(Una cafetería. Una señora, muy elegante y atractiva, se levanta de su mesa,
donde estaba sola, y se acerca a otra mesa donde hay un señor de más edad con pinta gris, menos agraciado físicamente, leyendo un periódico.) Ella. - ¿Perdone…? ¿Puedo hablar con usted un momento? Él. - (Violento, trata de recordarla.) Discúlpeme… no la había conocido… Ella. - No, si no nos conocemos de nada…, sólo quería hablar con usted. (Se sienta en una de las sillas.) ¿Puedo sentarme? ÉL. - (Violento.) Perdone, pero no me interesa comprar nada, ni apuntarme a nada, si es lo que busca… Estaba aquí leyendo el periódico… Ella. - No, no es nada de eso, no se preocupe… Comprendo que le extrañe que de pronto alguien se acerque así, sin más… Pero es que estaba sentada en esa mesa y vi que estaba solo… ¿Está esperando a alguien? Él. - (Cada vez más desconcertado.) No, no espero a nadie… sólo estaba con el periódico…tomando un café… Ella. - Sí, ya lo he visto. Yo estaba en aquella mesa de allí…, tomando también un café. Le vi, y pensé cuántos seres humanos se cruzan con otros en un momento de su vida y ni se dan cuenta, ni hablan una palabra, ni se conocen… Él. - Bueno, es normal, ¿no? Estamos rodeados de desconocidos. La vida es así. Si tratáramos de intimar con todos los que se cruzan en nuestro camino nos volveríamos locos. Ella. - Suponga que estamos en un desierto, o en una selva, que no hay nadie y que de pronto nos encontráramos los dos. Hablaríamos. Él. - Sí, pero esto no es una selva, ni un desierto. Es una cafetería. Ella. - ¿Está usted seguro de que sólo es una cafetería? Tal vez sea también el lugar designado por el destino para que nos encontremos los dos ¿Por qué está tan nervioso? ¿Tanto le molesta que hable con usted? Él. - No es eso, discúlpeme. Es que no estoy acostumbrado a que una mujer como usted se acerque de pronto a mí… No es normal. A no ser que sea para pedirme algo, que quiera algo de mí. Ella. - Bueno, en eso tiene usted razón. Estoy aquí porque quiero algo suyo… No se asuste, no soy vendedora de nada. Y por mi aspecto habrá deducido que tampoco estoy buscando un encuentro amoroso por dinero, o algo así… No. Yo quiero algo mucho más importante de usted. Quiero que se case conmigo. Él. - ¿Cómo dice…? Ella. - ¿Está usted casado? Él. - No, estoy separado. Ella. -Yo también. Como ve la cosa no puede ser más sencilla entonces. Él. - Me está usted tomando el pelo… Ella. - Le aseguro que no. Le estoy hablando completamente en serio. Él. - Pero… ¿Por qué yo? No me conoce de nada… ¿O sí? No me irá a decir que se ha enamorado nada más verme… A mí no me pasan esas cosas. Ella. - No, ni le conozco ni me he enamorado de golpe al verlo. De eso se trata precisamente. ¿Usted cree en la magia y los adivinos? Él. - Para nada. Ella. - Yo tampoco creía en esas cosas hasta hace poco, pero a una amiga mía a la que le había ido la vida fatal fue a una adivina, siguió sus consejos y desde entonces es una persona completamente feliz. Mis dos matrimonios anteriores han sido un verdadero desastre. Y me casé muy enamorada, y conociendo muy bien a la persona con la que me casaba, bueno, eso creía yo. Un fracaso total. Esta mañana he ido a ver a la adivina de mi amiga, y me ha dicho que, ya que no me puedo fiar de mi corazón y de mi cabeza, me fiara del destino, y me iría mejor. Me ha dicho que las cartas dicen que la única oportunidad que tengo de ser feliz es casarme con un desconocido, con el primero que me encuentre. He salido de verla hace una hora. He venido a esta cafetería y le he encontrado a usted. Él. - (Pausa. Mira a los lados.) ¿Esto es una broma? ¿Lo está tomando con alguna cámara o algo? Ella. - Le aseguro que no es ninguna broma. Le estoy hablando completamente en serio. (El hombre la mira un momento sin decir nada. Luego mira el ticket que está sobre la mesa y deja encima unas monedas. Luego se levanta.) Él. - Lo siento, tengo que irme. Ella. - ¿Y mi proposición? ¿Tan poco interesante te parezco? Él. - Es usted la mujer más bella y atractiva que he conocido en mi vida. Y me parece muy interesante, pero eso no tiene que ver. Ella. - ¿No me crees lo que te digo? Te aseguro que es verdad, por raro que te parezca. Él. - No sé qué decirle… Ella. - Háblame de tú, por favor… Él. - Bien. Sea verdad o mentira lo que me dices es algo que no tiene nada que ver conmigo. Es cosa de películas y yo hace mucho que acepté vivir fuera de las películas. Eres una mujer muy atractiva…, preciosa…, pareces encantadora…, un sueño, pero yo sé que no eres para mí. Lo sé cómo sé que esto que tengo debajo son mis pies, no alas para volar. ¡Qué más quisiera yo que lo que me propones fuera posible! Pero, sencillamente, sé que no lo es. Las cosas son lo que son. De vez en cuando en la vida llegan hasta uno las hadas de los cuentos que leímos de niños ofreciéndonos paraísos, pero ya no somos niños. Yo por lo menos no lo soy. Y no te puedes ni imaginar lo mucho que me ha costado aceptar esto. Ella. - Así no podrás ser feliz nunca. Él. - Es posible, pero eso para mí no es el principal problema de la vida. Ella. - ¿Entonces cuál es para ti el problema? Él. - No ser desgraciado. Tú eres un sueño, y los sueños no sirven cuando uno está despierto. Y no quiero tener que vivir dormido toda mi vida. Ella. - ¿No te gustaría besarme ahora? Él. - Me muero por besarte. Ella. - Entonces hazlo, aunque luego te marches. (Él se acerca y besa suavemente su boca.) Él. - Te aseguro que has sido el sueño más bonito de mi vida. (Se miran un momento fijamente sin hablar.) Adiós. (Ella le mira con una dulce sonrisa. Él se aleja y sale sin volver la cabeza.) OSCURO