La malvada
ojos de esta, el vagabundo no
Esfinge observaba a Edipo
parecía más que un pequeño ratón
demandando una respuesta para su
de campo. Su constitución era
mortal acertijo. Todo parecía perdido
gargantuesca, con una naturaleza
para el vagabundo, pero entonces
primigenia que parecía de otro
recordó una historia que le contó su
mundo. Sus ojos maléficos como el
padre en una época anterior a su
rubí lo miraban con un hambre voraz
búsqueda por las distintas Islas del
e insaciable, y fue en ese momento
archipiélago de Filipinas, previa
cuando el extranjero supo que a
incluso a su primera batalla ganada
través de estos le estaba
a los once años, cuando ya tanto él
observando la impía bruja...
como su padre se habían condenado
«Repetidlo ahora, intruso —le
con un eterno vagar. Se la había
decía—. ¿Seguís pensando que el
relatado tras regresar con su daimyō
miedo no os paralizará? Repetidlo
de una misión de protección, el día
todo, palabra por palabra, o tratad de
en que pudo pasar algo de tiempo
escapar. Porque yo soy el Guardián
con su hijo: el relato de cómo por fin
de Siquijor, y ansío vuestra alma».

312
se ganó el favor del poderoso señor, señor consiguió a un imbatible

al que desde ese día siempre había guerrero.

servido... Al poco de desposarse con su

*** mujer le tuvieron a él, y fue entonces

cuando le mandaron a su padre su


En aquel tiempo, su padre era un
primera misión: debía retarse en
joven aspirante de otra familia de
duelo contra un poderoso
origen guerrera. Tenía honor y era
espadachín en la ladera del Monte
famoso por su habilidad en combate,
Fuji. Era una de las muchas formas
devoción absoluta y por seguir el
típicas en las que dos señores se
Código con total rectitud. No
disputaban algo con la intención de
obstante, nadie quería darle la
perder lo mínimo. Cuando un
oportunidad de una dote, pues se
guerrero fallecía, el bando que
sabía que desde hacía dos
representaba tenía que ceder parte
generaciones su familia atravesaba
de su territorio. En tiempos de honor
momentos muy duros. Y corría el
eso no era un problema, incluso era
rumor de que alcanzarían la ruina

muy pronto. Nadie estuvo dispuesto, una forma de resolución muy común.

Su padre marchó con su esposa, y


exceptuando aquel que luego sería

su daimyō, quien le permitió que se esta, se llevó al chico en brazos,

dispuestos a ganar y a seguir los


desposara con la hija de una de las
dictámenes del hombre que le había
familias de samuráis que estaban
acogido en su séquito.
bajo su protección a cambio de su

lealtad y total entrega. De esa forma Sin embargo, en mitad del

ambos ganaron: su padre recuperó viaje sobrevino una gran ventisca.

un poco de su fortuna, y ese gran Nunca encontraron al grupo que

313
representaba al daimyō rival, ni familia... cuando de pronto la vió:

tampoco al samurái que La figura de una mujer


supuestamente lo esperaba. A pesar desvanecida. En sus brazos cargaba
de ello, siguieron buscando. La a un bebé, vestía de blanco y parecía
ventisca se convirtió en tormenta, y vagar en mitad de la nada. Por
pronto, en un gran avalancha que se supuesto, su padre creyó que había
llevó a muchos de los suyos. hallado lo que buscaba, pero cuando

Sea como sea su padre se sus ojos contactaron con los de él,

terminó separando del grupo porque descubrió una realidad terrorífica:

tanto su esposa como el bebé Era Yuki-onna, «La Mujer de


habían desaparecido. A pesar de las la Nieve», un espíritu yōkai
muchas reticencias por parte de su destinada a deambular a través de
señor, este no era de piedra y por un invierno perpetuo. Se decía que
tanto, podía entender que quisiera aquel insensato que se la
encontrarlos. Su daimyō le dio una
encontraba, estaba condenado.
semana para recuperar a su familia, Semejante ser atrae a los hombres
ni un día más. Buscó en solitario por con su aparente indefensión y les
todo aquel infierno nevado que arrebata toda la energía vital.
representaba la ladera, perdiendo Quizás, era la representación de una
dos días y mucha energía. A duras muerte eterna en mitad del hielo, tal
penas consiguió sobrevivir a base de vez un ser demoníaco y vampírico.
Mikans que llevó en un zurrón, y la Sin importar su naturaleza, lo cierto
poca nieve que tomaba cada vez que es que sintió miedo nada más verla,
tenía sed. Comenzaba a perder la y supo que su vida peligraba ante
esperanza de encontrar a su ella, que si apartaba la vista de sus

314
ojos, acabaría muerto. Y al alzar la vista, ya no

estaba. En su lugar, encontró a su


Pasó un tiempo observando al
esposa e hijo hundidos en mitad de
espíritu sin que ninguno de los dos
la nieve. Pudo recogerlos, llevarlos
se moviera o dijera una palabra, de
de vuelta a la caravana y salvarlos
seguro días. Nunca supo cuántos de
de una muerte segura. Consiguió ir
forma exacta, pero es así como fue.
hasta su señor al séptimo de los
Ella cargaba el bebé en sus brazos,
días, le contó su experiencia y este
esperando algún salvador o víctima
le respondió:
que intentara compadecerse, él sin

saber qué decisión tomar: atacarla, —Si todo cuanto contáis es

huir o ayudarla. Nada parecía ser cierto, sin duda he acertado al

sensato, y aquella situación, le dio la aceptaros entre los míos. Pues sólo

fuerza necesaria para reflexionar un auténtico samurái podría abrazar

sobre el Código del Bushidō: sus tan fielmente el Código del Bushidō...

principios como guerrero, sus


Esa fue una de las lecciones
dogmas de hombre sintoísta y la más importantes que aprendió: la
filosofía del samurái. naturaleza no responde ante nadie, y

Llegó a la única conclusión lo único que podía hacer, era aceptar

evidente: estaba ante una fuerza a la ese hecho.

que era imposible vencer. Nada ni ***


nadie podía controlarla, por tanto, lo
En ese momento, y aún sosteniendo
único sensato era hacer una cosa:
la mirada a aquella gigantesca
aceptar que estaba a su merced.
serpiente, supo lo que tenía que
Realizó una reverencia ante
hacer: nada importaba. Pasara lo
ella y esperó su destino...
que pasara, todo estaba dicho.

315
Bajó su espada y se dirigió a importaros mucho... —le

ella sin ninguna clase de dudas ni declaraba—. ¿Qué puedo hacer

miedos, sólo con la verdad: para que lo restauréis?»

—Como dije, el honor es lo —Cededme la oportunidad de

que me mueve. Mientras tenga enfrentarme al más poderoso de

necesidad de saciarlo, ni siquiera el vuestros títeres. De esta forma,

miedo podrá borrar esa verdad. podré seguir siendo fiel a mi Código

Admito que no puedo enfrentaros y al encontrar en él la gloria o la muerte

que me encuentro a vuestra merced, luchando contra el guerrero español,

pero jamás destruiréis mi espíritu. ese que os desafió y terminó

perdiendo ante vos.


Entonces, percibió que el

poder de la malvada hechicera iba Un inmenso silencio siguió a

perdiendo su influencia sobre la la declaración. La cabeza de la

criatura. Había una verdad serpiente se desplazó perezosa,

fundamental con la que ella no exhibiendo dos o tres veces su

contaba: era posible que la lengua bífida.

naturaleza le diera acceso a muchos «Si os concedo lo que pedís,


de sus secretos, pero jamás podría ¿abandonaréis esta tierra?»
controlarla. Al final, es una fuerza
—¿Qué más podría
imparable e independiente del Bien y
retenerme aquí?
del Mal. Y por tanto, dado que su
La criatura asintió.
esencia era caprichosa, siempre

podía volvérsele en contra cuando «Sea entonces. No os daré

así lo dispusiera. ventaja en vuestro lance, pero

tampoco impediré que podáis


«Vuestro honor parece

316
realizarlo. Encontraréis a mi duda, acólitos oscuros de la malvada

campeona, la enfrentaréis y Reina de la Brujas Kúlam. El

después, seáis o no victorioso, vagabundo se acercó con aparente

abandonaréis Siquijor de inmediato. calma, pero estaba preparado para

Esa es mi voluntad, y será ley». desenvainar si de verdad hacía falta.

Uno de ellos, el que los capitaneaba,


Dicho esto, la gigantesca
llevaba una capa oscura y una
criatura se deslizó por el gran árbol y
máscara primitiva hendida en hueso.
desapareció. El vagabundo no tardó
También poseía una espada ropera y
en hacer lo mismo, y se dio cuenta
un estilete que, fijándose con más
de que ya no tenía necesidad de
atención, se dio cuenta que había
abrir un camino por medio de su
tenido que robar al noble español y
katana. Cuando descendió del
que de seguro, las llevaba más como
tronco milenario, una ruta que antes
trofeos, que por ser realmente capaz
ni existía estaba libre en mitad de la
de usarlas.
selva. El extranjero envainó su

espada y siguió andando. Durante Durante un minuto la tensión

un tiempo lo hizo con tranquilidad, se mantuvo. En cualquier momento,

sabiendo que la suerte estaba el enfrentamiento podía empezar. Y

echada. Tenía el beneplácito de la el extranjero no descartaba la idea

propia isla. Por tanto, su adversaria de que a su alrededor, estaban

no tendría más remedio que emboscándolo más enemigos.

enfrentarlo. De improviso, el líder de esos

A medio camino se encontró acólitos habló:

con varios hombres naturales de la —Venid conmigo, extranjero


zona con cierto aspecto tribal. Sin —le dijo en filipino—. No debéis

317
temer: pues Trisha Mae, Reina de la que, «amablemente», insistía en

Resistencia Mangyan, desea acompañarlo. Juntos, parecían una

concederos audiencia. Créedme si cabalgata de espectros que

os digo que es un digno honor que avanzaban bajo la luz de una luna

pocos pueden aspirar. Si aceptáis, maldita. Sin embargo, no por ello

nadie osará tocaros un sólo pelo de estaba nervioso, ya que por primera

la cabeza. vez en todo el día se sentía en

calma. Al otro lado, lo único que le


El vagabundo asintió.
esperaba era su destino. Y él, estaba
—Pues entonces no la
preparado para enfrentarlo.
hagamos esperar...
Pronto, la selva dio paso a

una de las maravillas de la que

4. LA DECISIÓN MÁS pocos hombres extranjeros habían

sido testigos: una ciudad cristiana

abandonada en el corazón de la Isla.


IMPORTANTE DE Su aspecto era viejo, tétrico y

embrujado. Ninguna de las

VUESTRA VIDA compañías que había intentado

domar aquellas tierras, parecía

v
Caminó durante largo tiempo por la
haber durado mucho tiempo. Y aquel

poblado era el viejo vestigio de uno

de aquellos intentos, o quizás, una

tumba silenciosa que servía de aviso


marcada senda de la jungla. En
para todo aquel que desafiaba a
ningún momento confió en la escolta
Siquijor. Las calles eran sucias, los

318
edificios estaban a un soplido de ser madera. Todo el suelo se componía

derrumbadas. Todo olía a muerte. de huesos reunidos alrededor de una

enorme pira, junto a varios soldados


No tardaron en llevarlo en
españoles muertos que estaban
dirección a un viejo edificio. Por su
desperdigados por el lugar.
composición, parecía tener una
Alrededor de la estatua, se habían
función sagrada. La experiencia del
reunido muchos acólitos. Sin duda,
vagabundo le llevó a recordar que
un espectáculo terrible que podía
eran llamadas por los cristianos con
impresionar al más excéptico de los
el término de «Iglesia». Pero en el
mortales.
caso de esta, su interior evocaba

todo lo contrario de lo que se Al llegar, todos dejaron paso

esperaría de ella. Las palabras al extranjero, quien viéndose

virtud, gracia, contemplación o rodeado decidió acceder hasta llegar

santidad no eran precisamente los a poca distancia de la virgen. En

términos que le venían a la mente. cuanto lo hizo, ella apareció:

De lejos se veía creado con el Trisha Mae era una diosa


objetivo expreso de burlarse e impía de ébano. Sin duda, su belleza
insultar directamente a la fe de los podía rivalizar con la de la
españoles. Dentro, un altar de mismísima isla: salvaje, libre... y
enormes proporciones tenía a una peligrosa, muy peligrosa. Sus pies
virgen vestida de negra que lloraba desnudos se posaban rebeldes en la
con amargura. En su diestra, fría y pútrida madera de la estancia,
sujetaba un cráneo humano con un descendiendo por las escaleras del
aspecto antiguo y macabro. En la campanario con paso animal y
siniestra, una cruz invertida hecha de enérgico. De gruesas caderas,

319
curvas bien definidas y facciones desafían los peligros de Siquijor, y

muy jóvenes, tenía una indiscutible viven para contarlo.

naturaleza erótica. Era sorprendente Se acercó, rompiendo así la


que una chica de semejante juventud distancia que tenía con el extranjero.
pudiera emanar tanto poder. Las Su mano se posó sobre el pecho
pinturas primitivas en su rostro, los blanco y desnudo, recorriendo con
tatuajes del torso y los huesos que sus dedos las cicatrices que
decoraban su piel, la hacían rememoraban antiguas gestas y
destacar entre todos los hombres y duelos de antaño.
señalaban claramente su
—Y muchos menos aún, son
superioridad jerárquica. Aunque
tan atractivos...
sobre todo, lo que más hipnotizaban
Se dirigió a su espalda,
eran sus oscuros ojos de pantera.
posando sus labios cerca de su
Unos ojos penetrantes y pardos que
oreja. La piel del vagabundo se erizó
parecían ver más allá del alma.
cuando sintió el cálido aliento de la
Al llegar, todos sus acólitos se
Reina de las Brujas:
arrodillaron ante ella. A duras penas
—Habéis venido desde tan
pudo contener el aliento el
lejos... ¿Qué es lo que queréis?
extranjero, quien vigilante sentía

como su katana vibraba a la altura de Se mantuvo inmóvil, rígido. La

su cintura. La indígena sonrió, sus respuesta que precedió fue

dientes de vampiresa eran negros totalmente estoica:

como la pez. No obstante, estos no —Honor.

hacían mermar su exótica belleza.


—¿Honor? ¿Y cómo pensáis

—Pocos son los hombres que obtenerlo?

320
—Es fácil: vos me entregaréis Chasqueó los dedos y las

a María, la hija del marqués de la Isla velas de la estancia se encendieron.

de Bohol. También liberaréis a su Un segundo chasquido, y la niña a la

padre, y luego, dejaréis que nos que buscaba comenzó a descender

marchemos. Después, me por las escaleras. Sus movimientos

enfrentaré a muerte contra ese eran antinaturales, carentes de todo

hombre para restaurar la honra de mi atisbo de voluntad. Sus dulces ojos

padre. parecían fijos, sin la chispa ni el brillo

de la vitalidad. La pequeña avanzó


Malévola, la impía hechicera
sin diligencia hasta que se posó
del Kúlam se alejó riéndose del
sumisa al lado de la bruja,
extranjero. Pocas cosas podían
hiponotizada por un embrujo negro e
resultarles más divertidas que el
impío. La malvada Reina se colocó
hecho de que un hombre a su
detrás de ella, acomodando sus
merced llegara a imponerle
manos en torno al cuello de la niña.
condiciones. Sin embargo, también
Era la viva imagen de la oscuridad.
sentía un claro magnetismo.

Apoyándose en la virgen, señaló a —Puedo entender muy bien

su invitado: vuestras ansias de honor. Mi

—Tenéis valor, eso no puedo campaña se basa en lo mismo:

durante años enfrentamos a los


discutirlo. Y puedo ver que os
españoles, quienes vinieron desde
aferráis a vuestros principios. Nunca
lejos para arrebatarnos la tierra,
había visto a alguien como vos... Por
violarnos a las mujeres y esclavizar
lo que atended a mi contraoferta,
a nuestra gente. Pronto, no tuvimos
jamás encontraréis una mejor
más remedio que retirarnos y jugar
oportunidad.

321
con nuestra tradicional... magia. golpeaban en el pecho con un

barong entre sus manos. En todo


Comenzó a acariciar los
momento, el vagabundo se mantuvo
cabellos de la pequeña. Un acto que
en silencio. El carisma de la pérfida
para otra doncella habría estado
bruja estaba más que demostrado;
lleno de ternura, parecía frío y
todos sus hombres parecían
espeluznante cuando lo hacía
dispuestos a seguirla a las puertas
aquella hechicera.
del mismísimo infierno.
—Esta niña es una posesión
La mujer volvió a acercarse al
que ahora me pertenece —continuó
extranjero:
Trisha Mae—. De la misma forma

que ese sucio caudillo español, y esa —Y vos podéis formar parte

ramera traidora con la que se ha de eso... —dio un tercer chasquido

casado, han domesticado y con sus dedos—. ¡Guardias, traedlo!

conquistado lo nuestro, yo domestico Un par de nativos gigantescos


y conquisto a su descendencia. Y transportaron a un hombre
pronto, mis letales garras se
maltratado y deshecho. Un saco en
extenderá por todo el archipiélago... su cabeza hacía irreconocible a la
¡Y recuperaremos nuestros hogares! figura, pero cuando se lo quitaron, el
¡Yo, la Reina de la Resistencia
vagabundo se asombró:
Mangyan, así lo juro!
No era otro que Don Ramírez
Todos los acólitos gritaron con
Fernández de Soria, el hombre al
entusiasmo. Un frenesí tribal se
que había venido a rescatar... y a
apoderó de ellos, quienes chocaban
retar en mortal lid.
sus escudos con sus lanzas. O
Su rostro daba lástima. Por
daban alaridos mientras se

322
su aspecto, parecía haber sido desear. —expresó. Lo último lo dijo

víctima de torturas físicas. Sin contoneando su esbelto cuerpo—. Y

embargo, su ojo azul cielo seguía después, ¿quién sabe? ¡Tal vez el

brillando con la seguridad que sólo órbe pueda pertenecernos! ¡Todas

un guerrero podía sostener. Una que las naciones temblarán ante un

no parecía dispuesta a extinguirse. Imperio que podría ser más grande

que el inglés y el español juntos! ¡Y


Trisha Mae señaló al viejo
nuestro legado, será lóngevo y
noble español:
glorioso!
—Ahí lo tenéis: el vil ser que
Le ayudó a extraer la katana,
asesinó a vuestro padre y os ofendió.
se la colocó entre sus manos.
Os ofrezco la oportunidad de reparar

esa afrenta por medio de su sangre. —Pensadlo bien... —le dijo,

Aceptad mi regalo y decapitad a ese alejándose para darle el suficiente

desgraciado. espacio—. Es la decisión más

Se acercó con aire seductor, importante de vuestra vida. Podéis

tenerlo todo o nada: autoridad o


abrazando al vagabundo entre sus
muerte. Honor o miseria.
tonificados brazos. Su sonrisa

parecía una invitación abierta: Don Ramírez fue testigo de

cómo el extranjero venido de


—Luego, podréis reinar a mi
Zipango lo observaba impasible.
lado. Hombro a hombro,
Desde su perspectiva parecía un
recuperaremos estas tierras que
muro silencioso, un ejecutor
tanto han castigado. Vos, como mi
saboreando un momento que había
consorte y mi más leal general,
soñado desde hacía años. El rostro
tendréis un gigantesco ejército,
de su verdugo era serio mientras
riquezas... y todo cuando podáis

323
alzaba su espada a punto de de su espada.

rematarlo. —Bastardo... —exclamó

«Entonces, va a ser así, ¿eh? ella—. ¿Qué es lo que habéis

—pensó el anciano—. Nunca creí hecho?

que me ejecutarían como a un perro. El extranjero dirigió su vista a


En fin, no lo hagamos esperar. Ni la malvada bruja:
siquiera a las puertas de la muerte,
—¿De verdad creéis que voy
dejaré de lado mis principios...»
a permitir que abusaseis de una
Acomodó la cabeza para que
pobre niña inocente? ¿Que sería
el corte pasara limpio. Lo mínimo,
capaz de asesinar a un hombre
era mostrar cierto grado de dignidad. desarmado? —preguntó

El vagabundo realizó un retóricamente. Luego, disintió—. No

ataque descendente. Luego, tras un hay honor en nada de eso. Perdéis el

movimiento de muñeca continuó con tiempo, reina: vuestros

otro ascendente. La decisión estaba encantamientos no funcionarán

hecha: acaba de cruzar el umbral. conmigo. Jamás dejaré que

extendáis vuestro mal por el mundo.


Los dos guardias que

franqueaban al prisionero emanaron Se colocó en una posición

en sendas fuentes sangrientas y ofensiva. La lámina de acero brillaba

cayeron en dos mitades. Toda la sala a la luz de las velas.

permaneció en una atronadora —Enfrentáos a vuestro


afonía. Trisha Mae, muda de destino.
asombro, observó de arriba abajo al
Los ojos de la impía hechicera
extranjero que, cubierto con aquel
se tornaron fatuos. Dicen que estos
oxidado líquido vital, limpiaba la hoja

324
son las ventanas del alma, y los de la velocidad y su increíble habilidad le

bruja, reflejaban algo muy oscuro. En ayudaban a ganar algo de tiempo.

aquellos momentos lo que No obstante, la desventaja era clara:

cualquiera podría haber visto en la habitación cerrada era demasiado

ellos era una ira homicida, siniestra. angosta como para ofrecerle

De inmediato, se dirigió a sus tropas: espacio, sus enemigos estaban

armados con escudos y lanzas que


—¡¿Qué demonios hacéis
le daban una mayor cobertura y
parados?! —señaló al vagabundo—
distancia. Además, eran numerosos
. ¡Destruid a ese maldito miserable!
y fanáticos, por lo que el miedo no los
¡Y dadle una muerte agónica, quiero
minaba. Conforme caía uno, tres
que sufra por su atrevimiento!
aparecían para sustituirlo, y si el
Los tenebrosos acólitos
curso del combate continuaba por
asaltaron al extranjero, quien presto,
esa dirección, pronto todo se
se dispuso a recibirlos. Esquivó una
terminaría. Por ello, aprovechando
lanzada, respondió con una
que la atención de todos estaba
estocada corta, continuó con un tajo
dirigida al muchacho, se dispuso a
diagonal. Dos hombres cayeron,
deshacer sus ataduras con el filo de
pero los siguientes no tardaron en
la lanza de uno de los acólitos
aparecer. Acabaron muy cerca, el
caídos. Tenía que darse prisa, no
vagabundo asestó un codazo, dió un
había tiempo que perder...
revés a la altura de un cuello...
El vagabundo recibió un corte
Don Ramírez vio como la
de un barong a la altura de la cintura,
situación se ponía difícil para el
se resintió y estuvo a punto de
guerrero de Zipango. Ante sus ojos,
dejarse caer, pero con una voluntad
podía observar como su gran

325
de hierro aguantó en pie. Antes de —Sin duda sois todo un

ser rematado detuvo el segundo hideputa con cojones —admitió Don

golpe, deslizó el filo de su katana y Ramírez—. No sé cómo demonios

consiguió alcanzar a su enemigo en habéis salido de prisión, pero no

la espalda realizando una finta y un tenéis idea de cuánto os lo

giro mortal. Eludió a un segundo, agradezco.

proyectó a un tercero contra varios El vagabundo asintió. Atacó a


hombres, un cuarto lo empujó otros dos enemigos, atravesó a un
cargando con su escudo... Casi no tercero.
podía respirar. Aún con su increíble
—Una por otra. Yo os he dado
agilidad gatuna, lentamente lo iban
la oportunidad de morir como un
acorralando. Estaba contra la
hombre, y vos habéis evitado que
espada y la pared. En ese momento,
ese rufián me asesinara. Con
el líder de los nativos que lo recibió a
respecto a eso, estamos en paz.
la entrada de la ciudad apareció de
—¿Significa entonces que
forma súbita. Con el estoque y la
renunciaréis a esa idea necia del
daga vizcaína en sus manos, se
lance?
disponía a atacarlo a traición. Justo

antes de que chocara contra él, una —Nunca he dicho tal cosa.

lanza se incrustó en su costado, y El español suspiró. Con dos

pudo ver que aquel que la portaba ataques, consiguió asesinar a un

era el noble español de gran hombre y marcar la distancia.

envergadura. Este recuperó sus dos


—De todas formas, este no es
armas y se colocó espalda contra
el mejor momento para discutirlo —
espalda con el joven extranjero.
enunció, sus dos espadas señalaban

326
a un grupo de nativos. Era como un Se dirigió a la estatua de la

torero a punto de atravesar el lomo virgen, le arrancó el cráneo de la

de un bravo animal—. En caso de mano, y sin pensárselo dos veces, lo

que no sobrevivamos, fue todo un tiró contra el suelo. Cuando los

honor. huesos se fragmentaron, un humo

de pútrido color se extendió por toda


El extranjero afirmó en
la habitación. La malvada bruja se
silencio. Ambos, cargaron contra sus
agarró del brazo de la pequeña y
adversarios. Siendo dos, se hacía
huyó en dirección al campanario...
más fácil. Los guerreros contra los

que se enfrentaban eran numerosos, El vagabundo pudo ver de

pero ellos compensaban esa reojo como la Reina de la Brujas

deficencia tanto con la experiencia, Kúlam escapaba por las escaleras.

como con sus respectivas disciplinas Raudo, se dispuso a perseguirla,

marciales. Por un instante, sintieron pero entonces el humo alcanzó toda

que eran hermanos de armas, la superficie de la estancia.

soldados que habían peleado —¡Pardiez! ¡Qué olor más


durante toda una vida en el mismo desagradable! —exclamó el anciano
bando. Trisha Mae observaba como mientras retenía a dos acólitos—.
poco a poco la situación se tornaba Podría levantar a un muerto...
en algo desagradable. Con furia,
Como si lo hubiera invocado,
apretó sus puños hasta que los
el efecto se produjo de inmediato: los
nudillos se le tornaron blanquecinos.
fanáticos caídos se levantaron de
No podía permitir que esa batalla se
sus lechos. También, les
revirtiera de esa manera.
acompañaron los cadáveres de los
—Malditos... españoles que exánimes, se alzaron

327
con sus armaduras oxidadas y sus tiempo a todas estas horribles

grotescas muecas post morten. Sea abominaciones. ¿Seréis capaz de

con las entrañas chorreando o con hacerlo?

los miembros colgantes, todos se Sonriendo, el español asintió.


arrastraron en dirección hacia los
—Os juro por Dios y por mi
dos guerreros y ni siquieran
patria que ninguna conseguirá
respetaron a sus compañeros vivos.
acercárseros. Huid detrás de mí, yo
Sin piedad, comenzaron a atacarlos
me encargaré de ellas.
y a devorarlos en el momento. Los
Ante semejante seguridad, el
gritos que llenaron la estancia
vagabundo no dudó en correr en
habrían estremecido al mismísimo
dirección al campanario. Mientras, el
César Borgia. Con la caída de estos,
español llamó la atención de los
acabaron por unirse al perverso
muertos vivientes. Con su espada
ejército y comenzaron a rodear a los
ropera en la diestra y la misericordia
intrusos...
en la siniestra, cargó directo contra la
—¡Maldita sea mi lengua
sombría purga:
traicionera! —lamentó Don Ramírez.
—¡Voy por vosotros, herejes!
Un escalofrío le recorrió por toda la
—gritó—: ¡Por Santiago, mi
columna vertebral—. No habrá forma
protector! ¡Aquí cierra España!
de que venzcamos, pues... ¿quién

puede matar a un muerto? ***

El extranjero gruñó, observó El extranjero, espada en mano,

una vez más las escaleras. corrió a través de las escaleras con

diligencia. El eco de sus pasos se


—Hay una manera, pero
escuchaba a lo largo de la
necesitaré que retengáis durante un

328
abovedada torre. Pronto, encontró la Tras un leve soplido sobre la

puerta de madera que daba acceso palma de su mano, el polvo se

al campanario y la abrió de una extendió en dirección a los ojos del

patada. Allí aguardaba Trisha Mae guerrero. El vagabundo empezó a

aferrando el pequeño brazo de la toser de forma incontrolada. La bruja

niña. No tenía escapatoria: detrás de comenzó a carcajear.

ella, un ventanal que la llevaba al —¡Sí! ¡Ahora estáis perdido!


infernal vacío. Delante, el fiero Con este último hechizo que os
guerrero dispuesto a enfrentarla cara lanzo, os enfrentaréis a vuestra peor
a cara. pesadilla. Ningún otro hombre,

—Última oportunidad — grande o pequeño, bondadoso o

inisistió el vagabundo—: liberad a la malvado, ha podido nunca escapar

niña de vuestra vil influenci a, de él, pues nadie puede huir de sí

entregádmela y os perdonaré la vida. mismo. Os veré en el infierno,

hombre errante.
La Reina de las Brujas Kúlam

se giró furiosa, sus ennegrecidos El extranjero cerró dos, tres

dientes estaban apretados en una veces sus ojos, y cuando los abrió, la

perversa mueca. oscuridad le habia envuelto los

sentidos...
—Creéis que me tenéis a

vuestra merced, ¿verdad? —

exclamó enajenada. Luego, extrajo

de su escote cantidades de polvo

oscuro y lo sujetó con el puño—. Vais

lamentar el día en que decidisteis

desafiarme.

329
Tal vez... Sí, tal vez todo era un
5. UN DOLOR EN EL
sueño: un mundo onírico en el que la

p
INTERIOR DE SU impía Trisha Mae lo había encerrado

con la esperanza de detenerlo. Supo


CORAZÓN
de inmediato cual debía ser su

siguiente paso: encontrar una salida

para cumplir con su misión.


Tras frotarse los ojos, se encontró
Entonces, tras recorrer un
con un escenario muy diferente del
poco por los pasillos, y al observar a
campanario. El lugar que recorría era
un grupo de mujeres desvanecidas
sombrío, tétrico y cargado de
como espectros de un remoto
nigromancia. No olía a nada, los
pasado, recordó el lugar: ¡la fortaleza
pocos objetos que tenía a su
de su daimyō! ¡De alguna forma le
alrededor los percibía de forma
había transportado en alguna parte
borrosa, y constantes susurros
de sus antiguos recuerdos! ¡Una
desesperados se hacían denotar en
especie de infierno lleno de
el interior de su mente.
nostalgia!
Sí, tal vez era el mundo de los
Rápidamente, se lanzó
muertos, o quizás un sitio aún más
corriendo a través de los pasadizos.
oscuro...
Sabía qué era aquello que debía
Avanzó lento a través de las
hallar. Y dado el movimiento de
habitaciones. Su sensación era algo
aquellos con quienes se encontró,
soñolienta, como si tuviera que
era consciente de que el recuerdo
luchar para alcanzar cierto grado de
estaba ambientado en una hora
lucidez ante lo que estaba viendo.
determinada.

330
Fue llegar al tatami de su desaparecer. En su lugar, un oscuro

señor y encontrarlo: su padre estaba y siniestro sol fue saliendo por el

meditando en la posición seiza antes este, mientras la risa de la malvada

de comenzar con sus ejercicios bruja se iba extendiendo por la

matutinos. Lo hacía de cara al estancia. Sólo quedó el tatami y la

exterior, con las puertas corredizas sensación de que un Mal ancestral

abiertas, para recibir como todos los despertaba, algo interno, propio. Un

días un amanecer lleno de vitalidad. dolor en el interior de su corazón.

Era un recuerdo doloroso, algo que La sombra del muchacho se


lo perseguía y le hacía sentir solo. despegó de él, sintiendo en el
Durante unos momentos, el
proceso el cuerpo más enfermo,
vagabundo tuvo la tentación de ligero. La silueta se reveló como un
quedarse observando la imagen, no gemelo oscuro y maldito, y
dejar aquel oscuro y triste mundo, y desenvainó con furia su espada. En
así seguir soñando con un lejano mitad del tatami en el que entrenó
ayer esplendoroso. Aún así, sabía lo durante toda su vida, el joven
que debía hacer:
vagabundo no tuvó más remedio que

Tenía que hablar con él, responder a ese llamado:

advertirle de su futuro. desenvainó también, y se posicionó

en una postura defensiva que, de


En silencio, se aproximó a la
inmediato, fue imitada por su
silueta de su padre. El ambiente era
contraparte maldita. El joven
sombrío, pero a pesar de ello su
extranjero supo que sería el combate
grandeza seguía brillando en medio
más difícil de su vida. Y fue
de aquellas tinieblas. Justo cuando
consciente de que si sobrevivía a
iba a tocar su hombro, volvió de

331
esa extraña prueba, su vida maldito demonio podrá detenerme!»

cambiaría para siempre. —pensó el extranjero.

Las katanas chocaron, Algo le consumía por dentro,

trayendo el eco del metal a lo largo aquella criatura era un obstáculo que

de toda la habitación. Acero contra parecía infranqueable: cuanta más

acero, y mano a mano, el rugido de decisión daba a sus golpes, mayor

los guerreros se oyó por todo el era la fuerza y la habilidad de su

lugar. Era algo absurdo, rídiculo. Una adversario. Evitó un tajo lateral, otro.

pelea de la que ninguno de los dos Retuvo un tercero, movió en un

podía asegurar victoria o derrota amplio arco su espada y buscó un

alguna. Pronto, se dio cuenta de que hueco. Los pies gatunos de su

aquel ser imitaba a la perfección sus silueta evitaron un envite que podría

movimientos: tenía sus mismas haber sido mortal y dejaron que el

fortalezas y debilidades. El extranjero rasgara el papel de una de

vagabundo se agachó y fintó con su las puertas corredizas...

katana, buscando así los puntos «Esta magia es poderosa,


débiles que ya de por sí conocía de negra... Se alimenta de mis deseos,
sí mismo, pero la sombra a su vez de mi dolor —reflexionó—. Pero
respondía con una agilidad y aunque tenga que luchar contra mí
contundencia parecidas, mismo... ¡Acabaré venciendo!»
despegando con una ferocidad que
Las hojas se deslizaron,
superaba por mucho a la del
moviéndose en ataques rápidos y
vagabundo...
leves. La sombra aprovechó un
«¡No puedo perder, mi honor acercamiento fortuito para asestarle
está en juego! ¡Ni siquiera este en la mandíbula un revés con el

332
mango de su espada. El vagabundo fortalece con cada impacto

quedó aturdido, y unos pocos asestado! ¡Además, cada herida que

centesigundos después, pudo ver le inflijo me afecta a mí! Es imposible

como su adversario intentaba vencer...»

rematarlo con un ataque Ganar se estaba convirtiendo


descendente. Lo eludió de milagro, en una quimera, pero no podía
apartándolo a duras penas su rendirse. Apartó otro golpe de la
espada del camino, y después, sombra, y le cortó la pierna. A su vez,
deslizó su hoja, realizó un arco su propia pierna brotó en una herida
rápido y consiguió alcanzar el abierta. Su adversario era más y más
hombro de su contendiente con un
fuerte, atacaba con mayor
profundo corte... Pero algo extraño insistencia...
sucedió:
«Tal vez lo estoy enfocando
El joven guerrero gritó en mal... ¿Qué lección vuestra se me
mitad del golpe. La sombra, en lugar
está escapando, padre?»
de verse afectada por el ataque, era
Mientras luchaba se permitió
más fuerte, más grande. En su lugar,
unos instantes para reflexionar. Tal
una sangre negra y pútrida comenzó
vez en su aprendizaje estaba la
a deslizarse por el hombro del
clave para vencer, algo que no
vagabundo, quien no podía evitar
conseguía recordar... ¡Sí, lo había
sujetarse ante tan agudo dolor...
tenido delante durante todo ese
¡Cómo si el corte producido en su
tiempo! ¡Aquel ser era una parte
enemigo le hubiese afectado a él!
oscura de sí, la representación de
«¡Es inútil! ¡Estoy luchando algo que lo atormentaba! ¿Qué
contra un reflejo oscuro que se podía ser eso? Quizás debía

333
esforzarse un poco más en enseñado su padre:

conocerse a sí mismo... —Recuerda esto, hijo. Pues

«Durante años, una obsesión es la base de nuestra forma de vida

me ha empujado... —pensó—. ¿Es —le decía—: «El camino del samurái

posible que mi intensa búsqueda se encuentra en la muerte». Y no

haya fortalecido un aspecto oscuro debes lamentar eso, pues una vez

de mí mismo?» que lo sientes, lo haces tuyo. Y

entonces, te conviertes por fin en un


Conforme pensaba, la criatura
hombre libre...
se iba debilitando. Los golpes del

vagabundo se estaban Sí, era cierto. Libre, un

sobreponiendo por encima de la hombre libre...

sombra. Aunque empezó a darse El camino del samurái se


cuenta que si se dejaba llevar por encuentra en la muerte, ¿cómo
ello —si su furia u obsesión de podía haberlo olvidado?
victoria se reavivaba— entonces
En ese momento, se sintió en
lentamente recuperaba su fuerza.
paz. La sombra se fue
Resultaba extraño...
desvaneciendo poco a poco, y el
Y llegó a la única conclusión
extranjero dejó de lado su furia,
posible: su búsqueda constante de
miedo y dolor. Por tanto, no tenía
honor, le hacía destruírse a sí
sentido seguir defendiéndose.
mismo.
Desesperado, aquel demonio interno

Tan obsesionado estuvo con intentó asestarle ataques, pero estos

seguir el Código del Bushidō, que ya no le afectaban. Buscó provocarlo

había olvidado su lección más para recuperar su fortaleza, pero era

importante. Una que le había demasiado tarde: el vagabundo era

334
un samurái, y nada iba a conseguir todo un samurái.

encender una ira absurda que hasta El samurái sonrió. Unas


entonces, le había estado pocas lágrimas empezaron a
consumiendo. Envainó su katana, y deslizarse por sus mejillas. El
aquel ser acabó desapareciendo. El pasado ya no le dolía, no sentía que
mundo anteriormente oscuro, se le debía nada más a su progenitor ni
llenó con un poco más de color. a ninguno de sus ancestros. Lo único
Ahora los recuerdos no le que cabía ahora en su corazón, era
atormentaban, sino que le una paz inquebrantable.
alimentaban y le ayudaban a
Supo que estaba preparado
cimentar mejor su futuro.
para marcharse...
—Lo has hecho bien...
No se dijeron más palabras,
Se giró en dirección a su su padre se giró y empezó a caminar.
espalda. Ahí estaba él, sonriendo. El mundo entero se disipaba en una
Observándolo orgulloso. Un hombre Nada iluminada. Allí, en lo más
que luchó por sus principios,
profundo de su ser, vivirían siempre
mantuvo a su familia y perdió la vida sus recuerdos. Y cuando por fin su
en medio de una batalla. De él había padre desapareció, fue el momento
aprendido aquella última lección.
en que el guerrero samurái consiguió

—Gracias, padre —respondió despertar...

mientras ejecutaba una reverencia—


***
. Por fin he logrado comprender
Al levantarse de aquella extraña
aquello que quisisteis enseñarme.
ensoñación, se encontró en un
—Y por eso, ya eres un
escenario distinto:
hombre. Acabas de convertirte en

335
El samurái atravesaba las influencia de oscura hechicera

entrañas de la malvada Reina de las habían desaparecido para siempre.

Brujas Kúlam con la hoja de su

espada. Atónita, observó al guerrero

con ojos de asombro. El vigor de su

mirada mermó en un brillo cargado


6. EL HONOR

i
de temor e incredulidad, su boca

emanaba sangre... LO ES TODO


—Es... Impo-... sible... ¿Cómo

hab-... h-abéis...?

No dijo nada más, pues su

cuerpo se deslizó por la ventana del

campanario. Antes de que este Don Ramírez suspiró

llegara a tocar el suelo, había profundamente:

perecido a causa de la profundidad


—Estoy listo.
de sus heridas. Entonces, fue testigo
Habían pasado semanas
de como el poder de la bruja
desde que los anteriores sucesos del
desapareció, al ver como la pequeña
secuestro se habían resuelto por fin.
perdía su estado de hipnotismo y
Al regresar, el joven visitante venido
caía en la inconsciencia. El guerrero
de Zipango no le había devuelto
la sujetó antes de que se desplomara
palabra alguna. Tampoco había
por el suelo, envainó su espada y la
insistido mucho en el asunto del
llevó en brazos. Comenzó a
duelo, pero supuso que tenía mucho
descender por las escaleras,
que ver el estado lamentable en el
sabiendo que la maldad y la horrible

336
que habían acabado ambos. Cuando voz baja, sonrió—. No creo que en

bajó con la pequeña María entre sus este estado podamos mantener un

manos, el marqués sintió que el buen lance.

mundo se derrumbaba, pero volvió a Fue un tiempo maravilloso.


aliviarse al darse cuenta de que Un momento para que ambos
todavía respiraba. pudieran conocerse más. Durante

El regreso, lo vivieron en días estuvieron charlando,

silencio. Y fue en esa vuelta cuando filosofando y disfrutando de la

se lo sugirió: compañía del otro. El noble

compartió su buena fortuna con el


—Os daré el duelo que tanto
muchacho, y llegó a la conclusión de
ansiáis, muchacho. Pero os pido
que eran más parecidos de lo que el
algo, sólo una cosa: dejadme
joven sospechaba. También vio que
disfrutar unos pocos días con mi
se llevaba bien con su familia, y por
familia. Y permitid también que
supuesto, María, siendo consciente
pueda teneros a vos como mi
de que lo había salvado, empezaba
invitado personal. No sabéis lo

mucho que agradezco el que hayáis a sentir cierta atracción. Aquella

situación hacía más difícil la


salvado la vida de mi pequeña por

segunda vez. promesa que debía llevar a cabo.

Llegó a la conclusión que quería al


Un largo mutismo precedió a
chico como si fuera su propio hijo. Y
la declaración.
de forma secreta, tomó una decisión
—Además —añadió de pronto
que sabía que sería definitiva:
el español—, así podremos
El muchacho ganaría el duelo,
aprovechar para recuperarnos de
no podía haber otro resultado. No
nuestras heridas —rió un poco en

337
sabía cómo lo haría, pero no quería preguntó el joven. La espada de su

tener su sangre entre sus manos. padre en el cinto, los brazos

Determinó que tenía que conseguir cruzados, la mirada sombría.

engañarlo, y de que su tiempo, a Don Ramírez sólo había ido


diferencia del que tenía por delante con su espada ropera y su mejor
el chico, había terminado. Por ello, lo camisa. Ya que debía morir, era
preparó todo: firmó su testamento mejor hacerlo de forma presentable.
para que cuando muriese, todas las
—Estoy listo —afirmó, y supo
pertenencias fueran a parar al
que era verdad. Sonriendo,
misterioso visitante que había venido
desenvainó su estoque y saludó—.
de Zipango. Por supuesto, siempre y
Sin importar el resultado, quiero que
cuando aceptara la responsabilidad
sepáis que no os guardo rencor.
de que una vez muerto el noble,
El chico se acercó
aceptara cuidar a partir de entonces
lentamente. Una fuerte tensión se
a su esposa y a su hija. Sabía que
sentía en el ambiente. La mañana
debido al honor y a su carácter, el
era maravillosa. Hacía calor, y las
extranjero no se negaría.
flores estaban a punto de florecer...
Por fin, el día llegó. El
Era un gran día para morir...
muchacho esperaba en el claro en

donde se conocieron hacía unos El samurái sonrió.

pocos meses. El día en que le había —Guardad vuestra espada,

declarado su eterno odio, a la vez marqués. Lo único que quería era

que salvó a su querida hija. Desde asegurarme de que estabais

luego, toda una contradicción. dispuesto a llegar hasta el final.

—¿Estáis preparado? — Ninguno de los dos tiene porqué

338
morir. Desenganchó la katana de su

cinto, se la entregó al anciano.


Don Ramírez enarcó una

ceja. —Aceptadla, Don Ramírez —

suplicó—. Pues vos la ganasteis con


—¿Significa entonces que
justicia. Tomadla para que siempre
renunciáis al duelo? ¿Qué hay
podáis recordarme a mí y a mi padre,
entonces con vuestro honor?
el hombre que nos unió.
El joven vagabundo se giró.
Algo se fracturó en el interior
Sus ojos miraban directamente hacia
del viejo soldado de los tercios
el horizonte.
españoles. De forma inesperada,
—El enfrentamiento contra
rompió en llanto y abrazó al chico. Al
Trisha Mae me ayudó a
principio, el joven samurái se sintió
reconciliarme con mi pasado. Ahora
confuso, pues aquello no era común
sé que el día en que mi padre os
en su cultura. No obstante, no tardó
enfrentó, había decidido hacía años
en recuperar su mirada serena y en
que la muerte era un hecho
corresponder aquel cálido abrazo.
consumado. Y también sé que
Ese día, ambos habían
cuando cayó, su rostro estaba
renacido...
sereno... —se volteó—. Como el

vuestro ahora. Puede leerse desde ***

lejos que planeabais morir hoy para —No entiendo porque tenéis que
darme el placer de recuperar mi marcharos...
honor. Nada de eso es necesario,
Toda la familia estaba reunida
pues ahora sé que nunca fue
en el exterior de la hacienda. El joven
mancillado. Asi que por favor...
samurái había reparado por fin su

339
katana, limpiado su kimono y —No tendría porque ser así,

recuperado su kasa que llevaba nosotros os queremos. No os vayáis,

ahora en la cabeza. Con todo por favor.

resuelto, ya no había nada que lo Al ver que la pequeña estaba


atara a esa tierra. Era su deber tan desconsolada, su madre se la
seguir con su camino, tenía que llevó de allí. Don Ramírez se ofreció
encontrar su lugar. a seguir al extranjero durante un

¿Cómo podía explicarle eso a pequeño trecho del camino. Al

una niña? menos, hasta las cercanías de la

hacienda. Cuando ambos estuvieron


Acarició la cabeza de la
solos, intentó convencerlo:
pequeña.

—¿Sabéis? Creo que María


—Escuchad, María... —
tiene razón. No tendríais porque iros.
comenzó el samurái—. ¿Sabéis lo

que es un «rōnin»? El samurái lo miró con

serenidad, sonrió.
La niña disintió, no entendía

nada de lo que le decía. —El afecto que ella siente por

vos no es ningún secreto —continuó


—Es una palabra de mi
el español—. Algo que por cierto, es
nación. Significa algo parecido a:
normal. Desde que la salvasteis, os
«Aquel hombre honorable que no
tiene como a su fiel caballero de
está atado a un señor». Eso es lo
blanca armadura. Y de cierta forma,
que me ocurre a mí: no estoy atado
no está tan alejada de la realidad. Si
a nada, no sirvo a ningún señor. Soy
vos quisiérais, todo esto podría
un rōnin.
perteneceros. En diez años ella sería
La joven comenzó a llorar.
una mujer muy digna de merecer, y

340
creo que estaría más que dispuesta no olvidéis que habéis ganado a un

a esperar. amigo.

Suspiró un momento. El vagabundo aceptó el

regalo, desenvainó y miró el arma


—No tendríais que vivir solo
durante largo tiempo. Después, la
nunca más. Para mí, no puede haber
guardó, se colocó el cinto, saludó y
otro hombre más adecuado al que
continuó andando por su camino.
sería capaz de entregar a mi hija.
Conforme pasaba el tiempo, su
El joven le dedicó una
figura se iba perdiendo en dirección
reverencia.
al amanecer que prometía un nuevo
—Fue un honor conoceros,
día. El anciano sentía en su interior
Don Ramírez. Os llevaré en mi
dolor por la pérdida, pero también
recuerdo.
esperanza de que algún día el

Se giró y comenzó a muchacho pudiera hallar aquello que

marcharse. El anciano agachó la tan desesperadamente buscaba.

cabeza y se dispuso a dar la vuelta.


—Veo que se marcha —
Justo en ese momento, recordó algo:
interrumpió sorpresivamente su

—¡Esperad! mujer, quien había ido a buscarlo al

El samurái se volteó. Esperó a comprobar que tardaba en

que Don Ramírez se le acercara. regresar—. Es una lástima que no

consiguierais convencerlo.
—Es posible que vos hayáis

perdido a un padre... —le dijo. —Sí, una lástima.

Después, se desenganchó el —Tengo curiosidad por algo:

cinturón con su estoque enfundado y si os hubiérais enfrentado de verdad,

se la entregó al muchacho—. Pero ¿quién creéis que habría ganado?

341
¿Lo sabéis?

—Lo tengo muy claro. —

Señaló en dirección al muchacho—.

Sin duda, él habría salido victorioso.

Es más joven y ágil, tenía todas las

cartas para vencer.

—Qué curioso, él aseguraba

que la ventaja la teníais vos. Creía

que con vuestra fuerza y

experiencia, podríais dominarlo.

El anciano sonrió, miró a los

tiernos ojos de su esposa.

—¿Y qué podíais esperar que

dijera? Se trata de un hombre que

cree con devoción que el honor lo es

todo.

342
Ilustración de Takato Yamamoto

Вам также может понравиться