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Deben los niños ir a los funerales?

13/10/2019

Fuente: 

UTCCB

Recientemente, una encuesta que se realiza anualmente en Gran


Bretaña y que recoge las actitudes de su sociedad sobre diferentes
aspectos de la vida cotidiana, publicó el dato de que el 48% de los
adultos cree que los niños menores de 12 años no deben asistir ni a los
tanatorios ni a los funerales. Posiblemente, en nuestro país las cifras
serían muy similares.
Esta creencia social está en abierta contradicción con la opinión de
los expertos en psicología evolutiva y en procesos de duelo, que de
forma unánime abogan por la participación de los niños en los rituales
de despedida de un ser querido de su familia e, incluso, advierten que
no hacerlo suele comportar consecuencias negativas para los
propios niños.
Pretendemos abordar aquí este debate, describiendo los principales
argumentos a favor y en contra de ambas opciones, ofreciendo
nuestra opinión profesional basada en la experiencia de años de
trabajo con niños en contacto con la muerte y en situaciones de
trauma y crisis y proponiendo la mejor forma de implicarlos en los
funerales para aquellas familias que así decidan hacerlo. 
¿Por qué NO llevar a los niños a un funeral?
Los adultos que defienden que los niños no deberían asistir a los
rituales funerarios de un familiar o de una amigo, suelen argumentar
básicamente tres argumentos

 Asistir a un funeral puede resultar una experiencia estresante


y traumática. 

Quienes sostienen esta idea consideran que en el tanatorio y en el


funeral de alguien cercano, sobre todo si se trata de una muerte
inesperada y/o en una persona joven, los adultos suelen
encontrarse en situación de shock y dar rienda suelta a sus
emociones. Por eso mismo, los niños deberían ser protegidos de la
vivencia del dolor agudo. Argumentan, además, que la visión de una
persona fallecida les generará a los niños una imagen muy dura,
que difícilmente olvidarán y que con seguridad les llenará de miedos
y de ansiedad.

 Los niños menores de 8 ó 10 años no entienden el significado


y la irreversibilidad de la muerte. 

Por este motivo, quienes defienden esta visión argumentan que los
niños no entienden el significado de los rituales mortuorios y, por
ende, tampoco necesitan participar en ellos. Es mucho mejor,
siguiendo esta idea, apartar a los menores del contacto con la
muerte y el duelo y abordarlos más tarde, cuando el niño sea capaz
de entender el significado de lo que ha ocurrido. 

 Para poder ayudar a los niños a enfrentarse con la muerte de


un ser querido, sus cuidadores principales deben estar tranquilos y
serenos.

Dado que  tanto en el tanatorio como en los funerales los adultos


suelen estar sobrecogidos por su propio dolor y no están en buenas
condiciones para ayudar a los niños a afrontar la pérdida y el duelo.
Quienes abogan por esta idea, no buscan proteger a los menores
del contacto con la muerte, sino que optan por gestionar primero el
dolor de los adultos y luego, en un segundo momento, atender y
guiar el dolor de los niños. 

¿Por qué SÍ llevar a los niños a un funeral?


Otros adultos defienden la idea de que los niños no sólo pueden, sino
que, en determinados casos, deben participar en los funerales. Entre
ellos se encuentran de forma casi unánime la mayoría de profesionales
de la psicología, de la psicoterapia y de la educación. Basan sus
recomendaciones en los siguientes postulados:
 Los niños están en contacto con la muerte mucho antes de lo
que los adultos queremos admitir.
La tendencia de apartarlos de los procesos que rodean la muerte de
la vida diaria es relativamente reciente. Antes las personas morían
en casa y los niños participaban de los velatorios sin restricciones.
Pero, aun con la muerte desterrada a los hospitales y tanatorios, los
niños saben de ella a través de los cuentos, de la naturaleza y de la
televisión. Aunque sea de forma poco racional, han visto alguna vez
un pájaro muerto o se han entristecido por la muerte de la madre de
Bambi en la película de Walt Disney. Por tanto, la muerte comienza a
formar parte de su imaginario mucho antes de perder a un familiar. Y
nos resultará relativamente fácil explicarles qué ha sucedido (ver
guía “Cómo comunicar la muerte a niños menores de 8 años”).  
 De la misma forma que los adultos, los niños necesitan los
rituales para transitar por los procesos de duelo.
La pérdida de un ser querido, ya sea anunciada o inesperada, nos
confronta a todos con la tristeza y pone en marcha un proceso de
aceptación de lo ocurrido que se conoce como duelo. Para los
adultos, poder participar de los rituales de despedida es una parte
consustancial del inicio del afrontamiento y del duelo. En el caso de
los niños ocurre exactamente lo mismo, con la salvedad de que
necesitan ser preparados para lo que van a vivir en un tanatorio y/o
funeral.
 Aunque la finalidad de no incluir a los niños en los rituales
mortuorios sea otra, los niños sienten que son apartados no ya de
los actos de despedida de su ser querido, sino del seno de la
familia.

Incluso muchos años después de la muerte de un familiar, muchos


niños y más tarde muchos adultos recuerdan de forma dolorosa que
no se les ofreció la posibilidad de participar en la despedida de su
progenitor, de su hermano/a o de su abuela. Sienten lo que muchos
expertos denominan la sensación de ser afectados de segundo
grado o dolientes olvidados, es decir, que su tristeza y dolor es
menos importante o intenso que el de los adultos. Y deducen que
no son tan importantes como otros en la familia, por mucho que el
hecho de apartarles por nuestra parte sea una forma de protección
y para nada suponga no tenerles en cuenta. 
¿Cómo influye la edad del niño en la decisión?
La capacidad de un niño para comprender la muerte depende
básicamente de dos variables: su edad cronológica y las anteriores
experiencias que el niño haya tenido con la muerte. 

De forma orientativa, la idea y comprensión del hecho de la muerte


transita pos las siguientes fases:

De 0 a 3 años: 
Los niños no comprenden ni el hecho de la muerte en sí ni mucho
menos su irreversibilidad. Pero sí se dan cuenta de que una
persona cercana (o una mascota) que habitualmente estaba con
ellos, ya no está. Por este motivo es muy importante tratar de
explicarles con palabras sencillas que su ser querido ha muerto y ya no
volverá más. 

A esta edad, los niños comprenden realmente poco de lo que ocurre


en un funeral. Además, su capacidad de atención es muy escasa
todavía y lo más probable es que el niño acabe llorando, asustado y
cansado y generando estrés a sus cuidadores.

De 3 a 6 años:
Los niños entienden ya que la muerte significa algo grave. Pero, en
parte por su pensamiento concreto y en parte por la influencia de
los cuentos, muchos creen que la muerte es reversible. Además,
rodean el hecho de pensamientos mágicos y creen que lo imposible
es posible. Registran cierto egocentrismo en el pensamiento, que
hace que pueden aparecer pensamientos de culpabilidad. Por esto ,
con frecuencia atribuyen el hecho de la muerte a un enfado con la
persona fallecida o a un castigo por su propio mal comportamiento.
En esta etapa, si lo explicamos bien y con palabras sencillas, los
niños pueden entender que la muerte supone que el cuerpo de la
persona fallecida ya no podía funcionar y que por eso se ha
muerto. Dado su dificultad en entender que la persona no va a
volver, hay que ser especialmente cuidadoso en la forma en que
comunicamos la noticia de la muerte al niño y evitar a toda costa
expresiones ambiguas que pueda malinterpretar o entender de forma
literal como hemos perdido a la tía Luisa o la abuela se ha ido.
Aconsejamos permitirles a los niños escoger si quieren o no asistir
junto a nosotros al tanatorio para despedirse de su familiar o amigo
y hacerlo en un entorno de calma y  cierta intimidad. Y pensamos
que la forma más apropiada de hacer partícipe a un niño de estas
edades en los rituales mortuorios es acompañarlo al tanatorio,
responder a sus preguntas, permitirle ver lo que desee ver, pero
todo ello en la intimidad de un grupo de familiares reducido y no en
el día de un funeral con muchas personas, bastantes de ellas
desconocidas para el niño.
De 6 a 9 años:
Se da una comprensión gradual y cada vez más exacta del carácter
irreversible y definitivo de la muerte. El nivel de razonamiento es ya lo
suficientemente maduro como para poder establecer una relación de
causa y efecto entre la enfermedad y la muerte.
A esta edad, los niños suelen mostrar inquietud acerca de dos
cuestiones fundamentales. La primera es que al entender lo
irreversible de la muerte, toman consciencia de que sus padres y/o
cuidadores principales también podrían fallecer y suelen formular
preguntas muy concretas acerca de quién y cómo les cuidaría en tal
eventualidad. La segunda preocupación gira entorno a la diferencia
entre las enfermedades comunes, como un constipado, y aquéllas
que conducen a la muerte. Será muy importante poder hablar con
los niños sobre estos aspectos y ofrecerles respuestas honestas y
tranquilizadoras a la vez.
Si se les ofrece la oportunidad, los niños de esta edad raramente
rechazan asistir a un tanatorio y/o funeral. Es importante informarles
de qué se va a hacer allí y cuándo. Cada niño suele encontrar la forma
en que desea despedirse de la persona que ha muerto. Les ayudará
poder participar de alguna manera en los rituales: muchos niños
eligen hacer un dibujo o introducir un juguete en el féretro.
Más de 9 años:
La conceptualización de la muerte es la misma que la de los
adultos. La forma de informarles acerca de lo ocurrido también suele
ser muy similar a la que usamos con otros adultos. Sólo hay que estar
especialmente atento al desconcierto que la muerte de un familiar o
de un amigo le produce a un niño de estas edades. Suele
preguntarse qué es lo correcto y que sería lo incorrecto. Carece de
modelos acerca de cómo conducirse y cómo expresar sus
sentimientos. Por ello, es especialmente importante asegurar al niño
y al adolescente que no hay una forma correcta y otra incorrecta de
comportarse ni de sentir la pérdida. Es crucial explicarle que no
importa si llora o no llora: muchas personas lloramos con lágrimas,
pero otras lloramos sin lágrimas, incluso, algunas, están de mal
humor. Y que la cantidad de lágrimas que se vierten no es una
medida del cariño que sentíamos por el difunto. 
Seguramente, querrá participar de todos los rituales como los
adultos. Aunque la opción es correcta, no debemos  olvidar que si es la
primera vez que asiste a un tanatorio o funeral, también necesita ser
preparado. Necesita saber qué se hará, cuándo se hará y quiénes
se reunirán para estos rituales. 
¿Cuál es la mejor decisión?
La mejor decisión dependerá en cada caso de la edad del niño y de
implicarle en tomar por sí mismo esa decisión. Pero, para poder
hacerlo, el niño deberá contar con la información necesaria, explicada
de forma clara, concreta y directa. 
Esto significa que debemos explicarle la muerte de su ser querido
cuanto antes, siguiendo las pautas para la comunicación de la
muerte de un ser querido. Esto es especialmente importante para
dos motivos:
 Para que sienta que es incluido en el núcleo familiar desde el
primer momento y que alguien cercano a él se pone en su lugar y
trata de hacerle comprensible los cambios y la inquietud que nota a
su alrededor. Esto es válido incluso para los bebés y niños menores
de 3 años, que no podrán acabar de entender el alcance de lo que
les estamos contando, pero percibirán nuestra tristeza y nuestro
acercamiento. 
 Para que pueda elegir cómo quiere despedirse y en qué
momento desea estar con los adultos o, por el contrario, necesita un
respiro y prefiere retornar a sus actividades rutinarias con otros
niños. 
¿Cómo preparar a los niños para asistir al
tanatorio y/o funeral?
La preparación de un niño para asistir al tanatorio o a un funeral
debe componerse de cinco pasos fundamentales:

1.Comunicación de la muerte
No espere demasiado en darle a su hijo/a la noticia del
fallecimiento: en la actualidad la información de un fallecimiento se
difunde con una inmediatez asombrosa, debido al uso de las redes
sociales y  los teléfonos móviles. Por comprensible que sea que
Usted necesite unos momentos para asimilar la noticia y prepararse
para transmitirla a sus hijos con serenidad y en la debida forma,
piense que con cada 5 minutos que pasan aumenta la probabilidad
de que el niño oiga de la muerte de su familiar por comentarios
telefónicos o por el bienintencionado pésame de una vecina, que
llega a destiempo, antes de que hayan hablado con él. 

Aquí puede consultar una guía de cómo comunicar la muerte de un


ser querido a los niños de distintas edades.
2.Procesamiento de la noticia
Reaccione como reaccione, el niño al que acaban de comunicar la
muerte de alguien cercano necesita un tiempo para asimilar y
procesar lo que le acaban de decir. Puede ser que quiera jugar,
para olvidar lo que ha oído, puede que necesite dibujar, hablar,
preguntar o … llorar.

Es importante que como adultos que hacemos la comunicación


dispongamos de cierto tiempo y de un poco de tranquilidad para estar
disponibles. 
3.Decisión sobre el tanatorio y/o funeral
Habitualmente, cuando en una familia ocurre una muerte, se
produce una incertidumbre inicial, más o menos aguda y dolorosa
en función de si la muerte ha sido anunciada o inesperada. 
Tras estos momentos de shock y de duda, hay que solventar una
serie de trámites y se comienzan a preparar los rituales funerarios.
Los adultos de la familia suelen estar muy atareados (llamadas,
gestiones, visitas…)  Por ello, es importante que durante este periodo
de transición, entre el impacto de la noticia de la muerte y la despedida
más social de nuestro ser querido, también pensemos en los
niños quienes necesitan cierta normalidad como poder jugar, ir a ver
a sus vecinos o cualquier otra actividad que les conecte con su vida
anterior a la pérdida. 

No obstante, a partir de los 4 ó 5 años los niños no querrán


separarse de sus padres y otros adultos importantes. Una forma
muy buena de conciliar ambas realidades es dejar a los niños en
casa, aunque sea al cuidado de un familiar cercano, e informarles
de qué estamos haciendo y cuándo vamos a volver. Proceder así
les da mucha seguridad: están en su casa y la vida continua. Por
poco que sea posible será importante que al menos uno de los
progenitores esté presente a la hora de los baños y la cena. Para
los niños, que temen poder perder a otro de sus cuidadores, romper
lo menos posible con sus rutinas es altamente tranquilizador.

Cuando ya se sepan los horarios del tanatorio y del funeral, y en la


tranquilidad del hogar, le explicaremos al niño todo lo que necesita
saber para elegir si quiere asistir al tanatorio, al funeral, a ambos o
a ninguno de esos rituales. 

4.Asistencia a los rituales de despedida o actividad


sustitutoria
Tenemos tres posibles escenarios:

1) Nuestro hijo ha elegido ir:

Para los niños menores de 8 años es más comprensible despedirse


en el tanatorio y llevar un dibujo o un juguete como muestra de
cariño y respeto. Algunos niños elegirán no ver a la persona difunta.
Otros  querrán verla, cosa que deberíamos permitir explicando bien
lo que van a ver: la abuela parece dormida, pero no está dormida.
Su cuerpo ya no funcionaba bien y ahora vamos a decirle adiós.

Elegiremos un momento de intimidad en el tanatorio: a los niños no


les afecta ver a un adulto llorar, pero sí les asustan las muestras
muy expresivas de dolor como los gritos y las estridencias.
Acompañaremos al niño en todo momento, responderemos a sus
preguntas, estaremos atentos a todo lo que expresa y captaremos
cuándo ha llegado el momento de marchar. Habitualmente los niños
no desean permanecer mucho tiempo en el tanatorio, porque ya
hemos dicho adiós. 

Los niños mayores de 8 años suelen elegir asistir al tanatorio y al


funeral. Les advertiremos que en el funeral hay mucha gente, que
son todos los que querían mucho a la persona fallecida y todos sus
amigos. 

También a esta edad acompañaremos al niño, responderemos a


sus preguntas y captaremos las señales, dándole la oportunidad, si
quiere,  de contactar con otros iguales o con personas a las que le
apetezca saludar. 

2) Nuestro hijo ha elegido no ir:

No sólo respetaremos su decisión, sino que pondremos especial cuidado


en que ningún familiar le haga sentir mal por no querer asistir al
tanatorio o al funeral. 
Pasados unos días, por si su negativa tuviera un punto de negación
de la realidad de la pérdida, le acompañaremos al cementerio o al
lugar dónde estén las cenizas de nuestro familiar fallecido. Le
explicaremos que podemos recordarlo en cualquier sitio,
acordándonos de cosas que hemos hecho con él/ella o viendo
fotos. Pero que a veces también vamos a su tumba a llevarle flores o
un dibujo y recordarle mostrando nuestro cariño en el sitio en el que
su cuerpo que ya no funcionaba. 
3) Tenemos varios hijos: unos quieren ir, otros no:
Conceptualmente, la solución es simple: el niño que quiere ir, va; el
que no, no. Esto a veces presenta algunas dificultades de
organización, pero es importante respetar la voluntad de cada uno de
ellos.

Pasados unos días, procederemos como en el caso anterior: iremos


con todos al cementerio o al lugar dónde se han esparcido las
cenizas para presentar nuestros respetos.

5.Retorno a la rutina cotidiana y tareas del duelo  


El funeral marca el final del periodo de excepción que comenzó con
la noticia de la muerte de nuestro familiar y el retorno a la vida
cotidiana. Ese momento suele ser doloroso, porque se vuelve a la
normalidad, sí, pero sin la persona que ha fallecido. Muchas cosas,
muchos lugares, algunas fechas nos recuerdan su ausencia. A este
proceso de aceptación de la pérdida se le denominaba antes proceso de
duelo, concepto que se ha ido sustituyendo por el de tareas del
duelo, indicando una serie de acciones concretas que hay que ir
resolviendo.
Describir esas tareas excede el marco de este artículo, pero es
importante entender que los niños necesitan hacer las mismas tareas
de aceptación por la ausencia de su ser querido que nosotros, los
adultos, aunque a un ritmo más rápido. 

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