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MILLS, Charles Wright (1959). “Usos de la historia”. En: La imaginación sociológica, México: FCE, 2012, pp.157-177.

Cap. VIII: Usos de la Historia

La ciencia social trata de problemas de biografía, de historia y de sus intersecciones dentro de estructuras sociales.
Que esas tres cosas – biografía, historia, sociedad– son los puntos coordenados del estudio propio del hombre, ha
sido la importante plataforma sobre la cual me mantuve mientras critiqué las diferentes escuelas actuales de
sociología cuyos practicantes han abandonado esta tradición clásica. Los problemas de nuestro tiempo –que ahora
incluyen el problema de la naturaleza misma del hombre– no pueden enunciarse adecuadamente sin la práctica
consecuente de la opinión según la cual la historia es el fuste del estudio social y sin reconocer la necesidad de
desarrollar más una psicología del hombre sociológicamente basada e históricamente significativa. Sin el uso de la
historia y sin un sentido histórico de las materias psicológicas, el investigador social no puede enunciar
adecuadamente los tipos de problemas que deben ser ahora los puntos de orientación de sus estudios.

I.

El tedioso debate acerca de si el estudio histórico es o no es o si debe ser considerado una ciencia social no es
importante ni interesante. La conclusión depende muy claramente de la clase de historiadores y de la clase de
investigadores sociales de que estamos hablando. Algunos historiadores son, manifiestamente, compiladores de
hechos que procuran abstenerse de “interpretar”; se dedican, a veces fructíferamente, a un fragmento de historia y
parecen resistirse a situarlo dentro de un campo más vasto de acontecimientos. Algunos se sitúan más allá de la
historia –a veces también fructíferamente– en visiones transhistóricas de la ruina inminente o de la gloria futura. La
historia como disciplina incita a la busca del detalle, pero también estimula a ampliar la visión de uno hasta
abarcar los acontecimientos centrales de la época en el desarrollo de estructuras sociales. Quizás la mayor parte de
los historiadores se interesan en “adquirir la seguridad de los hechos” necesaria para comprender la transformación
histórica de las instituciones sociales, y en la interpretación de esos hechos, usualmente mediante narraciones. Por
otra parte, muchos historiadores no dudan en incluir en sus estudios todos y cada uno de los sectores de la vida
social. Su alcance es, pues, el de la ciencia social, aunque, como los otros investigadores sociales, puedan
especializarse en historia política, o historia económica, o historia de las ideas. En cuanto estudian como
historiadores tipos de instituciones, tienden a destacar los cambios ocurridos en determinado periodo de tiempo y a
trabajar de un modo no comparativo, mientras que el trabajo de muchos investigadores sociales al estudiar tipos de
instituciones ha sido más comparativo que histórico. Pero esta diferencia seguramente no es sino una mera
diferencia de punto de vista y de especialización dentro de una tarea común.

En todo trabajo de historia hay, desde luego, más problemas de método de lo que suelen figurarse muchos
historiadores. Pero en la actualidad, algunos de ellos, no piensan tanto en cuestiones de método como de
epistemología, y de una manera que sólo puede tener por resultado un curioso alejamiento de la realidad histórica.
La influencia sobre algunos historiadores de ciertas clases de “ciencia social” es con frecuencia absolutamente
infortunada; pero es una influencia que todavía no está bastante difundida.

La tarea esencial del historiador consiste en mantener completo el archivo humano; pero ésta es,
verdaderamente, una simple y engañosa declaración de propósitos. El historiador representa la memoria
organizada de la humanidad, y esa memoria, como historia escrita, es enormemente maleable. Cambia, algunas
veces radicalmente, de una generación de historiadores a otra, y no sólo porque una investigación más detallada
aporte al archivo hechos y documentos nuevos, sino que cambia también porque cambian los puntos de interés y el
armazón dentro del cual el archivo se ordena. Ésos son los criterios de selección de los innumerables hechos
disponibles, y al mismo tiempo las interpretaciones principales de su significado. El historiador no puede dejar de
hacer una selección de los hechos, aunque puede intentar desconocerla con interpretaciones ligeras y circunspectas.
 Pueden considerarse las producciones de los historiadores como un gran archivo indispensable para toda
ciencia social; creo éste un punto de vista exacto y fructífero. Se piensa en ocasiones que la historia como disciplina
contiene toda la ciencia social; pero sólo creen eso algunos “humanistas” desorientados. Más fundamental que una
u otra opinión es la idea de que toda ciencia social –o mejor dicho, todo estudio social bien meditado– requiere una
concepción de alcance histórico y un uso pleno de materiales históricos. Esta sencilla noción es la principal idea a
favor de la cual vengo arguyendo.

Al principio, quizá encontremos una objeción frecuente contra el uso de materiales históricos por investigadores
sociales: se dice que esos materiales no son precisa ni siquiera plenamente conocidos para que sea permitido su uso
en comparaciones con los materiales contemporáneos mejor confirmados y más exactos de que se dispone. Esta
objeción apunta, desde luego, a un problema muy inquietante de la investigación social, pero sólo tiene fuerza si
limitamos los tipos de información admitidos. La objeción, pues, es válida sólo para ciertos problemas, y en realidad
muchas veces puede ser obviada: para muchos problemas podemos obtener información adecuada sólo acerca del
pasado. El secreto oficial y no oficial, y el uso extenso de relaciones públicas, son hechos contemporáneos que
indudablemente hay que tener en cuenta al juzgar la veracidad de la información sobre el pasado y sobre el
presente. Esta objeción, en una palabra, es una nueva versión de la inhibición metodológica, y con frecuencia una
característica de la ideología agnóstica del individuo políticamente inactivo.

II.

Más importante que la medida en que los historiadores sean investigadores sociales, o cómo se conduzcan, es el
punto aún más discutible de que las ciencias sociales son por sí mismas disciplinas históricas. Para realizar sus tareas,
o aun para enunciarlas bien, los investigadores sociales tienen que usar materiales de la historia. A no ser que se
suponga una teoría transhistórica de la naturaleza de la historia, o que el hombre en sociedad es una entidad no
histórica, no puede suponerse que ninguna ciencia social trascienda a la historia. Toda sociología digna de ese
nombre es “sociología histórica”. Son varias las razones de estas relaciones íntimas entre la historia y la sociología:

a). Necesitamos el gran alcance que sólo puede proporcionar el conocimiento de las variedades históricas de
sociedad humana. Que a una cuestión dada –las relaciones de las formas del nacionalismo con los tipos de
militarismo, por ejemplo– haya que darle con frecuencia respuestas diferentes cuando se formula sobre sociedades
y épocas diferentes, significa que la pregunta misma necesita muchas veces ser formulada de nuevo. Necesitamos la
variedad que proporciona la historia aun para formular adecuadamente preguntas sociológicas, y mucho más para
contestarlas. Las respuestas o explicaciones que con frecuencia, si no habitualmente, damos son comparativas. Las
comparaciones son necesarias para comprender cuáles pueden ser las condiciones esenciales de lo que estemos
tratando de comprender.

Debemos observar aquello en que estemos interesados en circunstancias muy diversas. De otro modo, estaremos
limitados a una descripción insulsa. Para ir más allá de eso, debemos estudiar todo el margen disponible de
estructuras sociales, incluidas las históricas tanta como las contemporáneas. Si no tomamos en cuenta ese margen,
que no abarca, desde luego, todos los casos existentes, nuestros enunciados no pueden ser empíricamente
adecuados. No pueden discernirse claramente las regularidades o las relaciones que se pueden advertir entre
diferentes características de la sociedad. Los tipos históricos, en suma, son parte muy importante de lo que estamos
estudiando, y son también indispensables para las explicaciones que de ello demos. Eliminar esos materiales –el
archivo de todo lo que el hombre ha hecho y ha llegado a ser– de nuestros estudios sería como pretender estudiar el
proceso del nacimiento ignorando la maternidad.

Esta verdad general tiene un sentido especial para el trabajo en ciencia social: En el momento de operar un corte
transversal en una sociedad, con frecuencia puede haber tantos denominadores comunes de creencia, valor, forma
institucional, que por detallado que sea nuestro estudio no encontraremos diferencias verdaderamente significativas
entre las gentes y las instituciones en aquel momento y en aquella sociedad. En realidad, los estudios sobre un
tiempo y un lugar suponen o implican muchas veces una homogeneidad que, si es cierta, necesita mucho que se la
considere un problema. No puede reducirse fructuosamente, como con tanta frecuencia se hace en la práctica
corriente de la investigación, a un problema de procedimiento de muestreo. No puede ser formulada como
problema en relación con un momento y un lugar determinados. Las sociedades parecen diferir con respecto al
margen de variación de los fenómenos específicos que ocurren dentro de ellas, así como, de una manera más
general, respecto al grado de homogeneidad social.
Esto es verdad muchas veces, pero habitualmente no es tan cierto que se le pueda dar simplemente por supuesto;
para saber si es o no cierto, con frecuencia tenemos que proyectar nuestros estudios como comparaciones entre
estructuras sociales. Hacer esto de un modo adecuado requiere por lo común que hagamos uso de la variedad
suministrada por la historia. Si no incluimos un campo más extenso en nuestro estudio, muchas veces nos
condenamos a resultados superficiales y engañosos.

b). Los estudios ahistóricos tienden por lo general a ser estudios estáticos, o a muy corto plazo, de ambientes
limitados. No puede esperarse otra cosa, porque conocemos más fácilmente las grandes estructuras cuando
cambian, y probablemente llegamos a conocer esos cambios únicamente cuando ensanchamos nuestra visión hasta
abarcar un periodo histórico suficiente. La posibilidad de que entendamos cómo obran entre sí pequeños ambientes
y grandes estructuras, y la posibilidad de que comprendamos las grandes causas que operan en esos ambientes
limitados, exige que tratemos materiales históricos. El conocimiento de la estructura, en todos los sentidos de esta
palabra fundamental, así como el adecuado enunciado de las inquietudes y problemas de los ambientes limitados,
exigen que reconozcamos las ciencias sociales como disciplinas históricas y que las practiquemos como tales. No sólo
aumentan nuestras posibilidades de llegar a conocer la estructura mediante el trabajo histórico; no podemos
esperar entender ninguna sociedad, ni aun como cosa estática, sin usar materiales históricos. La imagen de toda
sociedad es una imagen específicamente histórica. Lo que Marx llamó el “principio de la especificidad histórica” se
refiere, en primer lugar, a una línea guía: toda sociedad dada debe ser entendida en relación con el periodo
específico en que existe. No quiere esto decir que ese tipo histórico no pueda compararse con otros, y desde luego
no quiere decir que el patrón pueda ser captado sólo intuitivamente. Pero sí quiere decir que dentro de ese tipo
histórico tienen algún modo específico de intersección diversos mecanismos de cambio. Esos mecanismos, que Karl
Mannheim, siguiendo a John Stuart Mill, llamó principia media, son los mecanismos verdaderos que desea captar el
investigador social, interesado en la estructura social.

Los antiguos teóricos sociales se esforzaron en formular leyes invariables de la sociedad, leyes que valdrían para
todas las sociedades, así como los procedimientos abstractos de la ciencia física condujeron a leyes que eliminan de
raíz la riqueza cualitativa de la “naturaleza”. No hay ninguna “ley” formulada por un investigador social que sea
transhistórica, que no deba ser interpretada en relación con la estructura específica de alguna época . Otras “leyes”
son vacías abstracciones o tautologías confusas. El único sentido de “leyes sociales”, o aun de “regularidades
sociales”, está en los principia media que podemos descubrir, o si se prefiere, construir, para una estructura social
dentro de una época históricamente específica. No conocemos principios universales de cambio histórico; los
mecanismos de cambio que conocemos varían con la estructura social que examinamos. Porque el cambio histórico
es cambio de estructuras sociales, de las relaciones entre sus partes componentes. Así como hay diversidad de
estructuras sociales, hay diversidad de principios de cambio histórico.

c). Que el conocimiento de la historia de una sociedad es indispensable muchas veces para comprenderla, resulta
absolutamente claro a todo economista, o estudioso de la ciencia política, o sociólogo, cuando deja su avanzada
nación industrial para examinar las instituciones de una estructura social diferente. Cuando estudia un ámbito
mayor, cuando compara, se hace más consciente de lo histórico como intrínseco a lo que desea comprender y no
simplemente como “fondo general”. En nuestro tiempo los problemas de las sociedades occidentales son casi
inevitablemente problemas universales. Quizá constituye una característica definidora de nuestra época el que por
primera vez en ella las diversidades de mundos sociales que contiene se encuentren en una interacción seria, rápida
y manifiesta. El estudio de nuestra época debe ser un examen comparativo de esos mundos y de sus acciones
recíprocas. Por eso alguna de la mejor sociología que se hace hoy es trabajo relativo a zonas y regiones del mundo.

El estudio comparativo y el estudio histórico están profundamente entrelazados. No podemos comprender las
economías políticas subdesarrolladas, comunista y capitalista, tal como existen actualmente en el mundo, mediante
comparaciones insulsas e intemporales. Tenemos que ampliar el ámbito temporal de nuestro análisis. Para
comprender y explicar los hechos comparativos tal como hoy se nos presentan, tenemos que conocer las fases
históricas y las razones históricas de las variaciones de ritmo y de dirección del progreso o de la ausencia de
progreso.
d). Aun cuando nuestro trabajo no sea explícitamente comparativo –aun cuando nos interesemos por un sector
limitado de una sola estructura nacional–, necesitamos materiales históricos. Sólo por un acto de abstracción que
viola innecesariamente la realidad social, podemos tratar de congelar un momento estrecho como el corte de un
cuchillo. Podemos, desde luego, construir vislumbres y hasta panoramas estáticos de ese tipo, pero no podemos
terminar con esas construcciones nuestro trabajo. Sabiendo que lo que estamos estudiando está sujeto a cambios,
en los más simples niveles descriptivos, debemos preguntarnos: ¿Cuáles son las tendencias predominantes? Para
contestar a esta pregunta tenemos que enunciar por lo menos el “desde qué” y el “hasta qué”.

El enunciado que hagamos de la tendencia puede ser a muy corto plazo o por toda la duración de la época; eso
dependerá, naturalmente, de nuestro propósito. Pero habitualmente, en trabajos de alguna escala, encontramos
necesarias tendencias de duración considerable. Tendencias de mayor duración sólo suelen ser necesarias para
superar el provincialismo histórico, o sea la suposición de que el presente es una especie de Creación autónoma. Si
queremos entender los cambios dinámicos en una estructura social contemporánea, debemos tratar de discernir su
desarrollo en plazo muy largo, y de acuerdo con él preguntarnos: ¿En virtud de qué mecánica han tenido lugar esas
tendencias y está cambiando la estructura de la sociedad? Los investigadores sociales desean comprender el
carácter de la época presente, esbozar su estructura y discernir las fuerzas principales que operan dentro de ella.
Cada época, cuando se la define adecuadamente, es “un campo inteligible de estudio” que revela la mecánica del
modo de “hacer historia” que le es peculiar.

Los sociólogos –especialmente en su controversia con el marxismo– plantean muchos de sus problemas en relación
con “las características de los tiempos modernos”. Quizás la mayor parte de los problemas clásicos de la ciencia
social moderna –de la ciencia política y de la economía no menos que de la sociología– se relacionan, en realidad,
con una interpretación histórica específica: la interpretación del nacimiento, los componentes, la forma de las
sociedades industriales urbanas del Occidente moderno, por lo general en contraste con la época feudal.  Muchas
de las concepciones más comúnmente usadas en ciencia social se relacionan con la transición histórica de la
comunidad rural de los tiempos feudales a la sociedad urbana de la época moderna.

Es en relación con la atención prestada a la forma y la dinámica del “periodo moderno”, y a la naturaleza de sus
crisis, como la norma del investigador social atañe a “tendencias” que deben ser comprendidas. Estudiamos
tendencias con el intento de ir detrás de los hechos y de entenderlos ordenadamente . En esos estudios tratamos con
frecuencia de enfocar cada tendencia un poco por delante de donde ella está ahora y, lo que es más importante, de
ver todas las tendencias a la vez, como partes motrices de la estructura total del periodo . Es, desde luego,
intelectualmente más fácil (y políticamente más aconsejable) conocer una tendencia por vez, manteniéndolas
separadas, por decirlo así, que hacer el esfuerzo de verlas todas juntas. Hay, desde luego, muchos peligros
intelectuales en el intento de “ver el conjunto”. Entre otras cosas, lo que uno ve como un todo otro lo ve sólo como
una parte, y en ocasiones, por falta de visión sinóptica, el intento es anulado por la necesidad de la descripción. El
intento puede, naturalmente, ser influido por prejuicios, pero no creo que lo sea más que la selección de detalles
precisamente examinables pero sin referencia a idea de conjunto, porque tal selección tiene que ser arbitraria. En el
trabajo históricamente orientado, también estamos expuestos a confundir “predicción” con “descripción”. Pero
estas dos cosas no deben ser radicalmente separadas, y no son las únicas maneras de ver las tendencias. Podemos
examinar las tendencias en un esfuerzo para contestar a la pregunta: “¿A dónde vamos?”, y esto es lo que los
investigadores sociales tratan de hacer con frecuencia. Al hacerlo así, tratamos de estudiar historia más bien que de
metemos en ella, de prestar atención a las tendencias contemporáneas sin ser “meramente periodísticos”, de
calcular el futuro de esas tendencias sin ser meramente proféticos. Todo eso es difícil de hacer. Debemos recordar
que estamos tratando con materiales históricos, que esos materiales cambian muy rápidamente y que existen
contratendencias. Y tenemos siempre que equilibrar la inmediación del presente angosto como el filo de un cuchillo
con la generalidad necesaria para descubrir el sentido de tendencias específicas para el periodo en su conjunto. Pero
sobre todo, el investigador social procura ver juntas las varias tendencias principales estructuralmente, más bien
que como acontecimientos en una dispersión de ambientes, que no añaden nada nuevo, en realidad que no
añaden nada en absoluto. Ésa es la finalidad que presta al estudio de las tendencias su importancia para la
comprensión de una época y que exige pleno y hábil uso de los materiales de la historia.
III.

Hay un “uso de la historia”, común hoy en la ciencia social, que en realidad es más un rito que un verdadero uso. Me
refiero a los rellenos llamados “esbozos del ambiente histórico” con que suelen empezar los estudios de la sociedad
contemporánea, y al procedimiento ad hoc denominado “explicación histórica”. Tales explicaciones, que versan
sobre el pasado de una sola sociedad, rara vez son suficientes, y acerca de ellas hay que decir tres cosas:

 En primer lugar, creo que debemos admitir que muchas veces tenemos que estudiar historia para libramos
de ella. Quiero decir con esto que las que suelen tomarse como explicaciones históricas más bien debieran
considerarse como partes del enunciado de lo que hay que explicar. Antes que “explicar” algo como “una
persistencia del pasado”, debemos preguntamos: “¿Por qué ha persistido?”. Generalmente encontraremos
que la respuesta varía según las fases por que haya pasado lo que estamos estudiando; para cada una de
esas fases podemos, entonces, intentar descubrir qué papel ha representado y cómo y por qué pasó a la fase
siguiente.
 En segundo lugar, creo que con frecuencia es una buena regla, al trabajar sobre una sociedad
contemporánea, intentar explicar sus rasgos contemporáneos en relación con su función contemporánea.
Esto quiere decir localizarlos, verlos como partes de otro: rasgos de su ambiente contemporáneo y aun como
debidos a ellos Aunque sólo sea para definirlos, para delimitarlos claramente, pan hacer más específicos sus
componentes, lo mejor es empezar con un periodo más o menos reducido, pero histórico aún,
naturalmente.

Creo que épocas y sociedades difieren en cuanto a que su comprensión requiera o no requiera referencias directas a
“factores históricos”. El carácter histórico de una sociedad dada en una época dada puede ser tal, que el “pasado
histórico” tenga sólo una importancia indirecta para comprenderlo. Es manifiesto, desde luego, que comprender una
sociedad que se mueve lentamente, aprisionada durante siglos en un ciclo de pobreza, tradición, enfermedad e
ignorancia, requiere que estudiemos la base histórica y los persistentes mecanismos históricos de ese terrible
aprisionamiento en su propia historia. La explicación de ese ciclo y de la mecánica de cada una de sus fases requiere
un análisis histórico muy profundo. Lo que ante todo hay que explicar es el mecanismo de todo el ciclo.

En resumen, la importancia de la historia está ella misma sometida al principio de la especificidad histórica. Con
seguridad puede decirse que “todo viene del pasado”; pero el sentido de esa frase –“venir del pasado”– es lo que
está en discusión. En ocasiones hay en el mundo cosas completamente nuevas, lo cual quiere decir que la “historia”
se repite o no se repite; depende de la estructura social y de la época en cuya historia estamos interesados. Por otra
parte, esta noción de la importancia variable de la explicación histórica es en sí misma una idea histórica, que debe
ser discutida y sometida a prueba sobre bases históricas. Aun para este tipo único de sociedad contemporánea,
fácilmente puede llevarse demasiado lejos la falta de importancia de la historia. Sólo mediante estudios
comparativos podemos llegar a conocer la ausencia de ciertas fases históricas en una sociedad, lo cual es muchas
veces absolutamente esencial para comprender su forma contemporánea. La ausencia de una época feudal es
condición esencial de muchos rasgos de la sociedad norteamericana, entre ellos el carácter de su élite y su
extremada fluidez en lo que respecta a situaciones sociales, lo cual se ha confundido muchas veces con la falta de
una estructura de clases y de una “conciencia de clase”. Los investigadores sociales pueden –y en realidad lo hacen
muchos– intentar alejarse de la historia mediante un carácter indebidamente formal de concepto y de técnica. Pero
esos intentos los obligan a hacer supuestos sobre la naturaleza de la historia y de la sociedad que no son ni
fructíferos ni ciertos.  Ese alejamiento de la historia hace imposible comprender con precisión la mayor parte de
los rasgos contemporáneos de esta sociedad única, que es una estructura histórica que no podemos esperar
entender a menos que nos guiemos por el principio sociológico de la especificidad histórica.

IV.

Los problemas de la psicología social e histórica son en muchos respectos los más intrigantes que podemos estudiar
hoy. Es en ese terreno donde ahora llegan a una incitante confluencia las principales tradiciones intelectuales de
nuestros tiempos, y en realidad de la civilización occidental. En ese terreno es donde “la naturaleza de la naturaleza
humana” ha sido puesta a discusión en nuestros días por el advenimiento de los gobiernos totalitarios, por el
relativismo etnográfico, por el descubrimiento del gran potencial de irracionalidad que existe en el hombre, y por la
rapidez misma con que hombres y mujeres pueden ser transformados históricamente. Es por eso por lo que ahora
están tan íntimamente relacionadas cultura y política, y por lo que es ahora tan necesaria la imaginación sociológica
y por lo que se la pide tanto. Porque no podemos entender adecuadamente al “hombre” como una criatura biológica
aislada, como un haz de reflejos o un conjunto de instintos, como un “campo inteligible” o como un sistema en y por
sí mismo. Además de cualquiera otra cosa que pueda ser, el hombre es desde luego un actor social e histórico que
debe ser entendido, si es que ha de entendérsele, en estrecha e intrincada interrelación con estructuras sociales e
históricas.

V.

Sobre la base de los progresos del psicoanálisis, así como del conjunto de la psicología social, es posible ahora
exponer brevemente los intereses psicológicos de las ciencias sociales. Enumero aquí del modo más escueto sólo
aquellas proposiciones que considero como los atisbos más fértiles o, por lo menos, como supuestos legítimos por
parte del investigador social al trabajo.

No puede entenderse adecuadamente la vida de un individuo sin referencias a las instituciones dentro de las cuales
se desarrolla su biografía. Porque esa biografía registra la adquisición, el abandono, la modificación, y de un modo
muy íntimo, el paso de un papel a otro. Gran parte de la vida humana consiste en la representación de esos papeles
dentro de instituciones específicas. Para comprender la biografía de un individuo, tenemos que comprender la
significación y el sentido de los papeles que representó y que representa; para comprender esos papeles, tenemos
que comprender las instituciones de que forma parte.

Pero el concepto del hombre como criatura social nos permite ahondar mucho más que en la mera biografía externa
como serie de papeles sociales. Ese concepto nos obliga a comprender los rasgos más internos y “psicológicos” del
hombre, en particular la imagen que tiene de sí mismo y su consciencia y, ciertamente, el desarrollo mismo de su
mente. Muy bien puede ser que el descubrimiento más radical en la psicología y la ciencia social recientes sea el de
cómo tantos de los rasgos más íntimos de la persona son socialmente compartidos y hasta inculcados. Dentro de los
amplios límites del aparato glandular y nervioso, las emociones de miedo y odio, amor y cólera, en todas sus
variedades, deben ser interpretadas en estrecha y constante referencia a la biografía y al contexto social en que son
experimentadas y expresadas. Dentro de los amplios límites de la fisiología de los órganos de los sentidos, nuestra
misma percepción del mundo físico, los colores que distinguimos, los olores qué percibimos, los ruidos que oímos,
están socialmente tipificados y circunscritos. Las motivaciones de los hombres, y aun el grado variable en que los
diferentes tipos de hombres tienen un conocimiento típico de ellas, deben interpretarse en relación con los
vocabularios de motivación que prevalecen en una sociedad y con los cambios y confusiones sociales que tienen
lugar entre esos vocabularios.

La biografía y el carácter del individuo no pueden ser entendidos meramente en relación con los ambientes, y
seguramente no del todo en relación con los primeros ambientes, es decir, los del niño y del muchacho.

La comprensión adecuada exige que captemos el juego recíproco entre esos ambientes íntimos y su armazón
estructural más amplio, y que tengamos en cuenta las transformaciones de ese armazón y los consiguientes efectos
sobre los ambientes. Cuando comprendemos las estructuras sociales y los cambios estructurales tal como actúan
sobre escenarios y experiencias más íntimos, podemos comprender las causas de la conducta y de los sentimientos
individuales de que los hombres situados en medios específicos no tienen conocimiento. La prueba de que es
adecuada una concepción de cualquier tipo de hombre no puede estribar en que los individuos de ese tipo la
encuentren gratamente conforme con la imagen que tienen de sí mismos. Puesto que viven en medios restringidos,
no puede ni debe esperarse que los hombres conozcan todas las causas de su situación y los límites de su
personalidad. Son verdaderamente raros los grupos de hombres que tienen opiniones adecuadas de sí mismos y de
sus propias situaciones sociales. Suponer lo contrario, como se hace con frecuencia, por virtud de los métodos de
algunos investigadores sociales, es suponer un grado de autoconciencia y autoconocimiento racionales que no
admitirían ni aun los psicólogos del s. XVIII. La idea de Max Weber del “hombre puritano”, de sus móviles y de su
función dentro de las instituciones religiosas y económicas, nos permite comprenderlo mejor que se comprende él
mismo: el uso que hace Weber de la noción de estructura le permitió trascender el conocimiento que de sí mismo y
de su ambiente tiene el “individuo”.

La idea de estructura social no puede formarse sólo con ideas o hechos relativos a una serie específica de individuos
y al modo cómo reaccionan ante sus ambientes. Los intentos de explicar los acontecimientos sociales e históricos a
base de teorías psicológicas sobre “el individuo”, se apoyan a menudo en el supuesto de que la sociedad no es otra
cosa que una gran dispersión de individuos y que, en consecuencia, si lo sabemos todo acerca de esos “átomos”
podremos reunir de algún modo nuestras informaciones y conocer así la sociedad. No es un supuesto provechoso.
En realidad, no podemos conocer ni lo más elemental acerca del “individuo” por ningún estudio psicológico suyo que
lo considere como una criatura socialmente incomunicada.

El principio de la especificidad histórica es tan válido en psicología como en ciencias sociales. Aun rasgos
absolutamente íntimos de la vida interior del hombre se formulan mejor como problemas dentro de contextos
históricos específicos. Para darse cuenta de que ésta es una suposición enteramente razonable, no hay más que
pensar por un momento en la enorme variedad de hombres y mujeres que se despliega en el curso de la historia
humana. Los psicólogos, lo mismo que los investigadores sociales, debieran pensar bien lo que es el “hombre” antes
de decir nada acerca de él. La diversidad humana es tal, que ninguna psicología “elemental”, ninguna teoría de los
“instintos”, ningún principio de “naturaleza humana fundamental”, entre los que conocemos, nos permite explicar la
enorme variedad de tipos y de individuos humanos. Nada que pueda decirse del hombre, aparte de lo que es
inherente a las realidades histórico-sociales de la vida humana, se referirá meramente a los amplios límites
biológicos de la especie humana y a sus potencialidades. Pero dentro de esos límites y originado en esas
potencialidades, se nos ofrece un panorama de tipos humanos. Tratar de explicarlo de acuerdo con una teoría de la
“naturaleza fundamental del hombre” es confinar la historia humana misma en una pequeña y árida jaula de
conceptos sobre la “naturaleza humana”, con la misma frecuencia con que se la construye sobre algunas
trivialidades precisas e insignificantes relativas al ratón metido en un laberinto.

La idea de una “naturaleza humana” común al hombre como hombre es una violación de la especificidad social e
histórica que exige el cuidadoso trabajo en los estudios humanos; por lo menos es una abstracción que los
investigadores sociales no tienen derecho a hacer. Indudablemente, debemos recordar de vez en cuando que en
realidad no sabemos mucho acerca del hombre, y que todo el conocimiento que tenemos no elimina por completo
el misterio que rodea a su diversidad tal como ésta se revela en la historia y en la biografía.

Algunas veces queremos sumergirnos en ese misterio, saber que somos, en definitiva, una parte de él, y quizá
debiéramos hacerlo; pero como somos hombres de Occidente, inevitablemente estudiaremos también la diversidad
humana, lo cual significa para nosotros eliminar el misterio de nuestra opinión acerca de ella. No olvidemos, al
hacerlo, que es la diversidad humana lo que estamos estudiando y cuán poco sabemos del hombre, de la historia, de
la biografía y de las sociedades de las cuales somos al mismo tiempo criaturas y creadores.

MEDINA ECHAVARRÍA, José (1939). “Sentido y función de la sociología”. En: Responsabilidad de la inteligencia.
Estudios sobre nuestro tiempo. México: FCE, 1943, pp.57-70.

IV. SENTIDO Y FUNCION DE LA SOCIOLOGIA.

La palabra sociología no nos ofrece por sí misma una idea precisa respeto al contenido de esa ciencia. Más tal
vaguedad, producto de la gran abstracción que encierra, ha favorecido y estimulado tanto su rápida aceptación
como su empleo más diverso.

Como ocurre siempre con toda expresión simbólica cuyo contenido concreto no es de aprehensión inmediata, ha
quedado flotante en el lenguaje popular y semi científico dispuesta a cubrir los más arbitrarios contenidos y a
proteger las más vas variaciones intenciones, de tal modo el estatus de la disciplina académica esta hoy en día por
otorgársele en buenos números de países. Claro que no es la sola razón, pues hay que contar con factores de
tradición académica, representada en algunos países por el cultivo preponderante de determinadas ciencias sociales
y en otros países por la actitud enraizada del formalismo jurídico positivo; inercias con que han tropezado siempre
los que han creado en Barnes que “la inclusión de la sociología entre las materias de enseñanzas académicas, es un
sistema de contemporaneidad así en curriculum como en ideales pedagógicos”. Pero, en definitiva, la posición de
recelo y la actitud de disfavor, las más de las veces no explicitas, no proceden sino de esa vulgarización, en estricto
sentido, de la palabra sociología y la desenvoltura que se ha ido y es empelada por as más sospechosas actividades
prácticas e ideológicas.

Sin embargó este mismo desordenado empleo no es sino manifestación de un fenómeno profundo que interpresa
ahora sacara a superficie, pues con la repentina aparición en artículos, Libros y piezas oratorias de alusión sociología
y de los adjetivos sociológico y social, ha creado una atmosfera en la que todos respiramos y que es lo nuevo.

Lo que importa es subrayar esa afanosa preocupación del hombre moderno por encontrar en “lo social “la clave de
su vida y de sus aventuras. En su proyección vulgar es lo social algo oscuro, misteriosos y potente, a quien atribuir en
algún momento nuestra actual desgracia y de quien esperar en otro nuestra definitiva felicidad.

Puede observarse, por eso el hecho, con la acentuación de la conciencia social del mundo presente, aumenta es
igual ritmo el volumen de la literatura sociología de intención científica. La correlación no se puede tomarse como
absoluta, no ha sido un fenómeno producido en la guerra.

La sociología nace en un mundo critico era, en verdad, aquel que no despierta reflexión en Comte. Los primeros
efectos lo podemos ver en la Revolución Industrial habían sido perturbador en general y crueles para con una gran
masa humana, triturada en el proceso de transición hacia el régimen que había estabilizarse alguno años más tarde y
solo por algún tiempo, con a expresión extraordinaria de la época libremente cambista. La nueva clase ascendente
todavía no había afianzado su participación del poder y apenas si tenía de cristalizarse con la ideología
correspondiente y la actitud frente una democracia burguesa, frente a una nuevas naciones jóvenes, este tan auge lo
podemos ver en las revoluciones del 48 un hombre lúcido frente a una sociedad decadente, más en ese mundo
tenía otras características es que la presentaba la conciencia del hombre como concluso y cerrado. Los grandes
descubrimientos hacía ya tiempo que habían terminado para siempre y solo quedaban las explotaciones dirigidas,
preparatorias de los repartos. Potencialmente existía ya el mundo uniforme e interdependiente que hoy conocemos
y que fue logrado marcha rápida.

Sin embargo, si importante es la situación descrita, lo era mucho más la conclusión del mundo que operaba al
avance del pensamiento científico, poco a poco rodea eta idea del hombre en la construcción de su mundo.

El sistema de las ciencias traducida, en efectos, la marcha del espíritu humano en la posesiva resolución de los
problemas de su mundo por el orden doble de su urgencia y complejidad. En este espíritu la obra de Comte es
superior al valor característico y ejemplar que pueda tener su meditación de filósofo y político. Pues representa la
primera formulación transparente del propósito someter los fenómenos sociales a los mismos principios de razón a
que lo fueron los demás, descomponerlo en su interna relaciones de homogeneidad y causalidad de los conceptos y
leyes no han de ser sino fiel a su traducción, de verlos tal como son conociéndolos por su naturaleza, atenerse
estrictamente puedan dar y producir. En ese sentido, cualesquiera que puedan ser las variaciones de la moda o la de
la secuencia y antagonismo de las escuelas, no ha habido ni puede haber sociología autentica que no se conserve
como una de sus intenciones, expresa tácticamente, la pretensión concisamente formulada por el fundador del
positivismo.

Muchos años más tarde, el antropólogo Spencer y luego Ward sus grandes sociologías cosmogónicas hacia en uno de
los momentos excepcionales menos críticos y más optimistas de la historia humana, no era, pues posible atenerse
tan solo al mundo crítico para explicar el origen y el sentido de a sociología sin el mundo concluso”, pero además
histórico.

La compresión sociológica intenta la penetración inteligente de ese momento dinámico. Y es una visión totalitarista y
analítica al mismo tiempo, totalitaria porque lo que tiene delante es una figura, una estructura; y analítica porque
trata de descomponerla en los factores y elementos que la integran y determina, pero al mismo momento es
histórica porque se proyecta en el pasado, remontando hacia los orígenes de esos elementos y factores, buscando
fijar el instante precio en puedo formulada su peculiar constelación y por ultimo escruta el futuro al intentar
pronosticar su posible desarrollo. La sociología futura puede prescindir en su construcción como ciencia.

BRAUDEL, Fernand (1968). “Historia y sociología”. En: Historia y ciencias sociales. Madrid: Alianza, 1970, pp.107-
127.

Al principio del texto trata de definir a la sociología como una ciencia aún en construcción y a la historia como una
ciencia la cual se divide en diferentes oficios que investigan muchas partes de esta.

Ahora bien, ambas ramas siempre parecen estar en continuo debate pero a la vez llegar a un punto en común, esta
es una “polémica” como la define Braudel en donde la historia y la sociología chocan y a veces se logran unir.

Para Braudel todo historiador es forzosamente sensible a los cambios que aporta, incluso involuntariamente, a un
oficio flexible, que evoluciona tanto por sí mismo, bajo el peso de los nuevos conocimientos, tareas y aficiones, como
por el hecho del movimiento general de las ciencias del hombre. Concluye diciendo que todas las ciencias sociales se
contaminan unas a otras y la historia no escapa de este hecho. En cuanto al movimiento profundo de la historia
Consiste no en escoger entre caminos y puntos de vista diferentes, sino en aceptar esas definiciones sucesivas en las
que en vano se ha intentado encerrarla. Porque todas las historias son nuestras.

Braudel critica a Georges Gurvitch, sosteniendo que tanto la historia como la sociología constituían una sola rama y
aventura debido a que en la historia puede encontrarse muchos aportes que se han extraído de este campo.
Historia y sociología se reúnen, se identifican, se confunden. Las razones de ello son simples: por una parte, existe un
imperialismo, una hinchazón de la historia, a los que ya he aludido; por otra, una identidad de naturaleza: historia y
sociología son las únicas ciencias globales capaces de extender su curiosidad a cualquier aspecto de lo social. La
historia, en la medida en que es todas las ciencias del hombre en el inmenso campo del pasado, es síntesis, orquesta.
Analizando el aspecto de la historia en cuanto a ciencias sociales, es una de las aéreas más flexible en cuanto a
estudio y análisis. La sociología en si ha querido abarcar muchos campos, como la economía, la historia social, la
historia geográfica, entre otras, algo en donde la historia también tiene su participación y se ha valido de ellas para
fortalecer sus argumentos, anexionando así a la propia Sociología a su estructura. Ahora bien, Braudel nos explica
que los historiadores han podido convertirse en economistas, geógrafos, sociólogos y todo tipo de especialista
debido a que de esta forma el historiador logra llenar su discurso.

Los dos oficios, en su conjunto, tienen los mismos límites, la misma circunferencia. Poco importa que en un aspecto
esté mejor trabajado el sector histórico, y en otro el sector sociológico: bastaría un poco de atención y de esfuerzo y
los campos se corresponderían con más precisión y conocerían, sin dificultad, los mismos éxitos. Esta analogía sólo
podría ser rechazada en el caso de que el sociólogo se resistiera a la intrusión del historiador en lo actual. Pero ¿sería
después posible reducir todas nuestras oposiciones a un dudoso contraste entre el ayer y el hoy? De los dos vecinos,
el uno se introduce en el pasado que, después de todo, no es su campo específico, en nombre de la repetición; el
otro penetra en el presente en nombre de una duración creadora de estructuraciones y de desestructuraciones, así
como de permanencias. Repetición y comparación de un lado, du ración y dinamismo del otro, son herramientas que
todos pueden utilizar. Cada historiador, al igual que cada sociólogo, tiene su estilo.
El debate en cuanto a las diferencias entre historia y sociología debe ser trasladado al corazón de la historia: a los
diversos niveles del conocimiento y del trabajo histórico, en primer lugar, y a la línea, más tarde, de la duración, de
los tiempos y temporalidades de la historia.

Braudel nos explica que la historia se suspende a través de diversos niveles. En la superficie, una historia episódica,
de los acontecimientos, que se inscribe en el tiempo corto: se trata de una microhistoria. A media profundidad, una
historia coyuntural de ritmo más amplio y más lento; ha sido estudiada hasta ahora, sobre todo, en el plano de la
vida material, de los ciclos e interciclos económicos. Tres series de niveles históricos, con los que, desgraciadamente,
la sociología todavía no ha entrado en contacto.

Ahora si existiese una sociología episódica, consistiría en el estudio de estos mecanismos rápidos, efímeros,
nerviosos, que registran día a día la llamada historia del mundo que está haciéndose; esa historia, en parte
engañosa, en la que los acontecimientos se engarzan unos con otros y se determinan, en la que los grandes hombres
son considerados por lo general como autoritarios directores de orquesta. Esta sociología de lo episódico consistiría
también en anudar el viejo diálogo (el repetido, el inédito); consistiría, igualmente, en la confron tación de la historia
tradicional, por una parte, y de la microsociología y la sociometría, por la otra: ¿son éstas, como yo creo, más ricas
que la historia superficial? ¿Y por qué? ¿Cómo determinar el lugar que ocupa esta amplia capa de historia en el
complejo de una sociedad enfrentada con el tiempo? Todo ello desborda en las viejas querellas. El hecho diverso, el
suceso, es repetición, regularidad, multitud; y nada dice, de forma absoluta, que su nivel carezca de fertilidad o de
valor científico. Habría que considerarlo de cerca.

En su totalidad, lo social, presa de su devenir, es idealmente, en cada corte sincrónico de su historia, una imagen
continuamente diferente, aunque esta imagen repita miles de detalles y de realidades anteriores. ¿Quién lo habría
de negar? Por eso la idea de una estructura global de la sociedad inquieta y molesta al historiador, incluso si subsiste
entre estructura global y realidad global un desfase considerable. Lo que al historiador le gustaría salvar en el debate
es la incertidumbre del movimiento de la masa, sus diversas posibilidades de deslizamiento, algunas libertades,
ciertas explicaciones particulares, funcionales, productos del instante o del momento.

HOBSBAWM, Eric (1997). “Con la vista puesta en el mañana: la historia y el futuro”. En: Sobre la Historia.
Barcelona: Crítica, pp.52-70.

Las tendencias sociales, en el sentido amplio, investigan la dirección de la evolución de la sociedad y lo que se puede
hacer al respecto. Esto entraña investigar el futuro, en la medida en que esto sea posible. Es una actividad
arriesgada, que causa frecuentes decepciones, pero también es necesaria. Y toda predicción sobre el mundo real se
apoya en gran medida en alguna clase de inferencias sobre el futuro a partir de lo que ha sucedido en el pasado, es
decir, a partir de la historia. Por tanto, el historiador tiene que tener algo pertinente que decir sobre este tema. A la
inversa, la historia no puede escaparse del futuro, aunque solo sea porque no hay una línea que separe a los dos
(esto pertenece al pasado). En alguna parte entre los dos hay un punto que es teórico pero que se mueve
constantemente al que, pueden llamar “presente” (esto pertenece al futuro). Tal vez haya razones técnicas para
considerar el pasado y el futuro de modo diferente; puede que también haya razones técnicas para diferenciar el
pasado del presente. No podemos pedirle al pasado respuestas directas a ninguna pregunta que no se le haya
hecho ya, aunque podemos usar nuestro ingenio de historiadores para ver inferir respuestas indirectas de lo que se
ha dejado atrás de él. A la inversa, podemos hacerle al presente cualquier pregunta a la que sea posible responder,
si bien cuando llegue la respuesta y se tome nota de ella, en rigor ya pertenecerá al pasado, aunque sea el pasado
reciente. No obstante, el pasado, el presente y el futuro forman un continuo.

Por otra parte, cuando los filósofos e historiadores quieran hacer una clara distinción entre el pasado y el futuro,
nadie la seguirá. Todos los seres y sociedades humanos tienen sus raíces en el pasado (el de su familia, su
comunidad, su nación, etc) y todos definen su posición en relación a él, negativa o positivamente. La mayor parte de
la acción consciente de los seres humanos que se basa en el aprendizaje, la memoria y la experiencia constituye un
inmenso mecanismo que sirve para afrontar constantemente el pasado, el presente y el futuro. Intentar prever el
futuro mirando el pasado es algo que las personas no pueden evitar hacer, tienen que hacerlo, lo requieren los
procesos corrientes de la vida humana consciente. Y, por supuesto, tratan de justificarlo en el supuesto de que, en
conjunto, el futuro está relacionado de forma sistemática con el pasado, que a su vez no es una concatenación
arbitraria de circunstancias y acontecimientos. Las estructuras de las sociedades humanas, sus procesos y
mecanismos de reproducción, cambio y transformación, son de un tipo que restringe el número de cosas que
pueden suceder, determina alguna de las que sucederán y permite asignar más o menos probabilidades a gran parte
del resto. Merece la pena tener presente que la imposibilidad de predecir ocupa un lugar tan importante porque los
argumentos relativos a la predicción tienden a concentrarse, por razones obvias, en las partes del futuro donde la
incertidumbre parece máxima, y no en aquellas donde es mínima.

La opinión de Mills es que es deseable, posible e incluso necesario prever el futuro hasta cierto punto. Esto no quiere
decir que el futuro está determinado ni, aun en el caso de que lo estuviera, que se puede conocer. No quiere decir
que no haya otras opciones o resultados, y menos todavía que los que prevén el futuro acierten.

El historial de la predicción histórica es irregular. Lo menos peligroso consiste en evitar las profecías diciendo que
nuestras actividades profesionales llegan hasta ayer y allí se detienen, o limitarnos a las ambigüedades estudiadas
que solían ser la especialidad de los oráculos antiguos y todavía son de los astrólogos en los periódicos. Existe hoy
una gran industria dedicada a las predicciones, una industria que no se arredra ante los fracasos y las
incertidumbres. Además, abundan los ejemplos de buenas predicciones entre historiadores, científicos sociales y
observadores inclasificables desde el punto de vista académico. A menos que demos por sentado que hay aciertos
puramente fortuitos, debemos aceptar que se basan en métodos que valen la pena investigar; y, a la inversa, las
razones de los fracasos estrepitosos merecen investigarse con el mismo objeto.

Por desgracia, una de estas series y razones es la fuerza del deseo humano. Tanto la predicción humana como la
meteorológica son empresas poco seguras e inciertas, no se puede prescindir de ellas. Los que usan la meteorología
procuran planear sus acciones de una forma que les permita sacar mejor provecho de aquello que no pueden
cambiar, el tiempo. Es probable que los seres humanos utilicen las predicciones de forma muy parecida en los casos
relativamente raros en que se basan en ellas para tomar medidas reales. Sin embargo, los seres humanos, en
conjunto, se inclinan a recurrir a las previsiones históricas en busca de conocimientos que les permitan alterar el
futuro. Dado que está claro que algunas decisiones humanas, grandes o pequeñas, influyen en el futuro, esta
expectativa no debe descartarse por completo. Sin embargo, afecta al proceso del prever, generalmente de modo
adverso. Así, a diferencias de la meteorología, las predicciones históricas van acompañadas de un comentario
continuo por parte de quienes piensan que tales previsiones son imposibles o no aconsejables por diversas razones,
generalmente porque no nos gusta lo que dicen. Los historiadores también padecen la desventaja de carecer de una
clientela fiel que, sea cual sea su ideología, necesite de previsiones. Nos rodean personas, especialmente en la
política, que proclaman la necesidad de aprender lecciones del pasado cuando no proclaman que ya las han
descubierto, pero dado que virtualmente a todas ellas les interesa usar la historia principalmente para justificar lo
que de todos modos hubieran querido hacer, por desgracia esto ofrece poco incentivo para mejorar la capacidad de
predicción de los historiadores.  Sin embargo, no podemos culpar solo a los clientes, también a los profetas le
corresponde parte de la culpa.

Todos los que han hecho predicciones conocen las tentaciones psicológicas, o, ideológicas, y tampoco las han
evitado. Si los que hacen predicciones históricas adoptaran una actitud tan imparcial como la de los meteorólogos,
por ejemplo, el arte de hacer pronósticos históricos estaría más avanzado de lo que está. Esto, junto con la pura
ignorancia, es el principal obstáculo que encuentra en su camino quien hace predicciones. Es un obstáculo mucho
mayor que el hecho de que las predicciones puedan ser refutadas por las medidas que tomen deliberadamente las
personas que son conscientes de ellas. La generalización empírica menos arriesgada que pueda hacerse sobre la
historia es que todavía nadie hace mucho caso ni siquiera de sus lecciones obvias.

Como se ha sugerido ya existe una gran industria dedicada a hacer predicciones. La mayor parte de ella se ocupa del
efecto que los acontecimientos futuros tendrán en actividades bastante concretas, principalmente en los campos de
la economía y la tecnología civil y militar. Por consiguiente, formula una serie bastante específica y restringida de
preguntas que hasta cierto punto pueden aislarse, aun cuando, pueden afectarla muchísimos factores variables.
También se hacen muchas predicciones que, no tienen por objeto decirnos cómo será el futuro en realidad, sino
confirmar o refutar; por consiguiente, suelen hacerse empleando frases condicionales. En principio no importa si la
verificación tiene lugar en el futuro real o en un futuro construido especialmente. Hay también proposiciones, la
mayoría de tipo lógico-matemático, que determinan consecuencias.  La predicción histórica difiere de todas las
demás de 2 maneras. En primer lugar, los historiadores se ocupan del mundo real, en el cual las otras cosas no son
nunca iguales e insignificantes; los historiadores se ocupan por definición de conjuntos complejos y cambiantes e
incluso sus preguntas más concretas y definidas de modo más restringido tienen sentido solo dentro de este
contexto. Por tanto, las predicciones históricas tienen por objeto, en principio, proporcionar la estructura y la textura
generales que incluyen el medio de responder a todas las preguntas de predicción específicas que tal vez deseen
hacer las personas con intereses especiales, en la medida que sea posible responder a ellas. En segundo lugar, como
teóricos los historiadores no se ocupan de predecir como confirmación; en todo caso, muchas de sus predicciones no
podrían ponerse a prueba en vida de esta generación o la siguiente, no en mayor medida de lo que en este sentido
puede hacerse con las predicciones de las disciplinas históricas de las ciencias naturales. Puede que se confíe más en
la climatología que en la historia, pero se sigue sin poder verificar sus predicciones. La predicción puede ser deseable
o no para probar, pero surge automáticamente al hacer declaraciones sobre el continuo pasado, presente y futuro,
porque eso entraña referencias al futuro: aunque puede que muchos historiadores prefieran evitar hacer
declaraciones extensivas al futuro.

Y los historiadores prevén de modo constante, aunque solo sea de manera retrospectiva. Da la casualidad de que su
futuro es el presente o un pasado más reciente en comparación con un pasado más remoto. Los historiadores más
convencionales o “anticientíficos”, analizan perpetuamente las consecuencias de situaciones o acontecimientos, u
otras posibilidades contrafácticas. Los métodos ideados para analizar causas, consecuencias y opciones históricas
con la ventaja del arma esencial pero inaccesible del futurólogo, la visión retrospectiva, son apropiados para los que
hacen predicciones, toda vez que en principios son parecidos. Su valor se apoya no solo en la enorme acumulación
de experiencias históricas reales, de todos los tipos que puedan servir en el presente; se apoya principalmente en
dos cosas: en primer lugar, las predicciones de los historiadores, aunque sean retrospectivas, se refieren
precisamente a la compleja realidad de la vida humana, realidad que lo abarca todo, así como a las otras cosas que
nunca son iguales, y que, de hecho, no son otras cosas, sino el sistema de relaciones del que nunca es posible extraer
del todo afirmaciones relativas a la vida humana en sociedad. En segundo lugar, toda disciplina histórica que
merezca llamarse así trata de descubrir precisamente las pautas de interacción en sociedad, los mecanismos y
tendencias de cambio y transformación, y las direcciones de la transformación en la sociedad que son lo único que
proporciona un marco apropiado para predecir que es más que lo que se ha llamado “proyecciones estadísticas
basadas en compilaciones de datos empíricos dentro de categorías de quizá poca importancia teórica”.

Estas predicciones por medio de la historia utilizan 2 métodos, generalmente combinados: la predicción de
tendencias mediante la generalización o los modelos; y la predicción de acontecimientos o resultados reales por
medio de una especie de análisis de trayectoria. Predecir la decadencia de la economía británica es un ejemplo del
primer método, predecir el futuro del gobierno de Thatcher es un ejemplo del segundo método; predecir algo como
la revolución rusa o la iraní (que casualmente conocemos en un caso pero en el otro no) combina ambos métodos.
Se requieren ambos, aunque solo sea porque los acontecimientos reales influyen al menos en algunas tendencias.
Ahora bien, el margen actual de incertidumbre sobre acontecimientos futuros es tan grande que solamente
podemos reducirlo a una serie de otras hipótesis. También podemos abandonar algunos factores imprevisibles por
triviales, con todo, muchos factores imprevisibles se aceptan como insignificantes hoy día; otros se aceptan
comúnmente como triviales; otros sencillamente no pueden. No obstante, podemos hacer algo más que presentar al
cliente una serie de hipótesis igualmente probables, preferiblemente divididas en una serie de opciones binarias. Es
aquí donde los ejercicios de predicción retrospectiva del historiador pueden proporcionar orientación.

Predecir tendencias sociales es en un sentido más fácil que predecir acontecimientos, toda vez que se apoya
precisamente en el descubrimiento que constituye la base de toda ciencia social: que es posible generalizar sobre
poblaciones y periodos sin preocuparse por la cambiante maraña de decisiones, acontecimientos, accidentes y
posibilidades. En lo que se refiere a las tendencias, esto requiere cierto mínimo de tiempo. En esta medida puede
decirse que es predicción a largo plazo, aunque el “largo plazo” de que se trate puede ser relativamente corto
incluso cuando se juzga de acuerdo con el espacio de tiempo de las predicciones humanas a largo plazo, que se
limita a un siglo y pico a lo sumo. Pero un inconveniente habitual de tales predicciones a largo plazo estriba en que
es casi imposible asignarles una escala de tiempo apropiada; puede que se sepa lo que es probable que pase pero no
cuándo. Algunas de estas predicciones tardan más en hacerse realidad que lo que esperaba la mayoría de los
observadores; en cambio, otras se hacen realidad antes de lo que se calculaba.

De las predicciones cronológicas, las únicas que inspiran cierta confianza son las que se basan en alguna periodicidad
regular detrás de la cual sospechamos que hay un mecanismo explicable, incluso cuando no lo comprendemos. Los
economistas son los buscadores de tales periodicidades, aunque la demografía también entraña algunas. Otras
ciencias sociales también han afirmado, pero pocas de ellas son muy útiles excepto en predicciones muy
especializadas. Sí nos permiten hacer predicciones no solo sobre la economía, sino también, de forma más general,
sobre los campos social, político y cultural que acompañan a los ciclos alternantes.

Dejando la cronología de lado, en general se reconoce que el historiador es esencial incluso para la forma más
común y poderosa de predicción en las ciencias sociales, forma que se basa en proposiciones teóricas o modelos
(esencialmente de tipo matemático) que se aplican a cualquier base de realidad; esto es, a la vez, de valor
inapreciable e insuficiente. Es de valor inapreciable porque, si establecemos una relación entre factores variables
que resulte convincente desde el punto de vista de la lógica, la discusión debe cesar. Ninguna predicción más allá de
las puramente empíricas es posible sin construcciones basadas en tales proposiciones. Pero son insuficientes porque
en sí mismas son demasiado generales para arrojar mucha luz sobre situaciones concretas y, en consecuencia, todo
intento de usarlas directamente para hacer predicciones está condenado al fracaso. Por esta razón, David Glass
señalo que la demografía, que es, supone el autor, con la economía y la lingüística, la más desarrollada de las
ciencias sociales si se juzga según el criterio de moda, esto es, el parecido con la física, ha tenido un historial terrible
en cuanto a predicciones. Así pues la proposición malthusiana básica según la cual la población no puede aumentar
de modo permanente más alla de los límites que impone la disponibilidad de los medios de subsistencia es a la vez
innegable y valiosa; sin embargo por sí misma no puede decirnos nada sobre la relación pasada, presente y futura
entre el crecimiento demográfico y los medios de subsistencia. En resumen, la teoría demográfica puede hacer
predicciones condicionales que no son pronósticos, y pronósticos que no se basan en sus modelos. ¿En que se
basan?

En la medida en que el mismo pronosticaba tendencias -erróneamente-, Malthus se apoyaba en ciertos datos
históricos, en el crecimiento demográfico y en la asignación de supuestas magnitudes empíricas, que han resultado
arbitrarias y a veces poco realistas. Quien haga predicciones demográficas o económicas no solo debe traducir sus
factores variables en cantidades reales, sino que también debe salir constantemente de su análisis teórico y de su
propio campo especializado y entrar en el amplio territorio de la historia total, pasada o presente. Por suerte los
demógrafos son conscientes de todo esto, más que los economistas, si se compara la floreciente disciplina de la
demografía histórica con la econometría retrospectiva que pasa por historia entre ellos. Sin embargo, Mills tiene la
obligación de decir que los historiadores, al igual que los científicos sociales, son más bien impotentes cuando se
enfrentan al futuro, porque no tienen una idea clara sobre qué es exactamente el conjunto o la serie que están
investigando y exactamente cómo interactúan sus diversos elementos. Lo máximo que podemos afirmar los
historiadores es que, a diferencia de la mayoría de las ciencias sociales, nos es imposible eludir los problemas de
nuestra ignorancia; a diferencia del resto, no estamos tentados a esforzarnos en pos de una falsa precisión tratando
de imitar a las ciencias naturales, que son más prestigiosas; y, después de todo, nosotros y los antropólogos tenemos
un conocimiento sin paralelo de la variedades de la experiencia social humana. Y quizá también que en el campo de
los estudios humanos solo nosotros debemos pensar en términos de cambio, interacción y transformación
históricos. Únicamente la historia proporciona orientación y quien afronte el futuro sin ella no es solo ciego, sino
también peligroso, especialmente en la era de la alta tecnología.

¿Cómo debería concluir? Los historiadores no son profetas; tampoco están o deberían estar en el departamento
escatológico del negocio de las profecías. Algunos pensadores, entre los que hay historiadores, han visto el proceso
de la historia como el avance del destino humano hacia algún fin feliz o infeliz en el futuro. Desde el punto de vista
moral, esta clase de creencia es preferible a la opinión de que el destino humano ya ha encontrad su lugar de
descanso en alguna sociedad de ahora mismo; desde luego no es tan fácil de refutar, pero no sirve para nada. Los
historiadores, al igual que el resto de seres humanos, están en el derecho de tener su idea de un futuro deseable
para la humanidad, de luchar por ella y de animarse si descubren que la historia parece ir por donde ellos quieren,
como ocurre a veces. En todo caso, no es buena señal del camino por donde va el mundo cuando los hombres
pierden confianza en el futuro e hipótesis propias de “el crepúsculo de los dioses” nos sustituyen las utopías. Sin
embargo, la misión del historiador, que es averiguar de dónde venimos y hacia dónde vamos, no debería verse
afectada como misión por la posibilidad de que nos gusten los posibles resultados.

Esto deja muchas cosas que los historiadores pueden aportar nuestra investigación del futuro: al descubrimiento de
lo que los seres humanos pueden y no pueden hacer al respecto; a la determinación de los marcos, y por
consiguiente, los limites, las potencialidades y las consecuencias de las acciones humanas; a la distinción entre lo
previsible y lo imprevisible y entre los tipos diferentes de previsión. Entre otras cosas, pueden ayudar a desacreditar
aquellos absurdos y peligrosos ejercicios de autómatas mecánicos para la predicción que son populares entre
algunos de los que buscan prestigio científico: personas que piensan que las formas de predecir revoluciones
consiste en cuantificar la pregunta “¿en qué medida tiene que ser extensa y rápida la modernización al principio con
el fin de que produzca la revolución social?” por medio de la “recogida de datos comparativos, tanto representativos
como morales”.

WALLERSTEIN, Immanuel (1991). “El invento de nuestras realidades del Tiempo-espacio: hacia una comprensión
de nuestros sistemas históricos”. En: Impensar las ciencias sociales. Límites de los paradigmas decimonónicos.
México: Siglo XXI, 1998, pp.149-163.

Pocas cosas nos parecen tan evidentes como el tiempo y el espacio. Gran parte de la educación preescolar de los
niños se enfoca en enseñarles los conceptos y la terminología del tiempo y el espacio. Adquieren conocimiento sobre
estos conceptos de la misma manera que sobre la familia, la estructura social los dioses, el lenguaje, el
comportamiento y su cuerpo, saber: mediante la enseñanza y el ejemplo de su madre, sus mayores y sus
compañeros. Existen ciertas “verdades” sobre cada uno de estos temas que son externas, objetivas y se espera que
los niños memoricen y hagan suyas estas verdades.

A medida que crecemos en nuestro mundo moderno, la educación a la cual se nos somete de manera constante,
evoluciona. La ortodoxia evoluciona, nos presenta que nuestros conocimientos, nuestras verdades, en realidad son
creaciones sociales. De hecho, se supone que debemos reaccionar y conducirnos en lo que a veces se denomina
como realidad “multicultural”.

Así, como adultos tendemos a saber, incluso a mantener en el primer plano de nuestra mente. Que hay muchos
dioses, muchas sociedades, muchas costumbres y valores familiares, muchos lenguajes, mucha sexualidad. Pero lo
que sabemos es que hay una sola concepción de tiempo en un mismo espacio, son duraderos, inmutables.

En 1958 Fernand Braudel, argumento que el tiempo fue una creación social y que el historiador no debería dejarse
atrapar por la utilización de una sola variedad de tiempo, además definido el tiempo según tres longitudes según su
duración( corto plazo, mediano plazo y largo plazo), al primero lo denomino: la historia avenencia (de los
acontecimientos “una historia episódica, tiene un príncipe y un fin), luego el tiempo de medio plazo lo denomino la
estructural y el tiempo largo como la historia estructural.

Para comprender las categorías de Braudel debemos ver que él está librando una guerra en dos frentes, contra las
dos posturas nominalmente antitéticas que han dominado el pensamiento social por lo menos desde mediados del
siglo XIX: la epistemología ideografía y la nomotética.

Para gran parte de los historiadores tradicionales, los hidrógrafos quienes el tiempo contiene una serie de
acontecimientos que ocurre en fechas específicas, está relacionado con acontecimientos políticos, poner fecha a
esos acontecimientos nos proporciona una cronología y por lo tanto una narración, un relato una historia que es
única y que se explica en sus propios términos. Estos hechos están esperando ser descubiertos.

Para Braudel, estos “acontecimientos” ocurrieron, pero deben señalarse dos cosas. En primer lugar algunos
acontecimientos se registran en ese momento y otro no. Luego los historiadores debaten si son sucesos o
acontecimientos.
Para Braudel esos “acontecimientos” ocurrieron, pero debemos señalar dos cosas. En primer lugar, algunos se
registran en ese momento y otros no, por otro lado los acontecimientos que son polvo, nos invita a enfocar nuestra
atención dos objetos de análisis, dos tipos de tiempo que considera reales, as estructuras duraderas.

Ahí está en pocas palabras. Los dos polos antitéticos, la historia ideografía y las ciencias sociales nomotéticas son en
realidad una sola postura intelectual puesto que solo dos marcas de tratar de escapar de los limitaciones de la
realidad histórica. ¿Y que es esta realidad histórica? Es la realidad de la serie de estructuras que son duraderas pero
no eternas (lo que yo denominaría sistemas históricos) que funciona como patrones (lo que denominaría sus ritmos
cíclicos, pero también un lento proceso continuo de transformaciones. Los acontecimientos son polvos no solo
porque sean efímeros, sino porque son polvos en nuestro ojo.

En este análisis de las variedades de tiempo social, en esa suplica braudeliana despojada porque nuestra atención
colectiva pase el tiempo episódico y eterno al tiempo estructural y cíclico.

Me gustaría tomar los cuatro tiempos de Braudel, el tiempo episódico, el coyuntural, el estructural y el de los
sabios, afirmar que cada uno de esos tiempos tiene unos espacios, no son categorías separadas, sino al demonio una
sola Tiempo Espació.

El tiempo episódico, tiene su equivalente en el espacio geopolítico inmediato (como por ejemplo la revuelta de
palestina).

Pero tal vez usted piensa que el espacio es confuso solo porque estoy hablando de una situación de actualidad que
genera mucha pasión. Pero resulta que los límites del espacio no se vuelven más claros si tomamos un suceso de
siglo atrás.

Al tiempo coyuntural corresponde a lo que yo denominare “tiempo ideológico”, esto se usa más en el oriente, es una
división contemporánea del mundo que es política, militar y cultural y sobre todo es ideológica.

A estas alturas ya debe ser evidente que al tiempo estructural (de largo plazo) corresponde el espacio estructural (de
gran escala), el cual no es necesariamente constante con resto al tiempo cronológico. Algunos conceptos del espacio
estructural que se relacionan con a economía-mundo se han vuelto parte del lenguaje común, además está
relacionado con la definición de centro y periferia a las concentraciones espaciales de las actividades económicas
que se encuentran en la economía-mundo capitalista.

El tiempo y el espacio de nuestros científicos sociales nomotéticos parecen un lución irrelevante. El tiempo Espacio
de no es tomado en serio en ninguno de ambos casos como ingrediente fundamental de nuestro mundo geohistoria.

Debemos ser muchos más cuidadosos y consciente de la manera como utilizamos las realidades del Tiempo Espació.
En primer lugar, está el problema meramente lingüístico. La autoridad del condominio idiografico-nomotecnico
sobre el pensamiento del mundo social durante dos siglos ha hecho demasiado confuso nuestros vocabularios
académicos.

El problema lingüístico sin embargo es pequeño, de los problemas intelectuales más fundamentales. Pero el cambio
verdadero, el cambio fundamental, el cambio estructural. El tiempo espacio estructural tiene que ver con los
sistemas sociales geos históricos reales, en la medida de que estos sistemas rigen y mientras que persistan, poseen
algunas características que son inmutables, pero la podemos denominar sistema. Pero al ser históricos por
momentos son iguales y por momentos cambian.

Y como primer paso debemos ver de qué manera hemos estado moldeando las categorías del Tiempo espacio para
comprender esta realidad.

WALLERSTEIN, Immanuel (1998). “El legado de la sociología, la promesa de la ciencia social”, Discurso inaugural
del Décimocuarto Congreso Mundial de Sociología, 26 de julio de 1998, pp-1-16; 42-52.

La sociología cual disciplina fue una innovación de finales del siglo diecinueve, junto a las otras disciplinas que
reunimos bajo la etiqueta general de las ciencias sociales. La sociología en cuanto disciplina fue elaborada más o
menos durante el 4 período entre 1880 y 1945. Todas las figuras principales del campo en ese período intentaron
escribir al menos un libro cuya intención era definir la sociología como disciplina. Tal vez el último libro importante
en esta tradición fue el escrito en 1937 por Talcott Parsons, The Structure of Social Action, un libro de gran
importancia en nuestro legado y a cuyo papel regresaré más adelante. Es indudablemente cierto que, en la primera
mitad del siglo veinte, las diversas divisiones de las ciencias sociales se establecieron a sí mismas y recibieron
reconocimiento como disciplinas. Cada una de ellas se definió en modos que enfatizaban claramente sus diferencias
de las disciplinas colindantes. Esto tuvo como un resultado que pocos podían dudar sobre si un libro o artículo dado
estaba escrito dentro del marco de una disciplina u otra. Era un período en el cual la afirmación, “eso no es
sociología; es historia económica, o es ciencia política” era una afirmación dotada de sentido. No es mi intención
aquí pasar revista a la lógica de las fronteras establecidas en este período. Reflejaban tres segmentaciones en
objetos de estudio que lucían evidentes a los ojos de los estudiosos de entonces, y fueron enunciadas con vigor y
defendidas como cruciales. Había la segmentación pasado/presente que separaba a la historia idiográfica de la tríada
nomotética de economía, ciencia política y sociología. Había la segmentación civilizado/otro o europeo/no europeo
que separaba a todas las cuatro disciplinas anteriores (que esencialmente estudiaban el mundo paneuropeo) de la
antropología y los estudios orientales. Finalmente, había la segmentación de mercado, Estado y sociedad civil que
constituían respectivamente los ámbitos de la economía, la ciencia política y la sociología. El problema intelectual
con estas series de fronteras es que los cambios en el sistema mundial después de 1945 mundo con la correlativa
expansión del sistema-mundo universitario, de tal modo que para 1970 en la práctica había un desdibujamiento
severo de esas fronteras. El 5 desdibujamiento se ha vuelto tan extenso que, en la opinión de muchas personas, en
mi opinión, ya no era posible defender esos nombres, esas series de fronteras, como intelectualmente decisivas o
incluso útiles.

El resultado fue que varias disciplinas de las ciencias sociales han dejado de ser disciplinas porque ya no representan
áreas de estudio obviamente diferentes con métodos diferentes y por ende con fronteras firmes y distintivas. Los
nombres, sin embargo, no han por ello dejado de existir. ¡Más bien al contrario! Las diversas disciplinas hace ya
mucho han sido institucionalizadas como organizaciones corporativas, en la forma de departamentos universitarios,
programas de instrucción, grados, títulos, revistas académicas, asociaciones nacionales e internacionales e incluso
clasificaciones de biblioteca. La institucionalización de una disciplina es una vía de preservar y reproducir prácticas.
Representa la creación de una auténtica red humana con fronteras, una red que asume la forma de estructuras
corporativas que tienen requisitos de ingreso y códigos que proporcionan caminos reconocidos para la movilidad
profesional ascendente. Las organizaciones de estudiosos buscan disciplinar no el intelecto sino la práctica. Crean
fronteras que son mucho más firmes que las creadas por disciplinas cuales construcciones intelectuales, y pueden
sobrevivir a la justificación teórica para sus límites corporativos. De hecho, eso ya ha sucedido. El análisis de la
sociología como una organización en el mundo del conocimiento es profundamente distinto del análisis de la
sociología como disciplina intelectual. Si puede decirse que Michel Foucault tenía la intención de analizar el modo en
que las disciplinas académicas son definidas, creadas y redefinidas en organizaciones académicas se delimitan,
perpetúan y redelimitan dentro de las instituciones del saber. No voy a seguir ninguno de esos dos caminos en este
momento. No creo, como ya he afirmado, que la sociología siga siendo una disciplina (pero tampoco lo son nuestras
ciencias sociales hermanas). Lo que sí creo es que todas siguen siendo muy fuertes en el aspecto organizacional.
Creo también que se sigue que todos nos encontramos en una situación muy anómala, perpetuando en cierto
sentido un pasado mítico, lo cual es tal vez una actividad dudosa. Al contrario, deseo concentrar mi atención sobre la
sociología en cuanto a cultura, es decir, como una comunidad de estudiosos que comparten ciertas premisas. Lo
hago porque creo que en los debates en esta área es donde se está construyendo nuestro futuro. Argüiré que la
cultura de la sociología es reciente y vigorosa, pero también frágil, y que puede continuar enriqueciéndose sólo si se
transforma.

I. El Legado

¿Qué podemos dar a entender por la cultura de la sociología? Comenzaré con dos comentarios . En primer lugar, lo
que normalmente entendemos por “cultura” es un conjunto de premisas y prácticas compartidas, compartidas por
cierto no por todos los miembros de la comunidad todo el tiempo sino por la mayoría de los miembros la mayor
parte del tiempo; compartidas abiertamente, pero, lo que es aún más importante, compartidas subconscientemente,
de modo tal que las premisas rara vez estén sujetas a debate. Sugeriré que existe precisamente un tal conjunto de
premisas simples compartidas por la mayoría de los sociólogos, pero de ningún modo necesariamente por personas
que se autodenominan historiadores o economistas.

En segundo lugar, pienso que las premisas compartidas se revelan por aquéllos que presentamos como los
pensadores formativos. La lista más común en estos días para los sociólogos de todo el mundo es Durkheim, Marx y
Weber. Lo primero que se debe advertir en esta lista es que, si uno planteara la pregunta de los pensadores
formativos a historiadores, economistas, antropólogos o geógrafos, uno seguramente obtendría una lista diferente.
Nuestra 7 lista no contiene a Michelet o Gibbon, Adam Smith o John Maynard Keynes, John Stuart Mill o Maquiavelo,
Kant o Hegel, Malinowski o Boas.

Después de todo, si Durkheim sí se denominó a sí mismo sociólogo, Weber solamente lo hizo en el último período de
su vida, e incluso entonces ambiguamente, y Marx, por supuesto, nunca lo hizo. Así mismo, si bien he conocido
sociólogos que se llaman a sí mismos durkheimianos, y otros que se llaman a sí mismos marxistas y otros aún que se
llaman weberianos, nunca he conocido a ninguno que dijera ser durkheimiano-marxista-weberiano. De modo que,
¿en qué sentido puede decirse que estas tres son figuras fundadoras del campo? A pesar de ello, libro tras libro, y
particularmente libro de texto tras libro de texto, lo afirma No siempre fue así. Esta agrupación se debe de hecho en
gran parte a Talcott Parsons y a su obra formativa de la cultura de la sociología, The Structure of Social Action. Por
supuesto, como ustedes recordarán, Parsons tenía la intención de que canonizáramos la tríada de Durkheim, Weber
y Pareto. Por alguna razón, nunca fue capaz de convencer a otros de la importancia de Pareto, quien permanece en
gran medida ignorado. Por otro lado, Marx fue añadido a la lista, a pesar de los mejores esfuerzos de Parsons por
mantenerlo fuera de ella. No obstante, atribuyo la creación de la lista esencialmente a Parsons. Ello, por supuesto,
hace que la lista sea muy reciente. Es básicamente una creación posterior a 1945. En 1937, cuando Parsons escribía,
Durkheim era menos central para la ciencia social francesa de lo que lo había sido veinte años antes y de lo que sería
de nuevo después de 1945. Tampoco era una figura de referencia obligada en otras comunidades nacionales
relevantes de sociología.

En 1937, Weber no era enseñado en las universidades alemanas, y para ser justos incluso en 1932 no era la figura
dominante que es actualmente en la sociología alemana. Además, no había sido traducido aún al francés ni al inglés.
En cuanto a Marx, escasamente se lo mencionaba en la mayoría de los círculos académicos respetables. R.W. Connell
ha demostrado en un reciente resumen lo que yo había sospechado por mucho tiempo, que los libros de texto
anteriores a 1945 pueden haber mencionado a estos tres autores, pero sólo dentro de una larga lista de otros.
Connell denomina a esto “una visión enciclopédica, más que canónica, de la nueva ciencia por parte de sus
practicantes” (1997, 1514). Es el canon lo que define a la cultura, y este canon tuvo su mayor vigencia entre 1945 y
1970, un período muy especial - dominado por los practicantes norteamericanos de la sociología durante el cual el
estructural-funcionalismo fue con mucho la perspectiva principal dentro de la comunidad sociológica. El canon debe
comenzar con Durkheim, el más autoconscientemente “sociológico” de los tres, el fundador de una revista llamada
L’Année Sociologique, cuyo centenario celebramos en 1998 mientras celebramos el quincuagésimo aniversario de la
Asociación Internacional de Sociología. Durkheim respondió a la primera y más evidente de las preguntas acerca de
la cual debe asombrarse cualquier estudioso de la realidad social que hace trabajo empírico. ¿Por qué los individuos
poseen unas series de valores específicos y no otros? ¿Y por qué las personas con “antecedentes similares” tienen
más probabilidad de compartir entre sí la misma serie de valores que personas con antecedentes disímiles? Sabemos
la respuesta tan bien que ya no nos parece una pregunta. Pasemos revista de todos modos a la respuesta de
Durkheim.

El reformula sus argumentos básicos con mucha claridad en el “Prefacio a la segunda edición” de Las reglas del
método sociológico, escrito en 1901. Tenía la intención de responder a los críticos de la primera edición, y en él
busca aclarar lo que está diciendo, ya que siente que había sido malentendido. Avanza tres proposiciones. La
primera es que “los hechos sociales deben ser tratados como cosas,” una afirmación que él insiste está “en la propia
base de nuestro método”. Afirma que por ello no está reduciendo la realidad social a algún substrato físico sino que
simplemente está alegando para el mundo social “un grado de realidad al menos igual al que todos atribuyen” al
mundo físico. “La cosa se encuentra en oposición a la idea, al igual que lo conocido desde afuera se encuentra
opuesto a lo que se conoce desde adentro” (Durkheim, 1982, 35-36). La segunda proposición es que “los fenómenos
sociales externos a los individuos”. Y, finalmente, Durkheim insiste en que la coacción social no es lo mismo que la
coacción física porque no es inherente sino impuesta desde afuera. Durkheim acota además que, para que un hecho
social exista, debe haber interacciones individuales que resulten en “creencias y modos de comportamiento
instituidos por la colectividad; la sociología puede entonces ser definida como la ciencia de las instituciones, de su
génesis y de su funcionamiento”. Por ende estamos claramente hablando de una realidad social que es construida
socialmente, y es esta realidad socialmente construida la que los sociólogos han de estudiar la ciencia de las
instituciones. Durkheim incluso anticipa nuestra preocupación actual con la acción, porque es justo en este punto
donde añade una nota al pie de página donde discute los límites de la “variación permitida” Estas tres declaraciones
tomadas en conjunto constituyen el argumento para el “principio básico” de Durkheim, “el de la realidad objetiva de
los hechos sociales. Es… sobre este principio que al final todo descansa y todo regresa a él” (Durkheim, 1982). No
propongo aquí examinar mis propias opiniones sobre estas proposiciones de Durkheim. Sí quiero sugerir que su
esfuerzo para trazar un ámbito para la sociología, el ámbito de lo que denomina “hechos sociales,” un ámbito
distinto de los ámbitos tanto de la biología como de la psicología, es efectivamente una premisa básica de la cultura
de la sociología. Si me contestan que hay personas entre nosotros que se autodenominan psicólogos sociales o
teóricos de la interacción simbólica o individualistas metodológicos o fenomenólogos o incluso posmodernistas, les
diré entonces que estas personas no obstante han decidido continuar sus esfuerzos académicos bajo la etiqueta de
la sociología y no de la psicología o biología o filosofía. Debe haber habido alguna razón intelectual para esto. Yo
sugiero que esta razón es su aceptación tácita del principio durkheimiano de la realidad de los hechos sociales, por
mucho que deseen operacionalizar este principio en modos muy distintos de los que propuso Durkheim.

En el Prefacio a la primera edición, Durkheim discute cómo desea ser etiquetado. El modo correcto, dice, es no
llamarlo ni “materialista” ni “idealista” sino “racionalista” (Durkheim, 1982). Mientras que ese término a su vez ha
estado sujeto a muchos siglos de debate y desacuerdo filosófico, ciertamente es una etiqueta que casi todos los
sociólogos desde la época de Durkheim hasta al menos 1970 habrían acogido. En consecuencia, quisiera reformular
el argumento de Durkheim como el Axioma Número 1 de la cultura de la sociología: Existen grupos sociales que
tienen estructuras explicables y racionales. Planteado de este modo sencillo, creo que ha habido pocos sociólogos
que no presupongan su validez. El problema con lo que llamo el Axioma Número 1 no es la existencia de estos
grupos, sino su falta de unidad interna. Aquí es donde entra Marx. El busca responder la pregunta: ¿por qué los
grupos sociales que supuestamente son una unidad (el significado, al fin y al cabo, de “grupo”) de hecho tienen
luchas internas? Todos conocemos su respuesta. Es la oración que abre la primera sección del Manifiesto Comunista:
“La historia de toda sociedad existente hasta ahora es la historia de la lucha de clases” (Marx y Engels, 1948, 9). Por
supuesto, Marx no era tan ingenuo como para asumir que la retórica explícita del conflicto y las explicaciones de las
razones para el conflicto tuvieran que ser tomadas necesariamente al pie de la letra o fueran en algún modo,
correctas, es decir, correctas desde el punto de vista del analista. El resto de la obra de Marx está constituido por la
elaboración de la historiografía de la lucha de clases, el análisis de los mecanismos de funcionamiento del sistema
capitalista y las conclusiones políticas que uno debe extraer de este marco de análisis. Todo esto constituye al
marxismo, propiamente hablando, el cual, por supuesto, es una doctrina y un punto de vista analítico que han
estado sujetos a grandes controversias dentro y fuera de la comunidad sociológica.

Marx tenía, ciertamente, una explicación particular del conflicto social, centrada en el hecho de que la gente tiene
distintas relaciones con los medios de producción, algunos poseyéndolos y otros no, algunos controlando su uso y
otros no. Ha estado muy de moda por algún tiempo argumentar que Marx se equivocó en esto, que la lucha de
clases no es el único, o ni siquiera el primario, origen del conflicto social. Se han ofrecido diversos sustitutos: grupos
de estatus, grupos de afinidad política, el género, la raza. La lista es más larga. De nuevo, no examinaré en lo
inmediato la validez de estas alternativas a la clase social, sino que me limitaré a la observación de que todo
sustituto para “clase” sigue asumiendo la centralidad de la lucha y simplemente recombina la lista de combatientes.
¿Hay alguien que haya refutado a Marx al decir que todo esto es un sinsentido ya que no existen los conflictos
sociales? Tomemos una actividad tan central para la práctica de los sociólogos como el sondeo de opinión. ¿Qué es
lo que hacemos? Por lo general constituimos lo que se llama una muestra representativa y le planteamos a esta
muestra una serie de preguntas. ¿Qué hacemos a continuación? Correlacionamos las respuestas con una serie de
variables básicas, tales como el estatus socioeconómico, ocupación, sexo, edad, educación, etc. ¿Por qué hacemos
esto? Se debe a que presuponemos que a menudo, incluso por lo general, cada variable alberga un continuo de
personas a lo largo de cierta dimensión, y que los obreros asalariados y los hombres de negocio, los hombres y las
mujeres, los jóvenes y los ancianos, etc., tenderán a dar diferentes respuestas a estas preguntas. Si no
presupusiéramos la variación social (y muy frecuentemente el énfasis efectivamente ha sido sobre la variación en
estatus socioeconómico), no estaríamos comprometidos en esta empresa. El paso de la variación al conflicto no es
muy grande, y por lo general quienes intentan negar que la variación conduce al conflicto son sospechosos de querer
desatender una realidad obvia por razones puramente ideológicas. Conque ésta es la situación. Todos somos
marxistas en la forma diluida que denominaré el Axioma Número 2 de la cultura de la sociología: Todos los grupos
sociales contienen subgrupos que se escalonan según jerarquías y que entran en conflictos entre sí. ¿Es esto una
dilución el marxismo? Por supuesto que sí; de hecho, es una dilución severa. ¿Es, sin embargo, una premisa de la
mayoría de los sociólogos? Por supuesto que también lo es. ¿Podemos detenernos allí? No, no podemos. Habiendo
decidido que los grupos sociales son reales y que podemos explicar su modo de funcionamiento (Axioma Número 1),
y habiendo decidido que albergan en su interior conflictos repetidos (Axioma Número 2), nos enfrentamos a una
pregunta evidente: ¿Por qué todas las sociedades simplemente no explotan o se despedazan o se destruyen a sí
mismas de algún otro modo? Parece evidente que, aunque semejantes explosiones efectivamente suceden de vez
en cuando, no parecen ocurrir la mayor parte del tiempo. Parece que hay algo que se asemeja a un “orden” en la
vida social, a pesar del Axioma Número 2. Aquí es donde entra Weber, porque tiene una explicación de la existencia
del orden a pesar del conflicto. Por lo común identificamos a Weber como el anti-Marx, que insiste sobre
explicaciones culturales en oposición a las explicaciones económicas y que insiste en la burocratización más que en la
acumulación como la fuerza motriz central del mundo moderno. Pero el concepto clave de Weber que funciona para
limitar el impacto de Marx, o al menos para modificarlo seriamente, es la legitimidad. ¿Qué es lo que Weber dice
sobre la legitimidad? Weber está interesado en el fundamento de la autoridad. ¿Por qué, se pregunta, los sujetos
obedecen a quienes dan órdenes? Hay varias razones obvias, tales como la costumbre y el cálculo material de
ventajas. Pero Weber afirma que no son suficientes para explicar lo común de la obediencia. Añade un tercer y
crucial factor, la “creencia en la legitimidad” (Weber, 1974, 170)10. En este punto, Weber esboza sus tres tipos puros
de autoridad o dominación legítima: legitimidad basada en fundamentos racionales, legitimidad basada en
fundamentos tradicionales y legitimidad basada en fundamentos carismáticos. Pero, ya que para Weber la autoridad
tradicional es la estructura del pasado y no de la modernidad, y ya que el carisma, no obstante, la función
importante que cumple en la realidad histórica y en el análisis weberiano, es esencialmente un fenómeno
transitorio, que siempre a la larga se “rutiniza,” nos quedamos con la “autoridad racional-legal” como el “tipo
específicamente moderno de administración” (Weber, 1974, 175).

La imagen que Weber nos ofrece es la de que la autoridad es administrada por un equipo, una burocracia, que es
“desinteresada,” en el sentido de que no tiene partido tomado a priori, ya sea frente a los sujetos o frente al Estado.
Se dice que la burocracia es “imparcial,” es decir, que toma sus decisiones según la ley, razón por la cual esta
autoridad es denominada racional-legal por Weber. Ciertamente, Weber admite que, en la práctica, la situación es
un poco más complicada11. Sin embargo, si ahora simplificamos a Weber, tenemos una explicación razonable para el
hecho de que los Estados sean usualmente ordenados, es decir, que las autoridades sean generalmente aceptadas y
obedecidas, más o menos o hasta cierto grado. Denominaremos a esto Axioma Número 3, que puede ser enunciado
del siguiente modo: En la medida en que los grupos/Estados contienen sus conflictos, ello acontece mayormente
porque los subgrupos de menor rango conceden legitimidad a la estructura de autoridad del grupo, basados en que
esto permite al grupo sobrevivir, y los subgrupos ven ventajas de largo plazo en la supervivencia del grupo. Lo que he
estado tratando de argumentar es que la cultura de la sociología, que todos compartimos, pero que fue más la
fuerte en el período de 1945-1970, contiene tres proposiciones simples—la realidad de los hechos sociales, la
perennidad del conflicto social, la existencia de mecanismos de legitimación para contener el conflicto—que
conforman una base mínima coherente para el estudio de la realidad social. He intentado demostrar el modo en que
cada una de las tres proposiciones fue derivada de uno de los tres pensadores formativos: Durkheim, Marx y Weber,
y alego que por eso es que repetimos la letanía de que esta tríada representa a la “sociología clásica”.

II. Los Desafíos: los Desafíos Les presentaré seis desafíos que en mi opinión plantean preguntas muy serias
acerca de la serie de axiomas que he denominado “la cultura de la sociología”.
III. Las Perspectiva: Quisiera abordar la promesa de la ciencia social en los términos de tres perspectivas
que me parecen tanto posibles como deseables para el siglo veintiuno: la reunificación epistemológica
de las llamadas dos culturas, las de la ciencia y de las humanidades; la reunificación organizacional y
renovada división de las ciencias sociales; y la asunción por parte de la ciencia social de centralidad
dentro del mundo del conocimiento.

¿Qué conclusiones podemos sacar de mi análisis de la cultura de la sociología y de los desafíos a los que se ha estado
enfrentando? Ante todo, simplemente que la ultra especialización que la sociología y, de hecho, todas las demás
ciencias sociales han estado padeciendo ha sido tanto inevitable como autodestructiva40. No obstante, continuamos
luchando en contra de ella, con la esperanza de crear algún equilibrio razonable entre profundidad y amplitud del
conocimiento, entre la visión microscópica y la sintética. En segundo lugar, tal y como Smelser lo planteó también
hace poco, no existen “los actores sociológicamente ingenuos”

El mundo es tal como es debido a todo aquello que ha precedido a este momento. Lo que el analista intenta
discernir es cómo la colectividad ha construido al mundo, utilizando por supuesto su propia visión socialmente
construida. La flecha del tiempo es por ende ineluctable, pero también impredecible, ya que ante nosotros siempre
hay bifurcaciones cuyo resultado es inherentemente indeterminado. Más aún, aunque no existe sino una única
flecha del tiempo, existen múltiples tiempos. No podemos darnos el lujo de ignorar ya sea la longue durée
estructural o los ritmos cíclicos del sistema histórico que estamos analizando. El tiempo es mucho más que
cronometría y cronología. El tiempo es también duración, ciclos y disyunción. Un mundo real existe,
indudablemente. Si él no existe, nosotros no existimos, y eso es absurdo. Si no creemos esto, no deberíamos estar
dedicados a la empresa de estudiar el mundo social. Los solipsistas ni siquiera pueden conversar consigo mismos, ya
que todos estamos cambiando a cada instante y, en consecuencia, si uno adopta el punto de vista de un solipsistas,
nuestras propias opiniones de ayer son tan irrelevantes para nuestras visiones creadas de hoy como son las visiones
de los demás. El solipsismo es la mayor de todas las formas de arrogancia, mayor aún que el objetivismo. Consiste en
la creencia de que nuestros raciocinios crean lo que percibimos y que por ende percibimos lo que existe aquello que
hemos creado. Pero, por otro lado, es también cierto que sólo podemos conocer el mundo a través de nuestra visión
del mismo, una visión social colectiva sin duda, pero una visión humana a pesar de todo. Esto es tan obviamente
cierto de nuestra visión del mundo físico como de nuestra visión del mundo social. En ese sentido, todos
dependemos de los lentes con los que nos dedicamos a esta percepción, los mitos organizadores (sí, las grandes
narrativas) que McNeill (1986) denomina “mythistory” (“mitohistoria”), sin las que no podemos afirmar
absolutamente nada. Se sigue de estas limitaciones que no existen conceptos que no sean plurales; que todos los
universales son parciales; y que existe una pluralidad de universales. También se sigue de ello que todos los verbos
que usamos deben escribirse en tiempo pretérito. El presente termina antes de que podamos pronunciarlo, y todas
las afirmaciones necesitan estar ubicadas en su contexto histórico. La tentación nomotética es igual de peligrosa que
la tentación idiográfica y constituye una calle ciega hacia la cual la cultura de la sociología nos ha conducido con
mucha frecuencia a demasiados de nosotros. Sí, estamos al final de las certidumbres. ¿Pero qué significa esto en la
práctica? En la historia del pensamiento, nos han ofrecido constantemente la certidumbre. Los teólogos nos
ofrecieron certidumbres vistas por profetas, sacerdotes y textos canónicos. Los filósofos nos ofrecieron certidumbres
racionalmente deducidas o inducidas o intuidas por ellos. Y los científicos modernos nos ofrecieron certidumbres
verificadas empíricamente por ellos, utilizando criterios que ellos inventaron. Todos ellos han alegado que sus
verdades estaban validadas visiblemente en el mundo real, pero que estas pruebas visibles eran meramente la
expresión exterior y limitada de verdades profundas y más ocultas para cuyos secretos y descubrimientos ellos eran
los intermediarios adecuados. Cada serie de certidumbres ha prevalecido en algunos momentos y en algunos
lugares, pero ninguna de ellas en todos lados o eternamente. Allí entran los escépticos y nihilistas que han señalado
esta amplia gama de verdades contradictorias y han derivado de las dudas sembradas por esta situación la
proposición de que ninguna verdad alegada es más válida que cualquier otra. Pero si el universo es de hecho
intrínsecamente incierto, no se sigue de ello que las empresas teológicas, filosóficas y científicas no posean mérito
alguno, y seguramente no se sigue que cualquiera de ellas represente meramente un engaño gigantesco. Lo que sí se
sigue es que seríamos sabios al formular nuestras búsquedas bajo la luz de la incertidumbre permanente y mirar esta
incertidumbre, no como una ceguera desafortunada y temporal ni como un obstáculo insuperable al conocimiento,
sino más bien como una increíble oportunidad para imaginar, crear y buscar. El pluralismo se convierte en este
punto no en una indulgencia de los débiles e ignorantes sino una cornucopia de posibilidades para un mejor
universo.

¿Por qué entonces continuamos la pretensión de que estamos comprometidos en tareas diferentes? En cuanto a
civilizado/otro, los civilizados no son civilizados y los otros no son otros. Las especificidades por supuesto existen,
pero son una legión, y las simplificaciones racistas del mundo moderno son no sólo nocivas sino intelectualmente
incapacitantes. Debemos aprender a tratar con lo universal y lo particular como una pareja simbiótica que nunca
desaparecerá y que debe estar presente en todos nuestros análisis. Finalmente, la distinción de
Estado/mercado/sociedad civil es simplemente poco plausible, como sabe cualquier actor real del mundo real. El
mercado está construido y constreñido por el Estado y la sociedad civil. El Estado es un reflejo tanto del mercado
como de la sociedad civil. La sociedad civil, por último, está definida por el Estado y el mercado. Uno no puede
separar estos tres modos de expresión de los intereses, preferencias, identidades y voluntades de los actores en
áreas nítidamente delimitadas acerca de las cuales diferentes grupos de personas harán afirmaciones científicas,
ceteris paribus. Sin embargo, continúo compartiendo la premisa durkheimiana de que la psicología y la ciencia social
son dos actividades separadas y que la psicología está más cerca, tal vez sea una parte intrínseca, de la biología.
Constato que la mayoría de los psicólogos, desde los conductistas hasta los freudianos, parecen compartir esta
opinión. El grupo que más resistencia pone a esta separación de hecho se encuentra en la sociología. Si entonces
ninguno de los modos existentes de dividir hoy día las ciencias sociales en organizaciones separadas de conocimiento
tiene sentido, ¿qué haremos? Aquellos que han estudiado lo que se llama la sociología de las organizaciones han
demostrado una y otra vez lo resistentes que son las organizaciones al cambio impuesto, cuán feroz y astutamente
actúan sus líderes para defender intereses que no confiesan pero que parecen muy reales para quienes están en el
poder.

Tal vez el procedimiento micro-macro debería ser institucionalizado como un modo de organizar a grupos de
académicos. No estoy seguro. Hasta cierto punto, ya se utiliza en las ciencias naturales y, en la práctica (si no en la
teoría), los científicos sociales lo están utilizando también. O tal vez deberíamos dividirnos a nosotros mismos según
las temporalidades de cambio a que nos enfrentamos—corto plazo, mediano plazo, largo plazo. No tengo opinión
fija sobre ninguna de estas líneas divisorias por el momento. Siento que deberíamos probarlas. De lo que sí estoy
muy seguro es que debemos abrirnos colectivamente y reconocer nuestras anteojeras. Debemos leer con mayor
amplitud de lo que lo hacemos ahora, y debemos incitar enérgicamente a nuestros estudiantes a que lo hagan.
Debemos reclutar a nuestros estudiantes graduados de un modo más amplio de lo que lo hacemos, y debemos
permitirles tener una función más importante en la determinación de dónde podemos ayudarlos a crecer. Y es
crucial que aprendamos otros idiomas

En las ciencias físicas existe un fuerte y creciente movimiento cognitivo, los estudios de complejidad, que habla de la
flecha del tiempo, las incertidumbres, y cree que los sistemas sociales humanos son los más complejos de todos los
sistemas. Y en las humanidades, existe un fuerte y creciente movimiento, los estudios culturales, que cree que no
existen los cánones estéticos esenciales y que los productos culturales están enraizados en sus orígenes sociales, sus
recepciones sociales y sus distorsiones sociales. Me parece evidente que los estudios de complejidad y los estudios
culturales han empujado a las ciencias naturales y a las humanidades respectivamente hacia el terreno de la ciencia
social. Lo que había sido un campo centrífugo de fuerzas 50 en el mundo del conocimiento se ha convertido en uno
centrípeta, y la ciencia social es ahora central al conocimiento. Estamos en el proceso de intentar superar las “dos
culturas”, de tratar de reunir en un solo ámbito la búsqueda de lo verdadero, lo bueno y lo bello. Esto es una causa
para regocijarse, pero será una tarea ardua de acometer. El conocimiento, ante la incertidumbre, involucra
escogencias—escogencias en toda materia y por supuesto escogencias por los actores sociales, entre ellos los
académicos. Y escogencias implican decisiones sobre lo que es materialmente racional. Ya no podemos ni siquiera
pretender que los estudiosos puedan ser neutrales, es decir, despojados de su realidad social. Pero esto no significa
de ningún modo que todo vale. Significa que tenemos que pesar cuidadosamente todos los factores, en todos los
ámbitos, para tratar de llegar a decisiones óptimas. Eso a su vez implica que tenemos que conversar unos con otros y
hacerlo en pie de igualdad. Sí, es cierto que algunos de nosotros tenemos más conocimiento específico sobre áreas
específicas que otros, pero nadie, y ningún grupo, tiene todo el conocimiento necesario para tomar decisiones
materialmente racionales, incluso en ámbitos relativamente limitados, sin tomar en cuenta el conocimiento de otros
que están fuera de esos ámbitos. Sí, sin duda, yo quisiera el neurocirujano más competente si necesitara
neurocirugía, pero la neurocirugía competente involucra juicios que son jurídicos, éticos, filosóficos, psicológicos y
sociológicos también. Además, una institución como un hospital necesita unir estas sabidurías dentro de una visión
combinada materialmente racional. Más aún, las opiniones del paciente no son irrelevantes. Las habilidades no se
disuelven en un vacío sin forma, pero las habilidades siempre son parciales y necesitan estar integradas con otras
habilidades parciales. En el mundo moderno, hemos estado haciendo muy poco de esto. Y nuestra educación no nos
prepara lo suficiente para esto. Una vez que nos demos cuenta de que la racionalidad funcional no existe, entonces,
y sólo entonces, podemos empezar a lograr la racionalidad material. 51 Esto es lo que yo creo que Prigogine y
Stengers quieren decir cuando hablan del “reencantamiento del mundo” (1984)44. Con esto no se quiere negar la
importante tarea del “desencantamiento”, sino sólo insistir en que debemos volver a recomponer las piezas.
Desechamos las causas finales con demasiada rapidez. Aristóteles no estaba tan equivocado. Sí, necesitamos
examinar las causas finales. Los científicos generalizaron una táctica útil para desembarazarse de los sistemas de
control teológicos y filosóficos hasta hacer de ella un imperativo metodológico, y esto ha sido incapacitante.
Finalmente, el mundo del conocimiento es un mundo igualitario. Esta ha sido una de las grandes contribuciones de la
ciencia. Cualquiera está autorizado para retar la veracidad de afirmaciones existentes de la verdad, siempre que
proporcionen alguna evidencia empírica para la afirmación contraria y que la ofrezcan a la evaluación colectiva. Pero
ya que los científicos se negaron a ser científicos sociales, no observaron, ni siquiera se dieron cuenta, que esta
virtuosa insistencia sobre el igualitarismo en la ciencia no era posible, no era siquiera creíble, en un mundo social no
igualitario. Es cierto que la política despierta temores en los estudiosos, y ellos buscan seguridad en el aislamiento.
Los estudiosos temen a la poderosa minoría, la minoría en el poder. Temen a la poderosa mayoría, la mayoría que
podría acceder al poder. No será fácil crear un mundo más igualitario. Sin embargo, para lograr el objetivo que la
ciencia natural legó el mundo se requiere de un contexto social mucho más igualitario del que actualmente tenemos.
La lucha por el igualitarismo en la ciencia y en la sociedad. No son luchas separadas.

Son una y la misma, lo cual apunta nuevamente a la imposibilidad de separar la búsqueda de lo verdadero, lo bueno
y lo bello. La arrogancia humana ha sido la limitación más grande que la humanidad se impuso a sí misma. Este me
parece que es el mensaje de Adán en el Jardín del Edén. Fuimos arrogantes al alegar haber recibido y comprendido
la revelación de Dios, de conocer la intención de los dioses. Fuimos más arrogantes aún al afirmar que éramos
capaces de llegar a la verdad eterna a través del uso de la razón humana, una herramienta tan falible. Hemos sido
continuamente arrogantes al buscar imponernos, y con tal violencia y crueldad, nuestras imágenes subjetivas de la
sociedad perfecta unos a otros. En todas estas arrogancias, nos hemos traicionado a nosotros mismos en primer
lugar y hemos clausurado nuestras potencialidades, las posibles virtudes que hubiéramos podido tener, las
imaginaciones posibles que hubiéramos podido fomentar, las cogniciones posibles que hubiéramos podido lograr.
Vivimos en un cosmos de incertidumbre cuyo principal mérito importante es la permanencia de la incertidumbre,
porque es esta incertidumbre la que hace posible la creatividad—la creatividad cósmica y con ello desde luego de la
creatividad humana. Vivimos en un mundo imperfecto, uno que siempre será imperfecto y por ende albergará la
injusticia. Pero estamos lejos de la indefensión ante esta realidad. Podemos hacer al mundo menos injusto, podemos
hacerlo más bello, podemos aumentar nuestro conocimiento de él. Sólo necesitamos construirlo y para construirlo
sólo necesitamos razonar unos con otros y luchar para obtener de cada uno de los demás el conocimiento especial
que cada uno de nosotros ha logrado conseguir. Podemos labrar en las viñas y producir frutos, si tan sólo lo
intentamos. Mi íntimo colaborador, Terence Hopkins, me escribió una nota en 1980 que tomaré como nuestra
conclusión: “No nos queda ningún sitio adónde ir sino hacia arriba, arriba y arriba, lo cual se traduce en estándares
intelectuales cada vez más y más y más elevados. Elegancia. Precisión. Moderación. Estar en lo correcto. Perdurar.
Eso es todo.”

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