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Magia Comanche

de Catherine Anderson

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El calor de julio caía sobre el patio como una manta. Un grupo de abejas zumbaban
cerca, alimentándose de gotas de suero de leche, que se filtraba a través de la muselina
donde guardaban el cuajo para el queso, colgando de la valla. En el corral contiguo a la
casa, de vez en cuando, seguido del mugir de la vaca, se armonizaba con el quejido
agudo y esporádico de los cerdos.
Para no ser menos, las gallinas buscando a sus polluelos cloqueaban y agitaban sus
plumas cada vez que la brisa se levantaba, lo que por supuesto, no era con demasiada
frecuencia, dada la temperatura que hacía.
Después de desabrochar la camisa azul cambray a la mitad del pecho, Chase Lobos
reposicionó sus hombros contra el pino y cerró los ojos para absorber cada olor. Sonrió
a las imágenes que le vinieron, a la memoria de su infancia y otros días de julio, cuando
bajaban a divertirse a lo largo del arroyo que limita la propiedad de sus padres.

Él no contaba con que este verano fuese a correr mucho. La sonrisa de su boca se
redujo a una línea sombría. Estuvo considerando liarse un cigarrillo, pero a
continuación, decidió de que no, por miedo a que le hiciese toser. La tos, como todas las
otras actividades que requerían el movimiento muscular, era un lujo que no podía
permitirse, no con tres costillas rotas. Esto le enseñaría a no dejar que ningún musgo
creciese bajo sus pies la próxima vez que dos árboles trataran de hacer un sándwich con
él.
Si no se movía, el dolor no era demasiado malo. Moverse, aunque fuese poco, le
planteaba un problema. Hasta hace poco, Chase nunca se había dado cuenta de lo
activo que era. Tal vez era la sangre Comanche en sus venas, pero a diferencia de
algunas personas, no le gustaba estar ocioso. Como ahora, por ejemplo. ¿Cuánto tiempo
había pasado desde que se había sentado en el patio de su madre, debajo de este viejo
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árbol, escuchando el zumbido de las abejas? Un largo período. Veinticinco años, había
cumplido el pasado mes de marzo, y desde los dieciocho había estado trabajando la
madera.
No había tenido mucho tiempo para aburrirse desde entonces. Ahora no tenía nada
más que el tiempo en sus manos, y se sentía peor que un ácaro aburrido.
Colocando una mano sobre sus costillas, Chase cambió la posición de sus caderas en el
colchón de agujas de pino y dobló una pierna vestida de tela vaquera. Un mechón de
pelo de caoba cayó sobre sus ojos. Se quedó mirando a través de los hilos un poco para
obtener una nueva perspectiva sobre las cosas. Luego pasó algún tiempo contando las
rozaduras en el talón de su bota, se acercó con un total de veintidós, y pasado algún
tiempo, estuvo reflexionando sobre la forma en que había llegado hasta allí.
Probablemente fue en un intercambio de favores, decidió, que lo llevó por un camino de
recuerdos agradables, que le ocuparon durante unos minutos más.
Cuando reapareció hasta el presente, se puso a enrollar un cigarrillo, con las costillas o
sin ellas, lo encendió y luego dio una bocanada. Su tabaco sabía a estiércol de vaca seca.
Necesitaba comprar tabaco fresco. Tal vez más tarde deambulase hacia el almacén de
suministros generales, deambular es la palabra clave. Le dolía como el infierno para
caminar.
Con una mueca de disgusto, le quitó la punta humeante al cigarrillo, apagándolo con los
dedos callosos, se guardó la parte sin fumar, y cerró los ojos, decidido a tomar una
siesta, ya que no tenía nada mejor que hacer. Un poco más tarde, se despertó con el
sonido de risas femeninas que venían desde abajo, a lo largo del arroyo. Escuchó
durante un segundo y reconoció una de las risas como perteneciente a su hermana,
Índigo. Con veinticuatro, un año menos que él, ya tenía un marido y dos hijos.
Sonrió. Seguramente para combatir el calor, estaría jugando en el arroyo. Las otras
mujeres de la ciudad, entre ellas su madre, estaban en la casa haciendo las tareas, su
madre horneado pan, seguro, si los olores en el aire de la mañana eran una indicación.
Chase, se puso en pie, yendo hacia el arroyo guiado por el sonido de la risa. No podría
retozar en el arroyo, pero sentarse a su lado, seguramente era mas entretenido, que
estar a solas en el patio trasero de su madre escuchando el tic tac de su reloj. Con una
mano presionando sobre su costado, se movió lentamente a través de los bosques
soleados. Ramas de cornejo y mirto tejían una red por encima de él. Las pulidas hojas
verdes de la uva de Oregón, robles y arbustos venenosos, formaban una densa maleza
en la base de los árboles, el color blanco cremoso del cornejo y el color rosa intenso de
las flores de rododendros silvestres prestaba toques de colores vivos. Fresas salvajes
invadieron el camino, sus frutos, en contraste con la arcilla roja. Su vista le hizo agua la
boca. Al menos una vez al año, de niños, Índigo y él habían tenido un fuerte dolor de
estómago, por culpa de atiborrarse de esta fruta dulce.
Echó una mirada alrededor con cariño y tristeza porque esos días se perdieron para
siempre. En su mente se quedó el eco de hace mucho tiempo, de voces y risas. En
verdad, no hay mejor lugar que tu propia casa, tu verdadero hogar… Pensó.
Una calidez ambarina se filtraba a través de la madera de roble y las ramas de pino por
encima de él, el sudor brillaba sobre su frente, y se limpió la con el hombro de su
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camisa. Se quitó un mechón de cabello que caía sobre sus ojos en un gesto rápido, y se
estremeció ante el dolor que le causó el movimiento, que parecía un cuchillo
atravesando su estomago. Puso mas cuidado al caminar, finalmente llegó a las rocas
que bordeaban los bajíos del río Creek. Disfrutando de la sutil niebla que se elevaba del
río y que enfriaba considerablemente el aire, se detuvo a la sombra de dos encinas
entrelazadas. Se llamó algo más que tonto al no haber venido aquí directamente y en
línea recta. Los bancos del bajío Creek, siempre habían dado un respiro en el calor del
verano.
En dirección a las voces, Chase miró hacia la curva del río. Esperando ver aparecer el
pelo moreno de su hermana, se sorprendió al ver a una rubia menuda en su lugar. Si
ella era de Tierra de Lobos, Chase no la conocía. Era tan bonita como una aparición,
ningún hombre con ojos en la cara era probable que la olvidase. Apoyó un hombro
contra uno de los robles, feliz de estar escondido para poder disfrutar de la vista.
Sonny, el lobo mascota de Índigo, que dormía la siesta en un lugar a la sombra cerca del
agua, levantó su cabeza de plata y olfateó el aire. Un instante después, vio a Chase. El
reconocimiento brilló en sus ojos dorados, y después de un momento, bajó la cabeza
hacia atrás a sus patas para reanudar su relajado sueño. El momento de contacto visual
con el animal quedó con la sensación extrañamente vacía en Chase. Había habido un
momento en el que había tenido el mismo don para la comunicación visual con los
animales que Índigo aun tenía. Ya no era así, seguramente por las preocupaciones, y los
siete largos años que había estado trabajando fuera de casa. En algún momento, había
perdido el contacto con esa parte de sí mismo.
Chase apartó el pensamiento y volvió su atención a la joven mujer en el arroyo.
Despojada de su camisola y calzones, estaba retozando en el agua junto al sobrino de
cuatro años de Chase, Hunter. La muselina empapada de su ropa interior estaba casi
transparente con la humedad y se pegaba al cuerpo como la piel de una cebolla. Los
pezones rosados de sus pequeños pechos estaban tensos por el frío y metidos en contra
de la tela en pequeños picos impertinentes.
Algunos hombres se podrían decir que tenía el busto demasiado pequeño, pero Chase,
sostenía que algo mas grande que un bocado era un desperdicio, de todos modos.
Además, con su pequeña cintura al igual que sus finas extremidades, el color rosado de
las puntas de sus pechos, eran un adorno sin par en su delicada perfección.
Conteniéndose para quedarse donde estaba, Chase se sentó cuidadosamente en el
suelo y cubrió con los brazos sobre las rodillas dobladas. En un día caluroso como hoy,
sería francamente poco caballeroso mostrarse y echar a perder su baño. No pasaba
nada, si no lo pensaba demasiado.
Al parecer estaba compitiendo con su sobrino para coger las salamandras,
comúnmente conocidas por estos lares como perros de agua. En los últimos años, las
mujeres que conocía Chase se preocupaban de actividades más carnales, exponiendo
sus encantos de forma muy practicada, y por lo general, ejecutado al ritmo de la música
indecente de salón. Una sonrisa se posó en los labios y se movió hasta encontrarse un
poco más cómodo. Estaba agotado de observar el goteo del suero de los quesos de su
madre.
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Fuera quien fuese, parecía un ángel. Un rayo de sol encendía sus cabellos de oro,
convirtiéndolo en un halo alrededor de la corona de su cabeza. Tenía tan delicadamente
blanca la piel, tan impecable como el marfil, en contraste con la piel morena india de su
hermana. Sus rasgos faciales eran delicados y casi perfectos, excepto por su pequeña
nariz, que se volvía tan respingona en su punta que se ahogaría en una fuerte
tormenta. Decidió que le gustaba. Eso le daba una imagen de niña traviesa.
Su mirada bajó hasta la pequeña cintura y ella vadeó a través de las aguas poco
profundas y se abalanzó a coger un perro de agua. Con poco entusiasmo, el pequeño
Hunter se lanzó para alcanzar a su presa antes de que lo hiciese ella y la salpicó. Ella
gritó y se tambaleó, riendo mientras se frotaba el agua de sus ojos.
—Es mío!— Hunter gritó.
—¡Está en mi pie! ¡Yo lo vi primero!
Hunter saltó triunfalmente a sus pies, sus manos morenas y pequeñas apretando los
puños en torno a su resbaladiza captura.
—Ya estoy a la par—. Se interrumpió y frunció el ceño. —¿Cuántos me faltan?
—Tres—, dijo ella con una risita pícara.
—¡No, señor! ¡Estás engañándome!
—Presta atención a tu mamá durante las clases para que aprendas a contar, y entonces
no seré capaz de hacerte trampas.
Sosteniendo el perro de agua amenazante en el aire, Hunter se abalanzó sobre ella. Con
otro grito, que se derramó en el agua para escapar de él, su risa sonó como el cristal.
—¡No te atrevas, pequeño bribón! ¡Si me metes esa cosa en mis calzones, me voy a
ahogar!
—¡Hunter Chase Rand!— Índigo llamó desde algún lugar fuera de la vista de Chase. —Si
se te cae ese perro de agua en sus calzones, se lo diré a tu padre. ¿Y tus modales?
Sin demostrar temor, Hunter siguió con sus intenciones de coger a la chica. La rubia
agarró la cintura de su ropa interior y huyó un poco más lejos para obtener seguridad
fuera del alcance del crío. Ella tenía un culo perfecto, con mejillas regordetas que movía
lo suficiente como para encender la imaginación de un hombre y hacerle preguntarse
cómo se sentiría de blanda si las apretase contra él.
Cuando se volvió hacia él de nuevo, podía ver el triángulo de oro entre sus muslos
torneados. Levantó la mirada a sus pechos y, su boca hizo una mueca como si chupase
un limón. Demasiado tarde, Chase empezó a preguntarse si haberse sentado aquí era
una idea tan buena. Había pasado una temporada desde que había tenido una mujer, y
de repente sintió que los pantalones vaqueros se apretaban y quedaban mas bien
pequeños en su entrepierna. Ya había tenido bastante frustración observando el goteo
del suero, pero eso por lo menos no le había producido este dolor. Y eso que odiaba
apasionadamente el olor del queso fresco en la casa. Lástima que no podía decir lo
mismo de los apretados pezones, como pequeños detalles que parecían rogarle por un
beso.
Con la falta de capacidad de atención típica de un niño de cuatro años de edad, Hunter
descubrió otro perro de agua y se fue hacia arriba para perseguirlo. El ángel, con la
naricita respingada quedó extrañamente quieta. Chase arrastró su mirada hacia arriba
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de sus pechos y se encontró mirando a los más grande, más sorprendidos ojos verdes
que había visto nunca. Ahora que llegó a pensar en ello, eran los únicos verdaderos ojos
verdes que jamás había visto, no azul verdoso o gris, eran del color de la nueva
primavera.
Ella abrió la boca y con sus manos cubrió sus pechos. Un instante después, se arrodilló
en el agua para ocultar sus regiones inferiores. Chase miró, incapaz de pensar en nada
que decir.Hola, tal vez, pero eso no parecía apropiado. Hola, que tal? Eso tampoco lo
parecía. Se conformó con
—Seguro que es un asunto candente, ¿no?
Ella se hundió al oír el sonido de su voz, y se mojó su cara pequeña. Chase podría haber
jurado que cada gota de sangre en su cuerpo subió a las mejillas, pero al contemplarla
mejor, se dio cuenta que el color rosa estaba por todas partes. Moreno cómo era él, eso
era un fenómeno digno de admiración. En las pocas ocasiones en su vida cuando se
había criado se sonrojó, nadie más que él se había dado cuenta. Esta chica se iluminó
como una linterna de prostíbulo.
Cuando ella se quedó en la misma posición congelada durante varios segundos, Chase
empezó a sentirse avergonzado de sí mismo. La sensación se inició con un apretón
sintiendo en su pecho que subía a la región de la garganta. Estimó que no estaba muy
feliz de saber que tenía la compañía masculina cuando ella estaba vestida sólo con su
camisola y calzones, tan empapadas que se podía ver a través. No podía culparla por
ello.
—¿Chase Kelly? ¿Eres tú?
Índigo salió de detrás de un grupo de arbustos, acunando en sus brazos a su hija
dormida, Amelia Rose. Índigo vestía sólo su camisola y calzones, así, pero teniendo en
cuenta el hecho de que era su hermano, no se avergonzó y caminó hacia él en línea
recta. Eso ocurrió unos segundos más tarde, cuando ella se dio cuanta de lo que él había
estado haciendo allí escondido. Sus grandes ojos azules brillaron con fuego de plata.
—¡Chase Kelly Lobos, que vergüenza! ¿Qué estás haciendo, escondido ahí? ¿Espiarnos a
nosotras? ¿ Mamá no te enseñó nunca modales?
Sí, mamá lo había hecho, aunque ahora Chase supuso que los había olvidado.
Estaba empezando a sentirse como un zorrillo al acecho. Plenamente consciente de
esos ojos verdes asustados aún clavados en él, se olvidó de sus costillas doloridas y se
encogió de hombros. El movimiento le hizo una mueca de dolor. A su juicio, pensando
en una mentira rápida, pero incluso con la práctica de siete años de prisión,
permanecer quieto no vino pulido con él.
—Estaba aburrido—, admitió. —Cuando os oí a vosotras por aquí, no me imagine que os
importara si me unía.
—No estaríamos así, si te hubieses unido a nosotras.— Índigo vino caminando por la
orilla, con las piernas gráciles flexionándose bajo sus pololos. Le entregó en los brazos a
su sobrina dormida—. Haz algo útil, mientras que yo encuentro la ropa de Franny—. A
medida que se escabulló hacia abajo el banco, gritó, —¡Qué vergüenza, qué vergüenza!
Te pido perdón, Franny. ¡Decir de él que es un cerebro de mono sería un cumplido!

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¿Chase Kelly? Lo hizo sonar como un niño de diez años de edad. ¿Cerebro de mono?
Nada mejor que una hermana para mantener a un hombre a raya. Había pasado un
tiempo desde que alguien se había atrevido a llamarle con ese nombre.
Alisó el pelo rizado de Amelia Rose y trató de conseguir ponerla cómoda. A los
dieciocho meses era una cosita dulce, un bebé regordete y rosa. Tenía el pelo de su
padre, negro como el cuervo al igual que las pestañas, con los delicados rasgos de su
mamá. Su camisita de encaje estaba húmeda de jugar en el arroyo. Para sujetarla mejor,
pasó una mano sobre su trasero desnudo y sonrió. Ahora ya sabía dónde se había
originado el dicho suave como el culito de un bebé. Su piel se sentía como el terciopelo.
—¡Hola, tío Chase!— Hunter llegó penosamente del agua, su cuerpo era delgado y
pequeño como el bronce reluciente mojado bajo el sol. Llevaba el mismo nombre que su
abuelo, el chico parecía más comanche que blanco, su pelo negro y tan recto como una
bala en un día sin viento—. ¿Quieres coger perros de agua?
Chase miró por encima de la cabeza del niño flotando para ver a Franny, el ángel de
ojos verdes, tratando de meterse en el arroyo, sin ningún alarde de sus encantos. Puesto
que ya había visto todo lo que había por ver, podría haberla salvado del problema pero
pensó qué Índigo podría colgarlo del cuello si lo decía.
—Estoy todavía muy dolorido con las costillas para perseguir perros de agua, Hunter.
Tal vez en otra ocasión.
—Ah, por favor. Jugar con las chicas no es nada divertido.
Chase pensó que dependía de cómo las chicas iban vestidas y a qué estuvieras jugando
con ellas. Pero Hunter era, obviamente, demasiado joven para apreciar a una hembra,
eso explicaba por qué su mamá y su amiga Franny se sentían libres para revolotear
delante de él sin nada más que sus ropas íntimas.
Manteniendo la mirada cortésmente apartada de donde estaban las mujeres, Hunter
Chase las vio regresar a la quebrada. En cuestión de segundos, el muchacho se recuperó
de su decepción y se zambulló a capturar otro perro de agua. Cuando Chase por
casualidad echó otro vistazo en dirección a las mujeres, Franny estaba de pie en el
banco, con una blusa blanca, de manga larga, abrochada hasta el cuello, y una falda
azul acampanada, ambas prendas se aferraban a su aun húmedo cuerpo. Todavía tenía
las mejillas rosadas, e intentaba inútilmente colocar su despeinado cabello en un rodete
sobre su cabeza.
—Franny, me gustaría que conocieras a mi hermano, Chase Kelly Lobos,— dijo Índigo
bruscamente. —Estoy segura que te acuerdas, el otro día te dije que estaba en casa
recuperándose de un accidente en la tala de árboles.
El tono que Índigo utilizó para presentar a Chase, le hizo sentirse como si fuese un caso
de gripe. Arrastró su mirada de la parte posterior de la falda que se aferraba a la rubia y
le dijo:
—Encantado de conocerte, Franny. —, pensó que Fanny (trasero) le venía mucho
mejor.— Pido disculpas por la interrupción de tu baño.
Su rostro se inundó con el color nuevo.

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—Bastante cierto—, dijo en voz tan baja que tuvo dificultad para capturar las palabras.
Ella dio un manotazo en la falda y evitó su mirada. —Bueno, Índigo, creo que me voy
ya.
Con eso, asintió con la cabeza en la dirección de Chase, todavía sin mirarlo. Luego se
puso un sombrero, grande y fruncido que ocultaba su rostro. Después de atar la cinta
de la barbilla, agarró los zapatos y las medias arrugadas, y luego empezó a subir el
sendero. Dado que Chase estaba sentado en medio, sosteniendo en sus brazos a la
pequeña dormida, ella se detuvo después de dar varios pasos y levantó sus grandes ojos
verdes hasta los suyos. Chase sabía condenadamente bien que ella no se atrevería a
cortar a través de los arbustos, no, a menos que quisiera sufrir un mal caso de urticaria
por hiedra venenosa. En estos cerros, esas plantas crecían tan gruesas como el pelo del
trasero de un perro, y la mayoría de las personas eran alérgicas a ellas. Especialmente
las personas de piel clara.
Aunque el sombrero fruncido sombreaba su rostro, sus ojos lo llenaron de un golpe.
Chase le dirigió una sonrisa perezosa, extrañamente contento de estar sentado en su
camino.
De repente, la idea de permanecer la mayor parte del verano en Tierra de Lobos sin
nada mejor que hacer que juguetear con sus pulgares no le parecía ya como una cruz
que cargar.
—No hay necesidad de apresurarnos, Franny.
La punta de su nariz respingona se volvió escarlata.
—No tengo más remedio. Creo que puedo rodearle. Por favor, no se moleste.
Chase no tenía intención de mover ni un músculo. Cuando ella caminó a su alrededor,
puso la vista en sus pies descalzos e intentó vislumbrar debajo de su falda, a ver si la
levantaba lo suficiente para admirar sus tobillos. Tenía los dedos de los pies delgados y
pequeños, con uñas delicadas que le hicieron imaginar los pétalos de las flores
translúcidas. Un abanico de red de frágiles huesos delineados, apareció en la parte
superior de cada pie. Levantó la mirada hacia su rostro. Sus ojos se encontraron, y por
un instante, Chase se sintió como si hubiera vuelto a ser aplastado entre dos troncos.
Hablando sobre belleza, esta jovencita le daba una completa y nueva definición a esta
palabra. No era tanto que su rostro fuese perfecto. Lo que sorprendió a Chase, era la
forma dulce e inocente que se veía, el tipo de rostro que hacía a un hombre querer
luchar contra leones de montaña para ella y ganar. Se olvidó por completo de sus
costillas.
Como no quería asustarla, templó su voz y dijo:
—Espero que vuelva, Franny. Quizá la próxima vez pueda pasar después por casa y
tomar con nosotros una limonada de mamá. Es la mejor de Tierra de Lobos.
Por un momento, se quedó inmóvil allí y lo miró fijamente, como si no pudiese dar
crédito a sus oídos. Entonces su rostro se sonrojó de nuevo. Sin una palabra, arrancó
casi a correr y desapareció entre los árboles, sin mirar atrás.
—Eso no estuvo bien—, dijo Índigo con voz temblorosa. —¿Cómo pudiste, Chase? No
creía que fueras capaz de decirle algo así.

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Chase se quedó absolutamente perplejo y su sonrisa desapareció mientras se volvía a


mirar a su hermana, que aun estaba cerca del agua, las manos en las caderas, la cabeza
leonada, y una expresión de ira en su rostro. A Chase no le importaba ser acusado de
cabeza hueca cuando se lo merecía, y podía admitir que era la mayoría del tiempo, pero
esta reprimenda no tenía sentido para él.
—¿Que hay de malo en invitarla a una limonada?
—Sabes muy bien que ella nunca impondría su presencia a mamá. Eso no quiere decir
que mamá no le de la bienvenida, y nuestro padre, también. Sin embargo, Franny es
demasiado dulce para ponerlos en ese apuro. Ya sabes lo santas que son todas la
personas que viven en esta ciudad. Habría rumores y las leguas viperinas comentándolo
durante una semana, si una mujer de la ocupación de Franny llamara a la puerta de
alguien.
Chase digería cada palabra.
—¿Me he perdido algo?— Echó un vistazo alrededor para asegurarse de que Hunter
estaba ocupado todavía con la captura de los perros de agua. —Por la forma en que
hablas, se podría pensar que es la prostituta local.
Los ojos de Índigo se agrandaron.
—Seguramente piensas que has sido cortes dirigiéndole esas palabras, pero no es
gracioso que actúes cómo si no lo supieras. Juraría que ese trabajo tuyo entre
leñadores, te ha arruinado como persona educada y respetuosa.
Una visión de la cara dulce de Franny se extendió por la cabeza de Chase. Con esos ojos
enormes, inocentes, no podría ser una… No, era imposible.
Chase no pretendía ser un conocedor en profundidad de las mujeres, pero después de
vivir en los campamentos madereros durante tantos años, estaba tan seguro como el
infierno que reconocía a una chica así cuando la veía.
—Índigo, ¿estás tratando de decirme que Franny es una puta?
Ella hizo un sonido de frustración.
—No la llames así, te dije. Es mi mejor amiga, y no quiero hablar mal de ella. Si tienes
que llamarla alguna cosa, llámala desafortunada.
A Chase no le importaba una mierda cómo la llamase Índigo, una prostituta era una
puta. Una imagen vino a su cabeza, del brillante cabello rizado y dorado, de su cara
maquillada llamativamente, trabajando en el Saloon.
Por respeto a sus padres, Chase nunca había frecuentado las habitaciones de arriba del
Lucky Nugget durante sus breves visitas a casa, así que no había prestado mucha
atención a la paloma mancillada que trabajaba allí, pero ahora que pensaba en ello,
recordó haber escuchado alguna vez que el nombre de la chica que allí trabajaba era el
de Franny. Entrecerró los ojos.
—Esa chica es una prostitu…— Se interrumpió y tragó saliva. —¿Esa es la desafortunada
que trabaja en el Lucky Nugget?
—Más o menos.
—¿Más o menos?— Chase, miró a su hermana. Esta será una de sus bromas. Dale una
oportunidad a Índigo, y te volverá majara. —¿Qué quieres decir con eso de más o
menos?
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Arrugó la nariz, claramente impaciente por su limitada inteligencia masculina.


—Ella no está exactamente ahí cuando los clientes suben a verla.— Se encogió de
hombros. —Es difícil de explicar. Eso sí, no le comentes nada de lo que te diga a ella.
¿Me lo prometes, Chase?
¿Una especie de puta que no está exactamente allí cuando llegaban a verla sus clientes?
Chase podía ver que esto tenía sentido para Índigo, pero maldita sea al infierno
si entendía algo de lo que le estaba hablando.
—No es culpa de ella que esté metida en ese mundo,— Le dijo Índigo. —De no ser por la
gracia de Dios estaríamos así todas las demás mujeres en esta ciudad. Vosotros los
hombres no nos habéis dejado muchas opciones cuando se trata de ganarnos nuestro
pan. Franny es una verdad digna de lástima.
Chase podía ver que Índigo hablaba muy en serio. Él lanzó una mirada al sendero, al
lugar por donde Franny, el ángel, había desaparecido. Luego volvió a mirar a su
hermana, aún no podía creer lo que estaba oyendo.
Franny, el ruboroso ángel, de ojos verdes, ¿era una prostituta?
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Tres horas más tarde, Chase se echó hacia atrás en una de las sillas de la cocina
de su hermana, con una taza de café en los labios. Frente a él, Jake Rand, su
cuñado, se sentó con Amelia Rose en sus rodillas, a darle de comer un mejunje
de horrible aspecto hecho con carne, salsas y puré de patatas, todo molido.
Amelia Rose se mantuvo con la boca bien cerrada, y cuando la abría era para dar
unas teatrales arcadas, con sus ojos marrones y enormes inundados en lágrimas
de cocodrilo.
—Cariño, tienes que comer—, informó Jake a su hija en un tono lleno de
halagos. —¿Un bocado más para tu padre?
Amelia Rose en una nueva nausea empujó el último bocado con su lengua entre
sus dientecitos y dejó caer la papilla con un plop, en su regazo. Ella parpadeó y
se estremeció. Jake suspiró y trató de limpiar algo la pechera de su vestidito, ya
bastante sucio de restos de comida.

—Esa es la comida mas asquerosa y mas triste que he visto nunca.— comentó
Chase. —No me extraña que no se la coma.
Jake arqueó una negra ceja, y sus ojos castaños brillaron de risa.
—¿La voz de la experiencia?
—No tiene que ser uno padre para tener sentido común. ¿Por qué habéis
rebujado la comida de esta manera? Me dan nauseas con sólo mirarla.
Índigo se apartó de la pileta. Con un brillo travieso en sus ojos, recogió a su hija
de las rodillas de Jake y se la entregó a Chase.

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—Muéstranos cómo se hace, tío Chase. Si consigues darle de comer, te voy a


hornear un pastel de manzana todos los días durante una semana.
Con actitud desafiante, Jake empujó el recipiente del bebé sobre la mesa. Chase
miró hacia la mezcla poco apetecible, y luego estudió a su sobrina. Amaba
demasiado la tarta de manzana para pasar del reto. Reprimiendo una sonrisa,
agarró la jarra de miel de la mesa y goteó una corriente generosa en la parte
superior de la papilla de Amelia Rose. Los ojazos marrones de la niña se
iluminaron con interés.
—Eso es hacer trampa—, exclamó Índigo, con las mejillas tiñéndose de un rubor
rosa. —Te lo juro, Chase Kelly, no hay quien te aguante. Ahora que has
arruinado la cena de la niña, y tendré que moler más carne de venado.
Chase tomó la cuchara y le dio a Amelia Rose una gran porción. La niña
masticó, parpadeó, tragó saliva y abrió la boca para otra cucharada. Chase
mostró a su hermana una mirada seductora.
—Decidme que no sé lo que me hago con las hembras. Háganle una oferta lo
suficientemente dulce, e irán a por uno todo el tiempo.
Índigo puso los grandes ojos azules.
—Tienes la mente podrida.
Jake se rió entre dientes.
—Cualquier cosa que funcione, te la aplaudo. Si ella no come, va a ser tan
delgada como su mamá.— Cuando Índigo pasó por delante, le dio un buen
pellizco en su redondeado trasero a través de los pantalones de piel de ante. —
No es que yo me queje.
Su esposa movió su moreno cabello y le dirigió una mirada de advertencia y
luego se volvió a lavar los platos. Chase siguió una cucharada tras otra con la
mezcla de miel y comida para la boquita de su sobrina.
—Estira bien la masa de la tarta, cuarto de litro[1]. He ganado la apuesta.
Índigo negó con la cabeza.
—A ella le gusta demasiado el dulce, no hay duda. Confiar en ti para darle
ánimos para comer… Y no me llames cuarto de litro. ¿Sabes cómo lo odio?.
Hunter repite todo lo que escucha.
—Dado que Hunter esta de vuelta jugando en la calle, creo que puedo llamarte
lo que quiera.— Viendo el resplandor indignado de Índigo, Chase se rió, hizo
una mueca cuando el movimiento hizo que le doliesen sus costillas, y luego
reanudó la tarea de dar cucharadas de la cena a Amelia Rose en su boca.
Después de un momento, se puso serio y levantó la vista. —Hablando de
insultos, ahora que me acuerdo. ¿Qué quisiste decir el día de hoy cuando me
contaste que Fanny era sólo una especie de prostitu- -una desafortunada?
Índigo se apartó del fregadero.
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—Franny, no Fanny, y no puedo aclararte mucho más. Ella es sólo una especie
de… eso, pero no realmente.
Chase deslizó una mirada inquisitiva a Jake, que se encogió de hombros y lanzó
una mirada hacia el techo, una mirada que decía, más claro que las palabras,
que no había forma de entender a veces a Índigo. Chase recordó. Su hermana
era un poco extraña. Por supuesto, la gente había dicho lo mismo de él. Pensó
que era una forma como cualquier otra de llamarlos, debido en parte a las
enseñanzas que le habían inculcado, y por ser un poco diferentes, dado que su
padre era Comanche y su madre una fiel católica.
Jake se levantó de la mesa.
—Voy a ver cuanta leña tendré que ir a cortar para la cocina. ¿Vienes, Chase?
—Estaría bien—. Chase repasó el tazón de Amelia Rose dejándolo limpio y le
puso la última cucharada en la boca. La pequeña sonreía mostrando sus
hoyuelos, mientras le pellizcaba la mejilla a Chase. Teniendo cuidado de
proteger sus costillas, se inclinó para dejarla en el suelo. —Espero que mi pastel
este listo para mañana por la noche, medio litro—, le dijo a su hermana cuando
se puso de pie.
Índigo levantó una ceja con delicadeza.
—No tienes derecho a recompensa, ¿verdad? Sobre todo porque lo hiciste con
engaño.
Chase, le guiñó un ojo.
—No me dijiste que no podía usar la miel.
Chase siguió a Jake fuera y se apoyó en la pila de leña para mirar mientras su
cuñado manejaba hábilmente el hacha. Ya tenía ganas que sus costillas se
curaran lo suficiente para servir de ayuda, pero esto tomaría un par de semanas
más. Frustrado por sentirse inútil, buscó algo de que hablar. Puesto que era un
tema que parecía que no podía dejar reposar, decidió resucitar la conversación
que había comenzado en la cocina.
—Jake, ¿no te preocupa, tener a tus hijos sometidos a la influencia de una
prostituta?
—Me sorprendes, Chase. Creí que tu padre te enseñó que no debías de juzgar a
los demás por la vara de medir del mundo.
Chase rayaba el suelo con la suela de su bota. En los últimos años, las
enseñanzas de su padre se habían convertido en un punto delicado para él.
Tratar de caminar tras las huellas de Cazador de Lobos, era una manera segura
para un hombre de conseguir una buena patada en los dientes. Aclaró su
garganta.
—Yo no la juzgo.
—Pues a mí me suena a eso.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Llámame cauteloso. Nunca he conocido a una prostituta que no haya abierto


los ojos si puede conseguir fácilmente un dólar. No es ningún secreto en Tierra
de Lobos que tu vienes de familia rica, Jake, e Índigo tiene el corazón muy
tierno, así ha sido siempre y siempre lo será.
—No es una mala manera de ser.—, dijo Jake y mientras cortaba, un ligero
gruñido salió de su garganta. —Me gusta de esa manera.
—¿Cómo te vas a sentir cuando no haya tocino sobre la mesa,porque ella dio
todo tu dinero a la prostituta local? Te lo digo, ten cuidado. ¿Qué más podría
atraer a una chica como Fanny[2] hacia alguien como mi hermana? La simple
dulzura de Índigo, aunque sea una bendición, sin duda no lo es.
Jake se rió entre dientes.
—Lo encuentro interesante. Supongo que es según se mire, ¿eh? Y el nombre de
esa chica es Franny, no Fanny. Parece que tu mente sólo piensa en una cosa.
—¿Dónde más? Por el precio correcto, ese lindo trasero de ella es la zona de
juegos de cualquier hombre.
La mandíbula de Jake se endureció, y vaciló en el siguiente golpe de hacha, tuvo
que esforzarse por fin para romper la madera sobre el tocón.
—Baja la voz, hombre. Hunter está jugando un poco más allá.
Chase miró hacia donde estaba el chico y bajó su tono.
—Simplemente no creo que entiendas lo grave que esta situación podría llegar a
ser. Índigo daría su último par de mocasines a cualquier persona con una
historia triste que contar. Confía en mí, la conozco.
—¿Porque eres igual que ella?¿O debería decir que antes lo eras?
—La gente cambia.
Jake hizo una pausa para estudiar a Chase por un momento y luego sacudió la
cabeza.
—Has cambiado mucho, sin embargo. No estoy seguro de que quisiera saber en
que más.
—Por supuesto que me conoces. He acabado creciendo, eso es todo. Eso le pasa
a todo el mundo.
—Yo prefiero tener siempre el corazón de un niño, ahora y para siempre.
Eso picó. Aunque Chase disimuló, se cruzó de brazos y sonrió, fingiendo que no
le importaba. Pero la verdad era que estaba bastante cansado que todo el mundo
y su familia intentaran encontrar alguna falta en él para condenarlo.
—Mi trabajo le da a un hombre algunas asperezas. Eso no quiere decir que por
debajo no sea la misma persona.
Volteando un trozo de madera, Jake se tomó un momento para mantener el
equilibrio.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—No me preocupan tus asperezas, Chase, hablo de ahora, de cómo ves las cosas
hoy en día. Hablando acerca de personas con historias tristes, algo me dice que
tú tienes una propia que contar. ¿Quieres compartirla conmigo?
Chase se echó a reír y levantó las manos.
—Jesús, Jake, ¿te escuchas a ti mismo? No soy el único que tiene mala opinión
de las prostitutas.
—No. Definitivamente, no solo tú, y es una lástima. Me pregunto qué sucedió
para que tomes una postura tan dura. Parece que la amargura habla por ti. ¿Has
tratado alguna vez de rescatar una chica así, Chase?
—Hasta que me di cuenta de cómo eran.
—Te quemaste, ¿verdad?
—Se podría decir que sí.
—Bueno, no dejes que un gusano arruine tu gusto por las manzanas. Índigo
afirma que Franny es una chica dulce, y tengo que aceptar su palabra. Tú sabes
tan bien como yo que tiene una manera de ver directamente el corazón de una
persona.
—Las putas no son dulces, Jake. Tienen que ser duras como rocas para
sobrevivir.
—Franny no lo es. Según Índigo, ella recurre a imágenes en su mente para
aislarse mientras trabaja. Por la mañana, Franny se despierta y vuelve a ser la
misma joven tímida, como si no hubiese vivido la noche anterior.
—Eso debe ser un truco—, dijo Chase con un resoplido.
—Es la única cosa que tiene sentido—. Su cuñado levantó una ceja. —Te has
encontrado con Franny. Si tienes otra explicación de cómo es tan tímida y
reservada, soy todo oídos.
—Es una maldita buena actriz, eso es lo que es. Ninguna mujer que haga ese
trabajo podría ser tímida. Te lo advierto, tienes que ser más receloso. La chica
quiere algo. Simplemente, aun no ha puesto sus cartas sobre la mesa todavía.
—Ella e Índigo han sido amigas desde hace años. Un poco lenta en dar la cara,
¿no?
—El tiempo me dará la razón. Y entonces cuando pase lo que sea, te vas a
arrepentir de no hacer caso a lo que yo te digo.
—Asumiré las consecuencias. Y, a riesgo de hacerte enojar, Chase, que Índigo y
mis hijos pasen tiempo con esa mujer, es mi preocupación, no la tuya.
—Ella es mi hermana. Creo que tengo derecho a estar preocupado.
—Supongo que tengo que darte parte de razón en eso. Ella es tu hermana, y yo
sé que la amas.— Equilibró el hacha sobre el hombro, y se encontró con la
mirada de Chase. —No soy aficionado a arriesgar una amistad prohibiéndote
interferir— dijo en voz baja Jake.— Pero antes de decir o hacer cualquier cosa
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

que lamentemos, hazme un favor y piénsalo dos veces. Hazme este favor. No
puedes esperar a caer sobre nosotros una vez o dos al año durante un par de
días y hacer grandes cambios en la forma en que hacemos las cosas o en nuestra
forma de pensar. Franny es importante para Índigo. Si haces algo para dañar
esa amistad, le vas a romper el corazón.
—No quiero verla sufrir. Esta es mi única razón.— Chase, suspiró y sacudió la
cabeza. —Voy a tratar de permanecer fuera de esto, ¿de acuerdo?— finalmente
cedió. —Pero no puedo hacer promesas. Sólo el pensamiento de mi hermana
siendo amiga de una prostituta me pone los pelos de punta. Me hace sentir
impotente.
—Puedo verlo—, reflexionó Jake en voz baja.
Más tarde esa noche, las estrellas eran tan brillantes como los diamantes,
salpicando el cielo añil. En el extremo norte de la ciudad, Chase se sentó en el
porche de la casa de sus padres y trató de concentrarse en el resplandor de leche
de la cara de la luna, en lugar de las dos ventanas de los pisos superiores del
Lucky Nugget, el saloon de Tierra de Lobos. Una de las ventanas estaba
iluminada débilmente por la luz de una lámpara, y la otra tan oscuro como la
muerte.
Chase se figuró que la habitación a oscuras probablemente era la de May Belle.
Corría el rumor de que estaba jubilada y vivía de sus ahorros y un porcentaje de
los ingresos de Franny. La mujer de más edad estaría probablemente dormida
ahora, mientras Franny trabajaba en la habitación contigua, la de la ventana
iluminada.
Franny. No podía conseguir que los sorprendidos ojos verdes de ella se fueran
de su mente. Lo habían perseguido durante toda la tarde y la noche. Ahora,
aquí, era la hora de acostarse, y ¿que estaba haciendo? Mirando a la ventana,
preguntándose qué demonios estaba haciendo en estos momentos.
Como si él no lo supiese. A pesar de que tuvo cuidado de no hacer alarde de sus
hábitos de vida frente a sus padres y su hermana, en siete años de vida en los
campamentos de explotación forestal, se lo había visto en más de una casa de
mala reputación. Pelirrojas, rubias, morenas, todas pintadas de colores
chillones. Después de un tiempo, se volvían borrosas en la mente de un hombre.
Un leñador soltero llevaba una existencia dura y solitaria, y el póker, el whisky y
las mujeres ofrecían a los períodos de descanso solamente algún que otro pobre
consuelo.
Hubo una vez, en el pasado, que Chase no se hubiese imaginado pensando en la
manera que lo hacía ahora. Pero nadie era inocente e idealista para siempre.
Salvo, tal vez, su padre. Cazador de Lobos siempre fue diferente a la mayoría de
los hombres, sin embargo, más puro y noble de corazón que nadie, de cabeza a
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

los pies. Era un ejemplo que a Chase le había resultado imposible de emular una
vez que salió de Tierra de Lobos.
Házselo tú a los demás, antes de darle la oportunidad que te lo hagan a ti, era
la regla de oro con la que vivía ahora. El mundo real más allá de estas montañas
exigía mucho a un hombre si quería sobrevivir.
Chase dudaba que nunca pudiera hacer que su padre entendiese esto, ni
tampoco, su madre. Para ellos era correcto o incorrecto, sin ningún matiz de gris
entre lo blanco y lo negro.
Chase sabía que estaban decepcionados con él.
Joder, si era brutalmente honesto, él también se sentía incluso un poco
decepcionado consigo mismo. Una tristeza inexplicable fluía a través de él. ¿Era
un necio por sentirse así? Un hombre tenía que crecer, y también andar en su
propio camino. Fue, quizás, estar en casa otra vez, y ésta vez no para una visita
rápida como había sido su costumbre estos últimos años, estaban siendo días y
días. El accidente le había dejado con mucho tiempo para pensar, demasiado
tiempo para recordar cómo solían ser las cosas.
Las cosas habían parecido tan claramente definidas en su infancia. En aquel
entonces, había creído que su padre tenía todas las respuestas. Chase contempló
la luz de la ventana del piso superior del Lucky Nugget y fue transportado a
través de los años a la primera vez que había visitado una casa de putas, en
Jacksonville. Diez minutos por cinco dólares. No podía recordar mucho acerca
de la mujer, sólo que su nombre había sido Clara, y que ella era gruesa y olía
fatal.
Había ido al burdel con cinco amigos y él había sido cuarto de la cola. A día de
hoy, Chase podía recordar cómo se había sentido expectante de pie en ese
pasillo oscuro, sucio, esperando su turno. A esa edad, dieciséis años si recordaba
bien, había sido todo entrepierna y nada de cerebro, como una fuerza impulsora
en su vida, para hacerlo sin pensar. Todos sus amigos habían salido sonriendo y
gritando, diciendo cosas varoniles comoes como un tarro a tope de miel, lo que
le llevó a creer que estaba a punto de tener la experiencia más emocionante de
su vida. Cuando finalmente había llegado a la cámara del deleite, lo único que
salvó a su orgullo de macho frágil, era que había estado esperando con tanta
ansia antes de entrar que no perdió su valor tan rápidamente como había
desaparecido su entusiasmo.
Como si los hechos de la noche hubieran sido referidos por alguien de vuelta
a Tierra de Lobos, su padre y los padres de sus amigos, de alguna manera
habían sabido lo que sus hijos habían ido a hacer hasta Jacksonville. Cada niño
había recibido una charla, Chase incluido. Sólo que el padre de Chase, a
diferencia de los otros, no hablaba de la enfermedad ni de la discreción y demás.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

La charla que había recibido Chase había consistido en una sentencia


inolvidable:
—El que hace presa de los indefensos y ofrece monedas para tranquilizar su
conciencia, algún día será pisoteado y no encontrará consuelo en un dólar.
Al igual que con muchos de los dichos de su padre, había salido de allí pensando
en su significado durante casi un año después. No veía cómo tenía nada que ver
con su interludio la prostituta de J´ville. ¿Indefensa? Según sus cálculos, Clara
tenía más dinero en su cofre que una canasta de la colecta del domingo.
Entonces, una noche inolvidable cuando acompañó a su padre a Jacksonville
para asistir a la reunión de los mineros, Chase aprendió lo que su padre quería
decir. Después de esa reunión, todos los hombres habían vuelto a Tierra de
Lobos y se congregaron en el saloon. Varios de ellos, casados o no, había ido
arriba con ansia a visitar a May Belle, cuya brillante sonrisa parecía pegada a su
boca. Chase se escandalizó, porque la mayoría de los que se beneficiaron de sus
servicios eran los hombres que asistían a la iglesia regularmente y ni siquiera la
hubieran saludado a la pobre mujer con un asentimiento de cabeza si la
encontraran por la calle. Era bastante obvio para Chase que a nadie le
importaba nada acerca de los sentimientos de May Belle, si es que creían que
ella tenía de eso. Debido a que ella estaba haciéndose mayor y menguando su
atractivo, algunos de ellos ni siquiera querían pagarle su tarifa de diez dólares.
Cuando la prostituta fue envejeciendo al pie de su trabajo, ganaba cada día
menos con su negocio. Ese día que Chase acompañaba a su padre, Cazador de
Lobos, éste puso en la mano de la mujer cuarenta dólares en piezas de oro, lo
suficiente para ocho visitas, según los cálculos de Chase. Por un momento
horrible pensó que su padre, a quien siempre había creído que era perfecto,
planificaba traicionar a su madre y subir las escaleras. Pero entonces Cazador
de Lobos había dicho algo a May Belle, que Chase nunca olvidaría.
—Mi mujer dice que nuestra puerta sigue abierta. Vas a encontrar más amigos
dentro de nuestras paredes, si tus pasos te llevaran allí.
Ahora, nueve años más tarde, Chase se quedó mirando las ventanas del piso
superior del Lucky Nugget y se dio cuenta que el círculo de la vida nunca se
acababa. Los días de May Belle como un producto comercializable se habían
terminado, y una joven de aspecto angelical, con asustados ojos verdes, había
tomado su lugar.
—De no ser por la gracia de Dios estaríamos así todas las demás mujeres en
esta ciudad. Vosotros, los hombres no nos habéis dejado a las mujeres muchas
opciones cuando se trata de ganarnos nuestro pan—. Le había dicho Índigo.
Chase apoyó la cabeza contra el poste del porche y cerró los ojos, recordando la
puta joven que le había esquilmado hacía unos años. La amargura de siempre
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

brotó en su interior, pero aquí en Tierra de Lobos, con las lecciones de su


infancia que parecían susurrar a cada paso, tuvo un efecto diferente sobre él. En
lugar de sentirse justificado, se sentía culpable por pensar como lo hizo. Aun así,
dudaba que alguna vez fuese a cambiar. Algunas de las experiencias de la vida
marcan demasiado profundo, tanto que nunca podría escapar de ellas.
Franny, con los ojos verdes había hecho su cama, y por Dios, que podía dormir
en ella[3].
***
Sombras… Franny era lo único que sentía a su alrededor, cambiando,
susurrando, tocando. Pero ellos no eran reales. A veces, sus susurros sonaban
como preguntas, y si las preguntas encajaban en el diálogo de sus sueños, ella
respondía. De lo contrario, ni se molestaba. Nadie la pagaba por hablar, de
todos modos.
Cerró los ojos y se perdió en el sol. Estaba en la carreta en el camino a la
iglesia. La brisa de la mañana era dulce con el aroma de flores silvestres, y
Mamá iba cantando himnos. Franny apretó la cabeza de su pequeño hermano
Jason junto a su pecho y lo abrazó, dirigiendo su mirada desenfocada hacia el
campo de margaritas que pasaban. Su boca laxa extendió en una sonrisa
tonta. Pidió prestado un pañuelo de Mamá para limpiar la baba del labio
inferior de su hermanito.
—Di que me quieres. Quiero oírte decirlo.
El pecho de Franny se hinchó con la felicidad al oír hablar a Jason.

—Oh, sí. Te quiero.— Le alisó el pelo a Jason, preguntándose si él sabía lo


mucho que lo amaba, y cuánto lo seguiría amando a pesar de todo lo que
había tenido que hacer por él. La aflicción de Mamá era tremenda cosa. Por lo
menos Franny podía hacer la carga más ligera de su madre y cuidar de ella.
Pero la vida de Jason se había terminado antes de que comenzara, y ahora
vivía en un oscuro mundo del que nunca podría escapar. Y todo era culpa de
ella.

—Te quiero… realmente lo hago. Te amo con todo mi corazón.


La sombra se alejó, y Franny oyó tintinear monedas. Apretó la mejilla contra la
chenille de la colcha y volvió a sonreír.
Estaban en la iglesia ahora, y los monaguillos estaban caminando por los
pasillos para pasar las canastas de la colecta para el Pastor Elías. Franny se
inclinó sobre su hermana Alaina para dejarle el dinero de su madre para el
óbolo en su mano. Luego, guió su brazo para que pudiera abandonar su
diezmo a la canasta. A pesar que fuese Franny la que ganaba el dinero para
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

su familia, a su madre la gustaba encargarse de hacer una donación a la


iglesia, siendo ella viuda y cabeza de su hogar.
Otra sombra se movió sobre Franny. Oyó una voz que decía:
—Vamos a pasar un buen rato, cariño.
Ella le dio una sonrisa soñadora y le dijo:
—Oh, sí, un buen rato.
Ella estaba en la sala de casa. Era el cumpleaños de Ellen, y Franny tenía una
gran sorpresa para ella escondida detrás del sofá de crin, un par nuevo de
zapatos de tacón alto de Montgomery Ward y Compañía, sus primeros
zapatos de señorita. Antes de abrir los regalos, por supuesto, volverían a jugar
a sus juegos y comerían la tarta. Mamá estaba casi terminando de girar la
máquina de helados. Eso era algo que su mamá podría hacer sin la ayuda de
Franny, una vez que empezaba, parecía disfrutar. Probablemente porque lo
sentía necesario.
Con demasiada frecuencia Mamá se sentaba en el banquillo deseando poder
participar, con la cabeza inclinada para escuchar mejor, sus grandes ojos
grises fijos hacia delante. Franny sabía que no era fácil para ella estar
atrapada en la oscuridad de su ceguera.
Pero basta de pensamientos tristes. Este era un momento para celebrar.
¡Decimocuarto cumpleaños de Ellen! Franny casi no podía creer que su
hermana pequeña hubiera crecido tan rápido. ¡Oh, qué maravilloso día! Los
nueve iban a pasar unos momentos estupendos. Y a Jason le encantaba el
helado.
—Háblame, cariño. Dime que lo estás pasando bien.
Franny levantó su falda y dio vueltas alrededor de la sala abrazando a su
hermano Frankie. Ella le estaba enseñando a bailar a expensas de sus dedos de
los pies. Con diecisiete años, era una cabeza más alto que ella, y tenía los pies
gigantes que iban hacia todas las direcciones, menos en la forma que debieran.
Era rápido para aprender, sin embargo, y Franny estaba siempre muy
orgullosa de él. Se parecía tanto a su padre.
—Oh, eso es perfecto—, exclamó. —Me siento como si estuviera flotando en el
aire.
Frankie se sonrojó y dijo que bailar con ella era sentirse como el cielo. Franny
se rió. Le decía a veces las cosas más tontas.
Por fin, la sombra se alejó de Franny y oyó las monedas caer en su tocador.
Esperó a oír cerrarse la puerta; seguía con los ojos apretados y bien cerrados
para no vislumbrar la cara del hombre, en el derrame breve de luz que entraba
en su habitación desde el rellano. Hacerlo de otra manera significaría que

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

tendría que enfrentar la realidad, y a menos que se viera absolutamente


obligada, Franny evitaba hacer eso.
A los hombres que la visitaban no parecía importarles la manera poco ortodoxa
en la que proporcionaba sus servicios. Una mujer que se podría alquilar, eso era
todo lo que cualquiera de ellos realmente quería, y en un lugar tan pequeño
como Tierra de Lobos, no tenía que preocuparse por la competencia y se le
permitía su idiosincrasia. Estaba disponible desde el anochecer hasta la una de
la mañana, sin excepciones. Siempre en la oscuridad, un límite de tiempo de
treinta minutos, absolutamente sin extras. La mayoría de sus clientes que eran
asiduos aceptaron esas estipulaciones, sin dudarlo. La usaban el tiempo
asignado y se podía confiar que ellos dejaban fielmente su cuota sobre la
cómoda.
A veces, si un hombre tardaba poco, se podría quedar un rato mas en su
próxima visita a cubrir la diferencia. En las raras ocasiones cuando llegaban a la
ciudad algún extraño y quería compañía femenina, Gus, el dueño del salón,
explicaba las reglas y recogía el dinero para ella en la planta baja.
Así, guardaba a Franny de tener que hacer frente a cualquier transacción
comercial.
Para distanciarse aún más, Franny conjuró una imagen de los bajíos Creek, y
con la facilidad de una larga práctica, se deslizó rápidamente hacia allí.
Mediodía. Índigo y sus hijos. A medida que la imagen llegó con más claridad,
sonrió un poco viendose a sí misma en el ojo de su mente mientras caminaba a
través del agua, riendo un poco con Hunter, ya que se apresuraron a coger el
perro de agua que se escabullía.
Entonces su imagen en el sueño se tornó un escalofrío. Alguien la estaba
observando. Franny miró hacia el banco de sombra de los árboles. Un hombre
de cabello oscuro se sentó con sus hombros musculosos presionando contra un
roble, sus fuertes brazos descansando sobre una rodilla doblada. La brisa le
revolvió el pelo y lo colocó en ondas rebeldes a través de su alta frente. Sus ojos
azules ardientes la paralizaron. Ella no podía moverme, no podía respirar.
La forma en que la miró la hacía sentirse desnuda. Y mucho. Supuso que era el
hermano de Índigo, Chase. Pero a partir de la admiración que vio brillando en
sus ojos, sabía que él estaba en desventaja. Sin su maquillaje de la cara y con su
pelo rizado salvajemente, él no la reconoció.
Por un instante loco, Franny quiso que nunca lo hiciera. Era increíblemente
guapo, oscuro y atractivo, con un aura de poder que emanaba de su cuerpo
relajado. Su sonrisa maliciosa brillaba con dientes perfectos, de color blanco y
prestó a sus ojos azules un brillo irresistible. Ella había conocido a muchos

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Magia Comanche
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hombres, pero ninguno la hacía sentir así, como si hubiera estado esperando
toda su vida a poner los ojos en él.
En cuanto la sensación la envolvió, Franny se apartó. Tan hermoso como era,
Chase Lobos no era para ella. No sabía por qué, incluso haciéndose ilusiones
tontas. Lo último que necesitaba o quería en su vida era un hombre.
Con un suspiro de cansancio, retiró la imagen dentro de su cabeza y obligó a sus
ojos a abrirse para buscar las sombras. Estaba sola, y por su reloj interno,
supuso que su turno había terminado. Desde abajo llegaba el sonido de la
música, de la risa y el piano. Al apretar el cinturón de la bata, se deslizó de la
cama. Después de abrir la puerta para voltear el signo ocupado, corrió el
cerrojo. Luego se trasladó a través del espacio para el lavabo. Como era su
costumbre, se lavó todo el rastro de sus encuentros profesionales, antes de
encender la lámpara. Esta rutina hacía que todo pareciese menos real.
Cuando la sala estaba iluminada por la lámpara una vez más, hizo a un lado el
biombo que ocultaba su mesa de trabajo. Una sonrisa le tocó los labios mientras
se sentaba en su silla de costura y levantaba el vestido que estaba haciendo para
Alaina, que estaba a punto de cumplir dieciséis años. Rosa, su color favorito.
Franny sacó un alfiler de la almohadilla y reanudó la tarea de sujetar el volante
con el dobladillo.
En cuestión de segundos, los sonidos provenientes de la planta baja se
perdieron en el fondo, y se dio cuenta sólo de aquellas cosas familiares a su
alrededor que constituían su realidad. Su mirada se desplazó a la disposición de
las flores prensadas bajo un cristal a su lado, un regalo que ella estaba haciendo
para Índigo. En el asiento de su mecedora estaba su Biblia abierta, el pasaje en
el que había dejado de leer marcado con una cinta. Y sobre el borde de su nueva
máquina de coser, la funda de almohada, con una cara de payaso, que estaba
bordanLa luz del sol se inclinaba bajo el alero e iluminaba el moteado de las
tablas del paseo marítimo. Con el ancho y fruncido sombrero bien hacia
adelante, Franny se mantenía con la cabeza inclinada mientras se apresuraba
más allá de las tiendas. En la brisa de la mañana, los deliciosos olores de arce, la
canela y la levadura llegaban de la panadería. De la barbería vinieron los olores
mezclados de ron de bahía, la pasta de asentador de navajas, bergamota, y sales
de baño de los hombres.
Al pasar por la tienda de ropa, vislumbró un nuevo escaparate en la ventana y
redujo sus pasos para admirar a una señora vestida con una capa de primavera
hecha de tela perforada de Kersey negra, adornada con bordados de seda negro.
Fue precisamente el tipo de capa que Franny había estado pensando en hacer a
su madre, suficiente para asistir a la iglesia, pero no tan elegante que estaría

20
Magia Comanche
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fuera de lugar en la ciudad. El cuello elegante era de fino encaje negro, y el


sombrero Venecia a juego estaba clavado en el hombro del maniquí.

Por mucho que ansiaba quedarse y estudiar el patrón de la capa, no se atrevió.


Tal vez cuando visitara su casa el fin de semana siguiente, la tienda en Grants
Pass tendría capas de primavera de un diseño similar en stock.
Como se apresuró en su camino, oyó voces que venían a través de la puerta
abierta del almacén de ramos generales. Sam Jones y Elmira tenían unas cien
libras en sacos de patatas a precio especial, y pese a la temprana hora algunas de
las mujeres locales ya estaban fuera de casa para hacer sus compras diarias,
probablemente con la esperanza de obtener lo mejor. Franny no podía dejar de
envidiar a las mujeres a sus amistades casuales entre sí. Qué bueno sería no
tener miedo a ser reconocida, a ser capaz de mantener la cabeza en alto y
saludar a los transeúntes con una sonrisa.
No debía pensar en ello. Lanzando miradas a derecha e izquierda para
asegurarse de que el camino estaba despejado, se bajó del paseo marítimo y de
la calle. Mientras corría a través de la vía de tierra apisonada, oyó un silbido y
una voz de hombre. Ella no titubeó ni lo miró. El hombre la reconoció sólo
porque ser Franny, la ramera, la había visto antes andando furtivamente por la
ciudad llevando el gran sombrero que ocultaba su rostro. Si tuviera que quitarse
el sombrero y girar para enfrentarse a él, vería la poca similitud de esta Franny
con el pelo rizado y salvaje a la Franny pintada llamativamente dentro del Lucky
Nugget, la mujer que él creía que era.
Eso Franny no existía, en realidad no.
A medida que se acercaba a la casa de Índigo, Franny desaceleró sus pasos. No
había otras residencias en el extremo sur de la ciudad, sólo la escuela, y estaba
vacía ahora a causa del verano. Había pocas posibilidades de toparse con
alguien inesperado aquí.
Hoy, ella e Índigo habían planeado hacer melcocha* de agua salada. Una idea
loca con este calor, Franny lo sabía, pero no podía esperar para empezar. El
pequeño Hunter llevaba mucho tiempo esperando, cuando llegó con la
mantequilla en las manos y empezó a batirla. Con una sonrisa, Franny recordó
la última vez que había tirado la mezcla chiclosa. Su hermano menor Frankie
había perdido el control sobre el caramelo y aterrizó de plano en su parte
trasera.
Tomando una respiración profunda, se quitó el sombrero y levantó la cara al sol.
Los olores de la ciudad no llegaban tan lejos, allí el aire olía a pino y encina, un
aroma maravillosamente terroso que le resultó tan agradable como ninguna otra
cosa podría. Hasta el anochecer, cuando tendría que arrastrase de nuevo al
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Magia Comanche
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Lucky Nugget y asumir su identidad, esto, aquí y ahora, era su realidad, Índigo y
sus hijos y la mañana iluminada por el sol.
Era suficiente para Franny, porque sabía que tenía que ser así. Estaría
eternamente agradecida a Índigo por su amistad. Sin esa distracción, Franny
estaba segura que volvería loca a Stark Raving. Su economía hacía imposible
para ella visitar la casa de su familia más de un fin de semana al mes. Los
veintiocho días que se extendían como una eternidad en el medio serían
insoportables, si no fuera capaz de escapar de las trampas de mal gusto de la
berlina. Tenía un caso incurable de insomnio que sólo la dejaba dormir algunas
horas por la noche, y su labor de costura y artesanía tomaban sólo la parte de
sus horas de vigilia.
Las voces llegaban a Franny a través de las ventanas abiertas de la pequeña casa
de Índigo. Reconoció el tenor aterciopelado de Jake Rand y dedujo que se le
había hecho tarde para salir a trabajar. Queriendo evitarle, Franny se deslizó en
la esquina de la casa para esperar hasta que se fuese a la mina.
La sombra de un alto pino cayó sobre ella, y se apretó de nuevo contra la pared
de la casa. Marchitas lilas alfombraban el suelo, secos pétalos marchitos
rozarban sus zapatos. Cerrando los ojos, aspiró su perfume tenue y escuchó a la
familia Rand riendo juntos. Amelia Rose gritaba con alegría, y Franny recordó la
imagen de su padre lanzándola por los aires besándola antes de decir adiós. La
risa ronca de Hunter también llegó hasta ella.
Una vez, hacía mucho tiempo, Franny había tenido un padre amoroso como
Jake Rand. Aún podía recordar lo maravillosa que se había sentido cuando él la
abrazaba. Francie, la había llamado a ella, su niña Francie. Aunque Frank
Graham llevaba muerto casi diez años, sus recuerdos sobre él eran tan
preciosos que los llevaría con ella siempre.
—¿Espías?
La pregunta, pronunciada con una voz profunda, burlona, hizo saltar a Franny.
Se volvió y vio al hermano de Índigo, Chase Wolf, caminando hacia ella, dorado
con la luz del sol de la mañana, y en un momento, bañado al siguiente paso en
las sombras del árbol por encima de él. Él llevó a cabo una taza de cerámica azul
en una mano, un dedo fuerte y cerrado a través del asa, los nudillos callosos
sujetando su base. Vio la bocanada de vapor hacia arriba y adivinó que era una
taza de café recién hecho.
Para un hombre con las costillas rotas, se movía con una agilidad
desconcertante, sus largas piernas acortaron pronto la distancia entre ellos, sus
anchos hombros se movían al compás, con cada zancada.
El pelo de caoba estaba en la frente bronceada en ondas rebeldes. Sus ojos eran
de un azul oscuro en sorprendente contraste con su oscura piel india, mirándole
22
Magia Comanche
de Catherine Anderson

así, aún era demasiado fácil imaginarlo en las llanuras de Texas, asaltando y
saqueando, tal vez incluso secuestrando a las mujeres blancas.
Hoy vestía blue jeans y una camisa sin cuello, blanca, cosida simplemente, sin
dobladillo en las mangas que se doblaban sobre sus amplios antebrazos, la
pechera delantera desabrochada y colgando abierta para revelar los músculos de
su pecho y las tiras de vendas de muselina blanca con las que se vendó las
costillas. La camisa, gastada y suave de muchos lavados, marcando las líneas
musculares de su torso como una caricia, los faldones ligeramente metidos en
sus pantalones, abrazando la cintura delgada. Franny bajó su mirada a las botas,
las típicas de leñador, pesadas y gruesas, con suela de clavos, las usuales que
llevaba la mayoría de los madereros. Sin embargo, daba sus pasos con una
energía misteriosa, la gracia innata y el salvajismo de sus antepasados
Comanche evidente en cada movimiento.
Debido a que ya la había visto la cara de ayer, no tenía mucho sentido en
ponerse el sombrero de nuevo. Él la miró como si quisiera aprendérsela de
memoria, y un terrible presentimiento se apoderó de ella. Desvió la mirada, con
miedo de él sin saber ciertamente por qué.
Ridículo. Él no era nada para ella, sólo el hermano de Índigo, que estaba en su
casa para recuperarse de una lesión. No se quedaría en Tierra de Lobos lo
suficiente como para ser una amenaza para ella. Y si por casualidad se quedase,
¿por qué iba a querer hacerla daño?
Franny se obligó a mirar hacia él de nuevo y a continuación, deseó no haberlo
hecho. No habló, pero no había necesidad. Miró a sus ojos unos segundos, estos
parecían mantener un control implacable. Tenía la inquietante sensación que él
podía leer mucho más en su mirada de lo que ella deseaba. Ayer, en el arroyo, no
había tenido esta sensación sobre él, pero ahora se dio cuenta que podía ser tan
intuitivo sobre los sentimientos de los demás como su hermana. La
extraordinaria capacidad de Índigo para despojar las capas que ocultaban a una
persona no le molestó nunca a Franny, porque eran buenas amigas, y tenía toda
su confianza.
Chase Lobos era un caballo de un color diferente.
El destello de burla en sus ojos era muy diferente al que ella había conocido
ayer. Duro, y de alguna manera, mezclado con deseo carnal. Él había sabido la
verdad acerca de ella, lo veía escrito en su rostro.
Franny tenía un loco deseo de correr. Pero no pudo. Su mirada se quedó
estática. Como si supiera que estaba atrapada, él sonrió lentamente, con la boca
elevada levemente en las esquinas, de una manera que hizo latir corazón.

23
Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Tenemos una hermosa mañana, ¿no?— Su tono era bajo y de seda, ni mucho
menos amenazante o desagradable, sin embargo, sus nervios vibraba con cada
inflexión de su voz.
A medida que se acercó más, su cercanía la hacía sentirse empequeñecida.
Supuso que como él media más de seis pies, una altura extraordinaria, sin duda,
heredada de su padre que estaba muy por encima de la mayoría de los hombres
de la comunidad. Para ampliar su estatura, tenía la musculatura enorme de
alguien que constantemente se enfrentaba contra los elementos. Su aroma,
agudizado por la humedad de la mañana, se trasladó a su alrededor. Sus fosas
nasales recogieron los rastros de la bergamota y el jabón, que reconoció como
los ingredientes del jabón de afeitar, y ron de bahía mezclada con glicerina, que
se utiliza en forma líquida casera cómo champú. En otro hombre la combinación
de olores podría parecer común, tal vez hasta mundana, pero en Chase Lobos, le
envolvían de forma potente y masculina.
Como no quería hacerle saber que su tamaño la intimidaba, Franny se aplastó
contra la casa. Como si él hubiera percibido su derrota y lo encontrase divertido,
su sonrisa se profundizó mientras la examinaba. Esos ojos… Eran tan intensos y
oscuros, de un azul increíble, llenos de fuerza, pestañas sedosas del mismo tono
de su pelo. Cuando volvió a mirar dentro de ellos, le resultó difícil pensar con
claridad, y mucho menos dar respuestas inteligentes.
—Eres un rompecabezas—, murmuró. —Y nunca he sido capaz de resistirme a
un buen juego.
Franny trató de tragar, pero su garganta se negó a trabajar. No importaba,
porque su boca estaba tan seca como el polvo.
—Yo… tengo que irme.
—No saldrás corriendo.
Su expresión todavía traviesa pero con arrogante marcialidad, llegó a ella.
Franny se estremeció cuando sus dedos fuertes le rozaron la oreja. A medida
que su mano iba hacia atrás, vio que sacaba una moneda de oro reluciente. Con
sus dedos mágicos la puso, brillante, en su mano, la elevó y la tomó dentro del
círculo de sus dedos pulgar e índice.
Pasando el dinero delante de ella, le dijo con voz de seda,
—Diez dólares. Puedo hacerlos aparecer por arte de magia.— Su mirada se
perdía perezosamente en su corpiño. —Y hay más de donde vino esto. —Sus
dientes blancos brillaron mientras hablaba, y sus ojos se calentaron con la
invitación descarada.— ¿Cuántos de diez dólares en monedas de oro tendría que
encontrar detrás de esa orejita, para que pasaras esta mañana conmigo?
Franny se sintió tan humillada que quería hacer una madriguera en la tierra y
desaparecer.
24
Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¿Esta mañana?
—Esta mañana—, repitió él. Entrecerrando los ojos, miró a través de las ramas
de pino al cielo sin nubes. —Es un día perfecto para encontrar un lugar privado
a lo largo del río, en algún lugar tranquilo y lejos, estupendo para pasar unas
horas con una joven muy bonita y servicial.
Ella parpadeó, no del todo segura de cómo manejar esto. Los hombres a veces
trataban de pararla por la calle, pero se las había arreglado siempre para
evitarlos. Chase Lobos estaba tan cerca que se sentía como un pedazo de carne
entre dos rebanadas de pan, la casa en su espalda, el pecho masculino
bloqueando su escape.
—Yo…eh…— Buscó desesperadamente algo que decir. —No veo a caballeros
fuera del saloon.
—No soy un caballero.— Giró la moneda ante su nariz. —¿Cuánto, Franny? ¿Qué
te parecen quince? Si eres talentosa en el comercio, voy a subir en otros cinco,
¿y lo dejamos en veinte? Me atrevería a decir que es el doble de lo que sueles
ganar.
—No.
Con un giro amplio de su muñeca, vació el contenido de su taza de café sobre la
hierba. Apoyando un brazo contra la casa, se acercó más y acarició su labio
inferior con la moneda. La luz burlona de sus ojos desapareció para ser
reemplazada por una mirada brillante.
—¿Cuál es tu juego?
—¿Perdón?
Él se rió, el sonido salió entrecortado en tono burlón.
—Oh, eres buena. ¿Practicas lo que haces con tus ojos frente a un espejo, o te
nace de forma natural?
Franny no tenía la menor idea de lo que quería decir.
—¿Qué cosa? No tiene ningún sentido, señor Lobos.
—Voy a ser un poco más claro a continuación. ¿Por qué una mujer de tu
condición quiere pasar tanto tiempo con una mujer dulce y joven como mi
hermana? ¿Qué sacas de esto? Y por favor no me digas que te gusta jugar a la
niñera de sus dos hijos.
¿Una mujer de su condición? Franny se oyó a sí misma, la habían descrito en
términos mucho más bajos, pero aun así dolía.
—Índigo es mi amiga. Me gusta estar con ella, eso es todo.
—Tonterías—, disparó él-. —Conozco a las de tu clase, y creo que siempre tenéis
motivaciones ocultas. ¿Es el dinero? ¿Esperas conseguir sus simpatías, y
obtener ganancia con ello en sus bolsillos?
—No,— Franny negó débilmente. —Eso nunca.
25
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Él la hizo callar al presionar firmemente la moneda en contra de su boca.


—Escúchame, y escúchame bien. Puedes engañar a algunas personas, parte del
tiempo, es decir, a Índigo y Jake, pero no puedes engañar a todo el pueblo todo
el tiempo, o sea, yo. Mantente alejada de mi hermana y sus hijos. Lo último que
necesita es una putita lastimosa jugando con su simpatía y echar a perder su
vida.
La indignación prestó a Franny un destello de coraje. Liberando sus labios, dijo:
—Creo que está yendo más allá de sus límites, señor Lobos. Cuando Índigo me
diga que me mantenga lejos de ellos, con mucho gusto cumpliré, pero gente
como usted, no tiene por que darme órdenes.
—¿No lo harás? Permíteme enumerar un par de hechos para ti, mejillas dulces.
La prostitución es algo muy poco respetable. Una palabra aquí y allá,
chismeando que mi hermana y tu teneis algún tipo de relación amistosa, y todas
las señoras de esta ciudad, estarán calentando sus calderos, para desplumar a
mi familia como pollos. ¿Me entiendes?
Franny ciertamente no necesitamos que la pintara una imagen de ello. A más de
una mujer en su profesión, se la había echado de un pueblo, por salirse de sus
rieles.
—Yo nunca haría nada que…
—Nada—, dijo interrumpiéndola. —No es personal, cariño. Pero el mero hecho
de verlo por mi mismo. Todos los miembros de mi familia, desde mi padre para
abajo, son demasiado ingenuos para conocer tu juego. Pero eso mismo no puede
decirse de mí. Sálvate a ti misma de un montón de dolores de cabeza, ¿eh?
Mantente alejado de mi hermana, y tu y yo, nos llevaremos muy bien.
En lugar de encontrarse con su mirada, Franny miró a su nariz, a la moneda. Se
dio cuenta ahora de que no había sido en serio su propuesta. La había usado
cómo una apertura, para darle una advertencia. Ella no quería tener problemas,
sobre todo, no de un hombre de la clase de Chase Lobos. Fuese o no el hermano
de Índigo, tenía un extremo peligroso y si no conseguía lo que se proponía, tenía
la sensación de que iría a por sangre. No podía permitirse un escándalo. Grants
Pass estaba tan sólo a cuarenta millas de distancia, una distancia suficiente para
garantizar que ninguno de sus clientes fuesen hombres de su ciudad natal, pero
una noticia así, podría llegar con facilidad desde Tierra de Lobos.
—¿Nos entendemos?— le preguntó en voz baja.
—Sí—, susurró ella, incapaz de decir nada más. El verano se tornó sombrío sin la
esperanza de la amistad de Índigo, Franny se imaginó que tendría que apartarse
de ellos, y del camino de Chase, al menos hasta que volviese a los campamentos
madereros.
—Tal como pensé, una chica inteligente.
26
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Chase se enderezó y le dejó un poco más de espacio, Franny cerró los ojos en
una oleada de náuseas. Rezó para no avergonzarse a sí misma vaciando el
contenido de su pobre estómago en todas sus botas. Cuando se sintió un poco
más bajo control, levantó sus pestañas para encontrarlo mirándola con una
expresión incierta nublándole la mirada. En ese instante, Chase Lobos supo que
bajo una armadura de acero, ella tenía otro lado merecedor de compasión.
Lamentó ser tan cruel.
Franny se sentía sofocada por su cercanía y olor masculino, que respiraba a su
alrededor. Después de todo, él había dicho lo que había venido a decir.
Seguramente la había visto dejar el salón esta mañana y la siguió hasta aquí, lo
que explicaba su encuentro casual. Una emboscada, más bien.
Para su sorpresa y consternación, antes de que se las arreglase para quedar
completamente fuera de su alcance, la agarró del brazo y la llevó a su lado.
Sintió como si sus dedos la quemaran al agarrarse del brazo sobre la manga de
su vestido.
Se le puso piel de gallina, y se esforzó para no temblar. Lanzándole una mirada
de asombro e inquisidora, esperó a que le hiciese aun mas sangre con su lengua
afilada cómo hoja de afeitar. En lugar de eso, le deslizó la pieza de oro en su
mano y forzó a sus dedos a cerrarse en torno a la moneda. En el momento en
que relajó su agarre, Franny hizo lo mismo y dejando que el dinero cayese sin
hacer ruido en la hierba. Ella no tenía intención de dejar que salvase su
conciencia con tanta facilidad.
Le sostuvo la mirada, esperando que él notara su desprecio en sus ojos. Era tan
fácil para él condenarla. Si tuviese que buscar un trabajo en Tierra de Lobos,
probablemente podría tener una oferta de media docena a su disposición antes
del mediodía, y todos ofreciéndole un salario decente. ¿Pensaba que ella no
sería capaz de trabajar en una maderera a la par que él, si alguien la contratase?
¿Realmente creía que a ella le gustaba la forma en que se ganaba la vida? Dios lo
perdonase, si sólo él supiese lo que era para ella, no sería tan hipócrita.
En el instante en que le soltó el brazo, Franny recogió sus faldas y dio un paso a
través de la hierba húmeda de rocío, resistiendo el impulso de correr. No le
daría esa satisfacción.
Chase se quedó mirando alejarse a Franny, tenía un nudo en la garganta con
una emoción que no podía nombrar. Esa mirada en sus ojos. Creyó que nunca
sería capaz de borrarla de su mente. No sólo era desprecio, sino una herida que
corría demasiado profundo para las lágrimas. Al verla, no pudo evitar hacer una
comparación entre ella y todas las otras prostitutas que había conocido jamás.
No había ninguna similitud. Sea la que fuese su profesión, Franny tenía la
marca de una dama. Incluso la forma de moverse era formal y correcta.
27
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Un destello brillante llamó la atención de su mirada, y buscó hacia abajo para


ver la pieza de oro tirada en la hierba a sus pies, donde la había dejado caer. Así
que ella despreció su dinero, ¿verdad? Se paró ante la moneda, mirándola sin
ver, reacio a recogerla. Por todo lo que le importaba, podía yacer ahí
eternamente y crecer musgo por encima.
—¿Qué le has dicho?
La voz acusadora de Índigo lo azotó a través del aire de la mañana y le hizo girar
la cabeza para verla. La miró fijamente, como reacio a admitir lo que había
dicho, tan reacio o más que estaba para recuperar su dinero.
—Nada que no necesitara decir.
Con sus ojos azules heridos y sin darle tregua, Índigo se abrazó a su cintura y
luego se acercó a él.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué necesitabas decirle, Chase?
Hacía mucho tiempo que Chase no se había sentido como un niño llamado para
una regañina. Enojado, de que se le hiciese sentir culpable, cuando su único
delito había sido intentar protegerla, tragó humedecer la garganta.
—Una puta no tiene por qué ser como uña y carne con una joven decente. Eres
demasiado dulce para tu propio bien, cariño. ¿Qué pasa con tu reputación? Y si
tú no estimas eso, ¿qué pasa con tus hijos? Cuando alcancen la edad escolar,
¿quieres que se sientan humillados, por que los demás niños susurren acerca de
su madre y la compañía que mantiene?
Los ojos de Índigo se agrandaron y su tez bruñida, naturalmente, se puso
mortalmente pálida. Miró hacia abajo, vio la pieza de oro a sus pies, y se
lamentó.
—Oh, Chase, ¿qué has hecho?
—Lo que tenía que hacer—, respondió él con suavidad. —Sé que te preocupas
por ella, Índigo. Pero tu no puede tomar los males del mundo sobre tus
hombros. Franny ha elegido su camino. No debes estar a su lado. Tú tienes una
familia en que pensar.
Las lágrimas llenaron los ojos de Índigo, y su boca comenzó a temblar.
—Índigo—, comenzó.
—No—, dijo ella con voz temblorosa. —Por favor, no digas nada más. Creo que
ya has dicho bastante.
Chase no podía creer su reacción. Es cierto que había esperado que ella se
molestase.¿Pero esto? Lo que había hecho nadie con sentido común lo
cuestionaría. No pudo creerlo,
—Sé que estás enfadada conmigo en este momento—, repuso suavemente —,
pero con el tiempo verás que sólo lo hago por ti. En tu propio interés.
—¿Y qué hay del interés de Franny? Soy la única amiga que tiene, Chase.
28
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Dio un resoplido despectivo.


—¿Desde cuándo las putas esperan tener amigos? Jesús, Índigo, seguro que no
puedes ser tan ingenua.
—¿Soy ingenua? ¿Y que hay de la compasión? Y ya que estamos en el tema de no
poder creer, no puedo creer lo mucho que tu has cambiado.
—Índigo …— lo intentó de nuevo.
—No digas Índigo. Quiero que vayas directamente al Lucky Nugget y pidas
disculpas a Franny. Lo digo en serio, Chase Kelly. Ella no va a volver a visitarme
hasta que lo hagas.
—Bien.
—¿Bien? Chase, vas a pedirle disculpas, así que ayúdame.
—¿Disculparme?— se hizo eco. —¿Por qué?
Índigo le volvió la cara.
—Hasta que no te des cuenta de eso por ti mismo, tal vez sería mejor que no
vinieras mas por aquí.
—¿Cómo dices?
Se dio la vuelta, y fijó su acusadora mirada en él.
—Ya me has oído. Si yo voy a proteger a mis hijos de toda la fealdad en este
mundo, tal vez debería empezar a protegerlos de ti.
—¿En serio?
—En serio.
Chase podía ver que hablaba en serio. Olvidándose de sus costillas, se inclinó
para recoger su taza y tuvo dificultades para enderezarse. Índigo se acercó a
agarrar su brazo. Él se apartó.
—No me toques. Mi maldad puede ser contagiosa.
—Oh, Chase—, dijo ella con voz temblorosa. —Ni siquiera te conozco. ¿Dónde ha
ido mi hermano?
—Al infierno y de regreso,— poco a poco se alejó. —Tu vives aquí, en tu pequeño
mundo protegido y crees que lo sabes todo. La verdad es que, Índigo, no sabes
nada acerca de las mujeres como Franny. Ninguno de vosotros saben nada. Yo
sólo estaba tratando de ayudar. Pero, ¡hey! Si este es el agradecimiento que voy
a conseguir, ¿a qué molestarme? Aprende tu lección como lo hice yo, con
mujeres como Franny, por las malas. Eso sí, no vengáis luego quejándoos,
cuando empiece a mostrar su verdadero color.
Con eso, se alejó tan furioso con ella que casi temblaba. Al diablo con ella. Para
ser alguien tan contraria a criticar la conducta de alguien, no había dudado en
juzgarlo, y con rudeza.
do para su hermano Jason.

29
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Franny buscó con el pie el pedal de la máquina de coser. Su día de duro trabajo
había terminado, y ahora podría trabajar en el vestido de su hermana, una
hermosa pieza, sin otra interrupción. Esto era la realidad, se aseguró a sí misma.
Y todo lo que realmente importaba. Sus recuerdos vagos de lo que había pasado
antes fueron enviados a ese rincón oscuro, y secreto de su mente donde las
pesadillas sólo acechaban.
3
La luz del sol se inclinaba bajo el alero e iluminaba el moteado de las tablas del paseo
marítimo. Con el ancho y fruncido sombrero bien hacia adelante, Franny se mantenía
con la cabeza inclinada mientras se apresuraba más allá de las tiendas. En la brisa de la
mañana, los deliciosos olores de arce, la canela y la levadura llegaban de la panadería.
De la barbería vinieron los olores mezclados de ron de bahía, la pasta de asentador de
navajas, bergamota, y sales de baño de los hombres.
Al pasar por la tienda de ropa, vislumbró un nuevo escaparate en la ventana y redujo
sus pasos para admirar a una señora vestida con una capa de primavera hecha de tela
perforada de Kersey negra, adornada con bordados de seda negro. Fue precisamente el
tipo de capa que Franny había estado pensando en hacer a su madre, suficiente para
asistir a la iglesia, pero no tan elegante que estaría fuera de lugar en la ciudad. El cuello
elegante era de fino encaje negro, y el sombrero Venecia a juego estaba clavado en el
hombro del maniquí.

Por mucho que ansiaba quedarse y estudiar el patrón de la capa, no se atrevió. Tal vez
cuando visitara su casa el fin de semana siguiente, la tienda en Grants Pass tendría
capas de primavera de un diseño similar en stock.
Como se apresuró en su camino, oyó voces que venían a través de la puerta abierta del
almacén de ramos generales. Sam Jones y Elmira tenían unas cien libras en sacos de
patatas a precio especial, y pese a la temprana hora algunas de las mujeres locales ya
estaban fuera de casa para hacer sus compras diarias, probablemente con la esperanza
de obtener lo mejor. Franny no podía dejar de envidiar a las mujeres a sus amistades
casuales entre sí. Qué bueno sería no tener miedo a ser reconocida, a ser capaz de
mantener la cabeza en alto y saludar a los transeúntes con una sonrisa.
No debía pensar en ello. Lanzando miradas a derecha e izquierda para asegurarse de
que el camino estaba despejado, se bajó del paseo marítimo y de la calle. Mientras
corría a través de la vía de tierra apisonada, oyó un silbido y una voz de hombre. Ella no
titubeó ni lo miró. El hombre la reconoció sólo porque ser Franny, la ramera, la había
visto antes andando furtivamente por la ciudad llevando el gran sombrero que ocultaba
su rostro. Si tuviera que quitarse el sombrero y girar para enfrentarse a él, vería la poca
similitud de esta Franny con el pelo rizado y salvaje a la Franny pintada llamativamente
dentro del Lucky Nugget, la mujer que él creía que era.
Eso Franny no existía, en realidad no.

30
Magia Comanche
de Catherine Anderson

A medida que se acercaba a la casa de Índigo, Franny desaceleró sus pasos. No había
otras residencias en el extremo sur de la ciudad, sólo la escuela, y estaba vacía ahora a
causa del verano. Había pocas posibilidades de toparse con alguien inesperado aquí.
Hoy, ella e Índigo habían planeado hacer melcocha* de agua salada. Una idea loca con
este calor, Franny lo sabía, pero no podía esperar para empezar. El pequeño Hunter
llevaba mucho tiempo esperando, cuando llegó con la mantequilla en las manos y
empezó a batirla. Con una sonrisa, Franny recordó la última vez que había tirado la
mezcla chiclosa. Su hermano menor Frankie había perdido el control sobre el caramelo
y aterrizó de plano en su parte trasera.
Tomando una respiración profunda, se quitó el sombrero y levantó la cara al sol. Los
olores de la ciudad no llegaban tan lejos, allí el aire olía a pino y encina, un aroma
maravillosamente terroso que le resultó tan agradable como ninguna otra cosa podría.
Hasta el anochecer, cuando tendría que arrastrase de nuevo al Lucky Nugget y asumir
su identidad, esto, aquí y ahora, era su realidad, Índigo y sus hijos y la mañana
iluminada por el sol.
Era suficiente para Franny, porque sabía que tenía que ser así. Estaría eternamente
agradecida a Índigo por su amistad. Sin esa distracción, Franny estaba segura que
volvería loca a Stark Raving. Su economía hacía imposible para ella visitar la casa de su
familia más de un fin de semana al mes. Los veintiocho días que se extendían como una
eternidad en el medio serían insoportables, si no fuera capaz de escapar de las trampas
de mal gusto de la berlina. Tenía un caso incurable de insomnio que sólo la dejaba
dormir algunas horas por la noche, y su labor de costura y artesanía tomaban sólo la
parte de sus horas de vigilia.
Las voces llegaban a Franny a través de las ventanas abiertas de la pequeña casa de
Índigo. Reconoció el tenor aterciopelado de Jake Rand y dedujo que se le había hecho
tarde para salir a trabajar. Queriendo evitarle, Franny se deslizó en la esquina de la casa
para esperar hasta que se fuese a la mina.
La sombra de un alto pino cayó sobre ella, y se apretó de nuevo contra la pared de la
casa. Marchitas lilas alfombraban el suelo, secos pétalos marchitos rozarban sus
zapatos. Cerrando los ojos, aspiró su perfume tenue y escuchó a la familia Rand riendo
juntos. Amelia Rose gritaba con alegría, y Franny recordó la imagen de su padre
lanzándola por los aires besándola antes de decir adiós. La risa ronca de Hunter
también llegó hasta ella.
Una vez, hacía mucho tiempo, Franny había tenido un padre amoroso como Jake Rand.
Aún podía recordar lo maravillosa que se había sentido cuando él la abrazaba. Francie,
la había llamado a ella, su niña Francie. Aunque Frank Graham llevaba muerto casi
diez años, sus recuerdos sobre él eran tan preciosos que los llevaría con ella siempre.
—¿Espías?
La pregunta, pronunciada con una voz profunda, burlona, hizo saltar a Franny. Se
volvió y vio al hermano de Índigo, Chase Wolf, caminando hacia ella, dorado con la luz
del sol de la mañana, y en un momento, bañado al siguiente paso en las sombras del
árbol por encima de él. Él llevó a cabo una taza de cerámica azul en una mano, un dedo

31
Magia Comanche
de Catherine Anderson

fuerte y cerrado a través del asa, los nudillos callosos sujetando su base. Vio la
bocanada de vapor hacia arriba y adivinó que era una taza de café recién hecho.
Para un hombre con las costillas rotas, se movía con una agilidad desconcertante, sus
largas piernas acortaron pronto la distancia entre ellos, sus anchos hombros se movían
al compás, con cada zancada.
El pelo de caoba estaba en la frente bronceada en ondas rebeldes. Sus ojos eran de un
azul oscuro en sorprendente contraste con su oscura piel india, mirándole así, aún era
demasiado fácil imaginarlo en las llanuras de Texas, asaltando y saqueando, tal vez
incluso secuestrando a las mujeres blancas.
Hoy vestía blue jeans y una camisa sin cuello, blanca, cosida simplemente, sin
dobladillo en las mangas que se doblaban sobre sus amplios antebrazos, la pechera
delantera desabrochada y colgando abierta para revelar los músculos de su pecho y las
tiras de vendas de muselina blanca con las que se vendó las costillas. La camisa, gastada
y suave de muchos lavados, marcando las líneas musculares de su torso como una
caricia, los faldones ligeramente metidos en sus pantalones, abrazando la cintura
delgada. Franny bajó su mirada a las botas, las típicas de leñador, pesadas y gruesas,
con suela de clavos, las usuales que llevaba la mayoría de los madereros. Sin embargo,
daba sus pasos con una energía misteriosa, la gracia innata y el salvajismo de sus
antepasados Comanche evidente en cada movimiento.
Debido a que ya la había visto la cara de ayer, no tenía mucho sentido en ponerse el
sombrero de nuevo. Él la miró como si quisiera aprendérsela de memoria, y un terrible
presentimiento se apoderó de ella. Desvió la mirada, con miedo de él sin saber
ciertamente por qué.
Ridículo. Él no era nada para ella, sólo el hermano de Índigo, que estaba en su casa
para recuperarse de una lesión. No se quedaría en Tierra de Lobos lo suficiente como
para ser una amenaza para ella. Y si por casualidad se quedase, ¿por qué iba a querer
hacerla daño?
Franny se obligó a mirar hacia él de nuevo y a continuación, deseó no haberlo hecho.
No habló, pero no había necesidad. Miró a sus ojos unos segundos, estos parecían
mantener un control implacable. Tenía la inquietante sensación que él podía leer
mucho más en su mirada de lo que ella deseaba. Ayer, en el arroyo, no había tenido esta
sensación sobre él, pero ahora se dio cuenta que podía ser tan intuitivo sobre los
sentimientos de los demás como su hermana. La extraordinaria capacidad de Índigo
para despojar las capas que ocultaban a una persona no le molestó nunca a Franny,
porque eran buenas amigas, y tenía toda su confianza.
Chase Lobos era un caballo de un color diferente.
El destello de burla en sus ojos era muy diferente al que ella había conocido ayer. Duro,
y de alguna manera, mezclado con deseo carnal. Él había sabido la verdad acerca de
ella, lo veía escrito en su rostro.
Franny tenía un loco deseo de correr. Pero no pudo. Su mirada se quedó estática. Como
si supiera que estaba atrapada, él sonrió lentamente, con la boca elevada levemente en
las esquinas, de una manera que hizo latir corazón.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Tenemos una hermosa mañana, ¿no?— Su tono era bajo y de seda, ni mucho menos
amenazante o desagradable, sin embargo, sus nervios vibraba con cada inflexión de su
voz.
A medida que se acercó más, su cercanía la hacía sentirse empequeñecida. Supuso que
como él media más de seis pies, una altura extraordinaria, sin duda, heredada de su
padre que estaba muy por encima de la mayoría de los hombres de la comunidad. Para
ampliar su estatura, tenía la musculatura enorme de alguien que constantemente se
enfrentaba contra los elementos. Su aroma, agudizado por la humedad de la mañana,
se trasladó a su alrededor. Sus fosas nasales recogieron los rastros de la bergamota y el
jabón, que reconoció como los ingredientes del jabón de afeitar, y ron de bahía
mezclada con glicerina, que se utiliza en forma líquida casera cómo champú. En otro
hombre la combinación de olores podría parecer común, tal vez hasta mundana, pero
en Chase Lobos, le envolvían de forma potente y masculina.
Como no quería hacerle saber que su tamaño la intimidaba, Franny se aplastó contra la
casa. Como si él hubiera percibido su derrota y lo encontrase divertido, su sonrisa se
profundizó mientras la examinaba. Esos ojos… Eran tan intensos y oscuros, de un azul
increíble, llenos de fuerza, pestañas sedosas del mismo tono de su pelo. Cuando volvió a
mirar dentro de ellos, le resultó difícil pensar con claridad, y mucho menos dar
respuestas inteligentes.
—Eres un rompecabezas—, murmuró. —Y nunca he sido capaz de resistirme a un buen
juego.
Franny trató de tragar, pero su garganta se negó a trabajar. No importaba, porque su
boca estaba tan seca como el polvo.
—Yo… tengo que irme.
—No saldrás corriendo.
Su expresión todavía traviesa pero con arrogante marcialidad, llegó a ella. Franny se
estremeció cuando sus dedos fuertes le rozaron la oreja. A medida que su mano iba
hacia atrás, vio que sacaba una moneda de oro reluciente. Con sus dedos mágicos la
puso, brillante, en su mano, la elevó y la tomó dentro del círculo de sus dedos pulgar e
índice.
Pasando el dinero delante de ella, le dijo con voz de seda,
—Diez dólares. Puedo hacerlos aparecer por arte de magia.— Su mirada se perdía
perezosamente en su corpiño. —Y hay más de donde vino esto. —Sus dientes blancos
brillaron mientras hablaba, y sus ojos se calentaron con la invitación descarada.—
¿Cuántos de diez dólares en monedas de oro tendría que encontrar detrás de esa
orejita, para que pasaras esta mañana conmigo?
Franny se sintió tan humillada que quería hacer una madriguera en la tierra y
desaparecer.
—¿Esta mañana?
—Esta mañana—, repitió él. Entrecerrando los ojos, miró a través de las ramas de pino
al cielo sin nubes. —Es un día perfecto para encontrar un lugar privado a lo largo del
río, en algún lugar tranquilo y lejos, estupendo para pasar unas horas con una joven
muy bonita y servicial.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Ella parpadeó, no del todo segura de cómo manejar esto. Los hombres a veces trataban
de pararla por la calle, pero se las había arreglado siempre para evitarlos. Chase Lobos
estaba tan cerca que se sentía como un pedazo de carne entre dos rebanadas de pan, la
casa en su espalda, el pecho masculino bloqueando su escape.
—Yo…eh…— Buscó desesperadamente algo que decir. —No veo a caballeros fuera del
saloon.
—No soy un caballero.— Giró la moneda ante su nariz. —¿Cuánto, Franny? ¿Qué te
parecen quince? Si eres talentosa en el comercio, voy a subir en otros cinco, ¿y lo
dejamos en veinte? Me atrevería a decir que es el doble de lo que sueles ganar.
—No.
Con un giro amplio de su muñeca, vació el contenido de su taza de café sobre la hierba.
Apoyando un brazo contra la casa, se acercó más y acarició su labio inferior con la
moneda. La luz burlona de sus ojos desapareció para ser reemplazada por una mirada
brillante.
—¿Cuál es tu juego?
—¿Perdón?
Él se rió, el sonido salió entrecortado en tono burlón.
—Oh, eres buena. ¿Practicas lo que haces con tus ojos frente a un espejo, o te nace de
forma natural?
Franny no tenía la menor idea de lo que quería decir.
—¿Qué cosa? No tiene ningún sentido, señor Lobos.
—Voy a ser un poco más claro a continuación. ¿Por qué una mujer de tu condición
quiere pasar tanto tiempo con una mujer dulce y joven como mi hermana? ¿Qué sacas
de esto? Y por favor no me digas que te gusta jugar a la niñera de sus dos hijos.
¿Una mujer de su condición? Franny se oyó a sí misma, la habían descrito en términos
mucho más bajos, pero aun así dolía.
—Índigo es mi amiga. Me gusta estar con ella, eso es todo.
—Tonterías—, disparó él-. —Conozco a las de tu clase, y creo que siempre tenéis
motivaciones ocultas. ¿Es el dinero? ¿Esperas conseguir sus simpatías, y obtener
ganancia con ello en sus bolsillos?
—No,— Franny negó débilmente. —Eso nunca.
Él la hizo callar al presionar firmemente la moneda en contra de su boca.
—Escúchame, y escúchame bien. Puedes engañar a algunas personas, parte del tiempo,
es decir, a Índigo y Jake, pero no puedes engañar a todo el pueblo todo el tiempo, o sea,
yo. Mantente alejada de mi hermana y sus hijos. Lo último que necesita es una putita
lastimosa jugando con su simpatía y echar a perder su vida.
La indignación prestó a Franny un destello de coraje. Liberando sus labios, dijo:
—Creo que está yendo más allá de sus límites, señor Lobos. Cuando Índigo me diga que
me mantenga lejos de ellos, con mucho gusto cumpliré, pero gente como usted, no tiene
por que darme órdenes.
—¿No lo harás? Permíteme enumerar un par de hechos para ti, mejillas dulces. La
prostitución es algo muy poco respetable. Una palabra aquí y allá, chismeando que mi
hermana y tu teneis algún tipo de relación amistosa, y todas las señoras de esta ciudad,
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

estarán calentando sus calderos, para desplumar a mi familia como pollos. ¿Me
entiendes?
Franny ciertamente no necesitamos que la pintara una imagen de ello. A más de una
mujer en su profesión, se la había echado de un pueblo, por salirse de sus rieles.
—Yo nunca haría nada que…
—Nada—, dijo interrumpiéndola. —No es personal, cariño. Pero el mero hecho de verlo
por mi mismo. Todos los miembros de mi familia, desde mi padre para abajo, son
demasiado ingenuos para conocer tu juego. Pero eso mismo no puede decirse de mí.
Sálvate a ti misma de un montón de dolores de cabeza, ¿eh? Mantente alejado de mi
hermana, y tu y yo, nos llevaremos muy bien.
En lugar de encontrarse con su mirada, Franny miró a su nariz, a la moneda. Se dio
cuenta ahora de que no había sido en serio su propuesta. La había usado cómo una
apertura, para darle una advertencia. Ella no quería tener problemas, sobre todo, no de
un hombre de la clase de Chase Lobos. Fuese o no el hermano de Índigo, tenía un
extremo peligroso y si no conseguía lo que se proponía, tenía la sensación de que iría a
por sangre. No podía permitirse un escándalo. Grants Pass estaba tan sólo a cuarenta
millas de distancia, una distancia suficiente para garantizar que ninguno de sus clientes
fuesen hombres de su ciudad natal, pero una noticia así, podría llegar con facilidad
desde Tierra de Lobos.
—¿Nos entendemos?— le preguntó en voz baja.
—Sí—, susurró ella, incapaz de decir nada más. El verano se tornó sombrío sin la
esperanza de la amistad de Índigo, Franny se imaginó que tendría que apartarse de
ellos, y del camino de Chase, al menos hasta que volviese a los campamentos
madereros.
—Tal como pensé, una chica inteligente.
Chase se enderezó y le dejó un poco más de espacio, Franny cerró los ojos en una
oleada de náuseas. Rezó para no avergonzarse a sí misma vaciando el contenido de su
pobre estómago en todas sus botas. Cuando se sintió un poco más bajo control, levantó
sus pestañas para encontrarlo mirándola con una expresión incierta nublándole la
mirada. En ese instante, Chase Lobos supo que bajo una armadura de acero, ella tenía
otro lado merecedor de compasión. Lamentó ser tan cruel.
Franny se sentía sofocada por su cercanía y olor masculino, que respiraba a su
alrededor. Después de todo, él había dicho lo que había venido a decir. Seguramente la
había visto dejar el salón esta mañana y la siguió hasta aquí, lo que explicaba su
encuentro casual. Una emboscada, más bien.
Para su sorpresa y consternación, antes de que se las arreglase para quedar
completamente fuera de su alcance, la agarró del brazo y la llevó a su lado. Sintió como
si sus dedos la quemaran al agarrarse del brazo sobre la manga de su vestido.
Se le puso piel de gallina, y se esforzó para no temblar. Lanzándole una mirada de
asombro e inquisidora, esperó a que le hiciese aun mas sangre con su lengua afilada
cómo hoja de afeitar. En lugar de eso, le deslizó la pieza de oro en su mano y forzó a sus
dedos a cerrarse en torno a la moneda. En el momento en que relajó su agarre, Franny

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

hizo lo mismo y dejando que el dinero cayese sin hacer ruido en la hierba. Ella no tenía
intención de dejar que salvase su conciencia con tanta facilidad.
Le sostuvo la mirada, esperando que él notara su desprecio en sus ojos. Era tan fácil
para él condenarla. Si tuviese que buscar un trabajo en Tierra de Lobos, probablemente
podría tener una oferta de media docena a su disposición antes del mediodía, y todos
ofreciéndole un salario decente. ¿Pensaba que ella no sería capaz de trabajar en una
maderera a la par que él, si alguien la contratase? ¿Realmente creía que a ella le gustaba
la forma en que se ganaba la vida? Dios lo perdonase, si sólo él supiese lo que era para
ella, no sería tan hipócrita.
En el instante en que le soltó el brazo, Franny recogió sus faldas y dio un paso a través
de la hierba húmeda de rocío, resistiendo el impulso de correr. No le daría esa
satisfacción.
Chase se quedó mirando alejarse a Franny, tenía un nudo en la garganta con una
emoción que no podía nombrar. Esa mirada en sus ojos. Creyó que nunca sería capaz
de borrarla de su mente. No sólo era desprecio, sino una herida que corría demasiado
profundo para las lágrimas. Al verla, no pudo evitar hacer una comparación entre ella y
todas las otras prostitutas que había conocido jamás. No había ninguna similitud. Sea
la que fuese su profesión, Franny tenía la marca de una dama. Incluso la forma de
moverse era formal y correcta.
Un destello brillante llamó la atención de su mirada, y buscó hacia abajo para ver la
pieza de oro tirada en la hierba a sus pies, donde la había dejado caer. Así que ella
despreció su dinero, ¿verdad? Se paró ante la moneda, mirándola sin ver, reacio a
recogerla. Por todo lo que le importaba, podía yacer ahí eternamente y crecer musgo
por encima.
—¿Qué le has dicho?
La voz acusadora de Índigo lo azotó a través del aire de la mañana y le hizo girar la
cabeza para verla. La miró fijamente, como reacio a admitir lo que había dicho, tan
reacio o más que estaba para recuperar su dinero.
—Nada que no necesitara decir.
Con sus ojos azules heridos y sin darle tregua, Índigo se abrazó a su cintura y luego se
acercó a él.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué necesitabas decirle, Chase?
Hacía mucho tiempo que Chase no se había sentido como un niño llamado para una
regañina. Enojado, de que se le hiciese sentir culpable, cuando su único delito había
sido intentar protegerla, tragó humedecer la garganta.
—Una puta no tiene por qué ser como uña y carne con una joven decente. Eres
demasiado dulce para tu propio bien, cariño. ¿Qué pasa con tu reputación? Y si tú no
estimas eso, ¿qué pasa con tus hijos? Cuando alcancen la edad escolar, ¿quieres que se
sientan humillados, por que los demás niños susurren acerca de su madre y la
compañía que mantiene?
Los ojos de Índigo se agrandaron y su tez bruñida, naturalmente, se puso mortalmente
pálida. Miró hacia abajo, vio la pieza de oro a sus pies, y se lamentó.
—Oh, Chase, ¿qué has hecho?
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Lo que tenía que hacer—, respondió él con suavidad. —Sé que te preocupas por ella,
Índigo. Pero tu no puede tomar los males del mundo sobre tus hombros. Franny ha
elegido su camino. No debes estar a su lado. Tú tienes una familia en que pensar.
Las lágrimas llenaron los ojos de Índigo, y su boca comenzó a temblar.
—Índigo—, comenzó.
—No—, dijo ella con voz temblorosa. —Por favor, no digas nada más. Creo que ya has
dicho bastante.
Chase no podía creer su reacción. Es cierto que había esperado que ella se
molestase.¿Pero esto? Lo que había hecho nadie con sentido común lo cuestionaría. No
pudo creerlo,
—Sé que estás enfadada conmigo en este momento—, repuso suavemente —, pero con
el tiempo verás que sólo lo hago por ti. En tu propio interés.
—¿Y qué hay del interés de Franny? Soy la única amiga que tiene, Chase.
Dio un resoplido despectivo.
—¿Desde cuándo las putas esperan tener amigos? Jesús, Índigo, seguro que no puedes
ser tan ingenua.
—¿Soy ingenua? ¿Y que hay de la compasión? Y ya que estamos en el tema de no poder
creer, no puedo creer lo mucho que tu has cambiado.
—Índigo …— lo intentó de nuevo.
—No digas Índigo. Quiero que vayas directamente al Lucky Nugget y pidas disculpas a
Franny. Lo digo en serio, Chase Kelly. Ella no va a volver a visitarme hasta que lo
hagas.
—Bien.
—¿Bien? Chase, vas a pedirle disculpas, así que ayúdame.
—¿Disculparme?— se hizo eco. —¿Por qué?
Índigo le volvió la cara.
—Hasta que no te des cuenta de eso por ti mismo, tal vez sería mejor que no vinieras
mas por aquí.
—¿Cómo dices?
Se dio la vuelta, y fijó su acusadora mirada en él.
—Ya me has oído. Si yo voy a proteger a mis hijos de toda la fealdad en este mundo, tal
vez debería empezar a protegerlos de ti.
—¿En serio?
—En serio.
Chase podía ver que hablaba en serio. Olvidándose de sus costillas, se inclinó para
recoger su taza y tuvo dificultades para enderezarse. Índigo se acercó a agarrar su
brazo. Él se apartó.
—No me toques. Mi maldad puede ser contagiosa.
—Oh, Chase—, dijo ella con voz temblorosa. —Ni siquiera te conozco. ¿Dónde ha ido mi
hermano?
—Al infierno y de regreso,— poco a poco se alejó. —Tu vives aquí, en tu pequeño mundo
protegido y crees que lo sabes todo. La verdad es que, Índigo, no sabes nada acerca de
las mujeres como Franny. Ninguno de vosotros saben nada. Yo sólo estaba tratando de
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

ayudar. Pero, ¡hey! Si este es el agradecimiento que voy a conseguir, ¿a qué


molestarme? Aprende tu lección como lo hice yo, con mujeres como Franny, por las
malas. Eso sí, no vengáis luego quejándoos, cuando empiece a mostrar su verdadero
color.
Con eso, se alejó tan furioso con ella que casi temblaba. Al diablo con ella. Para ser
alguien tan contraria a criticar la conducta de alguien, no había dudado en juzgarlo, y
con rudeza.

4
Los grillos lanzaban su serenata en la oscuridad, y los mosquitos zumbaban
alrededor de la cabeza de Chase. Después de tomar otro trago más de la botella de
whisky, que había comprado en el salón, se limpió la boca y apoyó la espalda en
mayor medida contra el pino, con la mirada fija en las ramas silueteadas contra el
cielo azul cobalto por encima de él.
Con un brazo dejado caer sobre la rodilla doblada, dejó la botella de whisky
colgando por el gollete, metiendo un dedo por la parte interior. Con la otra mano, se
dio unas palmaditas en el bolsillo de la camisa para buscar el cigarrillo a medio
fumar que había liado antes. Encontró el mechero en el bolsillo de sus pantalones,
miró de soslayo en contra de la llama luminosa mientras lo encendía y daba una
calada profunda. A medida que exhala el humo, se rió en voz baja y con amargura,
mientras sacudía la cabeza.

Como a su tío Veloz le gusta decir, si esto no era un infierno de noche, él ya no sabía
lo que era. Allí estaba él, un hombre hecho y derecho, escondido de sus padres en el
patio trasero. Durante toda la noche, su madre había estado caminando por ahí
buscándolo como si estuviera chupando un limón. Y su padre tenía poco o nada que
decirle.
Chase apenas podía soportar estar en la misma casa con ellos dos.
Todo en el mundo sabía en su casa que había hecho una proposición a la prostituta.
Si eso era un delito penal, que agregasen su nombre a una larga lista. El sexo era el
negocio de la chica, por el amor de Dios. No era como si hubiera insultado a una
dama o algo así. Cada vez que Chase pensaba en ello, se quemaba a fuego lento.
Aunque su gente no había dicho nada, él sabía que Índigo les había contado acerca
de su conversación con Franny. Se suponía que la totalidad de ellos esperaba que
fuese al saloon, sombrero en mano, a pedir disculpas. Pedir perdón a una puta, que
locura, y por hacer nada más que ofrecer su dinero para comprar lo que ella vendía
todas las noches de la semana. Había hecho lo que debía hacer, lo que Jake y su
padre debieron haber hecho, y no sentía el más mínimo remordimiento.
Tomando otro trago de whisky, Chase trató de estimar cuánto tiempo más podría
tener que permanecer en Tierra de Lobos. Se le iba a hacer demasiado largo, eso
era una certeza. En el instante que sus costillas sanasen, iba a coger el camino. Y si
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

su familia pensaba que volvería a visitarles de nuevo en un futuro próximo, que


todos ellos esperaran sentados.
Estaba harto de esta mierda.
—¿Un buen whisky?
El repentino sonido de la voz de su padre sorprendió a Chase, lo que dio testimonio
de cuán bebido estaba en realidad. Entrenado para la guerra como los indios desde
muy joven por su padre, por lo general percibía la presencia de una persona antes
de llegar a unos seis metros de él.
Miró a través de la oscuridad, tratando de concentrarse.
No es que la presencia de Cazador de Lobos fuese imposible, esta era su casa.
Echando a un lado el cigarrillo, Chase le ofreció la botella, sin esperar realmente
que su padre aceptase.
—Es poco mejor que mediocre, supongo. ¿Quieres un trago?
Con la facilidad de un hombre mucho más joven, Cazador tomó la botella y se sentó
a su lado a la forma india. Incluso en la penumbra, Chase podía ver su conjunto de
rasgos, su dureza tallada, características físicas que había heredado, y se veía
reflejado en él.
Una charla padre-hijo. No era la forma en que quería pasar la noche.
A causa del calor, su padre no llevaba camisa. En el claro de luna, su pecho desnudo
y los hombros brillaban de bronce pulido, con el pelo largo y oscuro como cortina
de seda, que se acompasaba cada vez que se movía.
Incluso después de vivir entre los blancos por más de veinte años, aún tenía ese
aura de salvaje que no podía ser ignorado, un borde peligroso que, en opinión de
Chase, hacía a los otros hombres parecer pálidos en comparación.
Comanche hasta la médula, así era su padre. Siempre lo había sido, siempre lo
sería. No es que tuviera un problema con eso. Lo que sentía injusto era la esperanza
que tenía su padre de que él viviese de acuerdo con el mismo conjunto de reglas que
tenía Cazador, simplemente porque era su hijo y había heredado su aspecto de
indio.
En los campamentos madereros, un hombre tenía que sobrevivir, y al infierno con
su patrimonio y toda la mierda que se fuese junto con eso.
Aun con su cerebro adormecido por el licor, Chase vio la expresión de esos
sentimientos antes de que se diese cuenta de todo lo que estaba diciendo.
—Todos encontráis tan terriblemente fácil juzgarme, ¿no? Desde que he vuelto a
casa, todos habéis estado tomando nota de lo mucho que he cambiado, y cambiado
a peor. Pero ninguno ha perdido ni un solo minuto preguntándome el por qué.
Cazador bebió un trago de bourbon y silbó a través de sus dientes blancos y fuertes.
Le entregó la botella de nuevo a Chase, y dijo:
—Eso quema directo hasta las tripas—. Se aclaró la garganta y se estremeció. —Y
para responder a tu pregunta, sí, me lo he preguntado.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Bueno, seguro que no podrías probármelo. Y te digo, ya estoy harto de ser


criticado. Como si el resto de vosotros fueseis tan jodidamente perfectos que
tuvieseis todo el derecho de hablar.
—Tal vez sólo buscamos entender, Chase.
—Correcto—, se burlaba de él. —Si de verdad queréis comprender, porque no habéis
tratado de hablar conmigo al respecto, en vez de juzgarme.
—Yo estoy aquí para hablar.
Chase, supuso que eso era cierto, aunque un poco tarde.
—Quizás Jake tendría derecho a juzgarme… Tal vez ninguno de vosotros realmente
me conozca. Sé que he cambiado. Lo que me jode, es que ninguno apuesta el culo de
una rata por mí. — Tomó otro largo trago de la botella. —¿Cómo puedo evitar
cambiar? Ahí está la dificultad. Las cosas no han sido precisamente un lecho de
rosas para mí, ya sabes. Durante los últimos siete años, he estado viviendo en las
peores condiciones que te puedas imaginar, moviendo el trasero desde la primera
luz hasta la noche, ahorrando cada centavo que pude para invertir en la tierra.
Durante la temporada de lluvias, todo el tiempo, estuve calado hasta los huesos
durante varios días y al terminar, por la noche, me metía en la cama igual de
mojado.
Cazador miró en la oscuridad, sin decir nada. Su silencio animó a Chase para
continuar.
—Índigo dice que soy duro. Y Mamá no me ha criticado abiertamente, pero lo he
visto en sus ojos. Y tu desapruebas lo que me he convertido, y no lo niegues.
—No voy a negarlo, decir que no desaprobamos algunas de las cosas que piensas y
haces sería una mentira. Eso no quiere decir que hemos dejado de quererte, Chase,
o que todavía no podemos encontrar mucho dentro de ti que admirar.
A pesar de la entrada suave, la crítica era una picadura. Chase, se tragó el dolor con
otro trago de whisky.
—Bueno, quizás no me entendáis. No he querido ser duro, pero me pareció una
buena idea.
—¿No has querido? Entonces explícame por qué.
—Soy de otra raza, en caso de que se te haya olvidado, un cuarto de Comanche.
—Sí. Otra raza. Mi sangre corre por tus venas.
—No te ofendas, pero de acuerdo a los blancos, eso me hace no del todo humano.
Las palabras quedaron flotando como una nube entre ellos. Chase, tan pronto como
lo dijo, le gustaría poder tragárselas de vuelta.
—Lo siento, padre. Yo no quise decir eso.
—Sí, creo que lo hiciste—, dijo Cazador en voz baja. —Y me pone el corazón en
tierra, que tú te sientas de esa manera.
Chase, con el puño apretado alrededor del cuello de la botella.
—No es como me siento. Ya lo sabes. Pero es una verdad que no podemos escapar,
no obstante. Más allá de estas montañas, la gente me echa una mirada y saben que
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

soy un piel roja, que nací en una tienda, como un salvaje. Eso automáticamente me
hace ser inferior a ellos. No me consideran tan bueno como un hombre blanco para
cualquier cosa que haga. La única manera que yo puedo superar eso es tener poder.
El dinero es poder.
—Ya veo.
—No, no lo ves, es una lástima, y nunca lo harás. Tú y mamá habéis creado vuestro
propio y pequeño mundo aquí, un lugar seguro en el que estáis bastante protegidos.
Nunca os habéis enfrentado a lo que he tenido que enfrentarme, no en la misma
medida. Tal vez me he vuelto duro, pero para sobrevivir, tenía que hacerlo.
Cazador suspiró.
—Chase, si tu madre estuviese aquí, le diría que está sentado en una olla grande de
compasión.
—El pote de la compasión—, corrigió Chase. Entonces se le ocurrió lo que había
dicho su padre. —Jesús. ¿Tengo que escuchar esto?
—No, tu puede cerrar los oídos.
—Piensas que estoy sintiendo lástima por mí mismo, ¿verdad?— Chase, dudó un
momento, preguntándose si tal vez la tenía. —Bueno, si alguna vez alguien tuvo una
razón, era yo.
—Dime esa razón.
Esa era una petición que Chase podría cumplir.
—Cuando fui por primera vez a los campos, traté de vivir respetando todos los
ideales puros que me enseñaste, haciendo a los demás lo que yo quería que me
hiciesen a mí.
—Ah, ¿sí? Eso me hace sentir muy orgulloso.
—Sí, ¡un hurra por tu orgullo! ¡Me cago en todo! Y cuando los hijos de puta no se
cagaban en mí, me estaban golpeando hasta llevarme al infierno.
Cazador negó con la cabeza.
—¿No eras un buen compañero?
El sarcasmo de su padre obligó a Chase a reconsiderar un par de frases. Tal vez él
estaba revolcándose en el pote de la compasión. O tal vez sería más exacto decir que
estaba llorando sobre su whisky. Dejó a su padre anotarse el tanto, antes de él
mismo volverse loco. Entrecerró los ojos.
—¿Quieres oír esta historia o no?
—Voy a necesitar una manta para absorber las lágrimas. Pero, sí, quiero oír tu
historia.
Chase, frunció el ceño.
—¿Dónde diablos estaba?
—Estabas en la parte acerca de que te golpeaban todo el tiempo hasta llevarte al
mismo infierno.

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Magia Comanche
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—Ah, es cierto. De todos modos, eso fue hasta que me defendí, hasta que me volví
peor que ellos eran…— Él dio a su padre un brindis con la botella medio vacía—. Y
ahora aquí estoy, transformado, en una persona que no pueden soportar.
—Te quiero, hijo. Con cada aliento que tomo.
—De acuerdo. Pero eso no quiere decir que yo te guste.— Chase daba otro trago de
whisky. —Es curioso, eso. Estáis todos tan decididos a no juzgar a esa pequeña puta.
Pero, ¿qué hay de mí?
—Franny es una víctima.
—¿Y tengo entendido que yo no?
—Sólo si tú decides serlo.— Su padre se volvió a mirarlo. —En tus propias palabras,
los hombres en los campamentos eran crueles contigo, aunque sólo hasta que te
defendiste. Yo te entrené para luchar, si puedes recordar. Sé que cuando finalmente
devolviste el golpe, lo hiciste con gran venganza, ya que es el camino de mi pueblo.
En esto, al menos, Chase tuvo que admitir que era hijo de su padre, luchó para
ganar y por lo general lo hizo, aunque tomara su último gramo de fuerza. Rendirse
no es una palabra queCazador de Lobos incluía en su vocabulario y no lo había
enseñado a sus hijos.
—Las Frannies de este mundo no tienen armas—, dijo su padre en voz ronca, —y
tampoco un brazo fuerte, si tuvieran uno, podrían luchar. Los hombres sin corazón
las utilizan, y con el fin de sobrevivir, deben rendirse. Es su única opción y su mayor
vergüenza. Una de la que no hay escapatoria. Son víctimas, Chase, todas y cada una
de ellas.
—No estoy de acuerdo. Si eso fuera cierto, aceptarían ayuda cuando se les ofreciese,
y yo sé por experiencia que no lo hacen. No se puede ayudar a una persona que no
se ayuda a sí misma.
El silencio se estableció de nuevo, un doloroso silencio, incómodo. Supuso que era
una amarga dosis de su padre para tragar, él, que había compartido con tanta
abnegación todas sus creencias, con la esperanza que su hijo siguiese sus mismos
valores. Ahora ellos estaban en una encrucijada de caminos.
Como si su padre leyera sus pensamientos, dijo:
—Yo sé que la vida es un camino difícil, y que tienes grandes sueños, Chase.
—Sí.
—No pierdas tu camino.
La suave advertencia hecha, encogió el corazón de Chase.
—Pero estos sueños que tienes. ¿Vale la pena sacrificar todo por alcanzarlos?
—Ser propietario de un terreno maderero, que es lo que siempre he querido durante
tanto tiempo como puedo recordar. Desde que era un niño, tenía esos planes. Ya lo
sabes.
—Pero no por las mismas razones. Y al final, ¿qué tendrás? Bolsillos llenos, gran
poder, ¿y el corazón vacío?

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Magia Comanche
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—Búrlate si quieres, pero el poder es la única manera en que alguna vez llegaré a ser
alguien. Ya tengo una zona considerable de tierra, y he ahorrado lo suficiente para
comprar otra. Un día, pronto, voy a ser más rico que cualquiera que haya conocido.
Tan rico que nadie, nadie en ningún lugar, será capaz de mirarme por encima del
hombro.
—Ah, sí. Y tendrás este poder del que hablas.— Cazador abrió las palmas de las
manos hacia arriba y contempló las líneas grabadas allí —, recuerda que el dinero
no lo es todo. Mira, Jake dejó todo por estar con Índigo, para criar a sus hijos aquí.
—¿Qué estás diciéndome, que renuncie a mis sueños y me conforme con una mina
que se agota, aquí en Tierra de Lobos?
—La mina sigue ofreciendo un rendimiento constante.
—Apenas para ganarse la vida de dos familias. ¿Y cuando se agote? Entonces, ¿qué?
¿Vamos a excavar otro túnel y orar para encontramos con otra veta? Tal vez se
puede vivir de esa manera, sin saber de dónde saldrá tu próxima comida, pero
quiero más que eso en la vida.
—¿Más? Yo no lo creo.— Cazador hizo un gesto hacia la casa de troncos detrás de
ellos, y luego barrió el brazo en un gesto para indicar la propiedad circundante.
—¿Qué más necesita tener un hombre, Chase? Hay amor aquí, y paz. Esas cosas no
se pueden comprar con monedas.
—Yo no soy un minero. Me gusta, y lo mismo ocurre a Índigo. Pero no es para mí,
nunca lo ha sido. Ya lo sabes.
Chase, se frotó la punta de la bota. No le importaba si su padre no pudiese entender
ni una maldita cosa de lo que decía.
—Tú siempre lo has sabido.
—Yo no te pido que seas minero, sólo el mejor hombre que puedas ser. Me
preocupo por tus sueños, no porque yo esté de ellos, sino por lo que te están
convirtiendo, mientras los persigues. Tu eres Chase Lobos, mi hijo, y estás
renunciando a eso.
—Para ser tu hijo, ¿tengo que ser perfecto?
—Un poco perfecto sería muy bueno.
—¿Un poco? Seguramente no soy tan malo.— Con los ojos turbios, Chase se centró
en la oscuridad del bosque al otro lado del arroyo. Trató de hacer un balance de sus
defectos, que, a su juicio eran condenadamente unos pocos. —Maldita sea. Dispara
de una vez.
Cazador le clavó una mirada de exasperación.
—¿Qué más? ¿Supongo que piensas que bebo demasiado? Perdón, por todos los
infiernos. Me había olvidado, yo no estoy de vuelta en casa, sino viviendo con un
grupo de puritanos.
—¿Eso piensas?
—El que? Que vivo con un grupo de puritanos?
—No, que bebes demasiado.
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Magia Comanche
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—Diablos, no.— Chase tapó con el corcho la boca de la botella. Le llevó dos intentos
el acertar con el corcho en su sitio. Cazador soltó un bufido de disgusto. Chase
resopló de nuevo. —Sólo tengo una mala noche, y he bebido un poco, ¿hago mal a
alguien?
—Sí, yo diría que lo haces.
—Pero yo no hago de esto un hábito.
—Eso es bueno.
Después de un largo silencio, Chase cedió.
—Está bien, si deseas la pura verdad, supongo que podría haber bebido un poco
menos whisky.
—Siempre quiero la verdad, Chase. Si hablamos mentiras, ¿por qué molestarse en
hablar?
Chase supuso que la observación tenía su mérito. Pero a veces era mucho más fácil
mentir.
—En las noches de los sábados en los campos, no hay mucho más que hacer que
beber y jugar a las cartas. Prácticamente todos los madereros son grandes
bebedores. Yo no soy peor que el resto.
—Pero no eres el mejor.
—¡Maldita sea! No puedo ganar, ¿no? ¿Por qué diablos tengo que ser mejor que
todos los demás? Respóndeme a eso. ¿Por qué no puedes estar satisfecho conmigo,
tal y como soy?
—Debido a que la mayoría de los hombres en este mundo no son buenos, y ser
como los demás, no te hace ningún bien.
—Soy lo suficientemente bueno como para estar a gusto.
—No, no lo estás. Es por eso bebes.
Chase dio una risa amarga y levantó la botella en el simulacro de un brindis.
—Me has traído de vuelta al principio. Volvemos a mi forma de beber, ¿no? Muy
bien, vamos a hacer frente a eso. Como regla general, puedo comprar una botella
los sábados y en ningún otro momento. A veces lo bebo todo entero, a veces no, y
durante la semana, puedo tomar o dejarlo. ¿Es eso lo que llamas indulgencia?
—No es lo que pasa en la boca lo que me preocupa.
—¿Qué, pues?
—Lo que oigo que sale de ella.
—Mi maldiciones, quieres decir?
—Tus maldiciones no significa nada para mí. Tus palabras airadas lo hacen. A veces
mi corazón está puesto sobre la tierra, al oír las cosas que dices. ¿Y cuando miro a
tus ojos? Ah, Chase, me muero un poco.
—Y a veces yo también me muero un poco cuando me miro en los tuyos—, espetó
Chase. Otro pozo de dolor se levantó en su interior. —Después de todo mi trabajo
para hacer algo por mí mismo, ¿cómo crees que me siento cuando veo lo
decepcionado que estáis de mí? ¿Criticándome cada vez que me doy la vuelta?
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—¿Yo hago eso?


—Sí, lo haces.
Cazador sonrió levemente.
—Creo que tú estás buscando tu propio reflejo en un charco de agua.
—No empieces. Nunca falla, siempre intentas llevarme a tu terreno con todo lo que
digo.
—¿Por qué hago esto?
—Supongo que estás tratando de hacerme buscar las respuestas.
—¿Eso es malo?
—Es que yo no tengo ninguna.
Cazador agarró el hombro de Chase. Sentir el peso cálido de su mano casi trajo
lágrimas a sus ojos. Tenía una urgencia inquietante para presionar su rostro contra
el pecho de su padre y llorar como un niño. La parte más terrible era que no sabía
por qué. Sólo sabía que se sentía muy perdido. Y más solo de lo que alguna vez
había estado en su vida.
—A veces no estoy seguro de qué se trata todo esto—, le susurró con voz
entrecortada. Él no esperaba que su padre entendiese lo que quería decir con eso,
porque no estaba seguro de que él mismo lo supiese. —Nada de lo que me enseñaste
me sirve, para la mierda que hay.
Cazador le dio una palmadita amable.
—No—, él estuvo de acuerdo. —Las cosas que te enseñé, sé que no cuentan para
nada, en ningún lugar, Chase. Sólo en tu corazón.
—Las normas que me enseñaste, sólo un santo podría vivir con ellas, y yo no soy
santo, no. Ni nada que se le parezca.
—Se trata de un mapa que dibujé para ti, Chase, nada más. Traté de marcar el
camino con claridad, pero como con todos los mapas, hay más de una ruta. Tú
debes elegir el camino que tomar.
Tomando una respiración profunda, Chase dijo:
—Sí, bueno… yo he hecho mi elección. Creo que estoy hecho un lío infernal…¿no?
—¿Lo estás?
—Tú sabes condenadamente bien que es así. Si no, no estaríamos hablando de mí.
—Lo que creo que no importa. ¿Qué piensas tú?
—Que estoy hecho un lío infernal.
—Tal vez es hora que muevas los pies en otra dirección.
—¿Y renunciar a todo lo que he soñado?
—No lejos de tus sueños. Pero, hacia ellos, por otro camino.
—Tal vez—. Chase se quedó en silencio por un momento, pensando. —Y sabes, lo
curioso es que me sentía plenamente satisfecho conmigo mismo antes de venir a
casa. Ahora estoy repentinamente removiendo cada maldita cosa en mi vida, boca
abajo y al revés. Ya no estoy seguro de que ni si quiera me guste a mí mismo, por no

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

hablar de si os gusto o no a alguno de vosotros. De hecho, si estamos tratando de la


verdad a secas, a veces creo que realmente, todos me odiáis.
Después de estas palabras, Cazador se echó a reír y le dio una ligera sacudida.
—No, nadie te odia, hijo. Cuando nos miramos hacia dentro, vemos un reflejo de
uno mismo, y es algo que negamos, si podemos. Eso es todo.
Chase no alcanzaba a ver por qué su padre estaba tan condenadamente divertido
acerca de esto.
—Es una cosa extraña que sucede cuando un hombre regresa al lugar de su infancia.
En vez de mirar siempre a los demás, se ve obligado a prestar atención a sí mismo.
Es algo inquietante cuando descubre que ha viajado una gran distancia, sólo para ir
a ninguna parte.
Esta observación no tenía mucho sentido para Chase y la esquivó.
—Me siento atrapado en el medio, entre la vida que tengo ahora y la forma en que
las cosas eran antes. —, susurró.— Y estoy siendo arrastrado en ambos sentidos.
Una parte de mí desearía que las cosas volviesen a ser tan simples para mí, tanto
cómo parecen ser para vosotros. Pero otra parte de mí sabe que no puede ser.
—La vida es como una manta que tejes a tu alrededor. Tú haces tu propio tejido.
—Eso es fácil para ti decirlo.
—¿Crees que todo lo que sé, ha venido a mí en el viento?— Cazador negó con la
cabeza. —Salí de Texas con una mujer embarazada, su hermana, una chica que
había padecido horrores y viajamos más de dos mil kilómetros, más de la mitad a
pie, porque perdimos un caballo. Yo no sabía a dónde iba o lo que yo podría
encontrar cuando llegase aquí, sólo que no tenía lo que habló la profecía, que debía
ir al oeste para encontrar un nuevo lugar donde el tabeboh y el Comanche podrían
vivir en armonía.
Chase había oído esta historia antes, tantas veces, que la sabía de memoria.
—Justo después de que llegamos aquí, naciste, fuiste el cumplimiento de esa
promesa. Mi hijo, que forma parte de Comanche, que forma parte tabeboh(blanco).
Desde la primera vez que te abracé, te canté todas las canciones de mi pueblo, para
que pudieras cantarlas a tu propio hijo algún día, y él a la suya. Yo hice lo mismo
con Índigo.
—Y ahora me estoy alejando de esas canciones, ¿eso es que lo que estás diciendo?—
—Sólo te estoy pidiendo que no se te olviden las palabras. Naciste para
transmitirlas, Chase. A través de ti y de Índigo, las personas del Pueblo Comanche
seguirán viviendo, incluso, a pesar de que sus huesos se hayan convertido en polvo.
—No puedo cantar la letra de canciones en las que ya no creo
—Si no crees en las canciones de tus antepasados, ¿en qué creerás?
—En nada—, le susurró con voz entrecortada. —No me importa una maldita cosa.
Después de otro largo silencio, dijo Cazador,
—Tal vez deberías descorchar la botella, y luego tomar otro trago. Sin nada en que
creer, el licor será tu único consuelo.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Señor, ¿cuál era la verdad?.


—A veces, padre, puedes dejar sin sangre en las venas a un hombre con una sola
palabra que digas.
—¿Así que estas sustituyendo tu sangre por whisky por eso?
Chase, resopló.
—Sabía que ibas a darle la vuelta a todo hasta que volviésemos al principio.
—¿Al principio de qué?
—Has venido aquí para pedirme que vaya a disculparme con Fanny o Franny o
como infiernos se llame.
Cazador asintió con la cabeza.
—Le dije a Índigo que hablaría contigo acerca de eso, sí. Pero tú eliges caminar tu
propio camino. Sin embargo, ¿lo que siente Índigo no te importa? Sus amigos son
preocupación de ella, no tuya, y no mía.
—Buen punto.
—Tu enojo por su amistad con Franny me preocupa.
—No estoy enojado. Al menos eso no era lo que me impulsó desde el principio. Yo
sólo estaba tratando de proteger a mi hermana. ¿Es eso tan malo?
—¿Protegerla de qué?
—¡Abre los ojos! Esa mujer está detrás de algo. ¿Por qué si no iba a estar dando
vueltas a Índigo?
—¿Por qué tanta amargura, Chase?
La tentación de contarle a su padre por qué era grande, pero le dolía demasiado
para sacarlo a flote.
—No estoy amargado, sólo conozco a las de su clase, y confía en mí, ella es veneno
puro. No creo que sea lo que pretende ser, ni por un minuto.
—¿Qué es lo que pretende ser?
Chase, se limpió la boca con el dorso de su mano.
—Diablos, no sé. ¡Inocente! Ella finge ser inocente, y sé condenadamente bien que
no puede serlo.
—¿Ella te ha dicho eso? ¿Que es inocente?
—No, por supuesto que no. Es sólo una mirada que ella tiene. Ya sabes, con esos
ojos muy abiertos y… — Se interrumpió. —Tiene tan bien aprendida la lección, que
parece recién salida del colegio.
—¿Y dices que lo viste en sus ojos?
Chase supo a donde se dirigía, y se puso rígido.
—Hubo un tiempo—, dijo Cazador en voz baja, —en que creías mas en lo que leías
en los ojos de una persona, que en las acciones de los demás.
Eso había sido antes de que hubiese mirado a unos ojos mentirosos.
—Sí, bueno, me enteré de la manera difícil que era un tonto.
—Y temes que lo que se ve en los ojos de Franny, ¿harán un tonto de ti?

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

La pregunta dio que pensar a Chase. Si fuera honesto, tal vez lo que vio en sus ojos
le daba miedo. Y por una buena condenada razón. Había algo en ella que le atraía,
le obsesionaba, y no importa cómo lo intentara, no podía borrarla de su mente.
Su padre le apretó el hombro de nuevo. Luego se puso en pie.
—Cuando la cabeza te dice una cosa y tu corazón otra, escucha a tu corazón. Él
nunca te mentirá.
Chase cerró los ojos fuertemente. Maldito sea. Maldito sea el infierno.
—Voy a ir y pedirle disculpas—, le susurró con voz ronca. —No voy a decir una
maldita palabra más de este asunto, pero iré a disculparme. Espero que estés
satisfecho. Dile a Índigo lo bien que lo has hecho.
—¿Esta noche?
—Sí, maldita sea, esta noche.
Chase oyó las carcajadas y silbidos antes de que se acercase lo bastante al salón
para ver que motivaba todo el escándalo. Cuando se acercó lo suficiente, no podía
creer lo que veía. Había visto una serie de cosas extrañas bajo la influencia del
whisky, pero nunca un par de piernas tan bien torneadas colgando fuera del borde
de un tejado.
Se tambaleó un poco al parar y parpadeó, convencido de que tenía que estar
imaginando cosas. Pero lo extraño es que los otros dos hombres tuviesen la misma
visión. De paso aquello sí que sería asombroso, Chase pensó que todo se debía a lo
borracho que estaba.
—¡Oye, nena, abre más las piernas y nos dan un buen espectáculo!— gritó uno. El
otro saludó la aparición gloriosa con su botella de whisky casi vacía y se rió de la
ocurrencia. —¡Whooee!
Chase se centró en un pie delicado del que colgaba una zapatilla de fieltro rosa. En
su mente aturdida, se podría llegar a sólo dos explicaciones: o bien, desde el cielo
estaban lloviendo ángeles o una mujer estaba colgando del techo del Lucky Nugget.
Puesto que ya no creía en los ángeles, decidió que la única lógica conclusión, era
que las piernas bien formadas eran de la variedad mortal. Se acercó un poco más
cerca, todavía incrédulo.
—¿Qué está pasando aquí?
—¿Qué está pasando?— uno de los borrachos lloraba de risa. —Franny nos está
regalando una mirada gratuita de lo que tiene entre los muslos.
—¡Ayúdenme, por favor!
Chase inclinó su cabeza hacia atrás para tener una mejor visión y, por supuesto, era
Franny colgando del techo. En esa posición, la visión era tan hermosa que lo
agradeció secretamente con una oración.
Mientras miraba, su agarre se deslizó sobre las tejas, y se deslizó unos centímetros
precarios hacia el borde. A través de la niebla licor que le rodeaba, arrastrando las
palabras.
—Uno de ustedes mejor la ayudan, o se va a romper el cuello, imbéciles.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Uno de los borrachos tambaleándose más cerca, pero parecía más interesado en ver
algo más, que de asistirla. Chase puso una mano sobre sus costillas, agudamente
consciente de que él no estaba en condiciones de atrapar la caída de la mujer. La
irritación aumentó en cuando el hombre debajo de ella no hizo ningún intento de
echar una mano. En su lugar, agarró un puñado de encaje, y lo levantó para ver
mejor, y emitió un silbido sugerente.
—¡Por favor!— -exclamó ella. —¿Alguien puede?
—Diablos, no. ¡Lo estoy pasando demasiado bien para acabar con la diversión!
Con un pie, ella buscó a tientas desesperadamente uno de los postes de soporte del
voladizo, para poder deslizarse hacia abajo, al suelo. Cambió su peso aflojando su
agarre sobre las tejas aún más. Buscando sin poder encontrar el asidero para un
pie, Chase empezó a temer que, efectivamente, podría caer. Haciendo un cálculo
rápido, sólo era una distancia de poco más de dos metros desde el techo hasta el
suelo, a menos de que si se medía desde sus pies colgando. Chase había saltado esa
medida decenas de veces sin sufrir una lesión. Pero ella no estaba preparada para
una caída así. Cuanto más se acercaba a ella, más evidente se hacía.
Nunca había visto un despliegue tan hermoso de piernas. Hipnotizado, dio un paso
más cerca, y lo que vio debajo de la seda y el encaje, fue suficiente para dejar caer a
un hombre sobrio de rodillas. Pero él estaba a kilómetros de estar sobrio…
—¡Jesucristo!
—¿No es espectacular?
—Espectacular— no dijo ni la mitad. Chase apenas podía dar crédito que cualquier
hombre que se llamase hombre pudiera quedarse por debajo de ella y simplemente
mirar. Era evidente, incluso para él en su borrachera, que estaba desesperada por
ayuda y que no se había puesto en esta posición para entretener a los transeúntes.
Si se tratara de cualquier otra mujer de la ciudad, estos tipos se romperían una
pierna para prestar su ayuda. Pero debido a que ella era una puta, se estaban
aprovechando de su situación, sin importarle si ella se lastimase en su caída.
—¡No te quedes ahí parado mirando embobado! ¡Ayuda a la niña!
—No es mi culpa que ella esté colgada ahí arriba. Si ella tuviera algún sentido, no lo
estaría.
Chase entendió que no era el momento para debatir si la niña tenía buen sentido o
no, o para preguntarle por qué estaba en el techo. El hecho era que necesitaba
ayuda. Y rápidamente. Cogió al otro hombre por el brazo.
—Si no tienen la intención de ayudarla, váyanse al infierno, fuera de mi camino.
—¿Con qué autoridad me hablas así?
—Con la mía—, Apretó los puños. Dio un empujón al hombre, Chase añadió: —En
cuanto a esto, fuera de mi vista. Si necesitara aquí a una multitud, me pondría a
vender entradas.
—Yo no te veo que pongas una maldita venda en tus ojos para no mirarla.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Rezando que Franny pudiera mantenerse unos pocos segundos más, Chase volvió a
enfrentarse a los dos hombres.
—Les dije que se fuesen de aquí.
Los dos mineros se pusieron rígidos y, por un momento, Chase pensó que podría
tener un conflicto en sus manos. Pero al final, sus miradas se apartaron de él y,
arrastrando los pies, murmurando airadamente en voz baja acerca de putas
estúpidas e Indios locos. Chase pensó que tenían razón en ambos casos. Eran sin
lugar a lugar a dudas una puta, y el hecho de como se lo estaba tomando por ella era
una prueba irrefutable de que a él tenía que faltarle algún tornillo.
Pasando de la confrontación, se volvió para ayudar a Franny. Él agarró un tobillo
fino y dio un paso por debajo de las piernas que se agitaban. Con costillas rotas o
sin ellas, no podía dejar que cayese. Mirando hacia arriba para quedarse justo
debajo de ella, hizo lo mejor que pudo pasar por alto el cuerpo expuesto de la chica.
—Franny?—
—¿Qué?— ella respondió en un gemido tenue.
—Voy a cogerte, ¿de acuerdo? Basta con que te sueltes y deslizarte hacia abajo.
Él sintió que se le deslizaba un poco y buscó a tientas con el otro pie, que estaba
descalzo. A medida que sus dedos se cerraron alrededor de su tobillo, se quedó más
aturdido de lo frágil que era. Si ella se cayese, seguramente se rompería un hueso,
o algo peor. Chase respiró hondo, con la esperanza que sus costillas no armasen un
escándalo con su peso adicional.
—He ayudado a Índigo a bajar de los árboles de esta manera docenas de veces.
—Chase?
—Diablos, no. Soy un maldito predicador. ¿Quién te crees que soy?
—Oh, Dios mío… no le veo, debajo de mis faldas.
La verdad es que Chase tuvo miedo de mirar muy de cerca por temor a ver algo más
de lo que era casi obvio. Nunca en toda su vida había visto tal despliegue. Encaje y
la seda y hermosas piernas que se extendían hacia el cielo. Sus manos se perdían en
el movimiento de sus piernas, y se deslizó unos centímetros más abajo,
peligrosamente. A modo de ropa íntima, todo lo que tenía era una camisa de seda
voluminosa, ligas y medias finas. ¿Tan pura como la nieve, era ella? Y una mierda.
—Jesucristo—, murmuró de nuevo. Liberando una de sus piernas que lidiar con su
vestido de encaje diáfano y su bata de seda, él metió las capas de telas entre sus
desnudos muslos. Jurando de nuevo, dijo: —Yo sé que no es tiempo de preguntar.
Pero, ¿qué diablos está haciendo en el maldito techo?
—Ayúdeme a bajar—, exclamó. —Se lo explicaré más tarde.
Chase dudaba, no había ninguna explicación de tal locura. Deslizó sus manos sobre
sus pantorrillas y la apretó con más fuerza.
—Está bien, te tengo. Déjate de ir y deslízate hacia abajo sobre mis hombros.
—No me siento segura.
Chase tiró y ella chilló.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¿Quieres hacerlo de una vez?


—No confío en que me coja.
—Maldita sea.
—¿Y bien? No es como si… — Se resbaló un poco más. —Por favor, señor Lobos, no
me deje caer.
—Por todos los infiernos, ¿puedes acabar de una vez?
Cuando ella insistió en aferrarse a la azotea, miró hacia arriba de nuevo con
irritación. Con ese punto de vista, sin embargo, sólo un eunuco podría haber
quedado descontento de la vista.
—Caerás sobre mis hombros, Franny. No dejare que te caigas, te lo prometo.
—Júremelo.
—Te lo juro. Sobre una maldita pila de Biblias. ¿Es suficiente?— agarró más
ampliamente sobre sus pantorrillas. —¿Cree que quiero que te lastimes?
—La última vez que…— se deslizó un poco hacia él — hablamos, no era
exactamente amigable.
Armándose de valor para soportar su peso, Chase tiró de ella.
Lanzó un grito de desesperación, arañó con sus uñas contra la madera áspera, pero
la gravedad ganó. Él la guió hasta sus hombros. El encaje de su vestido revoloteaba
sobre su cabeza. Nunca había visto una puta cubierta con tantos metros de tela.
Maldita sea el infierno. No muy firme sobre sus pies, se tambaleó y trató de sacar
lejos los frunces para poder ver.
—¡Oh, Dios mío! ¡Está usted borracho!
¿Oh, Dios mío? La chica ni siquiera hablaba como una puta lo haría. Arrancó el
encaje de su cara y juró de nuevo. Agarró firmemente sus muslos, y se quedó sin
aliento.
—Usted no puede… ¡No ponga las manos ahí!
—¿Dónde diablos me sugieres que las ponga? ¿Quieres caerte?
—Entonces, si es tan amable déjeme en el suelo, esto es…— Se tambaleó y se agarró
a un puñado de su cabello oscuro para mantener el equilibrio — indecente.
—¿El espectáculo de tu trasero desnudo en la calle principal no lo era?— Chase
estiró el cuello para mirar hacia ella y de inmediato se arrepintió. La mitad inferior
de su rostro rozaba con el interior de su sedoso muslo. —Y, para tu información, no
puedo sujetarte de otra manera.— dijo entre dientes para conseguir otro poco de
aire en sus pulmones. —Tengo tres costillas rotas, ¿recuerdas? ¡No estoy
exactamente en la mejor forma para capturar mujeres locas que caen desde el
tejado!
En el sonido chirriante de las puertas del salón abriéndose, hizo que se pusiese
rígida. Sus manos se cerraron sobre el cabello de Chase, lo que hizo que le doliese.
—¡Oh, Dios mío. Son ellos! ¡Son ellos! No puede dejar que me vean.
En el terror en su voz, Chase empezó a girar y mirar.
—¿Quienes son ellos?
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¡Oh, por favor! Dese prisa. Escóndase tras la esquina del edificio. Por favor, señor
Lobos. ¡Por favor!
En cualquier otro momento, Chase se habría enfrentado a quienquiera que fuese,
parecía tan aterrorizada de esos hombres, pero este no era ni el momento ni el lugar
y las circunstancias no eran exactamente ideales para jugársela y hacerse el héroe,
con tres costillas rotas y una mujer a horcajadas sobre sus hombros. Tenía pocas
opciones, y él hizo exactamente lo que ella le sugirió y se tambaleó no con
demasiada elegancia por el lado del edificio, haciendo todo lo posible para ignorar
el hecho de que ella estaba a punto de arrancarle el pelo y le estimulaba a correr con
fuertes empujes de sus talones.
—En los árboles—, exclamó. —Oh, por favor, señor Lobos. Es Frankie. No puedo
dejar que me vea. ¡Oh, por favor!
Chase se tambaleó por el callejón entre los dos edificios, el Lucky Nugget por un
lado, la librería del otro. Su visión de la noche era por lo general excepcional, pero
entre el whisky que había bebido y el encaje blanco revoloteando sobre sus ojos, su
percepción no era exactamente lo que debería haber sido. También tarde, vio un
bulto al que se acercaba, tropezó de lleno con el obstáculo, y casi cayó.
Un barril. La maldita cosa cayó y rodó, lo que hizo un ruido para despertar a los
muertos. Chase lo eludió pasando a su lado. Mientras lo hacía, su bota pisó algo
resbaladizo y le hizo de nuevo casi perder el equilibrio. Era todo lo que le hacía falta
ahora para mantenerse en sus pies. Grasa. El cocinero en el Lucky Nugget había
echado los restos de aceites y grasas por el callejón. Chase luchaba por mantenerse
en posición vertical y no dejar caer su carga, tanto que tensó los músculos por
encima de sus costillas. El dolor le lanceó y casi se le doblaron las piernas.
De alguna manera, llegó a los árboles. Pero eso fue todo lo que era capaz de hacer.
—Puedo bajar ahora—, le susurró ella con voz temblorosa.
Sintiendo como si fuera a vomitar, Chase se quedó quieto.
—No te muevas—, le apretó con los dientes fuertemente. —Mis costillas. Te he
sacado de allí, así que quieta.
Ella despegó los puños de sus cabellos y se inclinó ligeramente hacia delante.
—¡Oh, por todos los cielos! ¿Está mal herido?
¿Por todos los cielos? Sin duda alguna, tenía que hablar con esta chica sobre su
lengua.
—No. Te. Muevas. Por favor.
Se quedó inmóvil, con su carita asomando por encima de la suya.
—Oh, Santo cielo. Está herido. ¿Puedo hacer algo?
Chase tragó, duro.
—Sí. Puede quedarte quieta, por todos los infiernos, hasta que pueda bajarte.—
Tomó una respiración superficial. —Sólo necesito un minuto.
Al parecer, ella estaba empezando a darse cuenta que bajarse de sus hombros
podría llegar a ser un problema.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¿Podría simplemente deslizarme por su espalda?


Chase parpadeó, viendo manchas negras.
—A menos que te deje caer como una roca, tendría que inclinarme hacia adelante, y
no puedo. Mis costillas están muy doloridas. Caer de mis hombros podría ser igual
que caer desde el techo. Sería casi — hizo una mueca — misma distancia. Si caes a
tierra mal, y te puedes romper un tobillo.
Ella se calló por un momento.
—Las ramas de un árbol. Si pudiéramos encontrar una rama de un árbol, podía
agarrarme y tratar de bajarme. Eso no haría sufrir sus costillas.
Era una idea. El problema era encontrar el árbol adecuado y reunir la fuerza
necesaria para llegar a él. Menudo rescatador estaba demostrando ser. Respiró,
aliviado cuando el dolor resultante era más soportable.
—Dame un par de minutos más. Entonces se me ocurrirá algo.
A medida que el dolor disminuyó lentamente, Chase fue cada vez más consciente de
lo absurda que era esta situación. Y la suavidad de seda de sus muslos internos
entre los que se aprisionaba su cabeza. Sus manos estaban agarradas sobre las ligas
de encaje y la parte superior de sus muslos. Ha habido un par de veces en su vida en
las que se había encontrado con la cabeza entre los muslos de una mujer, pero
nunca exactamente de esta manera.
Aspiró. Ella olía ligeramente a lavanda. Soltó una carcajada dolorosa.
—Sé que probablemente es una pregunta estúpida, pero ¿es una costumbre lo de
escalar por los tejados?
—No, por supuesto que no. No me acordaba hasta que estuve colgando del tejado
que el árbol de Índigo fue cortado el pasado verano.
—¿ El árbol de Índigo?
—El que estaba en la esquina y se levantaba hasta el techo del saloon.
Chase recordaba vagamente que hubo un árbol alguna vez en la esquina derecha
trasera del edificio del saloon.
—¿Mi hermana subía a la azotea trepando? Para hacer ¿qué?
—Para visitarme.
Lo dijo de tal forma cómo si tuviese mucho sentido.
—¿Por qué, por el infierno, no utilizan la puerta?
—Bueno, ya. Alguien podría haberla visto. Su reputación se habría arruinado.
Eso sí tenía sentido. Supuso. Por último la sensación de que podía moverse sin que
se rompiesen sus costillas sueltas, se volvió casi soportable, giró en un medio
círculo lento y buscó las ramas de árboles. Cuando vio uno factible se movió en esa
dirección, teniendo cuidado de no perder pie en el suelo irregular. Cuando llegó a
una rama cómoda, se acercó lo máximo posible para facilitarle a ella agarrarse y
sujetando aun sus piernas, esperó a que se agarrase al tronco. Tuvo algo de miedo
de que pudiera caer, Chase la dejó ir, orando todo el tiempo que no necesitara de su

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

ayuda. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando ella se dejó caer ágilmente al suelo
deslizándose agarrada al tronco hasta su lado.
La luz lunar iluminaba su salvaje pelo rizado. Se quedó mirando sus rasgos muy
pintados. No se parecía en nada a la dulce y angelical niña de ojos verdes que había
visto dos veces antes. Debajo del vestido de seda y los encajes que la envolvían, vio
que llevaba una camisola de seda hasta la rodilla. Cada pieza del conjunto por sí
mismo podría haber sido sugerente, pero en capas como estaban, muy poco de la
mujer debajo se revelaba. A menos, claro, que estuviese uno debajo de ella
mirándola cómo al principio.
Miró con inquietud hacia el callejón entre el salón y la librería. Chase vio que ella
había comenzado a temblar, pero era como una reacción tardía a su aventura, tanto
que se dio cuenta de que Franny estaba muerta de miedo, pero por él. Montones de
imágenes pasaron por su mente de un hombre perverso maltratándola. Casi le
aseguró que no tenía nada que temer, al menos no mientras él estuviese allí, pero
los viejos resentimientos le hicieron callarse.
Cuando se trataba de rescatar a las palomas mancilladas, había aprendido su
lección. Sin embargo. . .
Chase pasó la parte posterior de la mano por la boca.
—Si ese personaje de Frankie te está dando un mal rato, Gus probablemente
cuidará que no te moleste si se lo dices.
—¿Gus?
—Gus, el propietario del salón.— Chase la estudió, perplejo. —Ciertamente él
cuidará de ti y de May Belle, cuando hay problemas. Si tienes miedo de este
Frankie, simplemente, díselo a Gus .
Ella sacudió la cabeza.
—¿Miedo? ¿De Frankie? Yo no le tengo miedo. Recién entró en el salón con unos
amigos, y por casualidad, yo estaba en el rellano para hablar con May Belle. Cuando
miré hacia abajo, bueno, Frankie era la última persona que yo esperaba… —Se
interrumpió.— Yo no le tengo miedo. Simplemente no podía dejar que me viese.
—Oh.— Chase se frotó la boca de nuevo. ¿Quién demonios era Frankie, y por qué
estaba tan decidida a permanecer oculta de él? —¿Es un antiguo amante, o algo así?
—¿Frankie?— Ella soltó una risa débil, medio histérica y tomó sus manos sobre sus
ojos. —Oh, Dios. Cuando pienso en lo que podría haber sucedido. Si no hubiese ido
a la habitación de May Belle, si yo no lo hubiese vislumbrado a través de la baranda
del balcón y lo hubiese reconocido, él hubiese subido arriba. ¡¡¡Santo Cielo!!! En la
oscuridad, yo no hubiera sabido que era él. Él tampoco… oh, Dios.
Su voz se apagó a un gemido tenue y ella empezó a llorar. No sólo unas cuantas
lágrimas, sino sollozos y resoplidos impropios de una dama.
—Hey, ya basta,— lo intentó. —Nada puede ser tan malo.
Eso era claramente lo que no debía decir. La hizo llorar más, y se lo puso a él más
difícil.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Mierda. ¿Cómo lo hacía meterse en estas situaciones?


5
Después de haber crecido con una hermana menor que él, Chase tenía más
experiencia limpiando las lágrimas de una mujer que la mayoría de los hombres,
pero se sentía un inepto con Franny. Una hembra de su profesión se suponía que
era dura e imperturbable. No es que Franny fuese fiel a ese estereotipo. Ella seguía
jugando con las solapas de la bata como si temiera que partes de su cuerpo
pudieran estar expuestas. Una prostituta experimentada no hacia ese tipo de gestos.
Sintió que tenía que calmarla de alguna forma, Chase resolvió ponerle una mano en
el hombro. Tenía toda la intención de consolarla con su gesto, pero con su toque
saltó como si le hubiese pinchado con un alfiler. Chase se sobresaltó tanto como
ella. ¿La reacción de una paloma mancillada? Se tragó una docena de preguntas.

—Con esto de Frankie,— dijo en tono tranquilizador, —bien está lo que bien acaba,
¿verdad? Lo viste a tiempo y saliste de allí.
—Usted no-no lo com-comprende. ¡Podría vol-volver!— Mirando hacia él, mordió
su labio inferior en un claro intento de silenciar los sollozos arrancados de su
pecho. En la luz de luna, sus ojos llenos de lágrimas brillaban como el mercurio, el
kohl rodaba por sus mejillas como ríos. —¿Y si vuelve otra vez el próximo sábado, y
ni siquiera sé que es él?— Su rostro se crispó, y ella emitió un gemido. —Oh, Dios,
¿qué pasaría si él ya ha venido, y no lo he sabido?
La pregunta quedó entre ellos, obviamente, un tormento para ella, pero un
completo misterio para Chase. Sin duda la chica sabía quienes eran sus clientes.
Nadie podría hacer el tipo de trabajo que ella hacía, y no mantener una impresión
de los hombres con quien se acostaba. ¿O es que acaso sí podía?
Chase recordó la explicación de Jake, que Franny se concentraba en sus
ensoñaciones y se aislaba de todo mientras trabajaba, y que surgía a la mañana
siguiente sin tocar por las experiencias de la pasada noche.
—Franny…
Ella se puso las dos manos sobre los ojos de nuevo.
—Ojalá estuviera muerta.
—Creo que todo el mundo se siente así a veces. Pero nada puede ser realmente tan
malo. Ni una sola vez se piensa en serio en ello.
—Oh, sí, sí se puede. Esto es tan malo. ¡Si yo pudiera, me pegaría un tiro!— con uno
de sus puños, se frotó la mejilla y se untó de kohl todo el ojo. —Yo-Lo siento. No
suelo llorar. Por lo menos no delante de nadie.
Su garganta se le convulsionó en otro sollozo ahogado. Evidentemente incómoda
con su exhibición de emociones, volvió la mirada hacia el bosque detrás de él. Su
rostro maquillado era tal lío que Chase no pudo soportar un segundo más, agarro el
pañuelo de su bolsillo. Con sensación de torpeza, dio unos toques en el manchurrón
negro de sus ojos. Su toque la sobresaltó de nuevo, y ella se echó hacia atrás,
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Magia Comanche
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agarrando su muñeca. El frenético agarre de sus pequeños dedos, capturaron su


corazón como nada más podría hacer.
—Tranquila… Sólo te estoy limpiando un poco—, explicó y continuó para aclarar la
mejilla. —No puedes volver a entrar de esta manera. No, a menos que puedas
permitirse ahuyentar a los clientes.
—No quiero.
El regreso de Chase dijo más de lo que podía saber. Trató de imaginar lo que su
profesión debía ser. La utilización sin fin. Quedar sucia por las zarpas de extraños
en su cuerpo.
¿Quién podría culparla por tratar de bloquearlo todo? La sola idea de lo que ella
pasaba cada noche, le hizo sentirse enfermo.
Mientras buscaba en el pañuelo un lugar limpio, ella lo miró con una mirada de
contrariedad en su pequeña cara, claramente ajena al cariz de sus pensamientos.
—Soy perfectamente capaz de secarme y limpiarme sola.
—Si pudieras verte, no dirías eso. La pintura que utilizas alrededor de tus ojos la
tienes untada por todas partes.
—¿Así?— Se frotó ineficazmente en la mejilla. —¿Dónde?
Chase no podía dejar de reír.
—No haces más que empeorar la situación. Estate quieta.
Resignada, volvió su rostro hacia él. Mirando hacia abajo a sus ojos, Chase supo que
estaba perdido. Prostituta o no, sólo un hijo de puta duro de corazón podría resistir
esa mirada. Ella se sonó suavemente cuando le apretó el paño sobre la punta de la
nariz. Chase contuvo otra sonrisa, recordando todas las veces que había realizado el
mismo servicio a Índigo en los últimos años. ¿Era una chica realmente tan
diferente? Sólo el hecho de que se estaba haciendo esa pregunta, le hizo darse
cuenta que le había tocado en lo más profundo, mas de lo que él quisiera, y lo que
era peor, ya no le importaba una mierda lo que pensasen los demás.
—¿Qué estás haciendo aquí, Franny?
—Se lo dije. Me acerqué a ver a May Belle y…
—No, no.— Hizo un gesto hacia el saloon. —No aquí fuera, sino allí. Ya sabes, en el
Lucky Nugget. ¿Cómo acabaste trabajando en las habitaciones de arriba?
Sus pestañas ocultaron su mirada con timidez.
—Yo… eh… en realidad no es asunto suyo.
—Tal vez yo quiero que lo sea.
La sequedad de esas palabras golpearon Chase, sinceramente no supo que decir. El
cambio parecía haber llegado de la nada, tan de repente que se sentía como un
péndulo oscilando desde un extremo al otro. Pero cuando más pensaba en ello,
sabía que no era realmente el caso. Desde el primer instante en que había puesto los
ojos en esta joven, había estado luchando contra los sentimientos que brotaban de
él ahora. Sentimientos posesivos. Sentimientos protectores.
Jesús. Necesitaba un par de litros de café de su madre, y rápido.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Finalmente, levantó las pestañas de nuevo para mirarlo, su mirada desconcertada


revelando mucho más de lo que probablemente se daba cuenta, la confusión y el
miedo que no podía comprender del todo. Su interés en ella la aterraba, de eso se
dio cuenta. La vida la había claramente tratado con crueles golpes.
Chase no podía dejar de recordar otro par de ojos que había visto llenos de dolor,
ojos mentirosos, en el miedo, que entonces había creído. Ahora, años después, aquí
estaba Franny, con un rostro tan dulce, capturando su corazón y los ojos que
destellaban mensajes que cada una de sus acciones desmentían. ¿Puta o ángel?
A pesar de que tuvo dificultades para admitirlo, incluso para él mismo, Chase sabía
la respuesta a esa pregunta. La emoción desnuda que leyó en su expresión no podía
ser fingida. Una víctima, su padre la había llamado así, y Chase se dio cuenta,
demasiado tarde, que no podía ser otra cosa. Mirándola a los ojos atormentados,
sólo un tonto creería que ella había escogido esta vida.
Una vez, hacía mucho tiempo, tanto que ya no había forma de rectificar, había dado
la espalda y se alejó de unos ojos como los de esa niña. Si él hiciese esto mismo otra
vez, Chase tuvo la maldita sensación que estaría tan condenado como ella.
Su rostro estaba bastante limpio ahora, pero reacio a ponerla en libertad, Chase
ahuecó una mano bajo la barbilla y continuó su pase suave por las mejillas
mientras estudiaba sus características. Cejas arqueadas finamente, una nariz
pequeña, frágil puente, una mandíbula tan delicada que un golpe de su mano
abierta podría romper. Y su boca. Él nunca había visto una boca tan vulnerable.
Incluso ahora, todavía temblaba ligeramente con lágrimas reprimidas. El suyo fue
una de los más dulces rostros que había tenido el placer de mirar.
Buscando su expresión, Chase recordó lo que su padre le había dicho, que un
hombre podía abandonar el lugar de su infancia y viajar por siempre sólo para
descubrir que en realidad no había llegado a ninguna parte. A principios de esta
tarde, no había tenido mucho sentido para él. Pero ahora que creyó entender. Había
sido criado para ser una persona, y nunca podría escapar de esto. Si lo intentara,
sólo chocaría contra una pared de ladrillo, que en este caso era Franny.
Mirándola hacia abajo, se sentía un poco tonto… compararla con una pared de
ladrillos. Pero, maldita sea, si no era exactamente eso. Un obstáculo a través del que
no podía abrirse paso.
Como si presintiera sus pensamientos, ella de repente dijo:
—-Creo que será mejor que se vaya ahora.
Dejando caer la mano, miró hacia el salón, su mente buscaba una razón para
mantenerla allí, aunque sólo sea por unos minutos más.
—¿Crees que ese tal Frankie se ha ido?
Su rostro se ensombreció.
—No P-Probablemente. Puse la señal de ocupado, pero le va a tomar un tiempo a
Gus cerrar para esta noche. Por lo general recibo a las personas que llaman a la
puerta hasta la una.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

¿Las personas que llaman a la puerta? Ese era un nombre elegante para ello. ¿Y por
lo general trabajaba sólo hasta la una? A esa hora la mayoría de los clientes del
Saloon, ya había pasado con creces de la sobriedad a la borrachera.
—Voy a esperar contigo. Este no es lugar para que una mujer se quede sola de
noche.
Él apenas habló, cuando recordó a quien le estaba hablando. Franny entretenía a
borrachos todas las noches. Una probabilidad de encontrarse a un borracho más o
menos no debería ser un motivo de preocupación, para él o para ella. Como si ella
no viese lo absurdo de su comentario, se estremeció y se abrazó a su cintura, para
todo el mundo como si estuviera imaginando lo que podría sucederle si se quedaba
sola y encontrase el pensamiento detestable.
Sintió una sensación de cansancio inexplicable, Chase se recostó contra el árbol,
aprovechando el silencio para estudiar a su compañera. Ella miró a su alrededor
como una cría de doce años, de pie allí, temblándole la barbilla, su esbelta figura
embutida en seda y encaje. Al igual que una niña pequeña que había subido al ático
y se hubiese vestido con las galas de su madre, ante el tocador, un poco ladeada,
porque ella sólo llevaba una zapatilla puesta. Se dio cuenta que parecía
inusualmente nerviosa en su presencia, sin embargo, otra revelación misteriosa le
desconcertaba. Él no era más que un hombre, con el mismo equipoque cualquiera
con los que ella había estado. ¿Dónde residía la amenaza?
Chase reprimió una sonrisa. Supuso que estar de pie detrás del edificio con un
hombre no era su rutina habitual. En estas circunstancias, debía ser un poco difícil
de trascender la realidad por el sueño, un hecho que determinó de recordar.
Cuando él estuviese con ella de nuevo, no le permitiría escapar a su olvido. Lo que
probablemente significaba que estaba destinado a convertirse en la pesadilla de su
existencia.
Ese pensamiento le dio una pausa a Chase y le obligó a dar un paso atrás y analizar
sus intenciones. Un ejercicio inútil. Que me aspen si sabía cuáles eran sus
intenciones.
Había llegado hasta aquí, bueno, tal vez se tambaleó era una palabra mas adecuada,
para ofrecer una disculpa sincera para complacer a su padre y su hermana. Ahora
era la menor de sus preocupaciones, sólo estaba pensando en como poder ver a
Franny de nuevo.
Loco, tan loco como el Infierno. Tal vez la locura corría por las venas de su familia.
—¿Cuánto tiempo crees que hemos estado aquí?— preguntó de repente.
Chase se echó hacia atrás en este momento. No era el único que podría perderse en
ensoñaciones. Buscando a tientas su reloj de bolsillo, lo cogió y miró el rostro en
sombras de la chica.
—¿Diez minutos, tal vez?
Ella suspiró contrariada.
—No parece tanto.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Sin pensar. La tocó con los nudillos en la manga y le sonrió.


—¿Tienes frío? Tengo calor de sobra para los dos.
Ella le lanzó una mirada de asombro y se retiró un paso.
—No tengo frío en absoluto.
—Entonces, ¿por qué tiemblas?
Ella jugueteó con su cinturón y luego se abrazó a sí misma de nuevo.
—No me di cuenta que lo estaba haciendo.
Su voz se oyó tan baja, su enunciación tan vacilante, que Chase se preguntó con que
frecuencia en realidad hablaba con los hombres. No podía concebir cómo podía
estar en su profesión sin conversar con los clientes.
—¿Eres tímida Franny?
Otra mirada de asombro llegó desde sus ojos verdes.
—¿Perdón?
Chase le regaló una sonrisa que había estado practicando frente a un espejo desde
la adolescencia. Su mejor y más desenfadada, torcida y maliciosa sonrisa, diseñada
precisamente para desarmar a cualquier chica.
—Eres tímida. No he visto a una chica tan bonita y ruborosa desde que era un crío.
Ella parpadeó. No era la reacción que había estado buscando.
—Yo te asusto, ¿no?
—Sí.
Una vez más, esa no era la respuesta que andaba buscando. Sorprendido por la
libertad con que ella lo reconoció, dijo,
—¿Por qué?
Ella lo miró durante un largo rato, con los ojos cómo un espejo de confusión.
—Yo no estoy segura. Tu acabas de decirlo.
—Soy el hermano de Índigo, recuerda. ¿Qué mejor recomendación puedo tener?
—Tú no eres dulce como Índigo.
Insatisfecho, él replicó,
—¿Quién lo dice?
Ella rodó los ojos.
—No seas tonto. Ya sabes que no lo eres. Índigo es…— Se interrumpió, y suavizó su
expresión. —Índigo es como ninguna persona que yo haya conocido antes.
Chase, se dio por vencido.
—Ella es una persona muy especial.
—Sí,— estuvo de acuerdo en ese sentido vacilante misma. —Muy especial. Es la
mejor amiga que he tenido. Confío en ella con mi vida. Incluso los animales salvajes
están encantados con ella.
—Yo también les gustaba.— Chase se sintió ridículo por haber dicho eso. Sonaba
como un niño jactancioso. —Al menos antes.
Parecía dudosa.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Oye, solía tener hordas de ellos dando vueltas a mi alrededor, cuando era un niño.
Mapaches, ciervos. Incluso una vez tuve de mascota una serpiente de cascabel.
Ella se estremeció.
—Nunca me mordió.— Reuniendo el buen gusto de reírse de sí mismo, Chase
añadió: —Y yo tampoco la mordí a ella— Se encogió de hombros. —Yo sé que te he
hecho pasar un mal rato esta mañana. Lo siento mucho por eso. Espero que no
estés enfadada conmigo para siempre. Si es posible, me gustaría que fuéramos
amigos.
—¿Amigos?
Que esta perspectiva ella la encontrara claramente alarmante, le irritó.
—Sí, amigos. ¿Qué hay de malo en eso?
La buscó con la mirada. Chase quería tranquilizarla, decirle que no tenía nada que
temer de él, pero a juzgar por las cosas que leía en sus ojos podría ser una mayor
amenaza. Más de lo que podía pensar.
—Yo-Creo que será mejor que te vayas ahora—, dijo ella con voz temblorosa.
Él sacó su reloj de nuevo.
—Sólo han pasado veinte minutos, como mucho. ¿Crees que Frankie se habrá ido?
—Probablemente. Los niños de esa edad no son siempre pacientes.
¿Niños? Chase levantó una ceja, pero hizo caso omiso.
—Va a arriesgarte a entrar?.
—Antes comprobaré los caballos atados en el frente, pertenecen a él y a sus amigos.
Reconocí a Moisés.
Chase no recordó haber visto ningún caballo, pero entonces no había tenido ojos
para gran cosa, que no fuesen las piernas de Franny.
—¿Moisés?
—Nuestro cab…— Se interrumpió. —Moisés es el caballo de Frankie.
Era obvio que estaba tan nerviosa que no podía pensar con claridad, que había dado
a conocer mucho mas acerca de ella, de lo que en realidad quería revelar. Un buen
indicador. Cuando se tratara de sacarle información, podría tener una ventaja.
Dando un paso atrás para darle el espacio que él sentía que necesitaba, dijo,
—Bueno, supongo que ha estado bien la noche, entonces.
Ella asintió con la cabeza, claramente no tenía nada más que decir. Después de un
momento, le susurró:
—Gracias por ayudarme a bajar del tejado.—
—Fue un placer.— Y se dio cuenta de que había sido un placer raro.
A medida que comenzaron a moverse, miró hacia abajo, e incluso en la penumbra,
Chase vio la consternación que se extendió por todo su rostro. Ella fijó sus ojos
aterrorizados en el edificio de saloon, y apretó ambas manos sobre el pecho.
—¡Oh, Cielos!
—¿Qué?

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—He estado tan ocupada pensando en que me visitase Frankie, que nunca llegué a
pensar…! ¿Cómo podré volver a mi habitación?
Chase podía ver que estaba angustiada, pero por su vida que no podía entender por
qué.
—¿De la misma manera la mayoría de la gente lo hace? ¿Por la puerta?
—¿Vestida así?— Indicó a su ropa. —¡Ay, qué aprieto!
Haciendo todo lo posible por mantener una expresión solemne, Chase consideró su
ropa. La niña estaba envuelta en capas suficientes para ser enviada por correo a
larga distancia. Supuso que era el tipo de prendas de vestir que llevaba encima, no
la falta. Chase, se sacó su camisa fuera del pantalón.
—Puedes pedirme prestado esto.
Haciendo una mueca, se sacó la camisa por la cabeza y la sostuvo en alto delante de
ella. La prenda le llegaría casi a las rodillas.
—¿Ves? Te va a cubrir entera.
Ella le dirigió una mirada de incredulidad.
—¿De verdad? Pero entonces te…— Apartó la mirada de sus hombros desnudos. —
No puedo quitarte la camisa.
—¿Por qué no, por todos los infiernos?
—Bueno, porque no vas a tener nada que ponerte.
—Bah, mi padre va sin camisa la mitad del tiempo. Soy indio, ¿recuerdas?— Eso
fue un nuevo giro, recordarle a la mujer ese hecho. —Además, estoy cerca de mi
casa. Está oscuro. Si alguien me ve, voy a tambalearme un poco, y pensaran que
sólo estoy borracho.
—Estás borracho.
Ella sólo dijo lo obvio. Chase puso la camisa en sus manos.
—Sí, bueno, tuve un mal día.— Mientras hablaba, recordó sus razones para
acercarse al salón en primer lugar y decidió que no había dicho lo suficiente a modo
de disculpa. —Lo que me recuerda, Franny. Cuando me encontré contigo, estaba
dirigiéndome aquí a hablar contigo.
Ella lo miró cauteloso.
—¿Sobre qué?
—Quería disculparme.
—Ya lo has hecho.
—No de la manera que debería. Lo que dije acerca de hacer que la gente del pueblo
te echara de aquí si seguías viendo a Índigo. No quise decir eso.
—Ella te envió, ¿no?
Debido a que no quería hacerle más daño de lo que ya le había hecho, Chase tuvo la
tentación de mentir. Por razones que no tenía tiempo para analizar, se resistió a
ello.
—En realidad, fue mi padre quien me envió.
—¿Tu padre?—
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Sí—. Tenía la garganta reseca con una emoción que no podía identificar. Sólo
sabía que deseaba que él hubiese decidido venir por su propia voluntad. O mejor
aún que no le hubiera dicho todas esas cosas viles en primer lugar.
—No tienes que pedir disculpas—, dijo en voz baja. —Sé que sólo estabas mirando
por el bien de Índigo. Si hubiera sido yo, habría hecho lo mismo.— Acabó
encogiéndose de hombros. —A decir verdad, estoy sorprendida de que Jake no me
lo dijese primero. No soy exactamente una compañía aceptable para ella y para los
más pequeños. Lo sé.
El dolor en su expresión hizo que Chase sintiera vergüenza. En buena medida fue el
responsable, sino para la vida de él, no podía pensar en nada que decir que pudiese
deshacer el daño que había causado.
—Ah, Franny. Lo siento.
Ella esbozó una sonrisa temblorosa.
—No lo sientas. Me encanta Índigo, también. El sentimiento protector hacia ella es
una cosa que tenemos en común.
La forma en que Chase lo vio, Franny era la que necesitaba protección. De cabrones
desalmados como él.
—Quiero que te olvides de lo que dije y que la visites cuando te apetezca. En serio.
Ella mordió su labio, mirándolo con desconfianza.
—Me temo que no entiendo tu cambio de opinión.
Él tampoco podía entenderlo, pensó.
—¿Estás seguro que no vas a cambiar de idea?— dijo ella. —No quiero causar
ningún problema. No quiero que los chismes sobre mí la alcancen o la dañen en
absoluto.
—Estoy seguro. No tendrás ningún problema por mi parte, te lo prometo.
Su mirada se aferró a la suya durante un buen rato. Entonces, finalmente asintió
con la cabeza.
—Estoy en el Cielo en este momento. Yo me habría perdido, sin poder ver a Índigo
ni a los niños. Son un rayo de luz en mis días.
Chase tuvo la sensación de que podría ser el único punto brillante en su vida.
—¿Estoy perdonado?
Una fugaz sonrisa tocó la boca.
—Sí. Por supuesto que sí.
Esa sonrisa. Como dudan que fuera, se calentó el corazón. Levantó la camisa por
encima de la cabeza de la chica.
—Será mejor que te la pongas, antes de que se te olvide.
—Oh.
Ella dio una risa nerviosa y se metió la prenda por la cabeza. Chase la ayudó a
ponérsela, ella pescó con sus puños las mangas de su bata, sujetándolas para que no
se perdieran dentro de la gran camisa. Su largo cabello estaba atrapado bajo el

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

escote, y Chase reunió un puñado de rizos para liberarlos hacia afuera. Los bucles
que aferró se sintieron duros como alambre.
—Jesucristo. ¿Qué hay en tu pelo?
Ella balbuceó para sacarse un zarcillo rígido de su boca. Arrugando la nariz con
disgusto, dijo,
—Almidón.
Una sonrisa se le escapó antes de que pudiera tragar.
—¿Almidón?
—El almidón del servicio de lavandería. Mi cabello rizado no se quedaría así sin eso.
Chase se preguntó cómo no le sacaba un ojo a sus clientes, pero no expresó la
pregunta. ¿Almidón? Se podría utilizar ese pelo suyo como alambre de vallar.
—Ya veo—, dijo, sólo, por supuesto, no lo hizo, ni mucho menos. Si el pelo no se
sostenía haciéndose tirabuzones, ¿por qué no acababa de dejarlo suave y natural?
Se agachó para tirar de los bajos de la camisa sobre las múltiples capas de encaje y
la seda.
—Listo. Puede asistir a la reunión dominical de un predicador ahora.
—No lo creo.— Ella le dio a la camisa un tirón final. —Pero gracias por dejarme tu
camisa. Por lo menos ayuda—. Mirando hacia él, ella cogió su labio inferior entre
los dientes de nuevo. Incluso en la luz de la luna, señaló que el leve rubor que tocó
sus mejillas mientras ella le tendía la mano a él.
—Estoy en deuda contigo, señor Lobos.
—Chase.
—Sí, bueno.— Su color se profundizó. —Tienes mi eterna gratitud.
Tomó la punta de los dedos y el pulgar inclinado ligeramente sobre sus nudillos.
—Como he dicho, el placer fue todo mío.
Ella retiró la mano y se volvió para irse. Con el primer paso, se sacudió. Recordó
que llevaba un solo zapato, Chase sonrió.
Al verla cruzar el camino hasta el saloon, se maravilló, mantenía una apariencia de
dignidad, andando torcida y todo, de alguna manera… lo hizo.
Vestida como estaba, su camisa de gran tamaño sobre ella, debería tener un
aspecto ridículo, sobre todo con ese pelo que saltaba como un alambre enrollado en
todas direcciones.
Se detuvo en la parte delantera del saloon para echar un vistazo alrededor de la
esquina. Al parecer, convenciéndose de que el misterioso Frankie se había ido, ella
se despidió y desapareció.

6
Durante mucho tiempo, Chase miró hacia donde desapareció Franny. Cuando por fin se
animó lo suficiente como para caminar hasta su casa, podía ver un poco de luz que se
derramaba de las ventanas de la planta baja de la casa de sus padres. Luces de
bienvenida. Su madre, Dios la bendiga, había dejado la lámpara encendida para él.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Debido a que se había perdido la cena, sabía que lo más probable era que le hubiese
dejado algo de comida preparada en la mesa. No importaba que se ls hubiese perdido
porque había estado demasiado ocupado emborrachándose en el patio trasero para
unirse a su gente en la mesa.
A veces deseaba que sus padres fueran un poco menos tolerantes. Sería más fácil. Así
las cosas, se sentía culpable como el infierno por la forma en que había portado esta
noche y, peor aún de las cosas miserables que le había dicho a su padre. Necesitaba a
veces una buena patada en el culo. Pero esas no eran las formas de Cazador de Lobos, y
nunca lo serían.

Llegó. Chase cerró la puerta detrás de sí, se echó hacia atrás y contempló la habitación.
A su izquierda se asentaba el preciado piano Chickering de su madre, enviado desde
Boston embalado y transportado desde la ciudad de la Media Luna Roja por su padre
en un carro de mercancías. El palo de rosa bien pulido brillaba a la luz de la lámpara, el
testimonio de las horas de Loretta Lobo pasando la cera protectora de su acabado.
En la casa era muy querido, al igual que todos los que habitaban en su interior. Por
todas partes veía evidencia de las manos maravillosas a su madre, desde las alfombras
trenzadas, el arreglo colorido en las plantas, mantelitos blanqueados de ganchillo en los
muebles de crin. En la pared sobre el sofá colgaba su retrato de la familia, tomada años
atrás por un fotógrafo llamado Britt en Jacksonville.
Lleno de nostalgia, Chase se puso delante de él. Índigo y él había sido tan pequeños
cuando se tomó la fotografía que podía recordar vagamente el día. Apenas más de una
jovencita, su tía Amy estaba detrás de él con las manos en sus hombros, su cabeza rubia
inclinada con ojos grandes y risueños, como si escuchase algo que el fotógrafo estaba
diciendo. Nunca dejó de sorprenderse de lo mucho que se parecía a su madre. No eran
hermanas en realidad, solamente primas hermanas, pero al mirarlas, alguien pensaría
que eran gemelas.
A la izquierda del retrato había una fotografía de Amy y su marido, Veloz López,
mexicano por nacimiento, pero adoptado por los Comanches cuando era un bebé. Él
era uno de los favoritos de Chase. Debajo de la imagen de la tía Amy y tío Veloz estaban
los retratos de sus dos hijos, pequeños pícaros con los ojos grandes y expresivos y el
pelo negro. En el lado opuesto de la foto de familia colgaba una foto de Índigo y Jake
con sus hijos.
Sólo Chase no se había casado. Estaba seguro de que su madre tenía un lugar elegido en
la pared donde se esperaba que algún día, colgase una foto de él con su esposa y su
familia.
Se movió a lo largo de la pared para mirar los recuerdos que había enmarcado bajo
vidrio en los últimos años. Había un dibujo de Navidad que había hecho cuando tendría
unos ocho años. Él había escrito: Te amo dentro del mismo y feliz Navidad. En otro
marco eran los primeros dientes que habían perdido, Índigo y él, granos pequeños
amarillentos por el tiempo. Chase no podía dejar de preguntarse si su madre no le
faltaba un tornillo o dos. ¿Quién más podría colgar los dientes de sus hijos en la pared
del salón?
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Cuando Chase estudió los otros recuerdos, su sentido de pertenencia aquí se


profundizó. Tantos recuerdos, y tanto amor. Supuso que todos aquellos recuerdos,
componían una familia y fraguaban lazos irrompibles.
Cerró los ojos y dejó que los recuerdos familiares lo abrazaran. Tal vez, como había
especulado anteriormente, el licor estaba trastornando su manera de pensar, pero se
sentía como si él, que había estado vagando durante los últimos siete años en un
laberinto, acabara de encontrar su salida. De nuevo al inicio y a sus placeres simples.
De alguna manera se había olvidado de cómo de buena podría ser la vida, y ahora que
estaba recordando, la quería para sí mismo.
En los últimos días, que se había visto obligado a quedarse aquí, le había irritado cada
paso. Pero ahora estaba inexplicablemente contento de haber vuelto a casa para una
estancia prolongada. Por mucho que las conferencias de Cazador a veces dolían, eran
por lo general buenas. A partir de ahora, tal vez debería pensar con el corazón, y que el
diablo se llevase las consecuencias.
***
Casi lo primero que vio Chase a la mañana siguiente cuando miró por la ventana de su
dormitorio fue la zapatilla de color rosa de Franny tendida en el techo del Lucky
Nugget. Con una sonrisa soñadora, derramó el agua en el lavamanos y rápidamente
hizo sus abluciones matinales. En el instante en que estuvo vestido, bajó corriendo por
la escalera de la buhardilla.
Su madre estaba ante los fogones, su centelleante cabeza rubia bajo un rayo de sol que
entraba por la ventana. El gigantesco recipiente verde de amasar que tenía apoyado en
un brazo, era el mismo que usaba para hacer la mezcla de la masa para pastel de hacía
veinte años, con los bordes astillados, y agrietado su acabado, por el uso y el tiempo.
Antes de extender la mezcla sobre la plancha caliente, se volvió a sonreírle, con sus ojos
azules tan claros como el cristal brillante de la ventana detrás de ella. Asustado, Chase
se congeló a mitad de camino y la miró. La sensación de que podía ver directamente
dentro del corazón de su madre era una cosa que no había experimentado en un tiempo
muy largo. Por un instante, se puso tenso. A continuación, una sensación de opresión se
apoderó de él.
Ella tocó un rizo en la sien.
—Apenas he podido arreglar mi cabello antes de empezar con el desayuno, pero te
aseguro que no creo verme tan mal.
Chase sintió una sonrisa elevando sus labios.
—Te ves hermosa, mamá.
Era cierto. Para una mujer de su edad, era todavía muy hermosa, parecía como una
niña en su blusa azul, su pelo apenas lo tocaban hilos de plata, su delicada cara apenas
sin arrugas. Pero su observación fue más allá de la superficie. Mucho más profunda. El
amor por él, que vio brillar en sus ojos, le pareció el más poderoso. Tenía el
presentimiento que había estado allí, escondido desde su regreso a casa, pero
simplemente no lo había buscado. O tal vez sería más exacto decir que se había aislado
de ella.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

La idea dio que pensar a Chase, y dirigió sus pensamientos hacia adentro, tratando sin
éxito de determinar exactamente lo que había cambiado en él durante su charla con
Franny la última noche. Sólo sabía que se había despertado esta mañana por primera
vez en años con el ánimo alegre y con ganas de afrontar el día. Cuando se acordó de
Gloria, aquella linda puta, que le había vaciado los bolsillos, así como su corazón, ya no
se sentía enojado. O amargo. Sólo inexplicablemente triste, ya no por él mismo, sino
por ella. Si tan sólo hubiera sido un poco más viejo y más sabio en ese entonces, tal vez
las cosas no hubiesen salido como lo habían hecho. Tal vez si no hubiese renunciado a
ella, si él se hubiese negado a aceptar un no por respuesta, habría conseguido, a la
larga, sacarla de allí. Eso era algo que nunca sabría, no lo podría adivinar. Lo
importante-la cosa que tenía que recordar-era que, sólo un tonto cometía el mismo
error dos veces.
La puerta del patio se abrió con un crujido, y Chase se volvió a ver a su padre entrar en
la cocina, traía huevos del gallinero descansando en el hueco del brazo. Su mirada era
de color azul oscuro. En ese momento, de contacto visual, Chase se sintió despojado, y
se dio cuenta de que su intuición readquirida, podría ser un arma de doble filo con este
hombre y, probablemente, con Índigo también. Cazador dudó un momento, olvidando
la frágil carga que llevaba, mirando profundamente a los ojos de Chase. Una gran
cantidad de mensajes pasaron entre ellos con esa mirada.
—Es un buen día—, finalmente ofreció a modo de saludo.
Chase sabía que se refería a mucho más que a las condiciones meteorológicas. No es
que la perspicacia de su padre llegase como una sorpresa. Cazador siempre le había
entendido mejor que él mismo.
—Sí, un buen día,— estuvo de acuerdo con voz ronca.
Cazador siguió su camino hacia el fregadero, donde comenzó el lavado de los huevos
recién traídos.
—Tenemos miel fresca para las tortas del desayuno. Índigo encontró un árbol con
panales de miel la semana pasada y le robó un poco al nido de las abejas.
—Sin una sola picadura—, dijo Loretta —Te lo juro, esta niña y sus travesuras serán mi
muerte un día de estos. Ayer me estuvo contando acerca de un artículo que leyó sobre
un antídoto de algún tipo que se está haciendo para las mordeduras de serpiente de
cascabel. Quiere comenzar a capturar serpientes y ordeñarlas.— Loretta puso sus ojos
en blanco, echando a su marido una mirada significativa. —¡No por el dinero! Cielos,
no. Sin embargo, quiere salvar a las malditas serpientes. ¿Y que hizo su padre para
tratar de disuadirla? No dijo ni una sola palabra.
Chase, tragó una risa.
—¿Salvar las serpientes, dice? ¿De qué?
—De morir, por supuesto. Ella imagina que si se desarrolla una cura para las picaduras,
la gente no les temerán tanto y dejarán de matarlas a todas y cada una que vean.
—Las personas tienden a odiar a las serpientes de cascabel. Debería saber que un
antídoto no podría cambiar eso.
—También podría terminar muerta.
—Sin embargo nunca ha sido mordida por una serpiente, mamá.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Hmph. Sólo se necesita una vez. Esa es mi preocupación. Con las criaturas salvajes,
esta niña piensa que es invencible. Además, comparar a los animales domésticos con
las serpientes es una cosa muy diferente, y encima quiere capturarlas vivas y
ordeñarlas. No puede ser una experiencia muy agradable para la serpiente, y la pueden
morder en defensa propia.
—No a Índigo. Si ella no puede ordeñarlas suavemente, no lo hará.— A juzgar por la
expresión de su madre, Chase pensó que podría ser una buena idea cambiar de tema.
Tenía suficientes excentricidades de su propia cosecha, sin su hermana. Miró el vaso
sobre la mesa y se frotó las manos.
—Mm, miel en las tortas calentitas. Se me hace la boca agua sólo de pensarlo. Un
hombre no puede pedir nada mejor que esto.
Su padre asintió con la cabeza, recordando con claridad, como Chase había previsto, la
conversación de anoche. Una vez más, sus miradas lo bloquearon, y durante el
intercambio, Chase estaba seguro de que no sólo entendía su padre cuánto lo sentía por
las cosas que le había dicho, sino que también sintió que le perdonaba. Era todo lo que
necesitaba Chase para hacer su día perfecto.
Su madre colocó la mezcla de las tortas sobre la plancha. La grasa caliente
chisporroteaba, y el olor de la pasta llenó la cocina.
—Si estás pensando en afeitarte antes de desayunar, es mejor que te des prisa. Es
domingo, y tengo un montón de cosas que hacer antes de las dos.
Chase, se frotó la barbilla.
—Oh, ¿Viene el padre O’Grady a la ciudad para celebrar la misa?
Su madre le envió una mirada.
—Si hubiera misa hoy, el Padre hubiese venido ayer para oír las confesiones. Hoy
tenemos reunión dominical, en el salón comunitario. También tendremos esta noche
un baile. ¿Tal vez te gustaría ir?
—Uh… tal vez.— Chase previó que lo habría organizado su madre para hacerle bailar
con cada mujer soltera de la ciudad y se encogió ante la idea. Él sabía cuándo retirarse y
comenzó a andar a través de la cocina. Lo último que quería era que empezase a darle
la charla acerca de su poca vida social y de que tenía que ir buscándose a alguna chica
para tener su propia familia. A continuación, se pondría con que no había asistido a la
Iglesia y que cuanto tiempo había pasado desde que no había asistido a misa
regularmente.
—Después del desayuno, ¿te gustaría subir a la mina conmigo?— su padre le preguntó
de pronto. —Tenemos un montón de tiempo antes de que comience la reunión. ¿Tus
costillas han sanado lo suficiente?
Desde su llegada, Chase no había estado en la mina, ni había querido ir. Ahora le
gustaría poder. Pero esa zapatilla de color rosa en el techo del saloon, le hacía una
poderosa seña.
—Mis costillas están sanando lo suficiente, pero hay algo que tengo que hacer esta
mañana. ¿Puedo tomar un control de la lluvia?
Hunter asintió con la cabeza.
—Cuando estés listo para hacerlo, me lo dices.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Un nudo se alojó en la garganta de Chase.


—Lo haré.
Sin prestar atención a los matices de su intercambio, Loretta le preguntó:
—¿Qué debes hacer esta mañana?
Chase, sintió un rubor arrastrándose hasta el cuello.
—Hay una potranca aquí en la ciudad en la que estoy interesado—
La mirada del cazador fue directamente a sus ojos. Chase reprimió una sonrisa. Loretta
parecía perpleja.
—¿Por qué diablos quieres otro caballo? Creo que uno es suficiente preocupación,
trabajando como lo haces en los campamentos madereros, sin un refugio adecuado
para ellos. ¿Y una potra? No tienes tiempo para domar un caballo, no trabajando las
horas que lo haces.
—Pero, mamá, esta es una potranca especial. Es muy bonita, me di cuenta en cuanto
puse los ojos en ella. Domarla no puede consumir mucho tiempo. Pero creo que valdrá
la pena.
—Estas encendiendo la vela por ambos extremos, diría yo. ¿Y tus ahorros para ese
pedazo de tierra? Comprar otro caballo te hará retrasar tus planes.
Chase, se encogió de hombros.
—Tardar un poco mas no me hará daño.
—No sabía que nadie en la ciudad tuviese una yegua a la venta—, añadió pensativa
mientras daba la vuelta a las tortas sobre la plancha.
Devolviéndole a su padre otra sonrisa, dijo Chase,
—He oído hablar de ella en el saloon.
—Oh.— Loretta arrugó la nariz. —Cielos, espero que su dueño no sea un borracho que
te esquilme a las cartas.
Chase entró en el retrete que su padre había erigido en una de las esquinas de la
habitación. Dejando la puerta entreabierta, puso el agua para afeitarse. A medida que
salpicaba su rostro para suavizar la barba, él regañó:
—Mamá, ¿por quién me tomas? ¿Que voy a jugarme mi dinero con un borracho en el
póquer para ganarme su caballo?
Su madre volvió sus ojos a él con resignación, su expresión más clara decía sin palabras
que últimamente podría esperar de él cualquier cosa.
Después de haberlo estudiado durante un momento, su ceño fruncido desapareció, y
ella sonrió.
—No, por supuesto que no. Es que no pensé que necesitaras un caballo ahora mismo,
estando ahora preocupado por ahorrar, pensé que, bueno, no tiene importancia…
Enjuagando la maquinilla de afeitar, Chase dijo:
—Creo que tal vez estoy reorganizando mis prioridades un poco. Gastar algo de dinero
alguna vez no me va a alejar de la compra de la tierra. Sólo me llevará un poco más, eso
es todo.
Cazador llevó a la cesta de alambre de los huevos lavados al fogón y, como era su
costumbre, comenzó a cascarlos y a batirlos antes de ponerlos en la sartén. A diferencia
de muchos hombres, no dudaba en ayudar a su esposa dentro de la casa.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Mientras Chase se limpiaba la mandíbula con aroma de bergamota del compuesto de


afeitar, vio por la puerta abierta a sus padres trabajando, cada uno cuidando de hacer
sitio a otro, con la facilidad y la cercanía que da la practica. La unidad de sus
movimientos le puso en la mente una pareja de baile, cada uno siguiendo al otro con
aplomo. Una cosa tan simple, pero de una belleza que dio envidia a Chase. Ayer por la
noche, su padre le había preguntado, qué más puede desear un hombre de la vida. La
respuesta era: nada.
Chase hizo una mueca cuando se agachó para mirarse en el espejo que su madre había
colgado de un clavo en la pared. Las costillas malditas, otra vez. O tal vez debería
maldecir el espejo. El óvalo de vidrio había sido colgado en ese mismo lugar, a una
altura perfecta para su mamá se pudiese ver, desde que su padre construyó el inodoro,
sin embargo, otro signo del toma y daca entre sus padres.
Nunca había oído a su padre quejarse de tener que agacharse para verse en el espejo.
No es que Cazador, que era mitad Comanche, tuviese la necesidad de afeitarse muy a
menudo. Pero solía lavarse mañana y tarde.
Chase hizo una mueca. Cuando eligiese una mujer, tendría que estar seguro de que era
más alta que su madre, o iba a estar agachándose para afeitarse durante los siguientes
sesenta años. A diferencia de su padre, fue maldito con la espesa barba de un hombre
blanco.
Una imagen de Franny brilló en su mente. Definitivamente demasiado bajita, decidió.
Pensando en la zapatilla tirada sobre el techo del saloon, se acordó de cómo había
estado colgaba la última noche del alero. Lo que le faltaba en estatura, sin duda, lo
compensaba en curvas.
Sonriendo para sí mismo, Chase decidió que un hombre siempre puede colgar dos
espejos en el inodoro.
***
Chase dio una palmada con la zapatilla de color rosa sobre la barra. Después del
esfuerzo considerable que había tomado para recuperar la maldita cosa del tejado, no
estaba de humor para tonterías.
—¿Qué demonios quieres decir, que no puedo verla?—
Gus, el regordete propietario del saloon, tiró del paño blanco, siempre presente en su
hombro. Inclinado sobre la barra, la pulió con atención en un punto en que había
goteado agua sobre su superficie barnizada.
—Sólo lo que has oído. No se aceptan hombres llamando a su puerta hasta después del
anochecer, sin excepciones.
Chase no tenía la intención de aceptar un no por respuesta.
—Mira, Gus—, dijo razonable. —Yo no soy cualquier tipo que venga a llamar a su
puerta. Franny es una amiga de mi familia.—
Gus arqueó una ceja.
—Esa es una excusa que no había escuchado antes.
—Es cierto. Ella e Índigo son uña y carne.— Hizo un gesto cansado. —Sólo quiero
devolverle su zapatilla, por amor de Cristo.
Gus vació uno de los ceniceros.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Déjala conmigo. Yo se la daré.


Chase decidió que era hora de probar otra táctica.
—¿Puedo ir a ver a May Belle, entonces? Se la dejaré a ella.
Gus señaló con un pulgar hacia las escaleras.
—Considérate mi invitado. Segunda puerta a la derecha. Sin embargo, sin rodeos,
Chase. Franny, es realmente peculiar en sus reglas y yo no quiero que ella se enfade
conmigo.
Reglas. Chase nunca había oído hablar de ellas. ¿Cómo podría una chica de arriba,
esperar tener una vida digna si aceptaba llamadas sólo de noche y trabajaba sólo hasta
la una de la mañana? Estaba perdiendo dinero a manos llenas. No es que ya le
importase. Si él llevaba a cabo sus planes, ella dejaría este tipo de trabajo por completo.
Subió la escalera oscura y se detuvo en el rellano, con la mirada curiosa fija en la
primera puerta, sabía que tenía que ser la de Franny, ya que Gus dijo que buscase a
May Belle en la segunda. Un gran cartel colgaba de la puerta. Se centró en las letras en
negrita . Ocupado, decía. Entonces más adelante, en menor tamaño, leyó, por favor de
la vuelta al signo de ocupado, al salir, para que la persona siguiente pueda pasar.
La curiosidad pudo más que Chase y él se acercó a darle la vuelta y leer la señal del otro
lado.
No es necesario quitarlo. Simplemente giró el signo de
—Ocupado— de la entrada y leyó:
Diez dólares por treinta minutos.
Las reglas son las siguientes:
Nadie puede llamar antes de que oscurezca.
Deje apagada la lámpara.
Ninguna conversación.
Sin extras.
No se aceptan devoluciones.
Deposite sus diez dólares sobre la cómoda antes de salir.
La nota concluyó con un agradecimiento y la firma de Franny, la escritura era elegante
y precisa, tal y como ella era. Después de dar la vuelta al signo hacia atrás, Chase cerró
un puño, tentado de llamar a la puerta, porque sabía que ella debía estar dentro de la
habitación.
—¡Maldita sea, Chase!— Gus gritó. —Esa no es la segunda puerta, y tú lo sabes.
Al ver otra manera de llamar la atención de Franny, Chase alzó la voz para hablar a
través de la barandilla.
—No te metas en esto, Gus! No voy a molestarla. A pesar de todo, no se que problema
hay. Todo lo que quiero hacer es devolverle la zapatilla y darle un mensaje de mi
hermana.
Como Chase esperaba, un segundo más tarde, el pomo de la puerta giró. En el sonido,
se volvió y contempló la puerta abierta unas pulgadas. Una porción de la cara de
Franny apareció en la estrecha grieta.
—¿Índigo me envió un mensaje?— -preguntó en voz baja.
Chase relajó sus hombros y se inclinó para susurrarle:
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Sí, lo ha hecho. Pero no quiero que nadie lo escuche. ¿Puedo entrar durante un
minuto?
Uno de sus ojos verdes se le quedó mirando con recelo.
Chase dio cuenta de que no era el primer hombre que había tratado de violar su
santuario durante el día.
—Sólo por un segundo— le aseguró y levantó la zapatilla.
—Acuérdate, soy el hombre que anoche te ayudó a bajar del tejado. Vamos, Franny.
Déjame entrar me habré ido antes de que puedas parpadear.
—Muy bien—, finalmente cedió, —pero sólo por un minuto.
Para su sorpresa, la puerta se cerró. Le pareció oír los muebles que se movían en su
interior. Cuando la puerta se abrió de nuevo, Franny no estaba a la vista. Con sensación
de hormigueo del cuello, salió con cautela a través del umbral. En el instante en que
estaba dentro por completo en la habitación, la puerta se cerró y se volvió a verla, de pie
detrás de él, con la espalda pegada a la madera, sus manos con los nudillos blancos
cruzadas en la cintura.
Su desconfianza en él se hizo evidente en las líneas alrededor de la boca y las sombras
en sus hermosos ojos verdes. Chase se moría de ganas de preguntarle por qué estaba
tan nerviosa. Pero ya tendría tiempo de averiguarlo más tarde. Tenía la sospecha de que
en algún momento, había sido gravemente maltratada por alguien. Tal vez por un
cliente. Posiblemente por más de uno.
—¿Índigo está bien?— -preguntó ella.
Sintiéndose un poco avergonzado de sí mismo por contar una mentira, Chase se
apresuró a tranquilizarla.
—Oh, ella está bien. Ella…hum…— Él le ofreció la zapatilla. —Acabo de venir de su casa,
y me dijo que te saludara cuando te viese.
—¿Qué?
—Ella dijo que te dijera hola.
—¿Ese es el mensaje?
Intentó sonreír.
—Bastante corto, lo sé. Pero lo que realmente quería era devolverte la zapatilla en
persona. Gus es bastante controlador, ¿no?— Ella no estaba sonriendo. —Traté de
decirle que tu y yo somos amigos, pero no quiso hacer ninguna excepción.
—¿Amigos?— repitió usando el mismo tono que había usado la noche anterior.
Incrédula, sorprendida. —Tú y yo, ¿amigos?
Chase hizo lo posible para parecer inofensivo.
—Bueno, sí. Considero que somos amigos. ¿No? Por no hablar de que tengo tu
zapatilla, y tu tienes mi camisa.— Empujó el zapatito hacia ella de nuevo. —¿Hacemos
un intercambio?
—Tenía la intención de lavar y planchar la camisa antes de devolvértela.
—Oh.— Chase tenía la certeza de que no era necesario, pero luego se le ocurrió que
tendría otra excusa para ir a verla si dejaba la ropa atrás. —Eso estaría bien.
Ahora que lo pensaba, le gustaba la idea de que ella planchase su camisa. Imaginaba la
punta de sus pequeños dedos alisando y estirando cada centímetro, decidió que
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

después de que ella se la devolviese, se la pondría más a menudo que cualquier otra.
Loco, estaba loco.
Debido a que ella no había aceptado la zapatilla, optó por mantenerla en su mano. Ya
no había duda, le indicaría la puerta en el instante en que se la devolviese. Sonriente, se
volvió a contemplar la habitación. Un biombo ocultaba un extremo entero, y
sospechaba que era el mueble que había oído moverse. ¿Qué había detrás la pantalla?
Cosas que no quería que él viese, obviamente. Quería echar un vistazo, pero eso habría
sido una imperdonable grosería.
En su lugar posó su mirada sobre la pequeña mesa redonda cerca de la ventana. Un
pedazo de pan a medio comer se apoyaba en el borde de un plato con algo de fiambre, y
una taza de café junto a él. Supuso que debía pedir sus comidas de la cocina del saloon.
Gus había remodelado el Lucky Nugget poco después de comprarlo y, entre otras cosas,
había añadido un pequeño restaurante para que sus clientes no tuviesen que ir por la
calle hasta el hotel por una comida.
—Muy bonito—, comentó, aunque su verdadera reacción ante sus aposentos fue todo lo
contrario. No podía dejar de pensar en lo solitaria que su vida debía ser, la suma total
de su existencia confinada dentro de estas cuatro paredes, donde comía, dormía y
trabajaba. Ahora mejor que nunca podía entender por qué Índigo, había estado tan
molesta con él ayer. Sin un amigo, Franny jamás escaparía de esta prisión.
Volviendo su atención a ella, Chase pensó que con la blusa que llevaba se parecía más
de una maestra de escuela que a una mujer caída.
Contra toda lógica, el gris monótono combinaba con su piel de marfil y el rubor rosa de
las mejillas y labios. El color crema de los apliques de encaje del cuello rodeaban a su
garganta esbelta. Su cabello, con vetas de platino sobre oro, estaba atado en una trenza
elegantemente enroscada en su coronilla. Esta mañana, no había evidencia del
almidón que usaba para hacerse los tirabuzones .
La mirada de Chase quedó atrapada en los puños deshilachados de las muñecas. La
blusa de percal había visto días mejores. Asomando bajo el dobladillo de la larga falda,
asomaba la puntera de sus desgastadas botas de cabritilla, dando testimonio de lo poco
que gastaba ella en vestir. Claramente incómoda con su inspección, se frotó las palmas
de las manos sobre su falda.
—Bueno…— dijo, dejando la palabra en el aire.
Chase sabía que era una invitación a salir, pero no tenía ninguna prisa. La victoria rara
vez se daba en las primeras batallas. Le dio lo que él esperaba que fuera una sonrisa
tranquilizadora y cambió su atención, de ella hacia su habitación. A la izquierda del
biombo, casi oculta por su marco de madera, vio lavamanos, y colgado de un clavo de la
pared una vejiga de piel llena de agua casi en sus dos tercios, unido a ella una larga
manguerita de goma, de lo que supuso era un irrigador vaginal para su limpieza. En el
lavabo, por debajo estaba el balde habitual para el agua sucia y la taza, además de un
frasco de esponjas y una jarra de vinagre de Caballero. También había un frasco de
farmacia con glóbulos de color marrón, probablemente una mezcla hecha en casa para
evitar el embarazo.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Imaginar Franny usando esas cosas-que tuviese la necesidad de utilizar tales cosas-hizo
que Chase se sintiese enfermo. Sin embargo, allí estaba la evidencia. Lo que él había
esperado encontrar allí, no lo sabía. ¿Una habitación llena de parafernalia religiosa, tal
vez? Con la dulzura y la inocencia que emanaba, esta chica vendía su cuerpo para
ganarse la vida. Si él no sabía hacerle frente a la fea realidad sin revolverle su estómago,
mejor que saliese de inmediato de allí, mientras que todavía tenía la oportunidad.
Se volvió hacia ella. Supo por el color escarlata de sus mejillas, que estaba sintiendo una
dolorosa vergüenza por que él contemplase esas cosas tan personales e intimas.
Avergonzada y apenada. En la cruda luz de la mañana, no había mundos de ensueño
para que ella pudiese escapar.
Chase tragó saliva y la miró a los ojos. Dios, cómo quería sacarla lejos de aquí. Ella no
pertenecía a un lugar como éste, y aunque fuera la última cosa que hiciese, la ayudaría a
encontrar una manera de irse. Era algo que tenía que hacer, no sólo por ella, sino por sí
mismo. Y tal vez, de alguna manera abstracta, por Gloria. Él no le daría la espalda esta
vez.
Sin pensar en cómo podría interpretarlo, Chase se frotó con la punta de su zapatilla
bordada de color rosa a lo largo de su mandíbula. Sus pupilas se dilataron hasta que sus
ojos parecieron casi negros. La conciencia de algo eléctrico surgió entre ellos. Algo
ocurría que Chase no se atrevía a reconocer. Todavía no.
Se odiaba por lo que estaba a punto de decir. Pero de aquí en adelante, las cosas no iban
a ser fáciles, y probablemente estaría haciendo y diciendo un montón de cosas que
podrían parecer crueles para ella.
—Me di cuenta en tu cartel del exterior que cobra diez dólares por treinta minutos.
¿Cuántos clientes por lo general recibes cada noche?
Palideció ante la pregunta. Echando un vistazo a la cómoda, frunció el ceño.
Podía ver que estaba nerviosa, además de sentirse humillada. Supuso que estaba
tratando de recordar la cantidad de dinero que quedaba por lo general sobre el mueble
cada noche, una prueba más de que Índigo le había dicho la verdad. Tanto como
buenamente podía, Franny, se mantenía aparte del feo asunto de su negocio.
—Yo… eh…— Se mordió el labio y encogió un hombro. —Tres, cuatro personas,
supongo. ¿Por qué lo preguntas?
—Así que cincuenta cubriría toda la noche?
—Toda la, ¿qué?
Casi se echó a reír al ver la expresión horrorizada de sus ojos.
—Toda una noche—, repitió. —Si un hombre desea tu compañía durante todo ese
tiempo, cincuenta haría más que cubrir lo que se podría perder en el otro negocio?
Por un momento interminable, ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza. Y Chase
se preguntaba si tal vez la había perdido. Ninguna mujer en la tierra valía cincuenta
dólares por noche. Excepto tal vez una rubia frágil, de sorprendidos ojos verdes y una
boca tan dulce todo lo que podía pensar era en besarla.
—Yo no trabajo toda la noche—, se apresuró a recordarle. —Sólo hasta la una, sin
excepción, nunca.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Ya veo.— Chase, extendió la zapatilla hasta ella de nuevo. —Voy a tener esto en cuenta
entonces y tenerte de vuelta a la una.
—¿De vuelta?
Apretó la zapatilla en la mano y apretó los dedos alrededor de ella.
—Sí, de vuelta. Si yo pago por la noche, no hay por qué quedarnos aquí. Sería más
divertido salir y hacer algo.
Era evidente que sospechaba, dijo,
—¿Cómo qué?
Chase sabía que por lo general evitaba a la gente del pueblo, así que no podría esperar a
que asistiese al baile de esa noche. No era por él, sino que la gente del pueblo la iba a
hacer sentir incómoda.
—No lo sé. ¿Un día de campo, tal vez?
—Al caer la noche?
—Si la luna no es lo suficientemente brillante, siempre podemos llevar una linterna.
Ella sacudió la cabeza.
—No. Lo siento. No acepto toda la noche con los clientes.
Chase, arqueó una ceja.
—¿En serio? No me di cuenta de que esa regla estuviese publicada.
—Un descuido—.
—Un descuido que no está publicado.—
—Voy a poner remedio a eso.—
Chase, puso de un dedo debajo de la barbilla de la niña y le levantó la cara ligeramente.
—Espero que no.
No había duda de que la ansiedad de sus ojos era real. Se supone que se sentía segura al
entretener a los hombres en su habitación, donde Gus podía escuchar si gritaba
pidiendo ayuda. Si salía del salón con una persona, no tendría ningún protector. No es
que fuese a necesitar alguna cuando estuviese con él. Pero ella no tenía manera de
saber eso.
—Voy a estar esperando a verte de nuevo, Franny—, dijo cuando la soltó y dio un paso a
su alrededor apara tomar el pomo de la puerta. —Espero que desees lo mismo.
Si su expresión era una indicación, ella se veía con el mismo interés y entusiasmo con
que esperaría pillar una gripe. Chase se fue sonriendo.
Franny estaba temblando. En el instante en que la puerta se cerró detrás de él, ella se
dio vuelta para mirarlo, su mente corría casi tan loca como su corazón. Una nueva
regla. Ella tenía que escribirlas de nuevo y comunicarle a Gus sobre el cambio
inmediatamente. No, nunca toda la noche con un cliente. Con esa decisión, Franny se
sintió un poco mejor, pero no por mucho. No sabía lo que estaba a punto de hacer
Chase Lobos, pero el hombre podría hacer trizas su corazón con nada más que una
mirada penetrante de los azules ojos. Él suponía un problema. Lo sentía en la médula
de sus huesos.
¿Quería volver a verla? La idea era tan absurda, que casi se echó a reír. ¿Realmente
creía que dejaría el saloon e iría haciendo cabriolas fuera, en la oscuridad, con él? De
ninguna manera. Cualquier hombre que quería pasar toda una noche con una mujer de
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su oficio, había perdido un tornillo. Sería un tonta si confiara en él, y la experiencia la


había curado de ser un tonta hacía mucho tiempo.
7

Recién bañado y afeitado, Chase se sentó en el porche de sus padres esa noche
esperando a que oscureciera. Cinco piezas de diez dólares de oro pesaban mucho en
su bolsillo, esto pondría en grave riesgo de agotar su dinero en efectivo, pero
mientras revisaba las ventanas de los pisos superiores del Lucky Nugget y se
imaginó pasar toda la noche con Franny, decidió que el gasto valdría la pena.
Al día siguiente era lunes. El banco estaría abierto. Por la mañana, podría firmar un
cheque de ventanilla y retirar el dinero suficiente para llevar a cabo la próxima
semana.

Dependiendo de cómo fuese esta noche, podría ser suficiente para monopolizar la
retirada de las noches de Franny hasta el fin de semana. Eso haría levantar las
cejas, en especial al Sr. Villen, el presidente del banco. Chase casi podía imaginar la
expresión de su rostro. Suspirando, miró al cielo, deseando que oscureciera. Jesús.
¿Sabía en lo que se estaba metiendo? ¿Estaba incluso pensando con claridad? O
incluso, ¿estaba pensando? El rescate de una paloma mancillada sonaba bien. Pero
para hacerlo, tenía que tener algo que ofrecer a Franny como una alternativa. No
había muchos empleos bien remunerados para las mujeres, y no estaba seguro de
cuáles eran las necesidades financieras de Franny. ¿Y si ella necesitaba hacer tanto
dinero como hacía hasta ahora? Chase no podía pensar en una sola ocupación para
las mujeres, que no fuese la prostitución, que se pagase tan bien.
¿Y no era este un hecho lamentable? Como Índigo dijo, los hombres en el mundo de
los blancos no había dado a sus mujeres muchas opciones cuando se trataba de
mantenerse a sí mismas.
Esas mujeres que caían en desgracia no recibían ninguna ayuda. En su lugar, se
convertían en presas fáciles. En las víctimas, su padre las llamó, y tal vez tenía
razón.
La sociedad estaba llena de hombres que guardaban cola para victimizarlas. La
posibilidad de que él podría ser segundo en la línea esta noche a la puerta de
Franny fue suficiente para hacer nudos en su estómago. La idea misma de un sucio,
y medio borracho hijo de puta poniendo las manos sobre ella. Cristo. Se sintió
enfermo al pensar en ella. Lo cual era absurdo. Franny había estado haciendo
negocios en el piso de arriba por mucho más tiempo de lo que quería contemplar.
Un cliente más no debía hacer una diferencia. Pero lo hizo. No quería a otro
hombre tocándola.
Cuando trató de analizar sus sentimientos e interpretarlos, lo único que sentía era
confusión. Por definición, Franny era propiedad pública, a disposición de cualquier

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

persona que tuviera monedas para alquilar sus favores, y hasta que ella optara por
cambiar eso, era muy poco lo que podía hacer o decir.
Una imagen de sus ojos cándidos verdes y su cara expresiva cruzó por la mente de
Chase, y sus manos pequeñas cerradas en puños apretados. ¿Desde cuando le
sucedía esto? Tenía sus pensamientos en orden antes de que él fuese a verla, pero
cuanto más lo intentaba, más revueltos le parecían ahora. Una cosa la tenía clara,
quería ayudarla. Tenía que ayudarla. Se había convertido en una obsesión. Tal vez
estaba tratando de purgar, y dar a sus viejos demonios un descanso. O tal vez sus
sentimientos hacia ella fuesen más profundos que eso. No lo sabía. Lo único que
sabía era que tenía que ir a verla y no tenía la intención de dar marcha atrás hasta
que la sacase de ese infierno de lugar.
Cuando Chase entró en el Lucky Nugget unos minutos más tarde, la música de
piano palpitaba contra sus tímpanos. Trató de bloquear el sonido, pero a medida
que se dirigió hacia las escaleras, la voz de Gus le detuvo en seco. Se volvió y miró a
través de la oscuridad iluminada por la lámpara, con los ojos enrojecidos por las
nubes de tabaco de fumar. Saludándolo agitando su paño blanco con la mano, Gus
hizo una seña a Chase para que se acercara a la barra.
Abriéndose paso entre las mesas, Chase trató de no tropezar con los codos de los
jugadores de poker con la canasta que llevaba. Los olores abrumadores de cigarros,
cigarrillos, y los cuerpos sin lavar a la vez hizo asquearse su estómago. No podía
dejar de pensar en Franny, que trabajaba en este lugar, noche tras noche. El
pensamiento lo hizo aún más impaciente por verla. A medida que llegaba a la barra,
Gus le sirvió una jarra de cerveza.
—Invita la casa.
En todos los años que Chase había conocido a Gus Packer, nunca había oído hablar
de que invitase a una bebida. Algo estaba pasando, y si una cerveza gratis iba unido
a ello, Chase tuvo un presentimiento que no iba a gustarle. Agarró el asa de la jarra,
y luego la sacudió derramando la espuma fuera de su mano.
—Gracias—. Vacilante, para dar énfasis, Chase agregó, —al menos eso creo.
Gus tenía la delicadeza de mirarlo avergonzado.
—Mira, Chase, no quiero ningún rencor, pero me dieron una especie de ultimatum .
Dejando de lado la canasta, Chase apoyó una Boya en la barra de pie de bronce.
—Afuera con él, Gus.
El cantinero se rascó un resto de comida reseca en el borde del mostrador.
—Es Franny—, comenzó diciendo en voz baja. —Por alguna razón, ella está muy
determinada a mantenerse alejada de ti.
—Ya veo.
Gus, finalmente levantó la vista.
—Ella me pidió que lo mantuviera fuera de su habitación.
Chase, tomó un trago lento de su jarra. Después de limpiarse la boca con el dorso de
la muñeca, dejó el recipiente en la barra con un golpe decisivo.
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de Catherine Anderson

—Voy a subir a verla, Gus.


—Haz eso, y voy a tener que enviar a alguien a por el sheriff.
—Supongo que eso es su obligación.
—No quiero enredos con la ley, Chase.
—No será mi primera vez y probablemente no será la última. Vengo de una larga
lista de renegados, ¿recuerdas?
—No vale la pena. Ninguna mujer lo vale.
—Esa es mi decisión.
Gus apretó los dientes.
—Si comienzas a dar problemas aquí, no hay un hombre en este lugar que vaya a
dudar en saltar y ayudarme con esto.
Chase se volvió para mirar la colección de gentuza que había en el salón. Aunque
cansados, como los mineros parecían y de mala reputación, no los subestimaba. Un
hombre no podía ganarse la vida de un agujero en el suelo sin desarrollar bordes
duros. Por la misma razón, los leñadores no eran exactamente suaves, y Chase sabía
a ciencia cierta que aunque el oficio de minero era un infierno, en el suyo eran
mucho peor. Estos tipos no tenían nada que decir, ya que no había estado en su
contra de antes. La rotura en las costillas que arrastraba, no dudaba que lo ponía en
desventaja. Pero una vez que el primer golpe fuese lanzado, él sabía que su
temperamento se haría cargo.
Cuando él deslizó su mirada de nuevo a Gus, sonrió ligeramente.
—Bastante destructiva, una pelea de saloon. Esto se volverá un infierno de
destrucción. Si empiezo una pelea, yo cumplo la regla de que siempre hay que pagar
por los daños y perjuicios. Pero no soy tan complaciente si otra persona me da el
primer golpe. ¿Crees que estos sujetos tienen las monedas suficientes para pagar
por las mesas rotas y sillas, por no hablar de todos los vasos, jarras y botellas que
seguramente sólo quedarán sus pedazos?
—No quiero problemas, Chase.
—Problemas es mi segundo nombre.
—Hablas mucho para ser un hombre con las costillas rotas.
—Realidad o presunción, esa es la pregunta, y yo no creo que usted lo quiera
averiguar.
—Oh, he escuchado historias sobre ti, muchacho—, admitió Gus. —Un habitual
juerguista, ¿no? Pero eso es cuando estás lejos de casa. Tengo la corazonada de que
lo vas a pensar dos veces antes de empezar nada aquí, donde tu gente se va a
enterar de primera mano, y no creo que quieras hacer llorar a tu mamá.
En cualquier otro momento, la amenaza podría haberle hecho retroceder a Chase.
Pero esta noche era las lágrimas de Franny lo que le preocupaban, no las de su
madre. Si malas eran unas, peor las otras, tenía la certeza de que sus padres
entenderían eso.
—Gus, te lo advierto. No me detengas.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Tú padre tenía que haber domado este carácter tuyo, mientras eras lo
suficientemente pequeño para una azotaina.
—Probablemente. Pero golpear a sus hijos con regularidad, no era uno de sus
puntos fuertes.
—Nunca le puso una mano encima, o me equivoco. Si lo hubiera hecho, no serías
ahora un culo arrogante.— La mirada de Gus vaciló. —Franny no quiero verte. ¿Por
qué no puedes respetar sus deseos y mantenerte alejado?
—Porque yo no creo que sepa lo que es bueno para ella.
Chase devolvió la jarra casi llena al dueño del salón le había servido, poco menos al
haber derramado la espuma sobre su mano. Tratar con Franny sería bastante
difícil, sin nublarse su juicio con la bebida.
—No tienes una razón real para negarme acceso a las habitaciones de arriba, Gus, y
ella tampoco las tiene. Puede que sea indio, y le aseguro que no voy a negar que
puedo ser intratable cuando me retan, pero no importa cómo sea por fuera, por lo
general soy cien por cien un caballero con las damas. Usted no encontrará a nadie
en Tierra de Lobos o en cualquier otro lugar, que le diga lo contrario.
—Caballero, o no, ella no quiere nada contigo.
—Yo diría que dada la naturaleza de su negocio, habrá mas de un cliente que pague
y que no sea de su agrado. Si hay problemas, porque esta noche usted y ella no
están de acuerdo de que yo la visite, y termino en la cárcel por pelear, ese punto va a
ser utilizado por mi abogado defensor. Una puta no se puede negar a un hombre,
sin justa causa, y yo no le he dado ninguna.
—¿Sí? Bueno, sólo recuerde esto, compañero. Mientras espera para que el juez a
aparezca aquí, en Tierra de Lobos, puede dormirse en los laureles dentro de la
cárcel.
—Y usted estará cerrado por reparaciones—, replicó Chase. —Unas reparaciones no
voy a tener que pagar. Si empiezas algo, vas a correr con el costo de los daños y
perjuicios, no veo esto muy lógico.
La cara de Gus se volvió carmesí.
Chase, arqueó una ceja desafiante.
—Por cierto, tomando al pie de la letra la ley, ¿la prostitución es legal? ¿O es que la
ley por aquí simplemente hace la vista gorda?
—No hay prostitutas de este establecimiento, sólo bailarinas.
—Y una mierda—. Chase, se echó a reír y sacudió la cabeza.
—Y vas a echar a estos patanes sobre mí, entonces ¿me meterás en la cárcel por
invitar a una chica a bailar? Explíqueselo a un juez, Gus .
Con eso, Chase se apartó de la barra y se dirigió hacia las escaleras. Así que por aquí
iba a soplar el viento. Bueno, tenía noticias para la señorita Franny, en esta ocasión
había subestimado seriamente a su oponente. No echaba un farol muy fácilmente. Y
cuando tocaba jugar sucio, era un maestro.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

La ira hizo su camino ligero, y sus movimientos felinos. Como no quería intimidarla
en su actual estado de ánimo, consideró esperar abajo unos pocos minutos hasta
que se calmase, pero temía que si lo hacía, otro hombre podría ganarle llamando a
la puerta de la chica. La prueba era que antes de tocar la barandilla se topó con un
minero que se dirigía en la misma dirección, con una botella de whisky en una
mano, y el dinero en la otra. Chase puso la mano sobre el hombro del compañero y
paró secamente.
—Lo siento, amigo. La señora no está aceptando llamadas esta noche.
—¿Quién lo dice?
—Lo digo yo,— Chase le informó en voz baja.
A pesar de la música de piano bastante alta, Franny escuchó el giro de pomo de la
puerta. Un instante después, el ruido de la planta baja, subió un decibelio más alto
por la falta de la barrera de la puerta, y apenas flotando una corriente de aire, lo que
le dijo que la puerta se estaba abriendo. Un eje estrecho de luz pobre se derramó
por el suelo hasta dar contra la pared, iluminando el dibujo de margaritas del
tapizado de su biombo. Como siempre con el primer cliente de la noche, la tensión
la llenó, pero con la facilidad de una larga práctica, separó su mente consciente de
su cuerpo.
Margaritas, un prado de margaritas.
Trató de ignorar el ruido de las botas del hombre que se acercaban a su cama, cerró
los ojos. La concentración, ese era el truco. Ella no acaba de ver el prado, pero se
sumergió en el, sintiendo la caricia de la luz, de la hierba en la falda mientras
caminaba, el calor del sol sobre sus hombros. Incluso podía escuchar el murmullo
de la brisa. Y los olores. ¡Ah, los maravillosos aromas! Nada olía tan dulce como un
prado lleno de flores. Uno por uno, dedicó sus cinco sentidos en su mundo de
sueños, hasta que no tenían conciencia de sobra para la realidad.
No estaba segura de cuánto tiempo pasó antes que comenzó a sentir que algo
andaba mal. Poco a poco, medida por medida, que reapareció, intensamente
consciente de que estaba sola en la cama, aún acostada, y que su imaginaria luz del
sol se había convertido en cierto modo real. Su calidez dorada presionaba contra
sus párpados cerrados.
Confundida, levantó sus pestañas un poco. ¿Había dormido? ¿Era por la mañana
ya? A medida que estudiaba la luz, se le ocurrió que su tono era demasiado
ambarino para ser luz del sol. Entonces oyó el zumbido suave, del mecanismo de la
linterna.
Todos sus clientes sabían que encender la lámpara estaba estrictamente prohibido,
y con la excepción de sólo dos hombres hacía varios años, siempre habían hecho
caso a la regla.
Se alarmó. Empujó con los codos para incorporarse y parpadeó para aclarar su
visión.
—¿May Belle?— dijo esperanzada.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Su mirada saltó a la mesa donde un hombre de cabello oscuro se sentaba.


Reconoció a Chase Lobos casi al instante. Con los pies cruzados a la altura de los
tobillos y apoyado en el borde de la mesa, su postura era insolente, la silla debajo de
él se echó hacia atrás sobre sus dos patas traseras. En lugar de sus habituales botas
de maderero con clavos, esta noche llevaba negras botas de tacón alto Montana, no
elegantes, sino más bien útiles para andar por Tierra de Lobos. Además, llevaba
pantalones negros de mezclilla y una camisa de confección, color turquesa de un
tejido como la seda, con pechera ajustada y con botones dorados en la tapeta frontal
y en los bolsillos. Debido a que ella había ordenado un pedido recientemente de un
poco de ropa para su hermano Frankie, ella sabía que una camisa de esa calidad, el
costo mínimo era de $ 2.50 en el catálogo de Montgomery Ward, un precio
extravagante cuando algo en domette, franela o paño Melton se podía obtener por
45 centavos.
Se había vestido para una ocasión clara y, a juzgar por su expresión, tenía la
intención de que ésta fuera una gran noche.
Rígidamente, lo miró a sus penetrantes ojos azules, incómodamente consciente de
que los rasgos de su rostro eran morenos y de expresión dura en sus líneas. No
había ninguna duda del hecho de que Chase Lobos estaba enojado. La emoción
irradiaba de él como la electricidad antes de una tormenta, por lo que el aire se
volvió tan pesado que sintió un hormigueo en la piel. Peor aún, sabía por qué estaba
tan furioso. Esto se debía a que le había pedido a Gus que vigilara para mantenerlo
alejado de ella.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Con un movimiento pausado, deliberado, puso una pequeña pila de monedas de
oro de diez dólares sobre la mesa, su mirada estaba clavada en ella no en las
tintineantes monedas.
—¿Por qué los hombres, por lo general, vienen aquí?
Desconcertada y determinada a no prestar atención a la ira que él irradiaba, se echo
por encima su bata y se aseguró de atarse el cinturón, se sentó. Balanceó las piernas
a un lado de la cama, y puso sus pies en las zapatillas de fieltro.
—Fuera de aquí.
Él se rio bastante bajo retumbando casi en su pecho, con arrogancia marcial.
—Bueno, ahora, cariño, ¿por qué no tratas de echarme?
—Lo que me falta en músculos, Sr. Lobo, lo puedo compensar con refuerzos. Dame
alguna dificultad, y todo lo que necesito hacer es llamar a Gus. ¿Por qué no te
ahorras a ti mismo un montón de problemas y dejas esto antes de que sienta que es
necesario llamarle?
No parecía intimidado. De hecho, en todo caso, parecía divertido. Sus ojos azul
oscuro lentamente la recorrieron entera, persistiendo con valentía, por primera vez
en sus caderas a continuación, en sus pechos.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Problemas, esta palabra lleva apareciendo toda la tarde. Es curioso cómo todo el
mundo parece pensar que voy a caminar un kilómetro y medio para evitarlos.— Él
levantó la pila de monedas, y luego comenzó a dejarlas caer, una por una, sobre la
mesa. —Soy un leñador, Franny. Lo he sido desde hace años. No hay nada que nos
guste más a que una buena pelea, a menos, por supuesto, exceptuando las mujeres
y el alcohol.
Franny desvió la mirada.
—Tengo todo el derecho de rechazar prestar el servicio a cualquier persona, sin más
explicaciones. Me gustaría que te fueses.
—Y a mí me gustaría quedarme. Como tengo las de ganar, puesto que peso un
centenar de libras mas que tú y nadie va a impedírmelo abajo, creo que voy a hacer
justamente eso.— El reafirmó su declaración dejando caer la última moneda en la
pila. —Cincuenta dólares. Me dijiste que, ¿por lo general recibes de tres a cuatro
clientes en una noche? Me imagino que debe bastar con estos cincuenta por lo que
suele hacer, además de los extras.
—No hago extras—, replicó ella con voz temblorosa. —Si te hubieras molestado en
leer el cartel, ya lo sabrías.
—Oh, lo leí. Pero creo firmemente que las reglas para lo único que son buenas es
para romperlas.
Sus ojos brillaban con picardía mientras movía lentamente a sus pies hacia ella.
Alzado ahora en toda su estatura, parecía aún más intimidante. Franny retrocedió
un paso y lanzó una mirada a la puerta. Para su horror, vio que el cerrojo había sido
echado. Ella no tenía ninguna oportunidad de escapar antes de que la agarrase.
Ella se abrazó a su cintura y escondió sus manos temblorosas, metiéndolas dentro
de las amplias mangas de su bata. Dos veces antes, se había enfrentado a una
situación como la presente, y sabía que hacer notar su debilidad sería un error
costoso.
Los recuerdos. Saltaron a su mente con una claridad aterradora. Sabía de primera
mano cuánto daño podía hacerle un hombre del tamaño de Chase Lobos y la fuerza
que podría infligir sobre una mujer. También sabía lo rápido que podría suceder.
—Te he pedido amablemente que te vayas—, finalmente logró decir.
—Y me he negado. Muy bien.
Ayuda sólo era un grito de distancia. Ella sabía que Gus subiría las escaleras en un
flash si lo necesitaba. Pero con la palpitante música de piano retumbando en las
paredes, ¿sus gritos incluso serían escuchado? Sabía por experiencia que iba a tener
tiempo para gritar una sola vez, dos veces si tenía suerte. Después de eso, estaría
sobre ella, y con sólo una de esas manos grandes, y fuertes, podría amortiguar sus
gritos.
Una ligera sonrisa torció las comisuras de la boca firme, y levantó una moneda de la
pila, la echó hacia arriba, brilló en el aire, y volvió a atraparla en su puño con un
arco acrobático.
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—Te estás vendiendo, dulzura. Y yo voy a comprarte. ¿No es así como va esto?
Eso picó. Estaba siendo cruel, despiadadamente cruel. Pero era también una verdad
que no podía negar.
—Yo no hago negocios en la forma habitual. No hay garantías, no hago reembolsos.
Y me reservo el derecho de rechazar prestar el servicio a cualquier persona. —Se
volvió hacia la puerta y oró con cada paso que dio para que él no la detuviese
físicamente.— Si no se va a la cuenta de tres, llamaré a Gus para que le eche.
—No creo que quieras hacer eso.
Su tono hizo que sus dedos se congelaran sobre la cerradura. Miró por encima del
hombro.
Tiró la moneda de oro por descuido sobre la mesa y metió los pulgares en el
cinturón de cuero hecho a mano que le ceñía. Con una cadera empujó hacia fuera y
una pierna larga la tenia ligeramente doblada, parecía como si estuviera buscando
pelea. A pesar de eso, fue sin lugar a dudas el hombre más guapo que había
contemplado, con la ceñida camisa que resaltaba la oscuridad de su piel y la luz de
la lámpara, que brillaba en su pelo caoba.
Su expresión se tornó amable, dijo,
—No tienes nada que temer de mí, Franny. Te prometo que no. Si cooperas
conmigo.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces, que se desate el infierno. Gus va a subir, probablemente con refuerzos,
y esto va a ser una pelea como nunca has visto.
—Estás mintiendo. Con tres costillas rotas, no estás en forma para participar en una
pelea a puñetazos.
—Es cierto. Pero antes de bajar, voy a llevarme unos cuantos hombres por delante.
Y en el proceso, este lugar será demolido.— Entrecerró los ojos, como estudiando
sus pensamientos. —La barandilla de la escalera caerá, y para entrar tendrán que
romper la puerta a patadas, y seguro que algún imbécil saldrá por la ventana,
rompiéndola en mil pedazos.— Se encogió de hombros.— Esas son las cosas que
ocurren cuando un grupo de hombres comienzan a lanzar golpes. Otra cosa que no
debes descartar es el contagio de las peleas dentro de los salones. Hay muchas
posibilidades de que lo que empieza arriba, se extienda a la planta baja, y el saloon
entero podría sufrir un daño grave.
Detestándose a sí misma porque su voz temblaba, dijo,
—Tendrá que pagar por los daños y perjuicios o ir a la cárcel.
Él le dirigió una sonrisa perezosa.
—No, si yo no lo inicié. Esa es la madre del cordero, cariño. Tú no tienes una sola
infernal razón para negarte a bailar conmigo. Si Gus y los demás suben aquí, voy a
ser un perfecto caballero hasta que alguien me golpee. Eso me hace la parte
lesionada. Si se va ante un juez, ¿qué vas decir, que no te gustaba mi aspecto? Lo
siento. Pero las mujeres de tu oficio no pueden ser tan exigentes.
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—Voy a mentir. Voy a decir que se pasó de la raya. Que usted era áspero y
desagradable.
Se encogió de hombros otra vez.
—Tu elección.
—Los daños que me cuenta va a costar más de lo que puede pagar. Únalo a mis
palabras, y le meterán en la cárcel, y tirarán la llave.
—No. Ahí es donde te equivocas. Tengo un montón de dinero para cubrir los daños
y perjuicios. En cuanto a todo esto, podría pagar daños similares mañana por la
noche. Y la noche siguiente. De cualquier forma que se mire, Gus se verá obligado a
cerrar, mientras hace las reparaciones. —Retiró los pulgares de su cinturón, y puso
sus manos ligeramente sobre sus caderas. —Si sigues negándote, te prometo que lo
haré, y si persistes en rechazar mi compañía en un futuro volveré a hacerlo. Solo
siendo amable conmigo evitarás los problemas. Tú no quieres problemas, ¿verdad?
Si continuamos discutiendo, tarde o temprano Gus va a comenzar a preguntarse
quién es el culpable de todas sus miserias.
—Usted.
—Y tú. Por mucho que le agrades, probablemente, el negocio es el negocio, y no eres
indispensable. Antes de ver a su salón con pérdidas, te pondría de patitas en la
calle, cariño. Cuando esto suceda, ya no tendrás trabajo en Tierra de Lobos.
—Eso es despreciable.
—Sé que lo es. Estoy acostumbrado a ser despreciable, sobre todo cuando quiero
serlo.
—Necesito este trabajo.
Él sonrió levemente.
—Apuesto a que si.
—Eres un maldito bribón despreciable.
—Eso lo sé también. Pero hasta que hagas lo que yo quiero, no me voy permitirme
el lujo de ser encantador.— Él inclinó la cabeza hacia el cerrojo. —Tu elección. O
abres la puerta y llamas a Gus, o admites que te he ganado la partida.
Temblando tanto que apenas podía, Franny dejó caer las manos del cerrojo y se
volvió, presionando la espalda contra puerta.
—¿Por qué haces esto?
—No estoy seguro de que pueda explicarlo.
—No puedo perder este trabajo.
—Coopera conmigo, y tu trabajo estará perfectamente seguro.
—Yo no trabajo con las luces encendidas. No lo haré, ni para usted ni para nadie
más.
—No espero que lo hagas.
Con las piernas temblorosas, Franny se dirigió hacia la cama. —Entonces, apaga la
lámpara y termina con esto.
—La luz permanece encendida.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Ella se quedó paralizada. —Pero acabas de decir…


—Todo lo que quiero es pasar tiempo contigo. Para hablar, nada más.— Se agachó y
sacó una canasta que ella no había visto de debajo de la mesa. —Un día de campo,
¿te acuerdas?
Franny miró boquiabierta.
—¿Estás loco? ¿Estás dispuesto a gastar cincuenta dólares para llevarme de picnic?
¿En la oscuridad? No soy tan estúpida, señor Lobos. Cualquier hombre dispuesto a
gastar tanto dinero tiene más cosas, además de hablar y comer en su mente. Yo
sería una tonta si saliese de aquí con usted.
—Mi nombre es Chase. Y por la misma razón, yo sería un tonto para hacer daño a
un sólo cabello de tu cabeza, si vienes conmigo. Todos, en la planta baja verán que
salimos juntos. Si algo te ocurre, todos van a saber quien fue el culpable.
Franny supuso que eso era cierto. Llena de indecisión, lo estudió y se preguntó si se
estaba tirando un farol. Por razones ajenas a ella, tenía la horrible sensación de que
había querido decir cada palabra. Los hombres que subían a su habitación a veces
subían cayéndose y balanceándose, y causando tanto daño como les era posible
mientras estaban con ella. Lo de Chase Lobos no tenía ningún sentido.
Absolutamente ninguno. Y, sin embargo el brillo de determinación en sus ojos era
inconfundible. Él quería algo de ella, y tenía la intención de conseguirlo.
Esa era la cuestión.
Como si leyera su mente, volvió a sonreír, su expresión era más amable ahora.
—Cariño, nunca he puesto una mano sobre una mujer para dañarla, y no tengo
planes de comenzar contigo. Sólo quiero pasar la noche contigo. ¿Dónde está el mal
en ello si Gus sabe con quién estás? Yo consigo lo que quiero, y tu consigues tu
salario de la noche. Eso suena como un trato justo para mí.
—Si querías llevarme de picnic, ¿se te ha ocurrido pedírmelo simplemente? Sería
posible que te hubieses ahorrado cincuenta dólares.
Sus ojos se llenaron de brillo al saberlo.
—Si te preguntara, ¿irías?
Era evidente que sabía la respuesta a eso. En lugar de mirarlo, Franny miraba hacia
la punta de sus zapatillas. Su mente buscó una explicación de su loco
comportamiento, pero no había ninguno.
¿Era curiosidad acerca de ella? ¿Era eso? Tal vez él nunca había conocido una
mujer como ella, y estaba fascinado. Echándole un vistazo, su pensamiento se
frustró. Chase Lobos había estado en un montón de burdeles. Se podría apostar
dinero a ello.
¿Le apetecía hacer el amor con ella? Franny había recibido propuestas de algunos
hombres, algunos simplemente porque se sentían solos y no podían encontrar otra
cosa, otros porque querían jugar al héroe y rescatar a una mujer caída en desgracia.
Gracias a que May Belle le contó de su pasado, Franny sabía cómo ese cuento de
hadas siempre terminaba en algún momento. El héroe despertaba una mañana y se
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de Catherine Anderson

daba cuenta de que estaba casado con una puta, y punto y final al cuento de hadas.
Las cosas se ponían feas después de eso. Muy feas. Y era una cosa que ella no tenía
ninguna intención de comprobar.
Sólo que ella no tenía otra opción. Gus le pediría que se fuera, antes de sufrir
pérdidas financieras irreversibles. Franny no podía culparlo por ello. Este saloon
era su medio de vida.
—¿Y bien?— Chase dijo en voz baja.
Ella asintió lentamente.
—Creo que pasaremos un día de campo.
—Esta es mi chica—. Puso la canasta en la mesa y se volvió hacia la ventana,
dándole la espalda.
—Lávate la cara, cepíllate el almidón del pelo y vístete, ¿eh? Es una noche hermosa.
Sería una maldita vergüenza perder ni un minuto de ella.
Para vestirse, Franny se escondió detrás del biombo, Chase empezó preguntarle
cuestiones sutiles al principio, que ella se arregló para pasar por alto, a
continuación, consultas más directas, a la que le dio respuestas vagas. Finalmente,
se sintió frustrado con sus evasivas y le dijo:
—Háblame de ti.
Había nada o poco de contarle. Franny, en Tierra de Lobos, llevaba una vida
bastante aburrida, y Francine Graham, no existía a menos que ella estuviese en
Grants Pass visitando a su familia. Ella dudaba de que se conformase con esa
respuesta, sin embargo, y aunque lo hubiera sido, no tenía ninguna intención de
abrir su corazón. Nadie sabía de Francine Graham, ni siquiera Índigo.
—Yo no soy una persona muy interesante.
—Yo seré el que lo juzgue.
Con dedos temblorosos, se abotonó el cuello alto de su blusa blanca.
—En verdad, no hay mucho que contar. Trabajo, visito a Índigo, duermo, como. Esa
es mi vida.
—¿Tienes secretos, Franny?
El tono de burla en su voz hizo erizarse el vello de su piel.
—No tengo secretos. Nada lo suficientemente interesante como para mantenerlo
oculto.—
—¿Cuál es tu apellido?
Se enderezó la cintura.
—No tengo.
—Te encontraron en un huerto de repollos, ¿verdad?
—No, en un campo de fresas—. Se sentó en su mecedora a ponerse sus mejores
zapatos de tacón alto. Recuperar sus abotonadores de fuera de la mesa, se inclinó
hacia adelante y casi empaló su tobillo cuando su sombra cayó sobre ella. Levantó la
mirada, enojada mas allá de lo expresable de que él se hubiera atrevido a invadir su

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de Catherine Anderson

santuario privado. —¿Y a ti? ¿Te encontraron en el corral, tal vez? ¿Dentro del
estiércol de vaca?
En ese momento, se echó a reír. Arrodillándose frente a ella, le arrebató los
cordones de entre sus dedos rígidos y levantó el pie de Franny sobre su propia
rodilla.
—Tu si que serás un peligro para ti si no te atas bien esta bota.— dijo, y empezó a
tirar con destreza de los cordones a través de los ojales.
Franny pensó que él representaba el mayor peligro. A sus ojos cautelosos, parecía
inusualmente amplio de hombros, todo músculo oculto bajo la seda de su camisa,
marcándose cada vez que se movía. En las sombras que bailaban, su cara se veía
mucho más morena, al igual que una escultura de caoba, con el pelo reluciente
varios tonos más oscuro, sus pestañas increíblemente largas y que acariciaban sus
mejillas cada vez que parpadeaba. Su boca era perfecta y masculina, el labio inferior
sensualmente grueso, el superior, más fino y claramente definido. Su mandíbula
cuadrada claramente hizo que su rostro pareciera duro y terriblemente
invulnerable. Un ligero nudo a lo largo del puente de la nariz, cortesía de una rotura
que nunca había reparado correctamente, desmentía eso. Sin embargo, esa única
imperfección aun mejoraba su masculinidad.
No pudo mirar hacia otro lado, se preguntó cuáles eran sus planes para ella. Su
pestañas levantándose en un arco de seda hasta las cejas fuertemente
pronunciadas, y el color azul oscuro de los ojos tan extraños y bellos. Después de
estudiarla por un instante, le pasó una mano alisando su falda y sus enaguas, sus
dedos cálidos agarraron su tobillo y bajaron su pie hasta el suelo.
Incluso a través de la piel de la bota, el calor de su tacto le hizo un nudo en el
estómago. Al parecer a él no le afectaba, cogió el otro pie y lo volvió a ponerlo en su
rodilla levantada. Hábilmente, inserto los cordones en sus ojales. Él no era ajeno a
vestir a una mujer.
—He visto que sabes coser—, señaló con voz de seda. —¿Para quién es el payaso
bordado en la almohada? ¿Hunter o Amelia Rose?
Franny lanzó una mirada a la mesa de costura. Este era su lugar privado donde
podía olvidarse de su vida en Tierra de Lobos y ser ella misma. Tenerlo a él aquí la
hizo sentir violenta.
Al no responder a su pregunta, él la miró de nuevo.
—Me gusta ese vestido que estás haciendo. El rosa te irá bien con tu color, por no
hablar de que es hora de que tengas algún vestido bonito con volantes y encajes. Los
que usas ahora parecen los de una viuda pobre del doble de tu edad.
¿Cómo se atrevía a criticar a su guardarropa? Franny apretó los dientes.
—¿Y estos zapatos?— Carraspeó con disgusto. —Ya han visto mejores días. ¿Qué
porcentaje de tu salario compartes con Gus y May Belle, por el amor de Cristo? Con
los treinta o cuarenta de una noche, yo pensaba que podrías darte el lujo de un
calzado decente.
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—Mis ingresos es no son asunto tuyo.


Reconoció el punto con una risa baja, lo que la enfureció. Nada de lo que dijo
pareció alterarle. Bajó el pie al suelo y se inclinó ligeramente hacia adelante para
encontrar su pómulo con un dedo. Su corazón se deslizó en el contacto. Como si
intuyera su efecto en ella, él le bajó con cuidado el labio inferior con la yema del
dedo, con la mirada clavada en la boca. Por un momento, pareció dejar de respirar.
Franny sabía que ella sí lo había hecho.
—Eres tan dulce—, susurró. —¿Cómo puede ser eso posible?
Era una pregunta que no merecía una respuesta. Y tanto, su único deseo era hablar,
pensó con amargura. Había visto esa mirada en los ojos de los hombres antes, y
sabía lo que presagiaba. Cuando él liberó el contacto de su boca, ella dijo:
—Sr. Lobo, ¿hay algo que pueda decir para hacerle cambiar de opinión acerca de
esta idea del picnic? Realmente prefiero…
—Chase—, corrigió él, —y no, no hay nada que puedas decir para hacerme cambiar
de idea. Acéptalo y disfruta de la noche, ese es mi consejo para ti.
Él se levantó bruscamente y dejó su caricia. Ella vio sus ojos azules oscuros
escanear las páginas de su Biblia, y quiso patearse a sí misma por haberla dejado
abierta.
—¿La historia de María Magdalena, Franny?
Para consolarse, leía los pasajes por lo menos una vez al día. Pero jamás admitiría
eso. No es que tuviera que hacerlo. Su mirada de complicidad le dijo que había
adivinado sus razones para leer esa historia en particular.
—Estoy lista para salir.
Cogió uno de sus rizos almidonados entre sus dedos.
—No del todo.
Caminando hasta el lavabo, humedeció un trapo y cogió jabón. Después de volver,
se puso a su lado y lavó el maquillaje de su cara. En el primer toque de la tela,
Franny farfulló indignada, eso a él parecía divertirle.
—¿No es difícil?
Ella le golpeó en la mano.
—Estás arrancándome la piel.
El suavizó la presión.
—Entonces, dejar de ponerte esta mierda en la cara. Te ves más como la cara del
payaso que estás bordando en la almohada.
Franny se negó a ser hostigada. Después de limpiarle la cara, él cogió el cepillo
antes de que pudiera anticiparse y comenzó a pasar las cerdas a través de sus
endurecidos tirabuzones. Fue sorprendentemente cuidadoso y se esmeró en no tirar
de su cuero cabelludo.
—Realmente es difícil sacarlo—, dijo con asombro evidente.
Ningún hombre había cepillado su pelo alguna vez. Parecía una cosa muy personal,
algo que un marido podía hacer por su esposa. Franny tenía dificultad para
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respirar, una condición de que se hacía más pronunciada con cada segundo que
pasaba. Después de haber cepillado la mayor parte del almidón, pasó el cepillo en
toda la longitud de sus cabellos con una lentitud sensual. Ella le miraba fascinada,
congelada mientras dejaba su cabello dorado limpio y brillante. En las sombras de
color ámbar que le tocaban, le tomó el pelo caído sobre su regazo como fibras
hiladas de oro.
—Hermoso—, susurró. —Al igual que sol líquido con toques de plata.
Franny arrancó el pelo de su mano y mantuvo el cepillo a distancia.
—Me haré la trenza, y entonces estaré lista para salir.
Teniendo en cuenta el agobio que sentía en este lugar cerrado, escapar al aire libre
sería un alivio. Al menos, así podría tener espacio para respirar. Se puso de pie, lo
que le obligó a balancearse hacia él pisándole los talones. Ella deseaba que se cayera
de plano sobre su trasero arrogante, pero Chase Lobo era más ágil que la mayoría,
incluso con las costillas doloridas. Ella no perdió la sonrisa que cruzó por su boca.
Así que lo encontró divertido, ¿verdad? Tomó la decisión de renunciar a una trenza,
que tomaría demasiado tiempo, se recogió el pelo y le dio varios giros. Paso hacia el
espejo sobre el lavabo, tomó las horquillas dispersas al lado de la cuenca y las
apuñaló brutalmente en el rodete sobre la cabeza, pinchándose algunas de las veces.
¿Sol líquido? Hombres.
Eran todos iguales. Cogió su sombrero de sobre el perchero, se lo puso, agarrando
fuerte las cintas mientras se los ataba. El resultado fue hacerse daño en la barbilla.
Él la miró con una sonrisa pícara.
—¿Miedo de tener pecas?
Franny bufó en respuesta a su pregunta y pasó con rapidez junto a él. Que se riese.
No le importaba. Ella no estaba dispuesta a explicar por qué pensaba usar un
sombrero de sol por la noche. Podía pensar lo que quisiera.
8
En el momento en que se encontraron fuera del salón, Chase cambió de manos la
canasta de picnic, desató los lazos de Franny y le quitó el sombrero. Él no se perdió
ni un ápice de la expresión de pánico que puso en sus ojos, y ella quiso arrancarle
de nuevo el sombrero pero aunque lo dejó lejos del alcance de su mano, estaba
claramente determinada a que se lo devolviese.
—Es de noche, por el amor de Dios. No lo necesitas para mantener tu rostro oculto
ahora.
Por su expresión, supo que había llegado más cerca de la verdad de lo que a ella le
hubiera gustado. Vaciló y luego dejó caer las manos, su mirada siguió fija en el
sombrero.
—He pagado cincuenta dólares para pasar este tiempo contigo—, dijo en voz baja. —
Que me cuelguen si voy a mirar a ese feo sombrero toda la noche.

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Decidido a pasar por alto la mirada asustada en su cara, Chase dobló la tela del
sombrero y lo metió en su cinturón. Una vez hecho esto, la agarró del codo para
guiarla a lo largo del paseo marítimo, no iba a preguntarle por qué lo llevaba
siempre, porque probablemente no le respondería. ¿Por qué tenía miedo que la
reconociesen? ¿Se escondía de alguien en particular?
El estudio de su perfil pálido, Chase tuvo que darle la razón de alguna manera. Los
rizos almidonados y la pintura chillona que llevaba cuando trabajaba alteraban
tanto su apariencia que, sólo un observador muy cercano podría hacer una
conexión entre esta mujer de apariencia remilgada, propia de una dama joven y la
prostituta que trabajaba en el Lucky Nugget.
Decidido a hacer la noche tan productiva como pudiese, Chase empujó todas sus
preguntas a un lado y soltó el codo para tomar su mano. Ella lo miró con
incredulidad, que le hizo preguntarse si ella había tenido alguna vez un novio. Era
tan bonita que tenía dificultad para creer que no. Esta no podía ser la primera vez
que un joven la hubiese escoltado a un paseo.
En este extremo de la ciudad estaba la sala de la comunidad. Un poco más al norte
estaba la casa de Índigo y la escuela. Chase tenía un destino en mente, y aceleró el
ritmo, ya que dejaron el paseo marítimo. El sonido de las voces, de las risas y de la
música derivan hasta ellos en el aire de la noche, y miró hacia arriba para ver varias
parejas salir del lugar. El baile debía de estar terminando. Le hubiera gustado poder
haber llevado a Franny allí. Casi la podía sentir flotando en sus brazos al ritmo de
un vals, con las mejillas ruborizadas, los ojos brillantes de placer.
Al mirar hacia ella, no dejó de notar la mirada de anhelo en su expresión cuando vio
a las jovencitas con sus mejores galas, todas acompañadas por atentos hombres
jóvenes. Tampoco se perdió el hecho de que aumentó su ritmo en un obvio intento
de darse prisa para que nadie la viera. Sufría por ella, y no pudo entender por qué
continuaba en una profesión que le traía tanto dolor. Tenía que haber una manera
de salir. Todo lo que tenía que hacer era ayudarla encontrar una salida.
Sólo cuando se acercaron a la escuela se relajó un poco, e incluso entonces sólo por
una medida insignificante. Chase optó por ignorar su inquietud y la condujo hasta
el patio de recreo. Cuando se dio cuenta que él quería que se sentase en uno de los
columpios, se agarró de la falda y sacudió la cabeza.
—No he estado en un columpio durante años. Realmente NO LO HE HECHO-
—Ya es hora, entonces, ¿no?
Después de dejar de lado la canasta, la presionó hacia abajo sobre el asiento.
—Agárrate—, ordenó, y luego le puso sus manos alrededor de las cuerdas y se fue
hasta su espalda, agarrándola y tirando de ella hasta que sus pies no tocaron el
suelo. Ella chilló cuando la soltó. La falda se le agitó en el viento. Con una mano,
luchó para meter los pliegues debajo de sus rodillas. Dios no permitiese que le viese
ningún tobillo. Chase sonrió para sus adentros y la empujó de nuevo con las manos
en la cintura cuando ella se columpió de nuevo hacia atrás. Dios, cómo quería
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

conservar sus manos en su cintura y ojalá pudiese tocar con la boca la nuca de la
muchacha, donde su rubio cabello de seda estaba desprendido en esos rizos
tentadores.
Se resistió a la tentación y le dio otro empujón fuerte. Al verla, sintió un cierto
grado de satisfacción cuando vio que desaparecía algo de la tensión de sus hombros.
Sabía condenadamente bien que no siempre era tan seria y retraída. Quería indagar
a su manera más allá de las defensas que había subido para defenderse. Quería que
se relajase, y recuperase su facilidad y rapidez de reír con él igual que cuando estaba
con Índigo y los niños.
La capturó por la cintura otra vez, la suspendió por un momento en el aire, su
trasero apretado contra su abdomen. La parte de atrás de su cuello se encontraba a
la altura perfecta para que se la besara, y fue una vez más tentado. Se imaginó que
su piel se sentiría tan suave como el terciopelo en contra de sus labios, y recordando
su olor ayer por la noche, supuso que usaba aroma dulce de lavanda.
Pero Chase tenía una misión en mente, y que se sobresaltase con sus avances
sexuales no era parte de su plan. La soltó y siguió con otro impulso para enviarla
columpiándose a una altura mayor que antes. Ella chilló de alarma de nuevo, pero
la risita que le siguió le dijo que estaba más animada por la altura que por el miedo.
—Me estás empujando demasiado alto. ¿Qué pasa si me caigo?
—Te cogería.
—¿Qué pasa con tus costillas?
Chase había casi olvidado sus costillas.
—Están mejor.
—No pueden estar mucho mejor.
—Deja que yo me preocupe por mis costillas Relájate, Franny. Diviértete un poco,
por una vez.
Ella soltó una risita sorprendida cuando le dio otro empujón.
—Parece una manera muy peculiar para un hombre de perder cincuenta dólares.
—Soy un tipo peculiar.
Continuó empujándola hasta que hizo lo que le sugirió y disfrutó de ella misma.
Cuando finalmente se cansó y la paró con cuidado, ella ladeó la cabeza para mirarle,
sus grandes ojos llenos de preguntas y mucho más que un poco de desconcierto.
Esto parecía un juego de adivinanzas.
—¿Por qué me has traído aquí?— preguntó finalmente.
Con cada minuto que pasaba en su compañía, sus motivos eran cada vez más
confusos, incluso para él. Evadiendo el tema, la dejó sentada allí y fue a buscar la
canasta de picnic. Ella lo miraba con recelo cuando puso una manta ligera debajo
de la encina en el borde del campo de recreo.
Sentado con las piernas cruzadas sobre la franela, le dio unas palmaditas en un
lugar junto a él.
—Vamos. Yo no muerdo. Por lo menos es difícil que lo haga.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Ella permaneció en el columpio por un momento, claramente recelosa y


sospechando de sus intenciones. Chase fingió no darse cuenta y comenzó a sacar la
comida. No era nada espectacular, pero era lo mejor que había sido capaz de
conseguir sin pedir a su madre que le preparara algo especial. Panecillos de maíz,
melón, el pollo asado frío y una botella de vino que había comprado especialmente
para esta ocasión. Se sirvió un poco de vino tinto en cada una de las tazas que había
traído, muy consciente de que ella finalmente estaba caminando en su dirección,
aunque lentamente.
—Espero que te guste el pollo frío.— Él hundió sus dientes en una pata y cayó de
espaldas sobre un codo, sonriéndole mientras masticaba. —¿Tienes hambre?
En verdad, Franny se moría de hambre. Rara vez comía algo de noche. Hasta ese
primer cliente que entraba por la puerta cada noche, siempre estaba medio enferma
con la tensión, y había aprendido hacía mucho tiempo que su estómago se rebelaba
si comía algo antes que su turno comenzase.
—Supongo que podría tomar un aperitivo.
Hizo un gesto para que se sentara. A pesar de que sabía lo rápido que podía
moverse, tener algo entre ellos, incluso algi tan inadecuado como una barrera hecha
con una cesta de mimbre, la hacía sentirse mejor. Recolocó su estrecha falda, se
envolvió bien las rodillas. Él la miró especulativamente. Teniendo cuidado de cubrir
con modestia los tobillos, lanzó una mirada curiosa hacia la cesta, espiando otra
pata de pollo, y vacilante, la tomó… Dorada y crujiente. Ella le dio un mordisco
pequeño.
—Mmm. Es delicioso.
—Mi madre es buena cocinera.
Él cambió de codo, se inclinó más cerca de la canasta para buscar dentro de su
contenido. Oyó el ruido de utensilios de comer. Un instante después, con la mano
sacó un tenedor con un trozo de melón atravesado en sus dientes. Sin previo aviso,
lo llevó hasta ella, no dejándola más remedio que separar sus labios para comerlo.
Melón. El jugo dulce le llenó la boca y el sabor era absolutamente exquisito. Gus
rara vez compraba fruta fresca, pues no era cosa que a los clientes ebrios, por lo
general les gustara comer. A veces había fruta en la casa de Índigo, por supuesto,
pero por lo demás no la probaba.
Después de tragar, se le ocurrió que el melón no estaba todavía de temporada.
Sorprendida, y por un momento olvidando su cautela, le preguntó:
—¿De donde sacaste el melón?
—Jeremy, el cuñado de Ínndigo. Ya sabes, el hermano de Jake. Volvía desde
California, y se detuvo aquí en su camino de regreso a Portland. Le trajo a mi madre
una caja entera de melones. No estaban del todo maduros, por lo que los envolvió
en papel para que madurasen y endulzasen. Ahora tenemos melón que nos sale por
las orejas.

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de Catherine Anderson

Eso sonó celestial a Franny, y le hubiera gustado tener alguno para llevar a casa de
su madre el fin de semana siguiente. El melón era la fruta favorita de María de
Graham.
—¿Melón casi dos meses antes del tiempo? Me cuesta creerlo, y su sabor es tan
bueno. ¿Quién iba a pensar que iban madurar envueltos en papel?
—California tiene una temporada mucho más larga de crecimiento. El sol, un
montón de sol. La gente de ahí abajo tienen rostros curtidos y morenos todo el año.
—Y en Oregón sólo estamos morenos por el óxido de las minas.
—Hablas como una nativa de Webfoot, o me equivoco. ¿Dónde naciste, Franny?
¿En algún lugar cerca de aquí?
El calor inundó sus mejillas. Era evidente que esperaba la menor ocasión para
sacarle información, ella no podía bajar la guardia, porque al mínimo resbalón se
olvidaba de su cautela.
—En un campo de fresas, ya te lo dije.
—Pero no en una parcela de aquí en Tierra de Lobos. Si fuese así, habrías ido a la
escuela aquí, y no te recuerdo.
—Tal vez nunca fui a la escuela.
—Mi trasero. Eres muy bien hablada para que ese sea el caso. Tengo un buen oído
para la gramática vulgar. Mi tía Amy fue un infierno de maestra, haciéndonos
aprender el uso correcto del idioma.
—He leído mucho.
—¿Y quién te enseñó a leer?
Franny suspiró.
—Un maestro, por supuesto. Asistí a la escuela hasta mi decimotercer año. Luego
tuve que dejar de asistir.
La garganta de Chase se hizo un nudo. Trece. Poco más que un bebé. Cristo.
—¿Fué cuando empezaste a trabajar?
—Poco después de eso.
—¿A los trece años?
—Sí.
—Hijo de puta.— Chase tiró su muslo. Quería tirar más que eso. La cesta de picnic,
tal vez. Una niña vendiendo su carne inocente a los hombres.—¿Dónde diablos
estaba su padre? ¿No tienes uno?
—No. Murió en un accidente.
—¿Y te dejó huérfana?
Ella dudó.
—Sí. Soy huérfana.— Una mentirosa consumada, es lo que era.
—¿Y nadie se ofreció a cuidar de ti?
Ella volvió la cara. Después de un largo momento, dijo:
—He dicho todo lo que puedo contar. Si me trajiste aquí para hacerme preguntas,
me voy a volver.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Chase sabía que significaba eso. Volvió sobre sus conversaciones, tratando de
recordar lo que habían estado hablando antes de que él se hubiese salido del
camino.
California.Webfeet. Terreno seguro. —¿Te gustaría un poco más de melón?
—No, gracias.
Había echado a perder su gusto por él, y él quiso patear lo que fuese. Con el tiempo
iba a aprender todo lo que quería saber acerca de ella, pero el proceso no podía ser
con prisas.
—¿Alguna vez has estado en California?
—No, he conocido a gente de allí.— Es evidente que trataba de recuperar su
compostura, ella respiró hondo, exhaló con voz temblorosa, y luego forzó una
sonrisa trémula.
—Todos se ven ricos. Sé que no puede ser, por supuesto, pero hay algo acerca de
ellos… un aire de sofisticación. Y todo el gasto que parecen hacer comprando ropas
en la tienda. ¿Has notado eso?
—No todos ellos. Tal vez, todos los que he visto. La gente que puede pagar el pasaje
de tren suelen ser adinerados, supongo. Vi gente pobre allí, igual que ví ricos. La
única cosa que la mayoría de ellos tenían en común, que yo recuerde, fue rostros
tan tostados como las uvas pasas.
—¿Incluso las damas?
Su boca se apretó un poco.
—No, no las señoras, por supuesto. Ellas protegen su piel.— Al tocar su sombrero,
que todavía estaba metido en su cinturón, añadió, —Van siempre con cofias y
sombreros, en su mayoría.
—Me atrevería a decir que serán mas lindos que ese mío.
—Algunos. A decir verdad, yo no tuve mucho trato con las señoras, mientras que
estuve allí.
Algo en su expresión y la forma en que dijo que las señoras, le dijo que su visita
había sido desagradable. No pudo resistirse a preguntar,
—¿Qué te llevó hasta allí?
—Madera. Quise conocer los bosques de secuoyas. Durante un descanso, me fui
más al sur en busca de otro trabajo. Si piensas que hace calor aquí, deberías estar
abajo allí en el verano. Se puede freír un huevo en el asiento de un carro.
—Bueno, todo ese sol sin duda lo convierte en una maravilla, sobre todo para
el melón.
—Es aún más dulce si se madura en su planta.— Tomó un sorbo de vino y le guiñó
un ojo sobre el borde de la taza. —Igual que las fresas.
Franny rara vez se permitía más que unos pocos sorbos de licor, vino incluido, pero
esta noche se decidió a hacer una excepción. Chase hacía que se tensara.
No podía bloquearle como lo hacía con otros hombres. No en estas circunstancias,
por lo menos. Tomó un sorbo de Borgoña y miró con nostalgia a la canasta, deseó
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de Catherine Anderson

probar otro poco más de melón. Como si él hubiera leído sus pensamientos, clavó
otro trozo y se lo ofreció. Esta vez no objetó. Inclinándose hacia delante, lo agarró
con los dientes. Para su consternación, el jugo brotó. Él gimió y se tapó los ojos.
Horrorizada, Franny se tragó el bocado de fruta.
—¡Dios mío! Lo siento.
Apartando sus dedos, se asomó a ella, su sonrisa mezclada con diablura.
—Te pillé.
Ella soltó una carcajada sorprendida.
—Eres imposible.
—¿Acaso no soy justo?
Él se rio y volvió su atención al pollo.
Franny hizo lo mismo. Un cómodo silencio se posó sobre ellos. Tomó otro sorbo de
vino, preguntándose si sus efectos adormecedores podrían ser la razón por la que
estaba empezando a sentirse muy relajada.
Chase devoró más de dos piezas de pollo antes de terminar su vaso. Se dio cuenta
de que dejó la mitad del plato de trozos de melón para ella. Mientras ella terminaba
de comer, él rodó sobre su espalda a contemplar el cielo estrellado. Franny se
demoró en la comida, temiendo el momento en que su boca ya no estuviese llena y
que tuviese que comenzar a hablar de nuevo. No tenía idea de qué más se podía
hablar con él. No se podía hablar de melón y los californianos durante tanto tiempo.
Eventualmente, sin embargo, su estómago comenzó a sentirse lleno, y sabía que si
seguía comiendo, se pondría enferma. Después de lanzar los restos en la oscuridad
para los animales salvajes, empezó a limpiar los platos con una servilleta y guardó
la comida. Cuando llegó a la jarra de vino, él dijo,
—Deja eso. Yo no sé tú, pero me gustaría un poco más.
Franny no estaba del todo segura de que debiera unirse a él. Pero cuando él se sentó
para volver a llenar sus copas, no le dio la cortesía de elegir. Simplemente le sirvió
más vino y le entregó la copa. Ella lo aceptó sin comentarios. Cruzando las piernas y
metiendo los talones perfectamente debajo de los muslos, él hizo una mueca y se
inclinó ligeramente hacia delante, con los codos en las rodillas. A pesar que sus
costillas claramente le dolían, era sorprendente su agilidad para lo alto y musculoso
que era el hombre. Se veía tan cómodo, que extendiendo sus faldas asumió su
misma posición.
Sus ojos se volvieron cálidos al mirarla, dijo,
—Estás hecha una verdadera squaw, bonita con el pelo rubio plateado y esos
grandes ojos verdes. En el Pueblo de mi padre, cualquier guerrero joven y
emprendedor te habría reclamado. Con ese pelo, tu familia podría haber
conseguido un centenar de caballos por ti, y eso hubiese sido una oferta a la baja.
—Los cincuenta dólares que gastó esta noche ya es lo suficientemente indignante.
Franny inmediatamente quiso tragarse sus palabras de vuelta. Pero las palabras
salieron antes de lo que ella pensó. El silencio descendió. Un silencio tenso. Por esta
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

noche, pertenecía a este hombre, y su comentario irreflexivo les había recordado a


los dos eso.
En busca de algo, cualquier cosa, le puede dar a ir más allá del momento, se frotó
las manos en la falda.
—Con las piernas cruzadas. ¿Es así como se sientan las mujeres Comanche?
—Hum—, se corrigió. Luego se encogió de hombros. —No todas, supongo, pero un
buen número. Rara vez tenían sillas, ya sabes, si te sienta de otra manera tendría
que conseguir un respaldo en la parte de atrás.
Ella no podía dejar de notar que se refería al Pueblo de su padre en pasado, y se
preguntó cómo se sentiría acerca de eso. Una sociedad entera, en su conjunto,
destruida. Desde que asumió su profesión, Franny había encontrado consuelo a
menudo entre las tapas de un libro, y debido a su amistad con Índigo, leer acerca de
los indios de las llanuras le había interesado por un tiempo. Sólo durante un corto
tiempo. Pronto se hizo evidente para ella que la mayoría de los libros impresos
acerca de los comanches, o cualquier otra tribu, habían sido escritos desde un
punto de vista muy sesgado.
—Debe ser muy difícil para tu padre y para ti, a sabiendas de que algunas de las
personas que sobrevivieron están en las reservas ahora. La forma de vida que una
vez amaron ya no existe.
—No se ve de esa manera.
Franny se preguntó de qué otra manera se podría mirar. Debido a que su hablar de
su relevado de la necesidad, se decidió a preguntar.
—Es la creencia de mi padre de que su pueblo vive en nosotros—, explicó en voz
baja. —Mientras cantemos sus canciones, ellos no morirán jamás. Los comanches
eran un pueblo noble, gente maravillosa y siempre dejarán una marca que nunca se
podrá borrar.
Era un hermoso pensamiento. Franny suspiró y tomó otro sorbo de vino. Siguiendo
su ejemplo y ella colocó los codos en las rodillas, y se permitió relajarse un poco
más, empezando a creer, a pesar de que estaba en contra de su buen juicio, que tal
vez todo lo que realmente quería fuese su amistad. Él no había hecho ningún otro
movimiento hacia ella.
—La gente sostenía que no había ayer, sólo mañana—, prosiguió, —así que mi padre
nunca nos dejó llorar por lo que fue. Él mantiene su mirada fija siempre en el
horizonte. ¿Qué ha pasado un minuto, o un día, o hace un año? no importa. ¿Quién
era él entonces? no importa. Sólo el ahora y la forma en que planea seguir adelante,
tiene importancia.
—Eso es muy idealista.
—Pero es cierto.— En el claro de luna, sus ojos brillaban como el terciopelo azul,
tachonado con diamantes. —Piensa en ello. En este instante, trata de concentrarte
en este mismo momento que ahora vives. —Él estuvo en silencio por un instante,
luego la sonrió.— ¿Lo ves? Antes de que incluso puedas capturar el momento, este
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Magia Comanche
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se había ido. Perdido para siempre para ti, y nunca lo podrás recuperar. Cuando se
piensa en él de esa manera, es una especie de absurdo que mucha gente piense en lo
que les sucedió ayer. Ya está hecho, se fue, es polvo en el viento.
—Sin embargo, los recuerdos siguen vivos.
—Si tú dejas que sea así.
—A veces nuestros ayeres controlan nuestro hoy y también el mañana, no importa
cuánto podamos desear lo contrario.
Él negó con la cabeza.
—Los últimos recuerdos para nada, porque el momento que algo pasa, está detrás
de ti.
Tenía algún maravilloso tipo de sentido. Ella sonrió con tristeza. —Si la vida sólo
pudiese realmente ser tan simple.
—La vida es como una manta que tejes a tu alrededor. Tú haces tu propio tejido.
Mientras hablaba, se rió entre dientes, como de una broma privada. Fascinada,
Franny lo estudió. Era más parecido a Índigo de lo que había pensado a primera
vista, se dio cuenta. Como recientemente, en la mañana de ayer, en que nunca
podría haberlo imaginado diciendo cosas tan bonitas y profundas. Pero mirándolo a
los ojos, sabía la sinceridad que había ellos. Así como siempre eran los de Índigo.
También sabía que sus palabras iban dirigidas directamente hacia ella, que estaba
tratando de decirle que no estaba obligada a ser para siempre quién y qué era en
este momento, que podría cambiar si así lo deseaba.
Si sólo pudiera ser tan fácil.
Deseando. A veces le parecía que había pasado toda su vida deseando, y siempre
por cosas imposibles. No importa lo que dijese, las condiciones a menudo creaban
el tejido de su vida, y no había nada que pudiera hacer para cambiar eso.
—Sal de aquí, conmigo—, susurró.
Las palabras se deslizaron suavemente en la mente de Franny. Por un momento,
pensó que lo había imaginado. Pero cuando se reorientó en el rostro de Chase, ella
se dio cuenta por su expresión que no lo había hecho.
—Sal de aquí, conmigo—, repitió. —Cuando mis costillas se recuperen y me vaya,
ven conmigo. Sin obligaciones. Así como amigos. Te ayudaré a encontrar un trabajo
en alguna parte. Tu podrás dejar todo esto detrás de ti y olvidar lo que sucedió.
Tierra de Lobos es un lugar pequeño, e incluso si llegas a tener caras conocidas
cerca, tu rostro nunca volverá a ser reconocible. Con la cara lavada y el pelo
recogido, no te pareces en nada a Franny en el Lucky Nugget .
Sabía que no se parecía en nada a la Franny del Lucky Nugget, había hecho todo lo
posible para estar segura de eso. Trataba de pensar en una manera de poder
explicarle sus circunstancias, a él, sin ir demasiado lejos, miraba hacia la oscuridad
de los bosques que rodeaban el patio de la escuela. Se dio cuenta ahora que había
juzgado mal a Chase. Su búsqueda incesante de su compañía eran por motivos
filantrópicos, no carnales. Sinceramente quería ayudarla, no como un héroe que la
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de Catherine Anderson

rescatase en sus brazos, sino como un amigo. El pensamiento trajo lágrimas a sus
ojos.
—Si pensar en salir de aquí te asusta—, susurró, —no lo permitas. Hasta que te
valgas tu sola, me haré cargo de tí. Si las cosas van mal, me tendrás a mí para
apoyarte.
Franny parpadeó. ¡Oh, Dios! Era tan injusto. Para alguien que le ofrecía una cosa y
no ser capaz de aceptar. La parte más terrible de todo era que dudaba que jamás
podría hacerle entender que no, sin revelar demasiados secretos.
Con una voz fuerte, dijo:
—Agradezco la oferta, Chase, pero hay razones por las que no puedo aceptar.
Él la miró durante un largo rato.
—¿Qué razones? Tal vez yo pueda ayudarte.
—No. Tal vez lo intentarías. Sin embargo, algunas dificultades no pueden ser
resueltas.—
—Mi familia no es como la mayoría. Sabes que Índigo estaría allí para ti. Y mis
padres son exactamente como ella. Entre ellos y yo, de alguna manera podremos
arreglar tus problemas.
Eso habría costado una fortuna, por no mencionar que se necesitaría un milagro.
—Mis problemas son un poco peor que los de la mayoría, me temo.
—Cuéntamelos.
Se veía tan serio que por primera vez en nueve años, se sintió tentada. Pero el
sentido común regresó antes que cediese a la tentación. Incluso con la mejor de las
intenciones, Chase accidentalmente podría repetir algo que ella le dijese. Si la
verdad de su identidad se hiciese de conocimiento público, sería desastroso.
Además, podría causar daños irreversibles, incluso si la gente sospechara quién era
realmente. Grants Pass, su ciudad natal, no estaba lo suficiente lejos para
proporcionar protección. Mientras ella anduviese con cuidado, podría ir salvando la
situación, pero si bajaba la guardia, no estaba lo suficiente lejos de su pueblo para
garantizar que no habría chismes en su contra. Había demasiada gente que amaba,
que podría herir seriamente.
—Por favor, no me malinterpretes—, dijo ella con voz temblorosa. —Siempre estaré
agradecida por haberte ofrecido a ayudarme.— Ella esbozó una sonrisa. —He tenido
ofertas antes por supuesto, pero siempre atándome las manos. Tú eres el primer
hombre que no quiere algo de mí a cambio.
Tenía la boca apretada.
—Eso no es exactamente cierto. Hay algo que quiero a cambio.
—Oh.
Hizo una mueca.
—No es nada de lo que estás pensando. Y no es que eso significa que no te
encuentre muy atractiva. Es sólo que,— Él tomó una respiración profunda.—Me
gustaría ayudarte a empezar de nuevo sin nada de eso. ¿Me entiendes? Sin
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de Catherine Anderson

obligaciones, sin nada sucio. Así como un amigo. Siento que tengo que hacerlo, para
mi es necesario.
Franny frunció ligeramente el ceño.
—¿Necesario? Me temo que no lo entiendo.
Se rascó la nariz y miró a su copa de vino. En la oscuridad, Franny sabía que él no
podía ver nada, que estaba centrado en el contenido de la copa sólo porque se
encontró mirando algo que le inquietaba.
—Una vez, hace mucho tiempo, podría haber ayudado a alguien, pero al final le di la
espalda y no lo hice. Desde que me encontré contigo, me he dado cuenta de lo
equivocado que estaba.— Por fin levantó la mirada.— No puedo volver atrás y
cambiar el pasado. Sólo puedo seguir adelante… Pero si pudiese ayudarte, tal vez
por lo menos, pudiera dejar de sentirme culpable.
—Ya veo.
—Probablemente no. Es una pobre explicación, lo sé. Pero es lo mejor que puedo
darte.
—Si el rescate de una paloma mancillada es tu plan, me temo que has elegido a la
mujer equivocada. Ya no hay solución para mí. En muchos años,— Ella agitó la
mano. —Espero que con el tiempo mis circunstancias puedan llegar a ser un poco
más manejables, tal vez entonces, podré elegir otro medio de ganarme la vida, pero
hasta entonces, no tengo más remedio que seguir haciendo lo que hago.
—Todo el mundo tiene una opción, Franny.
—No,— dijo simplemente. —Algunas de nosotras no lo tenemos.
Su frustración era evidente en su expresión.
—Esto ha sido encantador—, le dijo. —Pero ahora creo que debería volver. Si me
acompañas, voy a devolverte los cincuenta dólares. Todavía queda un montón de
noche para que yo pueda compensar el tiempo perdido.
—Me estás poniendo entre la espada y la pared, con esto. No puedo dejarte en este
infierno. Si no puedo sacarte de allí de una manera, lo haré de otra.
—Es posible que necesites un cartucho de dinamita y varias palancas—, dijo a la
ligera.
Él negó con la cabeza.
—No voy a llevarte de vuelta. Estoy decidido.
Un brillo de determinación estaba de vuelta en sus ojos. Él iba en serio, se dio
cuenta. Pase lo que pase, tenía la intención de sacarla de allí. Si lo hubiera sido
cualquier otro hombre, Franny podría haberse reído de la situación. Pero desde el
principio había sentido Chase del Lobo tenía un lado peligroso. Él no era un
hombre que se pudiese tomar a la ligera, y tuvo la sensación de que rara vez dejaba
de cumplir con algo que él se propusiese a hacer.
—Si tengo que hacerlo, voy a tomar ejemplo de mi padre y voy a secuestrarte—, dijo
en broma.

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de Catherine Anderson

A pesar de la ligereza de su voz, Franny no podía descartar la amenaza. Como todo


el mundo en la ciudad, ella había oído los rumores acerca de Chase Lobos. Él era un
rebelde, no hay duda de eso. Si decidiese secuestrar a una mujer, probablemente lo
haría, y el diablo se llevase las consecuencias. No sería la primera vez que había
desafiado a la autoridad.
Algo en la expresión de ella, le debió hacer notar lo que pasaba ahora por la mente
de la chica, él suavizó.
—No empieces a sentir miedo de mí de nuevo, Franny. Soy inofensivo, de verdad.
De acero envuelto en terciopelo, pensó. Él no era exactamente lo que ella llamaría
inofensivo. Tiró el resto de su vino de lejos y guardó su copa en la canasta. Cuando
se levantó, dijo,
—Realmente es hora de volver.
Esperaba que él discutiese. En su lugar, se puso de pie, dejó su copa y la botella
dentro de la canasta, y luego la ayudó a doblar la manta.
Acercándose para doblarla mientras igualaban los bordes de la tela, Franny rozó
accidentalmente sus nudillos contra los de él. El contacto la electrificó, y ella
levantó la vista para encontrarse con sus ojos, no pudo mirar hacia otro lado. Por
un momento horrible pensó que podía darle un beso. Y lo peor era que ella lo
quería. Tanto que le dolía.
No había duda; Chase Lobos era peligroso.
9
Mucho tiempo después que Chase escoltase a Franny de nuevo al saloon y se fuese a
casa a buscar su propia cama, yacía despierto recordando la expresión de
incredulidad de sus ojos cuando ella se dio cuenta que no tenía intención de
acompañarla al piso de arriba de nuevo para cobrarse el valor de su dinero en la
forma tradicional, haciendo el amor con ella.
No es que creyera por un momento que Franny pensara en el acto sexual como
hacer el amor. En realidad no pensaba en ello en absoluto.
Una sonrisa triste se asentó en su boca al recordar su sitio para la costura, separado
y escondido del resto de la habitación por un biombo. Franny, con su verdadero yo
amurallado y escondido de las miradas indiscretas.

Una pregunta daba vueltas en la cabeza de Chase. ¿Por qué? ¿Qué cadena de
acontecimientos habían llevado a Franny a su vida presente, y qué le impedía
dejarlo detrás? Recordó la caprichosa cara de payaso que había bordado en la
almohada, el vestido de encaje sobre su mesa de costura, la colección de bocetos y
arte floral sobre sus paredes, y su muy leída Biblia, dejada abierta en la historia de
María Magdalena. Una mujer joven como ella no pertenecía al Lucky Nugget. Ella
debería haberse casado y bordado cojines para sus propios bebés. Debería tener el
amor de un hombre, protegiéndola y proveyendo para ella.

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de Catherine Anderson

Cerrando los ojos, Chase trató de imaginarse a sí mismo llenando ese papel, y la
imagen se formó en su mente con demasiada facilidad. Las imágenes lo llenaron de
un sentido de rectitud y de alegría. Recordando sus aparentemente inocentes ojos
verdes y la forma en la boca con hoyuelos en las esquinas cuando arrancó le una
sonrisa, no podía evitar la sensación de que sus pasos lo habían estado conduciendo
hacia esta niña toda su vida.
Loco, muy loco. ¿O no? Según su padre, cada uno tenía su propio destino personal,
un propósito que nació para cumplir, y hasta que lo encontrara, vagaba por la vida,
buscando siempre, nunca satisfecho. Chase había experimentado esa sensación,
pero ahora que había tropezado con Franny, se había ido.
Tal vez estaba destinado por la suerte, a ser el hombre que la sacase de sus actuales
circunstancias para darle el hogar que se merecía.
El anhelo en su interior para hacer precisamente eso era innegable, y cuando el
sueño lo atrapó, una pequeña semilla de determinación encontró un terreno fértil.
Durante el curso de la noche, mientras dormía, esa semilla echó raíces, y por la
mañana cuando despertó, estaba lleno de nuevos propósito. Inmediatamente
después de abrir los ojos, comenzó a planear su estrategia.
Esa noche, en el momento en que oscureció, se dirigió de nuevo al Lucky Nugget
con otros cincuenta dólares en la mano. En menos de treinta minutos, había
sacado a Franny del saloon para ir a caminar con ella bajo la luz de la luna otra vez.
—¿Estamos volviendo a los columpios?— preguntó un poco nerviosa.
—Esta noche no.— Al mirar hacia ella, Chase no podía dejar de notar la forma en
que se mordía el labio inferior, y sonrió a pesar de todo. —No te preocupes, Franny.
Gus sabe que saliste de la cantina en mi compañía. Mi trasero va a ser pasto de los
tiburones, si te pasa algo.
Ella sacudió la cabeza.
—No es eso. Después de anoche, estoy convencida de que eres inofensivo.
—¿Soy inofensivo?— No pudo resistir burlarse de ella. —Nunca le digas a un
hombre que es inofensivo. Se podría proponer demostrarte que te equivocas del
todo. Digno de confianza, tal vez.
Ella hizo un pequeño sonido de exasperación.
—Esto no es cosa de risa.
—¿El qué?
—Toda esta situación.
—¿De que situación estás hablando?
—De que pagas una cantidad descabellada de dinero dos noches seguidas para
monopolizar mi tiempo. No puedes seguir haciendo esto, ya lo sabes.
—¿Haciendo qué?
Su voz se elevó una octava.
—Perder tu dinero de esta manera.
—¿Me verías de forma gratuita?
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Ella puso los ojos en blanco.


—Tengo que ganarme la vida.
—Entonces voy a seguir perdiendo mi dinero. No es que crea que lo estoy
desperdiciando.
—A este ritmo, pronto irás a la quiebra.
A pesar de la agudeza de su tono de voz, Chase vio la auténtica preocupación en sus
ojos. No podía dejar de recordar cómo había estado convencido de que ella era una
buscona. ¿Cómo se había equivocado tanto?.
—¿Por qué no dejas que yo me preocupe por mi dinero?—, le dijo con suavidad. —
No voy a gastar más de lo que pueda pagar.
En verdad, hasta el último centavo que Chase tenía en el banco tenía ya un destino,
y si tuviera la intención de alcanzar sus metas a tiempo, no podía permitirse gastar
mucho más en ver a Franny. Sin embargo, según la forma en que lo mirase, era una
cuestión de prioridades. Él ya tenía una extensión importante de terreno maderero,
y si no podía permitirse el lujo de comprar más inmediatamente, todavía era joven.
Franny lo necesitaba ahora.
Perdido en sus pensamientos, Chase tomó nota que estaba nerviosa, retorciéndose
las manos, un hábito que encontró entrañable porque era algo que su madre solía
hacer cuando estaba molesta. Fue un gesto puramente femenino, pensó, que
transmitía la ansiedad mucho más elocuentemente que las palabras.
Se inclinó un poco hacia adelante para verle la cara mientras caminaban.
—Un centavo por tus pensamientos.
—No puedes permitirte el lujo de darme un centavo por ellos.
Chase se echó a reír a pesar de todo. Luego se puso serio porque podía ver que ella
estaba realmente apenada.
—Franny, no me gastaría el dinero si no me sobrase.
—Nadie tiene que tanto dinero para perderlo así.— Ella se detuvo y respiró hondo.
—Debemos tener una charla sobre este tema, Chase.
—Está bien. Así que hablemos.
—He sido amiga de Índigo por muchos años. Lo sé todo acerca de tus aspiraciones
de ser un magnate maderero algún día.
—¿Y?
Levantó las manos.
—¿Y? Si vas a gastarte dinero a manos llenas conmigo, nunca lograrás tus metas. Sé
que debes centrarte en ahorrar. Has trabajado muy duro por cada centavo de ese
dinero, y yo no quiero ser responsable de que te lo gastes frívolamente.
—Lo tendré en cuenta.
—Entonces, llévame a mi habitación. Voy a devolverte los cincuenta dólares que me
diste esta noche, y podrás parar esta locura antes que hayas perdido tu dinero para
nada.—
—¿Para nada?
101
Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Sea lo que sea que quieras de mí, no puedo dártelo. ¿No lo ves? ¡Me traes aquí,
me empujas en el columpio anoche y me coges de la mano! Y esta noche, me llevas a
dar un paseo bajo la luna. —Se tocó la garganta, con la mirada fija en uno de los
botones de su camisa.— ¿Qué sentido tiene esto? Te estás comportando como si
fuésemos. . . como si me estuvieses cortejando.
—¿Y qué hay de malo en eso?
—No hay futuro en esto, por un lado. Y por el otro, ¿por qué un hombre va a querer
eso de mí? Búscate una chica agradable, Chase. Llévala a pasear bajo la luna. No te
costará ni un centavo.
—Tal vez yo no quiero estar con otra chica.
—Eso es una tontería.— Con un evidente esfuerzo, alzó los ojos hacia él. Por su
expresión, él sabía lo que le costó decir lo que soltó a continuación. —Soy una… una
prostituta. Cepillarme el almidón de mi cabello y lavarme la cara no cambia eso. No
sé por qué estás haciendo esto, pero sea cual sea la razón, es inútil. Yo soy lo que
soy, y nunca podré cambiar.
—¿Por qué no?
—Simplemente no puedo, eso es todo. Si tienes alguna idea loca de salvarme de mí
misma y cambiar mi vida, olvídate. Soy una causa perdida.
—Franny, nadie es una causa perdida—. Mientras decía estas palabras, Chase se dio
cuenta de cuán sinceramente las quería decir. —Y siempre hay una salida. Para ti,
tal vez soy yo. Por qué no me das una oportunidad, ¿eh?
—No.— Ella le dio un movimiento enfático con la cabeza. —No quiero volver a verte.
Lo digo en serio. Llévame al Saloon, recupera tu dinero, y olvídate de mi.
Chase la tomó del brazo y la guió de vuelta para seguir andando.
—Hemos venido aquí a dar un paseo, y eso estamos haciendo.
Con un suspiro de cansancio, presionó el dorso de la muñeca a la frente.
—Está bien, está bien. Pero no me digas después que no te lo advertí. No hay futuro
en esto, nada de lo que digas o de lo que hagas puede cambiar eso.
—Está bien. No hay futuro. Pero tenemos esta noche y, todas las que pueda pagar
hasta que se acabe mi dinero.
—Estás loco.
—Probablemente. Pero es mi dinero, y lo puedo gastar en lo que me de la gana.
Chase la llevó a uno de sus lugares favoritos a lo largo de los bajíos del Creek.
Un viejo gran roble nudoso crecía allí, sus ramas cargadas dejaban pasar
fragmentados rayos de luz de luna, por lo que la hierba verde que yacía debajo de
él, parecían perlas esparcidas sobre el terciopelo. En vez de sentarse a su lado en el
banco, Franny se mantuvo de pie y se apoyó contra el tronco de un árbol, con las
manos remilgadamente dobladas y manteniéndolas tensas alrededor de la cintura.
Se quedó mirando fijamente al agua, que pasaba gorgoteando, dando a Chase la
extraña sensación de que estaba con él sólo en cuerpo.

102
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Decidió que le permitiría escapar de él de aquella manera por un par de minutos, ya


que sentía lo verdaderamente molesta que estaba. En cierto modo, su ataque de
conciencia le hizo gracia. Ella tomaba el dinero de los hombres casi todas las noches
de su vida, pero se resistió a coger el suyo. Supuso que debía de sentir que este no
era un intercambio justo, pero la forma en que él lo veía, era mucho más equitativo
que de la otra manera que ella ganaba su dinero. No había nada correcto sobre una
mujer que reducía su vida a vender su cuerpo a los hombres a cambio de unas
monedas. Nada correcto para él, y nada justo.
Después de varios minutos, Chase rompió el silencio.
—Es una hermosa noche, ¿no? Me encanta el sonido del viento en los árboles. Mi
padre dice que es Dios susurrando su sabiduría, y que si uno escucha las palabras,
se pondrá de manifiesto.
Ella no respondió, y Chase se volvió para mirarla. La vaga expresión de su rostro le
dijo que se había sumergido en las imágenes que él no podía ver. Esto lo enfureció
tanto como le entristeció; lo primero, porque no podía separarse de él tan
fácilmente, y lo segundo, porque ella parecía sentir que era necesario. No era una
amenaza para ella. Al menos no en la forma habitual.
La idea dio que pensar a Chase, y comenzó a preguntarse si tal vez no amenazaba a
Franny de otras maneras que no podía comprender. Se puso en pie y lentamente se
acercó a ella. No parecía darse cuenta de sus movimientos. Se paró ante ella, estuvo
a punto de levantarle la barbilla con la mano y entonces lo pensó mejor. No podría
forzarla hacia la realidad con un toque. En la oscuridad de su cuarto tenía que
soportar mucho más y con éxito, bloqueándose de esta manera.
—¿Qué edad tienes, Franny?
Algo brilló en sus ojos y Chase sonrió levemente. Para responder a las preguntas
directas, había que pensar.
—Yuujuuu. ¿Cuántos años tienes?
La vacuidad se deslizó lentamente por su expresión, y se centró en él, mirándole
ligeramente irritada.
—¿Cuántos te parecen?
—Cerca de dieciséis años.
Arrugó la nariz.
—Yo nunca he tenido dieciséis años. Fui de los trece hasta los noventa sin
cumpleaños por el medio.
Chase tuvo la horrible sensación que realmente tenía razón.
—¿Y antes, cuando tenías trece años?
Su boca se torció en una sonrisa triste.
—Yo era una niña que todavía creía en los cuentos de hadas.
Sintiéndose un poco mareado, Chase tragó hondo. ¿Qué clase de hombres podían
saciar su lujuria en el cuerpo de una niña? ¿Qué clase de mundo permitía que los
inocentes fuesen las víctimas?
103
Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¿Que pasó, Franny? ¿Me lo puedes decir? Ayer por la noche mencionaste a tu
padre moribundo, que te quedaste huérfana. ¿No había nadie que te ayudase? ¿El
hambre te obligo a este oficio?
—No, no me estaba muriendo de hambre—, dijo con voz hueca. —Supongo que si
hubiera sido así, ¿entonces podrías perdonarme? ¿Encontrar justificable lo que
hice?
Había muchísima amargura en la pregunta. Chase no había tenido la intención de
sonar crítico.
—No te estoy condenando, Franny, trataba de aprender más sobre ti.
Se apartó del árbol.
—No hay nada que aprender. No tengo pasado—. Después de poner cierta distancia
entre ellos se volvió hacia él y contempló el tronco del árbol que se alzaba detrás. El
deseo inequívoco en su expresión atrapó su corazón. Él sabía que ella había visto las
iniciales que habían talladas en la corteza del árbol, hechas por jóvenes amantes a
través de los años.
Este punto a lo largo de Shallows Creek era el lugar favorito para citarse, lo había
sido durante décadas y probablemente siempre lo sería. A medida que contemplaba
los muchos corazones y flechas de Cupido que habían sido talladas por entusiastas
jóvenes amantes, agregó, con voz dura, extraña y sin expresión,
—No hay pasado, ni futuro.
Eso era realmente la forma en que ella lo veía, se dio cuenta. No se trataba de
histrionismo bien ensayado, en un intento por ganarse su simpatía. Atraído por
ella, Chase acortó el espacio entre ellos con pasos medidos, no del todo seguro de lo
que pensaba hacer cuando la alcanzase. Sólo sabía que había un anhelo en sus ojos
que no podía ignorar. Cuando él se acercaba a donde estaba parada, se dio cuenta
de dos cosas: que era de estatura más diminuta de lo que se había dado cuenta, y
que la cercanía la ponía nerviosa e inestable.
Chase, sonrió un poco cuando tomó en la mano su pequeña barbilla. ¿Una
prostituta cuya boca se estremecía cuando un hombre la acorralaba? ¡Qué enigma
era! No debería haber nada acerca de los hombres que pudiese asustarla, sin
embargo, tenía la sensación de verdaderamente estaba alarmada.
Esa boca. Tenía la forma perfecta, el labio superior delicado, grabado en un arco, el
inferior y completo, lleno, del color de los pétalos, de rosa pálido, que se despliegan
con la más suave caricia de la luz del sol. Era el tipo de boca que un hombre
fantaseaba y anhelaba degustar. De pie con lo cerca que estaba, las puntas de sus
pechos le rozaron la camisa, y podía sentir su calor a través de las capas de lino con
las que se vendaba sus costillas. Sin renunciar al control de la barbilla, puso su otra
mano en la cintura de la chica.
Acercando la cabeza, Chase buscó su dulce boca, con toda la intención de besarla.
Pero justo antes de que sus labios la tocaran, la miró a los ojos y no vio nada. Así de

104
Magia Comanche
de Catherine Anderson

rápido, un solo toque, y Franny ya no estaba allí con él. Se quedó inmóvil, sintiendo
como si alguien lo hubiese golpeado con un puño en sus entrañas.
—Franny—, susurró.
Alzó la cara de ella ligeramente y estudió su expresión, sorprendido por la experta
que era en separarse de la realidad en el mismo momento en que se sentía
amenazada.
Su barbilla se levantaba con facilidad en sus manos. Debajo de la mano que
mantenía en la cintura, no sentía la tensión. Chase sabía que podría despojarla de
su ropa, ponerla sobre la hierba, y hacer todo lo que deseara a su hermoso cuerpo.
No iba a resistirse. Él dudaba que siquiera fuese ahora consciente de quien era él.
Pero quería más de ella que satisfacer su ansia física y su lujuria.
—Háblame de las imágenes oníricas que ves—, le susurró con voz ronca. —¿A dónde
estás ahora?
Ella no respondió, por lo que Chase reiteró la petición en voz más alta. Ella
parpadeó alterando su respiración, cómo si saliese de un sueño profundo.
—¿Perdón?
—Ahora mismo—, repitió, —¿Qué estabas imaginando?
Sus ojos se clavaron en los suyos, desconcertados y brillando bajo la luz de la luna.
Qué hermosos ojos, pensó. Se podría perder en ellos para siempre.
—¿Qué tipo de cosas sueñas?— le preguntó de nuevo.
—Yo… No sé lo que quieres decir.
Ella sabía exactamente lo que quería decir, y él lo sabía.
—Te escapas a tu mundo de sueños. Índigo se lo comentó a Jake, y Jake me lo dijo.
Es tu forma de sobrevivir a las noches, ¿no? ¿Así es cómo consigues vivir
sabiéndote utilizada por los hombres que visitan tu habitación?
Trató de girar y poner distancia, pero Chase estaba preparado para eso y la
mantuvo controlada. A medida que aumentó la presión sobre la barbilla, su boca se
apretó tentadoramente. Anhelaba probar esos labios para poner su propia marca
sobre ellos, para reclamarla de forma que nadie lo pudiese negar. Pero quería que
ella fuese consciente de su presencia cuando lo hiciera, no en algún lugar perdida
entre sus malditas ensoñaciones.
—No puedes escapar de todo tan fácilmente—, le dijo.
Mirando hacia él, Franny sabía que su advertencia era de doble filo, que no sólo
estaba diciéndole que no podía escapar de sus manos, pero sobre todo que no iba a
dejar que escapase a sus ensueños.
Alto, moreno, delgado y fuerte, llenó su visión, sus anchos hombros, los brazos
tensos para anticiparse por si ella hiciese algún movimiento brusco. Eso por sí solo
era suficiente para alarmarla. El brillo de determinación que vio en sus ojos, aún
más. Chase Lobos no era un hombre que hiciese algo a medias, y cuando él tenía
una mujer, la poseía por completo. Su expresión le dijo con más claridad que las
palabras, que había decidido que la quería.
105
Magia Comanche
de Catherine Anderson

El pulso de Franny se aceleró. En su pánico, pensó en una docena de planes para


escapar, pero los iba descartando todos como absurdos. No podía correr más rápido
que el hombre, e incluso si pudiera hacerlo, no tenía más que un lugar para ir, el
saloon. Él simplemente la seguiría. En su habitación, estaban sobre la mesa los
cincuenta dólares en oro, el precio que había pagado por una noche en su
compañía. Podía pasar el tiempo con él aquí, o con el riesgo de tener que pasar con
él el resto de la noche en su cama. Normalmente esto último no lo habría
encontrado alarmante, pero sintió que Chase iba a exigir su atención, mientras se
uniera a ella físicamente. No podría escapar a los sueños, no podría separarse de la
realidad cuando las manos de este hombre reclamasen su cuerpo.
Él rozó ligeramente con el pulgar sobre de los labios entreabiertos, como si midiese
la rápida inhalación y expulsión de aire. Podía sentir su pulso golpeando por debajo
de los dedos que mantenía debajo de su mandíbula. Los signos de su miedo no se le
escaparon, aunque al final él cambió su expresión de escrutadora a ligeramente
divertida.
La soltó tan de repente que la sorprendió con la guardia baja, luego él se volvió
hacia el árbol. Temblorosa, Franny se abrazó a su propia cintura y vio que él sacaba
el cuchillo de la vaina en la cadera. La hoja del arma brillaba como plata azulada
bajo la luz de la luna cuando lo llevó hasta la corteza del árbol. Con movimientos
rápidos de su fuerte muñeca, quitó pedazos de corteza. Mirando desde detrás de él,
Franny sintió que las lágrimas comenzaban a acumularse detrás de sus párpados,
cuando vio cómo su nombre tomó forma.
Era tan tonto. Sabía que lo era. Sin embargo, tener su nombre tallado en un árbol
por un chico había sido una de las cosas que había perdido cuando era niña y hacía
tiempo que había aceptado que nunca llegaría a pasar. Sin darse cuenta, Chase
estaba cumpliendo su sueño. Excepto, por supuesto, que las muescas de su nombre
que estaba haciendo sobre la corteza que estarían solas. Ningún hombre en su sano
juicio podría vincular su nombre con el suyo, en un viejo árbol, o en cualquier otro
lugar.
Franny, incrédula, vio como Chase acabó con su nombre y comenzó a tallar otro
debajo de ella. Una C fue rápidamente seguida por una H. En el momento en que
terminó y comenzó a tallar el corazón para rodear los nombres de ambos, ella
estaba temblando. Cuando finalmente se enderezó y le sonrió, estaba convencida
que estaba burlándose de ella.
Franny, la puta a la que nunca amó nadie.
Todo huyó de su mente racional, y reaccionó instintivamente y corrió. A medida
que cortaba a través del bosque iluminado por la luna, oyó a Chase, su tono de voz
sonaba inconfundiblemente desconcertado, gritando su nombre. No quiso
detenerse o disminuir su velocidad por temor a que pudiera alcanzarla. Casi estaba
en el saloon antes de darse cuenta que él no la perseguía. Con sus largas piernas, no
habría habido ninguna competencia, la habría cogido, y ella lo sabía.
106
Magia Comanche
de Catherine Anderson

A solas en el bosque, Chase siguió con la mirada a Franny, confuso, sin saber qué
había hecho para ofenderla. ¿Tallar sus nombres en el árbol? Por supuesto que no.
Él había querido hacer un símbolo de los sentimientos que estaba desarrollando por
ella, no insultarla. Sin embargo, así fue como ella había actuado, como si la hubiera
humillado de alguna manera.
Paciencia, él mismo se advirtió. Tenía que ser paciente. Podría ser una buena idea si
él se echara atrás por unos días y le diese un respiro.
Tan repugnante como era el pensamiento de que volviera a trabajar por las noches
en su habitación, también sabía que tenía que moverse más lentamente con ella. No
podía esperar que se rindiese durante la segunda noche.
Tal vez si le diese algo de tiempo para pensar las cosas, sería más receptiva la
próxima vez que fuese a verla.
10
Tal y como lo había hecho una vez al mes durante ocho años, Franny compro un
pasaje en la diligencia el siguiente sábado por la mañana y se dirigió a su casa de
visita. Aunque los caminos estaban en buen estado y se atravesaban con facilidad
durante los meses de verano, el viaje era todavía largo y agotador, tomándola casi
todo el día. Diez millas fuera de Grants Pass, había una cabaña de minero desierta,
donde siempre se detenía para quitarse el polvo del camino y cambiarse de ropa.
Cuando salió de la cabaña en ruinas, la Franny de Tierra de Lobos ya no existía.
Francine Graham, una mujer joven con un vestido a la moda y bien peinada, había
tomado su lugar. La cofia que ocultaba celosamente el rostro de Franny estaba
guardada en el fondo de su bolso, junto con todos sus secretos.
Esta vez, no iba tan llena de alegría como de costumbre cuando iba a visitar a su
familia. Chase Lobos había abierto viejas heridas dentro de ella y la obligó a mirar
lo solitaria y sin sentido que era su vida. Pasar tiempo con él había reavivado el
deseo en su interior, por aquellas cosas que hacía muchísimo tiempo que había
perdido la esperanza de tener. Y ahora, el dolor en su interior no podía ser
aplacado.

Mientras estuviese en casa, Franny trataría de desterrar a Chase de sus


pensamientos, quería realmente hacerlo así, pero parecía que había removido
muchos mas anhelos de los que realmente esperaba.
A la semana siguiente era el cumpleaños decimosexto de Alaina, y la chica apenas
podía contener su emoción. Francine había llegado, ¿le traería un bonito regalo? La
pregunta de su hermana llevó a la mente de Franny el vestido de encaje sobre su
mesa de costura, y la forma en que Chase lo había estudiado.
Y así ocurrió.
Al mirar los rostros queridos de las personas de su familia, Franny se recordó a sí
misma que su propósito en la vida ya se había decidido. No tenía opciones, y nunca
los abandonaría. Chase Lobos era peligroso para ella. Y con intención o sin ella,
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

también estaba siendo cruel. Por razones que no podía imaginar estaba tratando de
hacerla creer que quería cortejarla. La idea, por sí misma, era absurda. Los hombres
no hacían la corte a las putas. Tampoco las respetaban. Cuando se enamoraban, lo
hacían de mujeres castas, de mujeres buenas, mujeres puras. Nunca de prostitutas.
Ella sería cien veces tonta si empezase a pensar que podría ser de otra manera.
Además, se regañó, aunque por algún extraño capricho del destino, Chase cayese
enamorado, ella venía con una gran, realmente gran familia que mantener. La suma
de dinero que se necesitaba cada mes para apoyar y atender todas sus necesidades
especiales era alta y era imposible que un joven asumiese esa responsabilidad
financiera. Sin duda, se necesitaría más que amor para convencerlo de que lo
hiciese. Tendría que estar loco de remate.
Durante su visita a casa, Franny notó que su hermano Frankie, el mayor de los
varones, la miraba en diferentes momentos con una mirada especulativa en los
ojos. Ella no pudo evitar dejar de recordar la noche en que él y sus jóvenes amigos
se habían presentado en el Lucky Nugget. Cuando pensaba en lo cerca que había
llegado a ser descubierta, temblaba. ¿Frankie habría descubierto de alguna manera
su relación con la prostituta de Tierra de Lobos?
Por momentos, Franny tuvo que morderse la lengua para no regañarlo. Sabía por
qué él y sus amigos habían viajado tan lejos de casa para visitar un salón. Los muy
pícaros. Aunque se dio cuenta que su hermano estaba llegando a la edad viril, ahora
que ya había cumplido diecisiete años, ella quería castigarlo por buscar la compañía
de una mujer fácil. Cierto que habiendo ido lejos de su pueblo, al menos trataba de
ser discreto. Pero el hecho seguía siendo que había visitado Tierra de Lobos para
comprar los servicios de una prostituta. Estimaba que aun era demasiado joven
para esos asuntos, y que ahora que había ido una vez, no tardaría en intentarlo más
veces.
A su madre se le rompería el corazón si lo supiera, y Franny no podía dejar de temer
que esta forma de caminar por la vida, acabase estropeando la moral y el buen
juicio de su hermano. Ella quería que Frankie fuese un buen hombre, temeroso de
Dios, que viviese una vida limpia, no la clase de personas que visitaban los salones y
visitaban a las prostitutas.
Por desgracia, Franny no podía enfrentarse a su hermano acerca de su transgresión,
sin exponerse.
***
Cuando Franny regresó a Tierra de Lobos el lunes por la noche, se detuvo en la
habitación de May Belle y encontró a su amiga llorando. Alarmada, dio un paso
dentro del dormitorio y cerró la puerta tras de sí.
—May Belle, ¿qué tienes? ¿Qué ha pasado?
Claramente avergonzada por haber sido sorprendida en un momento de debilidad,
May Belle escondió su hinchada cara cubierta de lágrimas en la almohada. Sus
hombros se sacudieron con un sollozo.
108
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Preocupada, Franny se sentó en el borde de la cama y tocó ligeramente el pelo


cobrizo de su amiga.
—¿Hay algo que pueda hacer?— preguntó con suavidad.
—Sí—, fue la respuesta ahogada de May Belle. —Si puedes meter algo de sentido
común en esta cabeza hueca a mi edad.
Franny palmeó el hombro de la mujer.
—Oh, vamos. No conozco una sola alma con más sentido común del que tú tienes.
—Últimamente no es así.
Con un fuerte suspiro, May Belle rodó sobre su costado. Ahora que su avanzada
edad le impedía trabajar entreteniendo señores, ya no se pintaba la cara.
Franny pensó que estaba mucho más bonita sin el maquillaje pesado. Las líneas de
su piel eran menos visibles, y su tez color de rosa natural, tenía un brillo saludable
que el polvo de arroz había escondido.
—Oh, Franny—, susurró con voz temblorosa. —Tantas veces como te he advertido
en contra de ello, nunca vas a creer que yo he ido y lo he hecho.
Franny, perpleja, trataba de pensar qué podría ser a lo que su amiga se refería.
—Me he enamorado—, espetó May Belle.
Por un instante, Franny se sintió alegre. Aparte de su madre, no había ninguna
mujer en la tierra más amable o digna de amar que May Belle, y el mayor deseo de
Franny era de verla encontrar paz y felicidad en sus años de retiro. ¿Pero un
hombre? Jubiladas o no, los intereses amorosos eran peligrosos para una
prostituta.
May Belle siempre había cuidado de Franny y le había enseñado muchísimo; había
sido muy franca con ella, la había dado fe, y la había enseñado a defenderse. La
chica de su oficio que daba a un hombre su corazón estaba pidiendo a gritos
problemas, por lo general más de lo que podían manejar.
Hace años, May Belle se había enamorado de un jugador y creyó en sus promesas
de un anillo de bodas, una cabaña y una cerca blanca. Había comenzado a viajar con
él. Una noche, cuando el jugador tuvo una racha de mala suerte, vendió los favores
de May Belle a unos extraños en el salón para pagar sus pérdidas. Reformada y
resuelta a seguir siéndolo, May Belle había protestado y se había negado a ello. En
represalia, el jugador la golpeó hasta casi darla por muerta y la dejó atrás,
abandonada, sin dinero y sin nadie que la atendiese mientras se recuperaba del
abuso. May Belle había vuelto a ser obligada a prostituirse para sobrevivir, y con el
tiempo había terminado aquí en Tierra de Lobos, más sabia por haber soportado
aquél revés. En todos los años transcurridos desde entonces, nunca se había
permitido a sí misma enamorarse de otro hombre, y con frecuencia advertía a
Franny en contra de ello.
—¿Quién es él?— le preguntó Franny.
—Shorty. — Dijo May Belle tristemente.

109
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Franny casi se rió. ¿Shorty? El viejo minero era la cosa más lejana a un Romeo que
podía imaginarse; bajito, barrigón, y le faltaba más de la mitad de los dientes.
Escondida bajo su disfraz de trabajo, Franny se había aventurado a la planta baja
del salón un par de veces y había visto que Shorty estaba allí. Siempre había sido
educado y amable con ella, y ella sabía que era un buen amigo de Índigo. ¿Pero la
clase de hombre del que enamoras? Ni de lejos.
—Oh, sé que él no parece gran cosa—, admitió May Belle. —Pero cuando llegas a mi
edad, cariño, la apariencia de un hombre no es lo que importa. Tiene un gran
corazón, y la forma en que me trata, — se le quebró la voz. — Me hace sentir como si
yo fuera alguien especial, ¿sabes?
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—No soy tan tonta como para tragarme ese anzuelo otra vez. Ese es el problema.
A pesar de sus apariencias, el viejo Shorty no le pareció a Franny como el tipo de
hombre que puede usar y abusar de una mujer, y después a continuación,
abandonarla. Cuando ella le contó a May Belle lo que sentía, la mujer soltó un
resoplido de burla.
—Al final, cariño, todo son de ese tipo. Por lo menos cuando se trata de chicas como
nosotras. He sido una prostituta durante más de la mitad de mi vida, y estar
jubilada no lo cambia. Incluso alguien como Shorty, puede eventualmente
recuperar su sentido y recordarlo. No quiero estar enredada con él cuando esto
suceda. Me ha pedido que me casara con él. ¿Puedes creerlo? Dice que vamos a
construir una casa muy pequeña en alguna parte a lo largo de la quebrada, que me
va a plantar rosales trepadores a lo largo del porche, y podremos sentarnos ahí la
noche de verano y escuchar cantar a los grillos.
—Suena bonito,— susurró Franny con nostalgia.
—Sí, y mientras durase, probablemente lo sería. Pero tarde o temprano, de una
manera u otra, le saldrá el perdedor.
Franny no podía pensar en nada que decir. Después de un momento, murmuró:
—Tal vez a él no le importa lo que hiciste para ganarte la vida, May Belle. Tal vez…
—Es raro el hombre al que no le importa—, espetó la mujer mayor. —Podrán
afirmar que no les importa, pero al final siempre se vuelve en tu contra. Cuando
seguí trabajando, me acostumbre a esconder el dinero para construir un nido
seguro para mí misma. Si me casase con él, él podría tomar mi dinero y decirme
que me largase silbando Dixie. Ya no soy tan tonta.
Tampoco Franny. Existía un paralelismo entre los problemas de May Belle con
Shorty y el suyo propio con Chase. Si ella era inteligente, tomaría las advertencias
de la mujer mayor con el corazón y no creería, ni por un segundo, que Chase Lobos
podría tener un interés sincero por ella. Una vez puta, siempre puta. Sólo un
milagro podría cambiar eso, y Dios seguramente tenía cosas mucho más
importantes que hacer que salvar prostitutas.

110
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Con la conversación con May Belle todavía fresca en su mente, Franny se alegró
cuando Chase se presentó en su puerta esa misma noche antes de que oscureciese.
Su llamada con golpes rápidos le dijo quién era. Ninguno de sus otros clientes
venían antes de que el sol estuviese completamente escondido, por un lado, y nunca
anunciaban su llegada. Estaba en contra de las reglas fijadas.
Envalentonada por las advertencias de May Belle, Franny dejo entrar a Chase, luego
se volvió a abrir el cajón superior de su cómoda, extrayendo los cien dólares en oro
que le había previamente pagado. Las monedas estaban ocultas dentro de un
pañuelo de encaje filo, y supo por su expresión, que no tenía idea de lo que había
dentro hasta que se lo puso en la mano.
Evitando su mirada azul intenso, Franny le rodeó para abrir la puerta y le indicó
con un gesto, que saliese.
—No quiero tu dinero—, le informó cortésmente pero con firmeza. —No lo gané, y
no acepto caridad. Ahora, si eres tan amable de dejarme, tengo que vestirme para
mi turno.
—Franny, ¿podemos hablar un momento?
Su tono de voz suave, dulce, halagüeña, le hizo temer que enfriaría su propósito de
alejarlo. Él estaba echando abajo todas las murallas protectoras levantadas con
cuidado detrás de las cuales había estado escondiéndose tantos años. De este modo,
había estado rompiendo el aislamiento que mantuvo entre ella y la realidad.
Cuando él la miraba a los ojos, se sentía desnuda en una forma que nunca se había
sentido con otro hombre, pero sabiendo que él no tenía ninguna intención de
utilizar su cuerpo. Él quería algo más, y ella no tenía nada más para dar. Estaba
tratando de hacerla creer en sueños imposibles. Si bajaba la guardia, al final la
destruiría.
—Quiero que te vayas—, insistió. —Los hombres no me pagan por hablar, y es así
cómo yo lo quiero, porque no soy muy buena en eso. Ellos quieren una cosa cuando
vienen a verme, y eso es todo lo que estoy interesada en dar. —Hizo un gesto hacia
el signo con el letrero, que era visible con la puerta abierta.— De ahora en adelante,
cumplirá con mis reglas, Sr. Lobos. Nada de venir a mi umbral antes de oscurecer.
Ninguna luz, ninguna conversación, ni tampoco un cliente toda la noche. Aunque se
que es bienintencionado, no le puedo permitir monopolizar todo mi tiempo, puedo
perder todos mis otros clientes, y no puede permitirse el lujo de hacer eso.
—Franny, yo…
—¡Adelante!— dijo estridentemente. —Empiece una gran pelea y hágame perder mi
trabajo. Puedo ganarme la vida como puta en cualquier lugar. En el camino,
encontraré otra ciudad, otro saloon, otra habitación a la espera de alguien como yo.
Si tengo que salir de aquí, no será agradable, pero no será el fin del mundo. Tengo
un poco de dinero guardado para mantenerme hasta que pueda encontrar otro
trabajo.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Un brillo familiar se instaló en sus ojos azul oscuro. Un músculo se contrajo a lo


largo de su mandíbula, pulsando con cada uno de los latidos de su corazón.
—Está bien—, dijo de manera uniforme.
Franny se sobresaltó cuando él golpeó el paquete de dinero sobre la mesa.
Aflojando los nudos en el pañuelo, sacó una moneda de oro de diez dólares y la dejó
a un lado.
—Según las reglas,— dijo en voz baja, indicando con un gesto de la cabeza hacia el
cartel. —Voy a tomar de ti lo que pueda conseguir.
Franny sintió como si se congelase por dentro, apretando la mano en el pomo de la
puerta.
—Yo no empiezo mi turno hasta el anochecer—, le recordó, —y como puede ver, no
estoy completamente lista para el trabajo todavía.
Miró a su rostro, que carecía de maquillaje, y luego miró hacia abajo a su bata de
seda.
—Que vas a hacer. No me gusta tu pelo almidonado, de todos modos.
Con eso, cerró la distancia entre ellos con pasos lentos y medidos. Después de
mover de un tirón el cartel para que se leyese ocupado, apretó sus fuertes dedos
sobre la mano con la que ella sostenía el pomo de la puerta. Con una presión
constante pero suave, separó los dedos de ella y empujó la puerta hasta cerrarla.
Sosteniéndole la mirada con sus ojos relucientes, ojos azules de medianoche, le
susurró:
—¿Supongo que trabajas en la cama?
Antes de que Franny adivinase lo que pensaba hacer, se inclinó hacia ella,
cogiéndola con brazos de acero por la parte posterior de las rodillas y los hombros.
Ella abrió la boca cuando la tomó contra su pecho. Por la forma en que sus dientes
estaban apretados, sabía que sus nervios estaban gritando de dolor.
—¿Qué estás..?— Ella empujó inútilmente a sus hombros. —Suéltame en este
instante.
—Estamos hablando—, le recordó-. —Eso va contra las reglas. ¿Recuerdas?
—¡Suéltame!— repitió con furia.
Después de dar dos zancadas, llegó a la cama. Franny cayó con un torpe plop sobre
la cama. Las cuerdas del somier crujieron en señal de protesta. Ella trató de echarse
a un lado, pero él era demasiado rápido. Después de tirarla sobre la cama, se
apoderó de sus hombros y le apretó la espalda contra el colchón. Apoyó luego una
rodilla sobre la cama y con una mano sobre el pecho de ella desmanteló cualquier
intento de fuga. Le susurró:
—¿Vas a alguna parte?
—No está oscuro todavía. No funciona antes de que oscurezca.
—Estamos hablando de nuevo. No pensé que era parte de tus servicios. ¿Puedo
tomarlo cómo que también podemos prescindir de esa regla?— Antes de que

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pudiera responderle, dijo: —Bien. El sexo no sería lo mismo sin un poco de


conversación.
Franny nunca había sentido tanta fuerza en las manos de un hombre. Cuando trató
de moverse, tensó los brazos en su contra y la sujetó rápidamente. Con tanta
facilidad que le dio verdadero miedo.
—No me gusta que me maltraten, Sr. Lobos. Se está comportando como un bárbaro.
—Haces salir mi lado más salvaje sale, supongo.— Él la soltó y se sentó en la cama
frente a ella. Se inclinó para acercársele, diciendo, —No te voy a maltratar ahora.
¿Está mejor?
—Que se fuera, sería mejor aún.
Él se rió suavemente.
—¿Qué te pasa, Franny? ¿Tienes miedo que tus imágenes de sueños no te salvarán
esta vez?
Eso era exactamente a lo que ella tenía miedo. Lo que siempre había temido cuando
estaba junto a él. Desde el principio, desde que había detectado su obsesión por
ella.
Con su mano libre, le acarició la mejilla. El contacto fue punzante y casi la dejó sin
aliento. Franny cerró los ojos, tratando frenéticamente de evocar una imagen hacia
la que poder escapar. Todo lo que veía era oscuridad. Las puntas de sus dedos duros
eran de la misma textura que la seda cruda, provocando una respuesta no deseada
en sus sensibles terminaciones nerviosas.
Seda cruda en contra de satén. Un silencio sin aliento se posó sobre Franny. No sólo
era plenamente consciente de él, si no que lo era de forma muy aguda, muy real.
Podría haber jurado escuchar su sangre latir bajo su piel. Su mano rozando un
camino ardiente por la garganta. A continuación, bajó. Sintió que sus dedos
trazaban ligeramente la línea de la V de la bata que la cubría.
La vergüenza llenó su interior, y una pena tan espesa que casi la estranguló.
Manteniéndose rígida, trató de reprimir el sollozo que salía de su pecho. En su
mente, veía su penetrante mirada azul, finalmente sobre ella. La palma de su mano
se deslizó con agónica lentitud sobre la seda de la bata, su toque era tan ligero que
tenía que concentrarse para sentir el contacto, sin embargo, fue un reclamo que no
podía ignorar o negar. Sus pezones se endurecieron y empujaron la tela de seda
como signo de anticipación.
Él se rió por lo bajo, satisfecho.
—¿No hay imágenes, Franny? ¿No hay lugares de ensueño donde esconderte de
mi?—
Un sollozo ahogado se le escapó y salió de sus labios como un lamento
estrangulado. Las lágrimas de humillación escapaban por debajo de los párpados
bien cerrados. En ese instante, odiaba a Chase Lobo como nunca había odiado a
nadie, por hacerla sentirse así.

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Incapaz de soportar ni un segundo más, con una fuerza que ni siquiera sabía que
poseía, se arrojó lejos de él y se apresuró hacia el suelo. Cayó y se levantó, corrió
hasta la cómoda, cogió el montón del dinero y se lo arrojó.
—¡Fuera!— exclamó. —Otros hombres me pueden comprar. ¡Pero para ti no es
posible! No quiero volver a verte de nuevo. Nunca, ¿me oyes?
Las monedas golpearon en el piso de madera y saltaron en todas direcciones. Con
mirada feroz e implacable, Chase se incorporó lentamente de la cama.
—Quédate el dinero, Franny. Obviamente, lo necesitas mucho más que yo. —, se rió
de nuevo, pero esta vez el sonido era áspero y cortante.— Algunas personas
simplemente nunca aprenden. Y supongo que soy uno de ellos. La conclusión es,
que no quieres ser ayudada. Te gusta tu vida tal como es.
Ella puso una mano temblorosa sobre sus ojos, consciente de su presencia en cada
poro de la piel cuando pasó junto a ella hacia la puerta. Otro sollozo brotó de su
pecho, pero este salió libre. Se odiaba por eso. Pero a él lo odiaba más.
En la puerta, le oyó parar. Un largo silencio se extendía entre ellos. Tan cierto como
si se tratara de una fuerza tangible, podía sentir su mirada descansando sobre ella.
—Ninguna mujer tiene que vender su cuerpo—, le dijo en voz baja. —Siempre hay
otras opciones. Siempre. Estoy dispuesto a ayudarte.— Dudó un momento y luego
prosiguió. —Si no quieres saber nada de mí, como obviamente parece, entonces te
daré el dinero. Sin condiciones. No tienes que devolvérmelo. Sólo tienes que
tomarlo y salir de esta vida. Vete a otra ciudad, encuentra algún otro tipo de
trabajo, y nunca mires hacia atrás.
Otro silencio. Sabía que estaba esperando que respondiese, esperando que pensara
su oferta, tal vez esperando a que la aceptase. Sólo que no podía, y porque no
podía, no había nada más que decir. Franny sabía lo que debía estar pensando. Que
no quería su ayuda o la de alguien más. Que le gustaba jugar a ser puta. Nada
podría estar más lejos de la verdad.
—Bueno—, dijo finalmente, —supongo que no puedo hacer nada—. Lo oyó suspirar.
—Voy a dejar la señal de ocupado cuando salga hasta que puedas estar lista para
trabajar.— Hizo hincapié en la última palabra, enlazada con jarabe de sarcasmo.—
Disfruta de la noche.
Un momento después, oyó el suave clic de la puerta al abrirse y luego se cerró
detrás de él. A diferencia de los otros hombres que visitaba la habitación, Chase se
movía tan silenciosamente que sus pasos no se oían por las escaleras. Conteniendo
la respiración para controlar los sollozos, esperó hasta que se sintió bastante segura
de que se había ido.
Luego cayó de rodillas. Abrazada a su propia cintura, los hombros encorvados,
gimió y comenzó a llorar.
Fuera en el pasillo, Chase presionó su frente contra la puerta de Franny. El sonido
ahogado de sus sollozos lo atravesaron como cuchillos.
***
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El domingo siguiente era el cumpleaños decimosexto de Alaina la hermana de


Franny, y ella hizo un viaje extra a casa el sábado para poder estar allí para celebrar
la ocasión. Los festejos iban a comenzar después de la cena del domingo, eran
esperados por todos en la familia, y Franny hizo que todos sus hermanos se
reuniesen entusiasmados alrededor de la mesa. Ella acababa de lograr eso y estaba
a punto de pedirle a su madre que dijese la bendición cuando alguien llamó a la
puerta de entrada.
—¡Al diablo!— Franny murmuró en voz baja. Como siempre lo hacía cuando estaba
en casa el domingo, había cocinado una gran comida para el mediodía, las
preparaciones habían comenzado inmediatamente después de los servicios
religiosos matutinos. Después de poner tanto trabajo, odiaba ver la comida
enfriarse antes de que pudiesen comer. —Perdonadme mientras veo quien es.
—¡Date prisa, Francine!— los niños gritaban al unísono. —¡Dile a quien quiera que
sea que se vaya!
—¡Silencio!— susurró. —Puede ser predicador Elías. ¿Queréis que se ofenda?
Poniendo una brillante sonrisa en su rostro, Franny se apresuró hacia la puerta,
totalmente preparada para invitar al ministro a unirse a ellos para la comida. Había
siempre un montón de comer en casa de los Graham, Franny se ocupaba de ello. Su
sonrisa se congeló cuando vio quien estaba de pie en el porche.
Dejando caer su peso en una pierna, y con la otra ligeramente flexionada y
cruzando una bota sobre el otro pie, la postura de Chase Lobos sólo podía ser
descrita como insolentemente masculina. Con sus grandes manos dejadas caer
como casualmente en las caderas estrechas, también tenía el aspecto de un hombre
listo para dar problemas. Llevaba la camisa negra abierta hasta la mitad del pecho,
las mangas arremangadas revelando sus antebrazos gruesos. Al ver su expresión de
sorpresa, le dedicó una sonrisa lenta y se quitó el sombrero de montar negro,
cortésmente inclinando la cabeza en señal de saludo.
—Hola, Franny —, dijo en voz baja.
Franny casi se desmayó. Evidentemente temió que iba a hacerlo. Pensando lo
mismo, él se trasladó rápidamente hacia adelante para agarrarla del brazo. Ella fijó
sus ojos horrorizados en su atractiva cara, casi no podía creer que estuviera allí de
pie. ¿Por qué? La pregunta resonó en su mente aturdida. La había, obviamente,
seguido. ¿Pero por qué razón? ¡Oh, Dios!.
Su primer pensamiento fue que había llegado para descubrirla ante su familia, y en
el momento en que recuperó un ápice de su compostura, le susurró:
—¿Cómo te atreves?
Como si ella le hubiera expresado su satisfacción al verlo, le dedicó otra sonrisa
deslumbrante.
—Te dije que podía encontrar el camino hasta aquí, sin perderme. Das mejor las
direcciones de lo que piensas.

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¿Cómo salir de esta? Las piernas de Franny temblaron. Mirando más allá de ella a
los miembros de su familia que se reunían alrededor de la mesa, él asintió con la
cabeza educadamente. Franny no se perdió su sonrisa o él no dibujó ninguna
expresión asustada en el rostro cuando vio que había una multitud. Ocho no es un
número pequeño.
—¿Francine, querida, tenemos un invitado?— su madre la llamó.
Tomada por sorpresa, a Franny no se le ocurría nada que decir. Para su horror,
Chase tomó la delantera y cruzó el umbral, como si lo hubiese invitado, vio sus ojos
reducirse ligeramente para poder ver a través de la penumbra. El hecho de que su
madre no pudo ver por sí misma si tenían un huésped, claramente no se le había
escapado, y le disparó una mirada inquisitiva a Franny.
—Usted debe ser la madre de Franny… Francine—, observó con gusto. —Es un
placer conocerla al fin. He oído muchas cosas buenas acerca de usted.
Franny tragó saliva. Chase dio otro gran paso en la habitación. Bajo la voz hasta ser
casi imperceptible, le susurró a ella,
—Será tu funeral.
Franny sabía que le estaba dando una advertencia razonable. Si no jugaba con él
sería expuesta y no iba a arriesgarse. Se apresuró a seguirle la corriente y esbozó lo
que esperaba fuera una encantadora sonrisa en la boca, y cruzaron la alfombra de la
sala de estar los dos juntos. Al entrar en la cocina, anunció,
—Mamá, me gustaría presentarte a mi amigo, Chase Kelly Lobos. Señor Lobos, mi
madre, Mary Graham.
—Es un placer conocerle—, respondió Mary Graham con elegancia.
Aunque Chase apenas había hecho ruido, sus ojos azules sin vida se dirigían
directamente hacia él. Se dio cuenta de que debía haber desarrollado un agudo
sentido del oído para compensar su ceguera, un fenómeno del que había oído
hablar pero del que nunca fue testigo. Su sonrisa era tan dulce como la de Franny,
su delicado rostro casi tan encantador. Ahora Chase podía ver de quien Franny
había heredado su belleza.
La voz ronca de Chase contestó con sinceridad cuando se reunió con ella.
—El placer es todo mío.
Frankie, cuyo privilegio era el sentarse en la cabecera de su mesa, cómo el hijo
varón de mayor edad aunque fuese menor que Franny, se aclaró la garganta para
llamar la atención de su hermana. Los nervios la hacían sentirse algo torpe, Franny
se llevó una mano a la cintura y le dijo:
—¡Oh! Chase, me gustaría que conocieras a mi hermano.— Ella vaciló sólo
un instante antes de agregar —Frank Graham .
Frankie deslizó su silla hacia atrás, colocó la servilleta al lado de su plato, y se
levantó. Extendió la mano abierta, y dijo:
—Mis amigos me llaman Frankie.
Chase dio un paso adelante para estrechar su mano.
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—Y a mi llámame Chase. He oído hablar mucho de ti, Frankie—. Echó un vistazo


rápido a Franny. —Me alegro por fin de conocerte.
Sonriendo levemente, Chase puso su atención en el resto de los chicos. A partir de
Alaina, la mayor después de ella, Franny pasó por el trámite de presentar
formalmente a cada uno de sus hermanos.
La cabeza de Chase se había llenado con sus nombres en el momento en que
terminó, y supo que iba a tener dificultades para acordarse de quien era cada cual.
Rubios, todos con características similares, con los ojos azules o verdes, todos se
parecían a Franny. Incluso el niño llamado Jason, con su expresión insulsa y la
boca floja, era un chico guapo.
Alaina, que se sentía la protagonista porque era su decimosexto cumpleaños,
amablemente dijo:
—Sería un honor si se uniese a nosotros para mi cena de cumpleaños, Señor Lobos.
—Oh, no, no quiero que se molesten. No puedo—, dijo.
Franny estaba a punto de decir cuánto lo iban a sentir pero que lo entendían,
cuando su madre intervino.
—Tonterías, Sr. Lobos. Los amigos de Francine son nuestros amigos. Por favor,
tome asiento. Tenemos un montón de comida en la mesa.
Con un rápido vistazo a las colmadas bandejas de servir, Chase comprobó que era
cierto. Franny mantenía, obviamente, muy bien a su familia. Y era una gran familia.
Su garganta se sentía algo seca cuando aceptó la silla extra que Frankie trajo. Los
tres hijos de ese lado de la mesa se mudaron de lugar para hacerle espacio. Con el
rostro sonrojado, sus ojos verdes extrañamente brillantes, Franny le dio un plato y
los cubiertos antes de recuperar su asiento frente a él. A su derecha estaba sentado,
con la boca abierta y los ojos vacíos, el chico llamado Jason, en una silla de gran
tamaño, especial, hecha en casa. A juzgar por la altura del niño, Chase le calculó
alrededor de diez años de edad.
Jason lanzó un gruñido de impaciencia y echó la mano hacia la comida, su boca
goteaba baba, la lengua débil le sobresalía ligeramente entre los labios. En lugar de
regañarlo, como se pudiese suponer, Franny cantó en voz baja y le tranquilizó con
un pedazo de pan, mientras que la familia inclinaba sus cabezas para la bendición.
En lugar de asistir a las palabras de oración a María Graham, Chase sólo oyó el
chasquido de los sonidos húmedos que Jason hizo devorando torpemente el pan.
Con una sensación aguda en su bajo vientre, Chase dio cuenta de que al fin conocía
todos los secretos de Franny, ocho de ellos, siete hermanos y una madre ciega.
Cuando recordó cómo se había erigido a si mismo juez, lo arrogante y farisaico que
había sido, acusándola de gustarle su vida tal como era, se sentía más pequeño e
insignificante de lo que nunca fue. A veces, al igual que Franny le había tratado de
explicar, las circunstancias lo exigían, e hizo lo que tenía que hacer porque no había
otra opción.

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Magia Comanche
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Después que la oración se terminó y las bandejas de servicio comenzaron a hacer


sus rondas, Mary Graham fijó su mirada ciega en Chase con enervante precisión y
dijo:
—Entonces, Sr. Lobos, usted es un amigo de la señora Belle?
—¿Cómo dice?
—La señora Belle, mi patrona,— Franny rápidamente intervino. —May Belle.
—¡Oh! Sí, por supuesto. May Belle—. Chase, dio una risa nerviosa. —Es mi amiga
también, sí.
Cuando Chase habló, María Graham inclinó la cabeza como para escuchar mejor, el
primer gesto que había visto hacer acorde con su ceguera. Un rayo de sol entraba
por la ventana a sus espaldas y jugó con su pelo de color platino, que llevaba
recogido en una trenza que rodeaba su cabeza. Si tuviera algo de gris, que a su edad
era lo habitual, Chase no pudo detectarlo.
—Ah—, dijo en un tono pensativo, —De modo que es así como ha conocido a
Francine.
—Um, sí—. No era exactamente una mentira. A pesar de que formalmente no tenía
el título, May Belle era, para todos los propósitos prácticos, la señora en el Lucky
Nugget, y supervisaba el trabajo de Franny. —Así es como nos encontramos, sí. A
través de la señora Belle y de mi hermana, que es buena amiga de Francine.
—¿Índigo?— La señora Graham le preguntó.
—Sí.
—Oh, Francine habla muy bien de ella. Así que tú eres su hermano. Qué bien.
A pesar de su sonrisa pensativa Mary Graham estaba radiante. Al igual que su
propia madre, era todavía una mujer encantadora, del tipo que había adquirido un
tipo diferente de belleza con los años. Cuando Franny creciera y el rubor de la
juventud desapareciese, iba a ser así de hermosa. Si las dificultades de su vida no la
destruían. La idea hizo un nudo en el estómago de Chase.
Mary Graham llevaba un vestido de día azul de seda cruda, el corpiño bordado
finamente detallado y ribeteado con encaje color crudo para que coincidiese con sus
puños. Chase ya había tomado nota de la ropa de los niños. Todo esto había sido
hecho en casa, cortesía de Franny y su nueva Wheeler-Wilson, su máquina de coser,
estaba seguro. Mirando a través de la mesa, la magnitud de las responsabilidades
de ella lo golpeó. Sólo para mantener a toda su gente bien calzada, debía de costar
una pequeña fortuna cada año. No había escapado a Chase que los propios zapatos
de Franny estaban rayados y muy desgastados en las plantas.
—Chase trabaja en la tala de árboles, mamá.
—Oh, Cielos. Sólo la idea de la tala de esos árboles enormes que hace que mi pulso
se acelere.
Chase, sonrió.
—Una vez que se aprende el oficio, realmente no es tan peligroso.
—Un trabajo duro, sin embargo.
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de Catherine Anderson

—Sí, mantiene los músculos de un hombre en forma.


Chase miró a Franny.
— Este verano he estado recuperándome de una lesión leve, por lo que estaba en
Tierra de Lobos y tuve la oportunidad de conocer a su hija.
—¿Qué tipo de lesiones?
—Costillas rotas. Estaba caminando sobre los troncos apilados, se deslizaron y me
aplastaron.
—Pensé que había dicho que no era peligroso—,le recordó María.
Chase, se aclaró la garganta.
—Sí, bueno… No estaba usando mi buen juicio cuando sucedió. Uno podría decir
que lo estaba pidiendo a gritos.
Los ojos verdes de Franny lo miraron con fijeza.
—¿Cómo es eso?
—Me pasé un poco con el whisky—, admitió Chase.
Mary Graham arqueó una ceja delicada.
—¿Es usted un hombre bebedor, Señor Lobos?
Por su tono imperioso, Chase supo que no estaba de acuerdo con aquellos que
bebían. Afortunadamente, Jason derramó la leche que Franny le estaba dando en
ese exacto momento y la distracción evito a Chase el tener que dar más
explicaciones. Para asegurarse de que no lo harían, Chase le dio un mordisco
grande al pan.
—¿Cuánto tiempo hace que conoce a la señora Belle?— preguntó María.
Chase tragó saliva para vaciar su boca.
—Yo, eh… durante años.
—Una mujer generosa, sí. Si no fuera por que contrató a Franny como dama de
compañía, realmente no sé lo que habría sido de esta familia. Realmente ha sido
nuestra salvación.
Chase estudió el rostro de la mujer ciega, preguntándose cómo podía creer que
alguien pudiera ganar las sumas de dinero que Franny traía a casa trabajando como
dama de compañía. Ella servía como compañía, está bien, pero no en la forma en
que su madre creía, claramente. La mirada de Chase saltó a Franny. Dos brillantes
manchas de color sonrosado le subieron a las mejillas. En su visión periférica vio a
Jason que le sonreía. Jason, uno de los muchos secretos bien guardados de Franny.
Se le ocurrió, de repente, que la joven frente a él estaba rodeada de secretos, y que
ninguna de sus identidades era totalmente honesta. Aquí con su familia jugaba un
papel, en Tierra de Lobos, otro. ¿En qué parte de todo esto, estaba la Franny real?
Como la comida avanzaba, los niños, que eran muy educados, se unieron a la
conversación. Aunque todos parecía genuinamente enamorados de Franny, Chase
no pudo dejar de notar que gran parte de su admiración por ella provenía del
interés por las cosas que había traído a casa, y por las que aún podría proveer.
Alaina y la pequeña Mary querían unas zapatillas de baile. Teresa, una preciosa
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niña de trece años de edad, quería peinecillos con imitación de diamantes. Mateo,
un año menor de Teresa, tenía grandes esperanzas de que Francine le regalase un
rifle de caza. Incluso Frankie parecía querer algo de ella, describiendo una chaqueta
de lana de un traje con chaleco confeccionados, que había visto en la tienda.
Él era lo suficientemente mayor para llevar ese tipo de prendas, dijo. En opinión
de Chase, también tenía la edad suficiente para trabajar y ayudar a mantener a la
familia, pero estos eran sus pensamientos. Nadie solicitaba su opinión.
Otra cosa que Chase observó, fue que Mary Graham daba la impresión de estar algo
preocupada porque que su hija mayor tuviera un caballero llamando a su puerta.
Nada muy evidente, sólo matices en sus expresiones, tan sutiles que dudaba que
nadie se hubiera dado cuenta. Franny era una mujer encantadora y joven, muy
agradable. También tenía veintidós años, estaba en un incómodo punto de ser
considerada una solterona. Cualquier madre en su sano juicio se complacería de
que hubiese atraído el interés de un hombre joven. Pero Chase tenía la clara
sensación de que María Graham no estaba muy feliz con eso.
A pesar de que sabía que era poco caritativo por su parte, no podía dejar de
preguntarse si María Graham no estaba preocupada de que su hija pudiera casarse
y dejar de contribuir al apoyo de su familia. ¿Podría ser que la mujer sospechase la
verdad? ¿Que ella no sólo supiese lo que hacía Franny para ganarse la vida, si no
aprobarlo? El pensamiento se abrió camino en la mente de Chase, y una vez allí se
negó a ser desterrado. Mirando fijamente a los platos llenos en la mesa y el número
infinito de gastos, no podía ver cómo la mujer no sospechase de la fuente de
ingresos de su hija. No había muchos puestos de trabajo que pagaran a una mujer lo
suficiente como para alimentar y vestir a ocho personas.
Desde el aspecto que tenían las cosas, Franny no sólo había logrado proveer las
necesidades básicas, sino también de algunos lujos. Mary Graham estaba ciega,
pero no era estúpida.
El ambiente alegre y la animada conversación en la mesa, no le dejaba a Chase
mucho tiempo para reflexionar, sobre esos pensamientos. Antes de darse cuenta,
había sido absorbido por el espíritu de cumpleaños. A pesar de la aflicción de Jason
y de la ceguera de su madre, los Graham eran joviales y alegres y parecían disfrutar
de la compañía de unos y otros.
De los retazos de la conversación, Chase se cercioró de que Frank Graham, el padre
de Franny, había muerto en un accidente mientras hacia su trabajo de carpintero
hacía más de nueve años atrás. Sin preguntar, Chase supuso que Franny, la hija
mayor, tendría unos trece años en el momento de su muerte.
—Fue una trágica pérdida—, dijo Mary suavemente, proyectando una sombra sobre
el ambiente festivo. —Por razones en las que no entraremos— dirigió una dulce
sonrisa hacia Franny —El sarampión entró en esta casa, y toda nuestra familia cayó
enferma y Jason.— se le quebró la voz como si estuviera abrumada por emoción.
Tragó como para recuperar su voz, y continuó. —Jason y yo sufrimos los efectos
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permanentes, y los gastos médicos fueron exorbitantes. Frank, Dios le tenga en su


gloria, tomó todos los trabajos que le ofrecían y se llevó él mismo a un estado de
agotamiento. Si no fuera por ese cansancio permanente, bueno, él era muy ágil y
siempre fue cuidadoso.— Sonrió de nuevo, pero con tristeza. —Tenía a muchos que
dependíamos de él, como ves. Sabía que se le necesitaba desesperadamente y tuvo
siempre gran cuidado. Si no fuera por nuestra tragedia familiar, nunca habría
trabajado en el tejado de la torre de la iglesia cuando ya había comenzado a llover.
Era resbaladizo y peligroso. Pero quería terminar el trabajo para poder cobrar.
Debido a ello, siguió trabajando.
Chase no podía dejar de notar la expresión herida en el rostro de Franny. Su
corazón encogido, pero antes de que pudiese mirarla fijamente a los ojos, inclinó la
cabeza.
—Bueno, ¡basta de eso!— María dijo con un brillo forzado. Colocó una mano sobre
su pecho: —Cómo he llegado a este tema, nunca lo sabré. Cuando lo que importa es
el ahora. Mi maravillosa, y preciosa Francine ha cuidado de nuestras necesidades
muy bien. A pesar de que siempre lloraré la muerte sin sentido de mi Frank,
ninguno de nosotros podemos decir que hemos sufrido necesidades. Francine ha
procurado siempre por nosotros, Dios te bendiga querida.
Chase tragó una bola de carne seca. Buscando entre las características preciosas de
María Graham, él mismo se aseguró que estaba leyendo mal en toda esta situación.
Por un momento, le había parecido que Mary Graham había revelado las
circunstancias de la muerte de su marido, no por informar a Chase, sino para
recordar a Franny de sus obligaciones familiares. ¿Tal vez incluso tocar su
conciencia? ¿Como si hubiera sido culpa de ella que su familia tuviese el
sarampión? La noción misma era absurda. Chase decidió que, aunque por lo
general sabía leer bastante bien los ojos de las personas, tal vez mirando en la
ceguera de los ojos de María Graham debía estar recibiendo falsas señales.
Después de la comida, Mary Graham se había instalado en un taburete para
arrancar la máquina de helados, mientras Franny y las niñas lavaban los platos.
Frankie invitó a Chase a salir al exterior y con prontitud comenzó a liar un cigarrillo
en el momento que estaban en el porche.
Reconociendo el logo en la bolsa de Frankie como la de una de las mas caras de
tabaco, Chase tuvo que tragarse de nuevo las preguntas y mucho más que un poco
de indignación. Frankie tenía edad suficiente para asumir las responsabilidades de
un hombre, sin embargo, seguía asistiendo a la escuela, estudiando matemáticas
avanzadas preparándose para la universidad, bajo la guía de un tutor especial,
dejando toda la carga de su madre y sus hermanos a su hermana mayor. Algo acerca
de esta imagen dejó un mal sabor en la boca de Chase. ¿El chico tenía la menor idea
de lo mucho que su hermana tenía que sacrificar para proporcionar el dinero que
tan a la ligera desperdiciaba? En tabaco caro, además. Si el muchacho quería
disfrutar, debería pagar por sus propios vicios.
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Chase no podía dejar de recordar los vestidos raídos y los zapatos desgastados que
Franny usaba todos los días en Tierra de Lobos. Sin embargo, ¿su familia llevaba
sólo lo mejor? La casa era de modesta estructura, pero el interior estaba bien
hecho, los muebles mas que bien. Todo esto era una carga demasiado pesada para
un hombre. Y mucho mas pesada para los hombros frágiles de una mujer. Se moría
de ganas de preguntarle a Franny sólo por qué no insistía en que Frankie y Alaina
dejaran la escuela y trabajaran y ayudarán con los gastos para que ella pudiese
buscar otro empleo.
En una familia del tamaño de los Graham, Chase pronto se dio cuenta que los
momentos de privacidad eran un bien escasos. En el momento en que el helado
estuvo listo, Franny sirvió el pastel de cumpleaños, lo que hizo que la fiesta llegase a
su pleno apogeo.
Sentándose en una silla de asiento de crin de caballo trenzado que había en una
esquina, Chase se retiró para poder observar sin inmiscuirse.
Franny. . .
Al verla en esta situación con su familia, Chase apenas podía creer que esta joven
fuera la misma mujer reservada que había creído llegar a conocer. Aquí, ella no
tenía miedo de ser reconocida, una paranoia que ahora entendía, pues era por
proteger a su familia del escándalo. Su risa era fácil y su voz sonaba a través de la
casa tan dulcemente como una melodía. Su amable paciencia con su madre y Jason,
le dijo a Chase más acerca de ella, de lo que podía haber averiguado hasta ahora, no
sólo que ella era tan dulce fuera como lo era dentro, sino que además era cariñosa y
fiel con los que la necesitaban.
Esas dos cualidades, obviamente, la había llevado a una vida como prostituta, el
último sacrificio que cualquier mujer joven puede hacer. Pero, ¿qué otro recurso
tenía en su poder? Mary Graham, con todo lo que claramente amaba a sus hijos,
era ciega e incapaz de asumir la responsabilidad de su cuidado. A diferencia de
muchas viudas, no había estado en condiciones de volver a casarse. No muchos
están dispuestos a unirse a una mujer ciega con una familia de este tamaño ya
hecha. La carga financiera por sí sola, sería un factor disuasorio.
Ese pensamiento hizo un nudo en el estómago Chase. Con qué ligereza había
perseguido a Franny, pensando que la rescataría de la vida que llevaba. Ahora se
dio cuenta de que no era así de simple. Para asumir la responsabilidad de Franny,
también tendría que asumir la responsabilidad de su familia. El gasto mensual de
comida y alojamiento serían más que considerable. Chase sospechaba que un niño
con necesidades especiales como Jason, probablemente tuviese extraordinarios
gastos médicos. El hombre que asumiese este reto, haría bien en tener un buen
trabajo para conseguir llegar a fin de mes. Cosas como la compra de grandes
extensiones de bosques madereros estaría fuera de la cuestión.
En ese momento le golpeó la realidad de esta situación, perseguía lo imposible. Por
su cuenta, con sólo tener que preocuparse de sí mismo, su futuro parecía brillante.
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de Catherine Anderson

Podía llegar a la luna, y tuvo una maldita buena oportunidad de alcanzarla. Si se


casase con Franny, podía besar sus sueños y decirles adiós.
Una vida a cambio de ocho años, que era el sacrificio de Franny había hecho. Tan
noble como era, también era un despilfarro vergonzoso. Inclinada sobre Alaina
cuando la chica abrió los regalos, Franny se veía tan dulce y hermosa, el sueño de
todo hombre, con su dulce sonrisa y brillantes ojos verdes. Se merecía tanto más de
lo que tenía, mucho más. Y Chase anhelaba dárselo.
Cuando Alaina abrió el regalo de Franny, Chase reconoció inmediatamente el
vestido de encaje de color rosa como el que había visto en la mesa de costura de
Franny. La niña dio un grito de alegría y bailó alrededor de la sala, sosteniendo el
vestido apretado contra ella.
—Oh, Franny, es tan hermoso! Me encanta.
La mirada de Chase pasó de Alaina y su nuevo vestido al atavío de Franny. Su color
era rosa, una blusa de algodón ligero con elegantes tapas, con volantes en las
mangas y también en la cintura. Su falda de lana, cortada al bies para fluir con
gracia desde sus caderas hasta el suelo, era un rosa profundo. En contraste con sus
cabellos de oro, la mezcla de colores le puso en la mente los pétalos de una flor y la
luz solar. Era un traje bonito y a la última moda, a diferencia de los trapos grises y
raídos que usaba normalmente.
Chase sospechaba que tenía a un lado la ropa especial para usar sólo en el hogar
para que su familia nunca pudiese adivinar la verdad, y que lo hacía para que
ninguno de ellos se viera privado de nada de lo que necesitasen.
Después que Alaina terminó de abrir todos los regalos, Chase fue nuevamente
invitado por Frankie para salir al aire libre para fumarse un cigarrillo. A pesar de
que disfrutó de su tabaco, tanto como de la charla con el joven, Chase había sido
criado por un padre que por lo general ayudaba con las tareas de cocina, y encontró
irritante la aversión de Frankie alTrabajo de la mujer. A pesar de sus aires de
mayor, el muchacho tenía un montón que madurar, estimó Chase, y mientras más
pronto se hiciese un hombre, mucho mejor para Franny.
Incapaz de resistirse a tener un poco de diversión a costa de Frankie, Chase
consideró el guapo perfil del joven por un momento.
—Sabes, Frankie, juraría que nos hemos conocido antes de hoy.
Los ojos azules del muchacho se llenaron de perplejidad. Tomando una profunda
calada a su cigarrillo recién liado, exhaló y dijo:
—¿En serio? pues no me acuerdo.
Disfrutando inmensamente del cigarrillo, Chase pretendía reflexionar sobre el
pasado. Por último, negó con la cabeza.
—Sé que te conozco. Supongo que de donde, va a venir a mí, mas temprano o mas
tarde.
Pocos minutos después, cuando él y Frankie volvieron a entrar en la casa, Chase
esperó a un lapso en la conversación, chasqueó los dedos, y le dijo:
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¡Lo tengo!
—¿Que es lo que tienes?— Franny dejó el fregadero, fijando en él sus curiosos ojos
verdes.
Chase dio una palmada en la espalda Frankie.
—Donde y cuando conocí a Frankie.— Soltó una carcajada sabihonda—. Eres un
bribón, tú. Es todo un viaje llegarse hasta Tierra de Lobos un sábado por la tarde
para ir al saloon. Me sorprende que te aventuras a ir, te queda muy lejos.
El silencio que siguió y que cayó sobre la habitación parecía ensordecedor. La cara
de Frankie se puso roja.
—¿Tierra de Lobos? Me temo que estás…
Interrumpiéndole, Chase dijo:
—Sabía que me acordaría con el tiempo. Dónde te había visto, quiero decir.— Por la
expresión de agonía de Frankie, Chase lanzó una rápida mirada hacia su madre. —
Oh, lo siento, viejo. No quise decir nada que, bueno, ya sabes. Pensé que,— aclaró la
garganta y Chase, hizo todo lo posible para parecer avergonzado. —Cómo eres el
hombre de la casa y todo, no me di cuenta que me habían pasado al decir esto…
Bueno, no tenía intención de levantar la liebre.
—¿Frankie?— dijo María en voz baja. —¿Qué estabas haciendo en Tierra de Lobos?
La única razón que se me ocurre sería la de visitar a tu hermana, y sabes muy bien
que la señora Belle le prohíbe tener visitas personales en su casa.
Frankie se retorcía.
—Yo, hum, sí, fui a Tierra de Lobos con algunos amigos míos, mamá.
— ¿Al saloon?
—Sí, señora.
—¿Con qué amigos?
—Sólo algunos compañeros de la escuela.
Chase echó un vistazo a Franny. Para su alivio, sus ojos brillaban y pudo ver que
estaba luchando por no reírse. Ella presionó los labios, asumió una expresión de
desaprobación mientras doblaba el trapo de cocina y lo colgaba en unos clavos.
—El saloon de Tierra de Lobos no es lugar para los chicos de tu edad, Frankie, —ella
le reprendió.— He oído los rumores sobre ese lugar, y me he enterado de que hay
mujeres de mala reputación en el piso de arriba del local.
María se quedó boquiabierta. La cara de Frankie se sonrojó un tono más profundo
casi carmesí.
Chase decidió que ahora sería un momento prudente para hacer su salida. Dio a
Frankie otra palmadita en la espalda de disculpa, y ofreció la señora Graham un
educado adiós, dándole las gracias por haberlo incluido en la fiesta de cumpleaños y
expresando su pesar por no poder quedarme más tiempo.
—Es un largo viaje de vuelta—, explicó, —y me gustaría sacar el máximo provecho
de lo que queda de sol antes de que oscurezca.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Como una reina de su trono, Mary Graham le tendió la mano a Chase para que la
tomase. Sonrió un poco con el gesto, consciente de que nacía más de la necesidad
que de las ilusiones de grandeza. La mujer no podía ver y había aprendido las
formas de manejarse para compensar. Al extender la mano a la expectativa, la gente
simplemente se la tomaba, y por lo tanto evitaba por su parte cualquier tanteo torpe
en busca de una mano que si se la ofrecían antes, no vería. Chase encontró sus
maneras entrañables, parecían de una mujer que no había sido golpeada por la
aflicción, y probablemente nunca lo sería.
—Te acompaño—, dijo Franny mientras sacaba su sombrero del estante. —Le ruego
me disculpe por unos minutos, mamá. Estaré de vuelta pronto.
Chase había atado su caballo en el abrevadero. Franny caminó a su lado mientras
bajaba los escalones del porche y se fue en dirección a su montura. Ella esperó
hasta que estuvieron fuera del alcance del oído de la casa antes de hablar.
—Bueno, ¿por fin satisfecho?
Chase escuchó la amargura en su voz y sabía que se lo merecía. Ahora que había
conocido a su familia, podía entender mejor su inclinación por mantener el secreto.
—Lo siento, Franny. Cuando te vi salir de la ciudad de nuevo ayer, no pude resistir
ir tras de ti.
—¿Pasaste la noche en Grants Pass?
Se puso el sombrero negro y dio un toque a la ancha ala para mirarla mientras
caminaban.
—Estoy acostumbrado a dormir al aire libre. Me limité a esconder mi saco de
dormir debajo de un árbol.
—¿Y esperaste hasta la tarde para venir?
Se encogió de hombros.
—No podía aparecer demasiado pronto sin que pareciese sospechoso. Si hubiera
viajado todo el camino desde Tierra de Lobos, me habría llevado la mayor parte de
la mañana.
—Ya veo.
Sólo que, por supuesto, ella no lo veía, ni mucho menos. Chase podría decirlo por su
expresión.
—Supongo que piensas que soy un incurable entrometido.
—Estoy más preocupada por lo que piensas hacer con lo que has averiguado de mí.
Chase se paró.
—¿Qué demonios significa eso?
—Es muy difícil entender por qué has querido averiguar todo sobre mí, y me
gustaría saber que vas a hacer con respecto a tu descubrimiento de mi verdad.
Quiero saber por qué es importante para ti.
—Franny, te quería ayudar. Eso es todo.
Las sombras le llenaron los ojos.
—¿Y ahora? ¿Sigues tan ansioso por ayudarme, Chase?
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Ambos sabían que la respuesta a esa pregunta ya no era tan simple. Tragó saliva y
miró hacia otro lado, con el deseo, Dios le ayudase, de poder decir que sí. Pero la
verdad era que necesitaba tiempo para pensar. Franny venía envuelta en un arca
con una familia de ocho personas. Cualquier hombre que asumiese esa
responsabilidad, mejor que estuviese malditamente seguro de en qué estaba
metiendo, antes de dar el paso.
Cuando finalmente Chase se volvió hacia ella, vio un sospechoso brillo en sus ojos,
que supuso que era lágrimas no derramadas. Por Dios, nunca tuvo la intención de
hacerla daño. Por la misma razón, no podía hacer cualquier promesa a la ligera, ni
siquiera para salvar sus sentimientos ni la situación. Por mucho que quisiese
cuidarla, tenía docenas de sueños no cumplidos, los cuales, ni en un millón de años
podría lograr si se comprometía con Franny.
Eso era egoísta, y él lo sabía. Imperdonablemente egoísta. Pero no era fácil decir
adiós a todo lo que había soñado. Desde su infancia, había deseado tener su propio
campo maderero algún día. Desde hacía años, había estado trabajando cómo un
animal y ahorrando casi cada centavo que hizo para comprar los terrenos forestales.
Si se dejaba encantar por esta chica, tendría que abandonar todo eso.
—Franny, necesito tiempo para pensar en todo.
Su boca se torció en una sonrisa amarga.
—Traté de decirte que no podías hacer nada por mí, pero te negaste a escuchar.—
Su barbilla se elevó con orgullo. —No te sientas mal por mi causa. Mis obligaciones
son una extraña sorpresa para ti, pero no te preocupes, lo tengo asumido desde
hace mucho tiempo, y he aceptado ya que tengo que seguir haciéndolo.
—Ahora aquí diferimos de opinión—, aventuró Chase, probando suerte. —Frankie y
Alaina tienen la edad suficiente para contribuir al apoyo de esta familia. Tú
deberías insistir en que lo hiciesen y luego, conseguirte otro tipo de trabajo.
—Ya veo—, dijo en voz baja. —¿Y Frankie y Alaina? ¿No crees que ellos deben
casarse y tener una oportunidad para una vida normal?
—¿Por qué? Tu has sacrificado todo. No es justo para ti seguir siendo la única en
hacerlo.
Se levantó la brisa y tomó un rizo perdido en su peinado. Con dedos temblorosos, se
apartó el pelo de los ojos.
—No, tu lo ha dicho. He sacrificado todo. No hay ninguna vuelta atrás para mí,
Chase. Desde esa primera noche, mi destino estaba sellado. No puedo pretender
que nunca sucedió. Y aunque pudiera, ¿qué posibilidades tengo de llevar una vida
normal?
—Con el hombre adecuado, una buena maldita oportunidad.
—¿Y dejar que Alaina y Frankie envejezcan cuidando a nuestra familia? En el
momento en que los otros niños tengan la edad suficiente para mantenerse y sólo
queden Jason y mamá para cuidar, Alaina será una solterona y Frankie va a ser un
mal partido, atrapado con los grilletes de una madre ciega y su hermano idiota.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Ah, ya veo—, dijo con un toque de sarcasmo. —Es mejor para ti ofrecerte para ser
el sacrificio.
—Sí.
La respuesta sencilla atrajo su mirada a la suya y le obligó a ahondar en las verdes
profundidades. Leyó una gran cantidad de dolor allí.
—¿Por qué, Franny? ¿No crees que te mereces un poco de felicidad? No es como si
fuera tu culpa que tu madre y Jason tengan aflicciones.
—Sí—, le susurró de nuevo. —Es mi culpa. Enteramente mi culpa.
—¿Qué?— preguntó con incredulidad. —¿La ceguera y la idiotez? Vamos, Franny.
¿Cómo puedes cargar con esa culpa?
—Es una larga historia. Sólo confía en mí cuando digo que ambos serían normales
si no fuera por mí. Como una extensión de eso, yo también soy responsable de que
mi padre subiera al techo del campanario bajo la lluvia.— Levantó sus manos en un
gesto desamparado.— Así que, ¿ves? Tomé la decisión hace mucho tiempo que era
mi deber de cuidar de mi familia. Cuando los otros niños sean adultos, todavía
deberé ser yo quien haga los sacrificios necesarios para cuidar de mamá y Jason.
Mejor una vida arruinada que tres. Quiero que Alaina y Frankie…— Su voz se
apagó, y tragó con dificultad, abrazándose a sí misma, como protegiéndose del
frío.— Quiero que tengan una oportunidad de ser feliz, eso es todo.
Chase sabía que había estado a punto de decir que quería que su hermano y
hermana tuvieran una oportunidad de tener todas las cosas que ella se había
perdido.
—¿Qué hay de tu felicidad?
Ella bajó los ojos un poco para que no pudiera leer su expresión.
—No importa.
—¿No importa?
Dejando caer los brazos a los costados, exhibió una sonrisa temblorosa.
—Adiós, Chase. Confío en que lo que has sabido hoy sobre mí, seguirá siendo un
secreto entre nosotros. Esto haría pasar un dolor indecible a mi familia, si se
enterasen de la verdad..
Con esto, se volvió hacia la casa. Chase la agarró del brazo.
—Franny, espera.
Ella lo miró por encima del hombro.
—¿No te das cuenta?— le preguntó con una vocecita hueca. —Si de verdad quieres
ayudarme, mantente alejado de mí. Todo lo que has hecho es hacerme desear las
cosas que nunca podré tener.
Con eso, ella se soltó de su mano y se fue de inmediato.
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Chase pasó el día siguiente agonizando sobre el descubrimiento que había hecho
sobre Franny. A pesar que la vio a su regreso a Tierra de Lobos en la diligencia a
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

finales de la tarde, no la visitó en el salón esa noche. La dulce y encantadora chica


venía en un paquete con otras ocho personas, y si se casara con ella, la naturaleza
tenía que seguir su curso. Finalmente, algún día, los bebés llegarían. Antes de que
se diera cuenta, tendría dos grandes familias que mantener. Eso fue un
pensamiento aterrador. Es cierto que había hecho buen negocio en la madera. Ya
era propietario de una extensión de tierra, y con lo que tenía en el banco en este
momento, podría comprar un poco más. Cosechando con cuidado, los árboles le
producirían un ingreso estable y respetable para los próximos años.
El problema era que había soñado con una fortuna, no un ingreso modesto. Sus
sentimientos por Franny amenazaban sus sueños. Al final, Chase hizo lo que
siempre había hecho cuando no le veía solución a un problema, llevó el asunto ante
su padre. Sin mencionar nombres, explicó que había venido fijándose mucho en
una mujer joven que tenía a ocho personas que dependían de ella.

Una mirada de complicidad asomó a los ojos de Cazador.


— Esta joven mujer debe tener un buen trabajo, si gana lo suficiente para mantener
a ocho personas.
—De todos modos —Chase terminó bruscamente— si me caso con ella, tendría que
asumir la responsabilidad de su familia y al hacerlo, temo ver que todos mis sueños
de construir un imperio de la madera se convierta en polvo.
Estaban sentados en un banco de arena de los bajíos Creek. La luz de la luna
iluminaba la noche, derramando en una niebla de plata sobre el torrente de agua y
salpicando el susurro de las hojas de los árboles. En algún lugar de la oscuridad, un
pájaro, perturbado en su descanso, chirrió frenéticamente, haciendo que Chase se
preguntara si un animal de presa había encontrado su nido. Era un mundo duro en
el que vivían, pensó con tristeza. Los indefensos siempre serían las víctimas. Sus
pensamientos se dirigieron a Franny, y un dolor hondo le dio de lleno. ¿Por qué no
hay nada sencillo en la vida? ¿Por qué tenía que elegir entre sus sueños y la mujer
que quería? No era justo. Simplemente no lo era, sin importar cómo lo mirase, ni
justo para Franny ni para él.
Cazador sorprendió a Chase aplastando a un mosquito. Después se frotó el músculo
del hombro y sonrió, mostrando en la oscuridad unos dientes blancos.
—Ellos van a por este Comanche, ¿eh?
Chase palmeó a otro de los chupadores de sangre sobre sí mismo y se rió.
—A ellos también les gusta este Comanche.
Cazador movió los pies embutidos en mocasines y reposó sus poderosos brazos
sobre las rodillas. Chase asumió la misma posición, al igual que él, con sus piernas
dobladas llegando tan alto como su padre y con sus brazos cruzados igual de bien
musculados. Otra ola de tristeza se apoderó de él, porque cuando era niño había
creído que cuando llegase a ser tan grande como su padre, iba a ser todopoderoso y
omnisciente.
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de Catherine Anderson

Desafortunadamente, ese no era el caso.


El silencio se estableció entre ellos, sólo interrumpido por los gorjeos ocasionales de
las aves y el sonido del agua corriendo. Un olor a moho, moho del suelo boscoso y
detrás de ellos flotaban en el aire de la noche húmeda para mezclarse con el olor
fresco del verano y del renacimiento de la naturaleza. Chase respiró hondo,
confortado por el sentido de atemporalidad. La tierra de Dios produce la vida en un
ciclo sin fin, las cosas nacen, y mueren, y la vida misma es la respuesta. Hizo que
sus propias preocupaciones pareciesen más pequeñas y menos importantes cuando
las comparaba con el círculo de la vida misma.
Cuando Cazador finalmente habló, cómo acostumbraba, no dio una respuesta
directa, sino que volvió con una pregunta.
—Cuando seas un maderero rico, hijo mío, ¿con quien vas a compartir la alegría?
Chase sonrió ligeramente. Confiaba en su padre para ir hacia un problema desde el
lado equivocado.
—No he pensado en eso. Hasta que tenga la madera, es como poner el carro delante
del caballo, ¿no?
—¡Ah! — dijo Cazador— . Esa son algunas de las sabias palabras de tu madre, ¿no?
—Creo que se las he oído a ella, sí.
Cazador asintió con la cabeza.
—Ella es una mujer muy tonta a veces.
Chase arqueó una ceja. Nunca había oído a su padre referirse a su madre como a
alguien con falta de inteligencia.
—Vamos de nuevo.
—Su estupidez no es porque no tenga cerebro —prosiguió Cazador—, sino porque se
crió con los tabeboh dentro de las paredes de madera, y a ella no se le enseñaron las
verdades simples. Ignorancia, creo que ella lo llama. Yo lo llamo estupidez.
—Yo me crié dentro de las paredes de madera.
—Sí, y a veces eres bastante estúpido.—Su padre se volvió a mirarlo, sus ojos azul
oscuro casi negros en la oscuridad y pulidos como el azabache. —Si no tienes carro,
¿por qué necesitas un caballo para tirar de él?
Tomado por sorpresa, Chase, consideró unos segundos, y a continuación se echó a
reír.
—En otras palabras, si no tengo a nadie con quien compartir todas mis riquezas,
¿para qué molestarse en conseguirlas?
Cazador se encogió de hombros.
—¿Vas a alejarte del verdadero amor para llenar tus bolsillos? Un día, tus bolsillos
estarán llenos, pero tu corazón vacío. Las verdaderas riquezas en la vida son el
amor y la alegría. Con esta mujer que tiene a ocho personas para alimentar tendrás
mucho amor y mucha risa en tu hogar. Cuando vengan los bebés, el amor y la
alegría se multiplicarán por cien. Vas a ser rico, más rico que si sólo piensas en lo
material, y serás feliz. Un hombre feliz no tiene necesidad de dinero.
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de Catherine Anderson

—El dinero es un mal necesario.


—Tener lo suficiente para sobrevivir es necesario. Más que eso no lo es. Sigue a tu
corazón, Chase, no a estúpidos sueños. Cuando llegue el invierno para el cabello y la
sabiduría a tus ojos, el dinero no va a calmar tú soledad. La mujer que te ama lo
hará.
—¿Por qué no puede un hombre tener tanto dinero como amor? —argumentó
Chase.
—El amor nace desde un lugar oculto. No elegimos a la mujer, el lugar, o el tiempo.
Aléjate de buscar sueños, y dale la oportunidad al amor, antes de que se haya
perdido para ti, para siempre.
Chase suspiró.
—A veces, padre, eres un idealista incurable.
—¿Sólo a veces? Estoy decepcionado por escucharlo. Trato de serlo siempre.
Con esto, Cazador se puso en pie. Chase levantó la vista.
—¿Ya te vas? No hemos hecho más que empezar a hablar.
—He terminado. No tengo otras palabras dentro de mí.
Chase negó con la cabeza.
—Así como así, ¿has dicho tu frase, y ahora es mi problema?
—Es tu corazón y por lo tanto tu decisión. Tú debes llegar por ti mismo. Te puedo
señalar el mapa, pero debes elegir el camino que vas a caminar. Apenas empieces,
asegúrate de fijar tus ojos muy por delante de ti, hijo mío, y ver a dónde vas.
Las sombras se tragaron a Cazador cuando dio media vuelta y se alejó.
Al quedarse solo para tomar su decisión, Chase oscilaba, convencido por un
momento de que debería elegir a Franny, y al siguiente estaba reacio a renunciar a
sus sueños.
Luchando con sus emociones enredadas, evitó a Franny otro día completo, con la
esperanza de que el problema y sus soluciones pudieran definirse más claramente
para él, necesitaba tiempo para pensar las cosas.
Mientras tanto, Franny creía que lo inevitable había ocurrido. Chase Lobos había
recuperado sus sentidos. No había otra explicación. Era como May Belle siempre
había dicho, una vez puta, puta para siempre. Franny lo había sabido desde el
primer día. Durante un tiempo breve, Chase casi la había convencido de que podría
tener una oportunidad para hacer otra cosa, y dejar atrás su vida como prostituta en
Tierra de Lobos, la realidad dolía más de lo que quería admitir.
Tonto. Era muy tonto. Grabando corazones en retorcidos y viejos árboles. Paseando
bajo la luz de la luna. Esas cosas no eran para ella. Ella había renunciado a toda
esperanza cuando tenía trece años. ¿Por qué estaba triste por aquellas cosas, si para
empezar, nunca había tenido derecho a ellas, nunca habían sido suyas? No tenía
sentido, se aseguró. Ninguno en absoluto. Aun así, Franny se encontró sentada
cerca de su ventana toda la mañana y la tarde, con la mirada fija en la casa de
madera en el extremo de la ciudad. La casa de los Lobos. La casa de Chase. Se lo
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imaginó sentado con sus padres en el suave resplandor de la luz de la lámpara, la


noche anterior, uniéndose a ellos para la cena en la mesa, y luego retirarse a una
cómoda cama para dormir toda la noche bajo colchas de retazos de colores. Franny
nunca había visto el interior de la casa, pero conociendo a Chase y a Índigo, dentro
de su mente la había pintado de oro, un lugar donde había amor y calor en
abundancia.
El dolor de la soledad interior de Franny era tan agudo, que casi se sentía enferma.
En el desayuno había sido incapaz de tomar un solo bocado del huevo, y sólo
mordisqueó el pan tostado. Incluso mucho más, la comida le había hecho rebelarse
el estómago. Penas de amor, se burlaba. Allí estaba, con veintidós años de edad y
bebiendo los vientos por un hombre. En el almuerzo realizó un esfuerzo más,
decidida a comer, pero sólo se las arregló para consumir alrededor de un tercio de
lo que había en su plato.
Pocos minutos después de dejar la bandeja de los alimentos consumidos fuera de su
puerta en el pasillo, May Belle le hizo una visita. Parecido a un barco a toda vela en
su vestido blanco voluminoso, irrumpiendo en la habitación, trayendo consigo el
aroma irresistible de las rosas, su perfume favorito.
—¿Te sientes mal? — exigió saber — Gus dice que no has comido nada.
Franny le acercó la silla de la ventana y le indicó a May Belle que se uniese a ella en
la mesa.
—Un poco enclenque, supongo. Principalmente sólo estoy un poco triste.
May Belle parecía aliviada.
—Gracias a Dios. Lo primero que piensas cuando una chica deja su comida es que
está embarazada.
—Muérdete la lengua, —Franny se echó a reír y sacudió la cabeza — no esta chica.
Siempre uso las esponjas empapadas en vinagre, nunca me olvido de lavarme, y me
tomo una dosis nocturna de los polvos.
May Belle sonrió.
—Sí, pero incluso mis recursos no son seguros, cariño.
—Me han servido bien durante ocho años. En verdad, May Belle, estoy de mal
humor. Ya pasará.
—Si te sientes de mal humor. ¿Por qué no vas a visitar a Índigo? Sal de aquí por un
tiempo. Te podría hacer mucho bien.
—He estado fuera todo el fin de semana.
May Belle reposicionó la peineta de carey en su pelo cobrizo, sus ojos azules
cansados estaban llenos de preocupación.
—¿Está todo bien en casa? ¿Cómo lo esta haciendo Jason?
Franny suspiró.
—Lo está haciendo muy bien. El médico encontró un elixir nuevo para él. Es caro,
pero mamá siente que realmente está mejorando, y Alaina ya comenzó a dárselo.
—¿Y los otros niños?
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Franny se dio cuenta de lo sombrío que debía de ser su mirar y se dio una sacudida
mental dura. Su camino había sido claro desde poco después del día que su padre
murió, y estaba siendo completamente tonta por desear que las cosas hubieran
sucedido de otra manera.
—Todo el mundo en casa está muy bien, May Belle—, aseguró a la mujer mayor con
una sonrisa.—Estoy teniendo uno de esos días tontos, uno de esos de valla blanca.
Todas los tenemos de vez en cuando, ¿no?
En el negocio, había un dicho una valla blanca al día una expresión utilizada por
las prostitutas para describir el anhelo que a veces tenían por una familia y unos
hijos propios y un hogar. La boca de May Belle se apretó.
—Jesús. Déjame adivinar. ¿Alto, moreno y apuesto, por lo que las mujeres
abandonan todo por él, y caen como los árboles a sus pies?
Franny tiró un poco del encaje amarillento en sus puños.
—Estúpida de mí, ¿no? Podría chasquear los dedos y tener a cualquier mujer que
quisiera. Es una locura pensar que podría realmente enamorarse de mí.
—Es un Lobos. De tal palo, tal astilla.
Franny encontró con la mirada a su amiga.
—¿Y eso qué significa?
May Belle se encogió de hombros.
—Es la misma canción, pero con una melodía diferente. Siempre, siempre. Tal vez
Chase es como él—. Sus ojos se suavizaron. —Cariño, ¿sabes? Siempre te he
advertido que no te vayas a tragar cualquier mentira que te diga un hombre, la
mayoría sólo quiere un rato gratis con una de nosotras. Y yo quería decir cada
palabra que dije. Pero eso no quiere decir que no haya un buen hombre o dos por
ahí. Si cualquier hombre en este lugar, es una persona recta, yo apostaría mi dinero
a Cazador de Lobos. Chase,podría ser igual a él en eso.
El corazón de Franny se encogió.
—Él sabe de mi familia. No le he visto el pelo desde entonces.
May Belle parecía tener en cuenta eso.
—Quizás necesite tiempo hasta que ponga las cosas ordenadas en su mente, ¿no te
parece?
—Salió corriendo, más bien—. Como ya no podían soportar estar mas tiempo
quieta, Franny se puso en pie y comenzó a caminar—. ¡Oh, May Belle! Nadie en su
sano juicio me querría. Yo soy una puta. Y si sólo fuese eso, también está ahí mi
familia. Las dos cosas combinadas son sólo un obstáculo demasiado grande.
—Vamos a ver. ¿Quién sabe? Tal vez Dios miró hacia abajo y dijo, Esa chica Franny,
ella no pertenece a esa vida. Tal vez él está haciendo un milagro, ¿eh?
Tuvo miedo de creer en ello, aunque fuese por un momento, Franny sintió la
amargura a su alrededor cubriéndola como una capa.
—Dios no hace milagros para las putas, May Belle. Si crees en eso, porque no
aceptas la propuesta de Shorty y manda al diablo este lugar.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Hasta ahí quería yo llegar.


Luchando contra una oleada de náusea, Franny se abrazó a su cintura.
—No tengo cómo pagar para recomponer mi corazón roto — susurró
miserablemente— Todo lo que quiero es el milagro de que Chase se mantenga
alejado de mí. Él es como una poción mágica. Un sorbo y estoy bajo su hechizo.
Caminar a su lado es buscarme problemas. Me hizo olvidar por unos minutos que
soy una fracasada.
***
A la tarde siguiente, Franny abrió la puerta para responder a unos golpes
rápidos y le encontró de pie, con dificultad para ver en el pasillo oscuro. Con un ojo,
lo miró a través de la estrecha abertura, su corazón latió como el de una colegiala.
—Ya he visto tu cara — dijo en voz baja — .Conozco hasta tu nombre real. ¿Es
realmente necesario hablar conmigo a través de la puerta medio cerrada?
Siempre consciente de que desde la planta baja alguien pudiese vislumbrar su
rostro, si no tenía cuidado, Franny se apartó de la puerta para permitirle la entrada.
Cuando entró en la habitación y cerró la puerta detrás de él, se relajó un poco. Pero
sólo un poco.
—¿Qué quieres, Chase?
En respuesta, se acercó a su cómoda y dejó caer una pila de monedas de oro. Ella no
tenía necesidad de contarlos para saber que esa era la cantidad correcta. A medida
que se volvió a mirarla, arqueó una ceja.
—Quiero lo mismo de ti que desde el principio.
Cruzándose de brazos, Franny giró de inmediato.
—Te pedí que te mantuvieses alejado de mí. Si quieres jugar, búscate a alguien que
siga las reglas. Yo ya tengo suficientes problemas siguiendo las mías.
—Tus reglas apestan — disparó él—. De aquí en adelante, vas a comenzar a seguir
un conjunto diferente, a saber, las mías.
—Vete —dijo con voz débil.
—Sólo si te vienes conmigo.
—No puedo hacer eso, y tú lo sabes. Tengo una familia que depende de mí. Yo…
—Deja que yo me preocupe por tu familia.
—¿Tú?
—Ese es el trabajo del marido.
Franny sólo podía mirarle, muy segura de que no había oído bien.
—Te vas a casar conmigo —añadió con dulzura.
—Podemos hacerlo hoy mismo, o lo puedes dejar para más adelante. No me
importa. Pero a partir de este momento en adelante, ya no venderás tu cuerpo en
este infierno para apoyar a tu familia. Sin porqués y sin peros.
Con la columna rígida, Franny se obligó a cumplir con su mirada.
—¿Por quién me tomas, por una tonta? Desde que conociste a mi familia, tu sombra
no ha oscurecido mi puerta.
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—Tu no tienes una puerta. Esa es una de las cosas que tengo la intención de
rectificar.
Ella optó por fingir que no había dicho eso.
—Ahora, aquí estás tú, de repente ¿exigiendo que me case?
—Eso es, correcto.
—Lo siento. Pero yo sé cómo termina siempre ese cuento de hadas.
Mirando a sus facciones oscuras, pensó que su herencia Comanche nunca
había sido más evidente que ahora, en la forma en que estaba, en la fuerza tensa de
su cuerpo, en la forma audaz que la miraba acusadoramente. No podía ignorar la
vena salvaje en él, estaba dentro de su sangre. Ella no podía dejar de temer su lado
salvaje, pero con su ímpetu, lo que él decidiera hacer en el fragor del momento
actual, mañana, podría convertirse en cenizas en el viento.
—Tú puedes decir ahora mismo que lo que soy no te importa,— dijo suavemente —
pero dentro de un tiempo, te despertarás a la realidad.
—¿La realidad es?
—¡¡Que soy una puta!! —gritó con voz temblorosa— Una vez puta, puta para
siempre, Chase. Nada cambia eso. Te agradezco tu inclinación filantrópica, pero un
día vendrá, cuando mires los rostros de otros hombres en esta ciudad y te
preguntarás cuántos de ellos habrán estado con tu esposa. La respuesta
probablemente serían docenas. Eso te comería por dentro, hasta que un día me
mirarías a los ojos, y me detestarías.
Moviéndose tan rápido que no pudo reaccionar, cerró el espacio entre ellos y cogió
con el puño la tela del corpiño de su vestido. Franny sintió la ira que emanaba de su
cuerpo y sabía que estaba a escasos centímetros de desgarrar su ropa dejándola
desnuda.
—¿Una vez que eres puta, siempre serás puta? ¿Eso está grabado en algún lugar de
tu carne, Franny? ¿Una especie de tatuaje indeleble que las marca? Eso es mentira.
Puedes salir de esta vida. Todo lo que tienes que hacer es darle la espalda a esto. Y,
por Dios, eso es exactamente lo que vamos a hacer. En mi caso, como mi esposa. No
habrá ninguna vuelta atrás, no por mi parte. Va en contra de todo lo que alguna vez
me enseñaron.
Las lágrimas aguijonearon los ojos de Franny.
—Eres una mujer hermosa, eso es lo que eres,— le susurró con voz entrecortada. —
Cualquier hombre se sentiría orgulloso de tenerte como su esposa, para tener a sus
hijos.
—No—.Su protesta sonó casi imperceptible y trémula. —Nadie en su sano juicio, en
todo caso.
—Lo haría, y en este caso, lo que siento yo es todo lo que cuenta.
—No. ¿Cómo yo me siento, cuenta también? No puedo jugar con la vida de ocho
personas por tus bonitas promesas, no importa cuán sinceras sean, es posible que
esas promesas sean sólo el ahora. Si yo dejara este trabajo, alguien más vendría
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

para ocupar mi lugar. Si las cosas no funcionaran entre tú y yo, que probablemente
sea que no, me tendría que ir a otro lugar para encontrar un sitio y luego construir
una clientela totalmente nueva. Mientras tanto, mi familia tendría que sufrir las
consecuencias. No puedo tomar ese riesgo, no importa lo mucho que lo quiera, ojalá
pudiera.
—La vida está llena de riesgos, Franny. Tienes que confiar en mí.
Recordando su promesa reciente de no creer en sueños insensatos, dijo.
—No, no puedo confiar en ti, o en cualquier otra persona en este asunto. Y
nunca lo haré. No puedo. Es una apuesta demasiado grande, y los riesgos son
demasiado altos.
—Supongo que eso significa que tendré que probártelo, ¿no?
—¿Y cómo esperas lograr eso?
—Pasando tiempo contigo. Una vez que llegues a conocerme un poco mejor, te
darás cuenta de que no hago promesas a menos que las pueda mantener. El único
riesgo aquí, está dentro de tu cabeza.
—No puedo pasar tanto tiempo contigo. Tengo un trabajo, ¿recuerdas?
Señaló con el pulgar hacia la cómoda.
—Esos cincuenta dólares cubren lo que ganarías esta noche. Coge tu sombrero.
Vamos a dar un paseo.
Nunca en toda su vida Franny se había sentido tan mal por decir no, porque quería
decir sí.
—No puedo hacer eso.
—¿Por qué no, por el infierno?
—El por qué ya te lo dije. Mi familia cuenta con el dinero que gano con este trabajo.
Si te permito monopolizar mi tiempo, voy a perder todos los clientes habituales.
Ese brillo familiar de determinación surgió en los ojos de color azul oscuro.
—No pelees conmigo en esto, Franny. Si lo haces, no voy a jugar limpio, y al final,
perderás.
—Cara o cruz, ese es tu juego, supongo. Yo sólo sé lo que debo hacer.
—Eso es discutible.
—A tu manera de pensar, tal vez. Pero eso no viene al caso.
—¿En serio? ¿Y si no estoy de acuerdo?
—Ese es tu problema.
—No, si yo elijo discutir mi caso en el salón de tu madre la próxima vez que regreses
a casa para una visita.
Franny sintió que la sangre subía a su rostro.
—No lo harías.
—Pruébame.
—Eso sería despreciable. Si se enterasen de la verdad, les rompería el corazón.
—Entonces dame el gusto para que no se sepa la verdad.
—En realidad, ¿vas a recurrir al chantaje para conseguir lo que quieres?
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Como ya has dicho, soy despreciable.


—¿Y en realidad crees que con este tipo de comportamiento, puedes ganarte mi
confianza?
Su boca se elevó en una de sus sonrisas deslumbrantes.
—Eres todo un encanto de hombre, ¿no? —Inclinando su cabeza fuera del biombo,
dijo: —Tráeme mi sombrero.
12
Esa tarde fue el comienzo de un noviazgo muy caro. Siempre con cincuenta dólares
en la mano, Chase empezó a ir a recoger a Franny al salón cada vez más temprano
por las noches. La llevaba a pasear. Almorzaban a lo largo de los bajíos Creek. A
veces iban a caballo. Una vez incluso la acompañó a casa para visitar a su familia y
asistir al circo que había llegado a Grants Pass. En esa ocasión, fue
maravillosamente paciente con Jason, lo que le valió el favor de María Graham.
Franny sabía que su objetivo era hacerle ver lo mucho que se había perdido y quería
mostrarle la vida que podrían tener juntos. Y tuvo más éxito en eso de lo que se
atrevió a revelarle. El anhelo que se encendió en su interior era más aterrador que
cualquier otra cosa que había experimentado nunca. Estaba convencida de que
terminaría en dolor. ¿De qué otra manera podría terminar? Chase podría fingir que
no se preocupaba por su pasado. Pero ningún hombre puede fingir para siempre.
Más pronto o más tarde, se alejaría de ella. Era tan inevitable como las estrellas que
salen en una noche despejada.

Sólo que él no se apartó, y los días pasaron de largo, avanzando en julio y el calor de
las vacaciones de verano. Franny trató de mantenerse apartada de Chase. Ella
realmente lo hizo. Pero Chase no era fácil de evadir, ni siquiera por una experta
como ella, tan buena en la práctica de escapar hacia su tierra de fantasía.
Como había percibido desde el principio, Chase no era un hombre que permitiese
que una mujer se mantuviese al margen de él. Poco a poco, se fragmentaron las
paredes que había levantado a su alrededor, llegando hasta sus secretos más
profundos, la obligó a mirar de frente a las emociones desnudas que nunca había
revelado a nadie.
Una noche después de asistir al circo en Grants Pass, la cogió con la guardia baja,
diciendo:
—Es una pena lo de Jason. Él es un niño perfecto en todo lo demás. Guapo, muy
bien proporcionado. Lo que es una broma cruel de la naturaleza para él, haber
nacido con una mente defectuosa.
Antes de lo que ella pensaba, Franny contestó.
—Pero él no nació de esa manera.
En el instante en que hablaba se dio cuenta que le había puesto una pequeña
trampa. Se acercaban a Shallows Creek, y para cubrir su derrota, Franny se

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

apresuró a adelantarse. Vio una gran roca en la orilla arenosa, y fue a apoyarse en
ella. Fingió disfrutar del cielo estrellado y la noche de verano, sonriendo nerviosa.
—Se está muy bien aquí afuera. Ahora me alegro de que me pidieses que viniera.
En realidad la invitación había sido más un ultimátum, pero Franny no tenía nada
que ganar argumentando la cuestión. Chase se saldría con la suya. Sí, lo hubiera
hecho, se habría enterado de que es lo que aprendió de él en las últimas semanas.
Aquí, últimamente, sin embargo, el pensamiento la llenó de temor. Ella había
empezado a sospechar que al final iba a ganar, que finalmente se casaría con él, no
porque ella sintiera que era sabio, sino porque iba a arrinconarla en una esquina y a
no permitirle otra opción. Tenía una racha despiadada cuando le convenía.
Sus nervios saltaron cuando llegó a su lado y se apoyó contra la roca. Vestido todo
de negro, que parecía ser su atuendo favorito, parecía aun mas imponente y
siniestro en la oscuridad nocturna. La pálida luz de la luna rebotaba en la
mandíbula fuerte y cuadrada, en el puente de la nariz. Su pelo oscuro brillaba o se
oscurecía con cada movimiento de su cabeza.
Sus hombros anchos, sus piernas potentes y magras, que parecían infinitamente
largas, brazos musculosos que podían ofrecer consuelo a una mujer o convertirse en
su peor pesadilla, dependiendo de su capricho.
Franny jugaba nerviosamente con un botón de su blusa, muy consciente del
hombre a su lado y a todo lo que se refería su intención. Casi podía sentir cómo se
cernía y se cerraba sobre ella, y casi predecir su próximo movimiento.
—Ah cierto. Yo casi lo había olvidado. Jason no nació con su invalidez, ¿verdad?
Sarampión, ¿igual que tu madre?
Allí estaba, el sujeto que había conocido al principio, de vuelta de nuevo, a la carga.
Sólo se sorprendió que hubiese esperado tanto tiempo. Estúpida, más que estúpida.
¿Por qué no se había mantenido callada? Debía de haber sido simple frenar la
lengua. Pero con Chase alrededor, constantemente esperando a que ella diese un
resbalón, era casi imposible escapar a su maldita curiosidad.
—Sin embargo, tú te culpas de ello por tu estupidez. Una enfermedad es cosa del
azar. O ¿no es así? ¿Cómo puede una persona ser responsable por que otra persona
enferme de sarampión?
Franny se apartó de la roca con una fría sensación de pánico. En este punto de la
corriente no había ninguna curva, y el agua se arremolinaba contra un afloramiento
de la piedra que impedía su prisa. Ella caminó hasta el borde de la piscina
chapoteando aún.
—Oh, mira. Peces pequeños.
Al verla, el corazón de Chase se rompió un poco. Sabía que Franny se culpaba a sí
misma por la invalidez de Jasón, igual que asumía la responsabilidad de la ceguera
de su madre. Lo supo desde el primer día que había visitado su casa y encontró a su
familia. Ella se había referido a sus sentimientos de culpa, pero había tenido
cuidado en evitar el tema desde entonces.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Sabía que ella tendría la impresión que era despiadado. La manera en que estaba
pasando los dedos por su vestido, era síntoma inequívoco de su nerviosismo y su
renuencia a hablar del tema. Tenía la sensación de que había mucho más debajo de
la superficie de Franny.
—¿Que pasó, Franny? ¿Enfermaste en primer lugar, o qué?
Dios, cómo se odiaba por ser tan implacable. Pero tenía que serlo. Cuantas más
capas se despegaban de Franny, más le fascinaba. Lo que aparecía en el exterior de
la mujer, apenas era la punta de un enorme iceberg.
—No fue una simple cuestión de que yo enfermarse en primer lugar — finalmente
admitió en voz baja, temblorosa—.Fue mi culpa, y después nunca volvió a ser igual.
¿Su culpa? Allí estaba otra vez, una admisión de culpa por algo que no pudo haber
causado. Chase miró su espalda esbelta, que ahora estaba rígidamente recta, como
si esperase un golpe físico. ¿Cómo podía tener la culpa de una enfermedad? No
tenía ningún sentido. Absolutamente ninguno. Pero no había duda de que para ella
todo tenía un perfecto sentido.
—¿Por qué que fue tu culpa, cariño?
—Yo lo traje—. Su voz se volvió estridente y rota. La vio tomar una respiración
profunda antes de intentarlo de nuevo. —Yo lo traje a casa. El sarampión. Contagié
a todo el mundo. Fue por mi culpa que todos se enfermaron.
Chase cerró los ojos por un momento. Índigo y él habían cogido el sarampión de
niños y no sufrieron efectos negativos, pero hasta hoy en día podía recordar lo
frenética que su madre había estado. En algunos casos la enfermedad era peligrosa,
dejando a sus víctimas ciegas, a veces sordas. Y en los muy jóvenes, las fuertes
fiebres a veces destruía sus mentes. ¿Pero la culpa por infectar a la propia familia,
ya que los contagió por primera vez? Era una locura.
Antes de considerar el impacto en ella, juró y dijo:
—¿Cómo diablos puedes culparte a ti misma por contagiar a todo el mundo con el
sarampión, por el amor de Cristo?
Ella se sacudió como si la hubiera abofeteado.
—Simplemente, por que sí.
Chase no estaba dispuesto a conformarse con eso como respuesta.
—Mentira, porque sí. Los ataques de las enfermedades son al azar. Si te estás
culpando por eso, es una locura.
Ella se volvió hacia él. En la estela de la luna, sus ojos eran enormes ventanas en la
oscuridad, en contraste con su palidez. Su boca se torció y se estremeció cuando se
esforzó para formar palabras que se enredaron en su garganta y estalló cuando
incoherentes sollozos, atraparon el sonido.
—Una… una epidemia — finalmente logró decir — .Causé una epidemia de
sarampión. Jasón era sólo un bebé.
—No se puede ser responsable de una epidemia, cariño.
—Sí.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

En sus ojos, vio un mundo de dolor. Deseaba ir a ella para envolverla en sus brazos,
demostrarle que nada ni nadie podría hacerle mas daño. Pero sabía que no estaba
preparada para eso, y que estallaría en pánico si lo intentaba.
—Lo empecé, —dijo abruptamente— la epidemia. Yo fui la que propagó la
enfermedad.
Chase sintió como si estuviese luchando contra una serpiente enroscada, inseguro
de su próximo movimiento y temiendo hacerle daño.
—¿Puedes explicarme cómo fuiste la responsable?
—¿Qué hay que explicar? Y además, por tu tono, te estás burlando de mí. No lo
entiendes en absoluto.
Ella quizás tenía algo de razón. Por lo inverosímil de sus afirmaciones quizás se
estuviese burlando, y seguro como el infierno no lo entendía.
—Bueno, yo también puedo explicarme. —Él alzó las manos — Lo siento. Pero de
donde yo provengo, la enfermedad elige a sus víctimas. No es culpa de nadie. No
puedo comprender cómo es diferente en el caso de tu familia.
Sin embargo seguía rígida con la tensión, a continuación se frotó las sienes girando
para alejarse, como si no pudiese soportar mirarlo.
—Yo asistía a la escuela como interna en Jacksonville. Mis padres no podían pagar
la matrícula, y yo realmente no quería estar lejos de casa, pero insistieron porque
querían que yo tuviera la mejor educación posible.
Obviamente, atrapada por los recuerdos, su voz adquirió un tono lejano, y se
paseaba sin rumbo fijo en torno a él, deteniéndose para empujar una piedrecita con
la punta del pie, luego, al pasar, tocar las hojas brillantes de una rama caída de
laurel.
—Era una niña testaruda—, murmuró.
Chase sonrió con tristeza ante esa revelación, ya que no era nuevo para él. Era igual
de terca como adulta. Nadie lo sabía mejor que él.
—Me molestaba que me mandaran a la escuela. Yo estaba terriblemente nostálgica
durante la semana y cada fin de semana cuando mi padre venía a buscarme a casa
para una visita, le rogaba para no volver. Él hacía oídos sordos, y yo crecí rebelde.
Nada serio. Sólo tenía doce años, por lo que mis rebeliones eran suficientemente
inofensivas.—Ella volvió a respirar hondo— Sólo que al final, no era tan inofensiva,
después de todo.
Chase sintió la sensación de que se había perdido en el pasado y no quería
arriesgarse a hablar.
—Había una familia que vivía en las afueras de Jacksonville que se apellidaban los
Hobbs. El padre era un bebedor empedernido, y la madre tenía una desagradable
reputación. Un día, cuando me escabullí de la academia, conocí a su hija, Trina, y
nos hicimos amigas rápidamente. Cuando mis padres se enteraron de mi amistad y
de mis escapadas, se preocuparon mucho y me prohibieron juntarme con ella. No

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

porque fuese una mala niña, sino porque temían que pudieran llegar a hacerme
daño. Su padre era famoso por sus borracheras.
Arrancó un puñado de hojas de laurel y cerró el puño, apretandolas. Cuando abrió
de nuevo los dedos, su expresión revelaba un dolor que le corría por lo más
profundo, Chase sufrió por ella.
—Resentida como estaba, yo no obedecí a mis padres y me reunía con Trina en cada
oportunidad que tuve. Un día ella no estaba en el lugar donde solíamos jugar y fui a
su casa para ver lo que la retenía. Uno de los niños menores abrió la puerta, y
cuando entré, pude oler la enfermedad. Viendo en la mala situación que estaban,
hice lo que pude para ayudar —levantó las manos en un gesto de impotencia— .Por
desgracia, era demasiado inexperta para ser una enfermera, para reconocer los
síntomas o para conocer el riesgo al que me estaba exponiendo. Unos días más
tarde, Trina se recuperó, y ella y yo comenzamos a reunirnos en secreto otra vez.
Chase sentía lo que iba a venir.
—Cuando empecé a sentirme mal, ni siquiera pensé en esos pocos minutos que
había pasado dentro de la casa de los Hobbs. Apenas estuve allí muy poco tiempo.
Se volvió mirándolo como si agonizara.
—Fue un viernes por la noche cuando la enfermedad dio la cara. Sólo al principio
me sentía de mal humor y me sonrojé un poco. Papá vino a buscarme al internado,
y me fui con él, sin imaginar que iba a traer a casa una enfermedad que casi mata a
mi hermano pequeño y a mi madre.
—Oh, Franny.
La luz de la luna se reflejaba en las lágrimas que brotaban de sus ojos.
—Todos en la academia, que no eran inmunes, se enfermaron también, y se llevaron
la enfermedad a sus casas, con sus familias, también. El sarampión golpeó
Jacksonville y Grants Pass con saña, respetando sólo a los que eran inmunes. No
todos sufrieron efectos duraderos. Pero en mi familia la enfermedad fue
devastadora.
Un nudo de emoción se formó en su garganta y Chase lo tragó. La sensación no
desaparecía.
—Franny, es probable que esto hubiera ocurrido de todos modos. No se puede…
—Sí se puede. Fue culpa mía. Desobedecí a mis padres. Fui a la casa de Hobbs. Cogí
el sarampión y lo llevé a mi casa y a toda la gente que me rodeaba. ¿Cómo no
sentirme culpable por eso?
—Eras muy joven, no entendías aun el alcance de tus actos.
—Que se lo digan a Jason —replicó ella con voz trémula.—Era un niño brillante.
Estaba aprendiendo a caminar cuando ocurrió. Después ni siquiera podía sostener
la lengua dentro de su boca. Dile a Jason que no pretendía hacerle daño, Chase. Con
mi obstinación, se destruyó su vida e hizo que mi madre se quedase ciega —ella dio
un estridente grito agudo, una risa aguda…—Y lo que fue peor, por fin obtuve mi
deseo. Después de eso, Papá ya no me envió a la escuela. Me alojé en casa para
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

cuidar de mi madre y hermanos y hermanas, mientras trabajaba tratando de pagar


todas las cuentas —su pequeño rostro se retorció por el dolor— y él murió tratando
de pagar.
—Querido Dios, Franny. No fue tu culpa.
—Sí. Se mire por donde se mire, todo fue culpa mía. Los Hobbs no se mezclaban
mucho con la gente del pueblo en Jacksonville. Si no hubiese sido por mi contacto
con ellos, la enfermedad podría haber seguido su curso dentro de su familia, y no
haber salido de las cuatro paredes de su cabaña.
—Eso es muy poco probable.
— Sin embargo nunca lo sabremos, ¿verdad?
Empujó con enojo un rizo rebelde que había caído sobre su frente. Entonces, como
si una presa hubiese reventado en su interior, las palabras comenzaron a brotar.
—Sólo unos meses más tarde, papá se cayó de la torre. Nos quedamos sin dinero. Y
mamá estaba ciega, no podía trabajar. Yo era la mayor y la responsabilidad de
alimentar a mi familia me tocó a mí. Jason estaba enfermo y necesitaba un elixir
especial para reconstituir su sistema. Era horriblemente caro. El doctor me dio
varias botellas de forma gratuita, y varios de los vecinos nos compraron unas
cuantas botellas después de eso. Para poner comida en la mesa, yo trabajaba
lavando ropa y limpiando algunas casas. Por un tiempo sobrevivimos.
Chase se apartó de la roca. Durante semanas había estado tratando que
desenterrara todo esto fuera, pero ahora que ella estaba dispuesta a contarle,
deseaba casi que no tener que oírlo.
—Franny, cariño, las cosas suceden. Hay cosas que no podemos cambiar.
—Uno de las mejores clientes de la lavandería era la dueña del burdel —susurró
apenas—. En la iglesia, aquel domingo, el Predicador Elías habló de las hermanas
que caían en el pecado y de los fuegos ardientes de Satanás que envolvería a los
incautos que se aventuraban cerca del establecimiento. Nunca me habían dado el
trabajo de lavandera de allí porque tenía miedo de ir cerca. Pero un día en la calle,
esta mujer maquillada me detuvo. Ella dijo que había oído acerca de mi servicio de
lavandería y quería ser cliente. El trabajo que me dio significaba un aumento
sustancial en mi capacidad de obtener ingresos, así que no me atreví a decir que no.
A la semana siguiente, tenía miedo de llamar a la puerta de atrás para recoger la
ropa de cama, pero necesitaba tanto el dinero, que me vi obligada a ello. La señora
parecía una buena mujer, y cada vez que me veía, me decía que podía ganar mucho
más dinero siendo amable con un caballero de lo que nunca podría hacer con la
colada. Ella me dijo que me pusiese un vestido bonito y que le hiciese una visita
cualquier sábado por la noche. Me prometió que conseguiría siete dólares por lo
menos. Siete malditos dólares sonaban como una fortuna para mí.
Chase dio un paso hacia ella y luego vaciló. Se mantenía tan tensa que temía que
pudiera romperse si la tocaba.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Los vecinos no podían continuar ayudándome a comprar la medicina de Jason


por mucho tiempo, y, finalmente, llegó el momento en que tuve que elegir entre
poner comida sobre la mesa o mantenerlo abastecido con el elixir. Pocos días
después de que dejó de tomarlo, él comenzó a perder fuerza, y poco después,
empezó a enfermar. El doctor dijo que podía morir sin los reconstituyentes de la
sangre —sus labios temblaban, torcidos en una sonrisa llena de lágrimas— yo sabía
como podía conseguir siete dólares. Todo lo que tenía que hacer era ponerme un
vestido bonito y ser amable con un caballero. Un sábado por la noche, fue lo que
hice —ella hizo un gesto vago— yo. . .El caballero era muy educado y amable hasta
que me subí con él. En el momento que me di cuenta de lo que significa ser
“bonita”, lo que me suponía, ya era demasiado tarde. Había pagado a la dueña por
mi compañía, y él no aceptaría un no por respuesta.
—Jesucristo.
Temblando violentamente, se abrazó a su cintura. A pesar que su mirada parecía
estar fija en su rostro, Chase tenía la sensación de que ya no lo veía.
—Él pagó treinta dólares para ser el primero –susurró— las niñas inocentes se
pagan caras en esos lugares. Y yo sólo obtendría la mitad del precio. Quince dólares
enteros. Sólo que no pude recogerlo hasta la mañana. Cuando el caballero salió de
la habitación, no me podía mover, y mucho menos levantarme. El segundo hombre
encontró fácil tenerme, y así lo hizo el tercero. Dejé de contar entonces, y cerré mi
mente a lo que estaba sucediendo. Al amanecer, conseguí veinte dólares por la
molestia —ella soltó una risa que sonó histérica —después de todo eso, la señora me
engañó. Se suponía que debía recibir la mitad de todo, y no importa cómo lo
pensase, veinte no era suficiente.
Chase deseaba poder cerrar su mente. Mejor aún, le gustaría poder volver atrás en
el tiempo y matar a los hijos de puta con sus propias manos. ¿Qué tipo de monstruo
podría usar a una niña de esa manera? ¿Qué tipo de mujer podría inducirla a una
trampa?
—Un par de semanas más tarde, los veinte dólares se había acabado —dijo con voz
hueca. Habíamos tenido crédito en la tienda, y me atrasé con el pago de la factura.
La medicina de Jason costaba muy cara. Antes de darme cuenta, el elixir casi se
había acabado. El precioso vestido que llevaba la primera vez se había arruinado del
todo, pero no tenía otro. Cuando Jason comenzó a enfermar de nuevo, me lo puse y
volví a ser amable con los caballeros. Tenía miedo, pero era eso o ver morir a mi
hermano pequeño. Así que fui.
Chase tenía ganas de llorar por ella y por la niña que había sido una vez.
—Oh, cariño…
—No fue tan malo —le aseguró— .Mientras subía las escaleras con el cliente en
primer lugar, ya no era tan ignorante como lo había sido la otra vez. Estaba muy
asustada y me temblaban las rodillas. Para no echar a correr, pensé en mi papá.
Durante el verano, los domingos siempre nos llevaba a un prado para hacer un
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de Catherine Anderson

picnic después de la iglesia. A mí siempre me encantó. Así me lo imaginaba cuando


subía. Tan claro como una imagen en mi mente. Un escondite precioso dentro de
mi cabeza, donde nada podía tocarme. Aquella noche no fue tan malo. Y la siguiente
vez fue aún más fácil. Puse toda mi imaginación en los sueños de mi cabeza, en su
mayoría de la pradera, pero a veces otras cosas. Muy pronto, esos lugares parecían
tan reales, que no quería volver a salir de ellos y enfrentarme a la realidad. ¿No es
eso una locura? Sólo quería permanecer en mis lugares secretos y pretender que
nada de esto había pasado.
—¡No! —susurró Chase con voz ronca— tú no estás loca, cariño. Y doy gracias a Dios
que pudieses encontrar una manera de ocultarte de todo aquello.
Ella parpadeó, como si le diesen una sacudida mental.
—De todos modos, tuve que regresar cada vez más veces, más noches. Mi familia
me necesitaba.
—¿Cuánto tiempo trabajaste en el burdel en Grants Pass? —preguntó.
—Unos pocos meses. Porque yo vivía en constante temor de que mi familia pudiera
conocer lo que estaba haciendo, con el tiempo llegué a Tierra de Lobos para trabajar
con May Belle. He estado aquí durante casi ocho años, creo. Pero, ¿quién los ha
contado?
—Yo los he contado —dijo en voz baja y cerró la distancia que quedaba entre ellos
tomándola por los hombros. —Yo –repitió— y ojalá pudiera hacer retrasar el reloj,
Franny. Ojalá pudiera volver el tiempo atrás y deshacer todo el daño que te han
hecho.
—Nadie puede hacer eso —dijo ella con voz débil.
—No – admitió— pero puedo cambiar las cosas desde este momento, si sólo me das
una oportunidad. ¿Vas a confiar en mí lo suficiente como para hacerlo?
Levantó la mirada hasta la de él. Al ver el dolor allí, fue un pequeño consuelo para
Chase pues notó su conciencia también. La estaba tocando, y ella no estaba
tratando de esconderse de él. El lugar secreto, de ella, dentro de su cabeza, la
llamaba. Y tenía razón, todo aquello podía parecer una locura. Pero Chase sabía que
también era la verdad absoluta.
Esta mujer que se llamaba a si misma una puta, que ya no creía en nada bueno de
la vida, que iba a llegar a él, era todavía una niña, de alguna manera una niña
pequeña, escondiéndose de la fealdad que su mente no podía aceptar. Sería su
trabajo mostrarle que la fealdad puede ser algo indescriptiblemente hermoso, en los
brazos del hombre adecuado.
Él era ese hombre. Se había sentido seguro de ello durante mucho tiempo, y todo lo
que quedaba era convencer a Franny de eso mismo.
—Me gustaría confiar en ti, Chase. En verdad me gustaría —susurró.
Chase sonrió con tristeza.
—Entonces, ¿qué te detiene?
—Tengo miedo.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Le temblaba la voz en esa última palabra, lo que le dijo cuán horrible era en
realidad el miedo que tenía dentro.
—¿De qué, Franny? —preguntó con suavidad— hasta ahora, había sido una noche
de pura honestidad, y oró para que ella continuase en la misma línea. —¿De mí?
¿De que te toque?
—La parte emocional, sí.
Casi sonrió de nuevo. Su expresión dijo, más clara que las palabras, que el mero
pensamiento de cualquier cosa física entre ellos la horrorizaba. Sólo que no era para
sonreír. Nada de lo que le causó tanto dolor podía tomarse a la ligera, aunque él lo
viera como un absurdo.
—Yo nunca haría algo que no te agradase —le aseguró.
—No me gusta nada de eso.
—Ya veo —y así lo hizo con demasiada claridad. El problema era que Franny no lo
hacía. —Franny, con el hombre adecuado, puede ser mágico.
Ella dio un ligero estremecimiento.
—Yish —no había nada que hacer, a pesar de sus esfuerzos en sentido contrario,
sonrió.
— ¿Yish?
—Yo lo odio. Todo eso. Es por eso que me asustas, porque sé que no me dejarás
esconderme en mis lugares de ensueño. Tu me…
Chase le puso la punta del dedo en la dulce boca.
—Te equivocas, Franny. Voy a ir contigo al lugar de tus ensueños.
Sus ojos se abrieron, y liberó la boca para decir:
—Es mi lugar, mi lugar privado. No quiero que vengas conmigo. No quiero allí a
nadie.
—Ya veo.
—No, no ves —ella tiró de debajo su mano y puso varios pasos entre ellos— se trata
de cómo voy a sobrevivir. ¿Puedes entender eso? Es la única forma en que se puede
vivir con todo esto. Y tú lo arruinarías si te dejo.
Se volvió a mirarlo, con el corazón en sus ojos.
—Si me dejas, me vas a destruir también. ¿Por qué no te das cuenta?
—Tal vez deberías explicármelo.
Ella alzó las manos.
—¿Qué te lo explique? Tú enarbolas sueños delante de mí que son como los dulces
delante de que un niño. Tú me haces desear cosas que nunca podré tener. ¿Tienes
alguna idea de lo que duele? Yo estaba contenta con mi vida hasta que llegaste tú.
Ahora todo lo que hago es pensar en las cosas que podría tener si sólo ocurriese un
milagro. El problema es que los milagros no existen para las mujeres como yo.
Estamos de pie en la última fila, y cuando Dios tiene tiempo para hacer maravillas,
Él pone su esfuerzo en las personas dignas y no en las prostitutas.
—¿Personas dignas? Cariño, no hay nadie más digno que tú.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¿Cómo puedes decir eso? Las personas cambian de acera en la calle cuando me
ven en el paseo marítimo. Estoy sucia ante sus ojos, y ante Dios también. ¿Cómo
puedes incluso pensar en casarte conmigo? ¿El tener hijos conmigo? ¡Soy una
paria! Y eso no cambiará nunca. Tú no puedes sacarme fuera de esto.
—Vamos a salir de aquí —le aseguró— yo trabajo en la madera, Franny. La tierra
que compré para despejar, está cerca de Canyonville. No habrá nadie allí que lo
sepa. En cuanto a la gente de aquí, me importa una mierda lo que sospechen. Si han
vislumbrado el rostro, ha sido sólo eso, sólo un vistazo. Las únicas personas que lo
sabrán con certeza son May Belle y Gus. Los otros pueden susurrar y especular y
acusar, pero si sólo venimos aquí para visitas ocasionales, ¿a quién le importa?
Vamos a tener una vida en otra parte, los demás nunca volverán a saber de ti.
—Estás soñando.
—La vida es sueño. Sin sueños, ¿qué tenemos? Sueña conmigo. Date una
oportunidad conmigo. Si Canyonville no está lo suficientemente lejos, iremos a otro
lugar.
—¿Qué pasa con mi familia? Ellos me necesitan.
—Ellos necesitan el dinero que tú les proporcionas. Yo voy a seguir apoyándoles.
—¿Y qué de tus sueños de ser un magnate maderero?
Chase suspiró y se pasó una mano por el pelo.
—Sólo me llevará más tiempo, eso es todo.
—¿Para siempre, tal vez? Oh, Chase, esto no iba a funcionar. Vas a terminar
odiándome. ¿No te das cuenta?
—No, estoy enamorado de ti, Franny.
Ella giró la cara como si la hubieran abofeteado.
—Oh, Dios.
—Es verdad. Creo que me enamoré la primera vez que te vi, y he ido cuesta abajo
desde entonces. Quiero una vida contigo. ¿Es eso tan imposible?
—Me temo que lo es. No estás siendo realista.
—¿Y tú? ¿Estás siendo realista? Podemos hacer que funcione si tú acabas por darme
una oportunidad. Yo te lo prometo. Por lo menos piensa en ello —él frotó la boca
con el dorso de su mano— ¡Maldita sea! Eres la mujer más cabezota que he
conocido, y eso es un hecho. No puedo quedarme aquí para siempre, ya lo sabes.
Mis costillas hace mucho tiempo que sanaron. Tengo que volver a trabajar. ¿Por
cuánto tiempo vas a titubear?
—¿Titubear? Estás dando un vuelco a toda mi vida.
—¿Qué vida? —le disparó a la espalda—. ¿Llamas a ese cuarto de encima del salón,
una vida? ¿Momentos robados junto a mi hermana y sus hijos, es una vida?
Diablos, no. ¿No es hora de que cojas un puñado de felicidad para ti misma? La
excusa de tu familia se ha ido, Franny. Lo único que te une a Tierra de Lobos ahora
es el miedo. ¿Eres tan cobarde que no quieres darme una oportunidad a mí?
Ella lo miró fijamente durante un momento interminable.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Tal vez lo soy. Tal vez no me atrevo a creer que es posible porque no lo quiero
tanto. No sé.
—Averígualo.
—Oh, Chase. Lo haces sonar tan simple.
—Así es. Todo lo que tienes que hacer es ir conmigo. Haz la apuesta. Te lo juro,
Franny, nunca te arrepentirás. Por lo menos dime que lo vas a pensar.
Ella tuvo una respiración inestable y finalmente asintió.
—Está bien. Voy a pensar en ello. Pero yo quiero algo de tiempo, Chase.
—Un día.
—Una semana —replicó ella.
—¿Una semana? — Juró por lo bajo. —Muy bien, una semana.
—Y quiero que te mantengas alejado durante ese tiempo.
—¿Durante una semana? Diablos, no.
—Sí. Cuando estás cerca, no puedo pensar con claridad.
—Maldita sea.
—Una semana no es tanto tiempo.
—No vas a recibir clientes en ese tiempo –advirtió— te voy a dar dinero para cubrir
lo que ganarías, pero de trabajar nada.
—No trabajaré —asintió ella.
En el instante en que estuvo de acuerdo con esta estipulación, Chase sabía que
había ganado, incluso si ella no era consciente de ello todavía. Hace unas semanas,
su preciosa clientela lo era todo para ella, y ahora estaba dispuesta a ponerla en
peligro. Ya fuese que se diera cuenta o no, estaba empezando a confiar en él,
aunque sólo fuese un poco. No fue exactamente lo que llamaría un paso de gigante,
pero al menos era la dirección correcta. Hacia él.
13
Cuando Franny volvió al salón después, encontró a May Belle esperando en su
habitación. Se reunió con su amiga sentándose en la mesa a su lado, Franny estudió su
rostro. May Belle pocas veces invadía el santuario interior de Franny, así que verla allí
la preocupó.
—¿Te pasa algo?
May Belle volvió a parpadear con esos ojos azules y sonrió con alegría.
—No, cariño. Por primera vez en mi ilegítima vida, creo que en realidad todo va bien.
Ella se retorció en su silla, claramente ansiosa por compartir la noticia, que apenas
podía contenerse.
—Oh, Franny. Sé que pensarás que estoy loca, pero voy a hacerlo. De hecho realmente,
voy a hacerlo.

A pesar de que Franny tenía una idea clara de qué se trataba, decidió ser precavida. Sin
embargo, la felicidad de May Belle era contagiosa y sonrió a pesar de todo.
—¿Que vas a hacer?

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Casarme con ese pesado.


—¿Shorty?
—¿Quién más? ¿Gus, tal vez? —May Belle se abrazó— no lo puedo creer. En realidad me
cantó bajo mi ventana antes. ¡Oh, Franny, fué tan romántico! Dijo que si yo no le decía
que sí, me cantaría toda la noche. ¿Puedes imaginar eso?
Franny sólo pudo sacudir la cabeza con enorme asombro. Shorty tenía que llevar
tirantes para sostener loss pantalones en su sitio. No podía imaginarlo dándole una
serenata a nadie.
—Me dijo que soy hermosa —dijo May Belle con un suspiro—. ¿Vestida así, él piensa
que soy hermosa? El viejo tonto, tonto.
Sobre este punto, Franny estuvo de acuerdo con Shorty. Incluso con el camisón raído
de algodón blanco, con el pelo alborotado y la cara desprovista de maquillaje, May Belle
estaba bastante bien para una mujer de su edad. Sin embargo, Franny pensó que era
más que eso. Había bondad que traslucía de su interior. May Belle tenía una dulzura
que nunca había sido destruida, ni siquiera después de años de trabajo en la profesión
más antigua y más fea del mundo.
—Oh, May Belle, eres muy hermosa. Shorty tiene toda la razón en eso.
Un rubor de placer tocó las mejillas de May Belle, y una neblina apareció en sus ojos.
—Estoy tan feliz, Franny. Después de todos estos años, finalmente me encontró un
Príncipe Azul. No parece gran cosa, lo sé. No lo aparenta comparándose a las demás
personas. Pero para mí, es el hombre más guapo que jamás haya caminado. Supongo
que me va a recordar lo tonta que la idea es, yo, casarme con él. El hecho de que
probablemente, me pueda dejar sin un céntimo y de nuevo abandonada.
—No —dijo Franny en voz baja—.Yo no creo que vaya a hacer eso. Índigo quiere a
Shorty como si fuese de la familia. Eso es bastante bueno para mí —mientras hablaba,
también se le ocurrió que Chase, era en realidad el hermano de Índigo— .Creo que
deberías casarte y nunca más mirar hacia atrás.
May Belle meneó la cabeza.
—No me gustaría dejarte sola, eso es lo único que me frena.
—No te preocupes por mí —un temblor de nervios atacó el vientre de Franny, y notó
una repentina oleada de náusea. Desde que conoció a Chase, su constante estado de
agitación la había hecho sentirse bastante mareada— .De hecho, estoy pensando en
salir de aquí.
—¿Para ir a dónde?
—Para alguna parte alrededor de Canyonville. —Franny apenas podía creer que era su
lengua la que hablaba, pero estaba diciendo las palabras, sabía cuán sinceramente
brotaban de su interior— .He encontrado mi propio Príncipe Encantado, y me ha
pedido que me case con él.
—¿Chase?
Luchando contra las lágrimas, Franny asintió con la cabeza.
—¡Alabado sea!
—¡Estoy muy asustada, May Belle! Nunca he estado tan aterrorizada. No sólo acerca de
que me lleve a algún lugar y luego me deje. Pero sobre todo… bueno, ya sabes…Odio
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

cuando me tocan. No sé cómo voy a aguantar. Y Chase no me deja pensar en mi pradera


llena de margaritas, te puedo garantizar eso.
La mujer mayor se echó a reír.
—¡Gracias a Dios! —después de tranquilizarse un poco, se inclinó hacia delante para
colocar una mano sobre la de Franny— .Cariño, tú nunca has estado con un hombre
que te ame. Es harina de otro costal, créeme. Y con un apuesto demonio como Chase
Lobos —Ella rodó sus ojos— .Al diablo con las margaritas.
—Mis margaritas me han mantenido cuerda.
—Lo sé, cariño, pero no las necesitarás a partir de ahora—. Los ojos de May Belle
estaban llenos de comprensión.—Confía en mí sobre eso. Será diferente con Chase. Él
es un joven muy bueno. Aun cuando que, al igual que su padre, me da miedo a veces.
Pero Cazador es un buen hombre, honorable. Si Chase es la mitad de hombre, te va a
tratar como una reina.
—¿No me vas a advertir que estoy cometiendo un error?
May Belle sonrió.
—Si fuera cualquier otro hombre en la tierra, sí, estaría previniéndote. Pero no con él,
no. Él tiene la forma de ser de su familia, y camina con honor. No te pediría
matrimonio si realmente no se preocupase por ti.
—Le he pedido una semana para pensar en ello.
May Belle chilló de risa otra vez.
—¡Yo también! ¿No es curioso? Estaba jugando a hacerme la difícil. ¿Y tú?
—No quiero equivocarme. Estoy muerta de miedo —Franny miró por su ventana. El
cristal estaba todo negro de la grasa y más allá de la oscuridad, y el suave resplandor de
la lámpara sobre la mesa reflejaba contra el cristal. Ella se miró como en un espejo por
un momento— .Sólo espero que no esté cometiendo el peor error de mi vida.
***
Sin Chase para llenar sus horas, Franny encontró tiempo para hacer todas las cosas que
había estado descuidando las últimas semanas. Una tarde, después de terminar una
camisa para el pequeño Hunter y un vestido de verano para Amelia Rose, fue a visitar a
Índigo. Los cuatro se escaparon del sofocante calor de julio bajando a la cala. Índigo
llevó una cesta de picnic. Franny echó una mirada a los sándwiches de carne de venado
que Índigo sacó y se sintió como si estuviera enferma.
—No me apetece, gracias.
Índigo le dirigió una mirada interesada.
—¿Qué pasa? Siempre te han encantado mis sándwiches de carne de venado.
Franny se llevó una mano al centro de su abdomen.
—Los nervios, creo. Mi estómago ha estado muy revuelto últimamente.
Los ojos de Índigo se abrieron como platos. Después de un momento de asombrado
silencio, dijo:
—¿Tú no estarás…? ¿Vamos…? ¿Quiero decir…? ¿No estarás esperando familia?,
¿verdad?
Franny se echó a reír.

148
Magia Comanche
de Catherine Anderson

—No, por supuesto que no. Tuve mi regla como siempre hace… —se interrumpió,
tratando de recordar su último ciclo menstrual. Debido a que no había estado
trabajando estos últimos días, no había mirado el calendario tan cuidadosamente como
de costumbre— .Estoy segura de que no tengo ningún retraso, Índigo. Siempre tengo
mi regla como un reloj. Me olvidé de mirar la fecha de este mes. Con Chase
monopolizando gran parte de mi tiempo, no he estado al tanto de la mayor parte de
nada. Mateo tiene un cumpleaños a últimos de agosto, y se supone que debo hacerle
una camisa y unos pantalones. Ni siquiera he elegido la tela todavía.
El ceño de la frente de Índigo se desvaneció, y sus hermosos ojos azules se llenaron de
curiosidad.
—De paso cuéntame, ¿Cómo te va con Chase?
Hunter, que estaba jugando en el arroyo, envió un chapoteo. Franny se rió y se limpió
una gota de agua de la mejilla. Sintió vergüenza, tomándose un tiempo, observó a los
niños por un momento. Amelia Rose se tambaleaba descalza por la orilla, recogiendo
conchitas y piedras, la mayoría de los cuales remiraba antes de lanzarlas de nuevo al
agua.
—Las cosas van bastante bien, supongo. Es por eso que estoy tan nerviosa —Ella dirigió
una mirada a su amiga— ¿Cómo te sentirías si yo fuese tu cuñada?
Índigo gritó de alegría. Los sándwiches de carne de venado se fueron volando en todas
las direcciones cuando se puso de rodillas para abrazar a Franny.
—¿Cómo me sentiría? Oh, Franny, ¡que estaría en la luna! ¿Quieres decir que ya te
preguntó? ¿Te pidió que te casaras con él? ¡Oooh! Lo voy a matar cuando le ponga mis
manos encima. Se acercó para tomar un café esta mañana y no dijo una palabra.
Sintiendo todavía un poco de náuseas, Franny se desprendió del abrazo entusiasta de
Índigo.
—Eso es porque no le he dado una respuesta. Pero estoy pensando en ello —Ella
encontró con la mirada de su amiga— . Tengo que admitir que estoy un poco asustada.
Es un gran paso para dar.
—Sí, lo es —admitió Índigo— .Pero, ¡oh, Franny! ¡Qué alegría más grande! Chase es un
buen hombre, en verdad que lo es. Será un marido amable, estoy seguro. Y, nunca,
jamás, ni en un millón de años, preguntaría a una mujer para casarse con él, a menos
que la amara. Estoy sorprendida de que alguien por fin le enganchase. Debí de haberlo
adivinado. Ha tenido una abeja en la gorra desde la primera vez que puso los ojos en
ti, y eso es un hecho. ¡Oh, no puedo esperar para decirle a Jake! Se va a hartar de reír.
Chase, pidiendo matrimonio, y juró que nunca iba a casarse.
—Yo no he dicho que sí, todavía, —Franny le recordó.
—Pero seguramente lo harás. Tú lo amas, ¿no?
El estómago de Franny se volvió otra vez a revolucionar lentamente, lo que la
convenció, más que nunca, que los nervios eran los responsables de su mareo.
—En realidad, Índigo, no estoy segura. Me gusta mucho. Y es muy atractivo.
Índigo se inclinó hacia adelante, con ávida curiosidad.
—¿Cómo te hace sentir?
Franny examinó la cuestión.
149
Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¿Me prometes que no te enojas? Es tu hermano.


—Por supuesto que no me voy a enojar.
—Bueno… —Franny mordió el labio inferior— .La verdad, Índigo, es que me hace sentir
un poco como si tuviese mariposas dentro del estómago.
Índigo echó atrás la cabeza leonada, chilló de risa, y cayó de espaldas, completamente
ajena a los sándwiches esparcidos a su alrededor.
Franny no podía ver qué era tan gracioso y sólo la miró.
—¡Es el amor! —finalmente alcanzó a decir entre jadeos para tomar aire— .Me sentía
exactamente de esa manera con Jake, sólo pensé que sentía algo así como un montón
de pececillos nadando alrededor de mi vientre.
—Eso es bastante parecido.
Índigo se echó a reír otra vez.
—Pasa. Y es siempre muy agradable cuando se siente.
—Espero que sí. Es una sensación bastante extraña. —Franny se tocó la cintura de
nuevo.—Me siento un poco inquieta pensando en él.
—La única cura es el matrimonio —Índigo suspiró y se sentó. Ella sonrió como si
supiera un secreto maravilloso— .Oh, Franny, vas a ser muy feliz. Lo sé. Estoy mas que
contenta por los dos. Mis dos personas favoritas, y han caído en las redes del amor. Es
un sueño hecho realidad. Mi mejor amiga va a ser mi hermana, ¡piénsalo! Para el resto
de nuestras vidas, nuestras familias se reunirán para las fiestas y ocasiones especiales.
Vuestros hijos, y nuestros hijos. ¿No será maravilloso?
No sólo sonaba maravilloso, sonaba increíble. Pero por una vez, Franny se atrevió a
soñar. Con niños y árboles de Navidad. Con mesas cargadas de comida. Con el amor y
la risa. De pertenencia. Las lágrimas llenaron sus ojos.
—Oh, Índigo, ¿de verdad crees que podría sucederme a mí? Tengo tanto miedo de creer
que puede ser cierto, y que no se cumpla.
—¡Por supuesto que se cumplirá! ¿Por qué no? Solo dale a Chase el sí, tonta. Eso es
todo lo que hay que hacer.
Eso es todo lo que hay que hacer.
Franny abrazó esas palabras cerca mientras caminaba de vuelta al saloon. Trató de
imaginar lo que sería caminar a lo largo del paseo marítimo tranquilamente, y mirar en
los escaparates sin llevar su sombrero de ala ancha. Saludar a las damas y asentir
cortésmente a los saludos de los caballeros. Para sentirse parte de una comunidad. La
señora de Chase Lobos. Franny Lobos. Francine Lobos. Sonaba de una forma
maravillosa para ella.
A medida que subía las escaleras hacia su habitación, la grasa y los olores que venían de
la cocina hicieron que Franny se sintiese de nuevo un poco mareada. Una vez encerrada
en sus aposentos, se acercó al calendario que colgaba en la pared. Ya había vuelto al
mes de julio, y dio un rápido vistazo en los días buscando una pequeña X. Siempre
marcaba así el comienzo de su ciclo. Qué extraño. No había X. ¿Había olvidado contar
hacia adelante de su último ciclo, debido a sus últimas preocupaciones?
Se suponía que tenía que ser ya. Sonrió un poco pensando que habría sido un despiste.
Con Chase acosándola día tras día, era un milagro que no se hubiese olvidado la cabeza
150
Magia Comanche
de Catherine Anderson

en algún lugar. Con la intención de rectificar la situación, Franny pasó de nuevo a junio
para recordar los días de su última regla, que siempre marcaba con una línea dibujada
horizontalmente a través de los días. Su corazón se sintió como si se cayese de rodillas.
No había línea marcando los días del mes pasado.
Sólo había una X en solitario para recordarse la fecha en que debía de aparecer.
Franny miró. Una X sin líneas. 24 de junio. Debería haber tenido su menstruación
entonces, y aquí estaba más allá de la mitad de julio. Llevaba más de tres semanas de
retraso.
Temblando, Franny fue a sentarse en el borde de la cama. Nunca había tenido un
retraso.
A la tarde siguiente, Franny se fue a pocas puertas mas allá del saloon, hasta la calle
principal, a ver al Dr. Yost. Convencida de que podría proporcionar una explicación
perfectamente razonable para las náuseas y el salto de su período, se quedó pasmada
cuando se le veía tan triste al doctor, después de examinarla. Franny se sentó en el
borde de la camilla y se arregló su vestido.
Estaba tan afligida por su expresión que apenas pensaba en ver su rostro. Por lo
general, cuando necesitaba atención médica, visitaba a su médico en Grants Pass.
—¿Qué tengo? ¿Una gripe de algún tipo? —preguntó ella con esperanza.
—Eres la chica de May Belle, ¿no?
Franny sintió el calor de la vergüenza subir por su cuello. La chica de May Belle. Sonaba
tan feo.
—Hum, sí. Yo trabajo en el saloon.
Él asintió con la cabeza y se rascó junto a la nariz.
—Bueno, señorita, me gustaría decirle que es una gripe lo que la enferma. Sé que
noticias como esta no es precisamente bien recibida por una mujer de sus
circunstancias.
Franny cerró los ojos. No puede ser. No ahora. No después de nueve años. En tres días
más, tenía la intención de decirle a Chase que lo haría, que se casaría con él. En tres
días, esta vida habría quedado detrás. Estaba a punto de conseguir su milagro. ¿Acaso
Dios no lo entendía así? Era la única oportunidad bella que le habían ofrecido en su
vida, era su pequeño milagro.
—Es difícil decir con seguridad, a lo largo de esta primera fase, pero mi conjetura es que
estás de más de dos meses. Definitivamente embarazada, a juzgar por el tacto de tu
vientre.
Franny sacudió la cabeza.
—¿Estás seguro de que no se equivoca? Sólo tengo unas tres semanas de retraso. Siendo
tan pronto y todo… ¿no podría equivocarse?
Sus ojos grises y amables descansaban tristemente en su rostro.
—Cariño, me gustaría que así fuese. Sin embargo, en cuarenta años, nunca me he
equivocado todavía. Está embarazada. La única pregunta es exactamente qué tan
avanzada está —Él la miró con un ceño pensativo— . Sólo tres semanas de retraso, ¿no?
Y ¿como fue su última presentación? ¿normal? o ¿sólo manchaste?

151
Magia Comanche
de Catherine Anderson

Con una sensación de hundimiento resignado, Franny pensaba volviendo atrás su


memoria.
—Apenas manché.
Él asintió con la cabeza.
—Sí, tal cómo pensaba. Eso sucede a veces. Por qué, he tenido a mujeres tan avanzadas
como de cinco meses sin darse cuenta de que estaban esperando familia. Así, y todo
había algunas manchas de sangre cada mes.
—Ya veo.
El médico no dijo nada en respuesta a eso. Después de mucho tiempo, se aclaró la
garganta.
—Si está pensando en pedir que la ayude a salir de este paso, le advierto que no puedo.
Y no recomiendo a nadie que lo haga. No me importa si le dicen otra cosa, es peligroso.
No sería ético por mi parte.
Sintiéndose entumecida, Franny se deslizó fuera de la camilla y tiró de su sombrero. El
médico siguió hablando, pero las palabras nadaban a su alrededor en un revoltijo
confuso. Sentía como si estuviera moviéndose a través de una bruma de algodón. Fuera
de la puerta de la consulta, luego enfilando el paseo marítimo. Instintivamente se volvió
hacia el saloon. Un pie delante del otro. Apenas vio, apenas oyó hablar, apenas sentía.
Embarazada. Ella estaba embarazada.
Cuando llegó a su habitación, se sentó en el borde de la cama con la mirada perdida en
el suelo. Embarazada. Chase nunca se casaría con ella ahora. Tomar una puta por
mujer era una cosa. Casarse con una mujer embarazada de otro hombre era otra muy
distinta.
Franny no sabía lo que iba a hacer. No podía continuar en su profesión embarazada. El
flujo de dinero que había recibido de Chase pararía en el instante que se lo dijese. ¿Qué
pasaría con su familia? ¿Qué pasaría con su madre y Jason ahora? Frankie y Alaina
podría encontrar un empleo en Grants Pass, pero no podía ganar lo suficiente para
mantener las necesidades de medicación de su hermano pequeño y su familia entera.
Los gastos eran exorbitantes.
Por un instante, Franny consideró no decírselo a Chase. Podía casarse con él y
pretender que el bebé era suyo. ¿Podría resultar? Estaba en las primeras etapas del
embarazo. Sólo dos meses. Cuando el niño naciese, podría pretender que se había
adelantado. Él nunca lo sabría. Todo lo que tenía que hacer era vivir en la mentira el
resto de su vida.
Una mentira. Franny cerró los ojos, aunque jugó con la idea, supo que nunca podría
hacer eso. En especial, no a Chase. Era una cosa despreciable pensar en hacerlo. Pero,
si no, ¿entonces qué haría?
Otra posibilidad se deslizó fríamente en su mente. Su mirada fue a su barra de ropa y
las perchas de alambre estaban allí. Con los años, había oído hablar de cosas así. Sabía
cómo algunas mujeres de su oficio se hacían cargo de los problemas de este tipo. La
idea le daba ganas de llorar. Durante toda su vida, durante el tiempo que podía
recordar, ella había deseado un hijo propio. Ahora estaba pensando en conseguir
abortar a ese niño. Volviendo la mirada a la pared, Franny se quedó mirando el
152
Magia Comanche
de Catherine Anderson

intrincado dibujo de margaritas. Una sensación de pesadez, y relajación entró en sus


extremidades.
No tuvo que cerrar los ojos o estar rodeada por la oscuridad esta vez para encontrar su
prado. El sol y las margaritas. Una dulce brisa que soplaba. En un abrir y cerrar, ella
estaba allí, con todos los problemas y la angustias lejos. Su papá estaba sentado en una
manta con mamá, y los dos estaban sacando los alimentos de una canasta de picnic.
Jason estaba dando tumbos cerca de ellos, sus ojos azules bailaban.
—¿Franny? —llamó una voz.
Corriendo, se dirigió hacia sus padres. Papá la miró, sus ojos verdes y el pelo rojo
brillando bajo el sol.
—¿Franny? Cariño, ¿qué está mal?
Confundida, Franny perdió el paso y se volvió en su mundo de ensueño para ver quién
estaba hablando. No era su papá. Era la voz de una mujer. ¿May Belle? Ah, sí, May
Belle. Ella sonrió levemente, preguntándose cómo podía May Belle encontrar la
pradera.
—Franny, detén esto. Me estás asustando. Ven, muchacha.
Franny oyó a alguien chasquear sus dedos. Luego hubo una sensación de escozor en la
mejilla. Ella parpadeó y frunció el ceño.
—Maldita sea, Franny. No hagas esto. Oye, chica. Sea donde sea que te has ido, te
vuelves de nuevo aquí. ¿Franny?
May Belle.
Franny podía escuchar con claridad, pero no podía verla. Y ella no quería. No había
nada malo aquí en el prado. Podría quedarse aquí si quería. El mundo desde el que May
Belle la llamaba podría alejarse, y ésta pradera podría convertirse en su realidad. Ella se
acercó a sus padres, y la voz de May Belle se hizo más distante. Franny se puso tensa al
echar a correr, pero la nota asustada que oyó en las súplicas de May Belle la hizo dudar.
Ella miró por encima del hombro. Vió la cara de ansiedad de MayBelle.
—¡No! –susurró— .Déjame ir, May Belle. Por favor, déjame ir.
May Belle llegó a ella y tomó el rostro de Franny en sus manos temblorosas.
—Oh, cariño, me estas asustando. ¿Estás bien?
Al tacto, el prado de Franny se hizo añicos como una burbuja de cristal. Ella parpadeó y
contempló la habitación confusa. Nunca antes había escapado tan fácilmente, ni había
sido nunca tan difícil volver.
Franny se llenó de dolor, al recordar sus razones para escapar a la pradera, en el primer
lugar. Cerró los ojos, deseando con todo su corazón haberse quedado allí. Estaba muy
cansada. Tan terriblemente cansada de todo. En este mundo, todo lo que había para
ella era dolor y más dolor. Cada vez que algo bueno estaba a punto de ocurrir, Dios se lo
impedía. Como casarse con Chase. No habría casita, ni una cerca blanca a su alrededor.
Ella estaba embarazada. Ni siquiera Chase Lobos podría pasar por alto eso.
—Oh, May Belle, —susurró entrecortada— .Está sucediendo de nuevo.
—¿El qué, cariño?
—Dios no me deja nada ni a nadie que amar. Estoy mal, y Él no quiere que yo sea feliz.
Ni siquiera un poco. Ese es mi castigo. ¿No lo ves? Cada vez quiero algo, me lo quita.
153
Magia Comanche
de Catherine Anderson

May Belle se agachó frente a ella y le cogió las manos.


—Oh, cariño. Si eso no es la cosa más tonta que he oído, no sé lo que será.
—No, no es una tontería. Yo amaba a mi gato, Nappies. ¿Recuerdas? Y él murió.
May Belle hizo una mueca al recordar.
—Oh, cariño, no fue Dios. Sé que eso te rompió el corazón, pero los borrachos suelen
ser crueles—frotó las manos de Franny— .Señor, estás como el hielo, niña. ¿Qué te ha
puesto así?
Franny tenía dificultad para pronunciar las palabras.
—Estoy embarazada.
La mujer de más edad palideció. Soltó las manos de Franny, se puso en pie y se paseó
con agitación.
—¿Estás segura?
Franny se tragó un sollozo.
—Sí, estoy segura. Acabo de visitar al Dr. Yost, y él me ha dicho que estoy embarazada.
—Oh, Dios mío.
La reacción horrorizada de May Belle acució en la mente de Franny la gravedad de la
situación.
—¿Qué diablos voy a hacer, May Belle?
No hubo pronta respuesta. Por lo que pareció una eternidad, May Belle se quedó allí.
Entonces dejó escapar un suspiro de cansancio y vino a sentarse en el borde de la cama.
—Si no tienes la peor suerte del mundo, yo ya no se quien la tendrá, Franny ¿Cómo
puede suceder esto ahora? ¿Justo cuando todo parecía que estaba arreglándose?
Franny luchó contra otro impulso de llorar.
—Él no me querrá ahora.
May Belle no preguntó quién. Era obvio a quien se refería Franny.
—No, a menos que sea un santo —que finalmente admitió— .Y éstos son escasos en esta
parte del mundo, me temo. ¡Ah, mi amor, esto es una amargura!
El rollizo brazo de May Belle se envolvió sobre los hombros de Franny. La calidez del
gesto fue su perdición. Con un sollozo, se tapó la cara contra el corpiño de la otra mujer.
—No puedo trabajar mientras esté embarazada, May Belle. ¿Qué va a pasar con mi
familia? ¿Con Jason, con mamá, sin mí? Están tan desamparados. Siempre he sido yo
la que he cuidado de ellos. ¿Qué van a hacer sin el dinero que siempre he llevado a casa
cada mes? ¿Cómo van a sobrevivir?
May Belle le dio unas palmaditas en la espalda.
—Vamos a pensar en algo, querida. Habrá alguna forma. Tengo algo de dinero
ahorrado.
Se hizo un nudo en la garganta de Franny, y estuvo a punto de atragantarse con él.
—No puedo coger tus ahorros, May Belle. ¿Cómo iba a devolverte el dinero? No puedo
quedarme aquí, en el Lucky Nugget y criar a un niño. ¿Cómo puedo seguir trabajando y
criar a un niño en cualquier lugar? ¿Qué clase de vida tendría?
No había respuesta. Sólo un pesado silencio que hablaba de manera más elocuente que
mil palabras, se hizo entre ambas mujeres.
—Los dos sabemos lo que tengo que hacer —le susurró Franny.
154
Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Nada se consigue apresurándose. Tiene que haber otra manera. Sólo déjame pensar
en ello durante un rato.
—¿Qué otra manera, May Belle? Nómbrame una sola.
—¿Tal vez una pareja que quiera un bebé? Déjame hacer algunas preguntas por ahí,
¿eh?
—¿El bebé de una puta? Oh, May Belle, estás soñando. La gente tiene miedo de las
enfermedades y defectos. Lo sabes tan bien como yo ¿Y quién puede culparlos? Ellos no
tienen manera de saber si estoy sana o no.
—Eso no significa que no podamos encontrar a alguien.
—¿Y si lo hacemos? Shorty y tú, contaban con el dinero para construir una casa al lado
del arroyo. Yo sé que lo estabais pensando. Podrían pasar años antes de que pueda
devolverte el dinero. Si tengo el bebé, tendría que empezar a trabajar de inmediato,
pero la mayor parte de lo que hago va para mantener a mi familia. Lo poco que me
queda, no daría para devolvértelo.
—Ya se me ocurrirá algo —prometió la mujer mayor— .Sólo me prometes que no harás
nada precipitado hasta que yo lo resuelva. Prométemelo, Franny. Tú crees que abortar
es sencillo, pero no, muchas chicas mueren haciéndolo. Si no se hace bien, o te dejan
marcada o puedes acabar desangrada hasta la muerte. Tú no puede permitirte eso.
Franny no estaba segura de que iba a tener alguna elección, pero en lugar de preocupar
a May Belle, de mala gana se comprometió a no hacer nada de inmediato.
—Escucha —dijo May Belle—.Voy a ir hasta la iglesia y…
—¿La iglesia?
—Por supuesto, la iglesia. ¿Qué mejor lugar para empezar que con el predicador? —
Estaba segura de que el buen hombre conocería a alguna pareja sin hijos. Y si no la
conociera, podía preguntar por ahí.—Hay muchas posibilidades de encontrar a alguien
que le encantaría tener un bebé, Franny. Alguien que estaría dispuesto a correr el riesgo
de que sea saludable. Sólo tenemos que buscar hasta que los encontremos, eso es todo.
Franny no compartía el optimismo de su amiga. Cuando May Belle finalmente la dejó,
Franny yacía en la cama y se quedó mirando el techo. No importaba desde que
perspectiva mirase, no podía ver ninguna manera concebible de que pudiese llevar a
este niño. May Belle había estado ahorrando toda su vida para sus años de retiro.
Franny no podía permitir que malgastase ese dinero. Embarazos inesperados eran
parte de esta profesión. Una mujer se endurecía y hacía lo que tenía que hacer. Era tan
simple y horrible como eso.
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Chase estaba lubricando los goznes de la puerta del granero cuando Gus
irrumpió por la puerta abierta. Con el cabello alborotado por el viento, los ojos
muy abiertos por el miedo, respiraba con dificultad, casi jadeaba, tanto que le
tomó un momento para hablar. Chase dejó caer la aceitera que estaba usando y
llegó hasta él, mientras su corazón golpeaba con temor.
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—Gus, ¿qué ocurre?


Aun así, esforzándose por respirar, el obeso dueño del saloon tragó saliva y se
frotó la boca con la manga de su camisa blanca.
—May Belle. Ella dice…es Franny…Tendrías que… mejor que vengas rápido.

Franny. Chase había sospechado algo en el momento en que vio a Gus. Sin
detenerse, ni siquiera para limpiarse las manos, salió corriendo del establo. El
Lucky Nugget estaba sólo a una corta distancia en la calle principal, pero en ese
momento para Chase parecía más de una milla lejos. Alargando sus pasos, cortó
por el centro de la carretera, zigzagueando para evitar un carro, después un
caballo. Franny. Algo terrible le había sucedido. May Belle nunca habría enviado
a Gus a buscarlo de lo contrario.
Franny. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Una docena de posibilidades se agolpaban en la
mente de Chase, cada una más terrible que la anterior. Que ella había caído en
las escaleras. Que un cliente había perdido los estribos. Se la imaginó golpeada e
inconsciente. Semanas atrás, había decidido que quería a la niña. Pero tuvo que
pasar la idea de perderla para hacerle comprender hasta qué punto. Franny, su
pequeño ángel de ojos verdes. Jesús. Si alguien la había lastimado, lo mataría.
Con sus propias manos, mandaría al infierno al hijo de puta.
Chase corrió todo el paseo marítimo hasta el saloon, sus botas impactando en la
madera de la acera, el sonido hueco resonando. Con el hombro, empujó a través
de las puertas de vaivén del saloon, había muy poca luz. En una hora tan
temprana de la tarde, sólo había un cliente, un minero sin rostro que estaba
sentado en las sombras, una mano enroscada en torno a un vaso de whisky.
Chase apenas le dió un vistazo. Virando a la derecha, corrió por las escaleras,
agarrando la barandilla para impulsarse hacia arriba con rapidez.
—¡Franny!—consiguió llegar al primer piso.
Su puerta estaba abierta.
—Franny.
Chase no estaba seguro de lo que esperaba ver cuando entró en la habitación.
Un desorden caótico, tal vez. En su lugar todo parecía estar en perfecto estado y
orden. May Belle estaba cerca de la cama, su rostro pálido y demacrado, sus ojos
oscuros de preocupación. Chase se tambaleó hasta ella.
—¿Dónde está? —preguntó.
—Tenía la esperanza de que tal vez tú podrías decírmelo. No está con Índigo, y
me preocupa, Chase. Me preocupa y mucho.
Después del susto que su llamada le había dado, Chase se sentía más que un
poco irritado.

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—¿Estás preocupada porque ha ido a alguna parte? Ella no pasa todo el tiempo
aquí encerrada.
May Belle hizo un gesto hacia la cama. Chase se volvió a mirar. La colcha estaba
un poco arrugada, como si Franny se hubiese acostado sobre ella. Pero por lo
demás… su mirada entonces aterrizó en un pedazo largo de alambre. Dio un
paso más cerca de tener una mejor vista y vio que se trataba de una percha que
alguien había enderezado. No comprendió el significado, se volvió a mirar a May
Belle. Las pestañas de May Belle revoloteaban sobre sus mejillas. Después de
tomar una respiración temblorosa, dijo:
—Ella vio al Dr. Yost hace un par de horas. Le dijo que está embarazada.
Chase trató de asimilar las palabras. Embarazada.
Finalmente su mente comprendió, y su mirada se disparó hacia el trozo de
alambre de la percha.
—Oh, Dios mío.
—Ella iba a aceptar tu propuesta de matrimonio, ya sabes —dijo May Belle, con
una oscilación en su voz— .Estaba tan feliz. —Levantó las manos a continuación,
y golpeó sus anchas caderas— .Y ahora esto. Te lo juro, nunca, jamás le han
dado una justa oportunidad en toda su vida, y ahora esto.
Chase sentía como si sus piernas fuesen a doblarse. Al vivir en los campamentos
madereros, había llegado a conocer más sobre el lado oscuro de la vida de lo que
hubiese querido. No fue necesario para May Belle explicar cómo Franny tenía la
intención de usar el acero, o para qué. El pensamiento lo aterrorizó. Oró a Dios
para que Franny no hubiera hecho nada tan terrible aún. Las mujeres que
hacían cosas así, a menudo terminaban muertas.
—Tenemos que encontrarla —dijo May Belle con voz temblorosa— .Dios sabe
dónde podría haber ido o en qué condición estará ahora, si utilizó ese gancho,
podría ser… —su voz se quebró y los ojos se cubrió con una mano— .Nunca me
perdonaré por dejarla sola. Nunca. Sabía que ella estaba aturdida, por que no
sabía lo que iba a hacer. Simplemente no me di cuenta de lo desesperada que
estaba sintiéndose. Soy una vieja tonta, la dejé en paz…sólo unos pocos
minutos, para que se relajase, pero cuando volví, se había ido.
Vamos. ¡Oh!, dulce Jesús. Chase giró y salió corriendo de la habitación. Cuando
salió de la cantina hasta el paseo marítimo, se detuvo para echar un vistazo
rápido en todas las direcciones. ¿Si no estaba con Índigo, a donde podría
haberse dirigido Franny? Las posibilidades eran infinitas.
Actuando por instinto, Chase atravesó la calle y se fue por un callejón. Si
acabara de recibir una noticia devastadora y se sintiese desesperado, buscaría
un lugar aislado, tranquilo para lamer sus heridas. En su opinión, no había

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ningún lugar más pacífico ni aislado que los sombreados bancos de la Cala
Shallow. Estaba convencido de que Franny había ido allí.
Su corazón se estrelló como un trineo mientras corría por el laberinto de
árboles. El sotobosque se alzaba en su camino. No perdió tiempo tratando de ir
alrededor de los matorrales. Cuando no podía saltar por encima, se abrió paso a
través. Las imágenes dentro de su cabeza le aterraban. Franny, tendida en algún
lugar a lo largo del arroyo, su vida escapándose de manera constante desde su
cuerpo en un flujo carmesí. ¡Oh, Dios! ¿Y May Belle se echó la culpa? Él era el
que tenía que rendir cuentas. Debería haber insistido a Franny para casarse con
él hacia una semana. A falta de eso, debería haberse, por lo menos, asegurado de
que ella creía lo mucho que la amaba. Nada podría cambiar de opinión al
respecto. Nada.
Ciertamente no un embarazo. Si amaba a Franny como lo hacía, ¿cómo no iba a
amar a su hijo?
La encontró sentada debajo del roble sobre el que una vez había tallado sus
nombres. A Chase le pareció que había pasado toda una vida desde esa noche.
Sus manos rodeando sus tobillos, sentada en la hierba, con la cara apretada
contra las rodillas levantadas. A su lado yacía en el césped su feo sombrero.
Llevaba una blusa azul desteñida, que rápidamente analizó en busca de rastros
de sangre. Nada. Físicamente se veía perfectamente bien. Tan perfectamente
bien como una persona podría estar cuando su corazón se rompía. Como un
niño perdido, se balanceaba rítmicamente adelante y atrás. Por encima del
ruido del agua, Chase podía oír su sollozo. Profundos sollozos, y lágrimas.
Su primer impulso fue correr más y cogerla en sus brazos, para asegurarle que él
se haría cargo de todo y que ella no tenía que preocuparse, pero el sonido de los
sollozos, la desesperanza que la envolvía, se lo impidió. Ya no era ninguna niña,
era una mujer. Desde la edad de trece años, la vida la había forzado a lo largo de
un camino que nunca habría escogido para sí de ninguna otra manera. Ahora la
Madre Naturaleza, finalmente la había hecho jaque mate. Ella ya no podía
seguir en el camino que había ido siempre, pero tampoco podía volver sobre sus
pasos, y para una mujer de su profesión, no había vuelta atrás.
En ese momento, a Chase, le dolía ella como nunca nadie le dolió. La vida le
había robado tanto. No sólo su infancia, sino todas las otras cosas que la gente
daba por sentado, además de su derecho a caminar con la cabeza bien alta.
Ahora estaba a punto de robarle una vez más por correr en su ayuda y
convertirla en su esposa. Sus intenciones eran buenas, y sólo Dios sabía cuanto
la amaba. El problema era como poder demostrárselo.
Franny. Las lágrimas picaron en la garganta de Chase cuando la miró. Si alguna
mujer de la tierra merecía ser adecuadamente cortejada, era ella. Flores, un
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anillo de compromiso, una propuesta romántica de rodillas, una boda de lujo


con todos los adornos. Otras mujeres jóvenes tomaban estas cosas por sentado,
las esperaban e incluso las exigían. Para Franny, estas cosas eran sueños que
nunca podrían ser.
Chase se acercó lentamente hacia ella, sintió impotencia y enojo. No con ella,
por supuesto, de nada de esto podría ser atribuido a su culpa. Y, ciertamente,
tampoco consigo mismo. Después de ver ese gancho de alambre en su cama, la
forma en que lo percibía, era que tenía sólo una opción, y era que iba a casarse
con la chica tan rápido como pudiese. Él no se atrevía a hacer otra cosa. Pero,
maldita sea si no quería sacudir su puño, si no en contra de Dios, entonces
contra el destino, por empujarla a ella a otra situación de la que no tenía ningún
control.
Cierto era que Chase había tenido la esperanza de que ella se casaría con él,
desde hacía ya bastante tiempo, y si la cosa hubiese ido de otra manera, ella
habría, tarde o temprano, aceptado. Pero él nunca la habría forzado. Ahora no
tenía otra alternativa. Si tuviera que hacerlo, tendría que utilizar el chantaje. Si
lo detestaba por eso, que así fuese. Cualquier cosa era mejor de lo que era
evidente que tenía en mente, que era poner fin a su embarazo, pasase lo que
pasase.
Un bebé. Por todas sus creencias. Corriendo en busca de Franny, Chase no había
usado más de un segundo en pensar en el niño, y ahora no iba a echarse atrás.
De acuerdo con las creencias del Pueblo de su padre, si un hombre reclamaba a
una mujer, él también reclamaba a sus hijos, y en la reivindicación, se convirtió
en su padre antes incluso de que naciese.
Como si de repente se diese cuenta de su presencia, Franny levantó la cabeza y
se sujetó sus dolorosos sollozos ante los ojos en él. Con manos temblorosas,
rápidamente se limpió las mejillas.
—Chase —dijo con voz débil.
Sabía que ella deseaba que se fuese, pero no estaba dispuesto a complacerla. Se
acercó hasta sentarse en el suelo a su lado, cubrió los brazos sobre las rodillas
flexionadas. Para darle un momento para recuperar la compostura, pretendió
estar intensamente interesado en algo en el lado opuesto del arroyo.
En su visión lateral, la vio hacer un intento desesperado por arreglar su cabello.
Sabía que no era la vanidad la que la impulsaba. A pesar de que toda su vida
había sido tocada y tratada por manos podridas, ella todavía se aferraba a su
dignidad. No quería que él la viera así. Golpeada, sin saber adónde ir. No, no
Franny. Si ella lo permitiese, iba a tratar de poner un rostro brillante en cada
cosa de su mundo e iba a terminar de derramar sus lágrimas después de que él

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tomase el control. Buena suerte para eso. A partir de ahora, se iba a pegar a esta
niña cómo una maldita lapa.
Debido a que no había manera que se le ocurriese como abordar con facilidad el
tema, se decidió a cortar por lo sano e ir derecho al tema.
—May Belle encontró el acero de la percha. No sabía a dónde te habías ido, o lo
que te podrías haber hecho, se asustó y me mandó llamar.
Con voz fina y chillona, dijo.
—¿Quieres decir que te lo dijo?
—¿Eso de que llevas un niño? — La miró fijamente con una mirada implacable.
—Sí, me lo dijo.
Era evidente que le daba vergüenza, y giró a la cara. Arrancó un puñado de
hierba, que desplegó sobre sus dedos delgados y se quedó mirando las hojas
verdes como rayas sobre la palma de la mano.
—Franny…
Todavía no lo miraba, levantó la otra mano para hacerlo callar.
—Lo sé. Por favor, no lo digas. Sólo tienes que irte lejos de mí. ¿De acuerdo?
Chase sólo podía adivinar lo que ella pensaba que él quería decir.
—Cariño, yo…
—Yo lo entiendo. En realidad, lo hago. —Ella hizo otro pequeño sonido extraño y
se encogió de hombros. —Nunca hubiera funcionado de todas formas, Chase. Yo
era… —Ella tragó saliva y se tensó para mantener el equilibrio de su voz— .Yo…
eh… creo que eres un buen tipo, incluso para tratar de explicarte. En verdad que
sí. La mayoría de los hombres no me habrían preguntado, en primer lugar, y
seguro que no se tomarían la molestia de sentirse mal por algo como esto. . . —
Ella hizo un gesto con la mano sin fuerzas— . De todos modos, ha sucedido, y tú
no tienes que decir una palabra. Yo lo entiendo.
—Tal vez quiero decir una palabra. Si puedo conseguir hablar.
—Bueno, por favor no lo hagas —ella se frotó la mejilla con dedos temblorosos, y
luego le echó un vistazo a él— vamos a dejarlo sin terminar. ¿De acuerdo? —ella
dio una velada y temblorosa risita— .Sé que suena tonto, probablemente
viniendo de alguien como yo, pero tú eres el único novio que he tenido. Me
gustaría mantener el dulce recuerdo y no quedarme con los tristes.
El único novio que había tenido. Por su vara de medir, pocos malditos dulces
recuerdos había tenido. Sin embargo, por la forma en que lo dijo, sentía que no
había habido en su vida una gran cantidad de buenos recuerdos.
—Franny…
Su boca temblaba en las esquinas. Haciendo un visible esfuerzo para luchar
contra las lágrimas, dijo:

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—Antes de venir, yo estaba aquí sentada pensando en… así, en cosas tontas,
supongo. Cosas cómo de qué color serán sus ojos.
Estaba abriendo su corazón a Chase, diciéndole hasta más de lo que debía saber,
eso era más importante que todos sus esfuerzos por cortejarla, su acercamiento
no había sido en vano. Si nada más había, por lo menos llegar a confiar en él
como su amigo. Se sentía como si acabara le entregarle una gran parte de su
corazón roto. Y, oh, Dios, cómo deseaba poder arreglarlo.
Ella perdió la batalla contra las lágrimas, y rodaron por sus mejillas. Atrapadas
por un rayo de sol que entraba entre los árboles, brillaba sobre su piel pálida
como los diamantes.
—¿No es absurdo? Con todo lo que yo debería preocuparme, todo lo que puedo
pensar es en el color de sus ojos.
Ahondando profundamente, Chase encontró su voz.
—No creo que sea absurdo en absoluto.
La garganta le volvió a funcionar mientras ella luchaba por tragar.
—Yo… eh… —Levantó un frágil hombro.
—Creciendo como lo hice, en una gran familia, una de las cosas que soñé cuando
era niña era que algún día tendría un bebé propio. Ahora Dios me lo ha enviado,
y no importa cómo lo piense, no veo una manera de que se quede conmigo —ella
sorbió y se estremeció— . Supongo que es lo único que puede esperar alguien
como yo.
—Un gancho de alambre no es una solución, Franny.
—¡No! —admitió ella con voz temblorosa — quería llegar hasta el final.
Realmente lo quería. Pero en el último segundo, empecé a preguntarme: —su
voz se quebró y tragó para recuperarse— esas cosas tontas, como si iba a ser
niño o una niña. Y de repente ya no era sólo un problema del que tenía que
deshacerme. Yo… eh… no podía hacerlo. Acabé de darme cuenta de que no
podía hacerlo.
Cuando ella lo miró, sus bellos ojos estaban oscurecidos con ojeras, en
sorprendente contraste con su palidez. Brillantes, como las puntas de una
estrella por sus lágrimas y sable negro sus pupilas, sus pestañas doradas
oscuras, guardando su increíble color verde. Un rayo de sol cortaba los árboles
detrás de ella, creando un nimbo de oro alrededor de su pelo alborotado. Nunca
la había mirado más como un ángel. Chase no quería nada más que envolverla
entre sus brazos.
—De todos modos —continuó ella con voz temblorosa— he decidido que voy a
seguir adelante y tener a este bebé. May Belle cree que podemos encontrar unos
padres adoptivos, y ella se ofreció a prestarme algo de dinero para mantenerme
a mí y a mi familia hasta que pase el embarazo. Estoy pensando en dedicarme
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más a la costura y es un buen oficio. He estado pensando que podría ganar un


salario para mantenerme, poniendo las cosas en depósito en las tiendas. No sólo
aquí, tal vez también en Jacksonville y Grants Pass. ¿Crees que la gente puede
comprar mis cosas?
Su capacidad de recuperación sorprendió a Chase. Pero sólo por un momento.
Una de las cosas que lo habían hecho amar a Franny en primer lugar, era que
había encontrado una manera de sobrevivir. No era una mujer muy grande, sus
rasgos eran frágiles y sus grandes ojos la hacían parecer aún más delicada.
Pensando en la primera vez que había puesto los ojos en ella, recordó en querer
luchar contra leones de montaña por ella, para ganarla. De lo que no se había
dado cuenta entonces, y que estaba empezando a aceptar ahora, era que Franny
no necesitaba a nadie para librar sus batallas. No necesitaba la fuerza de su
brazo para hacerle frente a la adversidad.
—Bueno —le presionó— ¿Qué piensas?
—Yo creo —respondió lentamente— que eres la mujer más increíble que he
conocido.
Volvió los ojos incrédulos hacia él.
—¿Perdón?
—Ya me has oído.
Un rubor subió a sus pálidas mejillas.
—Oh, vaya.
—No, en serio —estaba claro que no se veía a sí misma como admirable, ni algo
parecido, lo cual era una razón más por la que sintió que tenía que decírselo—
eres una entre un millón. Hermosa, dulce, deseable. Estar contigo me hace
sentir flotando a diez pies de altura.
Pasó un dedo por el hueco suave de su mejilla bañada en lágrimas. El hueso se
sentía muy frágil, por debajo de la punta de los dedos romos, y anhelaba
explorar más a fondo, para sentir la delicada estructura de la mandíbula, y la V
de la clavícula. Amándola como lo hacía, se encogió cada vez que recordaba el
alambre de la percha sobre su cama y lo que podría haber sucedido si ella lo
hubiese utilizado. Tan valiente como evidentemente era, todavía no había
garantías de que no iba a hacer algo desesperado en un momento de pánico. El
pensar en su familia que podría quedar desamparada, probablemente correría el
riesgo de cualquier cosa para evitarlo, incluso poner en riesgo su vida. Por
mucho que odiaba obligarla a nada, no iba a dejarla pensar mucho, no fuese que
cambiara de opinión en cualquier momento y volviera a ponerse en riesgo.
—Franny, ¿qué dirías si yo te pidiese que te casaras conmigo y me permitieses
ser el padre de este bebé? —le preguntó en voz baja.
Ella le lanzó otra mirada incrédula.
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—Por favor, piensa en ello antes de contestar. Te amo, lo sabes. Eso tiene que
contar para algo.
—¿Me tomas el pelo?, ¿no?
—Señor, no. Esto no es para bromear —Chase la miró fijamente a los ojos,
tratando de transmitir la profundidad de sus sentimientos por ella. En su
corazón, él rezó por favor, Dios, deja que me crea y diga que sí. No me obligues
a hacer algo que va a hacer que me desprecie.
En voz alta dijo.
—Te amo, Franny. Hazme el hombre más feliz y dime que vas a casarte
conmigo.
El poco color que quedaba en su cara desapareció.
—No te puedes casar conmigo.
—Oh, sí que puedo.
Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
—¿Has perdido la cabeza? Tú no puedes casarse con una prostituta embarazada.
Dios, cómo odiaba esa palabra. Prostituta. Se refirió a ella como si fuera un
trozo de excremento en un montón de estiércol. Lo hizo enojar, impotente de
ira. Ella era tan increíblemente hermosa, tan infinitamente preciosa para él.
¿Cómo podía mirar en un espejo y no verse a sí misma como él lo hacía?
—En el instante en que aceptes ser mi esposa, no serás una prostituta
embarazada –susurró— serás mi mujer —poniendo su mano sobre la pequeña
cintura, agregó— y este niño va a ser mío.
Ella se sacudió de su tacto, como si le hubieran quemado. Empujando su brazo
casi frenéticamente, gritó:
—No seas absurdo. Ni siquiera sabes quién es el padre este bebé.
Al ver el pánico, Chase sacó su brazo y se echó hacia atrás, permitiéndole algo
de espacio, porque sentía que ella lo necesitaba desesperadamente.
—No me importa.
—¡Sí, sí importa! ¡Importa muchísimo! —levantó las manos— Ni siquiera se
puede adivinar quién es el padre, Chase.
—Entonces mi reclamo será indiscutible.
Ella lo miró fijamente, como si estuviera loco.
—Si nos sentamos delante del saloon y observó a los hombres en esta ciudad que
caminan a pie por la acera, yo no podría señalar a uno solo y jurar que haya
estado en mi habitación. Me quedaba con las luces apagadas. Nunca hablaban…
—Yo sé todo acerca de tus reglas, Franny —añadió con dulzura—.Tengo
entendido que no estabas familiarizada con los hombres, para que… —era su
turno de gesticular con la mano— .JesuCristo. ¿Qué diferencia hay si sabes o

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no? La verdad es que prefiero que no lo sepas. Yo quiero que sea mi hijo. Sólo
mío.
—Oh, Chase —su barbilla empezó a temblar, y en un esfuerzo por controlarla,
sus labios se entristecieron— no me hagas esto— .Por su mirada destrozada
supo que ella era demasiado sincera.
—¿Lo harás, cariño? Te pido que seas mi mujer, para estar a mi lado por el resto
de mi vida. Es el lugar donde perteneces. ¿No ves eso?
—Vete —le susurró entrecortadamente— .Por favor, sólo tienes que irte lejos. Me
estás cogiendo en un momento de debilidad. No puedo ser fuerte en estos
momentos. Vete. Antes de hacer algo totalmente loco y decir que sí. ¿Por favor?
Si no fuera por el terror absoluto que vio en sus ojos, Chase podría haber gritado
con alivio. Estaba a punto de decir que sí. ¡Alabado! sea el Dios de su madre y
los Grandes Seres de su padre, ella estaba a punto de decir que sí.
—Estás empeñado en hacer que te ame —dijo abruptamente— nunca vas a
rendirte, ¿verdad? Y va a ser un desastre si lo hago. ¿Por qué no te das cuenta?
—Se dio la vuelta, como si ella no pudiese soportar mirarlo. —¿Crees que soy de
piedra? En este momento, estoy más asustada de lo que he estado alguna vez en
mi vida. Nunca me he sentido tan sola.
Con un profundo dolor por no poder abrazarla ahora, Chase se conformó con
tocar ligeramente su hombro. Ella se encogió bajo su mano.
—Cariño, no tienes que estar sola. Nunca más. Permíteme cuidar de ti, ¿eh? De
ti y del bebé. De tu familia. Todo lo que tienes que decir es una palabra. Sí. Y no
tendrás que volver a sentir miedo.
Un sollozo la desgarró, al salir de su pecho.
—Oh, Chase. ¿Sabes lo que casi hice? —Ella cerró los ojos— .Cuando me enteré
que estaba embarazada, pensé acerca de casarme contigo y pretender hacerte
creer que este bebé era tuyo. Pensé en mentir y decir que era tuyo. Por eso estoy
tan desesperada ahora.
—Entonces hazlo —Él tomó la barbilla en la palma de su mano y la obligó a
mirarle— Cásate conmigo, cariño, y dime que este bebé es mío. Eso es lo que
quiero. ¿No ves? No puedo pensar en nada que me gustara más. Dilo ahora.
“Chase, este es tú bebé. Y, sí, me casaré contigo”. Dilo, Franny.
Se arrastró lejos de él casi gateando sobre la arena, desesperada.
—¡Basta! ¡Tienes que parar! —Presionó los dedos rígidos en las sienes, se volvió
a mirarle de nuevo— .Te has vuelto loco, y yo también. Si te casas conmigo y
reclamas a este niño, vas a terminar despreciándome. Tarde o temprano,
comenzarás a buscar los rostros de los hombres en esta ciudad, en busca de un
parecido con mi hijo. Lo buscarías en cada cara y te preguntarás cuántos de ellos

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habían tenido intimidad con tú esposa, y la respuesta serían docenas. No puedo


hacerte eso, ni a ti, ni a mí misma, y menos aún a un niño inocente.
—Franny…
Apretó sus manos sobre los oídos.
—¡Cállate! ¡No digas una palabra más, Chase Lobos! Si lo haces, yo podría… —
Se interrumpió y sacudió la cabeza— .Sería una locura.
—¿Qué podrías hacer? ¿Decir que sí? —se puso en pie. —Entonces, cariño,
hazlo. Sigue a tu corazón y hazlo.
—¿Mi corazón? —ella le dirigió una mirada lastimosa— ¡Oh, Chase! ¿Qué hay de
tu familia? ¿Tus padres? Ellos nunca te perdonarán, y me odiarán. Nunca
aceptaran a este bebé ni en un millón de años. Sería una paria.
—Tú no sabes nada acerca de mis padres –sentenció— .Les encantarás, tú y mi
hijo, te lo prometo.
—No es tu hijo.
Chase respiró hondo, preparándose, con una mano sobre su corazón, golpeó su
propio pecho con la palma abierta.
—Sí. Mi mujer, mi hijo. Ya basta de esto. Casarte conmigo es lo mejor para los
dos, y eso es exactamente lo que vamos a hacer.
—No me tientes.
—Te lo estoy diciendo.
Ella puso ojos incrédulos y cautelosos sobre él, alarmada por la firmeza de su
tono.
—Acabo de explicarte por qué no puedo hacerlo…
Chase apoyó las manos en las caderas.
—Obviamente estás demasiado aturdida en este momento para tomar la
decisión. O eso, o te da miedo. Así que estoy tomando yo esta decisión por los
dos. No hay opciones. ¿Qué te parece? Vas a casarse conmigo. Si todo se va a la
mierda más tarde, entonces no será culpa tuya. Estoy tomando yo la decisión. Si
no es la correcta, asumo toda la responsabilidad.
Ella lo miró con sus ojos brillantes llenos de lágrimas.
—Oh, Chase, es un bonito gesto. Pero tengo que pensar en mi bebé.
—No es un gesto, es una orden. Y a partir de este segundo, no te permito pensar
en él, no cuando se trata de esto. Te vas a casar conmigo, es el final de esta
conversación. Por lo tanto, vamos a ir y hacerlo.
Ella se abrazó a su cintura. Con su nariz roja de tanto llorar, sus ojos se abrieron
con asombroso cuidado, pensó en cuando tenía doce años. Él se imaginó que
debía tener un aspecto muy parecido al de ahora en esa fatídica noche, hacía ya
nueve años. Pequeña, asustada, agotada de tanto llorar. ¿Cómo un hombre que
se llamase a sí mismo hombre podría haberla forzado? Chase no lo sabía. El
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pensamiento, literalmente, lo enfermó. Incluso ahora, que era mucho más


grande de edad y de cuerpo, sólo le duraría dos minutos forzarla. Sabía que no
tendría competencia si la arrojase al suelo, ella no podría luchar contra él.
Fácilmente podría sujetar sus muñecas en un puño y mantener sus piernas
abiertas con una de la suyas. Su lucha podría ser una incomodidad, pero nada
más. Aquel hombre pudo evitarlo, y detenerse en cualquier parte, si hubiese
sido un hombre de verdad, la habría sacado de allí, no la hubiese forzado,
haciéndola experimentar con dolor su primera vez, con su boca, con sus manos
y luego por la invasión de su frágil cuerpo.
Sabía que, cuando la tomase algún día, sería dulce y suave, y dudaba que el hijo
de puta que había hecho los honores se hubiera molestado en serlo. Un hombre
que paga el precio para arrebatar la virginidad a una pequeña niña, era del tipo
que conseguía su disfrute imponiéndose a alguien débil, aterrorizando e
infligiendo dolor. Era inconcebible para Chase que otros hombres hubiesen ido
a esa habitación después de ver a la niña, sangrando en la cama, y utilizando su
pequeño cuerpo maltrecho. ¿Qué tipo de monstruos hacían esas cosas? ¿Cómo
iban a retomar después su aura de respetabilidad, y volver a su casa, a sus
propios hijos, sin sentirse miserable y vil?
Avanzó hacia Franny, con pasos lentos y medidos, Chase le tendió una mano
hacia ella.
—Ven conmigo, cariño. Se acabó. No más agonía. Yo he tomado la decisión por
ti.
Ella miró a su mano extendida cómo si estuviese contemplando una serpiente a
punto de atacar.
—No puedo.
—Tú no tienes elección.
—Por supuesto que sí.
Su pulso corría a gran velocidad, Chase sacó el arma que se había guardado, un
arma grande, enojado consigo mismo para usarlo en su contra, sin embargo,
convencido de todo esto sería más fácil para ella si lo hiciese.
—No, Franny, no. Si deseas continuar con esta discusión, lo haremos en el salón
de la casa de tu madre.
Su cuerpo se puso rígido y fijó en el sus ojos acusadores.
—¡Tú no…! No te reconozco ahora, Chase. No serías tan cruel.
—Pruébame.
—Ella es ciega. Sería absolutamente despiadado con ella arrastrarla a esto.
Chase se endureció a la súplica en los ojos.
—Franny, ser despiadado está en mi sangre. Soy comanche, ¿recuerdas? Vengo
de una larga lista de hombres que ponían su mirada sobre una mujer y eran
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implacables en hacerla suya. Es un poco como la primera vez que monté un


caballo. Simplemente, para mí es algo natural. Te quiero y voy a tenerte. Tan
simple como eso — se encogió de hombros— en cuanto a ser despiadado, tu
madre puede dar lecciones.
—¿Lecciones? ¿Qué diablos quieres decir?
—Que ella se hizo pasar por mucho más ciega de lo que es en realidad en estos
últimos nueve años, eso es.
Ella dio un respingo como si la hubiese herido, lo que hizo a Chase desear poder
llamar de nuevo sus palabras. Él no tenía la intención de bajar en ese tema, no
ahora, tal vez nunca. Algunas verdades eran demasiado dolorosas para hacer
frente, y sintió que para Franny, ésta era una de ellas.
—¿Cómo te atreves a darme a entender que mi madre lo sabe? —exclamó con
voz entrecortada— ¿Cómo te atreves?
Chase podría haber dicho mucho más, por todos los infiernos, pero su objetivo
era proteger a la muchacha, no destruirla. Preparado por si ella tratase de
resistirse, la agarró del brazo.
—Son casi las cuatro de la tarde. Vamos a ver al Juez de Paz y conseguir acabar
con esto, tenemos que ponernos manos a la obra.
Cogió del tirón su brazo libre. No iba a dejarla escapar.
—Puedes venir conmigo por tu propio pie… —dijo en voz baja— o puedo llevarte
a cuestas encima de mi hombro. Y, por favor, no cometas el error de pensar que
es un farol. Yo me crie con las historias de cómo mi padre tomó cautiva a mi
madre. Cuando yo era niño, solía soñar con capturar para mí una chica bonita
algún día y acarrearla hasta mi tienda, al igual que mi padre hizo con mi mamá.
Poniéndote encima de mi hombro cumpliría todas mis fantasías de muchacho.
Sus ojos se abrieron.
—Eso es bárbaro.
—¿No es justo? —sonrió, bordeando casi la amenaza. —No hablo en broma, por
supuesto, aunque hazte cargo. Vamos, cariño. Al segundo, el modo de
transporte va a atraer una gran cantidad de miradas, una vez que lleguemos a la
ciudad.
Su boca temblaba en las esquinas y tembló un músculo bajo su ojo.
—Tú no lo harías.
Chase hizo el gesto como si fuera a agarrarla por las piernas. Con un chillido
asustado, apretó sus manos contra sus hombros.
—¡No, espera! Yo… voy a ir andando.
Poco a poco se enderezó. Cuando trató de alejarse, él apretó su agarre en el
brazo.
—Mi sombrero —dijo ella con voz temblorosa.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Déjalo —respondió con firmeza— de aquí en adelante, no lo vas a necesitar.


15
Se sentía como los restos que una ola se llevaba por delante, Franny vivió a través
de la siguiente hora cómo si estuviese en un sueño. Ningún otro argumento le valió,
Chase la obligó a volver a la ciudad, buscó a un juez de paz, y exigió que los casaran
de inmediato. Franny apenas podía asimilar lo que allí se decía. Cuando comenzó la
breve ceremonia, Chase tuvo que empujarla con el codo para hacerla decir “sí
quiero”.
Así que rápidamente se convirtió en la señora Chase Lobos. Chase selló sus votos
con un suave beso, el primero que nunca le había dado, Franny estaba tan
insensible que no lo pudo sentir. Por desgracia, el entumecimiento no se extendía a
su estómago y cuando salieron de la oficina del juez de paz, en el paseo marítimo,
sintió un poco de náuseas, ya sea por nervios o por su embarazo, no lo sabía. Al
balancearse ligeramente, él le puso una mano sobre su cintura.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, con un tono de voz totalmente en
desacuerdo con su arrogancia marcial de hacía unos minutos.

Franny murmuró:
—Enferma —y tragó saliva, con miedo a soltar el contenido de su estómago, allí
mismo, en el paseo marítimo. Salpicar sus botas negras Montana no era
exactamente una manera ideal de comenzar su vida juntos.
¿Su vida? Las palabras resonaban en su mente. Ellos no tenían entre manos una
vida en construcción. Un circo, más bien, con todo el mundo boquiabierto con ellos.
La única diferencia sería que la gente no tendría que pagar para comprar las
entradas.
—¡Ah, cariño! —con solicitud marital, deslizó un brazo fuerte alrededor de su
cintura— .Vamos a ir a casa a continuación. Mi madre sabrá de algún remedio para
darte. Ella es buena con los remedios caseros, en especial para este tipo de cosas.
Empezando, su madre. Franny tenía una urgencia histérica por correr. ¿A dónde?,
no lo sabía. Hacia cualquier lugar, con tal de que estuviese lejos de él. Él no podía
llevarla a su casa, como podría llevar un perrito callejero que había encontrado.
¿Qué le diría a sus padres? ¿El hecho de que se había casado con la prostituta local?
Y, oh, ¿por cierto, que estaba embarazada? El mismo pensamiento le hizo arrugar la
piel. Ellos la detestarían a la vista. ¿Cómo podía hacerle esto a ella? ¿O a sus
padres?
Muy simple, lo hizo poniendo un pie delante del otro, y llevándola a su lado, a
través de la ciudad. A través de la ciudad. A la casa de sus padres. Siguiendo sus
pasos. Al otro lado del porche. Durante todo el tiempo, Franny fue tragando para
que su estómago se comportase y frenéticamente pensando en maneras de poder
escapar. Demasiado tarde. Abrió la puerta, penetraron en su interior, y gritó:
—¡Mamá! Tengo una sorpresa para ti!
168
Magia Comanche
de Catherine Anderson

¿Una sorpresa? ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! No, ya no, tal vez ahora sabía que iba a
vomitar. Vagamente se daba cuenta de los alrededores. Un sofá de crin, tapetes de
crochet, un suelo de madera brillante y coloridas alfombras tejidas. Más allá de la
zona de la sala de estar, vio una cocina de aspecto amigable, dividida por una mesa
larga, el área de cocinar a un lado, la alacena en el otro. Era el tipo de casa que decía
“bienvenido” y abrazaba cálidamente a todos los que entraron. Pulidos cristales de
las ventanas le guiñaron un ojo desde detrás de las cortinas blancas prístinas y
almidonadas.
Desde lejos, Franny había visto a la madre de Chase y de Índigo, Loretta Lobos, por
lo menos una docena de veces, y como se acordaba, era una mujer pequeña con el
pelo de miel dorada que siempre parecía estar sonriendo. Cuando salió de una
habitación a la izquierda, sin embargo, le pareció a Franny la más temida pesadilla,
una señora, desde la punta de los negros y viejos zapatos hasta el moño que
coronaba sobre su cabeza. Su ligera blusa de alpaca, casi el mismo tono de azul
como el de Franny, estaba hermosamente decorada con pliegues intrincados en el
corpiño, un volante de blanco puro en el cuello y los puños, cordones y volantes en
la cintura. En lugar de caminar como una persona normal, parecía deslizarse.
Cuando vio a la mujer al lado de su hijo, dudó un instante y luego se recuperó de su
sorpresa, sus grandes ojos azules, con una calurosa bienvenida.
—¡Ah, una invitada! Qué bien. Pongo un poco de té.
Franny sintió el brazo de Chase ajustándose a su alrededor.
—¿Es bueno el té para las náuseas matutinas?
El suelo desapareció. Al menos eso es lo que sentía Franny. Echó una mirada de
horror a su nuevo marido. Sonreía como si no tuviera sentido común.
—¿Nauseas matutinas? —Loretta frunció ligeramente el ceño— .El té de jengibre
podría ser justo lo que necesita. O quizás de frambuesa. —Sus ojos azules se
llenaron de amistosa preocupación, mirando a Franny.—¿Se siente mal, querida?
—¿Mal? —no dijo ni la mitad. Se iba a desmayar— .Yo… sí, un poco.
—Mamá —dijo Chase con voz ronca— .Prepárate para un susto.
A Loretta se le abrieron los ojos como platos. Entonces le disparó otro vistazo a
Franny.
—Nos casamos —dijo Chase suavemente.
Loretta Lobos no reveló el choque que debió haber sentido, por tanto como en un
abrir y cerrar de las pestañas. Su hermoso rostro de inmediato puso una sonrisa
alegre, y apretó sus manos juntas como si tener en su casa a su hijo junto a la puta
local fuese la respuesta a su oración de toda la vida.
—¿Casado? ¡Oh, Cielos, es maravilloso!
Franny pensó que la pobre mujer no tenía ni idea de quién era ella. Era eso, o se
engañaba. Loretta se apresuró a cerrar la distancia restante entre ellos y estrechó
las manos frías de Franny.
—Oh, Chase, es absolutamente encantadora.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Chase parecía un poco decepcionado.


—No te ves muy sorprendida.
Loretta besó la mejilla de Franny en señal de bienvenida.
—Por supuesto que no. Tu padre me dijo en qué dirección soplaba el viento hace
más de una semana. Habíamos empezado a creer que habías cambiado de opinión.
Oh, estoy tan contenta. Franny, ¿no? Índigo no tiene nada más que cosas
maravillosas que decir sobre ti. Ven, pasa, voy a poner un poco de té de jengibre a
calentar. Se van a acabar tus nauseas en nada, te lo aseguro.
En un revuelo de faldas, estaba fuera de la cocina. Franny se quedó tan estupefacta
que olvidó por completo que se sentía enferma. Chase le dio un empujan y le guiñó
un ojo cuando miró hacia arriba.
—¿Qué te dije? No hay nada de qué preocuparse. Junto a ti, mi mamá es la mujer
más dulce de la tierra.
—¡He oído eso! —Loretta dijo desde los fogones.
Chase se rio y llevó a Franny hacia la mesa. Después de sentarse ella, cruzó la cocina
para levantar a su madre en sus brazos. Ella chilló con sorpresa, entonces se echó a
reír.
—¡Bribón!
—Nadie va a quitarte tu sitio. Ya lo sabes.
Ella le dio un golpe en la frente.
—Sólo estaba tomándote el pelo. Si no crees que ella es la mujer más dulce en la
tierra, es que necesitas que un doctor te examine esa cabeza por casarte con ella. —
Loretta lanzó una mirada cálida a Franny.—Estoy contenta que por fin has
conseguido un poco de sentido común. Estaba empezando a pensar que nunca ibas
a darme un nieto.
—No te dejas engañar, ¿no?
—Sí, bueno, nunca hiciste nada en la forma convencional.
Loretta se desprendió de sus brazos para esparcir el jengibre en el agua de una
tetera pequeña.
—No tengo fresco —comentó a nadie en particular— .Sin embargo, el seco funciona
igual de bien.
—¿Dónde está papá?
—Llegará dentro de poco. Todavía está en la mina —la tetera en la parte posterior
de la estufa empezó a silbar, y cogió una agarradera para retirarla del fuego—
.Tengo frambuesas secas, Franny. Una vez que el jengibre haya asentado tu
estómago, puedes comer un poco en la cena, las serviré para el postre. Muy bien,
dentro de poco te sentirás mejor.
Franny sólo podía esperarlo. Ahora que ella se sentaba a su lado, su estómago había
comenzado a rebelarse de nuevo. Supuso que quien la mirase la vería tan verde
como se sentía, cuando Chase volvió para mirarla, sus ojos se oscurecieron con
preocupación.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Creo que tal vez deberías acostarme un rato. Te puedo llevar el té en la cama.
—No, estoy bien, de verdad —Franny se sentía fuera de lugar sentada a la mesa de
su madre. Ir a la cama en su casa estaba fuera de cuestión.
A Chase no le importaba nada de eso. Antes de que Franny adivinase lo que
pensaba hacer, la cogió de la silla en sus brazos. Lo siguiente que supo, es que la
llevaba a una escalera de gato hacia el piso superior abuhardillado. Construido con
cierta inclinación, la escalera ascendente no podría haber parecido tan peligrosa si
se hubiese agarrado de los carriles para mantener su equilibrio, pero sus brazos
estaban llenos con ella. Con cada paso, Franny temían caer a la sala de estar de
abajo, y se aferró a su cuello con miedo.
—Recuérdame que te suba hasta el desván más a menudo —bromeó.
Franny tenía una vaga impresión de un muro central que dividía dos dormitorios.
Chase se desvió hacia el de la derecha. Una ventana soleada sobre la cama llenaba la
habitación con su brillo. Sin soltarla, se las arregló para dar la vuelta a la colcha y la
sábana de colores antes de bajarla en el borde de la cama. Demasiado enferma
como para resistir, Franny se sentó como un peso muerto mientras él le quitó los
zapatos. Cuando llegó a los botones de su blusa, ella se quedó paralizada.
—No, por favor, yo…
—No seas gallina —echándole a un lado sus manos, comenzó a desabrochar su blusa
con dedos expertos— soy tu marido, ¿recuerdas? Desnudar a mi esposa es uno de
los muchos privilegios que vienen con el honor.
Su marido. Sus manos cayeron aturdidas a su regazo. Dos botones, tres. Cerró los
ojos, demasiado enferma como para resistir la situación y con miedo a contemplar
lo lejos que podría llegar. Si él quería despojarla de su ropa, ¿qué podía hacer?
¿Insistir en que no? Estaba seguro de que su madre probablemente podía oír cada
palabra que hubiese entre ellos.
Con el dominio de un hombre que parecía practicar a menudo el desnudar a
mujeres, sacó su blusa por los hombros y las mangas de sus manos. Tirando
suavemente de sus pies, rápidamente desató las faldas y pololos, a continuación,
rozándola apenas, las sacó de su cuerpo junto con sus medias. Franny se
estremeció. Tan acostumbrada como estaba a la cercanía de los hombres, ninguno
la había desnudado desde su iniciación en la profesión. Tampoco hubo ningún
hombre que la viese a la luz del día, cuando llevaba nada más que una camisa
interior.
Chase no se detuvo en la tarea. En el instante en que fue despojada de la ropa
interior, le apoyó la espalda en la cama y le ayudó a acomodarse, ahuecando la
almohada de plumas bajo su cabeza y tirando de la manta hasta cubrir sus brazos. A
Franny le gustaban las mantas hasta taparle la barbilla, pero suponía que estaba
pidiendo demasiado de un hombre recién casado. Por supuesto que él quería mirar
a su esposa…

171
Magia Comanche
de Catherine Anderson

¿Qué era exactamente lo que le hacía? Franny se sentía como un insecto atrapado
sobre terciopelo. Comenzó a cerrar los ojos, pero Chase se anticipó al tocar con la
punta del dedo en su mejilla. Miró entonces su cara oscura. Inclinándose sobre ella,
se veía inmensamente grande de hombros, y su cabello color caoba caía en ondas
brillantes por la alta frente. Los rasgos oscuros de su hermoso rostro se cernían a
escasos centímetros del suyo, haciéndola sentir el aliento. Su matrimonio había
tomado una velocidad vertiginosa, y se sentía atrapada.
Era más bien como probar si el agua estaba fría con la punta de un dedo, sólo para
que alguien la empujase desde atrás. Sorprendente. Se sentía como si estuviera a
punto de hundirse por tercera vez.
No del todo segura de lo que quería decir, Franny espetó:
—¡Oh, Chase, estoy tan asustada!
Casi esperaba que él se burlara, por ser tan completamente absurda. Era una
prostituta, la intimidad con un hombre debería haber sido algo antiguo para ella.
Pero en lugar de reírse, él, se alisó el pelo en las sienes y le dijo:
—Sé que lo estás, mi amor. Si mi madre tiene una cura, la traeré y te la daré a
cucharadas.
La preocupación en su voz trajo lágrimas a los ojos de Franny.
—No va a funcionar. Sé que no lo hará.
Él se le acercó y le sostuvo la mirada con su único color azul oscuro.
—Franny, ¿he mentido alguna vez?
—No.
—Entonces créeme cuando digo que va a funcionar. No debes sentir malestar. No
es bueno para nuestro bebé. Debes tener pensamientos felices, y lo puedes hacer si
sólo confías en mí.
—¿Tienes los bolsillos llenos de magia o algo así?
—Tal vez —dijo en voz baja— soy un cuarto Comanche, recuerda. Tenemos
hechizos, talismanes y conjuros. Voy a buscar por el interior de mis bolsillos y ver lo
que puedo encontrar. La pregunta es, si nosotros hacemos un poco de magia, ¿vas a
creer conmigo en ella? No creo que funcionase de otra manera.
Franny quería creer. Con todo su corazón, ella quería. Pero en lugar de eso se llenó
de temor. Él la había obligado a entrar en su mundo. Y, oh, Dios, era todo lo que
había soñado que podría ser. Su madre era una maravilla. Su casa de la infancia
tenía paredes que emanaban calidez. Y cuando le miró a los ojos, leyó un centenar
de promesas que estaba aterrorizada a creer. Un marido maravillosamente
hermoso, un bebé, una familia con sus suegros, que le daban la bienvenida con los
brazos abiertos. Era el sueño de su vida. Un sueño imposible.
—¡Chase, el té de jengibre está listo! —su madre llamó desde abajo.
Sus ojos siguieron mirándola fijamente mientras se incorporaba.
—Vuelvo enseguida.

172
Magia Comanche
de Catherine Anderson

A medida que desapareció en la pared divisoria, esas dos palabras resonaron en sus
oídos, una garantía simple. Tenía miedo de creer incluso en eso. Temía tanto tener
razón. Ella sabía en su corazón que con el tiempo, él ya no la querría volver a ver,
tiempo vendría cuando la dejaría y seguiría su camino.
Aunque le produjese angustia, no lo culparía.
El té de jengibre hizo maravillas. Después de beberlo, Franny se sentía muchísimo
mejor y cerró los ojos, consciente de que Chase le tomaba la mano y la miraba, pero
demasiado cansada como para preocuparse. Había sido un día sin fin. Su mundo se
había dado la vuelta, y luego se había enderezado de nuevo, pero ya nada sería
igual. Nada volvería a ser lo mismo otra vez. Lo único que quería era escapar para
no tener que lidiar con todo esto ahora mismo.
Un prado lleno de margaritas, la luz del sol, una brisa dulce del verano, el sonido
del gorgoteo del agua sobre las rocas. ¿Realidad o sueño? La línea que separaba los
dos, se estaban desdibujando, pero a Franny no le importaba. Se sentía tan segura
en su prado. Nada podía tocarla allí. Nada malo podría pasarle. Nada podría hacerle
daño. Era un buen lugar para dormir. Un lugar seguro.
Cuando se despertó, por la ventana encima de ella entraba el crepúsculo.
Sorprendida, Franny se levantó en la cama y aguzó el oído. La casa de los Lobos
estaba tranquila. Los sugerentes olores de la cena llegaban hasta arriba, desde la
cocina, y en respuesta, el estómago gruñó. Bajando las piernas por el lado de la
cama, Franny llegó a su ropa.
Después de vestirse, se deslizó por la escalera de la buhardilla. La casa estaba
silenciosa y vacía. Las lámparas colocadas estratégicamente en las habitaciones no
habían sido encendidas por el momento, y las sombras caían sobre el suelo de
madera pulida. Más a gusto en las tinieblas que en la luz, Franny se relajó un poco
mientras se acercaba al centro de la sala de estar. Su mirada se posó en el hermoso
piano Chickering, con su superficie muy pulida. Cerca de allí, el sofá de crin de
caballo estaba colocado por debajo de un conjunto de cuadros, algunos de los cuales
mostraban retratos y otros recuerdos. Dio un paso más cerca para verlos mejor,
esbozó una leve sonrisa cuando vio las fotografías de niño de Chase. Había sido
buen mozo, incluso entonces, con los ojos encendidos de malicia, y su pícara
sonrisa.
—Mi mujer tiene todos sus recuerdos en la pared —comentó una voz profunda
detrás de ella— eso es porque ella cree que tiene un cerebro muy pequeño, ¿no? La
mayoría de los blancos son lo mismo. Ellos piensan que tienen espacio en sus
cabezas sólo para el aquí y ahora.
Franny saltó y se giró. Después, mirando a través de las sombras por un momento,
vio la silueta oscura de un hombre grande sentado en un taburete cerca de la
chimenea. Cazador de Lobos. Desde su ventana sobre el Lucky Nugget, lo había
visto desde lejos con frecuencia mientras caminaba por la ciudad. Eso era diferente
de verse a solas con él.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Con el torso desnudo y de aspecto siniestro con su pelo largo y oscuro, que parecía
perfilarse como él, se levantó y se movió silenciosamente hacia ella. Vio que llevaba
pantalones de cuero, con flecos a lo largo de las costuras exteriores y usaba
mocasines hasta la rodilla.
—¿Me tienes miedo? Lo siento.
Se detuvo al alcance de se mano. Mirándolo, supuso que era de la altura de Chase,
ancho de espaldas y estrecho de caderas. Franny podía ver de donde su marido
había sacado su mirada oscura y el aire salvaje. En la cadera de Cazador de Lobos
había un enorme cuchillo, su empuñadura desgastada y oscurecida con el tiempo.
No podía dejar de preguntarse a cuántas personas podría haber arrancado el cuero
cabelludo con él, años atrás.
—Así que…—sus ojos azul oscuro se deslizó lentamente sobre ella— eres Franny. Te
he visto, por supuesto —hizo un movimiento circular alrededor de su cabeza que
hizo que se preguntase, si, por un momento él puso en duda su inteligencia—
siempre con el sombrero y lo que son los volantes anchos, ¿cómo se llama?
Aliviada de que había sido en referencia a su sombrero, dijo:
—¿Fruncido?
—Ah, sí, fruncido —él asintió con la cabeza pensativo— te he visto muchas veces,
pero no conocía tu cara. ¿Sí? La pequeña mujer sin rostro —él la miró durante un
largo rato.—Ahora que el fruncido ya no te esconde, puedo ver por qué los pasos de
mi hijo lo llevaban siempre al saloon.
Franny sentía un rubor ardiente arrastrarse para arriba en el cuello. Doblando la
cabeza, miró ciegamente al suelo.
—Siento mucho infligir molestias a usted y a su esposa con esto. Sé lo que debe…
—¿Infligir? —le interrumpió.
Ella se asustó mucho cuando él apoyó la mano en la barbilla, que estuvo a punto de
salirse de sus zapatos. Antes que se recuperase, le levantó la cara.
—En esta casa, siempre mira hacia arriba, nunca hacia abajo.
—Pero yo…
Le puso el pulgar en la boca para hacerla callar, pero Franny no tenía ni idea de lo
que él quería decir.
—Nada de peros —una sonrisa lenta cruzó sus labios firmes. En ese instante, él le
recordaba mucho a la de Chase. —Por aquí, no hay obstáculos, por lo que no
necesitas ver a tus pies. Si ocasión de caer, uno de nosotros te atrapará antes de la
caída. Así que mirar hacia arriba, ¿no? Las mejores cosas de la vida están por
delante de ti, hija. Si cuelgas tu cabeza, puedes perdértelas.
Con eso, él la soltó y se estableció su mirada en la pared. Inclinando la cabeza ante
el retrato de familia, dijo.
—Estoy seguro de que conoces la mayoría de las personas retratadas. La que está
detrás de Chase es la hermana de mi mujer, Amy.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Franny sonrió para sí misma, los Lobos eran muy atractivos, no sólo un rostro
familiar más entre ellos.
—Amy se parece mucho a su esposa.
—Sí. Y algunos dicen que mi hijo es como yo —pareció pensar por un momento—
creo que soy mucho mas guapo.
Franny se echó a reír sorprendida. Cazador se rió con ella. Entonces, la cogió por
completo con la guardia baja, la cubrió con un fuerte brazo sobre los hombros y tiró
de ella cerrando sus brazos. No hubo tiempo para que ella se sintiese atrapada o
asfixiada. Antes de que se pudiese dar cuenta por completo de la cercanía, de
repente, le dio un beso paternal en la frente y la dejó en libertad.
—Bienvenida, Franny. En mi casa y en mi corazón.
Con esto, se alejó. Franny se quedó inmóvil, la mirada sorprendida fija en su
musculosa espalda mientras se movía hacia la cocina.
—Chase ha ido a recoger tus cosas —dijo por encima del hombro— mi mujer está de
charla con Índigo. Dormías durante la cena, y dejó órdenes estrictas de que tenía
que alimentarte si te despertabas. ¿Tienes hambre?
Franny se llevó la mano al estómago sintiendo su rugido.
—Un poco.
Él arqueó una mirada inquisitiva a su manera.
—¿Y la nausea? ¿Se ha ido?
Ella le dio otra risa sorprendida.
—Creo que sí.
Encendió un fósforo y encendió una lámpara en la estantería de los platos. La
llamarada súbita de la luz se dibujó en sus rasgos oscuros, fuertemente cincelados.
Mientras más le miraba, aún más se parecía a Chase. Sus dientes brillaron blancos
mientras sonreía.
—Yo voy hacia atrás con mi lengua a veces. Pronto te acostumbrarás a ella.
Franny no había tenido intención de ofenderlo.
—Creo que usted habla muy divertido.
Guiñó un ojo.
—No hablamos falsedades en esta casa, ni siquiera por cortesía —su fugaz sonrisa le
dijo que sólo bromeaba, pero Franny no tuvo clara la impresión de que había
también una nota subyacente de gravedad— no tengo expresiones extrañas.
Mayormente hablo como todo el mundo, pero mi extraña manera de poner las
cosas nunca ha desaparecido completamente —él se encogió de hombros— tal vez
es porque me aferro a mis propios caminos, ¿no? Para seguir siendo uno de Las
Personas de Mi Pueblo y no convertirme en uno más de los blancos.
Franny se sentó a la mesa y cruzó las manos nerviosamente encima de ella.
—¿Tiene prejuicios?
Guiñó un ojo de nuevo.
—Tú me lo preguntas.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Teniendo en cuenta la compañía que busca, no, me imagino.


—Eso es bueno. Suena como una cosa terrible que sea.
Ella se rió de nuevo. El sonido acaba de estallar antes de que pudiera reprimirlo.
—¿Usted no sabe lo que significa prejuicios?
—Sé muchas palabras de veinte dólares, pero no esa.
Tratar de pensar en una manera sencilla de decirlo, ella explicó,
—Esto significa que no le gusta una persona por su color o raza.
—Ah. Tienes razón. Yo no tengo prejuicios. Mi mujer tiene la piel pálida, y me gusta
mucho.
Franny sonrió.
—Ella es una persona muy cálida, hermosa.
—No has sentido sus pies. —Franny se tragó otra risa sorprendida. Sus ojos
centelleantes se fijaban en ella.—Es por eso que no me deja, sí. Para mantener el
calor… Y no me importa, porque como tú dices, ella es encantadora. Con ella, yo soy
como el oso a un árbol de la miel, buscándola por su dulzura.
—Chase dice que la tomó cautiva —exclamó Franny— eso no es cierto, ¿verdad?
—Ah, sí. Hace muchos inviernos, la robé de sus paredes de madera.
—¿Y la mantuvo contra su voluntad?
—Para un poco de tiempo.
No parecía tener el más mínimo remordimiento. Franny lo estudió, no estaba
envidiosa de Loretta Lobos por haberse encontrado a merced de todo aquel
musculoso poder.
—Parece una extraña manera de comenzar un matrimonio.
—Lo que empieza muy mal sólo puede mejorar —terminó el ajuste de la mecha de la
lámpara y la asentó sobre su base. Se volvió a mirarla de repente con los ojos
solemnes. —¿He escuchado la alarma en su voz? ¿Tiene miedo de que mi hijo
camine sobre los pasos de su padre?
Franny descansó la mejilla sobre su mano. Su primer impulso fue mentir, pero la
mirada de Cazador de Lobos era demasiado convincente.
—Él está muy decidido a salirse con la suya en ciertos asuntos. Me parece un poco
inquietante.
—¿Su camino, o su forma? Él es mi hijo. Él se yergue por encima de sus hermanos y
ve hacia el mañana con los ojos como el cielo de medianoche. Confía en él para
saber hacia dónde vas, Franny. Y para llegar allí caminarás en forma segura. Él va a
encontrar un camino lo suficientemente ancho para que tú camines a su lado.
Franny bajó los ojos. Cazador de Lobos hizo que esta situación sonase como la
poesía. En verdad, estaba echa un lío. Y tenía un enorme miedo de que ella y su
bebé, fueran los que sufrieran por ello.
La puerta principal se abrió. Con un paquete al hombro, Chase se abrió paso a
codazos en el interior. Al ver a Franny, dijo.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Oh, bueno. Estás despierta. Me estaba empezando a preocupar que pasaras


nuestra noche de bodas dormida.
Cazador hizo un guiño a Franny.
—¿Por qué no? Tú corre fuera y la dejas con sólo un anciano para hacerle compañía.
—He salido sólo una media hora, y sabiendo que la mantendrías entretenida.
Dejando el paquete cerca de la escalera del altillo, Chase se pasó una mano por el
ondulado cabello mientras caminaba hacia la mesa. Al igual que su padre, sus pies
hicieron poco ruido, incluso usando las botas.
—No creas ninguna de las mentiras que él te diga acerca de mí. Fue Índigo la que
llenó el azucarero con sal y puso a la rana en la jarra de agua de mamá —se inclinó
sobre Franny y la besó en la mejilla— ¿Te sientes mejor? —le preguntó en voz baja.
—Mucho mejor.
Para Franny, la pequeña casa de repente parecía demasiado llena de presencia
masculina y se sintió un poco sin aliento. Se sintió aliviada cuando Chase se mudó
junto a ella hacia el fogón. Él investigó la olla que estaba al fuego.
—Hay un montón de estofado. ¿Quieres un poco?
—Yo… hum… sí, eso estaría bien.
Chase cogió un plato de la alacena y comenzó a servirle. Su padre estaba a su lado,
cortando en rodajas el pan de maíz dentro de otro plato. Levantando una pieza, la
dejó caer en el borde del recipiente lleno. Agarrando una cuchara de un cajón,
Chase se acercó a ella. Con broche de oro, puso todo sobre la mesa frente a ella.
—Sienta las orejas y come.
Franny tomó la cuchara. Los dos hombres la miraban expectantes. Esperaba que no
tuviesen intención de mirarla todo el rato mientras comía. Ella le dio un mordisco
al pan. Chase parecía contar cuántas veces masticaba.
—¿Quieres un poco de leche? —preguntó.
—No, gracias.
—¿Un poco de mantequilla para el pan? —ofreció Cazador.
La boca de Franny estaba llena de nuevo, así que negó con la cabeza en silencio.
—¿Jalea? —le preguntó Chase— ¿frambuesa en conserva? — pasó por detrás para
investigar los armarios en la pared detrás de ella. —Recuerdo que mamá me dijo
que las frambuesas son buenas para las náuseas matutinas —removió los tarros—
aquí está.
Sentándose a la mesa, dejó el frasco cerca de su codo y comenzó a trabajar la tapa
con la punta de su cuchillo. Franny sólo podía sonreír a su solícito comportamiento.
Ellos claramente querían que ella se sintiese a gusto y en su afán de llevarlo a cabo
hacían todo lo contrario. Con un nudo en la garganta mientras su mirada cambió de
la cara oscura de un hombre al del otro. De tal palo, tal astilla. Ahora sabía en
donde esa expresión se había originado. Chase dejó las conservas apiladas sobre la
mesa cerca del pan de maíz. Aparentemente satisfecho en ese sentido, se acercó al
fregadero y limpió la hoja del cuchillo.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Probablemente deberías tomar un poco más del té de jengibre.


Franny asintió con la cabeza y clavó los dientes en el pan untado. Estaba delicioso.
Tan delicioso que la cogió con la guardia baja y por un momento hizo olvidar su
autocontrol.
—Mmm…
—Bueno, ¿eh? Las conservas de mamá son fantásticas. Ganó las cintas azules por
tres años consecutivos en la feria.
—¿En serio? —Franny le dio otro mordisco— puedo ver por qué. Realmente no creo
que jamás haya probado conservas para comparar.
La puerta del fogón crujió cuando Cazador la abrió para atizar el fuego. Chase
colocó la tetera con el té de jengibre sobre el calor.
—No tiene que estar demasiado caliente —comentó Franny— es una noche cálida.
No me gustaría que todo el mundo se sofocara por calentarme el té.
—Recibimos una agradable brisa de la quebrada —le aseguró Chase—. Por la noche,
abro la ventana sobre mi cama, y el altillo me mantiene bien fresco.
Debido a que ella suponía que iba a compartir la cama más tarde, Franny no pudo
pensar en ninguna réplica cortés. Un pánico repentino brotó en su interior. Cama.
Boda, noche. Se llenó la boca y de inmediato lamentó haberlo hecho. El trozo de
carne del guiso se convirtió en más y más grande mientras masticaba. En el
dormitorio de Chase no había fondos de pared o biombos con margarita para
estimular su imaginación.
Cuando llegase a ella, no habría reglas publicadas que estuviese obligado a seguir.
Gus no estaría en la planta baja si lo necesitaba. Y lo peor de todo, no habría límite
en el tiempo que Chase podría pasar con ella. Era sólo uno pero nunca terminaría.
Ella estaba hasta el cuello, y el cambio iba a durar toda la vida.
Franny sintió caer el alma a sus pies. La silla raspó con fuerza el suelo al levantarse
ella repentinamente. Ambos, Chase y su padre, se volvieron a mirarla con
perplejidad.
—Yo. . . hum. . . necesito un soplo de aire fresco.
Con eso, Franny se dirigió a ciegas por la casa. Una vez en el porche, respiró con
avidez la frescura, con una ligera sensación de mareo y humedad. No sentía sus
piernas demasiado firmes, se acercó a la barandilla del porche, y se apoyó en ella.
No tenía miedo de Chase. Realmente no lo temía. Entonces ¿por qué el
pensamiento de tener intimidad con él la hacía entrar en pánico de ese modo?
—¿Estás bien?
El sonido de su voz la sobresaltó. Entre él y su padre, tendría suerte si no moría de
insuficiencia cardíaca. Ella lanzó una mirada frustrada por su hombro.
—¿Tienes que acercarte tan sigilosamente a mí?
—No me doy cuenta. Yo… —se interrumpió y suspiró, caminó hasta su lado, se
inclinó y apoyó los brazos en la barandilla. Mirando fuera de entre las sombras de la
tarde, no dijo nada durante varios segundos. Hacia el este, la luna se cernía,
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

brillando como un dólar de plata contra el azul oscuro. Los pinos recortaban sus
siluetas como el carbón en el cielo.
—Lo siento, Franny. Creo que en nuestro afán de hacerte sentir como en tu casa,
hicimos todo lo contrario.
Su disculpa atrapó su corazón. Nadie podría haberla hecho sentir más bienvenida.
—Oh, Chase, no es tu culpa. Estoy tensa, eso es todo.
—Lo sé, y sólo empeoro las cosas —él se rió suavemente—. Odio cuando la gente me
mira mientras como. No sé en qué estaba pensando. Has salido corriendo y has
dejado aun comida sobre la mesa.
Franny respiró hondo.
—Voy a comer más. Sólo necesitaba un soplo de aire, eso es todo. Es la verdad.
Cambió el peso y se inclinó sobre la rodilla opuesta. Después de estudiar las palmas
de sus manos un momento, suspiró.
—Puedo entender que estés un poco nerviosa. Acerca de esta noche y todas las
demás. Especialmente después de la forma en que injustamente te he obligado a
casarte. Mi padre cree que te sientes un poco aprensiva acerca de afrontar lo que
viene.
Franny comenzó a sentirse sin aliento otra vez.
—Sí, bueno… Yo estoy… sólo un poco.
Se volvió a mirar sus manos y metió los pulgares. En cuanto miró a sus dedos, de
repente a Franny les parecieron enormes, dijo.
—Yo nunca te haría daño. ¿Lo sabes?
—Por supuesto.
—Y los perros rabiosos no muerden, ¿no? ¿Correcto?
Ella le lanzó una mirada de asombro.
—Chase, yo no…
—No vamos a dar rodeos Franny. Estás nerviosa. Debido a que estás nerviosa, yo
también estoy nervioso —se enderezó y se apoyó la cadera contra la barandilla—. Sé
que las pocos veces que no usaste tu imaginación y tus sueños para escapar de los
hombres, no fue agradable, y no te culpo por sentirte aprensiva. En serio. A mí no
me ofendes.
—Eso lo hace… —dijo con cierto alivio.
Las comisuras de su boca se torcieron.
—No. ¿Por qué debería? Sólo confía en mí cuando digo que no tienes nada que
temer.
—Gracias. Te lo agradezco.
—La pregunta es, ¿puedes creerlo?
—Quiero creerlo.
Él la tomó por la barbilla con el borde de sus dedos y le levantó la cara.

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de Catherine Anderson

—Cariño, si pudiera volver atrás nueve años, por el infierno que mataría a cada uno
de los hijos de puta que te dañaron. Pero sólo puedes ir hacia adelante desde aquí y
tratar de hacer que el estar conmigo sea tan dulce para ti como pueda.
—Oh, Chase. No te voy a comparar con nadie. Aún no lo he pensado…
—No lo hagas.
—¿El qué?
—Mentir. Me he dado cuenta de las miradas que me has dado —dijo con voz ronca—
y he leído lo que había en tus ojos. He medido mi fuerza una docena de veces, no,
un centenar y te has estremecido al pensar que podría usarla en tu contra. No finjas
que no. Es un insulto a mi inteligencia.
Franny se mantuvo a distancia y agarró la barandilla de nuevo.
—Me he ganado mi vida poniendo mi cuerpo a disposición de los hombres durante
nueve años. Sería absurdo temer hacer lo mismo contigo.
—¿Así que tu eres absurda?
—No, yo… —se interrumpió y tragó saliva— está bien, sí, estoy siendo absurda. Es
sólo que…
—Así que…
—No es lo mismo contigo.
—Gracias a Dios.
—Quieres más de mí de lo que esos hombres hicieron. Mucho más.
—Sí.
—Y me temo que —ella miró por encima del hombro— siempre me he escapado. Sé
que suena increíble, pero…
—Al principio, sí. Yo no podía entender cómo lo hacías. ¿O por qué te molesta? El
sexo se supone que es… —era su turno de romper. Él se rió suavemente bajo su
respiración— de todos modos, yo dudaba al principio. Pero no lo hago ahora. No
después de que me contaras sobre tu primera experiencia. Tiene perfecto sentido
para mí que bloquees todo. Es la forma en que has sobrevivido, y eso lo entiendo.
—Es lo que siempre he hecho. Soy muy buena en eso ahora, en deslizarme en mis
sueños y poner distancia. Sólo contigo, esa noche, cuando discutimos… —Ella sintió
como si unos dedos invisibles atenazasen su garganta— traté de salir… y no podía.
En lugar de eso era terriblemente consciente de todo, de cada toque, cada latido del
corazón —su voz se hizo estridente— yo lo sé, suena estúpido, pero estoy nerviosa
por estar contigo porque me temo que voy a tener que estar dentro de mi cuerpo. Ni
siquiera tiene sentido, ¿verdad? —ella le dio una aguda carcajada— la gente no
puede salir de sus cuerpos. Pero de alguna manera es lo que hago.
— Franny… — se acercó por detrás y le rodeó la cintura. Con mucho tacto, envolvió
con su brazo de acero alrededor de su cuerpo, extendiendo su mano, abriéndola
sobre el estómago y el pulgar y el dedo índice, rozaron sutilmente la parte inferior
de sus pechos— ¿Lo sientes?

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Su corazón latía violentamente contra sus costillas, por lo que se sentía segura de
que él también lo sentía.
—Es tuyo —le susurró— mi fuerte brazo es tuyo —él inclinó la cabeza para oler su
pelo— . Seré tu escudo contra el mal. Cuando necesites ayuda, estaré allí para
sostenerte. Cuando estés fría, vas a acercarte a mi calor. Pero nunca me voy a poner
en tu contra. Nunca. ¿Me entiendes?
—Oh, Chase.
—En cuanto a estar conmigo, no habrá necesidad de escapar, te lo prometo. Si tú te
sientes horriblemente mal, o sientes cualquier otra molestia, cuando mis manos te
toquen, entonces solo tienes que decírmelo.
—¿Y?
Ella sintió cómo vibraba su pecho, cómo ahogando una risa.
—Prescindiremos de la situación horrible, por supuesto.
—Puede que no sea así de simple.
—Claro que sí. Te amo, Franny y creo que tú me amas, tanto si estás dispuesta a
admitirlo como si no. Cuando las personas que se aman se tocan, no hay espacio
para el miedo. Sólo dulzura indescriptible. Así es como va a ser entre nosotros,
indescriptiblemente dulce. Si no es así para ti, voy a parar y empezar de nuevo.
—Perdona que te lo diga, pero parar y empezar de nuevo, sólo va a hacer que dure
más tiempo. —En ese momento, su pecho se sacudió otra vez.—Puedes reírte de mí
todo lo que quieras.
—Cariño, no me estoy riendo de ti, pero si contigo.
—Yo si que no me estoy riendo. Prefiero rápido y horrible, a infinito y horrible al
mismo tiempo, estamos tratando de lograr lo imposible. No me gusta, Chase. Nada
de eso. Es repugnante para mí.
—Vamos a ver cómo te sientes una vez que haya terminado contigo —dijo con aire
de suficiencia.
Eso fue exactamente de lo que tenía miedo Franny.
—Si es horrible y asqueroso, voy a escapar –confesó— .No voy a ser capaz de
detenerme. Y me temo que voy a herir tus sentimientos, si lo hago.
—Tú no va a herir mis sentimientos —le aseguró— .Si te escapas mientras estoy
haciendo el amor contigo, yo seré el culpable, no tú. Es mi trabajo hacer que no
quieras huir ni escapar… Si no puedo manejar eso, mi nombre no es Chase Lobos.
Maravilloso. Ahora se había convertido en un reto. Franny cerró los ojos con miedo.
Inmediatamente se abrió de nuevo cuando Chase movió su mano hacia arriba a
partir de su vientre hasta su pecho. A través de la tela de su vestido, sus dedos se
deslizaban sobre ella, tan suaves como un susurro, buscando su cresta, a
continuación, estaba sobre su tentador pico con movimientos ligeros. Se quedó sin
aliento. Sintió que su seno comenzó a hincharse. La punta de su pezón se endureció
y se convirtió en un brote. Acomodándose a él. Bajando la cabeza, él fue directo al

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de Catherine Anderson

lóbulo de su oreja con los dientes, mientras siguió pellizcando suavemente la carne
que había bajo sus manos, y su pezón comenzó a sentirse como un pulso.
Su aliento era caliente y húmedo, su voz áspera en su oreja, sintió cosquillas en su
sensible piel a lo largo de su cuello, tomando plena conciencia del hormigueo.
El vientre de Franny se retorcía y anudaba emocionado, con la sensación de un
disparo profundo en su centro. De repente sus piernas se sintieron débiles, y se
inclinó un poco más sobre él, con miedo a caerse. Chase enlazó su otro brazo
alrededor de su cadera y la atrajo más hacia sí, su otra mano aun jugueteaba sobre
su pecho. La boca asaltando por separado en el lugar sensible justo debajo de su
oreja.
—Oh, Dios —susurró.
—Mmm.
—Chase, yo…
Agarró el pico punzante de su pezón y le dio una caricia fuerte, tanto que le hizo
olvidar lo que quería decir. La hizo olvidarse de todo. Un temblor corría a lo largo
de su cuerpo, y ella gemía contra su pecho, dejando caer la cabeza hacia atrás
contra su hombro para que su boca maravillosa pudiese hacer tentadoras
incursiones a lo largo de su garganta.
—Dulce Jesús —dijo en un susurro ronco.
El abandonó su pezón, y la apretó con sus manos grandes sobre sus costillas. Su
mano estaba temblando, y por la colocación de los dedos, ella sabía que él notaría
los desesperados latidos de su corazón desbocado. Moviendo los labios en un
susurro de besos hasta su oreja, él tomó una respiración profunda, la sostuvo
durante unos segundos interminables, y luego exhaló con un estremecimiento.
Franny regresó a la tierra con una sacudida. Aun así apoyada su espalda en él, la
tensión volvió a entrar en su cuerpo, y fijó su mirada en las copas de los árboles.
Apenas podía creer cómo había respondido a él y dudó de que cualquier mujer no
hubiese hecho lo mismo. En este momento, probablemente estaba pensando que se
había rendido demasiado rápido, que era una tonta. Se le ocurrió que estaba
condenada si lo hacía, maldita sea, si no lo pensó. Ella sintió que levantaba la
cabeza. También se sintió avergonzada si tenía que sostenerle la mirada y tuvo
miedo de lo que él podía ver allí.
La tomó de los hombros, poco a poco le dio vuelta para mirarla de frente. Ella miró
resueltamente a su garganta. Con los nudillos, la cogió por la barbilla y le inclinó la
cabeza hacia atrás. Sus ojos oscuros y relucientes con la luna, profundizaron en ella
y sonrió.
—Ah, Franny, eres tan preciosa —riéndose, él bajó la cabeza y en broma le mordió el
labio— .Ahora te sientes avergonzada. A veces no puedo creerlo.
Su labio hormigueó por donde él le mordía el suyo, y ella pasó la lengua por el
lugar, sin darse cuenta hasta que fue demasiado tarde de lo que estaba viendo. Un
destello brillante apareció en los ojos de Chase.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Mierda —dijo con voz entrecortada.


Antes de que pudiera preguntarle qué le pasaba, su boca se posó sobre la suya.
Sorprendida, Franny puso las manos contra su pecho, con la intención de
empujarlo lejos, pero dentro de un solo latido del corazón, se aferró a su camisa
para enderezarse. Su boca. Nunca había sentido algo tan caliente, resbaladizo y
suave. Su lengua contra ella le hizo pensar en el centro de una dulce y madura
ciruela. Se atornilló alrededor de la suya, y luego se escapó para explorar el cielo de
la boca, haciéndole cosquillas…calmante, tentadora.
Él se separó de ella con una rapidez que la dejó tambaleando. Vagamente se dio
cuenta de que estaba respirando tan pesadamente como si hubiera estado
corriendo, y por debajo de las palmas de sus manos, podía sentir su corazón
golpeteando contra la pared del pecho.
—Hijo de puta —dijo él en voz baja.
Dando un paso atrás, pasó sobre su boca el dorso de la muñeca, se congeló a la
mitad de movimiento, sus ojos oscuros fijos en los labios. Después de un largo rato,
arrojó un suspiro y bajó la cabeza para rascar el tacón de su bota contra el suelo del
porche. Con las piernas temblorosas, ella se abrazó a su propia cintura, con miedo
de que él estuviese enojado. Cuando por fin miró hacia arriba, él puso sus manos en
las caderas y miró a las vigas del voladizo por encima de él, riendo burlonamente.
Arrastrando otro suspiro tembloroso, volvió a mirar hacia ella.
—Franny, discúlpame. Yo… eh… —pasó los dedos por el pelo, claramente nervioso—
.Yo me juré a mí mismo que no haría esto. Es sólo que… —él negó con la cabeza y
dijo: —¡Sólo que me siento arder! Lo siento.
—Está bien —le aseguró en voz baja.
Él la miró durante un largo rato, luego, lentamente, sonrió. Doblando un dedo, dijo:
—Ven aquí, cariño. Déjame ver si puedo hacerlo mejor ahora.
Franny no podía ver cómo se podría mejorar su técnica, pero su mirada la obligó, y
ella se acercó, le tomó el pulso deslizándose para buscar sus ojos. Bajo el claro de
luna él era el hombre más hermoso en el que jamás había puesto los ojos, pero en
ese momento, era absolutamente devastador para su sensibilidad femenina, su
cabello oscuro capturaba la luz de plata, con la cara bañada en el oscuro resplandor
y las sombras y su sonrisa brillante.
Enmarcando su rostro entre las manos, recorrió su rostro con la mirada lentamente
como si estuviera tratando de memorizar cada línea.
—¿Te he dicho lo hermosa que eres?
Debido a que él la envolvía, Franny no podía quitarle de su cabeza, y por su vida, no
podía ni hablar.
—Eres hermosa y tan increíblemente dulce. Creo que soy el hombre vivo más
afortunado sobre la tierra.
Con ese timbre suave y esta confesión en sus oídos, recorrió con los pulgares sobre
sus mejillas y bajó la cabeza para tocar con reverencia sus labios con la boca. Era un
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tímido beso. Un beso bienvenido. El tipo de beso que Franny había soñado una vez
recibir cuando era una adolescente de doce años de edad, que aún soñaba con
románticas citas con jóvenes apuestos que la adoraban postrados a sus pies. Era
dulce, tan maravillosamente dulce, finalmente experimentar esa sensación. Movió
la boca hacia los párpados, apretándolos cerrados. Luego la besó en la frente y la
punta de la nariz.
—Te amo –murmuró— .Dios, cómo te quiero. Lo siento, por ir tras de ti,¡ tan
desesperadamente como un hombre sediento por beber.
Franny abrió lentamente los ojos.
—Es sólo que he esperado por esto, lo he deseado —apoyó la frente contra la suya—
.No tienes idea de lo mucho que ardía en deseos de tocarte, besarte. Ahora,
sabiendo que eres mía, a los ojos de Dios y la ley, es un poco difícil controlar mis
modales. ¿Sabes?
Sus modales. Eso trajo lágrimas a los ojos de Franny.
—Voy a tratar de ir más despacio, te lo juro —le aseguró.
Después de sentir la forma en que había temblado, Franny dudaba de su éxito. Ella
sólo deseaba que todo pudiera ser tan bueno como lo que acababa de pasar entre
ellos.
—Apuesto a que el té está hecho —dijo de pronto— . ¿Qué te parece si vamos al
interior antes de hacer el asno, más de lo que ya lo he hecho?
Ella asintió con la cabeza.
—Así que estás de acuerdo, he hecho el asno.
Ella soltó una carcajada sorprendida. Su risa retumbó en el pecho. Deslizando un
brazo alrededor de ella, la ayudó a acercarse con su abrazo, y luego la soltó.
—Vamos a tomar el té antes de que empieces a sentirte mareada otra vez.
16
Cuando volvió a entrar en la casa, Franny se sorprendió al encontrar que Loretta había
regresado de visitar a Índigo, evidentemente, por la puerta trasera. La presencia de otra
mujer podría haber ayudado a Franny para relajarse si hubiera sido alguien que no
fuese su suegra. Así las cosas, Franny no podía sentirse a gusto. Tenía miedo de decir o
hacer mal las cosas y se retiró en silencio, algo que de por sí también la preocupaba,
pues temía que pudieran creerla mal educada.
El té de jengibre y sus propiedades sorprendentes para tratar las nauseas matutinas fue
el tema inicial de conversación entre las otras tres personas. Cuando Franny tomó un
sorbo de la bebida en cuestión, se sentaron a su alrededor en la mesa, mirándola con
expectación y explicándole las propiedades de la planta: la rapidez con que habían visto
que se asentaba el estómago de una mujer embarazada, además de los aromas que
podrían añadirse para hacer el sabor más agradable al paladar. Lo que Franny no podía
olvidar era que su embarazo estaba en la mente de todos. Consciente de sí misma y
temiendo el momento en que podrían empezar a especular sobre las fechas, apenas

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podía tragar los sorbos de té que tomaba y no se sorprendió en absoluto cuando Loretta
hizo una pausa en la conversación para preguntarle.

—¿De cuánto estas?


Con sus rasgos oscuros, sonriendo con orgullo, Chase respondió por ella:
—Más de dos meses, según el Dr. Yost, y creo que no se equivoca muy a menudo.
Franny le lanzó una mirada de horror. A pesar de que estaba sentado justo a su lado, él
fingió no haberse dado cuenta y le dieron ganas de rechinar los dientes. ¿Cómo podía
decir la verdad? ¿Pensaba que sus padres eran unos imbéciles? Sólo hacía apenas un
mes y medio que había vuelto a Tierra de Lobos. A cualquier persona con diez dedos y
la capacidad de contar, le iba a ser fácil averiguar que no había estado presente cuando
su hijo había sido concebido.
Para consternación de Franny, Loretta Lobos ni siquiera trató de ocultar cómo contaba
con los dedos.
—Vamos a ver. Estamos bien entrados en julio —con la punta de sus dedos delgados
contó los meses, y abrió mucho los ojos azules .
Franny esperaba que dijera: Espera un minuto. ¿Cómo puede ser eso? En cambio, con
las mejillas encendidas con evidente deleite, gritó:
—¡Oh, qué bonito! ¡Puede ser un bebé de febrero! Lo que es un momento ideal, Franny.
Justo antes de la primavera; el clima cálido cuando se tiene un bebé es menos
problemático para todo, sobre todo para hacer la colada.
—Confía en una mujer —dijo Chase con un resoplido— .Preocuparse por lo que habrá
que lavar. Es de mi hijo de quien estamos hablando. Puede ensuciar todos los pañales y
la ropa que quiera. —Envolvió un brazo musculoso por los hombros de Franny, y le dio
un rápido abrazo— .Estaré a mano con las tareas. Voy a ayudarte con la colada.
—Este bebé podría ser una niña, y no espero que tú hagas mis tareas —Franny insertó el
comentario. Se sentía tan humillada, que quería morir. ¿Qué estarían pensando sus
padres? Si estuviera en sus zapatos, estaría horrorizada. Y enojada. No podía dejar de
sentir cómo si estuviese usando a su hijo, y en la peor de las formas imaginables.
—¿Tus tareas? —Loretta dejó su taza de café con un clic sobre la mesa—. Mi querida
niña, sácate eso de la cabeza. En esta familia, los hombres hacen su parte justa en las
tareas. Se necesitan dos para hacer un bebé, y dos deben compartir la carga de la
crianza. —Ella sonrió con cariño a su apuesto marido—. Cazador lavó casi todos los
pañales cuando los niños eran pequeños, y cuando estaba en casa, prácticamente se
hacía cargo de ellos. Yo era la envidia de todas las mujeres de la ciudad. Demasiados
hombres aborrecen cualquier tipo de tarea doméstica. Piensan que los hace menos
masculinos. Cazador nunca se preocupó por tamaña estupidez, y tampoco lo hace Jake.
Cualquier sábado por la mañana, lo verás en el patio, ayudando a lavar la ropa a Índigo.
Estoy segura de que Chase te será de lo más útil.
—¿Hay alguna duda? —le preguntó Chase—. Franny no está interesada en las minas
como Índigo, pero tiene planes para coser y hacer manualidades, creo. —Él mostró una
mirada de admiración—. Espera a ver sus trabajos, mamá. Hace cosas bellísimas.

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Vestidos, cuadros de flores secas bajo cristal, juguetes para niños. Podría muy bien
ganar dinero si pusiese alguna de las cosas a la venta en alguna tienda.
—¿En serio? —Los ojos de Loretta reflejaron un interés genuino.
Franny echó a Chase otra mirada inquisitiva. Por mucho que le gustara crear cosas con
sus manos, nunca se le había ocurrido que podría esperar cooperación de su marido
para poder tener tiempo para tales fines.
—Sólo son pequeños trabajos —dijo tímidamente a su suegra—. No hay nada tan grande
como Chase lo hace sonar.
Hizo una mueca de exasperación.
—Son grandes. Me gustaría comprar un cojín para nuestro bebé, con la cara de un
payaso, como la que estás haciendo para Jason, y yo estaría dispuesto a pagar un buen
dinero por ello.
¿Nuestro bebé? Al oírle decir aquello, cómo sin darle importancia, hizo que Franny se
inundase con un inmenso deseo que aquello hubiese sido cierto, que Chase hubiese sido
el verdadero padre biológico de su hijo. Oh, deseaba tanto creer que su vida podría ser
reparada tan fácilmente, que Chase podía intervenir y agitar una varita mágica, y
transformar todo lo horrendo en algo hermoso…
—¿Tienes una máquina de coser, Franny?
Sintiéndose un poco culpable, Franny volvió a la conversación.
—Sí. Una Wheeler-Wilson.
—Completamente nueva —Chase comentó. Sonriendo a su padre, dijo—. ¡Cuidado!
Mamá se pondrá verde cuando la vea. La primera cosa que va a hacer es querer otra
igual de nueva.
—¡Una Wheeler-Wilson! —Loretta sonrió, haciéndosele hoyuelos en sus mejillas—. Ah,
bueno, la mía es antigua, pero todavía hace su trabajo. No puedo esperar a ver la tuya,
Franny. ¿Dónde está?
—No la he traído todavía desde el saloon —respondió Chase.
Franny se encogió. Esperó a que uno de sus padres hiciese algún comentario
despectivo, pero no hicieron ninguno. El hecho de que se abstuvieran la asombró. No
había que ser un genio para sumar dos y llegar a cuatro. El resto de sus pertenencias
estaban en el saloon. Ella estaba embarazada de un niño que no podría ser su hijo.
Estas eran las personas más estúpidas que habían caminado alguna vez, o, que eran las
más amables. Franny tenía miedo interiormente de creer que eran lo último.
—Con dos máquinas de coser, puedes tener tu vestido de boda montado en poco
tiempo —comentó Loretta alegremente. Se inclinó hacia adelante sobre su taza de café,
fijó los ojos brillantes en Franny—. No puedo esperar para ir de compras por las telas.
Cazador dice que va a enganchar mañana el carro y nos llevará a Jacksonville. Vamos a
poder hacerlo en un día.
—Mamá —trató de interrumpirla Chase pero Loretta mantuvo su charla.
—La selección de telas no es muy grande. ¿Te gustan las perlas para el bordado?
—¿Mamá?
—Desde que Chase, me dijo que vosotros dos estáis planeando tener una boda formal,
he estado imaginando un vestido, literalmente, goteando perlas bordadas.
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Franny se atragantó con un sorbo de té de jengibre. Sólo podía mirar a su suegra con un
asombro sin palabras. ¿Una boda formal? Esta era la primera vez que Franny había
oído hablar de eso. Y la idea le pareció un puro disparate. ¿Un vestido de novia blanco?
¿Para ella?
—Te mereces tener una boda hermosa —Chase insertó rápidamente—. Mientras
dormías, todos estábamos de charla, y se me ocurrió mencionar que podríamos… —se
interrumpió y dirigió una mirada mordaz a su madre—. Sólo hablamos del tema de
paso, eso es todo.
Franny podía ver por la expresión de Loretta que ella se había dado cuenta que Chase
hizo mención de la boda de una forma muy diferente.
—Sería bueno hablar de ello. Realmente deberías tener una boda bonita, cariño.
—Bueno, ¡por supuesto que debería! —Loretta secundó—. Es el día más importante de
la vida de una mujer, y debe ser algo para recordar siempre. Casarse delante de un juez
de paz, simplemente no es lo mismo.
Los oscuros ojos azules de Cazador se posaron en la cara pálida de Franny.
—Tiene que haber una boda, ¿no? Las promesas deben ser hechas ante Dios y ante los
Grandes Seres. Sin ellos, no es un matrimonio adecuado.
Chase se aclaró la garganta.
—Franny y yo tenemos que discutir esto en privado, papá.
Cazador sonrió.
—Lo que viene después de la ceremonia es lo privado. La boda es de todos. A vosotros
no os importa estar casados por un sacerdote, ¿verdad? El padre O’Grady es muy
amable, y no va a insistir en que Franny se…— Miró a su esposa en busca de ayuda. —
¿Cuál es la palabra?
—Una conversión —suministro Loretta—. Es lo de siempre, por supuesto, que los
cónyuges deben practicar la misma religión o ser converso a la fe. Sin embargo, en
nuestra familia, somos un poco ortodoxos en nuestra adoración. El Padre O’Grady se ha
dado por vencido con nosotros, creo. —Se tocó el pecho—. Yo soy una católica
tradicional hasta la médula de mis huesos. Pero Cazador tiene sus propias convicciones
religiosas, por lo que criamos a nuestros hijos creyendo en ambas doctrinas. Chase e
Índigo…— Se interrumpió y le sonrió a su hijo—. En realidad, el padre O’Grady diría
que tienes remedio. Se contenta sólo con ver sus rostros en la iglesia de vez en cuando y
no insiste en que hagamos las cosas de la manera tradicional. Eso incluye el
matrimonio. Jake es metodista, y hasta el momento, no ha recibido instrucción en la Fé
Católica. Dice que tiene miedo que con su primera confesión, haga que al Padre le dé un
ataque al corazón.
Todo el mundo, menos Franny, se echó a reír. Chase se aclaró la garganta y dijo:
—Creo que estamos abrumando a Franny, mamá. No creo que ella tuviese una boda por
la iglesia en mente. Creo que la hemos tomado por sorpresa.
—Oh, ya veo —dijo Loretta con suavidad.
Sólo que no lo veía, pensó Franny. Ninguno de ellos lo hacía. Ella no podía tener una
boda por la iglesia. Podía ver que estaban emocionados con la ocasión, pero era una
locura.
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—Realmente me gustaría tener una boda bonita, —le dijo en voz baja Chase—. Quiero
verte con un hermoso vestido blanco y verte caminar por el pasillo hasta mi lado del
brazo de Frankie. Me gustaría que toda tu familia y la mía estuviesen allí. Tu madre y
todos los niños. Mis padres y mi tío Veloz y tía Amy. Índigo y Jake…Por supuesto.
Apuesto a que a Índigo le encantaría ser tu dama de honor.
Congelada, sin poder hablar ni decir que no, todo lo que podía hacer Franny era
mirarlo.
Él sonrió levemente.
—Una ceremonia legal apresurada sólo es un apaño, ya sabes. Hasta que nos digan
nuestros votos en una iglesia, no me sentiré bien casado. ¿Querrías?
Franny se sintió como si su corazón se desgranase en un millón de pequeños
fragmentos filosos. Un hermoso vestido blanco. Siendo escoltada hacia el altar por su
hermano. Por supuesto que quería esas cosas. Anhelaba eso. ¿Qué mujer no querría?
Pero aquello eran sueños, no la realidad. Estas personas no estaban pensando con
lógica. Era una prostituta. Una prostituta embarazada. Si ella, vestida toda de blanco,
caminase por el pasillo de una iglesia católica, o cualquier otra iglesia, para el caso,
sería una blasfemia.
Como si adivinara sus pensamientos, Chase volvió a decir:
—Tal vez deberíamos hablar de ello más tarde.
La cara de Franny se sentía paralizada, como si estuviera congelada literalmente. Sintió
como la vergüenza surgió en su interior, y bajó la barbilla, incapaz de soportar la
mirada de nadie. Una boda. Una boda real. ¿Cómo podía sentirse tan mal, habiendo
deseado siempre tener una?
El silencio cayó sobre la mesa. Se hizo un silencio horrible, tremendo. Sabía que todos
estaban esperando que dijese algo. Pero, ¿qué? ¿Que estaría perfectamente dispuesta
para hacer una pantomima en una boda por la iglesia? Si Chase quería una boda
convencional, debería haberse casado con una chica convencional. Tal vez ese era el
problema en pocas palabras. Todos estaban fingiendo que era algo que no era, porque
no podían soportar la verdad.
Franny se levantó de la mesa.
—Les ruego que me disculpen —dijo con voz temblorosa—. Me siento un poco cansada
y creo que voy a descansar un poco.
Tan pronto como dijo las palabras, se apartó de la mesa. Apenas podía ver hacia dónde
iba. Los muebles de la sala de estar parecían borrosos, y el suelo como un agujero a sus
pies, en vez de madera pulida.
—¿Franny? —Chase la llamó.
La escalera de la buhardilla se alzaba frente a ella. Agarró los carriles y subió los
peldaños frenéticamente, sus pies eran una ráfaga de aire en movimiento, las faldas se
enredaban en sus tobillos. ¡Oh, Dios! Quería morir. Deseó poder huir. En este
momento, antes de que su corazón pudiera latir de nuevo. Le dolía tanto, que apenas
podía soportarlo.
Una hermosa boda. ¿Cómo podrían? Más importante aún, ¿cómo podría Chase pedirle
algo así? Si él se había propuesto avergonzarla, había elegido el camino perfecto. Una
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vez en la buhardilla, corrió a su habitación. Arrojándose sobre la cama, Franny se


cubrió el rostro con la almohada para ahogar sus sollozos. ¿Cómo podía estar tan ciego
que no podía ver lo imposible que era todo esto? El hombre estaba loco. Sus padres
estaban locos. Ella era una puta, y todos estaban fingiendo que eso no les alteraba. Si
Chase quería una novia pura y virginal, se había casado con la mujer equivocada.
Después de la abrupta salida de Franny de la mesa, Chase simplemente se sentó allí,
aturdido. Había pensado que una gran boda sería el sueño de Franny, que sus planes de
celebrarla la harían indescriptiblemente feliz. En cambio, lo había mirado… No había
palabras para describir la expresión que había visto en su rostro. Al igual que un perro
que había sido abandonado y no sabía por qué, sintiendo las piernas demasiado
inestables para apoyarse, se levantó de la silla.
—Jesús. Debo ser el más estúpido bastardo que haya existido jamás —le dijo a nadie en
particular—. Por supuesto que ella quiere una gran boda. No se trata de un caso de lo
que ella quiere. Nunca ha sido un caso de lo que Franny ha querido. Sólo de lo que la
vida repartió para ella.
Sus padres no hablaban, y en su silencio, Chase escuchó el lamento de corazón que
ninguno podía expresar.
—Bueno —dijo su madre con voz trémula—. Esto es sin duda algo embarazoso, ¿no? Lo
siento, Chase. No me di cuenta que no habías hablado con ella sobre eso.
Chase cerró los ojos y se frotó el puente de la nariz. Esto no era culpa de sus padres. Era
culpa suya. Esta tarde había tomado el toro por los cuernos y había arrastrado con él a
Franny desde entonces. Todo era demasiado, demasiado rápido. Apenas le había dado
una oportunidad de respirar.
Tras dejar caer la mano, dijo:
—Yo, eh, voy a subir las escaleras. Hablaré con ella. Disculpadnos.
Antes de que pudiera alejarse, su madre se levantó.
—Índigo me pidió que fuésemos para tomar un café y algo de postre. Creo que tu padre
y yo vamos a pasear hasta su casa y a pasar un rato con ellos, mientras vosotros estáis
arriba.
Chase sabía condenadamente bien que su hermana no había emitido dicha invitación.
Su familia solía ser más informal para visitarse.
—No tenéis por que salir, mamá. Esta es vuestra casa.
—Y es también la tuya —cortó Cazador—. Vamos a ir. Un buen rato, ¿no? No es nada.
Significaba todo para Chase. En ese momento, mirando hacia el pasado, sobre su
comportamiento hacia estas dos personas en los últimos años, se sintió muy
avergonzado.
Él había sido un rebelde con ellos, sin tener razón. Había sentido ira en su contra, sin
tener por qué. Se había obsesionado con todas las cosas de la vida que en realidad, no
eran importantes. No se merecía a unos padres como estos. Todavía no parecía darse
cuenta de lo especiales que eran. No importa qué tan inexcusable fuesen sus acciones,
habían seguido amándolo, a la espera, siempre a la espera, que madurase finalmente.
—Gracias, papá —Chase, volvió su mirada a su madre—. Mamá.
—Vámonos —instó a Loretta—. Nos veremos a la vuelta.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

***
Vaya. . . Sonaba bastante simple. Sólo que para Chase no lo era. A medida que subía la
escalera al altillo, pensó en un centenar de cosas que podría decirle a Franny y descartó
todas ellas. La luz de la lámpara de la planta baja se filtraba por los escalones, creando
bandas oscuras contra ámbar reflejadas en el techo. Chase se detuvo cerca de la pared
divisoria, recordando una y mil veces cuantas veces había entrado en esta habitación.
Como un niño. Como un hombre joven. En todos los años, no había cambiado. Era su
hogar, y siempre estaría en casa. La colcha de pachtwork. Las mantas de lana que su
madre había trenzado. La barra para la ropa que colgaba en una esquina. No había
nada elegante. Pero había una gran cantidad de amor, y eso hacía toda la diferencia. Su
padre nunca sería un hombre rico. Pero había dado una riqueza a su familia más allá de
toda comparación. Les había dado amor.
Moviéndose lentamente hacia la cama, Chase oyó los sollozos ahogados de Franny, y
cada uno lo atravesó como un cuchillo. Una vez más, pensó en una docena o más de
cosas que podría decirle. Que era un imbécil. Que estaba arrepentido. Que nunca había
querido hacerla daño. Pero cada vez que trataba de hablar, las palabras se convertían
en una maraña y su lengua parecía de trapo. Quería que tuviera todas las cosas que la
vida le había negado, y en su mente, ella se lo merecía. Los últimos nueve años podrían
ser como una hoja de otoño, arrastrada por una fuerte brisa si ella se lo permitiese.
¿Por qué no podía dejarlo todo atrás, y empezar de nuevo?
Nadie podía caminar hacia adelante, sin caer, si continuamente miraba el camino que
dejaba detrás.
La bondad y el amor eran mas fuertes que el pecado, y Dios era algo más que un ser que
la enjuiciaría. Pero no sabía cómo expresar esas convicciones.
No a alguien como Franny. Su padre siempre le había enseñado comparando entre la
naturaleza y lo divino para darle cualquier razonamiento, pero dudaba que ella pudiese
ver la importancia, si tratase de hacer lo mismo.
Chase había aprendido desde la infancia que todo tenía sus raíces en la mística. Para
ella, el agua estaba mojada y corría cuesta abajo. Para él, no sólo sentía todo lo que
existe, si no también el susurro de los grandes misterios y la sabiduría. Para ella, la luz
del sol era bonita y cálida. Para él, era digno de adoración, el dador de la vida. Madre
Luna, la Madre Tierra, las Cuatro Direcciones, el viento. Todos eran dioses de su padre.
El horizonte, el amanecer de un nuevo día, la puesta del sol, la oscuridad. Esas cosas
eran todo lo divino y se entrelazaban con la magia. No había ayer, sólo mañana.
Siempre tenías que fijar la mirada y caminar hacia adelante, nunca mirar hacia atrás.
Era la belleza en esos conceptos tan simples. Era la paz. Sólo cuando Chase pensó en
transmitir sus creencias a alguien como Franny, ya no parecía tan simple. Se sintió
demasiado culpable. No había horizonte por delante para ella, sólo otro día como el
anterior, y una realidad de la que no podía ni sabía escapar.
¿Cómo podía escuchar una canción en el viento? Todo lo que hacía ella era para
sobrevivir.
Al final, porque las palabras le fallaron, Chase hizo la única cosa que sabía hacer, y fue
recogerla entre sus brazos. Esperaba que se resistiese. O peor aún, que lo atacase con
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

ira. Si lo hubiera hecho, no la culparía. Una boda. Aunque a Chase le pareció la cosa
más natural del mundo, no lo era para ella.
Pero él no se había planteado la manera en que Franny pensaba. En su mente, ella no
se merecía una boda. Era un alma perdida y sucia. Una mujer mancillada no podía usar
el color blanco, y una vez sucia, no había manera ya de que pudiese quedar limpia.
Los sollozos sacudieron todo su cuerpo. Cuando Chase cerró los brazos a su alrededor,
la magnitud de su dolor se apoderó de él. Cuando no trató de soltarse y se aferró a su
cuello con desespero, las lágrimas picaron tras sus ojos.
—Estoy… lo…lo siento —acertó a susurrar—. Tus padres… Yo…estoy tan triste. Eso fue
imperdonable, grosero por mi parte, yéndome así… Ahora me van a odiar, seguro.
—Oh, no, Franny, yo soy el que lo siente.
Chase apretó su abrazo, un poco sorprendido cuando ella se acomodó, presionándose
cerca de su calidez como un niño abandonado. Apretó la cara en la curva de su hombro
y respiró el aroma de la lavanda que había llegado a asociar sólo con esta mujer. Se le
ocurrió que esta era la primera vez, además del más breve de los toques, abrazos
frecuentes, y el fiasco en el porche delantero aquella tarde, que en realidad la había
abrazado. Y se sentía como se imaginaba que el cielo se pudiese sentir. Perfecto. Tenía
toda la razón.
Chase tenía en la punta de la lengua decirle que se había equivocado al sugerir que
tuviesen una boda formal en una iglesia, cuando se le ocurrió mirar hacia arriba y ver
las estrellas más allá de la ventana. Al igual que un millón de brillantes diamantes
repartidos por todo el terciopelo azul oscuro, que le guiñaban los ojos y brillaban, cada
una rodeada por una nube plateada que le hizo pensar en el pelo de Franny encendido a
la luz del sol.
Maldita sea. Si alguna mujer joven en la tierra merecía una boda hermosa, esta era
Franny. Si tan sólo pudiera hacerle creer en eso.
Deseando tener las estrellas. Buscando un arco iris. Sueños tontos. Chase la meció y le
alisó el pelo, con la mirada fija en los cielos. Esas estrellas eran reales.
Todo lo que tenía que hacer era mirar hacia arriba, y podría deleitarse con su brillantez.
La realidad no era triste y aburrida y sin esperanza. Fue lo que hizo.
Meciéndola suavemente, Chase mantuvo la mirada fija en las estrellas y comenzó a
hablar. Le contó historias de su infancia, las historias que los Comanches habían
transmitido de generación en generación. Llegaron a su lengua con facilidad, cada
detalle, cada palabra grabada en su mente, porque su padre se las había repetido
muchas veces. Después de un rato, Chase no estaba seguro de lo que estaba diciendo, o
si sonaba estúpido o tonto. La verdad era que no le importaba. Lo que importaba, lo
único que importaba, era alguna forma de distraer a Franny y aliviar su dolor.
Finalmente, la tensión comenzó a salir de su cuerpo, y sus sollozos se convirtieron en el
ritmo suave de la respiración en contra de su camisa. Chase miró hacia abajo y vio que
su mirada estaba fija en la ventana, su expresión entre aturdida y soñolienta. Por un
instante terrible, pensó que se había escapado a ese lugar escondido en su interior que
le había contado. Pero entonces vio la mirada cambiar a otro punto de la luz estelar, y
supo que estaba todavía con él.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Aún con él. . . Sin embargo, flotando en sueños. No sueños secretos dentro de su mente,
si no los sueños que con voz suave le susurraba, historias que eran una parte intrínseca
de la fantasía, sino también su herencia. La tranquilidad se posó sobre Chase. Los
lugares de ensueño podrían convertirse en su terreno común. De ellos Franny entendía
mucho.
Había estado escapando allí durante años. ¿Por qué no podía borrar la línea que ella
había trazado entre este mundo y sus fantasías creadas en su mente? Después de todo,
había estado caminando entre dos mundos durante toda su vida.
—¿Franny?
Se movió un poco.
—¿Hum?
—Háblame de tus imágenes de ensueño —pidió con voz ronca—. Compártelo conmigo.
Ella se quedó sin aliento y se estremeció con un suspiro de cansancio. Un sollozo casi
asomó, lo había adivinado, pero perdió su fuerza. Acariciándola con una mano arriba y
abajo de su brazo, la quería obligar a que atendiese su solicitud. Un puñado de sus
sueños, era todo lo que quería. Todo lo que necesitaba. No era mucho pedir, pero sentía
que para él, era todo. Pero describir los lugares a los que se escapaba, quizás
disminuyera su magia y pasase a ser menos sacrosanto. Una vez que lo hiciese, ya no
sería la completa dueña de ese lugar, y ya no podría esconderse completamente allí.
Con una voz temblorosa apenas un susurro, dijo finalmente.
—Tengo un montón de lugares de ensueño, pero al que me voy más a menudo es un
prado lleno de margaritas.
Chase cerró los ojos en eso. Un prado lleno de margaritas. Habló de la luz del sol
brillando a través de las gotas de rocío, de la hierba alta susurrando en la brisa, del agua
corriendo por las cascadas de piedras, de las esencias florales tan dulces, que lo único
que quería era abrir los brazos de par en par y respirarlo. Era un lugar mágico, le
susurró, donde nadie podía seguirla, en el que nadie podía tocarla, donde no había
fealdad. Era su lugar. Suyo solo, esperando siempre allí dentro de su mente cuando ella
lo necesitaba para separarse de lo que estaba sucediendo a su alrededor.
—Papá nos llevaba a un prado igual que el de mi sueño —admitió—. Los ratos que
pasábamos allí eran siempre tan felices. Me lo imagino a él a veces cuando voy. Él y
mamá, y todos nosotros cómo niños. Antes de que Jason pasase el sarampión, antes de
que ella se quedase ciega, antes de caer desde el campanario. El prado que imagino
dentro de mi cabeza parece tan real para mí. A veces… —Arrastró una respiración
entrecortada—. A veces me quiero quedar y seguir adelante a partir de ahí. Si pudiera,
lo haría todo diferente. Lo haría todo bien y obedecería a mis padres. Nadie volvería a
contraer el sarampión. Papá nunca moriría. Me gustaría hacer que todo sucediese de la
forma en que debería haber ocurrido. Yo nunca haría las cosas mal, ya no haría daño a
todas las personas que quiero.
En su lugar de ensueño, las cosas podrían ocurrir de la manera que ella deseaba
desesperadamente que fueran, se dio cuenta. Chase sentía como si estuviera mirando a
través del ojo de la cerradura dentro de su alma, y no estaba contento con lo que veía

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Magia Comanche
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allí. La culpa. Un sentimiento de culpa terrible y abrumadora, que estaba empezando a


sospechar había sido cuidadosamente cultivado. La idea le hizo sentirse mal.
—Bueno —dijo en voz baja—. Espero que nunca sigas adelante con la idea de
permanecer allí. Te echaría muchísimo de menos.
Lo había pensado y dicho como una broma. Sin embargo, ella se movió como si la
hiciese sentirse incómoda.
—¿Qué?
Ella sacudió la cabeza ligeramente.
—Nada. Es una tontería.
—Nada de lo que creas que es una tontería, lo es para mí.
—Es sólo que… —Movió sus manos sobre la colcha, con los dedos nerviosamente y
estrujó los flecos de lana—. El día de hoy, me fui allí cuando yo no tenía la intención de
hacerlo, y si May Belle no hubiese llegado y me hubiese agarrado y sacudido, yo… —Ella
movió negativamente la cabeza otra vez—. Es una tontería.
Un escalofrío recorrió a lo largo de la columna vertebral de Chase.
—¿Qué pasó?
—Sólo que la sensación que tuve de que estaba en la pradera era tan real. Que era más
real que mi vida misma, y que me podría haber quedado allí si yo quisiese.
—¿Sólo por May Belle no llegó a pasar?
—Más o menos. ¿Ya sabes cómo la mente se distrae a veces, cuando alguien está
hablando con uno? Y, ¿de repente, se habla más fuerte o algo así y parece el tirón que te
trae de vuelta? Así fue. Ella me llamaba, y cuando me volví a mirar, me tocó. De alguna
manera me asusté. Creo que estuve a punto de perderme en ese país.
Chase no le gustaba el sonido de eso en absoluto. Lo cual era una razón más para crear
un nuevo lugar de ensueño, uno donde anclarse en la realidad, aquí junto a él.
—Si te gusta tanto, ¿por qué te habría de asustar?
—Debido a que me necesitan aquí —Arqueó el cuello dándole un aspecto un poco
exasperado—. No estoy loca, Chase. Sé que el prado no es real. No puedo ir allí y hacer
retroceder el reloj. Lo que pasó, pasó, y mi familia cuenta conmigo. Es sólo. . . así,
como un deseo. Me gustaría poder ir allí y cambiar todo. Pero sé que no puedo.
—¿Escuchaste la llamada de May Belle?
—Sí. Cuando estoy en los lugares de mis sueños, todavía puedo oír a la gente hablando
aquí. —Tenía la boca apretada—. Si ellos están diciendo cosas feas, yo tengo que crear
nuevos acontecimientos en el sueño y así hacer cómo que mi familia las está diciendo.
Con un nudo en el corazón, Chase le susurró,
—¿Cuándo la gente te dice cosas feas?
Sus dedos se apretaron con más urgencia en la colcha.
—Los hombres.
Chase cerró los ojos.
— A veces dicen cosas feas, y cuando no puedo cerrar los oídos, sólo pretendo que las
palabras están inmersas en mis sueños por lo que ya no suenan feas nunca más.

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de Catherine Anderson

Tratando de ocultar el temblor de sus manos, Chase cruzó los brazos sobre su pecho y le
frotó los hombros. Aunque fuese lo último que hiciese, nunca tendría que volver a fingir
eso, nunca volvería a escuchar una fealdad más en su vida de nuevo.
—Nunca te vayas y me dejes aquí —susurró antes de que ella pensara. Una vez que las
palabras salieron, se dio cuenta de que realmente tenía miedo de que hiciese
precisamente eso.
No le gustaba la idea de que la pradera apareciese, cuando ella no la había conjurado.
—¿Me lo prometes, Franny? ¿Que nunca huirás de mí al prado para no volver?
Le frotó la sien contra su mandíbula.
—Sólo ocurrió una vez. Había ido a ver al Dr. Yost y estaba mirando las perchas,
pensando en lo que iba a tener que hacer. Tenía miedo. Así que estaba muy asustada. Y
triste porque sabía que no me querrías más cuando te dijera lo del bebé. Era como un
sentimiento de soledad, terrible. Miré al dibujo del biombo y apenas, entré.
—¿El dibujo del biombo? —Chase no podía ver cómo se relacionaba.
—La margarita de la tela que lo forra, en mi habitación.
—Oh. —Apretó su abrazo sobre ella—. Si alguna vez te sientes sola y con miedo de
nuevo, ¿me prometes una cosa?
—¿Qué?
—Que me buscarás, así yo haré que no sientas miedo ni soledad.
—Oh, Chase —dijo con voz trémula—. Nunca soñé entonces que te casarías conmigo de
todos modos. Es por eso que me sentí tan sola. Pensé que me odiarías.
—Bueno, te has equivocado. Nunca podría odiarte. No importa lo que pase.
—Hay algunas cosas que un hombre no puede pasar por alto.
—¿Por qué estás tan preocupada? ¿Estás ciega y no puedes verlo? No tengo que pasar
nada por alto.
Se quedaron en silencio por un tiempo. Mientras miraba las estrellas, Chase trató de
pensar en una manera de abordar el tema de crear un sueño común para ambos. Ella
había descrito su pradera de manera tan clara que casi podía verla. Lo que le rompió el
corazón fue que había necesitado alguna vez un lugar donde esconderse. No podía
empezar a imaginar el horror que debían haber sido sus noches, si la única forma
posible que pudiera sobrevivir era separar su mente de su cuerpo.
—¿Sabes qué me gustaría? —le preguntó en voz baja—. Me gustaría crear un nuevo
escondite, que nos perteneciese sólo a nosotros dos.
Ella suspiró y se frotó la mejilla en su camisa. Vio una sonrisa perpleja revolotear en su
pequeña boca.
— ¿Un prado?
—No —dijo con seguridad—. El prado es tu lugar especial. Un nuevo lugar, que vamos a
hacer sólo para nosotros. Y para nuestro bebé.
—En realidad, sin embargo, no es tu bebé.
—Ah, pero en nuestro lugar de ensueño, podemos hacer nuestras propias reglas, ¿no?
Todo puede ser justo a la manera que queramos. Y yo quiero que sea mi bebé.
Ella suspiró.

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de Catherine Anderson

—Oh, Chase, me gustaría que así fuera. Realmente, hubiera deseado que no me
hubieses conocido así, sino como lo hace la gente común, y nos hubiésemos enamorado
como tantos, y que yo no fuese así…
—En nuestro lugar de ensueño, podemos hacer realidad los deseos. Dime Franny,
¿quién quieres ser?
—¿Quieres decir que puedo ser quien yo quiera?
Chase sonrió ligeramente.
—Por supuesto. Es nuestro lugar de ensueño.
—Entonces yo sería… —Se interrumpió para reflexionar sobre la cuestión—. Supongo
que tendría el mismo nombre. Pero por lo demás, sería totalmente diferente. No
tendría un pasado. No hubiera estado en el Lucky Nugget nunca. Me gustaría hacer
borrón y cuenta nueva y ser capaz de empezar desde el principio.
Cambiando su peso en el otro brazo, Chase apoyó la barbilla sobre su cabeza y miró a
las estrellas.
— ¿Entonces podríamos tener una boda?
Siguiendo en el juego, dijo:
—Oh, sí, una boda gloriosa. Incluso dejaría que tu madre pusiese cientos de perlitas en
mi vestido.
—Supongo que las perlas no son tu mayor preocupación.
Ella se rió en voz baja.
—Las odio.
—Estaría decepcionada.
—Bueno, no podría estarlo, no en un lugar de ensueño.
Chase acarició la mejilla contra su pelo, recordando como había sido tocado por la luz
del sol. Oro plagado de plata, tan brillante como las estrellas, sin embargo, el calor de
su cuero cabelludo y con un olor que era únicamente Franny, una mezcla de piel recién
lavada y de lavanda.
—Va a ser un lugar donde podemos hacer todo lo que queramos.
—Sí, cualquier cosa, —ella estuvo de acuerdo en sus sueños.
—¿Y vamos a ser intocables? ¿A nadie más que a nosotros le importará?
—Absolutamente.
—Dios, Franny, me gustaría realmente poder ir allí.
Por un momento, ella estuvo totalmente en silencio. Y luego dijo:
—Yo también.
La tensión se cerró alrededor de la garganta de Chase.
—Entonces vamos a hacerlo.
Se volvió para mirar hacia arriba. Volvió la cabeza hacia atrás para encontrarse con su
mirada de desconcierto.
—No es un lugar real, —le recordó ella.
—Es tan real como tu prado.
—Pero mi… —Ella ladeo la cabeza con un ligero movimiento—. Mi prado no es real,
tampoco.
—Pero fuiste allí.
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—Bueno, sí, pero eso era…— se interrumpió y lo miró fijamente—. Esta conversación es
una locura. ¿Te das cuenta de eso?. Estamos discutiendo sobre un lugar que no existe.
—Pero podría. En nuestras mentes. Franny, has estado escapando a la pradera durante
casi nueve años. Si podías hacerlo sola, ¿por qué no podemos ir juntos, si es que es tan
hermosa?
Su expresión de preocupación le hizo sonreír.
—Estas tomando todo demasiado en serio. ¿Te das cuenta de eso? —preguntó Franny.
—Es sólo un juego. ¿Qué daño puede hacernos imaginar?
—Ninguno, supongo.
—Pues imagina conmigo, —susurró—. Sólo por esta noche.
Él sonrió de nuevo y se encogió de hombros.
—Si es tan maravilloso, tal vez podamos hacerlo de nuevo en algún otro momento.
Sus brillantes ojos estaban llenos de recelo.
—¿Hablas en broma?
—Mi madre le hizo a mi padre esa pregunta una vez. ¿Sabe cómo respondió? Dijo que lo
que él quería de ella, podría tomarlo fácilmente. Sin necesidad de trucos. Corrígeme si
me equivoco, pero creo que no lo necesita tampoco. —Él tocó la punta del dedo el frágil
puente de su nariz. —¿Punto de partida?
—Sí,— respondió ella en voz baja. Sus ojos adquirieron un brillo malicioso—. Sin
embargo, para permanecer en el lado seguro, en nuestro lugar de ensueño, quiero ser
más fuerte que tú.
En ese momento, Chase casi se ahogó con la risa. Cuando pudo respirar, dijo,
—No iras a golpearme, ¿no?
—Sólo si lo necesitas, —admitió.
Se inclinó hacia ella considerándolo.
—¿Y bien?
—Bueno, ¿qué? —dijo Franny
—Vamos a ir.
Estaba claramente dudosa.
—Tenemos que soñar con un lugar dónde ir en primer lugar.
Pretendiendo tener en cuenta ese problema calló unos segundos. Luego se encogió de
hombros.
—Puede ser aquí mismo. —Indicó la habitación—. Es acogedora. Y mira las estrellas.
Nada de lo que hayas imaginado podría ser tan hermoso como eso.
Su mirada cambió a los cielos, y una sonrisa beatífica le tocó la boca.
—Tienes razón. El cielo es hermoso esta noche, ¿no?
—¿Lo suficientemente hermoso para ser un lugar de ensueño?
—Mmm.
—Por lo tanto, estamos oficialmente de acuerdo, ¿no?
Ella soltó una risa suave.
—Nunca he tratado de ir a un lugar de ensueño con alguien. No estoy segura de que
vaya a funcionar.
—Claro que sí. —Hizo chasquear los dedos—. Estamos ahí.
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Ella sonrió de nuevo.


—Está bien. Estamos ahí.
Él adoraba su suavidad en el regazo.
—Desde que te conozco, sólo me ha dado esta noche, quiero disfrutar de ello cada
minuto. Mi voto es que nos acostemos a mirar las estrellas y hablemos hasta que nos
durmamos.
Le apartó un mechón de cabello perdido en de la mejilla.
—¿Eso es todo? ¿Sólo quieres hablar? —preguntó con desconfianza. Chase levantó las
manos.
—Si trato de hacer cualquier otra cosa puedes mandarme al infierno e irte a tu
pradera.
Ella soltó una carcajada sorprendida.
—Estás loco, Chase Lobos.
Chase apoyó una rodilla en el borde del colchón y puso su otro pie en el suelo. Se
arrodilló en la cama, mirándola cauteloso e incierto.
Poco a poco, para no asustarla, llegó hasta el botón en su cuello.
—Yo estoy loco, lo admito. Loco por ti, —dijo con voz ronca.—¿Qué te parece volverte
loca conmigo?
—Creo que ambos lo estamos ya, sobre todo con toda esta tontería acerca de los lugares
de ensueño.
Cuando le desabrochó el vestido, se inclinó a darle besos sobre su cara pequeña. Le
gustaba su nariz, tan pequeña y de puente frágil. Y las cejas. Eran del color de la miel y
arqueadas finamente. Había soñado con acariciar sus formas más de un centenar de
veces y lo hizo ahora, con la punta de la lengua. Sabía ligeramente a sal y a piel
femenina, tan dulce que podría haber felizmente lamido desde la orilla de su cabello a
los pies.
Cuando le sacó la blusa por los hombros, ella se estremeció un poco, y dado el calor de
la noche, él sabía que no era por el frío.
—Nunca te va a doler, Franny, y si hago algo que no te gusta, simplemente me dices que
pare.
Ligeramente, muy ligeramente, Chase perdía los dedos por sus brazos mientras bajaba
las mangas. Ella se estremeció de nuevo, y él sonrió, mojándose los labios para
dirigirse a acariciar con la boca el punto en el que latía el pulso a lo largo de su esbelta
garganta.
Falda, enaguas, calzones. Cuando la despojó de todas y cada una de las prendas y los
bajó sobre sus caderas, le mordisqueó suavemente en el cuello, en busca de todos
aquellos lugares que por instinto sabía que iban a su favor. Ella suspiró y alzó la cabeza
hacia atrás para dar mas cabida a sus labios. Por ese suspiro, Chase sabía que no había
huido de él a su prado todavía.
Y a pesar de su necesidad dolorosa por ella, estaba decidido a no darle ninguna razón
para hacerlo. En especial, no esta noche. Esta noche era para soñar juntos.

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de Catherine Anderson

Era hora de tenerla en sus brazos, para contemplar las estrellas, con ella, para
demostrar que por unos instantes, los sueños puede ser una realidad, y la realidad un
sueño.
En cuanto a las maniobras tácticas, esta no fue la mejor que había hecho alguna vez con
una mujer. Pero era todo lo que tenía. Sólo podía rezar a Dios para que funcionase.
Una vez que la hubo despojado de su camisa, Chase se bajó de la cama. Lo miró
nerviosamente mientras se quitó las botas, luego la camisa. Prestando atención a la
preocupación que vio en su expresión, optó por mantener sus jeans. Después de voltear
de nuevo la colcha y empujarla un poco a ella entre las sábanas, se tendió a su lado
sobre su espalda. Ella no se resistió cuando la cogió en el círculo de su brazo.
Por un momento, parecía incierta de dónde podía descansar la cabeza. Luego encontró
el hueco de su hombro con la mejilla. El vientre de Chase se puso tenso cuando ella
colocó una pequeña mano sobre su pecho desnudo. Cerró los ojos frente a una ola de
fuego tan intensa que le dolió.
—Pensé que íbamos a contemplar las estrellas, —le recordó ella.
Abrió los ojos.
—Sí, las estrellas, —dijo con firmeza.
—¿Chase? … ¿Pasa algo malo?
—¿Qué si pasa algo malo? —Todo lo que tenía era un poco de su confianza, y un
movimiento en falso podía alejarla de él. Soltó una risa baja, se centró en las estrellas, y
oró para convertirse en un eunuco.
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Cuando Franny se despertó por la mañana, era bastante tarde y Chase se había ido.
Vio la impresión que había dejado en la almohada, donde había descansado su
cabeza, luego llevó su miraba soñolienta hacía la ventana por donde entraba el sol.
Su posición en el cielo teñido de azul le dijo que eran casi las diez, una hora
inusualmente tarde para despertar, incluso para ella.
Sus sentidos poco a poco se fueron agudizando. Franny miró a su alrededor. Las
paredes de troncos emanaban la esencia del niño que había dormido en su interior
durante muchos años. La ropa sobre la barra y las posesiones que ocupaban las
estanterías mostraron el hombre en que se había convertido. Se fijó en la camisa
turquesa que colgaba de una percha, recordando la noche en que lo había visto
llevándola. Entonces había tenido tanto miedo de él. Ahora aun tenía miedo, pero
de una manera totalmente diferente.

En el estante de encima de la barra de la ropa se apoyaba su sombrero negro.


Debajo de todo estaban las botas PACS de leñador. Ahora mismo, Franny se dio
cuenta que la ropa femenina colgaba en un extremo de la barra. Parpadeó e
incorporándose sobre un codo miró la variedad de prendas. Como algo
completamente frívolo, sus zapatillas de color rosa se asentaban junto a las PACS, y
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junto a ellos, estaban sus botas de cabritilla negra. Mientras ella dormía, él había
deshecho el paquete de sus pertenencias y las había organizado, perfectamente
junto a las suyas.
Como pensando que pertenecía a ese lugar. Como si siempre hubiese estado allí.
Qué tonta se sentía, Franny se encontró deseando que ese fuese el caso. Quería todo
esto. Y eso estaba mal. Abrazando la colcha sobre su pecho, Franny se sentó y puso
los pies en el suelo. El estómago le dio un aviso en forma de náuseas, y tragó
convulsamente. Aparte de unos cuantos combates con enfermedades infantiles,
siempre había estado sana, y no estaba acostumbrada a sentirse mal.
Malditas náuseas matutinas. Se apretó la mano por encima de la cintura y, a pesar
de las náuseas, sonrió débilmente. Un bebé. ¿Todas las mujeres se sentían tan
incrédulas cómo ella cuando se enteraban que iban a ser madres? Para Franny,
parecía imposible. Un bebé. Su propio bebé. Tantas veces, que había perdido la
cuenta, había observado celosamente las mujeres embarazadas a pie por el paseo
marítimo, convencida de que la maternidad era algo que ella nunca sería capaz de
experimentar. Ahora no sólo estaba embarazada, si no que además, estaba casada.
Era demasiado bueno para ser verdad.
La sonrisa de Franny se desvaneció, y su estómago revuelto se tensó. Tenía miedo
de creer que todo esto podía durar. En el instante en que empezó a permitirse
pensar que Chase en verdad la amaba. En el mismo minuto en que ella comenzó a
pensar que en realidad podrían ser capaces de construir una vida juntos, también
empezó a temer que todo esto podía serle arrebatado. Todo ello. Algo siempre iba
mal. Siempre había sido así.
—¿He oído movimiento allá arriba? —Loretta Lobos llamó en voz baja.
Franny casi se sobresaltó, sintiéndose algo culpable.
—Yo… hum… sí, me acabo de despertar.
—No te muevas, querida. Te subiré un poco de té. Chase dejó un orinal debajo de la
cama para ti. Mientras termino algunas cosas, puedes atender tus necesidades.
Estaré arriba en unos momentos.
Todavía sosteniéndose el estómago, Franny se inclinó para coger el orinal. ¿Té en la
cama? No era una inválida. Tan pronto como pudiera se haría cargo de todo.
Cuando Loretta subió la escalera del altillo, Franny estaba sentada con la espalda
apoyada en las almohadas, el edredón sobre el pecho y cogido por debajo de sus
brazos. Dándose un repaso con las manos en su cabello, tenía una sonrisa nerviosa
para saludar a su nueva suegra. Escuchó el sonido de sus zapatos en los peldaños de
la escalera, ella era como su hijo, de pie firme. Franny se veía incapaz de subir por
aquella empinada escalera, con ambas manos ocupadas.
Loretta entró, pasando el muro divisorio, sus faldas de percal almidonadas eran un
torbellino de energía. Las hebillas de sus zapatos brillaban con cada uno de sus
pasos.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Llevaba en perfecto equilibrio dos delicadas tazas de porcelana sobre sus platitos,
emanaban aroma y un suave vapor flotante. Echando un vistazo a Franny, hizo con
los labios una mueca.
—¡Ah, querida, estás verde! —Sus ojos azules se llenaron con simpatía, se sentó con
cuidado en el borde de la cama—. Bueno, no te preocupes, veremos que en breve te
encontrarás tan bien como todo el mundo.
Franny aceptó su taza y cuando lo hizo, se dio cuenta que había dos
rebanadas finas de pan tostado en el borde acanalado del platillo.
—Lo siento, me dormí muy tarde.
—Tonterías. Estoy segura de que estás hecha a dormir más. Estás acostumbrada a
tener otro horario, seguramente hasta muy entrada la noche, simplemente. Cuando
el tiempo vaya pasando, te volverás a ajustar.
Franny le dirigió una mirada de asombro, pero Loretta estaba ocupada en un poco
de café derramado en el platillo y no se dio cuenta.
—Chase y Cazador se acercarán al Saloon para traer el resto de tus pertenencias. —
Sonrió con complicidad mientras sostuvo su taza en alto y vertió el café caído de
vuelta a la taza, antes de tomar un delicado sorbo—. Nunca me has visto hacer esto,
¿me oyes?
Franny sonrió conspiradoramente. Verter el café del platito a la taza, no era
exactamente una conducta escandalosa.
—Tu secreto está a salvo, —dijo en voz baja mientras tomaba un sorbo de té.
Secretamente deseaba café, pero dudaba de que aguantara en su estómago
revuelto—. Su porcelana china es una maravilla.
—Directamente traída de Boston, —dijo con orgullo—. Igual que mi piano. Los
enviaron en barco, rodeando el Cabo de Hornos. —Sus ojos se entibiaron con los
recuerdos.
—Inmediatamente después de su primera huelga de oro, Cazador me compró el
piano Chickering, toda la vajilla y los cristales para todas mis ventanas. De eso,
querida, hace ahora más de veinte años. Dios mío, cómo pasa el tiempo. —Miró a
través de la ventana—. Cazador me lo trajo todo aquí, desde Jacksonville en una
carreta. Todo llegó bien, excepto la azucarera.
Era inconfundible cómo el amor suavizó los rasgos de Loretta, cuando habló de su
marido. La garganta de Franny se apretó con una emoción indefinible.
Sospechó que era envidia. Qué maravilloso debía ser amar, y ser amada por un
hombre como Cazador de Lobos, que le había dado dos hijos y los había criado
junto a ella hasta que fueron mayores en aquella acogedora casa de madera. Sus
pensamientos se fueron inmediatamente a Chase, que era la imagen de su padre.
¡Oh, cómo deseaba Franny que este niño que llevaba fuese suyo, que un día todo el
mundo comentara sobre lo mucho que se parecía a su padre!
—En cuanto empezamos a desempaquetar la vajilla, Chase Kelly rompió un plato, —
agregó Loretta con una sonrisa—. A día de hoy, me hubiese gustado poder capturar
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

la expresión que cruzó el rostro de Cazador. Después de todo el cuidado que puso
en traerlos, y ver la porcelana rota y dispersa por todos los lados alrededor de sus
pies.
—Estoy sorprendido de que Chase sobreviviese con su piel intacta, —murmuró
Franny.
Loretta sonrió.
—Oh, Cazador nunca castigó a los niños, al menos no físicamente.
Franny no pudo ocultar su incredulidad.
—¿Nunca? Entonces, ¿cómo les disciplinaba?
—De la misma manera que lo hará Chase con éste bebé. —Volviendo la taza a su
platillo, Loretta se inclinó hacia delante para acariciar la colcha sobre la barriga de
Franny—. Con una mirada, nada más. —Ella se encogió de hombros—. Bueno, a
veces le seguía con una charla. A Cazador siempre le ha gustado hablarle a sus hijos.
—¿Una mirada y una charla? Eso no puede haber sido muy eficaz con niños
pequeños.
—Es muy efectivo, en realidad. —Loretta se encontró con la mirada de Franny—.
Los niños son más perceptivos de lo que pensamos. Chase e Índigo siempre
supieron cuando su padre estaba decepcionado con ellos, y eso era suficiente
castigo. Incluso cuando eran pequeños. —Soltó una carcajada que parecía una
campanilla—. No creo que entendiesen la mayor parte de las elocuentes
conferencias de Cazador. Pero éstas parecían hacer llegar el mensaje. Una cosa
buena acerca de los comanches es que tienden a comunicarse con sus manos y las
expresiones faciales tanto como con palabras. Ya verás a lo que me refiero, cuando
le veas hablar en algún momento. Entonces comprenderás lo que quiero decir.
Haciendo memoria, Franny recordó momentos en los que tanto Chase como Índigo
le había transmitido sus emociones con gestos, así como hablándole.
—Creo que sé lo que quieres decir.
Loretta apretó la mano en un puño y se lo puso sobre el pecho. Imitando a su
esposo, dijo:
—Mi corazón está puesto sobre la tierra.
Franny se rió. Riendo con ella, Loretta dijo:
—¿Lo ves? Al decirle eso a un niño travieso, entienden que han hecho algo malo…—
simuló un tono de voz grave— ¡Me hace sentir muy triste!
Franny volvió a reír. En su imaginación, no había esperado que su suegra fuese tan
cálida y amable con ella. La creía una mujer más sobria. Equilibró la taza y el
platillo con una mano, y peinó tímidamente los flecos de lana. Un largo silencio
cayó sobre ambas. Mirando hacia arriba, Franny dijo.
—Señora Lobos, quiero darle las gracias por hacerme sentir tan bienvenida.
—¿Señora Lobos? Por favor, Franny. Me haces sentir tan vieja como Matusalén.
Llámame mamá, o, si no, Loretta.
¿Mamá? Franny no era tan atrevida.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Loretta, entonces. Gracias. —Tragó saliva y respiró hondo—. Pese a que Chase me
asegura que no es así, estoy segura que ustedes deben de tener un poco de
resentimiento hacia mí. Gracias por no demostrármelo.
Los ojos azules de Loretta se ensombrecieron.
—¿Qué resentimiento, Franny? ¿Por qué, por todos los cielos, íbamos a estar
molestos?
—Bueno, porque, yo no puedo ayudarla, pero… —Franny perdió el fleco que
acariciaba nerviosamente y su mano chocó contra el plato de porcelana china
ruidosamente. Tanto ella como Loretta llevaron la mano disparadas para sostener
la tacita. Sus dedos se rozaron, y en el contacto, Loretta agarró tibiamente la mano
de Franny. Queriendo terminar con la frase que había empezado, antes de no ser
capaz, prosiguió—. Ustedes saben quien soy. Saben lo que soy. Y que mi bebé no es
hijo de Chase. Han sido tan amables, que yo sólo quiero que sepan que…
Loretta apretó los dedos de Franny.
—Silencio, —dijo en voz baja pero con imperativo maternal— .Eso es lo último que
quiero oír en esta conversación.
Ella soltó los dedos de Franny para recoger las rebanadas caídas de pan tostado.
Dulcificando su voz, prosiguió.
—Eres la esposa de mi hijo. Estás esperando a mi tercer nieto. Nadie dirá lo
contrario, no en mi presencia. Eso, mi querida niña, si que me molestaría, y de todo
corazón. Cuando te casaste con mi hijo, todo lo pasado, quedó atrás.
—Pero yo…
—Nada de peros.
—Pero…
—¡Nada de peros! —Había chispas de indignación en los grandes ojos azules de
Loretta.—Nadie hablará mal de uno de los míos. Eso te incluye a ti. En el instante
en que te casaste con Chase, te convertiste en mi hija, y cualquiera que diga algo
contra ti en mi presencia va ha tener serios problemas.
Franny sólo podía mirarla. Por mucho que lo intentara, no podía ver falsedad en las
expresiones de su suegra. Tan imposible como parecía, realmente lo decía en serio.
Tan pronto como mostró ira, Loretta suavizó su expresión.
—Ahora, tómate el té, y cómete las tostadas… Si este bebé se parece en algo a su
papá, vas a necesitar poner algo en su estómago antes de levantarte y empezar a
moverte. Cuando yo estaba esperando, eso pareció ayudarme en todo caso.
Franny obediente, tomó una rebanada de pan y le dió un mordisco. Para su
sorpresa, su estómago, ya un poco aliviado por el jengibre, acogió muy bien un poco
de comida.
—Creo que ya estoy sintiéndome mejor, —admitió.
—¿Estás viendo? ¡Mejor!. Tal vez hoy te sentirás bien para ver algún patrón para tu
vestido. Tenemos que decidir sobre el estilo.
Franny casi se atragantó con el pan.
202
Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¿Mi vestido?
—Para la boda.
—Sin embargo, Chase y yo…aun no…Pensé que…—Franny se interrumpió, con
sentimiento de impotencia.
—Franny, toda mujer debe tener una boda hermosa—. Loretta le recordó
amablemente. —Chase nos contó tus preocupaciones esta mañana. Pero Cazador
siente que tus temores son infundados. Hum… Él… —Hizo un gesto con la mano—.
¿Cómo puedo explicarlo para que comprendas a Cazador? Para él, son muy
importantes las ceremonias, supongo que debido a su educación y sus costumbres…
Y él insiste en que haya una ceremonia religiosa. Simple, si lo prefieres, pero una
ceremonia para conmemorar el día, sin embargo, en la iglesia de tu elección. Puesto
que vamos a tener una ceremonia, también podemos tener un vestido. ¿No te
parece?
Franny tenía ganas de gritar que Cazador de Lobos no tenía nada que decir al
respecto. La decisión era de Chase y de ella, era su vida. Evidentemente, sus
pensamientos debieron salirle a la cara, puesto que Loretta pareció angustiarse.
Miró hacia el techo por un momento.
—Oh, Franny. Cuando Chase habló con nosotros, entendí de verdad como te debes
sentir. Pero, —Ella la miró a los ojos— Cazador simplemente no puede concebir
ese tipo de pensamiento. Para él, no hay día de ayer. ¿Tiene esto algún sentido para
ti?
Si oía esa expresión una vez más, Franny pensó que gritaría. No hay ayer. Era el
dicho favorito de Chase, y estaba claro de donde la había sacado.
—En cualquier caso, —fue Loretta— en la estructura de la familia comanche, el
padre tiene la última palabra. Cazador muy rara vez juega a ser autócrata, pero no
cambiará de idea sobre esto. Chase no tiene más remedio que cumplir sus deseos, y
como su esposa, tú también lo harás. Las cosas son simplemente así.
Franny miró a su té.
—Tal vez si lo discutieses con Cazador, —sugirió Loretta—. Sólo tienes que hablarle
claro y decirle que a pesar de todo no quieres una boda. Podría aceptarlo si
pudiera entender mejor cómo te sientes. Chase y yo ya lo hemos intentado, pero
parece que le hablamos en griego. Él sólo nos mira como si… bueno, está claro que
no puede entender cuál es el problema.
Franny no tenía la menor intención de enfrentarse a su suegro por la boda o por
cualquier otra cosa. Por un lado, el hombre era intimidante. Por otro, era el trabajo
de Chase mediar con su familia, no el de ella. Tenía la intención de hablar con
Chase de esto a la primera oportunidad. La idea de que un hombre adulto como
Chase tenía que obedecer a su padre, le parecía absurdo.
—Voy a hablar con Chase, —dijo Franny.
—¿Y con Cazador?
Nunca. Sin embargo, Franny no estaba dispuesto a decir lo mismo.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Oh, Franny. Una boda, la verdad, es que no puede ser tan malo. Podríamos
hacerla en Grants Pass, donde habrá menos posibilidades de que alguien te
reconozca. Y con sólo la familia allí, ¿que puede salir mal?
Todo. Todo podía salir mal. Sin embargo, por su vida, Franny no sabía cómo poner
en palabras todos sus temores.
Loretta le dio una palmadita amable en la pierna a Franny cuando se puso de pie.
—Termina el té, amor. Creo que Índigo vendrá en un rato. Vamos a tener un
almuerzo muy agradable cuando te vistas y bajes. He cocinado algo suave,
adecuado para tu estómago revuelto, ¿De acuerdo?
Con eso, salió de la habitación.
Franny quedó mirando detrás de ella. Una boda. En el fondo, la sola idea de que
realmente podría tener una boda la llenó de una oleada de placer. Pero se apresuró
a regresar a la tierra. A pesar de que nadie en Grants Pass sospechaba la verdad
sobre su profesión y que probablemente podría llegar a tener una boda en la iglesia
de lujo, vestida de blanco, ella sabría la verdad. Ni siquiera se podía imaginar
caminando por el pasillo vestida de blanco puro. Sería una burla y una mentira.
Dios seguramente la castigaría con la muerte, si se atreviese.
Franny necesitaba tiempo a solas. A pesar de que esperaban a Índigo, se disculpó
con Loretta y escapó de la casa. Sus pasos la llevaron hasta el arroyo. En lugar de
sentarse, optó por caminar nerviosamente por la orilla, en busca de lugares
familiares de cuando había venido con Chase o Índigo.
El ejercicio no ayudó a calmarla. Su piel se sentía espinosa, y los ruidos inesperados
hacían saltar sus nervios. Tenía un dolor sordo por detrás de los ojos que no podía
calmar, y tenía una sensación de pesadez en el pecho que sabía era por las lágrimas
no derramadas.
¿Por qué no podían entender cómo se sentía? La pregunta hizo a Franny aumentar
su ritmo, ya que cuando lo pensaba, tampoco estaba segura de comprenderse a si
misma. Entró en pánico. Así es como se sentía. Al igual que un animal indefenso
atrapado en una jaula, mientras que la gente metía palos en ella.
Una comparación loca. Pero era la forma en que se sentía. Sobresaltada, con miedo.
Convencida de que algo horrible iba a suceder. Quería correr, sólo que no había
donde ir. Quería rezar, pero no podía pensar en ninguna oración, y no estaba segura
de que Dios la escuchara, incluso aunque rezase hasta caer exhausta.
No se trataba sólo de la boda. Franny no estaba segura de por qué estaba tan
molesta. Solo que tenía una sensación de fatalidad que no podía olvidar.
Todo era claro y fácil. Chase la amaba. Él había insistido en que se casaran. Su
familia era una maravilla. Ella iba a tener un bebé. El pasado no existía. Su familia
estaría bien atendida. Era un sueño perfecto. Y ella sabía que no podía durar.
***
En el momento que Chase se enteró que Franny había salido de la casa, se fue a
buscarla. A pesar de que había caminado por la orilla rocosa quebrada, su habilidad
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

rastreando la llevó hacia ella. Fue por detrás, moviéndose tan rápido como su ojo
podría encontrar el camino. Se sentía preocupado. Sabía que su madre le había
dicho a Franny que su padre insistía en celebrar una boda por la iglesia. Ese era uno
de los problemas de tener familia, no ser capaz de controlar sus bocas. Franny no
estaba preparada para hacer frente a todo esto todavía. Chase quería ir poco a poco,
pero las cosas parecían estar precipitándose.
Mientras la seguía, jugó con la idea de irse ambos de Lobos inmediatamente. Tenía
la esperanza de quedarse, aunque sólo fuese por unos días, para que Franny se
diese cuenta de que su madre y su padre aceptaban de verdad al bebé. Chase no
podía dejar de sentir que era de vital importancia para su futura felicidad.
Alejándose, él tendría un mayor control. Nadie le diría a su esposa las cosas que la
molestaban.
Maldita sea. Incluso en su frustración, Chase sonrió levemente. La intención de su
madre era buena… Ella tenía un corazón del tamaño de Texas. Y también lo tenía
su padre. Ambos sólo querían que Franny se sintiese bienvenida y parte de su
familia. Chase sabía que era la razón principal de su padre para insistir en una boda
por la iglesia, debido a que si se hacía una excepción en el caso de Franny era lo
mismo que decir que ella era diferente. Su padre era muy perceptivo. Una mirada a
alguien a los ojos y, al igual que Chase e Índigo, podía ver directamente el corazón
de una persona. Chase sabía que lo había sentido en Franny y se sentía indignado, y
su terquedad ante la boda era su manera de demostrarlo.
El problema era que parecía haber más cosas en la cabeza de Franny, más incluso
de las que podía leer. Algo de lo que no estaba seguro, estaba consumiendo poco a
poco su corazón. Cuando la miraba a los ojos notaba su miedo. Pero por alguna
razón no podía averiguar la causa. Era como si Franny corriera asustada y no sabía
por qué.
Chase se encontró con ella en un recodo del arroyo. Había dejado de tirar piedras al
agua, pero se la veía enfadada. Nunca había visto a Franny con un humor tan malo
antes, y al verla decidió darle un momento. Después de ver que seguía lanzando
piedrecitas al río, decidió enfrentarla, y que le dijese de una vez qué era lo que la
tenía tan molesta.
—¿Te importa si me uno a tí? —preguntó, y se agachó para recoger una piedra.
Se volvió hacia él, sus ojos verdes de fuego.
—¡Tú!
Chase casi miró sobre su hombro. Recordó que anoche ambos se habían quedado
dormidos en paz.
—¿He hecho algo que te moleste, para que saques ese lado malo que no conocía?
Ella sopesó una piedra, pensó que después de todo quizás estaba pensando en
arrojársela.
—Es lo que no has hecho. Cuando me casé contigo, no sabía que me había unido a
alguien tan cobarde que aun hace todo lo que su padre le dice.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—¡Ah! Chase apuntó a un árbol por encima del arroyo y lanzó la piedra, que hizo
diana en el punto que quería con un satisfactorio golpe.
—¿Así que eso es lo que te hace rabiar?
—¡Eres un hombre adulto! ¡Sabes bien que no quiero una boda por la iglesia!
¿Cómo dejas que tu padre te haga cambiar nuestra decisión? No lo puedo
comprender.
Chase se inclinó para elegir otra piedra, una plana esta vez, para que pudiera saltar
sobre el agua.
—Franny, Las costumbres Comanche son un poco diferentes a las de los blancos.
Eso no las hace malas. No es una cuestión de cobardía, sino de respeto. —Le dirigió
una mirada—. Él es mi padre. Aproximadamente una vez cada diez años o así,
insiste en algo, y de alguna manera, yo no me atrevo a pelear con él cuando lo hace.
¿Puedes comprenderlo?
—No. —Ella tiró una piedra bastante grande en el agua cerca de la orilla.
El resultado, el agua saltó, salpicando los pantalones de Chase. Él le dirigió una
mirada.
—¿Lo hiciste a posta?
—¿Y qué si lo hago?
Él sonrió. No podía hacer nada. Nunca había visto tan enojada a Franny. Sus
mejillas ardían. Sus ojos le disparaban rayos en su contra.
Sus ojos. Chase miró profundamente en ellos, y lo que vio detrás de todo aquel
brillo no era ira, era dolor. Y un rastro de miedo. Su corazón se entristeció.
—Franny, cariño, ¿no puedes hablar conmigo? Esto no es realmente sobre la boda,
es algo más, ¿verdad?
Tenía las manos crispadas, y en su frustración, palmeó con fuerza contra sus
muslos.
—¡Sí! ¡No voy a caminar por el pasillo preñada! No lo haré. ¡Métetelo en la cabeza!
Y una vez que lo hagas, déjaselo en claro a tu padre.
—Muy bien.
Estaba a punto de decir algo más, pero su respuesta la dejó desestabilizada.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Vamos a esperar a celebrar la boda después de que nazca el bebé.
A continuación, vamos a hablar de nuevo y planear la ceremonia. ¿Satisfecha?
Se dio cuenta por su expresión que ella pensaba que nunca se volvería de nuevo a
discutir el tema, si esperaba todo ese tiempo, librándose así de la ceremonia… La
niña tenía mucho que aprender sobre el Pueblo Comanche, eran los más obstinados
del mundo.
—¿Vas a decírselo a tu padre?
Chase no tenía ganas de hacerlo. Pero no tenía otra opción. Su primera lealtad
estaba con su mujer y, si eso significaba contradecir a Cazador, tendría que hacerlo.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Sí, se lo diré. Pero quiero que entiendas qué una vez que nazca el bebé, habrá una
boda por la iglesia. En tu iglesia o en la mía, no me importa. Pero en una Iglesia,
con un vestido blanco. ¿Está claro?
Ella asintió con la cabeza a regañadientes, y su color rojo comenzó a desvanecerse.
Mirando a los ojos, Chase sabía que la ira que había sentido era la menor de sus
preocupaciones.
De todos modos, no estaba seguro que hablar de sus sentimientos con ella fuese la
respuesta. Sentía su confusión. Él estaba del todo seguro que Franny estaba molesta
por algo más. Pero aun no estaba preparada para contárselo. Tendría que ser
paciente. Estaba nerviosa, tan tensa como una cuerda de piano. Dudaba que
resistiese demasiado sin romperse.
—Así que… ¿tema resuelto?
Ella asintió con la cabeza, mirando como un rebelde que acababa de perder su
causa.
—Supongo.
Chase sonrió ligeramente.
—Bien, porque tengo otro asunto que resolver contigo ahora.
Sus ojos se abrieron.
—¿Qué asunto?
—Sobre lo de salpicarme a posta.
Su mirada se disparó a sus pantalones mojados.
—¡Oh, eso!.
Dio un paso amenazador hacia ella.
—Sí, eso. ¿Sabes lo que le hago a las mujeres que me salpican?
Sus ojos aun se abrieron más y retrocedió un paso.
—No… ¿qué?
No era más que una manera de sacar de la mente de la mujer algo de sus
preocupaciones. Hasta que Franny estuviese dispuesta a contarle todo, podía ser
tan inventivo como cualquier otro. Extendiendo las manos y manteniéndose en
constante movimiento, asumió una pose depredadora.
—Las tiro al arroyo, con ropa y todo.
Deliberadamente dibujó una mueca feroz para que ella supiera que le estaba
tomando el pelo. Vio una pequeña sonrisa revolotear en la boca, y eso fue suficiente
para hacer que Chase se calentara. Él gruñó. Ella chilló, retrocedió un paso y alzó
las manos.
—¡Tú no me harías eso!
—Oh, sí que lo haré.
—Pero tus padres. ¿Qué van a pensar si vuelvo empapada?
Avanzó hacia ella.
—Me importa un comino lo que piensen.

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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Se volvió para correr, y la persecución comenzó. La dejó obtener una ligera ventaja,
luego alargando las zancadas se puso detrás de ella. Chillando y riendo, le cortó el
paso en la entrada del bosque. Puso un árbol entre los dos, ella giraba, logrando
mantenerse fuera de su alcance. Durante unos minutos, Chase se contuvo para
permitirla creer que podía evadirle. Se reía como una niña. Los ojos le brillaban de
emoción. Tuvo la sensación que Franny había jugado muy pocas veces en su corta
vida.
Regateando hacia la izquierda, Chase lanzó el brazo derecho para interceptarla
mientras huía. Gritó cuando la tomó de la cintura y la levantó contra su pecho.
Pataleó, trató de retorcerse para liberarse… Él vio un lugar cubierto de hierba
debajo de un árbol, la llevó hasta allí, teniendo cuidado de no hacerle daño, luego la
bajó al suelo.
—¡Esto no es el arroyo! —exclamó sin aliento.
Cayendo sobre ella, Chase capturó sus brazos y esposó sus muñecas con una mano.
Le colocó los brazos sobre la cabeza, dejándose caer con un muslo entre los de ella.
—Antes de ahogar a mis víctimas, suelo hacerles cosquillas primero.
Ella se rió, después se puso seria y sus hermosos ojos le buscaron. Las lágrimas
brotaron de las piscinas de color verde con tanta rapidez que Chase se sorprendió
con la guardia baja. Por un momento pensó que estaba asustada. Pero entonces ella
lloró y susurró su nombre como si su corazón se rompiese.
Chase soltó las muñecas, y le tomó la cara entre las manos. Quería mirarla a los
ojos, pero ella se le adelantó, abrazándose ferozmente a su cuello y enterrando la
cara en su hombro.
—Abrázame, —gritó entrecortadamente—. Oh, por favor, Chase, sostenme. No
vuelvas a dejarme ir.
Estaba feliz de hacerlo. La abrazó con fuerza y rodó sobre el costado, arrastrando su
peso ligero con él. Sintió que se estremecía con un escalofrío. Y después, como si el
dique se rompiera, comenzó a llorar. Acariciándola el pelo con la mano, Chase le
susurró.
—Franny, cariño… ¿qué te pasa? Dime.
—Tengo miedo. Tengo tanto miedo.
Dijo las palabras una y otra vez, cómo una letanía de súplica. Sabía que ella buscaba
consuelo, pero que Dios lo ayudase, no sabía cómo calmarla. Claramente no tenía
miedo de él. Sin embargo, estaba asustada de algo. El violento temblor de su cuerpo
se lo demostraba. Chase apretó los brazos a su alrededor.
—¿De qué tienes miedo? Dime, yo cuidaré de ti. No voy a dejar que nada te haga
daño. Te lo juro.
Ella siguió lamentándose.
—No lo podrás parar. Nadie puede. Va a ser igual que Pañales. Yo lo sé, lo quería,
¿te das cuenta? Al igual que Pañales, sólo que peor, mucho peor. No creo que pueda
soportarlo.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

Completamente desconcertado, Chase le pasó una mano arriba y abajo de la


espalda, masajeándole los músculos crispados en sus hombros y a lo largo de la
columna vertebral.
—¿Pañales? Franny, ¿quien es Pañales?
—Está muerto. —Sus sollozos ganaron fuerza—, Murió.
Chase cerró los ojos, sintiendo su dolor tan intensamente como si fuera suyo.
¿Pañales? Besando su pelo, le susurró:
—¿Quién era Pañales, cariño? Cuéntame.
—Un gatito. Sólo un pobre gato viejecito.
Chase, impactado, abrió los ojos.
—¿Un qué?
—Un gato. Mi gato. Traté de no quererlo. Realmente no quería quererlo. ¡Pero era
igual que tú!
—¿Como yo?
—Sí. No importaba lo que hiciera, no sabía mantenerse alejado de mí. Incluso le di
una patada una vez. Era tan… —Ella balbuceó mientras buscaba una palabra
apropiada—. Estúpido. Fue un tonto. Yo no lo quería. Nunca le quise. Pero él no
quería alejarse.
Chase no estaba seguro si él apreciaba que lo comparasen con un gato, y mucho
menos un estúpido gato viejo, pero estaba tan apenada, que lo dejó pasar.
—Siempre estaba a mí alrededor. —Su voz se hizo estridente—. Seguía viniendo a
mí, no importaba lo que le hiciese. Y empecé a quererlo.
Su estómago, cuando comenzó a comprender, se revolvió.
—Él era todo mío. ¿No lo ves? Alguien que se quedaba conmigo todo el tiempo.
Alguien que sabía todo sobre mí y me quería de todos modos. Y una noche —ella
agarraba las manos en su camisa —. Le dispararon. Solía saltar la barra. A Gus no le
importaba. Los clientes habituales le compraban un tazón de leche. Sin embargo,
dos extraños, estaban borrachos, y le dispararon antes de que Gus pudiese
detenerlos.
—Oh, Franny…
—Y ahora, Yo te amo. ¿No lo ves? Ahora Te amo.
Con eso, se deshizo en lágrimas otra vez. Chase apretó la cara en la curva de su
cuello y se encogió de hombros a su alrededor. Ella lo amaba.
Dios, había trabajado como un perro para sacarle esas palabras, y ahora que por fin
las había dicho, todo lo que quería hacer era llorar con ella.
—Ahora Te amo.
Había tenido una gran cantidad de dolores de cabeza por esas tres palabras. Ella no
tenía que decir nada más, para él era todo. “Ahora Te amo”. Chase gimió.
Finalmente, Dios le había concedido lo que tanto deseaba.
El misterio de Franny. Era un puzzle hermoso e intrincado que había tenido que
desmontar pieza por pieza, estudiándola, analizándola, tratando desesperadamente
209
Magia Comanche
de Catherine Anderson

de entenderla. Su fe cristiana. Su creencia en que era una pecadora. Sin embargo, él


había pasado por alto lo que debería haber sido manifestaciones evidentes, sobre
todo para un católico. Penitencia. En la mente de Franny, ella tenía que ser
castigada por todos sus actos ilícitos, y qué mejor manera para que Dios la
castigase, que arrebatarle todo lo que llegase a amar y considerar suyo.
Pañales y Chase, los dos tontos que no podían mantenerse alejados, no importaba
lo que hiciese. Volvían una y otra vez. ¿Quienes sabían toda las cosas malas sobre
ella y la amaban de todos modos? Su familia no contaba, por mantener su amor,
tenía que ocultarles la verdad. Una rabia impotente lo lleno. Pero murió tan rápido
como llegó. No podía ayudarla si le cegaba la ira.
Él buscaba algo, cualquier cosa, que poder decir para aliviar su mente, pero no
había nada. Él mismo no podía hablar. Sus creencias estaban demasiado arraigadas
para borrarlas con las palabras. Franny, la prostituta, era, por definición, indigna de
ser amada. Cualquier persona o cosa que se atreviera a romper esa ley no escrita, le
sería arrebatada.
Pañales y él.
Chase hizo la única cosa que sabía hacer, y que era simplemente abrazarla. Con
Franny parecía que la mayoría de las veces sólo podía reducirse a esto. Ella se aferró
a él y lloró hasta agotarse. Hasta que no tuvo más lágrimas que derramar. Entonces
se quedó quieta en sus brazos, recorriendo las yemas de los dedos de una mano
sobre su pelo, por la parte posterior de su cuello, por encima del hombro.
La forma en que le tocó le rompió el corazón a Chase. Lo tocó maravillosamente,
como si estuviera tratando de memorizar cada uno de sus rasgos. Podía entender
mejor su renuencia a tener una boda ahora. Y Dios no permitiría que llevase un
vestido blanco. Toda su vida, había escuchado a la gente en tono de broma decir
que el techo de la iglesia cedería si entraba una prostituta. En ese sentido, Franny se
sentía así. Sin embargo, su paranoia se extendía al resto de su vida. Ella era una
mala persona. Y si se atrevía a olvidarlo, la venganza de Dios sin duda la alcanzaría.
Amar y ser amada era, para ella, la olla de oro al final del arco iris, algo que sólo se
otorgaba a personas que lo merecían. Tenía la sensación de cuán profundamente
anhelaba una boda, pero ¿ella quería tener una? En su mente, caminar por el
pasillo en blanco equivaldría a abofetear a Dios en la misma cara e invitándolo a
fulminarla con su ira. ¿Ser aceptada por su familia? Lo mismo. Ella no se lo
merecía, y si admitía, incluso para sí misma, cuanto deseaba lo que la vida le
ofrecía, Dios seguramente se lo acabaría arrebatando.
Chase sentía como si estuviera atrapado dentro de las paredes de ladrillo de veinte
metros de altura. Ahora que había identificado el problema de Franny, no tenía idea
de cómo resolverlo.
No tenía idea en absoluto.
Con el tiempo, tal vez. Sin duda finalmente conseguiría hacerla olvidar. Pero Chase
odiaba dejarla sufrir hasta entonces.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Franny, —dijo suavemente—. ¿Cómo te sientes acerca de hablarlo con el padre


O’Grady?
Ella se puso rígida.
—¿Sobre qué?
¿Sobre qué? Era una maldita buena pregunta.
—Oh, sólo sobre estas cosas. Pañales, tal vez. Y sobre mí. Acerca de cómo te sientes.
—¿Con un sacerdote?
Dijo sacerdote como si fuera una mala palabra. Chase sonrió a pesar de sí mismo.
—¿Con el Predicador Elías, entonces?
Ella levantó la cabeza.
—¿Estás loco? No puedo hablar con ese predicador Elías. Si lo hiciera, entonces lo
sabría.
—¿Qué sabría?
—Esto, lo que yo…soy… —Se interrumpió y se irguió sobre un codo para echarle una
mirada incrédula—. ¡Sabes muy bien el qué!
—Franny, es un hombre investido. Él seguramente ha visto y oído casi todo. ¿Crees
que iba a morir de un choque, si se enterase?
—Probablemente. Y me odiaría. ¡Podría decírselo a mi madre!
Por la forma en que Chase lo vio, Mary Graham ya lo sabía.
—¿Sería tan malo?
Sus pupilas se dilataron.
—¿Malo? ¿Sería tan malo? Ella nunca sentiría lo mismo por mí. Nunca. —Empujó
para librarse de su abrazo—. Ni se te ocurra. ¿Lo entiendes? He tenido que luchar
mucho para mantener a toda mi familia ignorante, y ahora tendría que exponerme
al riesgo de que lo supiesen, al hablar con el Predicador Elías.
Chase la agarró del brazo. Sosteniendole la mirada, dijo:
—Hay que hablar con alguien, cariño. Alguien en quien puedas confiar. Alguien que
pueda entender tus temores y darte paz.
—¿Conoces a alguien? ¿Tú? —dijo suavemente.
Chase, suspiró.
—Franny, yo no puedo aliviar tu mente. Lo he intentado. Estás llevando una carga
de culpabilidad muy grande. Crees que Dios va a castigarte. No puedes seguir
sintiéndote de esta manera. No es saludable para ti o para nuestro bebé.
—No puedo arriesgarme a que mi familia se entere, —exclamó—. ¡No lo haré! Son
todo lo que tengo. ¿No ves? Me aman.
—¿Y no te querrán si saben la verdad sobre ti?
—¿Cómo podrían?
Chase gimió, y subió el antebrazo para cubrirse los ojos.
—¡Jesús!. —Movió el brazo ligeramente para mirarla y dijo:
—De la misma manera que yo lo hago. Es fácil amarte, Franny. Y tu familia no es
todo lo que tienes. Ya no es así. Me tienes a mí. Tú tienes a mi familia y a Índigo.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

—Por ahora.
—¡Para siempre! ¿Crees que Dios nos va a matar a todos?
Ella se puso de rodillas.
—No quiero hablar de esto.
—Porque tengo razón, y tú lo sabes. Cariño, te digo, tu familia va a amarte, no
importa lo que hagas. Porque tú eres tú. ¿No sería un alivio si supieran la verdad?
Todas aquellas personas que saben todo lo que hay que saber acerca de ti, te
queremos de todos modos.
Ella sacudió la cabeza. Chase podía ver, hablando con ella, que lo que dijese era
inútil. Fijó sus ojos verdes grandes en él.
—Chase, prométemelo. Prométeme que no se lo dirás nunca a mamá. Ni siquiera
insinuárselo. Si lo haces, nunca te lo perdonaré. Nunca.
—Nunca haría una cosa así, y tú lo sabes.
—Me amenazaste con eso ayer.
—Sí, te amenacé. Y los dos sabemos que era sólo eso, una amenaza.
Se incorporó, cepillando las agujas de pino y hojas resecas de su camisa. Fijando su
mirada en ella, dijo.
—Tú sabías que nunca haría ese viaje a Grants Pass. En el fondo, lo sabías. Lo que
nos lleva a otro asunto. Tú deseas una boda, Franny. Tú lo quieres todo. Mi
nombre, el bebé, la vida que te he prometido. Sólo tienes miedo de llegar y cogerlo.
Sí, lo sé, ¿no te parece que Dios probablemente también lo sabe? —Levantó las
manos y miró hacia el cielo—. ¿Crees realmente que Él es tan condenadamente
estúpido?
Ella inclinó la cabeza y jugó nerviosamente con su cuello.
—La vida es un juego de azar, Franny. Todos nacemos. Todos tenemos que morir.
Todo lo que hay en medio es sacar el máximo provecho de la vida que nos sea
posible. Las cosas malas suceden a veces, y no te puedo prometer que no va a
pasarnos a nosotros. Pero te puedo decir esto. Dios no va por ahí destruyendo
personas, porque hayan dicho o hecho algo mal.
Ella levantó la vista, con los ojos llenos de incertidumbre.
Sintiéndose con ventaja, Chase señaló una flor, un pincel de la India.
—Piensa en tus arreglos florales de cristal bajo, ¿cómo te sientes cuando los haces?
—¿Qué pasa con ellos?
Chase envolvió los brazos sobre las rodillas y miró hacia el bosque.
—¿Cuántas veces has hecho uno de esos cuadros, te diste cuenta de un defecto, y lo
tiraste al suelo para romperlo?
Ella lo miró con desconcierto total.
—Nunca.
—¿Por qué?
—Bueno, porque yo… —Sacudió la cabeza ligeramente, como si quisiera ordenar sus
pensamientos— trabajo muy duro para hacerlos. Y creo que son bastante buenos.
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Magia Comanche
de Catherine Anderson

¿Por qué diablos iba yo a querer romper uno, por que tuviese un defecto?
Simplemente levanto el cristal y lo intento arreglar… —Se interrumpió, como si
acabase de darse cuenta de lo que realmente estaba diciendo.
—Te gustaría arreglarlo, no tirarlo a la basura.
Ella se ruborizó un poco y miró hacia otro lado. Pero Chase se dio cuenta que ahora
tenía sentido para ella.
—Deja que Dios levante el vidrio y reorganice las cosas —dijo en voz baja—. Piensa
en ti como una flor que se ha extraviado del conjunto. Te han arrancado de tu lugar
y te han puesto en otro. Aquí, conmigo. Es el lugar donde debes estar. Donde tú
perteneces. Ten fe en que aquí es donde Él quiere que tú estés.
Chase se puso en pie y miró hacia abajo donde ella se arrodillaba.
—¿Me amas?, —preguntó.
—¡Sí!, —admitió con voz trémula.
—¿Quieres una vida conmigo?
—Oh, sí.
Con la punta de la bota, trazó una línea en el suelo y tendió una mano hacia ella.
—Entonces, pasa aquí conmigo, —dijo con voz ronca—. Deja los últimos nueve años
al otro lado. Vamos a hacer un mundo más justo para nosotros, en el que nada nos
pueda tocar, donde podemos hacer que nuestros deseos se hagan realidad. Un lugar
de ensueño, mi amor. Sólo que va a ser nuestra realidad.
Ella miraba su mano abierta con anhelo.
—Vamos.
—Pero ¿y si? —se interrumpió y deslizó los dedos sobre el pecho—. ¿Qué pasa si
algo malo sucede, Chase? ¿Qué pasa si te amo, y algo horrible sucede?
—Cuando suceda, ya veremos. La vida no viene con ninguna garantía. Para nadie.
Es por eso que es tan condenadamente importante que no pierdas el tiempo
preocupándote por el ayer. Todos tenemos un ahora y la esperanza de un mañana.
Se levantó aun temblando, su mirada siguió fija en su mano extendida. Chase
quería decir que era sólo una estúpida línea en la tierra. Quería alcanzarla y
apoderarse de ella. Pero este era un paso que sabía que ella debía dar sola.
Por fin levantó la vista hacia su rostro. Sus ojos verdes se oscurecieron del color del
agua en un día tormentoso de invierno.
—¿Y no te irás? ¿No me dejaras empezar a amarte y luego decidirás que ya no me
quieres?
—Siempre y cuando quede un soplo de aire en mi cuerpo, nunca te dejaré, —dijo
solemnemente—. Te lo juro.
En lugar de tomar su mano, se lanzó hacia él. Chase la cogió en sus brazos y giró en
un círculo vertiginoso, con la cara apretada contra su pelo.
Ella se aferró a él como si nunca pudiese dejarlo ir.
Él esperaba que no lo hiciese.

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