Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
XVI
A modo de introducción
De las múltiples lecturas que resulta del proceso de conquista y colonización de América por parte de los
españoles, la idea que termina de ser más sugerente a los fines del objetivo de este trabajo, es la que tiene
relación con la noción de ver a aquellos «nuevos territorios» con todo y sus habitantes, como la eventual
oportunidad de construir una nueva sociedad. Se trataba pues, partiendo de una visión católica y cristiana, del
momento único y quizá irrepetible dado por Dios a los cristianos de intentar, de nuevo, edificar una sociedad
sustentada sobre la base de las ideas y valores católicos.
Esta misión teológica — salvacionista llevaba también, y como paso previo a este proyecto social, la idea de la
conversión de los habitantes de estas tierras a la fe católica, la única y verdadera . Los actores puestos a conformar
lo que sería la hechura de aquel modelo de sociedad, partían, como todo, de intereses a veces contrapuestos,
identificarlos será uno de los objetivos de este trabajo. No obstante, la idea de cristianizar y convertir a estas
tierras a la fe de Cristo, gozaba de una absoluta mayoría entre los propulsores de la tenida como misión divina. La
idea que funge como rectora de toda esta empresa política, en tanto que ampliación de territorios, es la progresiva
propagación mundial del evangelio. Lo dicho hasta ahora constituye una constante en las infinidades de cartas y
comunicaciones escritas entre los conquistadores. En carta de gobernador de Cuba, Diego Velázquez a Hernán
Cortés (1485-1547), la máxima autoridad de la isla puntualiza:
«Sabéis que la principal cosa que sus Altezas permiten que se descubran nuevas tierras es porque tanto número
de ánimas, como de innumerable tiempo acá han estado y están en estas partes perdidas fuera de nuestra santa
fe, trabajaréis como conozcan a los menos haciéndoselo entender, por la mejor orden y vía pudiéredes, como
hay un solo Dios creador del cielo y de la tierra, y de las otras cosas que en el cielo y mundo son...»
Esto no niega la existencia de otros móviles que impulsaron la conquista, particularmente el conquistador de
México Hernán Cortés (1519-1593), resume al dominador como bien enviado a llevar la palabra de Dios en
conjunción con la idea del enriquecimiento, tanto personal como para la corona.
La tremenda carga de religiosidad que llevó implícita la etapa de la conquista y colonización en el siglo XVI, guarda
relación estrecha con el momento vivido en la Península Ibérica en su proceso de conformación de la nacionalidad
española. En efecto, la empresa conquistadora es vista en aquel tiempo como premio y consecuencia, en la
consumación de la lucha contra el enemigo musulmán, puesto en papel de dominador por ochocientos años. La
empresa americana es impulsada bajo el poderoso efecto, interiorizado como sobrenatural recompensa, de la
toma de Granada en 1492. La reconquista no concluye en Granada, al contrario, la conquista de América es
percibida por sus propulsores como continuación en la lucha contra el enemigo infiel, en el contexto de una guerra
concebida como santa.
Se trata de un factor imposible de subestimar, acaso determinante para la comprensión de la conquista de
América, con todo y sus horrores. Los llegados a estas tierras son gentes curtidas en la lucha contra el enemigo
hispano-musulmán. Asumida por siglos como misión salvacionista, el conquistador no verá en América sino otra
faceta del mismo proceso de reconquista de territorios, en manos de gentes que con sus modos, sus costumbres y
acaso con su sola existencia; ofendían a Dios y al Rey. Como idea complementaria, los conquistadores como
hombres de guerras, aspiraban también a hacerse respetar en su oficio de «guerrear». Así, títulos que implican
jerarquía social, honor y fidelidad al rey, aparejado con altos niveles de ambición por enriquecerse, dan luces para
la conformación y comprensión del conquistador militar, enrolado voluntariamente, cuyo destino será el nuevo
mundo. De ahí la costumbre de llamar a los templos religiosos construidos por los miembros de las culturas
autóctonas en México, mezquitas; de ahí el llamar a los habitantes de las indias, infieles, y de tenerlos muchas
veces como enemigos.
En una carta enviada al rey de España comenta Cortés, en 1519:
«E certificó a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientos y tantas torres en la dicha ciudad
de Churultecal»
Tal es la importancia del papel civilizador del conquistador que el mismo Bernal Díaz del Castillo sostiene el
derecho reclamado por ellos de convertir a los tenidos como bárbaros a la fe católica, por encima incluso de los
misioneros:
“Todas estas cosas por mí recordadas quiso Nuestro Señor Jesucristo que con su santa ayuda nosotros, los
verdaderos conquistadores... que lo descubrimos y conquistamos desde el principio... les dimos a entender la
santa doctrina: se nos debe el premio y galardón de todo ello, y primero que a otras personas, aunque sean
religiosas”
Lo que reclama Díaz del Castillo no era asunto de poca monta. El mayor éxito del proceso de conquista y
colonización, al margen de los logros y victorias en el campo de la guerra a los indígenas, y al del descubrimiento y
explotación de inmensas riquezas de todo tipo, era el éxito desde el punto de vista ideológico. La victoria, pues, fue
ideológica en tanto que lo que tuvo como punto de partida en 1492, terminó con la muerte sí de muchos
naturales, y con ellos, la desaparición de infinidades de culturas gestadas al fragor de un desarrollo particular,
aislados de la cultura europea.
Tomando en cuenta esta última idea del triunfo de la cultura europea sobre las culturas autóctonas americanas,
este proceso no tuvo en la realidad una traducción homogénea y sin sobresaltos. Como lo señalábamos al
comienzo del trabajo, múltiples fueron los autores que tuvieron una participación destacada en la tarea de
sojuzgar al continente. Y múltiples también, los intereses y métodos destinados a ganar para el catolicismo a las
Indias.
“El recurso utilizado hasta la llegada de Colón en las Antillas para otorgar legitimidad a la conquista de nuevos
territorios, tanto de Portugal como de Castilla, era la figura de las bulas, donde el papa, quien venía
interviniendo en el proceso, otorgaba el permiso para tomar las tierras en nombre suyo para el emperador. En
particular la bula Inter caetera (1493), consistía en que a cambio de donación de los territorios en el proceso de
conquista, los reyes católicos estaban obligados a convertir a los nativos y proteger a la Iglesia Católica,
garantizándole movilidad y poder de incidencia en la construcción de la nueva sociedad”
El escenario para las primeras disputas, referido a cómo conquistar, tuvo lugar en las Antillas. Allí para 1509, la
figura de la encomienda era legalizada por el rey Fernando. Era claro que para los encomenderos, la conquista
debía llevarse por caminos muy distintos a los que miembros de la iglesia católica tenían pensado.
En vista de la tremenda brutalidad para con los indios en las Antillas en 1511, el fraile dominico Antonio de
Montesinos pronunció un discurso cuyo contenido llegará a los oídos de la corona española.
“...todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía con que usáis con estas inocentes
gentes... Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que
carecen y no quieren la fe de Jesucristo”
Lo dicho por el dominico conmovió y escandalizó a buena parte de los encomenderos y colonos. Estos hombres
creían firmemente en que lo que hacían formaba parte de un plan divino concebido por Dios. Resultaba pues
contradictorio y más en hombres provenientes del siglo XV, la condena de un dominico, afirmando que estaban los
propios encomenderos en pecado mortal por los tratos infringidos a hombres inferiores, lo cual resultaba, para
ellos, más que justo, el hecho de colocar a los naturales en situación de sumisión.
Sin embargo, la visión que los conquistadores tenían de su empresa estaba profundamente impulsada por motivos
religiosos, la certidumbre de que lo hecho hasta entonces en las Antillas conformaba una prueba de fidelidad y
servicio a Dios y al monarca, estaba más que probado. Era claro, para ellos, que los indígenas conformaban una
clase de hombres alejados de toda razón humana, por lo cual debían convertirse violentamente al cristianismo . En
la vida de los indios, antes de que llegara el europeo, pensaban éstos, reinaba la lujuria impulsada por el demonio.
Gonzalo Fernández de Oviedo resume el pensamiento de este sector de los conquistadores como sigue:
“Ya se desterró Satanás de esta isla; ya cesó todo con cesar y acabarse la vida a los más de los indios, y porque
los que quedan de ellos son ya muy pocos y en servicio de los cristianos”
La respuesta del Estado español, a las matanzas que venían ocurriendo en las Indias, fue la elaboración de las leyes
de Burgos (1512) Más adelante, en 1513, un jurista, Palacios Rubios, será el encargado de redactar un documento
explicativo a los indios, en el que se les mostraba la necesidad, guiada por la razón, de incorporarse a la fe católica
y asumirse como súbditos del rey de España, o de lo contrario se les haría una «guerra justa». Lo que resaltamos
del documento, porque es lo que al fin estará en cuestión, fue que el papa como heredero directo de Jesucristo,
tenía títulos que hablaban sobre el dominio de bienes y de hombres en toda la tierra, tal derecho era de origen
divino, y los nativos de las Indias no tienen otra opción que acercarse a escuchar la palabra del único Dios. La
impugnación a lo sostenido en el Requerimiento vino de distintas personalidades.
Así por ejemplo, el argumento de que los nativos por ser bárbaros eran carentes de razón, y por tanto era
necesario subyugarlos bajo la figura de la encomienda, fue rotundamente rechazado por el dominico Francisco de
Vitoria. Desde la Universidad de Salamanca en 1539, sostuvo que, la autoridad civil era inherente a todas las
comunidades indígenas en virtud de la razón y de la ley. Para él, ni el papa ni el rey podían reclamar con justeza la
propiedad sobre estas tierras y sobre estas gentes.
“No se pueden anular los derechos legítimos que asisten a los naturales oponiéndoles el derecho natural y
temporal del papa. Vitoria propinaba un golpe mortal a la justificación referida al dominio ejercido por los
ibéricos en la Indias, alegando ilegitimidad de la comentada donación papal”
La postura de Bartolomé de las Casas, en un principio encomendero, sostenía que los nativos, presos de
incontables sufrimientos, debían ser liberados, sus propiedades y riquezas devueltas, y sus superiores colocados en
los puestos que les correspondían hasta la llegada de los europeos. Sostenía que el hecho de no haber escuchado
jamás la palabra de Dios le confería derechos para seguirse conduciendo con autonomía. A los efectos de ganar
para la fe católica a los naturales, proponía un proceso de persuasión hasta sumarlos progresivamente al
evangelio. Los llamados a realizar esta evangelización serían los misioneros. Los colonos y encomenderos, para Las
Casas, no debían intervenir en la empresa. Esto, a los ojos del imperio resultaba una insensatez. La devolución de
las inmensas riquezas tomadas de los indios, el respeto a sus autoridades, y el no-aprovechamiento de la mano de
obra indígena, y su sustitución por una suerte de dominio basado en la persuasión; implicaba una negación
absoluta de los postulados básicos inmanentes a la razón de imperio.
No obstante, un dominico presente en el Consejo de Indias en 1525, Tomás Ortiz, respondía de forma contundente
a los incómodos partidarios de los derechos de los indios:
“En la tierra firme ellos comen carne humana. Son mas dado a la modorra que cualquier otra nación. No hay
justicia entre ellos. Andan desnudos... Son estúpidos y simples... Son incapaces de aprender... Y debo también
afirmar que dios nunca ha creado una raza más llena de vicios, compuesta sin la menor mezcla de bondad y de
cultura”
La última idea con que concluye la cita, relativa a la creación por Dios de «una raza más llena de vicios» y carente
de bondad y de cultura, ponía en aprietos el dogma católico. Es bien sabido que las escrituras sagradas hablaban
de que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios... semejantes a Dios, y al mismo tiempo «
defectuosos» ?
Los calorones se disiparon dentro de la corte cuando uno de los miembros de las Juntas, partidario de la
servidumbre natural, fray Bernardo de Mesa, de la Orden de los predicadores, aclaró que si bien era cierta la
posibilidad de hacer de los indios hombres cristianos, no era menos cierto también la poca disponibilidad de los
naturales hacia la sola probabilidad de salvar sus almas. El panorama quedó esclarecido al explicar que
ciertamente los naturales que habitaban en el Nuevo Mundo, fueron creados a imagen y semejanza del Señor,
pero teniendo en cuenta a un mundo caído en pecado, en guerras, etc., se hacía comprensible, para ellos, lo que
parecía una contradicción.
Al fragor de las disputas sobre cómo tratar a los indios, se pueden distinguir a los bandos enfrentados: los
encomenderos colonizadores, y los misioneros. Unos orientados a ver al indígena como «perros sucios», y otros en
concebirlos como «salvajes nobles».
Gonzalo Fernández de Oviedo, enemigo de Las Casas, veía a los indios como «naturalmente haraganes y viciosos,
melancólicos, cobardes, y en general, un pueblo invariablemente mentiroso, son idólatras, libidinosos, cometen
sodomía...
De la lectura de las opiniones vertidas por el historiador oficial de la conquista, resulta comprensible el tratamiento
dado por los encomenderos a los tenidos como «perros sucios».
Por su parte, de Las Casas impugnaba la idea sustentada por los colonos y encomenderos, cuyos alegatos hablaban
del derecho de los españoles de dominar a los indígenas por el hecho de ser los indios inferiores e ingenuos. De
contradecir los designios del monarca, los naturales se exponían a una guerra justa.
Es aquí de notar que el título con que entraban y por el cual comenzaban a destruir todos aquellos inocentes y
despoblar aquellas tierras,... era decir que viniesen a sujetarse y obedecer al rey de España; donde no, que los
habían de matar y hacer esclavos. Y los que no venían tan prestos a cumplir tan irracionales mensajes y a
ponerse en las manos de tan inicuos,... llamándolos rebeldes... Y la ceguedad de los que regían las Indias no
alcanzaba ni entendía aquello que en sus leyes está expreso y más claro que otro de sus primeros principios,
conviene a saber: que ninguno puede ser llamado rebelde si primero no es súbdito”
No era difícil observar serias contradicciones en la política de la corona hacia las Indias. Cuando la discusión tomó
niveles de agitación constante, Carlos V regresaba a España después de dos años de ausencia en 1541. Se imponía
una reelaboración de la política seguida por la corona, en especial la figura de la Encomienda, donde el papel de la
conversión del indio corría por cuenta del encomendero. Ante una atmósfera de pugnas y rivalidades, el
emperador reunió una junta especial para elaborar una estrategia política, con el objetivo de cambiar la relación
de las Indias con la corona. Esta junta fue la que elaboró las llamadas Leyes Nuevas del 20 de noviembre de 1542.
Este cuerpo normativo legal a implementar en América, recogía en buena medida parte del pensamiento justiciero
de Las Casas. Las relaciones de descontento por parte de los encomenderos no sólo se hicieron sentir en las Indias,
sino en la propia Corte. La oposición férrea a la iniciativa de Las Casas, partía de los encomenderos y entre ellos se
encontraba Hernán Cortés, conquistador de México.
No obstante, los argumentos más filosóficos en respuesta al grupo de Las Casas y sus Leyes Nuevas, vinieron de un
estudioso aristotélico llamado Juan Ginés de Sepúlveda, cuya obra «Demócrates Alter», escrita en 1544-1545,
resumía de manera explícita la doctrina de la servidumbre. La forma como redactó sus reflexiones están basadas
en un diálogo entre Demócrates, quien funge como su portavoz y Leopoldo un alemán. Puestos a conversar;
comenta Demócrates:
“Bien puedes comprender ¡oh Leopoldo! Si es que conoces la costumbre y naturaleza de una y otra parte, que
con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del nuevo mundo e islas adyacentes, los cuales
en prudencia ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las
mujeres a los varones,... y estoy por decir de monos a hombre”
Probar que los habitantes del nuevo mundo conformaban un grupo humano inferior al europeo, implicaba la
necesaria sujeción de éstos a los ibéricos. De ahí la condena de lo que sólo era una diferencia, en términos
culturales. Partiendo de lo diferente como algo condenable, se tenía como inferior a los habitantes del Nuevo
Mundo. Sepúlveda tenía como fuente de inspiración en la disputa al pensamiento aristotélico, el cual concluía que
la sujeción de unos hombres por otros era natural, ya que era sabido que en la naturaleza existen hombres que son
menos inteligentes que otros. En este caso, la servidumbre se justificaba en tanto el dominador se hacía del
dominado para servirse de él. Mientras que el de menos sapiencia aprovechaba su situación de servidumbre para
aprender algún día a ser un dominador. Extrapolando esto al Nuevo Mundo, los indígenas lejos de afligirse por un
hecho visto por Sepúlveda como justo, tal significaba su situación de dependencia y sumisión, debían celebrar la
posibilidad inmejorable que tenían para «civilizarse».
La confrontación entre Sepúlveda (perros sucios) y De Las Casas (salvajes nobles), partía de la lectura de dos
visiones distintas hacia los habitantes de Nuevo Mundo. Mientras Las Casas propugnaba antes que todo por una
política de evangelización utilizando métodos pacíficos, Sepúlveda se pronunciaba por la servidumbre pura y
simple de los naturales. Con todo, ya para 1542, la figura del Requerimiento había sido eliminada por lo menos del
papel, la sustituía un documento, que con el mismo objetivo de propagar la fe en América, lo hacía desde una
concepción diferente del indio. Se trata de «La Carta a los Reyes y Repúblicas del Mediodía y el Poniente» (1543)
En 1573, Felipe II sanciona unas Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento y Población, documento cuya orientación
fundamental es dar por concluido el proceso de conquista y ocupación, para dar paso al proceso llamado de
pacificación y colonización.
CONCLUSIÓN
Puestos el estudio de aquella disputa histórica, sobre los distintos métodos para someter a los naturales de las
indias y convertirlos al catolicismo, una de las conclusiones, siempre provisionales en el campo de la historia, es la
participación de actores con distintas motivaciones en la tarea común de hacerse del continente americano. Pero
lo realmente trascendental de lo dicho hasta ahora, es que estas diferencias referidas a los métodos para
conquistar y evangelizar a toda una humanidad, generó un debate sobre el indígena y lo indígena que aun hoy no
ha cesado. Esas disputas hablan de otra de las conclusiones no menos interesantes, se trataba de un imperio en el
difícil trance de pensarse así mismo en su aspiración de dominar, y después cristianizar el mundo. Se trataba de
una crisis de conciencia: la de un imperio católico, cuya misión salvadora era tenida como moral, y el trato
inhumano dado por ese mismo imperio a gentes, cuya condición de tales, acaso muchos católicos dudaron. No
obstante, los diferentes puntos de vista, por más opuestos que se presenten, convergen en la necesidad de
dominar y cristianizar al nuevo mundo, donde no hay consenso es en el cómo. Tan conquistador es Bartolomé de
Las Casas como Francisco Pizarro. Ambos creen ser parte de un plan elaborado por Dios, donde sólo ellos son los
afortunados ejecutores, elegidos en la tarea, siempre polémica, de propagar el evangelio.
INDIGENAS AMERICANOS: EXPLOTACION, GENOCIDIO Y OLVIDO
Existe la creencia generalizada, y aceptada por numerosos historiadores, que la conquista y colonización de
América finalizó en el transcurso del siglo XIX, cuando se consolidaron los movimientos libertadores que dieron
lugar a la formación de los Estados-Nación en todo el continente. Sin embargo el proceso histórico tuvo una
continuidad manifestada en el afán expansionista de esos nuevos Estados, conducidos por clases dirigentes
herederas de las europeas conquistadoras del continente. Esa nueva etnia en el poder cortó lazos con las
metrópolis y puso en marcha su plan independiente de ampliación y colonización de territorios , aunque bajo el
mismo modelo político-económico liberal naciente en Europa. No fue ese un cambio afortunado para los
habitantes primitivos de América. Muchas comunidades indígenas que aún vivían en sus propios dominios
sufrieron invasiones y despojos de tierras; debieron someterse a la legislación vigente del orden establecido;
tuvieron que renunciar a sus culturas en función de la homogenización educativa; fueron privados de los recursos
económicos y de la libertad del espacio vital y limitados por fronteras nacionales que partieron sus comunidades.
Esta política agresiva, negadora de la total autonomía de los pueblos indígenas se prolonga hasta la actualidad
- PARTE I - LA CONQUISTA
Unas pocas palabras sueltas, relacionadas exclusivamente por asociación de ideas, pueden constituirse en una
síntesis de más de 350 años de conquista y colonialismo español en América: inquisición, genocidio, explotación,
saqueo, transculturación... Estos procesos negativos son la esencia de la historia no oficial descrita desde el punto
de vista de los pueblos conquistados. Sin considerar esta versión como una verdad absoluta, los testimonios
comprobados de esos períodos históricos manifiestan que la destrucción sistemática de la cultura local y su
reemplazo por las pautas culturales impuestas desde la metrópolis fue una tarea primordial que justificaba el uso
de cualquier medio para llevarla a cabo.
Dos cronistas de la época dejaron sus textos como pruebas: "(...) pues como las minas eran muy ricas y la codicia
de los hombres insaciable, trabajaron algunos excesivamente a los indios; otros no les dieron de comer como
convenía... Dieron así mismo gran causa a la muerte de estas gentes las mudanzas que los gobernadores y
repartidores hicieron de estos indios; porque andando de amo en amo y de señor en señor y pasando los de un
codicioso a otro mayor, todo eso fue unos aparejos e instrumentos evidentes para la total definición de esta gente
y para ello, por las causas que he dicho o por cualquiera de ellas, muriesen los indios. Y llegó a tanto el negocio,
que no solamente fueron repartidos los indios a los pobladores, pero también se dieron a caballeros privados,
personas aceptas y que estaban cerca de la persona del rey Católico, que eran del Consejo de Castilla y de Indias",
según describe el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo. Mientras que un fragmento de declaración del sacerdote
Bartolomé de las Casas dice "(...) por ende digo que tengo por cierto y lo creo así, porque creo y estimo que así lo
tendrá la Santa Romana Iglesia, regla y mesura de nuestro creer, que cuanto se ha cometido por los españoles
contra aquellas gentes, robos, muertes y usurpaciones de sus Estados y señoríos de los naturales reyes y señores,
tierras y reinos, y otros infinitos bienes, con tan malditas crueldades, ha sido con la ley de Dios (...)"
Por tanto no es que se elijan sólo procesos negativos para caracterizar la época de la conquista americana, es que
la mayoría de ellos fueron irremediablemente perjudiciales para los habitantes aborígenes.
Los primeros años posteriores a la llegada de Cristóbal Colón a América -conducentes a la Edad de Oro del Imperio
Español- permitieron encontrar en esas nuevas tierras un objetivo que el azar brindaba para el lanzamiento hacia
las metas de poder económico y político ambicionadas por la jerarquía reinante. La mayor parte de aquellos
sueños de grandeza se forjaron sobre diversas formas de servidumbre a las que se vieron sometidos los indígenas.
Los aristócratas, funcionarios públicos, militares o religiosos españoles los tenían a su servicio personal como
tamemes o cuidadores de ganado, cargadores o servidores domésticos, reproduciendo el estatus esclavizante
reservado para la plebe y los esclavos en el modelo de estructura social española de la época.
Los conquistadores ignoraron el entramado cultural vigente en esos pueblos y las jerarquías sociales existentes en
los mismos, para imponer sus valores propios.
La campaña evangelizadora de la iglesia católica desnuclearizó la estructura social indígena . Los aborígenes eran
alejados de sus agrupaciones tribales o multifamiliares, promoviendo deportaciones masivas hacia lugares con
climas y costumbres diferentes, para formar las congregas que construían iglesias y conventos y para servir a los
religiosos de esas residencias.
A partir de 1553 los indígenas eran obligados a proporcionarle sustento a los sacerdotes (según acuerdo legal entre
Audiencia e Iglesia) a través del camarico; una especie de impuesto que consistía en la entrega diaria a la jerarquía
religiosa de esa comunidad, de un par de gallinas, y la cesión de entre tres y cuatro mujeres que elaboraran pan,
recogieran frutas e hicieran la comida para los caballos. La mayoría de los religiosos terminaron cobrando ese
impuesto en monedas de plata. En 1537, sin embargo, el Papa Paulo III admitió que los indios americanos eran
"seres humanos, dotados de alma y razón", en su bula Sublimis Deus. Algunos historiadores creen ver detrás de
esa bula misericordiosa, el resultado perverso de las luchas políticas entre la iglesia católica y las jerarquías
monárquicas del siglo XVI. Estos enfrentamientos, abiertos en muchas ocasiones, eran lo suficientemente
enconados como para creer que la declaración del Papa se debía simplemente a un piadoso pensamiento cristiano
iluminado por el espíritu santo. Los siglos y acontecimientos subsiguientes confirmaron que el reconocimiento de
los indios como seres humanos había actuado como única razón justificadora para emprender con rigor y
organización la cruzada evangelizadora: difícilmente se pudiera entender la llegada masiva de eclesiásticos a
América con la misión de convertir animales al cristianismo. Un juicio sencillo pero básico para la elaboración
posterior del sofisma que engendra la división entre la civilización europea y la barbarie americana (dos estadios
diferentes de desarrollo cultural que presupone la primacía de uno sobre otro y la imposición didáctico-práctica del
vencedor).
En la sociedad civil se repitieron y multiplicaron los factores de dominación. La figura del encomendero era de
fundamental importancia: autorizado por la propia Corona española, se encargaba de repartir los indios de la
comarca para la realización de determinados trabajos, según sus necesidades productivas y personales; y además
gozaba de la facultad de exigirles tributo. La ambición desenfrenada de los conquistadores y encomenderos llevó a
someter a los indios y ofrecerlos como moneda de cambio convertible en oro.
El mismo camino seguían los indígenas que entraban en la mita o sorteo de trabajadores realizado por los Señores
del lugar, para llevar a cabo trabajos en las haciendas; o los sometidos a una especie de esclavitud oculta
denominada por los indígenas yanaconazgo o yanaconaje (como se le suele llamar en Perú) igual a efectuar
servicios personales para el patrón noble, entre los que se contaban también los requerimientos sexuales.
Estas relaciones humanas y de producción eran consecuencia de la transferencia del sistema de vida feudal
europeo al nuevo continente, cuyo modelo social y económico era absolutamente desigualitario, profundamente
injusto, promovedor de privilegios y esclavitudes. Características incrementadas en América gracias al ejercicio del
poder absoluto que los conquistadores se auto atribuían por gracia divina.
El marco de represión en el que se desarrolló este régimen de dominación, incluidas las guerras pertinentes, es
conocido a través de sus consecuencias. En 1492 había aproximadamente 90 millones de indígenas viviendo en
América (66,5 millones en Sudamérica; 13,5 en América Central y 10 millones en Norteamérica). Cien años más
tarde el equilibrio demográfico se había roto de tal manera a causa de las guerras, las enfermedades y las
matanzas, que los habitantes indígenas de Sudamérica se habían reducido en 40 millones de personas. En 1652, los
13,5 millones de indios centroamericanos se habían transformado en 540.000. Y en 1692, en el segundo
centenario del desembarco europeo en América, la población indígena total superaba apenas los 4,5 millones de
habitantes, según datos proporcionados por la organización Survival International.
El derecho regio se antepuso a cualquier legislación consuetudinaria indígena cuando citaba que "la toma de
posesión de tierras conquistadas para el soberano español y el derecho de un quinto sobre toda presa y botín o
reintegro de gastos que se hubieran hecho con cargo a las cajas reales y la totalidad de lo que fuera tomado,
aprisionado o rescatado de los príncipes y monarcas vencidos" eran deberes de los conquistadores.
La gestión de las tierras nuevas y su explotación económica estuvo presidida por la transferencia permanente de
recursos hacia la metrópolis, que ya no cesaría durante toda la dominación española, y que continuaría aunque
con procedimientos diferentes hasta el presente.
Durante el período 1503-1660 las remesas totales de metales preciosos embarcados desde América hacia España
alcanzaban los 181.333 kilos de oro y 16.886.815 kilos de plata según la constancia oficial registrada en los Libros
de Cuenta y Razón y Cargo y Data de la Casa de Contratación.
Indudablemente, entre esos datos no se cuentan las cargas de los navíos clandestinos que no figuraban en los
listados de navegación de la Casa de Contratación, ni las inversiones realizadas por los nobles y burgueses
españoles en castillos y mansiones en el propio territorio americano.
PERIODO COLONIAL
La estructura de dominación colonial comenzó a consolidarse a partir de las primeras décadas del siglo XVI. A
través de la integración territorial se incorporaron al reino español los nuevos dominios bajo una concepción del
bajo medioevo: las apetencias del poder político, relacionadas con la creación de un imperio, concordaban
perfectamente con la primacía de la expansión mercantil.
El desarrollo, sobre estas bases, significó la destrucción total de las estructuras sociales y políticas que regían la
vida de las Naciones e imperios indígenas precolombinos con sus relaciones dinámicas de poder y fuerza y su
territorialidad, legislada y administrada. La ruptura total que originó el desconcierto, las diásporas, la indefensión y
el aniquilamiento de gran parte de los pueblos indígenas, se consolidó con nuevas legislaciones, administraciones y
límites territoriales. Virreinatos, capitanías generales, departamentos, gobernaciones, corregimientos dividieron
las tierras en función de las luchas del conquistador, los asentamientos de los colonizadores y, posteriormente, de
la explotación de los grandes recursos naturales que ofrecía la región (caucho, tabaco, madera, salitre, frutos
exóticos, minerales preciosos) y las actividades agropecuarias. No es verosímil por tanto el eufemismo que reduce
el complejo proceso de conquista y colonización al "encuentro de dos culturas", como sinónimo de intercambio
cultural, ocultando la prevalencia total y premeditada de una sobre otra.
La civilización europea no reconoció los valores de los pueblos aborígenes, creando las bases para la prolongación
de su sometimiento en siglos posteriores.
Todo el período colonial hispano hasta el desarrollo del proceso de liberación americana, a finales del siglo XVIII y
las primeras décadas del XIX, evolucionó reflejando el proceso de transformaciones graduales de las ideas y las
estructuras europeas.
EL CASO NORTEAMERICANO
En Norteamérica el proceso de conquista y colonización sajón -el que prevaleció, finalmente, entre otros intentos-
tuvo matices distintos. Los primeros colonos llegaron a las tierras del este norteamericano a principios del siglo
XVII. Y la primera población colonial fundada en tierras norteamericanas fue Jamestown (en el actual estado de
Virginia) en 1607. Tenía aproximadamente 6.000 habitantes, en su gran mayoría ingleses ambiciosos, cuya
principal obsesión fue la búsqueda afanosa de metales preciosos, sin detenerse a formar la mínima trama social
entre sus pobladores para construir una colonia con visión de futuro. Las guerras con los indios, las enfermedades
y los conflictos internos fueron diezmando la población hasta quedar reducidos a mil habitantes en 1624.
La historia oficial norteamericana ocultó este primer paso verdadero en la colonización de aquellas tierras por su
similitud de actitudes con la conquista hispana. Los estadounidenses prefieren reivindicar a los anglicanos que
llegaron en el buque My Flowers en 1620. Estos puritanos capitalistas, sometidos por la corona británica (bajo la
dinastía de los Estuardo) pusieron su pie sobre las nuevas tierras con concepciones distintas, más liberales en lo
político y social, con el objetivo de fundar una nueva comunidad alejada de los privilegios monárquicos y el
absolutismo que prevalecían en las islas británicas. En los siguientes treinta años se produjeron olas migratorias
que fueron poblando la costa Este norteamericana al amparo de leyes bastante rigurosas y sumamente
progresistas para la época, en las que se determinaban la separación de iglesia y estado, la libertad religiosa, y el
reconocimiento de los derechos indígenas sobre la propiedad de la tierra.
Las tribus del este, hurones, iroqueses, mohicanos se vieron presionados por las costumbres mercantilistas de los
colonizadores y las tribus algonquinas no tardaron en transformar sus costumbres: de la agricultura de
superviviencia al trampeo para obtener pieles de animales que, una vez descubiertos por los europeos,
comenzaron a ser muy valorados. Los indios formaron olas migratorias hacia las zonas de caza y ampliaron
considerablemente las zonas de trampeo para comerciar. Pocos años después (durante la primera mitad del siglo
XVII) las colonias francesas y holandesas comerciaban fluidamente con los indios. Es más, los comerciantes
holandeses llegaron a crear la fábrica más importante de sombreros, basada en pieles, de América del Norte, que
marcó el inicio de la moda de la indumentaria en Europa (pieles de castor, nutria, zorro, etc.).
La llegada posterior de diferentes grupos religiosos como los calvinistas o los prebisterianos (que tendrían
influencia decisiva en la Conquista del Oeste en el siglo XIX) ensombrecerían ese proceso que había demostrado
intenciones aparentes de respeto a las culturas de los colonos y a la de los indígenas.
No por ocultos los datos de la conquista norteamericana son menos representativos de sus crueles consecuencias.
A principio del siglo XVII, algunos historiadores atribuyen aproximadamente entre 8 y 10 millones de habitantes
indígenas para Estados Unidos, aunque no existe coincidencia en las cifras. Los mismos autores sitúan esa
población entre 850 mil y un millón y medio en 1800 (24 años después de haberse proclamado la independencia
norteamericana). Enfermedades desconocidas, el deterioro económico y social, las hambrunas, el alcohol, las
matanzas y deportaciones acabaron en tres siglos con casi el noventa por ciento de los indios norteamericanos. Y si
la etapa colonial fue dura, los años posteriores de expansión de los colonos norteamericanos fueron aún más
crueles y disgregadores para los indígenas.
Las Naciones Indias no encajaban en los planes del nuevo Estado independiente. Detrás de una fachada pacífica y
respetuosa las olas colonizadoras, apoyadas por fuerzas armadas, fueron ganando territorios hacia el oeste.
A partir de 1780 los trece estados de la Unión (embrión político de lo que serían los Estados Unidos) quedaron
libres de indios. Los mahican y los delaware fueron deportados al oeste de los montes Alleghanys; la Nación
iroquesa obligada a ceder porciones de sus tierras a los Estados de Nueva York, Pennsylvania y Ohio en 1784. A
partir de 1790 se produjo la guerra con los Shawnee como consecuencia de la negativa de éstos a renunciar a sus
tierras en beneficio de los colonizadores. Finalmente fueron derrotados y debieron resignar dos tercios de los
territorios de Ohio y parte de Indiana.
Los primeros 20 años del siglo XIX el flamante Estado norteamericano seguía conquistando silenciosamente los
territorios de la costa atlántica sin contemplaciones con los indígenas.
En 1813 concluye la guerra anglo-norteamericana con la derrota británica y el sometimiento de numerosas tribus:
los kickapoos, los wyandot, los peoria, los winnebago, los sauk, los cherokees, los creek y los semínolas de la
Florida. La mayoría fueron deportados a reservas en Kansas, donde cada sublevación se pagaba con una matanza;
otras pueblos huyeron hacia las montañas y pantanos, totalmente desperdigados, para sobrevivir
clandestinamente.
Sucesivos presidentes norteamericanos como Monroe o Jackson aumentaron la política de sometimiento y
deportaciones de indios. Según explica el historiador Carlo Caranci, "a partir de 1831 se reconoce a las
comunidades indias el estatuto de naciones domésticas dependientes en estado de tutela sin soberanía, puesto
que se hallaban en territorio estadounidense, con las que el Estado federal puede firmar tratados. Pero los mismos
serán meros medios de presión para forzarlos a abandonar sus tierras y marcharse al oeste. Centenares de miles
de indios son privados de sus tierras y bienes y trasladados al llamado Territorio Indio (actualmente Oklahoma): los
choctaw en 1831, los creek en el 36, los cherokees entre el 38 y el 39. No sin haber sido saqueados y vejados
previamente por los colonos, ante la pasividad de las autoridades, a lo largo de la Pista de Lágrimas, en la que
muchos murieron antes de llegar a su destino".