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Inmigración, ciudadanía y clase social.

Alberto Carrio Sampedro.


Universidad de Oviedo.

1. Introducción; 2. Inmigración: causas estructurales. Planteamiento de conjunto; 3.


Los reveses de los derechos. Personas pero no ciudadanos; 4. La desidia del
“argumento vago”; 5. Clase o infraclase social.

1. Introducción.

La incomodidad que, de una u otra manera, provoca la inmigración en las


denominadas “sociedades de acogida” parece centrar, en la actualidad, el debate
suscitado en torno al fenómeno migratorio. Este malestar que, lamentablemente, en no
pocas ocasiones adquiere expresiones y caracteres xenófobos, denota, en otras muchas,
lo que podría entenderse como una reacción ética1 de algunos ciudadanos occidentales
frente a las políticas de inmigración elaboradas por sus propios parlamentos. En esta
controversia se echa sin embargo de menos una discusión más sincera, más radical si se
prefiere, que haga especial referencia a las verdaderas causas que originan los
movimientos migratorios actuales. Parece, en otras palabras, como si las críticas que
generalmente se dirigen contra lo que se ha convenido en denominar “políticas de cierre
de fronteras” o, más peyorativamente, “de control de flujos” denotaran un cierto estado
social de mala conciencia que, sin embargo, deseara obviar cualquier vinculación entre
esta “limitación de entrada” y la forma política que le es propia a estas sociedades. Ésta
es, empero, la tarea previa que debe afrontar toda discusión que desee aproximarse al
fenómeno migratorio actual sin falsos ambages. En lo que sigue se intentará realizar un
análisis crítico de las causas que empujan a miles de personas a buscar fuera de sus
lugares de nacimiento una forma de subsistencia más digna.
La situación en la que se encuentran los inmigrantes en las denominadas
“sociedades de acogida” tiene mucho que ver con los derechos que les puedan o quieran
ser reconocidos por estas mismas sociedades. La discusión generada en torno al mayor o
menor reconocimiento de estos derechos dista aun mucho de ser pacífica, ya que en el
seno de la misma se reproducen multitud de cuestiones tanto jurídicas como económicas
y políticas. En este punto será interesante detenerse para examinar la tensión existente
entre los derechos humanos y los derechos del ciudadano, entendida, desde aquí, como
una prolongación de la dialéctica dada entre normas éticas y morales.
La inmigración es un fenómeno complejo que requiere ser analizado desde
múltiples enfoques que nos permitan llegar a formarnos un juicio medianamente
racional sobre la misma. Será precisamente situados en alguna de estas perspectivas,
1
Entendemos como tal reacción ética la que impele a los ciudadanos o a ciertas asociaciones de
ciudadanos a reaccionar frente a las degradantes condiciones de vida en la que suelen subsistir las
personas inmigradas. Con este modo de actuar no se está sino apelando a los propios criterios o a normas
éticas, entendidas como aquellas que regulan “las operaciones de las personas individuales en tanto
forman parte de una totalidad social” y, por tanto, contrapuestas a determinados mores de esa misma
totalidad social, por ejemplo al Derecho, a la vida jurídica de una sociedad dada. Cfr. BUENO, G.: El
Sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral, Oviedo, Pentalfa, 1996, p. 343.
desde donde se podrán poner en entredicho ciertas concepciones que, a nuestro parecer,
no son más que interesadas ideologías que se siguen manteniendo con respecto a la
forma de entender la democracia y los derechos realmente existentes en nuestras
sociedades.
En la última parte trataremos de poner de manifiesto la aparente contradicción
que existe entre lo que se considera un rasgo estructural de las economías capitalistas,
esto es, la “existencia de una mediación institucional del poder que implica una
separación de lo político y lo económico” 2, con la actual negativa a la concesión de
derechos políticos a una parte de la población cada vez más numerosa. Ésta y otras
realidades no menos discriminatorias, y aun en la consciencia del poco atractivo que
puede presentar hoy el concepto de clase, serán las que permitan aventurar, para
finalizar, la por otra parte poco novedosa idea de lo que bien podría considerarse como
el nacimiento de una nueva clase social.

2. Inmigración: causas estructurales. Planteamiento de conjunto.

Las migraciones humanas, al menos las voluntarias, si es que alguna se puede


concebir de esta manera, siempre han venido motivadas por el instinto de mejora en la
calidad de vida de las personas. Reparemos tan sólo, para justificar esta afirmación, en
las causas económicas subyacentes a las no tan lejanas migraciones europeas. Dos
ejemplos tan aparentemente disímiles como pueden ser el caso de los colonos
holandeses que entre los siglos XVII y XVIII invadieron las tierras de Sudáfrica, y el de
los irlandeses e italianos que en el siglo XIX llegaron a las costas de Estados Unidos,
bien pueden servirnos para ilustrar esta tesis.
El problema, con todo, nos es conocido desde más antiguo. La explotación
-cuando no expoliación- llevada a cabo durante siglos en los ricos territorios de los
países hoy tornados en emisores de personas migrantes viene de antaño. Para no
mencionar siquiera la oscura época de la conquista de América - y el consiguiente
saqueo de los yacimientos de oro y plata o el exterminio y esclavitud de la población
aborigen en nombre de Dios y del Imperio español-; dejemos simplemente constancia
de lo que ya a finales del siglo XIX se hacía eco la literatura marxista, cuando
anunciaba que el capitalismo no podría “subsistir y desarrollarse sin una constante
ampliación de su esfera de dominio, sin colonizar nuevos países y arrastrar a los
antiguos países no capitalistas al torbellino de la economía mundial”3.
Hoy, sin embargo, los datos de la desidia los facilitan las cifras
macroeconómicas manejadas por instituciones internacionales menos sospechosas de
tener interés alguno en subvertir el orden internacional. Como sin aparente sonrojo
afirma el último informe del Banco Mundial, “nuestro mundo se caracteriza por una
gran pobreza en medio de la abundancia”4. La afirmación, cuantificada por el propio
organismo, arroja el nada desdeñable balance que sitúa en la parte negativa de la cuenta
2
Cfr. GIDDENS, A.: La estructura de clases en las sociedades avanzadas, Madrid, Alianza Editorial,
1979, p. 337.
3
Cfr. LENIN, V.I.: Obras Completas, Tomo III, Madrid, Ayuso-Akal, 1975, p. 607. Casi cincuenta años
antes Marx y Engels, habían anticipado ya la desaparición de los mercados nacionales en los que “no
entraba nada de afuera” y su transformación en una “red del comercio universal (en la que) entran, unidas
por vínculos de interdependencia todas las naciones”. Cfr. MARX, K. y ENGELS, F.: El Manifiesto
Comunista. Traducción de ROCES, W., Madrid, Ayuso, 1977, p. 24.
4
Según este mismo informe “ de un total de 6000 millones de habitantes, 2.800 –casi la mitad- viven con
menos de 2 dólares diarios, y 1.200 millones – una quinta parte- con menos de un dólar al día”. Vid.:
BANCO MUNDIAL: Informe sobre el desarrollo mundial 2000/2001. Lucha contra la pobreza,
panorama general, p. 3.
de resultados a una quinta parte de la población mundial que se ve condenada a
sobrevivir con menos de un dólar al día5. En el lado del haber, para compensar el
posible descuadre, habrá que colocar el ingreso anual de 200.000 millones de dólares
por parte de los países desarrollados en concepto de pago de la deuda externa.
La denominada mundialización o globalización económica de la que hoy tanto
se habla y pocos desean explicar6, parece ser la actual culpable de tanta barbarie7. Pero
lo supuestamente novedoso de la situación se trueca, sin embargo, en ajado, con sólo
rastrear un poco en sus orígenes. Desde 1947, tanto el Fondo Monetario Internacional
(FMI) como el Banco Mundial (BM)8 son organismos especializados de las Naciones
Unidas, instrumentos permanentes de cooperación económica vinculados a la ONU
mediante una acuerdo de cooperación en los términos que establece el artículo 63 de la
Carta9. Desde entonces, se encuentran entre sus objetivos primordiales “la expansión y
el crecimiento equilibrado del comercio internacional”, así como “estimular el
desarrollo de los medios y fuentes de producción en los países de escaso desarrollo”10.
La realidad, sin embargo, se dibuja con colores menos llamativos, aunque con
trazos más gruesos. Desde la creación de estos organismos, la principal petición de los
países en desarrollo frente a ellos ha sido la posibilidad de obtener mejores recursos
financieros a un coste más asequible, así como el aumento del capital del Fondo y del
Banco; todas ellas reiteradas y recogidas en los textos de la Conferencia de las Naciones
Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) y de la Asamblea General 11. La
única respuesta obtenida ha sido la negación constante de préstamos, alegando para ello
la desastrosa política de ajustes que se llevaba a cabo por los gobiernos de estos países.
Así las cosas, no ha de extrañarnos el aumento creciente de la desigualdad entre
el Norte y el Sur. Menos aún la huída desesperada de esas dos terceras partes de la
5
Ibídem, gráfico 1, p. 4.
6
Con el intento de poner algo de claridad en el uso de estos términos, Pisarello propone “introducir una
distinción analítica entre los conceptos de <<mundialización>> y << globalización>>” . Y entiende que
el término globalización “tal como viene presentado en buena parte de las soflamas conservadoras,
debería denunciarse como simple ideología destinada a justificar la extensión del capital a distintos
ámbitos geográficos bajo las reglas y en interés de un puñado de poderes privados, y por lo tanto, sin
regulaciones públicas democráticas”. Cfr. PISARELLO, G.: “Globalización, constitucionalismo y
derechos: las vías del cosmopolitismo jurídico” en DE CABO, A. y PISARELLO, G. (eds.),
Constitucionalismo, mundialización y crisis del concepto de soberanía, Publicaciones de la Universidad
de Alicante, 2000, pp. 23-53, esp. p. 28. Un interesante y detallado análisis sobre las distintas caras de la
globalización puede encontrarse en FARIÑAS, M.J.: Globalización, ciudadanía y Derechos Humanos,
Cuadernos Bartolomé de las Casas, nº 16, Madrid, DYKINSON, 2000, esp. pp. 5-34. También de la
misma autora y haciendo especial hincapié sobre las diferencias entre globalización y localización, id.:
Los Derechos Humanos: desde la perspectiva sociológico-jurídica a la “actitud postmoderna”,
Cuadernos Bartolomé de las Casas, nº 6, Madrid, DYKINSON, 1997, pp. 9-13.
7
Así lo señala, por ejemplo, ARANGO cuando afirma que “en el caso de España, la diversidad de la
inmigración que recibe es claramente tributaria de la globalización”: cfr. ARANGO, J.: “La inmigración
en España a comienzos del siglo XXI: un intento de caracterización”, en GARCÍA CASTAÑO, F.J. y
MURIEL LÓPEZ, C. (eds.), La inmigración en España: contextos y alternativas. Volumen II. Actas del
III Congreso sobre la Inmigración en España (Ponencias), Granada, Laboratorio de Estudios
Interculturales, 2002, pp. 57-70, esp. p. 60.
8
Ambos organismos fueron creados por la Conferencia de Breton Woods en 1944. Los textos de sendos
convenios constitutivos están recogidos en UNTS, Vol. 2, pp. 9 y ss. y 135 y ss., respectivamente.
Asimismo pueden encontrarse en JUSTE, J. y BERMEJO, R.: Organizaciones internacionales
universales del Sistema de las Naciones Unidas. Convenios Constitutivos, Madrid, Tecnos, 1993.
9
El acuerdo fue aprobado por la Asamblea General de Naciones Unidas, el 15 de noviembre de 1947,
fecha de su entrada en vigor. Vid. PIGRAU, A.: “ Las políticas del FMI y del Banco Mundial y los
Derechos de los Pueblos” [en línea]. [Consulta: 14 de enero de 2003]
http://www.cidob.org/Castellano/Publicaciones/Afers/pigrau.html.
10
Vid. artículos 1 de los respectivos Convenios de creación sendos organismos.
11
Cfr. PIGRAU, A.: loc. cit.
población mundial que corren peligro de morir por inanición hacia los países
septentrionales, cuya mayor amenaza consiste en perecer a causa de alguna enfermedad
coronaria producida, generalmente, por el consumo superfluo de alimentos.
Los anteriores datos estadísticos no hacen más que reforzar la terquedad de lo
obvio. En la situación actual, revestidas por el mismo manto jurídico, conviven fuertes
sanciones económicas -bajo las que se hacen respetar las normas de comercio
internacional y las restricciones a la exportación de productos procedentes del
denominado tercer mundo-, con la impunidad de la que gozan las constantes
“violaciones de las convenciones en vigor sobre derechos sindicales de la ONU, o las de
prohibición de trabajo infantil”12. Ello debería hacernos recapacitar acerca de la realidad
que referimos cuando hablamos de los derechos efectivamente existentes.
Tomar conciencia de la realidad que supone un mundo gobernado por criterios
económicos exige, asimismo, percatarse de que el espacio reservado para la toma de
decisiones por parte de puntuales gobiernos estatales que aspiraran a cambiar el estado
de la cuestión - como en estos momentos parece proponerse el recién estrenado equipo
de gobierno brasileño- con el intento de limitar el poder económico y corregir “las
enormes desigualdades que se generan en los mercados cuando se les abandona a su
propia lógica”13, no ha hecho sino reducirse hasta el punto de la ridiculez.
Ciñéndose a esta realidad que, desde luego, podrá intentar disimularse, pero
difícilmente negarse, parece un discurso mezquino aquel que apela al vacuo argumento
de los Derechos Humanos como única herramienta eficaz para salvar esta situación. Los
Derechos Humanos estatuyen un catálogo de bienes jurídicos que deben ser perseguidos
por sí mismos, pero que difícilmente podrán ser alcanzados si no vienen acompañados
de otras medidas más eficaces que permitan, de una vez por todas, su efectiva puesta en
funcionamiento y obligada observación. Porque hoy por hoy, frente a ellos, también
hemos de oponer, como supuestamente situados dentro del ámbito de lo “humano”, los
criterios de convergencia económica a los que acabamos de aludir, impuestos
torticeramente a los países más pobres por estos organismos internacionales creados por
la propia Organización de Naciones. Porque tan humana parece ser, en definitiva, la
activa colaboración de estos organismos con lo que en la práctica supone la
acumulación de capitales por un reducido número de países -cuando no de individuos-;
como la pasividad con la que la sociedad internacional contempla la pobreza extrema en
la que ingentes cantidades de personas se ven obligadas a sobrevivir a diario.
Si como parece querer afirmar el artículo primero de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, de 10 de diciembre de 1948, todos los hombres nacieran libres e
iguales en dignidad y derechos, no estaríamos hablando de tanta miseria. La realidad,
sin embargo, es bien diferente, por lo que la bienintencionada formulación de este
artículo está más próxima a ser entendida como “un mero postulado de ficción
jurídica”14 que, por parafrasear la conocida expresión de Dworkin, el contenido de un
derecho que podamos tomar en serio.

3. Los reveses de los derechos. Personas pero no ciudadanos.


12
Cfr. BECK, U.: “La paradoja de la globalización”. El País, 5-XII-2002.
13
Cfr. PISARELLO, G.: “Globalización, constitucionalismo y...”, loc. cit., p. 29. Un incisivo análisis
acerca de la pérdida de poder del Estado de derecho moderno“en las relaciones jurídicas y económicas
transnacionales” a la vez que, paradójicamente, son los propios estados los que se deben hacer cargo de
las consecuencias negativas de la globalización puede encontrarse en FARIÑAS, M.J.: Globalización,
ciudadanía y ..., ob. cit., p. 13.
14
Cfr. BUENO, G.: El Sentido de la vida..., ob. cit., p. 370.
Como anteriormente hemos señalado, la enorme cantidad de normas jurídicas de
que se ha dotado la comunidad internacional para facilitar y proteger los intereses de los
inversores económicos colisiona en no pocas ocasiones con los postulados de los
derechos humanos. Mejor, a la inversa: son éstos los que, en un momento determinado,
han aparecido como contrapuestos a la regulación jurídica que, desde siempre, ha
acompañado a la intervención económica con el fin de proteger el intercambio de
mercancías. Empero, no por ello ha de verse en estas afirmaciones un intento de
negación del contenido de la Declaración Universal de 1948; menos aun de los
numerosos tratados internacionales suscritos con respecto a los derechos en ella
proclamados. Pretendemos, únicamente, desde un enfoque realista, poner de manifiesto
el déficit de su puesta en funcionamiento, así como la evidente falta de “las necesarias
garantías para su protección”15. Precisamente, porque en el actual descrédito de los
derechos humanos radica la consiguiente importancia de los derechos fundamentales,
dado que sólo los contenidos de éstos, que tienen como referencia a aquéllos, gozan de
una “tutela reforzada”16.
Los derechos del hombre y los del ciudadano, sin embargo, nunca han corrido
parejos. Antes al contrario, siempre han mantenido entre sí una relación dialéctica y más
aún desde que en 1789 la distinción fuera “solemnemente proclamada, en forma
dicotómica”17 por la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano. Conforme a
esta distinción establecida por la Declaración de 1789, y a lo recogido a su vez en la
Declaración Universal de 1948, podremos advertir que los derechos del hombre en
cuanto individuo – así como sus correlativos deberes- tienen que ver con normas éticas
porque ellos se refieren “a la idea misma del hombre como individualidad corpórea” 18.
La pertinencia de esta afirmación se justifica en el contenido de la propia Declaración
Universal de 1948, ya que la mayor parte de su articulado hace referencia a la
protección de las funciones orgánicas de los individuos: integridad física, salud,
prohibición de la tortura, presunción de inocencia, libertad de pensamiento, etc.19.
Los derechos de los ciudadanos, en cambio, resultan más cercanamente
emparentados con las normas morales, es decir, afectan a los individuos en tanto que
“partes de las sociedades constituidas por los diferentes conjuntos de individuos
humanos”20, más claramente, en cuanto integrantes de un grupo social. Nos será posible,
por tanto, considerar la relación dialéctica que mantienen entre sí ambos tipos de
derechos como “una modulación del conflicto general entre ética y moral” 21.
Conforme a lo expuesto, no tendría ya por qué extrañarnos que la ciudadanía se
haya concebido desde siempre como una categoría excluyente. Ésta es, justamente, su

15
Cfr. MARTÍNEZ DE PISÓN, J.: Tolerancia y derechos fundamentales en las sociedades
multiculturales, Madrid, Tecnos, 2001, p. 166.
16
Cfr. PÉREZ LUÑO, A.E.: Los derechos fundamentales, 3ª edic., Madrid, Tecnos, 1988, p. 46.
17
Como afirma Ferrajoli, desde que la Declaración de 1789 estableciera esta distinción “homme y citoyen,
persona y ciudadano, personalidad y ciudadanía forman desde entonces, y en todas las constituciones (...),
los dos status subjetivos de los que dependen dos clases diferentes de derechos fundamentales: los
derechos de la personalidad, que corresponden a todos los seres humanos en cuanto individuos o
personas, y los derechos de la ciudadanía, que corresponden en exclusiva a los ciudadanos”: cfr.
FERRAJOLI, L.: Derechos y Garantías. La ley del más débil. Traducción española a cargo de ANDRES
IBAÑEZ, P. y GREPPI, A., Madrid, Trotta, 2ª edic., 2001, p. 99.
18
Cfr. BUENO, G.: El Sentido de la vida…, ob. cit., p. 58.
19
Vid. Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 10 de diciembre de 1948, en la que hasta el
artículo 16, en el que se menciona a la familia “como elemento natural y fundamental de la sociedad”,
todos los artículos precedentes hacen referencia expresa a la persona como individualidad corpórea.
20
Cfr. BUENO, G.: El Sentido de la vida..., ob. cit., p. 58.
21
Ibidem, p. 373.
razón de ser: reforzar el vínculo social en la medida en que en sus privilegios tan sólo
pueden reconocerse los miembros de un grupo frente a los extraños, los metecos. En
esto, y en otras cosas no menos discriminatorias consiste el orden político de cada país,
de cada pueblo. Ya en 1950, cuando la presión migratoria sobre los países
industrializados no era, ni por asomo, tan acuciante como la actual y “la disociación
entre persona y ciudadano”22 no planteaba tantos problemas como los que genera en la
actualidad, Marshall definió la ciudadanía como “aquel estatus que se concede a los
miembros de pleno derecho de una comunidad”23. Hoy, cuando, como es evidente, esta
presión aumenta al mismo ritmo con el que lo hace la brecha de la desigualdad abierta
entre el Norte opulento y el mísero Sur, la definición elaborada por aquel entonces
cobra una vigencia espantosa.
Lo hasta aquí afirmado con respecto a la ciudadanía, resulta de sencilla
constatación con tan sólo realizar un repaso al contenido de las cartas constitucionales
de las denominadas democracias occidentales. En todas ellas la categoría de ciudadano
se reserva para los nacionales de los Estados, a lo sumo, también para los nacionales de
los Estados miembros en aquellos procesos de integración política y económica, como
puede ser el caso de la Unión Europea; pero nunca para el resto de los extranjeros. Y
ello es así, porque el extranjero sigue concibiéndose, hoy igual que antes, como lo que
siempre ha sido: un extraño, aquél que se encuentra fuera –extra-, de los derechos
concedidos al ciudadano, precisamente porque éstos “representan numerosas ventajas
respecto de los derechos del hombre”24.
La tensión, con todo, no es tan reciente como pudiera parecer. El
republicanismo, como bien lo explica Habermas, ha concedido desde antiguo “primacía
a la autonomía pública de los ciudadanos frente a las libertades apolíticas de la gente
privada”25. El liberalismo, por su parte, receloso de los peligros que pueden comportar
las mayorías para las libertades individuales, ha sido desde siempre valedor de los
derechos humanos, refiriéndolos, como más arriba hemos apuntado, a la idea misma del
hombre concebido en su individualidad. Será en esta “individualidad del sujeto corpóreo
en tanto ella misma es universal-distributiva y además trascendental” 26, donde debamos
poner el fundamento material de estos derechos. Ahora bien, ello no ha de hacernos
olvidar que este fundamento material, la propia idea fuerza de los derechos humanos
entendidos como derechos innatos o naturales del individuo, debe pasar
obligatoriamente por el tamiz del reconocimiento social para que estos supuestos
derechos naturales puedan ser tornados en deberes de obligado respeto para los demás.
En otras palabras, sólo cuando estos derechos pierden su supuesta pureza natural y
devienen en construcciones artificiales, positivas – lo que no representa otra cosa sino
su plasmación en las cartas constitucionales-, se convierten en aquellos derechos de
rango constitucional que hemos convenido en denominar derechos fundamentales.
En este reconocimiento consiste el contrato social, el cual funciona al mismo
tiempo como fundamento formal y como nexo conectivo de estos derechos con el
ejercicio de la soberanía popular que ha decidido dotar a la ciudadanía de un

22
La cita literal es la siguiente: “la disociación entre persona y ciudadano no planteaba ningún problema”:
cfr. FERRAJOLI, L.: Derechos y Garantías..., ob. cit., p. 57.
23
Cfr. MARSHALL, T.H.: Citizenship and Social Class, 1950. Versión española por la que se cita a
cargo de Pepa LINARES, Ciudadanía y clase social, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 37.
24
Cfr. BELLAMY, R.: “Tre modelli di cittadinanza”, en ZOLO, D. (ed.), La cittadinanza. Appartenza,
identitá, diritti, 2ª edic., Roma-Bari, Laterza, 1999, pp. 223-261, esp. p. 250.
25
Cfr. HABERMAS, J.: Die postnationale Konstellation. Traducción española por la que se cita a cargo
de Pere FABRA y otros, La Constelación posnacional, Barcelona, Paidós, 2000, p. 150.
26
Cfr. BUENO, G.: El Sentido de la vida..., ob. cit., p. 361.
determinado sistema de derechos27. Y precisamente en estos derechos, con toda la carga
excluyente que puedan conllevar, es en los que, nos guste o no reconocerlo, se siente
cómodamente representada – si bien es cierto que una parte más que otra- la mayoría de
la población que participa en los procesos de decisión política de las sociedades
occidentales.
Lo anterior quizá pueda denotar lo que parece ser una actitud poco ética, incluso
in-ética de nuestras sociedades. No podrá negarse empero que es en esta decepcionante
realidad en la que las sociedades políticas alcanzan su buen orden, su eutaxia, entendida
ésta como capacidad de la sociedad política para mantenerse a través de los avatares de
la historia28. Más aun, como “norma o regla interna que la propia sociedad política se
propone en sus planes y programas políticos” 29. Puede, en definitiva, que este buen
orden al que nos referimos parezca injusto, insolidario, pero nadie ha dicho nunca que
las comunidades políticas no incluyeran entre sus armas la mentira ni la traición a las
personas.
En resolución, la categoría de la ciudadanía continúa siendo, hoy como ayer, una
categoría excluyente; lo que, sin embargo, no empece para que dejemos de advertir que
no es sino a su través como se reserva el reconocimiento y protección de los derechos a
ciertos humanos. Precisamente porque lo humano de estos derechos reside en esta
convención artificial30, adventicia si así se desea, y no en una supuesta naturaleza
congénita o zoológica, que se fuera desarrollando en el feto a la par que lo hacen los
pulmones, el corazón o el resto de sus vísceras. Los derechos, todos los derechos y entre
ellos los denominados derechos humanos, son construcciones artificiales, tanto como lo
pueda ser el propio concepto de persona, tan sólo concebible a través de la ficción
jurídica que supone, por ejemplo, el artículo 30 de nuestro Código Civil, el cual no
reconoce como tal persona al ser nacido con forma humana hasta que no haya vivido
veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno31.
Cabe, por tanto, afirmar que los derechos nacen con la persona y no con el
individuo. Por ello, la exclusión que quiera verse en la ciudadanía, no por ser más
común es diferente a la que, pongamos por caso, podría sufrir, en el límite, cualquier
individuo nacido en España de padres españoles, que por causa de alguna patología
falleciera a las veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos de su nacimiento,
impidiendo esta circunstancia su reconocimiento como persona, incluso a los meros
efectos de su inscripción en el Registro civil español32. Repárese en que este hecho,
aparte de los evidentes problemas jurídicos que puede plantear (apertura de la sucesión,
llamamiento de herederos etc.), constituye una contravención de lo dispuesto en
instrumentos internacionales de Derechos Humanos, tales como la Convención de
27
En este mismo sentido parece expresarse Habermas, cuando respondiendo a la pregunta acerca de
cuáles deberán ser los derechos fundamentales que los ciudadanos deban reconocerse, afirma que “la idea
de esta praxis constituyente conecta el ejercicio de la soberanía popular con la creación de un sistema de
derechos”. Cfr. HABERMAS, J.: La Constelación posnacional, ob. cit., p. 151.
28
Vid. BUENO, G.: Primer ensayo sobre las categorías de las “ciencias políticas”, Logroño, Biblioteca
Riojana, nº 1, 1991, pp. 182 y ss., esp. 198 y 206.
29
Cfr. Ibidem, p. 198.
30
Cfr. id.: El mito de la cultura, 6ª edic., Barcelona, Editorial Prensa Ibérica, 2000, esp. pp. 180-182.
31
“Para los efectos civiles, sólo se reputara nacido el feto que tuviere figura humana y viviere veinticuatro
horas enteramente desprendido del seno materno.” Cfr. Artículo 30 del Código Civil (C.c.).
32
El art. 165 del Reglamento del Registro Civil (RRC), condiciona la inscripción del nacimiento al
transcurso de 24 horas desde que el hecho tiene lugar. Ello conlleva, a estos efectos, una flagrante
discriminación para los nacidos españoles frente a los nacidos en territorio español de padres extranjeros,
puesto que éstos podrán inscribirse en la medida en que su ley nacional, que es la que determina ex. 9.1
C.c., el nacimiento de su personalidad, no exija el trascurso de dicho lapso temporal: Cfr. FERNÁNDEZ
ROZAS, J.C. y. SÁNCHEZ LORENZO, S.: Derecho internacional privado, 2ª ed., Madrid, Civitas,
2001, p. 395.
Derechos del Niño, hecha en Nueva York el 20 de noviembre de 1989 33, o el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de 19 de diciembre de 196634.
En resumen, lo que aquí nos interesa resaltar es que, si como generalmente
ocurre, nadie niega la legitimidad jurídica de la que cada Estado dispone para legislar
acerca de las circunstancias que estima convenientes para que pueda ser reconocido un
individuo como persona, sean éstas acertadas o no; tampoco nos parece que existan
razones más poderosas para negar esa misma legitimidad con respecto a la ciudadanía,
aunque para ella se reserven los mayores privilegios en derechos que el propio Estado
esté dispuesto a reconocer. Porque, en definitiva, estemos o no de acuerdo con ello, en
esto consiste la cualidad de ciudadano, en ser un “sujeto de derechos y deberes respecto
de otros sujetos con quienes se relaciona, y no una entidad previa a estos derechos y a
estos deberes”35.
Ahora bien, una vez afirmado lo anterior, nada impide reconocer el posible error
de perspectiva sobre el que se asienta el enfoque actual de esta concepción de la
ciudadanía. Dado el aumento creciente de personas extranjeras que conviven junto con
los nacionales en el territorio de los actuales Estados occidentales quizá resultara más
adecuado, retomando un antiguo argumento kelseniano, abrir la posibilidad de
participación política a todos aquellos miembros de la sociedad que estando sometidos a
las decisiones colectivas de ésta36, deberían también tener “el derecho a participar en el
proceso de formación de dichas decisiones”37. Permítasenos, sin embargo, el
escepticismo en este punto –concepto por otra parte tan epistemológico como pueda
serlo el de certeza-, ya que la duda que subyace a esta ampliación de los derechos
políticos basada en el criterio de residencia, va referida a si con ello se podría solucionar
el problema o, por el contrario, tan sólo conseguiría trasladar, corregida y aumentada, la
marginación a aquellas personas que por haber accedido al territorio sin ningún tipo de
autorización se vean imposibilitados para acreditar su existencia.

4. La desidia del “argumento vago”.

Expuestas como han quedado hasta aquí las anteriores consideraciones críticas,
nos gustaría, antes de terminar, realizar una breve reflexión acerca de la vaguedad que
supone el argumento jurídico cuando es utilizado como único punto de apoyo posible en
el que asentar la palanca que haga cambiar el sentido por el que transcurre la política

33
Convención que entró en vigor el 5 de enero de 1995, publicada en B.O.E. núm. 313, de 31 de
diciembre de 1990. En concreto, su art. 7.1º requiere la inscripción inmediata del niño después del
nacimiento: cf. ibidem; los autores, en consecuencia, abogan "por una reforma o una interpretación
diferente de la exigencia prevista en el art. 165 RRC".
34
“Todo niño será inscrito inmediatamente después de su nacimiento y deberá tener un nombre”: Artículo
24.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de 19 de diciembre de 1966, B.O.E. núm.
103, de 30 de abril de 1977.
35
Cfr. BUENO, G.: El Sentido de la vida..., ob. cit., p. 129.
36
En este mismo sentido se pronuncia, por ejemplo, Presno, cuando se muestra favorable a la
“configuración del pueblo del Estado conforme al criterio de residencia, (porque) favorece la expresión de
igualdad jurídica y del pluralismo participativo que son consustanciales al sistema democrático”: Cfr.
PRESNO, M.A.: “La titularidad del derecho de participación Política”, Boletín Mexicano de Derecho
Comparado, nº 104, mayo-agosto de 2002, pp. 517-558, esp. pp. 554-558. Véase también la opinión
coincidente de BOVERO, M.: Una gramática de la democracia. Contra el gobierno de los peores.
Madrid, Trotta, 2002, pp. 131-133.
37
Cfr. Ibidem, p. 132.
mundial. Es ésta desde luego una opción, aunque sin duda basada en una visión poco
realista de los entresijos de la política económica mundial.
Baste para ello recordar, con respecto a los derechos humanos, la génesis de la
Organización de Naciones y su periplo histórico para constatar que la propia Carta de
las Naciones Unidas ha estado desde siempre al servicio de las grandes potencias. Hasta
tal punto esto es así, que la soberanía internacional de alguna de ellas, como bien puede
ejemplificar el caso de Estados Unidos, ha adquirido “caracteres absolutos e ilimitados,
al aparecer asistida, además de por el poder económico y de las armas, por la
legitimación formal del derecho internacional”38. Abrazarse al idealismo que supone
confiar en un futuro respeto y extensión de estos derechos a todas las personas, no se
nos antoja sino presumir para el Derecho lo que el mismo Don Quijote se atribuía para
sí. Pero, desgraciadamente, ni uno ni otro parece que hayan sido creados para desfacer
entuertos. La digna lucha por el efectivo reconocimiento de los derechos conlleva
muchas batallas previas, dirigidas a erradicar el hambre, la miseria y en definitiva las
desigualdades económicas hoy existentes. Porque el Derecho, por definición, no podrá
servir jamás para eliminar las causas de la desigualdad: a lo sumo, será útil para regular
sus efectos.
Imperiosas razones nos impiden, por otra parte, estar de acuerdo con Ferrajoli en
lo tocante a los derechos fundamentales que, según afirma “por estar garantizados a
todos y sustraídos de la disponibilidad del mercado y de la política, determinan la esfera
de lo que no debe o debe ser decidido” 39. Pensar que con la constitucionalización de los
derechos fundamentales se ha conseguido instrumentalizar los intereses políticos y
económicos al servicio del Derecho, es tanto como confundir la causa con el efecto. ¿No
ocurrirá más bien a la inversa? ¿No será, en otras palabras, el poder político y
económico el que, cada vez con más intensidad, resta efectividad a ciertos derechos
fundamentales?
En las actuales sociedades la ciudadanía es la categoría dominante, y ello es así,
porque entre sus prerrogativas se encuentra, como más arriba acabamos de afirmar, la
formalización de aquellos derechos que se consideran inalienables del individuo. Ahora
bien, no podemos olvidar que el contexto de la ciudadanía nace bajo la forma de
Derecho Estatal y por mucho que deseemos ver en nuestras constituciones “utopías de
derecho positivo”40, o instrumentos válidos para conseguir un deseado “humanismo
jurídico”, la realidad es bien diferente. Sírvanos señalar, como botón de muestra y por
referirnos al ámbito doméstico, que ninguno de los preceptos de nuestra Constitución
“se refiere específicamente a la política de inmigración, o al reagrupamiento familiar o
los cupos de trabajadores extranjeros, ni siquiera menciona al inmigrante o al fenómeno
inmigratorio”41. Con ello queremos resaltar que las políticas de inmigración son
competencia exclusiva del legislador ordinario y de sobra nos es conocida cuál es la
única batalla que interesa librar en la arena política. Más aun, por seguir valiéndonos de
instrumentos jurídicos en los que apoyar nuestra tesis, cuando nuestra Constitución
38
Cfr. ZOLO, D.: “Libertad, propiedad e igualdad en la teoría de los “Derechos Fundamentales”. A
propósito de un ensayo de Luigi Ferrajoli”, en DE CABO, A. y PISARELLO, G. (eds.), Los fundamentos
de los Derechos Fundamentales, Madrid, Trotta, 2001, pp. 75-104, esp. p. 101.
39
Cfr. FERRAJOLI, L.: “La democracia constitucional”, en COURTIS, C. (comp.), Desde otra mirada.
Textos de teoría crítica del Derecho, Buenos Aires, Eudeba, 2001, pp. 255-271, esp. p. 262.
40
Así las define, por ejemplo, Ferrajoli, cuando afirma que las constituciones “constituyen, por así
decirlo, utopías de derecho positivo, que a pesar de no ser realizables perfectamente, establecen de todos
modos, en cuanto derecho sobre el derecho, las perspectivas de transformación del derecho mismo en
dirección de la igualdad en los derechos fundamentales”: Cfr. ibidem, p. 263.
41
Cfr. VILLAVERDE, I.: Ponencia presentada al Seminario de Economía dirigido por Gloria BEGUÉ
CANTÓN, “El fenómeno migratorio: un reto para la Europa comunitaria”, celebrado del 25 al 29 de
noviembre de 2002 en Salamanca, pronta publicación (cortesía del autor).
únicamente reserva la igualdad para los españoles y puede encontrarse en la
nacionalidad “un criterio válido de desigualdad y discriminación en el ordenamiento
español tanto para establecer diferencias en el desarrollo y la regulación del ejercicio de
los derechos fundamentales por extranjeros, como para distinguir los estatutos legales
ordinarios de unos y otros en función de su nacionalidad”42.

5. Clase o infraclase social.

A nuestro juicio, la actual negativa a que los inmigrantes puedan tener acceso a
derechos políticos y sociales en igualdad de condiciones que los nacionales no radica
tanto en un problema jurídico, cuanto económico-político. En sociedades de economía
pronunciadamente capitalista, como es el caso de las nuestras, el trabajo se ha
convertido en una mercancía de fácil adquisición por parte de las empresas,
precisamente porque los cambios materiales de la existencia constituyen el fundamento
del resto de los cambios sociales.
Hablar de derechos para todos en un mundo que parece gobernado por la
irracionalidad requeriría, entre otras cuestiones, poner coto a los desequilibrios
ecológicos43, al continuo aumento de armas nucleares y a las guerras preventivas
basadas en meras sospechas y no en pruebas contundentes 44. Sería necesario, en
definitiva, plantearse la creciente asimetría en la distribución del poder y de la riqueza
económica o la perversa utilización de la ayuda al desarrollo cuando, como es sabido,
“las subvenciones y aranceles de la OCDE provocan en los países en desarrollo pérdidas
anuales de bienestar por valor de casi 20.000 millones de dólares, que equivalen
aproximadamente al 40% de la ayuda ofrecida en 199845”.
Sólo si entendiéramos las democracias occidentales de un modo ideal, como
paradigmas jurídicos que posibilitaran la eliminación de todas las diferencias jurídicas,
económicas, raciales, y de cualquier otro tipo, nos sería posible concluir con Ferrajoli,
que la actual situación puede conducirnos a “una grave pérdida de (la) cualidad de los
derechos fundamentales y de nuestro modelo de democracia” 46. Pero la situación es bien
otra, y esa deseada democracia sustancial no parece tener explícitamente relación alguna
con la democracia que realmente existe en nuestras sociedades47.
La democracia, por lo demás, se dice de muchas maneras y no puede, por ello,
ser entendida como “un fenómeno esencial o prevalentemente jurídico” 48, ya que precisa
de materiales mucho más sólidos para edificarla que los que se utilizan para construir
los sueños. Más bien se nos antoja al contrario, las actuales constituciones son bastante
permeables a las nuevas situaciones de regulación social impuestas por los intereses de
los intercambios económicos mundiales, y los mecanismos jurídicos se utilizan para
hacer posible que entidades privadas asuman “prerrogativas y cualidades hasta ahora
asociadas al Estado”49 Y es en este punto crucial, como entre otros advierte por ejemplo
42
Ibidem.
43
Cfr. ZOLO, D.: “La strategia della cittadinanza”, en ZOLO, D. (ed.), La cittadinanza. Appartenza...,
ob. cit., pp. 3-45, esp. p. 43.
44
Cfr. GALEANO, E.: “El mundo es un manicomio”, El Mundo, 27-XII-2002.
45
Vid. BANCO MUNDIAL: Informe sobre el desarrollo mundial 2000/2001..., cit, pp. 13-14.
46
Cfr. FERRAJOLI, L.: Derechos y garantías..., ob. cit., p. 57.
47
Vid. VITALE, E.: “¿Teoría general del Derecho o fundación de una república óptima? Cinco dudas
sobre la teoría de los Derechos Fundamentales de Luigi Ferrajoli” en DE CABO, A. y PISARELLO, G.
(eds.), Los fundamentos de los Derechos Fundamentales, Madrid, Trotta, 2001, pp. 63-74, esp. p. 71.
48
Cfr. ZOLO, D.: “Libertad, propiedad e igualdad en la teoría...”, loc. cit., p. 82.
49
Cfr. DE SOUSA SANTOS, B.: “El Estado y el derecho en la transición posmoderna: por un nuevo
sentido común sobre el poder y el derecho”, COURTIS, C. (comp.), Desde otra mirada. Textos de teoría
De Lucas50, percatarse de cómo esta porosidad a los intereses económicos mundiales
afecta también a la inmigración, dada la “visión instrumental” que existe con respecto a
la misma.
La crisis del estado social conlleva un empeoramiento del estatus jurídico del
extranjero, aceptado únicamente desde una perspectiva mercantilista que evidentemente
choca con cualquier posibilidad de su reconocimiento no ya como ciudadano, sino como
residente de pleno derecho, dada la limitación que ello supondría para las condiciones
de trabajo que actualmente desempeñan. La única aceptación que a nuestro entender se
hace del extranjero -y esta tesis viene avalada por las actuales leyes de extranjería de los
Estados occidentales- es aquella que entiende al inmigrante como un instrumento “que
permita maximizar ganancias y actuar como contrapeso frente a la crisis de la base
demográfica de los sistemas de seguridad social”51.
Ahora bien, esta situación no por resultar menos humanitaria pierde sus
caracteres humanos. Más bien al contrario, hunde sus raíces en los cambios históricos
de la humanidad misma y sienta las bases para la creación de una infraclase social.
A partir de estas premisas podrá reabrirse un sincero debate acerca de cuál deba
ser la estrategia a seguir para gestionar del mejor modo posible una sociedad plural.
Ahora bien, sea cual sea la postura que se adopte, deberá plantearse la conveniencia de
que esta nueva clase social permanezca a las puertas de nuestras acomodadas
sociedades, apresada en la dialéctica de las oportunidades que anuncia la economía
capitalista y las necesidades vitales que crea su realidad52.

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crítica del Derecho, ob. cit., pp. 273-303, esp. p. 283.


50
Cfr. DE LUCAS, J.: “Sobre el papel de los derechos humanos en las políticas de inmigración. La
necesidad de otra mirada sobre la inmigración, en tiempos de crisis”, GARCÍA CASTAÑO, F.J. y
MURIEL LÓPEZ, C. (eds.), La inmigración en España: contextos y alternativas, ob. cit., pp. 41-56, esp.
pp. 52-54.
51
Cfr. DÍAZ, J.M. y PISARELLO, G.: “Constitucionalismo y política de extranjería en Europa y España:
apuntes de una crisis”, en DEL CABO, A. y PISARELLO, G. (eds.), Constitucionalismo, mundialización
y crisis del concepto de soberanía, ob. cit. p. 161.
52
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