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¿Existe una guerra justa? Esta pregunta es formulada por Santo Tomás en el
proemio de la questio sobre la guerra en la Suma Teológica.1 Pero en dicho contexto se
trata sólo de un recurso metodológico para introducir una respuesta conocida con
certeza de antemano. En este trabajo, en cambio, quisiera recoger aquella pregunta
como expresión de las dudas reales que suscita hoy la llamada “doctrina de la guerra
justa” (en adelante, DGJ), en lo que respecta tanto a su contenido como a su real
eficacia. En mi caso, tales dudas están vinculadas a recuerdos personales bien precisos.
El 30 de marzo de 1982, tuvo lugar el primer paro general contra el gobierno
militar, y unos 15.000 manifestantes se concentraron en la Plaza de Mayo, a sólo dos
cuadras del lugar donde yo cursaba mis estudios de Derecho. Recuerdo cómo resonaban
entre los muros de la facultad los estruendos de la violenta represión que se desató
contra ellos. Sin embargo, escasos días después, otra multitud, esta vez eufórica,
reemplazaba a la anterior (¿o muchos serían los mismos?), para celebrar la recuperación
de las Islas Malvinas por obra de una invasión militar.
Nuevamente, el recurso al nacionalismo había demostrado su inagotable poder
hipnótico. El clima de la opinión pública, atizado por la propaganda oficial, no dejó
lugar para voces discordantes, ni siquiera en la comunidad académica, que pronto se
sumó al entusiasmo general.
¿Y la Iglesia? ¿No sería ella, con su larga tradición de reflexión sobre la guerra y
la paz, renovada y actualizada por el Concilio, y con su respiro universal y
supranacional, el último bastión de la cordura, un intérprete autorizado de las verdaderas
exigencias del orden moral y de la voluntad de Dios, contra los excesos del fervor
patriótico? La respuesta a esa esperanza no tardó en llegar. Ni bien se dio a conocer la
noticia de la ocupación de las Islas, la comisión ejecutiva del episcopado expresó su
beneplácito a través de un breve comunicado firmado por el cardenal Primatesta:
“En este momento crucial en que la patria, guiada por sus autoridades, ha afirmado sus derechos,
buscando asegurar su mantenimiento, la Conferencia Episcopal Argentina exhorta vivamente a
todo el pueblo de Dios a expresar su unión en una permanente y constante súplica, para que el
Señor abra muy pronto aquellos caminos de Paz que, asegurando el derecho de cada uno, ahorren
los males de cualquier conflicto”.2
Por su parte, la reacción de la Iglesia británica, aunque opuesta en su contenido,
no fue distinta en su inspiración doctrinal. En efecto, el Cardenal John Carey Hume
afirmó que la acción armada contra una posesión británica reconocida por el derecho
1
“utrum aliquod bellum sit licitum”, S.Th, q.40, intr.
SIGLAS: CEC: Catecismo de la Iglesia Católica; CDS: Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia;
CP: The Challenge of Peace; GF: Gerechter Friede; GS: Gaudium et spes; PT: Pacem in terris.
2
“El conflicto de Malvinas. Comunicado del presidente de la Conferencia Episcopal Argentina”, 2 de
abril de 1982. Para un análisis de la actuación de la Iglesia Argentina en el conflicto de Malvinas, puede
consultarse M. OBREGÓN, “La Iglesia católica durante la guerra del Atlántico Sur”, Cuadernos Argentina
Reciente 4 (julio-agosto de 2007).
2
internacional, y asistía por tanto al Reino Unido el derecho de resistir tal invasión por la
fuerza.3
La posición del Episcopado Argentino era, sin dudas, más frágil, pues debía
justificar una invasión, una guerra ofensiva, más allá de la justicia de los títulos
invocados. Pero definir una eventual reacción violenta por parte de Gran Bretaña
simplemente como “guerra defensiva” tampoco estaba libre de reparos. Es cierto que el
recurso a la doctrina de la guerra justa por ambas partes no carecía de méritos: no
capitulaba ante la retórica nacionalista de sus gobiernos, alertaba la conciencia pública
acerca de las condiciones para que el uso de la fuerza fuera legítimo, y recordaba la
necesidad de reducir dicho recurso al mínimo indispensable. Aun así, no dejaba de ser
paradójico, por no decir escandaloso, que la Iglesia católica estuviera detrás de ambos
contendientes, respaldando sus iniciativas bélicas con la invocación de la misma
doctrina.4 Cómo evitar la pregunta que se hacía con ironía una periodista inglesa: “Just
whose side is God on in this «just war»?” (“¿Del lado de quién está Dios en esta «guerra
justa»?”).5
Tal vez la posición oficial de ambas Iglesias no estuviera fundada en el dictamen
de especialistas que garantizaran una correcta interpretación y aplicación de la
enseñanza católica sobre el tema. En cualquier caso, el hecho que acabo de referir
ilustra claramente la necesidad de plantearse la utilidad de la doctrina de la guerra justa.
Por supuesto, la misma siempre ha sido y será un recordatorio de que las decisiones en
este ámbito tienen carácter moral, y no pueden quedar libradas a consideraciones
puramente técnicas y estratégicas, y siempre funcionará como un llamado a la
moderación en el uso de la fuerza. Pero queda abierta la pregunta de si la misma puede
constituir efectivamente una instancia crítica independiente, situada por encima de las
pretensiones de las partes y con suficiente contenido sustantivo, y no un expediente fácil
para legitimar a posteriori decisiones ya tomadas en base a otros criterios.
Al mismo tiempo, no se puede desconocer que la intervención del Sumo
Pontífice aportó, por encima de las palabras y gestos de ambas Iglesias locales, un “algo
más” en el nivel de la doctrina que debemos aquí dilucidar.
3
“The argument to justify the action our country has taken is as follows. For 150 years the Falkland
Islands have been regarded under international law as a British possession. Unilateral annexation of them
by armed invasion breaches international law and ignores the rights and repeatedly expressed wishes of
the inhabitants. Such action is unacceptable both legally and morally. In such a situation the United
Kingdom can claim the right to resist invasion. It can use the diplomat, economic and, as a last resort, the
military means necessary to uphold these legal rights. It may well have an added responsibility to take
action in so far as aggression often thrives on inaction and appeasement. Faced with aggression it is not
morally wrong to resist or to reassert rights with a measured degree of force”, Declaración del 30 de abril
1982. El texto completo puede consultarse en: http://archive.catholicherald.co.uk/article/30th-april-
1982/2/cardinal-hume-speaks-out-on-the-dangers-of-the-fal [consulta: 27-10-12].
4
Aunque a instancias de Juan Pablo II, y en un gesto más bien formal, obispos de ambos países, de visita
al Vaticano, firmaron un breve documento conjunto el 22 de mayo de 1982.
5
M. MAISON OXFORD, Catholic Herald, 4 de mayo de 1982.
(http://archive.catholicherald.co.uk/article/14th-may-1982/4/just-whose-side-is-god-on-in-this-just-war
[consulta: 27-10-12])
3
En la primera parte del Sermón de la Montaña (Mt 5,21-48), Jesús expone una
serie de antítesis que confrontan los mandamientos del Antiguo Testamento con los de
la “justicia superior” (v.20). Entre estas antítesis, se encuentra la que exhorta a dejar
atrás la ley del talión, “ojo por ojo y diente por diente”, y abrazar la consigna de no
resistir al que nos haga el mal: “si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha,
preséntale también la otra” (vv.38-39). A través de estas exhortaciones se abre ante
nuestros ojos el horizonte de nuevo un orden de paz, que constituye la superación
definitiva del viejo orden del mundo, en el cual se procuraba limitar la violencia a través
de la amenaza de la contra-violencia, manteniéndose con ello tributario de su misma
lógica.6
Es cierto que la enseñanza del Sermón de la Montaña nunca ha sido interpretada
en sentido literal, al menos no necesariamente y en su conjunto, y esto dejaba un
espacio para su adaptación razonable a las distintas situaciones que las personas y las
comunidades debían enfrentar. Lo que Jesús reclama en el pasaje recordado no es la
pura pasividad ante la agresión, sino el coraje de romper con la lógica del mal y el
círculo vicioso de la retorsión, poniendo actos y gestos significativos que abran las
situaciones a la lógica del bien, del perdón, de la reconciliación. Pero indudablemente la
Iglesia primitiva se sintió vinculada de un modo especialmente radical por esta
enseñanza, al encarar el tema de la licitud para los cristianos de la guerra y del servicio
militar.
Esta convicción de la Iglesia de los primeros siglos se ve reflejada de un modo
paradigmático en el ideal cristiano del martirio. Los mártires, siguiendo el ejemplo de
Jesús, llevan a cumplimiento pleno, a través del sacrificio de su vida física, el precepto
evangélico del amor, renunciando a retribuir la violencia de los enemigos de la fe con
los mismos medios. Por esta razón, su sufrimiento, testimonio heroico del amor de Dios
que prevalece sobre los poderes de este mundo, es interpretado como la mejor
confirmación de la veracidad del cristianismo. La veneración de los mártires adquiere
por ello un lugar central en la vida de la comunidad, lo cual tendrá profundas
repercusiones éticas en cuanto a la admisibilidad del recurso a la fuerza en cualquiera de
sus formas.7
Aun así, el “pacifismo” cristiano de esta época no debe entenderse como una
posición absoluta contra toda violencia. Los autores cristianos de los primeros siglos
aceptaban la legitimidad de los gobiernos paganos, y reconocían entre sus facultades la
del ejercicio de la coerción letal tanto en el interior del Estado como en contra de otros
pueblos. Al mismo tiempo, sin embargo, se oponían a la participación de los cristianos
en las guerras y en los ejércitos. Pero incluso en esto último se advierte una cierta
flexibilidad. Tenemos noticias a partir de los años 170/180 de la existencia de cristianos
en el ejército, y el hecho de que no fueran excomulgados demuestra que no había una
objeción radical al servicio armado. Se trataba, pues, de un “pacifismo en sentido
mínimo” (J. Childress) o “relativo” (J.C. Murray).8
6
Un desarrollo de esta idea puede encontrarse en el notable documento de la Conferencia Episcopal
Alemana, Gerechter Friede, 27 de septiembre del 2000, nn.13-22; 44, en adelante, GF.
7
J. SEGURA ETXEZARRAGA, La guerra imposible. La ética cristiana entre la “guerra justa” y la “no
violencia”, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1991, 80-81.
8
Cf. J. SEGURA ETXEZARRAGA, La guerra imposible, 82-84.
4
Los motivos para esta oposición podían ser muy variados, y no necesariamente
vinculados al rechazo de la violencia, pero no cabe duda que la oposición al
derramamiento de sangre ocupaba una posición especial, por su relación estrecha con el
amor al prójimo y el testimonio escatológico.9
9
Cf. J. CHILDRESS, “The Moral Discourse about War in Early Church”, Journal of Religious Ethics 12
(1984) 2-18, 3.
10
Tal era la línea de argumentación de Orígenes en su obra Contra Celso (A.D. 248), L. VIII; cf. J.
CHILDRESS, “Moral Discourse”, 7-10; L. SOWLE CAHILL, Love your Enemies. Discipleship, Pacifism, and
Just War Theory, Minneapolis, Fortress Press, 1994, 48-54.
11
Sigo a: J. CHILDRESS, “Moral Discourse”, 11-15, que analiza las diferentes “estrategias de
acomodación”.
5
12
Para los textos correspondientes, cf. J. CHILDRESS, “Moral Discourse”, 12-13.
13
Sobre la ambigüedad de este planteo: L. SOWLE CAHILL,, “La tradición cristiana de la guerra justa:
tensiones y evolución”, Concilium 2/81 (2001), 259-261.
14
Para el análisis de esta dialéctica de las dos Ciudades: L. SOWLE CAHILL, Love your Enemies, 61-66.
Señalando la unilateralidad del planteo, que encierra una mirada pesimista sobre la naturaleza de la paz
que se puede alcanzar en la Ciudad Terrenal, cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Gerechter Friede,
54.
6
15
Las guerras religiosas de los puritanos, y el caso sui generis de Juana de Arco, muestran características
diferentes a la figura de las cruzadas que describimos a continuación. Cf. SOWLE CAHILL, Love your
Enemies, 119-148. Para un estudio de las tipologías vinculadas al concepto de “guerra santa”, B.
JOHNSTONE, “Holy War, Crusade and Just War”, Studia Moralia, Suppl. 3, 45/2 (2007) 113-133.
7
16
Cf. S.Th. II-II, q.40, a.1-4. Para las discusiones suscitadas sobre el sentido de esta opción sistemática:
G.M. REICHBERG, “Thomas Aquinas between Jus War and Pacifism”, Journal of Religious Ethics 38/2
(2010) 219-241.
17
No se puede forzar la conversión de los infieles, aunque sí la de los heréticos, cf. S.Th., II-II, q.10, a.11;
II-II, 39,1.
18
Aunque esta posición está empañada por su aprobación de la práctica contemporánea de tomar cautivos
no combatientes y exigir rescate, en carácter de reparación por los costos de la guerra. Para un análisis
más detallado de la DGJ en Vitoria, en el marco de su pensamiento político, cf. G. Fraile, Historia de la
Filosofía, t. III, Madrid, BAC, 1966, 316-333; L. VEREECKE, “La teoría della «guerra giusta». Un
abbozzo storico”, en: ID., Da Guglielmo d’Ockham a sant’Alfonso di Liguori. Saggi di storia della
teología morale moderna. 1300-1787, Milano, Edizioni Paoline, 1990, 546-558, especialmente, 549-557.
8
19
F. de VITORIA, De potestate civili, I, 21, 191.
20
F. de VITORIA, De potestate civili, I, 33, 168.
21
Un eco de este requisito puede encontrarse en el concepto de comparative justice propuesto por los
obispos americanos: cf. Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, The Challenge of Peace: God's
Promise and Our Response. A Pastoral Letter on War and Peace, 3 de mayo de 1983, en adelante, CP.
22
Cf. L. VEREECKE, “Guerra giusta”, 557-558.
23
Cf. B. SUTOR, Politische Ethik. Gesamtdarstellung auf der Basis der Christlichen Gesellschaftslehre,
Paderborn, Ferdinand Shönning, 19922, 276-277.
9
24
Cf. B. SUTOR, Politische Ethik, 278. La expresión “paz justa” ha sido recogida por los obispos
alemanes, en su documento Gerechter Friede, mencionado en nota 6.
25
Para una elaboración más reciente de este tema, cf. GF 83-87.
10
26
PÍO XII, Radiomensaje “Benignitas et humanitas”, 24 de diciembre de 1944, III.
27
Ibid.
28
Cf. PÍO XII, Radiomensaje de Navidad de 1956, Acta Apostolicae Sedis 49 (1957), 19.
29
Cf. PÍO XII, Alocución al VIII Congreso Mundial de Médicos, 30-9-54.
30
PT 112.
31
PT 127. Incluso algunos Padres conciliares solicitaron su retiro del texto definitivo de Gaudium et spes,
por considerarla una sentencia “falsa”, contradictoria con la previa admisión de la legítima defensa, cf. J.
SEGURA ETXEZARRAGA, La guerra imposible, 95-96.
32
Cf. J. Gelmi, citado por J. SEGURA ETXEZARRAGA, La guerra imposible, 97
11
Pero volver a dar lugar a la tradición del pacifismo cristiano, descuidada por
siglos, se demostró una empresa nada fácil. La invitación de GS 80 a considerar la
guerra “con una mentalidad totalmente nueva” chocó con límites difíciles de superar. En
efecto, los números 77-82 (“La comunidad de los pueblos y el fomento de la Paz”)
fueron los más conflictivos de toda la Constitución Pastoral. El problema era claro. Una
referencia directa y explícita al rechazo de la violencia en el Sermón de la Montaña y a
la actitud de Jesús ante su procesamiento y su muerte, hubiera sido difícil de conciliar el
derecho a la legítima defensa armada, por lo que se optó por una referencia más
abstracta al “Príncipe de la Paz” que reconcilia el mundo con Dios (GS 78). Y del
mismo modo, una afirmación vigorosa de la objeción de conciencia como testimonio de
la vocación cristiana a favor de la paz, hubiera sido desde el punto de vista político
demasiado conflictiva, por lo cual el texto se conforma con una invitación a su
tolerancia legal (GS 79).
Es que más allá de las buenas intenciones, es imposible renunciar de modo
absoluto al concepto de guerra justa en las actuales condiciones en que no se cuenta con
una autoridad internacional que detente el monopolio del uso de la fuerza. De ahí que,
“una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el
derecho de legítima defensa a los gobiernos” (GS 79). El objetivo de largo plazo sigue
siendo, sin embargo, la prohibición absoluta de la guerra, lo cual reclama como ya
dijimos, precisos presupuestos institucionales, pero también, es importante recordar, una
amplia labor orientada a “una renovación en la educación de la mentalidad y a una
nueva orientación en la opinión pública” (GS 82).
En cuanto al tema nuclear, el Concilio condena “toda acción bélica que tienda
indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto
con sus habitantes” (GS 80), sin abordar un tema técnicamente demasiado complejo
como es la posibilidad de un uso controlado de armas nucleares contra objetivos
militares. No condena, pese a todo, el “sistema de disuasión”, aunque señala que dicho
equilibrio “no es la paz segura y auténtica” (GS 81).
En los años ’80, la doctrina de la disuasión entró en crisis en los Estados Unidos,
e incluso en la Unión Soviética.33 La misma comenzó a ser ampliamente debatida no
sólo en círculos políticos y militares especializados, sino también por parte de la
opinión pública, y también de las instituciones religiosas, que aportaron su capacidad
para encarar sistemáticamente la dimensión moral de este problema. El período
señalado coincidió con la primera década del pontificado de Juan Pablo II, quien, dada
la visibilidad y urgencia que revestía la cuestión nuclear en ese período, se propuso
tratar el tema con mayor especificidad que sus predecesores.
En primer lugar, se nota con claridad un nuevo énfasis en la abolición del uso de
la fuerza. En diversos discursos el Papa deja en claro que la no-violencia es la única
33
Para una descripción más detallada de la nueva situación, cf. J.B. HEHIR, “Catholic Teaching on War
and Peace: The Decade 1979-1989”, en: Ch.E. CURRAN (ed.), Moral Theology: Challenges for the
Future. Essays in Honor of Richard A. McCormick, S.J., New York: Paulist Press, 1990, 355- 384.
12
34
Así lo hace con motivo de sus visitas a Irlanda (1979), Sudáfrica (1988) y Argentina (1982).
35
JUAN PABLO II, Mensaje a la II Sesión Especial de las Naciones Unidas sobre el Desarme, 7 de junio
de 1982, 8.
36
JUAN PABLO II, Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1982, 12. No es posible, por lo tanto,
sostener que con este Pontífice ha concluido definitivamente la tradición de la guerra justa, como lo hace
M. VIDAL, “Hacia el cambio de paradigma en la moral de la respuesta a los conflictos interestatales y
mundiales”, Moralia 30 (2007) 97.
37
Cf. además del documento de los obispos americanos, (nota 19), entre otros: CONFERENCIA EPISCOPAL
FRANCESA, Gagner la Paix, 8 de noviembre de 1983; CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Gerechtigkeit
schafft Frieden, 18 de abril de 1983.
38
J.B. HEHIR, “Catholic Teaching on War and Peace”, 368.
13
39
PABLO VI, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965.
40
Para un desarrollo de este nuevo “paradigma”, cf. M. VIDAL, “Hacia el cambio de paradigma”, 97-101.
14
41
CP 73-75; 111-121.
42
CP 74-75.
43
Cf. J.B. HEHIR, “Catholic Teaching on War and Peace”, 370ss
44
Cf. J.B. HEHIR, “Catholic Teaching on War and Peace”, 372.
45
Es la posición de D. Hollebach, J.B. Hehir, y K. Himes, cf. L. SOWLE CAHILL, Love your Enemies, 211-
212. Esta autora da un importante giro que permite superar la aparente contradicción, y que expondremos
en lo que sigue.
15
46
Cf. L. SOWLE CAHILL, Love your Enemies, 212-213.
47
Tal parece haber sido la “estrategia” de las primeras comunidades cristianas, cuyo estilo de vida,
alternativo respecto del ambiente circundante, en lo que respecta a la violencia pudo ser definido como
una “no-violencia militante”, cf. L. SOWLE CAHILL, Love your Enemies, 239-245.
16
El recorrido que hemos hecho por los principales aspectos del problema de la
guerra y la paz demuestra, a mi juicio, que la invitación del Concilio a considerar la
guerra “con una mentalidad totalmente nueva” no ha caído en saco roto. Incluso se
podría decir que, en la enseñanza de la Iglesia, la DGJ ha sido ya superada. Esto no
significa que haya sido o deba ser descartada como guía de discernimiento en
situaciones-límite (las cuales, en cualquier caso, seguirán siendo posibles). Más bien, su
“superación” consiste en que actualmente se ve con claridad hasta qué punto su idea
inspiradora, la limitación de la violencia con otra violencia de signo inverso, sigue
siendo tributaria de la lógica de la violencia, y por lo tanto, inconsistente con su propio
fin: la consecución de la paz. Si bien este sistema, en las condiciones actuales, responde
a necesidades concretas y conserva cierto grado de racionalidad,49 la doctrina de la
Iglesia afirma hoy que el logro de una paz verdadera y estable que excluya
definitivamente la guerra no sólo es posible en este mundo, sino que constituye un
imperativo ético universal e ineludible.
Lo dicho puede echar una luz nueva sobre el episodio que evoqué al comienzo
de este trabajo, la guerra de las Malvinas y la posición adoptada ante ella por la Iglesia
Católica en Argentina. Como dijimos ya, las tomas de posición públicas del Episcopado
intentaron poner un marco de racionalidad al desarrollo de los acontecimientos, empresa
nada fácil en un contexto de euforia patriótica que no dejaba lugar para voces
disonantes. Incluso, una vez consumada la invasión de las Islas y antes de que se
desataran las hostilidades, las autoridades eclesiásticas emitieron una “Exhortación
episcopal a la paz”.50
Pero la posición asumida desde el primer momento quedaba en pie. Y por tanto,
cabría preguntarse: Para entonces, ¿no estaba ya consolidada hacía décadas la doctrina
de que únicamente podía ser justa una guerra estrictamente defensiva ante una agresión
injusta, que cumpliera además con las condiciones de proporcionalidad y probabilidad
de éxito? ¿No conocían las autoridades eclesiásticas el contenido del requisito de que la
guerra fuera declarada por una autoridad legítima? ¿Podía considerarse legítima una
guerra decidida por un gobierno de facto –en la práctica, una pequeña camarilla de
militares– sin intervención ni control popular? ¿Podían considerarse agotados para
entonces los demás medios de solución de conflictos de modo que la guerra fuera
realmente el último recurso? ¿No debía tenerse presente la responsabilidad del país
hacia la comunidad internacional, en la obra común de la construcción de la paz?
48
Cf. L. SOWLE CAHILL, Love your Enemies, 244-245.
49
Cf. GF 56. En este sentido, no puede omitirse el problema de la relación entre dos temas teológicos
fundamentales: el Reino de Dios como meta escatológica, y la realidad de un mundo marcado por el
pecado, cf. K. HIMES, “La retórica religiosa de la guerra justa”, Concilium 2/47 (2001) 224-226.
50
20 de abril de 1982.
17
51
Cf. CDS 488-496; CP 20-21.