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Unidad 4.

DESMITIFICANDO LA DELINCUENCIA DE LOS PODEROSOS


0. Introducción. 1. El mito del criminal tipo. 2. El mito del ciudadano obe-
diente a la legalidad.

0. Introducción
En esta Unidad vamos a estudiar algunos de los elementos que contribuyen a
que con mucha frecuencia el “problema del delito” sea la delincuencia común. Se trata
de dos mitos que permean nuestras percepciones y nuestra comprensión del delito y los
delincuentes.
Por un lado, el mito del criminal tipo, que nos induce a pensar que hay diferen-
cias esenciales -del tipo que sea- entre los delincuentes y los no delincuentes y que,
como tal, no es más que una falacia.
Por otro lado, el mito del ciudadano respetuoso con la ley, que guía nuestras
creencias hacia la idea de que la mayoría de los ciudadanos somos respetuosos con la
ley -incluida la ley penal-, de forma que la delincuencia es, en el fondo, el problema de
unos pocos.
De esta forma se va poniendo claramente de manifiesto que el problema esen-
cial no es otro que el de los criterios para incriminar conductas, esto es, qué debe ser
considerado delito en una sociedad, cómo y por qué.
Como lecturas obligatorias se han seleccionado las siguientes:
1. Ramos, L. M. (2011): La construcción visual del delincuente: estigmas y estereo-
tipos. En IX Jornadas de Sociología. Buenos Aires: Facultad de Ciencias Sociales.
Universidad de Buenos Aires.
En su estudio la autora vincula la utilización de la fotografía y la creación de un
estereotipo concreto, el del delincuente, de la mano tanto de la criminología
positivista como de la actuación de la policía.
Partiendo de la fuerte vinculación entre imágenes y conocimiento visual del
mundo, que hace inquebrantable la identificación entre el delincuente y su es-
tereotipo, la autora pretende dar elementos que ayuden a desnaturalizar y, en
el fondo, a romper esa vinculación.
2. Fernández Abad, C. (2017): ¿Necesitan ser los delincuentes de cuello blanco
resocializados? Una aproximación crítica a las limitaciones del término “reso-
cialización” a partir de la experiencia española. En Configuracoes 20.
El autor, tras exponer las que se consideran principales características de los
comportamientos que pueden comprenderse como delitos de cuello blanco y
reflejar la importancia de la preocupación por la corrupción y el fraude en la
sociedad española actual, analiza si los delincuentes de cuello blanco tienen las
mismas probabilidades de ingresar en prisión que los sujetos asociados a la de-
lincuencia común. Considera que no es así y que la relación entre delincuencia
Delincuencia de cuello blanco
Unidad 4

de cuello blanco y prisión es compleja e inusual, con la aportación de datos


empíricos. Más aún, destaca que el ideal de reformar al delincuente está vincu-
lado a un tipo específico de población que, lógicamente, no es la de clase social
alta.
Desde esta perspectiva que asocia delincuencia y exclusión social no puede sor-
prender que el delincuente de cuello blanco no precise resocialización, por lo
que la construcción simplista del término “resocialización” limitaría la capaci-
dad del sistema penitenciario español para combatir la delincuencia de cuello
blanco.

Steven Box (1983: 12-15) señaló que nuestras percepciones del delito están
“mitificadas” en el sentido de que nuestra socialización nos lleva a contemplar del delito,
básicamente, desde la perspectiva del Estado. En esta definición legal, se destacan los
delitos de los pobres, que se convierten en el núcleo de la persecución del sistema de
justicia criminal, mientras que los delitos de los poderosos se ocultan u oscurecen. Por
tanto, pensar sobre el delito de cuello blanco en estos términos exige que desmitifique-
mos nuestras percepciones de esta visión oficial del delito.
En esta Unidad vamos a destacar ciertos mitos sobre el delito y los delincuentes
que sirven de basen a la visión tradicional del “problema del delito”, de forma que los
daños que producen los delitos se dividen entre aquellos que originan los pobres y aque-
llos que derivan de los ricos o poderosos. Ya se ha visto en la Unidad anterior que existen
daños originados por los privilegiados y, como se señala generalmente por la doctrina,
son, como poco, comparables a los que producen las clases inferiores de la sociedad.
El soporte ideológico del pensamiento convencional sobre el problema del de-
lito se apoya en dos mitos ampliamente compartidos: el mito del criminal tipo, que nos
sensibiliza sobre la clase de personas que son delincuentes y su lugar en la sociedad, y
el mito del ciudadano respetuoso con la ley, que nos asegura a los demás que somos
sustancialmente distintos de las personas que encajan en ese criminal tipo.
Ambos mitos importan para la delincuencia de cuello blanco, en cuanto los de-
lincuentes de cuello blanco pertenecen a los ciudadanos respetuosos con la de la ley.

1. El mito del criminal tipo


La creencia de que el mundo se divide claramente entre criminales y no crimi-
nales tiene una larga historia. Además, no solamente está profundamente enraizada en
el pensamiento popular sobre el delito y el delincuente, sino que, sostiene Poveda
(1994), permea también mucho del pensamiento criminológico. Se trata de una dicoto-
mía falsa, que a menudo se expresa caracterizando a los delincuentes como pertene-
cientes a algún tipo criminal, ya sea a través de características físicas, deficiencias men-
tales o psicológicas o un particular tipo social (pobre, joven, hombre, de clase baja, mi-
norías).
En definitiva, se toma la parte por el todo y, así, se dice que se lucha contra la
delincuencia cuando solo se lucha con un aspecto o parte de ella.

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Desmitificando la delincuencia de los poderosos

Se trataría, en suma, de una muestra de la tendencia a un “pensamiento en


compartimentos” (Schur, 1969: 9-12; 1973: 10-11), que se muestra en muchas de las
metáforas o estereotipos que se usan para referirse al delito y los delincuentes (basta
pensar en la expresión “guerra” -la famosa guerra contra la droga en EEUU-, en los de-
lincuentes como enemigos -es de sobras conocida la polémica sobre el Derecho Penal
del “Enemigo”-, en los buenos y los malos, etc.). Lo importante es que, de esta forma, el
delito se transforma en un fenómeno extraño que tiene lugar fuera del núcleo central
de la sociedad. Al situar el delito en un “compartimento” se consigue oscurecer las nu-
merosas formas en que delitos y delincuentes están relacionados con los valores e ins-
tituciones básicos de la sociedad y que, por tanto, son un producto de una cultura más
amplia y de una estructura social.
La falacia dualista, por tanto, constituye una manera muy simplificada de pen-
sar sobre el delito.
Lo relevante, en todo caso, es que los mitos de los criminales tipo se producen
en los procesos sociales y políticos por los que ciertas personas o grupos son considera-
dos como peligrosos en la sociedad.
Pese a que pueden irrumpir otros, los mitos de los criminales tipo más persis-
tentes siguen siendo los que se enraízan en las clases económicamente marginadas.

2. El mito del ciudadano respetuoso con la ley


Como contrapartida a la idea anterior encontramos la idea de que la gran ma-
yoría de los ciudadanos respetan la ley. Salvo que encajen en el tipo de delincuente cul-
turalmente dominante, no serán considerados delincuentes “reales”.
Sin embargo, la existencia de delitos en círculos de ciudadanos respetuosos con
la ley es algo demostrado desde hace tiempo. De hecho, algunos estudios de autoin-
forme realizados a jóvenes respetuosos con la ley no mostraron diferencias entre clases
sociales (frente a la localización tradicional de la delincuencia en las clases inferiores).
La diferencia se explica en que los estudios tradicionales se apoyan en la delincuencia
oficial o registrada -que sí refleja una mayor presencia de los jóvenes de clase inferior-
mientras que los estudios de autoinforme entran en el dominio de la delincuencia no
oficial u oculta, que es, mayoritariamente, característica de la clase media.
En definitiva, resulta sumamente discutible la idea de que un pequeño grupo
de delincuentes sea responsable de la mayoría de las infracciones -pues nos estamos
refiriendo solo a un grupo de infracciones (las violentas, las tradicionalmente considera-
das más graves)- y tampoco puede aceptarse, sin más, que la delincuencia esté distri-
buida por igual entre los distintos grupos. Tanto la infracción como el respeto a la ley se
distribuyen de manera continua, con la mayoría de las personas en la frecuencia baja, la
parte menos grave, del mismo.
Cuando Sutherland introdujo el concepto de delito de cuello blanco en 1939,
fue muy explícito en que quería llamar la atención sobre delitos que tienen lugar fuera
de las clases bajas (peligrosas) y que no podían ser explicados por la pobreza. Por esa
razón se centró en los delitos de “los respetables”, principalmente profesionales y per-
sonas del mundo de los negocios, y los delitos de las corporaciones. Su tarea era

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Delincuencia de cuello blanco
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demostrar que los delitos de cuello blanco son delitos “reales” y dañosos, como los de-
litos comunes.
En su clásico estudio sobre los delitos de las corporaciones estudió las infrac-
ciones a la ley de las 70 mayores corporaciones de EE.UU. desde 1900 a 1944. Cada
corporación tenía, al menos, una decisión contra ella, con una media de 14 por cada
una.
Sutherland demostró que existía actividad ilegal fuera del marco del inquirir
sociològico del momento, pero no convenció a muchos de sus contemporáneos de que
el delito de cuello blanco era delito “real” (de ahí su polémica con Tappan a mediados
de los años 40). El delito, según Tappan, involucra una violación de la ley penal que es
tratada por las cortes criminales y que recibe una pena. La gran mayoría de infracciones
corporativas a que se refería Sutherland no reunían estos criterios (es más, se dijo -Co-
leman, 1989- que la gran mayoría de los casos no reforzaban la tesis de Sutherland, pues
se trataba de infracciones no violentas, de las que habitualmente se ocupan las agencias
reguladoras)-.
A mediados de los 70 otros autores replicaron el estudio de Sutherland -solo
para un período de 2 años, pero para un mayor número de empresas- y encontraron
que la mayoría de estas corporaciones (el 62.9%) tenía acciones reguladoras emprendi-
das contra ellas.
Puede decirse, por tanto, que estas investigaciones pusieron de manifiesto la
falta de legalidad entre los ciudadanos fieles a la ley, pero no mostraron que esas infrac-
ciones corporativas fuesen, en modo alguno, comparables al daño producido por el de-
lito común, pese a lo expuesto previamente en la Unidad 3.
Debe quedar claro en este momento que hay un área sustancial de daño fuera
del marco de nuestros mitos del criminal tipo. Algunos de estos daños no delictivos es-
tán contemplados como infracciones de otros sectores del ordenamiento jurídico (civil,
mercantil, administrativo, etc.); otros incluso legitimados (tabaco o alcohol). El dualismo
tradicional de delincuentes y ciudadanos fieles a la ley ha funcionado para alertarnos de
los peligros que suponen el crimen común y los marginados económicos. Al mismo
tiempo, ha ocultado los peligros, incluso las muertes y lesiones evitables, que provienen
del segmento de la sociedad “fiel al derecho”, especialmente de los delitos de los ricos
y poderosos y de los de las grandes corporaciones. Desmitificar los delitos de los pode-
rosos nos sensibiliza respecto a este punto ciego colectivo fomentado por nuestros mi-
tos tradicionales sobre el delito.
El debate, por tanto, radica en qué, cómo y por qué una conducta debe ser
considerada delictiva en una sociedad -teoría de la incriminación-, cuestión de la nos
ocuparemos más extensamente en Unidades posteriores.

BIBLIOGRAFÍA CITADA
Box, S. (1983): Power, Crime and Mistification. London: Tavistock.
Coleman, J. (1989). The Criminal Elite: The sociology of White Collar Crime. St. Martin’s Press.
Poveda, T. G. (1994). Rethinking White-Collar Crimen. Westport: Praeger.
Schur, E. (1969): Our Criminal Society: The Social and Legal Sources of Crime in America.

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Desmitificando la delincuencia de los poderosos

Englewood Cliffs, N. J.: Prentice Hall.


Schur, E. (1973): Radical Non-intervention: Rethinking the Delincuency Problem. Englewood
Cliffs, N. J.: Prentice Hall.
Shuterland, E. H. (1940). White Collar Criminality. En American Sociological Review, 1-12.
Shuterland, E. H. (1941). Crime and Business. En Annals of the American Academy of Political
and Social Science, 217.
Sutherland, E. H. (1945) Is White Collar Crime a Crime? En American Sociological Review, 10.
Sutherland, E. H. (1999) El delito de cuello blanco. Traducción del inglés de Rosa del Olmo.
Madrid: Ed. La Picota.
Tappan, P. W. (1947). Who is the criminal? En American Sociological Review.

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