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INDIOS: «PERROS SUCIOS» O «SALVAJES NOBLES» S.

XVI

A modo de introducción
De las múltiples lecturas que resulta del proceso de conquista y colonización de América por parte de los
españoles, la idea que termina de ser más sugerente a los fines del objetivo de este trabajo, es la que tiene
relación con la noción de ver a aquellos «nuevos territorios» con todo y sus habitantes, como la eventual
oportunidad de construir una nueva sociedad. Se trataba pues, partiendo de una visión católica y cristiana, del
momento único y quizá irrepetible dado por Dios a los cristianos de intentar, de nuevo, edificar una sociedad
sustentada sobre la base de las ideas y valores católicos.
Esta misión teológica — salvacionista llevaba también, y como paso previo a este proyecto social, la idea de la
conversión de los habitantes de estas tierras a la fe católica, la única y verdadera . Los actores puestos a conformar
lo que sería la hechura de aquel modelo de sociedad, partían, como todo, de intereses a veces contrapuestos,
identificarlos será uno de los objetivos de este trabajo. No obstante, la idea de cristianizar y convertir a estas
tierras a la fe de Cristo, gozaba de una absoluta mayoría entre los propulsores de la tenida como misión divina. La
idea que funge como rectora de toda esta empresa política, en tanto que ampliación de territorios, es la progresiva
propagación mundial del evangelio. Lo dicho hasta ahora constituye una constante en las infinidades de cartas y
comunicaciones escritas entre los conquistadores. En carta de gobernador de Cuba, Diego Velázquez a Hernán
Cortés (1485-1547), la máxima autoridad de la isla puntualiza:

«Sabéis que la principal cosa que sus Altezas permiten que se descubran nuevas tierras es porque tanto número
de ánimas, como de innumerable tiempo acá han estado y están en estas partes perdidas fuera de nuestra santa
fe, trabajaréis como conozcan a los menos haciéndoselo entender, por la mejor orden y vía pudiéredes, como
hay un solo Dios creador del cielo y de la tierra, y de las otras cosas que en el cielo y mundo son...»

Esto no niega la existencia de otros móviles que impulsaron la conquista, particularmente el conquistador de
México Hernán Cortés (1519-1593), resume al dominador como bien enviado a llevar la palabra de Dios en
conjunción con la idea del enriquecimiento, tanto personal como para la corona.
La tremenda carga de religiosidad que llevó implícita la etapa de la conquista y colonización en el siglo XVI, guarda
relación estrecha con el momento vivido en la Península Ibérica en su proceso de conformación de la nacionalidad
española. En efecto, la empresa conquistadora es vista en aquel tiempo como premio y consecuencia, en la
consumación de la lucha contra el enemigo musulmán, puesto en papel de dominador por ochocientos años. La
empresa americana es impulsada bajo el poderoso efecto, interiorizado como sobrenatural recompensa, de la
toma de Granada en 1492. La reconquista no concluye en Granada, al contrario, la conquista de América es
percibida por sus propulsores como continuación en la lucha contra el enemigo infiel, en el contexto de una guerra
concebida como santa.
Se trata de un factor imposible de subestimar, acaso determinante para la comprensión de la conquista de
América, con todo y sus horrores. Los llegados a estas tierras son gentes curtidas en la lucha contra el enemigo
hispano-musulmán. Asumida por siglos como misión salvacionista, el conquistador no verá en América sino otra
faceta del mismo proceso de reconquista de territorios, en manos de gentes que con sus modos, sus costumbres y
acaso con su sola existencia; ofendían a Dios y al Rey. Como idea complementaria, los conquistadores como
hombres de guerras, aspiraban también a hacerse respetar en su oficio de «guerrear». Así, títulos que implican
jerarquía social, honor y fidelidad al rey, aparejado con altos niveles de ambición por enriquecerse, dan luces para
la conformación y comprensión del conquistador militar, enrolado voluntariamente, cuyo destino será el nuevo
mundo. De ahí la costumbre de llamar a los templos religiosos construidos por los miembros de las culturas
autóctonas en México, mezquitas; de ahí el llamar a los habitantes de las indias, infieles, y de tenerlos muchas
veces como enemigos.
En una carta enviada al rey de España comenta Cortés, en 1519:

«E certificó a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientos y tantas torres en la dicha ciudad
de Churultecal»

Tal es la importancia del papel civilizador del conquistador que el mismo Bernal Díaz del Castillo sostiene el
derecho reclamado por ellos de convertir a los tenidos como bárbaros a la fe católica, por encima incluso de los
misioneros:

“Todas estas cosas por mí recordadas quiso Nuestro Señor Jesucristo que con su santa ayuda nosotros, los
verdaderos conquistadores... que lo descubrimos y conquistamos desde el principio... les dimos a entender la
santa doctrina: se nos debe el premio y galardón de todo ello, y primero que a otras personas, aunque sean
religiosas”

Lo que reclama Díaz del Castillo no era asunto de poca monta. El mayor éxito del proceso de conquista y
colonización, al margen de los logros y victorias en el campo de la guerra a los indígenas, y al del descubrimiento y
explotación de inmensas riquezas de todo tipo, era el éxito desde el punto de vista ideológico. La victoria, pues, fue
ideológica en tanto que lo que tuvo como punto de partida en 1492, terminó con la muerte sí de muchos
naturales, y con ellos, la desaparición de infinidades de culturas gestadas al fragor de un desarrollo particular,
aislados de la cultura europea.
Tomando en cuenta esta última idea del triunfo de la cultura europea sobre las culturas autóctonas americanas,
este proceso no tuvo en la realidad una traducción homogénea y sin sobresaltos. Como lo señalábamos al
comienzo del trabajo, múltiples fueron los autores que tuvieron una participación destacada en la tarea de
sojuzgar al continente. Y múltiples también, los intereses y métodos destinados a ganar para el catolicismo a las
Indias.

INDIOS: «PERROS SUCIOS» O «SALVAJES NOBLES»


Todo imperio que se precie de tal, necesita la elaboración de una serie de argumentos que funcionen como
explicación-justificación a la dominación por ellos ejercida sobre otras culturas. Y de hecho, lo dicho hasta aquí no
dice nada en sí mismo. Pero el que exista una «coartada» ideológica, y que ésta sea puesta en duda por otros
también abocados a la empresa de conquistar. Y que de estos se desprenda una discusión que toque hasta lo más
profundo de una disputa filosófica en torno al hombre y a Dios, que trascienda los espacios de discusión políticos
tradicionales (las cortes) para polemizar en universidades. Y que además, como resultado de estas trifulcas teórico-
filosóficas, se vea amenazado el rumbo de la conquista hasta lograr modificar las leyes puestas a impulsar y hacer
eficiente el dominio sobre las Indias; resumen todo un período no sólo particular por el hecho de la expansión y la
incorporación de territorios por parte del reino de Castilla, sino especialmente peculiar en tanto se trata de un
imperio cuestionando su papel de tal. El fuego que producirán estas disputas durará hasta la segunda mitad del
siglo XVI, y sus calores persistirán durante todo el período colonial.

“El recurso utilizado hasta la llegada de Colón en las Antillas para otorgar legitimidad a la conquista de nuevos
territorios, tanto de Portugal como de Castilla, era la figura de las bulas, donde el papa, quien venía
interviniendo en el proceso, otorgaba el permiso para tomar las tierras en nombre suyo para el emperador. En
particular la bula Inter caetera (1493), consistía en que a cambio de donación de los territorios en el proceso de
conquista, los reyes católicos estaban obligados a convertir a los nativos y proteger a la Iglesia Católica,
garantizándole movilidad y poder de incidencia en la construcción de la nueva sociedad”
El escenario para las primeras disputas, referido a cómo conquistar, tuvo lugar en las Antillas. Allí para 1509, la
figura de la encomienda era legalizada por el rey Fernando. Era claro que para los encomenderos, la conquista
debía llevarse por caminos muy distintos a los que miembros de la iglesia católica tenían pensado.
En vista de la tremenda brutalidad para con los indios en las Antillas en 1511, el fraile dominico Antonio de
Montesinos pronunció un discurso cuyo contenido llegará a los oídos de la corona española.

“...todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía con que usáis con estas inocentes
gentes... Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que
carecen y no quieren la fe de Jesucristo”

Lo dicho por el dominico conmovió y escandalizó a buena parte de los encomenderos y colonos. Estos hombres
creían firmemente en que lo que hacían formaba parte de un plan divino concebido por Dios. Resultaba pues
contradictorio y más en hombres provenientes del siglo XV, la condena de un dominico, afirmando que estaban los
propios encomenderos en pecado mortal por los tratos infringidos a hombres inferiores, lo cual resultaba, para
ellos, más que justo, el hecho de colocar a los naturales en situación de sumisión.
Sin embargo, la visión que los conquistadores tenían de su empresa estaba profundamente impulsada por motivos
religiosos, la certidumbre de que lo hecho hasta entonces en las Antillas conformaba una prueba de fidelidad y
servicio a Dios y al monarca, estaba más que probado. Era claro, para ellos, que los indígenas conformaban una
clase de hombres alejados de toda razón humana, por lo cual debían convertirse violentamente al cristianismo . En
la vida de los indios, antes de que llegara el europeo, pensaban éstos, reinaba la lujuria impulsada por el demonio.
Gonzalo Fernández de Oviedo resume el pensamiento de este sector de los conquistadores como sigue:

“Ya se desterró Satanás de esta isla; ya cesó todo con cesar y acabarse la vida a los más de los indios, y porque
los que quedan de ellos son ya muy pocos y en servicio de los cristianos”

La respuesta del Estado español, a las matanzas que venían ocurriendo en las Indias, fue la elaboración de las leyes
de Burgos (1512) Más adelante, en 1513, un jurista, Palacios Rubios, será el encargado de redactar un documento
explicativo a los indios, en el que se les mostraba la necesidad, guiada por la razón, de incorporarse a la fe católica
y asumirse como súbditos del rey de España, o de lo contrario se les haría una «guerra justa». Lo que resaltamos
del documento, porque es lo que al fin estará en cuestión, fue que el papa como heredero directo de Jesucristo,
tenía títulos que hablaban sobre el dominio de bienes y de hombres en toda la tierra, tal derecho era de origen
divino, y los nativos de las Indias no tienen otra opción que acercarse a escuchar la palabra del único Dios. La
impugnación a lo sostenido en el Requerimiento vino de distintas personalidades.
Así por ejemplo, el argumento de que los nativos por ser bárbaros eran carentes de razón, y por tanto era
necesario subyugarlos bajo la figura de la encomienda, fue rotundamente rechazado por el dominico Francisco de
Vitoria. Desde la Universidad de Salamanca en 1539, sostuvo que, la autoridad civil era inherente a todas las
comunidades indígenas en virtud de la razón y de la ley. Para él, ni el papa ni el rey podían reclamar con justeza la
propiedad sobre estas tierras y sobre estas gentes.

“No se pueden anular los derechos legítimos que asisten a los naturales oponiéndoles el derecho natural y
temporal del papa. Vitoria propinaba un golpe mortal a la justificación referida al dominio ejercido por los
ibéricos en la Indias, alegando ilegitimidad de la comentada donación papal”

La postura de Bartolomé de las Casas, en un principio encomendero, sostenía que los nativos, presos de
incontables sufrimientos, debían ser liberados, sus propiedades y riquezas devueltas, y sus superiores colocados en
los puestos que les correspondían hasta la llegada de los europeos. Sostenía que el hecho de no haber escuchado
jamás la palabra de Dios le confería derechos para seguirse conduciendo con autonomía. A los efectos de ganar
para la fe católica a los naturales, proponía un proceso de persuasión hasta sumarlos progresivamente al
evangelio. Los llamados a realizar esta evangelización serían los misioneros. Los colonos y encomenderos, para Las
Casas, no debían intervenir en la empresa. Esto, a los ojos del imperio resultaba una insensatez. La devolución de
las inmensas riquezas tomadas de los indios, el respeto a sus autoridades, y el no-aprovechamiento de la mano de
obra indígena, y su sustitución por una suerte de dominio basado en la persuasión; implicaba una negación
absoluta de los postulados básicos inmanentes a la razón de imperio.
No obstante, un dominico presente en el Consejo de Indias en 1525, Tomás Ortiz, respondía de forma contundente
a los incómodos partidarios de los derechos de los indios:

“En la tierra firme ellos comen carne humana. Son mas dado a la modorra que cualquier otra nación. No hay
justicia entre ellos. Andan desnudos... Son estúpidos y simples... Son incapaces de aprender... Y debo también
afirmar que dios nunca ha creado una raza más llena de vicios, compuesta sin la menor mezcla de bondad y de
cultura”

La última idea con que concluye la cita, relativa a la creación por Dios de «una raza más llena de vicios» y carente
de bondad y de cultura, ponía en aprietos el dogma católico. Es bien sabido que las escrituras sagradas hablaban
de que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios... semejantes a Dios, y al mismo tiempo «
defectuosos» ?

Los calorones se disiparon dentro de la corte cuando uno de los miembros de las Juntas, partidario de la
servidumbre natural, fray Bernardo de Mesa, de la Orden de los predicadores, aclaró que si bien era cierta la
posibilidad de hacer de los indios hombres cristianos, no era menos cierto también la poca disponibilidad de los
naturales hacia la sola probabilidad de salvar sus almas. El panorama quedó esclarecido al explicar que
ciertamente los naturales que habitaban en el Nuevo Mundo, fueron creados a imagen y semejanza del Señor,
pero teniendo en cuenta a un mundo caído en pecado, en guerras, etc., se hacía comprensible, para ellos, lo que
parecía una contradicción.

Al fragor de las disputas sobre cómo tratar a los indios, se pueden distinguir a los bandos enfrentados: los
encomenderos colonizadores, y los misioneros. Unos orientados a ver al indígena como «perros sucios», y otros en
concebirlos como «salvajes nobles».

Gonzalo Fernández de Oviedo, enemigo de Las Casas, veía a los indios como «naturalmente haraganes y viciosos,
melancólicos, cobardes, y en general, un pueblo invariablemente mentiroso, son idólatras, libidinosos, cometen
sodomía...

De la lectura de las opiniones vertidas por el historiador oficial de la conquista, resulta comprensible el tratamiento
dado por los encomenderos a los tenidos como «perros sucios».
Por su parte, de Las Casas impugnaba la idea sustentada por los colonos y encomenderos, cuyos alegatos hablaban
del derecho de los españoles de dominar a los indígenas por el hecho de ser los indios inferiores e ingenuos. De
contradecir los designios del monarca, los naturales se exponían a una guerra justa.

Es aquí de notar que el título con que entraban y por el cual comenzaban a destruir todos aquellos inocentes y
despoblar aquellas tierras,... era decir que viniesen a sujetarse y obedecer al rey de España; donde no, que los
habían de matar y hacer esclavos. Y los que no venían tan prestos a cumplir tan irracionales mensajes y a
ponerse en las manos de tan inicuos,... llamándolos rebeldes... Y la ceguedad de los que regían las Indias no
alcanzaba ni entendía aquello que en sus leyes está expreso y más claro que otro de sus primeros principios,
conviene a saber: que ninguno puede ser llamado rebelde si primero no es súbdito”

No era difícil observar serias contradicciones en la política de la corona hacia las Indias. Cuando la discusión tomó
niveles de agitación constante, Carlos V regresaba a España después de dos años de ausencia en 1541. Se imponía
una reelaboración de la política seguida por la corona, en especial la figura de la Encomienda, donde el papel de la
conversión del indio corría por cuenta del encomendero. Ante una atmósfera de pugnas y rivalidades, el
emperador reunió una junta especial para elaborar una estrategia política, con el objetivo de cambiar la relación
de las Indias con la corona. Esta junta fue la que elaboró las llamadas Leyes Nuevas del 20 de noviembre de 1542.
Este cuerpo normativo legal a implementar en América, recogía en buena medida parte del pensamiento justiciero
de Las Casas. Las relaciones de descontento por parte de los encomenderos no sólo se hicieron sentir en las Indias,
sino en la propia Corte. La oposición férrea a la iniciativa de Las Casas, partía de los encomenderos y entre ellos se
encontraba Hernán Cortés, conquistador de México.
No obstante, los argumentos más filosóficos en respuesta al grupo de Las Casas y sus Leyes Nuevas, vinieron de un
estudioso aristotélico llamado Juan Ginés de Sepúlveda, cuya obra «Demócrates Alter», escrita en 1544-1545,
resumía de manera explícita la doctrina de la servidumbre. La forma como redactó sus reflexiones están basadas
en un diálogo entre Demócrates, quien funge como su portavoz y Leopoldo un alemán. Puestos a conversar;
comenta Demócrates:

“Bien puedes comprender ¡oh Leopoldo! Si es que conoces la costumbre y naturaleza de una y otra parte, que
con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del nuevo mundo e islas adyacentes, los cuales
en prudencia ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las
mujeres a los varones,... y estoy por decir de monos a hombre”

Probar que los habitantes del nuevo mundo conformaban un grupo humano inferior al europeo, implicaba la
necesaria sujeción de éstos a los ibéricos. De ahí la condena de lo que sólo era una diferencia, en términos
culturales. Partiendo de lo diferente como algo condenable, se tenía como inferior a los habitantes del Nuevo
Mundo. Sepúlveda tenía como fuente de inspiración en la disputa al pensamiento aristotélico, el cual concluía que
la sujeción de unos hombres por otros era natural, ya que era sabido que en la naturaleza existen hombres que son
menos inteligentes que otros. En este caso, la servidumbre se justificaba en tanto el dominador se hacía del
dominado para servirse de él. Mientras que el de menos sapiencia aprovechaba su situación de servidumbre para
aprender algún día a ser un dominador. Extrapolando esto al Nuevo Mundo, los indígenas lejos de afligirse por un
hecho visto por Sepúlveda como justo, tal significaba su situación de dependencia y sumisión, debían celebrar la
posibilidad inmejorable que tenían para «civilizarse».
La confrontación entre Sepúlveda (perros sucios) y De Las Casas (salvajes nobles), partía de la lectura de dos
visiones distintas hacia los habitantes de Nuevo Mundo. Mientras Las Casas propugnaba antes que todo por una
política de evangelización utilizando métodos pacíficos, Sepúlveda se pronunciaba por la servidumbre pura y
simple de los naturales. Con todo, ya para 1542, la figura del Requerimiento había sido eliminada por lo menos del
papel, la sustituía un documento, que con el mismo objetivo de propagar la fe en América, lo hacía desde una
concepción diferente del indio. Se trata de «La Carta a los Reyes y Repúblicas del Mediodía y el Poniente» (1543)

En 1573, Felipe II sanciona unas Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento y Población, documento cuya orientación
fundamental es dar por concluido el proceso de conquista y ocupación, para dar paso al proceso llamado de
pacificación y colonización.

CONCLUSIÓN
Puestos el estudio de aquella disputa histórica, sobre los distintos métodos para someter a los naturales de las
indias y convertirlos al catolicismo, una de las conclusiones, siempre provisionales en el campo de la historia, es la
participación de actores con distintas motivaciones en la tarea común de hacerse del continente americano. Pero
lo realmente trascendental de lo dicho hasta ahora, es que estas diferencias referidas a los métodos para
conquistar y evangelizar a toda una humanidad, generó un debate sobre el indígena y lo indígena que aun hoy no
ha cesado. Esas disputas hablan de otra de las conclusiones no menos interesantes, se trataba de un imperio en el
difícil trance de pensarse así mismo en su aspiración de dominar, y después cristianizar el mundo. Se trataba de
una crisis de conciencia: la de un imperio católico, cuya misión salvadora era tenida como moral, y el trato
inhumano dado por ese mismo imperio a gentes, cuya condición de tales, acaso muchos católicos dudaron. No
obstante, los diferentes puntos de vista, por más opuestos que se presenten, convergen en la necesidad de
dominar y cristianizar al nuevo mundo, donde no hay consenso es en el cómo. Tan conquistador es Bartolomé de
Las Casas como Francisco Pizarro. Ambos creen ser parte de un plan elaborado por Dios, donde sólo ellos son los
afortunados ejecutores, elegidos en la tarea, siempre polémica, de propagar el evangelio.
INDIGENAS AMERICANOS: EXPLOTACION, GENOCIDIO Y OLVIDO

Existe la creencia generalizada, y aceptada por numerosos historiadores, que la conquista y colonización de
América finalizó en el transcurso del siglo XIX, cuando se consolidaron los movimientos libertadores que dieron
lugar a la formación de los Estados-Nación en todo el continente. Sin embargo el proceso histórico tuvo una
continuidad manifestada en el afán expansionista de esos nuevos Estados, conducidos por clases dirigentes
herederas de las europeas conquistadoras del continente. Esa nueva etnia en el poder cortó lazos con las
metrópolis y puso en marcha su plan independiente de ampliación y colonización de territorios , aunque bajo el
mismo modelo político-económico liberal naciente en Europa. No fue ese un cambio afortunado para los
habitantes primitivos de América. Muchas comunidades indígenas que aún vivían en sus propios dominios
sufrieron invasiones y despojos de tierras; debieron someterse a la legislación vigente del orden establecido;
tuvieron que renunciar a sus culturas en función de la homogenización educativa; fueron privados de los recursos
económicos y de la libertad del espacio vital y limitados por fronteras nacionales que partieron sus comunidades.
Esta política agresiva, negadora de la total autonomía de los pueblos indígenas se prolonga hasta la actualidad

- PARTE I - LA CONQUISTA

Unas pocas palabras sueltas, relacionadas exclusivamente por asociación de ideas, pueden constituirse en una
síntesis de más de 350 años de conquista y colonialismo español en América: inquisición, genocidio, explotación,
saqueo, transculturación... Estos procesos negativos son la esencia de la historia no oficial descrita desde el punto
de vista de los pueblos conquistados. Sin considerar esta versión como una verdad absoluta, los testimonios
comprobados de esos períodos históricos manifiestan que la destrucción sistemática de la cultura local y su
reemplazo por las pautas culturales impuestas desde la metrópolis fue una tarea primordial que justificaba el uso
de cualquier medio para llevarla a cabo.
Dos cronistas de la época dejaron sus textos como pruebas: "(...) pues como las minas eran muy ricas y la codicia
de los hombres insaciable, trabajaron algunos excesivamente a los indios; otros no les dieron de comer como
convenía... Dieron así mismo gran causa a la muerte de estas gentes las mudanzas que los gobernadores y
repartidores hicieron de estos indios; porque andando de amo en amo y de señor en señor y pasando los de un
codicioso a otro mayor, todo eso fue unos aparejos e instrumentos evidentes para la total definición de esta gente
y para ello, por las causas que he dicho o por cualquiera de ellas, muriesen los indios. Y llegó a tanto el negocio,
que no solamente fueron repartidos los indios a los pobladores, pero también se dieron a caballeros privados,
personas aceptas y que estaban cerca de la persona del rey Católico, que eran del Consejo de Castilla y de Indias",
según describe el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo. Mientras que un fragmento de declaración del sacerdote
Bartolomé de las Casas dice "(...) por ende digo que tengo por cierto y lo creo así, porque creo y estimo que así lo
tendrá la Santa Romana Iglesia, regla y mesura de nuestro creer, que cuanto se ha cometido por los españoles
contra aquellas gentes, robos, muertes y usurpaciones de sus Estados y señoríos de los naturales reyes y señores,
tierras y reinos, y otros infinitos bienes, con tan malditas crueldades, ha sido con la ley de Dios (...)"
Por tanto no es que se elijan sólo procesos negativos para caracterizar la época de la conquista americana, es que
la mayoría de ellos fueron irremediablemente perjudiciales para los habitantes aborígenes.
Los primeros años posteriores a la llegada de Cristóbal Colón a América -conducentes a la Edad de Oro del Imperio
Español- permitieron encontrar en esas nuevas tierras un objetivo que el azar brindaba para el lanzamiento hacia
las metas de poder económico y político ambicionadas por la jerarquía reinante. La mayor parte de aquellos
sueños de grandeza se forjaron sobre diversas formas de servidumbre a las que se vieron sometidos los indígenas.
Los aristócratas, funcionarios públicos, militares o religiosos españoles los tenían a su servicio personal como
tamemes o cuidadores de ganado, cargadores o servidores domésticos, reproduciendo el estatus esclavizante
reservado para la plebe y los esclavos en el modelo de estructura social española de la época.
Los conquistadores ignoraron el entramado cultural vigente en esos pueblos y las jerarquías sociales existentes en
los mismos, para imponer sus valores propios.
La campaña evangelizadora de la iglesia católica desnuclearizó la estructura social indígena . Los aborígenes eran
alejados de sus agrupaciones tribales o multifamiliares, promoviendo deportaciones masivas hacia lugares con
climas y costumbres diferentes, para formar las congregas que construían iglesias y conventos y para servir a los
religiosos de esas residencias.

A partir de 1553 los indígenas eran obligados a proporcionarle sustento a los sacerdotes (según acuerdo legal entre
Audiencia e Iglesia) a través del camarico; una especie de impuesto que consistía en la entrega diaria a la jerarquía
religiosa de esa comunidad, de un par de gallinas, y la cesión de entre tres y cuatro mujeres que elaboraran pan,
recogieran frutas e hicieran la comida para los caballos. La mayoría de los religiosos terminaron cobrando ese
impuesto en monedas de plata. En 1537, sin embargo, el Papa Paulo III admitió que los indios americanos eran
"seres humanos, dotados de alma y razón", en su bula Sublimis Deus. Algunos historiadores creen ver detrás de
esa bula misericordiosa, el resultado perverso de las luchas políticas entre la iglesia católica y las jerarquías
monárquicas del siglo XVI. Estos enfrentamientos, abiertos en muchas ocasiones, eran lo suficientemente
enconados como para creer que la declaración del Papa se debía simplemente a un piadoso pensamiento cristiano
iluminado por el espíritu santo. Los siglos y acontecimientos subsiguientes confirmaron que el reconocimiento de
los indios como seres humanos había actuado como única razón justificadora para emprender con rigor y
organización la cruzada evangelizadora: difícilmente se pudiera entender la llegada masiva de eclesiásticos a
América con la misión de convertir animales al cristianismo. Un juicio sencillo pero básico para la elaboración
posterior del sofisma que engendra la división entre la civilización europea y la barbarie americana (dos estadios
diferentes de desarrollo cultural que presupone la primacía de uno sobre otro y la imposición didáctico-práctica del
vencedor).
En la sociedad civil se repitieron y multiplicaron los factores de dominación. La figura del encomendero era de
fundamental importancia: autorizado por la propia Corona española, se encargaba de repartir los indios de la
comarca para la realización de determinados trabajos, según sus necesidades productivas y personales; y además
gozaba de la facultad de exigirles tributo. La ambición desenfrenada de los conquistadores y encomenderos llevó a
someter a los indios y ofrecerlos como moneda de cambio convertible en oro.
El mismo camino seguían los indígenas que entraban en la mita o sorteo de trabajadores realizado por los Señores
del lugar, para llevar a cabo trabajos en las haciendas; o los sometidos a una especie de esclavitud oculta
denominada por los indígenas yanaconazgo o yanaconaje (como se le suele llamar en Perú) igual a efectuar
servicios personales para el patrón noble, entre los que se contaban también los requerimientos sexuales.
Estas relaciones humanas y de producción eran consecuencia de la transferencia del sistema de vida feudal
europeo al nuevo continente, cuyo modelo social y económico era absolutamente desigualitario, profundamente
injusto, promovedor de privilegios y esclavitudes. Características incrementadas en América gracias al ejercicio del
poder absoluto que los conquistadores se auto atribuían por gracia divina.
El marco de represión en el que se desarrolló este régimen de dominación, incluidas las guerras pertinentes, es
conocido a través de sus consecuencias. En 1492 había aproximadamente 90 millones de indígenas viviendo en
América (66,5 millones en Sudamérica; 13,5 en América Central y 10 millones en Norteamérica). Cien años más
tarde el equilibrio demográfico se había roto de tal manera a causa de las guerras, las enfermedades y las
matanzas, que los habitantes indígenas de Sudamérica se habían reducido en 40 millones de personas. En 1652, los
13,5 millones de indios centroamericanos se habían transformado en 540.000. Y en 1692, en el segundo
centenario del desembarco europeo en América, la población indígena total superaba apenas los 4,5 millones de
habitantes, según datos proporcionados por la organización Survival International.
El derecho regio se antepuso a cualquier legislación consuetudinaria indígena cuando citaba que "la toma de
posesión de tierras conquistadas para el soberano español y el derecho de un quinto sobre toda presa y botín o
reintegro de gastos que se hubieran hecho con cargo a las cajas reales y la totalidad de lo que fuera tomado,
aprisionado o rescatado de los príncipes y monarcas vencidos" eran deberes de los conquistadores.
La gestión de las tierras nuevas y su explotación económica estuvo presidida por la transferencia permanente de
recursos hacia la metrópolis, que ya no cesaría durante toda la dominación española, y que continuaría aunque
con procedimientos diferentes hasta el presente.
Durante el período 1503-1660 las remesas totales de metales preciosos embarcados desde América hacia España
alcanzaban los 181.333 kilos de oro y 16.886.815 kilos de plata según la constancia oficial registrada en los Libros
de Cuenta y Razón y Cargo y Data de la Casa de Contratación.
Indudablemente, entre esos datos no se cuentan las cargas de los navíos clandestinos que no figuraban en los
listados de navegación de la Casa de Contratación, ni las inversiones realizadas por los nobles y burgueses
españoles en castillos y mansiones en el propio territorio americano.

PERIODO COLONIAL

La estructura de dominación colonial comenzó a consolidarse a partir de las primeras décadas del siglo XVI. A
través de la integración territorial se incorporaron al reino español los nuevos dominios bajo una concepción del
bajo medioevo: las apetencias del poder político, relacionadas con la creación de un imperio, concordaban
perfectamente con la primacía de la expansión mercantil.
El desarrollo, sobre estas bases, significó la destrucción total de las estructuras sociales y políticas que regían la
vida de las Naciones e imperios indígenas precolombinos con sus relaciones dinámicas de poder y fuerza y su
territorialidad, legislada y administrada. La ruptura total que originó el desconcierto, las diásporas, la indefensión y
el aniquilamiento de gran parte de los pueblos indígenas, se consolidó con nuevas legislaciones, administraciones y
límites territoriales. Virreinatos, capitanías generales, departamentos, gobernaciones, corregimientos dividieron
las tierras en función de las luchas del conquistador, los asentamientos de los colonizadores y, posteriormente, de
la explotación de los grandes recursos naturales que ofrecía la región (caucho, tabaco, madera, salitre, frutos
exóticos, minerales preciosos) y las actividades agropecuarias. No es verosímil por tanto el eufemismo que reduce
el complejo proceso de conquista y colonización al "encuentro de dos culturas", como sinónimo de intercambio
cultural, ocultando la prevalencia total y premeditada de una sobre otra.
La civilización europea no reconoció los valores de los pueblos aborígenes, creando las bases para la prolongación
de su sometimiento en siglos posteriores.
Todo el período colonial hispano hasta el desarrollo del proceso de liberación americana, a finales del siglo XVIII y
las primeras décadas del XIX, evolucionó reflejando el proceso de transformaciones graduales de las ideas y las
estructuras europeas.

EL CASO NORTEAMERICANO

En Norteamérica el proceso de conquista y colonización sajón -el que prevaleció, finalmente, entre otros intentos-
tuvo matices distintos. Los primeros colonos llegaron a las tierras del este norteamericano a principios del siglo
XVII. Y la primera población colonial fundada en tierras norteamericanas fue Jamestown (en el actual estado de
Virginia) en 1607. Tenía aproximadamente 6.000 habitantes, en su gran mayoría ingleses ambiciosos, cuya
principal obsesión fue la búsqueda afanosa de metales preciosos, sin detenerse a formar la mínima trama social
entre sus pobladores para construir una colonia con visión de futuro. Las guerras con los indios, las enfermedades
y los conflictos internos fueron diezmando la población hasta quedar reducidos a mil habitantes en 1624.
La historia oficial norteamericana ocultó este primer paso verdadero en la colonización de aquellas tierras por su
similitud de actitudes con la conquista hispana. Los estadounidenses prefieren reivindicar a los anglicanos que
llegaron en el buque My Flowers en 1620. Estos puritanos capitalistas, sometidos por la corona británica (bajo la
dinastía de los Estuardo) pusieron su pie sobre las nuevas tierras con concepciones distintas, más liberales en lo
político y social, con el objetivo de fundar una nueva comunidad alejada de los privilegios monárquicos y el
absolutismo que prevalecían en las islas británicas. En los siguientes treinta años se produjeron olas migratorias
que fueron poblando la costa Este norteamericana al amparo de leyes bastante rigurosas y sumamente
progresistas para la época, en las que se determinaban la separación de iglesia y estado, la libertad religiosa, y el
reconocimiento de los derechos indígenas sobre la propiedad de la tierra.
Las tribus del este, hurones, iroqueses, mohicanos se vieron presionados por las costumbres mercantilistas de los
colonizadores y las tribus algonquinas no tardaron en transformar sus costumbres: de la agricultura de
superviviencia al trampeo para obtener pieles de animales que, una vez descubiertos por los europeos,
comenzaron a ser muy valorados. Los indios formaron olas migratorias hacia las zonas de caza y ampliaron
considerablemente las zonas de trampeo para comerciar. Pocos años después (durante la primera mitad del siglo
XVII) las colonias francesas y holandesas comerciaban fluidamente con los indios. Es más, los comerciantes
holandeses llegaron a crear la fábrica más importante de sombreros, basada en pieles, de América del Norte, que
marcó el inicio de la moda de la indumentaria en Europa (pieles de castor, nutria, zorro, etc.).
La llegada posterior de diferentes grupos religiosos como los calvinistas o los prebisterianos (que tendrían
influencia decisiva en la Conquista del Oeste en el siglo XIX) ensombrecerían ese proceso que había demostrado
intenciones aparentes de respeto a las culturas de los colonos y a la de los indígenas.
No por ocultos los datos de la conquista norteamericana son menos representativos de sus crueles consecuencias.
A principio del siglo XVII, algunos historiadores atribuyen aproximadamente entre 8 y 10 millones de habitantes
indígenas para Estados Unidos, aunque no existe coincidencia en las cifras. Los mismos autores sitúan esa
población entre 850 mil y un millón y medio en 1800 (24 años después de haberse proclamado la independencia
norteamericana). Enfermedades desconocidas, el deterioro económico y social, las hambrunas, el alcohol, las
matanzas y deportaciones acabaron en tres siglos con casi el noventa por ciento de los indios norteamericanos. Y si
la etapa colonial fue dura, los años posteriores de expansión de los colonos norteamericanos fueron aún más
crueles y disgregadores para los indígenas.
Las Naciones Indias no encajaban en los planes del nuevo Estado independiente. Detrás de una fachada pacífica y
respetuosa las olas colonizadoras, apoyadas por fuerzas armadas, fueron ganando territorios hacia el oeste.
A partir de 1780 los trece estados de la Unión (embrión político de lo que serían los Estados Unidos) quedaron
libres de indios. Los mahican y los delaware fueron deportados al oeste de los montes Alleghanys; la Nación
iroquesa obligada a ceder porciones de sus tierras a los Estados de Nueva York, Pennsylvania y Ohio en 1784. A
partir de 1790 se produjo la guerra con los Shawnee como consecuencia de la negativa de éstos a renunciar a sus
tierras en beneficio de los colonizadores. Finalmente fueron derrotados y debieron resignar dos tercios de los
territorios de Ohio y parte de Indiana.
Los primeros 20 años del siglo XIX el flamante Estado norteamericano seguía conquistando silenciosamente los
territorios de la costa atlántica sin contemplaciones con los indígenas.
En 1813 concluye la guerra anglo-norteamericana con la derrota británica y el sometimiento de numerosas tribus:
los kickapoos, los wyandot, los peoria, los winnebago, los sauk, los cherokees, los creek y los semínolas de la
Florida. La mayoría fueron deportados a reservas en Kansas, donde cada sublevación se pagaba con una matanza;
otras pueblos huyeron hacia las montañas y pantanos, totalmente desperdigados, para sobrevivir
clandestinamente.
Sucesivos presidentes norteamericanos como Monroe o Jackson aumentaron la política de sometimiento y
deportaciones de indios. Según explica el historiador Carlo Caranci, "a partir de 1831 se reconoce a las
comunidades indias el estatuto de naciones domésticas dependientes en estado de tutela sin soberanía, puesto
que se hallaban en territorio estadounidense, con las que el Estado federal puede firmar tratados. Pero los mismos
serán meros medios de presión para forzarlos a abandonar sus tierras y marcharse al oeste. Centenares de miles
de indios son privados de sus tierras y bienes y trasladados al llamado Territorio Indio (actualmente Oklahoma): los
choctaw en 1831, los creek en el 36, los cherokees entre el 38 y el 39. No sin haber sido saqueados y vejados
previamente por los colonos, ante la pasividad de las autoridades, a lo largo de la Pista de Lágrimas, en la que
muchos murieron antes de llegar a su destino".

LOS NUEVOS ESTADOS-NACION INDEPENDIENTES


La evolución del pensamiento liberal del viejo continente, fue ganando terreno durante el siglo XVIII, recortando
los poderes absolutos de las monarquías y reclamando la organización más horizontal del poder dentro de la
sociedad.
En Europa se desarrolló la propuesta nacionalista que sostenía el derecho de los pueblos a autogobernarse. La
concepción de Rousseau, Ferguson, incluso Hobbes, sostenía la identificación del progreso con el avance del
Estado, entendido ya no como una determinación divina en manos de los herederos naturales de ese poder
omnímodo (absolutismo monárquico), sino como un acuerdo concensual de voluntades semejantes.
Hasta el siglo XIX la colonia en Centro y Sudamérica era ese lugar cercado y seguro que debía rendir cuentas
exclusivamente a su metrópoli; parte integrante de un sistema político y económico único y cerrado. A partir de la
Revolución Francesa se empezaron a reconsiderar ciertos valores, intocables hasta entonces, como la esclavitud
humana, y se abren las puertas hacia el liberalismo económico (propiedad privada, librecambio de mercancías).
La repercusión de esta ideología en las colonias centro y sudamericanas tiene lugar entre finales del siglo XVIII y
mediados del XIX. Los españoles residentes y los nacidos en tierras americanas al igual que los mestizos
comenzaron a sentir la necesidad de distanciarse de una España decadente y acercarse a un Imperio Británico en
auge, proclamador de ideales económicos libertarios contrarios al absolutismo proteccionista. Surgieron entonces
en América las revoluciones de los mercaderes, de los pequeños y grandes comerciantes que necesitaban abrir
fronteras y eliminar aduanas, impuestos y restricciones comerciales, deslumbrados y presionados por el avance
británico.
La transformación americana a cargo de las burguesías locales no implicó el reconocimiento de los pueblos
indígenas (ni de los sometidos ni de aquellos que aún habitaban territorios no ocupados por los criollos o
europeos). Las nuevas clases dirigentes tuvieron como objetivo continuar la expansión y desarrollo iniciados por
sus antecesores españoles monárquicos, bajo el proyecto de organización de los Estados-Nación y la búsqueda de
sus identidades nacionales, a las que no respondía ninguna característica del ser indígena, de modo que éste no
era considerado ser nacional sino un usurpador.
Los nuevos Estados seguían considerando como "territorios desérticos" las zonas habitadas por poblaciones
indígenas autónomas y automarginadas de los procesos organizativos de los descendientes de europeos. Los
movimientos independentistas que dieron lugar a esas nuevas Naciones sólo reconocían límites en las tierras
ocupadas por otros Estados, excepto que una relación de fuerzas favorable o equilibrada permitiera el intento de
ocupación de esas zonas.
La legislación de las nuevas Naciones desconocía en la mayoría de los casos las tierras indígenas y si bien reconocía
a sus habitantes como integrantes del nuevo país - en caso de que los indios aceptaran el nuevo orden vigente-, no
los consideraba miembros de pleno derecho. La contradicción se hacía más evidente al surgir situaciones de
conflicto. Cuando se producía un enfrentamiento bélico entre Estados era considerado una "guerra" que debía
atenerse a los principios de la norma internacional; en cambio las luchas entre tribus y Naciones indias contra
tropas de ese mismo Estado, eran denominadas "campañas" tendentes a resolver problemas internos, sin arreglo
al derecho internacional.
El expansionismo de los nuevos Estados fue el motivo principal para el desarrollo de esas "campañas" por gran
parte del continente para ocupar los territorios "vacíos": la costa atlántica de Centroamérica; el litoral norte de
Brasil, parte de la selva amazónica, la selva del Orinoco, la meseta del Matto Grosso; un vasto sector del Chaco;
casi toda Colombia (incluido lo que hoy es Panamá) y todo el sur patagónico del continente: a partir del río Bío Bío
en Chile y de los ríos Salado y Colorado en la Argentina.
Ese proceso desarrollado a lo largo del siglo XIX respondía también a las necesidades de las metrópolis europeas
que experimentaban un giro en sus relaciones de fuerza.
El último tercio del siglo pasado se produjo el Gran Viraje Colonial europeo. A partir de 1870 el mapa del mundo
conquistado se reconvirtió. Entre 1876 y 1914 una cuarta parte de los territorios del planeta fueron redistribuidos
entre media docena de Estados: Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Alemania, Bélgica e Italia. Los británicos
incrementaron sus posesiones en cerca de diez millones de kilómetros cuadrados; los franceses en nueve millones;
los alemanes en dos millones y medio y los belgas e italianos en aproximadamente dos millones. Los Estados
Unidos ampliaron sus posesiones externas en cerca de 250.000 kilómetros cuadrados, en su mayoría gracias a la
usurpación de territorios mexicanos y a la obtención de antiguos dominios coloniales españoles.
El expansionismo europeo, sin embargo, no se contaba exclusivamente por la superficie de las colonias
conquistadas sino en la trasmisión de las ideas que daban lugar a esa expansión. Al mismo tiempo que
conquistaban nuevas tierras, establecían lazos de dependencia económica-cultural con aquellos países que
declaraban su independencia política en América Latina.
El gran avance industrial y comercial del centro de poder europeo necesitaba abastecerse de materias primas y los
países latinoamericanos basaban su riqueza en esos recursos naturales. Es así que los territorios conquistados por
los ejércitos autóctonos fueron utilizados para la explotación de esos recursos que, en su más amplia mayoría eran
transferidos a las metrópolis.
La justificación ideológica de esta nueva conquista tenía puntos diferenciados de la española: se pretendía integrar
esos territorios en un mercado mundial capitalista; se imponía la definición de las relaciones con los indígenas a
partir del ideario liberal; los conquistados debían ser reconvertidos en ciudadanos (no en cristianos); se exigía, en
muchos casos, la anulación de la estructura social precedente para incorporarse individualmente al Estado; se
desvalorizaba la cultura autóctona en nombre del progreso (fuertes influencias del positivismo); se promovía la
integración forzosa a una nueva estructura social con jerarquías rígidas y relaciones étnicas desiguales y racistas.
Un ejemplo: en 1854 el presidente de la República de Ecuador, José María Urbina, promulgó un decreto sobre las
relaciones entre los indígenas que ocupaban el sector oriental del país (selva) y el Estado. En sus considerandos
decía:
1- Que es un deber estricto del Gobierno sacar de la barbarie y colocar en el camino de la civilización a las tribus
de indígenas que habitan en la parte oriental de la República.
2- Que está asi mismo entre sus esenciales deberes el de fomentar el espíritu de empresa, y procurar que se
descubran y se pongan al alcance de los ciudadanos las fuentes de riqueza que abundan en esas regiones.
3- Que para conseguir este doble objeto es de absoluta necesidad dar un régimen de administración pública de la
manera más adecuada a las circunstancias peculiares y excepcionales en que se encuentran actualmente esas
localidades.
En su artículo 1 el decreto dice: "se incluyen bajo la denominación del Gobierno de Oriente las poblaciones
territoriales conprendidas en los antiguos corregimientos de Quijos, Macas y Canelos" (división administrativa
colonial). Mientras que en los artículos 2 y 3, correspondientes al capítulo de las atribuciones del Gobernador, se
expone: "Favorecer a los indígenas, y procurar introducir en ellos hábitos de orden y de sumisión a las leyes.
Defender los límites de que la República se ha hallado en posesión".
En otros países de numerosa población indígena la legislación sirvió para la desmembración de la vida colectiva.
En Bolivia el presidente Melgarejo decretó en 1866 la abolición de las comunidades de origen, ordenando el
reparto de sus tierras individualmente entre los indios. Y ocho años más tarde el gobierno promulgó otra ley
complementaria: la de exvinculación de tierras de ayllus (denominación incaica para la división de la tierra según la
administración precolombina). Ambas leyes produjeron el traspaso de los terrenos a manos blancas o mestizas; las
parcelas que quedaron en poder de los indios fueron rápidamente absorbidas por las grandes fincas o haciendas
privadas, permaneciendo los indígenas en sus tierras ancestrales en calidad de sirvientes que recibían una pequeña
parcela y, a veces, el permiso para conservar algunos animales.
En 1870, contemporánea a la legislación boliviana, el régimen guatemalteco de Rufino Barrios impuso una ley
similar sobre las grandes tierras de la meseta que aún conservaban en administración colectiva las comunidades
indígenas. El resultado fue catastrófico para los nativos: muchas de las tierras no registradas fueron vendidas como
baldías por el gobierno a grandes hacendados; otras fueron absorbidas o compradas por los latifundistas en
maniobras financieras no siempre transparentes.
La ley venezolana sobre reducción, civilización y resguardo de indígenas, del 2 de junio de 1882, declaró "la
abolición de las antiguas reservas y todos los privilegios concedidos por la administración colonial. Sólo se
reconocen las comunidades indias de los territorios federales de Amazonas, Alto Orinoco y La Guajira". Y apenas
iniciarse el siglo XX se cerró el cerco legal. El 8 de abril de 1904, una nueva ley sobre resguardos indígenas dispuso
"que las tierras que habían sido propiedad de las comunidades indígenas desaparecidas y las tierras cuyos títulos
de propiedad no pudieran ser debidamente establecidos pasarán a poder de la Nación (...)"
Esta política fue aplicada con matices menores y adaptada a la circunstancias territoriales, en cada país, en toda
Latinoamérica. Y produjo el creciente aniquilamiento, bajo cobertura legal gubernativa, de aquellas Naciones
indígenas que se negaban a integrarse en el nuevo sistema o a desalojar las tierras "vacías".
Las peores matanzas organizadas sistemáticamente fueron las producidas en Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.
El proyecto autárquico y autoritario impuesto en este último país en la segunda mitad del siglo XIX llevó a una
guerra, denominada de la Triple Alianza, que lo enfrentó a Brasil, Argentina y Uruguay, aliados que contaron con la
asistencia de Gran Bretaña en base a suministros y préstamos financieros. Las masacres indígenas de tribus
guaraníes, tobas, guaycurúes, mocovíes y matacos, entre otras, permitió no sólo liberar la región del Chaco para su
explotación (forestal fundamentalmente) sino también aplastar las intenciones autonómicas-proteccionistas del
Paraguay y abrirlo al librecambismo. Pocos años después los gobiernos de Argentina y Chile llevaron adelante la
Campaña al Desierto (tierras ocupadas por Naciones Mapuches en el sur de ambos países). Las sucesivas
incursiones duraron aproximadamente 15 años y, en términos de vidas humanas, tuvieron un costo oficial de más
de 70.000 indios. Durante esa época el científico inglés Charles Darwin investigaba en tierras patagónicas y
describió así las persecuciones contra los indios: "Siéntese profunda melancolía al pensar en la rapidez con que los
indios han desaparecido ante los invasores. Aquí todos están convencidos de que ésta es la más justa de las
guerras Quién podría creer que se cometan tantas atrocidades en un país cristiano y civilizado? Creo que dentro
de medio siglo no habrá ni un sólo indio salvaje al norte del Río Negro" (del libro "Viaje de un Naturalista Alrededor
del Mundo").
Esa campaña forjó el latifundismo argentino. El gobierno y los terratenientes realizaron un gran negocio; la
adjudicación y venta de tierras. Las aristocráticas familias de Buenos Aires y representantes de latifundistas
extranjeros tuvieron prioridad para comprar grandes extensiones de tierras en la zona de Río Negro y Neuquén
(más tarde se trasladaron a las provincias australes de Chubut y Santa Cruz), donde pagaron 0,16 centavos por
cada hectárea. Quince años después del término de la "Campaña", es decir a finales de siglo, cada hectárea
costaba 400,00 pesos. Las más grandes fortunas y familias de raigambre argentina nacieron como consecuencia de
estas operaciones.
En el resto de Latinoamérica las represiones sistemáticas estuvieron dirigidas a los núcleos indígenas resistentes; a
los más remisos a asimilarse al nuevo sistema, que tenía reservada para ellos una situación de servidumbre
esclavizante. Su papel sería el de mano de obra libre sin ninguna legislación que los amparase, ni en lo laboral ni en
lo social.
La Conquista del Oeste norteamericano
Estados Unidos intensificó durante el último cuarto del siglo XIX, superada la Guerra de Secesión, todo el "lento"
expansionismo hacia el oeste que le había permitido un crecimiento continuado desde la declaración de su
independencia. Este último período fue el más cruente de la persecución indígena: lo que más tarde la historia
oficial norteamericana llamaría la Epopeya de la Conquista del Oeste.
En 1860, entre los 31.400.000 de norteamericanos blancos y el océano Pacífico se interponían centenares de miles
de indios agrupados en diferentes naciones. Treinta años más tarde, los dos océanos estaban unidos bajo la
jurisdicción de un mismo Estado habitado por 62.700.000 habitantes, en su mayoría inmigrantes extranjeros
dispuestos a vivir en las tierras expoliadas a los indígenas.
Los recursos para expulsar a los indios de sus tierras no ofrecieron demasiados reparos y contradijeron claramente
los preceptos legales y morales que sostenían la ideología del nuevo Estado.
La base del sustento de las grandes naciones indígenas de la pradera era el búfalo; su matanza deliberada,
indiscriminada y dirigida ofuscó a muchos de esos pueblos que se lanzaron desesperadamente a una batalla final
por la supervivencia. Los datos de esa sorda guerra oficial son elocuentes: en 1830 existían cerca de 75 millones de
búfalos diseminados en la vasta pradera central norteamericana; veinte años más tarde quedaban 50 millones. En
1883 se los había declarado una especie en extinción (sólo en 1870 se abatieron más de un millón de animales).
Las matanzas de indígenas ante la resistencia a ceder sus tierras tampoco ofrecieron reparos oficiales. Primero
fueron los sioux en 1862 quienes se negaron a abandonar los territorios de Minnesota y las Dakotas y poco
después los cheyennes, quienes quedaron reducidos a unos grupúsculos luego de las matanzas de Sand Creek, en
1865 y la de Washita River, nueve años más tarde, dirigida por el general Custer.
El desequilibrio era tan grande y la desproporción del enfrentamiento entre las tropas estatales y los indios tan
mayúsculo, que en 1876 sioux y cheyenes, haciendo el más grande esfuerzo de concordia, pudieron formar un
ejército de 2.000 guerreros. La historia estadounidense recuerda como el gran desastre de su ejército frente a los
indios la derrota de Little Big Horn, en la que murieron 260 soldados del general Custer.
En 1886, Gerónimo, jefe de los apaches-chiricahuas, huía por tierras de Nuevo México desde hacía tres años
dándole jaque a varios regimientos que le perseguían sumando una tropa conjunta de 5.000 hombres. Los indios
eran 25, con sus mujeres y niños. Finalmente fueron atrapados 18.
En 1889 se cerró el último acto de aquella conquista difundida tendeciosamente, medio siglo después, a través del
cine y la televisión. El llamado Territorio Indio, fue convertido por el gobierno Norteamericano en el Estado de
Oklahoma. En esa tierra malvivian, harapientos y muertos de hambre, 75.000 indios deportados de diferentes
regiones. El 22 de abril de aquel año, y en sólo 24 horas vieron invadidas esas tierras deprimidas y secas por 50.000
colonos. Las reservas que les asignó el gobierno estadounidense eran semejantes a corrales de hacinamiento.
-PARTE II-
SIGLO XX: EL OLVIDO
A finales del siglo pasado y primeras décadas del presente comienza una "tercera conquista" de los indígenas
americanos. En esta oportunidad, estabilizadas las condiciones políticas y divisiones territoriales en lo que respecta
a sus distribución entre los Estados de la región latinoamericana, el peso de esta nueva colonización quedó
relegado a la acción privada, con el apoyo jurídico que le otorgaban las nuevas legislaciones, frente a la indefensión
de los indios y el olvido del cuerpo social.
Los territorios conquistados el siglo anterior a los mapuches, en Argentina y Chile, permitieron la explotación
agroganadera de aquellas tierras a través de empresas textiles y frigoríficas importadoras de carnes y cueros de
Gran Bretaña (Swift, Westley, etc.); también compañías inglesas se hicieron con vastos territorios de Paraguay,
Argentina, Brasil y Uruguay para la explotación forestal indiscriminada en el hábitat ocupado por las Naciones
indígenas del Chaco y la Baja Amazonía.
Después del invento de los neumáticos por John Dunlop, en 1808, el caucho pasó a ser el oro blanco de la selva
sudamericana. En el norte de la selva amazónica (abarca territorio colombiano, peruano y brasileño) la fiebre del
caucho provocó masacres silenciadas. Un aterrador testimonio del norteamericano W. Handenburg, registrado en
1.909, pone de manifiesto la magnitud del genocidio "(...) Los agentes de la Compañía obligan a los pacíficos indios
del Putumayo a trabajar día y noche, sin la más mínima recuperación salvo la comida necesaria para mantenerlos
vivos. Les roban sus cosechas, sus mujeres, sus hijos. Los azotan inhumanamente hasta dejarles los huesos al aire...
Toman a sus hijos por los pies y les estrellan la cabeza contra los árboles y paredes... Hombres, mujeres y niños
sirven de blanco a los disparos por diversión y en oportunidades les queman con parafina para que los empleados
disfruten con su desesperada agonía (...)".
Estas acciones repetidas en el resto de América Latina, contaban con la permisividad oficial ya sea por acción,
protegiendo la actividad de esas empresas que significaban "progreso" o por omisión, puesto que esas poderosas
compañías extranjeras suplantaban la capacidad represiva oficial en lugares alejados y contribuían a mantener la
unidad territorial formal.
El pensamiento antiindio se hizo doctrina oficial en la Argentina del siglo XX, justificando el genocidio, el destierro y
el saqueo. En un libro de geografía, aprobado como texto escolar por el Ministerio de Educación, y escrito en 1926
por el profesor Eduardo Acevedo Díaz, se podía leer (...) "La República Argentina no necesita de sus indios. Las
razones sentimentales que aconsejan su protección son contrarias a las conveniencias nacionales".
En el presente siglo la lucha por las tierras indias quedó relegada a pocos núcleos resistentes de hecho, a la
supervivencia de comunidades indígenas en regiones improductivas o la asimilación al sistema productivo del país
en cuestión. En este último caso los indios era tratados como personas marginadas de una legislación laboral ya de
por sí escasa e injusta para los intereses del trabajador. Por lo general el indio realizaba tareas agrícolas y, según
especifica un Informe de la Organización Internacional del Trabajo realizado en 1953, las condiciones de la labor
eran las siguientes: "(...) el terrateniente facilita al indio una parcela de su propia tierra (generalmente difícil de
trabajar por su infertilidad o desnivel de relieve) y también semillas, abonos y herramientas y, para cubrir sus
necesidades, le anticipa dinero para cuya devolución se le exige un pago en especie a un tipo de conversión que
determina el propietario. De este modo se abre 'una cuenta en especie', lo que da lugar a una situación de
dependencia debido a la acumulación de las deudas, que a menudo obliga al trabajador indígena a permanecer
indefinidamente al servicio del terrateniente".
Un ejemplo claro de esta situación, repetida en la mayoría de los países de Latinoamérica, fue el México
prerevolucionario. Al final de la dictadura de Porfirio Díaz, el uno por ciento de la población poseía el 70 por ciento
de las tierras laborables del país: en el Estado de Chihuahua una sola familia se consideraba dueña de 4.956.000
ha; en tanto el Estado de Hidalgo se lo repartían tres familias.
En Perú las formas esclavizantes de trabajo se mantuvieron de hecho legalmente hasta 1969. Un informe
elaborado 15 años antes daba cuenta de las dos modalidades de tenencia de la tierra de los indígenas: el colonato
y el yanaconaje, este último heredado de la colonia española 400 años antes. El yanacón o yanacona, según una
Comisión de Expertos en Trabajo Indígena de la década de los cincuenta, "es un trabajador que tiene dos
contratos: uno que lo compromete a prestar servicios en la hacienda como trabajador estable y otro por el que
recibe un pedazo de tierra para cultivarla por su cuenta. Este segundo es de arrendamiento o aparcería. Si el indio
recibe la tierra en arrendamiento a merced conductiva puede pagarla en dinero, aunque es más usual que lo haga
en productos que el mismo principal señala en cantidad fija".
La integración mundial creciente en este siglo, fundamentalmente relacionada con aspectos económicos, ha
transformado negativamente la vida de los indígenas latinoamericanos, prolongando su desintegración como
pueblos y su degradación en la escala social. Los grandes proyectos de progreso de los gobiernos latinoamericanos
fueron conducidos por la senda liberal que confiaba el control de los sectores básicos de su economía a grandes
empresas multinacionales extranjeras.
En el terreno de la energía un ejemplo flagrante fue la Guerra del Chaco (enfrentó a Bolivia y Paraguay en 1932-
1935 por reivindicaciones territoriales) motivada por intereses particulares de dos empresas petroleras
contendientes, La Royal- Dutch Shell y la Standard Oil, que pretendían lograr mejores posiciones negociadoras y
mayores parcelas en los yacimientos de hidrocarburos. La mayor parte de las víctimas de esa sangrienta guerra
fueron indios.
En Guatemala, los yacimientos controlados por la Texaco y Amoco Oil eran custodiados por los propios militares
guatemaltecos que aún ejercen la represión indiscriminada contra los trabajadores indígenas. En las mismas tierras
indias de Alta Verapaz fue encontrado níquel cuya explotación quedó en manos de la INCO y la Hanna Minning Co.,
empresas que provocaron la expulsión de los indios bajo el fuego de un ejército privado que, en 1978 causó la
matanza de más de dos centenares de nativos. Similares acciones se produjeron/producen en otros países con la
explotación de otros recursos naturales, como el petróleo en Perú, Venezuela, México y Ecuador; el cobre en Chile;
el estaño en Bolivia; el oro en Brasil; las esmeraldas y el café en Colombia, entre muchos otros. Pero el ejemplo
que ha tenido mayor relevancia en el continente es el de la empresa United Fruit Company, cuyo poder se
extiende desde principios de siglo por Colombia, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y Guatemala,
creando un Estado dentro de otro mayor, incluso con el poder manifiesto para derrocar presidentes, conducir la
economía, decidir sobre infraestructuras y modificar a su antojo las condiciones legales y sociales de esos países.
Esta empresa poderosa redujo a la explotación esclavista a gran parte de los trabajadores indígenas que
cosechaban los frutales que exportaba; y tenía libertad para reprimir cualquier intento de protesta o para ejecutar
"traslados forzados" de indígenas hacia reductos similares a campos de detención, disimulados bajo formas
laborales.
No resulta extraño este tipo de comportamiento de empresas que teóricamente deberían respetar las leyes del
país en el que se asientan. Las legislaciones de inversiones extranjeras en los países latinoamericanos no existían o
cuando, a lo largo del siglo, se fueron decretando, tenían un alto índice de permisividad para la instalación y
gestión foráneas dentro de cada país. Todo aquello que no pudiera ser conseguido a través de la legalidad vigente,
claramente favorable a sus intereses, era logrado a través de la corrupción de las autoriades locales o la presión
política-económica, ejercida desde las empresas centrales o las propias autoridades nacionales norteamericanas o
europeas.
La explotación del indio como ideología medieval, fue abolida en la Argentina en 1949, en Bolivia en 1952 y en
Perú en 1968; en Colombia, Ecuador y Brasil, la presión internacional ha favorecido el impulso de un proceso de
recuperación y delimitación de tierras y derechos indígenas, aún escaso, entre 1991 y 1993. En tanto otros países
como México, Ecuador y Chile, por ejemplo, siguen sin definición clara sobre el tema.
El concepto de "Nación dentro de otra Nación", base ideológica para la organización de comunidades indias en los
Estados actuales, no ha sido nunca aceptada por los países latinoamericanos como una especie de autonomía
política, administrativa y cultural que permitiera la conservación o recuperación de sus viejos valores.
En el trascurso de las décadas de los 60, 70 y 80 los procesos dictatoriales que asaltaron el poder en la mayor parte
de los países del subcontinente, adoptaron la Doctrina de Seguridad Nacional como pieza clave de la represión
militar que ejercían sus propios ejércitos nacionales contra rebeliones internas al orden establecido. El fantasma
del enemigo comunista, tan relevante durante la Guerra Fría, fue agitado por una de las potencias en litigio
(Estados Unidos) para controlar el continente y adaptarlo a sus necesidades políticas y económicas.
La falta de arraigo nacionalista evidenciado por las comunidades indígenas y por los propios ciudadanos indios
asimilados, produjo la desconfiaza y sospecha permanente de las autoridades dictatoriales. En Chile, cada
movimiento de las reservas mapuches del sur fueron contestados con incursiones del ejército chileno, comandado
por general Pinochet, con saldos que superaban las centenas de muertos. En esas tierras el proyecto hidroeléctrico
del alto Bío Bío, que amenazaba sumergir las zonas destinadas a seis comunidades indígenas, fue tomado como
una prioridad de infraestructura del país.
Durante los años 70 cerca de 3.600 km 2 de territorio fronterizo brasileño correspondiente a comunidades indias
del Amazonas, pasaron a control militar por "razones de seguridad", dando ingreso posteriormente al área a
empresas extranjeras para explotar recursos naturales. Durante la dictadura argentina (1976-1983) la campaña
"marchemos hacia la frontera", llevada a cabo por el general Domingo Bussi para reforzar el espíritu nacionalista,
puso en tela de juicio el "nacionalismo" de los mapuches ubicados en la provincia de Neuquén, sistemáticamente
hostigados por esta causa.
PRESENTE DE AISLAMIENTO Y MARGINACION
La ideología del olvido, la sospecha, la marginación social y económica, el rechazo racista y la represión violenta de
las comunidades indígenas persiste en América Latina, según se deduce de los numerosos estudios sobre sus
condiciones de vida, realizados por entidades oficiales, religiosas, organizaciones no gubernamentales y
organismos internacionales: la mayoría coincide en afirmar que la situación es de pobreza extrema, con
destrucción del tejido social, marginación creciente y nulas posibilidades de integración colectiva o reconocimiento
de su cultura singular. Aisladas, sin posibilidades económicas, sobreviven mediante el desarrollo de actividades
informales, carentes de cobertura sanitaria y educacional. En los países andinos constituyen la gran mayoría
postergada de la población, desintegrados del país oficial, soportando estructuras sociales discriminatorias y
relegados en muchos casos a las tierras altas de los valles andinos o a la ceja de selva amazónica (cultivo y
comercio de hoja de coca). En Guatemala están sometidos al terror ejercido por un ejército que se ampara en la
represión antiguerrillera para cometer masacres que no trascienden a los medios de comunicación. Los hijos de
indígenas guatemaltecos reciben generalmente un año y medio de educación en contraste con los cinco años de
promedio que alcanza el resto de la población infantil.
Los trabajadores indios del continente reciben, como media, un salario equivalente al 60 por ciento del sueldo que
cobran trabajadores de otras etnias por igual tarea y tiempo empleados.
Los cambios demográficos y sociales y el desarrollo tecnológico han sido la causa de numerosos cambios en la
economía que obligaron a grandes migraciones internas de los indígenas hacia las ciudades del continente. La
tareas agrícolas fueron perdiendo peso en el aparato productivo y su rendimiento se hizo cada vez más escaso
originando el traslado de hábitat para sobrevivir, con la consiguiente pérdida de signos de identidad que ello
supone.
De acuerdo con un estudio realizado por la organización no gubernamental Survival International, "Los quechuas
se ven obligados a dejar sus tierras y dirigirse a las ciudades donde la única opción para las mujeres es vender sus
productos y para los hombres trabajar como porteros y obreros mal pagados. Sus antepasados murieron en las
minas de oro y plata como esclavos de los españoles y hoy las cosas han mejorado poco, pues sus vidas están
reducidas al servilismo y a la pobreza en los barrios marginales de las ciudades".
En la Amazonia que comparten Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y Bolivia perviven todavía
grupos indígenas que conservan su estructura primitiva aunque fueron reducidos por las incursiones violentas de
los colonos o los explotadores de minerales.
Según un informe del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas "Los indios yanomamis están agonizando en
Brasil, ya que el gobierno impide que lleguen hasta ellos los servicios médicos adecuados. Los yanomamis son el
grupo indio más nutrido que todavía vive en América del Sur relativamente aislado de las comunidades no indias.
Este grupo constituye en Brasil una población de 9.000 a 10.000 indios, en el Estado de Roraima. Su situación ha
experimentado un acusado deterioro y numerosos yanomamis han muerto a causa de las enfermedades y la
violencia desatada por los cerca de 50.000 buscadores de oro que invadieron su territorio".
La tribu nambiquara ("orejas largas" o "agujero en la oreja"), formada por nómadas, cazadores y recolectores, vivía
libremente en la sabana brasileña hasta la decisión del Estado central de abrir una supercarretera que atravesara
sus tierras en 1960. Durante los últimos 30 años los nambiquara han sufrido la marginación en reservas reducidas,
un aumento considerable de su mortandad a causa de los asesinatos de colonos y madereros que incursionan en
su zona, la desnutrición y afecciones como fiebre tifoidea y amarilla. A inicios de la década de los 90 habían
quedado reducidos a 1.200 habitantes.
Mayor éxito tuvo el grupo indígena amazónico kayapó que en 1989 logró resistir en base a un programa de
protesta internacional liderado por organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación, un plan de
construcción de embalses en sus tierras que hubiesen anegado un territorio equivalente a una vez y media la
superficie de Gran Bretaña.
Similares dificultades viven otros pueblos que pretenden preservar sus formas de vida comunitaria: los wichi, en
medio de la selva del Chaco argentino, han sido invadidos por colonos criadores de ganado que manejan la ley y la
justicia en función de sus intereses, llegando al asesinato para resolver los contenciosos. Los rarámuris (pies
veloces) habitantes de las montañas del oeste mexicano deben enfrentarse a los colonos y a la política oficial, ya
que en 1989 el Banco Mundial concedió un crédito de 45 millones de dólares a México para la explotación forestal
en el Estado de Chihuahua. Las talas han reducido sistemáticamente, año a año, la superficie de su zona vital con el
peligro de su extinción como etnia.
En Costa Rica, cerca de cuatro mil indígenas huaynines viven en la frontera con Panamá y por tanto, ante la duda
de su ubicación, el gobierno costarricense les niega la nacionalidad; cuestión que se repite en el caso del gobierno
panameño. Como consecuencia de este simple problema burocrático los indígenas no tienen derecho sobre sus
tierras porque no pueden acreditar su nacionalidad costarricense y tampoco reciben los beneficios de la Asistencia
Social y la atención médica que la legislación de ese país centroamericano ofrece gratuitamente a todos sus
habitantes.
Una de las pocas comunidades que han logrado conciliar los intereses nacionales y trasnacionales con los suyos
propios son los Kuna, grupo indígena (el tercero de Centroamérica en población) habitante del istmo de Darién en
el archipiélago del Golfo de San Blas, en la costa atlántica panameña. El aislamiento fue su mejor aliado para
conservar entre los islotes sus costumbres y estructura social. Cuando los intereses norteamericanos favorecieron
la independencia de Panamá de Colombia para poder llevar adelante la obra del canal interoceánico, el territorio
Kuna recibió protección norteamericana para evitar la recuperación colombiana. Actualmente, los kuna continúan
viviendo en sus 375 islas invadidos por los turistas y la infraestructura de trasporte, comunicaciones y servicios.
Tampoco han podido escapar a la depauperada economía que el país centroamericano tiene reservada a sus
sectores sociales más bajos, los cuales buscan refugio en un circuito comercial marginal, sumergido. Una situación
repetida en toda la región como consecuencia del subdesarrollo y las relaciones intrínsecamente injustas en que
está sumida.
Las acciones de los gobiernos americanos para solucionar lo que generalmente llaman el "problema indio"
dependen de la trascendencia internacional de la situación de sus comunidades o ciudadanos indígenas, el
perjuicio político que provoquen, o los grupos de presión internos que actúen para concienciar a la opinión
pública. El movimiento indigenista ha logrado tomar una tenue iniciativa, a partir de 1970, como respuesta y
resistencia activa a su constante deterioro, explotación y olvido intencionado. Los gobiernos americanos, sin
embargo, tienden a ocultar, silenciar la vida marginal de los indígenas y a mantener un orden opresivo plenamente
justificado desde el poder, mediante el cual minorías/ mayorías blancas someten económica y socialmente a las
mayorías/ minorías indígenas.
ANEXO I
UN MODELO DE GENOCIDIO: ARGENTINA-LA CONQUISTA DEL DESIERTO
La denominada Conquista del Desierto en Argentina, llevada a cabo durante el último tercio del siglo XIX, tuvo
como misión eliminar definitivamente la línea fronteriza impuesta como un cordón de seguridad cortando el mapa
de la Argentina a la altura del sur de la provincia de Buenos Aires, La Pampa y Neuquén. Ese paralelo imaginario
dejaba cautiva, en poder de los indígenas, toda la Patagonia y las zonas más productivas del centro del país (la
región Pampeana). Su presencia impedía el desarrollo del ferrocarril, las explotaciones mineras (carbón), forestales
(bosques de coníferas), agrícolas y de ganado ovino, sectores sobre los que tenían especial interés las empresas
británicas.
Más allá de las grandes civilizaciones de la llamada América Nuclear, que abarcaba todo el territorio encerrado
entre los trópicos, al sur de Cáncer vivían numerosas naciones con un grado menor de avance cultural. En el
noroeste argentino y chileno y el sur boliviano estaban asentados los atamaqueños, los omaguacas, y los diaguitas,
tribus incorporadas al Tahuatinsuyo (Imperio Inca). En la región del Gran Chaco (noreste de Argentina, Paraguay)
los guaycurú era la nación más importante dividida en grupos: los mbayá, los caduveo, los guaraníes, los matacos,
los payaguá, los mocovíes y fundamentalmente los tobas. Más al sur, en territorios de lo que hoy es Uruguay se
asentaban las tribus charrúas. En el centro de Argentina, sanavirones y comechingones se repartían las sierras y los
huarpes la precordillera mendocina. La región pampeana estaba habitada por una de las naciones más importantes
del subcontinente, los araucanos, dividida a su vez en numerosos grupos étnicos entre los que destacaban los
mapuches, los ranqueles, los puelches y los tehuelches. En el extremo sur del continente, al sur de la provincia
Argentina de Santa Cruz y en la isla de Tierra del Fuego, ejercían su particular cultura del frío, las tribus ona,
alacaluf y yaghan. Este resumen étnico puede ser sorprendente para muchos europeos que creían que la Patagonia
era un territorio deshabitado. Todas esas naciones fueron literalmente arrasadas por los ejércitos argentinos
durante el siglo XIX.
Durante la década de 1830 a 1840, el caudillo de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas realizó varias incursiones
hacia el "desierto" para intentar aislar a las tribus de indios puelches y ranqueles. Tribus nómadas sin localizaciones
específicas, inventoras de la "guerra de guerrillas", sus ataques se producían en grupos reducidos, llamados
malones, que lograban sembrar el pánico entre las poblaciones fronterizas.
En mayo de 1832 el general Rosas comienza su primera incursión hacia el suroeste, en dirección a las provincias
patagónicas de Río Negro y Neuquén. Cuatro meses más tarde el diario de Buenos Aires la "Gaceta Mercantil",
daba a conocer los resultados de la breve campaña: "3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros de ambos sexos".
A principios de los años 40 la campaña se cierra con más de 8.000 indios muertos y un avance importante sobre
sus territorios de la línea de fortines fronterizos.
Los conflictos internos y la lucha de intereses por el poder en la Argentina que recién nacía postergaron el golpe
final por el cual abogaban los miembros del Club del Progreso de Buenos Aires, cuyos integrantes formaban las
ricas familias oligárquicas descendientes de los españoles. Entre ellos habían militares deseosos de gloria sobre la
base de una nueva epopeya; terratenientes avariciosos que habían esculpido la frase "no hay negocio como el de
las tierras, en una nación jóven", y financistas y banqueros deseosos de otorgar nuevos créditos a tasas módicas
para engrosar sus capitales.
En 1877 asume la presidencia de la Nación Argentina el doctor Nicolás Avellaneda un liberal honrado que cogió a
un país con ganas de salir adelante pero con una carga de deuda externa generada durante a presidencia anterior
de Domingo Sarmiento (con la banca, empresas y particulares ingleses, preferentemente) que le hizo profetizar:
"nuestro país pagará sus compromisos externos hasta la última gota de sangre del último argentino". Desde luego,
en la mente de Avellaneda los primeros litros de ese plasma salvador debían recaudarse de venas indias.
Inmediatamente nombró ministro de Guerra a un jóven y aristocrático general de 34 años, Julio Argentino Roca, de
reconocida militancia antiindia y con un importante antecedente en su hoja de servicio: varias batallas ganadas
seis años antes en la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay), en la
que el presidente argentino Bartolomé Mitre financió una matanza premeditada de indios y mestizos con capitales
de la banca Baring Brothers de Londres.
Roca inicia los preparativos de la Campaña al Desierto en 1878. Algunas columnas de soldados partieron hacia el
sur como operativo de ablandamiento de la gran andanada. Volvieron con 4.000 indios prisioneros: hombres,
mujeres, niños y ancianos. Muchos de ellos murieron en campos de reserva.
Las incursiones fueron minando paulatinamente la resistencia de indios que tenían pocas posibilidades de
sobrevivir si sus costumbres sociales se veían amenazadas, si no disponían de tiempo para la caza y la recolección,
mientras guerreaban, ni podían dar seguridad a sus familias. Sin embargo ninguno de ellos estaba dispuesto a
rendirse. Namuncurá y Pincén, dos de los caciques araucanos más prestigiosos se dispersaron en los montes con
cien guerreros cada uno para atacar por "montoneras" (pequeños grupos que actúan por sorpresa) a los hombres
blancos y resistir hasta las últimas consecuencias.
En abril de 1879 el general Roca inicia su expedición desplegando en abanico a más de 6.000 hombres muy bien
pertrechados y apoyados por artillería. Más de 150.000 indios inician una triste retirada; un éxodo en dirección al
Neuquén.
El informe final que el general Roca ofreció al Congreso sobre esa campaña dice que "14.172 indios fueron
reducidos, muertos o prisioneros (algunos historiadores elevan esa cifra a 35.000). Seiscientos indígenas fueron
enviados a la zafra en Tucumán. Los prisioneros de guerra fueron incorporados (forzosamente) al Ejército y la
Marina para cumplir un servicio de seis años, mientras que las mujeres y los niños se distribuyeron entre familias
que las solicitaban (para servicios domésticos o adopción forzada) a través de la Sociedad de Beneficiencia".
En 1881 Roca inicia la segunda fase de exterminio ilegal en la provincia del Neuquén, puesto que el Congreso le
había autorizado, a través de una ley (número 947) a perseguir a los indios solamente hasta la frontera reconocida
de los ríos Limay y Neuquén "y no más allá". En marzo de 1881 el general Villegas partía con tres brigadas de
infantería, cuatro regimientos de caballería y una sección de artillería hacia el lago Nahuel Huapi (Cabeza de Tigre,
en araucano). La huida de las familias indias (sólo opusieron resistencia los caciques con grupos selectos de
guerreros) transformó la expedición gloriosa en un auténtico saqueo. Después de matar 45 indios y de tomar 150
prisioneros, las huestes del ejército argentino se alzaron con 6.500 cabezas de ovinos, 1.700 vacas y 2.300 caballos,
rapiñados a las tribus en fuga. Las batallas siguientes al pie de la Cordillera de Los Andes, pusieron de manifiesto el
desequilibrio existentes: 345 indios muertos y 1.720 prisioneros. Entre las fuerzas nacionales se registraron 17
muertos y 21 heridos.

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